Ancestros Otomíes
Ancestros Otomíes
Ancestros Otomíes
Son muchas las personas a quienes debo agradecer el que me hayan acompañado y
ayudado en este largo trabajo de investigación, al cual he dedicado más de diez
años entre archivos, bibliotecas, andanzas y trabajos de campo. Inicié cuando aún
era un bachiller del Colegio de Ciencias y Humanidades (UNAM), siempre con la
inquietud de saber más sobre el lugar (Agua Blanca de Iturbide, Hidalgo), y la región
que me vio nacer, hasta que entré al Colegio de Historia de la Facultad de Filosofía y
Letras en donde adquirí diversas herramientas que me permitieron ampliar mis
conocimientos académicos, mismos que se ven reflejados en esta investigación.
Mis más sinceros agradecimientos a la Dra. Marie- Areti Hers por aceptar
dirigirme en la realización de esta tesis, por la libertad que me dio para investigar
algo que para otros era “imposible”,- tanto por la extensión del tema, como por las
disciplinas con las que la he desarrollado (antropología, arqueología, historia y
etnografía)-, por haberme introducido al mundo de la apreciación de la imagen y el
trabajo de campo; frente a los sitios de pintura rupestre. Todo esto en verdad que me
ha dado nuevas herramientas y me ha ayudado en mi formación profesional. Gracias
por los consejos, la confianza, por esa sencillez y calidez humana que la caracteriza.
Agradezco la beca de tesis y el apoyo para trabajo de campo que se me
otorgó en el marco del proyecto “Arte y comunidades otomíes; metamorfosis de la
memoria identitaria”, segunda etapa del proyecto “La mazorca y el niño Dios. El arte
otomí: continuidad histórica y riqueza viva del Mezquital”. Auspiciados por la
Dirección General de Asuntos del Personal Académico y el Instituto de
Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional Autónoma de México mediante
el Programa de Apoyo a Proyectos de Investigación e Innovación Tecnológica
(PAPIIT), clave: IN402113.
Este trabajo de investigación como su título lo enuncia, versa sobre la historia de los
ancestros de los otomíes serranos; sobre sus ancestros míticos y sus ancestros más
cercanos; los primeros habitaron la tierra en épocas antediluvianas, pero se dice que
quedaron petrificados en las rocas, para dar paso a los segundos, pertenecientes a
la actual era de la humanidad, quienes, también fueron contemporáneos de la
llegada de los españoles y su descendencia se perpetua hasta nuestros días.
Es así que los antiguos otomíes de la Sierra Madre Oriental habitaban una
amplia extensión territorial que iba desde Tulancingo, Metepec, Acaxochitlán,
Acatlán, Huascazaloya (Huasca), Atotonilco, Meztitlán, hasta Huayacocotla y
Tutotepec (pueblos y comunidades que comprenden parte de los actuales estados
de Hidalgo, Veracruz y Puebla). Con la llegada de los españoles, encomenderos y
primeros religiosos, desde las primeras décadas del siglo XVI y hasta principios del
siglo XVII, debido al repliegue de los otomíes a lo más abrupto de la sierra y la
barranca, quienes huyendo de la conquista espiritual dejaron abandonados para
siempre algunos de sus principales sitios sagrados, gran parte del altiplano y las
estribaciones de la sierra fueron despoblados.
El proceso de despoblamiento de gran parte de nuestra región de estudio tuvo varios
origenes: desde la invasión de los primeros pobladores españoles, la persecución
que generaron los frailes agustinos con sus intentos de evangelización, las grandes
epidemias como el cocoliztli, las políticas de congregación, y el acaparamiento de
grandes extensiones de tierra por otros advenedizos españoles. Lo que obligó a que
muchos otomíes se replegaran a la sierra y a las barrancas, dejando olvidados sus
lugares sagrados, tal y como sucedió con el santuario de los ancestros que se
estudia en el tercer capítulo.
Por último, el cuarto capítulo está dedicado al culto a los ancestros. Se explica
la continuidad y metamorfosis que éste sufrió con la introducción del cristianismo; es
decir, cómo lo asimiló para lograr supervivir a la evangelización y transmitirse de
generación en generación hasta nuestros días. Un ejemplo claro de ello, es la
imagen del Cristo-Sol, en el que se fusionan los dos personajes por tener una historia
similar en ambas cosmovisiones (la cristiana y la otomí). Entre los otomíes, tanto
antiguos como actuales, algunos informantes mencionan que el Sol en el momento
de su muerte entra en el inframundo (nidu), el lugar de los muertos, para después
resucitar y subir al firmamento celeste acompañado de los guerreros ancestros
muertos en batalla (tal y como se ha podido corroborar en las pinturas rupestres).
Mientras que en la tradición cristiana se dice que después de la muerte de Cristo,
éste baja al mundo de los muertos, resucita al tercer día y sube a los cielos
acompañado por los primeros padres y profetas (Abraham, Jacob, David, etc.); de
ahí la estrecha asociación que vive en el Cristo-Sol.
Cabe mencionar, que entre los otomíes serranos, se piensa que después de
determinados años y con la ayuda de los familiares cercanos, todos los muertos se
ancestralizan (vuelven ancestros), se convierten en jueces, benefactores y
protectores del pueblo; además, son consejeros de los bädis (hombres de
conocimiento), con quienes se comunican por medio de los sueños y de otros
medios, para regular las relaciones sociales de los vivos. De ahí que los otomíes
muestren una constante preocupación por no olvidar a sus ancestros, ya que de
hacerlo, dicen, podría haber consecuencias catastróficas en la salud, la abundancia,
las cosechas, los animales, o incluso, provocar el fin de la humanidad.
La siguiente descripción geográfica es para todos aquellos viajeros curiosos que deseen
visitar la región y los lugares de los hechos, que se van ha referir en las páginas y
capítulos siguientes. En primer lugar, es de advertir que se ha hecho la reconstrucción de
los viejos caminos, por medio de algunos papeles y mapas antiguos; de diferentes fechas
y años, en donde destacan también los fragmentos de las descripciones que se hacen
sobre la impenetrable y desconocida región serrana, que nos dan a conocer algunas
personalidades militares, quienes tuvieron que adentrarse en lo más fragoso de la zona
para perseguir a los insurrectos de los años de 1800 y fracción. Tema en el que no nos
meteremos, para no entrar en facciones y en cuestiones de política. De sus cosas de
estos hombres, sólo utilizaremos la información geográfica que nos servirá para
ilustrarnos y mantenernos al tanto de las vicisitudes y de los parajes por los que vamos
a pasar.
Pues se debe aclarar que después de la llegada de los españoles, muchas de las
veredas de a pie, se hicieron caminos Reales o de herradura, y éstos a sus vez se han
convertido en carreteras que actualmente nos comunican con las antiguas comunidades
de la región de Tulancingo, la barranca y de la sierra, de las que hablaremos en el
siguiente capítulo dedicado a la parte histórica. Mientras que otros caminos se han
perdido, o se siguen perdiendo, porque las nuevas carreteras los retoman en mejores
puntos, quedándose pedazos de los antiguos senderos, abandonados en lo más fragoso
e intrincado de los montes y barrancas, de los que sólo los lugareños reconocen y de
algunos cuantos que ha caminado el que esto escribe. Actualmente, en los últimos años
se han abierto una gran cantidad de carreteras y brechas que pueden confundir hasta el
más cauto de los viajeros, porque dos o tres caminos que no existían hace diez años para
llegar a un solo punto, ahora configuran lo que parece una maraña difícil de entender. De
ahí la necesidad de mostrar los viejos mapas, para regresarle un poco de historia a todas
aquellas comunidades que piensan que no la tienen.
Desde inmemorables años se ha generalizado en las crónicas, los libros, y entre
las personas de la ciudad y los círculos académicos, el que para llegar al Golfo por el
rumbo de Tuxpan, desde la Ciudad México, necesariamente, después de Tulancingo, se
tenía que pasar por Acaxochitlán y Guauchinango. Rumbos por los que se desviaría uno
para adentrarse a la sierra de Tutotepec. Cosa que no es del todo cierta, porque existían
y existen otros puntos por los que se puede pasar, los cuales en aquellos tiempos y aún
ahora, en aquellos caminos que están abandonados, son un poco difíciles de transitar, al
igual que el famoso camino Real de México- Tulancingo- Guachinango Tuxpan.
Esta creencia y generalización reside en que este famoso camino era antiguamente
más transitado por un número considerable de españoles que se asentaron en el pueblo
de Guauchinango, al igual que en Tulancingo. Mientras que los otros caminos que van a
la sierra de Tutotepec, Atotonilco, Huayacocotla y Meztitlán, pronto se quedaron
encerrados en los dominios de unos cuantos españoles y encomenderos. Y poco después
dentro de lo que sería la Composición de la hacienda de San Pedro Sultepec y Anexas:
como Apulco y Santiago, caminos que permanecieron por varios siglos en manos de una
sola persona o familia. Pero estos antiguos caminos, ahora deben ser revalorados, porque
fue en ellos que hicieron sus correrías los primeros frailes agustinos, como fray Alonso de
Borja, persiguiendo a los otomíes que ante su presencia despoblaban los llanos dejando
sus antiguos aposentos y lugares sagrados.
Pero antes de seguir con la descripción, será mejor que les muestre un mapa de la
jurisdicción de Tulancingo (1792), en el que se representa fielmente la región que he
venido estudiando desde hace varios años, veámoslo en la siguiente página (Fig. 1):
Figura 1. Mapa: Jurisdicción de Tulancingo (1792), en el que se muestra los pueblos, haciendas y ranchos,
AGN, Padrones, Vol. 1, f. 27. [Número de pieza 2802.Clasificación: 978/1440].
Como podemos apreciar en este mapa, el pueblo de Tulancingo se identifica con la
circunferencia más grande, que esta coronada con una cruz, justo abajo del cerro de
“Guapalcalco”, rumbo por el que se interceptan las dos sierras, la de Pachuca, en
donde destaca al suroeste el Cerro de las Navajas. Mientras que por el Noroeste corre
la sierra de Tutotepec y Tenango, de la que aquí sólo se muestran las enormes
montañas. Casi en medio, muy cerca de la rosa de los vientos, y al noroeste de
Tulancingo, tenemos lo que aquí se denomina como Barranca de San Pedro, lo que se
refiere a la entrada de la Vega de Meztitlán, eso es por los rumbos de Sultepec, en
donde se localiza la Hacienda de las Vaquerías, representada por un tríangulo que
está pegado a las montañas de la sierra de Tutotepec, y justo del otro lado de la
barranca, al suroeste de este punto, se encuentra Atotonilco.
Deteniéndonos a analizar más a detalle este mapa, podremos apreciar que la gran
mayoría de las comunidades de los naturales, están replegadas a las montañas
(Círculos con cruz), salvo los pueblos de Metepec, Santa Ana Hueytlalpan y
Tlasocoyucan, que estaban reducidos a lo más mínimo de sus originales propiedades,
teniendo por los lados a varias haciendas ganaderas. Mientras que por otra parte,
vemos una gran cantidad de labores (recuadros punteados), en las que sabemos que
se sembraba prioritariamente el trigo, junto a las que aparecen muchísimas haciendas
(triángulos) que se dedicaban al beneficio de los metales del lado de Atotonilco y a la
ganadería del lado de la sierra de Tutotepec.
Este mapa, más que mostrarlo por capricho, se puede decir que es uno de los que
nos da una idea más clara del despoblamiento que sufrieron por 400 años estas
grandes extensiones de la región, siendo muchos de estos pobladores de origen
otomí, quienes se replegaron a lo más abrupto de la sierra y las barrancas.
Continuando con nuestro viaje, de acuerdo con los antiguos mapas, el viajero debía
encaminarse a las afueras Tulancingo, pasar por el Molino y casa nombrada
“Guapalcalco”, para tomar el camino que va a la Huasteca (por Meztitlán), desviándose
en el crucero a la derecha para atravesar por el cerro de Huapalcalco donde están
unos cues (pirámides), y pasar muy cerca de la comunidad de los naturales de
Theostoc (Cueva Divina) que se localiza atrás del cerro antes mencionado, por el lado
en donde se oculta el Sol. Por estos rumbos el viajero debía tener mucho cuidado en
seguir las indicaciones anteriores. Pues lamentablemente, no podía pasar por el
camino de abajo, el que está más cercano al río, porque según lo muestra el mapa y
algunos antiguos papeles, esos terrenos andaban en litigios entre unos españoles y
los naturales, por lo que ya no se podía pasar a ver el gran Cue (pirámide) que tiene
una larga cruz de madera en la cima, ni se podía pasar a comprar algo de comer o
beber en el bentorrillo que fabricó Don Antonio de Romero, ni mucho menos, el
pensar en pasar por la hacienda de San Nicolás. Sino que se debía pasar entre el
Cerrillo de Zoltepec, el Cerro de Napateco y sus ranchos. Para mayor detalle véanse
los siguientes dos mapas (Figs. 2 y 3).
Después de haber librado este inconveniente, de pasar por donde no se debe. De la
comunidad de los naturales de Napateco, el antiguo viajero llegaba a un punto en
donde se dividen varios caminos, el que se dirige al oeste, retoma el camino principal
de la huasteca, y nos lleva a varios lugares como Apulco- Huayacocotla, San Pedro
Sultepec, Atotonilco y a Meztitlán. El del noroeste nos lleva a Santa Ana Hueytlalpan y
a Metepec. Nosotros por el momento tomaremos el que da más al noreste, nos llevará
a San Pedro Amaxac que está sobre el camino a Acaxochitlán- Guauchinango, ruta
que como lo dice un antiguo ingeniero, llamado Ramón Almaraz, quien hizo algunos
trabajos de exploración allá por los años de 1865:
Este trayecto no era otra cosa que una vía angosta de terracería, con pendientes
retorcidas, curvas que rodeaban los cerros y desfiladeros peligrosos, sin embargo fue
utilizado por los arrieros y miles de pobladores que realizaban el trayecto Pahuatlán-
Honey (Chila).6
En el camino, que es asperísimo y todo de subidas hasta llegar a Tututepec, está el cirio
pascual que de una peña forma la naturaleza, separada de las demás con tanta perfección
que aun el pabilo y los granos de inciencio parece que se reconocen y señalan, y allí cerca,
enfrente, forman como una iglesia los peñascos, cosa bien notable y digna de reparar7
Es de notar que en este paraje llamado el Cirio, el obispo no se haya enterado de que
existía un lugar sagrado para los otomíes, en donde se le rendía culto a la Bok' yä, “la
Serpiente Negra de la Lluvia”, a la que ahora encontramos pintada en uno de estos
peñascos, junto con otras pinturas, de las que se puede reconocer que son de la misma
tradición que las de la Cueva Pintada (Calabazas), como se verá en el capítulo tres de
este trabajo.
Nuestro camino iba al lado de un precipicio: a nuestra izquierda se levantaban los grandes
riscos con sus superficies casi verticales de piedra lisa; las cimas eran dentadas, por lo que
podíamos deducir que la masa estaba formada por rocas estratificadas, inclinadas en la
punta. Al salir del pueblo [de Tenango] vimos dos rocas angostas y paralelas [El Estribo]
que parecían una puerta de ascenso. Más allá, unas rocas desgastadas formaban una
columna afilada, un poco separadas de las rocas de atrás, a la derecha estaba el
precipicio, abrupto y, en unas ocasiones, casi vertical. Después de una hora y media de
cabalgar por un camino bastante bueno, llegamos al gran ascenso. Era magnifico, aunque
difícil. En algunos sitios, la vereda estaba cubierta de lodo; en otros de piedras ásperas; y
en otros se convertía en el lecho de un torrente de montaña. Mientras seguíamos por este
desfiladero, otros desfiladeros naturales se le unían, con bonitas cascadas, hendiduras
desgastadas por las caídas de agua, árboles cuyos troncos estaban cubiertos de musgo
verde, muchos helechos marchitos por las heladas tardías, riscos y una maravillosa
variedad de rocas en completo desorden. Por fin llegamos a la cumbre [...] después de un
descenso considerable, nuestro ascenso final fue sencillo, la vereda se fue mejorando
cada vez más, hasta que, cerca de Metepec, se tornó en un verdadero camino para
carretas. Desde allí pudimos admirar un paisaje magnifico: un bosque de pinos, y más allá
la llanura café, tan típica de Hidalgo, mecida por el igualmente típico viento hidalguense.
Cabalgamos velozmente desde la herrería de Trinidad a Metepec, y de allí a las
8
Tortugas.
Esta larga pero precisa descripción del camino, nos pone muy cerca de adonde
comenzamos nuestro viaje a la sierra, sólo hay que seguir de Tortugas, por otro paraje
llamado el Acocul, el antiguo Acoculco, en donde también se encuentran rastros de un
santuario otomí, es un sitio que también tiene pinturas blancas. Este mismo camino nos
llevará por San Nicolás (Cebolletas) hasta el crucero de la cruz de piedra y el gran Cue
que se encuentra cerca de “Guapalcalco”. Y del cerro del mismo nombre, en donde
encontramos en sus peñas, pinturas rojas y blancas, estás últimas de tradición totalmente
otomí, lo que nos indica la importancia del lugar. Paraje que ya conocemos
perfectamente, por los planos mostrados anteriormente.
Mientras que el otro y último camino que sale de Tutotepec, se ramifica para varios
lugares, pues puede uno seguir para Tlachichilco, Zacualpan, Texcatepec, Huayacocotla
u otros tantos lugares en plena sierra. Pero como es evidente por las descripciones
geográficas que he dado sobre la región; la sierra Tutotepec, sólo tenía unas cuantas
entradas y salidas, las cuales eran de difícil acceso, por lo que necesariamente hay que
llevar un guía, para no adentrase en las montañas y llegar al precipicio de un voladero sin
salida, además de la peligrosidad de los animales, y alimañas, como las serpientes
venenosas. Como se ha mencionado, al igual que Hernán Cortes, otros hombres de
armas, que eran ajenos a la región la atravesarían; los insurrectos que se refugiaban y
levantaban en armas a los pobladores y los realistas como José María Luvian, que los
perseguía por todos estos rumbos, principalmente entre los años de 1813- 1816. En fin,
lo que cabe resaltar de todos estos hombres, es que fueron al igual que los frailes, los
primeros fuereños en conocer muy bien las entradas y salidas de esta parte de la sierra.
Pues si bien, en los informes de los militares realistas se nos ha dejado varias
descripciones de las dificultades del terreno, además, nos han dejado un espectacular
mapa en el que se representan todos los pueblos y las principales comunidades de la
sierra, junto con el gran entramado de caminos que nos llevan a las más diversas partes
como la Huasteca y el Golfo. Lo que es de gran importancia para nosotros, pues por fin
podemos mostrarle a nuestro estimado lector, como en estas partes se encontraba
bastante poblado, mientras que en el altiplano, existían grandes extensiones de tierra en
manos de unos cuantos hacendados. Compárese el siguiente mapa (Fig. 4) con el de la
Jurisdicción del Distrito de Tulancingo (Fig.1).
Con tantos mapas debe ser imposible que nos hayamos perdido, ahora ya
debemos estar en la Hacienda de Apulco, en donde antiguamente, por casi cuatro siglos
habitaron unos cuantos empleados, porque el resto de la región estaba cubierto de
ganado, principalmente de vacas. Pues bien, esta hacienda formaba parte de la
Composición de San Pedro Sultepec, Las Vaquerías.
Se puede decir que este punto de Apulco, es la embocadura de la barranca que
va hacía la Vega de Meztitlán y también es la embocadura a la Sierra de Tutotepec.
Además de que está muy cercano a los límites que dejan al sureste, el fértil Valle de
Tulancingo, o mejor dicho a la Hueytlalpan, que termina por los rumbos del Acocul, en
donde el viajero que viene del antiguo camino Huapalcalco- San Nicolás - Apulco, se dará
cuenta de que es justo por estos lugares en donde, después de haber caminado la llanura
por largo rato, empezará a bajar y subir siguiendo el serpenteante camino que bordea las
largas lomas que se desprenden de las montañas de la propia sierra de Tutotepec.
Por estos rumbos de Apulco el viajero notará que si se encamina hacia la montaña
el clima es bastante frío, con extensos bancos de neblina que bajan de la sierra por las
mañanas y las tardes, mientras que en la época de lluvias y de nortes, todo el día está
nublado y con una llovizna intermitente. Pero sí el viajero se aleja de esta línea
montañosa, hacía el suroeste, con rumbo a la barranca y a la hacienda de San Pedro
Sultepec, el clima cambia a seco y cálido, por lo que el viajero notará el cambio en
cuestión de unos cuantos minutos, al estar entre esta línea climática. Mientras que para la
sierra se puede obtener dos cosechas de temporal, en el llano y en las lomas de clima
seco, sólo una, con riesgos de que haya un mal temporal de lluvias y se malogren las
cosechas.
De este lado de la embocadura a la barranca y el camino de Sultepec, la
vegetación es en su mayor parte de encinos y sabinos, que se conglomeran en las
cercanías de los arroyos, mientras que en el resto de las lomas se encuentran revestidas
de chaparrales, pastizales, y algunos magueyes. La tierra es poco fértil, y por lo general
se trata de la que se conoce localmente como negra y “chiclosa”, que en tiempos de
seca es bastante “terremotosa” y en tiempos de lluvia, hace unos atascaderos que es
casi imposible cultivarla. Llegando a las inmediaciones de Vaquerías, la flora es un poco
diferente, se encuentra gran cantidad de huisaches, uñas de gato, nopales silvestres y
algunas cactáceas. Vegetación algo parecida a la barranca, en donde se tiene, además
gran cantidad de garambuyos, mezquites y lechugillas.
Claro, sin contar que en las partes bajas de la barranca, son bastante fértiles por
estar irrigadas por el río, en donde se dan varias cosechas al año, de cosas diferentes al
maíz, como tomate, chile, cacahuate y papaya.
Pues bien, sólo me limitaré a decir que por este camino de Apulco, después de
pasar por Milpa Vieja, y de llegar a un paraje denominado el Encino, podemos tomar al
noroeste la ruta que nos lleva hasta el antiguo pueblo de Huayacocotla. Pero antes
debemos mencionarles a los actuales viajeros que antiguamente no existía el pueblo de
Agua Blanca de Iturbide, cuya cabecera era San Pedrito, que se reconoció como tal en
1874. Por lo que del paraje llamado el Encino, el viajero debía continuar por la Sabanilla,
para desviarse por Cerro Alto, por donde había que cruzar el Río Meco para pasar por
Apulco el Viejo, la ranchería de Calabazas, y continuar con rumbo a Los Cues (San
Miguel), Puerto de Lobo, hasta llegar al lugar de destino, Huayacocotla, trayectoria que
es bastante boscosa y fría. En caso de que el viajero quiera desviarse para el rumbo de
los Zacualpas, San Pedrito, o San Martín, o cruzar de estos últimos puntos a Tutotepec,
puede consultar los mapas de las haciendas de San Pedro Sultepec .
En el caso de que decidamos ir hacia el sureste, desde este paraje del Encino,
tomaremos el camino Real que va para la hacienda de San Pedro Sultepec (las
Vaquerías), Atotonilco, Meztitlán y sus alrededores. En donde nos daremos cuenta de
que el camino serpentea sobre una larga loma que nace de las estribaciones de la sierra,
a los lados se extienden grandes chaparrales y pastizales. Luego empezamos una subida
bastante leve, nos encontramos en la parte más alta de la loma, desde a donde podemos
avistar gran parte del paisaje. Actualmente, tenemos que pasar por las comunidades de
la Cañada de Flores y el Barrio del Yolo, lugares por los que antiguamente, sólo nos
podiamos encontrar con algún arriero, o con las manadas de vacas que se iban a vender
a diversos mercados de la región.
Continuando con nuestro camino, por fin empezamos a bajar, por este lado se
empieza a ver la embocadura a la barranca, a la que se le pierde el fin a lo lejos, en las
tardes, con el Sol ocultándose, el fondo adquiere un color azulado que no nos permite
ver muy bien, pero parece que rodea las grandes montañas que están frente a nosotros, -
el Cerro Pelón y el de Donangü-. Después de esta maravillosa vista, ponemos los ojos
sobre el camino, y empezamos a apreciar las aguas del río, es el río Meco, del que a
unos cuantos pasos, sus aguas se van al precipicio, para recorrer la larga barranca,
estamos en el paraje llamado el Malpaso, lo cruzamos y del otro lado nos toparemos
con el río Camarones, después un pequeño arroyuelo, para subir por otra loma y volver a
bajar para pasar por el Arroyo Seco, para de nueva cuenta subir hasta llegar al Llano,
también conocido como Buena Vista, continuaremos nuestro camino por varias horas
hacia el oeste hasta llegar a las Vaquerías, de ahí cualquier persona lo puede llevar a
uno a Meztitlán o, a Atotonilco, de lo contrario, con los mapas es suficiente. Hasta aquí las
descripciones geográficas, en el capítulo siguiente mostraremos la Cueva Pintada, un
santuario de los antiguos otomíes de la región.
1.2 El estudio de la territorialidad de los otomíes
Los actuales otomíes de la Sierra Madre Oriental, ocupan una vasta región que se
extiende desde el este del estado de Hidalgo, hasta la gran planicie costera del norte de
Veracruz y el norte montañoso de Puebla, en donde conviven con nahuas, tepehuas y
totonacos. En los antiguos documentos de archivo, mapas y sitios de pintura rupestre que
se han asociado a los antiguos sitios sagrados de los otomíes, se muestra un territorio
mucho más amplio, que incluía desde las faldas del altiplano central (Valle de Tulancingo)
hasta las estribaciones de la propia sierra y la barranca que conduce a la Vega de
Meztitlán. Es así que en este trabajo consideramos dos tipos de territorio, el habitable y el
sagrado como algo indisociable, por la estrecha relación que existe en la actual
cosmovisión otomí de la naturaleza, el paisaje y el individuo que la habita.
Emprender este estudio necesariamente nos remite a demostrar si existieron
otomíes en la región que mencionamos y el ¿porqué abandonaron a sus ancestros?
Cuestión que nos obliga a escribir una breve historia de los otomíes serranos, de quienes
desde tiempos antiguos, se tiene noticia que habitaban por Tulancingo, Metepec,
Acaxochitlán, Tutotepec, Huayacocotla, Acatlán, Atotonilco y la parte de la barranca que
nos conduce a la Vega de Meztitlán, como se demuestra en el segundo capítulo.
En el medio académico se ha generalizado que Tulancingo estaba dividido en dos
parcialidades, Tlaixpan y Tlatocan, en las que, en una, habitaban otomíes y en la otra,
mexicanos. Divisionismo que no del todo es cierto, porque hasta en las comunidades
más pequeñas de la región, habitaban otomíes y mexicanos, mientras que en lo más
adentrado de la sierra, los otomíes también compartían territorio con otros grupos como
tepehuas y totonacos. Disertación a la que se le dedicará un apartado en este mismo
capítulo, más adelante.
Varios de los mapas que se muestran en este trabajo, son de principios del siglo
XVI, los cuales son de fundamental importancia para demostrar cartográficamente como
se despobló esta región, en la que años atrás se había mencionado que estaba
totalmente poblada. Lo que refuerza en gran medida nuestra tesis sobre el prolongado
abandono del sitio estudiado (la Cueva Pintada) y sus aledaños.
Sólo para completar este orden de ideas, haré una breve reseña de lo que se ha
hecho sobre la territorialidad de los otomíes serranos, en donde no se ve reflejada gran
parte de nuestra región de estudio. En los trabajos de carácter histórico es evidente que
el desconocimiento de la región y de las fuentes de archivo, han contribuido a tal
generalización. Mientras que los trabajos de carácter antropológico y etnográfico, que se
han dedicado a determinados lugares, han dejado de lado, dentro de su mapeo, algunas
comunidades otomíes como San Martín, San Pedrito y Tetetla, que se encuentran en el
Municipio de Agua Blanca de Iturbide, Hgo.
Es en este sentido que tenemos primero los mapas que realizó Jacques Soustelle11
en los años 30´s del siglo pasado, sobre los pueblos que hablan otomí, en los que no nos
da a conocer las pequeñas comunidades y los límites precisos para poder determinar el
territorio de los otomíes de la sierra.
Otra fuente, son los mapas realizados por Pedro Carrasco12, los cuales están
basados en información etnohistórica, en donde se muestran las migraciones y los
asentamientos de los otomíes a través de la historia. Sin embrago, también representan
solamente determinados puntos geográficos como Tutotepec, Huayacocotla, Meztitlán,
etc., en los que el autor reconoce que son “lugares localizados aproximadamente”.
Fue Nigel Davies, quien a finales de los años 60’ s, en su trabajo sobre Los
Señoríos independientes del imperio Azteca, delimitó los señoríos de Meztitlán y
Tototepec, basado en diferentes fuentes etnohistóricas, y en diversas listas de tributarios
aztecas, como la del Códice Mendocino, la Carta de Don Pablo Nazareo, los Anales de
Tlatelolco. Además de que tomó en cuenta la Relación de Metztitlan y la Memoria del
pueblo de Tutotepec, documento del que dice “de las 28 estancias, sólo se han podido
identificar 4: Temazcalapan (Temazca en la Relación), Tenanco (hoy Tenango de Doria),
Tlachco (hoy Tlaxco), y Acuauhtlan”13 Esto en gran medida por su desconocimiento de la
región, y de varios documentos. Además de que algunos nombres han cambiado y otros
finalmente se han desplazado por los de origen cristiano.
Finalmente, James Dow, a principios de los años 70´s da a conocer unos mapas
en los que establece el área cultural de los actuales otomíes serranos en cuatro subáreas
culturales: 1) subárea de Tulancingo, 2) subárea de la Sierra Alta, 3) subárea de
Tutotepec, y 4) subárea de la Sierra Baja14. Este mismo investigador, con su trabajo de
campo como antropólogo y la ayuda de varios maestros bilingües de la región, elabora
otros mapas15 que muestran el área cultural de los otros grupos vecinos a los otomíes: los
nahuas, los tepehuas, los totonacas y los mestizos, con lo que es la primera vez que se
muestra la superposición, el traslape y las relaciones entre varios grupos culturales de
una misma región.
De la misma manera, la regionalización del territorio que ocupan los actuales
otomíes serranos, es dada a conocer a finales de los años 70’s por Jacques Galinier16
en unos mapas que muestran su región de estudio, la cual divide en la Zona Meridional,
Septentrional y Oriental, en donde además señala los puntos geográficos habitados por
nahuas, tepehuas y totonacos. En otros de sus mapas nos muestra los principales centros
de artesanías tradicionales (otomíes), y los circuitos comerciales de los otomíes del
altiplano (San Pedro Tlachichilco y Santa Ana Hueytlalpan) con los de la sierra.
Como es evidente, en la nota anterior es bastante claro que se trata de una de las
migraciones chichimecas que aprendieron la lengua, o que ya estaban emparentados con
los otomíes, quienes llegaron a la región y se extendieron hasta la sierra, pero se pone
particular énfasis en las dos parcialidades en que se dividió Tulancingo, en donde se dice
que Tlatoca es de los mexicanos, acolhuas y tezcocanos, mientras que Tlaixpan es de los
otomíes. Generalización que se ha venido arrastrando en la escritura de la historia
regional, pues debe aclararse, que esa división antes y después de la llegada de los
españoles, no necesariamente definía cuestiones de grupo étnico, sino más bien,
tributarias. Pues existen documentos de archivo que prueban que en las diferentes
comunidades como San Antonio, Santa María Nativitas, San Lorenzo, San Marcos, San
Francisco Xaltepec, San Sebastían, La Magdalena Metepec, San Mateo Zacatepec, Santa
Ana Hueytlalpan, San Pedro Texalapa y Santa María Asunción, pertenecientes a las dos
parcialidades de Tulancingo: Tlatoca y Tlaixpan, habitaban y convivían juntos, otomíes y
mexicanos18.
Por una confirmación hecha en 1592 por el Virrey Velasco y otros documentos, se sabe
que efectivamente la parcialidad de Tlahtoca pertenecía a los dominios del cacique y
gobernador Diego Alexandrino, antiguo descendiente de Bernardino Chanpotzin, de
quien, como dicen los documentos; “en su tiempo vinieron los españoles a la conquista
de esta tierra y fue el primer cacique que se bautizó de la dicha parte de Tlatocan”, quien
a su vez era descendiente directo de Hueimihuatzin, “el primer cazique chichimeco
poblador que vino a este dicho pueblo de quien descendieron todos los dichos caciques
hasta el dicho don Diego Alexandrino hijo legítimo del dicho don Miguel Alexandrino su
padre difunto ” 19
Como se puede inferir, los naturales de la parcialidad de Tlatoca entregaban tributo
a Diego Alexandrino, al igual que a sus antecesores, y después, con la llegada de los
españoles, parte de estos derechos pasaron al encomendero Luis de Terrazas, mientras
que la otra parte, la de Tlaixpan se quedó en manos de Francisco de Ávila (o Dávila por
contracción). Y no en balde, los herederos de estos últimos, fueron los primeros que se
opusieron a las opiniones de otros de sus vecinos de origen ibérico, con respecto a la
política de congregación que se pretendía llevar a cabo en Tulancingo, a principios del
siglo XVII (entre 1600- 1606), pues como lo demuestran los documentos, y como bien lo
resume Jesús Ruvalcaba:
“Hernando de Ávila y Francisco de Terrazas, beneficiarios y herederos de los derechos a
los tributos en Tulancingo, se opusieron con destreza a un cambio de planes. Como cada
uno disfrutaba la “mitad de los señores principales de Tulancingo”, se oponían a que se
formasen poblaciones con gente de ambas parcialidades, como el Xaltepec que se
proyectaba; porque “aunque por sus patrimonios poseen los puestos de sus estancias,
tierras y frutos de ellas, al sembrarlos y recoger los tributos y servicios personal hay
siempre grandes diferencias y bandos y juntos todos, como se pretende, la enemistad
crecerá” (PNE, I: 31). Todo indica que a uno le tributaba Tlaixpa y a otro Tlatoca”20.
Con lo cual queda más que demostrado, que las dos parcialidades de Tulancingo;
Tlatocan y Tlaixpan, diferenciaban a quien tenían que tributar determinadas comunidades
de la región, en las que habitaban y convivían de manera conjunta, otomíes y mexicanos.
Y no es de extrañar que la generalización provocada por Torquemada, y el
desconocimiento de los pocos documentos que se encuentran en archivo sobre la región,
generen asombro, como ha sucedido con Guy Stresser-Pean, quien en su obra sobre los
Lienzos de Acaxochitlán, menciona: “Es curioso observar que en 1569 (los otomíes)
ocupaban todavía Acaxochitlán y sus alrededores”.21 Como se puede constatar en la
relación que hace Pedro de Romero de Bazán, cura y vicario del pueblo de Acaxochatlan
(Sic.)22, en la que cuantifica “1600 indios” en encomienda a Luisa de Acuña (viuda del
primer encomendero Luis de la Torre), en donde cada una de sus estancias estaban
habitadas por varios grupos, lo que nos da un panorama más claro de las relaciones
sociales de los otomíes serranos, y también de la gran extensión territorial que ocupaban.
Véase el siguiente cuadro que he elaborado con base en la dicha relación.
El pueblo de Acaxochitlán (Hgo.) y sus comunidades sujetas entre los años de
1580 y 1582
Nombre de la Lengua que se Distancia de la Número de
estancia o pueblo habla cabecera tributarios
Acaxochitlan y la Mexicana y otomi 250
Asunpsión
San Pedro Amaxac otomy ½ legua 200
La Natividad otomy Más de ½ legua 40
Cuachevatlan
Zacuautla Más de ½ legua 100
Santa Ana Zacuala otomy ½ legua 60
Santa Catalina Otomy 1 legua 60
Tlatelco
San Miguel Mexicana y 1 legua 50
Quaquacala othonaque
Los Tres Reyes Mexicana ½ legua 50
Quvatlan
Santiago Tepepa Otomy ½ legua 100
San Francisco Tonaque y Mexicana ½ legua 40
Chapantla
San Joan Thotonaque y
Heloxochitlan mexicana
La Asunción Atlan Otomy 2 leguas 150
San Pedro y San Otomy, mexicana y 2 leguas 140
Pablo xolotla thotonaque
San Marcos Naupa Thotonaque 1 ½ legua 150
San Agustín Thotonaque y 1 ½ legua 110
Tlaxpanaloya mexicana
Chachauantla Totonaque 1 legua 150
Con los cuadros y comentarios que se han vertido en las páginas anteriores, se ha
dejado entrever que los otomíes compartían territorio con otros grupos, en una misma
comunidad, en la que habitaban con nahuas, tepehuas y totonacos. Unos años más tarde,
parte de todo esto cambiaría; pues se intentaron las primeras congregaciones después de
la llegada de los españoles y los primeros religiosos, en las que se quiso reducir a los
otomíes en Tezcatepec, a los nahuas en Tlachichilco, y a los tepehuas en Pataloyan 25 En
donde se quiera o no, se reconfiguró el espacio territorial de los otomíes serranos, en
casos específicos. Razón por la que muchos investigadores se confunden, al encontrar o
enterarse de que una “lejana comunidad era, o sigue siendo otomí”. Ahora la explicación
sería que esa comunidad o grupo, simplemente no obedeció ese tipo de políticas de
congregación, o que se huyeron a lo más inaccesible para evitarlas. He ahí la gran
complejidad para determinar el territorio habitado por los otomíes en la época
prehispánica y en los primeros años de la llegada de los españoles. Más adelante se
desglosa el tema de los encomenderos y las congregaciones, proceso histórico que
reconfiguraría drásticamente el territorio de los otomíes serranos. La información que se
mostró anteriormente en los cuadros, es anterior a estos procesos y al despojo territorial
que llevaron a cabo los españoles. Por lo que se convierten en los únicos documentos
que nos permiten entender otros más tardíos, con lo que se corrobora la despoblación de
gran parte de la región estudiada. Tal y como se verá a lo largo de este capítulo.
Ahora bien, al mencionar que existía convivencia entre mexicanos, otomíes y otros
grupos de la región, no se quiere decir que las relaciones interétnicas hayan sido muy
buenas, pues, por ejemplo, entre los mexicas y los otomíes, en el Valle de Tulancingo,
como lo cita Guy Stresser Pean, las tensiones entre los grupos enemigos se desataron
con la rebelión de los otomíes en 1450, misma que aplacaron los mexicas26. De lo que se
pude inferir, por los documentos de archivo, que de cierta manera estos otomíes del
altiplano; de las estribaciones de la sierra, si bien quedaron un poco subyugados, pero
siguieron resistiendo hasta después de la llegada de los españoles, al igual que sus
parientes y vecinos cercanos del Señorío independiente de Tutotepec, quienes se
replegaron a lo más abrupto de la sierra para escapar de las leyes de congregación,
evangelización, tributo y repartimiento, complicando por completo las intenciones de todos
esos fuereños, a costa de perder territorio en el altiplano y alejarse un poco de sus
parientes que se han mencionado en las líneas anteriores, los de los alrededores de
Tulancingo.
Capítulo 2. Breve historia de los otomíes serranos
Se tienen noticias de que los otomíes de la Sierra Madre Oriental son procedentes del
reino de Xaltocan, quienes después de la caída de Tollan extendieron su dominio hacia
el este, abarcando las regiones más orientales como la Sierra de Puebla, por los rumbos
de Tototepec y Metztitlán, en el periodo que va de 1220 a 1272, años por los que los
otomíes cubrieron por primera vez a esta región 27 Tiempo después, otras oleadas de
gente llegarían a estas tierras, en un segundo momento migratorio, por los años del
reinado de Quinatzin, cuando grupos de chichimecas hablantes de otomí, mejor
identificados por Diego Muñoz Carmargo28 y Fray Juan de Torquemada29 como
teochichimecas, arribaron a la región. Se dice que los teochichimecas antes habían
fundado un lugar llamado Poyauhtla hacia el año de 1260, donde habitaron hasta ser
obligados a salir en 1324, y fue entonces que se trasladaron a la sierra de Tutotepec, para
reunirse con los anteriores otomíes, por quienes fueron muy bien recibidos. El tercer
momento migratorio de los otomíes, pero esta vez de repliegue, sucedió en 139530,
cuando Tezozomoc frente al reino tepaneca de Azcapotzalco, derrotó al reino otomí de
Xaltocan, obligando a que su rey “se fuera a Metztitlán, de donde también lo era, y con
él muchos otomíes se establecen en las provincias de Metztitlán y Tototepec que se
libran de caer bajo el poder de los tepanecas” 31
Después de que los españoles sitiaron y rindieron a los mexicas de Tenochtitlán, con la
ayuda de algunos de sus aliados en 1521, según el propio Hernán Cortés, las provincias
de Tutotepec y Meztitlán, “tierra asaz y fuerte, bien usitada en el ejercicio de las armas
por los contrarios que de todas partes tienen [tenían]”40. Viendo lo que con la gente de los
mexicas se había hecho y el punto hasta donde podían llegar sus hombres y aliados bajo
el nombre del Emperador, estas dos provincias enviaron mensajeros y se ofrecieron por
súbditos y vasallos. Pero dice Cortés que después de la llegada de Cristóbal de Tapia,
quien “con bullicios y desasosiegos que en otras gentes causo”, los de Tutotepec y
Meztitlán “no sólo dejaron de prestar la obediencia que antes habían ofrecido”, sino que
hicieron muchos daños a los comarcanos de la región, que ya habían reconocido la
autoridad de los españoles, a quienes les quemaron muchos pueblos y les mataron
mucha gente. Cortés ante el temor de que estas dos provincias levantaran a otros
pueblos, envió “un capitán con treinta de acaballo y cien peones, ballesteros y
escopeteros y rodeleros, y con mucha gente de los amigos”, con los que tuvieron varios
encuentros en los que murieron dos españoles y varios de los aliados, de lo que Cortés
finalmente dice ante Carlos V: “Plugo a nuestro Señor que ellos de su Voluntad se
volvieron de paz y me trajeron los señores, a los cuales yo perdone por haberse ellos
venido sin haberlos prendido”.
La subordinación voluntaria de estas dos provincias al parecer había sido estratégica y
nominal, por lo menos para los de Tutotepec, quienes enterados de que Hernán Cortés se
encontraba por los rumbos de Pánuco, y de que tal vez se volvía para España, se
tornaron a rebelar, de los que él mismo Cortés nos testifica; “bajó de su tierra el señor
con mucha gente, y quemó más de veinte pueblos de los de nuestros amigos, y mató y
prendió a mucha gente de ellos”. Por lo que Hernán Cortés en persona se adentró en la
sierra y llegó a Tutotepec, para aplacar la sublevación y volver a reducir a los naturales de
la región, suceso revelador, pues en su cuarta Carta de Relación a Carlos V, escrita el 15
de octubre de 1524, dice lo siguiente:
“Aunque en la entrada mataron alguna gente de nuestros amigos que quedaba rezagada, y
por la sierra reventaron diez o doce caballos, por el aspereza de ellas, se conquistó toda la
provincia, y fue preso el señor y un hermano suyo muchacho, y otro capitán general suyo
que tenía la una frontera de la tierra; y el cual dicho señor y su capitán fueron luego
ahorcados, y todos los que se prendieron en la guerra hechos esclavos, que serán hasta
doscientas personas; los cuales se herraron y se vendieron en almonedas, y pagado el
quinto que de ello perteneció a vuestra majestad, lo demás se repartió entre los que se
hallaron en la guerra; aunque no hubo para pagar el tercio de los caballos que murieron,
porque, por ser la tierra pobre, no se hubo otro despojo. La demás gente que en esta
dicha provincia quedó, vino de paz y lo está, y por señor de ella aquel muchacho hermano
del señor que murió; aunque al presente no sirve ni aprovecha de nada, por ser, como es,
la tierra pobre, como dije, más de tener seguridad de ella que no nos alborote los que
sirven; y aun para más seguridad, he puesto en ella algunos naturales de los de esta
41
tierra” .
A pesar de que Cortés dice que la región era “tierra pobre”; los documentos de
archivo nos demuestran que fue disputada entre varios españoles. Eso de “tierra pobre”42
es más bien, por la fragosidad y dificultad que representó durante los primeros años, el
sacar los productos y las cosechas de estas fértiles serranías. Pero como el mismo Cortés
nos lo confía, se seguía temiendo que los principales de la provincia de Tutotepec
levantaran en armas a las otras provincias y pueblos cercanos. Rebeldía que fue patente
durante toda la época colonial, aunque sólo se limitara a los confines de la propia sierra,
como se verá en las siguientes páginas.
2.3 Los primeros encomenderos
Como se vio en las líneas anteriores, fueron los otomíes del antiguo señorío
Independiente de Tutotepec, quienes en fechas tempranas se rebelaron en contra de la
Corona española y el mismo Hernán Cortés tuvo que internarse en la sierra para aplacar
la situación, ahorcando al Señor natural que gobernaba el mencionado reino y dando
castigo ejemplar a un gran número de sus pobladores43. Sin embargo, esto no impidió que
éstos, décadas después, siguieran en contra de las políticas de reducción y congregación,
por lo que refugiaron a sus vecinos y parientes otomíes de Huayacocotla y Chicontepec
en 1594 44
Proceso del que Jiménez Abollado, resalta que sólo después de “la desaparición y
muerte de Giraldo, abrió la posibilidad de Maese Manuel Thomas de posesionarse de una
de las encomiendas “más productivas” del centro de la Nueva España”47. Encomienda
que después heredaría su hijo Diego Rodríguez de Orozco, y este, a su vez, la pasaría
en tercera vida a su hija Doña María de Mendoza Orozco, quien la pasó en cuarta vida a
su sobrina D. Antonia de Mendoza y Bustos, quien la recibió en 164348.
La cantidad de tributos que daban los naturales de Tutotepec a estos encomenderos, sin
lugar a dudas fueron cambiando conforme a las tasaciones que se establecían cada año.
Pero sólo para darnos una idea de lo que se le tributaba a Rodríguez de Orozco, a quien
en algunas ocasiones se le tenía que llevar hasta la ciudad de México49:
Quatro tributos cada año en cada tres meses catorze cargas de mantas de algodón que
cada carga tiene veinte mantas e cada manta tiene cuatro pies a demas le dan una
gallina de la tierra cada dia y este es el tributo que son obligados a pagar conforme a su
tasación [Sic.]50.
Por un documento llamado Memoria del Pueblo de Tototepec53, firmado por Fray
Diego de Sagüesa, sabemos que éste tenía 28 estancias y que era “pueblo de otomis
todo el [sic.]” en encomienda de Diego Rodríguez de Orozco, con un conteo para ese
entonces de 3600 personas, en que “an faltado algunos de 7 años a esta parte por los
tigres que se los comían”. Dichas 28 estancias, “dista una estancia de otra una legua y
legua y media y 2 leguas y tres, y la que más 4 leguas”. Véase a continuación el nombre
de cada una de las estancias y el número de tributarios que tenían, considerándose como
un tributario a un hombre con su mujer, más el resto de sus hijos, menores de 14 años.
“saver las tierras que les tocan, y pertenecen y en que de inmemorial tiempo, sus
antepasados y ellos, se hallavan en quieta y pasifica possecion de todas las tierras que
vajo los linderos en el figurados: por la parte del oriente con tierras de los naturales de
la cavecera de Tenanco de la misma jurisdiccion de Tulanzingo, Río de por medio: por el
norte con tierras de los naturales del pueblo de San Benito Huehuetla, sujetto a la
misma cavecera de Tenanco, también Rio de por medio: por el Poniente con tierras de los
naturales de Tlachichilco y pueblo de Zaqualpa de la jurisdiccion de Chicontepeque, que a
uno y a otro pueblo dividen las tierras los Rios que hay de por medio: por el sur llegan
hasta una cruz que se halla adelante de una Cuevesilla de una peña que está en el camino
que ba de Tototepeque al pueblo de Tulancingo por cuyo viento lindan las tierras de mis
partes con las de la Hacienda nombrada Apulco”55
Más adelante, ray Juan de Grijalva nos es más revelador, al mencionar como
todas estas llanadas estaban pobladas y de que Alonso de Borja:
Desde este pueblo [Atotonilco] corria este varon Apostolico por toda aquella provincia que
se estiende por la parte del norueste en unas grandisimas llanadas, las quales estavan
tan pobladas de gente, que con ser las casas de estos pobres unos buhios estrechos,
hechos de pencas de maguei [...] cubrian aquellas llanadas tanto que no parecian muchos
pueblos, sino una poblazon sola 61
La segunda causa por la que se despobló gran parte de la región fue por una serie
de epidemias, entre la que más estragos causó, fue la del Cocoliztli de 1543, en la que
Grijalva nos testifica que “de seis partes de indios murieron las cinco”, aparte de las otras
epidemias, como se pude leer a continuación:
...peste general, que como llamaron cocoliztli, de que (como deziamos) de seis partes
de indios murieron las cinco, y como la enfermedad era tan aguda, y tan pestilente, que
en una familia entera no quedaba una sola persona, que pudiese curar de los enfermos,
era necesario, que acudiesen a esto los pocos Españoles que avia. [y los pocos
frailes], ... Lo mesmo hizieron en un sarampion que uvo el año de 63. Y en otra
enfermedad del año de 64 aunque en estas dos no peligraba la vida. [...] El año 76
padecieron un pujamiento
de sangre, de que murieron muchos; y en otro sarampion que padecieron el año de 95.62
Pues aclara que ellos podían visitarlos hasta donde vivieran. Por otra parte, el
alcalde mayor de Tulancingo y encomenderos de Acaxochitlán, Luis de la Torre dijo lo
propio: “que no hay que congregar ningún pueblo, porque todo está justo y cercano a la
cabecera” 65 Mientras que otros cuatro vecinos españoles presentaron pareceres
diferentes, proponiendo uno u otra estancia para punto de congregación, claro, de
acuerdo con sus intereses. Finalmente se impuso la decisión del juez demarcador Alonso
Pérez de Bocanegra, quien en primera instancia:
-atento a la información- dice que elige el pueblo de Santa María [Nativitas] de la parte de
Tlatoca para que en él se junten los pueblos de San Antonio, San Marcos, San Lorenzo y
Santiago de la dicha parcialidad, que tiene 609 tributarios y para la parte de Tlaixpa elige el
pueblo de [San Francisco] Xaltepec; al cual se le han de juntar los sujetos San Sebastían,
San Matheo, La Magdalena [Metepec], Santa Ana [Hueitlalpan], San Pedro, San Miguel
y la Asunción que tienen 571 tributario; hoja 14.66
Como es evidente, para ese entonces los naturales y principales de la región tenían
plantados en sus huertos nogales, magueyales y gran cantidad de nopales de grana,
además de que pastaban algunos ganados menores, lo que ya les dejaba muy buenas
ganancias al año. Por lo que lógicamente, no iban a aceptar ser removidos de sus
puestos, pues además, debe aclararse que otra de las causas de la contradicción que
presentaron todos estos pueblos, fue porque se les quiso mover hasta San Francisco
Xaltepec, con cuyos habitantes tenían antiguas diferencias, entre parcialidades. Y
además, consideraron que no era el lugar más indicado, porque este mencionado pueblo,
si bien tenía tierras de riego, dependía del agua nacida en el Rincón de San Dionisio, del
que también gozaban los de Acatlán68, con quienes también los propios de Xaltepec
tenían problemas.
Este tipo de dificultades y contradicciones, hicieron que Alonso de Bocanegra
hiciera una segunda propuesta en 1601, en la que planteó reunir a los naturales de
Tulancingo en tres congregaciones, dejar en San Francisco Xaltepec, a San Sebastían y
San Matheo con 308 tributarios; congregar en Santa María Nativitas a San Antonio, San
Marcos, San Lorenzo y Santiago con 609 tributarios. Decidió dejar en su lugar a Santa
Ana Huitlalpan [sic.], en donde se planeó congregar a San Pedro, la Magdalena, San
Miguel y la Asunción, con 300 vecinos tributarios69, originarios de las dos parcialidades de
Tulancingo; Tlaixpa y Tlatoca, a lo que comentaron el Licenciado Alonso Villasana y
Francisco de Terrazas: “y aunque sus patrimonios son hereditarios poseen los puestos de
sus estancias, tierras y frutos de ellas y servicio personal, hay siempre grandes
diferencias y bandos; juntos todos, como se pretende, la enemistad creecera [sic.] ”.
Es así como los pueblos de San Pedro, la Magdalena , San Miguel y la Asunción
aceptaron, por estrategia, cambiar sus asientos a Santa Ana Hueitlalpan en 1603, para lo
que comenzaron los preparativos, con el levantamiento de padrones de cada uno de los
pueblos, barrios y cantidad de tributarios, con la finalidad de asignarles un solar en dicho
pueblo. Para lo que Joan de Galarza, teniente juez congregador de Tulancingo, eligió el
20 de agosto de 1603 a Ximon de Medina, principal y natural otomí de Santa Ana, a
quien se le dio vara de la real de justicia para que hiciera se llevase a cabo las labores
de congregación, bajo la condición de que estaba subalternado “del orden y mandato de
don Manuel Hernández, gobernador del dicho pueblo y cabecera de Tulancingo”.70 Las
autoridades españolas le ordenaron a Ximon de Medina que castigara “ejemplar y
corporalmente” a todas aquellas personas que se resistieran a la reducción, volviéndose
a sus antiguos asientos, o huyéndose, a quienes los debía hacer traer y obligar a que
continuaran con la elaboración de sus nuevas casas.
Sin embargo, como era de esperarse, existieron otros mecanismos por los que los
españoles ambiciosos de la región lograron cercar y reducir a estos pueblos hasta lo más
mínimo de sus extensiones, como nos lo muestran los diversos mapas antiguos, las
solicitudes de mercedes de caballerías de tierra, de sitios de ganado mayor y menor, y
porque no decirlo de las “composiciones”.
Mientras que, más hacía el interior de la sierra se llevaron a cabo otro tipo de
congregaciones, en las que no se codiciaron tanto las tierras, pues como lo había dicho,
décadas atrás, el mismo Hernán Cortes, eran “tierras pobres”; eran de difícil acceso, no
se podía extender la ganadería a gran escala y no tenía minerales. Pero eran bastante
productivas, en las cuestiones del maíz, el algodón y otros tantos productos, de los que
había más de una cosecha al año. Es de esta manera que por estos rumbos, y
particularmente en Huayacocotla, las congregaciones se llevaron a cabo principalmente
para separar a cada uno de los grupos étnicos, que también, al igual que en Tulancingo
(otomíes y nahuas), vivían mezclados; tepehuas, totonacos, otomíes y nahuas, por lo que
las autoridades españolas y frailes consideraron necesario, el evangelizarlos en su
propia lengua, por lo que se ordenó reunir a los nahuas en Zontecomatlán , los Tepehuas
en Pataloyan y a los otomíes en Texcatepec.76 Mientras que en Tlachihichilco se
congregaron varias comunidades entre 1603 -1606, sin importar que fueran nahuas,
tepehuas u otomíes.
Estas congregaciones también generaron serios problemas entre los otomíes,
quienes de inmediato se opusieron y huyeron a lo más apartado de la sierra, y
principalmente se refugiaron con sus parientes del antiguo Señorío Independiente de
Tutotepec, quienes para ese entonces ya habían alcanzado el título de “República de
Indios”, dependiente de la Alcaldía Mayor de Tulancingo.77
Un claro ejemplo del rechazo a las políticas de congregación, las altas tasas
tributarias, los abusos y los tratos despóticos de los españoles hacia los naturales,
sucedió en 1594, cuando los naturales de Huayacocotla cambiaron temporalmente su
asentamiento a la comunidad de Atixtaca.78
75
2.5 Las mercedes y los repartimientos
Plano de los terrenos de San Pedro Sultepec, [Las Vaquerías], (1784). En el que se muestran los
siguientes asentamientos humanos: San Pedro Guayacocotla, Tlalcruz, Arroyo Hondo, San Nicolás
Tuzanapa, Atecoxco, La Vaquería, Buena Vista (La luz), Piximulco, Vivorillas, Santiago Amaxac, San
Jocesito, Tlachichilquillo y Tutotepec. Vías de Comunicación: Caminos para Guayacocotla, de San
Nicolás para Zacualtipan, San Nicolás a las Vaquerías, de las Vaquerías a Buenavista, a la sierra,
camino real de Apulco, y Tulancingo. Relieve: cerros de las Ollas, de Almoloya, de Chiapantongo y
cumbres. Hidrografía: Arroyo Hondo, de Tejocotes y Amajac, ríos de Santiago Amaxac y Chiflón. Uso
de suelo: Potreros de San José, labor de Vinasco y Potrero de Monrroy. Menciona: la merced
otorgada por el Conde de Monterrey a Gaspar Velarde en 1601; la merced otorgada a Diego
Caballero, para Catalina de Navarrete y Muntufar en 1606 por el Marques de Montes Claros; la
merced otorgada a Diego Osorio Carrillo en 1614 por el Marqués de Guadalcazar y la merced
otorgada a Martín Luzón y Ahumada en 1709. Plano levantado por el Ing. Fernando Rodríguez, con
los datos de los planos respectivos y con los datos levantados por los ingenieros José Serrano y David
M. Uribe, 1918. Archivo General Agrario (AGA), 23/05136. Local, Legajo 1, f. 327.
) Plano que representa las tierras de San Pedro Sultepec [Las Vaquerías] cedidas por D. Julian F.
Herrera a la comunidad de Huayacocotla en 1888. En este documento se muestra la gran extensión
territorial que los naturales de San Josesito, Vinasco, Vivorillas, Donangú, Zacualpan y San Pedrito
de Iturbide (Agua Blanca), recuperan ante las haciendas de Vaquerías, Santiago, Apulco y la Luz.
Aparecen los límites de los estados de Hidalgo y Veracruz, Arroyo Seco o de los Potrerillos, río de
Santiago, etc. Archivo General Agrario (AGA), 53/05136, Local, Legajo 1, f. 347.
2.6 La evangelización
Casi diez años después de la llegada de los frailes franciscanos a Tulancingo, que
predicaban solamente en mexicano (nahuátl), en 1536 llegaron a la región varios frailes
agustinos, quienes se dedicaron a evangelizar en su propia lengua a los otomíes que
habían huido de los llanos y se habían replegado a lo más abrupto de la sierra y la
barranca, abarcando una extensa región que colindaba con las visitas de la otra orden,
pues se establecieron desde Acatlán, Atotonilco, Meztitlán, Huayacocotla, Guauchinango
y Tutotepec.
En esta gran empresa se destacaron desde los primeros años, fray Juan de Sevilla
y fray Antonio de Roa, quienes persiguieron a los naturales que se habían huido de los
llanos, por los lados que corren desde Atotonilco, por las barrancas de Meztitlán hasta
un poco más allá de Molango, de quienes fray Juan de Grijalva nos los muestra de
manera muy idealizada e idílica en su Crónica, sin embargo, hemos decidido extraer
varios fragmentos de forma literal para que nuestros lectores que no estan avesados en
el oficio de historiar tengan la oportunidad de leer este tipo de descripciones, que tratan
sobre nuestra región de estudio y su proceso de evangelización. Es así que Grijalva
nos menciona:
“Aqui pues entraron el padre F. Juan de Sevilla y el bendito P. Antonio de Roa, corriendo
por estas cierras como si fueran espiritus. Unas vezes subian a las cumbres como si los
llevara el carro de Elias y otras baxavan a las cavernas, en que tenian gran dificultad que
para baxar se atavan unas maromas por debajo de los de los bracos, quedandose
arriba algunos indios, que trayan de paz, para guindarlos hasta llegar a lo mas obscuro, y
mas desviado del camino”86
Mientras que por los otros rumbos de esta región, fray Alonso de Borja, quien se
dice aprendió de inmediato el otomí y ya era gran hablante del mexicano, se encargó de
evangelizar la sierra de Tutotepec, en donde “corría también en ella la lengua otomí entre
otras cuatro, que también corren por sus confines”, quien; “camino siempre a pie
atravesando desde Atotonilco donde asistía, hasta Tutotepec con todas sus cerranías”89,
durante 6 años que estuvo en esta región. En donde, a su llegada la resistencia, las
amenazas y la sugestión hacia los propios de la comunidad se hicieron patentes, pues,
precisamente en ese entonces, supuestamente “una gran multitud de fieras que andaban
por aquellas espesuras haziendo tan grande daño en los indios”, por lo que los naturales
de la región echaron rumores y como lo menciona Grijalva:
Corria entonces opinión, y hasta ahora corre entre muchos, de que aquellos Tigres, y
Leones eran ciertos indios hechizeros, a quienes ellos llamaban nahuales; que por arte
Diabólica se convertian en aquellos animales, y azian pedazos a los Indios: ó ya por
90
vengarse de algunos enojos, que les avian dado: ó ya por hazerles mal.
Mientras que por otra parte, como se mencionó anteriormente, los frailes agustinos
implementaron una serie de estrategias para lograr evangelizar a los naturales. Se dice
que el fraile Alonso de Borja fue el primero en la orden que introdujo el cantar las
oraciones en las iglesias y en las cruces de las esquinas, además de entrar en procesión
a misa, entre otras cosas. Pero habrá llamado la atención, que también, al igual que sus
otros compañeros de la orden, -según dice Grijalva- , se destacó por su rara penitencia y
su profundísima humildad, lo que le habrá valido demasiado en la sierra y seguramente
fue objeto de admiración, pues se dice que:
“Ayunaba tres días en la semana, y Viernes, y Sabado con algunas yervas, ó crudas, ó
cozidas en agua: su dormir era muy poco, y a raiz de una tabla, y por cabecera un
trozo de madera. Asotabase todos los días [...], su vestido una jerga gruessa a raiz de las
carnes, y un habito tan estrecho que a ser tanto su espiritu lo ahogara, a que añidia un
aspero cilicio, que le tenía magullado el cuerpo y hecho llaga [...] Fue tan honesto, que
ni en el mirar de los ojos fue reprensible”92
Estas cosas las habrán visto no sólo los naturales de la región de Atotonilco y de
Tutotepec, sino, también sus parientes de Huayacocotla, de donde testifica fray Juan de
Grijalva:
“junto a este pueblo (Tutotepec) ay otro llamado Hueyacocotlan donde tambien tomo casa
nuestro Padre Maestro (Alonso de Borja), y estuvo por algunos años, hasta que andado el
tiempo dexo la provincia aquella casa con arto dolor de los Indios”93
Sin embargo, las enseñanzas del padre Borja no duraron mucho tiempo, apenas
unos seis años estuvo yendo y viniendo entre Atotonilco, Huayacocotla y la región de
Tutotepec, pues llegó el momento en que regresó enfermo, y apenas alcanzó a
despedirse de los naturales otomíes de Atotonilco y se encaminó a la ciudad de México,
en donde murió en 1542.
Al año siguiente, en 1543, llegaron otros 9 religiosos de la orden agustina,
procedentes de España, y algunos de ellos se establecieron en la región, sobresaliendo
entre ellos, el fraile Nicolás de Vite o de Witte, mejor conocido en la región como de San
Pablo, quien estableció sus andanzas por los rumbos de la barranca y Vega de Meztitl n.
Como el mismo fray Juan de Grijalva lo menciona, escribía cartas muy cercanas al
mismo Carlos V, e intercedía con las autoridades virreinales a favor de los naturales94, a
quienes “los libro de grandísimas vejaciones que en aquel tiempo se les hazian [sic.]”, por
lo que los naturales le decían el “Noco” que según Grijalva quiere decir “paesano”,
“amigo” y “compañero”.
Fue tanta la influencia de Fray Nicolás de Vite en la región, que se extendía como
se mencionó antes, desde la propia barranca de la Vega de Meztitlán, hasta Tlanchinol y
Molango, en plena Huasteca. Como se puede rastrear en los documentos de archivo,
décadas después, algunos de los naturales principales y caciques de la región adquirieron
su apellido o su nombre completo, como se puede constatar en 1619 con Don Nicolás de
Vite de Tlalchilnoltipac (Tlalchilnol)95 y otros tantos en Meztitlán de los que sólo tenemos el
apellido. Mientras que por otra parte, del lado de Huasca (Huazcazaloya) se encuentra la
antigua Ranchería de la Barranca del Vite, de la que también se tienen documentos96.
Luego por esos mismos rumbos, en la parte baja de la misma barranca, pero del lado que
toca a Acatlán, se localiza la antigua comunidad de San Pablo, de lo que se puede inferir,
que de ahí el que también se le llamara Fray Nicolás de San Pablo. Estas dos
comunidades se localizan al suroeste del sitio de pintura rupestre (La Cueva Pintada) que
se analiza en el siguiente capítulo. Quedando El Vite del otro lado de la barranca, casi en
plena cuesta. San Pablo, en la parte baja, cercano al río que trae aguas del Camarones y
el Meco (de Agua Blanca), que se unen al Rio Grande de Tulancingo que se dirige a la
Vega de Meztitlán. Lugares a los que se puede bajar y cruzar por antiguas “veredas de
chivo” como las llaman los actuales lugareños, por donde tuvo que pasar, seguramente,
en sus largas y extenuantes caminatas fray Alonso de Borja, cuando no cruzaba de
Atotonilco por la parte de Santa Catarina- Los Reyes a Sultepec, por el camino que
conduce a Apulco y la serranía de Tutotepec, para atender espiritualmente a las
comunidades más apartadas del Camino Real. O cuando no, decidiría ir desde los rumbos
de Sultepec a Huayacocotla, directamente; porque todas estas visitas no se podían hacer
en línea recta, necesariamente tuvo que decidir si pasaba a determinado lugar de ida o
de regreso. Agreguémosle a todo esto, que en las temporadas de lluvias, gran parte de
estos ríos de la región eran infranqueables, lo que aprovecharía para dedicarle más
tiempo de una o de otra parte.
Después de la muerte de fray Alonso de Borja, en 1542, las cosas no serían igual,
ni para sus compañeros de la orden, ni para los propios naturales de la región, y en
particular para los de Tutotepec. Como se puede leer en los capítulos 101 y 102 del libro
cinco de la Crónica de la provincia agustiniana del santísimo nombre de Jesús de México,
escrita por fray Esteban García como continuación de la Crónica de Grijalva (1624). En
donde se da noticia del escándalo que suscitó entre los frailes agustinos, el haberse
enterado de la continuidad de las fiestas del antiguo calendario que aún se celebraban en
Tutotepec, acontecimiento que se puede ubicar entre 1627 y 1635. De lo que se puede
resumir en términos generales, que por esos años, en una ocasión, cuando uno de los
frailes agustinos de Tutotepec iba en camino al convento de Xilitlan (actualmente Xilitla,
en la Huasteca potosina), acompañado con un “joven indio otomí”, quien ya entrado en
confianza, ingenuamente le contó al padre agustino todo lo que sabía de la organización
religiosa secreta de los otomíes de Tutotepec. Información que desató de inmediato una
serie de arrestos en contra de los principales sospechosos, quienes fueron castigados
públicamente y enclaustrados durante mucho tiempo para que aprendieran la doctrina
cristiana, misma que se dice, desconocían. Aunado a todo esto, se llevó a cabo la
destrucción de tres oratorios que fueron incendiados. A lo que de acuerdo con fray
Esteban García, hubo algunas reacciones hostiles entre los otomíes más conservadores.
Pues casi de la misma manera en que se le había dicho, un siglo antes, a Fray Alonso de
Borja, sobre los tigres-nahuales que estaban asesinando en “venganza” a algunos de los
propios naturales. Ahora los adivinos anunciaron que las cosechas iban a perderse y que
la iglesia de Tutotepec se caería si no se reanudaban las ceremonias, e incluso si no se
completaban con el sacrificio de un niño.
De lo que se puede inferir por las pocas noticias que nos da este documento, que
la guerra se había desatado, pues se dice que precisamente 15 días después de la
destrucción de los oratorios, “la mitad del techo de la iglesia se derrumbó”, se perdieron
las cosechas, y hubo una epidemia que causó muchos muertos.
El mismo García menciona que años más tarde a este suceso, en 1635, otro fraile
del mismo convento de Tutotepec, cuando iba a visitar a un enfermo de Santa Mónica
Xoconochtla (Tenango), desviándose un poco del camino encontró accidentalmente un
oratorio que contenía diversas cosas, pero lo que más llamó la atención fue una cabeza
de un ídolo de piedra, adornada con plumas y cuentas verdes. En esta ocasión no se
lograron apresar a los sospechosos que le rendían culto, porque se dice, se habían
refugiado en su pueblo de origen; Huayacocotla.
Las cosas son más claras al revisar otros documentos, en los que es evidente que
los frailes agustinos de la región habían perdido el control de “sus conversos”, en primer
lugar, porque ya no existía esa misma entrega y obstinación que tuvieron los primeros
como Borja, Sevilla y Roa. Y en segunda instancia, muchos de estos nuevos frailes,
parecía que ya no estaban interesados en aprender el dificilísimo otomí, ni alguna otra
lengua, lo que era fundamental para ser más eficientes. Y por último, cada día se
sedentarizaban más, saliendo de vez en cuando del convento para dar los últimos
sacramentos a algún moribundo, que debieron ser pocos, no creo que los otomíes más
tradicionalistas les haya importado el recibir este sacramento. Y bueno, también salían
cuando se dirigían a alguna otra visita, ya establecida en determinado punto de las
comunidades, por lo que difícilmente se apartaban del camino. En otras palabras, ya no
se entretenían en buscar entre los montes, las cuevas y las barrancas, lo que se podía
considerar como idolatría. Permitiendo a los naturales otomíes, mexicanos, tepehuas y
totonacos, continuar con gran parte de sus antiguas creencias.
Mientras que esa era la situación de la región, otros problemas se les avecinaban a
los religiosos frailes, a quienes se les presentarían otras personas como enemigos, los
clérigos y los obispos que propugnaban por ganar terreno y secularizar gran parte de los
conventos y casas de visita. Como se deja entrever unos años más tarde, en 1646,
cuando el obispo de Puebla, Juan de Palafox, quien en su tercera visita episcopal, se
adentra por estos rumbos de la sierra, y estando en el pueblo de Acaxochitlán que ya
estaba en manos de un clérigo secular llamado Juan de Landa, fue en donde de
inmediato se mostraron los intentos de los frailes agustinos por evitarlo, a lo que
Palafox nos comenta:
vino fray Pedro de Salazar, religioso agustino [...] a visitarme y persuadirme que eran y
estaban malos los caminos para la sierra, donde ellos tienen sus conventos, de que yo no
me di por entendido, diciendo que a donde Dios me puso las ovejas las había de ir a
buscar97
La iglesia parroquial es grande y buena, su invocación Santa María Magdalena. Los indios
del partido son muchísimos y se juzga que llegan a ocho mil, divididos en más de 40
visitas: lenguas mexicana, otomí cerrada y tepehua y algo de totonaco. Era prior fray Juan
de Alfaro [...] Es la administración más perdida y lastimosa de todas porque, sobre no tener
titulos, que es lo principal, siendo los indios la mayor parte otomites y tepeguas, y los otros
mexicanos, no tienen lengua alguna de estas 98
Pues no era para menos que el Obispo Palafox escribiera ese tipo de comentarios,
se le había querido ocultar que el convento se encontraba “sin lengua”, poniendo a otro
religioso, del que lamentablemente no sabemos su nombre, debido a las malas
condiciones del documento, pues la frase simplemente se queda en; “que era prior actual
de [...]”. Pero como se había mencionado anteriormente, en esa época se estaba
intentando restarle poder a las órdenes religiosas, para secularizar todos los conventos y
visitas con un simple clérigo, por lo que se agrega el documento que:
Este beneficio, si se remueve a los religiosos, es forzoso dividirlo en tres: uno que haga la
cabecera, Tututepec, con diez o doce visitas; otro, San Agustín Tenango, con otras tantas
de tierra fria; otro para los restantes de tierra caliente. Está llena de idolatría; no oyen misa
sino una vez al año. Es gravísimo el escrúpulo que debe causar de ver esto así; avisaré a
Su Santidad.99
Sólo para agregar parte de la trayectoria que siguió por la región el Obispo Juan de
Palafox, se debe mencionar que después de que salió de Tutotepec, pasó a Apulco,
adonde necesariamente tuvo que cruzar el antiguo camino de la Peña del Gato y la
“Vereda”, para seguir hasta Huayacocotla, en busca de Ilamatlan.
Podríamos haber tenido mayor información sobre los agustinos de la región de
Tutotepec, 40 años atrás de lo citado anteriormente, allá por el año de 1606, cuando el
Obispo de Tlaxcala realizó la primera visita para reconocer su jurisdicción, si esté hubiese
llegado al convento de Tutotepec, pero por lo menos nos da un panorama de las
inmediaciones y de los límites en los que habitaban los otomíes serranos con otros
grupos. Llegó a Pantepec (Epantepec, Xalpantepec), del que nos informa que estaba en
manos de religiosos seculares y que es pueblo de varios grupos de naturales:
Es pueblo del Rey de mexicanos, Totonacas y otomies, es pueblo de la Corona y esta muy
acabado, por haberse muerto y huido muchos indios, es doctrina de clerigos, Está vaco
(vacio) el beneficio, esté en él, por ahora por interim el padre Francisco de Rivera, que ni
es lengua de uno ni de otro. Pero, no hayo otro, ni el puesto convida a llamar a nadie, por
00
ser solo, pobre y enfermo.
[...] sólo iba al pueblo a cobrar por unas misas que jamás decía y a los que se le
oponían los azotaba, les quemaba las manos y los pies y les cortaba el cabello; a
algunos incluso los acusó de idolatría, allegándose testimonios de los indios de la
cabecera, que eran sus acérrimos enemigos, y los envió a Puebla a ser juzgados. Fray
Bernardo, por su parte, había hecho prisioneros en Tulancingo a tres indios de Tenango y
los había atado a un palo y azotado durante tres días.102
Se dice que estas quejas fueron confirmadas y aceptadas por los mismos frailes
ante el bachiller Francisco de Linares Urdanivia. Lo que nos confirma que tanto los frailes
como los seculares de esa época tenían en común un mismo interés; los diezmos y los
tributos. De ahí el que se siguieran disputando el territorio. Dejando en pleno descuido
espiritual a los naturales, por una parte, porque de la otra, esto les seguía permitiendo el
que continuasen con sus antiguas creencias.
3.1 Introducción
Después de haber mostrado una breve historia de los antiguos otomíes de la Sierra
Madre Oriental en el anterior capítulo, en este mostraremos uno de sus santuarios
sagrados, que fue utilizado desde antes de la llegada de los españoles, y que
después de ellos ha sido abandonado por más de cuatrocientos años, se trata del
sitio que contiene “las pinturas rupestres de Calabazas”, localizadas en el municipio
de Agua Blanca de Iturbide, Hidalgo. Sitio mejor conocido entre los lugareños como
la Cueva Pintada, nombre que retomaremos en el presente trabajo de investigación.