Brailovsky, D. (2019) La Magia Del Aula
Brailovsky, D. (2019) La Magia Del Aula
Brailovsky, D. (2019) La Magia Del Aula
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imagen determinada y prefijada del otro, de ese supuesto saber acerca del otro, de esos
dispositivos racionales y técnicos que describen y etiquetan al otro”, propios de la mirada
normalizante sobre los demás y que se oponen al cuidado (Skliar, 2008, p. 18). En la
conversación, en tanto práctica de cuidado, tiene lugar cierto efecto del cuidar: la mirada
del otro cambia nuestra propia mirada, la palabra del otro cambia nuestra propia palabra,
el rostro del otro nos obliga a sentirnos responsables éticamente. La conversación, en ese
punto, no se sostiene en el “porque yo lo digo”, sino que se define como un “encuentro
entre dos fragilidades” (Skliar, 2017b, p.173).
La magia del aula, así, es una magia conversacional, que sucede en el tiempo escindido
que la escuela libera. De un modo similar, quizás, a la sanción de un tiempo fuera del
tiempo que tiene lugar cuando jugamos. Hay, de hecho, algo de juego en la conversación
áulica, en el sentido de que los roles se ocupan conforme a reglas preestablecidas a las
que, en el mejor de los casos, nos sometemos gozosamente. En otro lugar había escrito
que la diferencia entre las reglas de la clase y las del juego reside en que las reglas de
juego son “primero libremente aceptadas y luego obligatorias” (Brailovsky, 2011). Y en la
clase pasa al revés: las reglas son primero obligatorias (porque la escuela es obligatoria) y
luego, en el mejor de los casos, voluntariamente aceptadas como código, tácito o explícito,
del encuentro. Y debería agregarse que es posible que el sentido de esa idea dependa de
lo que decidamos que hay adentro de la palabra “obligatorio”.
La conversación del aula es grupal. Incluso si faltan todos los alumnos a clase menos uno,
esa conversación de a dos estará señalando en forma constante la ausencia del resto, los
estará llamando con gestos específicos. Simons y Masschelein afirman: "Solo al dirigirse al
grupo el profesor está obligado, por así decirlo, a estar atento a cualquiera, a todos en
general y a nadie en particular. El profesor habla a un grupo de estudiantes y, al hacerlo,
no habla a nadie de forma individual; no le habla a nadie en concreto y por lo tanto habla a
todos" (Simons y Masschelein, 2014, p. 79).
En este gesto grupal reside, tal vez, parte del carácter público de la conversación del aula,
y también es allí donde se llena de sentido la obligatoriedad escolar: “educación
obligatoria” es una expresión asociada al derecho y a la libertad, antes que a la coerción o
el sometimiento. El carácter obligatorio de asistir a la escuela, como ya hemos señalado,
es un dato progresista en el terreno político, que solo se vuelve conservador en el terreno
didáctico si no se considera la distinción, que hemos analizado aquí, entre las relaciones y
los sistemas, los encuentros singulares y los proyectos políticos. Lo público y lo íntimo
coexisten en la conversación del aula, precisamente porque el grupo comparte una
obligación, un compromiso, un espacio y un tiempo asignado, despejado de todo lo demás,
asumido como propio, por un semestre, por un año, de lunes a viernes, y luego de
concluida la conversación, quizás para siempre.
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La conversación del aula tiene interlocutores reales y vívidos. Se distingue de esa otra
lengua que problematiza Larrosa, que “no se dirige a nadie, que construye un lector o un
oyente totalmente abstracto e impersonal”, esa “lengua sin sujeto que solo puede ser la
lengua de unos sujetos sin lengua” (2004, p. 244). Buscando la lengua en la que se pueda
conversar, se debe poder salir de ese lenguaje normativo, tipificado, de esa lengua
estandarizada “que nadie habla y que nadie escucha, una lengua sin nadie dentro”
(Larrosa, 2004). En el mismo sentido, la conversación plasma la búsqueda de las propias
palabras, y en esa búsqueda las palabras “propias” y las “apropiadas”, las correctas,
pueden enemistarse (Skliar y Brailovsky, 2016).
La conversación del aula es, además y con toda claridad, una ceremonia y un ritual. Sus
pequeñas liturgias, las manos alzadas, las gestualidades típicas, las ínfimas fisuras
estéticas desde las que se transgrede el molde de la clase, en fin, todo ello sugiere la
presencia de una ritualidad latiendo en la conversación áulica. Y los rituales sirven, sobre
todo, para sostener y a la vez interrogar los valores compartidos por una comunidad. Al
realizar rituales transitamos gestos (es decir, acciones, movimientos cargados de sentidos)
para sostenerlos, variarlos, cuestionarlos y, de ese modo, instalar un espacio desde el que
es posible preguntarse, colectivamente, sobre el sentido de estar juntos. La conversación
en el aula ritualiza, no tanto por su contenido, entonces, sino por el tipo de encuentro que
instala entre las personas.
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Pensar el encuentro del aula en términos de una conversación, con todo lo que eso
implica, abre preguntas diferentes de las que sugieren otras formas de conceptualizar la
relación pedagógica (desde la didáctica o las teorías curriculares, por ejemplo) donde se
piensa ese encuentro en términos de dispositivos, diseños o métodos. La palabra adquiere
una densidad que invita a pensar en primer lugar cómo nos sentimos con los otros, qué
produce en nosotros el encuentro, en qué ideas, imágenes y lenguajes se despliega esa
relación y no ya, por ejemplo, cuáles son los contenidos o las unidades del programa. Es,
quizás, otra posición desde la que pensar en los efectos de la enseñanza. Los asuntos
específicos acerca de la enseñanza se resignifican desde sus sentidos situados: ¿cuánto
debe durar la clase?, ¿se debe emplear tal recurso?, ¿conviene organizar el espacio de tal
manera?, ¿hay que hablar en lenguaje inclusivo? Son todas preguntas que, llevadas a la
lógica conversacional, no tienen una respuesta genérica, pues significan cosas distintas en
cada oportunidad.
Para concluir este repaso de notas acerca de la conversación, vale observar que el
espacio de la conversación demanda una serie de renuncias. En primer lugar, por
supuesto, la renuncia a cualquier forma de certeza absoluta, a la verdad cerrada, al punto
de llegada predefinido. Si la conversación es abierta, sus devenires son necesariamente
difusos.