TP Argentina
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López, Juliana; Magallanes, Lourdes; Caballero María
Literatura argentina, 2020, comisión “A”
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López, Juliana; Magallanes, Lourdes; Caballero María
Literatura argentina, 2020, comisión “A”
amo; caballo, bestia. En ese momento del relato es donde comienza a visibilizarse el avance
de la figura animal sobre la humana. Como adelantamos al principio, se va gestando un
estado de rebelión, fruto de la fuerza indomable de lo animal. Es decir, los caballos vuelven a
la animalización, porque se comportan con fiereza al atacar la ciudad, pero adoptan
igualmente una característica antropomórfica: “ los que demolían eran caballos y mulos
herrados que caían a docenas; pero sus filas cerrábanse con encarnizamiento furioso, sin que
la masa pareciera disminuir. Lo peor era que algunos habían conseguido vestir sus bardas de
combate en cuya malla de acero se embotaban los dardos. Otros llevaban jirones de tela
vistosa, otros, collares, y pueriles en su mismo furor, ensayaban inesperados retozos”.
Dentro de la dicotomía entre lo humano y lo animal, es interesante cómo Anaconda se
deja llevar por la naturaleza y desprevenida e indefensa se entrega al hombre. No
desconfiando plenamente del humano, decide quedarse al lado del difunto, y habiendo
pensado en su regreso, todo su plan se ve afectado no solo por el medio que la rodea, sino por
el hombre mismo. En el cuento de Quiroga puede notarse una actitud de Anaconda mucho
más pacífica. En este cuento el antagonismo es más sutil, en tanto no hay un desborde de la
fuerza animal, ni hay enfrentamientos cuerpo a cuerpo. El enfrentamiento en El regreso de
Anaconda es sutil porque es simbólico. Quiroga le da voz a la serpiente, Anaconda se nos
presenta como un animal que no va desarrollando conciencia, sino que ya posee una. La
humanización de Anaconda es evidente desde un primer momento con su nombre en
mayúscula, Anaconda, como cualquier nombre propio, y la enunciación misma de este
personaje. Ella habla, se expresa, el narrador focaliza sobre su conciencia y los lectores
podemos acceder al desarrollo de su plan. Ella es una estratega, se vale de que “el hombre ha
sido, es y será el más cruel enemigo de la selva” para convencer a los demás animales de
seguirla en su plan de cegar el río y alejarse de los hombres, pero al final fracasa.
Nuevamente, la transgresión. Si Anaconda idea un plan para escapar del hombre que invade
su territorio, hacia el final ese plan solo los condujo a ello, y es la selva la que termina
invadiendo el territorio humano. Por otra parte, en Los caballos de Abdera, los animales no
solo están humanizados, sino que además, están divinizados. Esto se ve en sus nombres
(Dinos, Aethon, Ameteo, Xanthos) y también en el reconocimiento y atención casi excesivos
donde se los enaltece, situación que en Anaconda no sucede. Hay una visión mucho más
simple entre ambas partes.
En el cuento de Lugones, en cambio, hay un desarrollo de la racionalidad en los
caballos. En un momento del relato el narrador nos dice que “a son de trompa los convocaban
cuando era menester, y así para el trabajo como para el pienso eran exactísimos”, el autor
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juega con la ambigüedad de la palabra pienso en tanto puede hacer referencia a la acción de
pensar o al alimento que consumen los animales. “Los caballos tenían nombres como
personas”, y además, comienzan a adquirir diferentes actitudes del hombre: quejas, caprichos,
enamoramiento, deseo hacia una mujer, etc. Los caballos aprehenden de los humanos esos
aspectos, no los traen consigo. Anaconda en cambio, trae consigo una doble caracterización.
Por un lado, como cualquier animal, su comportamiento se vale de sus instintos, es
conocedora de su hábitat, sabe que se acercan lluvias, conoce el cauce de los ríos y se vale de
su experiencia: “ella recordaba bien: crecida de 1883; inundación de 1894... Y con los once
años transcurridos sin grandes lluvias, el régimen tropical debía sentir, como ella en las
fauces, sed de diluvio”. Por el otro lado, como ya dijimos, dirige sus acciones a través de una
conciencia humanizada: posee memoria, elabora estrategias, no está migrando, está
escapando, en última instancia lo que sí está desarrollando es una conciencia empírica (de
prueba y error). Otra cosa en la que se diferencian los caballos y los animales de la selva es el
lenguaje. Los caballos entendían a los humanos, se comunicaban entre sí y sin embargo a lo
largo del relato no hay enunciación por parte de ellos, todo lo sabemos a través del narrador.
Anaconda y los demás animales poseen un lenguaje que pertenece al dominio animal, la
interacción con los humanos es nula, no hay comunicación y mucho menos entendimiento
entre uno y otro.
Retomando el tema del territorio, es interesante observar cómo se refleja desde un
nivel territorial la transgresión y el límite de lo natural en ambos cuentos. En Los caballos de
Abdera la humanización de los caballos al comienzo es exaltada e incentivada por los
humanos. Es decir, se comienza a desarrollar una no-distancia entre lo humano y lo animal.
Territorialmente los caballos habitaban los establos y se los dejaba pastar en sus ratos libres.
El punto de quiebre se da cuando “la marea cubrió la playa de pescado muerto como solía
suceder. Los caballos se hartaron de eso, y se los vio regresar al campo suburbano con
lentitud sombría.” Momento que está precedido por algunos hechos de abuso de poder por
parte de los humanos y de sublevación a la autoridad por parte de los caballos. Entonces, son
los animales quienes marcan una separación con la civilización, se distancian de la ciudad,
toman conciencia de “su lugar”, y luego vuelven para destruirla. Los caballos y seres
humanos pasaron de convivir y tener buen trato, a estar los humanos resguardados en una
fortaleza y los caballos preparando el ataque final en el hipódromo. Teniendo en cuenta esto
último, llama la atención que quien salva a los humanos llega desde un tercer lugar, desde “la
alameda que bordeaba la margen del Kossínites”. En Lugones, la fuerza animal es tal, que
sobrepasa las expectativas humanas y supera el poder del hombre, de modo que su única
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salvación proviene de una figura cuasi divina: Hércules. Por el contrario, en Quiroga la boa
no puede ser socorrida, ya es demasiado tarde para volver atrás, y una vez que cruza el "lugar
seguro" es su enemigo el que termina siendo defendido (aunque tarde) puesto que otros
humanos percibieron a Anaconda como una amenaza.
En el cuento de Quiroga, en cambio, existe una separación entre los animales y los
seres humanos, no conviven, los primeros viven en la selva, mientras los segundos están al
sur del río en un pueblo. Si en el cuento de Lugones, los caballos atacan a los humanos por
hartazgo de su dominación, en el cuento de Quiroga, el objetivo de la movilización de los
animales es otro. “Pero ya no iba la boa a su río. Antes, hasta donde alcanzaba la memoria de
sus antepasados, el río había sido suyo. [...] Ahora, no. Un hombre, primero, con su miserable
ansia de ver y cortar había emergido tras el cabo de arena con su larga piragua. Luego otros
hombres, con otros más, cada vez más frecuentes. [...] Y siempre remontando el río, desde el
sur…" Es a partir de esta invasión territorial, de este impedimento de acceso a su propio
hábitat natural que Anaconda propone cegar el río para que los hombres no puedan llegar
hasta la selva. Entonces, Anaconda nunca se plantea confrontar a los humanos, no quiere
invadir el territorio de ellos, solo quiere recuperar su espacio natural. Y la manera en que
decide hacerlo es buscando el resguardo de la misma selva, de la misma fuerza natural que es
tan temida por el hombre. Pero Anaconda transgrede el límite, sin proponérselo se sale de la
selva, llega dónde estaban los hombre y ellos no perdonan esa impertinencia, le disparan por
miedo. También podemos pensar que esa trasgresión se da en un plano simbólico para
Anaconda. Es decir, en el plano de la conciencia. El hombre moribundo aparece como un
presagio. El hecho de que ella lo haya mantenido a resguardo fue percibido por sus pares
como un “mal síntoma”, que luego se replicaría en las acciones finales. La naturaleza de
pronto, fiel a su carácter cíclico e impredecible, pareció conspirar en contra de los planes de
la boa y por ende beneficiar a los humanos: “la inundación estaba vencida. Por vastas que
fueran las cuencas aliadas, y violentos hubieran sido los diluvios, la pasión de la flora había
quemado el brío de la gran crecida. [...] Anaconda no soñaba más. Estaba convencida del
desastre. Sentía, inmediata, la inmensidad en que la inundación iba a diluirse, sin haber
cerrado el río.”
A modo de cierre nos gustaría comentar acerca del carácter alegórico de ambos textos.
En el cuento de Lugones se puede pensar que lo que pervirtió al animal, generando así el caos
fue el humano. Lo cual nos hace pensar que la naturaleza humana es lo que pervierte al
animal. En este sentido, esta idea se refuerza por el hecho de que todas las características que
aprehenden los caballos pueden ser calificadas de viciosas. En ningún momento los caballos
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antropomorfizados son descritos por sus virtudes, la humanización incluso borra cualquier
sentido característico de la raza equina. Con el cuento de Quiroga pasa algo parecido. En este
caso la naturaleza del hombre se presenta como antagónica desde el comienzo, el hombre es
el enemigo, el que trae consigo el daño, la destrucción del hábitat. Quiroga trabaja el texto de
modo tal que el lector empatice con los animales y se genere, al modo de la fábula, un
aprendizaje o reflexión de carácter ético. Sin embargo, el texto adquiere otras dimensiones
más profundas cuando el lector accede a los pensamientos de Anaconda ya que no solo se nos
presentan sus convicciones, sino también sus dudas. Porque algo que caracteriza a este
personaje y que al final la acerca aún más a la condición humana, es que no solo su
pensamiento tiene una lógica que va acorde con el medio ambiente, sino que se siente
interpelada por la condición moribunda del hombre: “bajo la sombra del techo, yacía el
mensú muerto. ¿Podía ser esa muerte más que la resolución final y estéril del ser que ella
había velado? ¿Y nada, nada le quedaría de él?” Es quizás la muerte lo que iguala al hombre
y al animal; el destino de cualquier viaje y cualquier vida.