ARTAUD, Antonin - La Conquista de México

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LA CONQUISTA DE MEXICO Antonin Artaud La Conquista de México pondré en escena acontecimientos presenta- dos bajo sus aspectos multiples y mds reveladores, y no hombres. Los hombres ocuparan su lugar, con sus pasiones y su psicologia personal, pero tomados como armonizacién de ciertas fuerzas, y bajo el angulo de los acontecimientos y la fatalidad histérica en que han desempefiado su papel. Este tema ha sido escogido: 1° Porun lado, a causa de su actualidad, y por todas las alusiones que permite hacer a problemas de interés vital para Europa y para el mundo. Desde el punto de vista histérico, La Conquista de México plantea el problema de la colonizacién. Revive, de manera brutal, implacable, sangrienta, la fatuidad siempre vivaz de Europa. Permite desinflar la idea que ésta tiene de su avasalladora superioridad. Opone el cristianis- mo a religiones mucho mis viejas. Refuta Jas falsas concepciones que ha podido tener el Occidente acerca del paganismo y de ciertas religiones naturales, y subraya de manera patética, abrasadora, el esplendor y la poesia siempre actual del viejo fondo metafisico sobre el que esas reli- giones se levantan. 2° Al plantear el problema terriblemente actual de la colonizacién y del derecho que un continente cree tener para servirse de otro, el [—185—] EL FIN DE LA CONQUISTA espectaculo plantea el problema de la superioridad, real, p ella si, de ciertas razas sobre otras, y muestra la filiacién interna We Vincula Zacién, y del mundo; a) La concepcién dindmica, pero dirigida en el mal sentido, de las razas que se dicen cristianas. el genio de una raza con unas formas precisas de-civili Hace chocar, entonces, dos concepciones de la vida b) La concepcién estatica de las Tazas anteriores, de apariencia contemplativa y maravillosamente jerarquizadas. Opone la tirénica anarquia de los colonizadores a la Profunda ar- monia moral de los futuros colonizados. Y esto a pesar de los sacrificios humanos, que no son en el peor de los casos mas que una infraccién a un principio, y que, si estuvie- ran en la linea verdadera de la civilizacién azteca, deberian ser con- siderados por una vez en lo que tienen de moral y de profundamente purificador. Ademas, frente al desorden de la monarquia europea de la época, basada en los principios materiales mds injustos y més groseros, escla- rece la jerarquia orgdnica de la monarquia azteca, establecida sobre in- discutibles principios espirituales, Desde el punto de vista social, muestra la paz en una sociedad que sabia darle de comer a todo el mundo y en que la Revolucién estaba, desde los origenes, consumada. En ese choque del desorden moral y la anarquia catélica con el orden pagano, puede hacer brotar conflagraciones inauditas de fuerzas y de imagenes, sembradas aqui y alld de dialogos brutales. Y esto a través de luchas de hombre a hombre que llevan en ellos como estigmas las ideas més contradictorias. Una vez subrayados suficientemente el fondo moral yel interés de actualidad de un espectdculo como éste, hay que insistir en el valor es- Pectacular de los conflictos que pondrd en escena, Estan, primero, las luchas interiores de Montezuma, rey astrélogo, sobre cuyos méviles la historia se ha mostrado incapaz de ilustrarnos, Parece que podemos separar en él a dos personajes: —186— LA CONQUISTA DE MEXICO 1° El que obedece, casi santamente, las érdenes del destino, y cumple pasivamente y armado de toda su conciencia la fatalidad que lo liga con los astros. Puede mostrarse casi pictéricamente, objetivamente en todo caso, sus luchas y su discusién simbélica con los mitos visuales de la astrologia. Bello ejemplo de danzas, de pantomimas y de objetivaciones escénicas de todo tipo. 2° El hombre desgarrado que, habiendo realizado los signos exterio- res de un rito, habiendo cumplido el rito de la sumisién, se pregun- ta, en el plano interior, si acaso no se ha equivocado, y se rebela en una especie de confrontacién superior, donde vuelan los fantasmas del ser. Sean cuales sean las certidumbres de un mago, es permisible, por las necesidades de la escena, por la justificacién de la vida y del teatro, hacerlo dudar humanamente. Fuera de Montezuma, en fin, esta la multitud —los ecos varios de la sociedad, la revuelta del pueblo contra el destino, representado por Montezuma, los clamores de los incrédulos, las argucias de los filésofos y los sacerdotes, las lamentaciones de los poetas, la reaccién de los comer- ciantes y los burgueses, la duplicidad y la apatia sexual de las mujeres. El espiritu de las multitudes, el soplo de los acontecimientos se des- plazaran en ondas materiales sobre el espectaculo, fijando aqui y alld cier- tas lineas de fuerza, y en esas ondas y sobre esas ondas la conciencia dis- minuida, rebelde o desesperada de algunos sobrenadara como una paja. Teatralmente, el problema es determinar y armonizar esas lineas de fuerza, concentrarlas y extraer de ellas sugerentes melodias. Esas imagenes, ese movimiento, esas danzas, esos ritos, esas mu- sicas, esas melodias truncas, esos didlogos interrumpidos, seran cui- dadosamente anotados y descritos en lo posible con palabras, y prin- cipalmente en las partes no dialogadas del espectaculo, Teniendo por principio el lograr anotar 0 cifrar, como en un papel pautado, lo que no se describe con palabras. —187— EL FIN DE LA CONQUISTA He aqui la estructura del espectdculo segin el orden en que se de. sarrolla, Acto primero. Los presagios Un cuadro de México a la espera, con sus ciudades, sus campos, sus cavernas de trogloditas, sus ruinas mayas. Objetos que evocan, en grande, ciertos exvotos espajioles y extrafios Paisajes encerrados en botellas o enmarcados por cristales convexos, Por ese principio, las ciudades, los monumentos, los campos, la selva, las ruinas y las cavernas serdn evocados —sus apariciones y des- apariciones, sus puestas en relieve— por la iluminacién, Las maneras musicales 0 pictéricas de subrayar sus formas, de capturar sus aspere- Zas, se construiran con el espiritu de una melodfa secreta, invisible al es- pectador y correspondiente ala inspiracién de una poesta sobrecargada de soplos y de sugerencias. Todo eso tiembla, gime como un escaparate anormalmente traque- teado. Un paisaje que siente venir la tempestad: objetos, musicas, telas, ropas perdidas, sombras de caballos salvajes cruzan el aire como meteo- ros lejanos, como el rayo sobre un horizonte lleno de espejismos, como el viento, vehemente, se inclina a ras de suelo en un resplandor que presagia Iluvias o seres. Luego, la iluminacién entera se pone a bailar; a las conversaciones estridentes, a las disputas de todos los ecos de la poblacién, responden las confrontaciones mudas, absortas, deprimidas, de Montezuma con sus sacerdotes reunidos en colegio, con los signos del zodiaco, las formas severas del firmamento. Del lado de Cortez,' una puesta en escena de mares y carabelas agitadas y diminutas, y Cortez y sus hombres mas grandes que ellas y firmes como rocas. Conservo, como en los otros nombres propios y en la maytiscula para Conquista, la escritura de Artaud. —188— LA CONQUISTA DE MEXICO ‘Acto segundo. Confesion México, visto ahora por Cortez. Silencio sobre todas sus luchas secretas, estancamiento aparente y sobre todo magia, magia de un espectaculo inmévil, inaudito, con ciu- dades como murallas de luz, palacios sobre canales de agua estancada, una pesada melodia. Luego, de golpe, en un solo tono agudo y directo, cabezas coronan las murallas. Luego, un sordo rugido lleno de amenazas, una impresién de terri- ble solemnidad, de agujeros en las multitudes como bolsas de calma en elaire abrasado por la tempestad: aparicién de Montezuma que avanza solo frente a Cortez. Acto tercero. Las convulsiones En todos los planos del pais, revuelta. En todos los estratos de la conciencia de Montezuma, revuelta. Paisaje de batalla en el espfritu de Montezuma que discute con el destino. Magia, puesta en escena magica de evocacién de los dioses. Montezuma corta el espacio verdadero, lo parte en dos como un sexo de mujer para hacer brotar de él lo invisible. La muralla de la escena se inunda desordenadamente de cabezas, de gargantas; melodfas fisuradas, extrafiamente mutiladas, respuestas a esas melodias aparecen como mufiones. Montezuma mismo parece cortado en dos, se desdobla; con jirones de si mismo iluminados a me- dias y otros que enceguecen de luz; con multiples manos surgiendo de sus vestiduras; con miradas pintadas en el cuerpo como una miltiple toma de conciencia. Pero del interior de la conciencia de Montezuma todas las preguntas pasan a la muchedumbre. El Zodiaco, que rugia con todas sus bestias en la cabeza de Mon- tezuma, se transforma en una muchedumbre de pasiones humanas en- —189— EL FIN DE LA CONQUISTA carnadas por cabezas sabias y extremadamente brillantes en argucias, de charlatanes oficiales —de Piezas secretas que la multitud, a pesar de las circunstancias, no se olvida de escarnecer a su paso, Sin embargo, los verdaderos guerreros hacen bramar sus sables, los afilan en las azoteas, Bajeles volantes atraviesan un Pacifico de indigo violdceo, sobrecargados con los tesoros de los fugitivos, yen compensa- cin, armas de contrabando llegan en otros bajeles volantes, Un demacrado come Sopa a toda velocidad, sintiendo aproximarse el sitio a la ciudad, y cuando estalla la revuelta, el espacio escénico se convierte en una especie de mosaico aullante en el que hombres 0 tropas compactas, en unidades pegadas miembro a miembro, chocan frenética- mente. El espacio se cubre, en todasu altura, de gestos cambiantes, Tostros horribles, ojos rabiosos, Puitos cerrados, crines, corazas, y de todos los niveles del escenario caen miembros, corazas, cabezas, vientres, como un granizo cuyo bombardeo toca la tierra con explosiones sobrenaturales, Acto cuarto. La Abdicacién Pero la abdicacién de Montezuma produce, como Teaccién, una pér- dida extrafia y casi maléfica de seguridad por parte de Cortez y de sus guerreros. Una turbulencia concreta sube de los tesoros descubiertos, surgidos como ilusiones en los rincones del escenario. (Esto se conse- guird gracias a multiples juegos de espejos.) Luces, sonidos parecen fundirse, se adelgazan, se hinchan y se es- trellan como frutos acuosos que se aplastaran contra el suelo, Parejas extrafias aparecen, el Espanol sobre la India, horriblemente hinchados, inflamados y negros, balanceandose como carretas que mostraran su vientre. Varios Hernan Cortez entran al mismo tiempo, sefial de que ya no hay jefe. Aqui y alld, los indios masacran espafioles, mientras, ante una estatua cuya cabeza gira con la miisica, Cortez, balanceando los brazos, parece sofiar, Traiciones Permanecen impunes, germinan for- mas que nunca sobrepasan una cierta altura en elaire. —190— LA CONQUISTA DE MEXICO Esa turbulencia y el comienzo de una Tevuelta de los vencidos se manifestaran de diez mil maneras. Y en esa caida, esa mengua de la fuerza brutal que se agota, sin tener ya nada més que devorar, se dibu- jaré el primer indicio de una novela pasional. Caidas las armas, aparecen los sentimientos de lujo. No las pa- siones dramaticas de tantas batallas, sino sentimientos calculados, un drama sabiamente urdido, donde se manifestar4, por primera vez en el espectaculo, la cabeza de una mujer. Y como consecuencia de todo esto, es también el tiempo de los miasmas, de las enfermedades. En todos los planos de la expresion aparecen como floraciones sor- das, sonidos, palabras, flores venenosas que estallan a ras de tierra. Y al mismo tiempo, un soplo religioso curva las cabezas, sonidos temibles Parecen berrear, cortados de golpe como las caprichosas florituras del ‘mar en una vasta extensién de arena, de un farallén despedazado en pe- fiascos. Son los funerales de Montezuma. Ruido de Pasos, murmullos. La turba de indigenas cuyos pasos suenan como mandibulas de escor- pidn. Y luego, remolinos frente a los miasmas, cabezas enormes con las narices hinchadas por los olores —y nada mas que Espafioles inmensos Pero con muletas. Y como un maremoto, como el estallido repentino de una tormenta, como el azote de la lluvia sobre el mar, la revuelta que arrastra a toda la multitud a montones con el cuerpo de Montezuma muerto, balancedndose sobre las cabezas como un navio. Y los espas- mos bruscos de la batalla, la espuma de las cabezas de los Espafioles acosados que se aplastan como sangre sobre las murallas verdecidas. —191—

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