El Magisterio Pontificio Ordinario, Lugar Teológico - Dom Paul Nau

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El Magisterio pontificio

ordinario, lugar teológico


por

Dom Paul Ñau, O, S. B.


EL MAGISTERIO PONTIFICIO ORDINARIO, LUGAR
TEOLOGICO

En la conclusión de su obra, que se ha hecho clásica, sobre


La doctrine social de YEglise (París, Bonne Presse, 1957), Mon-
señor Güerry no ha creído inútil llamar la atención sobre la impor-
tancia del Magisterio ordinario, al que. pertenecen normalmente
"las Encíclicas, alocuciones, cartas, de las que el Papa ha dicho
que son los documentos en que se encuentra principalmente la
doctrina social de la Iglesia" (pág. 172). "Hay allí —añade el
Arzobispo de Cambray—- una verdadera regla de fe que requiere
la adhesión de los fieles, pudiendo ir del simple respeto a un ver-
dadero acto de fe" (ibid.).
Para poder discernir el grado en que se compromete la auto-
ridad del Soberano Pontífice en esos diversos documentos, como
el de la adhesión que les es debida, Mons. Guerry ha creído con-
veniente (pág. 171, nota 264) remitir a un artículo aparecido en
1956, en la Revue thomiste (págs. 389-412), que reproducimos a
continuación (*).
* * *

Desde el Concilio Vaticano, un católico no podrá dudar ya


de la autoridad que debe reconocer a los juicios dogmáticos pro-
nunciados por el Soberano Pontífice: su infalibilidad ha sido so-
lemnemente definida en la Constitución Pastor aeternus (1).

•(*) Sobre este mismo tema, el R. P. Joaquín Salaverri, S. J., catedrá-


tico dé la Pontificia Universidad de Comillas, ha escrito un magistral trabajo
titulado: El valor de las encíclicas pontificias a la tuz de la Humani generis
y leído en la XI Semana de Teología Española.
(1) -Docemus et dizñniíus revelatum dogma esse definimus: Romanum
Pontificem, cuín ex cathedra loauitur, id est, cum omnium christianorum

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Pero las definiciones son relativamente raras; los documentos


pontificios ante los cuales el cristiano de hoy se encuentra más a
menudo son las Enclíclicas, alocuciones, radiomensajes, que pro-
ceden normalmente del Magisterio de la enseñanza ordinaria. A
su respecto, por desgracia, siguen siendo posibles las confusiones,
que se producen, ¡ ay!, demasiado a menudo. El R. P. Labourdette,
hace algún tiempo, lo recordaba aquí mismo: "De lo que han
aprendido concerniente a la infalibilidad personal del Soberano
Pontífice en el ejercicio solemne y extraordinario de su poder de
enseñar, muchos han guardado ideas simplistas... Para los unos,
toda palabra del Pontífice Supremo tendría, en cierto modo, el
valor de una enseñanza infalible, requiriendo el asentimiento abso-
luto de la Fe teologal; para otros, los actos que no se presenten
con las condiciones manifiestas de una definición ex cathedra (desde
lo alto de su cátedra) parecerán no tener otra autoridad que la
de un doctor privado" (2).
Tales reflexiones merecen recogerse por un doble motivo. In-

Pastoris et doctoris muñere fungens, pro suprema sua Apostólica auctori-


tate doctrinam de ftde vel moribus ab universa Hcclesia tenendam definit,
per assistentiam divinmn ipsi in beato Pe tro promissam, ea infallibüitate
pollere, qua Divínus Redemptor Bcclesiam suam in definienda doctrina de
fide vel moribús instructam esse volidt; ideo ejusmodi definitiúnes, ex sese,
non autem ex consensu Bcclesiae, irrejormábiles esse.
(Ensenamos y definimos como dogma divinamente revelado, que cuando
el Romano Pontífice habla ex cathedra, esto es, usando de su prerrogativa
de doctor y pastor de todos los cristianos, y por su suprema autoridad apos-
tólica define la doctrina que en materia de fe y de costumbres debe ser
sostenida por toda la Iglesia, goza, por la asistencia divina que le fue pro-
metida a San Pedro para todos sus sucesores, de esa infalibilidad con la
que el Divino Redentor quiere que esté dotada su Iglesia al definir una
doctrina concerniente a la fe o a las costumbres; por esto, tales definiciones
son irreformables por sí mismas, no por el consentimiento de la Iglesia.)
' Constitución apostólica Pastor aeternus, en Acta et decreta sacr. concil.
recent. Collectio lacensis, t. VII, Friburgo de Brisgovia, 1890 (que desig-
naremos en lo sucesivo por la sigla CE), c. 487, b.
(2) Revue Thomiste (que designaremos én lo sucesivo pór la sigla RT),
LIV, 1954, pág. 196, recensión de la colección "Ees Enseignements pon-
tificaux).

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dican primeramente el error fundamental que impide a los fieles


captar la verdadera naturaleza del Magisterio ordinario. Es la
confusión entre la autoridad y la forma de una enseñanza. Si sólo
se impusieran a los fieles los juicios pronunciados ex caíhedra por
el Soberano Pontífice, todas aquellas intervenciones doctrinales
suyas que no llenasen las condiciones exigidas para esta solemni-
dad, no podrían ser consideradas sino como actos del Papa obrando
como persona privada. Entre estos últimos y los juicios solemnes
no quedaría ningún lugar para una enseñanza auténtica, cuyas
diversas expresiones no estarían todas igualmente garantizadas.
Ante una perspectiva semejante, es la noción misma del Magis-
terio Ordinario la que llega a ser inconcebible.
De semejante confusión, el P. Labourdette subraya también
muy felizmente la causa: Ideas demasiado simplistas sobre la infa-
libilidad personal. Sugiere también, por ello, el remedio: Esas
simplificaciones abusivas no pueden proceder más que de una lec-
tura demasiado rápida de los textos del Concilio Vaticano en los
que se inscribe la célebre definición de la infalibilidad. Se impone
una lectura atenta. Quizá podamos responder al deseo del artícu-
lo citado, proporcionando los principios de una pertinente utiliza-
ción, como lugar teológico, del Magisterio Pontificio Ordinario.

* * *

EL CONCILIO VATICANO I Y LA ENSEÑANZA


ORDINARIA DEL SOBERANO PONTIFICE

Antes de examinar el pensamiento del Concilio sobre el Ma-


gisterio Ordinario del Papa, no será inútil situar esta doctrina en
su doble contexto, releyendo los pasajes de las actas conciliares
relativos a la función del Magisterio de la Iglesia y a sus diversos
modos de expresión.

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EL PAPEL DEL MAGISTERIO ECLESIASTICO

La primera precisión que podemos leer en los textos del Con-


cilio es la que concierne a la función exacta del Magisterio Ecle-
siástico.
La reciente proclamación del dogma de la Asunción de Nues-
tra Señora ha permitido observar qué equívocos, incluso entre los
católicos, eran todavía posibles sobre ese punto. Muchos espíritus
se han asombrado de esta nueva definición, como si hubiera sido
la primera revelación de una doctrina hasta ahora extraña a la
Fe y que permaneció desconocida durante cerca de veinte siglos.
El Concilio Vaticano había cuidado, sin embargo, de recordar
la razón de ser de la asistencia carismàtica (asistencia divina que
se manifiesta por un don excepcional, visible a los otros fieles)
prometida a los sucesores de San Pedro :

Ñeque Petri succesoribus Spiritus Sanctus promis-


sus est, ut eo revelante novam doctrinam patejacerent,
sed ut eo assistente traditam per Apostolos revelatio-
nem seu fidei depositum sánete custodirent et fideliter
exponerent (3).
(Pues, a la verdad, no se prometió a los sucesores
de San Pedro el Espíritu Santo para que publicasen
una nueva doctrina según sus revelaciones, sino para
que, con Su asistencia, guarden santamente y expon-
gan fielmente la revelación transmitida por los Após-
toles, esto es, el depósito de la Fe.)
Ninguna revelación nueva es, en efecto, de esperar después
de la muerte de los Apóstoles, testigos inmediatos de Cristo y
primeros depositarios de la totalidad del depósito revelado. La
Doctrina que han recibido del Maestro alimentará sola, hasta el
fin de los tiempos, la Fe divina de los creyentes (4).

(3) CL, c. 486, c.


(4) Declar aliones doctrinales ... enuntiant veritatem, qua e est et qua e,
semper fuit, non autem cremi veritatem, F. Hourth, S. J. Commeni. Const.

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El fiel no debe tener otro cuidado que conocer exactamente,


para poder adherirse a ella, esa misma que han creído los Após-
toles (5). Pero, para que pueda abrazarla por su fe, es preciso que
la doctrina de los Apóstoles le sea, a través de los siglos, hecha
presente. Al contrario del Protestantismo, que no espera ese ser-
vicio más que de la sola letra de los Escritos Apostólicos, es a la
enseñanza de los sucesores de los Apóstoles, y singularmente del
sucesor de Pedro, a la que el católico pide la conservación y pre-
sentación del depósito de la Fe (6).
"Guardar inviolablemente, sánete custodirent, el depósito reve-
lado" no significará para los miembros de la Jerarquía docente
esconderlo en la tierra como el talento del Evangelio. Será, por
el contrario, "entregarlo", tradere, a la Iglesia, y, de ese modo,
transmitirlo", tradere, a la generación siguiente y a sus propios
sucesores (7). Estos, al beber en él para entregarlo a su vez, no
harán más que añadir un nuevo eslabón a la cadena ininterrum-
pida que une en toda época la Fe de la Iglesia a los primeros
discípulos de Cristo.
"Exponer fielmente, jideliter exponer ent, la doctrina". No
se tratará aquí tampoco de una proposición puramente material,
sino de una exposición que llevará consigo las explicaciones y des-
arrollos necesarios para defender contra toda deformación y expli-
citar, sin traicionar jamás la Verdad revelada, la formulación
del dogma.

Sacramentmn Ordints, en Periodica, 1948, pág. 38. ("Las declaraciones doc-


trinales ... enuncian la Verdad, que es, que siempre ha sido; no crean la
Verdad".)
(5) Cf. J. Bainvel, Art. Apotres, D. T. C. I-, c. 658. Sto. Tomás de
Aquino, 5*. Th.Á 1.a 2ae, q. 94, a. 3; q, 106, a. 4; 2* 2ae, q. 1, a. 7; q. 175,
a. 6. Informe de Mons, Gasser al Concilio Vaticano, 11 de julio de 1870,
CL c. 389. Congar, Vraie et fausse réforme dans l'Eglise, Paris, 1950,
pág. 75.
(6) Cf. J. Daniélou, Réponse à Oscar Cullmann, en Dieu vivant, 24,
págs. 105 y sigs.
(7) Cf. M. L. Guerard des Lauriers, Dimensions de la Poi, t. I, París,
1950, pág. 298.

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PAUL

ÑAU, O. S. B.

Esta perspectiva que varios siglos de influencia protestante


han gradualmente dejado difuminar, es, sin embargo, de aquellas
que pueden invocar en su favor las más venerables tradiciones.
En un capítulo célebre de Contra haersses (&), San Ireneo busca
el criterio que permite discernir de las doctrinas heréticas la que
debe retener la fe del verdadero fiel, como aportándole sin desvia-
ción la enseñanza misma de los Apóstoles. La regla de fe, responde,
es la enseñanza actual de los obispos, que una sucesión legítima
sobre las sedes apostólicas une, sin discontinuidad, a los discípulos
inmediatos de Cristo. Es a esta legítima sucesión , a la que está
unido el carisma de fiel transmisión del depósito revelado.
Y como tal investigación, señala el Obispo de Lyon, no dejaría
de ser larga e incluso imposible para muchos si fuera preciso
extenderla a todas las sedes que invocan en su favor un origen
apostólico, puede, gracias a Dios, ser considerablemente simplifi-
cada. Reducida a una soía sede, a la que se glorifica con la sucesión
del Príncipe de los Apóstoles, tal investigación presenta además
las mismas garantías. Gracias a su potentiorem principalitatem (9),
la Iglesia de Roma puede responder por sí sola de la fe de toda
la Iglesia (10).

DIVERSOS MODOS DE PRESENTACION


DE LA REGLA DE FE

No tenemos por qué detenernos en ese texto de San Ireneo

(8) Lib. III, 3, 2.


(9) Sobre el sentido que se debe dar a esta expresión, ver H. Holstein,
Propter potentiorem principalitatem (San Ireno, Adversus haereses, III,
3, 2), en S. R. S. XXXVI, 1949, pág. 129 y sig. —Potentiorem principa-
litatem^- por su importancia mayor.
(10) Cf. Ibié.t El papel de la Iglesia romana ha sido reconocido por
los mismos galicanos: "Es privilegio de la Iglesia romana, privilegio que
ninguna otra Iglesia particular posee, el poder por sí sola representar a
la Iglesia universal", decía Pierre d'Ailly, citado por A. G. Martimort,
Le Gallicanisme de Bossuet, París, 1953, pág. 29.

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que, desde hace algunos años sobre todo, ha sido objeto de nume-
rosos y sabios comentarios (11), ni por qué buscar en el correr de
los tiempos los testimonios del pensamiento de la Iglesia sobre
el papel del Magisterio. Más bien precisamos volver al Concilio
Vaticano para preguntarle qué modos puede revestir la formula-
ción, por los sucesores de los Apóstoles, del depósito revelado.
Fue al definir la regla de Fe, cuando la Constitución Dei Filius
(El Hijo de Dios) tuvo ocasión de precisar el doble procedimiento
de exposición doctrinal, al que corresponde, para el fiel, la obliga-
ción de creer en la verdad presentada en nombre dé Dios :

Porro fide divina et catholica ea omnia credenda


sunt, quae in verbo Dei scripto vsl iradito continentur,
et ab Ecclesiae sive solemni judicio sive ordinario et
universali magisterio tamquam divinitus revelata cre-
denda proponuntur (12).

(Se debe, pues, creer, como siendo de fe divina y


católica, todo lo que está contenido en la Palabra de
de Dios, ya sea transmitida por escrito o por tradición
(transmisión oral), y que la Iglesia propone para creer
como divinamente revelado, ya lo proponga por un
juicio solemne o por enseñanza ordinaria y universal.)

El modo de presentación del depósito revelado es doble. Pue-


de consistir en un juicio solemne, rodeado de las garantías necesa-
rias para protegerle contra todo equívoco, y que, por sí solo, pro-
nuncia definitiva e infaliblemente sobre el objeto de la Fe.
Pero este modo de presentación, llamado a veces Magisterio

(11) Además del artículo de H. Holstein, que acaba de ser citado, se


pueden ver: R. Jacquin, Le témoignage de saint Irénée sur fEglise de
Rome, en VAnnée théologique, IX, 1948, págs. 95 y sigs. ; G. Mormann,
A propos dé Irenaéus, Adv. Haer., III, 3, 7, en Vigiliae christiane, III,
1949, págs. 57 y sigs. ; R. Jacquin, Comment comprendre "ab his qui sunt
undique" dans le texte de saint Irénée sur l'Eglise de Rome, en Revue Sr,
XXIV, 1950, págs. 72 y sigs. ; F. Sagnard, O. P., Irénée de Lyon, Contre
les Hérésies, livre III, "Sources chrétiennes", 34, Paris-Lyon, 1952.
(12) CL, c. 252, bc.

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extraordinario, es sólo excepcional. La mayor parte de las veces


viene a responder a un error, a poner fin a una controversia (13),
a menos que no pretenda evitar por anticipado toda posible duda
pronunciándose solemnemente sobre una verdad ya admitida, para
hacer de ella un dogma de fe.
Lo más frecuente es que las verdades a creer no estén propues-
tas más que por el Magisterio ordinario (14) de la Iglesia. ESTE
NO CONSISTE YA EN UNA PROPOSICION AISLADA,
PRONUNCIANDOSE IRREVOCABLEMENTE SOBRE LA
FE Y GARANTIZANDO ESA PROPOSICION, SINO EN
EL CONJUNTO DE LOS ACTOS QUE PUEDEN CON-
CURRIR A COMUNICAR UNA ENSEÑANZA. Es el pro-
cedimiento normal de la tradición en el sentido exacto del tér-
mino (15); fue el único que conocieron prácticamente los prime-
ros siglos y es todavía el que alcanza más generalmente al con-
junto de los cristianos.
El Magisterio ordinario, lo mismo que el juicio solemne, exi-

(13) Non pro vertíate cognoscenda erant necessariae synodi generales,


sed ad errores reprimendas. CL, c. 397 B. (Los sínodos generales no eran
necesarios para conocer la verdad, sino para reprimir los errores.) "El
uso del Magisterio extraordinario ... no añade nada nuevo a la suma de
las verdades contenidas, al menos implícitamente, en la Revelación que Dios
ha confiado en depósito a la Iglesia; pues, o bien proclama lo que hasta
ese momento podía parecer obscuro a algunos espíritus, o bien crea una
obligación de la Fe sobre un punto que anteriormente podía ser objeto de
alguna discusión". Pío XI, Encíc. Mortalium ánimos, de 6 de enero de
1928. El R. P. de Lubac, en Catholicisine, París, 1938, pág. 241, señala
también ese carácter "ocasional, fragmentario y frecuentemente más nega-
tivo que positivo".
(14) Hoc emm modo (la exposición de la doctrina per se spectata)
confine tur in ordinaria et continua professione et praedicatione ecclesias-
tica. (Este modo de exposición (de la doctrina contemplada en sí misma)
es el que se encuentra en la profesión eclesiástica ordinaria y permanente.)
J.-B. Franzelin, Ponencia al Concilio Vaticano sobre el proyecto de cons-
titución dogmática: CL, c. 1611.
(15) Cf. M. L. Guerard des Lauriers, Op. cit., I, pág. 298.

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gen igualmente la Fe para la doctrina que proponen, puesto que


ambos pueden preservarla de todo error. Sin esta certeza, en efec-
to, nadie podría estar obligado a acordar su fe con aquélla, es de-
cir, a adherirse a esa doctrina fundándose en la autoridad de la
Verdad primera (16). Desde el punto de vista de la obligación de
creer, esos dos modos de exposición nos son presentados por el
Concilio como equivalentes (17).

PARIDAD ENTRE LA ENSEÑANZA DE LA SANTA


SEDE Y LA DE LA IGLESIA

¿ Subsiste esta equivalencia cuando ya no se trata del magis-


terio de la Iglesia universal, al que directamente se refiere el texto
conciliar, sino del magisterio del solo Soberano Pontífice ? Este
punto, objeto preciso de nuestra investigación, deberá detenernos
un poco más.

Por el juicio solemne.

Hasta el Concilio Vaticano, la infalibilidad del juicio solem-


ne pronunciado por el Papa fuera de un concilio ha sido, como se
sabe, objeto de largas y dolorosas controversias. Los partidarios

(16) Cf. ibid., t. II, pág. 151, nota (661).


(17) Al menos, desde el punto de vista de la obligación moral de creer.
Nadie, en efecto, puede rehusar su fe a lo que es ciertamente revelado;
pero es ciertamente revelado, no sólo lo que está definido como tal, sino
todo lo que está manifiestamente enseñado como revelado por el Magisterio
ordinario de la Iglesia. La nota teológica de herejía —según H. Denzinger,
Enchiridion symbolorwm, 1921, pág. 7, Prefacio, y B. H. Merkelbach, en
Angelicum, t. VII, 1930, pág. 526— debe ser aplicada, no solamente a la
contradictoria de una verdad definida, sino a la de una verdad claramente
propuesta por el Magisterio ordinario. Cf. igualmente, Código de Derecho
Canónico, cánones 1323 y 1325.
A esta obligación moral, el juicio solemne añade una obligación jurídica,
fundamento de las penas eclesiásticas impuestas por la Iglesia contra los
infractores. Esas penas no podrán ser impuestas más que si se encuentran

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del galicanismo admitían gustosos la infalibilidad de la Sede de


Roma —Sedes—, de la serie de Papas, pero no la de cada uno
de ellos—Sedens—. (Sedes —la sede del Papado, por oposición
a Sedens— el Papa que reina actualmente.) Según ellos, un juicio
aislado dado por el Soberano Pontífice no sería irreformable, es
decir, asegurado contra todo error, sino después de su aceptación
por la Iglesia (18).
La Constitución Pastor aeternus, al definir la infalibilidad per-
sonal del Papa, ha puesto término a estos extravíos (errements)-
Ella ha precisado que las definiciones o juicios solemnes dados ex
catkedra por el Soberano Pontífice gozan de la misma infalibilidad
que los dados por un Concilio (19); añadiendo que esas definicio-
nes pontificias tienen ese carácter por sí mismas, "ex sese, non
autem ex consensu Ecclesiae" (por sí mismas, no en virtud de un
consentimiento prestado por la Iglesia). . >

En la enseñanza ordinaria.

Por una extraña inversión, mientras que la infalibilidad per-


sonal del Papa en el juicio solemne, tan largo tiempo discutida,
era definitivamente colocada fuera de toda controversia, es la auto-

realizadas las condiciones puestas por el Derecho. Pero la obligación de


conciencia puede permanecer, aunque esas condiciones no se den. Sobre la
utilidad de las definiciones, Cf. mpra, nota 1.
{18) Se podrá consultar: V. Martin, Les origines du gallicanisme,
París, 1939, y A. G. Martimort, Op. cit., pág. 556 y passim.
(19) Ua infallibiUtate pollere, gua... Bcclesiam suant in definiendo
doctrina de fide vel moribus instructam esse voluit. (El Soberano Pontí-
fice goza de la infalibilidad que el Divino Redentor quiso para Su Iglesia
cuando define Tina doctrina concerniente a la fe o a las costumbres.) Const
Pastor aeternm, C. IV, CL, c. 487, b. Cf. informe de Mons. Gasser: Qtmm
de infallibiUtate Swmmi Pontificis in definiendis veritatibus idem omnino
dicendum sit quod de infallibiUtate definientis Ecclesiae, CE, c. 415. (De la
infalibilidad del Sumo Pontífice cuando define una verdad, debe decirse
exactamente lo mismo que se dice de la Iglesia cuando ésta define una
verdad.)

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rielad del Magisterio ordinario de la Iglesia Romana la que pa-


rece a veces perderse de vista.
Todo sucede —el hecho no es, por otra parte, inaudito en la
historia de las doctrinas (20)— como si el resplandor mismo de la
definición vaticana hubiera relegado a la sombra la verdad hasta
ese momento umversalmente reconocida; digamos más, como si la
definición de la infalibilidad del juicio solemne hiciera en lo su-
cesivo de éste el modo único, para el Soberano Pontífice, de pre-
sentar la regla de Fe (21).
Como sí la equivalencia entre la autoridad doctrinal del Papa
• la de la Iglesia no se verificara más que en el solo Magisterio

(20) Cf. H. de Lubac, Op. cit., pág. 239. Por ejemplo, el sacramento
como signo momentáneamente dejado en la sombra en provecho de la
causalidad, como consecuencia de la condenación de los protestantes, que
negaban esta última.
(21) Se comprende fácilmente cómo ha podido introducirse ese. desli-
zamiento de perspectiva : desde 1870, los manuales de Teología han tomado
por enunciado de sus tesis los textos mismos del Concilio. Como ninguno
de éstos trataba in recto de la enseñanza ordinaria del solo Soberano Pontí-
fice, ésta poco, a poco se ha perdido de vista y toda la enseñanza pontificia
ha parecido quedar reducida a las solas definiciones ex cathedra. Además,
estando enteramente atraída la atención sobre éstas, se ha habituado a no
considerar las intervenciones doctrinales de la Santa Sede más que en la
Bola perspectiva del juicio solemne: la de un juicio que debe por sí solo
aportar a la doctrina todas las garantías requeridas. En esta perspectiva
era imposible captar la verdadera naturaleza del Magisterio ordinario. Esta
perspectiva permanece siendo la de más de un autor. Es también, como
lo hace presentir el título mismo de la obra, la de Choupin, Valeur des
décisions doctrinales et disciplinaires du Saint-Siège, París, 1913, que toda-
vía recientemente se nos ha presentado como "la mejor obra sobre ese difí-
cil tema", según A. de Soras, en la Revue de F Action populaire, LXXIII,
1953, pág. 893, n. 2.

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solemne (22). Sólo el estudio de los textos conciliares nos po-


drá informar acerca del acierto de tal interpretación (23).

LA ENSEÑANZA DEL VATICANO I

A decir verdad, uno se queda asombrado, en el primer intento,


por la discreción del Concilio con respecto al Magisterio Pontificio
ordinario.
En la Constitución Dei Filius, en la que se encuentra el tér-
mino de "Magisterio ordinario", esta expresión se halla comple-
tada por el epíteto "y universal", que parece prohibir extender el
alcance de la definición al Magisterio del solo Soberano Pon-
tífice.
La Constitución Pastor aeternus, que define en términos preci-
sos la infalibilidad pontificia, emplea términos que limitan estric-

(22) Es preciso notar que esta equivalencia no debe ser concebida como
si se estableciera entre miembros adecuadamente distintos. La Iglesia uni-
versal no es verdaderamente tal sino en tanto incluye a su jefe visible. Una
condición es requerida para la ecwmenicidad de un concilio: la presencia
del Papa o de sus legados, o, al menos, la aprobación del Soberano Pontí-
fice. Lo mismo sucede en el caso del Magisterio ordinario, en el cual el
Papa, para decirlo con las palabras con que San Teodoro Studita se refe-
ría a San Pedro (Bpísi. II ad Michaelem imperatorenu), tiene el papel de
"corifeo del coro" (maestro del coro, el que guiaba al coro en las tragedias
antiguas) de los obispos. La equivalencia no puede ser, pues, establecida
más qüe entre el coro completo del Episcopado, consensio totius magis-
terii Ecclesiae unitae cum capile suo (el consentimiento de toda la Iglesia
unida a su cabeza) (CL, c. 404), y la enseñanza del solo sucesor de Pedro,
considerado separadamente como la "piedra de toque de la ortodoxia". Cf.
Holstein, loe. cit.
(23) Nos contentamos con resumir en el apartado que sigue la parte
del artículo de Dom Ñau que trata sobre la enseñanza del primer Concilio
Vaticano. En efecto; el mismo autor ha tratado nuevamente este tema,
fundándolo sobre bases mucho más amplias, en un artículo reciente al que
nos complacemos de poder remitir a nuestros lectores: P. Ñau, Le Magis-
tére pontifical ordinaire au premier Concite du Vatican, en Revue thomiste,
1962, III, págs. 341-397.

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támente los casos en que se verifican las condiciones de un juicio


solemne:
El Papa debe hablar como pastor y doctor supremo de toda la
Iglesia;
Debe obrar con la plenitud de su autoridad;
Debe, en fin, expresar claramente que pretende imponer como
revelada, una doctrina concerniente a la Fe y a las costumbres (24).
Si estas condiciones no se llenan, no se puede hablar de defi-
niciones, ni, por tanto, considerar el juicio pontificio como por
sí solo infalible e irrefutable.
Pero una cosa es limitar los casos en los que se pueden verificar
las condiciones de un juicio sohmne, y otra cosa limitar al solo jui-
cio solemne los modos auténticos de presentación de la regla de
Fe por el Soberano Pontífice. Una cosa, imponer como objeto
de Fe todo lo que es enseñado como revelado por el Magisterio or-
dinario y universal, y otra cosa limitar a eso la obligación de
creer (25).
Estos límites no han sido fijados por ninguna de las mencio-
nadas Constituciones del Vaticano I. Nadie puede, pues, basán-
dose en ellas, excluir al Magisterio ordinario pontificio de los mo-
dos auténticos de presentación de la regla de Fe.
El asombrarse, por otra parte, de esta discreción de las Cons-
tituciones votadas en 1870, no puede proceder más que de la ig-
norancia o del olvido del objetivo mismo de los Concilios.

"El objetivo de los santos concilios —explicaba el


Cardenal Franzelin a los obispos, al proponerles un pro-
yecto de definición— no fue jamás exponer la doctrina
católica en sí misma, en tanto que se estaba en una tran-
quila posesión de ella ..., sino manifestar los errores que
amenazan y excluirlos por una declaración de la verdad
que les era directamente opuesta ..." (26).

(24) CL, c. 399-401.


(25) Cf. R. T., 1962, págs. 342-345.
(26) CL, c. 1611-1612. Citamos siguiendo la traducción del R, P. de
Lubac, Caiholicisme, págs. 240-241, que había precedentemente presentado
los textos conciliares como "reacciones de defensa", Ibid., pág. 240.

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El Concilio Vaticano no hizo excepción a esta regla. Definió


con claridad la infalibilidad del Papa en los juicios solemnes, que
era objeto entonces de ardientes controversias. No tenía que re-
cordar, y no recordó, al menos por medio de un texto oficial, la
tradición que reconocía el carácter de regla de Fe a la enseñanza
ordinaria de la Santa Sede, tradición que gozaba entonces de "tran-
quila posesión". Parece acertado que allí esté la explicación del
silencio relativo del Vaticano I sobre el Magisterio Pontificio or-
dinario. La apelación hecha por uno o por otro de los ponentes a
la tradición romana como a una regla de fe, por sí sola suficien-
te (27), y el texto mismo del Capítulo IV, en el que la enseñanza
de la Santa Sede está colocada sobre el mismo pie que los decre-
tos de los Concilios, bastarán para darnos la garantía de ello (28).
Pero tenemos un texto más explícito, en el que Monseñor
d'Avanzo, al responder en nombre de la Diputación de la Fe a
algunos miembros de la oposición, comienza su exposición recor-
dando las posiciones esenciales y admitidas por todos con respec-
to a la enseñanza de la Iglesia:

"Hay en la Iglesia un doble modo de infalibilidad: el


primero se ejerce por el Magisterio ordinario ... Es por
lo que, lo mismo que el Espíritu Santo, el Espíritu de
Verdad permanece constantemente en la Iglesia, y la Igle-
sia también enseña constantemente (tous les jours) las
verdades de la Fe con la asistencia del Espíritu Santo,
Ella enseña todas las verdades, ya estén definidas, ya
estén explícitamente contenidas en el depósito de la re-
velación, pero no definidas todavía; ya, en fin, aquellas
que son objeto de fe implícita. Estas verdades la Iglesia
las enseña diariamente, tanto principalmente por el Papa
como por cada uno de los Obispos en comunión con aquél.
Todos, el Papa y los Obispos, en esta enseñanza ordinaria
son infalibles con la infalibilidad misma de la Iglesia. Di-
fieren sólo en esto: los Obispos no son infalibles por sí
mismos, sino que necesitan de la comunión con el Papa.

(27) CL, C. 404, a-b; Ibid., c-d.


(28) Const. Pastor aeternus, en Denzinger, 1832.

44
BL MAGISTERIO PONTI PICIO ORDINARIO

que Ies confirma; pero el Papa no tiene necesidad de nada


más que de la asistencia del Espíritu Santo que le ha sido
prometida. Así, él enseña y no es enseñado,, confirma y
no es confirmado.
"¿Cuál es, en todo esto —añade el ponente— la parte
de los fieles? Este mismo Espíritu Santo que por el ca-
risma de la infalibilidad asiste al Papa y a los Obispos en
su enseñanza, da también a los fieles que son enseñados
la gracia de la Fe, por la cual creen en el Magisterio de la
Iglesia" (29).

Puede ocurrir, sin embargo, que surjan dudas, que algunos


puntos sean discutidos, que algunas verdades sean desviadas de
su sentido. "Es entonces —explica Mons. d'Avanzo— el caso
de una definición dogmática", de la que expone a los Padres los
diversos modos y etapas. No tenemos por qué detenernos en esto.
Nos bastará recordar, siguiendo al Obispo de Cal vi, que el objeto
de esta definición es justamente dirimir, por una sentencia infalible
y definitiva, los casos litigiosos, dejados sin decisión por la sola vía
del Magisterio ordinario (30).

DIFERENCIA ENTRE EL MAGISTERIO ORDINARIO


Y EL JUICIO SOLEMNE

Se ve qué serios retoques un estudio atento del Vaticano I


impone a las ideas simplistas que algunos habrían podido hacerse de
la infalibilidad pontificia y especialmente de la del Magisterio or-
dinario.
Por un lado, en efecto, ese estudio hace aparecer claramente
la paridad, desde el punto de vista de la proposición de la regla
de Fe, entre la Iglesia universal y la sola Iglesia de Roma, no sólo

(29) Mansi, Sacrorum conciliorum nova et amplissima colle dio, t. I l i ,


col. 764, AB. Cf. RT, 1962, pág, 355.
(30) Mansi, U I , 754, DC-765.

45
DOM PAUL NAU, 0. S. B.

en el ejercicio del juicio solemne, sino también en el de la ense-


ñanza ordinaria (31),
Pero este estudio subraya al mismo tiempo la naturaleza espe-
cífica distinta de esos dos modos de proponer la doctrina. La infa-
libilidad del Magisterio > ordinario, ya se trate de la de la Iglesia
universal o de la de la Santa Sede de Roma, no es la de un jui-
cio, ni de un acto a considerar aisladamente, como si de él solo se
pudiera esperar toda la luz. Es la de la garantía asegurada a una
doctrina, por la convergencia, simultánea o continua, de una plura-
lidad de afirmaciones o exposiciones, de las que ninguna, tomada
separadamente, puede aportar una definitiva certeza. Esta no pue-
de ser esperada más que del conjunto de aquéllas (32). Pero to-
das concurren a integrar ese conjunto/Ninguna, por tanto, puede
ser tratada con negligencia, como simple opinión de un doctor pri-

(31) Esta paridad ha sido claramente reconocida por varios autores ;


p. ej., J.-M.-A. Vacant, Le magistère ordinaire de l'Eglise et ses organes,
Paris, 1887, pág. 98: "El Papa ejerce personalmente su Magisterio infa-
lible, no solamente por medio de juicios solemnes, sino también por su
Magisterio ordinario, que se extiende perpetuamente a todas las verdades
obligatorias para toda la Iglesia". Cf. J. de Guibert, De Chris ti Ecclesiaer
Roma, 1928, pág. 314 ; M.-M. Eabourdette, O. P., Les enseignements de
l'encyclique "Humani Generis", RT, L, 1950, pág. 38.
(32) En el caso del Magisterio universal, este conjunto es el de la
enseñanza concordante de los obispos en comunión con Roma; en el caso
del Magisterio pontificio, es la continuidad en la enseñanza de los suce-
sores de Pedro ; en otros términos, es la "tradición de la Iglesia de Roma",
a la que apelaba Mons. Gasser (CE, c. 404). Esto ha sido muy bien visto-
por A. G. Martimort (Op. cit., pág. 558), quien escribe: "El error de
Bossuet consiste en rechazar la infalibilidad del Magisterio extraordinario-
del Papa ; pero ha prestado el gran servicio de afirmar con claridad la infa-
libilidad del Magisterio ordinario y su naturaleza particular, que deja a
cada acto en particular el riesgo de error... En suma, según Mons. de
Meaux, sucede con la serie de Pontífices Romanos, tomados en el correi
de los tiempos, lo que sucede con el colegio episcopal disperso por et
mundo". i

46
BL MAGISTERIO PONTI PICIO ORDINARIO

vado: todas deben ser recogidas cuidadosamente como otros tantos


testimonios de valor cierto, aunque desigual, de los que nos queda
por indicar los criterios.

CRITERIOS DE AUTORIDAD PARA LOS ACTOS


DEL MAGISTERIO ORDINARIO

Si el Magisterio ordinario está constituido por un conjunto de


expresiones de autoridad desigual, su utilización como lugar teo-
lógico supone la existencia de criterios que permitan discernir el
valor relativo de cada uno de ellos.
Estos criterios, parece ser, pueden reducirse a tres:
— la voluntad del Soberano Pontífice de comprometer su
autoridad en el enunciado de una doctrina;
— la resonancia más o menos extendida de su enseñanza en
la Iglesia;
— continuidad, en fin, y coherencia de las diversas afirma-
ciones.

La voluntad del Soberano Pontífice.

En la esfera de su competencia, la Fe y las costumbres, que es


la misma de la Iglesia Docente (33), la voluntad del Soberano Pon-
tífice es decisiva (34). Instrumento consciente, el Vicario de Cristo

(33) La competencia de la Iglesia, además de alcanzar a las verdades es-


trictamente reveladas y que constituyen el depósito de la Fe propiamente
dicho, se extiende también a las verdades conexas, indispensables para la
guarda de ese depósito. Cf. Ponencia de Mons. Gasser, en CL, c. 415.
Pío XII ha recordado también en sus alocuciones a los obispos, el 31 de
mayo y el 2 de noviembre de 1945, la extensión de esta competencia, espe-
cialmente respecto de las verdades de Derecho Natural. La extensión de la
competencia del Soberano Pontífice en materia de doctrina es exactamente la
misma que la de la Iglesia. (Cf. supra, nota 10.)
(34) Secundum menten ac vohmtatem eorumdem Pontificum (conforme
al espíritu y a la voluntad de los mismos Pontífices), en la Encíc. Humani
generis, AAS, XLII, pág. 568. Cf. infra, nota 37.

47
DOM PAUL NAU, 0. S. B.

no puede comprometer la autoridad de la que es depositario más


que en la medida en que se lo propone. Existen casos en los que el
Papa rehusa aceptar semejante compromiso, que incluso a veces
declara expresamente no querer tomar (35). Las palabras y es-
critos del Papa no serán en tales casos actos pontificios, sino sola-
mente actos privados que no pertenecen al Magisterio de la Igle-
sia, En ocasiones es útil recordar esto.
Por el contrario, la voluntad del Soberano Pontífice pue-
de ser bastante expresa para comprometer toda la autoridad de la
que está revestido al enunciar determinada proposición, que será
entonces por sí sola un testimonio suficiente de que una doctrina
pertenece a la enseñanza de la Iglesia. Tal es, como hemos visto,
el caso del juicio solemne.
Fuera de este último caso, en el que su autoridad es indivisi-
ble, la voluntad del Papa de comprometerse, como el peso que él
confiere a sus enseñanzas, son susceptibles de grados diversos. El
Soberano Pontífice, "según su prudencia y las necesidades de sus
hijos" (36), puede exponer o recordar positivamente la doctrina,
resolver con autoridad una controversia. Puede también limitarse a
dar una advertencia, un consejo, una simple llamada de atención.
Puede, y es una de las maneras en que se manifiesta la discreta
conducta de la Iglesia, orientar solamente los espíritus hacia una
solución que, antes de ser positivamente afirmada, necesita ser
Precisada y madurar todavía. Alentará, entonces, a los que se de-

(35) Benedicto XIV, De canonisatione sanctorum (Breve a J. Faccio-


lati de 20 de julio de 1753), afirma expresamente que esta obra no tiene
•otra autoridad que la de un privati auctoris. La misma afirmación se en-
cuentra en el propio texto de constituciones apostólicas, a propósito de
-opiniones teológicas propuestas por el Papa. V. g., Const, Apostolici minis-
ierii, del 16 de septiembre de 1747. Lo mismo, San Pío X, a propósito de
las palabras pronunciadas en el curso de audiencias privadas : Instrucción
.de la Secretaría de Estado a los obispos de Italia, del 28 de julio de 1904.
(36) "Exhortaciones al Rey", de la Asamblea del Clero de Francia
de í755, recogidas por Le Franc de Pompignan, Coll. des Procès Verbaux
.des Assemblées générales du Clergé de France, Paris, 1778, t. VIII, Pri-
mera parte. Piezas justificativas, c. 168.

48
BL MAGISTERIO PONTI PICIO ORDINARIO

dican a promoverla, guardará silencio o empleará reticencias res-


pecto de los partidarios de la tesis contraria.
Un primer indicio de esta voluntad del Santo Padre lo cons-
tituye la naturaleza más o menos solemne del instrumento escogi-
do. Se conoce la larga gama de documentos pontificios, desde las
Lfitterae encycíicae, las más solemnes después de las bulas, hasta
las simples cartas dirigidas a los Obispos, a agrupaciones o incluso
a presidentes seglares de diversas obras (37); desde los radiomen-
sajes a todo el Universo, hasta las alocuciones más sencillas a las
peregrinaciones que se aglomeran cada día en el Vaticano, ávidas
de escuchar la palabra del Vicario de Cristo. Pío XII se dignó ex-
plicarlo un día a uno de esos grupos de recién casados, ante los
cuales, en los comienzos de su Pontificado, el Papa quiso ejercer
"ese ministerio de la palabra", que es uno de los modos de expre-
sión de la enseñanza ordinaria (38):

"Ciertamente, Nos ejercitamos tal ministerio, en pri-


mer lugar, cuando en ocasiones solemnes nos dirigimos a
toda la Iglesia, a los Obispos, Nuestros hermanos en el
episcopado; pero, Padre de todos como somos, hasta de
los humildes ; Pastor, no sólo de las ovejas, sino también
de los corderos, ¿ cómo tendríamos ánimo para renunciar
al ejercicio sencillo y santo del ministerio de la palabra, y
no llevar directamente a Nuestros hijos, con Nuestra voz,
las enseñanzas que Nos ha confiado Cristo, Nuestro
Maestro?" (39).

La naturaleza del documento utilizado no podrá, sin embar-

(37) No hablemos aquí de los actos de los dicasterios, cuyo estudio


nos llevaría muy lejos. Nos permitimos remitir a L Choupin, Op. cit.,
debiendo tenerse en cuenta las reservas hechas aquí, supra, nota 21.
(38) Esta identidad aparece claramente en el discurso citado a conti-
nuación (nota 39). Ella ha sido subrayada con mucho acierto por R. Hasse-
veldi, he mystère de l'Eglise, París. Cf. Franzelin (informe citado nota 26),
que habla a este respecto de ordinaria et continua professione et praedica-
üone ecclesiastica (de la profesión y predicación eclesiásticas ordinarias y
continuas).
(39) Alocución del 21 de enero de 1942.

49
DOM PAUL NAU, 0. S. B.

go, constituir sino un indicio (40). El Papa tiene libertad, inclu-


so en los casos de un juicio solemne, para elegir el modo de ex-
presión que juzgue más oportuno (41). Podría utilizar para una
definición una encíclica o un radiomensaje, así como una constitu-
ción apostólica majestuosamente inscrita en una bula (42).
Con mayor razón ocurre lo mismo para el Magisterio ordina-
rio. Pío XII expresamente afirmó que se había inclinado a elegir
los radiomensajes por razón de las barreras que la guerra, caliente
o fría, levantaba contra la transmisión de todos los documentos es-
critos (43). Semejante innovación, testimonio de la flexibilidad y de
la adaptación de la enseñanza ordinaria, pueden invocar en su

(40) Otra indicación, muy significativa de la voluntad pontificia, puede


ser la inserción de un documento en las Acta Apostolicae Sedis. Bene-
dicto XIV fue el primero en tomar la iniciativa de transcribir las encí-
clicas en el Bulario, que al mismo tiempo declaró colección oficial. Actual-
mente, no sólo las encíclicas y las cartas a los obispos, sino radiomensajes
y simples alocuciones pueden a menudo leerse en las Acta, al lado de las
constituciones apostólicas o de las decretales de canonización.
(41) Verwm qivwm promulgandae legis ratio et modus a legislatoris
volúntate pendeat, cui integrum est constituías innovare ac moderar i formas,
alíasque pro temporum ac locorum opportunitate sufficere. (Es cierto que
el motivo y el modo de la promulgación de las leyes depende.de la voluntad
del legislador, a quien corresponde plenamente innovar ó modificar las for-
mas constituidas, así como promulgarlas según la oportunidad de tiempos
y lugares.) San Pío X, Const. Promulgandi, del 29 de septiembre de 1908.
Esto se aplica también a las leyes dogmáticas que constituyen las defini-
ciones. Ver también CL, c. 401. La cuestión había sido discutida anterior-
mente: Cf. An-alecta Juris Pontifica, 1878, "La promulgación de las leyes",
págs. 333-336.
(42) Cf. Claeys-Bouuaert, Art. Bulle, del Dict. de Droit Canonique,
c. 1126-1127, que lo afirma expresamente de las encíclicas. El autor se apoya
sobre el Prefacio del Bulario de Benedicto XIV, que emplea la expresión
et aUa hujusmodi (y otras cosas semejantes). Esto, parece, abría de lejos
el camino a los radiomensajes, a los que Mons. Bruno de Solages, Théo-
logie de la ji<>ste guerre, reconocía el mismo valor que a las encíclicas.
Cf. P. Duelos, Le Vatican et la gioerre mondiale, París, 1959, pág. 9.
(43) Alocución a la Curia romana, de 24 de diciembre de 1942, A AS,
XXXV, pág. 5; Alocución al Sacro Colegio, de 2 de junio de 1945, AAS,
XXXVII, pág. 159.

50
BL MAGISTERIO PONTI PICIO ORDINARIO

favor la autoridad de una iniciativa que cuenta ya dos siglos. En


efecto, fue por un motivò análogo que Benedictino XIV sustituyó
al empleo de las bulas el uso de las encíclicas, abandonado por
sus predecesores (44).
Fiarse únicamente de la naturaleza del documento escogido
sería olvidar que en el texto de cada uno de ellos es preciso
distinguir con cuidado lo que constituye el tema esencial de los
mismos y lo que no es sino afirmación secundaría o simple obiter
dictum (45). El objeto directo de una encíclica compromete mucho
más al Papa que el simple considerando de una constitución dog-
mática; el objeto de una alocución, como la que Pío XII dirigió
en 1950 a las comadronas, tiene un alcance doctrinal muy distinto
al de las exhortaciones de un mensaje radiodifundido.
No tratamos aquí de Matemáticas, y querer simplificar hasta
el extremo, mediante categorías demasiado rígidas, seria exponerse
a peligrosos equívocos (46).

La resonancia de un acto pontificio en la Iglesia.

La misma observación se impone con respecto del segundo cri-

(44) Para evitar la barrera levantada por lá obstinación de los Parla-


mentos a la introducción en Francia de las bulas. Hemos intentado reunir
las pruebas de esto en la Revue historique du Droit français et étranger,
1956, 2? fascículo, págs. 225-267: A l'origine des encycliques modernes.
Une conséquence imprévue de la lutte des: évêques et des parlements au
XVIlIe siècle. .
(45) Pío XII (Alocución del 31 de enero de 1952) tuvo que protestar
contra la importancia exagerada dada por algunos sociólogos católicos a
un pasaje incidental de la Quadragesimo Anno, de la que desdeñaban, por el
contrario, la doctrina esencial : la doctrina de los cuerpos intermedios.
A fortiori> es preciso distinguir de los pasajes doctrinales las exposiciones
científicas o técnicas, por las cuales el Santo Padre comienza a veces sus
discursos, y que no> pueden comprometer la autoridad del Magisterio,
(46) No tiene por qué asombrarnos esta flexibilidad, natural a toda
enseñanza positiva. En cierta medida escapan a aquélla los juicios de carác-
ter negativo. Quizá pueda verse en la facilidad ofrecida por tal simplifi-
cación una de las razones del deslizamiento de perspectiva que ha sido seña-
lado anteriormente.

51
DOM PAUL NAU, 0. S. B.

terio que nos hemos permitido proponer : la esperada repercusión


de un documento pontificio sobre el conjunto de la Iglesia (47).
No se puede desconocer la importancia de lo que acabamos
de decir. La asistencia del Espíritu Santo, prometida a los suce-
sores de San Pedro, es, sin duda, un privilegio personal que tiene
por sujeto a la persona misma del Jefe visible de la Iglesia. Este,
sin embargo, no es el último beneficiario : si su doctrina está ase-
gurada contra todo desfallecimiento (défaillance), es para que pue-
da "confirmar a sus hermanos" y para que, en definitiva, la Fe de
la Iglesia permanezca inquebrantable hasta el fin de los tiempos.
Una enseñanza dada por el Santo Padre, incluso en el ejercicio de
su cargo, pero a un grupo de peregrinos aislados, no tendrá más
que un eco sin gran alcance. Otra cosa sucederá con un acto pon-
tificio susceptible de arrastrar la adhesión de toda la Iglesia (48).
Aun si no se tratara de una decisión ex cathedra, sería muy difícil,
en razón de esa resonancia prevista, el rehusar a dicho acto el bene-
ficio de una asistencia muy especial, sin la cual una vacilación o
una duda podría introducirse en la Fe de todos los fieles (49).

(47) Al contrario' de los obispos, de los que cada uno no es doctor más
que "de su Iglesia particular, y que no lo son de la Iglesia universal sino
solidariamente unidos en torno del Papa, el Soberano Pontífice, por sí
solo, es doctor universal.
(48) Importa no confundir este criterio con la aceptación por la Iglesia,
exigida por los galicanos, para el valor definitivo de las sentencias ponti-
ficias. Esta confusión entre eficiencia y finalidad parece no haber sido siem-
pre debidamente señalada: Cf. L.. Choupin, Op. cit., pág. 147; J. de Gui-
bert, De Ecclesia, págs. 312-313, n.° 372, 5.
(49) "Bisogna tener fermo che una decisione solenne presa dalla somma
Autorità in una materia di cosi grande importanza per la vita della Chiesa,
sfugge, per quel che à il suo contenuto essenziale, ad ogni possibilità di
errore : un errore sarebbe inconciliabile con l'assistenza dello Spirito Santo
e con la promessa del Signore: Ecce Ego vobiscum sum omnibus diebus."
(Es preciso sostener firmemente que una decisión solemne tomada por
la Autoridad suprema en una materia de tan grande importancia para la
vida de la Iglesia, escapa, por lo que constituye su contenido esencial
a toda posibilidad de error: un error sería inconciliable con la asistencia
del Espíritu Santo y con la promesa del Señor : "He aquí que Yo estaré
con vosotros hasta la consumación de los siglos.")

52
BL MAGISTERIO PONTI PICIO ORDINARIO

También aquí, sin embargo, es preciso no fiarse únicamente de


indicios demasiado materiales. Una constitución apostólica, una
encíclica, un radiomensaje al mundo, tienen sin duda un destino
expresamente universal. Sin embargo, no es seguro que su reper-
cusión deba ser siempre más extensa que la de una carta o una
alocución que no son dirigidas directamente más que a un grupo
restringido, pero menos como destinatario último que como porta-
voz o amplificador.
Tal es el caso, en primer lugar, de las cartas o alocuciones diri-
gidas a los Obispos. Doctor enseñando a los Maestros, Pastor ins-
truyendo a los Pastores, el Papa ejerce entonces un Magisterio
"virtualmente universal" (50). Esto es lo que da importancia ca-
pital a las encíclicas, sobre todo a aquellas que son dirigidas a todo
el episcopado.
Pero el Papa puede escoger otros intermediarios.. Por un ex-
tremo afán de tacto y delicadeza, Pío XII ha querido, para re-
cordar ciertas leyes más delicadas de la moral conyugal, confiarlas
a auditorios de técnicos, médicos o comadronas. Es indudable, sin
embargo, que tales discursos pretendían ser escuchados, y de hecho
lo han sido, por un auditorio mucho más amplio que el de sus so-
los oyentes inmediatos (51).

Continuidad y coherencia de la enseñanza pontificia.

Voluntad expresa del Soberano Pontífice, resonancia más o


menos extensa de una enseñanza, no tenemos por qué detenernos

(50) La expresión es del R. P. Congar, Buíletin de théolagie, RSPT,


XXXVII, 1953, pág. 734.
(51) El Soberano Pontífice lo ha afirmado a los recién casados : es a
todos los hogares a los que él pretendía dirigirse, y las diversas ense-
ñanzas dadas parcialmente en cada audiencia formaban indudablemente en
su pensamiento un cuerpo unido de doctrina. Lo mismo está afirmado de
las enseñanzas dadas a los párrocos de Roma, que son valederas para todos,
los directores de parroquia. Carta de la Secretaría de Estado al Card. Ler-
caro, en el Osservatore Romano, de 16.de septiembre de 1954.

53
DOM PAUL NAU, 0. S. B.

aún más en esos dos criterios. Ya han retenido la atención de al-


gunos autores que creyeron poder contentarse con ellos para pre-
cisar el deber de un católico en presencia de un documento del
Magisterio ordinario (52): asentimiento interior, piensan ellos, no
de-Fe, sino prudencial, cuyo rechazo, a menos que tal documento
constituya un hecho nuevo o se tenga la certeza de discordancia
entre la afirmación pontificia y la doctrina hasta entonces ense-
ñada (53), no podría escapar a la nota de temeridad.
A diferencia de esos autores que parecen hacer a veces de
esta actitud de simple prudencia la regla general en presencia
del Magisterio ordinario, la encíclica Humani generis, que tam-
bién la conoce, la reserva para un caso netamente determinado:
el de una sentencia aislada, dada sobre una materia todavía con-
trovertida (54). Si en un caso determinado, el Soberano Pontí-
fice, al pronunciarse, no pretendiera comprometerse hasta el punto
de pronunciar un juicio definitivo, tal sentencia no podría llenar
las condiciones exigidas para la infalibilidad; no podría, por con-
siguiente, imponer la Fe, sino solamente una respetuosa y pru-
dente obediencia.
Pero, observa justamente la Encíclica, tal caso no es sino

(52) Se encuentran citados en L. Choupin, Op. citque da un buen


status questionis de esas diversas posiciones.
(53) El caso no debe excluirse a priori, puesto que en él no se trata
de una definición doctrinal. Sin embargo, es, al decir del mismo Bossuet,
"bastante extraordinario para no producirse más que dos o tres veces en
mil años" : Certis casibus, iisque ita extraórinariis, ut iñx mille cmnis, bis aut
ter evemant (Dejensio declarationis, Apéndice III, 1), Sería bueno el re-
cordarlo. Importa sobre todo observar que tal caso no debe ser juzgado
como discordante, sino por criterios del mismo orden,, es decir, reveladores
del conjunto de la tradición, y no según perspectivas puramente científicas o
solicitadas por la opinión del día. A veces, sin embargo, -un cierto plazo
podrá ser necesario para permitir ver que uno se encuentra en presencia de
una desviación o de un aspecto nuevo, cuyo carácter complementario podrá
no aparecer sino poco a poco. La afirmación pontificia, que es la de la
mayor autoridad en la materia, tiene siempre derecho, en todo caso, al pre-
juicio favorable.
(54) Qüodsi... de re hactenus cóntroversa (de la materia hasta aquí
controvertida), en la Encíc. Humani generis.

54
BL MAGISTERIO PONTI PICIO ORDINARIO

excepcional. "Lo más a menudo, plerumque, lo que se encuentra


enseñado en las encíclicas pertenece ya, por otra parte, a la doc-
trina católica" (55). No se trata ya de una sentencia que viene a
dirimir una controversia, sino de una remembranza (rappel) que
continúa, siguiendo la oportunidad de lugares y tiempos, una ense-
ñanza ya tradicional.
Definir la actitud del fiel frente a esas remembranzas (rappels),
sin tener en cuenta la continuidad en que se insertan, sería recaer
una vez más en el error de método que hemos encontrado preci-
samente en el origen de las confusiones señaladas por el P. La-
bourdette. Así, en lo que concierne a esas remembranzas (rappels),
que son la regla general para el Magisterio ordinario, es indispen-
sable añadir a los dos criterios ya indicados el criterio que cons-.
tituyen los signos reveladores de una continuidad doctrinal.
La repetición material de las mismas verdades constituye, evi-
dentemente, el primer signo y el más obvio de él. Tampoco hay
por qué detenerse en ello, sino para observar que aquí los obiter
dicta mismos pueden constituir preciosos indicios (56). Sobre este
punto, por otra parte, los Soberanos Pontífices nos facilitan a
menudo la tarea: todos los que han tomado un contacto algo se-
guido con las encíclicas conocen esas largas secuencias de citas,
por las cuales los Papas quieren marcar el encadenamiento de su
enseñanza con la de sus "venerables predecesores". Ellas pueden
parecer fastidiosas; sin embargo, no se debe disminuir su importan-
cia. Para contentarnos con un ejemplo, bastará recordar que una
doctrina tan discutida hoy como la de la inseparabilidad del sacra-
mento y del contrato en el matrimonio de los cristianos, no tiene

(55) Plerumque... jam aliunde ad doctrinam catholic am pertinet (a


menudo, ... ya pertenece, por otra parte, a la doctrina católica), en Ibid.
(56) Esta es la expresión misma empleada por la 'Const. Magnificen-
tissiwms: Communis hujus fidei Bcclesiae varia inde a rento tis temporibus
per saeculorwn decursum manifestatur testimonia, indicia atque vestigia
(Desde los tiempos más remotos, en el curso de los siglos, se encuentran
numerosos testimonios, indicios y vestigios de esta fe común de la Iglesia),
en AAS, XL1I, 1950, pág. 757.

55
DOM PAUL NAU, 0. S. B.

fundamento tradicional más seguro que esta continua insistencia


de las declaraciones romanas (57).
Aunque no siempre esté tan expresamente declarado este lazo,
no deja por ello de ser menos notorio. Cuando no los términos,
son al menos los matices del pensamiento de documentos anterio-
res los que un ojo familiarizado con esos textos vuelve a encontrar
a veces en las Cartas Pontificias. Pensamos aquí en las enseñanzas
de León XIII sobre el matrimonio. Podrían parecer una innova-
ción; pero estaban a menudo anunciadas por los textos de Pío VI
hasta en sus menores detalles.
No tenemos por qué asombrarnos al ver a los Soberanos Pon-
tífices subrayar esta continuidad. Les parece ella de un peso tal,
que no vacilan en considerar la doctrina que esta continuidad pre-
senta como la enseñanza misma de la Iglesia (58). Rigurosa-
mente normativa para toda inteligencia cristiana (59). Su sola
garantía les parece bastante fuerte para permitirles pronunciar una
definición y, a veces, para hacer ésta innecesaria (60).
Sin embargo, no debe restringirse este criterio a los estrechos
límites de una repetición material. Aparece, por el contrario, más

(57) Basta, para darse cuenta de esta continua remembranza (rappel),


con hojear unoi de los. bular ios de Benedicto XIV, quien, con motivo de
cada proposición, recoge y cita, a menudo in extenso, todas las decisiones
de sus predecesores. Lo mismo, León XIII, por ejemplo, en la Encíclica
Humanum genus (sobre la Masonería).
(58) Pío XI, Encíc. Casti contmbii: "La iglesia habla por nuestra
boca". Pío XII lo recuerda al referirse a la doctrina social de los Papas:
Alocución a la Universidad Gregoriana, de 17 de octubre. de 1953.
(59) Quaecumque Pontífices Romani tradiderint vel tradituri sunt, sin-
gula necesse est tenere judicio stabili comprehensa (es preciso atenerse con
firme juicio a iodo lo que los Romanos Pontífices han enseñado o ense-
ñarán), según León XIII, en Encíc. Immortale Dei, de primero de noviem-
bre de 1885. Unde catholici accipianf quid sibi sentiendum (es de ella —de
la Sede Apostólica— de donde los católicos deben recibir lo que tienen que
saber), en Pío XI, Encíc. Mortalium mimos, de 6 de enero de. 1928. N'j
tenemos por qué recordar el texto conocido de la Hwnani generis.
(60) Tal parece haber sido el caso de la Realeza de Nuestra Señora*
Cf. Encíc. Ad Caeli Reginam.

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BL MAGISTERIO PONTI PICIO ORDINARIO

flexible y más viva, pero no menos decisiva, en lo que Newman


llamaba la coherencia interna del desenvolvimiento doctrinal.
Algunos autores han insistido recientemente en el carácter de
"escritos de circunstancia", que, según ellos, sería el de diversos
documentos del Magisterio ordinario y singularmente de las encí-
clicas (61).
La expresión no carece de peligros. En primer lugar, care-
ciendo de las precisiones necesarias, daría lugar a creer —es éste
el sentido obvio en nuestra lengua— que el alcance de los docu-
mentos a los cuales se les aplica dicha expresión está limitado a
las circunstancias que los han motivado. Es imposible atribuir a
ningún católico la idea de aplicar semejante restricción a las re-
membranzas (rappels) doctrinales que son la regla corriente para
las encíclicas (62), No puede, pues, aplicarse más que a casos prác-
ticos que no podían producirse sino en casos muy particulares.
Tenemos un ejemplo de ello en las invitaciones, repetidas sin cesar,
a los Católicos italianos, durante medio siglo, para pedirles que per-
manezcan fieles a la actitud de expectativa del non expedit. Direc-
tivas semejantes se encuentran a veces, en efecto, en las encíclicas.
Sin embargo, estos casos son excepcionales. Por tanto, definir las
Cartas Pontificias.por el término de "escritos de circunstancias"
constituye un paralogismo del que es fácil prever las consecuencias.
En primer lugar, ha llevado a generalizaciones demasiado apre-
suradas. Pío XII, en diversas ocasiones, ha tenido que protestar
contra la atribución de un carácter tan precario a reglas morales
que, por haber sido dadas con ocasión de circunstancias históricas

(61) Por ejemplo, J. Villain, L'enseignement social de l'Eglise, t. I,


pág. 52; Y. Congar, art. cit., pág. 734; A. de Soras, en la Revue de l'Ac-
tion Populaire, n.° 77, de abril de 1954, pág. 447.
(62) Ad catkolicam fidem custodiendam, morumque disciplinam aut.
servandomi mit restaurandam (para defender la Pe católica y para conservar
o restaurar la disciplina de las costumbres), Benedicto XIV, Colección de
Bulas, Prefacio. Plerumque quae in encyclicis litteris proponuntur... jam
aliunde ad catkolicam doctrinam pertinent, dice Pio XII en la Encíclica
Humant generis. (Cf. supra, nota 55.)

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DOM PAUL NAU, 0. S. B.

mu}< precisas, no dejan de ser valederas para todos los tiem-


pos (63).
Además, presenta el peligro de hacer olvidar que una consigna
práctica, incluso restringida a una hipótesis histórica concreta,
supone siempre una tesis cuyo alcance es universal (64). Cual-
quiera que esté un poco familiarizado con la historia de la Teolo-
gía no puede ignorar la incidencia de hip ó tesis históricas, como
la del donatismo o de las ordenaciones simoníacas, sobre la tesis
dogmática del carácter sacramental.
La confusión no hace más que aumentar, si por "escritos de
circunstancias" se pretende precisar el carácter propio de las encí-
clicas para oponerlas al Magisterio solemne. Ya hemos encontrado
una distinción del mismo orden al estudiar las actas del Concilio
Vaticano. Esta distinción estaba hecha, ¡ay!, en sentido diame-
tralmente opuesto. Para los teólogos del Concilio son los docu-
mentos del Magisterio solemne los que hay que considerar como
(63) Alocución del 18 de septiembre de 1950 a los padres de familia
franceses, AAS, XLII, 1951, pág. 730; Carta de la Secretaría de Bstado
al Cardenal Roques, de.31.de diciembre de 1954; Carta de Pío XII al
Cardenal van Roey, de 24 de agosto de 1955. Estos diversos documentos
afirman el valor permanente de la encíclica Divim illius Magistri, con
ocasión de la cual parece justamente que por primera vez se aventuró la
opinión que considera a las encíclicas como meros "documentos pastorales"
o "escritos de circunstancia". Cf. Pourquoi et comment FEglise défend-elle
l'Ecole libreen Esprit, 1949, pág. 419.
(64) "La solución admitida en hipótesis no es moralmente admisible
más que si se conoce en ella, a través de todas las precisiones que se quie-
ran, la exigencia de la tesis". L. Tonneau, Une leçon de prudence politique,
en La Vie Intelectmîle, XXV, 1954, pág. 16, Por el contrario, es necesario,
pese a la evolución de las circunstancias, para poder permanecer siempre
fiel al principio de la tesis, que la disciplina de la Iglesia deba estar conti-
nuamente puesta al día. Ningún Papa, quizá, lo ha afirmado más a menudo
y con más fuerza que San Pío X, a quien se ha reprochado a veces un
exceso de rigidez. Ver también las afirmaciones recientes del pontificado
de Pío XII sobre la necesidad de adaptar sin tregua una institución como
la Acción Católica a las nuevas circunstancias. Sobre la relación entre las
decisiones disciplinares y la Fe, se pueden consultar : S. Agustín, Contra
Juliammn, I, 31 ; Bossuet, Défense de la Tradition et des Saints Pères;
E. Dublanchy, Art. "Dogme", DTC IV, c. 1644.

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actos "ocasionales", o como "reacciones de defensa", mientras que


la exposición positiva de la doctrina per se spectata es, por el
contrarío, la función propia del Magisterio ordinario (65),
El equívoco de semejante terminología no deja, sin embargo,
de disimular una idea justa, sobre la cual hemos de agradecer a
a nuestros autores el haber querido llamar la atención. Lo que es
cierto, pero hay que aplicarlo también, tanto a los decretos del
Concilio Vaticano como a las encíclicas contemporáneas, es que
no hay que exigir a cada texto del Magisterio la síntesis doc-
trinal que estamos acostumbrados a encontrar en los sumarios de
nuestros manuales, exposiciones sistemáticas de una Teología ya
elaborada (66). Al igual que los concilios en sus definiciones y sus
anatemas, los Papas en su enseñanza se preocupan ante todo por
las necesidades presentes de la Iglesia. Los errores que condenan
son los de su tiempo; las doctrinas que recuerdan son aquellas
cuya necesidad se hace sentir actualmente. Su insistencia sobre
ciertos puntos, como su misma terminología, no pueden encontrar
todo su sentido más que colocados en el contexto de los aconteci-
mientos contemporáneos. Dejan a sus sucesores, órganos ellos
también del Magisterio vivo, el cuidado de completar el conjunto
doctrinal, no por la vana satisfacción de construir un armonioso
edificio, sino para responder a su vez a las nuevas necesidades de
los tiempos. La síntesis de conjunto no puede ser esperada más
que de la acción del Espíritu Santo a través de los siglos, y será
obra de los teólogos el relacionar el conjunto de las afirmaciones
diversas, pronunciadas con ocasión de errores opuestos, para hacer
resaltar la armonía y la solidez del cuerpo de doctrina que com-

(65) Supra>, nota 20. Se ha visto que ésta es también la manera de ver
del R. P. de Lubac: supra, nota 26.
(66) Sicwti in theologico aliquo tractalu (como en cualquier tratado
teológico). Es curioso observar que quienes están más interesados en sub-
rayar el carácter ocasional del Magisterio ordinario, son a menudo los
mismos que, sin haberse acordado de aplicar ese criterio a los decretos del
Concilio Vaticano, han exigido de ellos que digan todo sobre el Magis-
terio, y han llegado, por consiguiente, a desconocer el alcance de la ense-
ñanza pontificia ordinaria.

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DOM PAUL NAU, 0. S. B.

ponen. La observación ha sido hecha recientemente, y con mucho


juicio, acerca de los concilios de Orange y del Vaticano, cada uno
de los cuales dio aspectos complementarios de la doctrina de la
Iglesia sobre los fundamentos racionales de la Fe (67).
Lo mismo ocurre con la enseñanza de los últimos Papas sobre
la doctrina católica del Estado. En tanto que, después de las revo-
luciones de principios del siglo xrx, León XIII debía -insistir,,
ante todo, en el deber de obediencia que incumbe al ciudadano.
Pío XI y Pío XII tuvieron más bien que hacer resaltar los exce-
sos de los totalitarismos. Sin embargo, ninguna oposición existe
entre esos diversos puntos de vista, y no es difícil establecer la
síntesis entre los aspectos complementarios de una misma doc-
trina (68).
Serían dos actitudes igualmente lamentables, tanto el asom-
brarse de esta diversidad como el rehusar reconocer su profunda
unidad. Estas dos actitudes desconocerían el carácter vivo del
Magisterio pontificio, cuya imperiosa necesidad constituyó el punto
de partida de la conversión de Newman. Impresionado por el
carácter armonioso y coherente del desarrollo dogmático, compren-
dió que semejante unidad sería inexplicable sin la presencia, en
el seno del gran cuerpo vivo que es la Iglesia, de un elemento
comparable a ese "principio organizador" al cual los biólogos de
hoy exigen la explicación de la evolución orgánica de todo ser
viviente. Este principio no es otro que la vigilancia y la influen-
cia doctrinal del Pastor Supremo de la Iglesia (69).

(67) Cf. M.-L. Guerard des Lauriers, Op. cit., passim.


(68) Cf. J. C. Murray, The Church and Totalitaria», Democracy, en
Theological Studies, XIII,' 1952, págs. 525 y sigs. Es preciso guardarse de
no olvidar que León XIII, en sus encíclicas sobre estos temas, ha seguido
los esquemas preparados por el Concilio Vaticano. Este solo hecho subraya
la unidad entre las enseñanzas del Magisterio ordinario y las de los con-
cilios.
(69) Esta vigilancia e influencia doctrinal se ejerce no sólo para coordi-
nar y dirigir las iniciativas de los miembros de la Iglesia, sino también
para dar impulso a las actividades necesarias. Tal fue el caso de la insis-
tencia continua de los Papas, desde Benedicto XV, para la creación de un
clero y un épiscopado indígenas, de su recuerdo (rappel) constante sobre

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Este carácter, a la vez flexible y coherente, de la continuidad


pontificia, será sin duda una invitación para quien desee captar
el alcance de la misma, para ilustrarse por el estudio de las cir-
cunstancias que han dado ocasión a las enseñanzas y a las adver-
tencias de los Papas (70). Incitará más aún este mismo carácter
a colocar cada documento en la cadena tradicional en que se in-
serta, en el cuerpo de doctrina del que ese documento constituye
un aspecto y donde goza de la luz aportada por todos los supuestos
complementarios. Sólo un estudio del conjunto permitirá tener
una idea exacta de cada una de las partes.
Es en una perspectiva semejante donde tomarán su verdadero
valor los diversos criterios que acaban de ser propuestos y que
deben bastar para preservar de toda interpretación errónea o ten-
denciosa la enseñanza ordinaria del Papa.
Incluso uno se podrá preguntar, y se nos permitirá hacerlo al
término de este muy largo estudio, si son verdaderamente necesa-
rias tantas precauciones para abordar la lectura de los documentos
pontificios. El peligro más grave no es quizá el de "exagerar
(majorer) las enseñanzas del Magisterio" (71), sino el de que-
brantar la confianza y adhesión de los fieles. Sería particularmente
peligroso oponer al Magisterio solemne el ordinario, según las cate-
gorías demasiado simplistas de falible e infalible. Sería olvidar la

la necesidad de retornar a la filosofía de Santo Tomás y a la idea corpo-


rativa.
(70) Este es también un lugar común de exégésis elemental que debe
aplicarse igualmente a las Epístolas de San Pablo y a los decretos de los
concilios. El error no está en recordar que debe aplicarse también a las
encíclicas, sino en presentar este elemento común como la nota distintiva
y "esencial". Cf. Op; cit., supra, nota 61.
(71) El término parece haber sido empleado por primera vez en junio
de 1950, en La. Vie Iníelectuelle^ El término comparativo implica un ele-
mento de comparación que, de no ser precisado, hace ambigua a la expre-
sión. Los galicanos de otros tiempos oponían a la autoridad del Papa la
de los "antiguos cánones"; algunos autores de hoy le oponen "el pensa-
miento moderno". Pío XII ha denunciado el error de quienes substituyen
a la exposición auténtica de la doctrina social hecha por los Papas en la
Iglesia, la de tal o cual escuela teológica.

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POM PAUL ÑAU, O. S.B.

prudente advertencia de la Facultad de París, que hacía notar


en 1682: "Cualquiera que sea la opinión que se profese sobre la
infalibilidad del Papa, es tan irrespetuoso proclamar públicamente
que puede equivocarse como decir a los hijos: Vuestros padres
pueden mentir" (72). ¿Qué doctor más seguro podrá proponerse
a los que quieren poseer la exacta doctrina de Cristo, que aquel a
quien el Señor afirmó: Quien a vosotros oys, a Mí me oye (73),
y sobre el cual construyó su Iglesia para que permanezca inque-
brantable hasta el fin de los tiempos ?
No sólo sería más hábil, sino también más exacto, el decir que
cualquiera que sea la vía por la cual nos llegue la doctrina,
ésta es siempre infaliblemente cierta, ya nos esté enseñada, en
efecto, por toda la Iglesia o solamente por su Jefe. En tanto
que, en el Magisterio solemne,-la garantía puede sernos dada por
un solo juicio tomado separadamente, en el caso de la enseñanza
ordinaria no puede ser esperada más que de una continuidad
o de un conjunto. Fuera de los juicios solemnes, la autoridad de
las diversas expresiones de las enseñanzas pontificias lleva consigo
grados y matices. Todos, sin embargo, se integran auténticamente
en esta tradición continua y siempre viva, cuyo contenido no
podría estar sujeto a error sin que se pusieran en litigio las pro-
mesas de Cristo y la economía misma de la constitución de la
Iglesia (74).
Tal presentación, en lo que tiene de esencial, no es imposible
hacerla comprender, incluso a los fieles más humildes. Por el con-
trario, ella es, la experiencia .nos lo ha mostrado muchas veces,
captada espontáneamente por las inteligencias cristianas, que en-
cuentran en ella, al mismo tiempo que una doctrina auténtica-
mente tradicional, la expresión de la lógica misma de su Fe.

D o m PAUL ÑAU, O . S . B.

- Solesmes, 14 de julio de 1956.

(72) Citado por A. G. Martimort, Op. cit., pág. 504.


' (73) Luc. X, 16, recordado por 3a Encíc. Hwrtani generis.
(74) Cf. supra, nota 29.

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