Depresion Infantil

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OBSERV &GUIDE OF THE YOUNG CHILD

ECE 226-75

PROFESORA: ADRIANA RESENDEZ


ALUMNA: CLEMENTINA ROMERO

TEMA: DEPRESIÓN INFANTIL.


DEPRESIÓN INFANTIL.

DEPRESIÓN INFANTIL: SÍNTOMAS, CAUSAS Y TRATAMIENTO.

Un Trastorno Psicológico Propio De La Niñez.

¿Qué es la depresión infantil?

SÍNTOMAS

Cómo identificar y diagnosticar la depresión en los niños.

ÍNDICE:

1. -Cómo saber si el niño tiene depresión.


2. -Cómo identificar la depresión en niños.
3. -La depresión también afecta a los bebés

Depresión en niños: información para padres y familiares

1. Dificultad para decir cosas positivas sobre sí mismos

2. Predominio de aspectos orgánicos.

3. Irritabilidad.

4. Síntomas vegetativos y cognitivos.

5. Anhedonia y aislamiento social.


CAUSAS

1. Estilo cognitivo de los padres.

2. Conflictos entre las figuras de cuidado.

3. Violencia familiar.

4. Acontecimientos estresantes.

5. Rechazo social.

6. Rasgos de personalidad y otros trastornos mentales o del neurodesarrollo.

TRATAMIENTO

¿CÓMO PUEDES AYUDAR A UN NIÑO CON SÍNTOMAS DE DEPRESIÓN?

Autoestima baja y tendencia a criticarse a sí mismo: 


Culpabilidad:
Estabilidad familiar:
Desesperación e impotencia: 
Pérdida de interés y tristeza:
Apetito y problemas de peso: 
Dificultades para dormir:
Agitación e inquietud:
Temores excesivos:
Comportamiento agresivo e ira: 
Dificultad para pensar y para concentrarse: 
Pensamientos suicidas:
Si la depresión persiste: 

Referencias bibliográficas:
DEPRESIÓN INFANTIL.

DEPRESIÓN INFANTIL: SÍNTOMAS, CAUSAS Y TRATAMIENTO.

La depresión infantil es un trastorno del estado de ánimo capaz de afectar mucho a


niños y niñas.

Un Trastorno Psicológico Propio De La Niñez.

La depresión mayor es el problema de salud mental más prevalente actualmente en


todo el mundo, hasta el punto de que se empieza a considerar que su expansión está
alcanzando proporciones epidémicas.

Cuando pensamos en este trastorno solemos imaginar a una persona adulta, con una
serie de síntomas conocidos por todos: tristeza, pérdida de la capacidad para disfrutar,
llanto recurrente, etc. Pero ¿acaso la depresión ocurre solo en esta etapa de la vida?
¿Puede presentarse también en momentos anteriores? ¿pueden los niños
desarrollar trastornos del estado de ánimo?

¿Qué es la depresión infantil?

La depresión infantil presenta múltiples diferencias respecto a la que es propia del


adulto, aunque tienden a reducirse a medida que transcurren los años y se acerca la
etapa de la adolescencia. Se trata, por tanto, de un problema de salud cuya expresión
depende del periodo evolutivo. Además, es importante tener en cuenta que muchos
niños carecen de las palabras precisas mediante las que revelar su mundo interior, lo
que puede dificultar el diagnóstico e incluso condicionar los datos sobre su
prevalencia.
Por ejemplo, la tristeza es una emoción que está presente en los niños que padecen
una depresión. Pese a ello, las dificultades para gestionarla generan síntomas
diferentes a los previstos para el adulto, como señalaremos en la sección
correspondiente. Y es que para ello se requieren estrategias de afrontamiento que el
niño todavía ha de adquirir a medida que avance su desarrollo psíquico y neurológico.

Los estudios realizados sobre esta cuestión muestran una prevalencia para la


depresión en la infancia de entre 0,3% y 7,8% (según el método de evaluación); y una
duración para la misma de 7-9 meses (similar a la del adulto).

SÍNTOMAS

En lo sucesivo trataremos las particularidades de la depresión infantil. Todas ellas han


de ponernos en alerta sobre la posible existencia de un trastorno del estado de ánimo,
el cual requiere un abordaje terapéutico específico.

Cómo identificar y diagnosticar la depresión en los niños.

La depresión, que antes solo se diagnosticaba en personas adultas, está cada día
haciendo sufrir también a los niños. Ya no son sólo los adultos los que se deprimen.
La depresión infantil puede surgir a causa de "cambios importantes y estrés" como
resultado de la pérdida de los padres, un divorcio, problemas familiares, etc. 

ÍNDICE

1.-Cómo saber si el niño tiene depresión.

2.-Cómo identificar la depresión en niños.

3.-La depresión también afecta a los bebés


1.- Cómo saber si el niño tiene depresión.

Aproximadamente, el 5 por ciento de los niños padece de depresión en algún


momento. Los niños que viven con mucha tensión, que han experimentado
una pérdida familiar o que tienen desórdenes de la atención o de la conducta, o
presentan dificultades en el aprendizaje o problemas de salud mental, corren mayor
riesgo de sufrir depresión.

Cada niño es único en su forma de ser, en su personalidad y en la manera de aceptar


los cambios que se producen en su vida. Para sospechar que un niño tiene depresión,
es necesario conocer muy bien al pequeño y saber qué es realmente normal en su
comportamiento.

2.-Cómo identificar la depresión en niños.

No hay que apresurarse a sacar conclusiones. Padres y profesores deben estar atentos


cuando algún niño presenta alguna de las siguientes características:

- Está continuamente triste, llorando con más facilidad

- Ha perdido el interés por los juegos preferidos y por la escuela

- Se aleja de sus amigos y de la familia

- Presenta una comunicación pobre

- Se aburre y se cansa con facilidad

- Presenta menos energía o concentración


- Está irritable o demasiado sensible frente a pequeñas frustraciones, montando
rabietas o berrinches con más facilidad

- Se le nota extremamente sensible hacia el rechazo y el fracaso

- Expresa baja autoestima, depreciándose a sí mismo

- Elige "finales tristes" para sus cuentos y representaciones

- Se comporta de una manera agresiva

- Se queja constantemente de dolores tales como de cabeza o de estómago

- Duerme demasiado o muy poco

- Come demasiado o muy poco

- Sufre una regresión, hablando como un bebé u orinándose en la cama

- Habla de suicidio

- Habla de escaparse de casa

3.- La depresión también afecta a los bebés.

Con niños de hasta tres años, las señales para preocuparse empiezan cuando esos
niños parecen tristes o decaídos, aun cuando sus padres o sus personas de apego les
están consolando. Pueden, incluso, que se peguen desesperadamente a quien se
ocupa de ellos o que dejen de comunicarse.

La depresión en esos niños está casi siempre conectada con el cambio o pérdida de la
persona responsable de su cuidado, o cuando quien les cuida no es capaz de
responder a sus necesidades.
La depresión en los bebés se ve reflejada en su estado anímico; esto no quiere decir
que el bebé llore siempre porque esté triste, sino que da la impresión de que está
apático y sin ninguna iniciativa. Las consecuencias que puede tener la presencia de un
cuadro depresivo en el bebé son varias.

Puede producir cierto retraso en el desarrollo como el inicio de la marcha más tarde


de lo normal, el retraso en el desarrollo del lenguaje, problemas de sueño,
somatizaciones frecuentes, enfermedades de tipo infecto-contagioso debido a una
disminución de las defensas biológicas y alteraciones en la alimentación que
mantienen al bebé en un estado de decaimiento.

Depresión en niños: información para padres y familiares

La depresión ya ha dejado de ser una enfermedad solo de adultos. Actualmente cada


vez más hay niños diagnosticados con trastornos depresivos. ¿A qué signos y síntomas
debemos estar alerta los padres para actuar precozmente?

Los niños pueden comunicar o mostrar sentimientos de infelicidad, tristeza,


desaliento, irritabilidad, pero la mayoría de ellos serán reactivos a un suceso externo,
servirán para adaptarse a las diferentes situaciones a las que se enfrenta y el niño se
recuperará progresivamente de estos estados de ánimo. Sin embargo, un pequeño
porcentaje de ellos cursará con síntomas depresivos durante su infancia y/o
adolescencia.

1. Dificultad para decir cosas positivas sobre sí mismos

Los niños con depresión  suelen expresarse de un modo negativo sobre sí mismos, e
incluso hacen aseveraciones sobre su valía personal sorprendentemente duras, lo que
sugiere una autoestima dañada de base.

Pueden señalar que no desean jugar con los compañeros de su misma edad porque
no saben “hacer las cosas bien”, o por temor a que les rechacen o les traten mal. De
esta manera, suelen preferir mantenerse al margen de las actividades de juego
simbólico entre iguales, necesarias para un desarrollo social saludable.

Cuando se describen a sí mismos aluden con frecuencia a aspectos indeseables, en


los que se reproduce un patrón de pesimismo sobre el futuro y una eventual
culpabilidad para hechos a los que no contribuyeron. Estos sesgos en la atribución de
responsabilidad, o incluso en las expectativas respecto al devenir, suelen versar sobre
los sucesos estresantes que se asocian con su estado emocional: conflictos entre los
padres, rechazo escolar e incluso violencia en el entorno doméstico (todos ellos
factores de riesgo importantes).

La pérdida de confianza suele generalizarse a cada vez más áreas de la vida cotidiana
del niño, a medida que el tiempo avanza y no se adoptan soluciones terapéuticas
eficaces para su caso. Al final, condiciona negativamente su desempeño en los ámbitos
en los que este participa, como el académico. Los resultados negativos "confirmarían"
al niño las creencias que alberga sobre sí mismo, adentrándose en un ciclo pernicioso
para su salud mental y su autoimagen.
2. Predominio de aspectos orgánicos.

Los niños que padecen un trastorno depresivo suelen mostrar quejas evidentes de


problemas físicos, que llegan a motivar numerosas visitas con el médico pediatra y a
dificultar su normal asistencia al colegio. Los más comunes son el dolor de cabeza
(ubicado en frente, sienes y nuca), las molestias abdominales (incluyendo diarrea o
estreñimiento), la fatiga persistente y las náuseas. El rostro tendería a adoptar una
expresión triste, y a disminuir ostensiblemente el contacto visual.

3. Irritabilidad.

Una de las particularidades más conocidas de la depresión infantil es que suele cursar
con irritabilidad, la cual es mucho más fácilmente identificable por los padres que las
emociones que pudieran subyacer a la misma. En estos casos, es muy importante
considerar que los progenitores son buenos informadores de la conducta de sus hijos,
pero tienden a resultar algo más imprecisos en el momento en el que se indaga sobre
sus matices internos. Es por ello que a veces el motivo de consulta inicial y el problema
a tratar son algo diferentes.

Esta circunstancia, junto al hecho de que el niño no se describe usando el término


“triste” (pues recurre a calificativos como “gruñón” o “enfadado”), puede demorar la
identificación y la intervención. En algunos casos, incluso, llega a elaborarse un
diagnóstico que no se adhiere a la realidad de la situación ( trastorno negativista
desafiante, por citar un ejemplo). Es necesario, pues, que el especialista disponga de
conocimientos precisos sobre las particularidades clínicas de la depresión en los niños.
4. Síntomas vegetativos y cognitivos.

La depresión puede estar acompañada (tanto en el niño como en el adulto) de una


serie de síntomas que comprometen funciones como la cognición, el sueño, el apetito
y la motricidad. Se han observado expresiones particulares según el estadio evolutivo
del niño, aunque se considera que a medida que el tiempo pasa se asemejan más a las
del adulto (por lo que en la adolescencia son equiparables en muchos sentidos, que no
en todos).

En los primeros años de vida son comunes el insomnio (de conciliación), la pérdida de
peso (o cese en la ganancia prevista para la edad) y la agitación motora; mientras que
a medida que transcurren los años es más habitual que aparezca hipersomnia,
aumento del apetito y enlentecimiento psicomotor generalizado. En la escuela se hace
evidente una significativa dificultad para mantener el foco de la atención (vigilancia) y
para concentrarse en las tareas.

5. Anhedonia y aislamiento social.

La presencia de anhedonia sugiere un estado depresivo severo en los niños. Se trata


de una importante dificultad para experimentar placer con lo que antes era
reforzante, incluyendo las actividades lúdicas y las sociales.

Así, pueden sentirse apáticos/desinteresados por explorar el entorno, distanciándose


progresivamente y cediendo a una nociva inactividad. Es en este momento en el
que se hace evidente que el niño está padeciendo una situación diferente a los
"problemas de conducta", pues se trata de un síntoma habitual en personas adultas
con depresión (y por tanto mucho más reconocible para la familia).

Junto a la anhedonia, surge una tendencia al aislamiento social y la negativa a


participar en actividades compartidas (jugar con el grupo de referencia, pérdida de
interés por los asuntos académicos, rechazo de la escuela, etc.). Esta retirada es un
fenómeno ampliamente descrito en depresión infantil, y uno de los motivos por los
que los padres deciden consultar con un profesional de la salud mental.

CAUSAS

No existe una única causa para la depresión infantil, sino una miríada de factores de
riesgo (biológicos, psicológicos y/o sociales) cuya convergencia contribuye a su
aparición final. Seguidamente procedemos a detallar los más relevantes, según la
literatura.

1. Estilo cognitivo de los padres.

Algunos niños tienen tendencia a interpretar los hechos cotidianos de su vida en


términos catastróficos y claramente desproporcionados. Pese a haberse formulado
muchas hipótesis para tratar de explicar el fenómeno, existe un consenso bastante
amplio en lo relativo a que podría ser resultado de un aprendizaje vicario: el niño
adquiriría el estilo específico que uno de sus padres utiliza con el fin de interpretar las
adversidades, adoptándolo como propio en lo sucesivo (debido a que las figuras de
apego ejercen como modelos de conducta).

El fenómeno se ha descrito también en otros trastornos, como los incluidos en la


categoría de la ansiedad clínica. En cualquier caso, los estudios sobre la cuestión
señalan que existe un riesgo cuatro veces mayor de que un niño desarrolle depresión
cuando cualquiera de los padres la padece, en contraste con los que no tienen
antecedentes familiares de ningún tipo. No obstante, todavía no se ha alcanzado un
conocimiento preciso sobre el modo en el que la genética y el aprendizaje podrían
contribuir, como realidades independientes, a todo ello.

2. Conflictos entre las figuras de cuidado.

La existencia de dificultades relacionales entre los padres estimula en el niño una


sensación de desamparo. Los cimientos sobre los que se construye su sentido de
seguridad se verían amenazados, lo que se alinea con los miedos habituales en el
periodo de edad. Los gritos y las amenazas pueden precipitar también otras
emociones, como el miedo, que se instalarían decisivamente en su experiencia
interna.

Los estudios sobre esta cuestión demuestran que las muestras de calidez de las figuras
de apego, y los acuerdos consensuados sobre la crianza, actúan como variables de
protección para reducir el riesgo de que el niño desarrolle problemas emocionales de
relevancia clínica. Todo ello con independencia de si los padres permanecen unidos
como pareja.

3. Violencia familiar.

Las experiencias de abuso sexual y maltrato (físico o psíquico) se erigen como factores
de riesgo muy importantes para el desarrollo de una depresión infantil. Los niños que
padecen estilos de crianza excesivamente autoritarios, en los que se impone
unilateralmente la fuerza como mecanismo para gestionar el conflicto, pueden
mostrar un estado de hiperactivación constante (e indefensión) que se traduce en
ansiedad y depresión. La agresividad física se relaciona con impulsividad en la
adolescencia y la adultez, mediada por la relación funcional entre las estructuras
límbicas (amígdala) y las corticales (corteza prefrontal).

4. Acontecimientos estresantes.

Los sucesos estresantes, como el divorcio de los padres, las mudanzas o los cambios de
escuela, pueden estar a la base de trastornos depresivos durante la infancia. En tal
caso el mecanismo es muy similar al que se aprecia en el adulto, siendo la tristeza el
resultado natural de un proceso de adaptación ante la pérdida. No obstante, esta
emoción legítima puede progresar a una depresión cuando implica el efecto sumativo
de pequeñas pérdidas adicionales (reducción de actividades gratificantes), o una
escasa disponibilidad de apoyo emocional y afecto.

5. Rechazo social.

Existen evidencias de que los niños con pocos amigos tienen un mayor riesgo de
desarrollar depresión, así como los que viven en entornos socialmente
empobrecidos. El conflicto con otros niños de su grupo de iguales también ha
mostrado relación con el trastorno. Asimismo, sufrir bullying (experiencias
persistentes de humillación, castigo o rechazo en el entorno académico) se ha
asociado estrechamente con la depresión infantil y con la adolescente, e incluso con el
aumento de la ideación suicida (que por suerte es infrecuente entre los niños
deprimidos).
6. Rasgos de personalidad y otros trastornos mentales o del neurodesarrollo.

Se ha descrito que la alta afectividad negativa, un rasgo estable para el que se ha


trazado un importante componente genético (pese a que su expresión puede
moldearse a través de la experiencia individual), aumenta el riesgo de que el infante
sufra depresión. Se traduce en una reactividad emocional desbordantemente intensa
ante los estímulos adversos, lo que potenciaría sus efectos sobre la vida afectiva
(separación de los padres, mudanzas, etc.).

Por último, se ha descrito que los niños que padecen trastornos del neurodesarrollo,
como el trastorno por déficit de atención con o sin hiperactividad (TDAH y TDA),
también tienen una probabilidad mayor de sufrir depresión. El efecto se hace
extensible a los problemas de aprendizaje (como la dislexia, la discalculia o la
disgrafía), la disfemia tónica y/o clónica (tartamudez) y las alteraciones de la conducta.

TRATAMIENTO

La terapia cognitivo-conductual ha mostrado ser eficaz en población infantil. Se


persigue la identificación, debate y modificación de los pensamientos negativos de
base; así como la introducción progresiva y personalizada de actividades agradables.
Además, en el caso de los niños, la intervención se orienta hacia aspectos tangibles
ubicados en el presente (inmediatez), reduciendo con ello el grado de abstracción
requerido. La contribución de los padres es esencial en todo el proceso.

También la terapia interpersonal ha resultado eficaz en la mayor parte de estudios en


los que se ha puesto a prueba. El propósito de esta forma de intervención es indagar
en las problemáticas sociales más relevantes en el entorno del niño (tanto en las que
está implicado como aquellas en las que no lo está directamente), buscando
alternativas dirigidas a favorecer los recursos adaptativos de la familia entendida como
un sistema.

Por último, pueden utilizarse antidepresivos en aquellos casos en los que el niño no
responde adecuadamente a la psicoterapia. Esta parte de la intervención debe estar
minuciosamente valorada por un psiquiatra, que determinará el perfil de riesgos y
beneficios que se asocian al consumo de estos medicamentos en la niñez. Existen
algunas advertencias de que pueden aumentar la ideación suicida en personas con
menos de 25 años de edad, pero en general se considera que los sus efectos
terapéuticos superan ampliamente a sus inconvenientes. Tratamiento de la depresión
en niños.

Cuando los síntomas no son propios de una depresión, sino que son emociones
reactivas a acontecimientos vitales, habitualmente no precisan de un tratamiento
especializado. Los progenitores pueden enseñar a los niños a identificar, entender y
gestionar dichas emociones. Por ejemplo, los sentimientos de fracaso e irritabilidad
causados por obtener una mala nota en la escuela pueden ser una señal de la
necesidad de mejorar los hábitos de estudio y de prestar más atención en la escuela.
Por otro lado, también serán una oportunidad para que los niños aprendan a tolerar la
frustración.

Por otro lado, cuando los síntomas de depresión son persistentes y más severos se
debe buscar la ayuda de un profesional (generalmente un psicólogo clínico o un
psiquiatra, aunque inicialmente se puede consultar al pediatra referente).

Los tratamientos más utilizados son:


Tratamientos psicológicos, como la terapia cognitivo-conductual, la terapia
interpersonal o la terapia familiar

Tratamientos farmacológicos

Tratamientos combinados (fármacos y psicoterapia)

¿CÓMO PUEDES AYUDAR A UN NIÑO CON SÍNTOMAS DE DEPRESIÓN?

La siguiente lista de sugerencias puede ayudar a los padres y cuidadores con los
síntomas más comunes de la depresión en niños:

Autoestima baja y tendencia a criticarse a sí mismo:  elogia al niño frecuentemente


con sinceridad, reforzando conductas concretas; acentúa lo positivo, de una manera
comprensiva. Pon en tela de juicio las críticas del niño hacia sí mismo y señálale sus
pensamientos negativos cuando ocurran, ayúdale también a integrar y aceptar sus
propios errores e imperfecciones dentro de su autoconcepto.

Culpabilidad: ayuda al niño a distinguir entre los acontecimientos que él puede


controlar y los que están fuera de su alcance: ayúdalo a que comience a hablar
positivamente de sí mismo.

Estabilidad familiar: mantén una rutina y disminuye los cambios en asuntos familiares;
coméntale acerca de los cambios con anticipación para reducir las preocupaciones.

Desesperación e impotencia: pide al niño que escriba o hable de sus sentimientos y


que anote sus pensamientos placenteros de tres a cuatro veces al día, para que éstos
vayan aumentando en un período de cuatro a seis semanas.

Pérdida de interés y tristeza: prepara una actividad interesante al día; planifica


acontecimientos especiales; comenta temas agradables.
Apetito y problemas de peso: no lo obligues a comer; prepara sus comidas favoritas;
favorece que la hora de comer sea placentera.

Dificultades para dormir: mantén un horario constante para dormir; participa junto
con él en actividades relajantes como leer o escuchar música suave; termina el día con
una nota positiva.

Agitación e inquietud: cambia las actividades que causan agitación; enséñale al niño
técnicas de respiración y relajación; un masaje puede ayudar; estimula el ejercicio y la
recreación.

Temores excesivos: reduce las situaciones que causan ansiedad e incertidumbre;


apóyalo y tranquilízalo; acompáñalo a afrontar situaciones que causan miedo
desproporcionado; la planificación puede reducir la incertidumbre.

Comportamiento agresivo e ira: rechaza la conducta destructiva de una manera


amable pero firme; da validez a sus emociones y estimula al niño a expresar sus
sentimientos de ira apropiadamente; no reacciones con ira; se consistente en sus
respuestas a la conducta inadecuada.

Dificultad para pensar y para concentrarse: anima al niño a participar en juegos y


actividades; trabaja con los maestros y los psicólogos escolares para promover el
aprendizaje; adapta el entorno para facilitarle la concentración.

Pensamientos suicidas: estate alerta a las señales de suicidio; busca ayuda profesional


inmediatamente.

Si la depresión persiste: consulta con su pediatra para que valore realizar una


derivación al psicólogo clínico o al psiquiatra.

Recuerda, ante cualquier signo de alarma o duda, consulta con el especialista. 


Referencias bibliográficas:

Charles, J. (2017). Depression in Children. Focus, 46(12), 901-907.

Figuereido, S.M., de Abreu, L.C., Rolim, M.L. y Celestino, F.T. (2013). Childhood
depression: a systematic review. Neuropsychiatric Disease and Treatment, 9, 1417-
1425.

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