Jesus Calma La Tempestad

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Jesús calma la tempestad - Marcos 4:35-41

(Mr 4:35-41) “Aquel día, cuando llegó la noche, les dijo: Pasemos al otro lado. Y
despidiendo a la multitud, le tomaron como estaba, en la barca; y había también con
él otras barcas. Pero se levantó una gran tempestad de viento, y echaba las olas en
la barca, de tal manera que ya se anegaba. Y él estaba en la popa, durmiendo sobre
un cabezal; y le despertaron, y le dijeron: Maestro, ¿no tienes cuidado que
perecemos? Y levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: Calla, enmudece. Y
cesó el viento, y se hizo grande bonanza. Y les dijo: ¿Por qué estáis así
amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe? Entonces temieron con gran temor, y se decían
el uno al otro: ¿Quién es éste, que aun el viento y el mar le obedecen?”

Introducción
En nuestro estudio anterior terminamos una sección en la que el Señor había estado
enseñando principios fundamentales sobre el Reino de Dios a sus discípulos por medio
de parábolas. Ahora comienza una nueva sección (Mr 4:35-5:43) en la que se incluyen
una serie de milagros que tienen como finalidad mostrarnos algunos aspectos del poder
del Señor.
• (Mr 4:35-41) Jesús calma la tempestad y se revela como el Señor de la Creación.

• (Mr 5:1-20) Su encuentro con el endemoniado gadareno pone en evidencia su


poder sobre los más fieros satélites del diablo.
• (Mr 5:25-34) Sana a una mujer con flujo de sangre, demostrando así su poder sobre
aquellas enfermedades arraigadas que resisten a todo remedio humano.
• (Mr 5:21-24,35-43) Resucita a la hija de Jairo, mostrándose vencedor sobre la
misma muerte.

Las circunstancias
En los incidentes anteriores hemos tenido ocasión de ver los efectos que tenía la
popularidad en el ministerio de Jesús. Constantemente, dondequiera que iba, se
encontraba rodeado por las multitudes que acudían de todas las partes del país buscando
ser curados de sus enfermedades (Mr 3:7-12). Tal era la situación que no tenían tiempo ni
de comer (Mr 3:20). A lo que hay que añadir las largas sesiones de enseñanza junto con
las explicaciones posteriores en la casa. No es de extrañar, por lo tanto, que Jesús
estuviera realmente agotado, rendido físicamente, así que, sus discípulos “le tomaron
como estaba” para ir al otro lado del lago del mar de Galilea con la finalidad de descansar
del bullicio de las multitudes.

“Pasemos al otro lado”


Aunque seguramente fueron los discípulos los que se encargaron de despedir a la
multitud, fue el Señor mismo quien dio la orden de pasar al otro lado. Este detalle se
reviste de mucha importancia en vista de lo que más tarde ocurrió. Debemos darnos
cuenta que los discípulos se encontraban plenamente inmersos dentro de la voluntad de
Dios: acababan de terminar una serie de estudios sobre el Reino de Dios con el mismo
Señor como Maestro, y ahora se disponían a ir a la costa oriental del mar de Galilea

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siguiendo sus indicaciones y fue en este contexto de obediencia a Cristo cuando tuvo
lugar la tempestad.
Y tenemos aquí una lección muy importante que debemos aprender: el hecho de estar
andando fielmente en los caminos del Señor no nos librará de atravesar por las tormentas
y tempestades de la vida. El Señor no promete continuos tiempos de bonanza a los
suyos, ni que seamos librados siempre de experiencias amargas o de peligro.
Pero de lo que sí podemos tener seguridad en estas circunstancias, es de dos cosas: Que
el Señor estará con nosotros durante todo el camino. Y de que nada podrá impedir que
lleguemos “al otro lado”.

“Se levantó una gran tempestad de viento”


La situación refleja fielmente lo que con mucha frecuencia ocurre en la vida del creyente:
tiempos de refrigerio espiritual en la presencia del Señor son alternados con periodos de
prueba... y como vemos en este pasaje, todo esto es preparado y dirigido por el Señor
mismo.
Podemos estar seguros de que Cristo sabía que se iba a levantar una terrible tempestad,
pero sin embargo, les hizo cruzar el mar en ese momento. ¿Por qué lo hizo? Porque las
situaciones prácticas son la única forma adecuada de completar la enseñanza teórica. Sin
duda, había sido muy interesante escuchar al Señor predicando acerca de la importancia
de la fe, y de lo que él mismo haría con aquellos que tuvieran fe aunque fuera tan
pequeña como una semilla de mostaza. Ahora llegaba el momento de poner en práctica la
enseñanza: ¿tendrían los discípulos fe en esta nueva situación a la que el Señor les
estaba conduciendo?
Podemos decir que fue una especie de “examen por sorpresa”, y que si el Señor lo planeó
así, era porque estaban preparados para ello. Recordemos que al final de nuestro estudio
anterior consideramos la forma que el Señor tenía de enseñar y vimos que “les hablaba la
palabra, conforme a lo que podían oír” (Mr 4:33). Podemos estar seguros, por lo tanto, de
que el Señor creía que ellos estaban preparados para enfrentar una situación así. El
nunca nos colocaría en una situación para la que sabe que no estamos preparados y
nunca nos dejará solos para salir de ella.
(1 Co 10:13) “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel
es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podáis resistir, sino que dará
también juntamente con la tentación la salida, para que podáis resistir.”

“Jesús estaba en la popa, durmiendo”


Es interesante observar que durante la tempestad, Jesús estaba profundamente dormido
en la barca. De este detalle aprendemos varias cosas:
Lo primero que se aprecia es la humanidad de Jesús. Después de los grandes esfuerzos
de esos días, estaba cansado, agotado, necesitado de descanso y sueño. Así que, ni el
rugir de los vientos, ni el embate de las olas, ni el girar y descender de la barca, que
rápidamente se anegaba, fueron capaces de despertarle.
También debemos aprender de su confianza en el Padre celestial. Su sueño tranquilo en
medio del mar agitado nos da a entender su plena confianza en Dios su Padre, seguro de
que nunca puede fallar. Nos recuerda también el sueño profundo de Pedro la noche antes
de ser ejecutado (Hch 12:6).

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“Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?”
Cuando la tormenta se desencadenó con toda su furia, aquellos hombres llegaron a
angustiarse; se sentían como juguetes de la tempestad y en serio peligro de morir
ahogados.
Recordemos que al menos cuatro de los apóstoles que iban en esa barca eran
pescadores que conocían desde su juventud el mar de Galilea y sus tormentas. Esto nos
enseña varias cosas:
• El Señor puso a prueba su fe en el ámbito de su vida cotidiana.

• Las tribulaciones y pruebas de la vida nos muestran nuestra inutilidad e incapacidad


aun en aquello que pensamos “dominar” bien.
• Finalmente estas situaciones nos quitan todo orgullo y autosuficiencia y sirven para
atraernos al trono de la gracia.
Por otro lado, mientras ellos luchaban con la tempestad para controlar la barca, el Señor
estaba durmiendo. A ellos esto les pareció una actitud un tanto irresponsable, así que le
despertaron de forma brusca en medio de acusaciones. Ellos debían estar pensado:
“¿cómo puedes estar durmiendo tan tranquilo en medio de la tempestad? Despiértate y
ayúdanos”.
Algunas veces nosotros también atravesamos por situaciones difíciles y tenemos la
impresión de que Dios no se interesa por nuestras dificultades, que no contesta a
nuestras oraciones. Y casi tenemos la tentación de pensar como Elías les dijo a los
profetas de Baal, “¿no estará dormido vuestro dios?” (1 R 18:27).
Pero es interesante como Pedro entendió y enseñó lo que aprendió en esta y en otras
muchas ocasiones: “Echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de
vosotros” (1 P 5:7).

“¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe?”


Parece un poco extraña una pregunta así a unos hombres que estaban en peligro de
perder sus propias vidas. ¿Cómo no iban a estar atemorizados?
Por supuesto, el temor de los discípulos era natural e instintivo; ¿pero dónde estaba su
fe? El Señor puso el dedo en la llaga con su pregunta: “¿Cómo no tenéis fe?”. El mayor
peligro no era el viento o las olas sino la evidente incredulidad de los discípulos. Y así el
Señor indicó algo que ocurre con mucha frecuencia: nuestros mayores problemas están
en nosotros, no en nuestro entorno.
El Señor esperaba que después de tantas manifestaciones de poder como habían visto
de él, ya deberían haber sabido que el barco donde iba el Maestro no podía hundirse. El
Señor lo había dicho al comenzar la travesía: “pasemos al otro lado”. Esto tendría que
haber sido una garantía para ellos. Pero el problema fue que se dejaron llevar por sus
sentimientos y emociones en lugar de por la palabra del Señor (una tendencia realmente
frecuente en el cristianismo de nuestros días).

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La importancia de la lección
La situación por la que atravesaban, con todo y ser realmente difícil, no tenía punto de
comparación con la grave crisis que se desencadenaría en ellos cuando vieran a su
Maestro morir en una cruz. El Señor les estaba preparando para ese momento crucial.
La lección fundamental que el Señor les intentaba enseñar era la siguiente: el plan divino
de la redención de la humanidad no podía zozobrar porque una súbita tempestad hubiese
cogido dormido al Mesías. Ninguna fuerza en toda la creación puede destruir su plan para
nuestra salvación eterna ni separarnos del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor
nuestro (Ro 8:38-39). ¡No existe tempestad tan grande que impida el avance del Reino de
Dios sobre esta tierra! Y de la misma manera, los planes asesinos de los judíos, que
llevaron a Cristo a una cruz, tampoco podrían impedir que Dios completara su plan de
salvación.
Pero hemos de admitir que esta lección era tan sublime e inaudita, tan por encima de toda
experiencia normal, que necesitaban muchas lecciones y una larga disciplina para
aprenderla bien. De hecho, no llegaron a comprenderla plenamente hasta después de su
resurrección.

“¿Quién es este, que aun el viento y el mar le obedecen?”


Pero aun había otra cosa que debían aprender: el hombre que dormía sobre el cabezal
era nada menos que Dios manifestado en carne. Cuando se levantó, con una autoridad
natural, mandó al viento furioso y al mar embravecido que callaran e inmediatamente se
hizo grande bonanza. Seguramente ellos recordarían las palabras del salmista: (Sal
89:8-9) “Tú tienes dominio sobre la braveza del mar; cuando se levantan sus ondas, tú las
sosiegas”.
Este incidente abrió los ojos y las mentes de los discípulos a la majestad de Jesús.
Intuyeron que estaban en la presencia de Dios, pero sus mentes no podían entenderlo
con facilidad; ¿cómo podían pensar que Jesús, que hacía un momento dormía agotado en
la popa de la barca, era el eterno Dios? Así que, cuando la tempestad se calmó,
nuevamente volvieron a tener temor, pero en esta ocasión ya no era por las olas del mar
embravecido, sino por la majestad divina de Cristo.

“Reprendió al viento”
El Señor no se presentó como los demás profetas que oraban a Dios para que se dignara
dominar los elementos adversos, sino que intervino como si fuera Dios.
Algunos han notado que las palabras que usó en este caso fueron exactamente las
mismas con las que reprendió al demonio que le había interrumpido en la sinagoga de
Capernaum (Mr 1:25). ¿Debemos entender, por lo tanto, que esta tormenta había sido
provocada por el diablo? No es fácil contestar a esta pregunta. Por un lado, es
completamente cierto que vivimos en un mundo caído y que, según nos dicen las
Escrituras, el mundo entero está bajo el maligno. Por eso, no es descabellado decir que
detrás de los desastres naturales de los que muchas veces escuchamos (terremotos,
hambre, sequías, tornados, huracanes, sunamis...) debemos percibir el ataque malvado
de Satanás sobre la humanidad. Otros ven en esta forma de hablar del Señor que se trata
simplemente de una manera figurada y poética de hablar (Sal 19:5) (Sal 98:8) (Is 55:12).

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Reflexión final
Vivimos en un mundo que es letalmente hostil a la vida humana por causa de la caída, y
sólo el hecho de que Cristo sea su sustentador (He 1:3) hace posible su supervivencia.
Nuestro planeta es escenario constantemente de huracanes, tempestades, terremotos,
sunamis, sequía, aludes, rayos, volcanes, fuego, frío, epidemias, virus... y todos ellos de
vez en cuando amenazan y destruyen la vida. Pero el evangelio de Jesucristo es el
anuncio de la liberación de todo aquello que amenaza a la existencia humana.

Preguntas
1. ¿Por qué quiso el Señor pasar con sus discípulos al otro lado del mar de Galilea si
sabía que iba a haber una terrible tempestad?
2. ¿Cuál era el principal problema de los discípulos?
3. ¿Cuál era la lección principal que el Señor quería enseñarles? Explique su respuesta.
4. ¿Qué aprendemos en este pasaje de las pruebas por las que pasamos como
creyentes?
5. ¿Cómo se manifiesta la humanidad y la divinidad del Señor Jesucristo en este
pasaje? Razone su respuesta.

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