Praxis Pastoral Del Diaconado Permanente

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PRAXIS PASTORAL DEL

DIACONADO PERMANENTE

+ Mons. José Trinidad Zapata Ortiz


EL DIACONADO PERMANENTE
ENTRE LOS AÑOS 2009 A 2015
Hay que decir que, aunque el diácono
participa en las tres dimensiones del único
ministerio de Jesucristo varios obispos que
han restaurado el diaconado ponen cuidado
de que sus diáconos se formen para
trabajar con más énfasis en el ministerio de
la caridad. Pero, por otro lado, las
circunstancias concretas, la cultura y la
práctica pastoral condicionan el modo de
formar a los diáconos y también su
práctica pastoral, pero sobre todo son los
presbíteros quien más los condicionan e
incluso los pueden cambiar o desviar del
proyecto original.
En general puedo decir que en la mayoría de las diócesis se
ha tratado de lograr un equilibrio entre la práctica de las
tres dimensiones del ministerio, pero en la medida que las
diócesis no entran en la espiritualidad de Aparecida, sino
que se mantienen poniendo énfasis en la pastoral
conservadora en esa medida los diáconos se dedican más a
lo cultual supliendo a los sacerdotes y no precisamente en
la administración del sacramento del bautismo y el
matrimonio, sino haciendo celebraciones de la palabra en
lugar de Misas.
Esta es una trampa en la que
frecuentemente se cae: usarlos
como suplentes en el campo
sacramental y no como
complementos en la misión
evangelizadora.
Otro aspecto que me tocó observar fue que el
diaconado permanente está lejos de ser asumido en su
plenitud. En esos años que estuve al frente del
diaconado pude darme cuenta de que más de la mitad
de las diócesis no tenían diáconos y de las que sí tenían
diáconos, pocas tenían escuela donde los habían
formado o estaban formando.
¿Por qué algunas diócesis tenían diáconos
y no tenían escuelas? Unas porque la
escuela había sido suspendida, otras, en
realidad nunca habían tenido escuela,
sino que tenían diáconos por traslados de
diáconos ya ordenados o por itinerarios
especiales a los cuales les dieron la
ordenación diaconal.
Hay que decir que el diaconado
permanente en San Cristóbal de las Casas
es un caso muy especial no sólo por el
número, sino porque brotan en una cultura
indígena en la que es muy importante los
usos y costumbres y los cargos y
responsabilidades que el pueblo
encomienda a algunos de sus miembros y
dentro de este contexto se elige y forma a
los diáconos permanentes. También hay
que decir que había mucha necesidad de
sacerdotes y ellos llenaban el vacío estando
al frente de comunidades muy alejadas
como evangelizadores y celebradores, pero
no tanto por favorecer una práctica
cultual, como cooperadores de los
sacerdotes en la misión evangelizadora.
Ahora debo señalar la experiencia de San
Andrés Tuxtla. Yo fui sucesor de Mons.
Guillermo Ranzahuer en el año 2004 y al
llegar había más de 30 diáconos permanentes,
los cuales se habían formado en un tiempo en
el que hacían falta muchos sacerdotes para
cubrir las necesidades básicas de la
evangelización e incluso se crearon varias
diaconías territoriales y algunos de ellos, con
autonomía, pastoral y administrativa, se
encargaban de la evangelización, claro
dependiendo de los párrocos que les
ayudaban en la celebración de la Eucaristía y
con el sacramentos de la reconciliación o de
los enfermos que los diáconos no podían
hacer. Fue una época de oro de los diáconos
permanentes en San Andrés Tuxtla.
En el año 2011 tuve la gracia de participar
en el II Congreso Latinoamericano y del
Caribe de diaconado permanente que se
llevó a cabo Itaicí, Brasil, del 24 al 29 de
mayo de 2011 y gracias a ello obtuve un
horizonte de comprensión suficiente para
poder ser encargado del diaconado
permanente en México, lo cual me
permitió hacer la aplicación de la
espiritualidad de Aparecida a las Norma
Básicas y al Directorio que estábamos
elaborando en México
En dicho Congreso tuve
conocimiento de diversas
experiencias latinoamericanas del
diaconado permanente. En unos
casos formaron diáconos para las
diversas y contrastantes zonas de las
diócesis, pero en algunos casos sólo
formaron diáconos para las grandes
urbes, en otros sólo para las
periferias territoriales, ambientales
o culturales. En fin, reestablecer el
diaconado es un gran reto, porque
no sólo hay que decidirlo, sino
dedicar sacerdotes para formarlos y
cuando el territorio diocesano no es
homogéneo el reto es todavía mayor.
Ahora con la aceptación de las mujeres en los ministerios laicales
y la sinodalidad creo que nos vamos a ver más obligados a
restaurar el diaconado y llenar así ese abismo que hay entre
simples laicos y sacerdotes, no sólo con catequistas de la
iniciación cristiana y ministros extraordinarios de la comunión
que sí tenemos, sino también con la apertura de las escuelas de
ministerios laicales para el lectorado, acolitado y ministros
catequistas instituidos, así como escuelas de formación de
diáconos permanentes.
LA ESPIRITUALIDAD DEL DOCUMENTO DE
APARECIDA.

Como ya dijimos antes, el tema central del


Documento de Aparecida es el discipulado y
la misión, por tanto al elaborar las Nuevas
Normas y el Directorio quisimos poner ese
énfasis en dichos documentos,
especialmente en las Normas Básicas. Para
ello había que poner atención en la
promoción vocacional, la formación inicial y
permanente de los diáconos.
Promoción vocacional
Sobre la promoción vocacional y su correspondiente discernimiento
señalamos en las Normas Básicas que es necesaria, por parte de la
Iglesia, la oración y la promoción vocacional al diaconado (cfr. No.
65) y por parte de los candidatos una formación básica laical y
práctica pastoral parroquial (cfr. No. 64), así como la búsqueda de
Dios en la Iglesia como discípulo y misionero de Cristo (cfr. No. 66).
“La vocación al diaconado permanente, sobre todo
de los varones casados, presupone varios años de
vida cristiana, de apostolado y de misión, así como
de una sólida formación laical como presupuesto
para entrar en una dinámica de discernimiento
vocacional, ya sea en entrevistas, retiros o encuentro
vocacionales, anteriores al tiempo propedéutico, con
aquellos sacerdotes asignados por el obispo para esta
misión de discernimiento” (No. 67).
“Sin el presupuesto anterior sería muy
apresurado iniciar el periodo
propedéutico y su preparación
específica al diaconado, pues su
formación quedaría muy limitada, sobre
todo teniendo en cuenta los grandes
desafíos que el mundo de hoy presenta
y el poco tiempo de formación
específica diaconal. Por otro lado, si su
formación básica es muy limitada, no
tendrán la madurez espiritual
vocacional para seguir, durante la
formación, el itinerario de admisión y
colación a los ministerios que los
habilitará para que, inmediatamente
terminada la etapa formativa, puedan
ser ordenados diáconos, lo cual exigirá
esperar un tiempo prudente” (No. 68).
Formación inicial

El documento de Aparecida en el No. 278


nos habla del itinerario de los discípulos
misioneros. Nosotros consideramos que en
este número se encuentran los elementos
necesarios para la renovación de todo lo que
hacemos en la Iglesia o de los caminos
nuevos de pastoral que se puedan hacer. De
acuerdo al documento de Aparecida, son
cuatro los elementos para renovar nuestra
pastoral actual: el kerygma, el discipulado,
la comunión y el compromiso misionero. El
kerygma lleva a la conversión, el discipulado
incluye el itinerario formativo, la comunión
incluye la pertenencia concreta a una
comunidad y ésta lleva a la misión y
viceversa.
Por lo que se refiere a la formación las Normas Básicas para la
formación de los diáconos indican que debe estar precedida de un
periodo propedéutico y en éste hemos propuesto poner el énfasis en
el kerigma y la conversión:
“En esta etapa, desde el punto de vista espiritual hay
que insistir en el encuentro con Cristo y en la
conversión. “No se comienza a ser cristiano por una
decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con
un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo
horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”
(DA n 243). En el momento de la preparación se supone
que el diacono ya es un convertido, pero paralelo a la
formación académica se le debe hacer su itinerario
discipular. En todo caso el encuentro con Cristo, así
como el kerigma no es una etapa, sino el hilo conductor
que culmina en la madurez del discípulo de Jesucristo”
(No. 79).
Pasado el periodo propedéutico inicia propiamente la formación
inicial que puede ser de tres años o más pero no menos de tres.
Pues aquí hemos querido ubicar el siguiente elemento del itinerario
formativo, el discipulado y la comunión:

“En esta etapa, desde el punto espiritual, y


conforme al n. 278 de Aparecida, hay que
insistir en el discipulado y la comunión como
parte de su itinerario formativo. Por
consiguiente, se debe procurar que todas las
enseñanzas sean interiorizadas por los
candidatos a fin de que se conviertan en
verdaderos discípulos del Señor. Dado que la fe
nos llega a través de la comunidad, no hay
discipulado sin comunión” (No 93).
Finalmente, hemos considerado que durante la colación a los
ministerios se ponga el énfasis en la comunión y la misión:

“Ahora, en esta etapa de los ministerios,


siguiendo el n. 278 de Aparecida, conviene
poner el énfasis en el aspecto misionero del
discípulo, teniendo en cuenta que no hay
comunión sin misión: La comunión y la
misión están profundamente unidas entre sí…
La comunión es misionera y la misión es para
la comunión” (No. 96).
Ahora bien, los elementos del No. 278 de Aparecida no sólo los
ubicamos en el periodo cronológico de la formación inicial, sino
también en las áreas de la formación. En este sentido hemos
insistido en que:

“La formación humana debe tener no sólo


un fin personal, sino una orientación
comunitaria. Se trata de acompañar
procesos de formación que lleven a
asumir la propia historia y a sanarla en
orden a vivir en clave comunitaria y como
cristianos, con equilibrio, fortaleza,
serenidad y libertad en un mundo plural”
(No. 107).
Por otro lado, en el área de formación pastoral insistimos en que
ésta debe ser estrictamente para las nuevas fronteras de la
misión:

“El Documento de “Para acompañar la formación de nuevas


Aparecida señala que comunidades eclesiales, especialmente en las
también fueron ordenados: fronteras geográficas y culturales, donde
ordinariamente no llega la acción
evangelizadora de la Iglesia” (DA n. 205). “La
V Conferencia espera de los diáconos un
testimonio evangélico y un impulso misionero
para que sean apóstoles en sus familias, en
sus trabajos, en sus comunidades y en las
nuevas fronteras de la misión” (No 132).
NUEVOS HORIZONTES
Si como Iglesia queremos pasar de
una pastoral de mera
conservación a una pastoral
decididamente misionera vamos a
necesitar atender más
necesidades, por tanto,
necesitaremos más ministerios y
por lo mismo es entonces cuando
los diáconos pueden ser de gran
ayuda no como súper laicos ni
como clérigos de segunda, sino
como iconos vivientes de Cristo
siervo.
Si queremos diáconos
permanentes, pero no
queremos hacer la experiencia
de una Iglesia más ministerial
misionera, entonces el
diaconado va a ser un parche
mal pegado en la estructura de
la Iglesia que puede llevar a
tensiones entre los párrocos y
los diáconos; los unos sufriendo
por el autoritarismo de los
párrocos y los otros
amargándose por tener que
aguantar a los diáconos.
Si queremos ser discípulos
misioneros, el campo de la misión es
inmenso. Es de sobra sabido que los
laicos son un gigante que espera que
le demos su lugar, con mayor razón
los diáconos permanentes, por la
doble sacramentalidad, pues por un
lado tienen esposa e hijos, pero, por
otro lado, por la ordenación diaconal,
son clérigos y forman parte de la
jerarquía y por esa doble condición
podrán llegar como ministros
cualificados a donde los presbíteros
no pueden llegar.
El hecho de tener otros ministros
ordenados no tiene por qué ser un
obstáculo a la presidencia de los
presbíteros en las actividades parroquiales,
pastorales y en la misión. Si queremos
luchar para tener una Iglesia más
misionera y ministerial, los presbiterios no
lo pueden hacer todo, ¡que mejor ayudarse
de ministros cualificados no sólo por su
capacidad pastoral, sino adornados con la
gracia del sacramento del orden! En este
sentido, la presencia de los diáconos
pueda ayudar en la renovación de la
Iglesia misionera, ministerial y servidora.
NUEVOS TIEMPOS
Los tiempos han cambiado. No sólo estamos en una época de
cambios, sino en un cambio de época, por lo que todos los sistemas
se están modificando, así como la manera de prepararnos y la
manera de enfrentar los nuevos desafíos.

“Vivimos un cambio de época, Antes las personas respetables en la


y su nivel más profundo es el sociedad eran los padres de familia, los
cultural” (DA 44). profesores, los doctores y los sacerdotes.
Ahora los personajes importantes de la
sociedad son los poderosos, los políticos
y los formadores de la opinión pública.
Por tanto, las instituciones importantes
son las empresas, las instituciones
políticas y de comunicación social.
En este nuevo modelo de sociedad, a la Iglesia se le relega. Por tanto,
es necesario un nuevo modelo de Iglesia o un nuevo modo de actuar
en la sociedad. Ahora bien, si la Iglesia ya no ocupa un lugar
preponderante ¿cuál es su lugar?
La Iglesia, en la sociedad secular y laica
en la que nos toca vivir debe ejercer su
profetismo desde el testimonio de vida,
ya no desde el poder ni esperando que
los hombres vengan a ella, sino que ella
debe ir a los hombres en medio de las
realidades en las que se encuentran.
Para esta delicada tarea el diaconado
permanente puede ser de gran ayuda
porque, por su condición de casados, se
encuentran bien enraizados en medio de
las realidades del mundo.
Teniendo en cuenta lo anterior, dice Aparecida que los diáconos:
“Son ordenados… también para acompañar la formación de nuevas
comunidades eclesiales, especialmente en las fronteras geográficas y
culturales, donde ordinariamente no llega la acción evangelizadora
de la Iglesia” (DA 205),
“Su formación los habilitará a
ejercer con fruto su ministerio en los
campos de la evangelización,
especialmente con los más
necesitados, dando testimonio así de
Cristo servidor al lado de los
enfermos, de los que sufren, de los
migrantes y refugiados, de los
excluidos y de las víctimas de la
violencia y encarcelados” (DA 207).
LA SINODALIDAD
Desde el Sínodo extraordinario del 2015, en la celebración
del quincuagésimo aniversario de la institución del Sínodo de
los Obispos, el Papa Francisco dijo que:

“El camino de la sinodalidad es el


camino que Dios espera de la
Iglesia del tercer milenio”, es decir
que hay caminar juntos. Caminar
juntos es lo que mejor realiza y
manifiesta la naturaleza de la Iglesia
como Pueblo de Dios peregrino y
misionero.
Al principio creímos que esta
palabra era una más que se
agregaba a Comunión y
Colegialidad que ya usábamos
los obispos para hablar de
nuestro ministerio, pero no se
trataba de sinodalidad entre los
consagrados o jerarcas de la
Iglesia, sino caminar juntos con
el pueblo de Dios lo cual nos
exige escuchar a todos para
discernir lo que hay que renovar
o qué caminos nuevos debemos
emprender para responder a los
desafíos del tiempo presente.
Pero no sólo ya hemos entendido lo que es la sinodalidad, sino que se nos ha
pedido iniciar una fase diocesana de consulta con la pregunta fundamental
¿Cómo se realiza hoy este “caminar juntos” en la propia Iglesia particular? Y
¿Qué pasos nos invita a dar el Espíritu para crecer en nuestro “caminar juntos”?

Responder a estas preguntas, en el contexto de la


reforma al canon 230 (11 de enero de 2021) para
que las mujeres puedan acceder a los ministerios
del lectorado y acolitado y además el reciente motu
proprio para instituir el ministerio laical del
catequista (10 de mayo de 2021), va a poner en
evidencia la brecha enorme que hay entre
consagrados y laicos y va a exigir no sólo favorecer
la restauración del diaconado, sino toda clase de
ministerios o por lo menos los que ya están
autorizados incluso para las mujeres y que son el
ministerio de lectorado, acolitado y del catequista.
Toda vocación especial requiere un llamado de Dios y Dios
llama cuando quiere y a quien quiere, pero su voz es más
escuchada cuando hay un trabajo evangelizador y fuerte vida
cristiana en las comunidades. Especialmente las vocaciones
brotan cuando los fieles participan en la misión
evangelizadora de la Iglesia.
Por ello creo que, estableciendo en las
diócesis las escuelas correspondientes para
la formación de los laicos en general, así
como las escuelas específicas para los
diferentes ministerios laicales, será también
de ahí de donde broten un buen número de
candidatos al diaconado permanente.
Conclusión
Hoy en día, el mundo está cambiando y nuestra Iglesia, sin traicionar el
evangelio, está llamada a adaptarse a los nuevos tiempos que nos interpelan y nos
confrontan. Ya no podemos ver y concebir a la Iglesia sólo desde arriba en forma
piramidal o desde dentro desde una perspectiva autorreferencial.

Ahora con la sinodalidad estamos


llamados a ver a Iglesia desde abajo
desde nuestro pueblo fiel y, por otro
lado, teniendo en cuenta la Fratelli
Tutti, también hay que ver a la
Iglesia desde afuera. En tiempos del
Concilio Vaticano II la pregunta era
Iglesia, ¿qué dices de ti misma?,
ahora, en estos tiempos la pregunta
es: Iglesia, ¿qué dicen de ti misma?
En una Iglesia misionera, ministerial y sinodal, el diaconado
permanente tiene todo su valor, no como suplencia, por
carencia de sacerdotes, sino como vocación propia que
completa el rostro de la Iglesia.
Los diáconos permanentes, aunque sí debe ser
remunerado su servicio, por su trabajo o profesión
en el mundo no dependen económicamente de la
Iglesia para su subsistencia; en cambio sirven a
Dios en la Iglesia, especialmente en las nuevas
fronteras de misión que pueden ser llamadas
diaconías, ya sea territoriales, sectoriales o
ambientales, como pueden ser el mundo de la
educación, proyectos de pastoral social, medios de
comunicación, el mundo de la medicina, las
adicciones, las zonas urbanas, en los centros
culturales o atrios de los gentiles.

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