Arrieta Simposio 2017

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Aquel que acompaña sale al encuentro y regala

preguntas de Vida para andar el camino

(apuntes provisionales)

Simposio CCEE. Barcelona. Marzo 2017

Lola Arrieta. CCV. Equipo Ruaj


Salamanca (España)

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Aquel que acompaña sale al encuentro y regala preguntas de Vida para
andar el camino

Introducción

I. Enmarcando mi aportación
• Recordamos algunas de las grandes tradiciones de Acompañamiento Espiritual
• Teresa de Jesús nos inspira especialmente
• Escuchar a los jóvenes en sus contextos y descubrir los gritos que subyacen

II. Nuestro modo de entender el Acompañamiento.


2.1. Y nosotros… ¿Qué decimos cuando decimos acompañamiento? ¿Cómo lo
entendemos?
• La definición: El Acompañamiento es un modo de diálogo permanente entre
compañeros/as para Acoger la Vida, acompañando la vida
• El fundamento teológico lo encontramos en el principio de Creación y
Revelación de nuestra fe cristiana
• Cultivamos un enfoque integral, es decir, aquel que apunta a lo esencial de
nuestra vida, la búsqueda y el querer de Dios, teniendo en cuenta los
contextos y las culturas
• La imagen de ser humano que subyace en nuestro enfoque nos lleva a
concebirnos una unidad en la tridimensionalidad que nos constituye
• Todo esto con una pedagogía de procesos

2.2.¿Qué acompañante para este modo de entender el acompañamiento?


• Con los pies en la tierra y “habitando su casa”
• Con una disposición permanente para vivir al aire del Espíritu
• Encarnado en la realidad que están viviendo y sabiéndose caminando con
otros hermanos y hermanas en la fe

III. ¿Cómo podemos mantenernos abiertos en el acompañamiento, respetando la


libertad humana?

3.1.Lo que entendemos por libertad cristiana

3.2.¿Qué conlleva liberar la libertad en la práctica del acompañamiento?


• Crear condiciones de posibilidad
• Acompañar con un modo de hacer performativo
• Actuar como acompañantes – compañeros mistagogos

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IV. De nuevo la palabra a los jóvenes: ¿qué valoran cuando descubren el
acompañamiento?

Conclusiones
1) Los itinerarios de los jóvenes hoy son tan diversos que la práctica del
Acompañamiento personal es el modo de Evangelización adecuado.

2) Otros acompañamientos, como son los que surgen en experiencias de voluntariado,


inserción entre los pobres, trabajo por la vida y dignidad de las personas, etc.

3) Otros acompañamientos en las periferias existenciales…: jóvenes, mujeres, migrantes,


etc.

Epílogo
Aquel que acompaña sale al encuentro y regala preguntas de Vida para andar el camino, eso
aprendemos cada día en el camino de Emaús, esa es la tarea a la que se nos invita en el
acompañamiento.

Lola Arrieta CCV. Equipo Ruaj


Salamanca. Marzo 2017

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Aquel que acompaña sale al encuentro y regala preguntas de Vida para
andar el camino
[Aquel que acompaña. ¿Qué es necesario para un buen acompañamiento? ¿Cómo
podemos acompañar a los jóvenes respetando la libertad humana?]

“Necesitamos hermanos y hermanas expertos en los caminos de Dios, para


poder hacer lo que hizo Jesús con los discípulos de Emaús: acompañarlos en el
camino de la vida y en el momento de la desorientación y encender de nuevo en
ellos la fe y la esperanza mediante la Palabra y la Eucaristía (cf. Lucas 24,13-35).
Esta es la delicada y comprometida tarea de un acompañante…” (Papa
Francisco. Plenaria de los Institutos de Vida Religiosa. 28.01.2017)
Quiero comenzar expresando mi agradecimiento a los miembros de la organización por la
invitación a compartir en este foro nuestra reflexión sobre Acompañamiento Espiritual hoy, con
la mirada puesta especialmente en los jóvenes.
Es motivo de alegría la celebración de este simposio y la actitud proactiva de nuestro Papa
Francisco hacia el Acompañamiento. Él mismo nos anima a iniciarnos en este arte: “La Iglesia
tendrá que iniciar a sus hermanos —sacerdotes, religiosos y laicos— en este «arte del
acompañamiento», para que todos aprendan siempre a quitarse las sandalias ante la tierra
sagrada del otro (cf. Ex 3,5). (EG,169,2). Por nuestra parte queremos secundar su deseo.
En el cotidiano de nuestra vida valoramos el acompañamiento como mediación privilegiada para
crecer en totalidad de vida y fe hasta llegar a la plenitud de Cristo, muchos testimonios lo
evidencian en la historia y en la actualidad. Todo lo que ofrecemos es fruto del estudio y
reflexión compartida en nuestro Equipo Ruaj, como práctica bastante habitual entre nosotrosi.
Esto es lo que pretendemos con nuestra reflexión de hoy: mostrar cómo el acompañamiento
está llamado a ser mediación para liberar la libertad de cada persona y alcanzar la vida plena en
Cristo. Que lo sea o no depende, en parte, de la disposición y habilidad del acompañante: a) su
decisión y capacidad para salir al encuentro, no interferir a la acción del Espíritu y acertar a
ocupar el lugar que le corresponde; b) su disposición a respetar libertad e iniciativa del
acompañado. Para escuchar y profundizar con él todas aquellas situaciones que vive y expresa,
hasta poder procesarlas conectado con lo profundo del corazón (en sentido bíblico); c) su saber
ser testigo fraterno, respetuoso y lúcido, al mismo tiempo, para captar y discernir los
movimientos que acontecen allá donde el Espíritu deja sus señales.
En el desarrollo hemos seguido las preguntas que se nos han ofrecido desde la organización del
Simposio teniendo en cuenta el instrumento de reflexión: ¿Qué creemos es necesario para un
buen Acompañamiento? ¿Cómo podemos mantenernos abiertos en el acompañamiento,
respetando la libertad humana?
Respondemos a la pregunta según nuestro modo de entender y practicar el Acompañamiento
desde nuestro Equipo Ruaj focalizando especialmente a aquel que acompaña, allí nos llegó la
demanda por parte de la organización.

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1. Enmarcando mi aportación
Cuando leo la pregunta, me brota decirme para mis adentros, “hay tantos y tan buenos
Acompañamientos en la tradición cristiana…” En la práctica misma del acompañamiento
subyace una convicción creyente: Creemos en un Dios que habla y escucha, porque en sí mismo,
“nuestro Dios es Trinidad, Dios comunión, que alienta prácticas de diálogo y de reciprocidad en
el amor, de acogida y potenciación de la diversidad como riqueza; de interacción empática y de
despliegue en el amor, alcanzando a todos y a todo; de reconocimiento del papel mediador que
los distintos miembros de la comunidad tienen a la hora de escuchar qué quiere Dios de cada
uno y de la comunidad eclesial”ii
En Jesús, Dios mismo encarna constantemente este diálogo en la historia de las relaciones
humanas. Jesús mismo se hace cercano y compañero para comunicarse como Vida y Luz. Las
historias de la Biblia son relatos de Acompañamiento de nuestro Dios a lo largo del tiempo.
En la frontera de los dos testamentos, Juan el Bautista surge como el primer acompañante
espiritual de los Evangelios. El acompañante Juan el Bautista pudo dar testimonio de Jesús y
desarrollar su proyecto vocacional de ser mediador y preparar el camino porque Dios le había
hablado al corazóniii. La forja fundamental de un acompañante espiritual es la experiencia
fundante de haberse encontrado con Él.
Inmediatamente hago memoria de algunas de las grandes tradiciones de Acompañamiento
Espiritual en la historia. El modo de acompañar de Juan como re-velador, como partero o como
compañero, tal y como lo presenta el cuarto evangelio se ha plasmado de diversas formas a lo
largo de la historia de la espiritualidad, todas ellas ligadas a la cultura y la sensibilidad de un
tiempo, así como a la manera de ser de los grandes fundadores.
• Recordamos algunas de las grandes tradicionesiv de Acompañamiento Espiritual
El acompañamiento espiritual aparece como tal con el Monaquismo de Oriente. Entre los Padres
y las Madres del desierto surgen grandes maestros y maestras que guiaban a quienes acudían a
ellos buscando luz para vivir el evangelio de forma radical. La dinámica de la relación entre
acompañante y acompañado es de maestro – discípulo. El discípulo sólo obedece, al maestro
se le reconoce el don del discernimiento.
En el Monacato de Occidente, los grandes fundadores instauran en cada monasterio la dirección
espiritual. Así escribe San Benito en la regla: “Nadie puede ser monje sin tener un padre que le
comunique la vida monástica. Nadie puede eximir al aspirante a monje de buscarse uno, de
conservarlo, de obedecerlo, de respetarlo, de amarlo. El monje se forma lentamente. Y lo forman
la enseñanza, el ejemplo de un anciano, de un abad, a quien debe abrir su corazón, descubrir sus
pensamientos, sus tentaciones”. Y él mismo, en su forma de concebir esta dirección tiene ya en
cuenta la psicología y manera de ser de cada persona: “el abad deberá adaptarse a los
temperamentos de muchos, y a uno precisamente con halagos, a otro con reprensiones, a otro
con la persuasión y según la condición e inteligencia de cada cual, de tal manera que sea
conforme y se adapte a todos” (San Benito, Regla, capítulo II, 31-32).
Francisco de Asís ha vivido la libertad del evangelio e invita continuamente a sus hermanos a
vivir con la creatividad del Espíritu, asumiendo la responsabilidad del propio discernimiento en
clave de obediencia. Nombra a los superiores como guardianes de la comunidad; actualmente
esta expresión se asocia con el término del cuidado de los hermanos. Un cuidado que pasa por

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el diálogo frecuente entre ellos para amonestarles y animarles espiritualmente, invitándoles en
todo momento a vivir con actitud de discernimiento. En la Regla y las Constituciones repite
incansablemente la necesidad de recurrir al discernimiento contrastado con otros, para las
decisiones importantes.
En la tradición de la Compañía de Jesús la conversación espiritual privada aparece como el
carisma por excelencia concedido a Ignacio de Loyola. Cuentan que, en julio del 1527, los
dominicos de San Esteban de Salamanca pusieron en duda su ortodoxia y le preguntaron: “¿Qué
es lo que predicáis?”, y éste les contestó: “nosotros no predicamos, sino que con algunos
familiarmente hablamos cosas de Dios, como después de comer con algunas personas que nos
llaman”v.
El mismo Ignacio de Loyola establece en la Compañía la figura de los maestros espirituales para:
“Atender a consolar y ayudar a los tentados y prevenir con remedios oportunos y asimismo avisar
de cualquier defecto espiritual al rector, e instruir y dar remedios para aprovecharse
espiritualmente y crecer en las virtudes” (Obras completas). La larga tradición de la Compañía en
su carisma de “conversaciones espirituales” llega hasta nuestros días. Y entre los mismos jesuitas
conviven hoy enfoques muy diversos.
De Teresa de Jesús hablamos a continuación. Lo que aquí resaltamos es cómo en los siglos
siguientes, muchos testigos de la fe y fundadores de instituciones resaltan la importancia de
contar con personas experimentadas para la ayuda espiritual, y señalan para ello distintas
modalidades de acompañamiento: personal, grupal, en tiempos intensivos, en tiempos
ordinarios, etc. La mayoría de los que estamos aquí sabemos de la importancia decisiva que ha
podido tener en su día un diálogo de acompañamiento para clarificar la propia vocación y
adentrarnos en el camino del seguimiento de Jesús.
En la segunda mitad del siglo XX, y por los abusos de poder cometidos, por el riesgo de la
alienación de conciencias y otras causas, la dirección espiritual se fue deteriorando, porque llegó
a vivirse como una obligación no comprendida ni asumida. Fue el Vaticano IIvi quien nos animó
a reavivar su práctica y discernir los signos de los tiempos. Tardamos en entender y asumir la
propuesta del Concilio, pero poco a poco, con el paso de las décadas, parece que va prendiendo
esto que hoy llamamos acompañamiento espiritual.
Hoy en día, siguen conviviendo muy diversos enfoques, de entre todos ellos resaltamos en
Europa: la aportada por Jean Laplacevii en una línea más esencial, de centrarse específicamente
en lo espiritual. El afirma que, a pesar del significado ordinario de la palabra, la dirección
consistía más en seguir que en dirigir, aunque sostiene que la relación próxima a la dirección
sería semejante a la “paternidad”. También reconocía que “director” podía ser cualquiera que
tuviera el carisma de la dirección, pero él prefería al sacerdote como director. La escuela
francesa de la dirección espiritual se fundamentaba en la patrística y en la tradición.
Frente a ella hemos presenciado la emergencia de la escuela anglosajona, que incluye ya más
abiertamente la psicología y aboga por una línea clara de diálogo entre semejantes. La obra más
representativa es el libro de W. Barry y J. Connollyviii.
Al acompañante, aquí se le pide una relación muy cercana a la de la vida diaria, pero con mucha
calidad de escucha empática y de discernimiento.
Y en medio de todo esto, nuestro mundo cambia y muchos de nuestros jóvenes y adultos crecen

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lejos de estas discusiones teóricas sin interesarse por el Acompañamiento. Otros sí se interesan,
y lo valoran, pero como hijos de la post-modernidad que son, recelan de todo tipo de relación
en la que la autonomía, la libertad y la dignidad quede amenazada. ¿Y es que en el
Acompañamiento queda amenazada, acaso?
Además, ¿cómo es posible imaginar conversaciones espirituales al margen de la vida, al margen
del seguimiento de Jesús? ¿Dónde queda espacio para los que viven la exclusión, para aquellos
que nunca se interesarán por un acompañamiento espiritual formal y sin embargo tienen
necesidad perentoria de casa, cama y caricia? ¿Cómo salir al encuentro desde nuestras
comunidades eclesiales, desde las parroquias y movimientos, cómo hacernos Iglesia en salida,
tal y como nos pide hoy el Papa Francisco?
Ahí está el reto para acompañar hoy

• Teresa de Jesús nos inspira especialmente


Nos unimos a todos aquellos que encuentran en el icono de Emaús un paradigma para el
acompañamiento hoy, puesto que en el proceso de la pareja que camina se refleja la experiencia
de fe de todos nosotros. Pero de ellos hablaremos al final de nuestra exposición.
De entre las grandes tradiciones cristianas de acompañamiento la persona de Teresa de Jesús
nos inspira especialmente como acompañante.
Percibimos a Teresa como una acompañante – testigo. También a ella la incluimos en muchos
de nuestros cursos para aprender de su estilo y olfato de discernimiento. ¡A Teresa se le nota la
influencia del Acompañante Misterioso que sale al encuentro de los suyos en el camino de
Emaús! ¿Por qué Teresa?
Porque ella misma, cuando comunica su experiencia lo hace poniéndose en el lugar del
acompañado, no como la maestra que enseña; en todo lo que escribe reconoce al Espíritu como
al verdadero acompañante. Ella, acompañante de sus hermanas, siempre buscó para sí misma
el acompañamiento. Habla desde la experiencia, pero no trata de imponer dicha experiencia a
los demás, ella comunica de forma discreta (cuando habla de su experiencia siempre lo pone en
la boca de una tercera persona), comparte, sugiere…
Con la distancia en el tiempo que nos separa es asombrosa la actualidad con la que resuenan
hoy sus reflexiones y lo útiles que nos resultan, teniendo en cuenta su contexto y el nuestro.
Santa Teresa de Jesús no reconoce a cualquiera como buen acompañante, no. Y al tiempo,
lamenta muchísimo la desorientación de tantas personas por falta de acompañamiento. De ahí
la importancia que le da al perfil.
Dice así: “Es muy necesario el maestro (acompañante) si es experimentado; que, si no, mucho
puede errar y traer un alma sin entenderla, ni dejarla a sí misma entender… Y yo he topado con
almas acorraladas y afligidas por no tener experiencia quien las enseñaba, que me hacían
lástima y alguna no sabía ya que hacer de sí, porque no entendiendo el espíritu, afligen alma y
cuerpo y estorban el aprovechamiento”
Y desciende más aún, señalando ella misma las características que desea de un buen
acompañante: “así que importa mucho ser el maestro (acompañante) avisado, digo de buen
entendimiento, y que tenga experiencia; si con esto tiene letras es grandísimo negocio. Más si
no se pueden hallar estas tres cosas juntas, las dos primeras importan más” ix

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Me gusta mucho la lucidez de esta mujer al describir el perfil del acompañante, sabiendo que le
preocupaba, sobre todo, la gente que se inicia, es decir los jóvenes. E insiste en que el
acompañamiento no es aconsejable exclusivamente para momentos puntuales de la vida o para
los que están en periodos de especial formación, sino que lo recomienda a lo largo de todo el
itinerario vital. Ella misma así lo vivió y así nos anima a hacerlo a nosotros mismos como
acompañantes. Todo ello avisando a sus monjas de los tiempos recios que les tocaba vivir y la
necesidad de hacerse “amigos fuertes de Dios” para afrontar estos tiempos, es decir, ya contaba
con los contextos. Por ahí encontramos muchas intuiciones importantes en nuestro Equipo para
plantearnos el Acompañamiento.

• Escuchar a los jóvenes cercanos en sus contextos


Escuchar es el punto de partida de todo acompañamiento. Escuchar lo que pasa en los
contextos, escuchar a los jóvenes con los que tratamos, escuchar. A ello me puse como punto
de partida de mi reflexión.
Es así como pedí colaboración a algunas de mis compañeras y compañeros que bregan día a día
en distintos puntos de nuestro país, saliendo al encuentro de los jóvenes en las diversas
plataformas: escuelas, colegios mayores, universidades, parroquias, movimientos cristianos,
agentes de pastoral con jóvenes en búsqueda y discernimiento vocacional, jóvenes en proyectos
de voluntariado, jóvenes en situación de exclusión, migrantes o nativos. Les pregunté: ¿Para qué
demandan acompañamiento los jóvenes con los que tú tratas, si es que lo demandan?
Recogemos aquí tres mensajes, de la riqueza expresada por todos ellosx.
Con ello no pretendo generalizar sobre los jóvenes, bien sabemos que hoy en día los procesos
de crecimiento no son lineales ni generalizables, sino plurales, complejos y diversos. Lo que
quiero con ello es realizar el ineludible ejercicio, que a cada uno nos toca, de conocimiento único
e intransferible de la realidad que pisamos cada día.
Por aquí van algunas de sus respuestas.
a) “NO LO DEMANDAN, PERO SI TE ACERCAS…”
Los jóvenes con los que tratamos, en general no demandan acompañamiento. Se acercan
movidos por la necesidad cuando tienen: dudas, aprietos, líos, conflictos, tensiones, sufrimientos,
decisiones que tomar, necesidad de servicios o papeles que la parroquia ofrece, etc. Respecto a
la fe, llama la atención que, sobre todo, plantean dudas sobre lo aprendido y vivido con
antelación respecto de Dios porque éste no responde a las expectativas creadas, por situaciones
de sufrimiento o pérdidas. Muchas veces expresan rechazo a lo religioso mezclado con
sentimiento de culpa, también confusión porque alguna materia estudiada en la universidad
está cuestionando sus “principios” y ya no saben qué creer.
Casi todos los acompañantes insisten en la idea siguiente: “se acercan si tú mismo haces algún
gesto de acercamiento, si te interesas por ellos, si sales a su encuentro, si te perciben accesible”
(esto se nota mucho comentando con los compañeros). Y otra idea importante: “a veces, estas
conversaciones fortuitas, pueden ser la puerta de entrada para el acompañamiento, sólo decir:”
La sorpresa es que, si se hacen estos gestos, los jóvenes se abren a fondo para compartir.
b) “DEMANDAN UN ENCUENTRO PUNTUAL, PERO NO ENTRAR EN UN PROCESO
CONTINUADO”

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“Utilizan el recurso, algunos de aquellos a quienes se les ofrece desde las diversas plataformas
y se les motiva previamente: el por qué, qué y para qué del acompañamiento (llama la atención
cómo crece el aprecio por el acompañamiento en algunos colegios cristianos de enseñanzas
medias). Jóvenes de colegios mayores, parroquias, servicios de pastoral universitaria,
movimientos varios, pastoral de jóvenes, etc.
Los acompañantes añaden: Piden acompañamiento algunos de aquellos que ya están integrados
en grupos o movimientos cristianos, pero no buscan un proceso continuado, al menos al
principio. Se animan a ello por el testimonio de algún compañero que le ha ido bien. Algunos
acuden con la intención de poner orden a su vida: sufrimientos vividos con familia, amigos,
estudios, trabajo, algunas adicciones, dificultad para organizarse su tiempo, etc. Otros se
plantean la necesidad de descubrir qué hacer con su vida, en sentido vocacional, más allá de la
profesión. Los jóvenes que padecen más exclusión presentan problemas concretos de
necesidades básicas no cubiertas. Hay quien, después de una experiencia fuerte (EE, retiro,
camino de Santiago, etc.) acuden buscando profundizar en la experiencia de fe vivida. Y todos,
todos, anhelan y buscan sentido para su vida, este sería el denominador común, porque en
general se encuentran bastante perdidos de cara al futuro y sienten ansiedad.
Destacar también el núcleo de lo afectivo-sexual-relacional-amoroso, como el detonante que
anima a dar el paso y buscar acompañamiento. Sobre todo, preocupan: rupturas de parejas,
dificultad para hacer relaciones, conflictos con la familia, la situación de reconocerse
homosexual y querer vivir la fe. Se plantean cómo ser parte de la Iglesia de forma activa,
implicándose, sintiéndose a su vez firmes en su deseo de poder vivir la búsqueda de pareja de
una forma honesta, sin mentiras, sin renunciar a la fe y a la pertenencia a la Iglesia.
c) DEMANDAN ACOMPAÑAMIENTO PROCESUAL LOS QUE LO CONOCEN Y VALORAN
Lo conocen y lo quieren. Nos referimos sobre todo a jóvenes ya más mayores: con experiencias
fuertes ya vividas en otras etapas, con opciones vocacionales ya hechas, viviendo procesos de
formación en seminarios, instituciones religiosas, movimientos laicales e incluso otros que ya
han hecho sus compromisos. A veces esta demanda surge a partes de experiencias intensas de
Ejercicios, retiros, voluntariados entre excluidos. Aquellos que son más jóvenes les surge el
deseo de adentrarse en el camino de la oración personal y del encuentro con Jesús. Llegan
abiertos y receptivos. Sin prejuicios. Se dejan acompañar. Los más mayores sienten necesidad
reformular su situación y orientar su vida. Algunos llegan con un cansancio vital muy fuerte. Con
una vida muy cargada de trabajo, tareas, responsabilidades, éxitos o fracasos… Se han ido
apagando, se sienten “des-fondados, des-orientados, des-parramados”. Vienen buscando
descanso, con sed de conectarse, con miedo de hacerlo, con la esperanza de un reencuentro
con ‘Algo/Alguien’ que en otro momento de su vida le atrajo, le sedujo y le dio sentido.
A partir de esas experiencias intensas, es ahora precisamente, cuando anhelan vivir a fondo su
vida y su fe e incluso afrontar temas oscuros que hasta el presente no se habían atrevido con
ellos por miedo, culpa, vergüenza, o muchos otros sentimientos.
• Y me pregunto: ¿qué gritos subyacen en todo esto que expresan?
Sin apenas pronunciarlo de manera explícita, en sus reacciones es como si escuchara: “¡No nos
abandonéis! ¿no decís los adultos que crecer es fruto de una cadena de solidaridades… que se
crece por la relación y en relación?” Estad cerca, sin asfixiarnos, mientras hacemos el camino

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hacia la construcción de nuestra identidad”. “No pretendáis decirnos como hay que hacer las
cosas”, “no pretendáis hacernos como vosotros” “¡No nos juzguéis! ¡No nos etiquetéis!”, “estad
ahí, a nuestro lado mientras aprendemos a construir nuestra casa, a habitarla y a descubrir
nuestro lugar en el mundo”. Para captar este grito, cuántas habilidades se nos invita a
desaprender a nosotros, los adultos. Así se expresa uno de los acompañantes al respecto:
“Nos piden escucha en la búsqueda de su identidad, lo cual supone una dinámica incómoda para
nosotros, los adultos que les “esperamos” desde nuestras dinámicas ya estructuradas,
pidiéndoles que estén pero que no las desestabilicen más de la cuenta... Vivimos la contradicción
entre la exaltación de lo joven y el rechazo a los jóvenes. Los buscamos para los voluntariados,
pero no toleramos que cuestionen las normas o que las rompan, nos quejamos de su no
participación en misa o en más actividades eclesiales. Hemos de reconocer que fuera de la iglesia
tienen muchísimas más ofertas que encajan con sus lenguajes, formas de hacer o necesidades
más inmediatas.

En estos últimos años he aprendido que los jóvenes son, -no deben ser- lo que proyectamos en
ellos. Es decir, sólo a ellos les corresponde decidir cómo vivir y configurar su vida. Los demás
somos mediación en su proceso, nada más y nada menos. Para complejizar un poco más su
situación, los jóvenes asisten a una falta de identidad de la propia sociedad. Desde el proyecto
de persona que les ofrecemos desde la Iglesia, o desde los movimientos cristianos, somos
conscientes de que la construcción de la identidad personal es compleja y dinámica y de que es
menos objetivable y evidente que hace unas décadas” xi.

Tan fuerte o más que el primero, escucho en muchos de ellos el grito estrangulado de su anhelo
de Dios; anhelan, sin saber balbucearlo, la brisa suave del Horeb, las verdes praderas en las que
descansar, el hambre de apertura a la trascendencia. No deja de sorprendernos su expresión.
En ellos convive el rechazo a muchas de nuestras instituciones de Iglesia, con sed de
espiritualidad, sed de experiencias, sed de sentido, sed de lo esencial, sed de Dios: “la sed implica
un vacío a llenar, un echar de menos algo, un interrogante abierto, lleva además la avidez por
eso que falta para sentirse satisfecho. Nos pone en referencia a algo que no estamos seguros de
alcanzar, pero que sentimos que necesitamos saciar”xii.
Y es que, también en estas generaciones de jóvenes, percibimos en el fondo la herida que
clama en el sentimiento de la ausencia, como dice San Juan de la Cruz:
“¿Adónde te escondiste, amado, y me dejaste con gemido? … Y me dejaste con gemido...,
pues, aunque todas las cosas posea, es de notar que la ausencia del Amado causa
continuo gemir en el amante, porque como fuera de él nada ama, en nada descansa ni
recibe alivio… Y el gemido es anejo a la esperanza, como decía el Apóstol (Rom 8,23)
Nosotros mismos que tenemos las primicias del Espíritu, dentro de nosotros mismos
gemimos esperando la adopción de hijos de Dios. Este gemido, pues, tiene aquí el alma
dentro de sí en el corazón enamorado; porque donde hiere el amor, allí está el gemido
de la herida clamando siempre en el sentimiento de la ausencia, mayormente cuando
habiendo ella gustado alguna dulce y sabrosa comunicación del Esposo, ausentándose,
se quedó sola y seca de repente”xiii.
En suma, la sed de una vida digna y plena, la sed de agua viva sigue ahí, en lo profundo; esa sed
llega a nosotras y nosotros en el grito de los jóvenes y también de los excluidos.
En esta situación, la mediación de Acompañamiento, esos “diálogos de vida de corazón a
corazón”, como le gustaba decir al Papa Benedicto XVI, puede ser alimento vivificador, buena
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palanca para mover las piedras que obstruyen el camino hacia la Fuente. Acompañar como un
modo de ser en la relación capaz de abrir espacio a la comunicación personal, personalizadora
y profunda. “Un tipo de comunicación que conecta con lo que se piensa y se siente, con lo que le
afectan los hechos que vive, que le conduce al silencio de la profundidad donde todo tiene otro
significado a la luz del Espíritu de Dios”xiv.

Eso es lo que pretendemos con el Acompañamiento en nuestro grupo Ruaj: salir al encuentro,
regalar preguntas, escuchar, profundizar las situaciones, releer lo vivido a la luz de su Palabra,
todo esto que acontece mientas vamos de camino, como aprendemos incesantemente del buen
Acompañante en el camino de Emaús (Lc 24,13-35), con el tiempo… pasarán muchas más cosas,
lo que anhelamos es permanecer pacientemente en el proceso.

2. Nuestro modo de entender el Acompañamiento

2.1. Y nosotros… ¿Qué decimos cuando decimos acompañamiento? ¿Cómo lo


entendemos?
El acompañamiento nos gusta definirlo, ante todo, como modo de ser en relación. Un modo
de relación inclusiva, solidaria, humana y humanizadora. Una conversación cara a cara. Me
gusta lo que la norteamericana Sherry Turkle escribe al respecto:
“Reconocemos abiertamente que nos resulta más sencillo enviar un WhatsApp que
llamar por teléfono. Esta nueva vida indirecta de comunicación nos está acarreando
problemas. La conversación cara a cara es el acto más humano, y más humanizador,
que podemos realizar. Cuando estamos plenamente presentes al otro, aprendemos
a escuchar. Es así como desarrollamos la capacidad de sentir empatía (…). Además,
la conversación impulsa la introspección, esa conversación con nosotros mismos que
constituye la piedra angular de nuestro desarrollo temprano y que continúa durante
toda la vida”xv.
Este modo de relación genera frutos porque contribuye a dar cualidad de existencia a la
relación, a cada persona y en todos los nieles y dimensiones que nos constituyen. Tiene
consecuencias en la vida de los acompañados.

• La definición: El Acompañamiento es un modo de diálogo permanente entre


compañeros/as para Acoger la Vida, acompañando la vida
Así lo definimos, según los derroteros por los que nos va llevando la vida: “ encuentro de
mediación entre compañeros/as para acoger la Vida acompañando la vida, tratar de
descubrir la voluntad de Dios para cada uno (vocación), para asentir a ella en el compromiso”
y vivirla en la comunidad e Iglesia de Jesús participando de su Misión en favor del Reino.
Glosamos un poquito esta definición.
El encuentro constituye una oportunidad de relación verdaderamente humana y
humanizadora, no utilitarista. Relación yo-tú, como dicen los antropólogos xvi, relación que
posibilita descubrir nuevos aspectos de sí mismo, de los otros y de la vida. Relación que abre
a la alteridad y a la capacidad de trascenderse.

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En el encuentro somos tres. Es encuentro de mediación porque reconocemos al Espíritu
como verdadero Acompañante, nosotros trabajamos en equipo con Él y con cada persona
acompañada. Mediación también porque el encuentro de Acompañamiento encierra la
sorpresa del hallazgo, el encuentro con lo profundo de cada uno, el Espíritu habitando
nuestro propio corazón. Razón tenía Moisés cuando decía a su Dios: “No nos dejes avanzar
si Tú no marchas delante de nosotros” (Dt 31,8), ¡Acompáñanos!
Entendemos que este encuentro se da entre compañeros/as. Es decir, un modo de relación
en clave de equiparabilidad por muchas diferencias que existan entre acompañante y
acompañado. Es Jesús, compartiendo con nosotros su pan y su vida, el que nos hace
compañeros, nos invita a beber a todos de la misma copa, nos hace familia, discípulos, hijos
del Padre por su mediación, hermanas y hermanos entre nosotros.
Compañeros/as también, porque la dignidad humana es la esencia común a todas las
personas que nos hace merecedoras de respeto y sujetos con capacidad para los mismos
derechos. “La dignidad humana se define también como la inviolabilidad de cada persona.
O el reconocimiento de que no puede ser utilizada por los demás como un mero
instrumento”xvii.
Pero por decirlo no nos libramos de actuar como no queremos. Saber estar como
compañeros/as tiene consecuencias prácticas en cada encuentro: cada uno aporta lo que le
es propio, el acompañado lo que quiere profundizar, el acompañante la escucha atenta con
lucidez de discernimiento. No con relaciones verticales arriba- abajo, no con relaciones de
dominio-dependencia; si con el modo de relación propia de discípulos-compañeros,
sabiéndolos cada uno en un tramo de la vida, en una situación diferente, pero ambos, en el
camino de Jesús y necesitados de Acompañamiento igualmente (aunque de forma diversa).
Como acompañantes – compañeros se nos pide ser testigos y anunciadores de la acción del
Espíritu en el acompañado, como Juan hizo con su compañero Pedro en el Lago “Es el Señor”
(Jn21,7) pero con mucho respeto y con mucha discreción, colocarnos “al lado” no delante,
ni de frente, acertando a ocupar nuestro lugar y reconocer al acompañado el suyo. Y se nos
invita a recordar, igualmente, que sólo hay un Padre, el del cielo, y un Maestro, Jesús, ellos
nos dan el Espíritu
… para acoger la Vida. Esta es la finalidad última del Acompañamiento, sean cuales sean
nuestras coordenadas de situación en el camino. Buscar a Dios hasta encontrarlo o, mejor
dicho, descubrir la manifestación de Dios en lo que vivimos hasta sorprendernos
encontrados por Él. Con este modo de acompañar secundamos la misión de Jesús: “ He
venido para que tengan vida y vida en abundancia” (Jn 10,10).
La experiencia de acoger la Vida que es Jesús el Cristo, es la experiencia misma de la
salvación. La iniciativa es de Dios, la responsabilidad y libertad de la acogida es nuestra. El
Acompañamiento prepara el camino para hacernos conscientes de cómo se va entretejiendo
este encuentro de libertad y gracia entre Dios mismo y cada uno de nosotros. Lo nuestro es
buscar hasta encontrar, y cuando Dios mismo se revela por su Espíritu, como pasó con Jesús,
asentir y consentir a ello. ¡Eso es lo apasionante del camino!, así se teje la vocación, el
hacerse discípulo.
… acompañando la vida. Este es el campo de acción en el que se da el Acompañamiento. Si

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por la fe confesamos que todo lo que existe es epifanía de Dios, aunque a Dios nadie lo ha visto
nunca (Jn 1, 18), sabemos que todo lo que acontece está preñado de señales de su presencia.
Por eso en el acompañamiento hacemos materia de conversación todo lo que pasa y todo lo
que nos pasa, lo humano y lo divino. Eso, y no otra cosa, es lo que hace el Acompañante en el
camino de Emaús: se interesa por lo que les ha acontecido ¿qué es lo que te ocupa y preocupa
en el camino? No una pregunta de curiosidad, tampoco inquisidora, es pregunta abierta, amplia,
respetuosa y libre. En este modo de preguntar está el secreto para dirigirse al fondo de la
existencia y no quedarse en la anécdota. Porque las preguntas así formuladas parten de fuera y
empujan hacia dentro, ayudan a conectarse, unificarse, nacer de nuevo.

• El fundamento teológico lo encontramos en el principio de Creación y


Revelación de nuestra fe cristiana
Dios nos crea por amor. Dios es dando la vida, haciéndola posible. Todo cuanto existe hunde
sus raíces en Dios, como diría Zubiri. El libro de la sabiduría lo expresa con mucha belleza:
“Tú, Señor, amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que has hecho. ¿Y cómo
subsistirían las cosas si tú no lo hubieses querido? ¿Cómo conservarían su existencia si tú no
lo hubieses llamado? Pero a todos perdonas porque son tuyos, Señor, amigo de la vida” (Sab
11, 24-26)
Sin embargo, la creación no es un acto de magia de un Dios manipulador. Hasta poder
vivirnos arraigados en la Fuente que nos da de ser hay un largo camino de crecimiento y
decisión en libertad responsable. Crecemos separándonos, dice la psicología; de este
proceso de socialización/personalización del que nos habla Berger, y que dura toda la vida,
llegamos a ser lo que estamos llamados a ser, en el lento proceso de la reconciliación y
reunificación con nosotras y nosotros mismos, con los otros, con Dios.
El dinamismo creador nos lleva a re-conocernos como imagen suya y a entender que la
realización plena sólo puede darse en la alteridad; es decir, prolongando ese dinamismo
creador hacia los demás y hacia todo lo que existe.
Revelación. La palabra revelación remite a des-cubrir, quitar un velo para manifestar algo oculto
o “revelar” un secreto. La afirmación del creyente es que Dios no sólo está dándonos de ser,
sino que Dios está habitando todo lo que existe, todo está habitado por él. Por el Dios Trinidad
– el Dios comunión. La iniciativa de amor de Dios siempre nos precede. San Pablo alude
también a esta inhabitación de Dios, pero para él la expresión más correcta no es que Dios
está en las cosas, sino que todas las cosas están en Él, porque “en él vivimos, nos movemos
y existimos” (Hec 17,28). Nos resulta muy sugerente el comentario de R. Panikkar a estas
palabras: “el cristiano no tiene esperanza del futuro, sino de lo invisible”, es decir, todo nos
ha sido ya dado desde el principio. Sólo tenemos que reconocerlo.
Todo eso lo descubrimos en Jesús. “Después de hablar Dios muchas veces y de diversos
modos… en estos días últimos nos ha hablado por el Hijo (Heb 1,1). Él nos lo muestra en su
relación con el Padre y se verifica en su misión con los discípulos y con todas las gentes.
“Por eso, también a nosotros, que estamos rodeados de tal nube de testigos, corramos con
constancia la carrera que se abre ante nosotros, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y
consuma la fe” (Heb 12, 1-2) y ojalá que nos animemos, como El, a embarcarnos en la
apasionante tarea del “acompañamiento espiritual para despertar más y más ese deseo de

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Dios, en quien podemos alcanzar la verdadera libertad y alentar la aventura de peregrinación
con Cristo hacia el Padre” (cf. EG, 170).

Este crecer humano y espiritual que quiere posibilitar el acompañamiento espiritual, es lo que
Dios está queriendo de la persona, es lo que le está revelando, lo que trabaja en ella. A través
del Acompañamiento se busca que la persona, superando los obstáculos que se lo impiden,
pueda “caer en la cuenta” de lo que Dios le habla en su interior y a través de la realidad
exteriorxviii. En este sentido el acompañamiento integral - espiritual, es una mediación mayéutica
que busca propiciar que la persona acompañada pueda “dar a luz” su ser más verdadero: ese
que la fuerza creadora de Dios está buscando y trabajando en ella.

• Cultivamos un enfoque integral, es decir, aquel que apunta a lo esencial de


nuestra vida, la búsqueda y el querer de Dios, teniendo en cuenta los
contextos y las culturas
A decir de Baumanxix, una de las líneas emergentes en culturas como las nuestras es vivir sin
referencias y siempre en movimiento, como consecuencia en parte de la diversidad y la
pluralidad existente. En esta situación los virus de la incertidumbre, el miedo y el malestar
flotan en el aire y nos afectan a todos aún sin darnos cuenta tomando posturas reactivas -
incluso en el acompañamiento- que nunca llegamos a explicarnos del todo. Todo eso como
influencia del contexto. Consideramos indispensable contar con él.
El contexto es todo lo que alude a la realidad de la vida y a las culturas, la historia y el mundo.
Y aunque creemos que los contextos no determinan absolutamente reconocemos lo mucho
que condicionan. Los contextos empañan, dificultan o facilitan los procesos de crecimiento
y el reconocimiento de la presencia del Espíritu en ellos; los contextos singularizan cada
situación: el estilo de vida cotidiano, la calidad con la que vivimos, el carácter dramátic o o
gozoso de lo que acontece, todo influye.
Acompañar la vida es interesarse por todo lo que acontece en ella, sabiendo que esto “no
se da en las nubes” sino inscrito en coordenadas de: espacios en los que nos respiramos y
aprendemos los significados de las cosas (contextos, culturas, ámbitos concretos), los
tiempos (edad cronológica, momento histórico, coyuntura social), la tendencia al continuo
movimiento. Como acompañantes nunca podemos escuchar los relatos desconectados de
esa realidad, cuáles son las referencias desde las que se comunican o la ausencia de ellas.
Las creencias que subyacen en esos continuos movimientos y vaivenes tan presente en
nuestro mundo globalizado.

• La imagen de ser humano que subyace en nuestro enfoque nos lleva a


concebirnos uno unidad en la tridimensionalidad que nos constituye
¿Cuáles son los rasgos básicos de lo humano que hacen viable la relación de la persona con
Dios? Esta es nuestra afirmación antropológica de partida: Somos unidad en la
tridimensionalidad que nos constituye: somos cuerpo, psiquismo (alma) y corazón
(espíritu)”. Este enfoque subyace en la Biblia y en la patrística. La carta a Tesalonicenses lo
expresa con mucha claridad: “Que Él, el Dios de la paz, os santifique plenamente, y que todo
vuestro ser, el espíritu, el alma y el cuerpo se conserven sin mancha hasta la venida de
nuestro Señor Jesucristo” (1ª Tes 5,23) También la carta a los Hebreos lo expresa: “La Palabra
de Dios es viva y eficaz y más cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta las

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fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos
y pensamientos del corazón” (Heb 4,12)
a) El cuerpo. Los biblistas nos enseñan la procedencia de este término: basar (en hebreo) y
soma en griego. La experiencia originaria del ser humano es la de un yo encarnado, somos
cuerpo, somos en el cuerpo, podríamos decir. “El Verbo se hizo carne” (Jn 1, 14) con la
encarnación de Jesús el Hijo, podemos recuperar el cuerpo, darle carta de ciudadanía y
con él, superar dualismos, fragmentaciones, sesgosxx. Reconociendo al cuerpo como el
primer contexto que nos contiene, recuperamos -con él- las coordenadas que nos
permiten comprendernos como humanos: el tiempo, el espacio, y por ello, el mundo y la
historia. El mundo es nuestra casa, el viaje de la vida sólo podemos vivirlo inserción en
nuestro mundo. El cuerpo nos liga a la tierra, al mundo y a la historia. ¿Cómo plantearnos
desde ahí ningún tipo de acompañamiento que subraye exclusivamente espiritualidades
desencarnadas? También es verdad que el cuerpo tiene que ir desarrollando una serie de
tareas para recibir el espíritu. A ello le ayuda el psiquismo.

b) El psiquismo o el alma, dicho con la expresión bíblica, nefesh, en hebreo y psyqué en


griego. Al reconocer la existencia del alma estamos afirmando que el ser humano vale más
que cualquier otra realidad humana. El alma nos permite la consciencia y el contacto, y
por ello, establecer diálogo con nosotros mismos, con los demás, con Dios. El alma
expresa “la capacidad de referencia del ser humano a la verdad, al amor eterno”
(Benedicto XVI). Es imprescindible contar con la existencia del “alma”. No podemos vivir
como seres “des-almados”, tampoco como seres “des-cerebrados”, eso niega nuestra
condición humana. En este enfoque tripartito el alma asume todas las funciones que
tienen que ver con la inteligencia, la afectividad, la voluntad, la imaginación, todas
nuestras facultades y relaciones, pero deja al espíritu las cuestiones más relacionadas con
Diosxxi. Nosotros preferimos referirnos a esta dimensión como psiquismoxxii. En él se
generan todo tipo de explicaciones y significaciones de lo ocurrido. Es decir, desde el
psiquismo se concibe, compone, forma y configura la identidad y la motivación; el
psiquismo revela sentido en los nuevos significados que emergen y facilita que el yo
personal asuma las riendas de la vida de manera reconciliada, integrada y unificada xxiii. La
tarea del psiquismo (alma) no es sólo animar al cuerpo material y darle vida, sino sobre
todo organizarlo, unificarlo y prepararlo para recibir el espíritu.

c) El corazón o el espíritu humano (en sentido bíblico), ruah (en hebreo), pneuma (en
griego). El espíritu es la facultad más noble que tenemos como humanos. Desde ella todo
puede unificarse. El espíritu humano entra en comunión con el Espíritu Santo (Rom 8,16)
y transforma el resto de la persona. Desde el espíritu podemos coordinar todas las otras
dimensiones que nos constituyen. Es aquí donde se da la relación con Dios, el contacto
con Él y se hace posible la unión. Por eso nos gusta mucho hablar del corazón en el sentido
bíblico, para referirnos a este nivel de hondura. El corazón se convierte en la “sede” del
espíritu. Desde el corazón podemos pensar en totalidad, contactar con la propia
conciencia, decidirnos con alegría, voluntad y libertad a seguir la llamada de Dios, el
proyecto de amor para cada uno, descubierto como vocación personal. Todo ello se siente
en los movimientos sentidos por la acción misma del Espíritu de Dios. Es decir, en el
encuentro con Dios se integra y convoca a todas las otras dimensiones de la persona. De
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ahí la importancia de vivir conectados con el corazón. Acoger la Vida es semejante a
decidir llegar al lugar del corazón, habitar la casa que se nos da como don.

En esta comprensión antropológica, lo humano es corporal, psíquico y espiritual al mismo


tiempoxxiv. Cuerpo, psiquismo y corazón no los consideramos niveles yuxtapuestos entre sí. Entre
estos niveles (diferenciados cada uno) no hay división ni fronteras infranqueables. todos están
relacionados entre sí formando una unidad, a nuestros ojos pueden aparecer moviéndose en
espiral. Cada uno pide ser tenido en consideración en su justa medida y a todos ellos el Espíritu
aspira a iluminarlos, habitarlos, transformarlos.
Varias imágenes sirven para presentar este enfoque, Santa Teresa de Jesús habla del castillo
interior, la zona noble de la casa donde habita el Señor. También ella misma nos regala otras
imágenes como son el palmito, un vegetal que es el tallo de las ramas de las palmeras. Otras
imágenes alimenticias también son muy sugerentes: la cebolla, esa verdura tan común en la cocina.
Hoy nos gusta fijarnos en la almendra, formada por varias capas: la piel exterior, la cáscara, la
semilla. Entre ellas existe un vínculo profundo, pero también se distingue claramente cada una. En
el proceso de maduración de la semilla, todas las capas van cambiando, así ocurre en nuestro
proceso de crecimiento hasta la plenitud en Cristo.
Desde todos y cada uno de estos niveles que nos componentes podemos relacionarnos con las
situaciones que la vida cotidiana nos presenta en los diversos contextos.
La tarea principal del acompañante es alentar el viaje hacia lo profundo del corazón. Y en esta
tarea es indispensable el discernimiento. De él hablaremos en otro punto.

• Todo esto con una pedagogía de procesos


La idea de proceso tiene mucha fuerza en la tradición espiritual cristiana: itinerario, camino,
carrera, peregrinación, crecimiento, progreso, escalas, estadios etapas, subidas, moradas, etc.
Múltiples imágenes para expresar una realidad común: “la vida cristiana se vive de modo
progresivo, en distintos grados de profundidad o de plenitud y está permanentemente abierta a
un crecimiento siempre mayor”.xxv El proceso siempre aspira al crecimiento pleno que es la
configuración en Cristo Rom 8,29.

Nos gusta de manera especial la imagen de los Sabios de Oriente (Mt,2) como icono de
revelación, búsqueda, movimiento. Nos alienta muchísimo la convicción experienciada de
Agustín de Hipona, de entre los muchos testimonios de la tradición espiritual. Viene a decir,
“estamos preparados para la itinerancia por esa ansia de plenitud existente en cada uno de
nosotros que continuamente nos impulsa al movimiento, a trascendernos, a ir más allá de
nosotros mismos”. A todos nos resuena de memoria su grito: “Nos hiciste Señor para ti y nuestro
corazón está inquieto hasta que descanse en ti” (confesiones 1,1).

Los procesos no pueden “forzarse”, ni desde dentro ni desde fuera. No se desencadena un


proceso por una decisión voluntarista. Tampoco el acompañante puede abrogarse el derecho
de intentar desencadenar un proceso, eso sí que sería no respetar la libertad humana, al
contrario, interferirla. Sospechemos de toda actitud moralista, perfeccionista, atada a la norma
que pueda darse en el acompañamiento o la propuesta de “imitaciones” externas que conducen

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a un ideal.

Lo que cuenta en los procesos es la actitud de buscar. La fuente de todo proceso se encuentra
en el corazón de la experiencia de cada persona y realidad: “Como los zahoríes, tenemos que
estar atentos a esta evolución, lejana o próxima, de la fuente viva. Atento al pozo secreto que
cada uno lleva en lo más profundo de sí mismo”xxvi.

Al acompañante le toca atender a lo que se mueve por dentro, a partir de las miles de
situaciones de la vida cotidiana y de la relación misma con Dios. Esto no ocurre de repente,
aunque en un determinado momento se caiga en la cuenta de ello; se intuye poco a poco,
se vislumbra entre imágenes nítidas y deformadas, se va haciendo actitud configurada y
configuradora de un peculiar estilo de vida.

Una clave para explicar el proceso nos la ofrece el dicho de E. Schillebeeckx, “todo empezó en
un encuentro”, referida a la vida nueva que comienza para los discípulos al encontrarse con
Jesús. “Todo proceso espiritual comienza con un encuentro de amor que nos da el ser, que nos
sostiene y alienta hasta que lleguemos a la plenitud, la unión completa con quien es nuestro
origen y destino”xxvii.

Para que un proceso espiritual se haga proceso vital hace falta tomar conciencia de dicho
proceso y hacerse cargo de él. El Espíritu es quien lo desencadena en cada uno. Decidirse a
vivirlo supone asentir en libertad. Crecer en conciencia de proceso lleva a adoptar una actitud
de itinerancia y búsqueda; tratar de vivir cada día y en cada circunstancia intentando hacer
experiencia cristiana de Dios. Desde esta experiencia se desencadena proceso porque genera
en quien la vive un modo singular de existencia cristiana, en la que hay una decisión a consentir
a ella desde la libertad. Lo escribe con mucha belleza González de Cardedal:

“Lo esencial de una existencia cristiana es esto: he despertado por una palabra – vocativo,
he sido llevado por una mano amorosa, he sido sostenido con una fuerza con la que yo no
contaba y que contaba conmigo, he marchado hacia una meta que yo no había avistado y
que me esperaba. El día en que lo descubrí me dirigí agradecido y suplicante al Señor”xxviii

Esta dinámica de proceso en el Acompañamiento requiere una pedagogía peculiar: activa,


implicativa, experiencial. También motivadora y exigente. Motivadora, porque no se trata de
imponer nada, se trata de despertar la confianza en uno mismo y en Dios. Exigente, porque es
capaz de valorar el trecho de camino andado, pero nunca se queda ahí, continuamente se abre
continuamente al cuestionamiento y a la superación.
Este tipo de pedagogía de procesos, pide unas prácticasxxix específicas en aquel que acompaña.
En los encuentros de acompañamiento:
a) Son más importantes las preguntas que las respuestas. La pregunta genera siempre un
movimiento concientizador y personalizante que lleva directamente al fondo. “Adán:
¿Dónde estás?” “¿Qué quieres que haga contigo?”. “¿Quién decís que soy?” “¿De qué
habláis mientras vais de camino?”

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b) Tiene prioridad el diálogo sobre los discursos. En un momento marcado por la
interculturalidad el diálogo parte del reconocimiento de la pluralidad, que nada tiene
que ver con el relativismo. En el diálogo siempre nos abrimos a expresar nuestros puntos
de vista y nuestras convicciones, pero igualmente nos abrimos para acoger los de los
otros, caminando juntos hacia la construcción de convergencias.
c) Es más importante la creatividad que la mera repetición. En cada itinerario vital
personal y comunitario, hay momentos de conformidad con lo recibido, momentos de
crítica y momentos de búsqueda de alternativas. Para poder buscar incansablemente
las prácticas alternativas en conformidad con el Evangelio de Jesús hay que pensar,
actuar, vivir nuevas experiencias, relacionar lo nuevo con lo dado, articular
creativamente lo intuido y discernir.
d) Se hace más necesario el éxodo que el sedentarismo. Se trata de hacer el camino de la
libertad liberada para ponernos en la onda de Aquel que es capaz de llevarnos a la plena
realización. La apertura permite no guardarse la vida, salir hacia nuevas latitudes,
arriesgar y romper con la seguridad de lo conocido.
e) También es imprescindible no pactar con el autoengaño, ni con ninguna clase de
disimulo posible. Admitir con valentía la propia vulnerabilidad y contar con la existencia
de la tentación, del mal, de la ambigüedad. Contar con ello sí, pero pactar con ello no.
Se trata de admitirlo para plantarle cara sin ingenuidades. Que ocurra de todo es una
cosa, que pactemos con ello justificándolo es otra muy distinta. Una vez más volvemos
a evidenciar la importancia radical del discernimiento.
f) Y por último la práctica del agradecimiento. Cuando se escucha, se dialoga, se reflexiona
y se hace silencio para dejar que surja desde ahí la comprensión de lo vivido; cuando
echamos a andar y cuando paramos del fondo del corazón brota el agradecimiento. Y
esta capacidad de dar gracias, nos da alas para continuar el camino.
Hasta aquí nuestro modo de entender el acompañamiento. Cada acompañante podemos
deducir todas las consecuencias que se derivan de ello. Ahora focalizamos más aún la
persona del acompañante, buscando un posible esbozo de perfil. Nos preguntamos:
3.2.¿Qué acompañante para este modo de entender el acompañamiento?
Lo expresamos con tres rasgos o tres dinamismos, tomados como un todo. Pretendemos,
con ello, sugerir algunos caminos de integración para andar por la vida con confianza y
respeto. Confianza porque la madurez nos regala el poder afrontarla con una cierta serenidad.
Respeto por su carácter de misterio, no sabemos el futuro, la vida en cualquier momento nos sitúa
en los límites de la vulnerabilidad.

• Con los pies en la tierra y “habitando su casa”


Nos identificamos con Ruiz de la Peña cuando dice define a la persona que llega a la madurez
y libertad como aquella que “dispone de sí para hacerse disponible” xxx. Nos gusta también
la imagen de “habitar la casa” que la misma Teresa de Jesús utiliza en las segundas Moradas
de su Castillo interior, para animar a cada buscador de Dios a no andar por casas ajenas,
sino llegar a vivir arraigados en los cimientos del amor de Dios y avanzar en el proceso de
conocimiento, estima, reconciliación y unificación de sí. Esto hace posible habitar la propia
casa, es decir, vivir con seguridad y confianza básica; desarrollar sentido de autonomía e
interdependencia suficiente como para salir al encuentro de los otros sin manipularlos ni

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tratar de dominarlos. “…estando ya mi casa sosegada” escribe Juan de la Cruz en el
comienzo de su poema “Noche Oscura del alma”
El camino de crecimiento es continuo y dinámico. Nunca llegamos a conocernos y
reconciliarnos del todo. Siempre anhelamos hacer más plena la unidad que nos configura y
que se nos ha dado con la vida, de manera germinal. Está en nuestras manos, elegir esa vida
que se nos ha dado y asumir libremente la responsabilidad de desarrollarla. El camino hacia
la reconciliación y el despliegue de esa unidad que somos es permanente; no puede cesar.
Es verdad que en cada edad y en cada época tiene distinta expansión de onda.
¿Cómo percibimos que el crecimiento se va dando? Cuando percibimos cambios en nuestra
forma de relación hacia dentro, hacia fuera y hacia lo profundo de nosotros mismos, es que
estamos creciendo hasta la integración plena. ¿Hay algunos indicadores que nos ayudan a
re-conocer este crecimiento e incluso a aplicarnos en practicar las habilidades que nos lleve
a ello? Valoramos especialmente cuatro indicadores que nos ofrece la antropología, los
consideramos verdaderos criterios para el discernimiento por las muchas luces que nos
ofrecen a nosotras y nosotros mismos y a otros:
a) Crecer en Implicación personal
Capacidad de involucrarse en la vida, los acontecimientos, las realidades y en la relación con las
personas. “¡La vida me importa! ¿lo que pasa en las fronteras me importa! ¡Lo que viven los otros
me importa! ¡Heme aquí!”
b) Crecer en la capacidad de explicarnos lo que ocurre y de ampliar la perspectiva (sus
causas y consecuencias)
Capacidad de aplicar pensamiento a la vida, de poner en orden nuestras acciones mentales y dar
explicaciones plausibles a lo que acontece. Capaces de explicarnos lo que ocurre y caer en la
cuenta de los significados que les damos a las cosas, donde los hemos aprendido, cuáles son las
pertenencias y creencias que nos ayudan a mirar y comprender. Capacidad de abrirnos al contraste
y a dar nuevas significaciones a lo vivido.
c) Crecer en capacidad de relacionar y tener visión de conjunto
Esto permite tomar postura con más seguridad y responsabilidad teniendo en cuenta la realidad y
la limitación humana. La importancia de esta capacidad radica en que no nos quedamos en la
periferia de lo que ocurre, al contrario, se nos capacita para adentrarnos a profundizar y descubrir
¿qué pasa en todo esto que pasa? ¿cuáles son los mensajes de fondo de un fragmento de cosas?
Se trata de pasar del mensaje al meta-mensaje de los relatos, como dicen algunos teóricos de la
comunicación.
La habilidad de relacionar lo que ocurre es pasar del fragmento a la integración, descubrir un todo
que es mucho más que la suma de las partes. La visión de conjunto permite conexión con nosotros
mismos, crecer hacia la unidad, formular lo que nos mueve en lo que hacemos, etc.
d) Crecer en el cultivo y conexión con la Dimensión de profundidad que nos caracteriza
En el acompañamiento y en la vida en general, los acontecimientos, las realidades, las
experiencias, las relaciones, etc., las profundizamos hasta llegar a descubrir los mensajes de
sentido y los movimientos del Espíritu que se generan a partir de ellas.

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Este modo de entender el crecimiento explica cómo a lo largo de la historia, muchos hombres y
mujeres nos hayan transmitido el mensaje de Jesús por el testimonio de “su estar, su decir-bien,
su escuchar-bien, su hacer-bien” ¿serán los acompañantes “experimentados” que dice Teresa de
Jesús? Este era su secreto: poseían el fuego del Espíritu. Es El y, -El en todas las cosas-, el que libera,
enraíza la madurez humana en la fe cristiana.
Lo nuestro no es buscar la madurez por la madurez misma, sino responder a la llamada de la
libertad. Y esta llamada a la libertad se enraíza en el Espíritu: "Donde está el Espíritu, está la
libertad" (II Cor 3,17). El inspira, anima, acompaña.
¿Cómo es posible sentir eso? Por la fe. Puro don, fuente real de todo acompañamiento. Fe que se
siente, cuando en el correr de los años, al tiempo que se experimenta más pobreza humana,
acompaña la sorpresa de la sabiduría, entendimiento, fortaleza, .... amor de Dios. ¡Cuánto ayuda
a todo ello suplicar los dones del Espíritu! Y vamos con el segundo dinamismo del perfil:

• Con una disposición permanente para vivir al aire del Espíritu


Si el verdadero acompañante es el Espíritu, ¿qué le queda al mediador? Me viene a la mente
la imagen del notario presentada por Wajdi Mouawadla xxxi en la obra “Incendios”. Hermile
Lebel es el notario, mediador-acompañante de dos hermanos gemelos. Este hombre articula
de manera magistral el escrupuloso respeto a la libertad de los hermanos, que dudan de
asumir o no las últimas voluntades de la madre, por el desconcierto que les provocan- y la
capacidad de estar a su lado, alentar, instar a abrirse a ella.
Les motiva diciendo: “Yo quería a su madre, se lo digo sin tapujos. Ella me habló a menudo
de ustedes” Y ante las resistencias de Simón, uno de los gemelos, el notario, con toda
libertad y respeto, le confronta así a Simón:
“Calma Simón, calma. Quizá esto no me concierne, pero reconozca que Ud. plantea
también las cosas a su conveniencia… no sé, esto no me concierne, tiene Ud. razón,
pero ¿y… si lo que les pide su madre no es fruto de un acto de locura sino un regalo
que ellas les hacía…? (…) “¡Por supuesto ustedes tienen la libertad de hacer lo que
quieran, tienen la libertad de no responder a las voluntades de su madre! No están
obligados a nada. Pero no pueden exigir lo mismo de los demás. De mí, de su
hermana. Los hechos están ahí: su madre pide una cosa a cada uno de nosotros tres,
son sus voluntades, y cada uno hace lo que quiere. Hasta los condenados a muerte
tienen derecho a la última voluntad. ¿Por qué no su madre? Y así se comienza una
impresionante historia de amor.
A lo largo de toda la historia, la presencia del acompañante notario es discreta pero incisiva.
¿Qué le permite actuar así? La integridad con la que se le percibe, la libertad para actuar
según sus hondas convicciones, aun cuando este modo de actuar tiene consecuencias en su
carrera profesional. No sé por qué, al escribir sobre este punto me ha venido la imagen del
notario, pero ahí está. Si, sus convicciones y la experiencia de querer a esta mujer, lo lleva a
actuar con tanta libertad y tacto, ¿qué no será posible para aquellos que tratamos de vivir
tras las huellas del Resucitado y al aire del Espíritu en su Iglesia?
En los encuentros de acompañamiento escuchamos historias de todo…, relatos impactantes,
relatos monótonos, relatos en los que nosotros mismos nos proyectamos, historias que nos
provocan muchas interferencias, otras que nos pueden fascinar. ¿Qué puede ayudarnos

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para ejercer de mediadores sin quedarnos en lecturas planas o sesgadas de lo que ocurre?
¿Qué nos ayudara a no suplantar al mismo Espíritu? Sólo una cosa, vivir conectados con lo
profundo del corazón ¡Vivir “a su aire”! Vivir -también nosotros mismos- este proceso de
crecimiento en la fe que pretendemos acompañar a otros.
La vida en el Espíritu es la misma vida teologal, creo que en esto estaremos todos de
acuerdo, no consiste en prácticas y doctrinas sino en:
“Una nueva forma de ser desde Dios, de acogida y consentimiento a su Presencia que
lleva a reorientar la mirada, a convertir el corazón, a rehabilitar el deseo, a transparentar
en la propia vida la Vida de Dios. Por eso, la vida en el Espíritu es también cultivar una
atención alerta a la gente y a los acontecimientos de cada día, que revelan así lo sagrado
presente en ellos. Significa escuchar y no impedir que el Misterio que “late en nuestra
existencia como Uno y Englobante, como Abismo que origina y fin que polariza” (Martín
Velasco) se manifieste y lo haga en la profundidad de nuestro ser y en la vida cotidiana,
en el rostro de los hermanos, en quien su Rostro brilla de manera más perfecta.xxxii
Esta viva teologal va generando en el acompañante diversas actitudes que le ayudan a él mismo,
a liberar su libertad, y a vivir con libertad de discernimiento la relación con los demás, muy
específicamente con los acompañados. Recogemos algunas actitudes enumeradas por la autora:
a) Acoger y reconocer con agradecimiento todo lo recibido de Dios, cómo su amor nos
constituye y nos hace crecer, de reconocer confesando cuánto nos ha dado Dios en
Cristo, y de reconocer adorando su presencia en el interior de la historia y en la
propia vida.
b) Ir configurándose con Cristo, es decir, caminando en identificación con él. Este
configurarse con él, pasa por amar como él hasta dar la vida. Se expresa de manera
real y concreta en una transformación de nuestra sensibilidad: ver, sentir, escuchar,
gustar… la realidad como lo haría Jesús mismo.
c) Entrar en un proceso de rehabilitación, restauración y recreación de la propia vida
hasta su plenitud, que lleva adelante el Espíritu que es fuerza, amor, aliento. El
camino de la vida en el Espíritu pasa por ese “ir habituándose” (Ireneo de Lyon, Avd.
Haer. III,17,1-2) al modo de Dios, por dejar que todo nuestro ser sea recreado por él
hasta que lo humano sea perfeccionado porque henchido de Dios. Este proceso sólo
puede darse en el contexto de una relación interpersonal marcada por el amor.
d) Compromiso que se verifica en la vida cotidiana, energías que se unifican y centran
todas ellas en torno al proyecto salvador y liberador de Dios. “Sólo quien cree en
otro –no sólo en teoría, sino también en las decisiones prácticas- y conforme a él
orienta su vida, logra rebasarse a sí mismo, de suerte que ya no gire únicamente en
torno a su propio ingenio, para acabar no comprendiéndose ni a sí mismo” (Karl
Rahner, meditaciones sobre los EE de san Ignacio, 227)

Cuando cultivamos esta disposición permanente para vivir al aire del Espíritu, se nos da la
certeza humilde de saber que, más allá de nosotras y nosotros mismos, de nuestras torpezas y
balbuceos, siempre está el verdadero Acompañante. Pablo de Tarso sabía bien de esta
experiencia. A nosotros nos toca acoger y consentir a su acción, pero es el Espíritu de la libertad

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el que, escudriñando todo, intercede por nosotros ante Dios, mientras nos acompañamos en el
camino (cf. Rom 8,26-27).xxxiii
• Encarnado en la realidad que están viviendo y sabiéndose caminando con
otros hermanos y hermanas en la fe
Un acompañante no puede ser un francotirador solitario. El acompañamiento en sí, es una
mediación tanto más efectiva, cuando aparece y se ofrece, inserto el mismo acompañante
en el concierto de otras mediaciones:
Encarnado en la realidad. El que acompaña tiene que vérsele a él mismo contextualizado:
inserto en la comunidad ciudadana, con mirada de vigía, atento e implicado con todo lo que
ocurre en el exterior. siempre abierto a los gritos de sus contextos para acercarse con mirada
contemplativa a cada periferia.
Me llega mucho algo que he leído preparaba esta lo que he leído uno de estos días: “El hecho
mismo de contemplar las esperanzas de nuestro mundo ya lo está haciendo diferente,
incluso para transformarlo, de ahí que resulte clave el hecho mismo de la forma de
mirar”xxxiv.
Abrir el corazón a lo que real y verdaderamente está “ahí” es fruto de la contemplación y de
la vida espiritual. Las cosas más interesantes de la vida, ya lo dijeron los Padres del desierto,
solo son perceptibles a los ojos del corazón. Viviendo distraídos pueden pasarnos
inadvertidas. De ahí la importancia de la segunda mediación
Caminando con otros hermanos y hermanas. Cada acompañante necesita de la medición de
la comunidad eclesial; compartiendo y celebrando su fe en el día a día con la comunidad
local; abierto al continuo intercambio con otras comunidades; cultivando de manera asidua
su relación con Dios; viviendo la vida como misión entregando lo mejor de sí en lo que le
corresponde cada día.
Caminando con los hermanos compartimos los nutrientes necesarios en el seguimiento de
Jesús: beber de la Palabra de Dios, celebrar Eucaristía y participar de la comunidad
(parroquia, comunidad, movimiento apostólico, etc.) La vida personal de un acompañante
tiene que expresarse también eclesialmente y agradecer “ser parte” recibiendo, de esas
comunidades de pertenencia y referencia: apoyo, contraste, discernimiento y aliento
mutuo.
Abierto a las diferentes culturas y contextos. Nadie puede vivir al margen de sus contextos,
al margen de los otros. La inserción en la realidad pide un diálogo constante con ella, diálogo
de ida y vuelta puesto que la realidad misma, es decir, los contextos y las culturas nos
modelan y somos modelados continuamente por ellos. Atención a los contextos de los
jóvenes, atención a nuestros propios contextos. Esa es la Misión eclesial más apremiante en
este momento.
Termino este punto. El fundamento teológico de todo esto que decimos lo encontramos en la
comunidad misma de Jesús: “La comunidad de Jesús se constituye con aquellas y aquellos que,
convocados por el Dios de la Vida, han acogido su misericordia entrañable derramada en Jesús
y se han sentido provocados a vivir la fraternidad, y a ser fermento y sal en medio de las
realidades históricas. La imagen por excelencia para hablar de la Iglesia es la de ser familia donde

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nos reconocemos en una experiencia común de filiación que se transforma en fraternidad. Los
primeros seguidores y seguidoras de Jesús se sintieron, en primer lugar, hijos en el Hijo y, por
ello, comenzaron a tantear las sendas que conducen al sentirse hermanos en el Hermano”xxxv.

3. ¿Cómo podemos mantenernos abiertos en el acompañamiento, respetando la


libertad humana?
Es verdad que a lo largo de la reflexión ya hemos ofrecido muchas pinceladas sobre la
libertad, pero la organización del Simposio ha insistido en esta pregunta como requisito
importante a profundizar por parte de aquel que acompaña. Vamos, pues a adentrarnos en
ella, aún a riesgo de repetir algunas ideas. Primero ahondamos en lo que entendemos por
libertad cristiana y segundo nos adentramos en lo que conlleva en la práctica del
acompañamiento el respeto a esta libertad.

3.1. Lo que entendemos por libertad cristiana

¿Qué entendemos por libertad desde el punto de vista cristiano? ¿Cómo podemos no
respetarla si es Dios mismo quien nos ha hecho libres? Juan Luis Ruiz de la Peña, repetía
apasionadamente en sus clases: “ser persona es ser libre y ser libre es ser persona” si
negamos la libertad individual de una u otra forma, negamos igualmente las libertades
sociales y las consecuencias serían imprevisibles. Nuestra fe cristiana no reconoce el mundo
como un escenario en el que Dios mueve a su gusto los hilos de la trama, hace Él sólo su
monólogo y dicta a su antojo su voluntad sobre nosotros. La fe cristiana concibe la relación
con nosotros como el diálogo entre dos libertades, la suya y la nuestra. El anuncio de la
buena noticia, la llamada a la conversión, la llamada vocacional de Jesús a sus discípulos es,
en sí misma, una llamada en libertad que espera una respuesta, también en libertad. Una
respuesta en la que está en juego los derroteros que seguirá la vida. Por eso, dicen los
antropólogos, que creer y hacer la experiencia de la libertad son una misma cosa.

La libertad se vive con distintos grados de cualidad, en eso también vamos creciendo.
Ayuda mucho en la práctica concreta del acompañamiento saber dónde está cada uno para
salirle ahí a su encuentro. En un nivel periférico, la libertad podemos reducirla a tomar una
decisión ante varias alternativas posibles (aunque no es poca tarea ésta para algunos de
nuestros jóvenes). En un nivel más reflexivo, la libertad hace posible dar una orientación a
la vida según determinados valores. En el nivel del corazón la libertad lleva a poder descubrir
la vocación personal y vivir la vida como misión, ¿cómo se realiza este proceso desde la
libertad? No entendiendo esta voluntad de Dios como un mandato externo, arbitrario o
providencialista, que alguien “aconseja o impone desde fuera”. Sí descubriendo que captar
y acoger la voluntad de Dios es el camino que lleva a la plena realización de nuestra
identidad; dicho con otras palabras, somos libres para llegar a ser lo que se nos ha dado ser,
imagen de Dios en Jesús. Pablo y Juan oponen esclavitud a filiación, no a libertad, po rque
“la libertad humana alcanza su más alta forma de realización en la filiación adoptiva” (Rom
8,15.21; Gal 4,3-7; Jn 8,32ss) Y porque todos somos hijos de un mismo padre, las decisiones
son tanto más libres cuanto más construyan la sociedad fraterna soñada por Dios.

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Crecer en libertad es esencial para actuar con conciencia recta y verdadera en la vida . Lo
expresó muy bien el Vaticano II. La auténtica libertad es “una espléndida señal de la divina
imagen en el hombre, ya que Dios quiso dejar al hombre en manos de su propia decisión, de
modo que sepa buscar espontáneamente a su Creador y llegar libremente a la plena y feliz
perfección, por la adhesión a Él” (GS 17). Llegar a ser imagen de Dios y responder a su voluntad
pide de cada uno, según esto, obrar en libertad y autonomía, vinculándose plenamente a Dios,
porque es él quien con su acción creadora y sostenedora de todo cuanto existe, es el
fundamento de posibilidad de la libertad humana y de su acción en la historiaxxxvi. Y comenta
Elisa Estévez al respecto:
“En esta formulación del Concilio hay una auténtica paradoja, porque la autonomía
humana se afirma a la vez conjugando la libertad y la gracia divina, y supone articular “la
razón y la voluntad humana” con “la sabiduría y la providencia de Dios” (Veritatis
Splendor, 41). Esa dinámica paradójica la expresa muy bien el apóstol Pablo cuando
afirma que “todo lo puedo en aquel que me conforta” (Flp 4,13), y supone haber
comprendido que “la dependencia radical de Dios no crece en proporción inversa, sino
directa, con la verdadera autonomía ante él” (K. Rahner)xxxvii.
La libertad es sobre todo la capacidad y posibilidad que Dios concede a todo ser humano
de abrirse a él como origen y meta de su ser, y crecer en el amor o de rechazarle, y no
es, por consiguiente, indiferencia, ni independencia, ni mirar la vida desde sí y para sí, ni
hacerse dueños de las cosas y de los otros. Y esto implica crecer en libertad interior, en
capacidad de autotrascenderse, y en confianza en un Dios comunión que nos invita a
crecer en todo hacia él por medio de Cristo, viviendo con autenticidad el amor (cf. Ef
4,15).
Pero, además, Dios nos ha hecho libres con una libertad que implica la capacidad de
responsabilizarse de todo hombre y de toda mujer, de toda realidad humanaxxxviii.
La libertad así entendida es inseparable de la comunión. La concepción cristiana de la libertad
hace sinergia con algunas concepciones antropológicas actuales, la libertad es inseparable de la
comunión. Como afirma García Roca, “En la mesa compartida, todos forman parte de la libertad
de los otros y se viven para los otros”.xxxix Por eso la libertad y la comunión apuestan por la
cooperación y la interdependencia. Es una libertad “con” y “para”, que se encamina en la
dirección de ampliar siempre el “nosotros” y en la búsqueda responsable y participativa del bien
común. La verdadera autonomía es entonces optar por la pro-existencia en vida entregando la
vida por completo como Cristo mismo en favor de la humanidad, y poniendo al servicio común
las capacidades y dones de una manera responsable y solidaria. No puede ser de otra manera.

3.2. ¿Qué conlleva liberar la libertad en la práctica del acompañamiento?

Volvemos a escuchar al Papa Francisco: “Aunque suene obvio, el acompañamiento espiritual


debe llevar más y más a Dios, en quien podemos alcanzar la verdadera libertad. Algunos se creen
libres cuando caminan al margen de Dios, sin advertir que se quedan existencialmente
huérfanos, desamparados, sin un hogar donde retornar siempre. Dejan de ser peregrinos y se
convierten en errantes, que giran siempre en torno a sí mismos sin llegar a ninguna parte”
(EG,170).

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• Crear condiciones de posibilidad

¿Qué podemos hacer en la práctica del acompañamiento para tamaña tarea? La vida nos va
enseñando que lo nuestro es: crear condiciones de posibilidad para que puedan surgir
experiencias de crecimiento y liberación en los acompañados. Es condición sin la cual reconocer
la iniciativa al acompañado y al Espíritu que trabaja en él. Acertar a ocupar nuestro lugar y
descalzarse para la escucha. A partir de ahí, en los diálogos de acompañamiento, ¿qué
experiencias constatamos que se suscitan y en que actitudes se puede crecer?:

a) Crecer en capacidad de prestar atención y comunicarse cada vez con más autenticidad

Tomar conciencia de todo eso que pasa es el primer paso para hacernos cargo de la vida y asumir
la autoría de lo que hacemos. “Poner nombre ayuda mucho” solemos escuchar. Y nosotros
apostillamos, poner nombre ayuda mucho, pero lo que importa es ponerle nombres auténticos
a las cosas y eso no se hace cuando el acompañante no deja hablar al acompañado, se anticipa
y corta con frecuencia su expresión diciendo: “lo que te pasa a ti es…”.

Crecer en consciencia es caer en la cuenta uno mismo de lo que pasa, prestar atención. Esta es
la primera condición de posibilidad para liberar la libertad. “aprender a ser nosotros mismos
ante el otro”; esto ayuda muchísimo a expresarse en verdad y comprometerse cada vez más con
la comunicación. Tomas Merton invita a los acompañados a cultivar este tipo de atención:

“Debemos ser muy abiertos y claros, sin prejuicios y sin teorías artificiales acerca de nosotros
mismos. Hemos de aprender a hablar en conformidad con la verdad que llevamos dentro,
tanto como la podamos percibir. Hemos de decir lo que realmente sentimos en el fondo de
nuestra alma, y no lo que pensemos que otros quieren que digamos, o lo que cualquier otro
acaba de decir. Hemos de estar preparados a tomar total responsabilidad de nuestros deseos
y aceptar todas las consecuencias”xl.

Como acompañantes creamos condiciones para aumentar la consciencia con la escucha atenta.
La escucha de calidad requiere características concretas. Es la habilidad para captar y entender
aquello que la persona pretende comunicar. Habilidad también para comprender cómo vivencia
cada uno lo que está expresando. Y habilidad, por fin para devolverle a quien se comunica el
reflejo- síntesis de lo escuchado.

En la escucha, el acompañante actúa como testigo - eco de lo escuchado. Consciente de que lo


que escucha pertenece a lo más íntimo, personal e inviolable de cada uno. ¿cómo no quitarse
las sandalias ante esta tierra sagrada del otro, como expresión de humildad y postura correcta
para escuchar? ¡Cómo disfrutamos al escuchar hablar al Papa Francisco enfatizar la importancia
de la escucha!, lo dice de forma tan expresiva:

“Necesitamos ejercitarnos en el arte de escuchar, que es más que oír. Lo primero, en la


comunicación con el otro, es la capacidad del corazón que hace posible la proximidad,
sin la cual no existe un verdadero encuentro espiritual. La escucha nos ayuda a

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encontrar el gesto y la palabra oportuna que nos desinstala de la tranquila condición de
espectadores. Sólo a partir de esta escucha respetuosa y compasiva se pueden encontrar
los caminos de un genuino crecimiento, despertar el deseo del ideal cristiano, las ansias
de responder plenamente al amor de Dios y el anhelo de desarrollar lo mejor que Dios
ha sembrado en la propia vida” (EG,171).

b) Crecer en capacidad de interiorizar

Interiorizar nos libra de quedarnos en la periferia de la vida. No queremos confundir interiorizar


con “dar vueltas a las cosas”, ni curvarse sobre sí mismo. Hay quien recela de lo exterior de sí
porque lo vive como opuesto a la interioridad.

Interiorizar nos ayuda a conectarnos con nosotros mismos y comenzar a vivir desde el nivel de
la persona que somos. Interiorizar, como facultad humana en la que se ponen en juego todas
las acciones mentales, y la interioridad cristiana, no tiene nada que ver con el ensimismamiento
o con el “sentirse bien”, sin más.

Con la práctica de interiorizar aprendemos a escucharnos a nosotros mismos para entender “qué
vivimos en todo lo que nos pasa y pasa a nuestro alrededor”. Descubrimos los significados que
cada cosa tiene y podemos, así, personalizar lo que vivimos. En la práctica de interiorizar se dan
cita lo objetivo y lo subjetivo, lo exterior y lo interior, lo humano y lo espiritual, lo propio y lo
ajeno. Al interiorizar nos ahondamos a nosotros mismos, contactamos con esos fondos
personales que quizá no frecuentamos demasiado, sentimos cómo los fragmentos van
engarzándose, unificándose. Por esta práctica, llegamos fácilmente al umbral del corazón.

Como acompañantes ayudamos a crecer en interiorizar cuando regalando preguntas de vida


para profundizar lo que está pasando. Las preguntas no hay que inventárselas, surgen del
interior de los acompañados cuando escuchamos con hondura: ¿qué buscas con esto? ¿cómo
te explicas lo que vives? ¿qué significado das a lo que te ocurre? ¿qué dudas te surgen? ¿qué
preguntas te brotan?, y así un largo etc., según cada persona, situación, momento, contexto.
Preguntas de vida, no inquisidoras, no interrogadoras: ¿Dónde estoy? ¿Qué busco? ¿A dónde
quiero ir?:
“Las preguntas pueden surgir por una situación concreta –que despierte entusiasmo o
temor- o por la acumulación de un malestar sordo pero persistente que se hace
inaguantable. Esta situación puede suponer la irrupción de una gracia que nos viene a
colocar de nuevo en nuestro auténtico lugar: la interioridad”xli.

c) Crecer en actitud de discernimiento

Es discernimiento es fruto exquisito surgido de cultivar la semilla de la consciencia, de la


interioridad. Es la capacidad de profundizar lo que nos pasa, en soledad y en compañía, de
manera personal y comunitaria. Es una actitud, no sólo un método. La capacidad de
discernimiento se genera, sobre todo, en contacto con lo profundo del corazón.

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La actitud de discernimiento pone de manifiesto que se nos ha dado la experiencia de encuentro
con Jesús y con el Dios de Jesús. Desde ese momento comienza a brotar una convicción honda:
nuestro Dios no está callado, no está quiero, está a activo en la vida, en mi vida y en la de todas
las personas. Trabaja continuamente para hacer posible la vida abundante para todos. Intenta
mostrárnoslo y solicita nuestra colaboración. “nuestro Dios trabaja para nosotros” Nos lo dice
Jesús en el Evangelio: “Mi Padre trabaja siempre y yo también trabajo” (Jn 5,17) ¿cómo no vamos
a responder a ese Amor con amor?

Mientras acompañamos ayudamos a crecer en actitud de discernimiento cuando invitamos una


y otra vez a vivir todo lo que vivamos, con Jesús y desde Jesús e iniciamos para ello en la relación
personal con Él. De nuevo las preguntas pueden ayudar, aunque ahora son las preguntas propias
del corazón: ¿Dios aquí qué…? Jesús en esto… ¿cómo?; o las preguntas propias del
discernimiento: ¿qué sientes? ¿Hacia dónde te mueve el Espíritu?

No es fácil distinguir con claridad la voz del Espíritu en el interior del corazón, es frecuente
engañarnos, tanto acompañándonos o acompañando. Para no engañarnos nos puede ayudar
una mirada asidua a la brújula y atención a las referencias del camino: La brújula apunta a fijar
los ojos en Jesús, la relación asidua con Dios, gustar su Palabra. Las referencias del camino es la
capacidad de atender a la realidad y la calidad de la vida cotidiana.

“Cuando escuchamos al Espíritu, oímos un sonido más profundo, una pulsación distinta.
El gran avance de la vida espiritual es pasar de una vida sorda, que no oye nada, a una
vida de escucha. De una vida en la que nos sentimos apartados, aislados y solitarios, a
una vida en la que oímos la voz sanadora y orientadora de Dios que está con nosotros y
nunca nos abandonará (…) Cuando escuchamos de verdad, sabemos que Dios nos habla,
nos señala el camino, nos muestra la dirección a tomar. El discernimiento es una vida
que consiste en escuchar y en marchar a un ritmo distinto, una vida en la que nos
volvemos “todo oídos”xlii
Y nos sentimos movidos a sumarnos al Proyecto de Misión evangelizadora de la Iglesia
de Jesús.
d) Acompañar con un modo de hacer performativo
Performativo es “aquello que al enunciarse realiza la acción que significa” “Los verbos
performativos son aquellos que, por el mero hecho de enunciarse producen un efecto en el
mundo, es decir, que no se quedan en meras palabras, sino que tienen consecuencias reales”.
En el compartir de los diálogos lo que los acompañados expresan pertenece a lo más íntimo e
inviolable de sus personas. ¿Cómo no descalzarse?
“Quien desempeña la tarea de acompañante sólo puede hacerlo desde la absoluta
modestia de sentir que se le permite la entrada; desde la humildad de quien sabe que
se le invita a participar, y sólo como acompañante, en el camino del Espíritu que recorre
la persona acompañada.
Y como se trata de participar en la obra del Espíritu, ha de avanzar con profundo respeto,
como de puntillas. Será, sobre todo testigo de la acción de Dios y ayuda a distinguirla de
la que sólo es apariencia”xliii.

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Y al testigo, se le pide testimonio. En este caso se concreta en la propuesta de actuar en la
relación los mensajes y actitudes que se quieren transmitir. ¿Hacia dónde apunta el modo de
actuar de los acompañantes?
• Mostrar un modo de acogida que vincula sin crear dependencias, sin intención de
poseer ni dominar. Un modo de acogida respetuoso que abre espacio para el encuentro
porque el acompañado recibe aceptación de quien escucha.
• Mostrar un modo de escucha que transmite confianza y seguridad al acompañado.
Escucha objetiva, empática, profunda. Generadora en el acompañado de experiencias
que le llevan a decir: “soy capaz de contactar consigo mismo, comunicarse, entenderse,
explicarse, caer en la cuenta de mis anhelos y deseos, abrirse, también yo – él mismo- a
la escucha de Dios para desarrollar lo mejor que Él ha sembrado en mí y responder a su
amor”
• Mostrar un modo de profundizar que ayuda a personalizar e interiorizar lo vivido, nos
acerca a Jesús y nos pone directamente en conexión con el Espíritu. Huyamos de los
discursos huecos, vayamos al corazón de la experiencia. Al profundizar personalizando:
“¿y tú ante esto, qué?, el acompañado puede tomar las riendas de su vida, formulas las
creencias y convicciones que vive, objetivar lo que se plantea, abrirse a nuevas formas
de profundización. Descubrir el sentido que emerge, adentrarse en acoger sentido y
contactar con lo profundo de su corazón para captar como le mueve el Espíritu
• Mostrar empatía al estilo de Jesús para saber compartir alegrías y sufrimientos de los
acompañados sin juicios ni reproches. Con ello haremos camino de libertad ambos, el
acompañado descubrirá que no hay ningún tipo de fingimiento en el acompañante y se
hará más posible adentrarnos en los caminos del discernimiento.

Este modo de estar al lado del acompañado evangeliza al propio acompañante. Se le concede,
poco a poco, como dice el Papa Francisco, la capacidad del propio corazón que hace posible la
proximidad, sin la cual no existe el verdadero encuentro espiritual.

Con este modo de hacer, actualizamos en cada encuentro, el objetivo hondo del
acompañamiento espiritual, alentar es ese proceso de peregrinación hacia el Padre, con el
desarrollo pleno de nuestra vida, siguiendo a Jesús e identificándonos con él. Es decir cultivar el
anhelo permanente para “que nada haya más importante en nuestra vida y en la vida de los que
acompañamos, que secundar su sueño de amor – con todo lo que somos y hacemos- sobre
nosotros y sobre el mundo” (JA García)

e) Actuar como mistagogos y/o pneumatóforas


Después de todo lo dicho, ¿cómo no vamos a priorizar la imagen de mistagogo, para expresar la
actividad principal que se espera del acompañante? Lo más importante del acompañamiento,
como dijimos al principio aludiendo a Juan el Bautista, es preparar el camino para el encuentro
con Jesús y alentar el proceso de vivir con alegría en su seguimiento.
Mistagogo es aquel que ayuda a conducir a cada uno desde lo que todavía no es hasta lo que
está llamado a ser. Cultivar la mirada del corazón para ver a Dios incubándose en el corazón de
cada personaxliv.

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Como dijimos en el comienzo, en los siglos IV y V, existieron las Ammás del desierto. A estas
mujeres se les denominaba parteras de la sabiduría, verdaderas madres espirituales, no menos
pneumatóforas (portadoras del Espíritu) que sus homólogos, los varones, mujeres capaces de
escuchar los corazones de quienes las rodeaban, de modo que el Espíritu daba a luz a Cristo en
el corazón y la vida de estas personas. Y así, como parteras, respaldaron la experiencia de una
dimensión -que, a medida que se desenvolvía, se tornaba más y más plena- del Cristo que
habitaba en el corazón de las mujeres y los varones a quienes servían y escuchaban”xlv
Se nos invita a ser acompañantes mistagogos, todas y todos acompañando, sabiendo que lo
mistagógico se despliega a partir de la irrupción del Misterio de Dios. Esto se percibe en cambios
concretos en la vida, en el dinamismo espiritual que se genera: la transformación de su horizonte
vital y la reorientación de su existencia. Benedicto XVI nos lo recordó en una de sus encíclicas:
“no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con
un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una
orientación decisiva” (DCE,1)
Vivir la fe de manera confesante nos impacta, según hayan sido los contextos y la historia de
cada uno nos hemos visto desarrollando una fe más sociológica que experiencial, más pegada a
la norma y a la moral que al evangelio de Jesús. A cada uno se nos pide dialogar con los contextos
para ver cómo nos han influido y hacer el camino de purificar y recomponer la fe en Jesús, el
Cristo, cada día.
Para esto necesitamos una Mistagogía, como dijo Rahner. Una iniciación a la experiencia que
nos ayude a descubrir y acoger nuestra vida y existencia referida al Misterio que llamamos Dios.
No es tarea fácil por la situación actual que vivimos, en medio de la indiferencia y desafección
de muchos ante las mediaciones religiosas. Pero no se agota ahí el análisis. También percibimos
en otros el “retorno a lo sagrado”, un creciente interés por lo espiritualxlvi.
La situación actual es todo un reto para nosotras y nosotros. Una oportunidad para la
recomposición de la fe auténtica en Dios. En diálogo con la realidad de nuestro mundo, con las
generaciones más jóvenes, hacen falta nuevas formas para la transmisión y propuesta de la fe,
entre esas nuevas mediaciones el acompañamiento espiritual resulta especialmente valioso.xlvii.
“Cuenta un relato de los Padres del Desierto que había un anciano con el don de la
cardiognosis y que tenía un discípulo ansioso de este mismo don para poder ayudarlo.
Al anciano le parecía que el joven discípulo no estaba aún preparado, pero tanto insistió
el discípulo que el Anciano rezó por él y le fue concedido el don. Pocos días después, un
hombre se acercó a la ermita para recibir la bendición del venerable Anciano. El joven
discípulo lo recibió y quedó escandalizado de los pecados que vio en su interior.
Entonces, indignado con aquel hombre, lo echó del recinto, recriminándole que se
hubiese atrevido a presentarse en aquel estado moral deplorable. Advertido por los
gritos, el Anciano salió de su celda y al punto lo comprendió todo. Llamó al joven novicio
y le dijo: “¿te das cuenta de que no estabas preparado para ver?” Este hombre ha venido
a nosotros en busca de misericordia y de ti sólo ha salido juicio”. Parece que el mismo
discípulo le pidió que lo liberase de aquella carga que no estaba preparado para llevar.
El Acompañante – mistagogo, pneumatófora- , es aquel que sabe mirar como Dios nos mira, es
decir, “desde lo que estamos llamados a ser y llegaremos a ser”. Y poner ese don al servicio del
acompañamiento, sin por ello pretender ponernos por encima o guiar las conciencias de los
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acompañados. Esto sería contradecir de manera performativa, también, el don. Los contextos y
la sensibilidad actual nos piden un ejercicio de la mistagogía acorde con los tiempos que vivimos,
sin desvirtuar el discernimiento.
2. De nuevo la palabra a los jóvenes: ¿Qué valoran del Acompañamiento, cuando lo
descubren?
Quiero acabar como comencé, escuchando a los jóvenes. Ante la pregunta ¿qué valoran
especialmente del acompañamiento, cuando lo descubren, los jóvenes con los que tú tratas?
Me sorprende la coincidencia de valoraciones, en situaciones y edades tan diversas. Estos son
los mensajes más significativos que recojo, elaborados por mi misma, como poniéndolos en su
boca:
• Impacto. Se han interesado por mi, me han escuchado, me han tomado en serio en lo
que decía, no me he sentido etiquetado. Los adultos me han respetado, me he sentido
tratado con mucha dignidad en mi edad y situación. Nunca había imaginado que haya
adultos que me entiendan, que se pongan en mi piel, que no se escandalicen de lo que
me pasa.
• Sorpresa: Nunca hubiera imaginado que me ayudara tanto hablar con alguien así,
profundizando, interiorizando. Estoy sorprendido/as de cuantas cosas descubro de mí
mismo/a. Agradezco que no se me den recetas, que me acompañen para buscar mi vida,
Pero prefiero bucear en mi interior en compañía, sólo me da miedo.
• Deseo. Quiero más. Venía buscando luz para una decisión puntual que tenía que tomar
y he encontrado un horizonte para andar tras él. Venía con una pregunta pequeñita y
ahora se me ampliado muchísimo, tiene mucho más valor del que yo me había
imaginado., esto me anima y me hace sentirme mejor, mucho más yo y más dispuesto
a andar por este camino de conocerme, responsabilizarme, vivir con un proyecto.
• Gracias. Muchísimas gracias por ofrecerme el acompañamiento, a mí no se me hubiera
ocurrido, cuanto ayuda, me hace más persona, más creyente, más hermano.
Si no llega a ser por un amigo, que me ha dicho lo bueno que puede ser el
acompañamiento, no me hubiera animado.
• Me he dado cuenta: Para vivir de fe y seguir a Jesús, quiero el acompañamiento,
necesito de la comunidad, no quiero mirar a otro lado ante la suerte de los más débiles,
pero ¿cómo hacer para que Jesús sea el centro de mi vida?
• Ahora entiendo. Una cosa es tener experiencia de Dios y otra saber que se había tenido
experiencia de Dios. ¡Sin el acompañamiento….me lo hubiera perdido! Gracias.
• Esto es más de lo que yo imaginaba. Valoran “valoran contar con el espacio”, “ponerse
a ello”, “buscar a Dios así”, aprender a conectar con el corazón. Recibir luces del propio
interior, poder distinguirlas, poder tomar decisiones
• Que sorpresa poder hablar con alguien que siento tan distinto/a mi. Yo no soy
creyente, tú sí. Yo creo que tengo unos valores distintos que los tuyos y e interesas por
lo mio. Esto de compartir este proyecto de voluntariado me ha hecho un regalo
impresionante contigo.
• Me siento buscador de Dios. Que el acompañamiento me sirva para buscar a Dios, para
discernir mi vocación…. ¡impresionante! ¿Qué hubiera sido de mi sin esta mediación?

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• Me siento reconfortado. Yo que estaba a punto de abandonarlo todo, y estos ejercicios,
este acompañamiento me ha hecho recuperar la energía, conectarme de nuevo,
conectar con Dios, retomar el camino. ¡Gracias!
• Se me ha cambiado totalmente la imagen del acompañamiento. Antes creí que era,
pues eso, resolver problemas , recibir consejos, y la verdad, ahora me doy cuenta que
es como tener una buena compañía para madurar mi fe, mi compromiso, mi relación
con Jesús. Gracias
• Y lo mejor de todo es que no es solo personal, también comunitario. Desde que he
descubierto el acompañamiento noto que me tomo con más interés escuchar yo mismo
en los grupos, aportar, yo que vivía la comunidad casi como un “deber” ahora he
descubierto que es otro modo también de acompañamiento.
• Eso del discernimiento … ¡Que bueno! Me alucina un poco. Yo tenía una idea mágica de
la voluntad de Dios, me doy cuenta ahora, con el discernimiento se puede llegar muy
lejos.
• El acompañamiento es como una luz larga para el camino. ¿Cómo plantearme mi vida
como proceso sin ello? ¿Cómo mantenerme en el seguimiento de Jesús, vivir el
compromiso sin esta ayuda?
Y un largo etc. Ante todo esto que escuchamos se nos suscitan preguntas: Si no ofrecemos este
servicio de acompañamiento en las diferentes plataformas educativas y pastorales ¿Dónde
estamos los adultos? Si no estamos acompañando la vida de nuestras generaciones más jóvenes,
¿quién lo hará? ¿Quién se ocupará de ellos? ¿Cómo harán esta transición a la vida adulta si no
tienen adultos que sean referencia en su vida? “Es primordial hoy estar y ofrecer estos espacios
a jóvenes si no queremos ser responsables de generaciones perdidas acompañadas
exclusivamente la virtualidad de las redes, sin que se me interprete con ello que estoy
desestimando lo valiosos que pueden resultar las redes y medios de comunicación utilizamos al
servicio de la vida”xlviii
Conclusiones
Decíamos al comenzar nuestra exposición que el diálogo de acompañamiento es una mediación
para liberar la libertad y alcanzar la vida plena. El Acompañamiento se nos aparece como
mediación y diálogo para incluir y no abandonar a las generaciones más jóvenes. Mediación para
anunciar a Jesús y sanar. Que también ellos puedan vivir la vida de comunión en la que Jesús
está presente en la actividad misionera, en los sacramentos, en la fraternidad, en el trabajo por
la Justicia, la Paz, la integridad de la Creación.

Me pregunto:
¿Qué podemos ofrecer como Iglesia a estos jóvenes que tienen estas demandas y valoran estas
propuestas?
1) Los itinerarios de los jóvenes hoy son tan diversos que la práctica del
Acompañamiento personal es modo de Evangelización privilegiada.
Por el Acompañamiento podemos pasar de vivir fragmentados a una situación de existencia
ordenada y unificada. Por el Acompañamiento podemos conectar con el corazón y abrirnos a la
manifestación del Dios que clama por mostrarnos su amor. La práctica del acompañamiento es
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una forma de creer en el poder de la Palabra y de las palabras como mediación, puesto que “no
sólo de pan vivimos” (cf.Mt 4,4). Nuestro Dios cristiano es el Dios de la Palabra, a través de ella
nos da nombre, vocación. Nos fortalece con su Espíritu para decidir la inclusión en la comunidad
eclesial y recibir misión. En cada persona la vocación es singular. Acompañar y discernir el
proceso de cada cual para aportar la riqueza de cada uno en la comunidad e Iglesia.
2) Otras formas de Acompañamiento que también expresan el mensaje del evangelio:
todas aquellas que surgen en experiencias de voluntariado, inserción entre los pobres,
trabajo por la vida y la dignidad de las personas, etc.
Muchos de estos jóvenes no se hacen preguntas sobre Dios, ni siquiera se interesan por Él, pero
sí se hacen preguntas desde los acompañantes – testigos. ¿Por qué? ¿para qué? ¿qué buscas?
Aquí se suscitan también muchas preguntas de sentido, conectan con sus fondos personales,
aquellos que son poco o nada visitados y siempre anhelados. También Dios puede emerger de
otro modo en el cultivo de las hoy llamadas “espiritualidades sin Dios”, que aglutinan a muchos
jóvenes con un profundo sentido del compromiso con las grandes causas de nuestro tiempo y
en el ejercicio de la ciudadanía activa.
3) Otros acompañamientos en las periferias existenciales…: jóvenes, mujeres, migrantes,
etc.
Acompañar para incluir acercándonos a las “periferias existenciales”. Salir al encuentro, abrir
espacios para la escucha gratuita, espacios para estar. Atrevernos a conversar con el diferente,
hacernos amigos de los pobres, los preferidos de Jesús, como forma primera y primordial de
nuestro acompañar.
Como dicen nuestros Obispos españoles en la Instrucción pastoral del 2015: “Si realmente los
pobres ocupan ese lugar privilegiado en la misión de la Iglesia, nuestra programación pastoral
no podrá hacerse nunca al margen de ellos; han de ser no sólo destinatarios de nuestro servicio,
sino motivo de nuestro compromiso, configuradores de nuestro ser y de nuestro hacer” (“Iglesia
servidora de los pobres”)
Acompañar es consolar hasta sorprenderse por el arder del corazón del próximo, percibido,
quizá hasta ese momento como lejano, distinto y distante. Cuidar el corazón en un mundo
descorazonado, eso creo que es, acompañar para incluir.
Final
Me conforta y alienta mucho como Acompañante lo dicho por el Papa Francisco:
“El Acompañamiento Espiritual se lleva adelante en el ámbito de una vida entendida
como vocación y misión. El auténtico acompañamiento espiritual siempre se inicia y se
lleva adelante en el ámbito del servicio a la misión evangelizadora (…).
El Acompañamiento vivido como misión se distingue claramente de todo tipo de
acompañamiento intimista, de autorrealización aislada. Los discípulos misioneros
acompañan a los discípulos misioneros. (EG,173)
El paradigma de Emaús emerge como icono en creciente fertilidad para aprender – de nuevo-
de Aquel que acompaña: cómo salir al encuentro, cómo regalar preguntas de Vida, cómo
acompasar el ritmo, cómo hacer el camino al corazón para descubrirlo ardiendo.

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La manera de hacer performativa de Aquel que acompaña en el camino de Emaús es un revulsivo
para todos nosotros hoy:
• Abre espacios seguros desde donde poder plantearnos la sanación y
reconciliación de nuestras sospechas, sufrimientos y desesperanzas ¿Las
plataformas que tenemos son espacios seguros?
• Ofrece nuevas significaciones para la esperanza. ¿Qué mensajes y culturas
ofrecemos en nuestras comunidades?
• Nos provoca para elegirlo, de nuevo a Él, cuando, también en esta situación de
los jóvenes, podemos reconocerlo. ¿Mueve nuestro testimonio ¿suscita
preguntas?
• Nos sentimos consolados por su Palabra y por compartir su mesa. ¿nos
ofrecemos consuelo mutuo en la comunidad eclesial?
• Nos sentimos fortalecidos para incluir, solidarizarnos, compartir comunión ¿si?
• El encuentro con el Señor Resucitado y el compartir el pan, nos impulsa y mueve
para acompañarnos mutuamente y vincularnos a la misión de la Iglesia. ¿es así?
El acompañante de Emaús nos invita sin descanso a ponernos en camino como Iglesia en salida
para acompañar en el ámbito del servicio de la misión evangelizadora.
Jesús salió al encuentro de los discípulos de Emaús en el camino. La itinerancia es un modo de
vivirse y hacerse presente. Es también la marca del acompañante que se mueve tras las huellas
del Resucitado, al moverse de un lugar a otro, Jesús se pone en condiciones de recibir al otro, y
quedar afectado por su realidad, dejando que su libertad quede cuestionada, y respondiendo
con respuestas adecuadas a las necesidades de las personas. Su itinerancia le hace experto en
humanidad y le posibilita recrear la historia en clave de Reino, desde abajo, desde los últimos.
Su itinerancia, además, es un signo claro de contraculturalidad.
El acompañante sale al encuentro en el camino de la vida desde la experiencia de saberse
regalado y recreado por el amor de Dios en Cristo, como les pasó a los discípulos de Emaús.
Viviendo de ese amor, consintiendo a ese amor cada día, agradeciéndolo y expresándolo como
comunión fraterna en el acompañamiento, originada, nutrida y vivificada por el Espíritu.
Hoy los jóvenes, como nosotros mismos, lo hemos dicho anteriormente, vivimos en contextos
plurales. Pero especialmente para los jóvenes el paradigma de la pluralidad es el marco en que
sus vidas se desenvuelven cotidianamente, se identifican como buscadores que pueden
emprender varios caminos, que están preparados para estar siempre “en movimiento” aunque
no tengan claro hacia dónde o cómo.
La Iglesia puede ofrecer acompañamiento en esas búsquedas que les hacen moverse en distintos
contextos, en los viajes diferentes que emprenden, abriéndose a experiencias variadas y no
siempre articuladas ni, por supuesto, estables.
Los jóvenes son buscadores que en el fondo de sí mismos, estén o no bautizados, desean y se
preguntan por el sentido de sus vidas, que bucean entre distintas experiencias, buscando algo
que les llegue, que colme su sed, como veíamos al principio.
Todo esto supone que quienes acompañan a los jóvenes recreen la práctica del
acompañamiento saliendo a los caminos como Dios sigue saliendo a su encuentro.

33
Y esto les pide salir al encuentro de las búsquedas, dialogando con ellas, estando dispuestos
para abrirse y prepararse para entrar en diálogo con los otros diferentes.

Lola Arrieta. CCV. Equipo Ruaj. Salamanca


Dirección de correo: [email protected]
Barcelona. 29 de Marzo 2017

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Notas bibliográficas

i Al comienzo de mi exposición quiero reconocer a mi compañera Marisa Moresco por la gestación compartida de
muchas de estas ideas. También a Elisa Estévez por el diálogo sostenido en busca de los fundamentos teológicos de
nuestro modo de acompañar y prácticas de acompañamiento en toda la Biblia. Y quiero hacer especial mención al
foro “Acompañantes en el camino” como espacio de reflexión y búsqueda permanente
ii Elisa Estévez (2011) “Hágase en mi según tu palabra”. Fundamentación carismática de la relación obediencia,

discernimiento, autoridad. Documento interno para la IT. Gentileza de la autora. P.1


iii Cf. Jean Barnier (2005) “Acceder al Misterio de Jesús a través del Evangelio de Juan”. Edit. Sal Terrae. Santander.

iv Cf: Marisa Moresco y Lola Arrieta (2010) “Sentido y actualidad del acompañamiento espiritual en la vida

cotidiana”. Materiales Ruaj. Salamanca. En dicho texto aparece toda la bibliografía de referencia utilizada.
Señalamos: Diccionario teológico de la Vida Consagrada (1989). Voz: Dirección espiritual. Edic. Claretianas. Madrid;
García Colombas (1969), “La espiritualidad del monacato primitivo” en: “Historia de la espiritualidad” I.
v Piet Van Breemen (1996) “Acompañamiento Espiritual hoy”. Revista Manresa. Vol. 68. P. 363.

viAlgunas aportaciones del Vaticano II al Acompañamiento: decreto Optatam totius (OT, 3 y 19) habla de la dirección
espiritual para la formación sacerdotal. Presbyterorum ordinis, 11 y también el 18. Pero en realidad, los aportes del
Vaticano II al tema del acompañamiento vendrían más en la línea del subrayado que el concilio hace a la acción del
Espíritu Santo, “que habla en la Iglesia y en los corazones de los creyentes como en un templo” (LG 4); el desarrollo
de la dimensión carismática de la Iglesia y los subrayados a la dignidad del ser humano, especialmente aquellos que
aparecen en los números 15 (Dignidad de la inteligencia, verdad y sabiduría), 16 (Dignidad de la conciencia moral) y
17 (Grandeza de la libertad), que encontramos en esos números de la constitución pastoral Gaudium et Spes, sobre
la Iglesia en el mundo actual. El Vaticano II abrió también el camino hacia el uso de otras ciencias humanas, como la
psicología de cara al acompañamiento: Gaudium et Spes,36 y en Apostólicam actuositatem, 32

vii Jean Laplace (1967) “La dirección de conciencia: el diálogo espiritual”. Edit. Hechos y dichos. Zaragoza.
viii William Barry y William Connolly (1982) “La práctica de la dirección espiritual”. Edit. Sal Terrae. Santander.
Traducido al español en 2011.
ix Santa Teresa de Jesús “Libro de la Vida”. Capítulo 13, 8. En: Obras completas. Edit. Apostolado de la Prensa. 196.

9ª edición. Madrid. P. 94 y 95
xQuiero hacer constar mi agradecimiento a todos los compañeros y compañeras que han aportado su reflexión

sobre las demandas y valoraciones que los jóvenes con los que tratan hacen sobre el acompañamiento: Maria Rita
Martín Artacho (Servicio de Pastoral. Universidad católica), Gemma Muñoz (Escuela católica y grupos de jóvenes
universitarios), Mayte Ballaz (escuela católica, grupos de pastoral de jóvenes), Guenther Boelhoff (Jóvenes
universitarios y Acompañamiento migrantes, redes sociales), Pepe Ruiz Córdoba (Parroquia, movimiento eclesial,
seminarios), Inma Eibe (Colegio Mayor y Centro de Pastoral de Jóvenes), Laura Uriarte (Pastoral de jóvenes y
pastoral universitaria, pastoral de inclusión), José Luis Sainz de Rozas (Pastoral de Parroquia, movimiento eclesial),
Emilio Pérez (Parroquia, adultos y jóvenes), Pili Liso (Pastoral vocacional de jóvenes y adultos), Sylvia Cano
(Universidad), Leopoldo Antolín (Parroquia, escuela católica, vocaciones), Eloísa Montero (Universidad y
movimiento eclesial jóvenes) Daniel Gutiérrez (Parroquia), Pili Liso (Centro Espiritualidad, vocaciones), Pakea Murua
(Colegio mayor, pastoral de jóvenes, proyecto espiritualidad).
xi José Luis Sainz de Rozas. Laico. Acompañamiento en Parroquia. Adsis. 2017

xii María José Cancelo (2008) “La sed de Dios” en.: “Sólo Dios basta”. Revista Sal Terrae. Santander. Nº 1.124. P. 447.

xiii San Juan de la Cruz. Cántico espiritual B 1,14:

xiv Dolores Aleixandre y JA García (2000) “Seis imperativos, un aviso y un deseo”. Cuadernos CONFER. Madrid. Nº 17.
P.9
xv Sherry Turkle (2017) “En defensa de la conversación”. Edit. Ático de los Libros. Barcelona. P. 16-17. Agradezco a

mi compañero Guenther Boelhoff, por el que he conocido este libro.


xvi Cf. Martín Buber (1966) “Yo y tú”. Edit. Nueva Visión. Buenos Aires.

xvii Jonan Fernández (2008) “Vivir y convivir” Cuatro aprendizajes vitales. Una búsqueda de lo humano para

encontrarnos en lo universal. Alianza Editorial. Madrid. P. 146


xviii Pilar Wirtz (2013) “La fe en la revelación hoy”. Apuntes Seminario sobre Acompañamiento en clave de mujer y en

diálogo con la espiritualidad ignaciana. Materiales Ruaj. Salamanca


xix Cf. Zigmunt Bauman (2006) “Vida líquida”. Edit. Paidós. Madrid

35
xx Cf. Juan Luis Ruiz de la Peña (1993) “Creación, gracia, salvación”. Edit. Sal Terrae. Santander.
xxi Cf. Fernando Rivas (2008) “Terapia de las enfermedades espirituales en los Padres de la Iglesia”. Edic. Paulinas.
Madrid
xxii Cf. Víctor Frankl “Logoterapia y análisis existencial”. Edit. Herder. Madrid. 2011 año de esta edición

xxiii Tener en cuenta el nivel del psiquismo es indispensable en un enfoque integral de acompañamiento. No se trata

de jugar a psicoterapeutas, se trata, si, de tener unas ideas claras y respetuosas del ser humano que nos permiten
maniobrar adecuadamente. En esa línea nos interesa saber que todo lo que configura nuestro psiquismo, es decir,
“las acciones mentales, lo que sentimos, pensamos, deseamos, necesitamos, percibimos, desempeñan un papel
esencial en el funcionamiento adaptativo de cada uno de nosotros, y, por ende, facilitan un desarrollo mental más
elevado. El que nuestras acciones mentales nos vayan a guiar adaptativamente o no en función de nuestros objetivos
y proyecto de vida, dependerá en gran parte de nuestra capacidad de percibirlas correctamente, de hacerlas nuestras
(personalizarlas) y de otorgarlas el lugar que les corresponde en la realidad”. Cf.: Onno van der Hart (2011) “El Yo
atormentado”. La disociación estructural y el tratamiento de la traumatización crónica.
xxiv Cf. Jean – Claude Lachet (1991). “Thérapeutique des maladies spirituelles”. Una introductión ascétique de l’Église

orthodoxe. Edit. Del Ancre. París.


xxv Stefano de Fiores (2004) “Itinerario espiritual” Voz en.: “Nuevo Diccionario de Espiritualidad”. Ediciones Paulinas.

Madrid. P. 755
xxvi Obispos del Quebec (2000) “Proponer hoy la fe a los jóvenes” en: www.gazteok .org

xxvii Elisa Estévez (2011) “La dinámica de proceso en el Acompañamiento Espiritual” Seminario de Acompañamiento.

Salamanca. Trabajo personal. Alude a Schillebeeckx, E (1982) “Cristo y los cristianos”. Gracia y liberación. Ediciones
Sígueme. Madrid. P. 13.
xxviii Olegario González de Cardedal (1996) “Experiencia cristiana y experiencia religiosa”, en.: Revista Communio III –

IV. P. 214
xxix En este punto retomo lo que ya hemos escrito en otro lugar: Lola Arrieta (2007) “Itinerarios en la formación”.

Edit. Frontera -Heguian. Vitoria -Gasteiz. En la reflexión nos inspiramos en: VVAA (1992) “Ejercicios y antropología:
Implicaciones mutuas”. En.: “Ejercicios Espirituales y mundo de hoy”. Edit. Mensajero-Sal Terrae. Bilbao. Santander.
Pps. 311- 322
xxx Juan Luis Ruiz de la Peña (1988) “Imagen de Dios”. Antropología teológica fundamental. Edit. Presencia Teológica.

Sal Terrae.
xxxi Wajdi Mouawad (2011) “Incendios”, Edit. KRK. Oviedo

xxxii Elisa Estévez (2015) “Teología. Comunidad. Espíritu”. Apuntes Programa Monte Carmelo. Formación en

acompañamiento para agentes de Pastoral. Materiales Ruaj. Salamanca. En este mismo texto la autora alude a Juan
Martín Velasco (1999) “El fenómeno místico. Estudio comparado”. Edit. Trotta, Madrid 475. También alude a P. Imhof
– H. Biallowons (eds.) (1989) “La fe en tiempo de invierno. Diálogos con K. Rahner en los últimos años de su vida”,
DDB, Bilbao
xxxii “El rostro de Dios vuelto hacia los hombres exige de quien lo busca con sinceridad, como condición

indispensable para encontrarlo, dirigir la mirada hacia los hermanos como aquellos en quienes se refleja de la forma
más perfecta”. JUAN MARTÍN VELASCO, El fenómeno místico. Estudio comparado, Trotta, Madrid 1999, 462.
xxxiii Cf: Karl Rahner (2004) “De la necesidad y el don de la oración”. Edit. Mensajero, Bilbao. P. 37-38. “Nosotros no

sabemos pedir convenientemente, el Espíritu lo sabe, y esto basta. El grito de nuestro corazón puede parecernos que
se ahoga sin ser oído en el silencio mortal del Dios que calla; el Espíritu, en cambio, clama seguro y perceptible por
encima de los abismos de la nada que nos separan del Eterno y esto basta. Si el único escudriñador de las últimas
profundidades escudriña nuestros corazones y penetra con su mirada hasta lo más íntimo, no temamos. No
encontrará allí, en el último fondo, nuestro propio vacío, ni los intranquilizadores genios de los profundos, ni, en fin,
los mil disfraces con que de continuo nos engañamos a nosotros mismos, hasta el punto de no saber ya lo que somos.
Encontrará allí a su Santo Espíritu. No oirá, el auscultar del latido de nuestro corazón, la infinita palabrería vana que
se derrocha en el mercado de nuestro corazón, ni los desazonantes crujidos de titanes encadenados en los profundos
calabozos. Oirá los inenarrables gemidos de su propio Espíritu, que intercede ante Dios por sus Santos. Y lo oirá como
si fuera nuestro gemido, como acento que se desprende de las caóticas disonancias de nuestra vida, en polifónica
sinfonía a honra del Altísimo”.
xxxiv José Luis Segovia y Luis A. Aranguren (2017) “No te olvides de los pobres”. Notas para apuntalar el giro social de

la Iglesia. Edit. Sal Terrae. Presencia Teológica. P. 103


xxxv
Elisa Estévez (2015) “convocados a vivir tras las huellas del Resucitado”. Programa Monte Carmelo.
Apuntes provisionales. Materiales Ruaj. Salamanca
xxxvi Olegario González de Cardedal (2004) “Dios”. P. 287
36
xxxviiKarl Rahner (1961) “Estudios de Teología, I” Madrid. P.183
xxxviiiElisa Estévez (2011) “Fundamentación teológica y carismática de la relación obediencia-discernimiento-
autoridad”. Documento interno para la Institución Teresiana. Apuntes. Gentileza de la autora.
xxxix Joaquín García Roca (2004) “Llevarse las raíces consigo”. Ecosistema humano y espiritualidad. POLIS. Revista

Latinoamericana. p. 17
xl
Merton, T (2005) “Dirección espiritual y meditación”. Edit. DDB. Bilbao. 2ª Edición. P. 38.
xli
Kaufmann, C (2004) “Interioridad y mística cristiana” en.: “La interioridad: un paradigma emergente”.
Edit. PPC. Madrid. P. 54.
xlii
Henri Nouwen y otros (2014) “El discernimiento”. Cómo leer los signos de la vida diaria. Edit. Sal
Terrae. Santander. P.40
xliii
JM Rambla (1997) “No anticiparse al Espíritu”. Variaciones sobre el acompañamiento espiritual”. Sal
Terrae.
xliv
Juan Martín Velasco (2015) “Mística y Pastoral Juvenil. La Mistagogía”. Revista de Pastoral Juvenil.
xlv Mary Forman OSB (2007) “Orar con las madres del desierto”. Edit. Mensajero. Madrid. P. 26
xlvi Ros García, S (2007) “La experiencia de Dios” en.: “La experiencia de Dios en mitad de la vida”. Edit. De

Espiritualidad. Madrid. Páginas 21 – 69


xlvii Marisa Moresco y Lola Arrieta (2015) “Acompañar para anunciar a Jesús”. Programa de Formación de

Pastoralistas en el Acompañamiento. Materiales Ruaj. Salamanca


xlviii
Gemma Muñoz. Ruaj. Laica. Profesora de religión en colegio cristiano y acompañante de grupos de
jóvenes universitarios.

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