Capitalismo Insdutrial en El Siglo Xix
Capitalismo Insdutrial en El Siglo Xix
Capitalismo Insdutrial en El Siglo Xix
Este término se emplea principalmente para hacer referencia a una de las primeras etapas del
capitalismo, como se menciona al inicio, pero también es usado para hacer referencia de
economías capitalistas modernas con grandes sectores industriales.
Sin embargo, esto no significa que el capitalismo esté limitada a las actividades industriales
pues también hay capitalismo agrario o capitalismo posindustrial, en donde el foco de las
actividades son los servicios.
La segunda gran revolución contemporánea tiene lugar en el siglo XX; se había venido
incubando durante todo el siglo XIX (incluso tiene un interesante antecedente durante la
Revolución Francesa con la abortada “rebelión de los iguales”, cuyo inspirador
fue Gracchus Baboeuf) con el desarrollo del movimiento obrero y los avances del sindicalismo,
el socialismo, el anarquismo, el comunismo, etc. Esta “Revolución proletaria” del siglo XX
tuvo dos vertientes: la “comunista”, autoritaria y antidemocrática, que triunfó en Rusia en
1917; y la socialista, gradual y democrática, basada en el sufragio universal (primero masculino,
más tarde de ambos sexos) que se había iniciado en los países escandinavos y en Australia y
Nueva Zelanda antes de la Primera Guerra Mundial, pero que cobró vigor en los grandes países
europeos durante esta guerra y su posguerra. Esta segunda revolución en su versión
democrática, al introducir el sufragio universal, dio el voto a la clase obrera, que se había visto
excluida del parlamento y por tanto del poder político, por el sistema de voto censitario (sólo
votaban los contribuyentes de un cierto nivel). La entrada de la clase obrera en el poder en el
siglo XX trajo consigo el establecimiento del sistema asistencial generalizado que hemos dado
en llamar el Estado de Bienestar. Éste se había iniciado tímidamente en Alemania y Dinamarca
en el siglo XIX, pero fue extendiéndose junto con la democracia por Europa, primero, por gran
parte del mundo, en especial el desarrollado, más tarde.
¿Por qué Inglaterra? La insularidad explica gran parte de la singularidad y el poder de Inglaterra.
La secular superioridad naval de Inglaterra le dio especial relieve en la era de los
descubrimientos geográficos y de la “Revolución comercial”. Otro factor histórico muy
importante fue el protagonismo que alcanzó el parlamento inglés en el siglo XVI, cuando se
convirtió en el instrumento que permitió el triunfo del anglicanismo bajo Enrique VIII; más
tarde, durante la turbulenta sucesión de este rey, el parlamento se convirtió en hacedor y
legitimador de reinas y reyes (María Tudor, Isabel I y Jacobo I). Mientras en esa época los
parlamentos languidecían en los países continentales (donde, como en España, tenían una más
larga tradición que en Gran Bretaña), esta institución se robustecía en Inglaterra, hasta el punto
de convertirse en rival triunfante del rey Carlos II como depositario de la soberanía nacional
tras la cruenta guerra civil y la ejecución del rey. Por otro lado, el tamaño sustancial de la isla
británica y sus características físicas (suelo llano, riqueza mineral, buenas condiciones agrícolas)
le permitieron prevalecer sobre su gran rival y aliada, los Países Bajos, que también
experimentó cambios sociales y políticos importantes en los siglos XVI y XVII durante su lucha
contra España, pero cuyo menor tamaño y menor riqueza mineral y forestal a la larga
provocaron su estancamiento.
Sin embargo, como el propio Manifiesto se apresuraba a resaltar, este progreso tenía un lado
oscuro: la industrialización trajo consigo la proletarización. Los campesinos pobres emigraron a
las ciudades en busca de mejores salarios, pero su nivel de vida permaneció muy bajo y sobre
todo se encontraba al albur de las fluctuaciones del mercado. El liberalismo radical colocaba a
estos proletarios a la merced del ciclo económico, sin protección de ninguna clase y sin
capacidad para crear sindicatos ni partidos políticos, ya que, por ser pobres, no pagaban
impuestos pero tampoco tenían derecho a voto, por lo que sus representantes carecían del
poder político necesario para introducir legislación asistencial. Mujeres y niños se veían
empleados en las fábricas sin ninguna protección y por salarios miserables. La economía de
mercado tiende a crecer cíclicamente y en períodos de crisis las bajas de salarios y los despidos
estaban a la orden del día. Nada tiene de extraño que aparecieran partidos revolucionarios que
exigieran un cambio radical en las relaciones laborales.
Apareció entonces en el movimiento obrero, que poco a poco fue organizándose en sindicatos
y pequeños partidos, una tendencia reformista frente a la doctrina revolucionaria de Marx y de
los anarquistas. En la Inglaterra de fin de siglo, sindicalistas, socialistas e intelectuales formaron
el movimiento “Fabiano” (gradualista) que propugnaba la reforma y sobre todo la lucha política
por el sufragio universal, que daría poder político a la clase obrera sin necesidad de la famosa
“dictadura del proletariado” que Marx preconizó. Nació así el partido laborista británico,
luchando por lograr representación parlamentaria. En Alemania un discípulo de Engels, Eduard
Bernstein, proclamó claramente que el crecimiento económico permitiría que el nivel de vida
de la clase obrera mejorara sustancialmente sin necesidad de revolución: nacía así la fracción
reformista del partido socialista alemán que, aunque ferozmente criticada por los izquierdistas
ortodoxos (como señala Schumpeter (Schumpeter (1962), p. 345), el Partido Socialista alemán,
“serio, patriótico y respetuoso con la ley […] continuamente repetía las consignas
irresponsables de la revolución y la traición” sabiendo que había poca probabilidad de poner en
práctica sus “implicaciones sanguinarias”), terminó por prevalecer después de la Guerra
Mundial. En Alemania, por otra parte Bismarck había proclamado el sufragio universal en 1867
y, aunque con ciertas cortapisas, el partido socialista alemán tuvo una nutrida representación
parlamentaria desde