No Pongas Un Punto Donde Dios Puso Una Coma

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SHIVA RYU

NO PONGAS
UN PUNTO
DONDE DIOS
PUSO UNA COMA
Historias de sabiduría para momentos
de adversidad

Relatos

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Título original:
Good or Bad, Who Knows?

Primera edición: marzo de 2022

© The Forest Book Publishing Co., 2019


Publicado por acuerdo con The Forest Book Publishing Co. a través de BC Agency, Seúl

© de la traducción del alemán, Carlos Miranda de las Heras, 2022

© Editorial Planeta, S. A., 2022


Diana es un sello editorial de Editorial Planeta, S. A.
Avda. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona (España)
www.planetadelibros.com

ISBN: 978-84-18118-96-8
Depósito legal: B. 1.723-2022
Fotocomposición: Realización Planeta
Impresión y encuadernación: Liberdúplex, S. L.

Impreso en España – Printed in Spain

El papel utilizado para la impresión de este libro está calificado como papel ecológico y
procede de bosques gestionados de manera sostenible.

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SUMARIO

Prólogo. Autor de tu propia vida . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11

El necio que se detiene bajo la lluvia . . . . . . . . . . . . . . . 17


Un pájaro vuela aunque no sepa dónde se posará . . . . . 23
¡No le concedas tanta importancia! . . . . . . . . . . . . . . . . 29
Un mantra para la vida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35
Al contar los buenos momentos, no obvies las heridas 41
Dios escribe derecho con renglones torcidos . . . . . . . . 47
Todo ser vivo siente dolor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51

¿Quién puede saber a ciencia cierta si algo es bueno


o malo para nuestra vida? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59
¿Por qué me das solo esto? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63
El arte de hacer milagros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 69

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Lecciones de hindi . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75
Mi alumno favorito . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79
La torre de piedra de C. G. Jung . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83
No eres perfecto, pero puedes regalarme una rosa
 perfecta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 91

De cavar y plantar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99
Me gusto más a mí mismo cuando estoy contigo . . . . . 103
¿Quién soy yo cuando nadie me observa? . . . . . . . . . . . 107
El niño interior . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 111
¿Es «yo» un sustantivo o un verbo? . . . . . . . . . . . . . . . 119
Hola, alma mía, ¿estás bien? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125
El reencuentro: un milagro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 131

Cualquiera que sea el camino que recorras, fúndete


  con él . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 139
Pureza lingüística: una ficción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 145
No pienses en un mono . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 149
¡Bienvenida seas, emoción! . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 157
Del lenchak o la culpa kármica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 163
Una historia de manzanas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 169
La muerte del bulbul Orfeo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 175

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Ningún encuentro es casual . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 181


Se nota cuando las flores están floreciendo . . . . . . . . . . 187
Seis mil millones de mundos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 193
Fatiga por compasión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 199
No tiene sentido preocuparse . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 205
¿Por qué yo soy yo y no tú? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 211
Soy yo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 217

Una única frase verídica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 223


El hombre que plegó el paracaídas . . . . . . . . . . . . . . . . 227
Yo, el original; tú, la falsificación . . . . . . . . . . . . . . . . . . 233
Ninguna estrella brilla sin apagarse lentamente . . . . . . 239
Lo que buscas, en realidad, te está buscando a ti . . . . . 245

Epílogo. Un regalo del cielo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 253

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El necio que se detiene bajo la lluvia

Cuando cursaba el último semestre de mis estudios, un amigo


me habló de un alojamiento muy barato en una comunidad
religiosa en las afueras de la provincia de Gyeonggi. Lo alquilé
sin pensármelo dos veces. Era un apartamento muy pequeño,
de una sola habitación, en una casa adosada en ruinas, pero el
brillo del sol entraba de forma muy agradable en la estancia y
además podía cerrar la puerta y estar solo. También había un
camino, no muy lejos de allí, que conducía a un río, algo que
para mí, como estudiante de Literatura, era como un regalo
caído del cielo. Por las noches me dedicaba a escribir poesía y
durante el día salía a pasear por los alrededores en lugar de
asistir a las clases de la universidad.
Desafortunadamente, mi suerte no duró mucho. Empecé a
despertar desconfianza entre mis vecinos. Para ellos yo era un
extraño de pelo largo que, incluso en verano, iba envuelto en
un abrigo negro (en el apartamento hacía frío), deambulaba
por sus campos sagrados y, además, murmuraba para sí mismo
como un loco (recitaba poemas). Finalmente, una mañana
temprano, varias personas se presentaron en mi apartamento

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sin previo aviso y entraron sin quitarse los zapatos, como si mi


morada no fuera sagrada ni inviolable, y me exigieron que
abandonara la comunidad inmediatamente.
Yo les expliqué con educación que había pagado por ade­
lantado el alquiler de unos meses y que, por ello, tenía derecho
a permanecer allí. Prácticamente suplicando les expresé mi in­
tención de quedarme el mayor tiempo posible porque me gus­
taba mucho ese lugar, y les confesé que era poeta. Pero aquello
no hizo más que empeorar enormemente mi situación. Esta­
ban tan enojados que no entendieron shiin (‘poeta’ en corea­
no, sino shin (‘Dios’).
—¡Es el diablo! —gritaron—, ¡fuera de aquí! ¡Ahora!
Una mujer incluso señaló el cielo con el dedo y a gritos me
dijo que temiera la ira de Dios.
La palabra «diablo» se me clavó como un puñal en el cora­
zón. Durante el tiempo que habían durado mis estudios ape­
nas había escrito unos pocos poemas, que además eran difíci­
les de entender. Y ahora tenía que dejar mi apartamento sin
recuperar siquiera el dinero del alquiler pagado de antemano,
tal vez calderilla para algunos, pero que para mí suponía una
fortuna. Aquella gente se quedó allí con los brazos cruzados y
no me quitó ojo hasta que desaparecí por la puerta de entrada
de la comunidad. No me veían a mí, sino al extraño que había
aparecido entre ellos sin previa invitación. Sin embargo, me
sentí repudiado por todo el mundo.
Pero Dios no se había olvidado por completo de mí. De
repente, sin hogar y sin la más mínima idea sobre dónde iba a
quedarme, me puse a andar por un camino de tierra. Allí me
encontré a un compañero de estudios de mi grupo de teatro
que vivía cerca. Verme tan temprano deambular con un mon­
tón de libros y una manta militar doblada se le antojó algo sos­

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EL NECIO QUE SE DETIENE BAJO LA LLUVIA 19

pechoso al principio. Mi aspecto no encajaba en absoluto en


aquel maravilloso paisaje. Pero después de saber en qué situa­
ción me encontraba y de ver en mí evidentes signos de agota­
miento, me llevó con él a su casa y me ofreció un vaso de agua
con miel. Después preguntó a los vecinos si alguien me podía
dar hospedaje.
Gracias a él logré alquilar un cobertizo de almacenamiento
en medio de un campo de hortalizas en la orilla del río. Allí me
sentía a salvo, porque por un lado estaba lo suficientemente
lejos de la aldea como para no temer que me volvieran a echar
y, por el otro, tenía un amigo cerca que, cuando lo necesitaba,
me daba un vaso de agua con miel. No tenía ningún motivo
para quejarme, excepto por la falta de electricidad en la caba­
ña, de modo que tenía que conformarme con la luz de las velas.
Por la noche me dedicaba a observar el juego de la llama y a
escribir poemas, y durante el día salía a dar largos paseos reci­
tando obras de Arthur Rimbaud o Stéphane Mallarmé.
Se acercaba la época de los monzones de verano, y un día
unas nubes oscuras cargadas de lluvia cubrieron el cielo sobre
el tejado de la caseta del cobertizo y comenzó a tronar. Al prin­
cipio pensé que se trataba de una amenaza que quedaría en
nada. Pero por la noche, el cielo abrió todas sus compuertas.
La lluvia azotaba desde todas partes y me impedía considerar
la idea de dormir. Bien entrada la noche, muerto de miedo, salí
a la puerta. El aguacero había provocado la crecida del río y el
nivel del agua no paraba de subir. Parecía como si el campo de
hortalizas, junto con el cobertizo, fueran a ser engullidos en
cualquier instante. Aún no había amanecido y estaba todo os­
curo, pero el agua brillaba y formaba una espuma tan terrible
que me asusté y sentí temor.
Todo esto estaba sucediendo en un momento de mi vida en

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el que, de todos modos, el suelo se tambaleaba bajo mis pies.


Estaba a las puertas de obtener mi título universitario, pero lo
que vendría después me parecía el mayor desafío al que me
había enfrentado jamás. No tenía ninguna meta de futuro. Y
ahora me encontraba junto a este río embravecido que amena­
zaba con arrastrarme.
¡Mi situación era desesperada! El pánico se adueñó de mí.
Pero solamente yo podía acudir en mi propia ayuda y liberar­
me de mi miedo. Allí, delante de aquel viejo cobertizo, al ver el
agua cada vez más cerca, de repente pensé: «¡Soy un poeta!».
Al instante, me pareció que todo aquello que estaba pasan­
do a mi alrededor era algo que debía experimentar para poder
escribir sobre ello. Eso despertó mis deseos de vivir.
¿Hay algo más apropiado para un poeta que escribir poe­
mas un día de tormenta y lluvia a la luz de las velas? Estar solo
como la una en la orilla de aquel río desatado una noche ne­
gra como el azabache y correr el riesgo de coger una pulmonía,
plantarme allí bajo la lluvia, ¡eso me pasó por ser poeta! En su
libro El gozo de escribir, Natalie Goldberg afirma que una per­
sona normal, durante un aguacero, abre el paraguas o huye con
un periódico encima de la cabeza hacia un lugar seco; solo el
escritor es lo suficientemente estúpido como para plantarse
bajo la lluvia. En lugar de buscar refugio u ocuparse de encon­
trar a tiempo algún lugar para resguardarse, observa fascinado
las estampas que crean las gotas al caer en los charcos. Así es
como atrapa sus momentos estelares.
Como aquella noche me quedé solo en la orilla del río, que
seguía creciendo, y sentía que el suelo se tambaleaba bajo mis
pies, decidí que a partir de entonces no huiría. Tomé la deci­
sión de que las gotas de lluvia me golpearan una y otra vez en
la frente para estar a la altura de mi vocación de escritor. La

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EL NECIO QUE SE DETIENE BAJO LA LLUVIA 21

inquietud y la soledad se convertirían a partir de ahora en ad­


jetivos y adverbios en mis poemas. En ese instante me sentí
realmente como el dios de mi pequeño mundo.
En El Alquimista, de Paulo Coelho, Santiago se opone al
deseo de su padre de convertirse en sacerdote. Se convierte en
pastor de ovejas y sale en busca del tesoro que había visto en sus
sueños. Sin embargo, en Tánger, Marruecos, es estafado y pier­
de todo el dinero que había obtenido por sus ovejas. En ese
mercado, en esa tierra extraña para él, se encuentra totalmente
desamparado, furioso y desesperado. ¡Se lo habían quitado
todo!
Sin embargo, en un momento determinado, cambia de
perspectiva y ya no se ve a sí mismo como la víctima de un es­
tafador. Él es un aventurero que está de paso y sabe que si
quiere encontrar su tesoro, algo así forma parte de su experien­
cia. De modo que recupera el valor y las ganas de viajar, sale
fortalecido de esta situación y afronta el presente con valentía
en vez de sentirse decepcionado.
A veces, la vida nos depara cosas mucho peores que un es­
tafador. En esos momentos nos sentimos como un alma que ha
aterrizado forzosamente en otro planeta y que no sabe adónde
dirigirse. Santiago envidia el viento, que puede moverse libre­
mente por todas partes, y de repente se da cuenta de que nada
lo detendrá en su aventura.
Si amamos nuestra vocación, amamos el mundo. Aquella
noche bajo la lluvia, recité poemas con todo mi corazón. Y me
di cuenta de que no soy el tipo que no sabe adónde ir ni el de­
monio que ha sido ahuyentado por un puñado de creyentes.
Soy poeta. Las gotas de lluvia que me golpeaban en la cara, las
ráfagas que provocaban el baile de las hojas del maíz, incluso
la cera que goteaba en el alféizar de la ventana; todo eso, de

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repente, me parecía una bendición. Y de la misma manera fui


consciente de que un momento como ese, lleno de poesía, no
se le presenta a todo el mundo.
Eso es lo que la vida me quería decir. Lo que experimenté
esa noche me afectó mucho. Dondequiera que esté, pase lo
que pase, solo tengo que recordar que soy poeta y que puedo
enfrentarme a todo lo que se cruce en mi camino. Aquel fue un
momento que me regaló mi vida. Gracias a él puedo escribir y
he conservado hasta hoy el sentido de la verdadera belleza y
del valor de la existencia.

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