Resumen Santa Teresa de Ávila

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Asignatura: Teología e Historia de la Espiritualidad


Profesor: Sr. Manuel Gómez Mendoza
Estudiante: César Paredes Poblete
Carrera: Licenciatura en Ciencias Religiosas y Estudios Eclesiásticos

RESUMEN TEXTO: LA REFORMA TERESIANA, UN RETORNO A LOS ORÍGENES


AUTOR: ÁLVAREZ GOMEZ, J

Para emitir un juicio justo respecto de la Reforma Teresiana, se hace


necesario encuadrarla adecuadamente en su propio contexto histórico. La reforma
impulsada por Santa Teresa no significó nunca una rotura o un renegar del pasado
de la Orden del Carmelo, sino más bien retornar a él, a las propias fuentes. Teresa
quiso vivir, en todo su radicalismo, lo que en la Orden se había vivido en sus
orígenes: la primera Regla y la observancia primitiva. La Reforma emprendida por
ella trata de modificar algo que no coincide con lo que en algún tiempo pasado ha
constituido el ideal de la Orden. Santa Teresa nunca quiso un rompimiento con la
realidad eclesial y religiosa vigente, sino un enriquecimiento, una puesta al día de
los postulados de reforma general de la Iglesia promovidos por el Concilio de
Trento, y para ello supo identificar y desarrollar muchas de las virtualidades
encerradas en el carisma originario de la Orden del Carmen. Ella no fundó una
Orden nueva, sino que reformó la existente del Carmen, viviendo con toda
perfección la Regla de San Alberto, Patriarca de Jerusalén, aprobada por
Inocencio IV el 1 de octubre de 1247, sin mitigación alguna, y acomodada a las
circunstancias del siglo XVI. Y sin embargo, el resultado de su obra fue aprobada
por la Santa Sede como una Orden distinta del tronco del que procede, situación
similar que sucedió en aquella época a los Franciscanos; Agustinos y
Mercedarios.

La Encarnación de Ávila: ¿un monasterio relajado?

Es necesario entender el origen de la identidad carmelitana tradicional, para


luego valorar las aportaciones que hizo Santa Teresa de Jesús, en el ámbito de la
reforma. Las primeras fundaciones de Beaterios de Carmelitas que después se
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transformaron en verdaderos monasterios, tuvieron lugar en Andalucía (1540);


Granada (1508); Sevilla (1513); Antequera (1517); Aracena (1536); y Paterna del
Campo (1537). En 1479, se funda el Beaterio de la Encarnación de Ávila en
Castilla. Su fundadora fue Elvira González de Medina, ubicado en la propia casa
de la fundadora. En 1486, muere la fundadora Elvira y le sucede, en la dirección
de la comunidad, su propia hija: Catalina del Águila que procedía de otro beaterio
en Ávila. Al morir Catalina, le sucedió como superiora doña Beatriz Guiera (1496),
quien inició la transformación del Beaterio en verdadero monasterio de Carmelitas,
trasladando a la comunidad a otro edificio construido expresamente para esto.
Traslado que fue aprobado y concedido por el Papa León X, en virtud de una Bula
del 2 de julio de 1513, y efectivamente realizado el 4 de abril de 1515. El edificio
era grande, pero la situación económica de la comunidad era precaria, lo que no
fue obstáculo para que acudieran muchas jóvenes pidiendo la admisión. Jóvenes
que, en algunos casos, no inspiradas por una verdadera vocación religiosa,
procedían de la nobleza abulense y castellana e ingresaban para acomodarse,
disfrutando de una situación privilegiada dentro del convento, ya que contaban con
la compañía permanente de parientas y amigas seglares, e incluso doncellas,
ocupando más de una habitación en el monasterio. Esta situación puso en riesgo
de debilitamiento la vida espiritual de las monjas y, sobre todo, la vida común,
dando lugar a diversas categorías, según fuesen pobres o ricas, cuestión que no
fue debidamente corregida porque desde 1521 el monasterio de la Encarnación
carecía de vigilancia por parte del Provincial de los Carmelitas de Castilla. Y
aunque el confesor del monasterio, elegido por las mismas monjas, vigilaba la
observancia regular, visitando dos veces al año la comunidad, su acción no podía
ir más allá de las costumbres propias del monasterio.

Sin embargo, es importante mencionar que estas monjas no estaban


sujetas, por su propia legislación, ni a la clausura activa ni a la pasiva, ya que en
1567, la Encarnación de Ávila no había concluido aún plenamente su
transformación de Beaterio en monasterio de Carmelitas, y en ese momento se
desconocía aún la Constitución Circa Pastoralis, del Papa Pío V, del 09 de mayo
de 1566, que obligaba a la clausura. Y cuando Santa Teresa ingresó en la
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Encarnación, el año 1535, se profesaban votos solemnes, y eran religiosas en


sentido estricto, pero no sujetas al voto de clausura. Por eso era muy frecuente
que las monjas se ausentaran de la comunidad por cualquier motivo, y frente a
este panorama, Santa Teresa de Jesús se vio inspirada, justamente, a vivir y
guardar más de lo que en aquel monasterio estaba obligada a guardar.

Justo antes de iniciar la Reforma carmelitana, Santa Teresa tenía frente a sí


un monasterio de la Encarnación con un número excesivo de religiosas; extrema
carencia económica; y, sobre todo, presencia de mujeres seglares conviviendo
con las monjas. Y aún así, existía también un grupo bastante fuerte de almas
fervorosas, gracias al ejemplo y disciplina de Santa Teresa, cuestión que fue
reconocida y registrada por el padre Pedro Ibáñez hacia 1559 o 1560.

Teresa de Jesús, monja de la Encarnación:

Nace en Ávila, el 28 de marzo de 1515. Su padre, don Alonso Sánchez de


Cepeda, de ascendencia judía, casado en segundas nupcias con doña Beatriz de
Ahumada. Teresa ocupaba el quinto lugar entre los hijos de don Alonso y el
tercero entre los de doña Beatriz. Desde niña, Teresa leyó la vida de santos y sus
actos heroicos hasta el martirio, jugaba a los ermitaños y se concentraba en la
eternidad feliz o desgraciada que marcará indeleblemente su espíritu. Cuando
Teresa tenía quince años, murió su madre, y al faltarle ella, Teresa se olvidó de
los ideales espirituales que su madre le había inculcado siempre, y se aficionó a la
lectura de los libros de Caballería, al punto que llegó a escribir uno. A la vez,
comenzó una relación con un primo, a punto de sobrepasar los límites de una
amistosa relación entre parientes. A causa de ello, don Alonso decidió internarla
en el monasterio de las Agustinas de Gracia, en Ávila, del cual Teresa sale
completamente transformada por los consejos de Sor María de Briceño y
Contreras. Luego, se hizo cargo de la casa paterna, pero al poco tiempo se
enfermó y permaneció en Hortigosa, en casa de su tío don Pedro Sánchez de
Cepeda. Ese fue un tiempo de reposo y de reflexión, lo que le inclinó a tomar la
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decisión de ingresar en el monasterio de la Encarnación, con la desaprobación y


dolor de su padre que quería tenerla junto a sí. El 2 de noviembre de 1535 huyó
de casa y entró en el monasterio de la Encarnación. Su padre aceptó el ingreso y
pagó la dote para que su hija pudiera tomar hábito el 2 de noviembre de 1536; y el
3 de noviembre de 1537 fue admitida a la profesión religiosa, al ser aceptada sin
objeción por parte de las autoridades de la Orden al constatar que Teresa había
asimilado bien la espiritualidad carmelitana.

Sin embargo, al año siguiente, Teresa fue víctima de una grave enfermedad
por causas un tanto misteriosas, de la cual se recuperó en parte, después de
padecer un colapso profundo en el que se le dio por muerta y a punto de sepultar.
Regresó a la Encarnación medio tullida, y así pasó tres años, hasta abril de 1542
cuando súbitamente se siente curada habiendo pedido la intercesión de San José.

La Reforma Teresiana:

Durante su larga enfermedad, Teresa tuvo oportunidad de leer el Tercer


Abecedario, de Francisco de Osuna, libro que le permitió iniciar una nueva etapa
en su vida de oración y de lucha por mantenerse fiel a su vocación de carmelita.
Serán dieciocho años de lucha interior que Teresa calificó como de escasa
fidelidad al Señor, ya que comenzó a intuir que el Señor le pedía algo más radical
en su vida religiosa. Intuición que se hizo patente cuando Teresa contempla una
imagen de Cristo muy llagado y sufriente, que la movió a profunda conversión. A
sus 39 años se produce su primera conversión, en 1554. En 1556 se produjo una
segunda conversión, asesorada por confesores de la Compañía de Jesús, para
unirse más estrechamente al amor de Dios y de la Santísima Humanidad de
Cristo, gracias a lo cual recibe, en mayo de 1556, la gracia del desposorio místico.
En 1560 tuvo una visión de Cristo resucitado que le impulsará a la obra
Reformadora; y poco después, recibe la gracia mística de la transverberación.
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Santa Teresa conoce a San Pedro de Alcántara, en agosto de 1560, en


Ávila y éste le influye a que impulse la Reforma, adoptando en septiembre de ese
mismo año la decisión de realizarla, tratando el asunto con el dominico el padre
Pedro Ibáñez. Al saberse la noticia, comenzaron de inmediato los problemas: un
confesor le niega la absolución bajo condición de renunciar a sus proyectos de
Reforma. A pesar de ello, ella sigue adelante, fortalecida por las abundantes
gracias místicas que de Dios recibía. Ella quería vivir con radicalismo evangélico, y
el monasterio de la Encarnación ya no era una respuesta adecuada a ese deseo
que ella experimentaba. Desde allí, se decide a no dar pie atrás hasta poder
fundar su propio convento, con sólo quince monjas, con claustro total, dedicadas a
la oración y a la mortificación. Para lograr aquello, fue necesario superar los
obstáculos impuestos por la Orden carmelitana; la Jerarquía eclesiástica; y las
autoridades civiles de la ciudad. Y sin embargo, Teresa no se rindió, y fue
apoyada por San Pedro de Alcántara; San Juan de Ávila; San Francisco de Borja;
y los padres Daza, Ibáñez; y Báñez.

Finalmente, a Teresa el permiso le fue concedido el 7 de febrero de 1562,


pero ella lo conoció sólo llegado el mes de julio. Y el día 24 de agosto de 1562, se
dio comienzo a la Reforma con la inauguración del monasterio de San José, el
cual quedaba puesto bajo la vigilancia directa del obispo porque el Provincial del
Carmelo castellano, fray Ángel de Salazar, no había dado su consentimiento para
la fundación. Y recién en 1563, Teresa obtuvo el permiso para ponerse al frente
del nuevo monasterio. Meses más tarde, Santa Teresa consigue el permiso para
que en su monasterio se viva la pobreza absoluta, sin posesión común ni privada
de bienes, conforme a la primera regla de dicha Orden. Y en 1565, la Bula
pontificia, Cum a nobis, aseguraba la Reforma Teresiana. En 1577 el monasterio
de San José pasó a la jurisdicción de la Orden del Carmen; dándosele la facultad
de proveerse de estatutos y ordenaciones propias. Y sin embargo, el monasterio
se puso desde el principio bajo la Regla primitiva del Carmelo.
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Primera expansión de las Carmelitas Descalzas:

Cuatro años después de la fundación del monasterio de San José, en 1567,


Santa Teresa se encontró con el Superior General de los Carmelitas, padre Juan
Bautista Rossi (o Rubeo), quien, en su calidad de comisario apostólico para toda
la Orden carmelitana, visitó los conventos españoles a fin de corregir y reformar lo
que fuese necesario. Santa Teresa temía que el padre Rubeo le ordenase retornar
a la Encarnación; pero sus temores se disiparon por la admiración que él demostró
ante la reforma llevada a cabo en el monasterio de San José, al punto que le dio el
permiso a Teresa para llevarse de la Encarnación cuantas religiosas quisieran
seguirla para la fundación de otros monasterios, incluso con censuras para que
ningún provincial pudiera impedirlo. En principio, el permiso de reformar era
solamente para Castilla, pero después eliminó esta restricción. Los monasterios
reformados deberían estar sometidos a la obediencia del Superior General de la
Orden. Esta fue la sentencia positiva del padre Rubeo respecto de Santa Teresa:
“Ella hace más provecho a la Orden que todos los Frailes Carmelitas de España.
Dios le dé largos años de vida”. A partir de este gran respaldo, Teresa se dedicó a
la fundación de nuevos monasterios de monjas reformadas: Medina del campo
(1567); Malagón (1568); Valladolid (1568); Toledo (1569); Pastrana (1569);
Salamanca (1570); Alba de Tormes (1571); Segovia (1574); Beas (1575); Sevilla
(1575); Caravaca (1576); Villanueva de la Jara (1580); Palencia (1580); Soria
(1580); Granada (1581); Burgos (1582).

En 1684, se fundó un monasterio de monjas reformadas en Lisboa,


después de graves dificultades, incluso la cárcel conventual, que tuvo que padecer
la fundadora María de San José. En 1590, se fundó un monasterio teresiano en
Génova, por Jerónima del Espíritu Santo. La Venerable Ana de Jesús y la beata
Ana de San Bartolomé, fundaron monasterios en Francia y Bélgica. En Francia, el
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Capítulo General de la Descalcez celebrado en Pastrana (1595) aceptó la


fundación con dos condiciones: que se consiguiera previamente el permiso del rey
francés; y que antes de fundar el Carmelo femenino, se fundase uno masculino.
Sin embargo, a estos propósitos se opuso la autoridad interna de la Orden que
pensaba que la Reforma teresiana era algo que solamente se podría cumplir en
todas sus exigencias en España. Frente a ello, el Papa Clemente VIII interviene en
1603 para conceder el permiso necesario para la fundación francesa, la que tuvo
lugar el 15 de octubre de 1604. En Bélgica, Ana de Jesús fue la fundadora del
monasterio de Bruselas en 1607, asegurando ella se establezca el más genuino
espíritu teresiano.

Carmelitas Descalzos:

Teresa anhelaba la Reforma del Carmelo masculino, a partir de lo cual se


atreve a escribirle al Superior General, padre Rubeo, solicitándole personalmente
tal facultad, asunto que éste aceptó concediendo las licencias, por carta del 10 de
agosto de 1567 dirigida no a la Madre Teresa, sino a los padres Alonso González,
provincial de Castilla, y Ángel de Salazar, prior de los Carmelitas de Ávila. El padre
Rubeo excluye explícitamente que semejante reforma se imponga por la fuerza.
Los frailes que quieran emprender ese camino, lo han de hacer con entera
libertad. Y destaca, en su carta, la importante necesidad de mantener a la Orden
unida.
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«Vía un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo en forma corporal, lo que no suelo
ver sino por maravilla. [...] No era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro
tan encendido que parecía de los ángeles muy subidos, que parecen todos se
abrasan. Deben ser los que llaman Querubines [...]. Viale en las manos un dardo
de oro largo, y al fin de el hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me
parecía meter por el corazón algunas veces, y que me llegaba a las entrañas. Al
sacarle, me parecía las llevaba consigo y me dejaba toda abrasada en amor
grande de Dios.»
Libro de la Vida. Capítulo XXIX

Transverberación (del latín: transverberatĭo, que significa "traspasar"1) es una


experiencia mística que, en el contexto de la religiosidad católica, ha sido descrito
como un fenómeno en el cual la persona que logra una unión íntima con Dios,
siente traspasado el corazón por un fuego sobrenatural. El ejemplo más conocido
es de Santa Teresa de Jesús.

En 1209 de San Alberto de Jerusalén dicta la primitiva regla de la comunidad, que


sintetiza el ideal del Carmelo: vida contemplativa, meditación de la Sagrada
Escritura y trabajo.

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