Monografia El Periodismo en La Revolucion Rusa 35 Hojas

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UNIVERSIDAD NACIONAL DE SAN ANTONIO ABAD DEL CUSCO

UNIVERSIDAD NACIONAL DE SAN ANTONIO ABAD


DEL CUSCO

FACULTAD DE CIENCIAS DE LA COMUNCIACIÓN

Tema Monográfico:

PERIODISMO EN LA REVOLUCIÓN RUSA

DOCENTE : MARIA CONDORI PAZA


CURSO : CULTURA ARTÍSTICA
PRESENTADO POR :

 MARIELA HUALLPA CONDORI


 MAYRA TACURI CONDORI
 MARYLUZ GARCIA MULTHUAPTFF
 MILUSKA YOLA SOTO QUISPE
 MARIBEL TACURI QUENAYA
 MARICRUZ CORAHUA OCSA
 MARIZOL CRIOLLO TARAPAQUI
SEMESTRE : III

Cusco - Perú
2022

PERIODISMO EN LA REVOLUCIÓN RUSA 1


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ÍNDICE

INTRODUCCIÓN.....................................................................................................................3
1. RESENA HISTORICA DEL PERIODISMO EN RUSIA....................................................4
2. LOS VIAJES A RUSIA Y LO QUE SE ESPERABA VER.................................................9
3. LA FUNCIÓN DEL PERIODISTA.....................................................................................12
4. CONTAR LA MEMORIA DE LOS HECHOS...................................................................19
5. EL PERIODISMO CUANDO NO SE PUEDE ESPERAR A LA HISTORIA...................29
CONCLUSIONES...................................................................................................................32
BIBLIOGRAFÍA......................................................................................................................34

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INTRODUCCIÓN

La historia del periodismo ruso se remonta esencialmente al siglo XIX, marcada por los

bajos niveles de alfabetización, la censura y la vigilancia del gobierno, así como el énfasis de

los medios en la política y la propaganda.

El antisemitismo es un tema común en la prensa rusa. Un importante periódico ruso,

Novoe Vremia, comenzó a atacar a los judíos a finales de la década de 1870, y su virulencia

aumentó durante la revolución de 1904, cuando acusó a los judíos de querer convertirse en

los amos de Rusia. Paralelamente, el menscevico Julij Mártov (1873-1923) estableció el

PRIMERO en las revistas y periódicos para los judíos rusos, publicados en hebreo, yiddish y

ruso, como: Ha - Melitz (" el abogado ") , Kol Mevasser (" el mensajero ") , Yidisher

Folksblat (" el periódico del Pueblo Judío ") y Vestnik russkikh evreev (" el Mensajero - Ruso

y ruso - hebreo ") . Además de las revistas pro-semíticas, también hay una variedad de

publicaciones para las mujeres y la gente de la clase trabajadora.

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1. RESENA HISTORICA DEL PERIODISMO EN RUSIA

La Rusia Imperial es una autocracia que no prevé el derecho a la libertad de prensa y

que en la práctica restringe severamente la actividad de los periodistas. Hasta 1860, los rusos

más emprendedores lograron obtener las noticias en secreto y de periódicos extranjeros.

Escritores como Alexander Radishchev (1749-1802), que se propuso representar la condición

social de Rusia, fueron severamente censurados o procesados. Los comunicados de prensa

oficiales fueron emitidos a través de varios dicasterios: por ejemplo, el periódico Russky

Invalid, nacido independiente y, de 1893 a 1917 terminó siendo la revista oficial del

Ministerio de guerra. Severnaia Pchela fue el primer periódico privado cuya publicación fue

objeto de escrutinio gubernamental en la persona de Alexander Smirdin (1795-1857),

conocido editor de textos literarios, libros de texto escolares y las revistas literarias Biblioteka

Dlya Chtenya y Syn otechestva. Severnaia Pchela fue publicado en San Petersburgo de 1825

a 1860 y estaba dirigido a un público de intelectuales y personalidades del mundo urbano

caracterizado por un refinado gusto literario. Su actividad fue objeto de la sátira de Alexander

Pushkin. De 1839 a 1867, la revista literaria Otechestvennye Zapiski también estuvo activa,

fundada por el editor y periodista ruso Andrey Krayevsky (1810-1889), quien en 1863 dio a

luz al popular periódico Golos. Krayevsky fue también el coeditor de Russky Invalid (de

1843 a 1852) y Sankt - Peterburgskie Vedomosti (de 1852 a 1862), un periódico que había

alcanzado una tirada de 12.000 ejemplares.

En la segunda mitad del siglo XIX, el zar Alejandro II aflojó las restricciones de la

censura, autorizando la creación de unos sesenta nuevos periódicos. Golos superó el

promedio de 23 000 copias, y su empresario logró fundar la primera agencia de noticias rusa.

Aleksey Suvorin (1834-1912) fue un destacado conservador y editor de libros, así como

gerente de una cadena de librerías. Su trabajo fue tolerado por el gobierno a pesar de su punto

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de vista conservador y nacionalista, también debido a la alta calidad de sus productos

editoriales, ampliamente reconocidos en Rusia. El periódico The Russian Bulletin promovió

el liberalismo, alabando la acción reformatoria de Alejandro II, a quien pidió la introducción

del Estado de Derecho y los jurados populares en los tribunales. En 1900, pidió al soberano

promulgar una constitución y establecer un parlamento, la Duma, sin dejar de tejer las

alabanzas del viejo aparato representativo del municipio Rural (el obščina) y el zemstvo. La

revista ejerció presión política para asegurar una mayor igualdad y desconfianza a priori

hacia el capitalismo, la industria y los empresarios. El éxito Público no se refería a esta

revista liberal, sino más bien a los periódicos de la izquierda Soviética que fueron publicados

clandestinamente por los partidos revolucionarios, así como a 429 títulos satíricos no

autorizados dirigidos contra el régimen zarista. Ambos fueron blanco de la censura del

gobierno, que los cerró después de un corto tiempo. A pesar de la represión política, el

número de periódicos y semanarios siguió creciendo : la única solución viable a la censura

gubernamental era doblar el contenido de la noticia a sus propios fines, antes de que fuera

publicada. La Agencia Telegráfica rusa en San Petersburgo apoyó la acción política y

propagandística de los zares, ayudando a aumentar el nivel de alfabetización promedio de las

masas. Entre 1904 y 1917 circuló un complejo de información fáctica aprobada por el

gobierno con el fin de manipular la opinión pública y orientarla a favor de la rápida campaña

de industrialización del país dirigida por el ministro de Finanzas Sergei Witte. La agencia fue

finalmente tomada por los Bolcheviques en 1917.

En 1790, casi el 95% de la población rusa era analfabeta, y la mayoría de los

suscriptores consistían en caballeros, sacerdotes y Comerciantes. En 1860 el mercado

potencial para el sector se había expandido considerablemente, centrándose principalmente

en temas blandos y Literatura, en un número mucho menor de casos. Vestnik Evropy se

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convirtió en la revista liberal rusa más conocida a finales del siglo XIX. Publicado de 1866 a

1918, su primer editor Mikhail Matveevich Stasiulevich (1826-1911) ilustró el liberalismo de

John Stuart Mill y el socialismo de Proudhon a través de una revisión de sus obras. La

intención era evitar la radicalización de la política, y proponer un liberalismo de tercera vía

ruso, distinto del europeo, que estuvo históricamente marcado por el choque entre la

burguesía y la clase obrera. El nacionalismo ruso se consolidó con el trabajo de Mikhail

Katkov (1818-1887), quien, aunque no era un teórico político establecido, era un brillante

periodista con una excelente dialéctica, lo que lo convirtió en un punto de pivote para crear

un sentimiento de identidad nacional. Después de la Guerra de Crimea de 1856 y la

insurrección polaca de 1863, Katkov abandonó sus puntos de vista anglófilos liberales y a las

reformas de Alejandro II se opuso a la idea de un "estado Fuerte" ruso, fundado en un pueblo

entusiasta y unido por una visión nacional común. La revista literaria Russkii Vestnik y el

periódico Moskovskiye Vedomosti (lit. Moscovita) fueron los órganos de difusión de sus

ideas pro-occidentales, en oposición a los eslavófilos. A medida que se estableció un mercado

editorial de tamaño adecuado, a partir de 1895 la publicidad también asumió un papel

prominente en relación con los ingresos económicos de los periódicos. El patrocinio de

bancos, ferrocarriles y grandes industrias llevó a la aparición de nuevas agencias de

publicidad. El más grande de ellos, Mettsel y co. , había llegado a controlar más de la mitad

del mercado publicitario de periódicos.

El antisemitismo es un tema común en la prensa rusa. Un importante periódico ruso,

Novoe Vremia, comenzó a atacar a los judíos a finales de la década de 1870, y su virulencia

aumentó durante la revolución de 1904, cuando acusó a los judíos de querer convertirse en

los amos de Rusia. Paralelamente, el menscevico Julij Mártov (1873-1923) estableció el

PRIMERO en las revistas y periódicos para los judíos rusos, publicados en hebreo, yiddish y

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ruso, como: Ha - Melitz (" el abogado ") , Kol Mevasser (" el mensajero ") , Yidisher

Folksblat (" el periódico del Pueblo Judío ") y Vestnik russkikh evreev (" el Mensajero - Ruso

y ruso - hebreo ") . Además de las revistas pro-semíticas, también hay una variedad de

publicaciones para las mujeres y la gente de la clase trabajadora.

En enero de 1912, los bolcheviques leninistas fundaron el diario Pravda. Hasta su

supresión en 1914, fue una "herramienta educativa y propagandística excepcionalmente

eficaz que permitió a los bolcheviques obtener el control del movimiento obrero de

Petersburgo y construir una base de masas para su organización." Desde Lenin en adelante,

los bolcheviques mantuvieron el control completo de los medios de comunicación rusos,

continuamente desde 1917 hasta 1991. Los principales periódicos nacionales fueron Izvestija

(" La Voz del gobierno ") y Pravda (" La Voz del partido ") . , que fue la primera revista en

equiparse con equipos para imprimir ilustraciones, durante varios años también siguió siendo

la mejor en términos de rendimiento cualitativo. Los principales periódicos, de manera

concertada, adoptaron y difundieron un léxico y un vocabulario de términos seleccionados y

específicamente marcados por la retórica y la consolidación de la estructura totalitaria de la

sociedad. El control de la forma y el contenido del papel impreso permitió obstaculizar el

pensamiento crítico e impedir la formación de una opinión pública independiente. La prensa

presentaba el poder político como la Autoridad de la verdad, que chocaba con los errores a

veces intencionados de los burócratas de nivel inferior, y con las acciones de terceros

presentaban constantemente espías furtivos y traidores sirvientes del capitalismo. La norma

de la era soviética era un aplanamiento insuperable de la opinión pública, con raras

excepciones de alto nivel. Un ejemplo de ello fue el proyecto de constitución soviético de

1936, apoyado por Pravda y Trud '', el Diario de trabajadores manuales rusos, y con la

oposición de Izvestija de Nikolai Bujarin, que logró cambiar temporalmente la línea editorial

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del partido. Después de varios meses de ataques mediáticos contra opositores y traidores

"trotskistas" , Bujarin fue arrestado y finalmente ejecutado en el ''37. La dirección comunista

estaba arraigada en la propaganda del papel impreso, pero en primer lugar necesitaba

alfabetizar a una población que en el 90% de los casos todavía no era capaz de leer o escribir.

La escuela se convirtió en la máxima prioridad del Gobierno, cuyo objetivo era optimizar el

trabajo posterior de los periódicos y revistas. La manipulación de la proporción de la opinión

pública analfabeta se logró mediante el uso de carteles y giagantografías. Los planes de los

oligarcas también incluían el monopolio de los nuevos medios, como la radio, que se

utilizaba para transmitir discursos políticos. Las autoridades soviéticas se dieron cuenta de

que la radio era "altamente individualista" y que alentaba la iniciativa privada, un hecho

intolerable para un régimen totalitario. Luego se les impusieron sanciones penales, pero la

verdadera solución de trabajo fue apagar las transmisiones por aire, y reemplazarlos con

programas de radio transmitidos a través de una red pública en el alambre de cobre topología

Hub-y-habló, donde los nodos de terminación fueron los altavoces instalados en las

estaciones de escucha son aprobados por el gobierno, las llamadas "esquinas rojas" de las

fábricas. El estilo editorial soviético estimuló a los ciudadanos a escuchar a los líderes del

partido, a través de la coordinación de discursos públicos dados en persona, discursos de

radio y discursos en papel impreso. El profesionalismo del periodista se vio severamente

limitado en la síntesis e interpretación de los textos, con la prohibición total de agregar

comentarios, revelar la historia de fondo o participar en discusiones con los lectores. Nadie se

atrevió a cuestionar o desafiar a la dirección, y mucho menos a celebrar conferencias de

prensa o difundir noticias de similar magnitud. A los corresponsales extranjeros se les

prohibió estrictamente hablar con cualquier persona fuera de los portavoces oficiales. El

resultado fue una representación color de rosa de la vida soviética en los medios de

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comunicación occidentales, hasta que en la década de 1950 Nikita Chruščëv reveló los

horrores de Stalin. El ejemplo más famoso fue Walter Duranty del New York Times. '' .

2. LOS VIAJES A RUSIA Y LO QUE SE ESPERABA VER

Cuando Lippmann y Merz (1920) analizan la cobertura por parte del New York

Times de la revolución rusa en los años 20 afirman: “news about Russia is a case of seeing

not what was, but what men wanted to see” (p. 3). Cuando el periodista sevillano Manuel

Chaves Nogales visitó ese país, buscaba observar en qué se había convertido la revolución en

1928 y contarlo mediante el periodismo. Un siglo después de la revolución, cuando la

tecnología ha cambiado el periodismo y la labor de informarse es entendida en muchos casos

como ratificación de ideas previas, la manera en que se desarrolla el periodismo de Chaves

ofrece algunas lecciones sobre cómo informar y entender un acontecimiento histórico como

la revolución rusa y este artículo propone precisamente mostrar esas enseñanzas a través del

análisis de sus textos periodísticos sobre Rusia.

En los años 20 y 30 del siglo pasado la revolución rusa fue un tema tratado por viajeros,

intelectuales y periodistas entre la idealización y el rechazo. Cruz y Pérez Ledesma (1997)

describen “la lucha sin cuartel que se produce en los medios de comunicación en España por

imponer una imagen de la Unión Soviética” (p. 273) en esa época. Era difícil no caer en la

seducción del sueño de un nuevo orden o bien en la condena de la revolución de octubre

como un fracaso, asociándola con el apocalipsis. García-Alix (2003) describe la admiración

que nace en esos años:

“Surge entonces una profunda corriente de admiración y simpatía por la revolución

soviética, que penetrará sobre todo en los medios obreros e intelectuales. Asistimos a una

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explosión de nuevas editoriales como Cenit, Ulises, Oriente y Fénix, que difunden en

ediciones asequibles las grandes obras de la literatura soviética, así como sus más recientes

creaciones. El clima de entusiasmo e interés propiciará una avalancha de viajes. Todos

quieren ver la nueva Rusia, adonde viajan Margarita Nelken, Álvarez del Vayo, Ramón J.

Sender, Manuel Chaves Nogales, Josep Pla, Félix Ros”

Estos viajes, a partir de la mitad de los años 20, son denominados romerías por

Giménez Caballero (1928). Sinclair (2009) analiza a los viajeros españoles de los años 20

señalando que todos cuentan aquello de lo que han sido testigos y, en el caso de Chaves e

Hidalgo, insisten en que son visitantes de clase media (p. 124). Cortés (2006) explica que la

Unión Soviética se puso de moda en los años posteriores a 1928 y a esta moda se sumaron

algunos periodistas, entre los que menciona a Chaves

Desde España viajaron sobre todo políticos -los socialistas, por ejemplo, viajaban

auspiciados por la Internacional Socialista- y periodistas. Así, entre los políticos, Fernando de

los Ríos publicó en 1921 Mi viaje a la Rusia sovietista; el comunista asturiano Isidro

Acevedo Impresiones de un viaje a Rusia, y el anarquista y delegado de la CNT Ángel

Pestaña lanzó en 1924 otros dos libros. El relato periodístico incluyó tres libros de Álvarez

del Vayo: en 1926 La nueva Rusia, en 1928 La senda roja, y Rusia a los doce años en 1929.

Con él viajó otro corresponsal de El Sol, Ricardo Baeza, que publicó Bajo el signo de Clío.

Itinerario en 1931. Josep Plá publicó en 1925 Notícies de la URSS (Una encuesta

periodística); Sofía Casanova De Rusia. Amores y confidencias (1927) -entre otros muchos

textos (Ochoa Crespo, 2016)-; el socialista Rodolfo Llopis iba a publicar la crónica de su

viaje en El Sol pero la censura lo impidió y publicó el libro Cómo se forja un pueblo. La

Rusia que yo he visto (1929) y León Villanúa escribió La Rusia inquietante (1931). El viaje

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de Villanúa comienza con un encuentro con una bolchevique en el Prado con quien habla

precisamente sobre las visitas de extranjeros a Rusia:

Navarra (2015) califica al grupo de viajeros anteriores a la guerra civil no militantes o

críticos con el sistema soviético como “socialistas y republicanos: la respuesta humanística”

(pp. 132-145). En el grupo incluye a periodistas y políticos. Además de los ya mencionados

señala el relato de Llopis, de Zugazagoitia, Anguiano y Amado Blanco. De entre esas

visiones españolas el relato de Chaves Nogales le resulta el más acabado. Para él, Chaves es

“un olfateador, no un impresionista ni un político profesional. Un verdadero reportero que

busca historia” (Navarra, 2015, p. 134). De entre todos los relatos de viajeros aquí se toma

como objeto de estudio el de Chaves por dos motivos. En primer lugar, por lo que señala

Navarra: este relato del viaje a la URSS tiene un fin primero que es periodístico. Chaves

Nogales no pertenecía a la Internacional Socialista y viajó a la Unión Soviética en 1928 como

corresponsal del Heraldo de Madrid. Y en segundo lugar, porque todos estos viajeros

compartían la conciencia histórica que suponía hablar de la Unión Soviética como testigos en

Occidente. El nacionalsocialismo en Europa y la situación en España dependían en parte de

lo que sucediera en la URSS y de los debates de la Comintern. El caso de Chaves resulta

interesante para lo que aquí se propone porque continuó escribiendo sobre la revolución

durante la década siguiente y desde fuera de la URSS. Chaves intentó contar lo que fueron

aquellos meses recomponiendo el relato a partir de la memoria de sus protagonistas,

perdedores o testigos exiliados en París y a quienes les tocó la revolución en Petrogrado y la

posterior guerra civil.

En concreto publicó tres libros periodísticos sobre este tema. En el primero recoge para

los lectores de Heraldo de Madrid su visión de la Rusia soviética durante su viaje a la URSS

en 1928 -agonizando la dictadura de Primo de Rivera- a partir de testimonios de los

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ciudadanos soviéticos y de su propia observación. Estas crónicas y reportajes formarían

luego La vuelta a Europa en avión. Un pequeño burgués en la Rusia roja (1929); en segundo

lugar, habló de Rusia en las crónicas para el diario Ahora desde París donde recogió la vida

de los exiliados zaristas en Lo que ha quedado del imperio de los zares (2011); y por último,

contó la revolución rusa a través del testimonio del bailaor flamenco Juan Martínez en El

maestro Juan Martínez que estaba allí (1934/2007). Si bien escribió también una novela

sobre las relaciones afectivas en el comunismo -La bolchevique enamorada. El amor en la

Rusia roja (1930)-, nos interesa aquí detenernos en el Chaves periodista y en su crónica de la

revolución. Las tres obras analizadas fueron recopiladas por vez primera en 1993. Ese año la

Diputación de Sevilla publicó la Obra narrativa completa de Manuel Chaves Nogales,

gracias a una edición realizada por María Isabel Cintas. A partir de ese trabajo se realizaron

todas las ediciones posteriores de las distintas editoriales. Cintas es también la responsable de

editar por primera vez toda la obra conocida de Chaves no solo en los dos tomos de la Obra

narrativa completa (1993 y 2009b), sino también con los tres tomos de la Obra

periodística (2001 y 2013).

3. LA FUNCIÓN DEL PERIODISTA

La vuelta a Europa en avión. Un pequeño burgués en la Rusia roja recoge las crónicas

aparecidas de manera original en Heraldo de Madrid sobre el viaje de Chaves desde Madrid a

Bakú. Las veintiséis crónicas comenzaron a publicarse el 6 de agosto de 1928 y finalizaron el

24 de octubre. A partir de entonces hasta febrero de 1929 aparecieron también en La

Nación (Buenos Aires). La obra se publicó posteriormente, el 15 de abril de 1929, en la

editorial Mundo Latino que fue la que añadió el subtítulo Un pequeño burgués en la Rusia

roja a los textos periodísticos originales.

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Chaves dedicó a Rusia dieciséis de las veintiséis entregas originales y once de los

diecinueve capítulos del libro. Cuando este salió publicado, varió la distribución original,

renombró los títulos, amplió ciertas ideas, reorganizó algunos pasajes y mostró otros que, a

causa de la censura, no pudo publicar en la prensa. Así, incluyó una entrevista a Ramón

Casanellas -uno de los participantes en el asesinato del presidente del consejo de ministros,

Eduardo Dato, en 1921- y un nuevo capítulo dedicado a la vida soviética (Cintas

Guillén, 2001b).

Las crónicas de Chaves se abren con una cita de Tiutchev: “Rusia: Nunca sabrá ver el

ojo soberbio del extranjero el tesoro que hay escondido en tu humilde pobreza” (Chaves

Nogales, 2001, p. 107), otra declaración que deja claros desde el comienzo los límites del

periodismo que él practica:

“Contar y andar es la función del periodista. Araquistáin, en su viaje a las escuelas de

España, Álvarez del Vayo, en sus frecuentes excursiones por el panorama espiritual de

Centroeuropa, y alguno otro son claros ejemplos de este periodismo nuevo, discreto,

civilizado, que no reclama la atención del lector sino es con un motivo: contarle algo,

informarle de algo” (Chaves Nogales, 2001).

Chaves entiende que el periodista -citando a Keyserling-, tiene como función ser

intermediario espiritual, por eso él intenta ver “el alma rusa” a través de sus ojos de

extranjero, en la imagen de los mujik, las isbas o las iglesias:

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“Las iglesias van jalonando todo el campo. ¿Se comprende ahora la fuerza

indestructible que tiene la religión entre esta gente, fuerza que ni siquiera la gran

conmoción del comunismo ha podido neutralizar?” (Chaves Nogales, 2001).

Lo que ve se convierte en indicio de lo que espera ver. Así, en “Paseos por

Moscú” comienza diciendo:

“Apenas se pone el pie en Moscú, se tiene súbitamente […] la sensación de que

aquello ha sido arrasado por la revolución (…). El bolchevique ha querido hacer tabla

rasa de todo lo anterior. Esto donde se ve bien es en Moscú” (Chaves Nogales, 2001).

Después, cuenta la historia de la ciudad y sus monumentos, pero de entrada deja

claro cuál es el prisma a través del cual contempla la capital. En Leningrado, al burlar

a un guardia del GPU para visitar a un partidario de Trotsky, escribe:

“Leningrado conserva todavía la emoción de la clandestinidad revolucionaria”

(Chaves Nogales, 2001, p. 252).

Es una impresión, pero contiene el principio de su interpretación de la realidad

que va buscando: qué queda de la revolución. Igual sucede con aquellos a quienes

entrevista o con las fuentes a las que da voz en el reportaje. Busca indicios que

muestren cómo la revolución ha cambiado la vida. Por ejemplo, “un intelectual,

moscovita de adopción, de origen indio que lleva muchos años en Rusia” expresa la

misma idea que ronda a Chaves, la de que el espíritu de las gentes ha cambiado:

“La revolución ha sacado de sus goznes las hojas de las contraventanas […], ha

metiendo tres familias -tres extrañas familias- en lo que antes era cochera de los

señores. Pero todo sigue exteriormente igual. Dentro, en las estrechas habitaciones,

hay hacinada una humanidad conmovida por la revolución que intenta vanamente

acomodarse a las exigencias de los tiempos nuevos. En cada habitación, una familia;

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en cada familia, una guerra viva. El padre es nepman, el hijo comunista; la madre va

todos los días a pedir al pope consuelo para sus tristezas.

Todo esto por dentro. Afuera siguen brillando las cúpulas doradas de las iglesias. […].

El espíritu de las gentes ha cambiado, pero el espíritu de la vieja ciudad subsiste después de

haber sido arrasada” (Chaves Nogales, 2001).

Con el nervio y la urgencia del periodismo, este pasaje muestra una de las genialidades

de Chaves: intuir en algunos indicios la vida que llevan los moscovitas y el cambio social

provocado por la revolución. La paradoja dentro/fuera, viejo/nuevo, a partir de la impresión

visual de las fachadas, da lugar a una imagen de lo que va queriendo ver, el cambio o no que

la revolución ha producido. Así también lo hará hablando de los carteles de los líderes:

“Todo Moscú está lleno de la iconografía de la revolución […]. No hay modo, sin

embargo, de encontrar un retrato de Trotsky en toda Rusia” (Chaves Nogales, 2001).

Esa impresión primera en casi todo lo que mira busca la huella de la revolución y

su envés o contrapartida y ese es uno de los temas que se mantendrá en las crónicas.

Como todos los viajeros a Rusia, también Chaves buscaba ver en qué se había

convertido la revolución. El relato de Chaves da una imagen de una revolución disecada en la

que los revolucionarios habían servido para elaborar el mito, pero ya no contaban, y así lo

muestra en el retrato de Kalinin o en la búsqueda de Trotsky. Conocer la personalidad de

Trotsky era una de las cuestiones que más interesaban a Chaves (2001). No consiguió

entrevistarse con Trotsky pero elabora un perfil de su ausencia en Alma-Ata, habla con

colaboradores, y escribe, adelantándose al asesinato y a los pensamientos de Stalin:

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“Trotsky es de esa clase de hombres que sólo pueden inutilizarse con la muerte”

(Chaves Nogales).

Sobre el debate de la II Internacional Socialista, de la doctrina de Stalin del comunismo

en un solo país que había dado al destierro de Trotsky, diagnostica:

“Para mantener en toda su pureza el ideal comunista, sería preciso hacer una revolución

cada cinco años. Esta es la gran tragedia del bolchevismo, insoluble mientras no se realice el

sueño de la revolución mundial” (Chaves Nogales, 2001).

Chaves tiene experiencia con la GPU y con la censura pero escribe:

“Deliberadamente me he limitado, en la reseña de mi viaje por el territorio ruso, a

exponer, desnudos de artificio, los pequeños hechos de la vida cotidiana que caían bajo mi

zona de observación, y he guardado cuidadosamente tanto la documentación oficial, que a

manos llenas se me ha ofrecido en Rusia, como cualquier deseo de interpretación personal

que pudiera haberme asaltado” (Chaves Nogales).

De nuevo una declaración de intenciones sobre cómo entiende el periodismo y una

interpretación de lo que ha supuesto la revolución. Chaves informa de aquello que interesa a

sus lectores. Para ese público la revolución rusa llevaba a la pregunta sobre si se extendería el

sistema soviético por Europa. Las imágenes de la revolución rusa en los primeros años treinta

conectaban con las movilizaciones en España y esa conexión aumentaría, a juicio de Cruz y

Pérez Ledesma (1997), a partir de 1936 (p. 294). Chaves escribe para esa población, por eso

resume así:

“Después de haber recorrido Rusia y de haber buscado afanosamente cuanto en pro o

en contra de la revolución se ha escrito, yo me atrevo a creer que la postura del hombre

auténticamente civilizado no es la de ser comunista o anticomunista, sino la de estar atento al

desenvolvimiento de los hechos […], sin desechar la posibilidad del alumbramiento de una

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nueva humanidad, pero sin perder de vista al mismo tiempo que puede haberse errado la

senda” (Chaves Nogales).

Para Chaves los errores de interpretación sobre la revolución vienen de la propaganda

interesada de uno y otro lado. Él, tras un mes como viajero curioso y liberal, se pregunta si se

debe aceptar como peaje para una nueva sociedad la dictadura del proletariado:

“¿El amor hacia el pueblo debe llevar hasta el extremo de sacrificarlo?” (Chaves

Nogales, 2001).

Y se muestra consciente de que esa imagen de país “todavía desconcertado y ruinoso”

(Chaves Nogales, 2001) tras once años de la revolución sobre la que elabora su

interpretación, puede no ser absolutamente cierta:

“De la obra revolucionaria el viajero no ve más que las resquebrajaduras. La

reconstrucción de la sociedad deshecha por la revolución sobre la base de la dictadura del

proletariado escapa a su comprensión. Y esta reconstrucción, no terminada aún, es, a pesar de

todas las fallas, una obra formidable” (Chaves Nogales, 2001).

Y cuando ya ha salido de la Unión Soviética, escribe:

“No quiero tampoco dejarme arrastrar por esta impresión puramente subjetiva de

pequeño burgués o intelectual que se siente excluido o, mejor dicho, perseguido por la clase

social dominante hoy en Rusia” (Chaves Nogales, 2001).

Para Peloille (1999) con esta afirmación Chaves hace una distinción implícita entre los

regímenes dictatoriales (Rusia y Polonia) y los democráticos (República de Weimar) y entre

dos formas de organización social, la del proletariado y la de la burguesía (pp. 122-123).

Sánchez Zapatero compara la visión de la Unión Soviética que hay en Chaves con el relato

del viaje de Stefan Zweig que recoge en El mundo de ayer. Memorias de un europeo. Los dos

viajaron en la segunda mitad de 1928, en estos dos relatos no encuentra juicios interpretativos

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(Sánchez Zapatero, 2013, p. 113) y estamos de acuerdo en que en el testimonio de los dos

escapa a la adhesión o a la crítica de lo que ven.

A juicio de Cintas, La vuelta a Europa en avión conecta con la “novela social”, así

como con el crecimiento en ese ámbito de los libros de viajes. Muchos de ellos fueron

realizados por escritores que habían sido también periodistas y por esta razón se relataban con

un tono reportajeado. Más allá del tono en el libro de Chaves se encuentra un juicio

premonitorio sobre la revolución y pasarían unas décadas hasta que se escribiera algo al

respecto con tanta lucidez. Avilés compara la visión de Chaves con la de Álvarez del Vayo y

destaca que:

“Varios españoles tuvieron ocasión de hablar a fondo con algunos comunistas

disidentes. Especialmente lo hizo Chaves, que se mostró interesado por las tesis de la

oposición trotskista, quedó convencido de que Trotski encabezaba a aquellos verdaderos

comunistas que se oponían a la conservadora burocracia del partido” (Avilés Farré, 1999).

Navarra (2015) encuentra similitudes con Dos Passos en el escepticismo de Chaves o

en el temor que ve en la gente ante el gobierno (p. 139). Como se ha dicho arriba, este autor

incluye a Chaves en el grupo de los humanistas y socialistas. Tal vez lo propio de Chaves

Nogales es que escapa a las tipologías. Chaves se separa de un rasgo quizá consustancial al

español, la polarización en lo que se mira. Su lucidez la recordaba Trapiello (2010) en Las

Armas y las letras (pp. 183-186) refiriéndose al prólogo de A sangre y fuego. Esa

clarividencia para interpretar la naturaleza de lo que sucedió en España, sin el prejuicio

ideológico, se puede apreciar antes, en lo que escribe sobre Rusia. Como sostiene Muñoz

Molina en una entrevista recogida en El hombre que estaba allí:

“Cuando tú lees lo que escribe sobre la Unión Soviética y lees las cosas que escribían

intelectuales europeos de primera categoría… A mi él me recuerda una cosa que dice Kessler

en sus memorias: “Los que llegábamos del Este de Europa éramos como Casandras a las que

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nadie escuchaba, nadie quería escuchar”. Era así, eso es terrible. Pero no solo basta fijarse y

contar lo que se ve. Es que además tienes que intentar que te escuchen” (Suberviola y

Torrente).

Chaves se sale de las categorías ideológicas tan útiles para manuales y para el juicio

fácil porque, como señala Muñoz Molina, se alinea en Europa con Joseph Roth, Stefan

Zweig, Vasliy Grossmann, George Orwell y Albert Camus, y lo que todos ellos tienen en

común es la defensa del humanismo (Suberviola y Torrente).

4. CONTAR LA MEMORIA DE LOS HECHOS

Chaves cuenta los hechos de la revolución en 1928, once años después de producirse.

Tras regresar de la Unión Soviética y publicar el libro en 1929, Chaves dejó de ser redactor

jefe del Heraldo de Madrid y se instaló en París como corresponsal del periódico. Allí fue a

buscarlo Luis Montiel para que se sumase al diario Ahora. Sobre el tema ruso siguió

publicando en Estampa -revista gráfica propiedad de Montiel y donde había llegado gracias a

Vicente Sánchez Ocaña- reportajes fruto del viaje y de La vuelta a Europa en avión como

“Moscú se divierte” (1 enero 1929), “Las mujeres en el régimen bolchevique” (23 abril 1929)

o “El invierno en Rusia” (19 febrero 1929).

En estos reportajes, como en lo publicado en el Heraldo, Chaves parte de la memoria

de alguien que ha vivido la revolución y luego vuelve al presente, para saber qué ha quedado.

Si bien encontramos una constante de actualidad, trata de responder a la cuestión sobre el

futuro que puede tener la dictadura del proletariado dentro y fuera de Rusia; también realiza

una reconstrucción histórica de la revolución. En este punto Chaves lleva a cabo, de acuerdo

con Prökker (2012), un “periodismo histórico” (p. 20). Este distingue el periodismo sobre

sucesos históricos como el estalinismo con el ejercicio de la historia porque el interés en el

periodismo no es el pasado en sí mismo sino en su conexión con el presente.

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La memoria que recupera Chaves es la del testigo: él no fabula, escribe a partir de la

memoria de quien le cuenta y de otras fuentes con las que se entrevista. Y el retrato que el

periodista hace de ellos amplia el testimonio; como en los espacios, también en las personas

se aventura a ver las huellas de la revolución. Chaves muestra la sensación que le producen

todos estos hombres con descripciones completas, tanto físicas como psicológicas, en las que

los rasgos externos que observa en ellos anteceden sus rasgos de carácter. Chaves sigue

estando ahí, como narrador dentro de la historia que se hace presente para poner de relieve su

papel de periodista directa o indirectamente.

Quizá el momento en el que Chaves juega de manera más evidente el papel de narrador

testigo con autoridad para la interpretación está en Lo que ha quedado del imperio de los

zares, la serie de 24 reportajes sobre los exiliados blancos en París publicada desde el 27 de

enero hasta el 22 de febrero de 1931. Allí, por ejemplo, realiza una descripción completa y

significativa de Kerenski en la que mezcla prosopografía y etopeya. Chaves explica que el

político ruso era un hombre:

“De ojos claros, alto, desgarbado y de aspecto cansino, que redacta todas las semanas

un periodiquito pobre, en un barrio apartado de París. Kerenski da la impresión del que está

ausente; tiene algo de sonámbulo, de hombre atento a un rumor distante. Sus ojos, con ese

guiño característico del miope sin lentes, miran siempre a un punto lejano. Sus oídos

conservan, acaso, el eco de las fusiladas en las calles de Petrogrado, del clamor de las masas

revolucionarias o del galope de los jinetes rojos lanzados en su persecución. No sé; pero salta

a la vista que es un hombre absorbido por algo que, desde luego, no es el momento de ahora”

(Chaves Nogales, 2011).

Chaves está dentro del relato en primera persona, como personaje-periodista que

observa y apuesta por unos rasgos sobre otros. El porte de Kerenski, su figura, su mirada,

reflejan su espíritu, sus preocupaciones y su estado de ánimo. Su forma de actuar en el

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presente, además, permite a Chaves imaginar cómo pudo vivir los días de la revolución y

cómo su forma de ser explica su pasado y su presente con relación al momento histórico:

“Mientras habla, yo escucho un poco sobrecogido sus discretas palabras. Este hombre

tiene para mí el prestigio de ser la personificación más completa de una tragedia, vieja como

el mundo; la lucha de lo consciente con lo inconsciente. Kerenski es el caso patético del

hombre inteligente cogido por el engranaje de hechos monstruosos, superiores a toda

previsión intelectual” (Chaves Nogales, 2011).

En esta obra, por tanto, el foco se centraba más en las personas que en los pueblos, más

allá de que el drama de los exiliados sirviese también a Chaves para referirse a la revolución,

a la monarquía zarista y a los nacionalismos periféricos. El diario Ahora necesitaba lectores y

el tema de los exiliados rusos era materia ideal para el folletín. Haciendo semblanzas de estos

personajes, Chaves cuenta las causas de la revolución según la Rusia blanca. El retrato de

Miliukov y de Kerenski cuenta bien el desarrollo de los días de la revolución. Por ejemplo:

“Apenas entré en el salón de la biblioteca de la Duma me vi envuelto en un torbellino

de gente que discutía y gritaba […]. Cuatro días sin dormir ni comer; cuatro días en los que

permanecimos ajenos a todo lo que fuese el peligro que corría nuestra patria, debatiéndose en

el caos y la sangre” (Chaves Nogales, 2011).

Y más adelante:

“Se le ve con una gran transparencia en aquel caos de la revolución rusa aferrado a sus

convicciones intelectuales, sensato, realista, valiente, procurando en vano mantenerse en el

fiel de la balanza, queriendo ser ecuánime cuando se habían desatado todas las fuerzas del

mal y la ecuanimidad era un delito…“ (Chaves Nogales, 2011).

Es esta manera de enfrentarse a los personajes -conociéndolos cara a cara, dejándoles

hablar- la que caracterizará su periodismo y sobre estos testimonios de la revolución

construye su impresión de ese momento.

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Esta reconstrucción encuentra un paradigma en el relato que Chaves hace del bailaor

burgalés Juan Martínez, el protagonista de El maestro Juan Martínez que estaba allí. Chaves

lo había conocido en un cabaret de Montmartre y lo incluyó como protagonista en el reportaje

“Los flamencos de París”, publicado el 18 de marzo de 1930 en Estampa. Este reportaje, que

se centraba más en el flamenco que en la vida de los bailaores, da una pista clave para

entender al personaje Martínez creado por el periodista. Chaves advertía de que su texto

“traducía” el modo de hablar de Martínez, sin renunciar, eso sí, al sentido que le dio el

bailaor:

“Él habla a su modo, con sus imágenes castizas plagadas de galicismos; pero a lo largo

de su charla internacional, que pondría los nervios de punta a un académico, yo sé que quiere

decir eso; y lo traduzco así” (Chaves Nogales, 2001).

Chaves pasa las ideas de Martínez a través del matiz de su mirada, de su interpretación,

y es de suponer que esta idea se mantuviese también El maestro Juan Martínez que estaba

allí, la obra sobre la trayectoria del bailaor durante la revolución de octubre de 1917, en la

que no trata de reproducir la fonética del bailaor, tan solo mantiene algún galicismo. De ahí la

importancia de este texto: en él se muestra que para Chaves mostrar quién es un hombre en

ocasiones puede significar también interpretar sus palabras sin hacerles perder su significado.

Esta labor de traducción, unida al reporterismo, no dista de la visión dominante en la

actualidad a la hora de utilizar la cita directa. Por eso es de agradecer la franqueza de Chaves

al admitir que se vio obligado a no mantener la literalidad de las palabras de Martínez pero

sin tratar de desdibujar su sentido.

El maestro Juan Martínez que estaba allí se publicó por entregas en la

revista Estampa del 17 de marzo al 15 de septiembre de 1934, con ilustraciones de Francisco

Rivero Gil (1899-1972), dibujante y caricaturista que se había formado en Sevilla y que

desde 1944 vivió en México, donde falleció. Juan Martínez fue testigo directo de los excesos

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de la guerra y de la revolución. Había viajado a Rusia huyendo de otra guerra, la primera

guerra mundial, que estalló cuando se encontraba trabajando en Turquía. En el relato de los

hechos Chaves centra el foco en un periodo determinado de la historia, abandona su punto de

vista y opta por la historia personal de un testigo para describir el momento histórico de la

revolución. Las versiones anteriores de Kerenski o la publicada antes en Estampa se ven

superadas. Los hechos históricos quedan como un eco en el relato de Martínez y son

rebasados por lo insólito del testigo de la revolución (un bailaor flamenco de Burgos), y por

el talento narrativo que la escritura de Chaves le otorga. De acuerdo con Vázquez Liñán

(2011), el libro realiza un retrato aterrador de la revolución y de la guerra civil:

“se trata de un intento de ver este proceso histórico a través de los ojos de un extranjero

[…] y que por lo tanto no tiene a priori preferencias por ninguno de los bandos en conflicto.

[…] el reportaje tiene la clara intención de mostrar el horror generado por la revolución, en

un momento en el que la salida revolucionaria era una opción propagada por las diferentes

fuerzas políticas en España”.

Como recoge Cintas (2001b), el 16 de febrero de 1934 el diario Ahora, del que era

redactor jefe Chaves, se preguntaba qué iba a pasar en España, ante la amenaza de una guerra

civil y de una revolución. Por eso para Cintas la visión de Chaves “de la tan admirada

Revolución rusa debió de ser sorprendente para muchos e inadecuada por inoportuna para los

más extremistas de la izquierda” (2001b). La distancia del bailaor con los hechos

revolucionarios rusos, por no tratarse de su país y porque reconoce abiertamente que no le

interesa la política -“yo nunca me he querido meter en política” (Chaves

Nogales, 1934/2007)-, permitió a Chaves hacer un relato de la violencia que producen los

excesos de toda revolución, un reportaje de aquello de lo que quería advertir a los españoles

de 1934.

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La primera imagen que tiene Martínez al llegar a Petrogrado en marzo de 1917 es la de

un andén vacío y “a la salida de la estación, en una puerta, estaba clavado a bayonetazos el

cadáver de un guardia” (Chaves Nogales, 1934/2007,. La memoria de Juan Martínez recuerda

estos hechos violentos, el odio que mueve a las gentes y cómo va salvando la vida en cada

una de las encrucijadas que se encuentra:

“¡Qué odio negro les tenían! Cuarenta mil policías del zar había en Petrogrado el día

que estalló la revolución. En ocho días no quedó ni uno. El pueblo tenía tanto rencor contra

ellos que cuando yo llegué salían a cazarlos como si fueran conejos. A muchos los clavaron a

bayonetazos en las puertas de las casas […]. En los primeros momentos habían hecho ellos

una buena carnicería con los revolucionarios” (Chaves Nogales, 1934/2007, p. 51).

El bailaor sobrevivirá a la revolución de marzo y en la primavera y el verano de 1917

volverá a Moscú por su esposa y juntos regresarán a Petrogrado y después de nuevo a Moscú

para ir a Kiev:

“A mí la toma del poder por los bolcheviques, los famosos diez días que conmovieron

al mundo, me cogieron en Moscú vestido de corto, bailando en el tablado de un cabaret y

bebiendo champaña a todo pasto.

Después de la tournée por Ucrania, y cuando vimos la mala jeta que tenían los

campesinos en los últimos tiempos de Kerenski, decidimos refugiarnos en Moscú. Aquellas

bestias de campesinos rusos eran capaces de todo” (Chaves Nogales, 1934/2007, p. 70).

Chaves ofrece en cada entrega un relato trabado que sale de la memoria de Martínez y

que él parece solo transcribir. El “folletín de la vida de Martínez” -como lo llama- tiene en

apariencia una única trama, comprobar cómo se las arregló su protagonista para sobrevivir. Si

bien como señala Hermida (2002) “existe una coincidencia general entre los historiadores en

el sentido de que los bolcheviques tomaron el poder en la capital con escasísimo

derramamiento de sangre” , Martínez encontró varios obstáculos para moverse con libertad.

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Son muchas las escenas en las que su salida de allí se ve frustrada o los momentos en los que

parece que su final está cerca.

A lo largo del relato vemos por los ojos de Juan Martínez cómo las gastan los

bolcheviques, los blancos y los cosacos. El testimonio de Martínez tiene la virtud de los

testigos, creemos en su memoria prodigiosa y en cómo se las ingenia para sobrevivir. Solo

parecen importar los hechos: las filas de cadáveres en las calles de San Petersburgo o el

vecino ajusticiado porque ante el frío se puso el sobretodo del bando equivocado. La crueldad

y la rapiña del hambre no puede contarse y Martínez no lo hace, solo muestra cómo se salvó

de ese mundo cuando parecía imposible. El genio narrativo de Martínez -o de Chaves

Nogales- tiene su piedra de toque en los relatos que hace de las veces que salva la vida. Es

entonces cuando como mucho se permite la viveza del genio hispano, la misma que le salva

la vida. La primera de ellas, en Turquía, cuando los alemanes quieren matarlo porque lo

toman por espía. Allí será un cuchillo, que siempre lleva consigo, lo que le salva. Casi en

cada una de las entregas/capítulos Martínez relata cómo salva la vida, porque deja caer su

navaja en un cacheo, porque un coche pasa cuando le van a disparar o porque muestra cómo

es un auténtico revolucionario porque tiene las manos callosas por tocar las castañuelas. En la

última de ellas, en el barco Anastasia, mientras dispara la policía soviética, logra salir de

Odessa con pasaporte italiano.

Chaves no quiere escribir la historia pero la reconstruye a partir de estos testimonios de

los testigos, sean los seguidores de Trotski, Kerenski, Miliukov o Martínez, y los intenta ver

en el curso de la historia. Las crónicas de la revolución en Chaves están construidas sobre la

memoria de testigos. En esta manera de proceder Chaves se adelanta a la microhistoria

empleada en la historia y en la etnografía algunas décadas después. La microhistoria, tal

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como la entiende Ginzburg (1994), quien la resumía a partir de la comparación que hace

Kracauer entre la microhistoria/el primer plano en el cine (close-up) y la macrohistoria/tomas

largas (long shots). Los primeros planos sobre un hecho histórico permiten contar la historia

de una realidad que es discontinua y heterogénea.

En El maestro Juan Martínez que estaba allí la vida del protagonista y la historia se

entremezclan en el relato. Como explica Cintas (201b), la obra “es un reportaje novelado de

la realidad histórica en el que la vida es capaz de superar a la ficción más disparatada” (p.

174). Se trata de un relato desde el presente sobre el pasado de Martínez, con digresiones e

historias dentro de la historia. Desde este punto de vista la estructura se asemeja a la de un

perfil periodístico moderno: una escena principal donde se desarrolla la entrevista con

escenas que nos llevan a momentos del pasado revolucionario. En conjunto las técnicas

utilizadas por Chaves se asemejan, como sostiene Pérez Álvarez (2013), a las del nuevo

periodismo estadounidense.

El primer rasgo que define la caracterización de Juan Martínez es que el personaje toma

la voz y muestra en primera persona sus vivencias. La narración delegada en el protagonista

no impide que el resultado sea una historia en la que el relato marco, las palabras de Chaves,

dan coherencia a la estructura narrativa. Así, tras una breve introducción sobre el lugar en el

que vive Martínez, le describe en tres rasgos:

“Martínez es flamenco, de Burgos, bailarín. Tiene 43 años, una nariz

desvergonzadamente judía, unos ojos grandes y negros de jaca jerezana, una frente

atormentada de flamenco, un pelo requetepeinado de madera charolada, unos huesos

que encajan mal porque, indudablemente, son de muy distintas procedencias -arios,

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semitas, mongoles-, y un pellejo duro y curtido como el cordobán” (Chaves

Nogales, 1934/2007)

A partir de entonces, Chaves cede la palabra y el peso del relato a su protagonista con

un explícito: “Y dice Martínez, ya por su cuenta” (Chaves Nogales, 1934/2007, p. 7). Desde

ese momento, Martínez relata sus sentimientos con detalle, para que el lector pudiese

empatizar con él:

“Empecé a sentir náuseas. La cabeza me daba vueltas y salí tambaleándome. En

el umbral piso algo blanco y escurridizo: eran dos dedos humanos que estaban pegados

a las losas por un cuajarón de sangre negra. La sensación que aquello me produjo casi

me hizo desvanecerme. No se me olvidará en la vida” (Chaves Nogales, 1934/2007).

Martínez era un hombre errante, sentencioso, único. Al dejar hablar a Martínez, al

mostrar sus prioridades y sus sentimientos, el lector conoce mejor al personaje. Se observa el

fraseo propio, sentencioso, con retranca, propio de un flamenco. Chaves traduce la

entonación y edita las declaraciones pero deja el tono, el color del habla del protagonista. El

hecho de que aparezca una voz única también es significativo. Chaves podría haber

entrevistado en profundidad a la mujer de Juan Martínez, podría haber hablado con sus

compañeros, amigos… pero prefiere quedarse en el texto solo con su impresión sobre el

personaje, lo que pueda vivir con él y lo que este le cuente de sí mismo y de su vida. Quizá

las declaraciones y testimonios de los familiares y amigos estén de forma indirecta, ya que le

han podido contar episodios de la vida de Martínez que luego Chaves pregunta al interesado

o que simplemente señala pero sin indicar quién se lo ha contado. Es destacable la gran

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autoridad que se arroga Chaves en estos retratos; no hay puntos de apoyo, otras voces que

corroboren su interpretación y caracterización del personaje.

La impresión que producen las palabras de Martínez y que Chaves potencia al

desaparecer del relato es que el bailaor es un pícaro, un hombre que quiere sobrevivir a toda

costa, que de todo lo vivido sacaba una enseñanza y que por ese motivo es un buen

observador neutral de la revolución. En el fondo, tal y como señala Trapiello, la filosofía de

Martínez se resume en un lugar común:

“No somos nada. Y eso es lo que Chaves persigue: una vida gris llena de avatares, de

aventuras, de las vueltas que da la vida” (Suberviola y Torrente).

Martínez es, para Cintas (2001b), “el pícaro tradicional de la novela española, un

español peculiar, simbólico, que se las ingenia para vivir o sobrevivir en medio de la

revolución rusa”.

La visión que Chaves da de la revolución rusa -o su tono- fue cambiando. Sinclair

(2009) dice que la llegada a España de la Segunda República no cambió estas visiones de

Rusia; sin embargo, en el caso de Chaves, sí. Sinclair (2009) sostiene que Lo que ha quedado

del imperio de los zares está escrito en “light and lowbrow style” (p. 124). Cambia su visión

porque la situación europea y española había empeorado desde el año 28, en que escribe

Chaves los primeros artículos, hasta el año 34, cuando termina el libro sobre Juan Martínez.

La visita a la Unión Soviética le ayudaría a entender Europa y España. Chaves en España

advierte de las consecuencias de los alzamientos revolucionarios pero no sería escuchado.

Walter Benjamin, que está en Moscú el mismo año que Chaves, anota en su Diario de

Moscú esta misma idea al final de su viaje:

“Por muy poco que se llegue a conocer este país, uno aprende a observar y a

enjuiciar Europa con el conocimiento consciente de lo que acontece en Rusia. Eso es lo

primero que le llega de Rusia a cualquier europeo inteligente. Por eso también la

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estancia en Rusia es, por otro lado, una piedra de toque tan precisa para el visitante

extranjero. Obligará a cualquiera a elegir y precisar con exactitud su punto de vista

[…]. Aquel que penetre en mayor profundidad dentro de la situación rusa se sentirá

mucho menos impulsado a realizar las abstracciones a las que tan fácilmente llega un

europeo” (Benjamin, 1988).

5. EL PERIODISMO CUANDO NO SE PUEDE ESPERAR A LA HISTORIA

Chaves no pretende escribir la historia pero la urgencia de los sucesos políticos en los

años 30 obligó a muchos periodistas a hacer una información que debía responder al presente

y al futuro que se avecinaba en Europa. En sus reportajes y crónicas logra mostrar mediante

escenas significativas, mediante unas pocas pinceladas, el carácter de los personajes e

indirectamente sus preocupaciones. Cuenta las historias como si se tratase del montaje de las

escenas de una película: usando diálogo, descripción, introspección y viendo esas vidas en

primer plano. Su relato está construido sobre la memoria de testigos y en esta manera de

proceder el periodismo se adelanta a la microhistoria. Los reportajes muestran las huellas de

un hecho pasado, pero permiten contar la historia de una realidad convertida en mito como la

revolución rusa de octubre de 1917.

Xavier Pericay (2003), refiriéndose al periodismo en la Segunda República, señala a

Chaves Nogales junto con Pla, Graziel y Camba como personas que, haciendo periodismo,

daban una visión de la historia porque el momento -la Segunda República- lo exigía y no se

podía esperar a los historiadores (p. 17). Lo mismo puede decirse en el caso de la revolución

rusa. No es solo que Chaves atienda a la huella que dejan los hechos históricos sino que es de

ahí de donde viene en parte su intuición para interpretar lo que ve en el presente. Se

reconstruye la historia (pasado) en el relato de uno de sus actores o de sus testigos y esto

puede cambiar la visión de conjunto, la visión que tenemos de esa historia, de la revolución.

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Chaves recompone el relato de Kerenski y Miliukov de esos meses, de marzo a octubre de

1917, en Lo que ha quedado del imperio de los zares. Titula un apartado, por ejemplo,

“Kerenski cuenta cómo tomaron el poder los bolcheviques” (Chaves Nogales, 2011, p. 93).

En El maestro Juan Martínez que estaba allí titula las crónicas sobre los hechos de marzo en

San Petersburgo “Así fue la revolución de marzo”, y luego “Lo que hice en Moscú durante

los diez días que conmovieron al mundo”.

Chaves apostó por el periodismo, entendido como el afán de contar de la manera más

veraz aquello de lo que es testigo, frente al partidismo que el momento histórico parecía

exigir. Por eso, como escribió en 1937 en el prólogo de A Sangre y fuego, “cuando iba a

Moscú y al regreso contaba que los obreros rusos viven mal y soportan la dictadura del

proletariado que hacen la ilusión de ejercer, mi patrón me felicitaba y me daba cariñosas

palmaditas en la espalda” (Chaves Nogales, 2009, p. 24) y, al mismo tiempo, “cuando al

regreso de Roma aseguraba que el fascismo no ha aumentado en un gramo la ración de pan

del italiano, ni ha sabido acrecentar el acervo de sus valores morales, mi patrón no se

mostraba tan satisfecho de mí ni creía que yo fuese realmente un buen periodista” (Chaves

Nogales).

Chaves escribió sobre la revolución rusa por su interés informativo para la España de su

época y lo hizo a través de un periodismo honrado, sin prejuicio ideológico, y alejado de la

propaganda totalitaria del momento. ¿Es la revolución que a Chaves le cuentan y sobre la que

escribe una revolución imaginada o real? Las crónicas y los reportajes de Chaves dieron lugar

a la Rusia imaginada en España. Él elaboró esta imagen siguiendo un criterio periodístico: a

través de la selección de ejemplos y de su manera de construir el relato, intentó entender el

curso de la historia que habían tenido los acontecimientos y el derrotero que podía

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vislumbrarse en Europa con la expansión del fascismo y el nacimiento de lo que luego se

llamaría estalinismo.

Chaves Nogales no busca el término medio, sino la verdad. La ecuanimidad es un

resultado, no una intención. La noción de su oficio y lo vivido en el periodo de entreguerras

en Europa hacen que hoy estos relatos sean vistos como imparciales. No se trata, por tanto, de

una equidistancia sino de sus convicciones liberales y de su honestidad en la concepción del

oficio. Advierte de lo que ocurre en Rusia cuando el sistema soviético estaba aún idealizado y

lo hace sin estridencias ni dramatismos, contando lo que vivió en su viaje y lo que Martínez o

los exiliados rusos blancos le contaron en París.

Chaves afirma que el horror de la guerra y de la revolución fue tan inhumano que no

resulta verosímil para las gentes. Su diagnóstico en la Europa de entreguerras, sin pretender

hacer historia, resultó premonitorio y lúcido porque tuvo la capacidad de entender y nombrar

el origen de la barbarie o del terror en uno y otro bando. Chaves se acerca a las raíces que

sustentan el horror y la inhumanidad desde el periodismo, y por este motivo el análisis que

realiza y su manera de entender la profesión tienen vigencia en el siglo XXI.

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CONCLUSIONES

Aunque la muestra de periódicos y fechas analizadas en este trabajo es limitada, sí nos

proporciona una primera impresión del alcance y la valoración que hicieron los medios

analizados de los acontecimientos revolucionarios en Rusia. Y nos permiten extraer también

una serie de conclusiones generales al respecto:

 La valoración que la prensa hace de la revolución está también completamente

mediatizada por las implicaciones que la participación/el abandono de Rusia en la guerra

tenía para el desarrollo del conflicto.

 Solo la prensa de orientación ideológica afín interpretó los acontecimientos de octubre en

clave sindical y obrera, como un proceso liberador de las clases trabajadoras. 5. La mayor

parte de las piezas que se publicaron fueron informaciones, apenas hay editoriales,

artículos de opinión, etc., con una redacción muy básica, telegráfica y muy deshilachada.

No siempre esa información ocupó un apartado especial dentro de la información

internacional. La mayor parte de las veces, las piezas se incluían junto a la información de

los frentes de guerra.

 No se publicaron apenas datos biográficos o perfiles de los líderes revolucionarios, a los

que siempre se calificó como maximalistas y no bolcheviques, contribuyendo al equívoco

y la asimilación entre “bolcheviques” y hombres de la mayoría, aunque eso no se

correspondía con la realidad de los apoyos.

 A pesar de la censura, de la carestía del papel, de las ayudas económicas interesadas y de

los intermediarios, resulta sorprendente la ingenuidad de los textos, el afán por actualizar

la información, incluyendo en la última página los comunicados de última hora recibidos.

Estas características nos permiten concluir que, dado el contexto internacional, la

cobertura inicial de los acontecimientos de octubre no fue objeto de ningún tipo de

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manipulación porque no había aún una comprensión amplia de los hechos y mucho menos

de su significado y alcance internacional.

 Chaves escribió sobre la revolución rusa por su interés informativo para la España de su

época y lo hizo a través de un periodismo honrado, sin prejuicio ideológico, y alejado de la

propaganda totalitaria del momento. ¿Es la revolución que a Chaves le cuentan y sobre la

que escribe una revolución imaginada o real? Las crónicas y los reportajes de Chaves

dieron lugar a la Rusia imaginada en España. Él elaboró esta imagen siguiendo un criterio

periodístico: a través de la selección de ejemplos y de su manera de construir el relato,

intentó entender el curso de la historia que habían tenido los acontecimientos y el

derrotero que podía vislumbrarse en Europa con la expansión del fascismo y el nacimiento

de lo que luego se llamaría estalinismo.

 Chaves Nogales no busca el término medio, sino la verdad. La ecuanimidad es un

resultado, no una intención. La noción de su oficio y lo vivido en el periodo de

entreguerras en Europa hacen que hoy estos relatos sean vistos como imparciales. No se

trata, por tanto, de una equidistancia sino de sus convicciones liberales y de su honestidad

en la concepción del oficio. Advierte de lo que ocurre en Rusia cuando el sistema

soviético estaba aún idealizado y lo hace sin estridencias ni dramatismos, contando lo que

vivió en su viaje y lo que Martínez o los exiliados rusos blancos le contaron en París.

 Chaves afirma que el horror de la guerra y de la revolución fue tan inhumano que no

resulta verosímil para las gentes. Su diagnóstico en la Europa de entreguerras, sin

pretender hacer historia, resultó premonitorio y lúcido porque tuvo la capacidad de

entender y nombrar el origen de la barbarie o del terror en uno y otro bando. Chaves se

acerca a las raíces que sustentan el horror y la inhumanidad desde el periodismo, y por este

motivo el análisis que realiza y su manera de entender la profesión tienen vigencia en el

siglo XXI.

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UNIVERSIDAD NACIONAL DE SAN ANTONIO ABAD DEL CUSCO

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