6 Síntesis de Cristología
6 Síntesis de Cristología
6 Síntesis de Cristología
AFILIACIÓN CANÓNICA
Willian Guanopatín
El misterio de Jesús
Existe una visión sintética sobre la figura de Jesús que nace en una cultura especifica
como es la judía, tendrá mucho que ver con la definición que darán historiadores y
teólogos. La persona de Jesús es mostrada por referencias bíblicas que el pueblo pueda
entender, lo llaman: rabí, sabio, profeta y mesías. Sin embargo, estas tipologías no
encierran la figura completa de Jesús. las referencias bíblicas del AT y NT, ayudan a
comprender en conjunto el Misterio de Jesús.
Para el Antiguo Testamento, las menciones que hacen los diversos pasajes,
especialmente de los profetas sobre los acontecimientos de la vida de Jesús son una
muestra de quién es ÉL. La preexistencia de su figura es mostrada. Porque Jesús fue
esperado y en ÉL se cumplen las Escrituras. Con respecto al nacimiento de Jesús: Isaías
7:14 “Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a
luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel”. Isaías 9:6 “Porque un niño nos es nacido,
hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable,
consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz”.
El nuevo testamento dirá que Jesús tiene rasgos de Maestro, por su mensaje de sabiduría
como se muestra en (Lc. 12,22-31; Mt. 6,25-35). Estas citas muestran las referencias de
sabiduría de su mensaje, utilizando elementos conocidos por todos los de la época como
es: Las aves del cielo y los lirios del campo. Otros elementos de su mensaje refieren a la
providencia del Padre (Lc. 12,2 -7: Mt 10,26-31). También, otras características que
proporciona el NT, dicen que Jesús fue reconocidos por los milagros,
La predicación del Reino de Dios
1
Ibid, p. 36.
2
Ibid. 219.
(Diego Villamil)
En el origen de la autoridad personal de Jesús hay una sorprendente cercanía a Dios, de la que
las narraciones evangélicas han conservado indicios impresionantes. La más clara está en la
manera, sin precedentes, de invocar a Dios como su Padre usando el término «Abba».
Algunos exegetas, han demostrado de forma convincente que este modo de dirigirse a Dios en
la oración era desconocido en el judaísmo contemporáneo. Es cierto que el uso del término
«Abba», en referencia a Dios, no era completamente desconocido de los rabís del judaismo
palestinense, pero, no obstante, está el hecho de haber sido Jesús el único que se dirigió
directamente a Dios en la oración con el término «Abba» (Mc 14,36).
El término representaba la manera familiar e íntima con la que un niño judío se dirigía a su
propio padre terreno: «papá». Jesús, por tanto, habló con Dios de esta manera íntima, y la
novedad que aporta al dirigirse a Dios de esta manera fue tan grande que el término arameo
original se mantuvo en la tradición evangélica (Mc 14,36). Esta expresión transmite la intimidad
sin precedentes de la relación de Jesús con Dios, su Padre, así como la conciencia de una
singular cercanía que pedía ser expresada en un lenguaje inaudito. Aunque, tomado en sí mismo
y aisladamente, el término no bastaría para dar cuenta suficiente y teológicamente de una
filiación divina «natural», sin embargo, testifica, más allá de toda duda, que la conciencia de
Jesús era esencialmente filial: Jesús era consciente de ser el Hijo 4.
Esta conciencia, expresada de forma eminente en el término «Abba», se refuerza con la prueba
complementaria a la afirmación en que Jesús se dirige manifiestamente a Dios su Padre de una
manera única y sin precedente (Mt 11,27; 24,36).
Toda la vida y misión de Jesús tienen su centro en Dios y no en sí mismo, no es menos cierto
también que todo su talante, su pensamiento y sus acciones, sus actitudes y comportamiento
implican una cristología de la que, aunque implícitamente, él es claramente consciente. Sería
equivocado esperar que Jesús declarara su identidad en términos todavía no accesibles a sus
oyentes. En particular, el término «Dios» era totalmente inaccesible tanto a Jesús mismo como a
sus seguidores, si Jesús hubiera dicho que era «Dios» habría provocado una confusión
inextricable y habría hecho ininteligible su propia autorrevelación 5.
Jesús, sin embargo, hizo algo más que declarar simplemente su misterio en términos sólo en
parte comprensibles. Su vida y su misión hablan por él y en ellas Dios ha comenzado ya a
revelar a su Hijo, porque la plena revelación por parte de Dios de la identidad de Jesús habría de
consistir en la acción divina de resucitarlo de entre los muertos. No es casual, sino de necesidad
natural, que la cristología «explícita» no pudiera ser más que un desarrollo post-pascual. Pero
antes debía intervenir la muerte de Jesús 6.
3
Cfr. J. DUPUIS, Introducción a la Cristología, Verbo Divino, Pamplona, p. 81-84.
4
Cfr. F. OCARIZ, El misterio de Jesucristo, EUNSA, Navarra, p. 347.
5
Cfr. J. DUPUIS, o.c.., p. 82.
6
Cfr. Ídem.
7
Cfr. P. HÜNERMANN, Cristología, Herder, Barcelona, 1997, p. 116-118.
Por lo que respecta a la cuestión de cómo entendió Jesús su muerte, desempeñan un papel
central los siguientes elementos: no es posible, sino seguro, que Jesús contó con la posibilidad
de una muerte violenta.
Jesús no sólo pudo contar con su muerte, sino lo hizo de hecho. En los muchos discursos que
Jesús dirige a sus discípulos menciona también su disposición al martirio: «Porque si uno quiere
salvar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida por mí y por la buena noticia, la salvará»
(Mc 8,35).
En todas estas palabras late el testimonio de la disposición para la muerte por parte de Jesús a
causa de su misión. La disposición que así se perfila determina la conducta de Jesús. A la última
gran misión encomendada a los discípulos en Lc 10,1-16.
Cabe reconocer que en las palabras de Jesús marca por dos veces la profecía de la muerte. En
primer lugar, Jesús volverá a celebrar la Pascua después de morir, y celebrará un banquete en el
reino futuro de Dios. Su muerte no hará que la salvación se detenga. En segundo lugar, el pasaje
de san Lucas (Lc 22,20) sobre el cáliz expresa que la copa lleva a participar en la nueva alianza
prometida por los profetas, y establecida precisamente gracias a la muerte de Jesús en el
martirio. Estas palabras se sitúan muy claramente en el contexto de la interpretación que Jesús
mismo hace de su vida como un servicio a los hombres y un compromiso en favor de los
pecadores.
Rudolf Pesch ha demostrado que la idea de expiación presente en la bendición del pan y del
vino no es resultado de una interpretación eclesiástica, litúrgica, del destino de Jesús a la
muerte. Bien al contrario, la idea de expiación, tal y como aquí se presenta, es del todo
compatible con el mensaje de Jesús respecto del reino de Dios. De acuerdo con Pesch 8, en la
narración de Marcos de la última cena Jesús recurre a Is 53, la profecía de los sufrimientos del
Siervo de Yahvéh, para definir su propia situación. Acepta, asimismo, en forma tipológica, el
texto de Éxodo 24,8: «Moisés tomó el resto de la sangre y roció con ella al pueblo, diciendo:
Ésta es la sangre del pacto que el Señor hace con vosotros a tenor de estas cláusulas.» A ambas
fórmulas se les atribuye ahora nuevo significado: si Jesús tiene conciencia de ser el último
enviado de Dios, entonces Israel está a punto de rechazar, junto con el Hijo, la aún más radical
entrega de Dios. Al producirse, en esta situación, la apostasía escatológica de Israel, Jesús da
testimonio en su muerte como Siervo de Yahvéh de que asume ese rechazo como expiación.
1.5 Su resurrección9
La respuesta del padre a la fe del Hijo se traduce ahora en glorificación para compensar la
humillación; en vida para retribuirle la muerte. en ascensión para contrarrestar su descenso y
caída en la abyección. Aquí se condensa la esencia del verdadero amor. El amor de Dios-Padre
a su Hijo lo transforma a través de la muerte y lo hace inmortal. El amor crea, transforma, eleva
al amado hasta la perfección.
Luis Hernández
2.2 Constantinopla I
a). La problemática
Durante la primera mitad del siglo IV la disputa teológica estuvo centrada en la
divinidad del Hijo. El hecho mismo de que en el Símbolo de Nicea se mencione
sencillamente la fe en el Espíritu Santo sin añadir ninguna nueva precisión indica que
las cuestiones en torno al Espíritu Santo aún no se habían convertido explícitamente en
problema.
Sin embargo, según la lógica, la posición arriana debía conducir a la negación de la
divinidad del Espíritu Santo. Si se negaba la divinidad del Hijo, se debía negar la
divinidad del Espíritu. La negación explícita de la divinidad del Espíritu Santo surgió,
sin embargo, no en ámbitos arrianos, sino en ámbitos semiarrianos.
La primera noticia de la herejía contra el Espíritu la da San Atanasio en su Carta a
Serapión, escrita hacia el año 360. A los negadores de la divinidad del Espíritu Santo se
les dio el nombre de pneumatómacos (luchadores contra el Espíritu), o de macedonianos
por haber tenido como jefe a Macedonio, obispo de Constantinopla. Macedonio, que
aceptaba la divinidad del Hijo, enseñó que el Espíritu Santo no era verdadero Dios, sino
sólo un mensajero o ángel de Dios.
b) El significado de Constantinopla I
En el Primer Concilio de Constantinopla (381) se define la divinidad del Espíritu Santo
y se completa el Símbolo niceno dándole la redacción conocida como Símbolo
Nicenoconstantinopolitano. Este Símbolo adquiere su actual rango teológico al ser
aceptado solemne. mente por el Concilio de Calcedonia (451).
Se define la divinidad del Espíritu Santo. Para afirmar la igualdad del Espíritu con las
otras divinas Personas no era posible, como en el caso del Hijo, remitirse a las
exigencias de una auténtica generación, pues el Espíritu Santo no procede del Padre por
vía de generación.
La divinidad del Espíritu viene ya insinuada precisamente en el calificativo que
acompaña la mención del Espíritu: santo. Se trata de un calificativo que ya le aplica el
Nuevo Testamento (Lc 1, 35; Jn 14, 26) y que tomado en su radicalidad lo muestra
como persona divina: sólo Dios es santo. Es esta santidad absoluta lo que le permite ser
santificador en sentido absoluto y divinizador del hombre.
En el Símbolo, pues, se confiesa la divinidad del Espíritu Santo atribuyendo al Espíritu
Santo: a) un nombre divino: Señor; b) funciones divinas: dar la vida; c) un origen
inmanente del Padre: procede; d) una igualdad de adoración.
Sin embargo, es un hecho indudable que este concilio equilibra la exposición de fe
trinitaria, al explicitar la profesión de fe en la divinidad del Espíritu Santo, apenas
incoada en Nicea, y recoger algunas matizaciones que reafirmaban rotundamente la
divinidad del Hijo.
La cristología de este concilio se centra que este símbolo, comparado con el de Nicea,
introduce algunas incrustaciones interesantes: destaca expresamente la generación
eterna del Hijo, al añadir: «antes de todos los siglos»; puntualiza que descendió «de los
cielos»; menciona la acción del Espíritu Santo en la encarnación, al ampliar: «del
Espíritu Santo y de María, la Virgen»; así como que «fue crucificado también por
nosotros bajo el poder de Poncio Pilato», que resucitó al tercer día «según las
Escrituras», que «está sentado a la derecha del Padre», que vendrá «con gloria» a juzgar
a vivos y muertos y, finalmente, la expresión sugerida por Lc 1,33: «cuyo reino no
tendrá fin».
Dígase otro tema cristológico que toca a poner de relieve es la kénosis, al decir que
descendió «de los cielos»; o al introducir la nota apologética sobre la resurrección
«según las Escrituras». Por lo que toca a la mención del Espíritu Santo como agente de
la encarnación, de acuerdo con Lc 1,35, aunque obedezca a la conveniencia de
contrapesar las negaciones de los pneumatómacos, tiene entidad en sí misma, así como
la nota realista, contrapuesta a todo docetismo, de que se encarnó «de María, la Virgen».
Por otra parte, al recoger el tema bíblico «está sentado a la derecha de Dios» (Mc 14,62;
16,19; Hech 7,55; Rom 8,34; Ef 1,20; 2,6; Col 3,1; Hebr 1,3; 1 Ped 3,22), con el mero
cambio explicativo de «Dios» por «Padre», deja bien sentada la realidad gloriosa de la
humanidad de Cristo. En conexión con este tema, al resaltar que vendrá «con gloria» a
juzgar a vivos y muertos, así como que «su reino no tendrá fin», pone de relieve la
realeza del Señor
Bibliografía:
L. MATEO-SECO, Dios Uno y Trino, EUNSA, Pamplona 2005. p.237-241
N. LOPEZ, Magisterio cristológico de los Concilios I y III de Constantinopla, p. 393-396
Paul Chicaiza
2.3 Éfeso
a. Problemática
La problemática a resolver en Éfeso es la discusión sobre la distinción de las dos
naturalezas de Cristo, por tanto, sobre la maternidad de María. Estas propuestas
erróneas eran defendidas principalmente por Nestorio, patriarca de Constantinopla.
El nestorianismo se basa en la creencia expuesta por Nestorio (c. 386-451 d. C.), el
arzobispo de Constantinopla, que dio como resultado que sus seguidores adoptaran que
Cristo existe como dos personas que comparten un cuerpo. Un principio central del
nestorianismo es que las dos naturalezas de Cristo (humana y divina) son tan distintas
entre sí que no existe comunicación entre las dos. Entonces, según el nestorianismo hay
dos naturalezas, por lo que debe haber dos personas.
El nestorianismo enseña que las esencias humana y divina de Cristo están separadas y
que hay dos personas, el hombre Jesucristo y el Logos divino, que habitaban en el
hombre. Por lo tanto, los nestorianos rechazan terminología como «Dios sufrió» o
«Dios fue crucificado», porque creen que el hombre Jesucristo sufrió. Asimismo,
rechazan el término Theotokos (Dador del nacimiento de Dios) para la Virgen María,
utilizando en su lugar el término Christotokos (dador de nacimiento a Cristo) o
Anthropotokos (dador de nacimiento a un hombre).
b. Significado de Éfeso
El resultado del concilio de Éfeso no fue la unificación sino, por el contrario, la escisión
de las dos orientaciones. Las conclusiones adoptadas por Cirilo y sus partidarios
consiguieron más tarde general aceptación, sobre todo en Roma. Se entendió que la
segunda carta de Cirilo era la expresión de la fe católica (DH 25CB.; DHR 1 1 la).
Más tarde, el II concilio de Constantinopla del 553 reconoció también que los 12
anatemas de Cirilo contra Nestorio (DH 252-263; DHR 113-124) reproducían
auténticamente la fe verdadera -en el contexto de las explicaciones alcanzadas más
adelante y para rechazar erróneas interpretaciones (DH 437; DHR 22m Se destaca ahora
la unidad de sujeto de Cristo. Él es «uno y el mismo» (heis kai autos/unus et idem). Es
el soporte y el portador de la unidad de Dios y el hombre. No es un tercero, surgido de
la unificación de ambas naturalezas. No hay dos sujetos en Cristo, es decir, una persona
portadora de la humanidad y otra portadora de la divinidad (allos kai allos/alius et
alius).
El sujeto de la unidad es el Logos mismo. Es el Logos quien constituye el unum esse, es
decir, la realidad indivisa del Dios-hombre-Cristo. Tuvo aquí una importancia
determinante el motivo soteriológico. En Jesucristo, Dios mismo se ha comprometido
en favor de los hombres, ha entrado en la realidad humana, ha nacido, padecido, muerto
y ha sido resucitado.
Se garantiza así que es Dios, por sí mismo -no por medio de alguien a quien
encomienda esta tarea-, quien ha llevado a cabo la redención, a través de la gracia y de
la libre voluntad del hombre unido a Él de la más íntima manera. Por tanto, el sujeto del
acontecimiento salvífico es Dios. En el hombre Jesús, Dios mismo es autor de la
salvación y también, a la vez, el sujeto de los padecimientos y de la muerte vicarios. El
Logos se ha sometido realmente a las leyes del mundo. De la unidad
2.4 Calcedonia
a. Problemática
Entre los planteamientos teológicos que ocasionaron dificultades encontramos el
monofisismo, esta corriente planteaba una disputa cristológica con otros planteamientos
al partir de la consideración de que la naturaleza de Jesucristo pese a estar compuesta de
naturaleza humana y naturaleza divina (dos naturalezas), era únicamente naturaleza
divina y su parte humana se integraba dentro de la naturaleza divina confundiéndose
dentro de ella, por tanto se consideraba que Jesús únicamente poseía la naturaleza
divina.
El monofisismo tiene su origen con Cirilo de Alejandría, su significado literal se basa en
dos palabras griegas (monos=uno y physis=naturaleza) lo que identifica la base de la
idea teológica propuesta, principalmente porque dentro de la idea del monofisismo se
rechazaba que Jesucristo hubiese muerto, pues al ser únicamente de naturaleza divina no
pudo morir y no redimió a la humanidad.
b. Significado de calcedonia
Con el tiempo, esta fórmula es la que pasará a sintetizar el concilio. Se la ha criticado
duramente por el vocabulario más filosófico que usa; por ser estática y haber olvidado el
ritmo de lo histórico salvífico, que aparecía, por ejemplo, en el Credo de Nicea; por no
tener referencia inmediata a la salvación, por no decir a qué Cristo se refiere
(¿prepascual?, ¿pospascual?) Un autor llegará a preguntarse hasta dónde Jesús es
consubstancial con nosotros (intención primaria de Calcedonia contra Eutiques) al no
aparecer en su evolución histórica. La rica cristología bíblica aparece empobrecida. Lo
que no cabe en la fórmula, terminará apareciendo fuera del tratado sobre el Verbo
encarnado: la soteriología, los misterios de la vida de Cristo, etc. Detrás de todo esto
está la fuerte inculturación griega, que tiene su costo. Se ha querido responder a quién
es Jesús, por así decirlo, estructuralmente. Algunos han hablado de una aguda
helenización del cristianismo. Pero vayamos a fondo: en un lenguaje helenizado se
cierra la puerta a toda interpretación helénica que no podía concebir la encarnación, o
porque era sólo apariencia siendo la materia “mala” (caso de los antiguos docetas) o
por una mística de unión de la materia a lo divino (quizás con cierta base cultural
estoica) que eliminaba el alma humana o reducía su función (caso de los monofisitas).
También se excluye el adopcionismo nestoriano, de tipo más bien judaico. Calcedonia
afirmará para siempre la verdad de la Encarnación. Y, aunque se expresaba en un
nuevo lenguaje, la fe cristológica era la misma que venía desde el N. T.: uno y el
mismo, verdadero Dios y verdadero hombre.
Comienza con los credos histórico salvíficos de Nicea y Constantinopla I y, después de
condenar las herejías y recibir la segunda de carta de Cirilo a Nestorio, la carta de unión
de Cirilo a los Orientales y la carta de León a Flaviano, expone la doctrina del uno y
mismo Hijo de Dios, perfecto en la divinidad y perfecto en la humanidad,
consubstancial al Padre y consubstancial a nosotros, antes de los siglos engendrado del
Padre según la divinidad y, en los últimos días el mismo, por nosotros y por nuestra
salvación, nacido de la Virgen María, la Madre de Dios, según la humanidad. Esto es
exactamente lo que precede la fórmula y que tiene un ritmo dinámico, por así decirlo,
de pasar del no encarnado al encarnado, y esto por motivo soteriológico. El motivo
soteriológico, que está bastante más presente en la carta de León que en la declaración
dogmática de Calcedonia, había sido vivísimo en la discusión de los Padres. Por
ejemplo, Apolinar de Laodicea había dicho: "No es la muerte de un hombre lo que
puede destruir la muerte ... es, por tanto, evidente que es Dios mismo quien murió”. Y
Gregorio de Nacianzo, resumiendo la problemática, había dicho: "Pues lo no asumido
es incurable; pero lo que está unido a Dios, eso se salvará".
- La Cristología Descendente Y Unitaria
La cristología de Calcedonia destaca ante todo la unidad de uno y el mismo Cristo, y al
interior de esa unidad se da la dualidad del perfecto en divinidad y perfecto en
humanidad, etc., sin dejar por ello de insistir, en cada frase, que se está refiriendo a ese
mismo. Y al llegar a nuestra fórmula, vuelve a partir con uno y el mismo en dos
naturalezas, etc., que concurren en una persona y una hipóstasis, para concluir de nuevo
con uno y el mismo. Y la unidad era gran verdad de la escuela de Alejandría. Esta
misma cierta preeminencia de la unidad se ve en que la dualidad, según la fórmula, “se
ha de reconocer”, es decir es un segundo momento. Este reconocer es lo que Cirilo
expresaba al afirmar que hay dos naturalezas en teoría o en simples conceptos (19). No
sólo los alejandrinos, si no, también los antioqueños y occidentales hablaban de esta
teoría o conocer las dos naturalezas.
Si la fórmula de la una persona en dos naturalezas es estática, el movimiento de la parte
anterior es claramente descendente: primero Cristo engendrado por el Padre antes de
los siglos y después (en los últimos días) El mismo nacido de María por nuestra
salvación.
- Sin mezcla y sin separación
Los extremos heréticos se excluyen en Calcedonia con cuatro adverbios que marcan
determinantemente el camino de la cristología ortodoxa. Pero ni Antioquía ni
Alejandría, que peleaban por el tipo de unión, tenían inconvenientes con ellos. Así
leemos en Teodoro de Mopsuestia: "La forma de unión según la benevolencia,
conservando las naturalezas, sin confusión y sin división, muestra de ambos en un solo
prósopon ... ". "Así ni se hace confusión de las naturalezas ni una mala división de la
persona. Permanezca, pues, sin confusión la doctrina (ratio) de las naturalezas, y sea
reconocida la persona como indivisa" (25). Y por su parte, Cirilo afirma:
"Considerando, pues, como dije, la forma de hacerse hombre, vemos que concurrieron
dos naturalezas a la mutua unión inseparable, sin confusión y sin cambio.
El problema entre las dos escuelas no estaba en los adverbios ni en lo que estos
significaban, sino en la forma de expresar la unión del uno y el mismo. A los
antioqueños (Teodoro) les gusta connotar la unión de la inhabitación (asunción de un
hombre) con la palabra sunáfeia (conjunción) y esta conjunción la califican, a menudo,
como exacta, perfecta, inefable, indisoluble. La entienden en un sentido fuerte, y así
Teodoro la usará para expresar la unidad trinitaria del Hijo con el Padre: "El Hijo
único, que está en el seno de su Padre, a fin de que por su conjunción con su Padre sea
conocido el Único. Por esta palabra seno enseña la conjunción inseparable desde toda
la eternidad [La Escritura llama] seno la conjunción eternamente inseparable". Y la
sunáfeia resguardaba para ellos la complacencia (eudokía) divina, la gratuidad de la
encarnación. Y veían la negación de esta gratuidad, y la confusión, en la ciriliana unión
física o según hipóstasis, de la que se habla en Éfeso (DS 250s; 253s). "La palabra
unión según la substancia (ousían) sólo es válida para los consubstanciales; en los que
son de otra substancia es falsa, porque no puede ser libre de confusión”.
Pero, para los alejandrinos, la unión física o según la hipóstasis, en tiempos de Cirilo,
sólo significaba real, verdadera. Así dice este Padre: " ... según la unión natural, esto es
verdadera, como nosotros mismos creemos”; “... de la unión verdadera, es decir de la
que es considerada según la hipóstasis ... ". Cirilo atacará fuertemente, p. e. en el
Concilio de Éfeso, el tipo de unión de los antioqueños, temiendo una simple unión
relacional o moral: "Porque el Logos unió a sí mismo, según hipóstasis, la carne
animada por alma racional..., no según sola voluntad o complacencia” (DS 250). "Si
alguno divide las hipóstasis respecto al único Cristo después de la unión, sólo
juntándolas por conjunción, la que es según dignidad, o autoridad o potestad, y no más
bien por concurrencia, que es según la unión 'física’ (natural), sea anatema” (DS 254).
Cirilo, llevado por la controversia, purifica su vocabulario y prefiere ante todo la
palabra hénosis. Y esta es la palabra que va a usar Calcedonia en la fórmula.
En cuanto a comparaciones, ambas escuelas recurrían a la muy común comparación con
la unión de alma y cuerpo (sólo resistida por algunos, como Teodoreto). Así el símbolo
Quicumque (DS 40) dice: "Porque a la manera que el alma racional y la carne es un
solo hombre, así Dios y el hombre es un solo Cristo". Problema es que alma y cuerpo no
sólo forman una persona sino una naturaleza. Ahora, por esto último, porque conforma
una especie de muchos individuos, en el hombre es una unión de naturaleza. No así la
unión en el caso de Cristo, caso único, porque es justamente unión según la persona. Por
otro lado, el Verbo inmutable no es directamente afectado por la naturaleza humana: en
ese sentido no puede "informar” esta naturaleza. Se puede decir que el Verbo
compenetra toda la naturaleza humana, pero no al revés, si es que esto no es un falso
problema. Con todo, en la época de los Padres, la concepción platónica representaba al
alma como una substancia completa, bastante independiente, y en ese sentido se
prestaba más que ahora a la comparación. Para los platónicos también tenía la ventaja
de ser mediadora entre Dios y el cuerpo.
Bibliografía
- G. MÜLLER, Dogmática teoría y práctica de la Teología, Herder, Barcelona,
1998, p. 344-345; 346-347
- TH. SCHNEIDER, Manual de teología dogmática, Herder, Barcelona, 1996, p.
402-412.
- E. DENZINGER, El Magisterio de la Iglesia, Herder, Barcelona, 1963, p. 46-
59.
Diego Molina
Mauricio Pastuña
10
Cfr. F. OCÁRIZ – L. MATEO-SECO – J. RIESTRA, El Misterio de Jesucristo, EUNSA, Pamplona, 2004, p. 100-
103.
apologistas se mostraron también unánimes en profesar la divinidad de Jesucristo: San
Justino: Cristo es el Verbo y que como primogénito de Dios, es Dios; San Ireneo de
Lyon: Jesús es nuestro Señor, Dios, Salvador y Rey; Tertuliano: llama a Jesús Dios que
procede de Dios; Orígenes, posiblemente el primero en usar la expresión Dios-
Hombre11.
Y actualmente, el Concilio Vaticano II, concretando esta doctrina, con la Congregación
para la Doctrina de la Fe, en 1972, declaró que se oponen a la fe «las doctrinas según las
cuales no sería revelado ni conocido que el Hijo de Dios subsiste desde la eternidad, en
el misterio de Dios, distinto del Padre y del Espíritu Santo; y también las sentencias
según las cuales debería abandonarse la noción de única persona de Jesucristo, nacida
antes de todos los siglos del Padre, según la naturaleza divina, y en el tiempo, de María
Virgen, según la naturaleza humana; y, en fin, las afirmaciones según las cuales la
Humanidad de Jesucristo existiría, no como asumida en la persona eterna del Hijo de
Dios, sino más bien en sí misma, como persona humana, y por consecuencia, el misterio
de Jesucristo consistiría en que el Dios que se revela estaría sumamente presente en la
persona humana de Jesucristo»12.
C). Significado cristológico de la preexistencia
Desde la confesión de Pedro «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16), la
Iglesia no ha cesado de proclamar que Jesús de Nazaret, nacido de María virgen, siendo
verdadero hombre, es a la vez Hijo de Dios verdadero: el unigénito del Padre. Y la
Iglesia ha debido reafirmar esta verdad fundamental, una y otra vez, frente a los que
malentendían la divinidad de Jesucristo.
En el siglo I, los Ebionitas, consideraban a Jesús como un simple hombre; no aceptaban
la muerte de una persona divina y no les resultó fácil la comprensión del misterio de la
Trinidad. Posiblemente, frente a ellos es lo que escribe Juan en su evangelio: «para que
creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su
nombre» (Jn 20, 31).
A lo largo de la historia ha ido apareciendo diversos malentendidos sobre la divinidad
de Jesús: adopcionismo (Jesús, hijo adoptivo de Dios); arrianismo (el Verbo no es una
persona divina, sino la primera y la más perfecta criatura); racionalismo del siglo XVIII
(materialistas e idealistas, negadoras de la divinidad en sí misma); modernismo del siglo
XIX-XX (negó la verdadera divinidad de Jesucristo, mediante la contraposición entre el
11
Cfr. Ibíd., p. 114.
12
Cfr. Ibíd., p. 102-103
Jesús de la historia y el Cristo de la fe, la divinidad de Jesús no corresponde al Jesús de
la historia)13.
En Dios hay dos procesiones divinas inmanentes: proceden el Hijo y el Espíritu Santo
en el seno de la Trinidad. Los símbolos de la fe hablan de dos procesiones inmanentes
en Dios: la generación del Hijo, «Yo he salido de Dios» (Jn 8, 42); y la procesión del
Espíritu Santo, «el Espíritu de verdad, que procede del Padre» (Jn 15, 26).
La segunda persona divina, el Hijo, procede del Padre por generación y guarda con él la
relación de Hijo a Padre. Según el testimonio de la Sagrada Escritura, el Hijo y el Padre
guardan entre sí, respectivamente, relación de verdadera y estricta y filiación. No hay
duda, por tano, de que el Hijo se distingue de los hijos adoptivos de Dios. De la
generación eterna del Hijo por el Padre se habla directamente en Hb 1, 5; Sal 2, 7: «Tu
eres mi Hijo; yo te he engendrado hoy».
Así, el dogma dice que Jesucristo posee la infinita naturaleza divina con todas sus
infinitas perfecciones por haber sido engendrado eternamente por Dios padre14.
3.3 La concepción virginal15
San Mateo y San Lucas extienden el comienzo de sus evangelios a la infancia misma de
Jesús, entendiendo que su concepción, niñez y adolescencia pertenecen o son en sí
mismas sucesos salvíficos.
Para los primeros cristianos la intervención de Dios en la historia se había iniciado con
la venida del Hijo al mundo, es decir, con la misión que se habla en Ga 4, 4-5: «al llegar
la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley,
para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación
adoptiva». La concepción y nacimiento de Jesús no podía ser concebida como un
acontecimiento al margen de la historia de la salvación. La concepción de Jesús es el
comienzo de la misión visible del Hijo.
San Mateo narra la concepción de Jesús: «estando desposada su madre, María, con
José…se encontró que había concebido en su seno por obra del Espíritu Santo…. (A
José) un ángel se le apareció en sueños y le dijo: José hijo de David, no temas recibir a
María, tu esposa, pues, lo que en ella ha sido concebido es obra del Espíritu Santo…
(Todo está ocurriendo) para que se cumpla la escritura: He aquí que la virgen concebirá
y dará a luz un hijo, a quien llamarán Emmanuel, que significa Dios-con-nosotros» (1,
13
Cfr. Ibíd., p. 100
14
Cfr. O. LUDWING, Manual de Teología Dogmática
15
Cfr. F. OCÁRIZ – L. MATEO-SECO – J. RIESTRA, El Misterio de Jesucristo, p. 86-90.
18-23). Se recalca que la concepción de Jesús tuvo lugar de forma milagrosa, de la sola
Madre virgen, es decir, sin concurso de varón.
Con igual expresividad se narra la concepción virginal de Jesús en el Evangelio de
Lucas: «el Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su
sombra, y por esto lo que nacerá santo, será llamado Hijo de Dios» (1, 35). «Nada hay
imposible para Dios» (Lc 1, 37) concluye el ángel, indicando el carácter milagroso de la
concepción del Mesías: por obra del Espíritu Santo.
La Iglesia profesó desde el principio su fe en esta verdad, como lo testimonian los
primitivos símbolos en sus diversas redacciones: (Cristo) fue concebido del Espíritu
Santo y de María Virgen; se encarnó por obra del Espíritu Santo de María Virgen y se
hizo hombre. Más detalladamente lo expresa el papa León I: «fue concebido
verdaderamente del Espíritu Santo, en las entrañas de la Virgen Madre, que lo dio a luz
permaneciendo intacta su virginidad, como con virginidad intacta lo concibió»; y Pablo
IV en su Cosntitución Cum quorundam condena a los que nieguen que fue concebido
por obra del Espíritu Santo y a los que nieguen la perfecta virginidad de María «antes
del parto, durante el parto, y perpetuamente después del parto».
La Sagrada Escritura habla de la concepción virginal de Cristo, antes que nada, como
privilegio de Cristo mismo; como algo muy coherente con su filiación al Padre: lo que
nacerá, será llamado Hijo de Dios. La virginidad es también privilegio de Santa María
«todo el sentido teológico de la virgen María está aquí, expresa J. Nicolás: el Verbo, al
encarnarse por medio de ella, se ha convertido en miembro de la humanidad real. Por
ella ha conocido el origen natural del ser humano, surgido por medio de ella de la
humanidad histórica, se ha insertado en la historia humana.
La Iglesia, al mismo tiempo que afirma la virginidad en la generación de Cristo, enseña
con igual fuerza que Santa María es verdaderamente Madre de Dios, Theotokos.
Gaibor Carlos
a. En la Sagrada Escritura
Por tanto, la autorrealización personal del hombre subsiste en sus condiciones naturales, del
hombre: espiritual, libertad y corporeidad; intercomunicación en el tiempo (historia); en el
entorno natural (mundo).
la venida de Jesús y su revelación en la historia desde su libertad humana. El don salvífico que
dios nos concede. En Jesús se da el hecho de la proclamación del reino de Dios. Jesús no es un
portador externo de una salvación distinta de su persona. Es la salvación en su propia persona.
En Jesús restablece la relación de los hombres con Dios, rota por el pecado al aceptar sobre sí,
siendo inocente, nuestros pecados en nuestro lugar, al sepultarlos consigo en su muerte y al
revelar y hacer accesible en su resurrección la nueva vida de comunión con Dios en el amor. La
caída, fundamentada en Adán, en la muerte, el más cruel enemigo del hombre, ha quedado
superado por Cristo. con su resurrección ha ganado la vida nueva para todos nosotros.
El cristianismo es Cristo. Pero el cristianismo vivido por los cristianos, esto es, la Iglesia, no es
Cristo; pero Jesucristo, su persona y su obra están en el centro de la fe: Cristo es el eje central y
único. Puesto que está el misterio de Jesucristo mismo y no solo su mensaje como centro de la
fe; sino que, es el mensaje y el mensajero que se funden en una sola y misma cosa, por lo tanto,
el cristianismo es de una sola persona, Cristo.
Así se afirma en el Nuevo Testamento: considera que el misterio (mustérion) está en la persona
de Jesucristo. Es la cristología de pablo como en: el himno trinitario de Ef 1, 3-13 y el himno
cristológico de Col 1, 15-20, es Cristo centro de toda la obra divina, estos textos como ya están
dichas en los evangelios, resaltan claramente como Salvador universal.
26
Cfr. Jaques Dupuis, Introducción a la Cristología, Verbo Divino, Navarra 1994, p 233-235
El papel de Jesucristo como «mediador» universal entre Dios y la humanidad. Dios eligió salvar
a todos los hombres en él: para la fe cristiana es un hecho.
Sal Anselmo dice: la redención de la humanidad era realizable por Jesucristo, el hombre de
Dios. Y es en la encarnación donde inicia la redención. Es el mediador entre Dios y la
humanidad como verdadero misterio de Amor. Santo Tomas dice: que Jesucristo en el plan
divino, estaba esencialmente destinado a la redención. Aun sabiendas que el hombre no hubiese
pecado; Jesucristo se habría encarnado para coronar la creación. Duns scoto: Es el centro del
plan divino.
S. Pablo a los romanos, establece un paralelo entre Adán y Jesucristo (5, 12-21). La palabra
clave es hombre (anthrópos), que por medio de un hombre había entrado el pecado al mundo;
de la misma manera por la humanidad de Cristo se redimió al mundo de forma inmanente: la
humanidad de Cristo como don gratuito de Dios en Cristo. Es con la encarnación que el Hijo de
Dios se unió en cierto modo con el hombre (GS 22) y en él a la humanidad entera. Con el
acontecimiento, Jesucristo se estrechó entre Dios y la humanidad un lazo que ya es indisoluble.
EL acontecimiento no puede, repetirse.
Por tanto, Cristo es la consistencia de todo el universo, puesto que todo se direcciona a Él,
garante de toda consistencia. Es el resucitado que todo lo creado se consumase.
Para el cristiano la historia tiene una dirección, un fin asignado por Dios. Este fin es la
realización definitiva del Reino de Dios. La historia es, pues, un proceso que, a través de los
acontecimientos contingentes y, con frecuencia, a pesar de su carácter fortuito, se dirige hacia
un final trascendente: la plenitud del Reino de Dios.
Esta historia del diálogo entre Dios y la humanidad es una historia de salvación. Esto significa
que la historia de la salvación se extiende desde la salvación a la parusía del Señor resucitado, al
final de los tiempos. Es a partir de la experiencia de la alianza, y mediante retrospección,
cuando el misterio de la creación divina entra en la conciencia de Israel.
27
Cfr. Ibíd., 240-246
28
Cfr. Ibíd., 251-256.
acontecimiento Jesucristo, acaecido en la historia, desde la vuelta escatológica del Señor en la
parusía; distingue, entonces, entre su primera y segunda venida.
No es que por esto se desvaneciese su orientación hacia el futuro, sino que la espera
escatológica se encontraba dividida en dos tiempos, el «v a» v el «todavía no», el
acontecimiento cumplido v su plenitud final. Cristo resucitado, y no la parusía, era el centro de
la fe. El resto, el «todavía no» vendría como consecuencia lógica, como desarrollo necesario de
las potencialidades contenidas en el acontecimiento. La plenitud del Reino de Dios debe esperar
sin duda hasta la parusía. Pero, a pesar de ello el acontecimiento Jesucristo es el centro de la
historia de la salvación.
El Vaticano II explícitamente menciona una teología de las religiones. Una cuestión propia y
verdadera es la de la relación de las tradiciones religiosas de la humanidad con el misterio
primordial de Jesucristo, fundamento de la fe, y no la de la relación con el misterio de la Iglesia.
Haberlo anunciado de forma positiva y en una perspectiva cristocéntrica. Toda salvación está en
Cristo. Gaudium et Spes, en la que, después de haber expuesto la forma en que el cristiano
recibe la salvación mediante la asociación al misterio pascual de Cristo: Y esto no vale sólo para
los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón actúa
invisiblemente la gracia. Cristo, en efecto, murió por todos y la vocación última del hombre es
efectivamente una sola, la divina; hemos de creer por ello que el Espíritu Santo, en la forma que
Dios conoce, ofrece a todo hombre la posibilidad de entrar en contacto con el misterio pascual
(GS 22).
La verdadera y auténtica cuestión -la única que puede orientar hacia auténticas respuestas- es la
de la relación vertical de las tradiciones religiosas con el misterio de Cristo: la teología de las
religiones debe sustituir esta cuestión por la de la relación horizontal entre las demás religiones
y el cristianismo. La cuestión de la relación horizontal no puede encontrar solución válida más
que a partir de la, más profunda, relación vertical. hay que reemplazar una visión eclesiológica
estrecha por una perspectiva cristo céntrica más básica y más amplia al mismo tiempo.
Ahora bien, si la salvación solo puede venir de Dios, el cristianismo ve realizado esto en la
persona de Jesús de Nazaret, <<Logos>> de Dios hecho carne, muerto y resucitado por
nosotros. En efecto, esta es la afirmación básica de nuestra fe: Cristo es el único Salvador, el
mediador entre Dios y los hombres, él mismo Dios y hombre.