Vía Crucis - de Castro Mayer

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Mi vivir es Cristo 3.

Fiestas del Señor

Señor y Dios mío, dispón mi alma para que te acompañe en el camino que
transitaste desde el pretorio de Pilatos hasta el Calvario para inmolarte por mi
salvación. Te pido la gracia de concebir un gran dolor y arrepentimiento de haber
pecado, causando tus atroces sufrimientos, y que tu Sangre preciosísima infunda
en mi alma un firme propósito de nunca más pecar.
PRIMERA ESTACIÓN
Jesús es condenado a muerte
Cediendo al clamor de los judíos, Pilato condenó a Nuestro Señor a morir en
la Cruz. Lo que llevó a los judíos a pedir la muerte de Nuestro Señor fue su infi-
delidad. Imitando la desobediencia de Adán, quisieron seguir una religión de su
agrado y no la religión revelada por el Hijo de Dios.
Pidamos humildemente a Nuestra Señora la gracia de ser siempre fieles a la volun-
tad de su divino Hijo, de no hacernos una religión a nuestro gusto, sino seguir la de
nuestros padres, que dieron su vida por no adorar a los ídolos.

SEGUNDA ESTACIÓN
Jesús con la Cruz a cuestas
Después de la vigilia en el Huerto de los Olivos y de la atrocísima flagelación,
Jesús se somete ahora al sacrificio de cargar la Cruz hasta el Calvario. Lo hace
para reparar nuestros pecados.
Aprendamos que sin sacrificio y espíritu de mortificación, nuestra religión es vana
y sin merecimiento. Pidamos a Nuestra Señora la gracia de aceptar con alegría las
mortificaciones que nos imponen nuestros deberes de estado.

TERCERA ESTACIÓN
Jesús cae por primera vez
Agotado ya por la falta de sueño, por el hambre y la pérdida de sangre, Jesús
cae por tierra, vencido por el peso de la Cruz.
En los designios de Dios esta caída es para expiar las ofensas de nuestros pecados y
alertarnos contra nuestra presunción. Por nosotros mismos vamos de pecado en pe-
Hojitas de Fe nº 296 –2– FIESTAS DEL SEÑOR
cado y de caída en caída. Pidamos a Nuestra Señora la gracia de la vigilancia en la
oración y de la huida de las ocasiones de pecado.

CUARTA ESTACIÓN
Jesús se encuentra con Su Santísima Madre
María no estuvo en la agonía del Huerto ni en el infame proceso a que fue
sometido su divino Hijo; pero se hizo presente cuando al fin El iba a consumar el
sacrificio de la Redención del mundo. Ambos, Jesús y María, en los decretos del
Altísimo, están unidos en la misión de redimir al hombre.
Como Madre de los redimidos es como María colabora en la obra de la salvación.
A esta Madre hemos de recurrir para asegurarnos la fidelidad a su divino Hijo, en
medio de la sociedad paganizada que nos rodea.

QUINTA ESTACIÓN
Simón de Cirene ayuda a Jesús a llevar la Cruz
Al poco trecho del camino del Calvario, los verdugos del Salvador se con-
vencen de que, por su extrema debilidad, consecuencia de las torturas, no estaba
en condiciones de cargar con su patíbulo hasta la cima del monte. Forzaron en-
tonces a Simón de Cirene a cargar con la Cruz del Salvador.
También nosotros debemos ayudar a Jesucristo a cargar la Cruz. Y lo hacemos no
conformándonos con el modo de vivir de una sociedad que en la práctica se apartó de
la austeridad cristiana. Que Nuestra Señora nos otorgue esta gracia.

SEXTA ESTACIÓN
La Verónica enjuga el rostro de Jesús
En medio de aquella sádica multitud que formaba el séquito nefando del Sal-
vador en el camino del Calvario, una mujer fuerte, arrostrando la arrogancia de
los soldados, se aproxima a Jesús y limpia el sagrado rostro desfigurado por la
sangre de la corona de espinas, por los golpes de los sicarios del Sanedrín y por
las bofetadas de la bestial soldadesca.
Admiremos avergonzados la fortaleza de esta mujer, y pidamos a Nuestra Señora la
gracia de no traicionar nuestra religión por culpa del respeto humano.

SÉPTIMA ESTACIÓN
Jesús cae por segunda vez
No basta la ayuda del Cireneo, y el gran agotamiento del Salvador lo hace
caer por segunda vez en el camino del Calvario. Esta segunda caída del Salvador
recuerda nuestras repetidas culpas a la vez que la infinita misericordia de Dios,
que sólo espera nuestro arrepentimiento para socorrernos.
Que la flaqueza del Redentor sea nuestra fortaleza, y nos ayude a rechazar un cato-
licismo mediocre de sabor sensual, hecho más de caídas que de virtudes.
FIESTAS DEL SEÑOR –3– Hojitas de Fe nº 296

OCTAVA ESTACIÓN
Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén
Al ver los tormentos que los soldados inferían a Jesús en el camino del Cal-
vario, unas piadosas mujeres de Jerusalén mostraron su consternación con gran-
des llantos. Agradecido, Jesús las exhortó a que hicieran provechosas sus lágri-
mas, llorando más por sí mismas y sus hijos que por El.
Cristo desea nuestra salvación. Por eso más le hieren nuestros pecados que las llagas
de su cuerpo. «Llorad por vosotros y vuestros hijos», nos repite, cuando nos ve más
inquietos por nuestros bienes terrenos que por nuestros pecados. Que la Virgen San-
tísima abra nuestros ojos para purificar nuestro catolicismo.

NOVENA ESTACIÓN
Jesús cae por tercera vez
La extrema debilidad postra de nuevo a Jesús por tierra. Esta humillación se
suma a todas las otras a que se sujetó el Salvador en su Pasión.
Lo hace por amor a nosotros, por nuestra salvación, pero también para que compren-
damos que sin aceptación amorosa de las humillaciones que El nos envía, no partici-
pamos de la redención, porque no nos asemejamos a Cristo. Que la Virgen Santísima,
Madre de los Dolores, nos impregne de esta verdad.

DÉCIMA ESTACIÓN
Jesús es despojado de sus vestidos
Llegado al Calvario, fue Jesús impúdicamente despojado de sus vestidos por
la inmunda soldadesca. Jesús, el cándido lirio de inocencia, sufre la terrible hu-
millación de ser presentado a los ojos de la multitud teniendo apenas la túnica
de su sacrosanta sangre para velar su sagrado cuerpo.
Que la Virgen purísima nos conceda el amor al recato, a la modestia y a la discre-
ción, condiciones indispensables para la práctica de las virtudes.

UNDÉCIMA ESTACIÓN
Jesús es clavado en la Cruz
Acostado Jesús sobre la Cruz, le estiran violentamente los miembros y los cla-
van en el madero con gruesos clavos. El suplicio de la Cruz estaba reservado a los
esclavos, con quienes era lícito no tener conmiseración. Además, Jesucristo fue
crucificado entre dos ladrones, como para indicar que era el peor de ellos. Todo
concurría para hacer extremos los sufrimientos físicos y morales del divino Sal-
vador. Con ellos nos liberó de la esclavitud del demonio y de la muerte eterna, y
nos mereció el cielo en el seno de Dios.
Con corazón agradecido, aprendamos a apreciar las humillaciones y los sufrimien-
tos con que Dios purifica nuestra alma, especialmente los que nos exige por el cum-
plimiento de nuestro deber de estado.
Hojitas de Fe nº 296 –4– FIESTAS DEL SEÑOR

DUODÉCIMA ESTACIÓN
Jesús muere en la Cruz
Después de tres horas de tormentosa agonía, Jesús inclinó su cabeza y murió.
Se había consumado el sacrificio. El velo del templo se rasgó de arriba abajo
anunciando la abolición de la ley mosaica, sustituida por la ley de Cristo, que la
perfecciona y supera y alcanza a todos los hombres.
San Pablo exclama: «Estoy clavado con Cristo a la Cruz». Este es también el ideal de
todo fiel: unirse a Jesús crucificado por la renuncia a sí mismo, la obediencia a los
superiores, la mortificación y el cumplimiento del propio deber. Pidamos estas dis-
posiciones a la Virgen Santísima presente al pie de la Cruz.

DECIMOTERCERA ESTACIÓN
Jesús es bajado de la Cruz
Nicodemo y José de Arimatea obtuvieron de Pilatos el cuerpo de Jesús. Cui-
dadosamente lo bajaron de la Cruz y lo pusieron en brazos de su Madre, María
Santísima, a quien pertenecía por derecho propio. La Virgen contempló en silen-
cio la serenidad y majestad profunda de aquel rostro, lo adoró y lo presentó al
Padre eterno como propiciación por nuestros pecados.
Habituémonos a vivir como María. Ella nos llevará a Jesús, Ella nos dará su gracia
y su vigor para que triunfemos contra todas las seducciones que brotan por todas
partes en una sociedad inmersa en el egoísmo y en la sensualidad.

DECIMOCUARTA ESTACIÓN
Jesús es depuesto en el sepulcro
María Santísima acompañó el cuerpo de su divino Hijo al sepulcro, excavado
en la piedra, en el que nadie había sido sepultado todavía. Sobre todos descendió
la paz, y el ambiente sobrenatural que los inundó sepultó los alaridos de la multi-
tud frenética que había pedido la muerte del Salvador.
La paz del Señor es la paz del corazón que se vacía de los sentimientos egoístas y
sensuales para llenarse de la caridad de Nuestro Señor Jesucristo. Pidamos, por la
intercesión de María Santísima, la gracia del alcanzar este don.

Oración final a la Virgen Dolorosa


Oh María, Madre mía, hemos compartido los dolores y sufrimientos que so-
portaste, en el cuerpo y en el alma, acompañando a tu divino Hijo camino del
Calvario, y asistiendo a su dolorosa y humillante muerte en la Cruz. Te pedimos
que nos guardes bajo tu protección y amparo, para que jamás volvamos a pecar,
renovando con ello la Pasión de tu divino Hijo. Amén.1
© Seminario Internacional Nuestra Señora Corredentora
C. C. 308 – 1744 Moreno, Pcia. de Buenos Aires
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