H P Lovecraft Vida y Obra Ilustradas PRE

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H.P.

LOVECRAFT
VIDA Y OBR A ILUSTR ADAS

Agustín Conde De Boeck


Hernán Conde De Boeck
Indice de contenido
Una vasta progenie 14 En las entrañas del sepulcro:
Lovecraft: ¿terror para intelectuales? 15 “La declaración de Randolph Carter” (1919) 70
Un hijo de la vieja Nueva Inglaterra 17 Randolph Carter (personaje) 73
La locura familiar 18 Oscuras tradiciones: “El anciano terrible” (1920) 74
El niño vestido de niña 19 La geografía lovecraftiana 78
La morbosidad obsesiva de un joven escritor 20 Voluntad ultraterrena: “El árbol” (1920) 79
El espíritu de aventura 21 El poder antiguo de los animales sagrados:
Su primera biblioteca 22 “Los gatos de Ulthar” (1920) 83
Edgar Allan Poe, el descenso a la locura, el clima de La primera ciudad sin nombre: “El santuario” (1920) 84
pesadilla y la malignidad convincente 23 La evolución de las especies como pesadilla de la raza:
Breve guía de las fobias lovecraftianas 24 “Hechos concernientes al difunto Arthur Jermyn
y su familia” (1920) 88
Astronomía 29
La utopía onírica y el paraíso recobrado:
Obsesionado con el siglo XVIII 29
“Celephaïs” (1920) 92
El primer monstruo: “La bestia de la gruta” (1905) 30
Sus grandes maestros 94
La maldición de los antepasados:
Acechados por el caos: “Del más allá” (1920) 96
“El alquimista” (1908) 31
Imágenes del caos final: “Nyarlathotep” (1920) 98
Un poeta anacrónico y un observador de las estrellas 34
Nyarlathotep , el mensajero de los dioses exteriores 100
Poseído por un ancestro: “La tumba” (1917) 36
El opio y una pesadilla del fin del mundo:
Horrendos seres de las profundidades del mar:
“El caos reptante” (1920) 103
“Dagón” (1917) 38
La locura degenerada de los ancestros:
El sueño del guerrero frustrado: “Polaris” (1918) 42
“El grabado en la casa” (1920) 105
Un vikingo sedentario sediento de sangre 44
Las culpas del puritanismo 108
Un extenso epistolario 47
La religión personal de un ateo 109
Los pavorosos cantos de los antiguos dioses:
“El prado verde” (1918-19) 48 Un puritano sin Dios, pero con dioses 110
1919: angustia y estímulo 50 Un ejercicio de escapismo: “Ex oblivione” (1921) 112
La ominosa vastedad del cosmos interior: Momias prehumanas en santuarios subterráneos:
“Más allá del muro del sueño” (1919) 51 “La ciudad sin nombre” (1921) 112
El insignificante ser humano frente a la indiferencia Abdul Alhazred y el temido Necronomicón 116
cósmica: “Memoria” (1919) 55 Una mitología que comienza: Los Mitos de Cthulhu 119
La salvaje memoria hereditaria: El idealista más melancólico de las Tierras
“La transición de Juan Romero” (1919) 56 del Sueño: “La búsqueda de Iranon” (1921) 122
El exotismo onírico: Lord Dunsany 58 Antiguas ceremonias paganas:
El Ciclo Onírico 60 “El pantano de la luna” (1921) 125
El castigo de los dioses: “El navío blanco” (1919) 63 La amargura del solitario: “El extraño” (1921) 128
La oscura venganza de la vieja Norteamérica: La decadencia de Occidente 132
“La calle” (1919) 66 Un recambio en el panteón mitológico:
Los pecados de los antepasados: “Los otros dioses” (1921) 133
“La maldición que cayó sobre Sarnath” (1919) 67 Cerrando la etapa dunsaniana 136
¡Por todos los dioses!: Jerarquías y orden La biblioteca de Lovecraft:
del panteón lovecraftiano 138 El horror sobrenatural en la literatura (1925-27) 214
Ciencia nigromántica:
Vástagos blasfemos de un dios obtuso:
“Herbert West: Reanimador” (1921-1922) 147
“El horror de Dunwich” (1928) 217
Abominables melodías cósmicas:
“La música de Erich Zann” (1921) 148 Una perversa raza perdida: “El montículo” (1929-30) 222
La otra gran mitología: Clark Ashton Smith 152 Dimensiones cerradas, salvo para llaves ocultas:
Soñadores ambiciosos: “Hipnos” (1922) 155 Hongos de Yuggoth (1929-30) 223
Tres ejercicios veraniegos: “Lo que trae la luna”,
Rituales oscuros y conspiraciones alienígenas:
“El horror en la playa Martin” y “Azathoth” (1922) 157
El que susurra en la oscuridad (1930) 225
Los necrófilos castigados: “El sabueso” (1922) 158
Degradación de una estirpe: El culto a la barbarie nórdica: Robert E. Howard 228
“El miedo que acecha” (1922) 161 Apogeo, decadencia y caída de una civilización
El terror como reflexión sobre el mal: Arthur Machen 164 prehumana: En las montañas de la locura (1931) 229
Bajo la casa familiar se ocultan horrendos pecados: Los Antiguos de la Antártida 232
“Las ratas en las paredes” (1923) 166
Creador de razas perdidas: Abraham Merritt 234
Una discusión sobre el horror: “Lo innombrable” (1923) 170
El Gusano que Camina: “El ceremonial” (1923) 171 Lo siniestro, lo numinoso, lo sublime:
Algo enterrado en el sótano: “La casa evitada” (1924) 175 Lovecraft como teórico del miedo 236
La blasfema naturaleza primordial: Algernon Blackwood 177 ¿Dioses, demonios, monstruos o extraterrestres? 238
Revelaciones infernales en la repugnante babel Hibridaciones aberrantes:
neoyorquina: “El horror de Red Hook” (1925) 178 La sombra sobre Innsmouth (1931) 241
Nueva York como laberinto muerto: “Él” (1925) 181
Una maligna geometría interdimensional:
Venganza desde el ataúd: “En la cripta” (1925) 182
“Los sueños en la casa de la bruja” (1932) 245
Inquietante longevidad: “Aire frío” (1926) 183
Visiones de un futuro ominoso: Un matrimonio de consecuencias nefastas:
“La llamada de Cthulhu” (1926) 185 “La cosa en el umbral” (1933) 248
El Gran Cthulhu (personaje) 189 El otro horror cósmico: William Hope Hodgson 250
August Derleth: heredero, editor, hagiógrafo 191 Secuestradores mentales más allá de los eones:
La cuestión del valor 194 La sombra fuera del tiempo (1934-35) 250
Epicúreo de lo terrible: “El modelo de Pickman” (1926) 195
La invocación final:
Visitantes del exterior: “La extraña casa en la niebla” (1926) 197
“El morador de las tinieblas” (1935) 254
La summa del Ciclo Onírico:
La búsqueda onírica de la ignota Kadath (1926-27) 199 Un contador de historias 257
En busca del tiempo perdido: “La llave de plata” (1926) 208 Obras de H.P. Lovecraft 260
Un viejo pariente vuelve a casa: Ensayos más relevantes y miscelánea 268
El caso de Charles Dexter Ward (1927) 210
Bibliografía seleccionada 270
Aquellos extraños días:
“El color que cayó del cielo” (1927) 213 Los autores 271
Nota introductoria

A demás de la interpretación gráfica que presentamos aquí, la exposición que hace-


mos de la obra de H.P. Lovecraft ofrece el criterio de una lectura cronológica de
la producción del autor, que consideramos mucho más fructífero y fiel al sentido original
de su cosmovisión que la tradición antológica que ha predominado en el mercado edito-
rial hispano. Lejos del afán totalizador de biografías tan pormenorizadas como las de L.
Sprague de Camp o S.T. Joshi, proponemos aquí una visión sintética que no parte desde
los Mitos de Cthulhu, como es usual en algunas obras de difusión, sino desde la obra
completa de Lovecraft. Acentuamos, por ejemplo, el valor de sus relatos oníricos, por
lo general un tanto soslayados en biografías y estudios, o menospreciados como mera
antesala a los Mitos. Por esa razón, este libro, elaborado como una guía cronológica, pre-
tende ser una introducción para aquellos lectores que se inician en la obra del Solitario
de Providence, así como quizás también para los ya aficionados que deseen revisitarla de
manera más sistemática.
No nos detendremos en la trayectoria editorial de Lovecraft dado que ya existen
mejores y más detalladas fuentes al respecto. En ocasiones la crítica ha caído en cierto
fetichismo por las revistas pulp de la época, cuya estética la obra de Lovecraft trascien-
de ampliamente, aun cuando gran parte de sus ficciones abrevan en el diálogo con los
clichés y procedimientos difundidos en esas publicaciones de género. Asimismo, con el
afán de concentrarnos en la evolución interna de la obra del autor, omitimos los desa-
rrollos posteriores que tuvo su mitología tanto entre los escritores del Círculo y de los
posteriores seguidores como en el seno de la cultura de masas.
La tradición gráfica que parte desde los primeros ilustradores que intentaron tra-
ducir visualmente el universo lovecraftiano, en el marco de revistas como Weird Tales o
Astounding Stories, ha cargado con una tarea digna de Sísifo: visibilizar lo indescriptible.
No pocos de estos dibujantes tomaron como modelo a los artistas favoritos del pro-
pio Lovecraft, quien cantaba a los cuatro vientos su admiración por las pesadillas de
Henry Fuseli, por el tenebrismo grotesco y brujeril de Francisco de Goya, por Gustave
Doré y sus infiernos bizantinos, por Nikolái Roerich, cuyos paisajes sublimes le inspira-
ron sus “montañas de la locura”, por el dunsaniano Sidney Sime y por el precoz Anthony
Angarola, a quien elogia en “La llamada de Cthulhu” y en “El modelo de Pickman”.
Como desafío artístico, la estética lovecraftiana ha cristalizado, grosso modo, en tres
vertientes gráficas fundamentales: la de línea clara (caracterizada por la luz plena y la
representación figurativa), la expresionista (cuya cualidad de base es el claroscuro y varia-
bles niveles de abstracción y distorsión) y la psicodélica (cuya estrategia para mostrar lo
imposible se sustenta en un efecto alucinógeno por medio del uso del color y los relieves).

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En la primera tradición, la de línea clara, pueden encontrarse desde trazos clásica-
mente góticos, como los de Barry Smith, hasta las versiones abyectas y casi palpables
de Tim White. En la orientación típica de la línea clara franco-belga, Moebius realizó
sus versiones ciclópeas. Rowena Morrill ilustró versiones fantásticas y asentadas en lo
anatómico que parecerían ir parejas a la estética de la espada y brujería howardeana.
También son célebres en este plano las versiones de Tom Sullivan para las ediciones
de los juegos de rol de Chaosium, fraguadas para iluminar las formas grotescas que
la prosa lovecraftiana sobrecarga hasta la saturación o vela hasta la ausencia. Pueden
incluirse también los despejados diseños de Jacen Burrows para los cómics Neonomicón
y Providence de Alan Moore, cuyas blasfemias aparecen plenamente iluminadas, sin
sombras que las encubran.
A su vez, la vertiente expresionista parte de uno de los miembros fundamentales del
Círculo de Lovecraft, Clark Ashton Smith, quien ilustrara algunos relatos de su amigo
con un estilo que por momentos recuerda a los bocetos pesadillescos de Alfred Kubin.
Otro precursor, aunque de concepción más representacional, fue el clásico ilustrador
pulpster Virgil Finlay, con sus figuras contorsionadas que evocan los infiernos de El
Bosco. Dentro de esta tradición expresionista, propia del pulp, entran Gene Day, con sus
escenarios umbríos, Lee Brown Coye, con sus obtusas anatomías derretidas rayanas en
la caricatura, o el mucho más extraño Frank Utpatel, quien ilustrara la primera edición
de La sombra sobre Innsmouth con imágenes de tejados y chapiteles torcidos que bien
podrían ser parte de El gabinete del doctor Caligari. Esta línea nocturna y estilizada sería
adaptada por la estética gótica de Bernie Wrightson, cuyo lápiz obsesivo y su capacidad
culterana para la atmósfera sobrenatural parecen la culminación del estilo Creepy. En
una línea similar propusieron sus versiones de los Mitos de Cthulhu ilustradores como
Tom Sutton, quien en sus mejores trabajos alcanza lúgubres alturas de distorsión oníri-
ca. En esta misma hibridez, entre la bidimensionalidad historietística y el espesor som-
brío, están Mike Mignola, con su minimalismo anguloso, y Horacio Lalia, cuyo lóbrego
trazo de corte decimonónico es capaz de torcerse hasta el espejismo hipnótico al repre-
sentar deidades primigenias y razas alienígenas. En el extremo de esta veta distorsiva
y oscura estarían las versiones más abstractas y simbólicas de Alberto Breccia y Dino
Battaglia, quizás insuperables, y no lejos están las ilustraciones abyectas de Brocal para
la excelente serie El otro Necronomicón, escrita por Antonio Segura. En esta línea expre-
sionista, emparentada con los collages de Dave McKean, están las versiones kafkianas de
Blanka Dvorak. Saturado de espirales y formas bulbosas, la estética del mangaka Junji
Ito también ha abrevado declaradamente en las blasfemias de Lovecraft.
Ya más cerca de la tradición psicodélica, Richard Corben elaboró versiones alucinó-
genas y fisonomías desencajadas para graficar el mundo de horrores innombrables de

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los Mitos de Cthulhu. Jaxon, con su maravillosa adaptación de “El sabueso”, comparte no
poco con la estética de Corben. Siguen esta mixtura dibujantes como Allen Koszwoski
Incluso, más allá de toda una tradición ligada a la weird fiction o al cómic, la obra
de Lovecraft ha llegado a asociarse también con estéticas surrealistas de artistas como
Max Ernst o de neosurrealistas cuyo cuño lovecraftiano es más o menos implícito, como
H.R. Giger (cuyos lúbricos diseños amorfos y monumentales dieron lugar a la estética
de la película Alien) o Zdzisław Beksiński (cuyas “fotografías de sueños” remiten di-
rectamente a los escenarios baldíos e inhumanos de la mitología en cuestión). En esta
línea más o menos psicodélica, pueden enmarcarse artistas como John Coulthart, cuyas
composiciones saturadas crean verdaderos laberintos de monstruosidad, los diseños más
arcaístas de Dave Carson, los templos brumosos de Stephen Hickman, cercano a Max
Ernst o a Beksiński, o las anatomías entomológicas que propone François Launet.
En Argentina, además de Breccia y Lalia (maestro y discípulo, gigantes ambos),
Enrique Alcatena ha abrazado una infernal psicodelia fluorescente en su Bestiario de
H.P. Lovecraft para explorar las densidades numinosas de lo irrepresentable, pero tam-
bién, en su vasta producción historietística, ha ejercido un preciosismo gótico y un oni-
rismo imaginativo donde, además de resonar la estética lovecraftiana, se perciben ma-
tices de la línea clara superheroica de plumas nada inocentes como Carmine Infantino
o John Buscema, así como la herencia de gigantes de la ilustración del siglo XIX, como
Kay Nielsen, Edmond Dulac o Arthur Rackham. Su estilo abarca desde la elegancia
minimalista de Hokusai hasta el trazo nervioso y grotesco de Mervyn Peake. Por su
parte, más recientemente, Santiago Caruso, entre el simbolismo decadentista y el ba-
rroco rembrandtesco, propuso una visión incomparable de “El horror de Dunwich”,
y Salvador Sanz llevó lo lovecraftiano hacia una imaginería de sombras sugestivas y
abyecto detallismo anatómico.
No debe olvidarse que Lovecraft mismo pondría la primera piedra con algunos di-
letantes bocetos, entre los cuales se cuenta la primera imagen de Cthulhu, la cual ha sido
redibujada cientos de veces por diversos artistas en muy distintos estilos.
Las ilustraciones de este volumen han procurado expresar nuestra admiración por
toda esa exigente y apabullante tradición. Quien las realizó, no poco abrumado, propuso
tanto versiones personales como guiños y homenajes a diseños ya canónicos de la ex-
puesta nómina de artistas.
Vaya nuestro sincero agradecimiento a todos ellos y a los cientos que no hemos
llegado a mencionar.

Hernán Conde De Boeck


Agustín Conde De Boeck

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Una vasta progenie

R esulta por demás curioso el hecho de que,


pese a ser un género literario enormemente
prolífico y saturado de aficionados, el terror cuen-
sión pesimista a la que denominó “horror cósmico”:
un universo apático al hombre en cuyos abismos ri-
gen deidades lunáticas. Se colocó a sí mismo como
te con un puñado de genios insuperables que, sin eje de una tradición fantástica que no sólo definió
importar los talentos que florezcan o los hallazgos el género hacia el futuro, sino que también releyó la
que se localicen, parecen mantener el monopolio literatura del pasado y le dio un sentido unificado.
indiscutido en lo que respecta a las grandes reglas Allí donde la literatura sobrenatural flotaba en una
y convenciones para producir, mediante ficciones, bruma de injustos prejuicios críticos y acusaciones
el efecto de lo siniestro. Nombrar a estos grandes de banalidad y sensacionalismo, Lovecraft encon-
maestros del horror que componen este núcleo tró que se ocultaba una exploración imaginaria de
duro puede estar sujeto a polémicas, pero dos nom- dimensiones antropológicas: la literatura de horror
bres se mantienen siempre como denominadores como investigación acerca del miedo más primitivo
comunes: Edgar Allan Poe y H.P. Lovecraft. Uno del hombre, el miedo a lo desconocido.
vivió en el siglo XIX, aunque su mente anticipó en En la actualidad, no sólo la literatura fantástica
más de un sentido el siglo XX; el otro vivió en el y de terror mira hacia Lovecraft como autor inelu-
siglo XX, pero habría querido vivir en el siglo an- dible, sino que también ha obtenido, como Poe, un
terior, o incluso más atrás, en la era de las pelucas. puesto en aquello que se denomina “literatura uni-
Con sus Mitos de Cthulhu, Howard Phillips versal”, al lado de otros grandes autores norteame-
Lovecraft es el padre de una de las orienta- ricanos como Hawthorne, Melville o Faulkner.
ciones genéricas más fructíferas dentro de Imposible de obviar, incluso entre aquellos
la cultura de masas: un cruce entre el tra- que desprecian o descreen de su valor, el peso
dicional terror gótico anglosajón y al- de Lovecraft en el horror literario ha quedado
gunos elementos de aquello que como un sello del cual resulta casi imposible
hoy se conoce como ciencia desmarcarse. Tanto en la litera-
ficción. En ocasiones, esta tura como en el cine, el cómic,
variante de la literatura los juegos de rol o los video-
fantástica se nombra como juegos, su influencia es
weird fiction o ficción ex- incuestionable: sea en
traña, tal como la bautizara desarrollos profundos
Lovecraft y que evoca una o en meras caricaturi-
de las más célebres revistas zaciones, en homenajes
pulp de los años veinte y o en parodias, allí donde
treinta en la que el géne- se vean abominables enti-
ro experimentó su apo- dades tentaculares invoca-
geo: Weird Tales. Lovecraft das por medio de antiguos
confirió una dignidad casi y blasfemos libros, posesio-
filosófica al folletín ma- nes a través del tiempo y el
cabro y expresó por espacio, malsanas familias
medio de sus fantasías rurales de rostros extraños y
oscuras una cosmovi- vástagos diabólicos, ciu-
dades baldías sobre las que ha caído una primigenia cedentes de las rigurosas realidades de cierta ciencia
maldición o pasmosos descubrimientos interestela- ficción contemporánea, donde siempre descuella el
res que niegan la universalidad moral del hombre, afán por las listas, genealogías y taxonomías, o bien
allí está la huella de Lovecraft. como una continuidad de las visiones místicas y
Pero fuera de los meros estereotipos, su bestia- confusas de William Blake, del afán de ese poeta
rio de dioses, razas alienígenas y entidades primige- del siglo XVIII por construir su propia mitología
nias bien puede leerse como uno de los tantos ante- de dioses y arquetipos, su propia y delirante Biblia.

Lovecraft: ¿terror para intelectuales?

C omo bien sabemos, el género de terror, en


cualquiera de sus manifestaciones ficciona-
les (sea dentro del cine, la literatura o el cómic), así
Actualmente, no es extraño encontrar esta opinión
en muchos jóvenes aficionados al género: un cierto
escepticismo hacia los “excesos” o giros “pretencio-
como en sus diversas etapas históricas, es suscep- sos” y “anticuados”, así como una aceptación de lo
tible de dividirse en una abrumadora cantidad de lovecraftiano más en sus influencias y desarrollos en
subgéneros, dependiendo de la temática, la estética, la cultura de masas posterior que en la propia obra
la ambientación o el tipo de elemento que funcione de Lovecraft.
como disparador del miedo. En el cine esta divi- Ahora bien, si la escala de intensidad psicoló-
sión ha llegado a ser mucho más amplia que en la gica en el terror pudiera medirse tal como la cali-
literatura, principalmente debido a la atomización dad y complejidad en el arte pictórico, deberíamos
implicada en la sectorización de gustos de la cultura aceptar que un fermento cinematográfico como Sé
de masas, que requiere, para aumentar la demanda, lo que hicisteis el último verano (1997) es a “El horror
un ramificación de la oferta: desde el cine slasher de Dunwich” de Lovecraft lo que unos garabatos
(protagonizado por asesinos seriales sobrenaturales, infantiles a La creación de Adán de Miguel Ángel.
como en las extendidas franquicias de Viernes 13 o Y es que el horror cósmico de Lovecraft es el
Halloween) al paranormal (con posesiones satáni- terror intelectual por antonomasia, es cierto… pero
cas, casas embrujadas y fantasmas), pasando por el ésta es una verdad a medias. Que se trate de un te-
terror psicológico, el terror gótico, el cine de mons- rror intelectual no significa que esté destinado sólo
truos o de zombies, el terror espacial o el llano gore. a aquellos lectores que tengan una amplia forma-
Es evidente que, en este panorama, donde bue- ción literaria y artística (aun cuando los protagonis-
na parte del género ha crecido especialmente al calor tas de las ficciones lovecraftianas suelen ser erudi-
del pulp y, luego, bajo la lógica actual del best-seller, tos: anticuarios, académicos, científicos). De hecho,
las sutilezas del horror lovecraftiano, sostenidas por recordemos que los cuentos de Lovecraft aparecie-
una cosmovisión pesimista cuya finalidad última es ron inicialmente en revistas pulp, concebidas para el
estimular el espanto de un vértigo metafísico en el consumo masivo, y que entre sus lectores más fieles
lector, pueden parecer una opción extremadamente abundaban los jóvenes y adolescentes. Y es que en
intelectual, más aun teniendo en cuenta el anacro- realidad la propiedad de “intelectual” del horror de
nismo y las veleidades de refinamiento y extrava- Lovecraft es todo menos restrictiva, pues apunta a
gancia estilística que caracterizaron a su creador. aquello que comparten todos los seres humanos: la

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posesión de un intelecto, pues es allí donde ataca. siguiente especie dominante, la cual percibirá esas
Sus miedos apuntan, no al instinto animal de su- ruinas como la insinuación siniestra de no perte-
pervivencia, sino a la capacidad básica que todos necer ni al primero ni al último de los pueblos que
tenemos para razonar y comprender la realidad. errarán por la existencia en el indiferente universo.
En todo caso, no se trata de un terror destinado a En todo caso, en Lovecraft no hay estrictamen-
entretener al lector, disfrazando una mera aventura te dificultades (como aquella que encontramos en
heroica con la apariencia superficial de una histo- el aprendizaje de una ciencia o una técnica), sino
ria macabra. El terror no es causado por un peligro, complejidad y profundidad. Para experimentar el
sino por la interpretación de ese peligro. Lovecraft tipo de miedo que nos propone, el más genuino y
escribió para aterrorizar y cuestionar nuestras segu- ancestral, el lector debe abandonar la prerrogativa
ridades más esenciales, aquellas que nos hacen sen- que le lleva a exigir entretenimiento y debe abrirse,
tir que tenemos un destino, que somos la especie en cambio, a un mundo de detalles sutiles e impli-
elegida, la más inteligente, y que tenemos una razón caciones oscuras que, en su conjunto, son capaces
de ser en el orden del universo. Y es que, justamente, de llevarnos a los orígenes del miedo, al pozo más
el universo, tal como lo presenta Lovecraft, es frío, rancio y profundo donde nació, en los abismos del
inimaginablemente antiguo y vasto, completamen- tiempo, el espanto hacia lo que no podemos com-
te ajeno a las reglas morales del hombre. Un univer- prender. La mitología de Lovecraft formula, en
so dominado por seres infinitamente superiores a todo caso, la cúspide del terror humano, lo máxi-
nosotros, entidades estúpidas y destructivas que nos mo a lo que puede aspirar la indagación artística
acechan desde las tinieblas exteriores y que estaban en torno a esa extraña respuesta psicológica que
aquí eones antes de que el homo sapiens se irguiera es el miedo a lo invisible y misterioso. Y, si bien
desde la noche evolutiva en su remota roca espacial encontramos este horror encarnado en una serie
y estarán aquí eones después de que desaparezca el de ficciones literarias, en su interior funciona un
último hombre, diezmado por sus propios instintos instrumento calibrado para perturbarnos hasta lo
de animal belicoso. más recóndito de nuestros instintos y hasta lo más
El universo lovecraftiano es la pesadilla final elevado de nuestra inteligencia… todo lo cual hace
de un ateo nihilista y materialista: no hay grandes que el lector de Lovecraft siempre llegue a la con-
fuerzas del mal, así como tampoco hay salvadoras clusión de que, al fin y al cabo, estas historias no son
potencias benignas. No hay intención ni voluntad meras ficciones… sino que algo más reluce con un
alguna en el cosmos dirigida hacia el bienestar brillo maligno bajo las negras aguas de sus mitos.
trascendente del hombre. Sólo hay grandes entes El horror lovecraftiano sabe esencialmente dis-
titánicos que rigen el espacio y sus mundos con tinto, principalmente porque no se concentra en el
una estolidez protozoaria, pero también con una elemento clásico del género, que es el miedo por
inigualable capacidad para sumir la realidad en el la integridad física sometida al dominio de alguna
caos. Y nuestro planeta es un lugar donde sólo en- fuerza desconocida: por el contrario, a Lovecraft
contramos miríada de especies y civilizaciones – la le interesan fundamentalmente las consecuencias
humana entre ellas - que se superponen entre sí, psicológicas y cósmicas implicadas en el hecho de
destruyéndose y remplazándose para construir, en que ciertos fenómenos sobrenaturales sean posibles.
su breve paso por la vida, inútiles y gigantescos mo- ¿Qué universo admite la existencia de cosas que a la
numentos que serán luego tapados por las arenas razón resultan aberrantes e incluso viles? Si ciertas
o las nieves del tiempo y que serán descubiertos cosas fueran posibles, ¿nuestro mundo no estaría
milenios más tarde, con espanto y vértigo, por la entonces sumergido en una suerte de pesadilla?

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