H P Lovecraft Vida y Obra Ilustradas PRE
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H P Lovecraft Vida y Obra Ilustradas PRE
LOVECRAFT
VIDA Y OBR A ILUSTR ADAS
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En la primera tradición, la de línea clara, pueden encontrarse desde trazos clásica-
mente góticos, como los de Barry Smith, hasta las versiones abyectas y casi palpables
de Tim White. En la orientación típica de la línea clara franco-belga, Moebius realizó
sus versiones ciclópeas. Rowena Morrill ilustró versiones fantásticas y asentadas en lo
anatómico que parecerían ir parejas a la estética de la espada y brujería howardeana.
También son célebres en este plano las versiones de Tom Sullivan para las ediciones
de los juegos de rol de Chaosium, fraguadas para iluminar las formas grotescas que
la prosa lovecraftiana sobrecarga hasta la saturación o vela hasta la ausencia. Pueden
incluirse también los despejados diseños de Jacen Burrows para los cómics Neonomicón
y Providence de Alan Moore, cuyas blasfemias aparecen plenamente iluminadas, sin
sombras que las encubran.
A su vez, la vertiente expresionista parte de uno de los miembros fundamentales del
Círculo de Lovecraft, Clark Ashton Smith, quien ilustrara algunos relatos de su amigo
con un estilo que por momentos recuerda a los bocetos pesadillescos de Alfred Kubin.
Otro precursor, aunque de concepción más representacional, fue el clásico ilustrador
pulpster Virgil Finlay, con sus figuras contorsionadas que evocan los infiernos de El
Bosco. Dentro de esta tradición expresionista, propia del pulp, entran Gene Day, con sus
escenarios umbríos, Lee Brown Coye, con sus obtusas anatomías derretidas rayanas en
la caricatura, o el mucho más extraño Frank Utpatel, quien ilustrara la primera edición
de La sombra sobre Innsmouth con imágenes de tejados y chapiteles torcidos que bien
podrían ser parte de El gabinete del doctor Caligari. Esta línea nocturna y estilizada sería
adaptada por la estética gótica de Bernie Wrightson, cuyo lápiz obsesivo y su capacidad
culterana para la atmósfera sobrenatural parecen la culminación del estilo Creepy. En
una línea similar propusieron sus versiones de los Mitos de Cthulhu ilustradores como
Tom Sutton, quien en sus mejores trabajos alcanza lúgubres alturas de distorsión oníri-
ca. En esta misma hibridez, entre la bidimensionalidad historietística y el espesor som-
brío, están Mike Mignola, con su minimalismo anguloso, y Horacio Lalia, cuyo lóbrego
trazo de corte decimonónico es capaz de torcerse hasta el espejismo hipnótico al repre-
sentar deidades primigenias y razas alienígenas. En el extremo de esta veta distorsiva
y oscura estarían las versiones más abstractas y simbólicas de Alberto Breccia y Dino
Battaglia, quizás insuperables, y no lejos están las ilustraciones abyectas de Brocal para
la excelente serie El otro Necronomicón, escrita por Antonio Segura. En esta línea expre-
sionista, emparentada con los collages de Dave McKean, están las versiones kafkianas de
Blanka Dvorak. Saturado de espirales y formas bulbosas, la estética del mangaka Junji
Ito también ha abrevado declaradamente en las blasfemias de Lovecraft.
Ya más cerca de la tradición psicodélica, Richard Corben elaboró versiones alucinó-
genas y fisonomías desencajadas para graficar el mundo de horrores innombrables de
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los Mitos de Cthulhu. Jaxon, con su maravillosa adaptación de “El sabueso”, comparte no
poco con la estética de Corben. Siguen esta mixtura dibujantes como Allen Koszwoski
Incluso, más allá de toda una tradición ligada a la weird fiction o al cómic, la obra
de Lovecraft ha llegado a asociarse también con estéticas surrealistas de artistas como
Max Ernst o de neosurrealistas cuyo cuño lovecraftiano es más o menos implícito, como
H.R. Giger (cuyos lúbricos diseños amorfos y monumentales dieron lugar a la estética
de la película Alien) o Zdzisław Beksiński (cuyas “fotografías de sueños” remiten di-
rectamente a los escenarios baldíos e inhumanos de la mitología en cuestión). En esta
línea más o menos psicodélica, pueden enmarcarse artistas como John Coulthart, cuyas
composiciones saturadas crean verdaderos laberintos de monstruosidad, los diseños más
arcaístas de Dave Carson, los templos brumosos de Stephen Hickman, cercano a Max
Ernst o a Beksiński, o las anatomías entomológicas que propone François Launet.
En Argentina, además de Breccia y Lalia (maestro y discípulo, gigantes ambos),
Enrique Alcatena ha abrazado una infernal psicodelia fluorescente en su Bestiario de
H.P. Lovecraft para explorar las densidades numinosas de lo irrepresentable, pero tam-
bién, en su vasta producción historietística, ha ejercido un preciosismo gótico y un oni-
rismo imaginativo donde, además de resonar la estética lovecraftiana, se perciben ma-
tices de la línea clara superheroica de plumas nada inocentes como Carmine Infantino
o John Buscema, así como la herencia de gigantes de la ilustración del siglo XIX, como
Kay Nielsen, Edmond Dulac o Arthur Rackham. Su estilo abarca desde la elegancia
minimalista de Hokusai hasta el trazo nervioso y grotesco de Mervyn Peake. Por su
parte, más recientemente, Santiago Caruso, entre el simbolismo decadentista y el ba-
rroco rembrandtesco, propuso una visión incomparable de “El horror de Dunwich”,
y Salvador Sanz llevó lo lovecraftiano hacia una imaginería de sombras sugestivas y
abyecto detallismo anatómico.
No debe olvidarse que Lovecraft mismo pondría la primera piedra con algunos di-
letantes bocetos, entre los cuales se cuenta la primera imagen de Cthulhu, la cual ha sido
redibujada cientos de veces por diversos artistas en muy distintos estilos.
Las ilustraciones de este volumen han procurado expresar nuestra admiración por
toda esa exigente y apabullante tradición. Quien las realizó, no poco abrumado, propuso
tanto versiones personales como guiños y homenajes a diseños ya canónicos de la ex-
puesta nómina de artistas.
Vaya nuestro sincero agradecimiento a todos ellos y a los cientos que no hemos
llegado a mencionar.
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Una vasta progenie
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posesión de un intelecto, pues es allí donde ataca. siguiente especie dominante, la cual percibirá esas
Sus miedos apuntan, no al instinto animal de su- ruinas como la insinuación siniestra de no perte-
pervivencia, sino a la capacidad básica que todos necer ni al primero ni al último de los pueblos que
tenemos para razonar y comprender la realidad. errarán por la existencia en el indiferente universo.
En todo caso, no se trata de un terror destinado a En todo caso, en Lovecraft no hay estrictamen-
entretener al lector, disfrazando una mera aventura te dificultades (como aquella que encontramos en
heroica con la apariencia superficial de una histo- el aprendizaje de una ciencia o una técnica), sino
ria macabra. El terror no es causado por un peligro, complejidad y profundidad. Para experimentar el
sino por la interpretación de ese peligro. Lovecraft tipo de miedo que nos propone, el más genuino y
escribió para aterrorizar y cuestionar nuestras segu- ancestral, el lector debe abandonar la prerrogativa
ridades más esenciales, aquellas que nos hacen sen- que le lleva a exigir entretenimiento y debe abrirse,
tir que tenemos un destino, que somos la especie en cambio, a un mundo de detalles sutiles e impli-
elegida, la más inteligente, y que tenemos una razón caciones oscuras que, en su conjunto, son capaces
de ser en el orden del universo. Y es que, justamente, de llevarnos a los orígenes del miedo, al pozo más
el universo, tal como lo presenta Lovecraft, es frío, rancio y profundo donde nació, en los abismos del
inimaginablemente antiguo y vasto, completamen- tiempo, el espanto hacia lo que no podemos com-
te ajeno a las reglas morales del hombre. Un univer- prender. La mitología de Lovecraft formula, en
so dominado por seres infinitamente superiores a todo caso, la cúspide del terror humano, lo máxi-
nosotros, entidades estúpidas y destructivas que nos mo a lo que puede aspirar la indagación artística
acechan desde las tinieblas exteriores y que estaban en torno a esa extraña respuesta psicológica que
aquí eones antes de que el homo sapiens se irguiera es el miedo a lo invisible y misterioso. Y, si bien
desde la noche evolutiva en su remota roca espacial encontramos este horror encarnado en una serie
y estarán aquí eones después de que desaparezca el de ficciones literarias, en su interior funciona un
último hombre, diezmado por sus propios instintos instrumento calibrado para perturbarnos hasta lo
de animal belicoso. más recóndito de nuestros instintos y hasta lo más
El universo lovecraftiano es la pesadilla final elevado de nuestra inteligencia… todo lo cual hace
de un ateo nihilista y materialista: no hay grandes que el lector de Lovecraft siempre llegue a la con-
fuerzas del mal, así como tampoco hay salvadoras clusión de que, al fin y al cabo, estas historias no son
potencias benignas. No hay intención ni voluntad meras ficciones… sino que algo más reluce con un
alguna en el cosmos dirigida hacia el bienestar brillo maligno bajo las negras aguas de sus mitos.
trascendente del hombre. Sólo hay grandes entes El horror lovecraftiano sabe esencialmente dis-
titánicos que rigen el espacio y sus mundos con tinto, principalmente porque no se concentra en el
una estolidez protozoaria, pero también con una elemento clásico del género, que es el miedo por
inigualable capacidad para sumir la realidad en el la integridad física sometida al dominio de alguna
caos. Y nuestro planeta es un lugar donde sólo en- fuerza desconocida: por el contrario, a Lovecraft
contramos miríada de especies y civilizaciones – la le interesan fundamentalmente las consecuencias
humana entre ellas - que se superponen entre sí, psicológicas y cósmicas implicadas en el hecho de
destruyéndose y remplazándose para construir, en que ciertos fenómenos sobrenaturales sean posibles.
su breve paso por la vida, inútiles y gigantescos mo- ¿Qué universo admite la existencia de cosas que a la
numentos que serán luego tapados por las arenas razón resultan aberrantes e incluso viles? Si ciertas
o las nieves del tiempo y que serán descubiertos cosas fueran posibles, ¿nuestro mundo no estaría
milenios más tarde, con espanto y vértigo, por la entonces sumergido en una suerte de pesadilla?
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