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LA FAMILIA ES LO PRIMERO

Por Osvaldo Carnival


Contenido
Introducción
Inicio: Lo primero es la familia

Consejos prácticos para mantener una familia sana


Principio 2
Aprender a ser demostrativos
Principio 3
Compleméntense en las diferencias
Principio 4 Parte 1
Aprendan a pedirse perdón y a perdonar / Parte 1
Principio 4 Parte 2
Aprendan a pedirse perdón y a perdonar / Parte 2
Principio 5
Desarrollar una buena comunicación
Principio 6
Mantenga la llama encendida
Introducción
Todos pertenecemos a una familia y deseamos lo mejor para ella. Al casarnos,
el deseo fue hacer de nuestro hogar un lugar feliz, de compañía, de
gratificación y de sueños en común.
Dios creó la familia con el anhelo de que, tanto el hombre como la mujer,
pudieran encontrar en ella momentos de profunda alegría y realización. En la
intimidad del hogar es donde se pueden compartir aquellos instantes
maravillosos que quedan de forma imborrable en nuestra memoria y
construyen la historia particular e irrepetible de nuestra propia familia, y nos
ayudan a sentirnos plenos y felices.
Sin embargo, en algunas oportunidades sucede lo contrario; la familia, para
algunos es el sitio de peleas, competencias y diferencias. Recuerdo que una
amiga le decía a otra:
─Mi marido y yo somos inseparables.
La amiga preguntó:
─¿Andan siempre juntos?
─No, es que cuando nos peleamos, se necesitan hasta ocho vecinos para poder
separarnos.
Para otros la familia es el lugar donde han vivido malos momentos,
frustraciones, pesar, convirtiéndose en un verdadero infierno.
Recuerdo cómo una esposa se despertó, en medio de la noche, y no vio a su
esposo en la cama. Se levantó y fue a buscarlo por la casa. De repente,
escuchó que lloraba, en el sótano. Bajó y le preguntó:
─¿Mi amor, por qué estás llorando?
─¿Te acuerdas, veinte años atrás, cuando tu padre me amenazó con que si no
me casaba contigo, iría a prisión? –le preguntó él.
─Sí, ¿por qué? ─inquirió la esposa.
─¡Porque esta noche ya hubiera salido de la cárcel!
Sin duda, es una manera cómica de describir una triste realidad. Seguramente,
las cosas pueden cambiar, y la realidad puede modificarse por una mucho más
agradable y beneficiosa. Nosotros somos los artífices de nuestras familias.
Para ello ha sido pensado este libro. Usted podrá encontrar una guía práctica
para hacer de su casa su mayor tesoro.
La familia no se constituye de un día para el otro, sino que es el resultado de
un esmerado y comprometido trabajo de sus miembros. Por tal razón la Biblia
exhorta: «La mujer sabia edifica su casa».1

1
Proverbios 14:1ª
La mujer que puede abocarse al maravilloso esfuerzo de defender su casa y
hacer todo lo posible por mantener su hogar, renunciando al egoísmo, a las
discusiones sin sentido, a las palabras hirientes y al mal humor, es inteligente.
Pero para llevar adelante una familia, no sólo es necesario el compromiso de
la mujer, sino que, también, es responsabilidad del hombre velar por el bien de
ella y de su casa.
Este pasaje cita uno de los errores en el que podemos caer los hombres: «Hay
hombres cuyas palabras son como golpes de espada».2
Cuando se cae en el enojo, resulta difícil controlar las emociones y también las
palabras. Estas pueden convertir nuestro hogar en un infierno o en un paraíso;
todo depende de nosotros, de la manera en que sepamos utilizarlas.
Estamos frente a un gran desafío. Este libro posee el propósito de señalarle
principios claves que le ayudarán en la tarea de cuidar y fortalecer los pilares
de su hogar. Si este es su anhelo, avancemos juntos en esta maravillosa
experiencia.

Comparta con nosotros su historia. Escríbanos a [email protected]

2
Proverbios 12:18ª
Inicio
Lo primero es la familia

A lo largo de la vida, atravesamos diferentes cambios; en la historia de la


humanidad, existen muchas cosas que así lo demuestran. Algunos de ellos
fueron producto de un proceso muy lento; pero, en los últimos tiempos, debido
al aceleramiento de la forma de vida, los cambios se viven de forma más
repentina, y nos cuesta adecuarnos a ellos porque se ha obviado el período de
adaptación y, por lo tanto, se nos dificulta incorporarlos en nuestra vida diaria.
De una forma u otra, inexorablemente, los cambios están allí. ¡Basta mirarnos
con detenimiento frente al espejo para convencernos!
Sin embargo, por más que los años trascurran, existen valores que trascienden
a los cambios. Uno de ellos es el de la familia, que perdura a través de las
épocas y momentos históricos.
En este último tiempo, muchos movimientos se pusieron en marcha, y han
salido a la luz algunos indicios que tienen la intención de perturbar este pilar
de la sociedad. Algunos de ellos se inscriben dentro de las denominadas
corrientes «progresistas». Cuando escucho las propuestas que ellos levantan
en sus discursos, me generan la sensación de que estamos frente a un ensayo.
El problema es que, si sale mal, habremos afectado no cosas, sino personas, y
el destino mismo de la humanidad. Debiéramos saber que con la vida no se
experimenta.
Las nuevas ideas ─que, en el fondo, creo que siguen siendo las mismas de
siempre, pero que ahora surgen recicladas y con otro envoltorio─ pretenden
correr los límites acerca del concepto de familia. Poco a poco, restarle el valor
intrínseco que posee para la formación del individuo y en el desarrollo de su
personalidad, de su carácter y de sus emociones. Si no se miden las
consecuencias, cualquier movimiento extraño puede derivar en un daño, cuyas
secuelas sean irreparables.

No nos dejemos engañar


Existe una gran diferencia entre lo que hoy en día se llama «tolerancia» y la
palabra «aceptación». Conceptos tales como discriminación y marginación
han alcanzado gran importancia. Sin embargo, se prestan a confusión. Los
términos «aceptar» y «aprobar» expresan ideas distintas; la discriminación
tiene que ver con rechazar; pero aprobar o desaprobar no se relaciona con
rechazo, sino con la posibilidad de expresar lo que pienso, mis convicciones
personales. Por tal motivo, como ser humano, puedo aceptar una realidad,
pero una cosa distinta es que pretendan obligarme a aprobar lo que yo
considero que es incorrecto.
Esto puede ejemplificarse en la relación padre e hijo. El padre continuamente
aceptará a su hijo, pero no siempre aprobará sus conductas. El hijo será amado
y, por lo tanto, gozará del apoyo y ayuda de su padre, quien, no obstante,
frente a alguna situación que considere incorrecta, no dudará un instante en
manifestárselo. No le dirá al hijo que todo está bien, sino, por el contrario, le
expresará su desacuerdo. Esto, de ninguna manera, implica un retiro de su
afecto y cariño.
Mi deseo no es hablar «en contra de», sino «a favor de» la familia. Mi
intención es considerar un principio significativo que logró mantener la
existencia y el desarrollo de la humanidad a lo largo de miles de años, y este
valor es el de la familia.
Es interesante destacar que hombre y mujer mantienen diferencias muy
marcadas, lo que no implica una distinción jerárquica en sí misma, pero
significa que son diferentes en sus maneras de ser. Esto se manifiesta tanto en
su estructura física como psicológica.
Sin embargo, ambos son sumamente importantes en el proceso de desarrollo y
formación del niño, para el cual, son necesarias la imagen paterna y la
materna.
Influenciamos con el 80% de lo hacemos y sólo con el 20% de lo que
decimos. Esto significa que el individuo no influye con lo que dice, sino con
lo que ES.
No es necesario concurrir a una escuela especial para aprender a influir sobre
los hijos. Algunos padres, por diferentes razones, no lograron finalizar sus
estudios o han carecido de enseñanza formal, sin embargo, por eso no van a
ser malos padres. Pero, sí, esto puede ser causa de que algunos padres se
sientan en inferioridad de condiciones y se subestimen por no haber cursado
estudios superiores, ya que piensan que no podrán formar a sus hijos de
manera correcta porque creen que la formación se hace exclusivamente desde
la intelectualidad, desde lo que se sabe. Pero esto no es verdad: se ejerce
influencia con lo que uno es. Y, ¿qué se es? Se es honesto, se es correcto, se es
veraz, se es fiel y todo esto se logra a través del carácter. Carácter, principios,
no es sinónimo de educación formal. Por tal motivo, es desde lo que somos
que alcanzaremos a marcar la personalidad de nuestros hijos; y este aporte lo
proveen los dos, el padre y la madre; se necesita de ambos. Por eso resulta
prácticamente imposible reemplazar sus roles.
Es sabido que el matrimonio se encuentra atravesando una profunda crisis,
pero esto no es motivo para creer que la institución matrimonial ha caído en
desuso y que resulta anticuado tratar de aplicarla.
A veces, se observa a parejas que están en continuos conflictos y se piensa, de
forma apresurada, que la mejor decisión que pueden tomar es separarse. Para
ahorrarse inconvenientes y problemas, a otras parejas se les aconseja que no se
casen. Todo esto es fruto de creer que el matrimonio es un estado que ha
caducado, una moda que ha sido reemplazada por otra, la de la «convivencia
sin compromiso».
Pero debemos entender que no podemos reemplazar el valor del matrimonio
sólo porque éste no se esté desarrollando de la manera adecuada. Si tomamos
ese atajo, lo único que lograremos es traer mayor ruina sobre el ser humano,
que necesita pertenecer y ser formado en el seno de una familia, y disfrutar de
poseer y ser parte de ella.

La familia, patrimonio de la humanidad


Podemos realizar un cambio, y es regresar al valor de la familia como tal.
Debemos protegerla, precisamos con urgencia levantar los valores que han
hecho de la familia el pilar de la humanidad.
Cada país cuenta con series televisivas encargadas de mostrar todos los
avatares y problemas que puede enfrentar una familia. Suelen ser graciosas,
amenas y entretenidas, por su contenido real y vivencial. Recuerdo, en la
Argentina, una serie semanal que se emitió por los años 70. Particularmente,
se caracterizaba por revelar un sin fin de situaciones complicadas que la
familia debía resolver; cada miembro era un mundo lleno de problemas y
enredos. Pero, al llegar al final de cada capítulo, se veía cómo la familia se
reunía junto a la mesa para almorzar y, mientras, se armaba una gran discusión
entre ellos, debido a todas las situaciones producidas a lo largo del día; el
padre de familia, finalmente, calmaba el alboroto, pedía silencio y decía en
voz alta: «¡Lo importante es la familia!».
Creo que la familia continúa siendo un valor fundamental en la vida del
hombre. Cuando nos detenemos a mirar las páginas de los periódicos y leemos
los encabezados de las noticias, si por un momento analizamos con
profundidad las causales de las problemáticas sociales, nos daremos cuenta de
que todas las dificultades de nuestra sociedad tienen su origen en la crisis que
atraviesa la familia.

Observando la realidad
Mientras se escucha hablar, desde hace tiempo, sobre la crisis del concepto
tradicional de familia, y de la ampliación de esta noción, por medio de
adjetivos como «ensambladas» o «monoparentales», en varios países, sigue
siendo fuerte, como institución pilar de la sociedad, la familia tradicional.
En una reciente encuesta realizada en la Argentina, la consultora Gallup llegó
a las siguientes conclusiones:
Para el 80% de los argentinos, la familia fundada a través del matrimonio es el
eje en el que debería estar centrada la sociedad. Incluso, el 48% de las
personas opina que la solución de fondo para problemas sociales, como la
delincuencia juvenil, las adicciones y la violencia, se encuentra en que el
Estado adopte políticas que promuevan la vida familiar. Mientras que un 38%
mencionó, como segunda medida, el aumento de presupuesto destinado a
problema sociales.
Las conclusiones surgen de un estudio de opinión sobre Matrimonio y Familia
que la Universidad Austral encargó a la consultora Gallup, por segunda vez (la
primera fue en el año 2000). La muestra tiene carácter nacional y reúne la
opinión de mil adultos que fueron entrevistados.
Vivimos una paradoja: el mundo actual pareciera vivir patas para arriba,
donde todo está cambiado. Lo digo porque existen continuos movimientos que
resultan contradictorios. Por un lado, se encuentran las parejas heterosexuales
que luchan por leyes que les permitan divorciarse y, de esa manera, romper
sus compromisos; pero por otro lado, se encuentran las parejas homosexuales
que luchan por conseguir leyes que les permitan constituirse en una unión
matrimonial. En otro sentido, las parejas heterosexuales piden leyes que les
permitan abortar, y las homosexuales luchan por tener la aprobación de los
legisladores para conseguir el amparo jurídico y, así, lograr leyes de adopción.
Algo no está funcionando bien; si nuestros abuelos se levantaran de la tumba,
creo que, de la decepción, se vuelven a morir. ¿Qué nos está sucediendo?
Existe un dato de mucha relevancia y que no podemos desestimar: la única
institución con más de cinco mil años de existencia es la familia; ninguna otra
ha podido resistir el paso del tiempo y los diferentes avatares vividos. La
humanidad enfrentó diversas crisis y cambios, pero, así y todo, la familia ha
sido aprobada como la célula mínima que ha sustentado la sociedad y la vida
del ser humano.
Tengamos cuidado, no podemos atacar la familia, sin sufrir las consecuencias.
En el desempeño de mi trabajo, continuamente observo el valor fundamental
que tiene la familia, en lo íntimo de cada persona. Muchos han podido
sobreponerse a los momentos más difíciles de su vida, gracias a la fuerza que
su familia les dio, al permanecer, cada día, incondicionalmente, a su lado. Por
eso, sin dudar, podemos declarar: «¡Lo primero es la familia!».
Consejos prácticos para mantener una familia sana
Principio 2
Aprender a ser demostrativos

«¡Si tú sabes que te quiero!», dice un marido a su esposa, en medio de un


diálogo. Es que no basta con saberlo, hay que decirlo.
Necesitamos cada día sentirnos afirmados en nuestros afectos. No basta con
que una vez en la vida nos hayan dicho que nos amaban para sentirnos
contentos por el resto de nuestra existencia. El ser humano es uno de los seres
más dependientes del afecto: diariamente, precisa una cuota que debe ser
suplida. Es una necesidad íntima de sentirnos amados, aceptados tal cual
somos e importantes para nuestro entorno. Por eso es fundamental, en la
relación de pareja, la demostración del afecto.
Se dice que la mujer tiene un amplio poder de comunicación. No sé si han
advertido cómo lo demuestran; desde sus primeros años de vida, las niñas
suelen comenzar a hablar mucho antes que los niños. En mi caso, soy padre de
tres varones. Recuerdo que todos fueron lentos para expresarse, pero
particularmente, uno de mis hijos fue el que más tarde empezó a hablar. Si
tenía hambre, era gracioso su manera de demostrarlo: le tomaba la mano a mi
esposa, la llevaba frente a la heladera y, con su mano, se la señalaba, dando así
a entender que en su interior había algo que él deseaba, que, por ese tiempo,
era la leche para su biberón. En otras oportunidades, ni siquiera eso, sólo lleva
su mano a la boca, indicando que quería comer. ¡Vaya manera de expresar sus
necesidades!
Aunque nos suene gracioso, lo lamentable es que, muchas veces, como adultos
hacemos uso de los mismos medios, a la hora de comunicarnos. Nos alcanza y
sobra con algunos monosílabos. Al regresar de un día de trabajo se nos
pregunta cómo nos fue, y lo resumimos maravillosamente: Bien. Esa palabra
sirve para indicar que, yendo hacia el trabajo, no tuvimos inconvenientes en el
tránsito, que durante la jornada laboral todo transcurrió sin mayores
sobresaltos —ninguno de los compañeros se enfermó— y que, además,
pudimos regresar a casa sin ningún contratiempo.¡Qué poder de síntesis!
En otras ocasiones, hacemos uso de las palabras «no», «sí», «bueno». En la
lista, no puede faltar el lenguaje no verbal: los asentimientos con la cabeza o,
finalmente, sonidos que no responden a una palabra específica, pero que los
usamos para diversas circunstancias.

Aceptando las diferencias


A la hora de hablar, hombre y mujer se diferencian marcadamente. Está
comprobado que las mujeres diariamente usan cincuenta mil palabras, y los
hombres, sólo veinticinco mil: aquí tenemos el origen de muchos de los
problemas en el matrimonio. Sucede que el hombre, al regresar a su hogar, ya
casi gastó todo su repertorio de palabras, mientras que las mujeres todavía
cuentan con veinticinco mil; en cambio, el hombre, habiendo hecho uso de
todas, no tiene nada más para hablar o decir.
Las mujeres son muy amplias a la hora de expresarse. Por ejemplo, cuando
dos mujeres hablan, pueden pasarse una hora tratando un mismo tema, porque
dan cada detalle de él. En cambio, los hombres suelen expresar la idea central,
y listo. Si se le pide a un hombre que asistió a una boda que cuente cómo fue,
seguramente, dirá que estuvo bien y, a lo sumo, explicará en que consistió el
menú. En cambio, pregúntele a una mujer lo mismo y verá que ella le dará un
detallado informe de todo lo sucedido, que irá desde el comienzo de la
ceremonia, pasando por el detalle de la ropa que los novios lucían y
continuará, paso por paso, por todo lo que sucedió en el transcurso de la fiesta.
Ella ve y retiene mucho más que el hombre, digamos que es mucho más
detallista.
Somos así de distintos, pero tenemos algo en común: ambos necesitamos la
expresión del afecto. Es fundamental, a la hora de expresar el amor, no
mezquinar nuestra manera de decirlo: ¡repítalo cuántas veces quiera, le puedo
asegurar que nunca será mal recibido!
Se necesita tanto de las palabras como de los gestos de cariño; son como
pequeñas sorpresas que mantienen fresco el amor. Al hacerlo, le
demostraremos y expresaremos que en el día pensamos en ella. Esto no tiene
que ser algo costoso, basta con un llamado telefónico para manifestar que la
tenemos presente.
En otras oportunidades, puede ser comprarle algo que le agrada, como flores,
bombones, o invitarla a cenar afuera. Las mujeres, por su parte, son intuitivas
y conocen nuestras preferencias, y, cuando de agradar al esposo se trata, lo
hacen a la perfección.

Saber y hacer, dos cosas distintas


«Saber y saberlo demostrar es valer dos veces» (Baltasar Gracián).
No es lo mismo desear agradar a mi cónyuge que, finalmente, hacerlo. Lo
primero se inscribe en el ámbito del conocimiento; lo segundo, en el de la
acción. Yo puedo pensar en ser demostrativo, pero, por diversas razones, dejar
pasar la oportunidad, y sentirme tranquilo con mi conciencia, ya que al menos
lo pensé, sólo que no tuve la oportunidad de demostrarlo. Quiero decirle que
su pareja no es adivino: necesita ver hecho realidad lo que usted pensó.
Un matrimonio precisa la expresión del afecto porque esto provee a sus
integrantes de intimidad emocional. Les permite expresar sus sentimientos,
deseos, aspiraciones, gustos, metas y sueños, entre tantas otras cosas que
facilitan y enriquecen la relación entre dos personas que comparten sus vidas.
La familia se sostiene en la demostración del afecto; esto la nutre y la
fortalece.
¿Suelen expresarse sus cualidades? Es común marcar los errores, pero y ¿qué,
de los aciertos? Oraciones como:
«¡Qué bien resolviste este problema!»
«¡Qué moderada fue tu respuesta!»
«¡Qué buena estuvo tu exposición!»
«¡Nadie lo podría hacer mejor que tú!»
«Eres talentoso, eres buen compañero, buen padre y tantas otras cosas más...»
Todos necesitamos reconocimiento y estímulo, por más fuertes que
parezcamos, precisamos la aprobación de los demás y, especialmente, de
nuestra pareja. Las palabras de ánimo y afirmación edifican nuestra relación y
sostienen la autoestima. Hombre y mujer necesitan el apoyo emocional en
todo tiempo y, más aún, cuando llegan las crisis. Aprenda a edificar con sus
palabras y no desanime a su familia con sus comentarios ni la destruya con
palabras inadecuadas. No derribe en un segundo lo que le costó tanto
sacrificio. Que su aporte sea positivo, porque —por si no lo sabía—, está
construyendo su propio hogar. ¡No sea mezquino, entregue lo mejor!
Muchas veces tendremos que luchar con nosotros mismos. A algunas personas
no les resulta difícil ser expresivos, ya que así fueron criados; o bien, se debe a
su naturaleza (su personalidad extrovertida le facilita el sacar las cosas). En
cambio, a otros le costará horrores poder expresar lo que sienten; no es que no
lo sientan, sino que se frustran por no saber comunicarlo de manera correcta.
Si ese es su caso, tiene por delante un gran desafío. Deberá vencerse a sí
mismo para poder contribuir al fortalecimiento del hogar.
A partir de ahora, propóngase tener momentos y oportunidades para expresar
su afecto y verá cómo la atmósfera de su hogar cambiará por completo.
Principio 3
Compleméntense en las diferencias

Se cuenta que un hombre que hacía mucho tiempo no disfrutaba de unas


vacaciones se encontró con una lámpara que, en su interior, contenía a un
genio muy poderoso que solía conceder los deseos de quienes lo liberaban.
Ante tal oportunidad, el hombre se impresionó y no dudó un instante en frotar
la lámpara. A los segundos, un despliegue de humo y color salieron de ella y
luego, como por arte de magia, la figura del genio se presentó. El hombre
estaba expectante. El genio lo miró y dijo:
─Pídeme tu deseo y te lo concederé.
El hombre pensó y dijo:
─Quiero una autopista desde aquí hasta Hawai. El genio lo miró y respondió:
─Lo veo un poco difícil, pídeme otra cosa. El hombre pensó por un momento
y dijo:
─No me llevo bien con mi esposa, en algunas oportunidades sencillamente me
es imposible comprender qué le sucede. Dígame ¿por qué lloran cuando son
felices? O ¿por qué cambian de humor sin razón alguna? ¡¡¡Ayúdeme a
entender a las mujeres!!!
El genio lo miró atentamente y le preguntó.
─La autopista a Hawai, ¿la quiere de uno o de dos carriles?

¿Iguales o distintos?
Cuando nos enamoramos, nos parece tocar el cielo con las manos, y tenemos
la sensación de que justamente mi otra mitad cuenta con aquellas cualidades
que a mí me faltan; por eso, en un primer momento, se experimenta esa
impresión de sentirse completo. Mas a medida que el tiempo transcurre, esa
sensibilidad o espontaneidad que me impactó puede llegar al punto de
cansarme o desilusionarme.
Se dice que la mujer es perceptiva y el hombre racional; en determinado
momento, estas diferencias nos atraen; pero luego, por alguna razón, se tornan
en puntos de conflicto.
¡Qué bueno es poder concentrarse en las cualidades positivas y, no, en las
aristas negativas! Todos tenemos un lado positivo y otro negativo. Si sabemos
que no somos perfectos, esto nos ayudará a no ser tan exigentes con nuestro
cónyuge.
En una oportunidad, un hombre encontró a su amigo soltero llorando
desconsoladamente; inmediatamente, le preguntó:
—¿Qué es lo que te sucede?
Su amigo le contestó:
Acabo de encontrar a la mujer perfecta.
—¿Y cuál es el problema? —le replicó.
—Es que se acaba de ir con el hombre perfecto.
De una u otra manera, debemos darnos cuenta de que no somos perfectos.
Para lograr tener un matrimonio estable, debemos tener en claro que existen
marcadas diferencias entre el hombre y la mujer. Un breve repaso nos ayudará
a situarnos:

*La mujer es más intuitiva. Interiormente, es como si tuviera una brújula que
le permite estar orientada. Por lo general, es ella quien ve venir los problemas.
En lo referido a las relaciones, tiene mayor certeza sobre lo que sucede, se da
cuenta inmediatamente de si los demás están bien o no. En su rol de madre
esto es fundamental; por eso será que los niños, en la primera etapa, necesitan
tanto de ellas. ¡Nadie como ellas para discernir qué precisan!
En las relaciones interpersonales, la mujer percibe con mayor claridad las
intenciones de los demás.
El hombre, por el contrario, es más racional. Tiene la capacidad de ser más
preciso, a la hora de tomar decisiones; no se enreda en los detalles, sino que va
al grano de la cuestión. No se distrae en los aspectos menos importantes, sabe
distinguir lo prioritario de lo secundario.

*La mujer es más sensible. Con esto, no digo que el hombre carezca de
sensibilidad; sólo digo que las mujeres tienen una capacidad mayor de ver las
necesidades de las personas y suelen expresar sus emociones con mayor
facilidad.
Al hombre le cuesta mucho más manifestar sus sentimientos y saber
interpretar las necesidades de quienes lo rodean. Por eso él debe trabajar en
esta área.

*En el área sexual también es diferente.


La mujer disfruta la sexualidad de un modo distinto al hombre; a ella le
encanta el romanticismo de la relación, la demostración de la ternura y el valor
de la delicadeza. Antes de entregarse a una relación sexual, debe haber
disfrutado de palabras amorosas y de acciones cariñosas. No se brindará
completamente en la relación, si antes no recibe amor, envuelto de palabras y
caricias.
El hombre es rápidamente atraído por los ojos y llega al clímax de forma más
rápida que la mujer. Disfruta de la intimidad tanto sea por acto externo como
interno.
El hombre tiende a ser menos comunicativo. Por lo general, las esposas suelen
quejarse de esto; los hombres hablan mucho menos que las mujeres, y esto a
ellas les acarrea frustración; piensan que ellos no las aman o que no le prestan
importancia a la relación.

*Físicamente.
Quizás, esta es la parte más visible para todos nosotros. La contextura física es
distinta. La mujer posee huesos más pequeños, hombros menos anchos, menor
fuerza física; su piel es más delicada, y utiliza ambos hemisferios cerebrales,
tanto el izquierdo como el derecho; por lo tanto, combina lo racional con lo
intuitivo.
El hombre posee huesos más grandes, hombros más anchos, mayor fuerza
física, y utiliza con mayor frecuencia uno de los dos hemisferios, lo cual lo
hace más lógico.

Si usted desconoce estas diferencias, caerá en muchas decepciones; si es


hombre, esperará que su esposa reaccione como usted lo haría; y si es mujer,
también se frustrará cuando note que su esposo lo hizo de manera
completamente contraria a la que lo hubiera hecho usted.
El conocimiento y la aceptación evitarán la frustración y las falsas
expectativas. Tomar contacto con nuestras respectivas diferencias facilitará la
comprensión, proveerá un mayor entendimiento entre ambos y, también, nos
ayudará a tener en claro qué se espera de nosotros y nos permitirá entender el
comportamiento de nuestro cónyuge. En algunas oportunidades, las
discusiones son fruto de no comprender la reacción del otro, porque partimos
de premisas distintas, reaccionamos según aquello que pensamos, y nuestro
pensar es producto de lo que somos, y entonces afirmamos que hombre y
mujer somos distintos.

El secreto de la felicidad
En mi función de consejero, durante las charlas previas al casamiento, suelo
preguntarle al novio:
—¿Por qué deseas casarte?
Rápidamente, el joven me contesta:
—Porque quiero ser feliz.
El problema sucede cuando le hago la misma pregunta a la novia y obtengo
igual respuesta: ella también quiere ser feliz. Note que el acento está puesto en
uno mismo, en como cada uno busca su propia felicidad.
Nos equivocamos cuando el énfasis lo fijamos en nuestra propia persona, nos
convertimos en seres egoístas.
El secreto del éxito de la relación radica en querer hacer feliz al otro. El amor
es aquel que nos lleva a pensar primero en la persona que amamos y, luego, en
nosotros.
Nos encontramos con un serio problema, cuando como personas nos sentimos
incompletas y, en ese estado, salimos en búsqueda de una relación de pareja.
La dificultad se presenta en que pretenderemos que el otro sea el encargado de
satisfacer nuestras necesidades personales, ya que por nuestra cuenta no
logramos sentirnos completos.
Esto me recuerda a un insecto llamado garrapata. Conocí su existencia
cuando era niño. Resulta que, por ese tiempo, tenía un perro al que amaba
mucho y con el que pasaba momentos divertidos. Pero, en una oportunidad, él
estaba muy molesto y se negaba a seguir jugando conmigo. Lo llevé al
veterinario para saber qué le sucedía. Él lo revisó y luego me dijo que el
problema era que tenía garrapatas. Yo no entendía de qué se trataba, y
entonces el veterinario me explicó que estos insectos se fijan en la piel del
perro y su objetivo es extraerles la sangre; es decir, que la garrapata vive del
perro. Para que el animal continúe con su vida de manera normal, hay que
sacárselos.
Al conversar con muchas parejas me he dado cuenta de que se casan,
buscando que el otro supla todas sus necesidades de personas. Es como si
dijeran: «para esto me he casado, acá estoy, hazme ese hombre feliz que he
soñado, o hazme esa mujer feliz que siempre quise ser». Simplemente, hay
reclamos: «¿Qué vas a hacer para que sea feliz?».
Cuando en una pareja ambos se sienten incompletos, serán entonces como dos
garrapatas; pero, entiéndalo bien, dos garrapatas sin perro. Es allí cuando uno
le toca el timbre al otro y le demanda: «¡Hazme feliz!», sin saber que el otro
tampoco tiene nada para ofrecer, y que él también está insatisfecho y vacío.
Antes de comenzar una relación de pareja, debemos estar maduros y
completos como personas, y sólo el acercarnos a Dios nos proveerá el sentido
de valor y de realización. Al acercarnos a Dios, encontramos la felicidad y no
tendremos que salir a buscar ninguna otra cosa ni persona que nos provea la
plenitud. Con él, lo tenemos todo. De esta forma, no caerá en el error de
buscar en su pareja lo que solamente Dios puede brindarle. Amigo, ¡sólo Dios
le permitirá sentirse totalmente feliz!, y, cuando esto sucede, su matrimonio se
convierte en un lugar para compartir lo que cada uno posee y, ya no, para
demandar.

Capitalizando las diferencias


Las diferencias pueden ser nuestra mejor aliada. ¿Cómo? Si las vemos como
un complemento y, no, como una confrontación. ¿No es maravilloso saber que
mi cónyuge posee aspectos de personalidad, de los cuales yo carezco? Por lo
general, uno de los dos es más extrovertido que el otro, y esto nos ayuda, a la
hora de entablar nuevas relaciones.
Uno será más precipitado y el otro, más cauteloso, y esto nos permitirá tener
un equilibrio, en el momento de tomar decisiones.
Si, por un momento, nos detenemos a mirar las diferencias como
complemento, veremos cuánto tiempo hemos desperdiciado. Sí, somos
distintos, y, justamente, eso fue lo que nos atrajo cuando nos conocimos;
convivir con otra persona igual a nosotros nos resultaría tan aburrido que ni
siquiera lo tuvimos en cuenta a la hora de enamorarnos. El gran secreto será
potencializarse en las diferencias.
Cuando Dios habla de la unión del hombre y la mujer para constituir una
familia, lo hace, diciendo: «Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su
madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne». 3 El hombre y la mujer,
que se unen para casarse, dice el pasaje: «serán una sola carne». El verbo está
en tiempo futuro, habla de una progresión. Se refiere a un trabajo constante y
a largo plazo.
En la próxima oportunidad en que se presente una diferencia, tome otro
camino; no se enoje, piense la manera de sacar provecho de la situación y verá
cuán beneficioso es.

3
Génesis 2:24
Principio 4 Parte 1
Aprendan a pedirse perdón y a perdonar

Siempre hay que tomar la iniciativa, cuando tenemos una diferencia en el


matrimonio.
Cuando un conflicto se generó, no vale la pena seguir buscando culpables; lo
más importante es solucionarlo.
Muchas veces, tenemos la ilusión infantil de pensar que los problemas se
solucionan por sí solos, sin darnos cuenta de que su naturaleza,
inexorablemente, lo lleva a agrandarse aún más. Un problema no solucionado
siempre tiende a volverse en otro mayor.
Lo mejor que puedo hacer con un conflicto es encararlo; esta palabra no tiene
otro significado que ponerle la cara, enfrentarlo: sin lugar a dudas, éste será el
primer paso para solucionarlo. Algunas personas tienen temor de hablar las
cosas porque sienten miedo a ser rechazados o abandonados; pero, sin saberlo,
la conducta huidiza sólo agudiza la situación, en vez de solucionarla.
Los temores buscan la intimidación; nos dicen que, si hablamos, las cosas
empeorarán y, de algún modo, levantan escenarios trágicos.
En una confrontación, no interesa quien empezó o quien está ofendido. Dios
espera que yo tome la iniciativa y me mueva para tratar de solucionarlo. No
espere por la otra parte, hágalo usted.

Entrénese en el arte de solucionar conflictos


Definitivamente, en el matrimonio tendremos diferencias porque, de hecho,
como ya lo hemos desarrollado en el capítulo anterior, somos diferentes. El
secreto estará, entonces, en la manera en que reaccionemos frente a los
conflictos que, inevitablemente, se generarán.
Luego de colaborar en la tarea de asesorar a cientos de matrimonios que
atravesaron crisis en los primeros tiempos de casados, recuerdo que mi esposa
me comentó la idea de poder grabar una cinta donde explicarle a la pareja
cómo resolver los conflictos de los primeros años de casados. Cada pareja
piensa que sólo a ellos les sucede; pero, en realidad, todos atravesamos por los
mismos problemas. Todos tuvimos problemas al comenzar. Por lo general,
iniciamos la relación con una gran ilusión y con muchas expectativas
positivas, pero, a pesar de que los conflictos no se esperan, llegan. Cuando
esto sucede, pensamos que sólo nos pasa a nosotros, y comienzan a surgir las
preguntas: ¿Me habré casado con la persona correcta? ¿Me habré equivocado?
Nos sorprende el temor, pero nada de esto es cierto. Es sólo que la pareja
inició el camino hacia la madurez, el camino de la fusión del uno y el otro.
En cierta oportunidad, recuerdo una charla con una pareja que atravesaba un
tiempo de conflicto. Comenzaron a reprocharse el uno al otro:
—Porque si él pusiera su 50% y yo, mi 50 %, entonces, esto, sí, funcionaría —
dijo con énfasis la reciente esposa.
En ese momento, la interrumpí y les dije que no era exactamente esa la
manera de hallar la solución. Para que verdaderamente un matrimonio
funcione, no sirve de nada poner el 50 %, porque ¿cuál será el destino del otro
50%? Seguramente, lo pondré en mí mismo. El verdadero secreto es poner el
100 %; sólo así funcionará, cuando lo pongo todo, cuando lo entrego todo.

Elija perdonar
El enojo nunca será la correcta manera de solucionar una diferencia, la ira
terminará consumiéndonos. Así lo dice el libro de Job 5:2: «Al necio lo mata
la ira».
También, el mismo escritor, con sabiduría, agrega: «Te despedazas en tu
furor» (Job 18:4). El enojo incontrolable se convertirá en nuestro peor
enemigo y terminará carcomiéndonos interiormente, como las termitas a la
madera, hasta destruirla por completo.
Muchas veces, el éxito de hablar para solucionar diferencias depende de elegir
los momentos correctos. No lo haga cuando esté cansado o luego de una
jornada agotadora, o en momentos en que, seguramente, lo podrán
interrumpir. Busque el momento adecuado, tampoco lo haga delante de sus
hijos; ellos no podrán entender lo que sucede, y les afectará emocionalmente.
La clave es elegir los lugares correctos. No intente solucionar los conflictos
por teléfono, esto muchas veces los agrava.
Por el otro lado, debemos evitar ir a acostarnos sin haber solucionado el
motivo de la discusión. Al tratar de hallar la salida, tenga en cuenta el punto
de no perder el equilibrio: no se desgaste hasta llegar al agotamiento. Aun en
los conflictos armados suele existir lo que se denominan treguas, las cuales
buscan garantizar un período de cese del fuego para buscar soluciones. Este
principio puede ayudarle en hallar remedio a su problema.
La primera tentación que sufrimos al intentar resolver un conflicto es querer
hacer una lista de todo lo que debo decirle; allí estará cada detalle, cada mal
acto, cada equivocación, cada vez que se olvidó de mí, cada vez que no me
llamó por teléfono; en esa lista estarán los detalles de todos sus errores, sin
olvidarme de ninguno de ellos.
Me ha tocado oficiar como mediador en muchos conflictos matrimoniales. En
muchos de ellos, recuerdo cómo cada uno sacaba su lista de errores —pero,
entiéndame bien—, no, los propios, sino los del otro. Los agravios podían
remontarse a muchos años atrás, aun a períodos donde todavía ni siquiera se
habían casado, cuando simplemente eran novios. ¡Qué difícil es permanecer
ileso en medio de una verdadera balacera de disparos de fuegos, en la que la
munición cada vez aumenta de calibre!
¡Qué fácil es ver los errores en los demás! No en vano el Evangelio, en
palabras de Jesús, dice: «¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu
hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?». 4 Cabe recordar
que una viga puede llegar a tener 40 centímetros o más, pero una paja,
prácticamente, es milimétrica. ¡Qué increíble! Así es nuestra naturaleza.
Por eso, al querer solucionar un problema en el matrimonio, será esencial y
condición sine qua non reconocer mis errores. Imagínese qué fácil sería si,
frente al conflicto, cada uno, en primer lugar, hiciera esto. Así, los problemas
se solucionarían sencillamente.

Deponiendo el orgullo
El libro de Proverbios de Salomón está lleno de consejos sabios. Nos dice:
«La blanda respuesta aplaca la ira».5 Al iniciar una conversación, en búsqueda
de solucionar un conflicto, ¿pensó alguna vez la respuesta que originaría si, en
vez de defenderse, comenzara admitiendo su parte del error? La otra persona
espera que usted le grite; y, en cambio, usted inicia la conversación en un
tono suave y reconociendo su ofensa. ¿Se imagina la sorpresa? ¡Qué reacción
distinta generaríamos!
Mas allá de descolocar a su esposa u esposo, le revelará su amor y el deseo
sincero de buscar una solución. El egoísmo nos lleva a un solo camino, el de
la auto justificación y la destrucción de nuestro matrimonio y hogar. La
manera de vencerlo será asumiendo, simplemente, mis errores y pidiendo
perdón.
Recordábamos las palabras del rey Salomón: «La blanda respuesta aplaca la
ira».6 Luego agrega: «Mas la palabra áspera hace subir el furor».
Es prácticamente imposible querer apagar un incendio con nafta. La blanda
respuesta es siempre mejor que las palabras irónicas o sarcásticas.
En resolver conflictos, no sólo es importante lo que se diga, sino es definitivo
CÓMO SE DIGA.
Si lo que uno dice es ofensivo, se recibirá una respuesta defensiva.
Nuevamente, Salomón aporta su sabiduría al decir: «El sabio de corazón es
llamado prudente, Y la dulzura de labios aumenta el saber».7

4
Mateo 7:3
5
Proverbios: 15:1
6
Proverbios 15:1
7
Proverbios 16:21
Todos contamos con un arsenal de armas a las que debemos renunciar si
deseamos sinceramente recomponer las relaciones. Destruir las armas que
tenemos es una condición. Son armas de condenación, palabras sarcásticas y
ofensivas.

«El perdón es la llave que abre la puerta del resentimiento y las esposas del
odio. Es un poder que rompe las cadenas de la amargura y los grillos del
egoísmo» (William Arthur Ward).
Principio 4 PARTE 2
Aprendan a pedirse perdón y a perdonar

Escuché la historia de cierto hombre que fue entrevistado por televisión. A


juzgar por su aspecto, era entrado en años, pero gozaba de una vitalidad única
y parecía disfrutar intensamente de la vida. Cada intervención de su parte
provocaba risa en el estudio. Para finalizar, el periodista le preguntó cuál era
su fórmula de vida, porque, seguramente, tendría un secreto para verse tan
bien. El hombre lo miró y dijo: «No, no tengo ningún secreto. Es tan obvio
como que usted tiene una nariz. Cuando me levanto, por las mañanas, tengo
que escoger entre ser feliz o infeliz. ¿Y qué cree usted que hago? Prefiero ser
feliz, y eso es todo».
Esto puede sonar un tanto simplista, a no ser que la persona que respondió de
ese modo se llamaba: Abraham Lincoln. Este hombre, que fue admirado por
muchos, recuerde que dijo que la gente es feliz en la medida en que se lo
propone.
Sucede que todos, de alguna manera, somos confrontados en algún momento,
a amargarnos por el resto de nuestra vida o a, simplemente, decidir ser felices.
No sé qué piensa usted; pero yo no quiero pasar amargado el tiempo que me
queda; prefiero ser feliz y, en este sentido, déjeme decirle que tener la actitud
de perdonar lo guardará de vivir bajo la cárcel del odio y el resentimiento.

Reconociendo una poderosa trampa


La palabra ofensa, en griego, es «skandalón», que significa trampa, tropiezo,
carnada. En la antigüedad, se usaba para describir una carnada. Es como un
trozo de pescado que coloca el pescador en la punta de su caña para encubrir
el anzuelo que quedará enganchado en la boca del pez desprevenido. Las
confrontaciones en nuestra pareja se convierten en trampas que nos hacen
perder la paz y que nos envenenan por dentro, matando el amor de la pareja.
Frente a las ofensas que nadie está libre de cometer, sólo queda un camino: el
perdón.
Conjugar este verbo es una de las cosas más difíciles para el ser humano; cada
vez que digo: «perdóname» o «te perdono» debo derribar mi orgullo y mis
razones. Es que «no es un tema de quién tiene la razón, sino que es un tema de
relación».No importa, llegado a este punto, quién tiene la razón, sino que lo
fundamental es cuidar mi relación. La relación debe imponerse a las razones.
De lo contrario, terminaremos discutiendo quién tiene razón, y lo único que se
perjudicará es la «relación de amor y de respeto».
Cuando una pareja logra poner su relación por encima de sus razones
personales, ha alcanzado un nivel de madurez que le permitirá enfrentar
cualquier adversidad que la vida le presente; esa relación se hará tan fuerte,
por haber pagado el precio de morir así mismo.
El Rey Salomón, con la sabiduría que lo caracterizó, supo decir: «Mejores son
dos que uno; porque tienen mejor paga de su trabajo. Porque si cayeren, el uno
levantará a su compañero; pero ¡ay del solo! que cuando cayere, no habrá
segundo que lo levante. También, si dos durmieren juntos, se calentarán
mutuamente; mas, ¿cómo se calentará uno solo? Y si alguno prevaleciere
contra uno, dos le resistirán; y cordón de tres dobleces no se rompe pronto».8
Es importante comprender que cada vez que gano yo, que ganan mis razones,
pierde mi matrimonio, se desgasta mi relación. En cambio, cada vez que YO
pierdo, gana mi MATRIMONIO, es decir, ambos somos beneficiados.
Debo ser sincero y no defender lo indefendible, debo admitir mis errores;
hacerlo es el comienzo para que el vínculo roto sea reestablecido nuevamente;
el querer insistir en tener la razón muchas veces me termina enmarañando de
tal manera que finalmente ni sé cómo fue aquello que disparó la discusión.

La causa de la infelicidad
Si tengo una actitud madura, los problemas no tendrán la oportunidad de
producir amargura.
Se cuenta que un hombre de negocios viajaba de una ciudad a otra en un
elegante tren. En el coche comedor, se sentó cerca de un matrimonio que, a
juzgar por sus ropas y por su vocabulario, era de una buena posición
económica. La mujer vestía lujosamente, pero experimentaba uno de los
momentos más desagradables consigo misma. En voz alta, manifestaba su
disconformidad con todo y todos. Al esposo, por el contrario, se lo notaba de
buen humor. Ambos hombres comenzaron a dialogar. El hombre de negocios
se sentía un tanto incómodo por la actitud de la mujer, que no cesaba de
manifestar su descontento. En la conversación, el esposo le preguntó a su
compañero de viaje a qué se dedicaba y luego le comentó que él era abogado.
Luego, con una sonrisa, miró a su esposa y dijo:
—Mi esposa es fabricante.
Esto era sorprendente porque la mujer no tenía el aspecto de ser una industrial.
De manera que el hombre le preguntó:
—¿Qué fabrica?
—Infelicidad —contestó—, fabrica su propia infelicidad.
Es una situación incómoda pero no deja de ser cierta; muchas veces, con
nuestras actitudes y formas de enfrentar la vida, lo único que construimos es
nuestra propia infelicidad.

8
Eclesiales 4:9-12
La vida está llena de oportunidades para amargarnos o para vencerlas con una
actitud distinta. Frente al odio y la ira, existe una alternativa: el perdón. Los
conflictos en el matrimonio son oportunidades para generar roces,
confrontación y desgaste. En cambio, el perdón es el camino para sanar las
heridas y acortar las distancias.

Recorriendo el camino del perdón


Existe un sentimiento que produce mucho malestar: es no sentirnos amados,
queridos, necesitados, y, generalmente, lo experimentamos cuando discutimos
en el hogar. Esto provoca un gran daño en nuestra autoestima. Si, como
personas, no nos vertimos hacia afuera o no tenemos valor para alguien,
terminaremos deprimiéndonos y enfermándonos. Es que la vida fue hecha
para compartirla, y en ese compartir surgen las diferencias. Cuando hablo de
diferencias, me refiero a todas las que pueden aparecer, desde las triviales —
que solemos catalogar como intrascendentes—, hasta aquellas otras cosas que
ya entran en la categoría de graves, como puede ser una infidelidad. Sin
embargo, la salida para ambas situaciones es la misma y se llama: perdón. Es
este un regalo que todos deberíamos poder recibir y estar dispuestos a
entregar. El perdón nos libera de tener que ser perfectos y produce sanidad en
las relaciones rotas, antes que la amargura se instale y nos robe nuestro bien
más preciado: la familia.
Definitivamente, no es sencillo perdonar. Me pregunto: ¿por qué cuesta
tanto?; es que cuando perdonamos, morimos; tal cual como lo acaba de leer,
morimos a nuestro egoísmo; por eso cuesta, por eso duele.
El camino del perdón es, entonces, un camino de dolor que nos llevará a
crecer. Si quiere crecer, le va a doler. Para que una relación de familia crezca,
va a haber sufrimiento. Dice el psicólogo John Leddo, de Leesburh, Virginia:
«Cuando intentamos crecer, debemos enfrentarnos al dolor, lo cual puede ser
un poderoso obstáculo al crecimiento. Este dolor puede manifestarse de
muchas maneras desagradables: temor, resistencia al cambio, miedo en
reconocer una verdad acerca de nosotros mismos que no nos resulta
particularmente agradable».
El doctor Leddo observa que el dolor es temporal, pero el crecimiento es
permanente.
Un matrimonio feliz es un romance en que tanto el héroe como la heroína
tienen que estar dispuestos a morir en el primer acto que surjan las ofensas; si
morimos a querer mantener la razón, habremos descubierto el camino para que
nuestra familia viva por medio del perdón.
Es todo un desafío, pero recordemos: Lo primero es la familia.
Principio 5
Desarrollar una buena comunicación

La mala comunicación puede acarrear muchos malentendidos.


Un hombre salió de la nevada ciudad de Chicago para pasar unas vacaciones
en el cálido estado de la Florida. Su esposa estaba en viaje de negocios y
planeaba encontrarlo allí el día siguiente.
Al llegar al hotel en Florida, el esposo decide enviarle un mail a su mujer.
Como no encontró el papel donde había anotado el correo electrónico de su
esposa, trató de recordarlo de memoria y suplicó que no estuviera errado. Por
mala suerte, se equivocó en una letra, y el mensaje fue a parar a la esposa de
un pastor, que había muerto el día anterior.
Cuando la esposa del difunto revisó sus mensajes, dio un grito de horror y
cayó desmayada. Al oírlo, su familia corrió para ver lo que sucedía. Cuando
entraron al lugar, leyeron el texto del mail en la pantalla de la computadora.
Decía:
«Querida esposa:
Acabo de llegar. Fue un largo viaje. Aquí todo es muy bonito. Muchos
árboles, jardines...
A pesar de tener aquí pocas horas, me está gustando mucho. Ahora voy a
descansar. Hablé aquí con el personal y está todo listo para tu llegada, mañana
mismo.
Estoy seguro de que te va a encantar.
Besos de tu amoroso esposo.
P.D.: ¡Está haciendo un calor infernal aquí!».

Las parejas enfrentan un sinnúmero de situaciones complejas a lo largo de su


existencia, pero aquellas que perduran en el tiempo gozan de un común
denominador: aprendieron a comunicarse. Es que lo cierto es que el primer
punto de contacto de una pareja pudo comenzar en un cruce de miradas, pero
en realidad, fue la conversación, el intercambio de ideas, lo que le dio inicio y
forma a la relación.
Gracias a la comunicación, podemos conocernos y expresar nuestras ideas y
emociones, y en un matrimonio esto es fundamental. ¿Recuerda la cantidad de
tiempo que usted solía pasar con su esposa cuando recién se conocieron? ¿Las
largas charlas telefónicas que siempre resultaban cortas, salvo que los que nos
rodeaban nos indicaban lo contrario? Las largas cuentas telefónicas para pagar
nos daban nota de lo mucho que nos comunicábamos. Esos eran días en los
que parecía que siempre había temas por charlar, y el tiempo se pasaba
rapidísimo. Quiero decirle que esa realidad no es sólo para esa etapa, no se
agota en el noviazgo. ¡Hay mucho más por conocer del otro y por hablar! Las
parejas que no la desarrollan entran en un estado de aburrimiento y, en los
momentos de crisis, recuerdan con nostalgia qué pasó con ellos que ya casi no
hablan de nada. Esta no tiene porque ser su realidad.
El matrimonio, a veces, piensa que por el hecho de vivir bajo el mismo techo,
o por contar con cierto grado de intimidad sexual, ya esto es indicio suficiente
de que se están comunicando. Pero nada más lejos de la realidad: la
comunicación se debe alimentar por medio de la conversación.

Existen algunos factores que distorsionan la comunicación:


1) Vida agitada
Este es un mal actual. La vida posmoderna está llena de actividades,
responsabilidades y tareas por cumplir. Sin darnos cuenta, caemos en un
ritmo que nos envuelve y perdemos el valor de comunicarnos y
simplemente charlar. Experimentamos largas jornadas laborales que nos
dejan casi exhaustos, pero luego, al llegar a casa, tenemos que continuar
con las demandas y resolver otras cuestiones del hogar, como pueden ser
pagos económicos o problemas con los hijos. La consecuencia de todo ello
nos lleva a caer desplomados en la cama, prácticamente sin aliento. Hay
muchos casos en los que ambos cónyuges salen a trabajar, y sus horarios se
cruzan: mientras la esposa llega al hogar, él sale para dar inicio a su
jornada laboral; así, apenas si pudieron intercambiar algunas palabras.

2) La llegada de los hijos


Ser padres es una de las experiencias más maravillosas de la vida, pero esto
no quita que los hijos demandan tiempo y esfuerzo. Primero, porque son
chicos y necesitan todo el cuidado; luego, las responsabilidades son otras;
no importa qué edad posean; finalmente, siempre requieren de nuestra
atención.
Cuando llegan los niños, es muy importante que la esposa sepa dedicar
un tiempo específico para su esposo y no permita que éste sea invadido
por el recién nacido. El primer rol de la mujer es ser esposa y, luego,
madre; de la misma manera con los hombres: primero, esposo y,
después, padre. Los hijos estarán un tiempo en el hogar, pero luego,
naturalmente, cada uno escogerá su camino y formará su propia familia.
Lamentablemente, no son pocos los matrimonios en los que, llegado
este momento, cada cónyuge se da cuenta de que tiene a su lado a un
extraño, ya que durante años no invirtió tiempo en enriquecer la
relación matrimonial.
3) Un enemigo suelto
¡Cuidado, un enemigo en tu hogar anda suelto! ¿Qué será? Si no te diste
cuenta, el matrimonio no sólo experimenta la triangulación con la llegada
del primer hijo: el televisor, hoy en día, es uno de los elementos que más
interviene en esta separación. Difícilmente se pueda hablar en la mesa
familiar, si la TV está encendida: ella tiene el poder de captar toda la
atención. Además, con la llegada del control remoto, el entretenimiento
aún se intensifica; sin movernos, con solo presionar un botón, vamos
saltando de un tema a otro, y todo de una forma tan entretenida que sólo
hay espacio para pedir que te alcancen el pan o la bebida; esos son los
únicos comentarios durante la cena.
La televisión suele convertirse en uno de los ídolos modernos más
adorados. Antiguamente, los pueblos se postraban ante sus dioses, que no
eran otra cosa que ídolos: grandes esfinges de talla, a las que ofrecían sus
tributos y ofrendas. Los dioses les daban las pautas para seguir y
delineaban sus conductas morales y de vida. Hoy en día, la familia se reúne
en derredor del nuevo ídolo llamado televisión. Este falso dios pide cada
vez más tiempo y, además, es quien termina influyendo en los valores y
principios morales que determinan la conducta de la familia.
Sin duda, la televisión es uno de los dioses actuales de la sociedad, y
algunos opinan que los pueblos adoptan el carácter de los dioses que
adoran: dioses de la guerra dan lugar a pueblos guerreros, dioses
sanguinarios desarrollan pueblos sanguinarios, dioses inmorales producen
pueblos inmorales. Por eso, no podemos permitir que la televisión sea la
que, finalmente, moldee nuestros valores y principios, y forje el carácter de
nuestros hijos.

4) Modelos equivocados
Si en su familia sus padres no desarrollaron una buena comunicación en el
momento del conflicto, seguramente a usted le costará resolver los
problemas con su cónyuge. Un padre que, frente al problema, sólo gritaba,
o una madre que respondía con indiferencia, seguramente no serán
modelos aconsejables para seguir. Pero, en realidad, uno tiende a volver a
cometer los mismos errores bajo los cuales vivió en su etapa de formación.
¡Rompa su modelo defectuoso!

A pesar de nosotros, siempre estamos comunicando


Es imposible la no comunicación; en realidad, éste es uno de sus cinco
axiomas. No sólo nos comunicamos cuando hablamos, sino que lo que
sucede es que existe una relación íntima entre la conducta y la
comunicación: Nos comunicamos con lo que decimos tanto como con lo
que no decimos. Los gestos, la manera de vestirnos, la forma de caminar,
todo comunica y habla de nosotros.
De todos modos, la comunicación puede sufrir algunas alteraciones. Por
ejemplo, a veces, es incongruente; hay una marcada diferencia entre lo que
decimos y lo que mostramos. Un esposo puede decirle a su esposa, que,
afanosamente, trató de preparar la mejor cena: «¡Qué sabrosa estuvo la
comida!», y, al mismo tiempo, ella notar que apenas la probó.
Otra forma usual de deformar la comunicación es hacer uso del doble
mensaje. En un nivel lógico, digo algo; pero en otro, lo contradigo. Por
ejemplo, aquellas parejas que agreden con palabras pueden decir: Aunque
te haya dicho que no servías para nada, eso no significa que no te quiera.
Esto no es congruente.
La paradoja es otra manera, la cual implica una contradicción en sí misma:
«Me casé contigo, no sé por qué».
Todas estas cosas entorpecen y bloquean la comunicación, y terminamos
cerrándonos al diálogo.

Crezca en la comunicación
En un primer acercamiento con un desconocido, nos vinculan frases
simples, tales como: «¡Qué lindo está el día! o ¡Qué calor hace hoy!».
Cuando el vínculo es un poco más cercano, solemos comenzar a expresar
hechos. Estos son como informes de cosas que suceden, por ejemplo:
«¡Perdí el tren para ir al trabajo!».
Existe un nivel más que nos lleva a expresar lo que pensamos. Aquí hemos
crecido en nuestro horizonte de intimidad, ya que no a cualquiera le
diremos nuestras ideas sobre diferentes temas.
Sin embargo, podemos avanzar un poco más y llegaremos al momento en
que, debido a la seguridad, podemos expresar al otro lo que sentimos: este
es un nivel muy importante ya que esto sólo se lo decimos a aquellos en los
cuales confiamos.
Pero aún existe un lugar más íntimo en la relación, y es cuando abrimos las
puertas de nuestro corazón y revelamos la intimidad de lo que nos sucede.
¿En qué nivel está usted?
Siempre se puede crecer y profundizar la relación un poco más. Póngalo en
práctica.
Principio 7
Mantenga la llama encendida

Si por un momento hacemos un poco de memoria, lo primero que nos sucedió


al enamorarnos fue descubrir que una llama se había encendido en nuestro
corazón: esa llama es el amor.
Indudablemente, el amor es el que todo lo sustenta, capaz de resistirlo todo. El
rey Salomón solía cantarle al amor y dejó grabado en sus escritos la fuerza que
para él tenía, al decir: «Las muchas aguas no podrán apagar el amor».9 ¡Qué
gran verdad! Cuando el amor está encendido, no es fácil encontrar algo que lo
apague. Es que es un sentimiento fuerte. Así lo expresa en otra cita Salomón:
«Porque fuerte es como la muerte el amor».10
El verdadero amor es mucho más fuerte que una simple y pasajera emoción;
de otra manera, no podría enfrentar las grandes adversidades que la vida le
presenta.

El amor supera las dificultades


Todos conocemos increíbles historias de matrimonios que lograron superar la
adversidad. Humanamente, era imposible; mas ellos lo consiguieron. Si los
observamos, sin duda fue el amor el elemento que los mantuvo unidos, a pesar
de la dificultad.

Amor es compromiso
Muchas veces, se confunde el amor con un sentimiento fugaz que carece de
profundidad. El amor es compromiso. Esta palabra no es muy vendible, hoy
en día. En un mundo donde todos quieren sentir y disfrutar, a nadie le interesa
tener que pagar el precio que representa hacer frente al compromiso.
Básicamente, el amor no es un sentimiento, sino una decisión: la decisión de
amar otra persona. Luego, por encima del compromiso, vendrá el sentimiento.
Un amor sólo basado en el sentimiento será como un río sin su cauce:
solamente producirá una gran inundación, pero no llegará a ninguna parte.
Únicamente, el río que posee abundante agua y cuenta con un cauce profundo
podrá llegar lejos, en el camino de la vida.
Es el amor el que sustenta el matrimonio, el amor comprometido. Y este amor
se materializa en un pacto de matrimonio.
Es esencial comprender que el matrimonio se sustenta sobre un pacto de amor.
¿Por qué pacto? Es que el pacto habla de un compromiso asumido sin límite
alguno. Hoy, en vez de hablar de matrimonio, se habla de contrato. La gran
9
Cantares 8:7
10
Cantares 8:6
diferencia es que éste es limitado, tiene restricciones, no es incondicional.
Pero el matrimonio se funda en la entrega del 100% de cada cónyuge. Si
quieres formar una maravillosa familia, debes entregarlo todo por completo.

Las dimensiones del amor


Constantemente, debemos renovar nuestro pacto de amor en el matrimonio,
asumir el compromiso con la persona que decidimos amar.
Nuestra lengua castellana es muy rica en palabras, sinónimos y giros
idiomáticos; sin embargo, el griego es, todavía, más específico en sus
expresiones. Un claro ejemplo de esto acontece con la palabra «amor». En el
castellano, contamos con un solo vocablo para referirnos a una relación de
entrañable afecto; pero, en el griego, existen tres palabras diferentes. La
primera es «FILEO» y alude al amor filial, es el amor de la amistad; la
segunda es «EROS» —de donde deriva la palabra castellana— y se refiere al
amor erótico, en la intimidad de la pareja. La tercera, «ÁGAPE», habla del
amor que da sin esperar nada a cambio, es un amor que se entrega sin
condición; es el amor más profundo, más sublime. Hoy en día, sólo se habla
del amor «EROS»; la relación de pareja está totalmente erotizada, únicamente
parece servir con el propósito sexual. Por eso una relación así durará muy
poco tiempo. Será fugaz, intrascendente.
Algunos otros van un poco más allá y caminan juntos, comienzan a descubrir
la relación de amistad, de compañerismo en la pareja, que es fundamental en
la construcción del matrimonio y del hogar. El inconveniente se presenta
cuando llegan los problemas; ya que, ante las reiteradas diferencias —las
cuales hemos visto con anterioridad y son inherentes a la vida de convivencia
—, empiezan a desgastarse y creen que no hay más alternativa que la
separación.

Viva el verdadero amor


Totalmente diferente es el matrimonio que, en primer lugar, ha puesto la
piedra fundamental del amor, que es el amor ÁGAPE, maravillosamente
descripto por San Pablo: «El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene
envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no
busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se
goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
El amor nunca deja de ser».11
Es el amor que está dispuesto a renunciar, a entregar, a morir por el otro. Por
este motivo la Biblia identifica al amor «ÁGAPE» como el amor divino.
Sobre él, entonces, se puede edificar el amor «FILEO», el caminar juntos,
11
1 Corintios 13:4-8
donde se conocen las almas. Este amor le da valor a la amistad y al
compañerismo. Mas como corolario de los anteriores es que se puede llegar al
amor «EROS». La relación íntima en el matrimonio es la consecuencia del
compromiso mutuo de la pareja. Éste se expresa en el pacto de amor, en la
responsabilidad de cuidarse y protegerse el uno al otro.
Si se atreve, ésta puede ser su experiencia. No se conforme con un amor
empobrecido por las miserias del hombre ni envilecido por el egoísmo propio
del ser humano, ¡no viva un amor devaluado! Usted puede hacer de su
matrimonio una experiencia maravillosa y altamente gratificante, porque,
recuerde: «¡Lo primero es la familia!».
Cómo encontrarse con Dios

¿Cuál es su propósito?
La vida sin propósito carece de significado. Dios anhela una salida feliz para
usted. El momento decisivo se produce cuando el hombre se pregunta a sí
mismo: «¿Qué haré con mi vida?».
Recordaba el relato de aquella vez que Martin Luther King fue invitado a
pronunciar el discurso de graduación a un colegio de nivel secundario. Al
recorrer la escuela, se encontró con uno de los estudiantes y entabló con él el
siguiente diálogo:
—Roberto, ¿cuáles son tus planes para el futuro? —fue su primera pregunta.
—Por ahora, deseo entrar a la facultad de Derecho.
—¿Y después? —inquirió el predicador.
—Me propongo establecerme sólidamente en mi profesión de abogado, luego
casarme y tener una familia —respondió el joven.
—¿Y qué más? —insistió el predicador.
—Debo decirle francamente, que me propongo ganar mucho dinero, para no
tener que retirarme demasiado tarde y poder viajar para ver diversas partes
del mundo —replicó el joven.
Con insistencia, el predicador continuaba preguntando. Pero llegó un
momento cuando el muchacho le dijo:
—Pues, estos son todos mis planes.
Entonces, con una actitud que denotaba compasión, el predicador le dijo:
—Roberto, tus planes son muy cortos. Lo más que pueden durar son setenta o
cien años. Debes hacer planes bastante amplios que comprendan a Dios y que
alcancen a la eternidad.
Estimado amigo, ¿cuál es su plan para el futuro? No son los logros ni el
conocimiento lo que decidirá su destino, sino cuánto involucra a Dios en sus
decisiones.

¿De qué debo ser salvo?


Los cristianos suelen hablar de la Salvación, pero... ¿de qué debo ser salvo?
La Biblia enseña en el libro a los Romanos 6:23 que: «La paga del pecado es
la muerte eterna». Esto significa que si vivimos toda una vida de espaldas a la
única luz que existe, por consiguiente, lo que tendré frente a mí no será otra
cosa que sombras, oscuridad y tinieblas. De la misma forma, cuando estamos
de espaldas a Dios, nuestra vida está en tinieblas, amargura, desánimo,
inseguridad, dolor y otras tantas cosas que lo único que logran es hacernos
más infelices cada día.
Todo esto es la consecuencia de vivir de espaldas a Dios. La Biblia denomina
a esta actitud como: pecado. Seguramente, el problema que hoy estás
atravesando es una oportunidad para encontrarte con Dios, ya que Él te está
esperando con sus brazos abiertos desde hace tiempo.
La Biblia dice: «Dios está cercano al quebrantado de corazón y al contrito de
espíritu». Al reconocer esto, la siguiente pregunta es:

¿Qué debemos hacer para ser salvos?


La salvación es gratuita; nadie debe realizar esfuerzo alguno por obtenerla, ya
que lo único que se requiere es arrepentirnos de nuestros pecados, depositar
nuestra fe en Jesús y creer que Él es el Salvador de nuestra vida. En pocas
palabras, simplemente, darnos vuelta hacia la luz y dejar atrás las tinieblas
para comenzar a vivir una vida llena de luz, que es lo que tanto estamos
necesitando.
Como consecuencia, Dios nos colma de las siguientes bendiciones:
1. Nos otorga una nueva oportunidad.
2. Él llevó nuestros problemas, temores, y enfermedades sobre sus
hombros, dándonos descanso y libertad (Mateo 11:28-30).
3. Nos hizo poseedores de una paz que sobrepasa todo entendimiento, aun
en medio de los problemas (Filipenses 4:6-7).
Si reconoce su condición, y a partir de hoy quisiera volverse a Dios, repita
esta oración:
«Señor Jesús, reconozco que hasta este momento viví a mi manera y sé que
por eso sufrí tantos fracasos. Hoy te pido que me perdones y que limpies
todos mis pecados. Ya no quiero seguir como hasta hoy, deseo conocer la
verdadera vida. Dios, quiero conocerte. Todo esto te lo pido en el nombre de
Jesús. Amén».
Si ha hecho suya esta oración, tengo una gran noticia para usted: Hay una
nueva oportunidad para su vida. A partir de hoy Jesús será su amigo. No deje
de acercarse a Él en oración y mediante la lectura de la Biblia, el manual de
cómo poder vivir una vida plena.
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