El Poder

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EL PODER DE LA LEY O LA LEY DEL PODER

¿Qué es el poder?

Es una idea seminal y muy comúnmente presente entre los escritores socialistas es
la necesidad de neutralizar la injusticia que surge de las desigualdades en la distribución del
poder. La respuesta dada al proceso social de la concentración de poder está en el corazón
de las cuestiones que debe resolver la filosofía política. El socialista deliberadamente busca
establecer un sistema social que, mientras preserva los auténticos beneficios de la
cooperación social, opera para impedir y neutralizar la concentración de poder que plantea
tan enorme amenaza para la libertad personal. A pesar de que el concepto de poder es uno
de los conceptos más profusamente utilizados en la literatura, la filosofía y las ciencias
sociales, sin embargo pocos son los que se atreven a dar una definición clara y precisa del
mismo, y de los que lo intentan, éstos rara vez coinciden en su significado. Tampoco la
tradición marxista, según Nikos Poulantzas, nos ofrece una definición teórica de este
concepto, a pesar de que éste aparece, implícita y explícitamente, en multitud de sus obras.
El hecho es que los dos enfoques principales en la teoría actual de la estratificación social,
el marxista y el neoweberiano, comparten una misma premisa: la estratificación social
consiste en la creación y la distribución del poder en la sociedad.

En su significado más general, la palabra ‘poder’ designa la capacidad o posibilidad


de obrar, de producir efectos, y puede ser referida tanto a individuos o grupos humanos
como a objetos o fenómenos de la naturaleza (como en la expresión ‘poder calórico’ o
‘poder absorbente’). En particular, la definición de poder humano abarca tanto el poder
sobre uno mismo como sobre la naturaleza así como el poder del hombre sobre otro
hombre. La idea del poder sobre uno mismo es corriente en la literatura y en la filosofía.
Decía Lao-Tse que “El que domina a los otros es fuerte; el que se domina a sí mismo es
poderoso”. Más actualmente, el psicólogo Daniel Goleman, en uno de los mejores libros del
siglo XX (Inteligencia emocional) nos habla de la gestión de los sentimientos, que consiste
en:
 El conocimiento de las propias emociones, o sea la capacidad de reconocer un
sentimiento en el mismo momento en que aparece.
 La capacidad de controlar las emociones, es decir de adecuarlas al momento.
 La capacidad de motivarse a uno mismo, de subordinar la vida emocional a un
objetivo.
 El reconocimiento de las emociones ajenas, o sea la empatía.
 El control de las relaciones, que indica la habilidad para relacionarnos
adecuadamente con las emociones ajenas.

El poder del hombre sobre la naturaleza se ha acrecentado con la revolución científico-


técnica iniciada a partir del siglo XVI, y que se ha desplegado a un ritmo imparable desde
la Revolución Industrial del siglo XVIII. Las esperanzas que suscitó este proceso en su
momento se han tornado, en la actualidad, en fuente de honda preocupación por la
posibilidad de destrucción de los equilibrios ecológicos y aún, de la raza humana guerra
nuclear. Pero lo principal de nuestras reflexiones se van a dirigir al poder del hombre sobre
el hombre, o poder social. Este se ha definido como la capacidad de imponer, o de
amenazar exitosamente con imponer, cargas o privaciones por no cumplir lo demandado.
Pero el hecho es que existen múltiples formas de ejercicio del poder que van más allá de la
habilidad de coaccionar al sujeto, y que incluyen consideraciones de prestigio, persuasión,
manipulación, el sentido del deber, hábito, y magnetismo personal y erótico, así como por
supuesto el miedo a las sanciones físicas o económicas. Existen tres formas características,
que por lo regular se dan mezcladas en todas las relaciones de poder, si bien con
prioridades diferentes: la relación entre mandar y obedecer, la relación autoritativa y la
relación cooperativa o democrática. Donde más palpablemente parece expresarse el poder
es en la relación entre mandar y obedecer, que además conoce muchas modificaciones, las
cuales aparecen claras en los diversos medios de coacción o de sanciones, comenzando por
la coacción física hasta la sustracción de la benevolencia.
En la relación autoritativa (no decimos ‘autoritaria’) se forma una superioridad del uno
sobre el otro. En correspondencia el influjo va más a través del consejo y de la sugerencia,
a través del asentimiento y la confianza, que mediante la coacción directa a la acción. Se
basa esta relación autoritativa en la autoridad o prestigio de determinadas personas, que no
es otra cosa que el renombre o buen crédito de estas personas. En las sociedades antiguas
los principales depositarios del prestigio eran los líderes religiosos, pero en la actualidad
han pasado a desempeñar ese papel los intelectuales y los científicos. Últimamente, sin
embargo, la cultura de masas tiende a imponer cada vez más, por encima del prestigio, el
glamour de cantantes y actores de cine. Con el concepto formal ‘cooperativa’ designamos
las relaciones de poder que están llevadas por contratos mutuos, por compromisos, que se
logran en discusiones, y por controles, que en mutua inspección y crítica deben llevar a
cambios y mejoras.

Obviamente todas las personas buscan el poder en el sentido de luchar por adquirir los
medios y las capacidades para satisfacer sus necesidades y deseos. La mejor forma de hacer
una relación general de las sociedades, su estructura y su historia es en términos de las
interrelaciones de lo que denominaremos los cuatro tipos del poder social: el ideológico, el
económico, el militar y el político, mediante los cuales los seres humanos alcanzan una
gama muy amplia, pero no exhaustiva, de su miríada de objetivos. Hagamos ahora una
precisión sobre el poder económico. En Derecho, la propiedad es el poder directo e
inmediato sobre un objeto o bien, por la que se atribuye a su titular la capacidad de disponer
del mismo, sin más limitaciones que las que imponga la ley. Es decir, que las relaciones de
propiedad no son más que unas relaciones determinadas entre personas y cosas. Además, se
presenta este derecho como igualitario, esto es: teóricamente accesible a todos. Pero esto es
una ficción, pues los mecanismos previstos para que se adquiera el derecho de propiedad
establecen límites de hecho a la posibilidad de que todos sean sus titulares en igual medida,
incluso independientemente de los límites de los recursos generales disponibles: pues si A
es propietario de x, están excluidos automáticamente de la posibilidad de serlo B, C, etc. A
la igualdad teórica se le contrapone una discriminación, o sea una diferenciación práctica
que puede evaluarse cuantitativamente mediante la unidad de medida reconocida
socialmente, que es el dinero.

Por tanto, el poder económico encarnado en el derecho de propiedad es una relación de


persona a persona, un poder social. Es importante subrayar que el poder puede ser
socialmente maligno; pero es también socialmente esencial. Debe formularse un juicio
sobre él, pero no puede servir un juicio general que se aplique a todo poder. Por último,
podemos aseverar que la difusión y la igualación del poder es el único camino para lograr
una sociedad verdaderamente libre, en la que cada persona disfrute del máximo grado de
libertad comparable a un grado similar de libertad de las otras personas.

Otra definición de Poder

La definición de poder según la Real Academia de la Lengua Española nos remite a “la
capacidad, facultad o potencia de hacer algo”. Esta acepción podría ser asumida por muy
diversas disciplinas (trabajo social, psicología comunitaria, pedagogía, ciencia política,
sociología...); aunque podríamos encontrar diferencias al concretar: ¿a qué nos referimos
con ese “hacer algo” sobre el que tenemos capacidad o potencia?, ¿cuáles son sus
determinantes?, y ¿cuál es la trama de interdependencias entre estos determinantes y ese
algo que hay que hacer?

Desde esta aproximación, la idea de poder es compleja y nos puede remitir a diferentes
tipos de poder:

Un poder sobre los demás, que puede venir determinado por la influencia o control
sobre los otros, o sobre mecanismos que condicionan la acción de los otros, como podrían
ser las políticas.

Un poder para, el cual nos remite directamente a la acción directa, y por lo tanto no
plantea el poder como un ente a tomar sino que su existencia viene definida por su
ejercicio. (Holoway, 2002). Y por último, un poder con, un poder que se activa junto con
los demás, ya sea para la acción o para ejercerlo sobre otros.

El sociólogo Max Weber, en su obra Economía y Sociedad (1964: 43), define el poder
como “la probabilidad de imponer la propia voluntad, dentro de una relación social, aun
contra la resistencia y cualquiera que sea el fundamento de esa probabilidad”. Weber
apunta que el poder no solamente puede ser ejercido por la fuerza, sino que también puede
estar fundado en el consentimiento, a lo que llama dominación. La dominación podrá tener
una base en las costumbres, en el carisma de quién ejerce el poder o en la legitimidad que
atribuimos al sistema que regula el ejercicio del poder. El poder por lo tanto lo
encontraremos presente en toda relación social. (Weber, 1964: 172).

Para el pensador marxista Antonio Gramsci (1891-1937) el ejercicio del poder tampoco
debe asociarse necesariamente con el ejercicio de la fuerza, sino que las clases dominantes
(él hace referencia a la burguesía) ejercen el poder mediante la imposición de su visión,
valores y creencias (lo que denomina superestructura), las cuales se convierten en
referencia universal para la sociedad, posibilitándoles así perpetuar su posición de
dominación legítimamente ante el conjunto de la sociedad. A esta imposición sobre la
ideología (superestructura), la cual sustenta el control de unas clases sociales sobre otras, la
llama hegemonía cultural. Dicha hegemonía se transmite, entre otras vías, a través de las
instituciones educativas y los medios de comunicación. Años después, Paulo Freire (1921-
1997), reconocido pedagogo próximo a la teología de la liberación, en sus obras La
educación como práctica de la libertad(1969) y Pedagogía del oprimido (1970), también
parte de que la sumisión y la legitimación de la dominación han sido integradas en los
valores y la conciencia de las clases dominadas: “son raros los campesinos que al ser
promovidos a capataces, no se transformen en opresores, más rudos con sus antiguos
compañeros que el propio patrón” (Freire, 1970). Para combatirlo, planteará la necesidad de
una pedagogía crítica que acabe con el hecho de que el dominado, que tiene interiorizadas
dichas relaciones de tal forma que le parecen legítimas y naturales, pueda tomar conciencia
de lo que está ocurriendo, reflexionar, y actuar al respecto. Otros autores como Touraine
(2005) proponen que la toma de conciencia como un sujeto colectivo es el factor que
permite generar contraposición organizada a los poderes establecidos para plantear el
cambio. Desde la psicología social, French y Raven (1959), centrando su atención en las
organizaciones y la empresa, construyen una teoría de las relaciones de poder que también
nos puede ser de utilidad en el ámbito local, si hacemos un paralelismo y miramos el
ámbito local desde la perspectiva de la relación entre Administración y ciudadanía, y desde
la perspectiva de la relación entre la propia ciudadanía puesta en relación con la
Administración.

Para ellos, el poder tendría cinco dimensiones: el poder legítimo (derivado de una
autoridad formal); el poder de referencia (como capacidad de influir); el poder experto (más
limitado a habilidades o conocimiento de un ámbito concreto); el poder de recompensa (que
haría referencia a la capacidad de otorgar beneficios por el hecho de dejarse influenciar,
dejar hacer, o hacer lo que se le determine); y el poder de coerción (el inverso al anterior,
siendo también generador de resistencias y resentimiento). Michel Foucault, también en la
segunda mitad del siglo XX y desde una aproximación psicológica, pondrá en relación el
poder del ámbito gubernamental o de las instituciones con una trama compleja de poderes
generadora de interdependencias y resistencias presentes en la esfera social. Para Foucault,
“el poder no es una institución, no es una estructura o una fuerza de la que dispondrían
algunos: es el nombre que se le da a una situación estratégica compleja en una sociedad
dada” (Foucault, 2002: 113).

Para Foucault, por lo tanto, no existe un único poder, sino una trama de poderes, con
manifestaciones casi invisibles o sutiles, lo que el denominará el sub poder. El poder, para
este autor, no es algo que se pueda adquirir, sino que se ejerce. Está en todas partes, viene
de todas partes. Nada escapa a su control, no hay espacios sin poder. Según sus
proposiciones, una verdadera revolución necesitará de la transformación no sólo del poder
político, sino también de la transformación de esos sub poderes casi microscópicos o
capilares, como él define, que se dan en todas las relaciones inherentes a la vida (Foucault,
1980). El poder se construye, necesita de esa trama de poderes para funcionar y lo
encontramos en toda la sociedad. Poder y saber, a su vez, están estrechamente relacionados.
Por otra parte, también desde la psicología, encontramos otros conceptos que se
remiten a las relaciones de poder, como podría ser el de desesperanza o indefensión
aprendida (Seligman, 1975), el cual hace referencia a la resignación ante el poder. De
forma muy similar a las argumentaciones de Freire, pero partiendo de la experimentación
con animales, al trasladar el concepto de Seligman al ámbito social o a las políticas, nos
aporta la idea de incapacidad de acción o incapacidad de lucha por parte de las clases más
desfavorecidas, aun sabiendo que pueden existir condiciones y vías para mejorar su
situación.

Desde una perspectiva sociológica y politológica Lukes (1985), partiendo del análisis
de estudios de caso en el ámbito local, apunta que el poder implica un conflicto de intereses
(explícito, latente o potencial). Para este autor, el ejercicio del poder se traduce en la toma
de decisiones y en la acción, pero a su vez, el no tomar decisiones y la inacción también
suponen una forma de ejercicio del poder. Para Lukes, la inacción desde el poder también
puede modificar creencias, percepción de problemas o de problemas potenciales, incluso
hasta puede hacer actuar a los actores que no sustentan el poder en contra de sus propios
intereses. Mecanismos como el control de la agenda o de las prioridades determinarán la
emergencia, o incluso la percepción de existencia de problemas en función de los intereses
de quién sustenta el poder.

Lukes nos muestra así cómo se da el poder sobre y muestra cómo se da en una relación
dialéctica entre estructura y agencia. Desde análisis más recientes, situados en el terreno
electoral, Lakoff (2007) nos aproxima al poder generado a partir de la mediatización de la
política en nuestra sociedad de la información. A partir de su estudio de los éxitos
electorales del Partido Republicano en Estados Unidos, Lakoff nos muestra cómo el éxito
electoral que ha posibilitado que los republicanos estén en el poder se fundamenta en la
estrategia de “empotrar” (embed) mensajes en marcos mentales (frames) que implican
valores y sentimientos de los cuales somos totalmente inconscientes, encontrándose ocultos
en nuestro “inconsciente cognitivo”, y que son determinantes de lo que llamamos nuestro
sentido común, predisponiéndonos a la aversión o simpatía por determinadas ideas sin un
explicación racional. Una forma de ejercicio del poder, a partir de este análisis, es
conseguir que nuestro adversario hable en términos de nuestros marcos cognitivos, ya que
es allí donde nuestro discurso es coherente y se pone en relación con hechos que asumimos
como verdaderos, dificultando así su cuestionamiento.

Ganar esta batalla comunicativa es tener poder y, en la arena política, puede suponer
ganar unas elecciones. Desde la perspectiva de Lakoff podemos llegar a la conclusión de
que determinados conceptos que nos remitían al cuestionamiento del statu quo, a la acción
colectiva, incluso al conflicto para posibilitar el cambio, han sido neutralizados al ser
incrustados en otros marcos mentales. Este podría ser el caso del propio término
empoderamiento, el cual ha sido incrustado en frames que lo ponen en relación con la
superación personal o la responsabilidad individual, alejándolo de valores como la justicia
social o la organización colectiva.

Del poder al empoderamiento


El tránsito y el proceso del “no tener” al “tener” poder es lo que entenderemos en
este trabajo como empoderamiento, siendo, de forma simultánea, un proceso y un estado
(alcanzado o a ser alcanzado). El concepto de empoderamiento, al ser una traducción del
término empowerment del inglés, nos puede generar algunas dificultades en su uso y
análisis. Es a partir de la década de los 90 cuando empieza a existir gran producción de
bibliografía anglosajona que hace referencia al empowerment, por parte de diferentes
disciplinas y en ámbitos no solamente académicos, sino también profesionales y políticos.
El empowerment contempla dos dimensiones, la de la posesión de poder, y la del proceso o
aprendizaje para acceder a este. Esto puede generar algunos equívocos si intentamos hacer
traducciones literales del término. Por ejemplo, en español no existe palabra que recoja
estos dos significados. Apoderamiento es a veces utilizado como sinónimo, pero es una
traducción totalmente errónea de empowerment, ya que no recoge ese proceso para llegar al
poder, sino que plantea una otorgación desde fuera, en el sentido de “dar poder o poderes” a
alguien.
Por otra parte, existen claras resistencias a usar el neologismo empoderamiento en
territorio latinoamericano. La explicación se encuentra en que previamente a este concepto,
al menos en el ámbito de la psicología comunitaria en que fue acuñado por Rappaport en
1981, ya se venía haciendo uso del término fortalecimiento o potenciación desde los años
70 (Montero, 2003). También es cierto que, cada vez es más frecuente en países
latinoamericanos la utilización del término directamente en inglés. En ambos casos, sea el
término inglés o sus equivalentes en español, la definición contempla la creación de ese
poder por sus propios protagonistas (individuos, grupos y comunidades), y no lo plantea
como algo otorgado desde fuera.

Bacqué y Biewener (2016) proponen también una clasificación de empoderamiento en la


que encontramos tres modelos tipo, los cuales plantean diferentes niveles de
cuestionamiento del statu quo.
1) Un modelo radical, que tiene como objetivo la transformación social y se basa en el
cuestionamiento del sistema capitalista. Esta noción del empoderamiento abarcaría un
espectro que iría desde Paulo Freire al movimiento comunitario más próximo al
Community Organizing (Alinsky, 2012), pasando por autoras del movimiento feminista
contra la violencia de género en los Estados Unidos, tales como Susan Schechter (1982).
Este modelo parte de la existencia de grupos desfavorecidos o estigmatizados que se
pretende que sean reconocidos, tengan capacidad de autodeterminación y ganen acceso a
los derechos sociales y políticos a partir de la redistribución de recursos. Como explican las
autoras, esta aproximación cobra sentido en una cadena de equivalencias (Laclau, 1996)
que une las nociones de “justicia, redistribución, cambio social, concienciación y poder,
poder ejercido por los de abajo”. (Bacqué y Biewener, 2016: 20-21).

2) Un modelo liberal o socioliberal (desde la concepción anglosajona10) que “articula la


defensa de las libertades individuales con una atención a la cohesión social y a la vida de
las comunidades”. No cuestiona las desigualdades, aunque puede tomar en cuenta las
condiciones socioeconómicas y políticas del ejercicio del poder. “En su cadena de
equivalencia, encontraríamos las nociones de igualdad, oportunidades, lucha contra la
pobreza, buena gobernanza, automatización y capacidad de elección.”(Bacqué y Biewener,
2016: 21).
3) Un modelo neoliberal donde la economía de mercado se presenta como solución a todos
los problemas, implicando la desaparición del Estado. Su objetivo es que los individuos
sean capaces de tomar las mejores decisiones, desde una perspectiva racional, para
gestionar con éxito su vida, facilitándoles así estar integrados en el mundo del trabajo y el
consumo. No cuestiona la desigualdad social o la pobreza, simplemente plantea gestionarla.
Por último, encontramos el empoderamiento comunitario, un sistema más
complejo de las capacidades y relaciones entre grupos que, bajo una identidad compartida,
o una conciencia de bienes comunes compartidos, gestionan el poder colectivamente
(Musitu y Buelga, 2004). En este estadio casi utópico de distribución del poder, nos
encontramos con que este circula entre los distintos miembros de la comunidad —
individuos y colectivos o grupos y estos son capaces de tomar decisiones de manera
consciente, de cooperar y trabajar conjuntamente, así como de influir e incidir en las
cuestiones que les afectan colectivamente.
En este marco, se da un fortalecimiento de individuos y grupos; la diversidad y
heterogeneidad de sus miembros (individuales y colectivos) es respetada y reconocida; se
da una regeneración de liderazgos; los conflictos que pueden surgir entre grupos e
individuos son gestionados de forma colectiva; y, además, se es consciente de la posición
de la comunidad en las relaciones de poder respecto al medio o las instituciones externas
que la condicionan. El empoderamiento comunitario es necesariamente empoderamiento
sociopolítico, y derivará en la acción de la comunidad hacia tres posibles estrategias que
han de posibilitarle la mejora de sus condiciones y la toma del control de sus vidas: la
incidencia, la resistencia y la disidencia (Subirats, 2005). Estas estrategias (una, dos, o las
tres) podrán combinarse de distintas maneras según los contextos sociales y políticos y los
objetivos perseguidos por las comunidades.
La comunidad se hará resistente desarrollando acciones con el objetivo de no perder
derechos adquiridos o posiciones sociales. La incidencia se buscará a través de formas de
acción política que tengan como objetivo la modificación de las posiciones de la institución
hacia posiciones más ventajosas para la comunidad, incluso planteándose la toma del poder
para transformarla desde dentro. Finalmente, la disidencia responderá más a una lógica del
poder para, el poder hacer al margen de las instituciones, planteando generar iniciativas
alternativas y autónomas respecto al sistema dominante.

Existen diferentes modelos organizativos que regulan el poder en la toma de


decisiones políticas, entre los cuales podemos destacar tres: la democracia liberal o
representativa; la democracia directa; y la democracia participativa:
La democracia liberal o representativa centra y limita el papel de la ciudadanía a la
elección de los representantes, los cuales tendrán el poder soberano del gobierno y estarán
al mando de las instituciones públicas. Para los defensores de este modelo democrático, la
ciudadanía, una vez ha elegido a los representantes, debe mantenerse alejada del poder, por
su falta de neutralidad, su incapacidad de gestionar los intereses colectivos, y por su
tendencia a anteponer los intereses particulares ante el bien común. Por lo tanto, la crítica
central de los defensores de la democracia liberal a los otros modelos de democracia, es que
estas tienen efectos perversos. Para los liberales, la no participación por parte de la
ciudadanía, es un indicador de satisfacción respecto al sistema.
Dentro del modelo de democracia liberal encontramos la variante del modelo
pluralista de democracia (Laird, 1993). Este modelo plantea la necesidad de que exista
competencia de grupos organizados que representen los intereses de sus miembros como
garantía para un buen funcionamiento de la democracia. Desde esta concepción de
democracia, se obvia, sin duda, que en las relaciones sociales también existen relaciones de
poder (en base a capacidades, recursos, la cultura, etc.), y al no tenerlo en cuenta, propone
un sistema que refuerza a los grupos con mayor capacidad organizativa y de movilización
de recursos. Estos grupos no tienen ningún interés en el bien común, sino más bien en la
defensa de sus intereses particulares y corporativos, como es el caso de los grandes
capitales, grupos industriales, etc. Las estructures pluralistas, por lo tanto, darán lugar a
políticas elitistas y no garantizarán la igualdad política.

La democracia directa David Altman, uno de sus referentes teóricos, define la democracia
directa como el “grupo de instituciones políticas en que los ciudadanos deciden o emiten su opinión
sobre temas particulares en las urnas, mediante sufragio universal y secreto, y que no forman parte
del proceso electivo regular de autoridades” La voluntad de la democracia directa, por lo tanto,
es eliminar la intermediación de los representantes en la toma de algunas de las decisiones
que se consideran de importante trascendencia. La crítica al modelo de democracia directa
es la dificultad que implica mantener activos constantes mecanismos de consulta, aunque
cabe destacar que países como Suiza ponen a consulta de manera regular y sistemática un
gran número de decisiones mediante sufragio universal.
La voluntad de la democracia directa, por lo tanto, es eliminar la intermediación de
los representantes en la toma de algunas de las decisiones que se consideran de importante
trascendencia. a crítica al modelo de democracia directa es la dificultad que implica
mantener activos constantes mecanismos de consulta, aunque cabe destacar que países
como Suiza ponen a consulta de manera regular y sistemática un gran número de decisiones
mediante sufragio universal. La era de las tecnologías de la comunicación abre nuevos
escenarios y construye nuevas propuestas a las debilidades del sistema democrático, como
podría ser el caso de modelos democráticos basados en sistemas de voto digital (de
momento, modelos no aplicados en la gestión política cotidiana de las ciudades). Estas
propuestas plantearían un sistema representativo en el que, como hasta ahora, elegimos
representantes para que deliberen sobre las políticas, pero nos guardamos la posibilidad de
revocarles el voto de manera inmediata, no cerrando la posibilidad de un debate público
ciudadano a través de las redes sociales e internet. En resumen, podríamos hablar de una
deriva o combinación con apoyo tecnológico de los modelos anteriores.

La democracia participativa parte de una crítica a la democracia liberal. La considera


demasiado rígida y alejada de los intereses de los ciudadanos. La no participación en el
sistema electoral es interpretada como “insatisfacción ciudadana hacia unos políticos que
no son capaces de dar respuestas a los problemas sociales” (Kweit, 1987). En este sentido,
la propuesta de la democracia participativa es establecer mecanismos más allá del de la
elección de los representantes para afrontar esa falta de legitimidad del sistema
democrático.
La democracia participativa se presenta como una mejora del sistema estrictamente
representativo. Barber la define como una democracia fuerte, compatible con el sistema
representativo, y la asocia a la cultura cívica y a los valores de ciudadanía,
contraponiéndola a la democracia débil (democracia liberal-representativa) (Barber, 1984).
La democracia participativa, a su vez, se presenta como una posible solución a la
falta de eficacia de la democracia representativa, la cual no está siendo capaz de dar
respuesta a la complejidad, los nuevos retos y problemas de las sociedades modernas. El
hecho de que la democracia participativa haga intervenir a los ciudadanos comunes en los
procesos decisorios que les afectan la convertirá en un pilar para la educación democrática).
Por otra parte, el modelo de democracia participativa tampoco resuelve
completamente el problema de la legitimidad. Al generar mecanismos de participación no
fundamentados en la participación universal (o incluso en la participación obligatoria como
se da en algunos países en el sistema de elección electoral) se abren cuestiones como:
¿cuánta gente es necesaria para legitimar un proceso de participación?, ¿quién puede y
quién no puede participar? La ejecución o no de las decisiones tomadas que se derivan de
este proceso, ¿han de ser de cumplimiento estricto y obligatorio por parte de los
representantes políticos? Existe un modelo de democracia que puede complementar a
ambas, la representativa y la participativa, dando solución a estos problemas de legitimidad,

el modelo de la democracia directa.

Referencias Bibliográficas, y Material de Internet

Bacqué, M-H & Biewener, C. (2016). El empoderamiento. Una acción progresiva que ha
revolucionado la política y la sociedad. Gedisa: Barcelona.
Mann, Michael: Las fuentes del poder social, 2 vol., Madrid. Ed. Alianza, 1991. Poulantzas,
Nikos: Poder político y clases sociales en el Estado capitalista, Madrid, ed. Siglo XXI,
1978.

Bobbio, N. (1986). El futuro de la democracia. México DF: Fondo de Cultura Económica:


(1998). Estado, gobierno y sociedad: por una teoría general de la política.México DF:
Fondo de Cultura Económica.
Subirats, J. (2005). Democracia, participación y transformación social. Polis, año/vol. 4, n.
12.

http://paisdepropietarios.org/propietariosve/Mesa de Análisis: ¿Qué deja la Asamblea Nacional


en 2014? Un poder, tres visiones – Observatorio de Propiedad.

https://prezi.com/dykeyhg6gbom/como-se-ejerce-el-poder/

www.scielo.org.mx › scielo. El Poder y sus expresiones

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