El Poder
El Poder
El Poder
¿Qué es el poder?
Es una idea seminal y muy comúnmente presente entre los escritores socialistas es
la necesidad de neutralizar la injusticia que surge de las desigualdades en la distribución del
poder. La respuesta dada al proceso social de la concentración de poder está en el corazón
de las cuestiones que debe resolver la filosofía política. El socialista deliberadamente busca
establecer un sistema social que, mientras preserva los auténticos beneficios de la
cooperación social, opera para impedir y neutralizar la concentración de poder que plantea
tan enorme amenaza para la libertad personal. A pesar de que el concepto de poder es uno
de los conceptos más profusamente utilizados en la literatura, la filosofía y las ciencias
sociales, sin embargo pocos son los que se atreven a dar una definición clara y precisa del
mismo, y de los que lo intentan, éstos rara vez coinciden en su significado. Tampoco la
tradición marxista, según Nikos Poulantzas, nos ofrece una definición teórica de este
concepto, a pesar de que éste aparece, implícita y explícitamente, en multitud de sus obras.
El hecho es que los dos enfoques principales en la teoría actual de la estratificación social,
el marxista y el neoweberiano, comparten una misma premisa: la estratificación social
consiste en la creación y la distribución del poder en la sociedad.
Obviamente todas las personas buscan el poder en el sentido de luchar por adquirir los
medios y las capacidades para satisfacer sus necesidades y deseos. La mejor forma de hacer
una relación general de las sociedades, su estructura y su historia es en términos de las
interrelaciones de lo que denominaremos los cuatro tipos del poder social: el ideológico, el
económico, el militar y el político, mediante los cuales los seres humanos alcanzan una
gama muy amplia, pero no exhaustiva, de su miríada de objetivos. Hagamos ahora una
precisión sobre el poder económico. En Derecho, la propiedad es el poder directo e
inmediato sobre un objeto o bien, por la que se atribuye a su titular la capacidad de disponer
del mismo, sin más limitaciones que las que imponga la ley. Es decir, que las relaciones de
propiedad no son más que unas relaciones determinadas entre personas y cosas. Además, se
presenta este derecho como igualitario, esto es: teóricamente accesible a todos. Pero esto es
una ficción, pues los mecanismos previstos para que se adquiera el derecho de propiedad
establecen límites de hecho a la posibilidad de que todos sean sus titulares en igual medida,
incluso independientemente de los límites de los recursos generales disponibles: pues si A
es propietario de x, están excluidos automáticamente de la posibilidad de serlo B, C, etc. A
la igualdad teórica se le contrapone una discriminación, o sea una diferenciación práctica
que puede evaluarse cuantitativamente mediante la unidad de medida reconocida
socialmente, que es el dinero.
La definición de poder según la Real Academia de la Lengua Española nos remite a “la
capacidad, facultad o potencia de hacer algo”. Esta acepción podría ser asumida por muy
diversas disciplinas (trabajo social, psicología comunitaria, pedagogía, ciencia política,
sociología...); aunque podríamos encontrar diferencias al concretar: ¿a qué nos referimos
con ese “hacer algo” sobre el que tenemos capacidad o potencia?, ¿cuáles son sus
determinantes?, y ¿cuál es la trama de interdependencias entre estos determinantes y ese
algo que hay que hacer?
Desde esta aproximación, la idea de poder es compleja y nos puede remitir a diferentes
tipos de poder:
Un poder sobre los demás, que puede venir determinado por la influencia o control
sobre los otros, o sobre mecanismos que condicionan la acción de los otros, como podrían
ser las políticas.
Un poder para, el cual nos remite directamente a la acción directa, y por lo tanto no
plantea el poder como un ente a tomar sino que su existencia viene definida por su
ejercicio. (Holoway, 2002). Y por último, un poder con, un poder que se activa junto con
los demás, ya sea para la acción o para ejercerlo sobre otros.
El sociólogo Max Weber, en su obra Economía y Sociedad (1964: 43), define el poder
como “la probabilidad de imponer la propia voluntad, dentro de una relación social, aun
contra la resistencia y cualquiera que sea el fundamento de esa probabilidad”. Weber
apunta que el poder no solamente puede ser ejercido por la fuerza, sino que también puede
estar fundado en el consentimiento, a lo que llama dominación. La dominación podrá tener
una base en las costumbres, en el carisma de quién ejerce el poder o en la legitimidad que
atribuimos al sistema que regula el ejercicio del poder. El poder por lo tanto lo
encontraremos presente en toda relación social. (Weber, 1964: 172).
Para el pensador marxista Antonio Gramsci (1891-1937) el ejercicio del poder tampoco
debe asociarse necesariamente con el ejercicio de la fuerza, sino que las clases dominantes
(él hace referencia a la burguesía) ejercen el poder mediante la imposición de su visión,
valores y creencias (lo que denomina superestructura), las cuales se convierten en
referencia universal para la sociedad, posibilitándoles así perpetuar su posición de
dominación legítimamente ante el conjunto de la sociedad. A esta imposición sobre la
ideología (superestructura), la cual sustenta el control de unas clases sociales sobre otras, la
llama hegemonía cultural. Dicha hegemonía se transmite, entre otras vías, a través de las
instituciones educativas y los medios de comunicación. Años después, Paulo Freire (1921-
1997), reconocido pedagogo próximo a la teología de la liberación, en sus obras La
educación como práctica de la libertad(1969) y Pedagogía del oprimido (1970), también
parte de que la sumisión y la legitimación de la dominación han sido integradas en los
valores y la conciencia de las clases dominadas: “son raros los campesinos que al ser
promovidos a capataces, no se transformen en opresores, más rudos con sus antiguos
compañeros que el propio patrón” (Freire, 1970). Para combatirlo, planteará la necesidad de
una pedagogía crítica que acabe con el hecho de que el dominado, que tiene interiorizadas
dichas relaciones de tal forma que le parecen legítimas y naturales, pueda tomar conciencia
de lo que está ocurriendo, reflexionar, y actuar al respecto. Otros autores como Touraine
(2005) proponen que la toma de conciencia como un sujeto colectivo es el factor que
permite generar contraposición organizada a los poderes establecidos para plantear el
cambio. Desde la psicología social, French y Raven (1959), centrando su atención en las
organizaciones y la empresa, construyen una teoría de las relaciones de poder que también
nos puede ser de utilidad en el ámbito local, si hacemos un paralelismo y miramos el
ámbito local desde la perspectiva de la relación entre Administración y ciudadanía, y desde
la perspectiva de la relación entre la propia ciudadanía puesta en relación con la
Administración.
Para ellos, el poder tendría cinco dimensiones: el poder legítimo (derivado de una
autoridad formal); el poder de referencia (como capacidad de influir); el poder experto (más
limitado a habilidades o conocimiento de un ámbito concreto); el poder de recompensa (que
haría referencia a la capacidad de otorgar beneficios por el hecho de dejarse influenciar,
dejar hacer, o hacer lo que se le determine); y el poder de coerción (el inverso al anterior,
siendo también generador de resistencias y resentimiento). Michel Foucault, también en la
segunda mitad del siglo XX y desde una aproximación psicológica, pondrá en relación el
poder del ámbito gubernamental o de las instituciones con una trama compleja de poderes
generadora de interdependencias y resistencias presentes en la esfera social. Para Foucault,
“el poder no es una institución, no es una estructura o una fuerza de la que dispondrían
algunos: es el nombre que se le da a una situación estratégica compleja en una sociedad
dada” (Foucault, 2002: 113).
Para Foucault, por lo tanto, no existe un único poder, sino una trama de poderes, con
manifestaciones casi invisibles o sutiles, lo que el denominará el sub poder. El poder, para
este autor, no es algo que se pueda adquirir, sino que se ejerce. Está en todas partes, viene
de todas partes. Nada escapa a su control, no hay espacios sin poder. Según sus
proposiciones, una verdadera revolución necesitará de la transformación no sólo del poder
político, sino también de la transformación de esos sub poderes casi microscópicos o
capilares, como él define, que se dan en todas las relaciones inherentes a la vida (Foucault,
1980). El poder se construye, necesita de esa trama de poderes para funcionar y lo
encontramos en toda la sociedad. Poder y saber, a su vez, están estrechamente relacionados.
Por otra parte, también desde la psicología, encontramos otros conceptos que se
remiten a las relaciones de poder, como podría ser el de desesperanza o indefensión
aprendida (Seligman, 1975), el cual hace referencia a la resignación ante el poder. De
forma muy similar a las argumentaciones de Freire, pero partiendo de la experimentación
con animales, al trasladar el concepto de Seligman al ámbito social o a las políticas, nos
aporta la idea de incapacidad de acción o incapacidad de lucha por parte de las clases más
desfavorecidas, aun sabiendo que pueden existir condiciones y vías para mejorar su
situación.
Desde una perspectiva sociológica y politológica Lukes (1985), partiendo del análisis
de estudios de caso en el ámbito local, apunta que el poder implica un conflicto de intereses
(explícito, latente o potencial). Para este autor, el ejercicio del poder se traduce en la toma
de decisiones y en la acción, pero a su vez, el no tomar decisiones y la inacción también
suponen una forma de ejercicio del poder. Para Lukes, la inacción desde el poder también
puede modificar creencias, percepción de problemas o de problemas potenciales, incluso
hasta puede hacer actuar a los actores que no sustentan el poder en contra de sus propios
intereses. Mecanismos como el control de la agenda o de las prioridades determinarán la
emergencia, o incluso la percepción de existencia de problemas en función de los intereses
de quién sustenta el poder.
Lukes nos muestra así cómo se da el poder sobre y muestra cómo se da en una relación
dialéctica entre estructura y agencia. Desde análisis más recientes, situados en el terreno
electoral, Lakoff (2007) nos aproxima al poder generado a partir de la mediatización de la
política en nuestra sociedad de la información. A partir de su estudio de los éxitos
electorales del Partido Republicano en Estados Unidos, Lakoff nos muestra cómo el éxito
electoral que ha posibilitado que los republicanos estén en el poder se fundamenta en la
estrategia de “empotrar” (embed) mensajes en marcos mentales (frames) que implican
valores y sentimientos de los cuales somos totalmente inconscientes, encontrándose ocultos
en nuestro “inconsciente cognitivo”, y que son determinantes de lo que llamamos nuestro
sentido común, predisponiéndonos a la aversión o simpatía por determinadas ideas sin un
explicación racional. Una forma de ejercicio del poder, a partir de este análisis, es
conseguir que nuestro adversario hable en términos de nuestros marcos cognitivos, ya que
es allí donde nuestro discurso es coherente y se pone en relación con hechos que asumimos
como verdaderos, dificultando así su cuestionamiento.
Ganar esta batalla comunicativa es tener poder y, en la arena política, puede suponer
ganar unas elecciones. Desde la perspectiva de Lakoff podemos llegar a la conclusión de
que determinados conceptos que nos remitían al cuestionamiento del statu quo, a la acción
colectiva, incluso al conflicto para posibilitar el cambio, han sido neutralizados al ser
incrustados en otros marcos mentales. Este podría ser el caso del propio término
empoderamiento, el cual ha sido incrustado en frames que lo ponen en relación con la
superación personal o la responsabilidad individual, alejándolo de valores como la justicia
social o la organización colectiva.
La democracia directa David Altman, uno de sus referentes teóricos, define la democracia
directa como el “grupo de instituciones políticas en que los ciudadanos deciden o emiten su opinión
sobre temas particulares en las urnas, mediante sufragio universal y secreto, y que no forman parte
del proceso electivo regular de autoridades” La voluntad de la democracia directa, por lo tanto,
es eliminar la intermediación de los representantes en la toma de algunas de las decisiones
que se consideran de importante trascendencia. La crítica al modelo de democracia directa
es la dificultad que implica mantener activos constantes mecanismos de consulta, aunque
cabe destacar que países como Suiza ponen a consulta de manera regular y sistemática un
gran número de decisiones mediante sufragio universal.
La voluntad de la democracia directa, por lo tanto, es eliminar la intermediación de
los representantes en la toma de algunas de las decisiones que se consideran de importante
trascendencia. a crítica al modelo de democracia directa es la dificultad que implica
mantener activos constantes mecanismos de consulta, aunque cabe destacar que países
como Suiza ponen a consulta de manera regular y sistemática un gran número de decisiones
mediante sufragio universal. La era de las tecnologías de la comunicación abre nuevos
escenarios y construye nuevas propuestas a las debilidades del sistema democrático, como
podría ser el caso de modelos democráticos basados en sistemas de voto digital (de
momento, modelos no aplicados en la gestión política cotidiana de las ciudades). Estas
propuestas plantearían un sistema representativo en el que, como hasta ahora, elegimos
representantes para que deliberen sobre las políticas, pero nos guardamos la posibilidad de
revocarles el voto de manera inmediata, no cerrando la posibilidad de un debate público
ciudadano a través de las redes sociales e internet. En resumen, podríamos hablar de una
deriva o combinación con apoyo tecnológico de los modelos anteriores.
Bacqué, M-H & Biewener, C. (2016). El empoderamiento. Una acción progresiva que ha
revolucionado la política y la sociedad. Gedisa: Barcelona.
Mann, Michael: Las fuentes del poder social, 2 vol., Madrid. Ed. Alianza, 1991. Poulantzas,
Nikos: Poder político y clases sociales en el Estado capitalista, Madrid, ed. Siglo XXI,
1978.
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