El Desafío de Las Ciencias Sociales (Pardo)
El Desafío de Las Ciencias Sociales (Pardo)
El Desafío de Las Ciencias Sociales (Pardo)
Rubén H. Pardo
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.Publicado por primera vez, aunque en una versión reducida, en la Revista Perspectivas epistemológicas,
Universidad Nacional de Lanús, 2003.
45
Para ahondar en el sentido del concepto de modernidad ver el primer artículo de este libro.
46
. Cf. Kant, I. (1804) [1989]: p. 15.
47
. En esto, el trabajo sigue el punto de vista de Gadamer. Cf. Gadamer, H.G. (1960): parte I.
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mundo social; ambos se reducirían, por tanto, a un conjunto de hechos empíricos susceptibles
de ser explicados mediante leyes.
Este trabajo tiene como objetivo narrar “el desafío de las ciencias sociales”, esto es,
relatar las paradojas, contradicciones y encrucijadas que –de modo quizás ineludible- minan el
camino de las ciencias sociales, convirtiendo el programa moderno de un conjunto de
disciplinas científicas que consumen el proyecto filosófico de la modernidad, en un periplo cuya
principal esencia termina siendo el pensarse constantemente a sí mismas. Dicho de otro
modo, el desafío consiste en la tarea, siempre inacabada y renovada, de pensar su propia
identidad en tanto “ciencias” y en tanto saberes “sociales”. Lo cual, casi de manera inexorable,
no puede dejar de realizarse sino a la luz, o para ser más precisos, a la sombra de su relación
con las ciencias naturales. Se intentará mostrar, como clave interpretativa, que esta
estigmática característica –la de ocuparse no tanto del mundo social en tanto su objeto de
estudio sino de la determinación de su propio quehacer- se explica en el ya mentado doble
origen de estas ciencias: el reciente o moderno, fundamentalmente naturalista, y el remoto o
antiguo, más tributario del modo a partir del cual los griegos -Aristóteles por ejemplo-
pensaban la filosfía práctica.
principal, dado que en él se resumen los problemas planteados por los otros, y en él tienen
lugar las consecuencias últimas de todas las tomas de posición antes explicadas. La cuestión
de la cientificidad de las ciencias sociales -esto es- el interrogante acerca del sentido del
término “ciencia” en esa fórmula, concentra –en cualquiera de sus respuestas posibles- los
supuestos sobre el objeto de estudio, como asimismo los metodológicos y epistemológicos.
¿Por qué? Sencillamente porque aquí están en juego los conceptos de objetividad y de verdad
. Hablar de “ciencias duras” y de “ciencias blandas”, por ejemplo, implica ya toda una
declaración de principios en cuanto a cómo se debe comprender el conocimiento científico.
Estas figuras de la “blandura” o de la pretendida “dureza” del conocimiento no son más que
metáforas de la objetividad: llamar ciencias blandas a las ciencias sociales conlleva el
supuesto de que el conocimiento científico –ejemplificado paradigmáticamente en las ciencias
naturales- debe ser concebido desde el principio de la separación objetivadora entre sujeto y
objeto. Y, medido en estos términos, las ciencias sociales, en tanto no pueden cumplir con
este precepto de distanciación del mismo modo que las otras ciencias, serán “ciencias” pero
en un segundo grado, en un sentido derivado, vale decir, “blando”. De esto surgirían las
siguientes preguntas: ¿es posible repensar las ciencias desde otro punto de partida, desde
otro esquema epistemológico? ¿Habrá que anteponer a la objetividad otro principio que haga
justicia, no sólo a la cientificidad de las ciencias sociales, sino en general a la finitud de la
racionalidad humana?
En síntesis, éstos serán los 3 ejes sobre los que discurrirá el resto del trabajo; el cual
dividirá las respuestas a todas las preguntas arriba formuladas en dos etapas o estadios:
1) La concepción naturalista-empirista, bajo cuya comprensión surgieron las ciencias sociales,
y que ha constituido desde el siglo XIX hasta el incipiente siglo XXI, la concepción dominante.
2) Y el actual escenario postempirista48 o postnaturalista que, por estos últimos años se ha
abierto en franca oposición a la visión ortodoxa o standar.
Cabe agregar que, entre estas dos visiones se ubicará y analizará un debate
fundamental y siempre reabierto: el que desde filosofías historicistas y comprensivistas hacia
fines del siglo XIX y principios del XX se formuló en términos de “explicación vs. comprensión”.
Dado que esta primera reacción al modelo naturalista constituyó un paso decisivo y necesario
para la conformación del actual escenario postempirista.
2. LA CONCEPCIÓN NATURALISTA-EMPIRISTA
2.1 Los principios del naturalismo positivista en ciencias sociales
Ya se ha dicho que las ciencias sociales aparecen, desde su nacimiento mismo, como
la continuación y consumación de un programa científico o –para ser más amplios- de un
proyecto filosófico-científico, que no es otro que el de la modernidad. Según éste, debe
procurarse trasladar ese progreso tan vertiginoso como impresionante que han experimentado
las ciencias naturales desde la revolución científica de los siglos XVI y XVII al ámbito del
conocimiento y control del mundo social. Vale decir, se trata de aplicar el modelo de las
modernas ciencias naturales –representadas paradigmáticamente por la ciencia físico-
matemática- a esas nuevas disciplinas científicas que estaban siendo concebidas con la
misión de hacer posible aquel mismo “progreso”, pero ahora en lo que concierne al
conocimiento de la sociedad. ¿Y en qué consistía, básicamente, ese arquetipo de ciencia a
partir del cual se construye la concepción naturalista de las ciencias sociales? Podemos
sintetizarlo en los siguientes puntos:
En primer lugar, puede afirmarse que una de las características principales y
diferenciales de la ciencia moderna, respecto de la anterior es la de su conciencia
metodológica: el pensamiento moderno tiende –de modo esencial- a identificar el saber, el
conocimiento propiamente dicho, la ciencia, con lo comprobable empíricamente y, por tanto, la
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. En esta denominación hacemos nuestra la nomenclatura utilizada por Federico Schuster, ya que da cuenta de la
esencial pluralidad de posiciones que existe en la actualidad y que deriva en la imposibilidad de reducirlas a una
sola corriente. Cf. Schuster, F. ( 2003): pp. 33 y 34.
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verdad con la certeza. Esto es lo que posibilita, a partir del innegable avance de las ciencias
naturales a partir del siglo XVII, la reducción de la verdad a método. Así, un cuerpo de
conocimientos, para que sea considerado como “científico”, debe seguir, necesariamente,
cierto procedimiento, ciertos pasos. Si una investigación –cualquiera que ésta sea- omite o
elude alguno de ellos (los cuales son establecidos por la comunidad científica), pierde
inmediatamente su pretensión de cientificidad. En conclusión, la ciencia moderna es –en su
más pura esencia- exigencia metodológica; o, dicho en otras palabras, el triunfo de la ciencia
moderna –como ya decía Nietzsche- es el triunfo del método científico49.
A su vez, esa conciencia metodológica prescribe que el quehacer propio de toda
ciencia ha de ser el de explicar la realidad; entendiendo por el concepto de explicación la
capacidad de dar cuenta de fenómenos particulares mediante leyes universales50 derivadas de
la observación.
Además, esa actividad explicativa sólo será cumplimentable en la medida en que pueda
seguirse puntillosamente otra norma ineludible del método científico, a saber, la de la
objetividad.
Finalmente, y sin la pretensión de agotar el significado del concepto moderno de
ciencia, podría agregarse que el conocimiento científico, bajo el paradigma de la modernidad,
es a la vez exigencia matemática; lo cual se manifiesta, sobre todo, en la inclinación casi
inexorable a cuantificar todo cuanto se suponga que es objeto de ciencia, sean fenómenos
naturales o sociales. Tanto es así, que algunos llegan a creer que a mayor matematización o
cuantificación de variables, más cientificidad.
Éste es el ideal de ciencia que va a intentar implantarse a las aún balbuceantes y
nuevas disciplinas científicas nacidas del ambicioso proyecto moderno de racionalización
plena de la realidad. Si las recientemente creadas ciencias sociales modernas, como la
sociología, la antropología, la psicología, o la historia –por dar sólo algunos ejemplos- logran
instituirse cabalmente como ciencias, en el sentido moderno de este término, deberán hacer
esto mismo que han hecho las victoriosas ciencias naturales.
Esta primera y tradicional comprensión de las ciencias sociales –aquí llamada
concepción naturalista-empirista- se extiende incluso hasta nuestros días y sigue siendo, de
algún modo, la visión dominante hasta estos albores del siglo XXI (aunque no ya sin rivales de
peso). En ella podemos distinguir tres etapas o períodos –todos desde ya comandados por la
tradición de la filosofía anglosajona-: el positivismo fundado por Comte, el empirismo lógico,
surgido del círculo de Viena, y lo que hoy en día se sigue denominando como la concepción
standard o el consenso ortodoxo sobre las ciencias sociales (Nagel, Popper, entre otros). No
será tema de este trabajo –ya que nos exigiría extendernos demasiado- explicitar las ideas de
cada una de estas corrientes. Sin embargo, a los fines del desarrollo de nuestro tema, sí será
imprescindible referir las características o principios sobre los cuales se construye esta
concepción naturalista-empirista, sea en su faceta positivista, en la vertiente del empirismo
lógico o según los parámetros compartidos por la concepción standard.
1) Supuesto naturalista.
Este supuesto, que da nombre a la concepción, consiste en homologar el mundo social
al físico, entendiendo a ambos como estructuras invariantes en las que es posible encontrar
regularidades empíricas. Lo cual significa que, sea lo que fuere “lo social”, en tanto objeto de
ciencia, debe ser considerado como un conjunto de hechos empíricos a ser explicados. Esta
reducción de lo social a lo natural, en la que se funda la visión naturalista de las ciencias
sociales, limita y ubica todas las particularidades del mundo social –nos referimos a sus
características diferenciales respecto del mundo natural- en un segundo plano. No importa que
el científico social se escude en el carácter simbólico de aquello que estudia, ni siquiera que
esgrima como atenunantes la existencia de elementos valorativos o la mayor impredecibilidad
del comportamiento humano. Ni tampoco, por supuesto, que se acentúe la matriz
esencialmente lingüística de su objeto de investigación. “Lo social”, el mundo social, los
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. Nietzsche en realidad refiere que “...no es la victoria de la ciencia lo que caracteriza ...al siglo XIX, sino la
victoria del método científico sobre la ciencia”. Cf. Nietzsche, F. (1998): p. 155, aforismo 15 (51).
50
. Luego, más adelante se ampliarán las referencias a este concepto.
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hechos sociales, la sociedad, el espíritu, o como quiera llamarse a aquello a hacia lo cual
dirigen su intencionalidad las ciencias sociales –en tanto objeto de ciencia- no es diferente de
lo que es la naturaleza para las ciencias naturales: un conjunto de hechos o fenómenos
empíricos.
2) Reduccionismo cientificista.
Existe un modo ejemplar de racionalidad, es decir, de conocimiento propiamente dicho,
que es el científico. Y, como corolario del principio anterior, ahora se agrega que hay una sola
manera de hacer ciencia –a saber- la que corresponde al método de las ciencias naturales.
Todo aquel pretendido saber que esté por fuera de este proceder, en realidad no es ciencia y –
podría acotarse- ni siquiera sería un “saber racional” en sentido estricto. La racionalidad toda
queda reducida así a ciencia y esta última a método experimental de las ciencias naturales.
Este reduccionismo se pone de manifiesto claramente, por ejemplo, en el positivismo de
Comte, para quien el último y más avanzado estadio de la cultura –el positivo- exige un saber
legalista como el de las ciencias naturales. Todo lo demás será “mera metafísica”, es decir, en
términos positivistas, un inútil “bla bla”. Quedaría garantizada así la unidad y la continuidad de
las ciencias. No hay hiato ni salto epistemológico entre unas y otras.
4) Supuesto empirista.
En este análisis retrospectivo de los principios naturalistas en la concepción de las
ciencias sociales arribamos a un supuesto fundamental: el de la confianza en la experiencia y
en el conocimiento empírico como fundamento último de la ciencia. Este supuesto, que
denominaremos como “empirista” está a la base de todas las corrientes naturalistas. Por
ejemplo, en el empirismo lógico, el carácter científico de un enunciado se define en conexión
con la posibilidad de su significación. Y se puede afirmar que un enunciado posee significado
si es verificable –vale decir- si existe alguna posibilidad, directa o indirecta, de establecer
mediante observaciones su valor de verdad. Por ello para esta corriente aquellas
proposiciones que no pueden ser puestas a prueba, carecen de sentido.
Recapitulando lo dicho anteriormente, si hacer ciencia es explicar, y explicar es
subsumir un hecho particular bajo una ley general, ésta sólo será tal si es derivada de la
observación. La experiencia será, por tanto, la fuente primera y la razón última del
conocimiento científico; por ello la base empírica es inherente a toda teoría científica. El
reduccionismo cientificista antes mencionado, no sólo consistiría entonces en homologar lo
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social a lo natural, sino también y sobre todo en reducir lo científico a un procedimiento cuya
última ratio se funda en el papel absolutamente determinante de la percepción empírica.
7) Objetividad.
Finalmente, suele afirmarse que el conocimiento científico es, o pretende ser, objetivo. Por
objetividad debe entenderse la capacidad del sujeto de elevarse por sobre todo
condicionamiento histórico y subjetivo y tomar la distancia suficiente respecto del objeto a
conocer, como para adoptar el punto de vista de un observador neutral. Ser objetivo significará
pues, evitar –en el conocimiento mismo- toda influencia derivada del que conoce, y -por lo
tanto- implica la absoluta prescindibilidad del sujeto, en el proceso cognoscitivo mismo. Desde
ya, en torno de este concepto se erigen las discusiones más profundas en cuanto a su
posibilidad y aun en cuanto a su sentido. Podría decirse que éste es el supuesto más básico,
más esencial, ya que está a la base de todos los otros: la tarea del científico social, la de
construir enunciados testeables de modo autónomo mediante el recurso a lo observable, o en
otros términos, el trabajo de producir explicaciones científicas que den cuenta de hechos
particulares subsumiéndolos bajo leyes generales, no sólo se funda en un supuesto naturalista
y empirista, sino que debe dar por descontado la existencia de un sujeto objetivo.
El cumplimiento de estas prescripciones metodológicas, la capacidad explicativa, la
testeabilidad empírica, la objetividad, determinará –siempre dentro de los parámetros de la
concepción naturalista-empirista a la que nos estamos refiriendo- la cientificidad de una
investigación. Será por ello que las disciplinas sociales al tener mayores dificultades que las
naturales en acercarse a este ideal, recibirán la denominación alternativa de “ciencias
blandas”, frente a la “dureza” metodológica de las otras.
nacientes disciplinas sociales no podían menos que ser pensadas desde estos parámetros
triunfantes de las cada vez más exitosas ciencias de la naturaleza. Pero, ya desde las
postrimerías mismas del siglo XIX comienza a tejerse un debate que va a dar color y a
estigmatizar a toda la centuria siguiente: las discusiones sobre el status epistemológico de las
ciencias sociales bajo la forma de una oposición entre “explicar” y “comprender”.
La continuidad de las ciencias –y el consiguiente abandono de todo reclamo de
especificidad para las ciencias sociales- basado en el supuesto naturalista de la reducción de
lo social a lo natural en tanto objeto de ciencia, erige a la explicación como la actividad
excluyente de todo quehacer que se precie de científico. Hacer ciencia es –desde esta
concepción- explicar un fenómeno, esto es, dar razones de por qué esos fenómenos ocurren y
éstas –al fin y al cabo- provienen de leyes científicas a partir de las cuales puede inferirse el
enunciado que describe el fenómeno a explicar. El camino a recorrer por las ciencias sociales
debía ser el mismo: dar cuenta de lo social, en tanto conjunto de hechos empíricos, mediante
leyes.
Sin embargo, hacia fines del siglo XIX, y sobre todo dentro de la tradición de la filosofía
alemana que arranca con el romanticismo y continúa con la Escuela histórica, hace su
aparición en el ámbito teórico de las ciencias sociales un elemento determinante: la
subjetividad. Eso que durante tanto tiempo había sido sepultado bajo los pretensiosos
supuestos de de la normativa metodológica, sale a la superficie y explota: ahora, se piensa,
resulta imposible seguir ocultando y pasando por alto la influencia ineludible del sujeto de
conocimiento en el proceso cognoscitivo mismo. Fundamentalmente desde la teoría de la obra
de arte, comienza a comprenderse que es imposible forjar un lenguaje y desarrollar un
conocimiento sobre lo social que omita referencias a conceptos tales como los de “voluntad”,
“propósito”, “intención”51. Del mismo modo en que no puede alcanzarse el sentido pleno de
una producto artístico sin prestar alguna atención al autor que está detrás de la obra misma,
tampoco cabe plantear la posibilidad de entender el mundo histórico-social sin descifrar los
“sentidos” que en él van creando sus propios constructores, los actores sociales. Así, sólo
puede accederse al conocimiento de lo social si primero “comprendemos” sus significados. En
síntesis, a partir de autores tales como Droysen, Dilthey, Max Weber y Collingwood –los que
conformaron la tradición alemana de las Geisteswissenschaften (ciencias del espíritu) – el
objetivo de las ciencias sociales no es tanto el de “explicar” –en tanto subsunción de hechos
particulares bajo leyes- sino más bien el de “comprender”. Mientras las ciencias naturales
explican lo natural, las ciencias sociales comprenden lo social. ¿Y qué significará
“comprender”? Respuesta: desocultar el sentido de algo, dar cuenta de los significados
emitidos por el otro. ¿Cómo –argumentarán los comprensivistas- en la medida en que el objeto
de estudio de las disciplinas que estudian la sociedad está constituido por los hombres
mismos, puede concebirse su tarea sin atender los “sentidos” que éstos emiten? Un objeto
natural, como un árbol, podrá ser “explicado”, pero un hecho social, una creación humana,
debe ser “comprendido”. Eso es lo que hace un sociólogo, cuando investiga las características
de un grupo social o de cualquier proceso sociopolítico, o lo que hace un psicólogo cuando
atiende un paciente: comprender significados.
Nace así un debate de ribetes no sólo cognoscitivos sino también ontológicos. La
disputa en torno al tipo de conocimiento propio de las ciencias sociales –explicación o
comprensión- se funda en una discusión acerca de supuestos sobre el tipo de realidad que
constituye lo social. ¿Ésta debe ser asimilada a lo natural o, más bien, convendría poner el
énfasis en las diferencias entre sociedad y naturaleza? Obviamente, los comprensivistas
basan su concepción de las ciencias sociales, centrada en la comprensión, en una esencial
especificidad de lo social: esta realidad, a diferencia de la naturaleza, es básicamente
valorativa, simbólica, lingüística, histórica. El “error” de los naturlistas, sería el de no tomar en
cuenta la forma en que la realidad social se constituye y mantiene. La concepción standard
(naturalista-empirista) de la que hablábamos anteriormente, homologa el mundo social al físico
y entiende al primero como una estructura invariante en la que es posible encontrar
regularidades empíricas, mientras que una versión más adecuada de la labor del científico
social debería prestar atención al carácter simbólico de la vida humana y a los horizontes de
51
. Para ampliar este tema, Cf. Bauman, Z, (1978): capítulos 1 y 2.
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sentido que la constituyen. O, dicho de otro modo –siempre según el comprensivismo- las
ciencias sociales no pueden dejar de lado el mundo de la vida cotidiana, ese entramado de
significados compartidos en el que vivimos y que ponemos en juego al hacer ciencia.
Recapitulando y estableciendo un contraste con la concepción anterior, cabría resaltar
las siguientes características de la reacción comprensivista:
1) Especificidad de lo social.
Frente a la reducción de lo social a lo natural, propia del supuesto naturalista que está a
la base de la concepción standard de las ciencias sociales, el comprensivismo defiende una
visión de la sociedad como un objeto específico e irreductible a los hechos naturales. Su
esencia simbólica e histórica, constituida por valores y sentidos lingüísticos impiden un
abordaje reduccionista.
2) Dualismo metodológico.
La posición comprensivista afirma la existencia de un hiato epistemológico entre las
ciencias naturales y las sociales, reivindicando para estas últimas una especificidad
irreductible. Sería totalmente descabellado y erróneo –sostienen- concebir la labor del
científico social desde los preceptos metodológicos atinentes al modo de acceso al mundo
físico-matemático. Así, no habría, como creían los naturalistas, una continuidad, sino más bien
una radical discontinuidad en las ciencias. En síntesis, es una visión dualista del conocimiento
científico.
52
. También cabría mencionar un tercer elemento fundamental: la historia. Y quizás un cuarto: el rol económico-
político. El análisis combinado de estos últimos dos elementos nos lleva a la concepción marxista de las ciencias
sociales. Pero ésta es justamente la temática que se aborda en el capítulo de Ariel Mallo.
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de las características centrales del temple filosófico de base del actual escenario
postnaturalista.
esta época, el siglo XIX, cuando se intenta fundamentar las ciencias sociales con un método
propio, distinto del de las ciencias de la naturaleza: si estas últimas “explican”, puesto que en
ellas es posible la objetividad, aquéllas “comprenden” o “interpretan” , dado que en ese campo
es imposible la separación de sujeto-objeto.
Finalmente, el tercer paso en la conformación del sentido de una hermenéutica
filosófica es fruto de nuestro tiempo. Se enmarca en el contexto de la consumación del
proyecto moderno de razón; o, dicho en otros términos, el perfil hermenéutico que caracteriza
al pensamiento filosófico actual sólo puede ser comprendido como una filosofía de la época de
la técnica. Esa tarea crítica que emprende Nietzsche contra las pretensiones modernas de un
conocimiento objetivo y necesario deviene en un reconocimiento de la ineludible
condicionalidad de todo pensamiento, aun del científico: la interpretación ya no ha de estar
limitada al ámbito de las humanidades o de las ciencias sociales, sino que atañe al hombre
mismo, a su propio ser. Es Hans Georg Gadamer quien recoge, resume y da nombre a esta
declaración de las condiciones históricas y lingüísticas a las que está sometida toda
comprensión bajo el régimen de la finitud: “Hermenéutica filosófica”. Y será precisamente a
partir de ese gesto de moderación, enclavado en la era de las desmesuras hipermodernas,
que se recorte una nueva concepción de las ciencias sociales, centrada en un rescate de su
primordial dimensión ética.
Si la primera etapa -la de la hermenéutica clásica- se centra en la búsqueda o
recuperación del sentido “auténtico” de ciertos textos paradigmáticos (teológicos, clásicos, o
jurídicos), y la segunda en la emergencia del autor y en general de la subjetividad en torno al
quehacer de las ciencias sociales, en este tercer momento –el de la hermenéutica filosófica
gadameriana- la clave está en lo que se conoce como giro lingüístico. Ahora, la
intencionalidad, el sujeto, da paso a la dimensión semántica, al lenguaje y entonces la
comprensión ya no girará en torno de un milagroso proceso de empatía entre autor e intérprete
sino que toda comprensión será –siempre- lingüística: “todo ser que puede ser comprendido es
lenguaje55” dirá Gadamer. Vale decir, se girará desde lo psicológico a lo semántico, ya que el
lenguaje pasa a ser concebido –por un lado- como materia prima del mundo social- y, por otro,
como rasgo ontológico fundamental de la racionalidad humana. Así, la esencial subjetividad
del comprensivismo, la cual radicaba en la incontrolabilidad de la empatía psicológica entre el
intérprete y el autor, ahora es suprimida y superada por la centralidad del lenguaje, sobre el
que sí puede haber algún tipo de control.
Pasemos, sin más demora, a la explicitación de los conceptos básicos de la
hermenéutica:
En primer lugar, cabe aclarar y reiterar que la hermenéutica no pretende constituirse en
una nueva preceptiva del comprender –no se trata de una metodología- sino que, por el
contrario, su tarea será, según Gadamer, la de “iluminar las condiciones bajo las cuales se
comprende"” Dicho de otro modo, de lo que se trata es de desocultar todos los condicionantes
previos que determinan –en parte- el conocimiento, incluso el científico. Justamente por ello,
se ha descripto a la hermenéutica filosófica de Gadamer como el reconocimiento de la
ineludible condicionalidad a la que está sometida la comprensión; éste es el gesto de finitud
que la caracteriza: la racionalidad humana, lejos de ponerse en marcha desde una posición de
“objetividad”, no puede sustraerse al flujo de ciertos “prejuicios” que son constitutivos de su
propio ser. Por lo tanto, ni siquiera la ciencia, con todo su método experimental, constituirá un
conocimiento absolutamente necesario y desprovisto de influencias “subjetivas”; sino que, y
esto es de suma importancia, todo acto cognoscitivo, todo intento por explicar el mundo, posee
una dimensión de “interpretación”. La razón, como diría Nietzsche, interpreta: antes de
cualquier toma de distancia respecto del objeto a conocer, siempre estamos ya ligados de
algún modo a él, siempre estamos ya en un “mundo” con sentido, en una “comunidad de
prejuicios” desde la cual comprendemos, y a la que se denomina “tradición” . Por lo tanto,
afirmar el carácter interpretativo de todo conocimiento implica, en primer lugar, reconocer que
a esa supuesta primera relación de sujeto-objeto en la que se asienta la “objetividad” la
antecede otra más originaria: la ligazón del hombre con un mundo, con una tradición. Y esa
relación previa a la objetivación, suelo ineludible de todo posible teorizar, es lo que en la
55
. Cf. Gadamer, (1960): parte II, capítulo 9.
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“El lenguaje no es sólo una de las dotaciones de que está pertrechado el hombre tal como está
en el mundo, sino que en é se basa y se representa el que los hombres simplemente tengan
´mundo´...y esta existencia del mundo está constituida lingüísticamente” 56
Llegados a este punto, cabría ya preguntar: si todo conocer, si cualquier teoría, incluso
las científicas, está condicionada por su vínculo con una tradición, por su pertenencia a la
historia y al lenguaje; comprender ¿será sólo un mero “repetir”, un eco inmodificable de lo ya
dicho en el pasado? El reconocimiento de la propia finitud, del carácter esencialmente
condicionado del conocimiento, tarea central de toda hermenéutica, no implica las renuncia a
la creación, al cambio. Pues esa tradición que opera siempre a nuestras espaldas no es algo
fijo e inmodificable; ni siquiera existe ni tiene sentido en sí misma, sino sólo en tanto la
“interpretamos”, en tanto la “recreamos”. Ni repetición , ni creación total. Si a partir de
Nietzsche quedó claro que el conocimiento no es una representación exacta y necesaria de la
realidad, sino que posee una cuota de ficción, de creatividad, ahora la hermenéutica agrega
que dicha creación está condicionada por los límites de la historia y del lenguaje. La
innovación estaría puesta por la situación particular e irrepetible del intérprete, y la limitación
por la tradición o comunidad de prejuicios a la que se pertenece. Y conocer, entonces, resulta
ser en realidad un proceso de fusión de dos mundos, de dos horizontes: el de la tradición y el
nuestro en tanto intérpretes. El conocimiento es la recreación o la mediación de una tradición a
través de las interpretaciones que, desde nuestra situación histórica particular, hacemos de
ella.57
También cabe aclarar que en la concepción hermenéutica tampoco queda suprimida la
instancia crítica, la necesaria dimensión de una cierta objetividad a la cual el conocimiento
científico no puede ni debe renunciar. Y esto es así ya que la proyección previa de sentido que
operamos desde nuestra pertenencia a una tradición , y que podríamos denominar como
“saber de fondo”, debe ser luego confirmada, revisada y/o corregida por un posterior “saber
crítico”. Dicho en otros términos, la precomprensión que proyectamos desde nuestro lugar
definido históricamente, en tanto expectativas de sentido, serán sometidas –al avanzar la
lectura- a una suerte de arsenal crítico que las avale o no como interpretaciones. Se abre así,
una dialéctica entre la parte y el todo, entre un saber de base que está en la estructura
56
. Gadamer, H.G., (1960) [1991]: p. 531
57
. Para una ampliación de la temática hermenéutica, cf. Lulo, J., “La vía hermenéutica”, en Schuster, F., (2003):
capítulo 5.
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58
. En esto seguimos la visión contemporizadora de Paul Ricoeur. Cf. Ricoeur, P. (1984)
59
. Para estas críticas, puede consultarse Habermas, J., (1968); o Gadamer, H.G. (1960).
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fines; la ética, el arte, o incluso la política –por dar algunos ejemplos- no pueden ser
sopesadas solamente desde una lógica de la eficacia, ya que ellas contienen más que eso.
Además, debe tenerse en cuenta que no se trata ni de monismo ni de dualismo
metodológico: la comprensión -en tanto momento no metodológico del conocimiento- envuelve
desde su mayor originariedad a la explicación, y ésta desarrolla analíticamente a aquélla, al
operar el necesario distanciamiento crítico que permita la corrección de la proyecciones
anticipadas de sentido. Pero esto nos lleva a la siguiente característica.
4) Supuesto hermenéutico.
Con este concepto nos referimos a la ruptura con el supuesto empirista que estaba a la
base de la visión naturalista. A la ingenua confianza en la experiencia y en el conocimiento
empírico como fundamento último del saber científico en tanto saber acreditado, este plural
escenario postnaturalista y postempirista pone el acento en la inevitable carga teórica de los
enunciados científicos. No cabe hablar de observación pura, de hechos puros o en general de
“datos” en sentido estricto. ¿Por qué? Sencillamente porque toda matriz de datos reconoce
tras de sí una historia olvidada, una génesis que queda oculta o “naturalizada”. Lo cual
equivale a afirmar que un dato es en realidad una construcción que echa sus raíces en la
praxis vital misma, una producción que alberga dentro de sí múltiples mediaciones teóricas. Y
si hablamos específicamente de ciencias sociales, la cosa es todavía más compleja, ya que el
mundo social, sobre el que ejerce su investigación el científico social, es ya un mundo
interpretado; vale decir, la tarea de las ciencias sociales es interpretar una realidad que ya ha
sido interpretada por otros –a saber- por los actores sociales. A esto suele hacerse referencia
con el concepto de doble hermenéutica.61
60
. Gadamer, H.G. (1960) [1991]: p. 344
61
. Este concepto ha sido desarrollado sobre todo por el sociólogo Anthony Giddens.
81
En correlación con la característica anterior, ahora se sugiere que las teorías científicas
no están compuestas en realidad por enunciados autónomos, sino que –sobre todo desde
Kuhn- en realidad el significado de un enunciado depende de la conexión con el resto de los
enunciados. Esto constituiría una visión holística o contextualista de las teorías científicas, ya
que el uso de los términos dependería entonces del contexto, cada término adquiriría su
significado de las relaciones con los demás términos. Por ello, las teorías –desde esta
concepción- ya no son conjuntos sino estructuras enunciativas.62
este otro origen, el griego. Ese estigma que acerca a veces a la investigación social más a la
ética que a la ciencia, más a “un discurso tosco sobre lo que acontece en la mayoría de los
casos”63 que a la exactitud y precisión del lenguaje que reputamos como científico.
Por lo tanto, teniendo presente a las ciencias sociales como ciencias modernas, pero
también como herederas de las viejas humanidades griegas, se nos hace más claro el
constante y constitutivo tironeo de que son objeto por parte de la empiria y de la teoría. Si
priorizamos la primera, las transformamos en un híbrido que –desde su afán imitativo de las
ciencias naturales- reduce la investigación social a mera estadística, a una vacua encuesta
plena de datos pobres e improductivos. Pero si damos rienda suelta a la segunda, las
convertimos en filosofía, y huimos -por tanto- del ámbito de la ciencia propiamente dicha. Es
precisamente en ese “entre”, donde se juega el desafío de las ciencias sociales.
Por otra parte, el recuerdo del doble origen nos lleva también al punto final de nuestro
trabajo, la cuestión de la “función” de las ciencias sociales, a comienzos del siglo XXI. Si a
partir de la hermenéutica está ya claro que “lo científico” no está dado por la capacidad que
tendrían algunas disciplinas para alcanzar un punto de vista “objetivo”, la misión propia de las
ciencias sociales no será entonces la de adaptarse al “método” de las naturales. Vale decir, no
se debería seguir concibiéndolas desde el modelo iluminista de la objetividad a partir del cual
nacieron en la modernidad; sobre todo porque lo que más las caracteriza es justamente esa
relación previa con el objeto, la pertenencia, pero ya no como un escollo a ser superado sino
como un condicionamiento que es parte de la verdad misma: dice Gadamer:
“El ideal de una ilustración plena ha fracasado, y esto sugiere la misión especial de las
ciencias del espíritu: tener siempre presente en la labor científica la propia finitud y el
condicionamiento histórico...”64
Esto nos lleva a que la función propia de las ciencias sociales en nuestra época,
signada por los excesos cientificistas y tecnológicos, es fundamentalmente ética y
compensatoria. En primer término, resaltar una y otra vez, más allá de la innegable pero
también cuestionable eficiencia de la tecnociencia, la finitud y condicionalidad histórica de todo
conocimiento; esto es, señalar que la actitud científica es un camino válido, pero sólo uno,
puesto que la “verdad” seguramente es algo mucho más amplio que una ecuación matemática,
y la razón algo más que el mero cálculo. Y, en segundo lugar, reivindicar, frente a la vorágine
irrefrenable de innovaciones tecnológicas, no la pretensión romántica de volver a un pasado
mítico, pero sí la moderación. Así, vincular y arraigar el vertiginoso desarrollo tecnológico en el
suelo común de una tradición es una de las funciones básicas de las ciencias sociales: ante el
desmembramiento social y el resquebrajamiento de las relaciones humanas que trae
aparejados la modernidad tecnocrática, el recuerdo de lo comunitario, de lo vinculante.
Tener siempre presente la historicidad y la finitud –borradas una y otra vez por el
quehacer técnico de las ciencias naturales-; establecer vínculos constantes entre los
resultados de la tendencia tecnológica a la innovación y aquello que nos une como
pertenecientes a una tradición (o ethos-logos común); pero también y sobre todo salvaguardar
un espacio de “pluralismo”, debe ser tarea y función esencial de las ciencias sociales. Sostener
ese “diálogo que somos”, en tanto hombres, como un diálogo siempre abierto y plural, frente a
los discursos rápidamente universalizables y renovadamente fundamentalistas (no sólo en el
ámbito religioso o político sino también económico)
En síntesis, la importancia actual de las ciencias sociales, post giro lingüístico, reside
en la función eminentemente ética que las caracteriza: un gesto de finitud que ha de operar al
modo de una suerte de efecto compensatorio que suture las heridas de una modernidad que
se nos presenta aún como destino inexorable.
63
. Parafraseamos en esto a Aristóteles.
64
. Gadamer, H. G. (1999): p. 48.
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