Psicología en El Siglo XXI 2021 PDF

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Rev. Acad. Colomb. Cienc. Ex. Fis. Nat. 45(176):651-665, julio-septiembre de 2021 Psicología en el siglo XXI.

doi: https://doi.org/10.18257/raccefyn.1432

Ciencias del comportamiento

Artículo de revisión

Psicología en el siglo XXI


Psychology in the 21st century
Fernando Cárdenas P.

Laboratorio de Neurociencia y Comportamiento, Departamento de Psicología, Universidad de los Andes,


Bogotá, Colombia
Artículo de posesión para admisión, como miembro correspondiente a la Academia Colombiana de Ciencias
Exactas, Físicas y Naturales

Resumen
El enorme avance en el desarrollo científico-tecnológico característico de las últimas décadas ha
ocasionado grandes cambios en el pensamiento cotidiano y en la aproximación a los problemas
teóricos. El que más ha afectado a la Psicología es la posibilidad de explicar los procesos psicológicos
en términos neurobiológicos. Ya desde el nacimiento mismo de la disciplina en 1864, con los trabajos
de Paul Broca, según algunos, o en 1879, con la creación del primer laboratorio de Psicología por
Wilhelm Wundt, según otros, hubo una tímida tendencia a la adopción de posiciones materialista-
monistas para el estudio de los fenómenos psicológicos. Pero solo hasta hace relativamente poco se
comenzaron a dar pasos certeros en esta dirección, pues no existían las herramientas tecnológicas,
matemáticas e informáticas necesarias para la integración teórica de los datos obtenidos en la
experimentación. En este escrito se hace inicialmente una breve contextualización del origen de
la Psicología, intentando definir sus problemas principales y las metodologías propuestas en
un comienzo y a continuación se ofrecen algunos ejemplos de la forma en que los desarrollos
tecnológicos en neurociencia se han venido integrando al campo de la Psicología; por último, se
plantea que el futuro de la disciplina parece estar construyéndose a partir de la inclusión de sus
problemas, preguntas y metodologías en el marco de la neurociencia.
Citación: Cárdenas P. F. Psicología en
Palabras clave: Psicología; Psicobiología; Ciencia natural; Comportamiento; Neurociencia
el siglo XXI. Rev. Acad. Colomb. Cienc. comportamental.
Ex. Fis. Nat. 45(176):651-665, julio-
septiembre de 2021. doi: https://doi. Abstract
org/10.18257/raccefyn.1432
The enormous progress in scientific and technological development characteristic of the last
Editor: Rubén Ardila decades has brought about major changes in everyday thinking and in the approach to theoretical
Correspondencia:
problems. One that has most affected psychology is the possibility of explaining psychological
Fernando Cárdenas P.; processes in neurobiological terms. From the very birth of psychology in 1864, with the work of
[email protected] Paul Broca, according to some, or in 1879, with the founding of the first Psychology laboratory by
Wilhelm Wundt, according to others, there was a timid tendency to adopt a materialistic-monistic
Recibido: 13 de marzo de 2021
approach to the study of psychological phenomena. But it is only until recently that we have begun
Aceptado: 3 de julio de 2021
Publicado: 17 de septiembre de 2021
to advance in this direction because the technological, mathematical, and computer tools required
for the theoretical integration of the data from experimentation were not yet available. Here I offer
a brief contextualization of the origin of psychology seeking to define its main problems and the
methodologies initially proposed. Then, I give some examples of the integration of technological
developments in neuroscience with knowledge in psychology, and finally, based on this integration I
explain how the future of the discipline would develop from the insertion of its problems, questions,
Este artículo está bajo una licencia de and methodologies within the framework of neuroscience.
Creative Commons Reconocimiento- Keywords: Psychology; Psychobiology; Natural sciences; Behavior; Behavioral neuroscience.
NoComercial-Compartir Igual 4.0
Internacional

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Cárdenas P. F. Rev. Acad. Colomb. Cienc. Ex. Fis. Nat. 45(176):651-665, julio-septiembre de 2021
doi: https://doi.org/10.18257/raccefyn.1432

A todos los forjadores de las bases de la Psicología científica

Introducción
El 2020 será recordado como uno de los años en que fue necesario afrontar los más grandes
cambios sociales, políticos, ideológicos y económicos, cuya incidencia en el ámbito per-
sonal, las rutinas diarias, la percepción del propio lugar en el contexto social, y el cues-
tionamiento de la propia valía, ha sido mayúscula. Todo esto, aunado indiscutiblemente
al sentimiento general de peligro de contagio, se ha traducido en el aumento de casos de
estrés, ansiedad y depresión.
Dicha situación ha dejado en evidencia la falta de un conocimiento claro sobre los
mecanismos cerebrales que median en procesos que van desde la percepción de las situa-
ciones externas hasta los cambios neuroquímicos responsables de los estados emocionales
de ansiedad, desasosiego, pérdida de la sensación de control, depresión, etc.
Naturalmente, el vacío en la explicación de tales fenómenos no se debe a falta de
conocimientos sobre el funcionamiento nervioso, pues es mucho lo que hoy sabemos de la
actividad cerebral, ni tampoco a falencias en la descripción de los procesos psicológicos
implicados, sino, al parecer, y principalmente, a la ausencia de esfuerzos para integrar
decidida y explícitamente los campos de la neurociencia y la Psicología. Desafortunada-
mente, esta falta de interés es más evidente entre los profesionales de la Psicología, ya que
aún hoy hay quienes temen que su campo y objeto de estudio se diluyan en el conocimiento
de la neurociencia y declaran abiertamente que la neurociencia y la Psicología son dos
disciplinas diferentes, separadas y sin marcos comunes.
Un breve viaje por la historia de la Psicología es suficiente para ilustrar los dos puntos
centrales que guían este artículo: primero, que la Psicología hace parte integral del pensa-
miento humano en todas las épocas y, por lo tanto, los intentos de explicación de los fenó-
menos que le son propios siempre han estado en consonancia con el momento histórico, y,
segundo, que su campo de estudio y su problemática deben abordarse enteramente desde
la lógica de las ciencias naturales, porque, en principio, somos organismos biológicos,
regidos por las leyes aplicables a otras especies, con muchas de las cuales compartimos los
principios anatómicos y fisiológicos básicos. Incluso aspectos que antaño considerábamos
“exclusivamente humanos”, como la consciencia, la moral, la ética, el sentido de justicia,
la cooperación o la autopercepción, se han podido evidenciar ya en muchas otras especies
(de Waal, 2021, 2019; Webb, et al., 2017; Buttelmann, et al., 2017; Krupenye, et al.,
2016; León & Cardenas, 2011).
En este sentido, cabe mencionar que el estudio de los problemas clásicos de la Psi-
cología a la luz de la teoría de la evolución, tanto en sus versiones darwinistas iniciales
como en los actuales desarrollos en genética molecular y epigenética, permite una visión
más amplia, compleja y realista. Para acceder a un panorama completo sobre la forma en
que la teoría evolucionista influyó en la Psicología, se recomienda la lectura de “Darwin
y la Psicología” publicado por Ardila (1977). Como lo menciona Papini (2011), una
de los grandes aportes de las ideas de Darwin a la Psicología fue la posibilidad de
contemplar el comportamiento humano desde una perspectiva evolutiva y como parte de
un continuum filogenético.
En este marco, el objetivo del artículo no fue hacer una revisión de la historia de la
Psicología científica, para lo cual el lector interesado puede consultar el artículo de Ardila
(2007), sino ofrecer una breve contextualización de los inicios del pensamiento científico
en Psicología para comprender mejor ese pasado desde el cual sea dable proyectar un
posible futuro.

El origen de la psicología como disciplina


Diversos autores han situado el origen de la Psicología en dos posibles momentos: el
que la mayoría de la comunidad académica acepta lo remonta a 1879, cuando Wilhelm
Wundt funda el primer laboratorio de Psicología experimental en la Universidad de

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Leipzig (Alemania). El trabajo de Wundt no fue un esfuerzo aislado, ya que se basó en


el de otros importantes pensadores: su maestro Hermann von Helmholtz, médico con
profundo interés en la fisiología; Gustav Theodor Fechner, médico con interés en la física
y los aspectos psicológicos que situaba el ámbito psicológico en igualdad de condiciones
que el físico, y Ernst Heinrich Weber, también médico, interesado en la medición de
los umbrales perceptuales, quien contribuyó significativamente a la cuantificación de la
percepción. Fechner y Weber también son considerados, por separado, como iniciadores
de la Psicología (Marx & Hillix, 1980).
Quizá la mayor contribución de Wundt fue rescatar los fenómenos psicológicos del
seno de la filosofía y de la religión, al que habían sido relegados por influencia del pensa-
miento cartesiano y de la iglesia católica (Beltrán, 2009). La idea fundamental de Wundt
era proponer la Psicología como la ciencia de la mente, la cual debía estudiarse con base
en la metodología científica, lejos de la metafísica (Caparrós, 1976). Así abrió la puerta
a la medición y la cuantificación de los fenómenos psicológicos, alejándolos de las expli-
caciones por interpretación personal o por autoridad (Fierro, 1982) y permitiéndoles, de
esta forma, su entrada a la ciencia. La gran expansión del pensamiento de Wundt ayudó a
la creación de muchos laboratorios alrededor del mundo, promoviendo un gran interés en
la visión experimental y científica de los fenómenos psicológicos.
Para algunos otros autores el momento de inicio de la Psicología, específicamente de
la neuropsicología, se sitúa quince años antes de la fundación de aquel laboratorio, es decir
en 1864, con la presentación de un caso de afasia expresiva (el famoso caso del paciente
Luis Victor Leborgne, más conocido como “Tan”) que hizo Paul Broca ante la Sociedad de
Antropología de París (Domansky, 2013). El trabajo de Broca tuvo un impacto inmenso,
pues constituyó la primera evidencia clara del asiento cerebral de una función tan carac-
terísticamente humana como el lenguaje, dirimiendo así la pugna, en auge en aquel
momento, entre localizacionistas y holistas (Ardila & Rosselli, 2019; López, 2015), dos
posiciones casi irreconciliables sobre la forma de funcionamiento del cerebro.
Para los localizacionistas, encabezados por el alemán Franz Joseph Gall, el cerebro
se organizaba a partir de múltiples estructuras corticales, cada una de ellas con su propia
función, de forma que cada una de las actividades mentales podía ser relacionada con
alguna estructura cortical particular (Kolb & Whishaw, 2017). Se recordará que una de
las posiciones extremas de este localizacionismo fue la ampliamente desacreditada fre-
nología, propuesta por el mismo Gall y por Johann Spurzheim (Arias, 2018), según la cual
las prominencias en el cráneo se correlacionarían con aspectos específicos de la perso-
nalidad. Este punto de vista, coherente con la idea de una mente anclada a un cerebro, era
visto con mucho escepticismo por algunos círculos filosóficos y religiosos, pues atentaba
directamente contra la supuesta naturaleza “divina” de la mente (Finger, 2000). La evi-
dencia actual muestra que por lo menos tres de los supuestos teóricos de la frenología (y
por extensión, del localizacionismo) han demostrado su veracidad: 1) la mente (y el com-
portamiento) son productos de la actividad funcional del cerebro; 2) es posible rastrear la
localización de funciones particulares en regiones específicas de la corteza cerebral, y 3)
el cerebro no funciona como una masa desordenada, lo cual se desprende del anterior. Al
respecto resulta interesante mencionar que, incluso hoy, hay quienes expresan el miedo
de reducir la mente a la función cerebral y llegan a catalogar los estudios de neuroimagen
funcional como una “neofrenología”, indicando con ello el rechazo abierto a la posibilidad
del reduccionismo materialista de la mente a la función cerebral (Cohen, 1996).
Por su parte, los holistas, encabezados por el francés Pierre Flourens, declaraban que
las funciones mentales correspondían en realidad a una acción global del cerebro, idea
que anticipó el concepto de la “acción en masa” propuesto por Karl Lashley casi un siglo
después, en 1929 (López, 2011). Es interesante señalar que estos dos conceptos surgieron
a partir de equivocaciones metodológicas.
En el caso del holismo de Flourens, la selección de sus sujetos experimentales (palo-
mas y conejos, en su mayoría), fue totalmente inadecuada, pues la ausencia de una cor-
teza cerebral extensa y verdaderamente definida necesariamente imposibilitaba el hallazgo

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de pruebas sustanciales en contra del localizacionismo. Además, resulta plausible que su


trabajo, encomendado en 1822 directamente por Napoleón Bonaparte, estuviera dirigido
específicamente a invalidar y desvirtuar la obra de Gall, a quien el emperador veía como
un alemán peligroso para la cultura francesa (Finger, 2000).
En el caso de Lashley, la hipótesis de la acción en masa surgió como resultado de
su fracaso en la búsqueda del engrama, es decir, de la ubicación de la memoria. Hoy en
día es claro que tal fracaso se debió a que el método usado por Lashley – al igual que el
de Flourens – carecía de toda precisión y lógica teórica. De hecho, estudios actuales con
técnicas de mucha mayor precisión, como la optogenética combinada con la electrofisio-
logía profunda, han permitido encontrar huellas mnémicas (engramas) con detalle (Miry,
et al., 2021; Iwasaki & Ikegaya, 2021; Yamamoto, et al., 2021; Sweis, et al., 2020; Park,
et al., 2016).
Así como sucedió con el pensamiento de Wundt, el trabajo de Broca también dio lugar
a un sinnúmero de otras investigaciones que apoyaron la idea del estudio científico de los
fenómenos psicológicos y su ubicación cerebral. Aproximadamente por la misma época se
gestaba en Rusia un movimiento teórico que también concebía los fenómenos psicológicos
como potencialmente explicables desde la ciencia. Se trataba de la escuela reflexológica
rusa, de la cual los trabajos de Ivan Pavlov fueron los de mayor repercusión en el desarrollo
de la Psicología de inicios y mediados del siglo XX.
Uno de los más influyentes gestores de esta visión reflexológica fue Ivan Mijailovich
Sechenov, médico fisiólogo interesado especialmente en la función cerebral, quien fuera, al
igual que Wundt, discípulo de Hermann von Helmholtz y, además, de Johannes Müller y
de Emile DuBoi-Reymond. Sechenov, quien tuvo contacto cercano con los laboratorios de
Psicología en Leipzig, ha sido considerado el fundador de la Psicología materialista en Rusia
(Frolov, 1980). Fue autor del texto Los reflejos del cerebro, cuya lectura se recomienda, no
sólo por tratarse de un texto clásico, sino también porque en sus páginas se pueden encon-
trar ideas “inspiradoras” que recogen mucho de su pensamiento acerca del funcionamiento
cerebral como base del comportamiento animal, incluido el humano (Sechenov, 1972). Su
pensamiento giraba en torno a la idea de que la Psicología podía ser una ciencia objetiva sólo
si el psicólogo que la estudiaba era también un fisiólogo. Las ideas de Sechenov encontraron
eco en el pensamiento de Vladimir Mijailovich Bechterev y de Ivan Pavlov.
El médico neurólogo Vladimir Bechterev, con su gran interés en la Psicología obje-
tiva, fue uno de los hitos más importantes en estas etapas iniciales de la disciplina, y llegó
a conclusiones similares a las de Ivan Pavlov, cuyo aporte al surgimiento de la Psicología
es casi innecesario recordar, pues fue la base misma de la inclusión de la reflexología
en la explicación del comportamiento (Pavlov, 1927), lo que influyó enormemente en la
Psicología del siglo XX.
Así fue desarrollándose la Psicología objetiva, o Psicología científica, según algunos,
en busca de una explicación del comportamiento humano apoyándose en la comprensión
del comportamiento de otros animales, por un lado y, por el otro, en el estudio del funcio-
namiento cerebral.

La integración
Los inicios del 2020 también serán recordados tristemente por la pérdida de una gran
figura en el campo de la filosofía: Mario Bunge, filósofo y físico argentino, reconocido
por ser uno de los principales proponentes del realismo científico (Vargas, 2018) y por
su preocupación constante en torno al muy famoso “problema mente-cerebro”. En 1987
Mario Bunge y Rubén Ardila escribieron un libro, Filosofía de la Psicología, de inmenso
valor para los estudiosos de los fundamentos filosóficos (ontológicos, gnoseológicos o
epistemológicos) de la Psicología y, en general, para cualquier persona interesada en la
disciplina. Según los autores, tres momentos históricos caracterizan el crecimiento de la
Psicología desde su estado inicial (inmaduro), denominado “protocientífico”, hasta su
estado adulto, o “científico”. El estado protocientífico se caracterizó por teorías de tipo

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mentalistas, siendo la principal de ellas el enfoque psicodinámico, en tanto que el estadio


científico se entiende como el predominio del enfoque psicobiológico. Se define también
un momento intermedio, al que denominan “precientífico”, caracterizado por el enfoque
conductista extremo de mediados y finales del siglo pasado (Bunge & Ardila, 1987).
La esperada integración entre Psicología y fisiología, pensada y propuesta desde el
momento mismo del inicio de la Psicología, ha tardado un poco más de cien años en llegar,
pues no solo estuvo supeditada al avance del conocimiento científico sobre el funciona-
miento cerebral y al desarrollo tecnológico que permitiese la creación de metodologías de
investigación adecuadas, sino que, además, como ya se mencionó, se vio frenada por algu-
nos reductos del pensamiento anticientífico que han permanecido impermeables al avance
de la neurociencia y han impedido el progreso hacia nuevas formas de pensamiento.
A continuación, se presentan algunos pocos ejemplos de cómo se está dando esta inte-
gración del conocimiento neurocientífico a las explicaciones de la Psicología. Cada ejem-
plo va acompañado de una referencia bibliográfica que podrá consultarse para profundizar
un poco más en los detalles particulares.
La atención
El tránsito del concepto de atención desde su concepción inicial como un proceso volun-
tario o deliberado (ya presente en las aproximaciones de Wundt o de William James) hasta
la aproximación actual que la considera como un proceso de integración funcional entre
diversos circuitos corticales y subcorticales, permite comprender claramente cómo el
avance en el conocimiento de los mecanismos neurofisiológicos nutrió paulatinamente las
posiciones teóricas y permitió planteamientos más complejos en los que la descripción fue
reemplazada por la explicación.
De esta forma, atributos inicialmente descritos bajo una perspectiva más acorde con
la metodología del “consenso entre evaluadores”, tales como las características atencio-
nales de intencionalidad, focalización, concentración o flexibilidad (Rivas, 2008), o la
descripción de diversos tipos de atención como la simple alerta, la atención selectiva, y la
atención alternante, dividida o sostenida (Ríos-Lago, et al., 2007; Schneider & Schiffrin,
1977), hoy se explican a partir del estudio de la conectividad entre circuitos cerebrales que
involucran diversas regiones, las cuales funcionan coordinadamente gracias a sistemas de
base como la formación reticular y algunos osciladores talámicos (Chandler, et al., 2014;
Posner, et al., 1992; Mesulam, 1990).
A partir de este tipo de explicación, el manejo terapéutico de las diversas enferme-
dades que minan el fluir atencional es ahora más eficiente. Entre tales aproximaciones se
cuentan las farmacológicas (por ejemplo, para el control de los déficits atencionales con
o sin hiperactividad) y las puramente comportamentales, en las que se combinan varios
procedimientos orientados a facilitar el funcionamiento articulado de diversas esferas. Las
técnicas de respiración, relajación, expresividad corporal y desarrollo de habilidades psi-
comotrices, que inicialmente podrían parecer no explícitamente relacionadas con la aten-
ción, hoy en día se utilizan ampliamente y su efectividad se relaciona con la inducción de
actividad en diversos componentes de los circuitos afectados (Hogdson, et al., 2014; Díez
& Soutullo, 2013; García-Campayo, 2013).
La memoria
El caso de la memoria ofrece las mejores evidencias para comprender cómo los avances
en el conocimiento neurobiológico incidieron sobre conceptos tradicionalmente estudia-
dos desde otras perspectivas. Asimismo, es un claro ejemplo de la forma en que gran
parte de la Psicología del siglo XX explícitamente excluyó de su propio marco de refe-
rencia teórico el conocimiento neurobiológico, enfoque conocido como “cajanegrismo”
(de “caja negra”).
Las concepciones iniciales de la memoria en el campo de la Psicología ya reconocían
la presencia de la memoria de corto plazo y la remota, o memorias primaria y secundaria,
según la clasificación de William James (1890/2007). Hermann Ebbinghaus, discípulo

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de Wundt, se interesó mucho en el estudio de la memoria a través de sus conocidas


investigaciones con sílabas sin sentido (Boring, 1950). Con base en sus observaciones
en los inicios del siglo XX, Ebbinghaus concluyó que la práctica era una condición
asociada al mejoramiento del recuerdo, es decir, el tránsito de la memoria desde el corto
hasta el largo plazo, y que había un patrón temporal en la pérdida de los recuerdos
(curvas de olvido). Estos conceptos, enunciados simplemente como descripciones de
los procesos observados, adquirieron en las últimas décadas del siglo XX su explicación
molecular gracias a los trabajos de muchos grupos de investigación, inspirados casi
todos en la monumental obra de Eric Kandel, de quien se recomienda especialmente la
lectura de su libro autobiográfico, publicado en el 2006 y traducido al español en el 2007,
en el cual resume gran parte de su obra y presenta una visión contextual de muchos de
sus descubrimientos.
Así, términos como “práctica” u “olvido” pudieron traducirse como “plasticidad sináp-
tica” o “depresión a largo plazo” y su manejo se hace actualmente utilizando técnicas tales
como la manipulación neuroquímica o la modificación genética (Tan, et al., 2020; Tang,
et al., 1999).
Otra confluencia muy importante proviene de la unión entre el conocimiento clínico
y el investigativo. En este sentido, la obra de Brenda Milner constituye un ejemplo
exitoso de integración. Durante mucho tiempo su trabajo giró en torno al análisis del
caso clínico del paciente Henry Molaison, mejor conocido como el caso HM, quizá
el más estudiado y mejor documentado de todos los tiempos (Annese, et al., 2014).
En 1953 HM fue sometido a una hipocampectomía bilateral para el tratamiento de una
epilepsia grave que lo aquejaba. Después de la cirugía presentó una amnesia anterógrada
total, es decir, sus recuerdos anteriores a la cirugía se mantuvieron casi inalterados, pero
le fue imposible almacenar nuevos recuerdos de sus acciones desde entonces y hasta su
muerte. Sin embargo, los análisis detallados de su memoria evidenciaron que algunos
tipos particulares de recuerdos sí se almacenaban, pese a que él no recordaba haberlos
adquirido. Estos recuerdos se relacionaban con sus habilidades o destrezas, es decir,
aquellos que no estaban ligados a su propia historia consciente. Los descubrimientos
de Brenda Milner, junto con los de otros muchos investigadores, evidenciaron que la
memoria es mucho más que la simple capacidad de recordar información. Así, a partir
de la simple diferenciación entre la memoria primaria y la secundaria, hoy tenemos una
constelación de tipos, clases y formas diferentes de memoria (emocional, sensorial,
de trabajo, funcional, espacial, declarativa, semántica, episódica, procedimental, del
receptor, visoespacial, fonológica, etc.,) y cada una de ellas corresponde a cierto tipo de
actividad en diferentes regiones cerebrales (Kandel, 2006; Robertson, 2002; Thompson
& Kim, 1996).
Igualmente importante es el gran papel que en esta búsqueda de las bases neuronales
de la memoria tuvo el estudio en animales no humanos (incluso en moluscos y gusanos),
que permitieron extender la frontera del conocimiento a un nivel de profundidad y pre-
cisión nunca alcanzado.
En cuanto al estudio de la formación de los recuerdos (creación de engramas),
uno de los grandes momentos de la historia se registró en el 2013, cuando Sosumu
Tonegawa reportó la creación de una falsa memoria emocional en ratas (Liu, et al.,
2014; Ramírez, et al., 2013). Utilizando activación celular selectiva por optogenética,
Tonegawa demostró que es posible crear memoria de eventos que nunca sucedieron,
lo que abre una ventana inmensa para el manejo terapéutico de un sinnúmero de
situaciones. Es claro que, como suele suceder en estos casos (Cárdenas & Corredor,
2018), ciertas consideraciones éticas no permiten aún una aplicación amplia y abierta
de estos conocimientos.
Es evidente, entonces, cómo el conocimiento de uno de los procesos psicológicos
básicos se ha ido complejizando con la inclusión de nuevos descubrimientos, lo que ha
producido cambios dramáticos en su comprensión, abriendo la puerta a posibilidades tera-
péuticas impensables años atrás.

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Consciencia y cognición
Indudablemente, el pensamiento y la consciencia son dos de los temas que por excelencia
han definido el área de estudio de la Psicología. Desde hace mucho tiempo la mente se ha
concebido como la parte “espiritual” del ser humano, intangible y en contacto con reali-
dades supranaturales. Por ello resultaba imposible, no ya ponerla en igualdad de condicio-
nes con los demás objetos del universo, sino siquiera intentarlo, pues si había alguna forma
de conocer esa mente, ésta pertenecía al ámbito de la filosofía o de la religión. Natural-
mente, desde esta perspectiva los argumentos se fincaban en la autoridad y el dogma y se
aceptaban como verdades incuestionables.
En ese contexto, la posibilidad de llevar la mente al laboratorio resultaba revolucio-
naria y peligrosa. Por ello fue tan difícil para la naciente Psicología de finales del siglo XIX
abrirse paso a través de este cerco filosófico y religioso. En un escenario tal, claramente era
más sencillo para la fisiología o para la medicina lograr avances más veloces, libres como
estaban del freno de las ideologías dogmáticas con las que debió lidiar tradicionalmente
la Psicología.
La integración entre los dos mundos, ya perfilada desde la presentación del caso
de Leborgne, fue adquiriendo forma y nutriéndose de una constelación de evidencias
provenientes principalmente de la neuroimagenología, traspasando las fronteras del len-
guaje y llegando a terrenos como el de la adopción de decisiones (Camerer & Mobbs,
2017; Ramakrishnan & Murthy, 2013), los estilos cognoscitivos (Hao, et al., 2014;
Miller, et al., 2012), la ejecución de tareas mentales (Nishimura, et al., 2020), senti-
mientos como el amor (Zeki, 2007), el odio (Zeki & Romaya, 2008) o el remordi-
miento (Duan, et al., 2020; Takahashi, et al., 2004), aspectos como la religiosidad o
espiritualidad (Dobrakowski, et al., 2020; Bouso, et al., 2015), la empatía (Weisz &
Zaki, 2018; Bernhardt & Singer, 2012), la imaginación (Fulford, et al., 2018), la ética
y la moral (Eslinger, et al., 2009; Moll, et al., 2002), y la autoconsciencia (Lou, et al.,
2017; Hameroff, 2001).
Entre los descubrimientos más importantes que han fortalecido la integración de
la neurociencia y la Psicología pueden mencionarse los estudios de algunos síndromes
neuropsicológicos que sitúan de forma clara los procesos psicológicos en determinadas
regiones cerebrales.
Los qualia
Dos de los síndromes neuropsicológicos más característicamente relacionados con la
percepción subjetiva del mundo, la acromatognosia (pérdida del reconocimiento del
color sin alterar su percepción) y la acromatopsia (pérdida de la percepción del color),
cuestionan profundamente el concepto de qualia (plural de quale), tradicionalmente usado
en la filosofía como ejemplo de la subjetividad de la consciencia, de la imposibilidad
de estudiar los fenómenos perceptuales y de la imposibilidad de llevar lo subjetivo al
escrutinio reductivo y profundo del materialismo fisicalista (Dennet, 1988/1991). En
este sentido, los experimentos realizados por David Hubel y Torsten Wiesel en 1959
(por los cuales obtuvieron el premio Nobel en 1981), sobre la percepción visual en el
córtex visual de los gatos (Hubel & Wiesel, 2004/2012, 2012), y la propuesta de Vernon
Mountcastle sobre la organización cortical modular de la corteza cerebral (Mountcastle,
1997), abrieron una línea de trabajo de mucha relevancia y grandes implicaciones. Una
de las más notables era la posibilidad de extrapolar esta organización modular de los
sistemas perceptuales a los sistemas cognitivos. Este cambio en la forma de comprender
los fenómenos perceptuales llevó el problema de los qualia un paso más allá: generar
percepciones en ausencia de objeto significa inducir deliberadamente qualia, diríamos,
inducir subjetividad de forma controlada. Esto representó el inicio de la expulsión de
los qualia del terreno de lo inherentemente íntimo de la subjetividad, idea que está en la
base de muchos estudios de neurocibernética en los que se ha demostrado la posibilidad
de inducir no solo percepciones sino, incluso, aprendizajes en ausencia de la experiencia
(Nicolelis, 2014; Pais-Vieira, et al., 2013).

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La consciencia inconsciente
La percepción visual se define como el proceso por medio del cual tomamos conscien-
cia de nuestro alrededor y generamos comportamientos acordes y adecuados. En este
sentido, el fenómeno del blindsight, o visión ciega, es decir, la pérdida de la percepción
visual consciente por lesión (o remoción) de la corteza visual primaria, resulta de gran
interés. En esta condición el paciente presenta ausencia de visión, es decir, su percepción
subjetiva es que está ciego. Sin embargo, existen remanentes muy importantes de visión,
a tal punto que es capaz de desplazarse sin problemas por un recinto en el que han
sido colocados varios objetos en el piso, esquivándolos. La persona incluso puede alzar
el brazo para atrapar en el aire algún objeto que le es lanzado, subir una escalera y
realizar otras acciones que requieren de la percepción visual (Tamietto, et al., 2010).
Cuando se le pregunta al paciente – inconsciente de que es capaz de hacer estas cosas
–acerca de cómo las hizo, arguye que son golpes de suerte, pues se sabe ciego e incapaz
de responder visualmente. Estas evidencias obligaron a modificar la manera en que
definimos la percepción, a tal grado que hoy se plantea la existencia de diversos tipos de
percepción en varios niveles (medular, mesencefálica, diencefálica o subcortical, etc.),
de manera que se han allegado nuevos datos al problema de la génesis cerebral de la
consciencia (Weiskrantz, 1995).
La personalidad
Otro ejemplo de cómo el conocimiento en neurobiología desplazó viejas explicaciones
sobre la autoconsciencia, es el estudio del denominado “síndrome prefrontal”, asociado a
la lesión de las regiones anteriores del lóbulo frontal.
El estudio de pacientes con lesiones en dichas regiones cerebrales permitió ver que
funciones y atributos tales como el autocontrol, el monitoreo del comportamiento propio,
el libre albedrío, la autodeterminación, la volición, la adopción de decisiones, la antici-
pación, la planeación, la introyección de normas de comportamiento social y, en últimas,
el concepto de “personalidad”, están localizados en esa estrecha región cerebral (Adrián-
Ventura, et al., 2019; Hiser & Koenigs, 2018; Ardila, et al., 1982). La lesión de esta
región deja a la persona, diríamos, “vacía de sí misma” pero conservando sus habilidades
de lenguaje, pensamiento matemático, inteligencia, percepción corporal, visión, audición,
etc. Es casi como si se le retirase solamente la parte de humanidad que la define. De
hecho, es común que pacientes con este síndrome se presenten como personas sin normas
y con comportamientos divergentes con respecto a lo socialmente esperado (Anderson,
et al., 2020).
Aplicaciones de este conocimiento llevaron al uso de la tristemente célebre técnica
desarrollada por el portugués Egas Moniz, la lobotomía prefrontal o leucotomía (Marshall
& Magoun, 1998). La lobotomía prefrontal se conoce con el nombre de “psicocirugía” por
tratarse, justamente, de una forma quirúrgica de amputar parte del universo psicológico de
la persona. Entre las psicocirugías figura también la cingulectomía – igualmente prohibida
hoy en día en muchos países –, que fuera utilizada ampliamente y de forma exitosa en
el control de algunas alteraciones del comportamiento como, por ejemplo, las conductas
delincuenciales asociadas con la adicción a drogas (Brotis, et al., 2009).
El libre albedrío
Desde los albores de la humanidad, la capacidad de ejercer la propia libertad interna para
decidir es uno de los aspectos que mejor ha definido lo que se considera humano. La
volición se ha considerado siempre como el atributo más importante de la mente y en ella
se fundan conceptos de gran complejidad como la libertad humana, la libre decisión y el
libre pensamiento. Por esta razón, no es de extrañar que uno de los temas que ha despertado
mayor interés en la integración entre neurociencia y Psicología haya sido justamente el
libre albedrío. Benjamin Libet demostró en un famoso experimento que el momento en
que una persona toma consciencia de la decisión de llevar a cabo una acción es posterior al
inicio de tal acción. Sus resultados (replicados, enriquecidos y criticados por muchos otros

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investigadores) indican que la consciencia de la persona es informada de que ya se inició


la acción y tal información es asumida como el momento de la toma de la decisión (Libet,
2002; Libet, et al., 1983).
La actividad cerebral anterior a la misma percepción de la persona es conocida como
potenciales de aprestamiento (readiness potential) o potenciales de preparación (Parés-
Pujolràs, et al., 2019) y puede detectarse hasta con dos segundos de anticipación (Alexander,
et al., 2016). Por obvias razones el experimento de Libet ha sido muy cuestionado, llegando
a imputársele posibles fallas metodológicas (Breitmeyer, 2002). Muchos autores sugieren
que se trata de resultados no concluyentes, pues podrían ser interpretados de múltiples for-
mas (Crick, 1995). Es comprensible que un experimento que cuestione la esencia misma
de la libertad de decisión reciba tantos cuestionamientos, pues sus implicaciones son de
gran repercusión. Esta línea de estudio permanece activa y resulta muy interesante ver su
desarrollo y su impacto sobre los conceptos de voluntad y libre decisión.
La ética y la moral
Por último, vale la pena mencionar investigaciones que se han centrado en otro de los
aspectos cruciales de la definición de lo humano: los valores éticos y morales. Lejos del
ámbito teológico y teosófico, y ubicados en una posición sin contaminantes ideológicos,
se ha demostrado el origen cerebral de tales valores y, por lo tanto, su posible modulación.
En este sentido, quizás las evidencias más claras se encuentran en los excelentes trabajos
de Rebeca Saxe, en los cuales se ha demostrado que es posible inducir cambios en los
conceptos éticos y morales por medio de la estimulación magnética transcraneal (Young,
et al., 2010).
Vale la pena mencionar, asimismo, los reportes de Antonio Damasio y su esposa
Hanna Damasio, en los que se investiga la organización cerebral de la ética y de la moral
a través del estudio de casos de pacientes con lesiones en las regiones frontales mediales y
basales (Damasio, 2007; Anderson, et al., 1999). Igualmente dignos de mención son los
trabajos de Zaira Cattaneo y su grupo, en los cuales se han inducido cambios en la valora-
ción estética de objetos y su relación con los juicios morales mediante la estimulación
magnética transcraneal (Cattaneo, 2020; Ferrari, et al., 2017). Así pues, la modificación
de los juicios éticos es quizá el ejemplo más claro de las inmensas posibilidades de las
técnicas de estimulación cerebral y, por consiguiente, ha despertado innumerables críticas
y comentarios, dadas las implicaciones éticas que conlleva la modificación de tales valores.

¿Qué le depara el siglo XXI a la psicología?


Como queda dicho, el tránsito de la explicación de los procesos psicológicos desde lo filo-
sófico y lo religioso al ámbito de la ciencia natural tardó al menos un siglo en empezar a
tomar cuerpo. Desde el nacimiento de la Psicología se fue asomando (muy tímidamente) la
idea de que lo psicológico no solo podría, sino que debía ser estudiado a la luz de la ciencia.
En ese paso de la Psicología protocientífica a la científica (Bunge & Ardila, 1987), innu-
merables líneas de investigación se fueron abriendo paso al interior de la disciplina. Todas
ellas fueron paulatinamente asimilando elementos de la neuroimagen, la electrofisiología, la
neuropsiquiatría o la neuropsicología, y dando lugar a nuevas teorías e hipótesis de trabajo
que enmarcan explícitamente el mundo mental dentro del terreno de la neurociencia.
La evidencia alcanzada hasta este momento en el estudio del cerebro muestra clara-
mente el error conceptual de las posiciones que rechazaron la reflexología y el carácter
innato del comportamiento en pro de la dialéctica hombre-sociedad, desconociendo los
factores biológicos determinantes del comportamiento (por ejemplo, aquellas fundamen-
tadas en la propuesta de inicios del siglo XX por Lev Vigotsky, que alimentó gran parte
de la Psicología social de finales del siglo XX y comienzos del XXI). Asimismo, se hace
evidente que las posiciones que optaron por seguir el concepto de “caja negra” mencionado
atrás, hubieran podido tener una vida más larga y acorde con el devenir teórico si se hubiera
buscado la construcción de una posición integradora de los conocimientos provenientes de
otras disciplinas sobre esta “caja negra”.

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Hoy en día es indiscutible que el diálogo permanente entre el hombre y su entorno social
es en todo similar a la forma en que se da cualquier otro proceso, pues lo realiza el mismo
cerebro mediante los mismos procesos fisiológicos. De hecho, la neurociencia social, de
la cual John Cacioppo fue uno de los principales proponentes y desarrolladores, ofrece un
amplio y preciso contexto neurocientífico a los fenómenos sociales (Cacioppo, et al., 2002).
Dado este panorama, es casi imposible que actualmente, o en el futuro, el estudio
científico de cualquier proceso psicológico pueda pensarse desde un marco diferente al psi-
cobiológico (neurocientífico), so pena de caer en la descripción en lugar de la explicación
de los fenómenos.
Haciendo una analogía de la propuesta de Jean Piaget durante la XII Conferencia de
la UNESCO, en la que abogó por borrar las distinciones entre lo psicológico y lo social,
ya que, según su argumentación, los fenómenos sociales dependen claramente de los fenó-
menos humanos, podemos ahora abogar por borrar las distinciones entre lo psicológico y
lo fisiológico, pues tal distinción es insostenible a la luz del conocimiento actual. Todos
los fenómenos humanos son resultado de procesos cerebrales y, por tal motivo, pueden ser
abordados explicativamente y de forma objetiva con las herramientas que le son propias a
las ciencias naturales.
En las últimas tres décadas del siglo XX fue notoria la tendencia a construir y apoyar
las hipótesis y afirmaciones sobre los procesos psicológicos en la evidencia obtenida con
diversas técnicas como la tomografía axial computarizada, la electroencefalografía digi-
tal, los potenciales evocados o relacionados a eventos, la resonancia magnética, la reso-
nancia magnética funcional, las tomografías por emisión de positrones o de fotones, la
magnetoencefalografía, la espectroscopía por emisiones cercanas al infrarrojo, y otras.
La utilización de estas técnicas ha permitido acercarse más a la tan añorada objetividad
en la medición de las funciones psicológicas y contribuye cada vez más a resolver pre-
guntas centrales de la Psicología que, en realidad, reflejan la curiosidad del ser humano:
¿dónde queda la mente?; ¿puede la consciencia permanecer tras la muerte del cerebro?;
¿es posible la consciencia extrabiológica?; ¿por qué la consciencia del sueño es diferente
de la consciencia durante la vigilia?, y muchas más.
El avance tecnológico continúa, por lo tanto, es apenas natural prever que, cada vez
más, se dispondrá de mejores herramientas para analizar con mayor precisión espacio-
temporal los procesos psicológicos, con lo cual se seguirá acumulando el conocimiento
sobre la unicidad de mente y cerebro.
La normal tendencia de los eventos permite avizorar el desarrollo de la Psicología
en lo que resta del siglo XXI y, claramente, en los siglos por venir. Incluso si en el futuro
deja de llamarse Psicología, la disciplina descansará sobre la aplicación de nuevas técnicas
que hoy se encuentran en su fase experimental, como el ultrasonido focalizado de alta
intensidad, el ultrasonido funcional (cuya utilización en la creación de interfaces cerebro-
máquina será inconmensurable), el desarrollo de nanocomponentes (nanobots, nano-
partículas de polímeros para la modificación neuroquímica precisa, nanofarmacología,
etc.), la optogenética, la edición genética (por repeticiones palindrómicas cortas agrupadas
y regularmente interespaciadas o CRISPR), el implante o la supresión de recuerdos o
constelaciones de conocimientos por estimulación cerebral profunda, la transformación de
la actividad electroencefalográfica en información visual, el uso de la inteligencia artificial
para el diagnóstico y la toma de decisiones terapéuticas, la potenciación de la memoria, tanto
en pacientes aquejados de alteraciones como en personas normales que deseen aumentar
sus capacidades mnémicas, mediante microestimulación eléctrica profunda dirigida,
así como la transmisión a distancia de imágenes mentales, y otras muchas aplicaciones.
Cada una de estas técnicas abre infinidad de posibilidades de utilización práctica y de
redefinición teórica, cuya discusión excede claramente el alcance del presente artículo,
razón por la cual solo se enuncian.
El advenimiento de estas técnicas y de muchas más que aún están en la fase explora-
toria hará que el papel del psicólogo sea cada vez más complejo y llegue a muchas esferas
de la sociedad, sobre todo la educación para el desarrollo de una sociedad mejor preparada

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para el día a día. Posiblemente uno de los roles que habrá de cumplir el psicólogo del
siglo XXI gire alrededor de la necesidad de equilibrar el conocimiento popular con la
realidad científica y tecnológica, pues esta distancia es una de las mayores causas de atraso
y desadaptación personal, y está en la base de la baja productividad de las sociedades y del
mantenimiento de estructuras sociales que han probado su ineficacia sobradamente.
En este sentido, la característica más notoria es que la integración deberá darse no solo
en el nivel de la construcción teórica sino, principalmente, en el de la formación interdis-
ciplinaria del propio psicólogo y de sus grupos de trabajo. Con el desvanecimiento de los
límites entre las disciplinas, se logrará un conocimiento científico mucho más real, preciso,
amplio y fidedigno, sobre el cual será relativamente seguro construir las nuevas concepcio-
nes del hombre como entidad natural y de su lugar en el cosmos.
Quizá este cambio de perspectiva ya iniciado lleve a que el concepto actual de la
humanidad acerca de sí misma se modifique y nos permita tomar consciencia de nuestro
papel como otra más de las especies animales del ecosistema, para que así podamos superar
el peligroso momento en que nos encontramos y escapemos a la extinción que nos amenaza.

Conflicto de intereses
El autor declara que no tiene conflicto de intereses en relación con este artículo.

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