El documento discute el conocimiento natural de Dios a través de la creación según las enseñanzas bíblicas y del magisterio de la Iglesia. Explica que la Biblia y el Concilio Vaticano I afirman que los atributos invisibles de Dios pueden conocerse a través de la contemplación de sus obras en la creación. Sin embargo, los hombres a veces no reconocen al Creador debido a limitaciones. El Vaticano II enfatiza la perspectiva histórica y cristocéntrica de esta doctrina.
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El documento discute el conocimiento natural de Dios a través de la creación según las enseñanzas bíblicas y del magisterio de la Iglesia. Explica que la Biblia y el Concilio Vaticano I afirman que los atributos invisibles de Dios pueden conocerse a través de la contemplación de sus obras en la creación. Sin embargo, los hombres a veces no reconocen al Creador debido a limitaciones. El Vaticano II enfatiza la perspectiva histórica y cristocéntrica de esta doctrina.
El documento discute el conocimiento natural de Dios a través de la creación según las enseñanzas bíblicas y del magisterio de la Iglesia. Explica que la Biblia y el Concilio Vaticano I afirman que los atributos invisibles de Dios pueden conocerse a través de la contemplación de sus obras en la creación. Sin embargo, los hombres a veces no reconocen al Creador debido a limitaciones. El Vaticano II enfatiza la perspectiva histórica y cristocéntrica de esta doctrina.
El documento discute el conocimiento natural de Dios a través de la creación según las enseñanzas bíblicas y del magisterio de la Iglesia. Explica que la Biblia y el Concilio Vaticano I afirman que los atributos invisibles de Dios pueden conocerse a través de la contemplación de sus obras en la creación. Sin embargo, los hombres a veces no reconocen al Creador debido a limitaciones. El Vaticano II enfatiza la perspectiva histórica y cristocéntrica de esta doctrina.
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Unidad 2: El conocimiento “natural” de Dios y el lenguaje de la analogía.
El conocimiento de Dios a partir de la creación en la Escritura: la enseñanza de la
iglesia nos afirma la posibilidad de un conocimiento de Dios a partir de la creación, se habla de conocimiento “natural” de Dios porque es adquirido a partir de los datos de la naturaleza; este conocimiento se contrapone al que podemos alcanzar por la revelación sobrenatural. No hay más que un único Dios revelado en una historia que se inicia en la creación, llega a su culmen en la Encarnación y será llevada a su consumación cuando Dios llega a ser todo en todos. Esta posibilidad del conocimiento de Dios a través de la creación se encuentra ya en la Escritura, en el Salmo 19, 2: “El cielo proclama la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos”. El lugar clásico sobre la materia en el A.T es Sab 13, 1-5: “Sí, vanos por naturaleza son todos los hombres que han ignorado a Dios, los que, a partir de las cosas visibles, no fueron capaces de conocer a «Aquel que es». Al considerar sus obras, no reconocieron al Artífice. En cambio, tomaron por dioses rectores del universo al fuego, al viento, al aire sutil, a la bóveda estrellada, al agua impetuosa o a los astros luminosos del cielo. Ahora bien, si fascinados por la hermosura de estas cosas, ellos las consideraron como dioses, piensen cuánto más excelente es el Señor de todas ellas, ya que el mismo Autor de la belleza es el que las creó. Y si quedaron impresionados por su poder y energía, comprendan, a partir de ellas, cuánto más poderoso es el que las formó. Porque, a partir de la grandeza y hermosura de las cosas, si llega, por analogía, a contemplar a su Autor”. Todo el A.T está lleno de referencias a esta idea desde una teología de la creación y de la sabiduría que ve la huella de Dios en la belleza y hermosura de la creación. El autor del libro parte de la posibilidad del conocimiento de Dios a partir de las cosas creadas, de la belleza y de la bondad de la creación, pero no justifica este principio sino que da por supuesto que, a pesar de la diferencia que existe entre Dios y la creación, hay una semejanza entre ellos, es el artífice que ha dejado su huella en su obra; tampoco explica a través de qué pasos se puede llegar a este conocimiento. A partir de las criaturas se puede llegar a Dios, creador y artífice de ellas, por analogía: se encuentra aquí por primera vez este término aplicado al proceso humano de conocimiento de Dios, se indica con él una cierta proporción, muy lejana, entre los dos términos de una comparación. Pero estos hombres no son capaces de descubrirla, no logran dar el salto de las criaturas al Creador. Se da una incapacidad de trascender e ir mas allá de la hermosura y belleza de la creación; se quedaron en la obra y no se han dirigido al autor. En el N.T tenemos el texto fundamental de Rom 1, 19-23: “Porque todo cuanto de se puede conocer acerca de Dios está patente ante ellos: Dios mismo se lo dio a conocer, ya que sus atributos invisibles –su poder eterno y su divinidad– se hacen visibles a los ojos de la inteligencia, desde la creación del mundo, por medio de sus obras. Por lo tanto, aquellos no tienen ninguna excusa. En efecto, habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron ni le dieron gracias como corresponde. Por el contrario, se extraviaron en vanos razonamientos y su mente insensata quedó en la oscuridad. Haciendo alarde de sabios se convirtieron en necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por imágenes que representan a hombres corruptibles, aves, cuadrúpedos y reptiles.” Lo primero que llama la atención es la constatación de que el conocimiento de Dios a través de la creación no ha llevado siempre al honor y glorificación de Dios que debía ser la consecuencia del mismo. Esto nos hace ver que el conocimiento de Dios no puede reducirse a su aspecto intelectual, Dios no es un objeto de conocimiento neutral como los otros. En el recto conocimiento de Dios entran factores morales, la actitud de darle gracias y glorificarle. La limpieza de la mirada de quien contempla es esencial para no corromper la imagen recta de Dios. En la creación es Dios mismo que se da a conocer de este modo, todavía imperfecto si lo comparamos con la revelación en Jesús. La posibilidad del conocimiento de Dios a través de la creación ha de ser mantenida como un principio irrenunciable. Vaticano I: la relación entre fe y razón es un sello del cristianismo. La constitución “Dei Filius” de este concilio contiene la principal declaración del magisterio eclesiástico sobre esta cuestión: “la misma santa madre iglesia sostiene y enseña que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza por la luz natural de la razón humana a partir de las cosas creadas; ‘ya que sus atributos invisibles –su poder eterno y su divinidad– se hacen visibles a los ojos de la inteligencia, desde la creación del mundo, por medio de sus obras…’ (Rom 1, 20).” (Dei Filius; Capítulo II - La Revelación) https://www.vatican.va/archive/hist_councils/i-vatican-council/documents/vat- i_const_18700424_dei-filius_it.html#_ftn* En el siglo XIX, con el concilio Vaticano I, la iglesia católica se vio en la necesidad de pronunciarse explícitamente sobre esta cuestión, frente a un racionalismo o agnosticismo filosófico que solo estaba dispuesto a aceptar las verdades de fe que pudieran ser demostradas por la razón; y, por otro lado, un fideísmo tradicionalista que ponía bajo sospecha toda posibilidad de la razón como condición del acto de fe y camino en el conocimiento de Dios, pensaba que había que renunciar a una justificación racional de la fe. El Magisterio de la iglesia defiende una razón abierta y una fe iluminada. La relación entre la libertad del hombre, la verdad del mensaje evangélico y la universalidad de la propuesta cristiana, son las tres cuestiones que entran en juego. Hay que subrayar en la definición algunos aspectos: en primer lugar, la intención del concilio es afirmar el conocimiento “natural” de Dios como presupuesto y condición de la fe. Se trata de establecer una correcta relación entre fe y razón para poder afirmar que esta fe es humana y plena. El conocimiento ‘natural’ es una condición misma de la fe. Esta no puede sustraerse a la razón; la fe es una respuesta libre, personal y responsable a la revelación de Dios. Si esta posibilidad del conocimiento ‘natural’ de Dios no existe, la fe responsable se hace imposible. La fe sería ciega. La fe incluye un cierto conocimiento ‘natural’ de Dios que no hace falta que se formule expresa y reflejamente. En segundo lugar, el Vaticano I, señala que hay verdades acerca de Dios que no son inaccesibles a la razón, pero que, en el estado actual de la condición humana, no pueden ser conocidas por todos fácilmente o con certeza y sin mezcla de error. ¿A qué se refiere el concilio cuando habla de “luz natural” de la razón e indirectamente de la “naturaleza humana”? la “naturaleza”, en este contexto, parece identificarse con la creación: es el Dios creador principio y fin de todas las cosas el que puede ser conocido por la razón natural a partir de las cosas creadas. El conocimiento natural se distingue, en este contexto, del que el hombre adquiere por la revelación que tiene lugar en Jesús, ya preparada por el A.T. El concilio distingue con claridad los dos órdenes de conocimiento. Además el concilio Vaticano I, afirma que con la razón natural, Dios puede ser conocido con certeza. Y más que definir el tipo de certeza y como conseguirla, quiere expresar que el conocimiento de Dios es más que un conocimiento subjetivo: este tiene una base objetivamente justificada. La razón humana tiene la capacidad de conocer a Dios, su razón alcanza realmente la realidad de Dios, aunque nunca pueda agotarla ni dominarla, pues Dios es siempre algo mayor que lo que puede ser pensado. Vaticano II: ha recogido la enseñanza del C.V I, en su constitución dogmática DV, como lo dice en el proemio “siguiendo las huellas de los Concilios Tridentino y Vaticano I, se propone exponer la doctrina genuina sobre la divina revelación y sobre su transmisión para que todo el mundo, oyendo, crea el anuncio de la salvación; creyendo, espere, y esperando, ame.” Renovando y actualizando la doctrina anterior y no solo repitiéndola. ¿Cómo la ha interpretado? Dando a esta afirmación sobre el conocimiento natural de Dios una perspectiva histórica y una orientación cristocéntrica. “Mediante la revelación divina quiso Dios manifestarse a Sí mismo y los eternos decretos de su voluntad acerca de la salvación de los hombres, "para comunicarles los bienes divinos, que superan totalmente la comprensión de la inteligencia humana". Confiesa el Santo Concilio "que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con seguridad por la luz natural de la razón humana, partiendo de las criaturas"; pero enseña que hay que atribuir a Su revelación "el que todo lo divino que por su naturaleza no sea inaccesible a la razón humana lo pueden conocer todos fácilmente, con certeza y sin error alguno, incluso en la condición presente del género humano.” (DV 6). Para descubrir la novedad que supone la afirmación de la DV respecto de su antecesora en este tema en concreto, tenemos que leer el número 3, que afirma: “Dios, creándolo todo y conservándolo por su Verbo, da a los hombres testimonio perenne de sí en las cosas creadas”. El concilio afirma que en la creación se da una verdadera manifestación de Dios y que es la iniciativa de Dios la que está en la base de todo posible conocimiento a través de las cosas creadas. Hay una unidad en toda la historia de la salvación desde la creación hasta la consumación, que opera también en el ámbito de la revelación. El Dios que puede ser conocido por la luz natural de la razón es el Dios de la salvación, que inicia esta salvación y revelación en el misterio de la creación. Él es quien lleva la iniciativa de este proceso de conocimiento, desde el inicio sostenido por la gracia (por Cristo), abierto a la comunicación de Dios en su revelación y destinado a la participación en su vida. Todo conocimiento y experiencia de Dios están mediados cristológicamente, aunque esta mediación no anula sino que presupone la autonomía de la realidad creada, querida explícitamente por Dios como condición de posibilidad de su propia autocomunicación y garantía para que se dé la fe como acto libre y plenamente humano. El conocimiento natural se coloca en el camino de la aceptación de la revelación que Dios nos hace de sí mismo en Cristo. Solo a partir del amor revelado en Cristo podemos conocer el “estatuto teológico” del conocimiento de Dios a partir de las criaturas. La analogía: ¿Qué es? el ser de Dios excede la idea que tenemos sobre él y más aún el lenguaje que usamos para hablar de él. El lenguaje que utilizamos para decir la realidad de Dios siempre será limitado y el ser humano debe ser consciente de esta característica esencial del lenguaje religioso. La analogía pone de relieve la relación que existe entre estos tres órdenes: el ser, el pensamiento y el lenguaje. La analogía es la expresión de toma de conciencia de los límites de nuestro ser, nuestro conocimiento y nuestro lenguaje ante una realidad que nos desborda; intenta solucionar el problema lógico de utilizar conceptos de la experiencia finita, para referirnos a Dios, que por naturaleza es infinito, incomprensible y absoluto. La analogía es una forma de expresar una relación. Relación que puede ser entendida: En un sentido fuerte: analogía intrínseca o de atribución en un sentido más débil: analogía extrínseca o de proporcionalidad Analogía= palabra que asciende, desde nuestro universo finito hasta la realidad infinita de Dios. ¿Qué comprensión de la realidad presupone? Traduce una actitud del hombre y del creyente que se reconoce como una criatura ante el creador. Este reconocimiento de su finitud significa que se comprende como una realidad radicalmente distinta de él, pero a la vez como un ser que vive en relación con él y que está llamado a la comunión con él. La analogía implica una cuestión ontológica de primer orden, ya que está implicando una determinada comprensión de la realidad. Rahner la considera como la forma más radical y original del conocimiento humano. Para él, la analogía constituye la forma de existencia propia del ser humano, ya que el hombre está fundado en el Misterio como realidad que lo sostiene y lo atrae. En nuestro caso, la tendremos en cuenta para hablar de una participación del hombre y de la creación entera en la realidad de Dios, sin que signifique un panteísmo que no respeta la deferencia y alteridad entre Dios y el mundo. ¿Qué pretende la teología con este recurso? Quiere poner en relación a Dios y al mundo. La analogía trata de coordinar la semejanza y la desemejanza de dos realidades, una inmanente al mundo y otra trascendente a él. La analogía que utilizamos para establecer una relación entre la realidad mundana y la realidad divina posee una dialéctica que con el Concilio Lateranense IV podemos describir como la afirmación de semejanza entre el Creador y la criatura dentro de la mayor desemejanza. Sin embargo, no es bueno quedarse en la formalidad de esta dialéctica sino que ambos momentos, semejanza y desemejanza, podemos articularlos desde los tres puntos del pensamiento clásico: la afirmación, la negación y la eminencia. Santo Tomas fue preciso al mencionarlos como fases o etapas necesarias que tiene que seguir el lenguaje teológico cuando quiere aplicar a Dios los nombres o las propiedades que son aplicables a la experiencia humana. Además para evitar todo tipo de reduccionismo, realiza una clara apuesta por una teología negativa, que salvaguarda el misterio incomprensible de Dios, ya que los hombres “no podemos captar propiamente lo que es Dios, sino más bien lo que no es”. La triple forma de la analogía: el dialogo con la teología protestante ha llevado a la teología católica a tener que reformular su doctrina clásica, sin renunciar a ella. Así, ha vuelto su mirada a la triple estructura del conocimiento de Dios y a la analogía al hablar de él. Esto nos lleva a entender la analogía desde una triple perspectiva: Analogía entis- que remite al orden y a la armonía del mundo. La experiencia y el conocimiento y el lenguaje sobre Dios no pueden desperdiciar la belleza de la creación, la bondad de las criaturas y la verdad de las cosas mundanas. Dios nos ha dejado un espacio para gozar y cuidar de la creación, existiendo en ella signos y señales que en el ejercicio de la libertad humana pueden conducirnos a él como creador, fin y fundamento de todas las cosas. Todo tiene la capacidad para hablar y llevarnos a Dios mediante una necesaria traslación. No como demostración de su existencia, sino como huella e imagen que nos conduce al Creador. Analogía crucis: remite a las experiencias de dolor, de contingencia y de fracaso. A la hora de pensar la relación entre Dios y la creación desde el problema del lenguaje/analogía, la teología no puede eludir el aspecto negativo de la vida humana, los límites de la realidad finita, pues sabe bien que no todo es belleza y armonía en el mundo. la conciencia del límite y la experiencia del mal supusieron una auténtica crisis en el hombre moderno que le impedía caminar con facilidad por los clásicos caminos por los que antes encontraba a Dios. Los lugares clásicos de la experiencia y conocimiento de Dios pasaron a ser considerados caminos cerrados que conducían al sinsentido, a la nada. Sin embargo, a la larga, la conciencia del creyente se ha visto fortalecida y ha recuperado aspectos que pertenecían a la entraña de la tradición cristiana. La experiencia eclesial moderna ha tenido una especial sensibilidad por asumir el aspecto negativo de la vida humana como lugar y camino del encuentro con Dios (cruz). Analogía caritatis: remite allí donde los hombres experimentamos que el mundo no es suficiente, porque el ser humano descubre que hay un anhelo mayor, un deseo de un amor mayor, de una plenitud mayor, de una realidad mayor. En todo ser humano hay una pulsión hacia la plenitud acabada. En la Escritura este anhelo aparece de formas muy diversas, aunque ha quedado expresado de forma magistral en el deseo de llegar a ser como Dios, según el relato del libro del Génesis 2, 8. Este deseo de ser más aún permanece. Hoy podemos expresarlo de muchas maneras, pero una cosa es cierta y es que Dios mismo está sosteniendo y alentando ese deseo, como fundamento y garante de que ese deseo no se pervierta y que finalmente pierda al ser humano. La iglesia tiene que insistir en esta dimensión. No podemos convertir a Dios en una realidad necesaria, que viene a dar respuesta sin más a nuestra pregunta por el sentido. Dios y el sentido (el hombre en busca de) están en una relación mutua, pero indirecta. Lo propio de la fe cristiana no es el sentido, sino el don, el exceso, la gratuidad. Dios lleva al hombre al exceso. ¿Qué hay en el fondo de esta cuestión? La doctrina de la analogía hay que comprenderla desde una antropología teológica que ponga de relieve que el ser humano es imagen de Dios, llamado a la semejanza con él. Si el hombre ha sido creado a imagen de Dios, su lenguaje tiene una capacidad innata para hablar y decir al Creador. El lenguaje humano aun siendo finito y limitado, no separa ni nos aleja de la realidad, sino que nos conduce a la realidad hacia la que nos señala. Pero la antropología es deficiente. Por eso la analogía debe ser comprendida desde la cristología, que ponga de relieve que la verdadera imagen de Dios es Cristo y que el mismo ha revelado al hombre cual y como es la imagen de Dios, sin confusión y sin separación. El lenguaje del hombre tiene su última condición de posibilidad en que Dios ha querido hablar como hombre convirtiendo el lenguaje de los hombres en palabra de Dios. Finalmente la analogía debe entenderse dentro de una teología trinitaria, que afirme claramente que toda distancia entre Dios y la criatura, entre Cristo y el ser humano, están integradas, custodiadas y salvadas en la relación y diferencia que existe en la vida interna y trinitaria de Dios. La analogía tiene su fundamento último en la teología, e implica una comprensión del hombre y del mundo, de Cristo y de Dios. Y todas estas realidades entendidas en relación. Este es el sentido de la doctrina teológica de la analogía.