Autarquía y Amistad
Autarquía y Amistad
Autarquía y Amistad
¿Alguien que se basta a sí mismo tiene necesidad de amigos? En Ética Nicomáquea (EN),
en Ética Eudemia (EE) y en Magna Moralia (MM), Aristóteles se plantea esta pregunta. 1
En las tres oportunidades Aristóteles sostendrá que sí, en efecto, la persona autárquica
necesita contar con amigos. En el presente ensayo nos proponemos dos cosas. En primer
lugar, analizar uno de los argumentos que Aristóteles ofrece en MM para defender su
postura acerca de la relación entre autarquía y amistad; podría llamarse el argumento del
conocimiento mediado de sí o el argumento del espejo. En segundo lugar, trataremos de
extraer consecuencias del análisis anterior que repercutan sobre algunos componentes de la
ética aristotélica.
Sócrates: Pero, entonces, el semejante no es amigo (φίλος) del semejante, aunque bien
pudiera serlo el bueno del bueno, no por ser semejante, sino por ser bueno.
Lisis: Podría ser.
Sócrates: Pero, ¿cómo? ¿El bueno, en tanto que bueno, no se bastará a sí mismo
(ἱκανὸς)?
Lisis: Sí.
Sócrates: Pero el que se basta a sí mismo, no necesita de nadie en su suficiencia.
Lisis: Sin duda.
Sócrates: El que no necesita a nadie no se complacerá con nadie.
Lisis: En modo alguno.
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Cf. EN, IX, 1169b1-1170b18; EE, VII, 1244b1-1246a25; MM, III, 1212b24-1213b2.
Sócrates: El que no se complace con nadie tampoco ama (Ὃ δὲ μὴ ἀγαπῴη, οὐδ’ ἂν
φιλοῖ).
Lisis: Verdaderamente no.
Sócrates: El que no ama, no es amigo (Ὁ δὲ μὴ φιλῶν γε οὐ φίλος)) (215a-b).
También para Aristóteles, como para buena parte de la concepción griega, el ser humano
excelente (ἀγαθός) es alguien que se basta a sí mismo. Aristóteles, sin embargo, cree que
hay al menos dos tipos de autosuficiencia:
Pues bien, la semejanza que solemos tomar en nuestros razonamientos a partir de dios no
será allí correcta, ni aquí útil; pues si dios es autárquico y no necesita de nada, no por
esto tampoco nosotros necesitaremos de nada […] Así pues, qué cosa contemplará dios
dejémoslo; no hacemos una examinación sobre la autarquía de dios, sino sobre la
humana, si el autárquico tendrá necesidad de amistad o no (MM, III, 1212b34-1213a10).
Es decir, la diferencia que existe entre dios y el ser humano nos hace pensar que nuestra
autarquía ha de ser distinta a la divina. La cuestión es, pues: la persona que es autárquica,
¿necesita de amigos? ¿En qué consiste la autarquía humana?
dejando fuera así la amistad entre objetos o fenómenos naturales, o la que podría existir entre animales de
distintas especies. Pero incluso dentro de la esfera de las cosas humanas, se revela amplitud de la φιλία. Como
señala Aristóteles, hay amistad entre padres e hijos, entre hermanos, entre esposos, entre ciudadanos, es decir,
las diversas relaciones fraternas que surgen en el ámbito de la vida en comunidad pueden ser caracterizadas
por la amistad. Por eso puede decir en EN, VIII, 1155a20-22: “en los viajes también puede uno observar cuán
familiar y amigo es todo hombre para todo hombre”. En suma, no debemos olvidar la amplitud del fenómeno
de la φιλία.
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Un argumento similar, aunque desarrollado con mayor amplitud y sin la referencia al conocimiento
especular, figura en EE, 1244b22-1245b20.
manera análoga a como alguien sólo puede ver su propio rostro cuando se refleja en
un espejo).
Premisa 2: Un amigo es alguien que se asemeja significativamente a una persona (a
aquella de la que es amigo).
Conclusión: El ser humano (incluido el autárquico) sólo puede conocerse a sí
mismo relacionándose con su amigo.
Argumento 4
Premisa 1: El ser humano necesita conocerse a sí mismo.
Premisa 2: El ser humano sólo se conoce a sí mismo relacionándose con quien es su
amigo.
Conclusión: El ser humano necesita relacionarse con quien es su amigo.
Argumento 5
Premisa 1: El ser humano necesita relacionarse con quien es su amigo.
Premisa 2: Si el ser humano necesita relacionarse con quien es su amigo, entonces
es necesario que tenga amigos.
Conclusión: El ser humano necesita (todo ser humano, incluido el autárquico) tener
amigos.
Desde luego, no todas las premisas y conclusiones que hemos indicado aparecen de
manera explícita en el citado fragmento, pero creo que habría que suponer algunas de estas
tesis y conclusiones para que el conjunto argumentativo sea inteligible. Lo que nos interesa
ahora es atender a los elementos medulares que lo componen y tratar de explicarlos. Así,
puede decirse que el argumento consta, en principio, de cuatro tesis o proposiciones
centrales:
a) Conocerse a sí mismo es (de) lo más placentero.
b) Nosotros no podemos conocernos a nosotros mismos a partir de nosotros mismos.
c) Nosotros podemos conocernos relacionándonos con alguien que es semejante a
nosotros mismos.
d) El amigo es otro yo y en ese sentido es alguien semejante a nosotros mismos.
Lo que haremos en las siguientes líneas será tratar de entender cómo justifica Aristóteles
estas proposiciones.
Para sostener la proposición “a”: conocerse a sí mismo es de lo más placentero,
Aristóteles recurre a lo que han dicho algunos sabios. No nos dice quiénes ni qué dicen de
manera concreta, seguramente porque se trata de algo bien conocido. En efecto, la
concepción de que el conocimiento de nosotros mismos es un elemento fundamental para
desarrollar una existencia plena, es un aspecto importante dentro del pensamiento y la
cultura de los griegos. Apenas hace falta recordar la sentencia grabada en Delfos o las
palabras de Sócrates en la Apología escrita por Platón (“una vida no examinada no es digna
de ser vivida”); aunque, ciertamente, eso no quiere decir que en cada uno de los casos el
sentido de “conocerse (o examinarse) a sí mismo” sea idéntico. Por otra parte, y esto es
central en la reflexión aristotélica, si bien el conocerse a sí mismo es algo muy placentero y
necesario para el ser humano, eso no quiere decir que sea sencillo. Si lo fuera, ¿sería
preciso haber grabado la sentencia en Delfos? ¿Habría sido indispensable que Sócrates se
pasara buena parte de su vida intentando examinarse e intentando examinar a los demás?
Para defender la tesis “b”: nosotros no podemos conocernos a nosotros mismos a partir
de nosotros mismos, Aristóteles apela a lo que sucede cotidianamente. Solemos censurar
cosas que hacen los demás, pero no advertimos que esas mismas cosas las hacemos
nosotros. Aristóteles llama la atención sobre dos causas de este hecho; menciona, por
ejemplo, a la benevolencia (εὔνοια) y a la pasión (πάθος), como las causantes de esta
ceguera hacia nosotros. Parece que nos miramos con ojos benevolentes o demasiado
apasionados, hasta el punto de que nos pasa desapercibido que la situación en la que nos
encontramos es análoga a la de aquellos a los que juzgábamos.
La tesis “c”: nosotros podemos conocernos relacionándonos con alguien que es
semejante a nosotros mismos, se hace plausible una vez que aceptamos la tesis anterior,
pero adquiere todo su potencial cuando Aristóteles presenta la analogía del espejo. El
conocimiento de uno mismo es análogo, señala, al conocimiento de nuestro rostro. Así
como no podemos conocer nuestra cara sin ayuda de un intermediario, de la misma manera
sucede con el conocimiento de nosotros como personas. En el caso del rostro el
intermediario es el espejo, que proyecta una imagen muy similar a la de nuestra cara y sólo
gracias a ese procedimiento es como podemos verla. En el caso del conocimiento de
nosotros como personas la imagen similar está representada por otra persona.
Esa persona (o personas) extremadamente semejante a nosotros mismos, dice la tesis
“d”, es nuestro amigo (o amigos). Esta idea es central en las reflexiones de Aristóteles;
tanto en MM como en EE, citará un proverbio para respaldarla: “éste es otro Heracles, un
amigo es otro yo” (MM, III, 1213a13).4
Amistad y prudencia
Aristóteles advierte que existen tres tipos básicos de amistad: la que se da por placer, la que
se da por conveniencia y la que se da de acuerdo con la excelencia (Cf. MM, III, 1209a5-
20). Estas clases de amistad se encuentran relacionadas de un modo particular; no son
simplemente tres especies distintas que pertenezcan a un género. La relación que hay entre
ellas es de otra índole: “no son idénticas, ciertamente, pero tampoco son totalmente ajenas
unas a otras, sino que están en cierto modo ligadas a partir de una misma cosa” (MM,
1209a20-23), como Aristóteles explica: “estas amistades, tanto la que es según lo
placentero como la que es según lo conveniente, proceden de la amistad completa que tiene
lugar entre los excelentes (σπουδαῖοι)” (MM, 1209a17-18).
Aristóteles identifica, pues, que la amistad de acuerdo con la excelencia tiene un lugar
privilegiado: es por respecto a ella que las otras relaciones vienen a ser llamadas amistad.
Así, la figura del ser humano excelente, que aparece repetidamente en la ética aristotélica
como referente para el análisis de diversos fenómenos, se presenta también al investigar la
amistad.
Ahora bien, lo notable en este caso es que la relación entre amistad y excelencia es, por
lo menos, doble. Por un lado, insistimos, el fenómeno de la excelencia resulta esencial para
darle cohesión y sentido a al fenómeno mismo de la amistad entre los seres humanos. O
sea, sólo atendiendo al fenómeno de la amistad por excelencia podemos comprender hasta
qué punto es esencial un fenómeno como el de la amistad. La excelencia, dicho de otro
modo, es el concepto que hace inteligible la verdadera amistad, aquella por la cual todas las
otras se dicen también amistades. Bien, pero ese es sólo un lado de la cuestión.
Por otro, la excelencia misma depende de la amistad. Veamos cómo es esto. Desde el
punto de vista de la reflexión aristotélica, cabe decir que el ser humano excelente es
también el φρόνιμος, o sea, el prudente, y asimismo es autárquico. Recordemos que para
4
Cf. EE, VII, 1245a30.
Aristóteles, la prudencia es aquella virtud que le permite a una persona “deliberar
correctamente sobre lo que es bueno y conveniente sobre sí mismo” (EN, VI,1140a 25).
Pero una persona solamente puede deliberar correctamente sobre lo bueno para sí misma si,
desde luego, se conoce a sí misma (conocerse no en sentido teorético sino práctico). Pues,
en efecto, si alguien no se conoce a sí mismo, ¿cómo va a hacer constantemente (la
prudencia implica constancia), y no por mero producto de la suerte, lo que es bueno para sí?
Pero el autárquico, y por lo tanto el prudente, como hemos apreciado, no puede conocerse a
sí mismo de manera directa. Para conocerse necesita la intermediación de la amistad.
¿Qué significa esto? Que la preservación de la prudencia sólo es posible gracias a la
amistad. Es en ese sentido que dijimos que la relación entre amistad y excelencia es doble.
Si la amistad más excelsa y definitoria sólo se da entre los excelentes, paralelamente
también los excelentes sólo pueden serlo si tienen relaciones amistosas. Esto quiere decir
que la verdadera excelencia y la verdadera amistad no llegan a encontrarse eventualmente
sino que están entrelazadas, una no puede existir sin la otra.
Por otra parte, también parece ser cierto que la prudencia sólo puede ser adquirida, en
último término, a través de relaciones amistosas. En primer lugar, ningún ser humano
podría adquirir la prudencia estando a solas, eso es más o menos claro. Pero tampoco basta
con que desarrollemos una convivencia social más o menos frecuente, más o menos
intensa. Para desarrollar esta virtud central es necesario tener amigos, amigos con cuyo
trato e intimidad se nos vaya haciendo claro lo que no puede serlo de otra manera. Porque,
como dice Aristóteles, solemos pasar por alto, por benevolencia o por intensidad pasional,
que algunas cosas que consideramos defectuosas en general, están presentes en nosotros
mismos en particular. Así pues, si se diera la circunstancia de que nunca tuviéramos un
amigo, o de que careciéramos de ellos la mayor parte del tiempo, entonces careceríamos de
la posibilidad de regular nuestra conducta de manera acertada, y, por lo tanto, de tomar las
decisiones prudentes, oportunas para tener una vida floreciente. Contar con verdaderos
amigos, en cambio hará posible que nos veamos a nosotros.
Así, la amistad se muestra como un fenómeno indispensable tanto para el desarrollo
como para la preservación de la excelencia. La amistad representa la condición de
posibilidad de la prudencia y de la autarquía.
BIBLIOGRAFÍA
Aristóteles, Magna moralia, traducción y notas J. M. Araiza, en prensa.
________, Ética Nicomáquea. Ética Eudemia, 4ª edición, Gredos, Madrid, 2014.
Platón, Diálogos I (Lisis), Gredos, Madrid, 1985.
NOTA CURRICULAR
Ricardo Mora Reséndiz. Estudiante de la Maestría en Filosofía de la UNAM. Líneas de
investigación: filosofía antigua (particularmente ética socrática y aristotélica), y ética
contemporánea (el problema de la justicia).