La Sublimación de La Belleza.
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La Sublimación de La Belleza.
32735/S0718-2201202100053944 89-100
LA SUBLIMACIÓN DE LA BELLEZA
The sublimation of beauty
SIXTO J. CASTRO
Universidad de Valladolid (España)
[email protected]
Resumen
En el presente texto trato de mostrar el cambio que ha supuesto para el concepto de belleza
poner en paralelo los conceptos de lo bello y lo sublime en el mundo moderno. Me centro de modo
especial en la pérdida del potencial revelatorio adjudicado a la belleza por el pensamiento platónico
y sus herederos y en la transferencia de esta capacidad al concepto de lo sublime de Kant en
adelante, si bien reducida esta capacidad al espacio inmanente. Ese cambio tendrá una influencia
radical en otra serie de conceptos básicos del arte, entre ellos, el de genio.
Palabras clave: bello, sublime, Platón, Kant.
Abstract
In this paper I try to show the change the concept of beauty has gone through when it has
run parallel to the concept of the sublime in the modern world. I focus particularly on the loss of the
revelatory potential attributed to the beauty by the Platonic thought and its heirs, and on the transfer
of this capacity to the concept of the sublime from Kant onwards, although this capacity will be
reduced to the immanent space. This change will have a radical influence on a series of basic
concepts of art, among them, that of genius.
Key words: beautiful, sublime, Plato, Kant.
INTRODUCCIÓN
De más está decir que en nuestra época la belleza ya no es el valor estético por
antonomasia, al menos en el arte. Hay muchos otros que dominan el discurso artístico, y la
belleza, a pesar de ostentar aún un brillo especial entre los valores, parece tener un cierto
carácter intempestivo, fuera del tiempo, fuera de nuestro tiempo artístico. Sin embargo, en
el espacio de lo cotidiano, la belleza se persigue, se valora, se vende, con ella se trafica y se
mercadea (Hamermesh, 2011). Se ha convertido en una mercancía carente de potencial
simbólico y revelador. Para que hayan podido producirse estos cambios, han tenido que
pasar muchas otras cosas en la historia del pensamiento, entre ellas su confrontación con
otro de los grandes términos de la tradición estética occidental: lo sublime.
Richard Rorty (2001) sostiene que la respuesta a la pregunta de ¿qué es filosofía?
es “una discusión informada y voluntaria sobre lo bello y lo sublime” (p. 51).
Independientemente del desarrollo de esta idea por parte del filósofo norteamericano, es
cierto que siguiendo el itinerario y la relación mutua de estos dos términos –si
consideramos su independencia mutua en un primer momento, la comprensión de cada
Recibido: 20 enero, 2019
Aceptado: 7 septiembre, 2020
Sixto J. Castro
uno de ellos en términos del otro más tarde y, finalmente, el triunfo total de lo sublime en
el discurso estético (y no solo en el estético)– salen a la luz ciertas relaciones de fuerza
fundamentales que han constituido la filosofía occidental en los últimos siglos. La
relación dialéctica de estos dos términos se da en el marco de otros cambios filosóficos
de no poca importancia, y, hasta cierto punto puede incluso hacerlos posibles.
1 Para algunas de las referencias históricas que siguen me baso en Ross (1998) y en Reschke (2003).
sobre la religión natural, sea solo temporal, aparente, impuesto o se haya dado solo en una
parte del universo, mientras que el resto es desordenado. Una vez que no podamos hablar
de orden, proporción, y la noción de completitud o integridad deje de ser aplicable, el
concepto de belleza acabará por volverse inútil o inutilizable y habrá que buscar otros que
nos permitan relacionarnos estéticamente con la realidad a un nivel también profundo, lo
que traerá como consecuencia la resemantización del término “belleza”.
Este cambio no es solo una sustitución de algunos conceptos por otros. Lleva
aparejada una nueva cosmovisión. Una vez que la reflexión estética cae bajo el paradigma
del juicio del gusto, pasamos de considerar la belleza como la aparición que testimonia un
origen a verla como una apariencia carente de arraigo en lo real. Mientras que la belleza, en
la consideración tradicional, nos habla de lo real –nos dice algo de lo real– y de nosotros
como parte de esto real, el juicio del gusto moderno solo nos puede decir algo acerca del
individuo que juzga, en cierto modo alienado de lo real, y, en última instancia, respecto de
nosotros mismos. Esto sucede en un mundo que, desde Descartes en adelante, se ha vuelto
cuestionable como fuente epistémica de certeza y confuso en todo lo relacionado con la
belleza. En el caso de Hume, la realidad fundamental ya no es la belleza, sino el gusto que,
como se constata, difiere de persona a persona. Ahora el discurso de la belleza ya no se
centra en el objeto, sino en el sentimiento del sujeto. La belleza ya no es una cualidad de las
cosas mismas, sino que existe solo en la mente que la contempla. El observador se convierte
en fundamental e incluso empieza a ocupar el espacio central en los cuadros que antes
retrataban lo real. Este ataque a la realidad de la belleza provoca las protestas de muchos
autores, de modo señalado las de Berkeley (1990):
“¡Qué placer tan sincero el contemplar las bellezas naturales de la tierra!... ¿Qué
tratamiento merecen, entonces, esos filósofos que privan de toda realidad a esas
nobles y deliciosas escenas? ¿Cómo pueden sostenerse en consideración esos
principios que nos llevan a pensar que toda la belleza visible de la creación es un
falso brillo imaginario?” (Berkeley, 1990, pp. 135-137).
Lo nuevo no es que la belleza se considere subjetiva –idea que se puede rastrear
en Grecia, aunque no fuese la dominante: ya desde Vitrubio se distingue entre simetría y
euritmia, entendiendo esta última como la adecuación de las proporciones objetivas a las
exigencias subjetivas de la visión–, sino que se establezca una división entre el
conocimiento del mundo natural, que se considera objetivo, y la belleza y la bondad, que
se reducen al espacio de lo subjetivo. Para tratar de encontrar una cierta norma frente a
esta disolución de la belleza en la subjetividad, Hume somete el gusto a la consideración
de los jueces verdaderos, personas libres de los muchos defectos que impiden a los demás
emitir un juicio de gusto auténtico: “Los hombres que posean buen gusto unido a
delicadeza de sentimiento, perfeccionado por la práctica y la comparación y libres de todo
prejuicio. El veredicto unánime de esos jueces, donde quiera que estén, es la verdadera
norma del gusto y belleza” (Hume, 2008, p. 261).
La resolución del juicio de gusto se deja en manos de esta comunidad de jueces
ideales, libres de todo defecto, que se convierten en la norma del gusto y de la belleza: la
norma “natural” del gusto resulta ser del todo artificial, una suerte de institución de jueces
ideales que carecen de los defectos que nos caracterizan a la mayoría de nosotros cuando
juzgamos y que, de hecho, carece de contenido fáctico más allá de la consagración de los
modelos que constituyen el “mundo del arte” occidental frente al cual los jueces prueban
sus capacidades (Castro, 2012).
La belleza, pues, ya no se considera parte del mundo objetivo; está en el ojo del
espectador y, como afirma Hume, cada espectador puede ver una belleza diferente, por
eso hay que acudir a esa estructura de los jueces verdaderos o ideales para instaurar un
criterio de certeza estética en un mundo que, desde ahora, rehúye toda posibilidad de que
la belleza se considere real en sí misma. Para Hume (2008) no hay nada que podamos
obtener de un análisis científico y llamarlo belleza. La percepción por sí sola no puede
dar una explicación de la belleza en términos de propiedades primarias. En definitiva, la
belleza parece no estar en los objetos. De ser lo más real de lo real, la belleza pasa a ser lo
más opinable y sin sustancia alguna sobre la que debatir. A diferencia de lo que sucede
en el ámbito ontológico en la modernidad, según el análisis heideggeriano (2010, p. 72),
donde lo real se sustituye por lo objetivo, aquí es lo subjetivo lo que ocupa el lugar de lo
real estético; pero en paralelo con lo que sucede en el ámbito epistémico, donde la verdad
se sustituye por la certeza, aquí es la belleza real la que se sustituye por la certeza estética
de los jueces ideales, que acaban cayendo en un razonamiento circular. En todo caso, la
reducción de la belleza a un sentimiento (o de todo lo que se puede decir de la belleza a
un estado de ánimo placentero) supone la ruptura de su carácter universal. El sujeto
estético delineado por la filosofía moderna no puede universalizar. Solo puede hablar de
sí mismo y, en último término, remitirse a esa comunidad de jueces ideales para justificar
su juicio de manera intersubjetiva, pero en ningún caso fundado en realidad alguna que
vaya más allá de esa comunidad circular. Lo que hasta entonces había sido una relación
inmediata con lo bello, se convierte ahora en un juicio de gusto que la mayoría de las
veces es erróneo y que cede su justificación al cuerpo extraño de los jueces.
Kant tratará todavía de salvaguardar el carácter universal de la belleza mediante
su artificio de la “universalidad subjetiva”, al considerar que el juicio de gusto se origina
en el sentimiento de placer generado por el libre juego de la imaginación y el
entendimiento, facultades que habitualmente operan para dar lugar al conocimiento, pero
que, en el caso del juicio estético, no logran un conocimiento conceptual, sino que se
mantienen en ese juego libre que combina la libertad de la imaginación y la legalidad del
entendimiento. En la medida en que postulamos que ese mismo proceso acontece en
todos los sujetos de la misma manera, podemos hablar de la universalidad de la belleza,
2 Lo narrado hasta ahora puede tomarse como índice de un cambio. La belleza, para Tomás de Aquino, place a
quien la ve (Summa Theologiae, q.5, a.4 ad 1), en último término a todos los que la ven, como el bien, ya que
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Tras Kant, la reflexión acerca de la belleza sigue presente, por ejemplo, en la obra
de Hegel, que la vincula necesaria y en exclusiva al arte, pero esta es algo del pasado, de
modo que la belleza va a ser desalojada también como categoría estética. El arte se hará
sin la referencia a la belleza y el aspecto puramente filosófico del arte toma su lugar,
convirtiendo al arte en algo más semántico que estético.
En el panorama filosófico esbozado quedamos, en cierto modo, huérfanos de
belleza. El mismo proceso de despliegue del espíritu humano parece volverla innecesaria.
Si sirvió para que el espíritu se autocomunicase, ahora ya parece que no es útil para este
fin. Dentro del mundo del arte, el término “belleza” va a ser cada vez menos utilizado.
Otras categorías estéticas ocasionales ocupan su lugar: lo siniestro (das Umheimliche), lo
abyecto, lo camp, lo kitsch, lo trash, etc. Todas ellas, sin embargo, beben, al menos en
parte, de un concepto que sí tiene una importancia histórica grande: lo sublime, y la
superación de lo bello por este tiene consecuencias no solo para la estética, sino para
nuestra misma concepción de lo real.
la belleza solo se distingue del bien sub specie rationis y el bien es lo que place a todo el mundo (est enim bonum
quod omnia appetunt). Según Hume, la belleza solo place a los jueces verdaderos, los dotados de la capacidad
de emitir un juicio de gusto puro. Finalmente, para Kant, la belleza solo le place a uno mismo (aunque debiera
placer a todos).
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misma, aquello que niega ello mismo el consuelo de las buenas formas” (p. 25), una realidad
que alude a algo pensable que no puede ser representado.
Ya no estamos, pues, en el mundo estético platónico, ni en el neoplatónico o en sus
herederos cristianos. Podemos comprobar cómo el concepto de belleza ha cambiado y ha
perdido su sustancia cuando comparamos las exaltadas afirmaciones platónicas en
Banquete respecto del potencial revelador, encantador, afirmador de nuestra experiencia de
lo real que tiene la belleza, con las comedidas y sospechosas reflexiones de Hume, para el
que la belleza queda reservada a un pequeño número de escogidos que tienen que realizar
complejas operaciones de análisis para certificar que, en efecto, lo que han contemplado
puede ser considerado bello, a pesar de que sea solo una experiencia puramente subjetiva3.
Si lo bello tradicional se refiere a un origen trascendente que muestra en su mismo aparecer,
lo bello y lo sublime modernos permiten evitar cualquier tránsito hacia ese origen, ya que
no hay otro origen más allá del sujeto. De modo especial, en el concepto de lo sublime hay
un triunfo absoluto de la subjetividad inmanente en el pensamiento filosófico. El origen,
todo origen, está en la acción o experiencia humana, no fuera. La canonización de lo
sublime implica por fuerza un eclipse de la belleza “real” o “sólida”. Ya no hay nada que
pueda oponerse a la subjetividad libre y creadora, de modo semejante a como sucedía en la
controversia religiosa nominalista y reformada, en la que no se aceptaba que existiesen
esencias preexistentes que pudieran limitar la libertad omnímoda y la omnipotencia
absoluta de Dios. El exceso romántico y postromántico de la subjetividad, que en parte es
una secularización de la polémica teológica nominalista (Blumenberg, 2008), provoca que
la interioridad infinita ya no se sienta en casa en el espacio de la belleza, que ahora, al haber
sido contrapuesta a lo sublime, solo apunta a la forma definida, limitada y placentera,
rompiendo con la tradición platónica de la belleza maníaca y la medieval de la belleza
epifánica. Nada determinado puede oponerse a esta pretensión de infinito. Pero, en tanto
que lo sublime implica una conciencia de un límite, nos hace al mismo tiempo, conscientes
de lo que hay más allá de él. Esta será una idea clave para los románticos: la experiencia de
lo sublime nos permite vernos en relación con una realidad absoluta.
Esto tiene como consecuencia que el artista, creador de belleza en la materia,
según la concepción neoplatónica, pasa a ser sustituido por el genio. En el mundo
premoderno, el artista crea belleza al introducir la forma de belleza en la materia –una
forma que no está en él, sino de la que él participa, pero le preexiste–, de ahí que el arte
adquiera un potencial simbólico: permite al contemplador remontarse a la Belleza
3 “Hagamos una experiencia e intentemos probar la intensidad de la belleza o la deformidad de algo: debemos
escoger con cuidado el tiempo y lugar propicios, y dirigir la imaginación hacia la situación y en la disposición
adecuadas. Debemos lograr una perfecta serenidad de la mente, poner en orden los pensamientos, prestar una
debida atención al objeto; y si en cualquier de esas circunstancias falta, nuestro experimento será fallido y no
podremos juzgar la belleza sincera y universal” (Hume, 2008, p. 252).
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(platónica o divina) que es el origen de esa belleza. En el mundo moderno, el genio mismo
deviene origen y no remite a nada más allá de su propia subjetividad. Por eso no se somete
a regla alguna, y se vuelve él mismo origen. Cada una de sus obras es un ejemplar que no
puede juzgarse frente a modelo alguno. Eso que en el mundo platónico había suscitado la
condena (Ion, República) se vuelve el ideal del artista. El genio devendrá en nuevo
sacerdote y lo sublime será el nuevo espacio espiritual en un mundo, el dieciochesco, en
el que las seguridades proporcionadas por la religión han empezado a debilitarse.
CONCLUSIÓN
Lo aquí expuesto ha tratado de mostrar que el cambio de conceptos estéticos no
es una cuestión menor o marginal, sino que lleva consigo un cambio de cosmovisión que
afecta a múltiples consideraciones filosóficas. La belleza ha desaparecido del espacio
filosófico fundamentalmente porque el espacio de apertura a lo pensable pero no
conceptualizable ha sido ocupado por lo sublime. Pero la belleza ha migrado de la
filosofía y el arte a otros espacios. Ha perdido su B mayúscula, su capacidad revelatoria,
porque el mundo en el que se muestra no admite revelaciones, pero, manteniendo algunos
elementos de la concepción tradicional, ha colonizado el mundo en el que vivimos, al
servicio, en ocasiones, de causas nada bellas.
OBRAS CITADAS
Berkeley, George (1990). Tres diálogos entre Hilas y Filonús. Alianza. Traducción de
Concha Cogolludo.
Blumenberg, Hans (2008). La legitimación de edad moderna. Pre-textos. Traducción de
Pedro Madrigal.
Burke, Edmund (2005). De lo sublime y de lo bello. Alianza. Traducción de Menene Gras.
Castro, Sixto J. (2012). ¿Qué hay de malo en ‘No nos gusta’?, Estudios Filosóficos 178: 527-544.
De Aquino Tomás (2009-2010). Suma teológica. BAC. Traducción de los dominicos de España.
Demetrio-Longino (1979). Sobre el estilo. Sobre lo sublime. Gredos. Traducción de José
García López.
Gadamer, Hans-Georg (1996). Estética y Hermenéutica. Tecnos. Traducción de Antonio
Gómez Ramos.
Hamermesh, Daniel S. (2011). Beauty pays. Why attractive people are more successful.
Princeton University Press.
Heiddeger, Martin (2010). La época de la imagen del mundo, en Caminos del bosque.
Alianza. Traducción de Helena Cortés y Arturo Leyte.
Hume, David (2008). La norma del gusto, en Ensayos morales y literarios. Tecnos.
Traducción de Estrella Trincado.