La Siete Palabras

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La primera palabra: El valor de la ignorancia

Lector 1: Lectura: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Lucas 23:34

Canto 

Lector 2: Reflexión

Generalmente cuando sucede que hombres inocentes sufren a manos de jueces injustos, sus
últimas palabras son: “soy inocente” o “la justicia no existe”. Pero aquí, por primera vez en la
historia de la humanidad, escuchamos a un hombre que no pide perdón por sus pecados, ya que
es Dios, ni proclama su propia inocencia, ya que los hombres no son jueces para Dios. Él pide por
los que lo matan: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23:34).

La ignorancia que se resalta aquí no es ignorancia de la verdad, sino ignorancia del mal. Notemos
que la primera Palabra la dirige a sus verdugos: Él quería resaltar que serían perdonados solo
porque ignoraban la dimensión de ese terrible crimen. Fue su ignorancia y no su sabiduría la que
los salvaría.

Vivimos en un mundo cuya sabiduría afirma: “No conoces la vida; no has vivido”. Quienes afirman
esto asumen que la única forma de conocer es por la experiencia, no solo por la experiencia del
bien, sino también por la del mal.

Examina tu propia vida. Si experimentaste el mal, ¿ahora eres más sabio a raíz de esa experiencia?
¿Acaso no es un hecho que sentimos un profundo rechazo de ese mal que quisimos experimentar
y que esas vivencias se convierten en verdaderas tragedias? Quizá incluso te convertiste en
esclavo del mal que decidiste experimentar. Con qué frecuencia se oye decir con mucha
desilusión: “Ojalá y nunca hubiera probado el alcohol”, o “Cómo lamento haber robado aquél
primer dinero”, u “Ojalá nunca hubiera conocido a esa persona”.

No pienses que para “conocer la vida” es necesario “experimentar el mal”. ¿Es más sabio un
doctor por padecer una enfermedad? ¿Podemos conocer la limpieza por vivir en las alcantarillas?
¿Lograremos la paz por medio de las guerras? ¿Disfrutamos de la alegría de poder ver por medio
de la ceguera? ¿El tocar las notas equivocadas te convierte en un mejor pianista? No es necesario
emborracharse para entender lo que es estar ebrio.

Hay tantos errores en el mundo moderno, tantas áreas de maldad experimentada y vivida, que
sería una bendición si algún alma generosa donara una “Universidad para Olvidar”. Su propósito
sería hacer con los errores y el mal exactamente lo que los doctores hacen con las enfermedades.
¿Te sorprendería descubrir que Nuestro Señor en realidad instituyó esa Universidad del Olvido y
que todos los católicos suelen acudir a ella aproximadamente una vez al mes? ¡Se llama
confesionario! No vestirás con piel de oveja al salir del confesionario, pero si te sentirías como una
oveja porque Cristo es tu Pastor. Estarías asombrado de todas las cosas que puedes aprender
cuando estás dispuesto a olvidar. Es más fácil para Dios escribir en una hoja limpia que en una que
está llena con tus notas y garabatos.

Lector 3 : Oración
Arrodillarse y decir juntos: Te adoramos, Cristo, y te bendecimos porque por tu santa cruz
redimiste al mundo

 Oh, Jesús, yo no deseo ser sabio en las ciencias de este mundo; no deseo saber sobre qué yunque
han sido forjados los copos de nieve, en qué recovecos se oculta la oscuridad ni de dónde viene la
escarcha; ni por qué el oro se encuentra en el interior de la tierra o el fuego se eleva en humareda
hacia el cielo. No deseo conocer la literatura ni las ciencias, ni este universo de cuatro dimensiones
en que vivimos; no quiero conocer la amplitud del universo en años de luz ni la anchura de la
órbita terráquea, cuando gira alrededor del carro del sol; no quiero conocer la altura de las
estrellas, castas antorchas de la noche; no quiero saber la profundidad del mar ni los secretos de
sus palacios submarinos. Quiero ser un ignorante en estas cosas. Que conozca únicamente, oh
dulce Salvador, la amplitud, la anchura, la altura y la profundidad de tu amor redentor sobre la
Cruz. Deseo, oh Jesús, ignorar tolo lo del mundo menos a Ti. Y entonces, por la más extraña de las
paradojas, será cuando lo conoceré todo.

Padre Nuestro

La segunda palabra: El secreto de la santidad

Lector 1: Lectura: En verdad te digo que hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso. Lucas 23:43 

Canto 

Lector 2: Reflexión

Hay solo una cosa en este mundo que es definitiva y absolutamente tuya: tu voluntad. Puedes
perder la salud, el poder, las pertenencias y el honor, pero tu voluntad es únicamente tuya, incluso
en el infierno. Por lo tanto, lo único importante que haces en la vida, es aquello que haces con tu
voluntad. Precisamente fue la voluntad, la que hizo la historia de los dos ladrones crucificados
junto a Nuestro Señor.  Cuando el ladrón de la derecha escuchó que el hombre en la cruz del
centro perdonaba a sus verdugos, experimentó un cambio en su alma. Comenzó a aceptar su
dolor. Tomó su cruz como un yugo, más que como una condena, se abandonó a la voluntad de
Dios.

Cada persona en el mundo tiene una cruz, pero cada cruz es diferente. Cada cruz en el mundo está
diseñada, hecha a la medida, especialmente para cada persona. Por eso decimos: “Mi cruz es
pesada”. Suponemos que las cruces de otras personas son más ligeras, olvidándonos de que la
única razón por la cual nuestra cruz es pesada, es porque es la nuestra propia. Nuestro Señor no
diseñó su cruz; fue hecha para Él. De ese modo la tuya está diseñada por las circunstancias de tu
vida y por tus rutinas diarias. Por eso es que te queda tan a la medida. Las cruces no están hechas
en serie. Por lo tanto, hay tantas cruces como personas diferentes: cruces de dolor y pena, cruces
de necesidades, cruces de abuso, cruces de amor herido y cruces de derrota.
La tragedia de este mundo no está en el dolor en que vivimos, sino en cómo lo desperdiciamos.
Solo cuando un leño es arrojado a la hoguera comienza a cantar. Solo cuando el ladrón fue
arrojado a la hoguera de la cruz, comenzó a encontrar a Dios. Es solo en el dolor donde algunos
comienzan a descubrir el Amor verdadero.

Lector 3:  Oración

Arrodillarse y decir juntos: Te adoramos, Cristo, y te bendecimos porque por tu santa cruz
redimiste al mundo

Oh Jesús! Tu bondad para con el ladrón arrepentido es el cumplimiento de aquellas palabras del
Antiguo Testamento: «Aunque vuestros pecados sean como la escarlata quedarán blancos como la
nieve; aunque sean rojos como la púrpura se volverán blancos como la lana». Es el perdón que has
concedido al ladrón arrepentido lo que me hace comprender el sentido de aquellas otras palabras:
«No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores... No son los sanos los que necesitan al
médico, sino los enfermos». «Habrá más gozo en el cielo por un pecador que hace penitencia que
por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de arrepentirse.» Comprendo ahora que
Pedro no podía convertirse en Vicario tuyo en la tierra sino después de haber pecado tres veces, a
fin de que la Iglesia, cuyo jefe era, pudiera entender la remisión de los pecados y el perdón. Jesús,
empiezo a darme cuenta de que, si no hubiese pecado, nunca podría llamarte «Salvador». El
ladrón no es el único pecador, pero Tú solo eres el «Salvador».

Padre Nuestro

La tercera palabra: La fraternidad cristiana

Lector 1: Lectura: Cerca de la cruz de Jesús estaba su madre con su hermana, María, la esposa de
Cleofás, y María de Magdala. Jesús, al ver a la Madre y junto a ella al discípulo que más quería, dijo
a la Madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» Después dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» Lucas
19:25b-27 

Canto 

Lector 2 :Reflexión 

Has dicho alguna vez, para justificar tu egoísmo, “después de todo, tengo que vivir mi propia vida”.
La verdad es que no tienes que vivir tu propia vida, porque tienes que vivirla con los demás. La
religión no es lo que haces en tu soledad, sino lo que haces con los demás. Naciste en el seno de
una sociedad y por lo tanto no puedes separar el amor a tu prójimo de tu amor a Dios. “Si uno dice
«Yo amo a Dios», y odia a su hermano, es un mentiroso. Si no ama a su hermano, a quien ve, no
puede amar a Dios, a quien no ve”. (1 Jn 4:20)

A medida que se multiplican los peligros, la solidaridad humana se vuelve más evidente. Los
hombres se vuelven más cercanos entre sí en un refugio antibombas o en el hoyo que ha dejado la
explosión de una granada, que en las oficinas de la bolsa de valores o que en una mesa de póquer.
A medida que nuestras penas son mayores, nuestro sentido de unión se vuelve más profundo. Por
lo tanto, es natural suponer que en el momento de mayor pena en las vidas de Nuestro Señor y de
su madre en el Calvario, es precisamente donde se revela el carácter comunitario de la religión.

Nuestro Señor dirige su mirada a las dos creaturas que más amaba en la tierra: María y Juan. Se
dirige primero a su Santísima Madre y no le llama “madre,” sino “mujer”. Como san Bernardo lo ha
explicado de una manera tan tierna, si la hubiera llamado “madre”, habría sido solamente madre
suya y de nadie más. Para indicar que desde ese momento Ella se convierte en la madre de todos
los hombres que Él redime, le da el título de la maternidad universal: “Mujer”. Luego, señalando
con un movimiento de su cabeza al discípulo a quien tanto amaba, añadió: “Ahí tienes a tu hijo”.
No lo llama Juan, porque de haberlo hecho así, Juan hubiera sido simplemente el hijo del Zebedeo;
no mencionó su nombre para que pudiera representar a toda la humanidad.

María había visto a Dios en Cristo; ahora su Hijo le decía que viera a Cristo en todos los cristianos.
Ella nunca amaría a nadie sino a Él, pero ahora Él estaría en aquellos a quienes redimió.

Si nunca has rezado a María, comienza a hacerlo ahora. ¿No puedes ver que si el mismo Cristo
estuvo dispuesto formarse físicamente en Ella durante nueve meses y después ser formado
espiritualmente por Ella durante treinta años, es a Ella a quien debemos acudir para que Cristo se
forme en nosotros? Solo Ella quien formó a Cristo, puede formar a un cristiano.

Lector 3: Oración

Arrodillarse y decir juntos: Te adoramos, Cristo, y te bendecimos porque por tu santa cruz
redimiste al mundo

¡Oh María! Del mismo modo que Jesús nació de Ti, según la carne, en la primera Natividad,
nosotros hemos nacido de Ti, según el espíritu, en la segunda Natividad. De esta forma, Tú nos has
engendrado en un mundo nuevo de parentescos espirituales, en que Dios es Padre, Jesús hermano
y Tú nuestra Madre. Si es cierto que nunca puede una madre olvidar al hijo que ha llevado en sus
entrañas, Tú no podrás jamás, oh María, olvidarnos. Lo mismo que fuiste co-redentora para
adquirirnos las gracias de la vida eterna, sé Tú la co-mediadora para distribuírnoslas. Nada te es
imposible, ya que eres madre de Aquel que todo lo puede. Si tu Hijo no rechazó tu 17 petición en
el festín de Caná, tampoco la rechazará en el banquete celeste, en el que has sido coronada como
Reina de los ángeles y de los santos. Intercede ante tu Hijo para que se digne cambiar el agua de
mi debilidad en el vino de tu fuerza. ¡María, Tú eres el refugio de los pecadores! Ruega por
nosotros, prosternados ahora al pie de la Cruz. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros,
pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte.

Padre Nuestro

La cuarta palabra: Confianza en la victoria

Lector 1: Lectura: Dios mío, Dios mío ¿Por qué me has abandonado? Marcos 15:34

Canto 
Lector 2: Reflexión

Desde el punto de vista humano, ¡qué desesperada era la situación del Hombre de la Cruz,
clamando a Dios en la obscuridad, siendo el dueño de la tierra que lo había rechazado!

¿Te encuentras en el valle de la desesperación? Entonces, comprende que el Evangelio de Cristo


puede ser escuchado como la Buena Nueva incluso por aquellos cuyas vidas han estado lastimadas
por la Mala Nueva, pues solo quienes caminan en la obscuridad pueden ver las estrellas. Confiar
implica creer en algo que no ves. Si pudieras ver, no habría necesidad de confiar. Ahora, confiar en
Dios significa aferrarte a la certeza de que sus fines son buenos y benditos, no porque los veas,
sino precisamente porque parece lo contrario. La razón por la cual algunas almas se purifican con
el dolor, mientras que otras se hunden ante una catástrofe, es porque las primeras tienen a
Alguien en quien pueden confiar, mientras que las segundas solo se tienen a sí mismas

No pienses en Dios como en un Dios lejano, a quien apenas conoces o al que solo acudes cuando
tienes problemas o para que solucione tus asuntos. Tampoco pienses en Dios como en un agente
de seguros, quien puede protegerte de pérdidas contra incendios. Acércate a Él, no tímidamente
como cuanto te acercas a tu jefe para pedirle un aumento de sueldo, con temor de que tal vez no
recibas lo que buscas. No le tengas miedo, pues Dios es más paciente contigo de lo que lo eres tú
mismo.  Acércate a Dios con la misma seguridad y confianza con la que un niño se acerca para
pedirle favores a su Padre. A pesar de que no te conceda todo lo que le pidas, ten la certeza de
que todas tus oraciones son escuchadas y cada una obtiene una respuesta. Un niño le pide a su
padre algo que no es bueno para él, digamos, una pistola. El padre, negándose a darle la pistola a
su hijo, lo carga y lo consuela, dándole su amor por respuesta, a pesar de que le niega su petición.
Así como el niño, al ser abrazado con tanto amor, olvida lo que había pedido, en la oración,
olvidamos lo que habíamos pedido al recibir lo que necesitamos: amor por respuesta. No olvides
que no hay dos respuestas a nuestras oraciones, sino tres: una es “sí”, otra es “no” y la tercera es
“espera”. Descubrirás que al rezar, la naturaleza de tus peticiones cambiará. Pedirás menos y
menos cosas para ti y más y más para su amor.

Lector 3: Oración

Arrodillarse y decir juntos: Te adoramos, Cristo, y te bendecimos porque por tu santa cruz
redimiste al mundo

Oh Jesús! Ahora comprendo el porqué de los sufrimientos, abandonos y tormentos, porque veo
que incluso el mismo sol tiene su eclipse. Pero, Señor, ¿por qué no soy más dócil? Enséñame a
aceptar, no la cruz que yo pudiera crearme, sino la que Tú preparas para mí; que tampoco Tú
tampoco te preparaste tu propia Cruz. Enséñame que todo este mundo te pertenece, salvo una
cosa: mi libertad. Y, puesto que ésta me pertenece, ella es el único don real y sincero que te puedo
ofrecer. Enséñame a decir: «No se haga, Señor, mi voluntad, sino la tuya». Incluso, cuando yo no
te sienta en mí, concédeme la gracia de creer. «Aunque me hicieras perecer, tendría fe en Ti.» No
te importe, Señor, preguntarme: «¿Por cuánto tiempo te dejaré aún sufrir las torturas de la
Cruz?».

Padre Nuestro
La quinta palabra: La religión es una búsqueda

Lector 1: Lectura:Tengo sed Juan 19:28 

Canto 

Lector 2: Reflexión

No hay nada en toda la historia de la crucifixión que haga parecer tan humano a Nuestro Señor
como esta Palabra. Sin embargo, esta sed pudo no haber sido solo física, pues el Evangelio nos
dice que lo dijo para que se cumplieran las Escrituras. Por lo tanto, fue una sed tanto física como
espiritual. Dios estaba en la búsqueda de las almas, confiando en que un acto tan trivial como el
ofrecer un poco de agua en su nombre, pudiera acercar a su gracia a quien la hubiera ofrecido. ¡El
Pastor seguía a buscando sus ovejas incluso en el momento en que daba la vida por su rebaño!

Dios no siempre encuentra al hombre porque este es libre, y como Adán, el hombre se puede
esconder de Dios. Como un niño que se esconde de su madre al haber hecho algo malo, también
el hombre se aparta de Dios cuando peca. Entonces Dios parece “muy lejano”. El pecado crea una
distancia. Dios nos llama respetando nuestra libertad, pero no lo hace por la fuerza. “Tengo sed”
es el idioma de la libertad.

Dios te encontrará si no te opones a ser encontrado. Por lo tanto, evita los actos egoístas que
pueden entorpecer el gran momento en que la Gracia Divina te puede llenar de paz.

Dale una oportunidad a Dios. La prolongación de su vida encarnada en la Iglesia representa una
invitación, no una venta. Es un regalo, no un intercambio. Aunque nunca puedas merecerlo,
puedes recibirlo. Dios está buscando nuestras almas. Que llegues a gozar de la verdadera paz
depende de tu voluntad. “El que haga la voluntad de Dios conocerá si mi doctrina viene de Él o si
hablo por mi propia cuenta” (Jn 7:17).

Lector 3: Oración

Arrodillarse y decir juntos: Te adoramos, Cristo, y te bendecimos porque por tu santa cruz
redimiste al mundo

¡Oh Jesús!, todo lo diste por mí, y yo no he sabido darte nada en retorno. ¡Cuántas veces has
venido a vendimiar a la viña de mi alma y no has encontrado más que escasos racimos! ¡Cuántas
veces has buscado y no has encontrado, cuántas has llamado y la puerta de mi alma ha
permanecido cerrada! ¡Cuántas veces me has dicho: «tengo sed», y yo no te he ofrecido sino hiel y
vinagre! 23 ¡Cuántas veces he temido que al recibirte tendría que renunciar a todo! Sin
comprender que al poseer la llama me olvidaría de la pequeña chispa, que al poseer todo el sol de
tu amor me olvidaría del reflejo de una afección humana que, al poseer la dicha perfecta, que sólo
Tú puedes dar, olvidaría las migajas que da la tierra. ¡Oh Jesús! Mi historia es la historia de la
negativa a devolver corazón por corazón, amor por amor. Antes que cualquier otro don humano
concédeme el don de saberte amar.

Padre Nuestro
La sexta palabra: La hora

Lector 1: Lectura: Todo está cumplido Juan 19:30 

Canto 

Lector 2: Reflexión

Esta palabra es usada en la Escritura tres veces. En el principio del mundo, en el final y en la época
intermedia. En la creación, se dice que los cielos y la tierra se encuentran “terminados”. En el fin
del mundo, una fuerte voz que sale del templo dice: “Ha terminado”. Y ahora, desde la cruz, se
escucha de nuevo. Esa palabra no significa “Gracias a Dios ya terminó”. Quiere decir, más bien,
algo como “se ha llevado a plenitud”, quiere decir que la deuda ha sido pagada, que la obra que Él
había venido a hacer, estaba completa.

La realización de su primer milagro fue el principio de su hora. Su sexta palabra desde la cruz fue el
final de esa hora. La Pasión había terminado. El agua se había convertido en vino; el vino en
sangre. Todo es perfecto. El trabajo está hecho. Estas palabras nos enseñan que entre el principio
de nuestros deberes y su perfecto cumplimiento, existe una “hora” o un momento de
mortificación, sacrificio y muerte. Ninguna vida llega a su final sin esa hora. Entre Caná, cuando
iniciamos la vocación de nuestras vidas, y el momento de triunfo, cuando podemos decir que
hemos tenido éxito, debemos pasar primero por la cruz. El único motivo que tiene nuestro Señor
para pedirnos que tomemos nuestra cruz de cada día, es el de perfeccionarnos. El hombre
terminado, el hombre perfecto, es el hombre sin apegos al poder, a la fama, a las posesiones, al
enojo, a la ambición, a la avaricia, al egoísmo, a la lujuria, ni a las pasiones de la carne. El
desprendimiento de estas cosas que sujetan nuestra alma, es parte de aquello a lo que Él se refirió
como la “hora”. Es ir “contracorriente”; es estar del lado de Dios aunque esto implique estar en
contra de nosotros mismos, es renunciar a todo en busca de la recuperación.

Una vez que nos hemos entregado, nos volvemos receptivos. Al recibir a Dios, nos completamos y
nos perfeccionamos. Es una ley de la naturaleza y de la gracia, que solo aquellos que están
dispuestos a dar, pueden recibir.

Lector 3: Oración

Arrodillarse y decir juntos: Te adoramos, Cristo, y te bendecimos porque por tu santa cruz
redimiste al mundo

¡Oh Jesús! Vuestro quehacer es la redención, el mío la expiación, hasta ser uno contigo, en tu vida,
en tu verdad y en tu amor. Tu tarea se acabó en la Cruz, pero la mía es hacerte descender, tú estás
en la Cruz, pero somos nosotros los que te hemos de bajar. ¡Cuánto tiempo habrás estado
clavado! Por tu apóstol Pablo nos has dicho que quienes son tuyos crucifican su carne y sus
codicias. Mi tarea no habrá acabado hasta que ocupe tu lugar en la Cruz, pues hasta que en mi
vida no haya un Viernes Santo no habrá tampoco Domingo de Pascua; mientras no haya túnica de
ignominia, no existirá el blanco vestido de la sabiduría; mientras no haya corona de espinas, no
habrá cuerpo glorioso; mientras no haya lucha, no habrá victoria; mientras no exista sed, no
existirá la divina saciedad; mientras no haya cruz, no habrá sepulcro vacío. Enséñame, oh Jesús, a
llevar a cabo esta tarea, porque conviene que los hijos de los hombres sufran y así entren en el
reino de la Gloria.

Padre Nuestro

La séptima palabra: El propósito de la vida

Lector 1: Lectura: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Lucas 23:46

Canto 

Lector 2: Reflexión

Probablemente la palabra más utilizada en el mundo moderno es la palabra libertad. ? Es posible


que a la vez que luchamos para evitar que nuestros enemigos nos pongan cadenas en los pies,
nosotros mismos estemos encadenando nuestras almas. Lo que trato de decir es que hay dos
clases de libertad: libertad de algo y libertad para algo; una libertad externa de restricciones y una
libertad interna de perfección; la libertad de escoger el mal y la libertad de poseer el bien.

La raíz de todos nuestros problemas está en que la libertad para Dios y en Dios se ha confundido
con la libertad de Dios. La libertad es nuestra y podemos disponer de ella. Cada uno de nosotros
revela lo que considera el propósito de su vida, mediante la forma en que emplea su libertad. Si
deseamos conocer el propósito supremo de nuestra libertad, debemos observar la vida de Nuestro
Señor.

La primera palabra de Nuestro Señor que registran las Escrituras fue pronunciada cuando tenía
doce años: “¿No saben que yo debo estar donde mi Padre?” (Lc 2:49) Durante su vida pública,
reafirmó su obediencia al Padre: “El que me ha enviado está conmigo y no me deja nunca solo,
porque yo hago siempre lo que le agrada a Él”. (Jn 8:29). Ahora en la cruz, cuando sale al
encuentro de la muerte y libremente entrega su vida, sus últimas palabras son: “Padre, en tus
manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23:46). Las últimas palabras de otros hombres son
pronunciadas con murmullos, pero el pronunció estas palabras con un grito.

Puedes usar tu libertad como lo hizo Cristo en la cruz, entregando su espíritu al Padre, haciendo su
Voluntad en todo. Esta es la libertad perfecta: quitar nuestro yo como centro de motivación para
fijar todos nuestros deseos, decisiones y acciones en el amor divino. “Hágase tu voluntad en la
tierra como en el Cielo”. Somos como moluscos que solo pueden vivir adheridos a una roca.
Nuestra libertad nos obliga a aferrarnos a algo. Nosotros tenemos la libertad de escoger: podemos
decidir a quién servir. Entregarse al amor perfecto es rendirse a la felicidad, y por consiguiente, ser
perfectamente libres.

Lector 3: Oración

Arrodillarse y decir juntos: Te adoramos, Cristo, y te bendecimos porque por tu santa cruz
redimiste al mundo

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz, y aceptaste la voluntad de tu eterno
Padre, resignando en sus manos tu espíritu, para inclinar después la cabeza y morir ; ten piedad de
todos los hombres que sufren los dolores de la agonía, y de mí cuando llegue esa tu llamada; y por
los méritos de tu preciosísima sangre concédeme que te ofrezca con amor el sacrificio de mi vida
en reparación de mis pecados y faltas y una perfecta conformidad con tu divina voluntad para vivir
y morir como mejor te agrade, siempre mi alma en tus manos.

Padre Nuestro

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