La Ética en La Investigación
La Ética en La Investigación
La Ética en La Investigación
Todos los seres humanos nacemos libres y con los mismos derechos. Debemos ser
tratados con idéntico respeto, fraternidad y dignidad. Estos principios consignados en la
Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, guían a la investigación en
cualquier ciencia o disciplina (Bell, 2008).
De acuerdo con la Declaración de Helsinki de 1964 y los principios éticos y el código de
conducta de la American Psychological Association (2003), los participantes en una
investigación tienen los siguientes derechos:
• Estar informados del propósito de la investigación, el uso que se hará de los resultados
de la misma y las consecuencias que puede tener en sus vidas.
• Negarse a participar en el estudio y abandonarlo en cualquier momento que así lo
consideren conveniente, así como negarse a proporcionar información.
• Cuando se utiliza información suministrada por ellos o que involucra cuestiones
individuales, su anonimato debe ser garantizado y observado por el investigador (por
ejemplo, podemos usar datos de un censo sin tener que pedir la aprobación de toda la
población incluida, pero estos datos no son individuales ni personales).
Wiersma y Jurs (2008) identifican dos aspectos relacionados con tales derechos:
• Consentimiento o aprobación de la participación. Además de conocer su papel en una
investigación específica, es necesario que los participantes proporcionen el
consentimiento explícito acerca de su colaboración (preferentemente por escrito, en
especial en estudios cualitativos). Las formas de aprobación deben adaptarse a los
requerimientos legales de la localidad donde se lleve a cabo la investigación (en varios
países no existe todavía una regulación en la materia, entonces debemos explicitar en el
documento algo así como: Nombre de la persona__________________, consiento o
apruebo participar en el estudio —nombre de éste—, de manera voluntaria y en el pleno
uso de mis facultades físicas y mentales…). En el caso de menores de edad se requiere el
consentimiento de los padres de familia (por escrito) y de los propios niños o jóvenes
participantes. Si además, se involucra a una o varias instituciones, se requiere también de
la aprobación de un representante legal de éstas (por ejemplo, en escuelas, empresas,
asociaciones, centros deportivos o comerciales). A veces, por cuestiones de tiempo,
podemos tener una sola forma con la leyenda o frase de aprobación y espacios para que
cada participante la firme (formato colectivo). Esto es muy común en encuestas. De igual
manera, en una parte del cuestionario se puede agregar un breve mensaje: “el responder
a este cuestionario implica su aprobación para participar en el presente estudio”. El
consentimiento depende de qué tan efectivos seamos al presentar los objetivos de la
investigación. Asimismo, si vamos a grabar a los participantes (audio y video), ellos deben
autorizar tal acción.
Todo lo anterior aplica también cuando se usa internet para recolectar datos e
información.
• Confidencialidad y anonimato. Se refiere a que no se revele la identidad de los
participantes ni se indique de quiénes fueron obtenidos los datos (por ejemplo, en un
estudio del clima organizacional que hace patentes aspectos delicados de una empresa
como la moral interna y la motivación, no resulta conveniente señalar el nombre de la
organización, salvo que así lo soliciten la directiva y los representantes de los
trabajadores). En el caso de una investigación cualitativa donde se manifiestan
sentimientos profundos, la confidencialidad debe ser absoluta ya que es una promesa que
se cumple a los participantes. En una ocasión, los autores efectuamos un estudio de clima
laboral y los directivos quisieron que les proporcionáramos los nombres de quienes
habían evaluado desfavorablemente a la empresa, por supuesto, la negativa a tal petición
fue rotunda, lo que significó la renuncia inmediata y sin concesiones. Traicionar la
confianza de los participantes es una seria violación a los principios de la ética y la moral.
Inaceptable. En el caso de los materiales de audio y video, éstos nunca podrán ser
mostrados a personas ajenas al equipo de investigación, cuyos miembros se
comprometen por escrito a nunca revelar la identidad de los participantes ni enseñar los
materiales. Se deben guardar en un lugar seguro y destruirse en un tiempo razonable. Los
participantes deben decidir cuándo eliminarse.
EL CASO SEMMELWEIS
Como simple ilustración de algunos aspectos importantes de la investigación científica,
parémonos a considerar los trabajos de Semmelweis en relación con la fiebre puerperal.
Ignaz Semmelweis, un médico de origen húngaro, realizó esos trabajos entre 1844 y 1849
en el Hospital General de Viena. Como miembro del equipo médico de la Primera División
de Maternidad del Hospital, Semmelweis se sentía angustiado al ver que una gran
proporción de las mujeres que habían dado a luz en esa división contraía una seria y con
frecuencia fatal enfermedad conocida como fiebre puerperal o fiebre de postparto. En
1844, hasta 260, de un total de 3157 madres de la División Primera –un 8,2%– murieron
de esa enfermedad; en 1845, el índice de muertes era del 6,8 %, y en 1846, del 11,4%.
Estas cifras eran sumamente alarmantes, porque en la adyacente Segunda División de
Maternidad del mismo hospital, en la que se hallaban instaladas casi tantas mujeres como
en la Primera, el porcentaje de muertes por fiebre puerperal era mucho más bajo: 2,3%,
2,0% y 2,7% en los mismos años. En un libro que escribió más tarde sobre las causas y la
prevención de la fiebre puerperal, Semmelweis relata sus esfuerzos por resolver este
terrible rompecabezas.
Semmelweis empezó por examinar varias explicaciones del fenómeno corrientes en la
época; rechazó algunas que se mostraban incompatibles con hechos bien establecidos; a
otras las sometió a contrastación.
Una opinión ampliamente aceptada atribuía las olas de fiebre puerperal a “influencias
epidémicas que se describían vagamente como ‘cambios atmosférico–cósmico–telúricos’,
que se extendían por distritos–enteros y producían la fiebre puerperal en mujeres que se
hallaban de postparto”. Pero, cómo –argüía Semmelweis– podían esas influencias haber
infestado durante años la División Primera y haber respetado la Segunda? Y, ¿cómo podía
hacerse compatible esta concepción con el hecho de que mientras la fiebre asolaba el
hospital, apenas se producía caso alguno en la ciudad de Viena o sus alrededores? Una
epidemia de verdad, como el cólera, no sería tan selectiva. Finalmente, Semmelweis
señala que algunas de las mujeres internadas en la División Primera que vivían lejos del
hospital se habían visto sorprendidas por los dolores de parto cuando iban de camino, y
habían dado a luz en la calle; sin embargo, a pesar de estas condiciones adversas, el
porcentaje de muertes por fiebre puerperal entre estos casos de «parto callejero» era más
bajo que el de la División Primera.
Según otra opinión, una causa de mortandad en la División Primera era el hacinamiento,
pero Semmelweis señala que, de hecho, el hacinamiento era mayor en la División
Segunda, en parte como consecuencia de los esfuerzos desesperados de las pacientes
para evitar que las ingresaran en la tristemente célebre División Primera.
Semmelweis descartó asimismo dos conjeturas similares haciendo notar que no había
diferencias entre las dos divisiones en lo que se refería a la dieta y al cuidado general de
las pacientes.
En 1846, una comisión designada para investigar el asunto atribuyó la frecuencia de la
enfermedad en la División Primera a las lesiones producidas por los reconocimientos poco
cuidadosos a que sometían a las pacientes los estudiantes de medicina, todos los cuales
realizaban sus prácticas de obstetricia en esta División.
Semmelweis señala, para refutar esta opinión, que (a) las lesiones producidas
naturalmente en el proceso del parto son mucho mayores que las que pudiera producir un
examen poco cuidadoso; (b) las comadronas que recibían enseñanzas en la División
Segunda reconocían a sus pacientes de modo muy análogo, sin por ello producir los
mismos efectos; (c) cuando, respondiendo al informe de la comisión, se redujo a la mitad
el número de estudiantes y se restringió al mínimo el reconocimiento de las mujeres por
parte de ellos, la mortalidad, después de un breve descenso, alcanzó sus cotas más altas.
Se acudió a varias explicaciones psicológicas. Una de ellas hacía notar que la División
Primera estaba organizada de tal modo que un sacerdote que portaba los últimos auxilios
a una moribunda tenía que pasar por cinco salas antes de llegar a la enfermería: se
sostenía que la aparición del sacerdote, precedido por un acólito que hacía sonar una
campanilla, producía un efecto terrorífico y debilitante en las pacientes de las salas y las
hacía así más propicias a contraer la fiebre puerperal.
En la División Segunda no se daba este factor adverso, porque el sacerdote tenía acceso
directo a la enfermería. Semmelweis decidió someter a prueba esta suposición. Convenció
al sacerdote de que debía dar un rodeo y suprimir el toque de campanilla para conseguir
que llegara a la habitación de la enferma en silencio y sin ser observado. Pero la
mortalidad no decreció en la División Primera.
A Semmelweis se le ocurrió una nueva idea: las mujeres, en la División Primera, yacían de
espaldas; en la Segunda, de lado. Aunque esta circunstancia le parecía irrelevante, decidió,
aferrándose a un clavo ardiendo, probar a ver si la diferencia de posición resultaba
significativa. Hizo, pues, que las mujeres internadas en la División Primera se acostaran de
lado, pero, una vez más, la mortalidad continuó.
Finalmente, en 1847, la casualidad dio a Semmelweis la clave para la solución del
problema. Un colega suyo, Kolletschka, recibió una herida penetrante en un dedo,
producida por el escalpelo de un estudiante con el que estaba realizando una autopsia, y
murió después de una agonía durante la cual mostró los mismos síntomas que
Semmelweis había observado en las víctimas de la fiebre puerperal. Aunque por esa época
no se había descubierto todavía el papel de los microorganismos en ese tipo de
infecciones, Semmelweis comprendió que la “materia cadavérica” que el escalpelo del
estudiante había introducido en la corriente sanguínea de Kolletschka había sido la causa
de la fatal enfermedad de su colega, y las semejanzas entre el curso de la dolencia de
Kolletschka y el de las mujeres de su clínica llevó a Semmelweis a la conclusión de que sus
pacientes habían muerto por un envenenamiento de la sangre del mismo tipo: él, sus
colegas y los estudiantes de medicina habían sido los portadores de la materia infecciosa,
porque él y su equipo solían llegar a las salas inmediatamente después de realizar
disecciones en la sala de autopsias, y reconocían a las parturientas después de haberse
lavado las manos sólo de un modo superficial, de modo que éstas conservaban a menudo
un característico olor a suciedad.
Una vez más, Semmelweis puso a prueba esta posibilidad. Argumentaba él que si la
suposición fuera correcta, entonces se podría prevenir la fiebre puerperal destruyendo
químicamente el material infeccioso adherido a las manos. Dictó, por tanto, una orden por
la que se exigía a todos los estudiantes de medicina que se lavaran las manos con una
solución de cal clorurada antes de reconocer a ninguna enferma. La mortalidad puerperal
comenzó a decrecer, y en el año 1848 descendió hasta el 1,27% en la División Primera,
frente al 1,33% de la Segunda.
En apoyo de su idea, o, como también diremos, de su hipótesis, Semmelweis hace notar
además que con ella se explica el hecho de que la mortalidad en la División Segunda fuera
mucho más baja: en ésta las pacientes estaban atendidas por comadronas, en cuya
preparación no estaban incluidas las prácticas de anatomía mediante la disección de
cadáveres.
La hipótesis explicaba también el hecho de que la mortalidad fuera menor entre los casos
de “parto callejero”: a las mujeres que llegaban con el niño en brazos casi nunca se las
sometía a reconocimiento después de su ingreso, y de este modo tenían mayores
posibilidades de escapar a la infección.
Asimismo, la hipótesis daba cuenta del hecho de que todos los recién nacidos que habían
contraído la fiebre puerperal fueran hijos de madres que habían contraído la enfermedad
durante el parto; porque en ese caso la infección se le podía transmitir al niño antes de su
nacimiento, a través de la corriente sanguínea común de madre e hijo, lo cual, en cambio,
resultaba imposible cuando la madre estaba sana.
Posteriores experiencias clínicas llevaron pronto a Semmelweis a ampliar su hipótesis. En
una ocasión, por ejemplo, él y sus colaboradores, después de haberse desinfectado
cuidadosamente las manos, examinaron primero a una parturienta aquejada de cáncer
cervical ulcerado; procedieron luego a examinar a otras doce mujeres de la misma sala,
después de un lavado rutinario, sin desinfectarse de nuevo. Once de las doce pacientes
murieron de fiebre puerperal. Semmelweis llegó a la conclusión de que la fiebre puerperal
podía ser producida no sólo por materia cadavérica, sino también por “materia pútrida
procedente de organismos vivos”.