Una Madre

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UNA MADRE

1958
FERNANDO ROMERO
(Peruano)
Las crías la esperan. Tiene que volver al nido. Los hombres la odian, como si ella tuviera la culpa de que
sus glándulas elaboraran veneno. Porque lo sabe comprende que arriesgará la vida si se atreve a reptar
bajo los tambos ahora llenos de gente.
—Yo soy el colonel…
—¡No, Martín: a mí me toca!
—Tatachín… Chin… Chin…
—De frente… ¡Marchen!
La jergón continúa indecisa. Enroscada en una rama e inmóvil, mira el puesto sin encontrar camino
apropiado para pasar, porque los hacendados han rozado la porción de monte que quedaba entre el
último tambo y la cocha. Por allí vino en la mañana, pero la situación ha cambiado: lo que al amanecer
eran matas de arbustos ahora es campo despejado donde juegan los muchachos y dormitan los perros de
olfato fino y de ojo avizor.
Piensa en volver a la cocha y en cruzarla nadando. Mas no, ahora encuentra una solución mejor: dar la
vuelta por el barranco que está desierto. Como la noche ha cerrado ya oscura, no la van a distinguir.
Hermosa y fuerte, repta derechamente luciendo las manchas doradas que tachonan sus escamas negras y
relucientes. Su arrastre rápido y suave va dejando tras sí una como estela de polvo ligero. Erguida la
cabecita, escudriña con cuidado las sombras.
Le falta poco para alcanzar el monte cuando el ruido de un sirenazo que viene del río la detiene. La señal
provoca movimientos y voces en los tambos que todavía le interceptan el camino.
—Crisóstomo… Crisóstomo: es la «Melita»
—¡Apúrate! Dile que sí tenemos leeeña.
Dos individuos avanzan de la choza más próxima llevando faroles en las manos. La luz le permite ver que a
las puertas de las casas se ha asomado mucha gente. Midiendo con la mirada la distancia que la separa de
los árboles más cercanos, se dice que no tiene tiempo de pasar antes que los hombres. Tampoco se
atreve a volver atrás porque oye que vienen los niños curiosos y los perros ladradores. La luz del farol se
acerca. En el único sitio que puede encontrar refugio es entre las rajas de leña que quedan a su izquierda.
Rápida y silenciosa se desliza entre ellas y permanece muy quieta.
Más faroles y más hombres, esta vez en torno de la leña entre la cual se oculta.
—Hay tres mil rajas bien contadiiitas…
—Te doy veinte centavos menos por el ciento. No me parece que toda fuera capirona.
—¡A pucha! Capirona todititita es… A uno diez te la darééé, pues.
—Bueno, hom… Yastá… Da Silva, Legufa, Morey, Lima, Pichuno: comiencen a cargar.

De la lancha vienen varios muchachotes semidesnudos y fuertes, y empiezan a llevarse al hombro la leña
arreglada en el barranco, mientras unos parlotean y otros cantan.
—«Chupito»: ¿qué me dices de los caimitos de la questá con traje celeste?
—¡No vaaale!... Me gustan más la vieja questá recostada en lahamaca.

Los montones de leña bajan de tamaño primero; luego desaparecen. La jergón comprende el peligro pero
no puede hacer nada. Piensa en sus crías, en los hombres, en los faroles que la rodean.
Allá, en las playas del Ucayali,hay un cadáver, ¿de quién será?...
—¡Déjate de tristes, hom…! Cántate un tanguiño. Ese de «sandaliñas doro pra dar al que nun ten»…
Ahora empiezan a deshacer el montón donde está escondida. Ella comienza a huir de la muerte
deslizándose entre los intersticios que dejan las rajas, cada vez más abajo, más abajo.
Ya no puede avanzar más. Los leños están tan pegados uno al otro en la hilera a que ha llegado, que su
cuerpo no cabe por la luz que queda entre ellos. Presiente que el fin se acerca y espera. Una mano
robusta y bermeja la coge junto con la raja de leña. Ella se vuelve y le clava la lanceta.
—¡Ayayau! Víbora… Víbora… ¡Lo que me mordió!
La jergón ha comenzado a huir velozmente. Dos hombres la alcanzan, palo en mano.
—Toma, ¡jijuna
Salta, se contrae y se queda quieta y extendida con su metro y medio, orinegra y aún temible. No está
muerta, pero todo zumba extrañamente en torno: la tierra, el viento, las voces de los enemigos.
—¡Lígale el brazo!... Ahura chúpale fuerte el mordisco.
—Toma la cachaza. Anda, tómala seguido nomás…
—¿Quién ha ido por la curarina?
Debe escapar. Aún tiene fuerzas.
Comienza a reptar lentamente.
—¡Mira, la maldita! Todavía se mueve…
Le destrozan la cabeza a leñazos y la arrojan al río.
En el nido, las viboritas esperan a su madre.
PREGUNTAS:
1.- Según lo que has leído, ¿quién es la madre a la que hace referencia el título del cuento de Fernando
Romero?
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2.- ¿Cuál es el tema del texto leído?
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3.- ¿Consideras que la actitud de la víbora se asemeja a la actitud de una persona? ¿por qué?
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4.- ¿En nuestra actualidad qué otros roles importantes cumplen las mujeres?
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4.- Infiere ¿Qué significa la frase final “¿En el nido, las viboritas esperan a su madre”?
5.- Según el siguiente enunciado: “La jergón comprende el peligro pero no puede hacer nada. Piensa en
sus crías, en los hombres, en los faroles que la rodean” ¿A qué peligro se exponía la víbora?
7.- ¿Qué efecto causa en ti como lector la frase final del cuento?

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