David Stoll Crecimiento Evangelico (Lectura 1)
David Stoll Crecimiento Evangelico (Lectura 1)
David Stoll Crecimiento Evangelico (Lectura 1)
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Los informes sobre las continuas atrocidades del ejército no afectaron la reputación de Ríos Montt entre los
evangélicos conservadores de los Estados Unidos. Aún después de su derrocamiento, lo aclamaron con aplausos y
bendijeron con oraciones. En Guatemala, sin embargo, los líderes evangélicos se mostraban llenos de aprehensión
sobre la forma en la que Ríos había politizado su fe. Tampoco era ese el único factor que les empujaba hacia la arena
política. Si bien las iglesias conservadoras habían crecido poderosamente al declinar enfrentarse a las depredaciones
del ejército, heredaban a masas de sobrevivientes que se empobrecían en forma rápida. El crecimiento de iglesia tenía
un precio que los expertos de iglecrecimiento nunca habían mencionado. [222] Aún los conservadores que habían
condenado a los cristianos reformistas por «meterse en política» se veían forzados a enfrentarse a la problemática
social. Al igual que la Iglesia Católica durante las décadas de 1950 y 1960, respond ían con una ola de programas
sociales. «A pesar de que los conservadores están al mando», me dijo un disidente, «no lo van a mantener, porque la
gente está aprendiendo a hablar, en sus propios términos y en sus propias formas.»
Notas
{1} Lynda Schuster, «Latin Revival», Wall Street Journal, 7 de diciembre de 1982, págs. 1, 21.
{2} Holland 1981:71; «Dawn is About to Break on Guatemala», Global Church Growth, marzo-abril 1984, pág. 351.
{3} Melville y Melville 1977.
{4} William Cameron Townsend, «Tolo, the Volcano's Son», Revelation(Philadelphia), serial, abril a octubre de 1936
{5} Julian Lloret, «Forces Shaping the Church in Central America», CAM Bulletin(Dallas, Texas: Central American Mission), Verano de 1982, págs. 2-3, 13.
{6} Entrevista a Bob Means, Radiance (Eureka, California: Gospel Outreach), septiembre de 1982. Circular p ara obtener fondos de Puente Internacional del Amor
(International Love Lift), 15 de septiembre de 1982, firmada por Bob Means y Carlos Ramírez. Circular de Puente Internacional del Amor, 30 de junio de 1983,
firmada por Carlos Ramírez.
{7} Anfuso y Sczepanski 1983: ix-x, 154.
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ahora en sus treinta– a quienes había entrenado para fundar iglesias en otros lugares. En 1983 se decía que cuatro
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mil personas asistían a los servicios. De ahí el nombre del grupo, Gospel Outreach (Alcance Evangélico). Existían
cuarenta congregaciones en los Estados Unidos, la mayoría en la Costa Oeste, y seis en el exterior, en Europa y en
Guatemala, Managua y Quito.
Guatemala apareció en el horizonte de Gospel Outreach después del terremoto de 1976. Mientras sus voluntarios
de California ayudaban a reconstruir los barrios pobres alrededor de la capital, tomaron parte en un movimiento
carismático que reclutaba a gente de las clases altas y producía varias iglesias. Los participantes en esta sacudida del
Espíritu Santo a menudo sabían algo de inglés y estaban cegados con la cultura norteamericana. En una situación
revolucionaria, rodeados por los pobres y amenazados por la izquierda, necesitaban algo más que ganancias y placer.
Los moralistas jóvenes norteamericanos de Gospel Outreach tenían la respuesta. Al estar llenos del Espíritu Santo,
daban a los guatemaltecos de clase alta un sentido de vindicación en un momento en que su forma de vida se volvía
cada vez más incierta. A principios de 1982, una congregación entusiasta y adinerada conformada por unos quinientos
miembros se reunía bajo una carpa de circo, colocada en un barrio exclusivo junto al Hotel Camino Real.
Notas
{8} Paul Goepfert, «The Lord and Jim Durkin», California, febrero de 1983, págs. 53-54.
{9} Esta descripción de la teología de Durkin está basada en grabaciones de sus sermones enviadas al autor por la biblioteca de cassettes de Gospel Outreach.
{10} «Why Not the Whole World?» Global Church Growth, mayo-junio de 1983, pág. 270.
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vana esperanza de ganar una segunda nominación de los demócratas cristianos, para las eleccion es del año siguiente.
Sólo después de esta segunda y al parecer última desilusión, el general decidió ingresar en la Iglesia del Verbo. Allí,
{13}
los ancianos decían que Dios tenía guardado un plan especial para él. La religión carismática se convirtió en el
bálsamo para sus lastimadas ambiciones y las transfiguró. De ahora en adelante sería un soldado de Dios, cuya tarea
en la vida se llevaría a cabo a la manera del Señor.
Los ancianos del Verbo mantenían dos opiniones sobre el privilegio de ser los pastores de un general
guatemalteco. Sí, como un hermano [227] en Cristo, Ríos había hecho un «pacto» con ellos y se había sometido a su
autoridad. Esta era la relación esencial de confianza entre los miembros de Verbo, y es un tema importante de la
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biografía. No obstante, cuando los partidos políticos lanzaron a sus candidatos para la elección nacional del 7 de
marzo de 1982, a los ancianos no les gustó leer en los periódicos que el Hermano Efraín estaba considerando una
tercera candidatura para la presidencia. Con la esperanza de mantener a él y a su iglesia fuera de la contienda
electoral, los ancianos hicieron de la nunca satisfecha ambición presidencial de Efraín el tema de tres días de oración y
ayuno. Varias profecías indicaban que el participar en estas elecciones no era el designio del Señor: todavía no había
llegado el gran momento para Efraín. A pesar de que los ancianos le apoyarían si decidía ser candidato, el Señor les
decía que «otra puerta» se abriría para él. Sin embargo, únicamente el colapso de la coalición partidista que le ofrecía
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la candidatura –no sus tres días de consejo y profecía– le volteó en contra de la campaña electoral.
Dos semanas después de que el candidato oficial robó la elección, el 23 de marzo de 1982, jóvenes oficiales del
ejército llamaron a Ríos al palacio nacional para que encabezara su golpe de estado. Aquella mañana, se encontraba
en su trabajo administrando la escuela diurna de Verbo; se veía genuinamente desconcertado, incluso con miedo, y
afirmaba no estar involucrado en la conspiración. Con su inesperada aparic ión en la televisión aquella noche, vestido
en traje de combate y como jefe de la nueva junta militar, más de un anciano de Verbo pensó que su hermano en Cristo
había roto su pacto con ellos.
¿Era simplemente una coincidencia que los conspiradores hayan da do el golpe al cumplirse el octavo aniversario
{16}
de su exilio a España? Si queremos creer en las afirmaciones de ciertos participantes, Ríos tomó tan seriamente las
profecías de Verbo que ayudó a planificar el golpe que lo llevó al poder. De acuerdo al consenso nacional a principios
de 1982, era tiempo de que el régimen militar de los últimos doce años dejara el poder. Por la prominencia de Ríos
como el presidente electo defraudado hace ocho años, sería casi un milagro que él no haya estado involucrado en la
conspiración, al menos periféricamente. De los dos grupos que planificaron el golpe del 23 de marzo, a Ríos Montt se
le acusa de haber tratado con los dos. [228]
El primero era el Movimiento de Liberación Nacional (MLN), colocado en el poder por la CIA en 1954 y conocido
como el «partido de la violencia organizada» por su utilización de medidas de fuerza, incluyendo los escuadrones de la
muerte. Ríos Montt no era un entusiasta del MLN: el candidato presidencial del partido en 1982, Mario Sandoval
Alarcón, había apoyado el fraude contra su elección ocho años antes. Sin embargo, la esposa de Ríos pertenecía a
una importante familia militar enredada con el MLN, los Sosa Avila, y trabajó en su campaña presidencial de 1982. El
mismo Ríos, de acuerdo a un enemigo político, encabezó un grupo paramilitar de MLN que tenía la misión de provocar
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motines para protestar contra el inminente fraude electoral.
El segundo grupo que conspiró en el golpe del 23 de marzo era un grupo de jóvenes oficiales del ejército. Algunos
eran colaboradores del MLN, otros no. Pero todos se encontraban desilusionados de un alto mando corrupto, el cua l
además estaba perdiendo la guerra contra las guerrillas. De acuerdo a un joven oficial, Ríos había sido escogido para
encabezar la nueva junta desde el inicio de su plan, debido a su honesta reputación y a su elección como presidente en
1974. Pero el joven oficial insistía en que Ríos no había sido informado de antemano, porque si esto se filtraba, su líder
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escogido habría sido asesinado. [229]
Después del golpe, los conspiradores del MLN quedaron estupefactos al escuchar a Ríos Montt denunciar no sólo
al depuesto régimen de Lucas sino también a ellos. Ellos también se encontraban entre los políticos civiles podridos
responsables por la penosa situación de Guatemala, declaró el jefe d e la nueva junta militar. Era el Señor quien lo
había colocado en este lugar, anunció Ríos, cerrando filas con sus compañeros oficiales dejando de lado al MLN.
En cuanto a Ríos, su más profunda ambición se había convertido en el plan que Dios tenía para él . Podría parecer
poco probable que un general guatemalteco pudiera liderar un golpe que él no hubiera planificado. Para los ancianos
de Verbo, como para otros evangélicos, todo dependía de la pureza de sus motivos. Unicamente si su llegada al
palacio estaba limpia de la inmundicia de la política guatemalteca podía ser parte del plan del Señor. Efraín insistía en
que él no tuvo nada que ver con la planificación del golpe, y los ancianos de Verbo decidieron honrar su pacto dándole
credibilidad. El drama del momento tocó su propio sentido del destino: ¿no habían recibido una profecía que decía que
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aconsejarían a jefes de estado? Solo a través de sus oraciones, concluyeron, el Señor había c olocado a sus siervos
en el centro de la lucha cósmica entre el bien y el mal. Con dos ancianos guatemaltecos en el palacio como consejeros
presidenciales, y otros ancianos que se reunían con él semanalmente para sus sesiones de oración, la Iglesia del
Verbo se había convertido, en cumplimiento de sus propias profecías, en una puerta para el Hermano Efraín y en una
líder de naciones.
Notas
{*} Ilustrando este sentido de separación, un anciano de Verbo protestó contra los pastores antisandinistas en Nicaragua por «ale jarse de la pura predicación del
evangelio hacia el apoyo activo a las fuerzas anti-gubernamentales». Satanás estaba utilizando a estas personas para hacer que el gobierno sandinista desconfiase
de los cristianos, continuaba el anciano de Verbo, y «hacer que el evangelio parezca un instrumento de revolución externa en lugar de interna (James
Jankowiak, Radiance, abril 1982, pág. 3).»
{**} La fuente de esta acusación es Danilo Roca, un aliado del MLN en la elección de 1982. De acuerdo a Roca, los agentes del MLN dentro del gobierno habían
confirmado que el partido oficial robaría la elección del 7 de marzo. Por consiguiente, el MLN planeó convertir sus celebraciones de victoria cerca de las iglesias
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católicas capitalinas en motines para quemar camiones y volar puentes durante las primeras horas del 8 de marzo, paraliza r a la capital y forzar al ejército a
intervenir contra la camarilla gobernante.
Un socio de Roca me proporcionó un relato detallado (pero no corroborado) de sesiones nocturnas de planificación encabezadas por Ríos, en su casa, durante el
mes anterior a la elección. De acuerdo a esta fuente, Ríos decía que él no iba a permitir que a Mario (Sandoval Alarcón, el candidato del MLN) le ocurriera lo que
pasó a él en 1974. La última vez no estaba preparado, supuestamente dijo Ríos, pero esta vez ellos los estaría n. También enfatizó que los provocadores del MLN
no debían bajo ninguna circunstancia enfrentarse al ejército, el cual llevaba a la conspiración por otra ruta. De acuerdo a R oca y su socio, Ríos abortó el plan la
noche de la elección (entrevista del autor, Guatemala, agosto 24, 1985).
Según Leonel Sisniego Otero del MLN, antes del golpe del 23 de marzo Ríos Montt acordó encabezar una junta civil -militar, para entonces traicionar a sus co-
conspiradores civiles después de tomar el poder (This Week, julio 4, 1983, pág. 193).
{11} A. Zapata 1982.
{12} Entrevistas del autor, julio-agosto de 1985.
{13} Anfuso y Sczepanski 1983: 79-100.
{14} Ibid., págs. 93-96.
{15} Ibid., págs. 104-109.
{16} Ibid., págs. xiv, 119.
{17} Entrevista del autor, Ciudad de Guatemala, 27 de Agosto de 1985.
{18} Juan M. Vásquez, «Prophecy Comes True for New Leader in Guatemala», Los Angeles Times, 28 de marzo de 1982, págs. 1, 8. Carlos Ramírez, «Prophecy
Comes True», Frontline (Eureka, California: International Love Lift) 9(7), pág. 6.
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Los misioneros evangélicos llamaban a esta clase de táctica polarizante la «represión provocada». Inicialmente
funcionó a favor de la guerrilla, pero luego se volvió en su contra. Una vez que la gente se encontraba bajo el ataque
del ejército, sus defensores guerrilleros escasamente toler aban la neutralidad, no se diga una muestra de apoyo al
gobierno. También fueron forzados a reprimir a los disidentes. Pero la gente estaba muy consciente de que fue el EGP
el que había provocado la furia del ejército, y que la guerrilla no los estaba prot egiendo como lo había prometido.
Poco antes de que Ríos Montt reemplazara a Lucas García en el palacio presidencial, el ejército guatemalteco
dirigió toda su fuerza hacia el Ejército Guerrillero de los Pobres. Una de las primeras áreas que decidió retomar fue el
Triángulo Ixil.
Notas
{23} Iglesia Guatemalteca en el Exilio, «Sebastián Guzmán: Principal de Principales» [mecanografiado de diez páginas], s.f., págs. 2, 5. Iglesia Guatemalteca en el
Exilio 1984.
{24} Iglesia Guatemalteca en el Exilio 1984:16.
{25} Arias 1984: 156.
{26} Entrevista del autor, 2 de octubre de 1983.
{27} Payeras 1984: 15, 90.
{28} Thomas R. Melville, «The Catholic Church in Guatemala, 1944 -82», Cultural Survival Quarterly (Cambridge, Massachusetts), primavera de 1983, pág. 25.
{29} Iglesia Guatemalteca en el Exilio, Iglesia Guatemalteca en el Exilio, edición especial, «Martirio y Lucha en Guatemala», diciembre de 1982, pág. 44.
{30} Subcommittee on Security and Terrorism 1984:233-234.
{31} Iglesia Guatemalteca en el Exilio 1984:19.
{32} Anfuso y Sczepanski 1983:125.
El pastor Nicolás
Los misioneros de FUNDAPI atribuían el cambio de actitud en el área Ixil a un solo creyente, el Pastor Nicolás
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Tomá, del pueblo de Cotzal. Cuando lo conocí allí, una noche de diciembre de 1982, este hombre reflexivo y
articulado parecía estar obsesionado por la elección que había tomado. Después de un ataque del EGP al
destacamento de Cotzal, [237] el 28 de julio de 1980, su propio hermano y su cuñado habían estado entre los sesenta
y cuatro hombres que fueron arrastrados de sus casas y asesinados por el ejército en un acto de represalia. El 19 de
enero de 1982, cuando las guerrillas atacaron por segunda vez al destacamento, el pastor tomó la decisión de
colaborar con el ejército.
«Las guerrillas sólo provocan [al ejército] y se van», decía el Pastor Nicolás amargamente. «Nosotros somos los
que sufrimos las consecuencias.» En el transcurso de varias horas de discusión, no citó a una sola justificación
religiosa o ideológica para su decisión de apoyar al ejército. Aparentemente, la única razón era la supervivencia, tanto
de su gente como la suya. El pastor decía que el ejército había asesinado a «miles» de civiles desarmados sólo en el
municipio de Cotzal. De no haber él ayudado a los soldados, me dijo, le hubieran asesinado a él también.
Cuando un nuevo comandante llegó después del segundo ataque al destacamento, dijo al Pastor Nicolás y a otros
líderes religiosos que, como iban las cosas, el ejército tendría que «acabar con» Cotzal. Si toda la población de Cotzal
apoyaba a la guerrilla, toda la población de Cotzal tendría que ser eliminada. A pesar de las promesas de cooperación,
las tropas y los helicópteros seguían arrasando la montaña, matando a toda persona que encontraban. «Ya no puedo
controlarles», dijo el comandante a Nicolás, señalando que los soldados eran de otros destacamentos. Más tarde en
ese año, un joven funcionario del gobierno llegó de la capital. Descubrió que, de las veinte y nueve aldeas de Cotzal en
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su lista, únicamente tres existían todavía. Durante la ofensiva antiguerrilla, los soldados habían quemado las otras.
El ejército había anunciado que todo aquel que no fuera al pueblo sería conside rado guerrillero, es decir, se le
dispararía al instante. Mientras que algunos sobrevivientes se habían ya rendido al ejército, el pueblo permanecía
paralizado por el miedo. Por consiguiente, el Pastor Nicolás ofreció al comandante su propia vida como gara ntía por la
buena conducta de sus habitantes. En poco tiempo, Nicolás se encontraba desempeñando un papel importante en la
patrulla civil que el ejército imponía en el pueblo. Con la ayuda de la patrulla civil, que le trajo información y cautivos, el
ejército fue capaz de dar con los combatientes del EGP, [239] extraer más información, y desmantelar la infraestructura
guerrillera.
Una solicitud de oración del Instituto Lingüístico de Verano describe lo que ocurrió a continuación. «Nosotros
hemos sido... espectadores, capaces únicamente de mirar desde lejos... pero hemos estado aplaudiendo
alocadamente», escribió en mayo de 1982 uno de los traductores del Instituto en Cotzal. «Desde principios de enero,
los creyentes conducidos por el Pastor [Nicolás], han tomado riesgos desesperados y se han alineado con el ejército
nacional. Se han organizado patrullas civiles y se han entregado armas. ¡El increíble resultado ha sido la erradicación
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de las fuerzas revolucionarias guerrilleras del área de Cotzal!»
En realidad, una guerra entre el ejército y la población ixil se había convertido en una guerra civil entre estos
últimos. El destacamento del ejército local no había perdido a un solo hombre de sde que organizó la patrulla civil de
Cotzal en enero de 1982, me dijo el jefe de patrulla a fines de ese año. De los novecientos civiles en su patrulla,
setenta y seis habían muerto combatiendo a las guerrillas. El Pastor Nicolás se encontraba en una list a negra del EGP.
Aún así, para diciembre de 1982, pensaba que la gente tenía «más confianza» porque el ejército «cuida el pueblo; el
pueblo está consciente de que el estar al lado del ejército es la solución a sus problemas.» Sin embargo, las nuevas
patrullas civiles, las reuniones públicas obligatorias y los días de trabajo alejaban del culto a los creyentes, se quejaba
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el Pastor Nicolás. Su protestas tan sólo habían ganado la enemistad de las autoridades locales. Un domingo de
marzo de 1983, pocas semanas después de que una crisis en la patrulla civil llevó a que se le nombrara su jefe, el
Pastor Nicolás fue asesinado cuando iba a predicar en una aldea.
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Antes de que Nicolás muriera, dicen los misioneros de FUNDAPI, su arreglo con el ejército se extendió a lo largo
de la región Ixil. Por su ejemplo en Cotzal, se dice que el pastor había probado a los ixiles de Nebaj y Chajul que ellos
también podían sobrevivir al holocausto al cooperar con sus perpetradores. De acuerdo al ejército guatemalteco, Cotzal
proporcionó el modelo para las patrullas civiles, las cuales, bajo Ríos Montt, reclutaron a tres cuartos de millón de
{37}
indígenas –muchos de ellos simpatizantes de la guerrilla– para la causa contrainsurgente. [240] Los ancianos de la
Iglesia del Verbo sacaron sus propias conclusiones. Si ellos respaldaban a pastores como Nicolás con auxilio e
influencia política, podrían humanizar el trato del ejército hacia los civiles y ganar el apoyo indígena para Ríos Montt.
Notas
{33} Contrariamente a lo mantenido en una versión anterior de este capítulo, el Pastor Nicolás pertenecía a la Iglesia de Dios del Evangelio Completo, una
denominación pentecostal afiliada a la Iglesia de Dios (Cleveland, Tennessee).
{34} Entrevista del autor, Cotzal, 20 de diciembre de 1982.
{35} De una carta de Sharon Townsend, Ciudad de Guatemala, 14 de mayo de 1982.
{36} Entrevista del autor, Cotzal, 20 de diciembre de 1982.
{37} «Guatemalidad y autodefensa civil» y «Apreciación de asuntos civiles para el área Ixil», Revista Militar (Ciudad de Guatemala: Centro de Estudios Militares),
septiembre-diciembre de 1982, págs. 4-14, 24-72.
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revolucionaria popular» ya no parecía ser tan popular en lo que había sido su área central. A juzgar por el costo de la
movilización revolucionaria para los ixiles, la razón del crecimiento de las iglesias protestantes en el altiplano no se
encontraba en Washington o en la derecha religiosa norteamericana. Más bien, el principal argumento para la
conversión a una iglesia evangélica fue el costo de la estrategia revolucionaria.
Notas
{38} Ray Elliot, memorando de una visita a Nebaj, 5-9 de julio de 1982.
{39} Ray Elliot, «Translation of interview in Ixil» [memorando mecanografiado], 20 de agosto de 1982.
{40} Entrevistas del autor, Campamento Nueva Vida, 21-22 de noviembre y 20 de diciembre de 1982.
{41} Informes para el efecto incluyen a «Guatemala's Conversion», NACLA Report on the Americas, septiembre-octubre de 1982, págs. 42-43; Allan Nairn, New
Republic, 11 de abril de 1983, págs. 17-21; Americas Watch 1984: 93-4; Iglesia Guatemalteca en el Exilio 1984:22; y Vincent Flynn, «Model Villages in the Ixil
Region», Cultural Survival Quarterly, diciembre de 1984, págs. 83-85.
{42} Piero Gleijeses, «The Guatemalan Silence», New Republic, 10 de junio de 1985, págs. 20-23.
{43} Americas Watch 1983:15-19.
{44} Edgar Nuñez, «From Embittered War Atrocities to the Love of Jesus Through FUNDAPI», Frontline Report (International Love Lift) 9(6), págs. 4-5.
{45} Annis 1988.
{46} «Diagnóstico Integral de Salud», Centros de Salud de Cotzal (diciembre de 1983), Chajul (octubre de 1984) y Nebaj (noviembre de 1984).
{47} Fajardo 1987, págs. 2, 72-74.
{48} Véase Arturo Arias, «The Guatemalan Revolution: A Reassessment», Guardian (Nueva York), 23 de mayo de 1984, pág. 19.
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{54}
los ancianos de Verbo entraron en contiendas con dichos oficiales. Lo que es seguro es que Ríos participó en el
sistema de circunlocución empleado por las burocracias militares para evitar la responsabilidad de sus actos.
–«Pudo haber ocurrido», respondió Ríos a los informes de matanzas poco antes de ser expulsado de palacio.
«Podría. Lo digo circunstancialmente porque no puedo estar seguro. Nunca lo autoricé. Esa es la verdad.»
–Pero en sus instrucciones diarias, ¿acaso nunca fue informado de tales eventos, ni siquiera sobre el incendio de
un pueblo?
–«Nunca», respondió Ríos. «Ellos nunca entran en mi of icina para decir 'Hoy día quemamos tal y tal pueblo.'»
–¿Pero no había el ejército quemado algunos?
–«Podrían haberlo hecho», admitió.
–¿Cómo es que esa información no llegó hasta usted?
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–«¿Qué información? Todo esto es hipotético... Ninguna información ll egó hasta mí... No sabía sobre esto.»
Una señal de la conciencia cristiana de Ríos Montt era una vaga súplica de perdón. «Sabemos y comprendemos
que hemos pecado, que [248] hemos abusado del poder», confesó por la radio después de un año en el palacio. «¿Qué
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puedo hacer con un segundo teniente que no acepta mi orden de no matar?» La naturaleza patética de esta
confesión sugiere lo que los ancianos de Verbo aceptaron después del derrocamiento de su hermano: que él nunca
había controlado al ejército. Ni un solo oficial del ejército fue llevado a juicio bajo su gobierno. Debido a que el ejército
nunca ha disciplinado a sus oficiales, aún por los crímenes más flagrantes contra los civiles, Ríos y sus consejeros
espirituales generalmente evitaban el tema. Si la energía gastada en negar los crímenes del ejército hubiera sido
empleada para impedirlos, él habría durado aún menos tiempo como jefe de estado.
Después de que se acabaron los días en el palacio nacional, el admitir que nunca pudieron frenar los abusos
militares no impidió que los colaboradores de Ríos Montt continuaran azotando a los organismos de derechos
humanos, en un intento de justificarse a sí mismos. ¿No declaró la embajada norteamericana que había sido incapaz
de verificar un solo incidente? ¿No era fulano de tal de Amnistía Internacional un comunista? ¿No eran los refugiados
que realizaban las acusaciones en realidad guerrilleros? ¿Qué más pudo hacer el ejército cuando los guerrilleros les
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disparaban desde la mitad de plazas llenas de gente?
Como resultado, la idea de que Ríos Montt era víctima de una campaña sucia ha pasado a formar parte de la
mitología evangélica en Estados Unidos. Convencidos de que había sido el blanco de la desinformación bien
coordinada, incluso Luis Palau y Christianity Today aplicaron su peso para rehabilitar su nombre, convirtiendo al
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dictador en una víctima de la persecución religiosa. En marzo de 1984, el depuesto Ríos Montt realizó su debut
norteamericano con una gira de los programas evangélicos de televisión. También se dirigió a entusiastas reuniones de
la Fraternidad de Hombres de Negocios del Evangelio Completo, de los Difusores Religiosos Nacionales, y de la
Asociación Nacional de Evangélicos. De acuerdo al Gospel Outreach (Alcance Evangélico), las visitas pretendían
romper el silencio que siguió a su derrocamiento, construir vínculos con los altos líderes cristianos y preparar un
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ministerio profético internacional para él, incluso tal vez un programa de radio o televisión. [249]
La leyenda resultante apelaba al deseo de la derecha religiosa de percibir a América Central como una
confrontación limpia entre Oriente y Occidente, libertad y comunismo, bien y mal. Cuando los evangélicos
norteamericanos aplaudían a Ríos Montt, celebraban la ilusión de que la contrainsurgencia en Centroamérica era una
lucha divina contra el enemigo satánico. La selectividad de sus percepciones podía ser asombrosa. Un evangélico
regresó de Guatemala para asegurarme que los abusos del ejército habían sido perpetrados por infiltrados cubanos en
uniformes del gobierno. Estaban por todo el país: lo sabía de hecho puesto que éstos estuvieron a punto de detenerlo.
En cuanto a los evangélicos guatemaltecos, algunos mantenían que Ríos había sido derrocado porque las iglesias
no habían orado lo suficiente por él: otros murmuraban que tal vez Dios lo había sacado del poder porque tal vez se lo
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merecía. Para sus colaboradores leales, sin embargo, Ríos se convirtió en algo así como un profeta. Al igual que
todo profeta, se confortaban diciendo, sus advertencias habían llegado a oídos sordos. Algunos pecadores se
arrepintieron; muchos otros no; y bajo un Dios justo, probablemente habrían días peores en el futuro. Debido a que sólo
el Señor da y quita la autoridad, razonaba la Iglesia del Verbo, su hermano había sido destituido de su cargo para que
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pudiera compartir el evangelio con el mundo. Los cristianos habían «prestado más atención a [los informes de
masacres en] el New York Times y en el Washington Post que a la Palabra de Dios», se lamentaba Ríos. «Esa es una
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señal de los últimos días porque no nos creemos el uno al otro.»
Notas
{49} Anfuso y Sczepanski 1983:137.
{50} Falla 1983.
{51} Entrevista del autor a un consejero, 24 de marzo de 1983.
{52} Philip Taubman, «Slaying Case in Guatemala Angers U.S. Aides», New York Times, 11 de septiembre de 1983, págs. 1, 10, y Americas Watch1984:136-139.
{53} Amnesty International 1987:96.
{54} Alfred Kaltschmidt, anciano del Verno, al autor, agosto de 1985.
{55} Richard Ben Cramer, «Dictator of Divine Right», Inquirer (revista dominical, Philadelphia Inquirer) 28 de agosto de 1983, págs. 15-31.
{56} «World Scene», Christianity Today, 22 de abril de 1983, pág. 43. Anfuso y Sczepanski 1983:138.
{57} Anfuso y Sczepanski 1983: 23, 128, 131-136.
{58} Anfuso y Sczepanski 1983: 23-24, 135. «Luis Palau: Evangelist to Three Worlds», Christianity Today, 20 de mayo de 1983, pág. 30. Bill Conard, «Central America:
Is There a Political Solution?» Briefing, primavera de 1984, págs. 10-11.
{59} Carlos Ramírez, «What Happened to Ríos Montt», International Love Lift Newsletter (Eureka, California) 9(3).
{60} Elizabeth Farnsworth, «The Gospel and Guatemala», documental de Public Broadcasting Service, 1984.
{61} Servicio de Noticias de Puertas Abiertas, «Former President of Guatemala Plans to Become Missi onary», Forerunner, abril de 1984, pág. 3.
{62} Evangelical Press, «Ríos Montt Says Guatemala Needs Pastors, Not Troops», Charisma, mayo de 1984, págs. 99-10l.
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La lucha por el Compromiso Social
Cuando el alto mando expulsó a Ríos Montt del palacio, anunció que estaba rescatando al gobierno de los
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fanáticos religiosos. El arzobispo de Guatemala realizó una misa al aire libre para el nuevo presidente e hizo un
llamado por la reevangelización del país. Hubo policías que patrullaban los cultos evangélicos. Los funcionarios
realizaban inspecciones de los templos. Las iglesias carismáticas profetizaron siete años de persecución. Con cierto
temor, varios líderes protestantes se nombraron a sí mismos la Comisión Coordinadora de la Iglesia Evangélica
(COCIEG) y fueron a visitar al nuevo jefe de estado, General Oscar Mejía Víctores. [250] Para su consuelo, Mejía se
mostró aún más nervioso que ellos y pidió disculpas por los incidentes.
Dos años más tarde, los líderes evangélicos –al menos los no-pentecostales con quienes conversé– criticaban
abiertamente a Ríos Montt. Es cierto, había puesto a la iglesia en el mapa, hab ía proporcionado a sus hermanos un
punto de reunión, y les había brindado la seguridad y confianza que necesitaban para evangelizar sin miedo. Y sí, su
uso de la presidencia como púlpito, sus homilías semanales a la nación como si ésta fuese una gran congr egación,
eran tal vez designios del Señor. Pero algunos de estos hombres no estaban ni siquiera seguros de que la Iglesia del
Verbo era evangélica. Por lo menos los ancianos de Verbo y Ríos nunca utilizaron ese término, describiéndose más
bien como «cristianos», para evitar trazar una línea entre ellos y los católicos.
El estilo de Ríos Montt había ofendido a mucha gente, añadían los líderes evangélicos, y estaban cansados de ser
culpados por su política. El mensaje básico era bueno, pensaban, pero no debía haberlo mezclado con la política.
Mientras los protestantes apoyaban la separación de iglesia y estado, los sermones de Ríos Montt a través de la radio
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y la televisión hacían pensar a los católicos que él quería establecer una teocracia.
Los líderes evangélicos también recibieron la impresión de que, a pesar de que Ríos pedía su oración y apoyo, él
realmente no los estaba escuchando. «Los edificios no son realmente necesarios», respon dió cuando se le comunicó
que el ejército estaba destruyendo los templos protestantes en el área ixil. «En Verbo todavía nos reunimos bajo una
carpa.» A los doscientos pastores presentes no les agradó esta afirmación. Puesto que Ríos generalmente estaba
demasiado ocupado para reunirse personalmente con los líderes evangélicos, éstos habían presentado sus problemas
ante los ancianos de Verbo, quienes habían demostrado ser «totalmente impenetrables» frente a sugerencias como
terminar con las homilías dominicales de Ríos, con su tentativa de aumentar impuestos, o con sus tribunales de fuero
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especial. [251]
A los consejeros espirituales del presidente se los calificaba con las palabras más duras. «La gente de la que se
rodeó eran extremistas», me dijo un miembro de la Misión Centroamericana. «Ellos andaban diciendo que tenían
visiones. ¿Visiones? Una vez que las personas piensan que tienen visiones, se están alejando de la Biblia.» Los dos
ancianos de Verbo que sirvieron como secretarios presidenciales, Francisco Bianchi y Alvaro Contreras, apenas
controlaron al gobierno o al ejército, pero sí tuvieron considerable inf luencia sobre Ríos. De acuerdo a la doctrina del
pacto según la interpretación de la Iglesia del Verbo, un nuevo miembro no sólo se somete a Cristo sino también a la
iglesia, hasta el punto que se espera que consulte con los ancianos para cualquier decisió n importante. Cuando Ríos
fue al palacio nacional, lo hizo bajo la autoridad espiritual de su iglesia.
Con esto en mente, es evidente que los ancianos de Verbo sirvieron como chivos expiatorios. Para los oficiales
del ejército que consideraban a Ríos como a su jefe de estado personal, sus fervientes discursos sobre una nueva
Guatemala parecían sospechosos. Obviamente, era más conveniente acusar a los consejeros de una religión
minoritaria que a su colega. Para el clero católico, la prominencia de los ancian os del Verbo dramatizaba cómo habían
sido marginados del estado guatemalteco y cómo su influencia había sido suplantada por aquella de una secta
norteamericana. Cuando los oponentes militares pidieron el despido de los dos ancianos, se dice que fue con el apoyo
{66}
de ciertos evangélicos. «Si se van», respondió Ríos, «yo me voy.»
El descontento de los líderes evangélicos aumentó al descubrir, después de la partida de Ríos, que éste les hab ía
concedido menos acceso y menos favores que su sucesor católico. «Sí, Ríos nos recibía, y escuchaba nuestras
peticiones, pero nunca recibimos nada excepto por una ocasión», afirmó un disgustado jefe evangélico –cuando Ríos
generosamente cubrió un déficit que dejó el centenario protestante–. El no aceptaba a la gente que ellos le
recomendaron para puestos oficiales. Contrario a la leyenda, pocos evangélicos formaron parte de su gobierno, [252]
salvo por un número limitado de miembros de Verbo. Los evangélicos nunca recibieron de él la nueva frecuencia de
radio que le solicitaron. Pero sí la recibieron de su sucesor, el General Mejía. Finalmente, se dice que era mucho más
fácil hablar con Mejía sobre los secuestros.
Esta clase de actitud contradictoria –acusar a Ríos por mezclar la política con la religión y por no hacer los
suficientes favores a los líderes evangélicos– no era nada nuevo, por supuesto. Algunos pastores estaban muy
acostumbrados a decir a sus seguidores que ellos no tenían nada que ver con la política, para luego presentarse a
solicitar favores al nuevo régimen.
Poco después de la caída de Ríos Montt, la comisión coordinadora COCIEG trató de regresar a los principios en
la primera edición de La Palabra,un periódico evangélico co-fundado por uno de los secretarios de prensa del último
presidente. La iglesia evangélica era apolítica, declaraba COCIEG, y prosiguió a afirmar que no se había hecho ningún
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compromiso político con el anterior gobierno. Al reflexionar sobre el asunto, la idea de aclamar a un general del
ejército como a un vicario de Cristo estaba fuera de lugar. Al haberse separado de la Iglesia Católica y todavía sentirse
amenazados por ésta, muchos líderes protestantes continuaban siendo leales al principio de separación iglesia -estado.
Por lo tanto, creían que los líderes de las iglesias debían restringirse a los asuntos espirituales.
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Ahora que los evangélicos se estaban recuperando de Ríos Montt, la Misión Cent roamericana –probablemente la
misión norteamericana más influyente en el país– decidió que había dejado un vacío teológico para ser ocupado por
visionarios irresponsables. Por consiguiente, ayudó a organizar una Comisión sobre la Responsabilidad Social de la
Iglesia. Basada en una reunión de CONELA sobre el mismo tema, la comisión pandenominacional formuló lo que los
misioneros deseaban se convirtiera en un precepto para toda la comunidad evangélica: mientras los cristianos tuvieran
que cumplir con las responsabilidades cívicas, lo harían como individuos. Como institución, la iglesia debía permanecer
lejos de la política. [253]
El recuerdo de Ríos todavía causaba tanta agitación que, para la campaña presidencial en 1985, no existían
esperanzas fuertes de tener una nueva presidencia evangélica. Aún así, como los evangélicos supuestamente llegaba
a un 25% de la población, hubo aspirantes políticos que se preguntaban si el Señor tocaría a su puerta. El mismo Ríos
quedó fuera de la campaña: a pesar de que varios partidos políticos le ofrecieron una candidatura, eran considerados
demasiado pequeños y poco representativos para sostener su peso, aparte de la posible aversión de los ancianos de
Verbo, quienes todavía se estaban recuperando de sus heridas.
Dando un paso adelante como el nuevo ungido se encontraba Jorge Serrano Elías, un representante de las
cámaras empresariales de Guatemala, que había servido en la administración de Ríos Montt. Se había salvado
alrededor de 1977, en el despertar carismático en la capit al. En la crisis de 1980-1981 se fue a la bancarrota, al igual
que muchos otros en la industria de la construcción. Otro de sus infortunios pronto se convertiría en un honor: fue
forzado a dejar el país por criticar al régimen de Lucas García. Bajo Ríos Mo ntt, un lazo familiar con un anciano de
Verbo le ayudó a obtener el nombramiento de jefe del Consejo de Estado, un cargo de asesoría que impulsó a sus
ambiciones presidenciales. Impresionado por el discurso de Ríos Montt sobre el llamado divino, se dice qu e él se
imaginó a sí mismo como el nuevo David que reemplazaría a Saúl.
Cuando Serrano se acercó por primera vez a los ancianos de la comisión coordinadora COCIEG, en 1984, le
dijeron que las iglesias no estaban preparadas para otro presidente evangélico. ¿No podía esperar unos pocos años? A
algunos les disgustaba la congregación a la que pertenecía, la superiglesia pentecostal Elim, la cual había atraído a
miles de miembros de otras denominaciones con su prédica hipnótica y sus alucinantes dones de lenguas amplificados
electrónicamente. Bajo Ríos Montt, Serrano era un «profeta» de Elim, uno de media docena bajo su líder máximo o
«apóstol».
Para distinguirse de Ríos, el candidato citó su oposición a la elevación de impuestos y a los tribunales secretos de
su jefe anterior. Para movilizar a los votantes evangélicos, sin embargo, también necesitaba [254] presentarse como su
heredero espiritual. Por lo tanto, Serrano adoptó algo del mismo tono mesiánico, sobre la necesidad de crear un nuevo
hombre y una nueva Guatemala. A pesar de que las iglesias evangélicas no lo aprobaban formalmente, la campaña de
Serrano claramente deseaba engancharlas. «Todo esto es delicado», admitió uno de sus asesores, «porque es bien
definido que la iglesia no participa en la política. Todos los interesados lo han acordado. Los líderes de la iglesia han
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apoyado a Serrano, los integrantes también, pero como organizaciones, no.»
Los colaboradores de Serrano decían organizar únicamente fuera de las paredes de la iglesia y de confinarse a la
orientación cívica, al pedir a los hermanos que oren, se registren y voten con discernimiento. Esta era la receta
adoptada por evangélicos moderados en los Estados Unidos. No obstante, cuando la gente de Serrano organizaba
desayunos de oración para los pastores de cada denominación y pedían orar por Guatemala, incluían al nombre de su
candidato. En los departamentos, los propagandistas decían a los fieles que, si Serrano no ganaba, se desataría una
terrible persecución. Los escépticos temían que la candidatura de Serrano fuera la que trajera problemas, frente al
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temor católico de que el evangelismo ocultaba una campaña por el poder político.
Resultó ser que Serrano obtuvo el 13,8% de la votación en noviembre de 1985, colocándolo en un tercer lugar
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respetable pero desilusionante. Muchos de sus hermanos votaron más bien por la democracia cristiana, la única
opción de centro-izquierda en el limitado espectro que sobrevivía en el país. Los políticos evangélicos podían fantasear
sobre la votación en bloque de una cuarta parte del electorado, pero su s iglesias no eran el público más prometedor. La
política no era su fuerte.
«Si esta candidatura dependiera totalmente de nosotros», me dijo un evangélico en la campaña de Serrano,
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«estaríamos totalmente perdidos.» Se estaba refiriendo a la tradición de condenar a la política como pecaminosa, de
desalentar al activismo, e incluso de anular las votaciones. «Todos tenemos nuestras perspectivas políticas», explicó el
anciano que presidía a la Iglesia del Verbo en Managua, «sin embargo, el Señor nos advierte que no nos preocupemos
por las calamidades y guerras de [255] este mundo. Si nos alejamos de los principios del Reino, seremos arrastrados
hacia los engaños de las persuasiones filosóficas de derecha o izquierda... Una cosa se debe aprender, y es que la
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esperanza no es un atributo de ninguno de los Reinos de la tierra.»
Mientras tanto, los colegas de este hombre en Guatemala trataban de justificar su repentina promoción en un
reino de este mundo. Tomando una escritura de la derecha religiosa en los Estados Unidos, decidieron que, al igual
que Nehemías en el Antiguo Testamento, ellos estaban reconstruyendo las muralla s de Jerusalén. Sin embargo, para
evangélicos acostumbrados a pensar que el mundo estaba inevitablemente perdido, la idea de construir una Guatemala
nueva y reformada les tomó un poco hasta acostumbrarse. Habían apoyado a Ríos Montt porque Dios lo había
colocado milagrosamente en el poder, no porque habían cambiado su forma de pensar sobre la futilidad de la política.
Ahora, en un cambio de la posición tradicional, gran parte del liderazgo evangélico se refería al deber de los
cristianos de involucrarse. La Fraternidad Teológica Latinoamericana había estimulado el compromiso social por más
de una década. En Guatemala, algunos de los mismos argumentos estaban aflorando en un nuevo grupo social, los
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profesionales evangélicos, quienes miraban a un futuro limitado en un país gobernado por militares. Hablaban como
reformadores y encontraban audiencias en las congregaciones de la clase media alta, quienes también eran algo
nuevo. Entre esta clase de cristianos que tenían mucho que perder, estaba el presentimiento d e que, si no levantaban
a Guatemala ahora, la perderían completamente. Ellos eran, de acuerdo a Marco Tulio Cajas, «la minoría mejor
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organizada de la nación», con la responsabilidad de ofrecer una alternativa a las escuálidas normas reinantes.
Desde este sector evangélico, varias de cuyas iglesias oraban cerca o en los hoteles lujosos de la ciudad, se
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escuchaba poco sobre la justicia social. Sin embargo, los líderes estaban impresionados por la pérdida de
congregaciones mayas enteras al movimiento revolucionario. Ahora que éste había fracasado, los indígenas estaban
en peor situación que nunca. Con tantos pobres que profesaban ser evangélicos, la responsabilidad social claramente
incluía hacer algo por ellos, lo que forzaba a las iglesias evangélicas hacia lo que un misionero presbiteriano llamó
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[256] «un dilema político interesante.» Debido a que el ejército y los terratenientes parecían encontrar un intento
subversivo en cualquier esquema que beneficiara a los indígenas, los evangélicos conservadores se enfrentaban a una
decisión difícil. Podían no hacer nada y arriesgarse a perder sus nuevas clientelas indígenas; o podían tratar de
ayudar, lo que levantaría sospechas por parte de la clase gobernante y empujaría a los evangélicos hacia el mismo
camino que la Iglesia Católica.
La obra presbiteriana entre los mayas kekchís ilustra el problema: los kekchís tienen una larga historia de
colonizar nuevas tierras –a lo cual tienen derechos legales– únicamente para ser expulsados por los terratenientes,
quienes utilizan sus conexiones en la capital para obtener el título de propiedad. El protestantismo fue introducido por
los dueños de plantaciones, quienes esperaban que el evangelio volvería más confiables a sus resentidos trabajadores
kekchís. El déspota que trajo a los presbiterianos se consideraba un c ristiano consagrado, a pesar de que gozaba de
los privilegios sexuales típicos de un terrateniente. De acuerdo a las palabras irónicas de un escritor presbiteriano, su
amenaza de dar de latigazos a los peones que no asistiesen a los templos que él construyó provocó un «despertar
religioso extraordinario».
La justicia llegó a finales de los años sesenta, en forma de guerrillas que obligaron al terrateniente a salir de la
zona. Irónicamente, también abrieron el camino para una iglesia kekchí autónoma. Los eva ngélicos se multiplicaron, y
la nueva religión solidificó la resistencia kekchí frente a más expropiaciones. Con la violencia política en aumento, un
alarmado pastor de la capital señaló que los conversos estaban listos a defenderse empleando la fuerza. ¿C ómo se
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podía convencer a los evangélicos kekchís de que la lucha armada no era necesaria? Bien, los presbiterianos
podían ayudarles a defender sus tierras a través de la ley. Y si aqu ello fracasaba, tal vez podrían ayudar a una o a dos
comunidades a comprar la tierra en cuestión. Pero a medida que la recientemente organizada Comisión Presbiteriana
de Defensa ayudó a una primera comunidad y luego a otras dos, los desilusionados monopoli stas de la tierra los
{77}
acusaron de subversión.
De acuerdo a una fuente, la violencia de 1981-1982 en la zona (la mayor parte proveniente del ejército) costó a
los presbiterianos seis de [257] sus diecisiete iglesias kekchís y dejó más de quinientas viudas y miles de huérfanos.
En agosto de 1982, los soldados detuvieron a un pastor kekchí que servía en las patrullas de defensa civil de Ríos
Montt y lo torturaron repetidamente antes de darse cuenta de que tenían al hombre equivocado. Desgraciadamente,
ahora que habían abusado del pastor, no podían simplemente dejarlo ir. Después de todo, Ríos Montt proclamaba cada
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semana en la televisión que esta clase de cosas ya no ocurría.
En varias ocasiones, Ríos había solicitado a dichas víctimas que se acercaran y presentaran cargos: él los
protegería. Después de que el pastor logró escapar, sus colegas tomaron la decisión de presentar al incidente como un
caso de prueba. Pocas semanas después, en septiembre de 1982, un misionero norteamericano conectado con los
demandantes fue secuestrado y colocado en la parte trasera de una furgoneta, sucia de vómito y sangre. Durante el
interrogatorio le amenazaron con instrumentos de tortura, colocaron una pistola sobre su sien y halaron del gatillo. La
presión de la embajada estadounidense lo salvó pero no a dos obreros indígenas presbiterianos –Ricardo Pop y
Alfonso Macz–. Un año más tarde se informó que uno había sido visto en una celda subterránea, en donde se había
vuelto loco y sollozaba por ver a su esposa e hijos. El comité presbiteriano que trataba de proteger los derechos
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kekchís fue forzado a disolverse, y cuatro de sus cinco miembros abandonaron el país. Los oficiales presbiterianos
decidieron no buscar a sus desaparecidos obreros. Un oficial del ejército les había informado que, debido a que los dos
eran guerrilleros, un excesivo interés por su destino significaría que la Iglesia Presbiteriana también era
{*****}
guerrillera. [258]
El número de víctimas de pastores y congregaciones evangélicas bajo Ríos Montt nunca fue reportado porque las
iglesias tenían temor. Dejad que los muertos entierren a los muertos, era su actitud. De otro modo, era probable
unírseles. Sin embargo, ya que la guerrilla era ahora una presencia distante, el principal enemigo, incluso para muchos
empresarios, parecía ser el alto mando del ejército –por su incompetencia económica, su saqueo del tesoro nacional y
su brutalidad–. Para 1985, la jerarquía militar había llegado al punto de matar a varios voceros del sector privado, así
como también al cuñado de Ríos Montt, el General Sosa Avila, aparentemente por consultar con jóvenes oficiales sobre
un nuevo cambio de gobierno.
A principios del año siguiente, bajo un electo pero débil gobierno demócrata cristiano, el presidente de la Alianza
Evangélica de Guatemala (AEG) realizó un acto sin precedentes para esta conservadora organización: denunció las
continuas depredaciones del ejército. «El asesinato de líderes evangé licos es ahora un acontecer casi diario», declaró
el Pastor Guillermo Galindo. Si la Alianza Evangélica no obtenía una respuesta del gobierno, se uniría a las protestas
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de los derechos humanos del Grupo de Ayuda Mutua, la organización de los familiares de los «desaparecidos».
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Notas
{***} Los tribunales enviaban a los criminales acusados al pelotón de fusilamiento sin todas las garantías constitucionales. Las ejecuciones se cerraron al público
después de que el primer grupo de hombres condenados incluyó a un evangélico que cantó «tengo una corona en el cielo» para la s cámaras de televisión (Pixley
1983: 10). De acuerdo a Amnistía Internacional, unas trescientas personas detenidas en los tribunales especiales resultaron desaparecidas después d el
derrocamiento de Ríos Montt. Hay sobrevivientes del sistema que afirman haber sufrido torturas sistemáticas (Amnistía Interna cional 1987: 101-112, 123-125).
{****} «[Los soldados] dicen que los guerrilleros son los asesinos, pero ellos son los que matan», reportó después el pastor. «Así m e dijeron cuando fui su prisionero.
Dijeron que la orden viene del General Ríos Montt, que tienen libertad para matar a quienes quieran. Ellos vienen a 'salvar', pero vienen a matar y a causar pánico y
terror... Mucha gente pobre ha huido a las montañas por miedo. Otros están en la s montañas porque han sido abandonados. Hombres sin niños o mujeres. Las
mujeres sin niños y sin nadie que las ayude. El ejército busca a esta gente en helicópteros. Los matan como si fuesen animale s, haciéndolos pedazos y lanzando
los pedazos en fosas. Las mujeres son violadas por muchos soldados» (In Communion, julio 1983, pág. 3).
{*****} Toda esta sangre y llanto debió haber dado a una congregación kekchí su título de propiedad, a trav és del programa de compra de tierra. Desgraciadamente,
después de que los presbiterianos invirtieron sesenta mil quetzales en la hipoteca, se descubrió que el terrateniente –el mismo Manuel de la Cruz que había sido
expulsado por la guerrilla a finales de los años sesenta, todavía aceptado como un presbiteriano bueno – había vendido una parcela que no existía. Si la iglesia
demandaba a Cruz por fraude, él podía presentar una contra -demanda por los sesenta mil quetzales que todavía le debía en hipoteca; así q ue la iglesia abandonó
el asunto y perdió su dinero.
{63} United Press International, «Guatemalan Army Topples President in a Brief Battle», New York Times, 9 de agosto de 1983, pág. 1.
{64} Entrevistas del autor, Ciudad de Guatemala, agosto de 1985; Tulio Cajas 1985:6 -7.
{65} Entrevistas del autor, Ciudad de Guatemala, agosto de 1985.
{66} Anfuso y Sczepanski 1983:166.
{67} Tulio Cajas 1985:16-17, 37-41.
{68} Entrevista del autor a la Organización Cívica Cristiana de Guatemala (OCCG), Ciudad de Guatemala, 19 de agosto de 1985.
{69} Entrevistas del autor, Ciudad de Guatemala, agosto de 1985.
{70} Stephen Sywulka, «An Evangelical's Bid for the Presidency Falls Short», Christianity Today, 13 de diciembre de 1985, pág. 69.
{71} Entrevista del autor, Marco Tulio Cajas, Ciudad de Guatelama, 26 de agosto de 1985.
{72} Bob Trolese, «Persecution Strengthens Church in Nicaragua», International Love Lift 8(7), 1983.
{73} Tulio Cajas 1985:4-5.
{74} «Whose Gospel?» In Communion (Philadelphia: Fellowship of Evangelicals for Guatemala), febrero de 1984, pág. 1.
{75} David Scotchmer al autor, 4 de mayo de 1985.
{76} Mardoqueo Muñoz, pastor presbiteriano, «Kekchi Church Thrives in Guatemala's Jungle», Global Church Growth, julio-agosto de 1982, págs. 199-20l; Muñoz
1984:142-143, 154-155.
{77} «Protestants Are Drawn into Vicious Guatemala Crossfire», Christianity Today, 4 de septiembre de 1981, pág. 58; In Communion, febrero de 1984, págs. 2-3.
{78} Jim Dekker, «Guatemala: A Test of Faith», The Other Side (Philadelphia), febrero de 1983, págs. 26-27.
{79} «Christian Tribe in Guatemala Faces Oppression», Missionary News Service, 1º de abril de 1984 [¿1983?], pág. 2.
{80} La Palabra (Ciudad de Guatemala), 15 de marzo de 1986, citado en «Testimonies of the People of God», In Communion, junio de 1986, pág. 2.
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