La Piedad para Pastores y Laicos
La Piedad para Pastores y Laicos
La Piedad para Pastores y Laicos
Laicos
Por Taylor Walls
© 2022
Tabla de Contenido
El Prerrequisito Esencial
La piedad es algo que fluye natural y progresivamente
de la nueva naturaleza de un creyente. La obra de
regeneración es el origen de la búsqueda y desarrollo de la
vida piadosa. Sin esta obra regeneradora, toda nuestra
piedad será falsa, parcial, formalista, o será impiedad. Por
lo tanto, la primera parte de la piedad personal es asegurar
que uno sea convertido a Cristo por fe y arrepentimiento.
Pablo habla de esta realidad cuando habla de la diligencia
y disciplina con la cual lleva a cabo su ministerio: “Por
tanto, yo de esta manera corro, no como sin tener meta; de
esta manera peleo, no como dando golpes al aire, 27 sino
que golpeo mi cuerpo y lo hago mi esclavo, no sea que
habiendo predicado a otros, yo mismo sea descalificado”
(1 Cor 9:26-27). Pablo, por lo tanto, quiere asegurarse de
ser partícipe de lo que predica. Esto debe ser una
consideración muy importante en la vida de cualquier
persona, pero especialmente los que quieren ser pastores.
Spurgeon describe el pastor inconverso como un ciego
puesto sobre el departamento de arte, o un sordo puesto
sobre el departamento de música.
Debido a que el poder del ministerio fluye de Dios y
su verdad y no del hombre que predica, Dios todavía
puede producir fruto de un ministro inconverso, pero a
pesar de él. Pero, muchas veces los pastores inconversos
no precian claramente el evangelio, introducen sus
propios errores, socavan su enseñanza por su vida impia,
y así no tendrá el mismo fruto. Pero, lo que es peor, es
que probablemente será un ministerio que produce
muchas personas engañadas de la misma manera que él,
quizás confiando en una experiencia personal, un falso
entendimiento del evangelio, o quizás incluso en sus
obras ministeriales para su salvación y así serán
condenados. Pero, hay algo aun peor, siendo un maestro
de la Palabra, será juzgado más severamente por haber
predicado la palabra engañosamente y por no creer y
obedecer la luz que él tenía (Sant 3:1). Por lo tanto, cada
hombre, pero especialmente los pastores, debe buscar
desarrollar una certeza de su salvación por fijar
firmemente su fe en Cristo y restaurar continuamente su
arrepentimiento. La fe y el arrepentimiento deben ser la
práctica diaria del pastor, no porque quiere tratar de
convertirse todos los días, sino quiere asegurar que su
certeza de salvación fluya de la certeza de Cristo y su
obra en la cruz y la obra interna del Espíritu Santo
produciendo arrepentimiento, y no en nada más. Como
Richard Baxter dice,
Procurad que la obra de la gracia salvadora se realice
plenamente en vuestras propias almas. Tened cuidado
de vosotros mismos, no sea que estéis vacíos de esa
gracia salvadora de Dios que ofrecéis a otros, y seáis
extraños a la obra eficaz de ese evangelio que
predicáis; y no sea que, mientras proclamáis al mundo
la necesidad de un Salvador, vuestros propios
corazones lo descuiden, y os falte interés en él y en sus
beneficios salvadores. Tened cuidado de vosotros
mismos, no sea que perezcáis, mientras llamáis a los
demás a que se cuiden de perecer; y no sea que os
muráis de hambre mientras preparáis la comida para
ellos.2
Simplemente el tener el deseo de ser pastor no es
evidencia suficiente de una conversión. Hay muchos en la
historia que han perseguido el ministerio por
motivaciones pecaminosas o sin entender el evangelio. De
2
Baxter, Reformed Pastor, 53.
hecho, en mi propia vida tenía confusión sobre este punto.
Después de haber hecho la oración del pecador sin una
conversión verdadra, yo pensaba que la próxima vez que
Dios me trajo convicción del pecado era para llamarme al
ministerio, cuando era en verdad un llamado a creer el
evangelio y encontrar a Cristo como mi salvador. Pero,
confundiendo los mensajes por la falta de claridad sobre
el evangelio y la vida cristiana en esa iglesia, me dediqué
al ministerio antes de ser verdaderamente convertido.
Pero, debemos siempre hacer seguro y evidente nuestro
llamado y elección (2 Ped 1:10).
Esto requiere un estudio honesto de nuestros propios
corazones, con la linterna penetrante de la palabra de Dios
llevada por el Espíritu Santo para exponer nuestra falsa
confianza o la ingenuindad de nuestro arrepentimiento. Es
esencial hacer este estudio personal para que no tomemos
el cargo ministerial y caer en los lazos del diablo o en un
mayor juicio por no haber alcanzado a Cristo. Como
Spurgeon describe,
La conversión es una condición sine qua non en un
ministro. Aspirantes a nuestros púlpitos, “debéis nacer
de nuevo”. La posesión de esta primera cualificación
no es algo que deba darse por sentado, ya que existe
una gran posibilidad de que nos equivoquemos en
cuanto a si estamos convertidos o no. Créanme, no es
un juego de niños “hacer que su llamado y elección
sean seguros”. El mundo está lleno de falsificaciones, y
pulula con aduladores de la presunción carnal, que se
reúnen alrededor de un ministro como buitres alrededor
de un cadáver. Nuestros propios corazones son
engañosos, de modo que la verdad no se encuentra en
la superficie, sino que debe extraerse del pozo más
profundo. Debemos escudriñar muy ansiosa y
minuciosamente en nosotros mismos, no sea que
después de haber predicado a otros, nosotros mismos
seamos náufragos.3
Baxter también dice algo parecido. Si no hacemos este
estudio profunda y diariamente, vamos a terminar
condenando a nuestras propias almas y a muchas otras:
Si no se dedican diariamente a estudiar sus propios
corazones, y a someter la corrupción, y a caminar con
Dios, si no hacen de esto una obra a la que asisten
constantemente, todo irá mal, y matarán de hambre a
sus oyentes; o, si tienen un fervor afectado, no pueden
esperar que una bendición los acompañe desde lo alto. 4
Una manera en que podemos convertir al ministerio
en un ídolo es por no hacer este tipo de auto-examinación.
Si buscamos el ministerio sin asegurarnos de nuestra
conversión y fe en Cristo, podemos terminar pensando
que quizás Dios tendrá misericordia de nosotros por el
sacrificio que hemos hecho por entrar al ministerio o por
las buenas obras que hemos hecho siendo pastor. Pero,
Baxter nos da esta advertencia: “Créanlo, hermanos, Dios
nunca salvó a un hombre por ser un predicador, ni porque
fuera un predicador hábil; sino porque era un hombre
justificado y santificado, y consecuentemente fiel en la
obra de su Maestro”.5 No podemos poner la carreta antes
del caballo. La salvación y obra de Dios en nuestro ser y
la capacitación del Espíritu Santo que viene con esto tiene
que ser la fuente del ministerio, no a revés.
3
Spurgeon, Lectures to My Students, 1:4.
4
Baxter, Reformed Pastor, 62.
5
Baxter, Reformed Pastor, 54.
Capítulo 2
La Piedad Personal y sus Imitadores
La Piedad Es Personal
Entendiendo la necesidad en primer lugar de la
conversión propia, nos recuerda de los niveles de nuestra
identidad. Somos en primer lugar cristianos, y cualquier
ministerio debe fluir de esto y no una vida cristiana del
ministerio. Nuestro ministerio debe tener la intención de
producir conversiones y vidas cristianas en los que nos
escuchan, pero no en nosotros. Debemos en primer lugar
asegurarnos de nuestra propia vida cristiana y que
estemos en el proceso de santificación antes de ser
pastores. Entendiendo esta prioridad de nuestra identidad
cristiana, debe llevarnos a recordar que la piedad es algo
intensamente personal.
Como dijimos al principio, la piedad no es un mero
medio o un negocio con Dios para que bendiga nuestros
ministerios. La piedad y todo lo que hacemos en nuestros
ministerios debe ser en primer lugar para nuestras propias
almas. Oramos, estudiamos, leemos, meditamos, y
predicamos en primer lugar para nuestras propias almas.
Nunca hacemos estas cosas públicamente simplemente
porque somos ministros, sino porque somos cristianos y
amamos a Dios y queremos crecer en su gracia. Nuestro
deseo debe ser que el crecimiento de la iglesia fluya de la
abundancia de la bendición personal de haber estado con
Cristo y llenado del Espíritu Santo. La piedad es nuestra
propia búsqueda de vivir en comunión con Dios, depender
de su Espíritu, reflejar a Cristo, y obedecer su ley.
Queremos hacer esto porque nuestros corazones han sido
convertidos y nosotros hemos sido comprados con el
precio de la sangre de Cristo. Debemos buscar la piedad
por quienes somos en Cristo, no por quienes queremos ser
como pastores.
El ministerio pastoral fluye de la búsqueda piadosa del
creyente. Cuando alguien ha sido convertido a Cristo hay
dos realidades que ocurren. En primer lugar, su identidad
ha cambiado. Ahora es el hijo de Dios, adoptado por él, el
templo del Espíritu, santificado, resucitado con Cristo y
sentado con él en lugares celestiales, etc. Y, siendo así,
nuestro carácter empieza a cambiar. Empezamos a
abandonar el pecado poco a poco, mortificándolo, y
poniéndonos semejanza a Cristo en todas las cosas. Pero,
en segundo lugar, somos capacitados y dotados por el
Espíritu para un servicio particular en la iglesia. Esto es
parte de nuestra nueva vida. Dios quiere todo nuestro ser
como un sacrificio delante de él (Rom 12:1-2), pero
también obedecemos y desarrollamos la piedad por
cultivar estos dones que el Espíritu nos ha dado para
llevar a cabo el ministerio al cual nos ha llamado (Rom
12:3-8). Por lo tanto, el deseo por el ministerio viene de
esta obra interna del Espíritu Santo que produce tanto
nuestro nuevo carácter como el ministerio particular en
que Dios ha diseñado que se manifieste. Como Baxter lo
dice:
Tened cuidado... de predicaros a vosotros mismos los
sermones que estudiáis, antes de predicarlos a los
demás. Si hicieseis esto por vosotros mismos, no sería
un trabajo perdido; pero os hablo por la cuenta pública,
para que lo hagáis por el bien de la Iglesia. Cuando
vuestras mentes están en un estado de ánimo santo y
celestial, es probable que vuestro pueblo participe de
sus frutos. Sus oraciones, sus alabanzas y su doctrina
serán dulces y celestiales para ellos. Es probable que
sientan cuando ustedes han estado mucho con Dios: lo
que está más en sus corazones, estará más en sus
oídos.6
La Piedad Oficial
Debemos evitar una piedad oficial. Una piedad oficial
es una que busca las gracias espirituales y la comunión
con Dios solo como un medio para avanzar nuestro
ministerio. Esto es una señal que el ministerio se ha
convertido en un ídolo y estamos descalificados del
ministerio ante los ojos de Dios, aunque los hombres no
se den cuenta. La piedad sí avanza nuestro ministerio,
pero como el fruto y no el fin por el cual buscamos la
piedad. Spurgeon lo describe de esta manera:
Hay más trampas secretas que éstas, de las que
podemos escapar con menos facilidad; y de ellas, la
6
Baxter, Reformed Pastor, 61.
peor es la tentación del ministerialismo: la tendencia a
leer nuestras Biblias como ministros, a orar como
ministros, a hacer toda nuestra religión no como
nosotros mismos, sino sólo relativamente, involucrados
en ella. Perder la personalidad del arrepentimiento y la
fe es una verdadera pérdida. "Ningún hombre", dice
John Owen, "predica bien su sermón a otros si no lo
predica primero a su propio corazón".7
Lo que Spurgeon está describiendo aquí es la naturaleza
personal de la piedad. Nosotros mismos somos pecadores
salvados por gracia y dependientes de su obra continua en
nosotros, y por esto todo lo que hacemos debe ser bueno
para nuestras propias almas. A Dios le importa más el
estado de nuestra alma que nuestro ministerio, y así
debemos buscar que en cada sermón haya por lo menos
un alma bendecida—la nuestra. Y, si solo es la nuestra, en
los ojos de Dios es un éxito. Pero, Dios ha diseñado que
cuando nuestras almas son bendecidas por la palabra de
Dios, también obrará a través de nosotros para que esa
bendición sea transmitida a otros también. Pero, a veces
por enfocarnos tanto en tener un ministerio fructífero
podemos hacer las cosas para el fruto posible, y no porque
nosotros mismos necesitamos de Dios y su palabra. Antes
de ser pastor, debemos evitar esta tentación de desarrollar
la piedad simplemente para poder ser reconocidos para el
ministerio, y al entrar en el ministerio, debemos evitar la
continua tentación de solo desarrollar la piedad oficial y
no la personal.
7
Spurgeon, Lectures to My Students, 1:10-11.
La Piedad Formal
Debemos evitar una piedad formal. Una piedad formal
se enfoca en ciertas cosas externas del compartamiento,
quizás fijadas por las reglas personales del pastor o las
tradiciones de la iglesia o denominación en que está. A
veces esto se manifiesta por simplemente evitar ciertos
vicios comunes, como fumar o tomar e ir a los bares, y
ciertas acciones positivas de estar presente en los cultos y
tener algo que predicar el domingo. Esta piedad está vacía
de una verdadera piedad del corazón que fluye de
comunión con Dios, sino se enfoca en las mociones
externas y las señales externas de la piedad para ser visto
por los hombres. Esto es lo que Pablo describe cuando
describe a los falsos maestros de esta manera, “teniendo
apariencia de piedad, pero habiendo negado su poder” (2
Tim 3:5). Debemos evitar la apariencia de piedad, a favor
de una búsqueda de su verdadero poder—cercanía con
Dios y un corazón renovado por su Espíritu.
La Piedad Temporal
Debemos evitar una piedad temporal. Debemos evitar
que nuestra piedad sea solo en las horas en que otros nos
estén mirando. Es decir, nuestra piedad solo aparece en
nuestras horas de oficina, el miércoles y el domingo.
Nuestra piedad no debe buscar cultivarse o manifestarse
solo en el día domingo o en las otras reuniones de la
iglesia, sino debe ser algo constante. La piedad fluye de
nuestra propia relación con Dios, y debemos estar siempre
viviendo delante de su rostro, con él como nuestro testigo
principal. El testigo a nuestra piedad no debe ser los ojos
de la congregación, sino Dios mismo, y así buscamos
cultivar nuestra piedad y crecer en nuestra relación con
Dios incluso cuando nadie nos ve. Esta piedad temporal le
da al ministro la libertad de buscar sus deseos impíos
fuera de la iglesia, y ponerse la máscara de piedad en la
iglesia. Es la forma pura de hipocresía.
La Impiedad Ministerial
Debemos evitar una impiedad ministerial. Si
consideramos estas formas falsas de la piedad en un
espectro, la piedad oficial está en un extremo porque
produce lo que parece ser una genuina piedad, pero por el
otro extremo está la impiedad ministerial. Esto se ve
cuando un pastor abandona la búsqueda de la piedad y
empieza a abusar de su autoridad ministerial o su oficio
como un medio de ganancia personal, de favores
personales, o algún otro tipo de sumisión de la gente a él
por el oficio que tiene. El ministro con una impiedad
ministerial quizás empezó por la piedad temporal pero sus
deseos carnales le ganaron, y ya no tenía la piedad
temporal sino su impiedad le ganó y absorbió toda su
vida. La piedad oficial ve la piedad como un instrumento
para avanzar nuestro oficio, mientras la impiedad
ministerial usa el oficio ministerial como un instrumento
para avanzar nuestros propios deseos e impiedad
personales. Esto es un extremo terrible, pero hay ejemplos
en la historia y el día de hoy de personas que usan su
oficio ministerial como una motivación para el abuso
sexual o para excusar cualquier tipo de lujuria, envidia, o
avaricia. Debemos evitar este peligro, porque a veces sin
darnos cuenta podemos desviarnos a este extremo.
8
Paul David Tripp, Dangerous Calling: Confronting the
Unique Challenges of Pastoral Ministry (Wheaton, IL:
Crossway, 2012), 35.
Capítulo 3
La Piedad Es Vida en el Espíritu
Temor a Dios
En primer lugar, el alma que disfruta de la comunión
con Dios a través del Espíritu Santo, quien está
convencido de que tiene a Dios como su Padre,
responderá con un temor santo e íntimo con Dios. No es
el tipo de temor que nos mantiene lejos y distantes, como
el que un criminal tendría delante de un juez, sino es el
tipo de temor que nos llena con un sentido de la grandeza
y majestad de Dios aunque feliz y confiadamente
recibimos su invitación de acercarnos a él (Rom 8:15). El
temor de Dios es un tema muy importante en las
Escrituras. Es la fuente de toda sabiduría y vida
obediente. Esto es algo que caracterizaba a los primeros
cristianos también, junto con el fruto del poder del
Espíritu Santo: “Entretanto la iglesia gozaba de paz por
toda Judea, Galilea y Samaria, y era edificada; y andando
en el temor del Señor y en la fortaleza del Espíritu Santo,
seguía creciendo” (Hch 9:31). Además, como el templo
de Dios conforme a sus promesas, los cristianos deben
buscar ser más santos en un temor de Dios, sabiendo que
viven en su presencia santa: “Por tanto, amados, teniendo
estas promesas, limpiémonos de toda inmundicia de la
carne y del espíritu, perfeccionando la santidad en el
temor de Dios” (2 Cor 7:1). Esto es uno de los frutos de la
vida llena del Espíritu Santo, porque produce que nos
sometamos los unos a los otros “en el temor de Cristo”
(Ef 5:21). Y, como dijimos, la piedad es la obra interna
del Espíritu de conformarnos a la imagen de Cristo, y
Cristo nos dejó un ejemplo de temor a Dios (Heb 5:7; 1
Ped 2:23).
Es el temor del Señor que nos lleva a vivir con Dios
como nuestro testigo, como Pablo dice de sí mismo (2
Cor 5:11) y le manda a Timoteo también (1 Tim 6:11-16).
Al ver al Dios santo, majestuoso, juez y rey de todo el
mundo, como nuestro testigo, el temor del Señor nos lleva
a vivir con una limpia conciencia delante de él: recibiendo
su oferta de salvación a través de Cristo, creyendo sus
promesas, disfrutando de su compasión paternal, y
obedeciendo lo que nos manda a hacer. Necesitamos “el
temor de Dios, para que, llenos de un sentido reverente de
la majestad de Dios, hablemos sobriamente y con
moderación”.10 Esto es lo que Pedro enseña también: “Y
si invocáis como Padre a aquel que imparcialmente juzga
según la obra de cada uno, conducíos en temor durante el
tiempo de vuestra peregrinación” (1 Ped 1:17).
El temor de Dios es clave para los que predican la
palabra porque serán constantemente tentados a empezar
a hacer las cosas para agradar a los hombres (cf. Col
3:22), y temerán los que persiguen a la verdad que
predicamos (cf. Heb 11:23-27). Pero, nuestro Señor nos
recuerda: “Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no
pueden matar el alma; más bien temed a aquel que puede
10
Perkins, Art of Prophesying, 71.
hacer perecer tanto el alma como el cuerpo en el infierno”
(Mat 10:28). Este temor nos guía en nuestra predicación
para ser fieles, y también en nuestro trato para con la
iglesia. La iglesia es el templo de Dios y debemos buscar
ser cuidadosos para que no nos contaminemos con las
perversiones de los falsos maestros o los sucios que
profanarían el lugar santo (Jd 23).
Justicia y Piedad
Otra parte clave de la piedad es la justicia y la piedad.
Estamos describiendo la piedad en términos generales
como una vida llena del Espíritu y todos sus frutos, pero
la piedad más propiamente es esa devoción espiritual y
comunión con Dios en el sentido religioso. Es una vida de
adoración. Aquí uno la justicia y la piedad porque son
conectadas. La justicia es una obra del Espíritu Santo
11
Perkins, Art of Prophesying, 71.
porque es el cumplimiento de la ley de Dios, algo que el
Espíritu hace posible (Rom 8) y que Cristo modeló por
nosotros (Rom 10:4-5). La piedad es esa obediencia
religiosa de Dios de vivir una vida de oración y
adoración. La obra del Espíritu no simplemente obra
virtudes en nosotros de amor y humildad, pero este amor
se manifiesta en el guardar los mandamientos de Dios (2
Jn 6). Dios ha revelado su voluntad para nuestras vidas en
su Palabra, y es así suficiente y útil para instruirnos en la
justicia (2 Tim 3:16). Antes de nuestra conversión, todos
nuestros miembros eran siervos de injusticia, pero ahora
son vivificados para servir a Dios en justicia (Rom 6:13,
19). De hecho, es en justicia que se manifiesta que el
reino de Dios ha venido en nuestros corazones (Rom
14:17). Esto es el carácter de Cristo, y así es también el
carácter del cristiano que es conformado a su imagen (Ef
4:24). La justicia se manifiesta en obediencia delante de
Dios, pero también en equidad y la falta de parcialidad en
nuestro trato para con los hombres (Sant 2:1-13; 1 Tim
5:21).
El amor es el resumen de la ley no para que
desobedezcamos los mandamientos particulares, sino
porque cuando tenemos amor obedeceremos estos
mandatos (Rom 13:10). Es el amor que nos motiva a
guardar la vida de otros, no codiciar o robar sus bienes, no
cometer adulterio y no dar falso testimonio. El amor y la
obra del Espíritu nos llevan a una vida de obediencia a la
ley de Dios. Pero, la obra del Espíritu nos hace
espirituales y religiosos. La vida en el Espíritu nos hace
dedicados a los medios ordinarios de la gracia y nos llena
con un espíritu ferviente en la adoración privada, familiar
y corporativa. Ya que el pastor es en un sentido el director
de la alabanza, es clave que tenga esta forma de piedad
religiosa para que guie a la congregación en una
adoración verdadera sin hipocresía.
Humildad y Mansedumbre
Otra gracia esencial a la verdadera piedad espiritual es
la humildad y mansedumbre. Esto es una parte clave del
ejemplo de Cristo que debe reflejarse en todos los suyos
(Fil 2:5; Mat 11:29). “La humildad no es un mero adorno
del Cristiano, es una parte esencial de la nueva criatura”.12
La humildad es una parte esencial del amor porque nos
lleva a negarnos a nosotros mismos. Como Baxter dice,
La abnegación es absolutamente necesaria en todo
cristiano, pero es doblemente necesaria en un ministro,
ya que sin ella no puede hacer a Dios ni una hora de
servicio fiel. Los estudios arduos, los muchos
conocimientos y la excelente predicación, si los fines
no son correctos, no son más que un glorioso pecado
hipócrita.13
La humildad empieza por una negación propia, pero
termina con una exaltación de los demás en su mente,
palabras y acciones. Como dijo Romanos 12: “daos
preferencia unos a otros … no seáis altivos en vuestro
pensar, sino condescendiendo con los humildes. No seáis
sabios en vuestra propia opinión” (Rom 12:10b, 16b). La
humildad nos lleva a recibir el mal de otros con paciencia
y gracia, porque reconocemos nuestras propias
12
Baxter, Reformed Pastor, 143.
13
Baxter, Reformed Pastor, 51.
debilidades y no reclamamos nuestros derechos. Pero,
también nos lleva a un servicio humilde, incluso de
aquellos que son nuestros “inferiores” porque
reconocemos que sin la gracia no somos nada y que esta
otra persona es un alma apreciada y amada por Cristo
mismo, por la cual él mismo se humilló hasta la muerte.
En este sentido, el revestirse de humildad es una
preparación mental para el servicio. Siendo humildes,
vamos a apreciar la obra de otros y su contribución al
cuerpo, reconocer nuestra dependencia de otros, no
exaltarnos sobre otros, pero al mismo tiempo esta actitud
no solamente cambia cómo pensamos de nosotros mismos
y de los otros hermanos—pensando menos de nosotros
mismos y más de los otros hermanos—sino también
afecta nuestra disposición a servir.
Pablo lo describe de esta manera en Filipenses:
Por tanto, si hay algún estímulo en Cristo, si hay algún
consuelo de amor, si hay alguna comunión del Espíritu,
si algún afecto y compasión, 2 haced completo mi
gozo, siendo del mismo sentir, conservando el mismo
amor, unidos en espíritu, dedicados a un mismo
propósito. 3 Nada hagáis por egoísmo o por vanagloria,
sino que con actitud humilde cada uno de vosotros
considere al otro como más importante que a sí mismo,
4 no buscando cada uno sus propios intereses, sino más
bien los intereses de los demás. (Fil 2:1-4)
Es la humildad que nos lleva a poder dar de lo nuestro
para ayudar a alguien más, y a siempre considerar lo
mejor en otros. Pedro lo describe de esta manera: “y
todos, revestíos de humildad en vuestro trato mutuo,
porque Dios resiste a los soberbios, pero da gracia a los
humildes” (1 Ped 5:5b).
La humildad es esencial para cada creyente, pero
especialmente para el pastor. El pastor será tentado a
hacer las cosas para la vanagloria, fama o una reputación,
pero la humildad le llevará a hacer todo para la gloria de
Dios y el bien de otros. El pastor será tentado a reclamar
sus derechos de honor y recompensa, pero la humildad le
llevará a servir a otros desinteresadamente. Es fácil como
pastor pensarse algo, pero la humildad le recuerda de que
todo es por la gracia de Dios. Además, la humildad es
esencial porque el pastor tiene que poder trabajar con
otros, con los otros miembros del cuerpo, los diáconos, y
los otros ancianos, pero la humildad le protegerá de
buscar lo suyo y le llevará a considerar a los demás como
más importantes en cuanto a honra y posición. El pastor
también será el objeto de frecuente criticismo, pero es el
orgullo que nos ciega a nuestras debilidades y nos lleva a
airarnos cuando otros nos critican. El pastor necesita ser
capaz de ser corregido sin recelo o ira, y debe ser capaz
de incluso soportar las acusaciones verdaderas pero
hechas de manera pecaminosa porque busca conocer a la
persona y ver los problemas profundas que hay detrás. La
mansedumbre le lleva a tener este tipo de gentileza y
benignidad. Le hace accesible para que todos puedan
venir a él con sus preguntas, luchas, dudas o criticismo.
Incluso le conducen a llevar diferencias de doctrina
secundaria y de práctica con gracia y paz, buscando
preservar la unidad y respetar la conciencia de su
hermano. Es el orgullo que nos exalta como el estándar
sobre las conciencias de otros y nos convierte en un ídolo,
pero la humildad nos recuerda de que nosotros también
somos siervos de Cristo buscando vivir fielmente delante
de él conforme a la luz que tenemos.
Fe y Perseverancia
Otra virtud y gracia esencial para la vida piadosa es la
fe y la perseverancia. La fe es esencial porque es de hecho
el inicio de esta vida. El cristiano, antes de producir sus
primeras buenas obras, ejerce la fe en Cristo para su
justificación. La fe es clave porque es la fe que nos
asegura la justificación y reconciliación con Dios en base
de la obra de Cristo, y nos ayuda a evitar el peligro de
confiar en nuestra justicia propia. Aunque la justicia
propia es un producto inevitable de la fe verdadera, la
base de nuestra justificación no es la justicia que nosotros
obramos sino la que Cristo obró en nuestro lugar y la cual
es nuestra por la fe. La fe es esencial porque es lo que
hace a uno un cristiano. La fe en Cristo es quizás el
primer fruto, en cuanto al orden lógico, que el Espíritu
Santo produce en el alma regenerada.
La fe es lo que nos salva, pero también la fe es lo que
manifiesta nuestra justificación a los hombres porque la fe
salvadora siempre produce buenas obras y amor (Sant 2).
Pablo también resume la manifestación de la vida
cristiana en esto: “la fe que obra por amor” (Gal 5:6). No
es en las cosas externas como la circuncisión o una
manera de comer, sino es en un corazón transformado que
cree en Cristo y busca en él solamente la justificación y
obra por amor a Dios y su prójimo.
La fe también es clave porque se aferra de las
promesas de Dios. Las promesas de Dios nos motivan a la
obediencia porque nos llena con una actitud agradecida
por todas las cosas maravillosas que Dios nos ha
prometido, y por la naturaleza de estas promesas
consistiendo en la realidad de que Dios nos presentará
inmaculados y santos delante de su presencia (cf. 2 Cor
7:1). El conocimiento de Dios y de sus promesas es muy
lejos de ser suficiente para esta obra de piedad. Es parte,
sin duda, pero la fe no solamente conoce de la naturaleza
y promesas de Dios, sino se aferra de Dios y sus
promesas, le clama a él y entra a su trono de gracia
confiadamente, y obedece a Dios aunque sea difícil o
haya oposición porque ha encomendado su alma a Dios y
confía en sus promesas. El aferrarse de las promesas de
Dios también nos da consuelo y esperanza en medio de
las aflicciones. La vida cristiana es un proceso de
santificación de mortificación y vivificación, pero
también es un proceso de crecimiento y avance en fe. La
fe genuina más pequeña que se aferra de Cristo es
suficiente para la salvación, pero mientras se ejercite esa
fe en medio de aflicciones, pruebas, tentaciones,
ansiedades, depresiones, perdidas, tribulaciones,
tormentas, etc. esa fe va haciéndose más firme en cuanto a
su apego a Cristo. La fe ve cada tribulación, tentación, o
sufrimiento como una oportunidad de confiar en Dios,
experimentar el cumplimiento de sus promesas, y
encontrarse con él en la tormenta.
La fe se convierte en perseverancia cuando se ejercita
en medio de las tribulaciones para poder seguir firme. La
virtud de la fe produce tres realidades prácticas: confianza
en la esperanza prometida, perseverancia en medio de
sufrimiento y persecución, y dedicación a la oración:
“12 gozándoos en la esperanza, perseverando en el
sufrimiento, dedicados a la oración” (Rom 12:12). La fe
nos llena con alegría porque, aunque no veamos el
cumplimiento de las promesas de cerca, puede aferrarse
de ellas porque confía en Dios. La fe persevera en medio
de los sufrimientos, porque sabe que Dios no lo
abandonará, que las circunstancias cambiantes no han
cambiado a Dios, y que Dios puede usar estos
sufrimientos para mi bien y crecimiento. Y, la fe sigue
dedicada a la oración, porque la fe reconoce su
dependencia de Dios y se aferra de las promesas de Dios
para ayuda y auxilio. Confía que Dios es capaz y es un
Dios que escucha las oraciones, y que él vendrá a dar
auxilio a todo su pueblo que confían en él.
Convicción y Fervor
La fe produce perseverancia cuando es probada en el
sufrimiento, pero cuando es probada con tentaciones y los
engaños del error, desarrolla la convicción. La convicción
es parecida a la fe en que se basa en el conocimiento, el
conocimiento de la verdad y la voluntad de Dios, y se
aferra de Dios, pero la convicción le lleva a una persona a
hacer lo que es justo y verdadero, aunque hayan
consecuencias negativas, como persecución, el rechazo, la
pérdida de sustento económico o de amigos. La
convicción es una fe obstinada. No obstinada en el sentido
pecaminoso de ser vacío de mansedumbre y humildad,
sino es una fe que cree y se aferra de Dios, su verdad, sus
promesas, y su ayuda incluso cuando no es evidente al
principio. La convicción ayuda a la fe a perseverar cuando
no ve el auxilio en el primer clamor (Heb 11:1). La
convicción no busca ser un mártir, sino la convicción se
apega a la verdad y la voluntad de Dios revelada en su
palabra y la predica y lleva a cabo con fervor, e incluso
está dispuesto a sufrir por ella si es necesario. La
convicción fluye de la fe que es instruida más
completamente en la verdad de quien es Dios y lo que
espera de nosotros. Y, al conocer estas cosas, vivimos
conforme a la verdad en todos los momentos. Esto es
clave para cada cristiano, pero para el pastor es esencial.
La convicción también produce fervor. Al tener la
convicción de lo que Dios espera de nosotros, la
convicción nos lleva al fervor y diligencia en llevarlo a
cabo. Por ejemplo, Romanos 12:11 dice, “no seáis
perezosos en lo que requiere diligencia; fervientes en
espíritu, sirviendo al Señor”. Es la convicción y sabiduría
que nos ayuda a discernir nuestros deberes, y a llevarlos a
cabo con diligencia, fervor y como al Señor.
La convicción es uno de los instrumentos que Dios
usa para obrar poderosamente en la vida de los que
escuchan (1 Tes 1:5). Cuando un pastor entiende la
verdad y como es la necesidad esencial de todo hombre,
le llena con amor a los hombres y convicción de la verdad
para predicarla con valor. La convicción produce la
valentía de no hacer concesiones a la verdad cuando los
hombres se oponen o cuando es contradicha por el error y
falsa enseñanza. La convicción lleva a un pastor a pararse
delante de los lobos con su barra, listo para defender a las
ovejas por corregir el error y enseñar lo justo. Por
ejemplo, Judas describe esta defensa de la verdad cuando
dice, “he sentido la necesidad de escribiros exhortándoos
a contender ardientemente por la fe que de una vez para
siempre fue entregada a los santos” (Jd 3). El profeta
Jeremías experimentó el crecimiento de la convicción y
fervor cuando debido al rechazo constante de los israelitas
y la persecución de los lideres quería rendirse, pero dice,
“Pero si digo: No le recordaré ni hablaré más en su
nombre, esto se convierte dentro de mí como fuego
ardiente encerrado en mis huesos; hago esfuerzos por
contenerlo, y no puedo” (Jer 20:9). La palabra de la
verdad estaba en él como un fuego que no podía contener
o extinguir, y le llevó a seguir con fervor predicando y
cumpliendo su ministerio, aunque había mucha oposición.
Cristo nos da un ejemplo glorioso de esto también.
Aunque recibió falsas acusaciones, fue injuriado,
golpeado, y sufrió grandemente, se encomendó el alma a
Dios buscando cumplir su obediencia a él incluso hasta la
muerte en la cruz (1 Ped 2:23; Fil 2:5-8). Su humildad y
fe en Dios, le llevó a la convicción de decir la verdad a los
poderosos que dañaban a los pobres y pequeños, y le llevó
a la fidelidad frente la persecución y sufrimiento. Y, así,
nos ha dejado un ejemplo que seguir (1 Ped 2:20-21).
Otra vez, vemos que la vida cristiana y la producción de
los frutos de la vida del Espíritu en nosotros nos conforma
más a la imagen de Cristo.
Sabiduría
La vida en el Espíritu también se manifiesta como una
vida de sabiduría. La sabiduría es el conocimiento de la
verdad que sabe cómo aplicarse en la vida—es la verdad
vivida. El temor de Dios con el cual empezamos este
estudio es la gran fuente de la sabiduría. La sabiduría nos
ayuda a discernir el error y la verdad, la justicia del
pecado, y nos ayuda a pacientemente confiar en Dios,
aunque las cosas del mundo se vean fuera de orden. La
sabiduría nos lleva a confiar en la justicia de Dios cuando
vemos al justo sufriendo y al pecador exaltado. La
sabiduría nos lleva a humilde y pacientemente soportar el
sufrimiento porque Dios está en control y no estamos
obligados a tener todas las respuestas. La sabiduría
reconoce sus limitaciones como criatura y sabe cómo
manejarlas en el temor al Señor y con la diligencia en lo
que está dentro de nuestro poder.
Cristo es nuestra gran sabiduría; él es la sabiduría
encarnada (Prov 8; 1 Cor 1:24, 30; Col 2:3). Sin embargo,
la sabiduría no debe confundirse con la sabiduría del
mundo (1 Cor 1, 3:19) ni con la sofistería o la elocuencia
(1 Cor 2:4). La verdadera sabiduría se somete a Dios y
reconoce el poder de Dios en su verdad (1 Cor 1:21, 2:5).
Además, la sabiduría es el fruto de la vida del Espíritu,
porque es el Espíritu de sabiduría (Ef 1:17; Isa 11:2). La
sabiduría es una marca de la vida en el Espíritu y una vida
en que habita en abundancia la palabra de Cristo. La
habitación del Espíritu y la palabra nos hace sabios para
poder discernir la verdad del error, y poder aplicar la
verdad a nuestras vidas (Ef 5:15; Col 3:16). Además,
Pablo dice a Timoteo a persistir en las Escrituras porque
son capaces de dar sabiduría (2 Tim 3:14-15).
Esta sabiduría es necesaria para poder calmar los
conflictos entre los hermanos (1 Cor 6:5) y poder
mantener la paz y unidad. La sabiduría también es
esencial para una vida de bondad y justicia y
mortificación del pecado (Rom 16:19; Ef 5:15; Col 4:5).
Esta sabiduría debe guiarnos en relaciones saludables con
los de afuera, y paciencia y unidad con los hermanos
adentro. Pero, la verdadera sabiduría es humilde. La
verdadera sabiduría no se afirma, sino se manifiesta en un
trato sabio, justo y humilde para con los demás: “No seáis
sabios en vuestra propia opinión” (Rom 12:16; cf. Prov
3:7). La verdadera sabiduría se manifiesta en los buenos
frutos que produce, no en las meras palabras. A veces
pensamos de la sabiduría como el poder dar una respuesta
a los misterios de la vida, y sí esto es parte, pero sobre
todo la sabiduría es una vida conforme a la verdad de
Dios:
¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Que
muestre por su buena conducta sus obras en
mansedumbre de sabiduría. 14 Pero si tenéis celos
amargos y ambición personal en vuestro corazón, no
seáis arrogantes y así mintáis contra la verdad. 15 Esta
sabiduría no es la que viene de lo alto, sino que es
terrenal, natural, diabólica. 16 Porque donde hay celos
y ambición personal, allí hay confusión y toda cosa
mala. 17 Pero la sabiduría de lo alto es primeramente
pura, después pacífica, amable, condescendiente, llena
de misericordia y de buenos frutos, sin vacilación, sin
hipocresía. (Sant 3:13-17)
La sabiduría verdadera fluye de Dios a través de su
Espíritu y su palabra y es encarnada en Cristo. Pero, no
debemos engañarnos a pensar que una ambición personal
o celo pecaminoso sea la misma que la sabiduría de Dios.
El orgullo es el gran enemigo de la sabiduría. Y, aunque
el contenido del conocimiento sea lo mismo, un hombre
orgulloso tiene una sabiduría falsa que viene del diablo.
La sabiduría verdadera viene de Dios, pero no es la única
forma de sabiduría que hay. Por lo tanto, debemos
asegurarnos de tener la forma divina y no la diabólica. Y,
vemos aquí que la sabiduría divina se manifiesta en
humildad, amor, paz, pureza, misericordia, y buenas obras
de un corazón estable y firme con convicción. Aquí
Santiago conecta la sabiduría con la convicción cuando
habla de un conocimiento y fe “sin vacilación”. La
sabiduría genuina es sincera y estable y no es fácilmente
perturbada por las pruebas y dificultades.
Pero, esta sabiduría sin vacilación o hipocresía solo
puede venir de Dios, y muchas veces Dios usa la oración
y las pruebas para alimentar esta sabiduría en nosotros.
Santiago nos da esta verdad muy preciosa en nuestro
deseo de vivir sabiamente: “Pero si alguno de vosotros se
ve falto de sabiduría, que la pida a Dios, el cual da a todos
abundantemente y sin reproche, y le será dada” (Sant 1:5).
Después de ver la bendición y gozo de las pruebas,
Santiago nos anima a crecer en santidad por una
dependencia de Dios y un corazón de fe que sea sincera y
genuina en Dios y sus promesas.
La sabiduría entiende a Dios y a los hombres y busca
ayudar a los hombres a entender sus circunstancias y vivir
conforme a la voluntad de Dios en medio de ellas. Esto es
esencial para cada cristiano, pero especialmente al pastor
quien muchas veces tiene que dar consejos a los cristianos
para su vida en varias circunstancias. La sabiduría aprecia
la diversidad de la experiencia humana, y tiene una
disposición de aplicar la verdad de Dios a todas las partes
de ella. De esto fluye el corazón de un buen consejero.
Pero, esta sabiduría también ayuda al predicador en su
aplicación del texto. La sabiduría puede tomar la doctrina
de un pasaje y aplicarla a la vida de una variedad de
oyentes. Además, la sabiduría es necesaria para discernir
entre el error y la verdad y la justicia y el pecado. La
sabiduría busca discernir entre piedad falsa y la genuina, y
busca la sustancia de la piedad y no solamente la
apariencia externa (Col 2:23). La sabiduría genuina es
clave para nuestro ejemplo personal también. La sabiduría
es lo que nos guía de un entendimiento de la verdad a una
vida conforme a ella. Pero, sin esta sabiduría, nuestra
predicación puede ser contradicha o reprochada por
nuestra manera de vivir. La falta de sabiduría práctica es
un gran obstáculo a la verdad predicada, pero la sabiduría
es un adorno glorioso para el que predica la verdad.
Paciencia y Paz
Nuestro Señor es el gran ejemplo de paz y paciencia.
Es el gran “príncipe de paz” y pacientemente soportó la
ignorancia de los hombres, debilidades de sus discípulos,
y las falsas acusaciones y ataques de los judíos y
romanos. Y, cuando el Espíritu vive en nosotros, produce
una paciencia y paz parecidas a las que caracterizan la
vida de Cristo.
Siendo cristianos, recipientes de la obra del Dios de
paz para hacer la paz entre él y los hombres pecadores y
entre los hombres, nuestra vida debe caracterizar por la
paz. Los discípulos de Cristo, los miembros de su reino,
son descritos de esta manera: “Bienaventurados los que
procuran la paz, pues ellos serán llamados hijos de Dios”
(Mat 5:9). Los hijos de Dios, el Dios de paz, son también
los pacificadores. Además, no solamente porque hemos
recibido la obra de Dios de hacer paz con nosotros, sino
también el Espíritu que obra en nosotros es el Espíritu que
produce paz: “Mas el fruto del Espíritu es … paz” (Gal
5:22); “Porque la mente puesta en la carne es muerte, pero
la mente puesta en el Espíritu es vida y paz” (Rom 8:6).
Por esta razón, los cristianos deben caracterizar por la
paz:
Si es posible, en cuanto de vosotros dependa, estad en
paz con todos los hombres. (Rom 12:18)
Así que procuremos lo que contribuye a la paz y a la
edificación mutua. (Rom 14:19)
Os ruego, hermanos, por el nombre de nuestro Señor
Jesucristo, que todos os pongáis de acuerdo, y que no
haya divisiones entre vosotros, sino que estéis
enteramente unidos en un mismo sentir c y en un mismo
parecer. (1 Cor 1:10)
Por lo demás, hermanos, regocijaos, sed perfectos,
confortaos, sed de un mismo sentir, vivid en paz; y el
Dios de amor y paz será con vosotros. (2 Cor 13:11)
Yo, pues, prisionero del Señor, os ruego que viváis de
una manera digna de la vocación con que habéis sido
llamados, 2 con toda humildad y mansedumbre, con
paciencia, soportándoos unos a otros en amor,
3 esforzándoos por preservar la unidad del Espíritu en
el vínculo de la paz. (Ef 4:1-3)
Por tanto, si hay algún estímulo en Cristo, si hay algún
consuelo de amor, si hay alguna comunión del Espíritu,
si algún afecto y compasión, 2 haced completo mi
gozo, siendo del mismo sentir, conservando el mismo
amor, unidos en espíritu, dedicados a un mismo
propósito. 3 Nada hagáis por egoísmo o por vanagloria,
sino que con actitud humilde cada uno de vosotros
considere al otro como más importante que a sí mismo,
4 no buscando cada uno sus propios intereses, sino más
bien los intereses de los demás. (Fil 2:1-4)
Vivid en paz los unos con los otros. (1 Tes 5:13b)
Buscad la paz con todos (Heb 12:14a)
La paz es también un fruto del amor que ahora llena
nuestro corazón renovado: “Y sobre todas estas cosas,
vestíos de amor, que es el vínculo de la unidad” (Col
3:14).
Los hombres llamados a ser los ejemplos y guías de
los cristianos en esta vida—los pastores—, tambien son
llamados a ser hombres de paz: “Y el siervo del Señor no
debe ser rencilloso, sino amable para con todos” (2 Tim
2:24a); “un obispo debe ser…amable, no contencioso” (1
Tim 3:2-3).
Pero, no solamente los cristianos son llamados a ser
caracterizados por la búsqueda de la paz, sino debemos
iniciar la reconciliación. Por ejemplo, Cristo habla de esta
realidad de dos perspectivas. En primer lugar, si nosotros
sabemos que alguien tiene algo contra nosotros, debemos
priorizar la restauración sobre incluso nuestra adoración
pública:
Por tanto, si estás presentando tu ofrenda en el altar, y
allí te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti,
24 deja tu ofrenda allí delante del altar, y ve,
reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y
presenta tu ofrenda. (Mat 5:23-24)
Este principio sería claro si Cristo hablara de si nosotros
tuviéramos algo contra un hermano. Es decir, si Cristo
simplemente hubiera dicho, que tu ofrenda espere si estás
guardando algún tipo de enemistad o conflicto con tu
hermano, pero en verdad dice si incluso nosotros no
tenemos nada contra alguien, pero ellos tienen algo contra
nosotros. Por lo tanto, si hay un conflicto de que somos
consientes, debemos buscar resolverlo como una
prioridad. En segundo lugar, Cristo sí habla de cómo
actuar si nosotros tenemos algo contra un hermano, y es
un principio parecido: “Y si tu hermano peca, ve y
repréndelo a solas; si te escucha, has ganado a tu
hermano: (Mat 18:15). Antes de que crezca el conflicto en
una brecha y antes de que incluya a otras personas, si
nosotros tenemos un conflicto con un hermano por una
ofensa cometida por ellos, nosotros debemos buscar la
paz por ir a ellos y hablar del asunto, reprendiendo el
pecado y buscando lograr la restauración y la
santificación de nuestro hermano. Cristo nos reconcilió
con Dios y los hombres, y siendo así los cristianos deben
caracterizarse por ser un pueblo de paz, que busca aclarar
dudas y sospechas acerca de nosotros o pedir perdón
cuando hemos ofendido, y por buscar restaurar a un
hermano que ha cometido una ofensa.
La paz que tenemos con Dios nos lleva a vivir en paz
con los hombres. Por un espíritu humilde y una
preferencia a los demás, podemos soportar con paciencia
las debilidades y pecados de los otros. Podemos escuchar
sus criticismos y suplir sus necesidades. Podemos
enseñarles la verdad vez tras vez, sabiendo que también
Dios nos ha enseñado a nosotros pacientemente.
Además, la paciencia nos lleva a sufrir bien. Nos lleva
a esperar a Dios para que nos auxilie en medio de la
tormenta. La paciencia para con Dios nos lleva a esperar a
él y no tratar de hacer su obra a través de nuestras propias
metodologías. Cuando vemos que el fin del sufrimiento o
la obra de salvación o santificación no viene cuando
nosotros esperamos, podemos frustrarnos o empezar a
fabricar nuestras propias maneras para producirlo, pero la
paciencia depende de y espera a Dios. La paciencia
reconoce su dependencia completa de Dios y que su única
ayuda verdadera viene de él, y está contento con esperarle
sin vacilación.
La paz es el producto de la paciencia. Cuando
podemos soportar a los demás pacientemente, el fruto será
paz y unidad. La paz es esencial porque la iglesia es una
comunidad de unidad (Ef 4:1-3). Por lo tanto, debemos
buscar preservar y fortalecer esta unidad a través de
siempre buscar la paz y la reconciliación. Además, la paz
es esencial porque si somos contenciosos y conflictivos,
podemos hacer mucho daño a las almas y al evangelio.
Todo cristiano, pero especialmente el pastor, debe buscar
evitar el espíritu rencilloso y conflictivo porque su tarea
de enseñar a los pecadores, siendo él mismo un pecador,
requiere paciencia, ternura, y dependencia de Dios. A
través de esta paciencia, podemos reflejar el carácter de
Cristo y ser una verdadera ayuda a las personas (2 Tim
2:24-26) y no un obstáculo a su fe o santificación. Por
frustrarnos, podemos cerrar el corazón de las personas a
nosotros. Dios seguirá haciendo la obra en ellos porque no
la va a abandonar conforme a su promesa, pero podemos
perder el privilegio de ser parte de esa obra y un
instrumento en sus manos si nos hace falta la paciencia y
la búsqueda de paz.
Dominio Propio
Finalmente, la vida en el Espíritu produce dominio
propio. Esto es uno de los frutos del Espíritu (Gal 5:23) y
también es una de las características claves que
caracterizan la vida en el Espíritu (2 Tim 1:7), y es una de
las virtudes que el verdadero conocimiento de Dios
produce en su pueblo (2 Ped 1:6). El dominio propio
consiste en dos cosas. El dominio propio asegura que lo
único que le controla en sus pensamientos y palabras y
acciones sea el Espíritu de Dios y nada más. Pero, el
dominio propio también se disciplina y organiza para
poder llevar a cabo sus deberes con diligencia. Evita las
tentaciones a las cosas que nos desviarían de la voluntad
de Dios, y nos llena con diligencia y disciplina en el
cumplimiento de ella. El cristiano necesita los dos, y los
dos fluyen del Espíritu Santo. Dios es un Dios de orden, y
cuando somos llenados de su Espíritu, produce una vida
decentemente y en orden.
La Avaricia
Otra cosa que nos busca controlar es el dinero. El
amor al dinero o las cosas materiales o estado o poder que
el dinero nos puede otorgar es una fuente de toda clase de
males (1 Tim 6:9-10): “Pero los que quieren enriquecerse
caen en tentación y lazo y en muchos deseos necios y
dañosos que hunden a los hombres en la ruina y en la
perdición. Porque la raíz de todos los males es el amor al
dinero, por el cual, codiciándolo algunos, se extraviaron
de la fe y se torturaron con muchos dolores”. El dinero es
algo que fácilmente puede cegar a una persona. Y, debido
a que el pastor tiene cierto derecho a una recompensa
económica, es fácil ser cegado y controlado por esto.
Muchos pastores han convertido su ministerio en una
manera de ganancia y se han desviado de la sinceridad y
la obediencia honesta. La Biblia nos manda a trabajar y
esforzarnos en nuestros dones y habilidades. No es malo
buscar una promoción para poder trabajar a nuestro
máximo potencial para el bien de otros, pero cuando
buscamos el dinero por el dinero, terminamos buscando la
ganancia deshonesta o haciendo las cosas para caernos
bien a los ricos y mostramos parcialidad y favoritismo y
caemos de la justicia bíblica. Pero, el dominio propio en
cuanto al dinero se manifiesta como contentamiento con
lo que Dios nos ha dado (1 Tim 6:6-8).
Las Sustancias
El dominio propio y templanza también tiene que ver
con no ser controlados por las sustancias. Las bebidas
alcohólicas o la comida son también fuerzas poderosas
que nos pueden controlar. Las bebidas alcohólicas,
aunque licitas, claramente demuestran la necesidad de
dominio propio. Sin dominio propio, las bebidas
alcohólicas pueden hacernos vulnerables a toda clase de
pecado y a perder el control de nosotros mismos. El
dominio propio sabe cuántas bebidas es suficiente, conoce
sus límites, y no come para engordarse ni toma para
emborracharse. Qué fuerza tan débil e inferior a la cual
tan fácilmente podemos ceder nuestro corazón y las
riendas de nuestro corazón. En cambio, de un placer tan
momentáneo, muchos hombres se rinden los esclavos de
la bebida o la comida. El dominio propio no es
necesariamente el rechazar toda bebida alcohólica ni no
comer, o solo comer pan, sino se ve en moderación. El
dominio propio se conoce a sí mismo para discernir sus
límites y saber cuánto es suficiente. Muchos pastores caen
en esta esclavitud a las sustancias. El dominio propio en
cuanto a las sustancias se manifiesta en moderación y
templanza.
La Ira y la Lengua
Otro poder que nos busca controlar es la ira y enojo.
La ira fácilmente nos puede llevar a reaccionar en una
manera pecaminosa a los pecados o inmadurez de otros, o
incluso a las diferencias personales. La vida cristiana no
es una sin emoción, sino es una en que las emociones son
moderadas y no nos controlan. La ira nos puede llevar a
hablar injurias, maldiciones e insultos y así hacer daño a
alguien más. O, la ira puede llevarnos a responder
violentamente y así meternos en problemas aun más
graves. Pero, el dominio propio se manifiesta en paciencia
frente incluso las falsas acusaciones y no es fácilmente
llevado por la ira y otras pasiones. En este punto, vemos
la necesidad también de dominar nuestra lengua. “El
habla llena de gracia manifiesta la gracia del corazón (Lc
4:22; Jn 7:46)”.14 Las palabras revelan lo que está en
nuestro corazón, y cuando somos llevados por la ira,
podemos fácilmente decir cosas no apropiadas para un
creyente o pastor. Santiago describe lo difícil pero lo
necesario de esto, y lo pone en el contexto del llamado a
enseñar:
Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de
vosotros, sabiendo que recibiremos un juicio más
severo. 2 Porque todos tropezamos de muchas
maneras. Si alguno no tropieza en lo que dice, es un
hombre perfecto, capaz también de refrenar todo el
cuerpo. 3 Ahora bien, si ponemos el freno en la boca
de los caballos para que nos obedezcan, dirigimos
también todo su cuerpo. 4 Mirad también las naves;
aunque son tan grandes e impulsadas por fuertes
vientos, son, sin embargo, dirigidas mediante un timón
muy pequeño por donde la voluntad del piloto quiere.
5 Así también la lengua es un miembro pequeño, y sin
embargo, se jacta de grandes cosas. Mirad, ¡qué gran
bosque se incendia con tan pequeño fuego! 6 Y la
lengua es un fuego, un mundo de iniquidad. La lengua
está puesta entre nuestros miembros, la cual contamina
todo el cuerpo, es encendida por el infierno e inflama
el curso de nuestra vida. 7 Porque todo género de
fieras y de aves, de reptiles y de animales marinos, se
puede domar y ha sido domado por el género humano,
8 pero ningún hombre puede domar la lengua; es un
mal turbulento y lleno de veneno mortal. 9 Con ella
bendecimos a nuestro Señor y Padre, y con ella
maldecimos a los hombres, que han sido hechos a la
imagen de Dios; 10 de la misma boca proceden
bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe
ser así. 11 ¿Acaso una fuente por la misma abertura
echa agua dulce y amarga? 12 ¿Acaso, hermanos míos,
14
Perkins, Art of Prophesying, 69.
puede una higuera producir aceitunas, o una vid higos?
Tampoco la fuente de agua salada puede producir agua
dulce. (Sant 3:1-12)
El Tiempo
Otra cosa que nos puede controlar es la indisciplina en
cuanto a nuestro tiempo. Una parte de la vida sabia en el
Espíritu se describe en este texto: “aprovechando bien el
tiempo, porque los días son malos” (Ef 5:16). El dominio
propio sabe que solo tiene poco tiempo para contribuir a
la gloria de Dios y la edificación del cuerpo de Cristo, y
se disciplina para organizar su tiempo bien. El dominio
propio sabe que, sin disciplina, la maldad de los días nos
llevarán a una gran diversidad de pecados de comisión y
omisión. Pero, la sabiduría y dominio propio busca usar el
talento de tiempo que ha recibido e invertirlo bien para la
gloria de Dios. Se disciplina para trabajar y ser diligente
en las cosas que Dios le ha mandado a hacer, y se
organiza para cumplir sus deberes. El dominio propio en
cuanto al tiempo se manifiesta en puntualidad, disciplina,
y orden. Sin este dominio propio, podemos sobre-
comprometernos a cosas que no podemos cumplir bien o
cosas que nos desvían de nuestros deberes primordiales.
La falta de disciplina en cuanto al tiempo se ve como
decir no a todo por malgastar el tiempo, y en decir sí a
todo y así fallar en cumplir los deberes esenciales que uno
tiene como cristiano, esposo, padre o pastor de una
congregación particular. El dominio propio busca
entender la responsabilidad que uno tiene, y con
diligencia y orden la lleva a cabo para poder dar un buen
reporte a su amo. El dominio propio reconoce que nuestra
fuerza y tiempo son una mayordomía de parte de Dios, y
busca mostrarse fiel en todas las cosas. El dominio propio
sabe cuándo decir no y cuando decir sí.
Conclusión
Cuando uno lee los requisitos de los pastores, nos
llama la atención que tan esencial el dominio propio es
para la calificación y obra del pastor. Solo por dominio
propio puede ser un buen ejemplo al pueblo de Dios y
cumplir bien sus responsabilidades. Perkins resume muy
bien la necesidad del dominio propio en la vida del pastor
así:
Debe ser moderado, conteniendo interiormente
cualquier sentimiento fuerte. Tanto su comportamiento
exterior como sus gestos deben ser moderados y
sencillos. De este modo, se caracterizará por su
dignidad y autoridad. Por lo tanto, no debe ser
codicioso, ni bebedor, ni litigante, ni de carácter
belicoso, ni dado a los estallidos de ira. Los que son
más jóvenes deben dedicarse a la piedad, y rechazar los
deseos de la juventud (1 Tim 4:7).15
15
Perkins, Art of Prophesying, 71.
Capítulo 5
Las Herramientas para la Cultivación de
la Piedad
La oración
El primer medio que podemos considerar es la
oración. La oración no es meramente expresar algunas
necesidades delante de Dios para un bien físico o
temporal, sino la oración es una manera de tener
comunión con Dios. Dios presta su oído para escuchar las
peticiones de su pueblo. En medio de la oración, Dios se
acerca a su pueblo. Y, en la oración, el cristiano tiene la
oportunidad de expresar sus luchas, exponer su corazón
delante de Dios, y enlistar su ayuda para la lucha. La
oración es una manera de enlistar a Dios a acompañarnos
en la lucha y dotarnos de su poder para mantenernos firme
en la lucha contra las tentaciones. Además, la oración es
una oportunidad para fijar nuestros ojos en Dios, su
naturaleza y promesas, y en Cristo en su obra y carácter, y
al ver estas cosas y orarlas u orar con fe en ellas, podemos
ser fortalecidos para la lucha que está por adelante.
Por ejemplo, si tengo una lucha con alguien más y
estamos en un conflicto y estoy tentado a responder en
una manera pecaminosa de frustración, impaciencia,
enojo, etc. La oración es una oportunidad para pedir la
ayuda de Dios. Podemos pedir que nos guíe por su verdad
y Espíritu para poder manejar la situación bien. Y,
podemos expresar nuestra dependencia en él y pedir su
poder y auxilio en medio del conflicto para protegernos y
ayudarnos a ver lo que está en nuestro corazón. Y, al orar
por nuestros enemigos, Dios puede usar este tiempo de
oración para fortalecer nuestra compasión y amor para
con esta persona que pueden ser una herramienta clave
para ver el pecado del otro con gracia y compasión y
humildad y de allí buscar una verdadera manera de
ayudarle a la persona en vez de agregar al problema por
nuestros propios pecados.
La oración es la gran preparación para la obediencia.
La oración pide oportunidades para servir y una
disposición para ver necesidades y suplirlas. La oración
pide ayuda divina para poder comunicar la palabra o
servir en una manera apropiada, conforme a la imagen de
Cristo. Y, la oración pide la bendición sobre nuestro
servicio, que él haga abundar nuestro sacrificio para
producir mucho fruto para su gloria y la edificación de su
pueblo. La oración reconoce nuestras debilidades, pero
confía en Cristo para perdón, fortaleza, y su santificación
de nuestras obras para que sean aceptables delante de él.
La oración es llama que usamos para encender el fuego en
el cual hacemos nuestros sacrificios. Como dijo Richard
Baxter,
Sobre todo, dedícate a la oración y a la meditación
secretas. De allí debes sacar el fuego celestial que debe
encender tus sacrificios: recuerda que no puedes
declinar y descuidar tu deber, sólo para tu propio daño;
muchos serán perdedores por ello así como tú. Por lo
tanto, por el bien de tu pueblo, mira a tu corazón. 16
16
Baxter, Reformed Pastor, 62.
Vemos la utilidad de la oración en la santificación
cuando Pablo acompañaba su enseñanza e instrucciones
con oración. Frecuentemente oraba a Dios para que la
iglesia sea santificada.
Por esta causa, pues, doblo mis rodillas ante el Padre
de nuestro Señor Jesucristo, 15 de quien recibe nombre
toda familia en el cielo y en la tierra, 16 que os
conceda, conforme a las riquezas de su gloria, ser
fortalecidos con poder por su Espíritu en el hombre
interior; 17 de manera que Cristo more por la fe en
vuestros corazones; y que arraigados y cimentados en
amor, 18 seáis capaces de comprender con todos los
santos cuál es la anchura, la longitud, la altura y la
profundidad, 19 y de conocer el amor de Cristo que
sobrepasa el conocimiento, para que seáis llenos hasta
la medida de toda la plenitud de Dios. (Ef 3:14-19)
Y esto pido en oración: que vuestro amor abunde aún
más y más en conocimiento verdadero y en todo
discernimiento, 10 a fin de que escojáis lo mejor, para
que seáis puros e irreprensibles para el día de Cristo;
11 llenos del fruto de justicia que es por medio de
Jesucristo, para la gloria y alabanza de Dios. (Fil 1:9-
11)
Por esta razón, también nosotros, desde el día que lo
supimos, no hemos cesado de orar por vosotros y de
rogar que seáis llenos del conocimiento de su voluntad
en toda sabiduría y comprensión espiritual, 10 para que
andéis como es digno del Señor, agradándole en todo,
dando fruto en toda buena obra y creciendo en el
conocimiento de Dios; 11 fortalecidos con todo poder
según la potencia de su gloria, para obtener toda
perseverancia y paciencia, con gozo12 dando gracias al
Padre que nos ha capacitado para compartir la herencia
de los santos en luz. (Col 1:9-12)
y que el Señor os haga crecer y abundar en amor unos
para con otros, y para con todos, como también
nosotros lo hacemos para con vosotros; 13 a fin de que
Él afirme vuestros corazones irreprensibles en santidad
delante de nuestro Dios y Padre, en la venida de
nuestro Señor Jesús con todos sus santos. (1 Tes 3:12-
13)
Y que el mismo Dios de paz os santifique por
completo; y que todo vuestro ser, espíritu, alma y
cuerpo, sea preservado irreprensible para la venida de
nuestro Señor Jesucristo. 24 Fiel es el que os llama, el
cual también lo hará. (1 Tes 5:23-24)
Además, la oración por la santificación es apropiada
porque es la voluntad de Dios. La voluntad de Dios es que
seamos santificados (1 Tes 4:3), y cuando pedimos así
estamos pidiendo conforme a la voluntad de Dios, y
cuando pedimos conforme a la voluntad de Dios, sabemos
que tenemos lo que le pedimos (1 Jn 5:14).
Pero, no es meramente el ejemplo de Pablo pedir por
la santificación con la fe de que Dios era capaz de cumplir
su petición (cf. 1 Tes 5:23-24), sino también la oración es
una manifestación de la vida del Espíritu en nosotros. El
Espíritu nos ayuda en nuestra vida de oración. Somos
llamados a orar “en el Espíritu” (Ef 6:18, Jd 20). Y, el
Espíritu Santo nos acompaña en la oración y hace
nuestras oraciones aceptables delante de Dios.
Finalmente, debido a que el proceso de santificación
es ese proceso de crecer en conformidad a Cristo, vemos
que no solamente podemos pedir por la santificación y
saber que Dios nos oye, sino también cuando oramos
estamos siendo como Cristo. Cristo nos dejó un ejemplo
de muchas cosas: amor, obediencia, humildad, fe,
sufrimiento, servicio, etc. pero dentro de su ejemplo es
también una vida de oración (Mat 14:23; Mc 6:46; Lc
6:12, 9:28, 11:1; Heb 5:7). Incluso, Cristo enseñaba a sus
discípulos a orar sin cesar y sin desmayarse (Lc 18:1). Por
lo tanto, una vida de oración es una parte de conformidad
a la imagen de Cristo, y es parte de seguirle y obedecer
todo lo que nos ha mandado (Mat 28:20).
La lectura y meditación
Otra herramienta gloriosa que Dios nos ha dado es la
Palabra de Dios. Debemos hacer a la Biblia nuestra
compañera en toda la vida. La Palabra de Dios es donde
Dios ha revelado su voluntad para nuestras vidas, las
glorias de nuestro Dios en su naturaleza y sus obras y nos
expone lo profundo de nuestra identidad ahora en Cristo.
Además, el Espíritu obra a través de la palabra para dar
testimonio a nuestras almas de la verdad de quienes
somos en Cristo y también usa la palabra para exponer las
partes escondidas de nuestra alma y para guiarnos en el
camino correcto.
El pastor especialmente debe ser “nutrido con las
palabras de la fe y de la buena doctrina que has seguido”
(1 Tim 4:6). Como ningún hombre vive por pan solo, sino
por la palabra que viene de la boca de Dios, así también el
cristiano y el pastor en una manera ejemplar tiene a la
palabra de Dios como la nutrición básica de su dieta
espiritual. Aunque momentos especiales de gracia, como
en conferencias, campamentos, o momentos de
reavivamiento son una gran bendición, estos postres
especiales no pueden comparar en su beneficio con una
dieta balanceada de la palabra de Dios. Si un hombre
come dulces y cosas poco saludables todos los días, y solo
de vez en cuando come una ensalada gigante, no va a ser
saludable. Nada puede compararse con una buena dieta
balanceada, y en una manera parecida nada puede
comparar con el beneficio a nuestras almas con una
dedicación regular a la lectura y meditación en la Palabra
de Dios.
La meditación es una parte esencial de la lectura
bíblica; es lo que exprime el jugo de sus frutos y digiere
todas sus nutrientes para que sean provechosas para
nuestra alma. La meditación consiste en pensar
profundamente en las palabras y frases, comparar con
otros pasajes parecidos o conectados, conectar con el
contexto del libro y de la meta-narrativa de toda la Biblia,
y lleva a un análisis de las respuestas emocionales y
prácticas apropiadas a la verdad de lo que es afirmado o el
ejemplo contado. Otra parte de la meditación es que sirve
a la memorización del texto para que esté en nuestras
mentes durante el día fuera de nuestro tiempo dedicado
propiamente a la lectura bíblica.
La palabra de Dios es útil como una herramienta en
nuestra santificación porque es un instrumento usado por
el Espíritu Santo: para exponer el pecado, guiarnos en la
verdad y la justicia, y así nos puede proteger de los
ataques del enemigo.
Expone el Pecado
En primer lugar, la palabra de Dios es el instrumento
que el Espíritu usa para exponer el pecado. La luz es
necesaria para que la oscuridad de nuestros corazones sea
expuesta. Y, cuando es expuesta, se puede alumbrar,
limpiar, o mortificar. Esta misma realidad es una de las
cosas que vemos en el propósito con el cual Dios dio la
ley—exponer el pecado (Rom 3:20; 5:20; 7:7). Por
ejemplo, vemos esta realidad en algunos pasajes:
Por lo cual, desechando toda inmundicia y todo resto
de malicia, recibid con humildad la palabra implantada,
que es poderosa para salvar vuestras almas. 22 Sed
hacedores de la palabra y no solamente oidores que se
engañan a sí mismos. 23 Porque si alguno es oidor de
la palabra, y no hacedor, es semejante a un hombre que
mira su rostro natural en un espejo; 24 pues después de
mirarse a sí mismo e irse, inmediatamente se olvida de
qué clase de persona es. 25 Pero el que mira
atentamente a la ley perfecta, la ley de la libertad, y
permanece en ella, no habiéndose vuelto un oidor
olvidadizo sino un hacedor eficaz, este será
bienaventurado en lo que hace. (Sant 1:21-25)
En este pasaje, vemos el poder de la palabra para
salvar y santificar nuestras almas afirmado. Además,
vemos que la palabra de Dios, especialmente la ley, es el
espejo de nuestras almas y cuando leemos la palabra
vemos nuestras almas expuestas por lo que son. La ley
expone el camino de justicia revelado por Dios, y cuando
la leemos y meditamos vemos nuestros pecados expuestos
y somos guiados en la justicia para que seamos
transformados a la imagen que vemos en la Palabra.
Además, a la luz de esta realidad, vemos que nuestra
lectura y meditación deben hacerse con humildad, una
sumisión humilde al poder y guía del Espíritu Santo en la
Palabra para mostrarnos los pecados y guiarnos en su
mortificación. Es el orgullo que se acerca a la palabra sin
sentir su necesidad de seguir siendo transformado, y por
eso la palabra solo le llena la mente pero no cambia su
vida. Pero, la persona que viene humildemente a la
palabra o lee honestamente, ve sus pecados y su
dependencia de la gracia de Dios, pero también recibe el
poder divino para que su mente y vida sean cambiadas
conforme a la voluntad de Dios.
Otro pasaje que afirma esta verdad es:
Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más
cortante que cualquier espada de dos filos; penetra
hasta la división del alma y del espíritu, de las
coyunturas y los tuétanos, y es poderosa para discernir
los pensamientos y las intenciones del corazón. 13 Y
no hay cosa creada oculta a su vista, sino que todas las
cosas están al descubierto y desnudas ante los ojos de
aquel a quien tenemos que dar cuenta. (Heb 4:12-13)
Aquí, otra vez, vemos el poder de la palabra de Dios para
exponer lo profundo de nuestro ser. La palabra de Dios
nos expone los pensamientos e intenciones, no meramente
las acciones externas, porque es el poder de Dios de quien
nada es oculto. La palabra de Dios es la linterna del
Espíritu Santo para exponer nuestros pecados y nuestras
intenciones para que podamos ver el pecado y ser llevado
a actuar con una limpia conciencia delante de Dios. Este
texto se encuentra justo después de una exposición de
Salmo 95 sobre el hecho de que queda un reposo para el
pueblo de Dios. Y, el autor de hebreos llama a sus
lectores a tener cuidado de entrar este reposo y no seguir
el ejemplo de desobediencia de los israelitas que no
pudieron entrar. Pero, la herramienta que nos da para ser
nuestra guía en entrar este reposo y asegurarnos de esa
entrada es la palabra de Dios. Y, también da otra verdad
que nos puede dar aliento en este tiempo de espera para el
reposo de Dios—el sumo sacerdocio compasivo y eterno
de Cristo (Heb 4:14-16).
Aunque no somos bajo la ley, la ley sigue guiándonos
en la voluntad de Dios para nuestras vidas. Y, al ser así,
nos ayuda a ver esos lugares de falencia y pecado que
necesitan seguir transformándose conforme a la imagen
de Cristo.
Los sufrimientos
Finalmente, Dios nos ha dado otra herramienta para el
crecimiento en piedad—los sufrimientos. Aunque muchas
veces pensamos de los sufrimientos como algo pasivo,
algo a través del cual uno tiene que soportar y tratar de
sobrevivir. Y, esto es verdad parcialmente. Pero, en
verdad los sufrimientos son algo también activo en que
Dios ha diseñado que sean un poder activo para modelar
nuestro carácter y conformarnos a la imagen de Cristo.
Por ejemplo, la Biblia afirma claramente que Dios usa las
pruebas y sufrimientos para que crezcamos en nuestra
piedad: “Y no solo esto, sino que también nos gloriamos
en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce
paciencia; 4 y la paciencia, carácter probado; y el carácter
probado, esperanza” (Rom 5:3-4); “Tened por sumo gozo,
hermanos míos, el que os halléis en diversas pruebas,
3 sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia,
4 y que la paciencia ha de tener su perfecto resultado, para
que seáis perfectos y completos, sin que os falte nada”
(Sant 1:2-4). En estos dos pasajes, vemos como los
sufrimientos son algo que Dios usa para producir en
nosotros una fe más refinada, junto con más humildad,
carácter, paciencia y sabiduría. De hecho, Santiago dice
que las pruebas obran en nosotros “para que [seamos]
perfectos y completos, sin que [nos] falte nada”.
Los sufrimientos son un poderoso instrumento de
parte de Dios porque nos proveen otro contexto donde
podemos ejercitar nuestra fe. El sufrimiento nos lleva a
tener que ejercitar nuestra fe, paciencia, humildad, temor
a Dios, y amor. Tanto como la comunión con otros
hombres nos dan un contexto para ejercitar nuestras
virtudes, también las circunstancias difíciles nos dan una
oportunidad parecida. En medio del sufrimiento, podemos
confiar en Dios y sus promesas en una situación
específica. Podemos crecer en nuestro amor por amar a
los demás aunque estemos pasando dificultades. Podemos
aprender la paciencia, perseverancia y humildad. Los
sufrimientos nos recuerdan de nuestra dependencia de
Dios. Además, los sufrimientos nos enseñan la sabiduría.
La sabiduría no viene por poder explicar todo el
sufrimiento y poder decir exactamente lo que Dios está
pensando, sino viene en poder confiar en Dios y
obedecerle en medio de circunstancias que no tengan
sentido. Los sufrimientos nos llevan también a las otras
herramientas. Nos lleva a la oración, a escudriñar la
palabra de Dios para guía, instrucción y consuelo, y
también nos guía a buscar de la sabiduría y amor de otros
creyentes.
Además, el sufrimiento es poderoso porque Dios se
encuentra con nosotros en el sufrimiento. Dios viene a
nosotros en medio de nuestro sufrimiento para darnos
consuelo y esperanza (1 Cor 1:3), y lo hace para que
después podamos ser un instrumento en sus manos para
dar consuelo, amor y esperanza a alguien más. Dios nos
acompaña en los sufrimientos para asegurar que no nos
destruyan, sino para que obren para nuestro bien y
edificación y resultan en un mayor peso de gloria.
Además, el sufrimiento es poderoso porque es donde
el Espíritu Santo obra más eficazmente también. En
Romanos 8, después de hablar de la obra del Espíritu en
mortificar el pecado, vemos que el Espíritu es también
activo en dar testimonio a nuestras almas de ser hijos de
Dios en medio de dificultades. Nos asegura de la venida
de una redención final en medio de esos gemidos de
sufrimiento, e incluso ayuda a nuestras debilidades por
interceder por nosotros cuando nuestro sufrimiento nos
haya abrumado. Es en el sufrimiento donde disfrutamos
del rol del Espíritu Santo como nuestro “Consolador” y el
“sello” de nuestra herencia eterna.
Pero, finalmente, los sufrimientos son poderosos
porque son un contexto en que podemos ser como Cristo.
Cristo nos dejó un ejemplo de buen sufrimiento. Como
Hebreos dice, “aunque era Hijo, aprendió obediencia por
lo que padeció” (Heb 5:8). Incluso en la vida de Cristo, el
sufrimiento para fortalecer y perfeccionar su obediencia.
No es que había algo faltante en la piedad de Cristo, como
es el caso en nosotros, pero el sufrimiento le llevó a una
obediencia y fe probadas. La genuinidad de su obediencia
se manifestó más al ser probada y afligida. Pero, no
solamente esto, sino también cuando nosotros sufrimos,
somos como Cristo:
Porque para este propósito habéis sido llamados, pues
también Cristo sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo
para que sigáis sus pisadas, 22 el cual no cometió
pecado, ni engaño alguno se halló en su boca; 23 y
quien cuando le ultrajaban, no respondía ultrajando;
cuando padecía, no amenazaba, sino que se
encomendaba a aquel que juzga con justicia; 24 y Él
mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre la
cruz, a fin de que muramos al pecado y vivamos a la
justicia, porque por sus heridas fuisteis sanados. (1 Ped
2:21-24)
Cristo nos dejó un ejemplo de sufrir en fe y
obediencia, incluso cuando ese sufrimiento fue por el
pecado e injusticia de los hombres. A veces, debido a la
enemistad que hay contra Cristo aun hoy, los cristianos
sufrirán falsamente, pero así son participes de la imagen
de Cristo y pueden reflejar el amor, humildad, y fe que
Cristo mismo mostró.
Pero, al exponerse a este tipo de sufrimiento, Cristo
también se familiarizó con todos nuestros sufrimientos
por su gran amor y compasión, siendo un ejemplo para
nuestro propio amor, pero también para que en medio de
nuestro sufrimiento nuestra comunión con él pueda ser
fortalecida. Debido a que Cristo conoce nuestras luchas y
sufrimientos, Cristo puede mostrarnos compasión,
interceder por nosotros apropiadamente, y sabe
exactamente como consolarnos (Heb 4:14-16). De esta
manera, al ver la gloria del amor de Cristo en el
sufrimiento, podemos ser fortalecidos por su amor y
también guiados a mostrar ese mismo amor para con
otros.
Aunque duro y no debemos ir buscando el
sufrimiento, Dios ha diseñado que incluso las cosas
terribles como el sufrimiento puedan traernos una
bendición espiritual y eterna. El poder de Dios para
nuestra santificación es tal que incluso el sufrimiento
provee combustible para encender aún más las llamas de
nuestra comunión con Dios y nuestra santidad personal
para el bien de su pueblo y su gloria.
Conclusión
Cuando Cristiano el Peregrino empezó su viaje en el
camino angosto a la Ciudad Celestial y pasó por la casa
del Intérprete, vio una imagen que describe muy bien la
realidad de la vida cristiana. La vida cristiana es una de
poder divino en el Espíritu para que la gracia de Dios y su
obra continue en nosotros. Hay muchas cosas del mundo,
la carne y el enemigo que tratan de destruir esta obra de
gracia, pero hay una realidad profunda, misteriosa y
espiritual detrás en que Cristo y su Espíritu están
constantemente obrando para asegurar que la obra no se
apague y que cada cristiano crezca y llegue al final:
Después de esto, tomando Intérprete de la mano a
Cristiano, lo introdujo en un lugar donde había fuego
encendido junto a la pared y uno que echaba agua sin
cesar con intención de apagarlo; sin embargo, el fuego
ardía cada vez más vivo y con mayor intensidad.
Nuestro hombre, sorprendido de esto, preguntó qué
significaba, y entonces Intérprete le respondió:
—Ese fuego representa la obra de la gracia en el
corazón, y ese a quien ves echando agua es Satanás;
pero su intento es vano. Ven conmigo y comprenderás
por qué el fuego, en lugar de extinguirse, se hace cada
vez más vivo. ¿Ves a esa otra persona? Está echando
de continuo aceite en el fuego —aunque secretamente
—, y de esa manera le da cada vez más cuerpo. Esa
persona es Cristo: que con el óleo de su gracia sostiene
la obra comenzada en el corazón a pesar de los
esfuerzos del diablo. Y el estar detrás de la pared te
enseña que es difícil para los que son tentados ver
cómo esta obra de la gracia se sostiene en el alma. 17
17
John Bunyan, El progreso del peregrino: De este mundo al
venidero, trans. Carlos Araujo García, Segunda edición. (Moral
de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino, 2012), 53–54.
Capítulo 6
Conclusión
18
Citado en Spurgeon, Lectures to My Students, 1:2.
Para concluir, quiero dejarnos con tres recordatorios.
En primer lugar, vamos a fallar. Un día estas virtudes van
a ser perfectamente reflejadas en nuestras mentes,
palabras y acciones, pero no es hoy, ni mañana. Pero,
cuando fallamos y pecamos contra nuestro Dios y no
reflejamos bien lo que hemos recibido de Cristo y lo que
somos en él, hay perdón. Al ver a Cristo como nuestro
gran ejemplo y estándar, vemos el evangelio en cada
momento. Al considerer cómo amar como él, tenemos el
privilegio de recordar que él nos ha amado y se ha
sacrificado por nosotros. Además, cuando consideramos
su humildad, recordamos que esa humildad fue para
hacernos a nosotros ricos (2 Cor 8:9). Cuando
consideramos su ejemplo de sufrimiento, recordamos que
ese sufrimiento fue para pagar por nuestros pecados. Por
lo tanto, cuando consideramos a Cristo como nuestro
estándar y vemos todas las maneras en que fallamos en
alcanzarlo, vemos al mismo tiempo lo que Cristo ha
hecho para darnos el perdón y justificación perfectos y
eternos. Y, al ver esto, podemos renovar nuestra fe y
gratitud.
En segundo lugar, al ser recordado de la muerte de
Cristo para darnos perdón, podemos ser recordados de su
resurrección y ascensión que le dio la autoridad para
otorgar al Espíritu Santo a todo su pueblo para que con
ese mismo poder de resurrección cause una resurrección
espiritual en su pueblo. Aunque vemos este estándar muy
alto y es fácil de desmayarnos de alcanzarlo, la realidad
de Cristo en su resurrección nos recuerda del gran poder
divino que está obrando en nosotros para dar muerte a
nuestros miembros carnales y vivificarlos para que sean
instrumentos para la justicia y gloria de Dios. La meta de
crecer en santidad no depende meramente de nosotros,
aunque debemos dedicarnos al uso de los medios, pero en
verdad el poder viene del Espíritu Santo a quien Cristo
nos ha dado para santificarnos, guardarnos, consolarnos, y
un día glorificarnos.
Y, finalmente, debido a este poder en nosotros,
sabemos que es un proceso de avance. Aunque tengamos
luchas hoy con ciertas partes de este carácter cristiano,
podemos tener confianza en Cristo y su Espíritu Santo
que hay poder para seguir creciendo paso a paso. Por lo
tanto, reconociendo el poder que está en nosotros y toda
la carrera que es por correrse por adelante, dediquémonos
a los medios que hemos listado y a la fe en Cristo y el
Espíritu Santo para que esa obra continue en nosotros y
soporte todos los ataques del mundo y el enemigo. Como
Spurgeon dijo, “Resolvamos que toda la pureza que se
pueda tener la tendremos, que toda la santidad que se
pueda alcanzar la obtendremos, y que toda la semejanza
con Cristo que sea posible en este mundo de pecado estará
ciertamente en nosotros mediante la obra eficaz del
Espíritu de Dios”.19 Que nunca nos desmayemos ni nos
rindamos en esta carrera, sino como laico o pastor, que
persigamos con toda disciplina, fe y fervor la santidad y
con ella un mayor nivel de cercanía con y conformidad a
Cristo.
19
C. H. Spurgeon, An All-Round Ministry: Addresses to
Ministers and Students (Bellingham, WA: Logos Bible
Software, 2009), 53.