La Piedad para Pastores y Laicos

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La Piedad para Pastores y

Laicos
Por Taylor Walls
© 2022
Tabla de Contenido

CAPÍTULO 1 LA NECESIDAD Y FUENTE DE LA PIEDAD


............................................................................................................
CAPÍTULO 2 LA PIEDAD PERSONAL Y SUS IMITADORES
..........................................................................................................
CAPÍTULO 3 LA PIEDAD ES VIDA EN EL ESPÍRITU.......................
CAPÍTULO 4 LAS GRACIAS DE LA VIDA EN EL
ESPÍRITU...........................................................................................
CAPÍTULO 5 LAS HERRAMIENTAS PARA LA
CULTIVACIÓN DE LA PIEDAD............................................................
CAPÍTULO 6 CONCLUSIÓN............................................................
Capítulo 1
La Necesidad y Fuente de la Piedad

Todos hemos tenido la experiencia de ver o conocer


de un pastor que llevaba su ministerio público muy bien,
pero en su vida habían muchos pecados, escondidos y
abiertos, que no fueron atacados o superados. Por
ejemplo,
Spurgeon habla de un pastor que "predicaba tan bien y
vivía tan mal, que cuando estaba en el púlpito todo el
mundo decía que no debía salir nunca más, y cuando
estaba fuera de él todos declaraban que no debía volver
a entrar". Tal compartimentación de la vida puede ser
aceptable en otras profesiones, pero es difícilmente
aceptable con el cristianismo vital y mucho menos con
el ministerio pastoral fiel.1
Muchos ministros han dañado la reputación de Cristo, la
Iglesia, y el ministerio por vivir este tipo de vida
hipócrita. Tristemente, hay muchas personas que se han
jurado nunca regresar a una iglesia por la hipocresía de
los ministros. Predican de la moralidad, la obediencia, la
fe, el arrepentimiento, pero estas cosas no se ven
modeladas en sus vidas. Esto es una peste terrible para el
ministerio que ha destruido a muchos hombres, y será una
tentación a cada uno de nosotros también. Por lo tanto, es
esencial que desarrollemos una vida piadosa. Esto es
1
Thomas K. Ascol, «Establish Priorities», en Dear Timothy:
Letters on Pastoral Ministry, ed. Thomas K. Ascol (Cape
Coral, FL: Founders Press, 2004), 25.
esencial para cada cristiano que es ahora el hijo de Dios,
porque la piedad es el reflejo de su nueva identidad en
Cristo, pero mucho más para el pastor quien es llamado a
ser un ejemplo al rebaño.
Antes de ser pastor, y todo el tiempo de ser pastor, un
hombre debe dedicarse a la misión de crecer en su piedad
personal. Hemos sido llamados como representantes de
Dios, ejemplos al rebaño, administradores de los misterios
de Dios, guías para los santos y la edificación de la
iglesia, nuestra propia semejanza a la imagen de Cristo es
de suprema importancia. Pero, debemos considerar esto
antes de mirar específicamente la obra del pastor porque
la piedad no es un medio para un ministerio más eficaz.
Es decir, aunque la piedad es un método que nos da
mayor esperanza para un ministerio fructífero, no
debemos buscar la piedad solamente por esto. Sin
embargo, debemos recordar que antes de ser pastores, o
incluso antes de ser esposos o padres, somos cristianos, y
nuestra primera meta debe ser para nuestras propias vidas
vivir cerca de Dios, en dependencia del Espíritu Santo, y
en conformación progresiva a la imagen de Cristo. La
piedad es esencial para el ministerio del evangelio, pero el
ministerio fructífero es el fruto de la piedad, no su fin. En
esta clase y la próxima, vamos a considerar la naturaleza
de la piedad personal del pastor, y dar algunas directrices
para su cultivación.

El Prerrequisito Esencial
La piedad es algo que fluye natural y progresivamente
de la nueva naturaleza de un creyente. La obra de
regeneración es el origen de la búsqueda y desarrollo de la
vida piadosa. Sin esta obra regeneradora, toda nuestra
piedad será falsa, parcial, formalista, o será impiedad. Por
lo tanto, la primera parte de la piedad personal es asegurar
que uno sea convertido a Cristo por fe y arrepentimiento.
Pablo habla de esta realidad cuando habla de la diligencia
y disciplina con la cual lleva a cabo su ministerio: “Por
tanto, yo de esta manera corro, no como sin tener meta; de
esta manera peleo, no como dando golpes al aire, 27 sino
que golpeo mi cuerpo y lo hago mi esclavo, no sea que
habiendo predicado a otros, yo mismo sea descalificado”
(1 Cor 9:26-27). Pablo, por lo tanto, quiere asegurarse de
ser partícipe de lo que predica. Esto debe ser una
consideración muy importante en la vida de cualquier
persona, pero especialmente los que quieren ser pastores.
Spurgeon describe el pastor inconverso como un ciego
puesto sobre el departamento de arte, o un sordo puesto
sobre el departamento de música.
Debido a que el poder del ministerio fluye de Dios y
su verdad y no del hombre que predica, Dios todavía
puede producir fruto de un ministro inconverso, pero a
pesar de él. Pero, muchas veces los pastores inconversos
no precian claramente el evangelio, introducen sus
propios errores, socavan su enseñanza por su vida impia,
y así no tendrá el mismo fruto. Pero, lo que es peor, es
que probablemente será un ministerio que produce
muchas personas engañadas de la misma manera que él,
quizás confiando en una experiencia personal, un falso
entendimiento del evangelio, o quizás incluso en sus
obras ministeriales para su salvación y así serán
condenados. Pero, hay algo aun peor, siendo un maestro
de la Palabra, será juzgado más severamente por haber
predicado la palabra engañosamente y por no creer y
obedecer la luz que él tenía (Sant 3:1). Por lo tanto, cada
hombre, pero especialmente los pastores, debe buscar
desarrollar una certeza de su salvación por fijar
firmemente su fe en Cristo y restaurar continuamente su
arrepentimiento. La fe y el arrepentimiento deben ser la
práctica diaria del pastor, no porque quiere tratar de
convertirse todos los días, sino quiere asegurar que su
certeza de salvación fluya de la certeza de Cristo y su
obra en la cruz y la obra interna del Espíritu Santo
produciendo arrepentimiento, y no en nada más. Como
Richard Baxter dice,
Procurad que la obra de la gracia salvadora se realice
plenamente en vuestras propias almas. Tened cuidado
de vosotros mismos, no sea que estéis vacíos de esa
gracia salvadora de Dios que ofrecéis a otros, y seáis
extraños a la obra eficaz de ese evangelio que
predicáis; y no sea que, mientras proclamáis al mundo
la necesidad de un Salvador, vuestros propios
corazones lo descuiden, y os falte interés en él y en sus
beneficios salvadores. Tened cuidado de vosotros
mismos, no sea que perezcáis, mientras llamáis a los
demás a que se cuiden de perecer; y no sea que os
muráis de hambre mientras preparáis la comida para
ellos.2
Simplemente el tener el deseo de ser pastor no es
evidencia suficiente de una conversión. Hay muchos en la
historia que han perseguido el ministerio por
motivaciones pecaminosas o sin entender el evangelio. De

2
Baxter, Reformed Pastor, 53.
hecho, en mi propia vida tenía confusión sobre este punto.
Después de haber hecho la oración del pecador sin una
conversión verdadra, yo pensaba que la próxima vez que
Dios me trajo convicción del pecado era para llamarme al
ministerio, cuando era en verdad un llamado a creer el
evangelio y encontrar a Cristo como mi salvador. Pero,
confundiendo los mensajes por la falta de claridad sobre
el evangelio y la vida cristiana en esa iglesia, me dediqué
al ministerio antes de ser verdaderamente convertido.
Pero, debemos siempre hacer seguro y evidente nuestro
llamado y elección (2 Ped 1:10).
Esto requiere un estudio honesto de nuestros propios
corazones, con la linterna penetrante de la palabra de Dios
llevada por el Espíritu Santo para exponer nuestra falsa
confianza o la ingenuindad de nuestro arrepentimiento. Es
esencial hacer este estudio personal para que no tomemos
el cargo ministerial y caer en los lazos del diablo o en un
mayor juicio por no haber alcanzado a Cristo. Como
Spurgeon describe,
La conversión es una condición sine qua non en un
ministro. Aspirantes a nuestros púlpitos, “debéis nacer
de nuevo”. La posesión de esta primera cualificación
no es algo que deba darse por sentado, ya que existe
una gran posibilidad de que nos equivoquemos en
cuanto a si estamos convertidos o no. Créanme, no es
un juego de niños “hacer que su llamado y elección
sean seguros”. El mundo está lleno de falsificaciones, y
pulula con aduladores de la presunción carnal, que se
reúnen alrededor de un ministro como buitres alrededor
de un cadáver. Nuestros propios corazones son
engañosos, de modo que la verdad no se encuentra en
la superficie, sino que debe extraerse del pozo más
profundo. Debemos escudriñar muy ansiosa y
minuciosamente en nosotros mismos, no sea que
después de haber predicado a otros, nosotros mismos
seamos náufragos.3
Baxter también dice algo parecido. Si no hacemos este
estudio profunda y diariamente, vamos a terminar
condenando a nuestras propias almas y a muchas otras:
Si no se dedican diariamente a estudiar sus propios
corazones, y a someter la corrupción, y a caminar con
Dios, si no hacen de esto una obra a la que asisten
constantemente, todo irá mal, y matarán de hambre a
sus oyentes; o, si tienen un fervor afectado, no pueden
esperar que una bendición los acompañe desde lo alto. 4
Una manera en que podemos convertir al ministerio
en un ídolo es por no hacer este tipo de auto-examinación.
Si buscamos el ministerio sin asegurarnos de nuestra
conversión y fe en Cristo, podemos terminar pensando
que quizás Dios tendrá misericordia de nosotros por el
sacrificio que hemos hecho por entrar al ministerio o por
las buenas obras que hemos hecho siendo pastor. Pero,
Baxter nos da esta advertencia: “Créanlo, hermanos, Dios
nunca salvó a un hombre por ser un predicador, ni porque
fuera un predicador hábil; sino porque era un hombre
justificado y santificado, y consecuentemente fiel en la
obra de su Maestro”.5 No podemos poner la carreta antes
del caballo. La salvación y obra de Dios en nuestro ser y
la capacitación del Espíritu Santo que viene con esto tiene
que ser la fuente del ministerio, no a revés.

3
Spurgeon, Lectures to My Students, 1:4.
4
Baxter, Reformed Pastor, 62.
5
Baxter, Reformed Pastor, 54.
Capítulo 2
La Piedad Personal y sus Imitadores

La Piedad Es Personal
Entendiendo la necesidad en primer lugar de la
conversión propia, nos recuerda de los niveles de nuestra
identidad. Somos en primer lugar cristianos, y cualquier
ministerio debe fluir de esto y no una vida cristiana del
ministerio. Nuestro ministerio debe tener la intención de
producir conversiones y vidas cristianas en los que nos
escuchan, pero no en nosotros. Debemos en primer lugar
asegurarnos de nuestra propia vida cristiana y que
estemos en el proceso de santificación antes de ser
pastores. Entendiendo esta prioridad de nuestra identidad
cristiana, debe llevarnos a recordar que la piedad es algo
intensamente personal.
Como dijimos al principio, la piedad no es un mero
medio o un negocio con Dios para que bendiga nuestros
ministerios. La piedad y todo lo que hacemos en nuestros
ministerios debe ser en primer lugar para nuestras propias
almas. Oramos, estudiamos, leemos, meditamos, y
predicamos en primer lugar para nuestras propias almas.
Nunca hacemos estas cosas públicamente simplemente
porque somos ministros, sino porque somos cristianos y
amamos a Dios y queremos crecer en su gracia. Nuestro
deseo debe ser que el crecimiento de la iglesia fluya de la
abundancia de la bendición personal de haber estado con
Cristo y llenado del Espíritu Santo. La piedad es nuestra
propia búsqueda de vivir en comunión con Dios, depender
de su Espíritu, reflejar a Cristo, y obedecer su ley.
Queremos hacer esto porque nuestros corazones han sido
convertidos y nosotros hemos sido comprados con el
precio de la sangre de Cristo. Debemos buscar la piedad
por quienes somos en Cristo, no por quienes queremos ser
como pastores.
El ministerio pastoral fluye de la búsqueda piadosa del
creyente. Cuando alguien ha sido convertido a Cristo hay
dos realidades que ocurren. En primer lugar, su identidad
ha cambiado. Ahora es el hijo de Dios, adoptado por él, el
templo del Espíritu, santificado, resucitado con Cristo y
sentado con él en lugares celestiales, etc. Y, siendo así,
nuestro carácter empieza a cambiar. Empezamos a
abandonar el pecado poco a poco, mortificándolo, y
poniéndonos semejanza a Cristo en todas las cosas. Pero,
en segundo lugar, somos capacitados y dotados por el
Espíritu para un servicio particular en la iglesia. Esto es
parte de nuestra nueva vida. Dios quiere todo nuestro ser
como un sacrificio delante de él (Rom 12:1-2), pero
también obedecemos y desarrollamos la piedad por
cultivar estos dones que el Espíritu nos ha dado para
llevar a cabo el ministerio al cual nos ha llamado (Rom
12:3-8). Por lo tanto, el deseo por el ministerio viene de
esta obra interna del Espíritu Santo que produce tanto
nuestro nuevo carácter como el ministerio particular en
que Dios ha diseñado que se manifieste. Como Baxter lo
dice:
Tened cuidado... de predicaros a vosotros mismos los
sermones que estudiáis, antes de predicarlos a los
demás. Si hicieseis esto por vosotros mismos, no sería
un trabajo perdido; pero os hablo por la cuenta pública,
para que lo hagáis por el bien de la Iglesia. Cuando
vuestras mentes están en un estado de ánimo santo y
celestial, es probable que vuestro pueblo participe de
sus frutos. Sus oraciones, sus alabanzas y su doctrina
serán dulces y celestiales para ellos. Es probable que
sientan cuando ustedes han estado mucho con Dios: lo
que está más en sus corazones, estará más en sus
oídos.6

Las Imitaciones Falsas


Esto es el orden y prioridad bíblicos de buscar la
piedad en relación al ministerio: la piedad es la base y
alimento para un buen ministerio, y no viceversa. Pero,
hay muchos peligros a este orden en el ministerio.
Podemos listar algunos:

La Piedad Oficial
Debemos evitar una piedad oficial. Una piedad oficial
es una que busca las gracias espirituales y la comunión
con Dios solo como un medio para avanzar nuestro
ministerio. Esto es una señal que el ministerio se ha
convertido en un ídolo y estamos descalificados del
ministerio ante los ojos de Dios, aunque los hombres no
se den cuenta. La piedad sí avanza nuestro ministerio,
pero como el fruto y no el fin por el cual buscamos la
piedad. Spurgeon lo describe de esta manera:
Hay más trampas secretas que éstas, de las que
podemos escapar con menos facilidad; y de ellas, la
6
Baxter, Reformed Pastor, 61.
peor es la tentación del ministerialismo: la tendencia a
leer nuestras Biblias como ministros, a orar como
ministros, a hacer toda nuestra religión no como
nosotros mismos, sino sólo relativamente, involucrados
en ella. Perder la personalidad del arrepentimiento y la
fe es una verdadera pérdida. "Ningún hombre", dice
John Owen, "predica bien su sermón a otros si no lo
predica primero a su propio corazón".7
Lo que Spurgeon está describiendo aquí es la naturaleza
personal de la piedad. Nosotros mismos somos pecadores
salvados por gracia y dependientes de su obra continua en
nosotros, y por esto todo lo que hacemos debe ser bueno
para nuestras propias almas. A Dios le importa más el
estado de nuestra alma que nuestro ministerio, y así
debemos buscar que en cada sermón haya por lo menos
un alma bendecida—la nuestra. Y, si solo es la nuestra, en
los ojos de Dios es un éxito. Pero, Dios ha diseñado que
cuando nuestras almas son bendecidas por la palabra de
Dios, también obrará a través de nosotros para que esa
bendición sea transmitida a otros también. Pero, a veces
por enfocarnos tanto en tener un ministerio fructífero
podemos hacer las cosas para el fruto posible, y no porque
nosotros mismos necesitamos de Dios y su palabra. Antes
de ser pastor, debemos evitar esta tentación de desarrollar
la piedad simplemente para poder ser reconocidos para el
ministerio, y al entrar en el ministerio, debemos evitar la
continua tentación de solo desarrollar la piedad oficial y
no la personal.

7
Spurgeon, Lectures to My Students, 1:10-11.
La Piedad Formal
Debemos evitar una piedad formal. Una piedad formal
se enfoca en ciertas cosas externas del compartamiento,
quizás fijadas por las reglas personales del pastor o las
tradiciones de la iglesia o denominación en que está. A
veces esto se manifiesta por simplemente evitar ciertos
vicios comunes, como fumar o tomar e ir a los bares, y
ciertas acciones positivas de estar presente en los cultos y
tener algo que predicar el domingo. Esta piedad está vacía
de una verdadera piedad del corazón que fluye de
comunión con Dios, sino se enfoca en las mociones
externas y las señales externas de la piedad para ser visto
por los hombres. Esto es lo que Pablo describe cuando
describe a los falsos maestros de esta manera, “teniendo
apariencia de piedad, pero habiendo negado su poder” (2
Tim 3:5). Debemos evitar la apariencia de piedad, a favor
de una búsqueda de su verdadero poder—cercanía con
Dios y un corazón renovado por su Espíritu.

La Piedad Temporal
Debemos evitar una piedad temporal. Debemos evitar
que nuestra piedad sea solo en las horas en que otros nos
estén mirando. Es decir, nuestra piedad solo aparece en
nuestras horas de oficina, el miércoles y el domingo.
Nuestra piedad no debe buscar cultivarse o manifestarse
solo en el día domingo o en las otras reuniones de la
iglesia, sino debe ser algo constante. La piedad fluye de
nuestra propia relación con Dios, y debemos estar siempre
viviendo delante de su rostro, con él como nuestro testigo
principal. El testigo a nuestra piedad no debe ser los ojos
de la congregación, sino Dios mismo, y así buscamos
cultivar nuestra piedad y crecer en nuestra relación con
Dios incluso cuando nadie nos ve. Esta piedad temporal le
da al ministro la libertad de buscar sus deseos impíos
fuera de la iglesia, y ponerse la máscara de piedad en la
iglesia. Es la forma pura de hipocresía.

La Impiedad Ministerial
Debemos evitar una impiedad ministerial. Si
consideramos estas formas falsas de la piedad en un
espectro, la piedad oficial está en un extremo porque
produce lo que parece ser una genuina piedad, pero por el
otro extremo está la impiedad ministerial. Esto se ve
cuando un pastor abandona la búsqueda de la piedad y
empieza a abusar de su autoridad ministerial o su oficio
como un medio de ganancia personal, de favores
personales, o algún otro tipo de sumisión de la gente a él
por el oficio que tiene. El ministro con una impiedad
ministerial quizás empezó por la piedad temporal pero sus
deseos carnales le ganaron, y ya no tenía la piedad
temporal sino su impiedad le ganó y absorbió toda su
vida. La piedad oficial ve la piedad como un instrumento
para avanzar nuestro oficio, mientras la impiedad
ministerial usa el oficio ministerial como un instrumento
para avanzar nuestros propios deseos e impiedad
personales. Esto es un extremo terrible, pero hay ejemplos
en la historia y el día de hoy de personas que usan su
oficio ministerial como una motivación para el abuso
sexual o para excusar cualquier tipo de lujuria, envidia, o
avaricia. Debemos evitar este peligro, porque a veces sin
darnos cuenta podemos desviarnos a este extremo.

Piedad Piedad Piedad Im


Oficial Formal Temporal Mi

El espectro de falsas piedades es muy amplia, y


muchos predicadores han caído en alguna parte de este
espectro, pero la piedad verdadera no está en este
espectro, sino es de otra naturaleza completamente. Fluye
de una verdadera comunión con Dios y vida en el Espíritu
Santo y es la única forma apropiada para el ministerio,
mientras las otras solo tienen una forma de piedad, pero
carece del poder verdadero de ella y deja al ministro
descalificado del ministerio. La piedad verdadera tiene su
propio espectro, desde la inmadurez hasta la plenitud de la
estatura de Cristo, y cada cristiano vive el proceso natural
de ir de un lado del espectro al otro. Pero, la persona que
pierde de vista la prioridad de su propia vida con Dios
puede fácilmente caerse de la subida de la inmadurez
hasta la piedad y empezar el declive desde la piedad
oficial hasta la impiedad ministerial. Todas estas formas
falsas de la piedad hacen que la piedad o el ministerio sea
algo impersonal, algo fuera de nosotros y no para nosotros
también.
Mientras vayamos descendiendo este progreso de
piedad falsa, nuestra descalificación se hará más y más
evidente. La descalificación delante de Dios empieza
desde el principio, pero podemos engañar a las personas
en muchos de estos pasos, pero con tiempo se hará más
evidente a todos que no debemos estar en el ministerio.
No hay un reemplazo para la verdadera piedad.
Aunque quizás podemos mantener una piedad falsa por un
tiempo con algún fruto ministerial, siempre va a terminar
vaciando nuestro ministerio, nuestras propias almas, y
matando de hambre a las ovejas. Pero, la verdadera
piedad es lo que llena el ministerio con poder renovado y
la presencia de Dios para que traiga conversiones a los
perdidos, santificación a los creyentes, consuelo a los
afligidos, y esperanza de vida eterna a todos. Como Paul
Tripp describe:
Cada vez estoy más convencido de que lo que da a un
ministerio sus motivaciones, perseverancia, humildad,
alegría, ternura, pasión y gracia es la vida devocional
de quien ejerce el ministerio. Cuando admito
diariamente lo necesitado que estoy, medito
diariamente en la gracia del Señor Jesucristo, y me
alimento diariamente de la sabiduría restauradora de su
Palabra, me siento impulsado a compartir con otros la
gracia que estoy recibiendo diariamente de manos de
mi Salvador. Simplemente no hay un conjunto de
habilidades exegéticas, homiléticas o de liderazgo que
puedan compensar la ausencia de esto en la vida de un
pastor.8

8
Paul David Tripp, Dangerous Calling: Confronting the
Unique Challenges of Pastoral Ministry (Wheaton, IL:
Crossway, 2012), 35.
Capítulo 3
La Piedad Es Vida en el Espíritu

Como dijimos, el inicio y primer paso de la piedad


necesaria para el pastor es una conversión genuina. Pero,
esto no es meramente un requisito más para el pastor, sino
es la verdadera fuente de la piedad y del ministerio. La
piedad es en esencia vida en el Espíritu Santo, y es esta
conversión a Cristo que nos empieza en esta comunión
con el Espíritu Santo porque es la primera obra que él
hace en una persona. Una persona inconversa no tiene la
esperanza de una verdadera piedad, porque está vacía del
poder para ella—la obra interna del Espíritu Santo. Pero,
los que han sido regenerados tienen la esperanza que el
Espíritu Santo va a seguir conformándonos a la imagen de
Cristo, matando las fuerzas carnales que quedan y
produciendo sus frutos en nosotros. El pastor tiene el
privilegio de ser testigo de esta obra en otros, pero su
piedad y ministerio deben fluir de ser partícipe de esta
misma obra regeneradora que espera que ocurra en su
gente (Jn 3:3-8; 2 Tes 2:13; Tit 3:5).
Pero, una vez alguien haya sido regenerado, el
Espíritu no lo deja para averiguar el misterio de la piedad
a solas, sino sigue en él. La regeneración es lo que nos da
el inicio en ese proceso de santificación. Lo que distingue
al pastor de la congregación en cuanto a los requisitos al
ministerio no es haber cumplido el proceso de la
santificación, porque siempre seguirá en ese proceso, sino
es estar en un nivel más maduro y probado en ese
proceso. Pero, el pastor debe siempre recordar que sigue
en el mismo proceso, ha vivido el punto en el proceso en
que muchos de sus congregantes están y sigue igual de
dependiente del Espíritu Santo para poder en su
mortificación, victoria en la tentación, y verdadera
santidad que los demás cristianos.
Un texto clave que describe la vida cristiana
exactamente en los mismos términos de ser una vida en el
Espíritu Santo es Romanos 8:
Por consiguiente, no hay ahora condenación para los
que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a
la carne sino conforme al Espíritu. 2 Porque la ley del
Espíritu de vida en Cristo Jesús te ha libertado de la ley
del pecado y de la muerte. 3 Pues lo que la ley no pudo
hacer, ya que era débil por causa de la carne, Dios lo
hizo: enviando a su propio Hijo en semejanza de carne
de pecado y como ofrenda por el pecado, condenó al
pecado en la carne, 4 para que el requisito de la ley se
cumpliera en nosotros, que no andamos conforme a la
carne, sino conforme al Espíritu. 5 Porque los que
viven conforme a la carne, ponen la mente en las cosas
de la carne, pero los que viven conforme al Espíritu, en
las cosas del Espíritu. 6 Porque la mente puesta en la
carne es muerte, pero la mente puesta en el Espíritu es
vida y paz; 7 ya que la mente puesta en la carne es
enemiga de Dios, porque no se sujeta a la ley de Dios,
pues ni siquiera puede hacerlo, 8 y los que están en la
carne no pueden agradar a Dios. 9 Sin embargo,
vosotros no estáis en la carne sino en el Espíritu, si en
verdad el Espíritu de Dios habita en vosotros. Pero si
alguno no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de Él.
10 Y si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo esté
muerto a causa del pecado, sin embargo, el espíritu está
vivo a causa de la justicia. 11 Pero si el Espíritu de
aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita
en vosotros, el mismo que resucitó a Cristo Jesús de
entre los muertos, también dará vida a vuestros cuerpos
mortales por medio de su Espíritu que habita en
vosotros. ¶12 Así que, hermanos, somos deudores, no a
la carne, para vivir conforme a la carne, 13 porque si
vivís conforme a la carne, habréis de morir; pero si por
el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis.
14 Porque todos los que son guiados por el Espíritu de
Dios, los tales son hijos de Dios. 15 Pues no habéis
recibido un espíritu de esclavitud para volver otra vez
al temor, sino que habéis recibido un espíritu de
adopción como hijos, por el cual clamamos: ¡Abba,
Padre! 16 El Espíritu mismo da testimonio a nuestro
espíritu de que somos hijos de Dios, 17 y si hijos,
también herederos; herederos de Dios y coherederos
con Cristo, si en verdad padecemos con Él a fin de que
también seamos glorificados con Él. (Rom 8:1-17)
En este texto vemos que el hombre natural está muerto
debido a los pecados y así no puede agradar a Dios ni
cumplir su ley. Pero, debido a la obra de Cristo hay un
cambio. En Cristo, por su justicia y obra en nuestro lugar,
ya no hay condenación y estamos libres de la maldición y
muerte de la ley. Pero, también debido a la obra de Cristo,
el Espíritu Santo ha venido para habitar en los cristianos.
Esto causa una resurrección. Como Cristo fue resucitado
de entre los muertos, también el Espíritu Santo resucita a
los pecadores muertos en sus delitos y pecados. Y, al ser
resucitado de esta muerte espiritual, el cristiano empieza a
vivir una vida genuina. Lo que era antes muerte ahora es
vida y reconciliación con Dios. La vida en el Espíritu es la
única fuente de una vida verdadera. Es la obra de Cristo
que nos justifica y gracias a su obra en nuestro lugar y
nuestra unión con Él, el Espíritu viene a morar en
nosotros. Esto es el tipo de vida que cada cristiano y
especialmente el pastor necesita.
Esta vida en el Espíritu no es un privilegio especial
para los super-cristianos. Sin embargo, es la realidad de
cada cristiano. Incluso, no hay evidencia de que uno es
cristiano sin este privilegio de la vida del Espíritu
morando en él. La vida en el Espíritu es la vida cristiana.
No hay dos clases de cristianos, los con el Espíritu y los
que no lo tienen, si uno no lo tiene, no es de Cristo (v. 9).

La vida en el Espíritu es vida centrada en Cristo


Hay varios aspectos claves de esta vida en el Espíritu,
pero en esta sección vamos a ver algunos de ellos.
Después de ver que es una parte esencial de ser un
cristiano y que es una vida verdadera semejante a una
resurrección, en primer lugar, debemos entender que la
vida en el Espíritu es una vida centrada en Cristo. La
realidad de que nuestra vida cristiana dependa y esté en el
Espíritu Santo no debe distraernos de la centralidad de
Cristo. De hecho, hay una relación especial entre el
Espíritu y Cristo en que el texto puede hablar del Espíritu
morando en el creyente, pero v. 10 habla de Cristo mismo
quien está en nosotros. También, Efesios 3:16-17 hace un
punto parecido en que el Espíritu está obrando en el
creyente para que Cristo more en su corazón por la fe. Por
lo tanto, hablar de la llenura del Espíritu o nuestra
dependencia del Espíritu, en alguna manera Cristo y el
Espíritu están personalmente unidos en esta obra.
Además, la vida en el Espíritu es parte de las
bendiciones espirituales que vienen a nosotros “en Cristo”
(Ef 1:3, 13-14). La vida cristiana, desde su identidad hasta
su poder para santificación y glorificación, fluye del
hecho de que el cristiano está unido a Cristo. Esta unión
tomó lugar en primer lugar en la elección pasada cuando
fuimos dados a Cristo en el pacto de la redención como su
pueblo especial. Esta unión seguía en su vida encarnada
cuando vivió nuestra vida y murió nuestra muerte (2 Cor
5:21). Pero, también sigue hasta el día de hoy cuando por
medio del Espíritu Santo y la fe somos vitalmente unidos
a Cristo. La vida cristiana y todo lo que conlleva, todas
sus bendiciones espirituales, incluyendo el sello y poder
santificador del Espíritu Santo viene de estar unidos a
Cristo. Es la obra de Cristo que asegura todos estos
beneficios para nosotros.
La vida en el Espíritu también se centra en Cristo
porque es la obra de Cristo que la fundamenta. Romanos
8 empieza de esta manera. Antes de hablar de la obra del
Espíritu Santo en nosotros, como el fruto de la obra de
Cristo, basa todo esto en la gloria del perdón y
reconciliación con Dios que Cristo logró por todos los
unidos a él. Fue el hecho de que Dios envió a su Hijo en
nuestro lugar para hacer lo que la ley no pudo hacer—
justificar a un pecador y cambiar nuestros corazones—
que es el fundamento de la vida cristiana. La vida
cristiana, por lo tanto, debe siempre vivirse con su ojo
fijado en Cristo, renovando diariamente su fe en él como
nuestro salvador. La vida en el Espíritu produce una vida
conforme a la ley, produce un corazón que quiere agradar
a Dios, pero lo hace desde el fundamento de la certeza de
justificación y no condenación por la obra de Cristo. La
vida en el Espíritu no cambia su atención de Cristo para
buscar su justificación en sus obras. Sin embargo, la vida
en el Espíritu es una vida de fe en Cristo que disfruta de
todas las bendiciones que fluyen de la unión con él. Y,
incluso sabe que esta presencia del Espíritu con nosotros
hoy como un beneficio de la unión con Cristo, es una
señal de que las otras y mejores bendiciones están por
venir.
Finalmente, la vida en el Espíritu es centrada en Cristo
porque Cristo es el gran modelo conforme al cual el
Espíritu nos está modelando. La vida cristiana es la obra
de un gran pintor que está pintando el retrato de un gran
rey. El Espíritu es el pintor, Cristo el rey, y nosotros su
retrato. Está obrando en nosotros para que el glorioso
ejemplo de Cristo en su vida terrenal sea el modelo y
patrón para nuestras vidas. El Espíritu Santo tiene la meta
de llevarnos a la fe en Cristo, a amar a Cristo, y a reflejar
a Cristo. Cuando el Espíritu hace su obra, empezamos a
reflejar el amor, servicio, humildad, valentía, dominio
propio, etc. de Cristo.

La vida en el Espíritu es poder


En segundo lugar, Romanos 8 lo hace claro que la
vida en el Espíritu es una vida de poder. Esto es una de las
partes de lo que la ley no pudo hacer que Cristo hizo
posible. La ley no pudo dar el poder para su
cumplimiento. Tenía la autoridad para mandar y juzgar,
pero no tenía el poder para cambiar los corazones de las
personas, solo exponer lo que estaba en ellos. Pero, por la
obra de Cristo y la venida del Espíritu para resucitarnos
de nuestra muerte espiritual, hay ahora en el Espíritu el
poder y vida para cumplir la ley y para agradar a Dios. El
hombre natural es esclavo de su carne, en la cual solo
rompe la ley de Dios y no puede agradar a Dios; pero, por
el Espíritu Santo, el cumplimiento justo de la ley se puede
cumplir en su pueblo y Dios puede ser agradado por su
pueblo porque viven conforme al poder del Espíritu Santo
(2 Cor 3). Es importante aclarar que este poder no se
manifiesta en toda su plenitud en nosotros en esta vida
para hacernos perfectos, pero sí se manifiesta en nosotros
en una conversión genuina y una vida continua de
santificación. Es un poder que nos lleva en el proceso de
santificación hasta su final—la glorificación.
Romanos 8:11 también afirma esta idea por conectar
el rol del Espíritu Santo en la resurrección de Cristo con
su rol en resucitar nuestros cuerpos mortales. Es decir, en
nuestra vida en la carne, nuestro cuerpo era el instrumento
para la injusticia y desobediencia, pero ahora por el
Espíritu incluso esta carne muerta puede resucitarse y
recibir la vida espiritual para empezar a funcionar bien y
agradar a Dios (cf. Rom 6). Todo cristiano necesita este
poder del Espíritu. Es este poder que produce la
santificación, que nos guía en obediencia, que mortifica el
pecado, que convierte nuestros miembros muertos en
miembros de justicia, que nos da consuelo y esperanza en
las pruebas, y es este poder que nos está conformando a la
imagen de Cristo y preservándonos hasta el final. La
piedad del cristiano y del pastor fluye de este poder. Y, es
por esto que Pablo puede hablar de una piedad en
apariencia pero sin el poder. Es el poder del Espíritu que
hace la piedad genuina y da el verdadero poder para sacar
el pecado de su raíz. La piedad falsa solo puede matar las
manifestaciones externas del pecado, mientras el poder
del Espíritu Santo resucita a nuestro corazón muerto y
convierte la fuente agria en una fuente dulce o el árbol
malo en un árbol bueno.

La vida en el Espíritu es comunión


En este texto, también vemos en tercer lugar que la
vida en el Espíritu es una de comunión con Dios. Este es
Espíritu que nos vivifica, mata el pecado en nosotros, y
nos une a Cristo es también el Espíritu de la adopción.
14 Porque todos los que son guiados por el Espíritu de
Dios, los tales son hijos de Dios. 15 Pues no habéis
recibido un espíritu de esclavitud para volver otra vez
al temor, sino que habéis recibido un espíritu de
adopción como hijos, por el cual clamamos: ¡Abba,
Padre! 16 El Espíritu mismo da testimonio a nuestro
espíritu de que somos hijos de Dios. (Rom 8:14-16)
La piedad falsa carece precisamente en este punto,
carece del poder para un cambio genuino y es porque no
fluye de una verdadera cercanía con Dios. Lo que hace el
cambio es el poder de Dios en nosotros y el estar cerca de
él. Y, es a través del Espíritu Santo que cultivamos y
disfrutamos de esta comunión con Él. Es esta obra del
Espíritu que hace que la palabra sea la voz de nuestro
Padre a nosotros, para guiarnos, corregirnos y
consolarnos. Es esta obra que hace la oración sea un
tiempo a solas con nuestro Padre, no meramente una
práctica religiosa. Es esta obra que hace que nuestro
amor, humildad, paciencia, ternura, santidad, etc. sean
genuinos. Es esta obra que hace que cada sermón sea en
primer lugar un mensaje de nuestro Padre a nosotros para
el bien de nuestras almas. Y, es esta obra que nos da la
alegría de ver nuestro ministerio como una cooperación,
mano en mano, con nuestro Padre. Nuestro Padre es el
gran maestro de su negocio, y nosotros somos sus criados
y sus aprendices, y tenemos el privilegio de trabajar junto
con él. Tenemos acceso a él (Ef 2:18), confianza con él
(Heb 4:16), compasión de él. Es el Espíritu que nos
convence de su amor por nosotros, porque derrama ese
amor en nuestros corazones (Rom 5:5). También, es la
presencia del Espíritu que es el símbolo de nuestra
comunión y cercanía perpetuas con Dios (1 Jn 3:24, 4:13).
El Espíritu es el que obra en nuestros propios espíritus
para disfrutar de la bendición y amor de nuestro Padre
celestial y nos da la confianza de que él permanece en
nosotros.
Lo que nosotros queremos lograr en nuestro
ministerio es que otros sean llevados a este nivel de
comunión con Dios. Esta comunión presente es de hecho
solo la muestra y arras de la comunión que un día
disfrutaremos con él. La vida cristiana y el ministerio
pastoral es mucho más que simplemente reformar
externamente las vidas de las personas, para que dejen
ciertos vicios y sean más responsables. Hace esto, sí, pero
también y más importante trae a las criaturas,
originalmente creadas para comunión con Dios pero
apartadas de él por su pecado, a la cercanía con él como
sus hijos. Esta verdadera comunión con Dios es una de las
cosas claves y más profundas que distinguen la piedad
falsa de la piedad verdadera. Solo la comunión con Dios y
el poder del Espíritu Santo pueden producir una verdadera
piedad que fluye del corazón y nos lleva a una mayor
semejanza a nuestro Padre, y a nuestro hermano mayor.

La vida en el Espíritu es un proceso de


santificación
En cuarto lugar, Romanos 8 también nos enseña que
la vida en el Espíritu es una de santificación. Pero, es una
santificación incompleta en esta vida pero que culmina en
la glorificación o santificación perfeccionada luego. La
glorificación es superior a la santificación en su grado y
nivel, no en su naturaleza. Es el mismo poder del Espíritu
Santo que está obrando en nosotros ahora para la
santificación que luego obrará en nosotros para completar
esa obra en la glorificación. Como dijimos, el pastor y el
laico no se distinguen por que el laico sigue en el proceso
de santificación mientras el pastor ya ha alcanzado la
perfección. La glorificación no es el requisito del
ministerio pastoral, sino su fin, como es también para la
vida de cada creyente. La vida del Espíritu en nosotros
incluye dos partes. Por un lado, produce una guerra. Antes
de ser unidos a Cristo, estamos muertos en la carne y el
pecado, en rumbo a una muerte final y eterna. Pero,
cuando el Espíritu nos regenera también empieza el
proceso de luchar contra y mortificar las obras de la
carne. Como Gálatas describe:
Digo, pues: Andad por el Espíritu, y no cumpliréis el
deseo de la carne. 17 Porque el deseo de la carne es
contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne,
pues estos se oponen el uno al otro, de manera que no
podéis hacer lo que deseáis. 18 Pero si sois guiados por
el Espíritu, no estáis bajo la ley. (Gal 5:16-18)
Por el otro lado, la vida del Espíritu produce un
proceso positivo de crecimiento en nuestra semejanza a
Cristo: “Pero nosotros todos, con el rostro descubierto,
contemplando como en un espejo la gloria del Señor,
estamos siendo transformados en la misma imagen de
gloria en gloria, como por el Señor, el Espíritu” (2 Cor
3:18). De hecho, la bendición de recibir al Espíritu Santo
es solo una en una lista larga que tuvo su inicio en el
propósito de Dios antes de la eternidad de escoger un
pueblo especial para ser conformado a la imagen de
Cristo (Rom 8:29). Por lo tanto, la vida del Espíritu que es
un proceso de santificación consiste en estas dos partes de
mortificar la carne que queda, y el proceso de dar vida a
todo nuestro ser. El texto lo describe de esta manera: “Así
que, hermanos, somos deudores, no a la carne, para vivir
conforme a la carne, 13 porque si vivís conforme a la
carne, habréis de morir; pero si por el Espíritu hacéis
morir las obras de la carne, viviréis” (Rom 8:12-13). El
Espíritu en nosotros es el Espíritu de resurrección que da
vida a nosotros para justicia, y da muerte a la carne. Estos
dos lados de la santificación son llamados la mortificación
y la vivificación. El Espíritu da muerte a la carne y el
pecado, y vivifica nuestros miembros, dones, talentos,
habilidades, etc. que antes eran los esclavos del enemigo
para que ahora sean ofrecidos a Dios como un sacrificio.
La vida cristiana consiste principalmente en esto, el de
ser menos y menos conformados al mundo y más y más
transformados conforme a la voluntad de Dios para ser
sacrificios aceptables. Antes de cualquier servicio
particular, el de pastor o el de servicio, o cualquier otro, la
vida cristiana es una de sacrificio y auto-presentación a
Dios: “Por consiguiente, hermanos, os ruego por las
misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos
como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios, que es
vuestro culto racional. 2 Y no os adaptéis a este mundo,
sino transformaos mediante la renovación de vuestra
mente, para que verifiquéis cuál es la voluntad de Dios: lo
que es bueno, aceptable y perfecto” (Rom 12:1-2).
La Biblia muchas veces describe esta realidad en
términos de quitarse y ponerse en huir y seguir, etc. Aquí
hay varios pasajes que describen esta realidad:
Que se aparte de la iniquidad todo aquel que menciona
el nombre del Señor. 20 Ahora bien, en una casa
grande no solamente hay vasos de oro y de plata, sino
también de madera y de barro, y unos para honra y
otros para deshonra. 21 Por tanto, si alguno se limpia
de estas cosas, será un vaso para honra, santificado,
útil para el Señor, preparado para toda buena obra.
22 Huye, pues, de las pasiones juveniles y sigue la
justicia, la fe, el amor y la paz, con los que invocan al
Señor con un corazón puro. (2 Tim 2:19b-22)
22 que en cuanto a vuestra anterior manera de vivir, os
despojéis del viejo hombre, que se corrompe según los
deseos engañosos, 23 y que seáis renovados en el
espíritu de vuestra mente, 24 y os vistáis del nuevo
hombre, el cual, en la semejanza de Dios, ha sido
creado en la justicia y santidad de la verdad. (Ef 4:22-
24)
8 Pero ahora desechad también vosotros todas estas
cosas: ira, enojo, malicia, maledicencia, lenguaje soez
de vuestra boca. 9 No mintáis los unos a los otros,
puesto que habéis desechado al viejo hombre con sus
malos hábitos, 10 y os habéis vestido del nuevo
hombre, el cual se va renovando hacia un verdadero
conocimiento, conforme a la imagen de aquel que lo
creó; 11 una renovación en la cual no hay distinción
entre griego y judío, circunciso e incircunciso, bárbaro,
escita, esclavo o libre, sino que Cristo es todo, y en
todos. ¶12 Entonces, como escogidos de Dios, santos y
amados, revestíos de tierna compasión, bondad,
humildad, mansedumbre y paciencia; 13 soportándoos
unos a otros y perdonándoos unos a otros, si alguno
tiene queja contra otro; como Cristo os perdonó, así
también hacedlo vosotros. 14 Y sobre todas estas
cosas, vestíos de amor, que es el vínculo de la unidad.
15 Y que la paz de Cristo reine en vuestros corazones,
a la cual en verdad fuisteis llamados en un solo cuerpo;
y sed agradecidos. 16 Que la palabra de Cristo habite
en abundancia en vosotros, con toda sabiduría
enseñándoos y amonestándoos unos a otros con
salmos, himnos y canciones espirituales, cantando a
Dios con acción de gracias en vuestros corazones. 17 Y
todo lo que hacéis, de palabra o de hecho, hacedlo todo
en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por medio
de Él a Dios el Padre. (Col 3:8-17)
Por tanto, ceñid vuestro entendimiento para la acción;
sed sobrios en espíritu, poned vuestra esperanza
completamente en la gracia que se os traerá en la
revelación de Jesucristo. 14 Como hijos obedientes, no
os conforméis a los deseos que antes teníais en vuestra
ignorancia, 15 sino que así como aquel que os llamó es
santo, así también sed vosotros santos en toda vuestra
manera de vivir; 16 porque escrito está: Sed santos,
porque Yo soy santo. 17 Y si invocáis como Padre a
aquel que imparcialmente juzga según la obra de cada
uno, conducíos en temor durante el tiempo de vuestra
peregrinación; (1 Ped 1:13-17)
19 Ahora bien, las obras de la carne son evidentes, las
cuales son: inmoralidad, impureza, sensualidad,
20 idolatría, hechicería, enemistades, pleitos, celos,
enojos, rivalidades, disensiones, sectarismos,
21 envidias, borracheras, orgías y cosas semejantes,
contra las cuales os advierto, como ya os lo he dicho
antes, que los que practican tales cosas no heredarán el
reino de Dios. ¶22 Mas el fruto del Espíritu es amor,
gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad,
23 mansedumbre, dominio propio; contra tales cosas
no hay ley. 24 Pues los que son de Cristo Jesús han
crucificado la carne con sus pasiones y deseos. ¶25 Si
vivimos por el Espíritu, andemos también por el
Espíritu. (Gal 5:19-25)
En todos estos pasajes, encontramos un contraste entre
la vida de la carne, la que antes nos caracterizaba, y la
vida del Espíritu, la que nos caracteriza ahora más y más.
La vida en el Espíritu no solamente nos da el poder y
comunión, sino ese poder y esa cercanía con Dios produce
el fruto de transformación. Nos libra de las cosas de la
carne, y produce el buen fruto de la obra del Espíritu
Santo en nosotros. Antes odiábamos, y ahora amamos.
Antes mentíamos, ahora decimos la verdad con gracia.
Antes éramos orgullosos, ahora somos humildes. Antes
éramos contenciosos, ahora somos mansos y tiernos.
Antes éramos airados, ahora pacientes. Antes éramos
malévolos, ahora benignos y bondadosos. Antes
robábamos, ahora damos. Antes codiciábamos, ahora
estamos contentos y damos gracias. Antes teníamos
lujurias y deseos carnales, ahora fijamos nuestros ojos en
Cristo. Antes no teníamos dominio propio, ahora sí. Antes
servíamos a nuestros ídolos o a nosotros mismos, ahora
nos negamos a nosotros mismos y servimos al Dios vivo.
No es siempre un cambio de día en noche, y muchas
veces no lo es, pero ahora en el Espíritu por su poder y
por estar en la presencia del Dios santo y majestuoso, ese
carácter transformado va manifestándose más y más en
nosotros y echando fuera las obras de oscuridad en que
antes anduvimos.

La vida en el Espíritu es consuelo y esperanza


En quinto lugar, siguiendo esta idea de comunión, el
Espíritu Santo también produce consuelo y esperanza. Es
el Espíritu que nos convence que nada puede separarnos
del amor de nuestro Padre que ha sido sellado a nosotros
por la obra de Cristo. Esto significa que, en medio de
cualquier circunstancia, pestilencia, espada, muerte, o los
ataques de los demonios no pueden separarnos de su amor
porque el Espíritu Santo es el sello de nuestra
preservación y las arras de nuestra herencia futura. El
título que Cristo mismo dio al Espíritu era el de
“Consolador”, porque sabía de las aflicciones que iban a
caerle a su pueblo. El Espíritu viene a nosotros en medio
de nuestras aflicciones y nos acompaña en medio de este
tiempo en que muchas veces nos unimos a la creación en
gemir por la venida de la herencia prometida a nosotros
en Cristo (Rom 8:23). De hecho, esto se manifiesta en
nuestras oraciones. El Espíritu nos ayuda en medio de
nuestras debilidades, gemidos, y aflicciones para tomar
nuestros clamores y presentárselos a Dios el Padre para
que nos dé socorro y auxilio en el día de aflicción (Rom
8:26-27).
Pero, no solamente nos da consuelo en medio de las
aflicciones por asegurarnos del amor de Dios y de su
preservación de nosotros y de que estas cosas suceden
para nuestro bien y por su intercesión a nuestro favor en
oración, sino también nos da esperanza. El Espíritu más
frecuentemente se conecta con esta realidad (Ef 1:13-14,
4:30; 2 Cor 1:22, 5:5). Él es las arras de nuestra redención
final. Su presencia en nosotros nos da gran esperanza para
santificación hoy, pero también de la herencia eterna en el
futuro. Esto vemos en v. 17: “y si hijos, también
herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si
en verdad padecemos con Él a fin de que también seamos
glorificados con Él”. Debido a que el Espíritu Santo nos
convence de ser los hijos de Dios, nos asegura de que
como hijos recibiremos la herencia. Pablo también dice lo
siguiente: “Y el Dios de la esperanza os llene de todo
gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza
por el poder del Espíritu Santo” (Rom 15:13). El poder
del Espíritu Santo trae vida, resurrección, la mortificación
del pecado, santificación, y la glorificación, y para el día
de hoy, también nos da la esperanza de que el proceso que
está llevando ahora se cumplirá en el día final de la
resurrección. Cada cristiano necesita este consuelo en las
aflicciones y esta esperanza de que el proceso de
santificación tiene un punto final. El pecado no tendrá
dominio sobre nosotros, porque nosotros andamos en el
Espíritu y él asegurará que el último pecado en nosotros
sea mortificado y nuestras almas y cuerpos sean
completamente santificados en el día final para de allí
presentarnos como una novia sin mancha o arruga delante
de Cristo nuestro marido y salvador (Ef 5:25-27).

La vida en el Espíritu es servicio amoroso


Si ampliamos nuestro estudio de la vida en el Espíritu
fuera de Romanos 8, podemos ver varios otros aspectos
importantes también. En primer lugar, podemos notar que
la vida en el Espíritu consiste en un servicio amoroso.
Parte de la realidad de que el Espíritu nos une a Cristo, es
que nos hace miembros de su cuerpo diverso. El cuerpo
de Cristo, del cual todos los cristianos forman parte sin
excepción, es el trabajo especial del Espíritu capacitar a
cada miembro para que su obra se haga bien para la
edificación del todo. Siendo parte del cuerpo, somos parte
del crecimiento, un instrumento que el Espíritu puede usar
en la vida de los demás para su edificación. Esto es una
realidad para cada creyente. Cada creyente tiene un
llamado y don que el Espíritu Santo ha diseñado usar para
el bien del cuerpo: “Pero a cada uno se le da la
manifestación del Espíritu para el bien común” (1 Cor
12:7). El Espíritu obra en el cuerpo para que cada
miembro haga su parte para el bien del todo. Nos
capacita, nos da el poder para ser diligentes, y nos llena
con el amor y paciencia necesarios para llevar a cabo
nuestra función para el bien del todo. Hay muchas
personas con talentos, incluso no creyentes que tienen
mucho talento, pero es el poder del Espíritu Santo que
puede santificar estos talentos con un amor divino (1 Cor
13) y puede transformar estos talentos o agregar nuevos
para la edificación espiritual de otros. Es el poder del
Espíritu que hace que mis capacidades y dones sean un
medio de ayudar en la santificación y crecimiento
espiritual de mi hermano. Sin la obra del Espíritu,
fácilmente sigue siendo un medio de exaltación propia,
vanagloria, pero es el Espíritu que cambia nuestros
corazones y santifica nuestros miembros para ser
instrumentos para justicia, para agradar a Dios, y edificar
a nuestro hermano.
Esto es una realidad para todo creyente, pero también
la es para el pastor. El pastor entra en su ministerio
porque el Espíritu lo ha dotado y llamado a este servicio
particular para la edificación del cuerpo: “6 Por lo cual te
recuerdo que avives el fuego del don de Dios que hay en ti
por la imposición de mis manos. 7 Porque no nos ha dado
Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de
dominio propio” (2 Tim 1:6-7). Es el Espíritu que nos
capacita para este ministerio. Es el Espíritu que nos da el
poder para su cultivación y avivamiento. Y, es el Espíritu
que santifica estos esfuerzos con su fruto de poder, amor
y dominio propio. El Espíritu Santo convierte el servicio
ministerial de una obligación o tarea asignada por alguien
más, en un servicio amoroso y deleitoso. Es el Espíritu
que nos llena con un verdadero amor por Dios y por
nuestro prójimo, así produciendo su propio fruto y
reflejando a Cristo, y es solo por esta obra que este don
espiritual se usa en verdad para la edificación del cuerpo.
Sin el Espíritu Santo, el ministerio se convierte en una
obligación pesada, o un medio para nuestro avance
personal, o quizás incluso en un medio por el cual
queremos salvarnos, pero es el Espíritu que hace que
fluya de un verdadero corazón de servir a Cristo y su
cuerpo con los dones que él mismo nos ha dado.

La vida en el Espíritu es sobriedad y diligencia


Otra realidad importante acerca de la vida en el
Espíritu Santo es que es una vida de sobriedad y
diligencia. Por ejemplo, Pablo hace este punto cuando
dice, “Y no os embriaguéis con vino, en lo cual hay
disolución, sino sed llenos del Espíritu” (Ef 5:18).
También, a Timoteo habla de cómo Dios nos ha dado un
“Espíritu de… dominio propio” (2 Tim 1:7). Vamos a
explorar más cómo esto se manifiesta, pero en esencia el
Espíritu nos guía para hacer las cosas decentemente y en
orden. Nos guía a no ser llevados y controlados por otras
cosas: como motivaciones pecaminosas, el amor al
dinero, la vanagloria, la lujuria, o las sustancias como
bebida y comida, para que podamos hacer nuestra tarea
bien. Es el Espíritu Santo que mantiene a los
administradores y mayordomos siempre listos para el
regreso de su amo. La sobriedad nos protege de las cosas
que nos distraerían de nuestras responsabilidades, y es la
diligencia que nos ayuda a cumplirlas bien. Pero, es el
Espíritu Santo que también obra en nosotros para ser
fervientes y diligentes en nuestra obra. La vida cristiana
viene con varias responsabilidades, desde el mortificar el
pecado y vivificar la justicia, hasta ser un buen esposo y
predicar fielmente, y toda esta obra requiere diligencia. Al
ser capacitado por él y llamado por él a los varios oficios
que tenemos, es él que también obra en nosotros para que
hagamos bien nuestra obra. Por ejemplo, Pablo dice, “no
seáis perezosos en lo que requiere diligencia; fervientes
en espíritu, sirviendo al Señor” (Rom 12:11). Es el
Espíritu que nos da el discernimiento para entender
nuestras responsabilidades y donde debemos invertir
nuestra energía, y también él nos da el esfuerzo y energía
para llevarlo a cabo como al Señor. El Espíritu nos hace
siempre alerta para las tentaciones y artimañas del
enemigo que nos distraen de nuestro deber o nos llevan al
pecado, y nos fortalece en el cumplimiento de nuestros
deberes.
Esto es una realidad esencial para cada cristiano,
porque cada cristiano tiene esta misma variedad de
responsabilidades y ataques, pero el pastor aun más. Por
su oficio e influencia, el pastor es muchas veces expuesto
a más tentaciones y ataques y tiene una responsabilidad
muy seria, y por lo tanto necesita especialmente de la
ayuda del Espíritu Santo en esta área.

La vida en el Espíritu es vida en la Palabra


Finalmente, vemos que la vida en el Espíritu es una
vida en la Palabra. Tristemente, debido a la idea de
algunos que buscan nuevas revelaciones del Espíritu fuera
de la Palabra de Dios, hay una separación en muchas
mentes entre el Espíritu y la Palabra. O, algunos pueden
escuchar enseñanza sobre la importancia del Espíritu
Santo y pueden pensar que es anti-bíblica o un intento de
llevarnos a confiar en una luz interior y no la Palabra de
Dios. Pero, esto es un grave error. El Espíritu no nos hace
menos centrados en Cristo, ni nos hace menos amantes de
la Palabra de Dios. La Palabra es el producto del Espíritu
mismo. Es él mismo quien inspiró a los hombres para
escribir para nosotros la revelación de Dios, su plan de
salvación, y su voluntad para los hombres. Y, cuando
nosotros vivimos en él, vivimos también en comunión con
su Palabra y en obediencia a su palabra. El Espíritu sigue
obrando en la Palabra para iluminar nuestras mentes para
entenderla (1 Cor 2). El Espíritu es nuestro gran maestro
que nos enseña (1 Jn 2:20-21. 26-27). También, Pablo
habla de la llenura del Espíritu en Efesios 5, pero en
Colosenses 3 habla de la llenura de la Palabra de Dios y
tienen el mismo efecto:

Detalle Colosenses 3:16-17

Llamado a la llenura 16 Que la palabra de Cristo habite en 18 Y


abundancia en vosotros, lo cu
del E

Enseñando Sabiduría con toda sabiduría 15 Po


andái
como
16 ap
porqu
17 A
enten
Seño

La Verdad Cantada enseñándoos y amonestándoos unos a 19 ha


otros con salmos, himnos y canciones salmo
espirituales, cantando a Dios canta
coraz

Produciendo Gratitud con acción de gracias en vuestros 20 da


corazones. el no
Jesuc
17 Y todo lo que hacéis, de palabra o
de hecho, hacedlo todo en el nombre
del Señor Jesús, dando gracias por
medio de Él a Dios el Padre.

Llevando a la sumisión v. 3:18-4:1 21 s


tem
[Enseñanza sobre sumisión en las
varias áreas de la vida] [En
vari

Tanto la llenura de la Palabra como la llenura del Espíritu


producen sabiduría y conocimiento de lo que agrada a
Dios, la habilidad de enseñar y amonestar a otros a través
de una teología cantada, un corazón de gratitud al Señor,
y una vida de sumisión en las varias áreas donde Dios nos
ha llamado a vivir.
La Palabra de Dios es la espada del Espíritu para
defendernos de los ataques del enemigo (Ef 6:17). La
Palabra de Dios es también la linterna del Espíritu Santo
para exponer nuestros corazones y revelarnos nuestros
pecados ocultos (Heb 4:12-13). La Palabra de Dios es
también la guía del Espíritu Santo que usa para instruirnos
en la verdad de quién es Dios, quienes somos nosotros, y
qué ha hecho a nuestro favor. Y, también es su guía para
instruirnos en la voluntad de Dios para nuestras vidas. De
hecho, y en una manera muy conectada con el ministerio
pastoral, una de las maneras en que el ministerio del
Espíritu se manifestó más consistentemente en el libro de
Hechos fue que los que recibieron al Espíritu hablaron la
palabra con valentía (Hch 4:31).
El ministerio del Espíritu en nuestras vidas nos lleva a
un entendimiento iluminado de la Palabra y una vida que
aplica la Palabra fielmente. Es el Espíritu Santo quien
obra a través de la Palabra para producir el fruto de ella en
nuestras vidas de enseñanza, corrección, instrucción en
justicia (2 Tim 3:16-17), y también su fruto de consuelo y
esperanza (Rom 15:4).

La vida en el Espíritu es esencial para el


ministerio
Antes de cerrar este estudio de la importancia de la
vida llena del Espíritu, es importante hablar de algunas de
las maneras en que esta vida es tan esencial para el pastor.
En todo lo que hemos visto, la vida en el Espíritu es tanto
para el cristiano recién convertido como para el pastor de
cincuenta años. Pero, la vida del Espíritu es algo que el
pastor debe cultivar constantemente porque es
absolutamente esencial para el buen ejercicio de su
ministerio.
En primer lugar, como vimos, es el Espíritu quien
distribuye a cada uno su función en el cuerpo de Cristo, y
así es el Espíritu quien nos capacita y llama al ministerio
pastoral. Además, el trabajo principal del pastor es
proclamar la palabra de Dios, en palabra y vida, y es el
Espíritu Santo quien nos dio la Palabra de Dios (1 Ped
1:10-12; 2 Tim 3:16-17; 2 Ped 1:21). Además, para
entender la Palabra correctamente para su exposición,
necesitamos de la iluminación del Espíritu (1 Jn 2:20-21,
26-27; 1 Cor 2:6-16). Y, es la obra del Espíritu que nos da
la fortaleza y valentía para preservar la sana doctrina
frente los ataques del enemigo o las tentaciones de hacer
concesiones (2 Tim 1:14; 2 Tim 1:7). Pero, el pastor no
debe solo querer entender la Palabra, sino debe querer
aplicarla fielmente a las varias áreas de la vida, y es el
Espíritu que nos da la sabiduría y discernimiento para
hacerlo. Además, nuestra predicación de la Palabra no es
suficiente para la salvación de ninguna alma sin la obra
del Espíritu. Es la obra del Espíritu que hace que nuestra
predicación sea eficaz para la salvación y la santificación
(1 Cor 2:1-5; 2 Cor 3; 1 Tes 1:5). El ministerio pastoral
también se enfoca en la oración, y es el Espíritu que nos
ayuda en nuestra debilidad para orar en una manera
aceptable delante de Dios (Rom 8:26-27; Ef 6:18; Jd 20).
El pastor también debe guiar a la iglesia en unidad, y es el
Espíritu que une a la iglesia (Ef 4:3). Y, es la obra del
Espíritu que nos ayuda a perseverar hasta el final en
cumplir con diligencia nuestros deberes. Sin el Espíritu, el
ministerio se secará muy rápidamente y estará vacío de
frutos, pero a través del poder del Espíritu nosotros
seremos preservados en el ministerio y de los ataques del
enemigo, y nuestro ministerio producirá fruto para el bien
común de la iglesia y la gloria de Dios.
Capítulo 4
Las Gracias de la Vida en el Espíritu

En la clase anterior, vimos que la regeneración es la


fuente de nuestra piedad porque nos da el inicio de una
vida en el Espíritu Santo. También, consideramos algunas
de las formas falsas de piedad que pueden tentar al pastor.
En esta clase, vamos a considerar un poco más la
naturaleza de esta vida en el Espíritu Sant por considerar
sus frutos y gracias. De allí, consideraremos algunas
herramientas para la cultivación de esta vida en el Espíritu
y piedad personal, y finalmente terminaremos esta clase
hablando de la importancia esencial en la vida del pastor
de tener una vida conforme a lo que predicamos.
La piedad es una vida en el Espíritu Santo. Y, como
hemos visto, esto significa que es una vida de un proceso
de crecimiento en conformidad a la imagen de Cristo.
Todo creyente, incluyendo al pastor, está en el proceso de
ir de la inmadurez hasta la plenitud de la estatura de
Cristo, y por esto es clave que siempre sigamos creciendo.
Nunca podemos llegar a pensar que ya hemos alcanzado,
o ya hemos matado suficientes pecados, y nunca debemos
conformarnos con ser derrotados y vencidos por una
tentación vez tras vez. Por esta razón, Pablo le dice a
Timoteo: “Tú, pues, hijo mío, fortalécete en la gracia que
hay en Cristo Jesús” (2 Tim 2:1). Para la responsabilidad
de la vida cristiana o de la vida del pastor, necesitamos de
la gracia de Dios, y necesitamos crecer en nuestra
dependencia de ella y nuestro reflejo práctico de esa obra
en nosotros. Esta gracia se manifiesta, como dijimos, en el
proceso de mortificar el pecado y la carne y vivificar la
justicia y obediencia. Y, mientras crecemos en este
proceso, nos conformamos más y más a la imagen de
Cristo. Esto es el proceso de cada creyente, pero el pastor
requiere una diligencia especial en esta obra y un nivel
más maduro. El pastor será atacado por frecuentes
tentaciones, y quizás más y más sutiles debido al oficio e
influencia que tiene, y por esto es clave que el pastor esté
alerta y tenga toda la armadura de Dios. Como Spurgeon
dijo,
Debemos estar equipados con toda la armadura de
Dios, listos para hazañas de valor que no se esperan de
los demás: para nosotros la abnegación, el olvido de sí
mismo, la paciencia, la perseverancia, la longanimidad,
deben ser virtudes de todos los días, y ¿quién es
suficiente para estas cosas? Tenemos que vivir muy
cerca de Dios, si queremos aprobar nuestra vocación. 9
Hay varios pasajes que podemos considerar que nos
dan resúmenes de las varias gracias y fruto que deben
caracterizar al creyente, y especialmente al pastor. Por
ejemplo, en el contexto ministerial, Pablo dice lo
siguiente:
Pero tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y
sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la
perseverancia y la amabilidad. 12 Pelea la buena
batalla de la fe; echa mano de la vida eterna a la cual
fuiste llamado, y de la que hiciste buena profesión en
presencia de muchos testigos. 13 Te mando delante de
9
Spurgeon, Lectures to My Students, 1:9.
Dios, que da vida a todas las cosas, y de Cristo Jesús,
que dio testimonio de la buena profesión delante de
Poncio Pilato, 14 que guardes el mandamiento sin
mancha ni reproche hasta la manifestación de nuestro
Señor Jesucristo, 15 la cual manifestará a su debido
tiempo el bienaventurado y único Soberano, el Rey de
reyes y Señor de señores; 16 el único que tiene
inmortalidad y habita en luz inaccesible; a quien
ningún hombre ha visto ni puede ver. A Él sea la honra
y el dominio eterno. Amen. (1 Tim 6:11-16)
Pablo le llama a Timoteo a huir las pasiones juveniles y
otras cosas de la carne, y a seguir “la justicia, la piedad, la
fe, el amor, la perseverancia, y la amabilidad”. Y le llama
a perseguir estas virtudes con Dios como su testigo,
buscando asegurar que haya alcanzado la vida eterna que
está ofreciendo a los demás. Este carácter santificado es
una parte clave de la responsabilidad del ministro y lo que
le ayuda a poder guardar el mandamiento sin mancha y
poder ser presentado delante de Cristo en el gran día sin
vergüenza.
En una manera más general, Romanos 12 resume muy
bien la vida cristiana. En primer lugar, habla de la
realidad de la identidad cristiana a la luz de las
misericordias de Dios. Y, en base de esta identidad, nos
llama a ser transformados y ofrecer nuestras vidas como
un sacrificio delante de Dios. Pero, desde el versículo 3
habla de la realidad de ser dotados de una manera
diferente para vivir para la edificación del cuerpo. La vida
cristiana es una de sacrificio a Dios y servicio a los
hombres, especialmente al cuerpo de Cristo. Por esto,
desde el versículo 9, Pablo da varias directrices para una
vida de transformación y de servicio a los demás:
El amor sea sin hipocresía; aborreciendo lo malo,
aplicándoos a lo bueno. 10 Sed afectuosos unos con
otros con amor fraternal; con honra, daos preferencia
unos a otros; 11 no seáis perezosos en lo que requiere
diligencia; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor,
12 gozándoos en la esperanza, perseverando en el
sufrimiento, dedicados a la oración, 13 contribuyendo
para las necesidades de los santos, practicando la
hospitalidad. 14 Bendecid a los que os persiguen;
bendecid, y no maldigáis. 15 Gozaos con los que se
gozan y llorad con los que lloran. 16 Tened el mismo
sentir unos con otros; no seáis altivos en vuestro
pensar, sino condescendiendo con los humildes. No
seáis sabios en vuestra propia opinión. (Rom 12:9-16)
En esta lista de directrices, vemos la necesidad de un
amor sincero y afectuoso, justicia y bondad, humildad,
diligencia y fervor, perseverancia en medio de cualquier
circunstancia, benevolencia, bendición y no maldición,
unidad y mansedumbre, compasión y auto-negación. Esto
es una lista muy útil para nosotros y consideraremos todos
estos aspectos más algunas otras.
Otro texto que da una lista de virtudes y gracias que
deben caracterizar la vida del creyente es 2 Pedro 1:3-8.
Este pasaje es muy importante porque habla de cómo el
creyente es capacitado a través del poder de Dios, el
conocimiento de él, y sus promesas para “ser partícipe de
la naturaleza divina” y “todo cuanto concierne a la vida y
a la piedad”. Este texto nos da gran esperanza para que
esta piedad sea una realidad, y nos recuerda que fluye de
ese conocimiento personal y relacional con Dios y de una
fe puesta firmemente en sus promesas.
Pues su divino poder nos ha concedido todo cuanto
concierne a la vida y a la piedad, mediante el verdadero
conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y
excelencia, 4 por medio de las cuales nos ha concedido
sus preciosas y maravillosas promesas, a fin de que por
ellas lleguéis a ser partícipes de la naturaleza divina,
habiendo escapado de la corrupción que hay en el
mundo por causa de la concupiscencia. 5 Por esta
razón también, obrando con toda diligencia, añadid a
vuestra fe, virtud, y a la virtud, conocimiento; 6 al
conocimiento, dominio propio, al dominio propio,
perseverancia, y a la perseverancia, piedad, 7 a la
piedad, fraternidad y a la fraternidad, amor. 8 Pues
estas virtudes, al estar en vosotros y al abundar, no os
dejarán ociosos ni estériles en el verdadero
conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. (2 Ped 1:3-
8)
Pero, este texto también nos habla del beneficio de esta
piedad genuina. Esta obra de Dios en nosotros para
producir estas virtudes nos deja fructíferos y benditos para
producir mucho fruto para el bien de nuestro Señor. Al
sembrar a estas cosas, cosecharemos mucho fruto para la
gloria de Dios y la edificación de su pueblo. Además, esto
nos da una verdadera esperanza en el poder de Dios y su
fidelidad a sus promesas. Por lo tanto, sabemos que un día
va a terminar esta obra, y mientras tanto no nos va a
abandonar. La obra presente del Espíritu Santo es una
garantía de la gloria futura.
Finalmente, otro texto clave que describe estas
virtudes de la vida cristiana es Gálatas 5:22-23, y un
pasaje clave porque conecta estas virtudes con esa obra
santificadora del Espíritu Santo en nosotros: “Mas el fruto
del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad,
bondad, fidelidad, 23 mansedumbre, dominio propio;
contra tales cosas no hay ley” (Gal 5:22-23). Habiendo
visto algunas de las listas bíblicas, ahora procederemos a
dar una lista más completa para poder examinarnos de
nuestro estado presente, y seguir quitándonos las obras de
la carne y poniéndonos estos vestimentos que nos hacen
parecer más y más a Cristo.

Temor a Dios
En primer lugar, el alma que disfruta de la comunión
con Dios a través del Espíritu Santo, quien está
convencido de que tiene a Dios como su Padre,
responderá con un temor santo e íntimo con Dios. No es
el tipo de temor que nos mantiene lejos y distantes, como
el que un criminal tendría delante de un juez, sino es el
tipo de temor que nos llena con un sentido de la grandeza
y majestad de Dios aunque feliz y confiadamente
recibimos su invitación de acercarnos a él (Rom 8:15). El
temor de Dios es un tema muy importante en las
Escrituras. Es la fuente de toda sabiduría y vida
obediente. Esto es algo que caracterizaba a los primeros
cristianos también, junto con el fruto del poder del
Espíritu Santo: “Entretanto la iglesia gozaba de paz por
toda Judea, Galilea y Samaria, y era edificada; y andando
en el temor del Señor y en la fortaleza del Espíritu Santo,
seguía creciendo” (Hch 9:31). Además, como el templo
de Dios conforme a sus promesas, los cristianos deben
buscar ser más santos en un temor de Dios, sabiendo que
viven en su presencia santa: “Por tanto, amados, teniendo
estas promesas, limpiémonos de toda inmundicia de la
carne y del espíritu, perfeccionando la santidad en el
temor de Dios” (2 Cor 7:1). Esto es uno de los frutos de la
vida llena del Espíritu Santo, porque produce que nos
sometamos los unos a los otros “en el temor de Cristo”
(Ef 5:21). Y, como dijimos, la piedad es la obra interna
del Espíritu de conformarnos a la imagen de Cristo, y
Cristo nos dejó un ejemplo de temor a Dios (Heb 5:7; 1
Ped 2:23).
Es el temor del Señor que nos lleva a vivir con Dios
como nuestro testigo, como Pablo dice de sí mismo (2
Cor 5:11) y le manda a Timoteo también (1 Tim 6:11-16).
Al ver al Dios santo, majestuoso, juez y rey de todo el
mundo, como nuestro testigo, el temor del Señor nos lleva
a vivir con una limpia conciencia delante de él: recibiendo
su oferta de salvación a través de Cristo, creyendo sus
promesas, disfrutando de su compasión paternal, y
obedeciendo lo que nos manda a hacer. Necesitamos “el
temor de Dios, para que, llenos de un sentido reverente de
la majestad de Dios, hablemos sobriamente y con
moderación”.10 Esto es lo que Pedro enseña también: “Y
si invocáis como Padre a aquel que imparcialmente juzga
según la obra de cada uno, conducíos en temor durante el
tiempo de vuestra peregrinación” (1 Ped 1:17).
El temor de Dios es clave para los que predican la
palabra porque serán constantemente tentados a empezar
a hacer las cosas para agradar a los hombres (cf. Col
3:22), y temerán los que persiguen a la verdad que
predicamos (cf. Heb 11:23-27). Pero, nuestro Señor nos
recuerda: “Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no
pueden matar el alma; más bien temed a aquel que puede

10
Perkins, Art of Prophesying, 71.
hacer perecer tanto el alma como el cuerpo en el infierno”
(Mat 10:28). Este temor nos guía en nuestra predicación
para ser fieles, y también en nuestro trato para con la
iglesia. La iglesia es el templo de Dios y debemos buscar
ser cuidadosos para que no nos contaminemos con las
perversiones de los falsos maestros o los sucios que
profanarían el lugar santo (Jd 23).

Amor a los Hombres


En segundo lugar, una parte clave de la piedad
cristiana es un corazón de amor. El amor frecuentemente
es identificado como la parte clave de la vida cristiana o
incluso como el resumen de todo el deber cristiano. En 1
Corintios 13, vemos que el amor es la parte clave que
debe llenar todo lo que hacemos (1 Cor 16:14). Si
aprendemos, ejercitamos grandes dones, tenemos grandes
ministerios, etc. sin amor, no somos nada. El amor es un
camino superior al simple ejercicio de los mejores dones.
El Espíritu que nos capacita de esta manera para el
servicio, es el Espíritu de amor que produce el amor como
su primer fruto (2 Tim 1:7; Gal 5:22). Además, el amor es
el resumen de todo el deber cristiano porque es el
resumen de la ley de Dios (Mat 22:38-40; Rom 13:8-10;
Gal 5:14; Sant 2:8). Debemos amar a Dios y amar a
nuestro prójimo. Nuestro ministerio tiene que fluir de este
corazón de amor por Cristo y su cuerpo. Si no, es una
idolatría o hipocresía y es en vano. Lo que Dios quiere
más que nuestros sacrificios y ofrendas es nuestro
corazón, y el amor es cómo manifestamos que en verdad
somos los discípulos de Cristo. El amor es el gran
ejemplo de Cristo que nos dejó (Jn 13, 15). Sin este amor,
no tenemos evidencia que hemos experimentado el amor
de Dios (1 Jn 3:16; 1 Jn 4) y no tenemos la marca
distintiva de ser un discípulo de Cristo (Jn 13:34-35; cf.
Ef 5:2). Incluso Cristo agregó un detalle a la ley del AT
de amar cuando nos mandó a amar “como os he amado”.
Es decir, Cristo pone a su propio amor perfecto e infinito
para con su pueblo como el ejemplo y estándar para el
amor del creyente. Pero, este mandato no solo pone el
amor de Cristo como el estándar para nuestro amor, sino
también pone el amor de Cristo como el contexto en que
amamos a los demás. Somos rodeados por el recordatorio
de cómo Cristo nos ha amado, lo cual nos recuerda de
nuestra indignidad y nuestro pecado, pero cómo nos amó
a pesar de estas cosas (Rom 5:6-8), y así podemos amar
mejor a los demás hombres.
Este amor debe manifestarse en hablar la verdad (Ef
4:16), en corregir el pecado (Gal 6:1-3). Pero, no es
meramente decir la verdad cuando es difícil, el verdadero
amor cristiano también consiste en compasión,
benignidad, hospitalidad, gentileza, etc. Pero, también se
manifiesta en compasión (Rom 12:15). Debe ser un amor
de un gran afecto entrañable en que nuestro corazón arde
para estar cerca del pueblo de Dios y de poder contribuir
algo a su bien (1 Jn 3:17; Sant 2:15-16). Esto incluye
tanto el bien físico de suplir alguna necesidad o invitarles
a disfrutar de nuestra hospitalidad (Rom 12:13; cf. 1 Tes
4:10), pero también en los bienes espirituales de
contribuir a su crecimiento en la verdad y su vida
espiritual (Rom 1:11). El pastor es llamado a ser un
ejemplo de amor (1 Tim 4:12).
El amor debe ser “sin hipocresía” (Rom 12:9), es
decir, debe ser genuino, de corazón, desinteresado, y no
solo frente la cara. Pablo resume la instrucción cristiana
en “el amor nacido de un corazón puro” (1 Tim 1:5).
Pedro también habla de la importancia de un amor sincero
y lo señala como un fruto inevitable y central de la nueva
naturaleza: “Puesto que en obediencia a la verdad habéis
purificado vuestras almas para un amor sincero de
hermanos, amaos unos a otros entrañablemente, de
corazón puro” (1 Ped 1:22). El amor también se muestra
en respetar las diferencias entre los hermanos y la realidad
de que cada uno tiene que vivir conforme a su conciencia
delante del Señor. El amor no juzga indebidamente al
hermano fuerte, y no menosprecia al hermano débil (Rom
14). El amor sabe también cómo perdonar (Ef 4:32),
porque ha recibido este mismo amor de Cristo. Pero, el
amor en verdad cubre los pecados (1 Ped 4:8) y no lleva
una lista de males, sino borra el pecado en amor para
seguir creciendo en unidad y paz.
El amor nos lleva también a la diligencia y esfuerzo
sacrificial en nuestras labores. Nos lleva a gastarnos para
el bien de otros, usando nuestro tiempo, dones, esfuerzos,
vidas, y recursos para bendecir en alguna manera a los
demás (2 Cor 4:5, 15; 1 Tes 1:5; 2 Tim 2:10). El amor no
envidia o codicia (1 Cor 13:4), sino se regocija en las
bendiciones de otros, tanto físicas como espirituales. El
amor también se manifiesta por llevar a las personas en
nuestro corazón y recordarles con cariño especialmente en
nuestras oraciones (2 Cor 7:15; Fil 1:8).
El amor es clave en la vida cristiana porque es lo que
hemos recibido de Dios, y lo que Dios ha mostrado para
con las mismas personas que somos llamados a amar.
Cuando amamos al pueblo de Dios, somos una manera
tangible y evidente en que Dios mismo ama a su pueblo.
Dios ama a su pueblo por convertirlos, tener comunión
con ellos y darles las bendiciones espirituales en Cristo,
pero también los ama por amarles a través del amor
práctico de su pueblo.
La oración es una parte clave en este amor, aunque no
se limita a esto sino debe fluir en varias maneras prácticas
también, pero el amor ora por otros. Pero, Dios también
ha diseñado que la oración por nuestros hermanos o
nuestros enemigos cultive y fortalezca nuestro amor por
ellos. Como Perkins dice, “Para fomentar este afecto, el
ministro debe orar seria y fervientemente por el pueblo de
Dios”.11

Justicia y Piedad
Otra parte clave de la piedad es la justicia y la piedad.
Estamos describiendo la piedad en términos generales
como una vida llena del Espíritu y todos sus frutos, pero
la piedad más propiamente es esa devoción espiritual y
comunión con Dios en el sentido religioso. Es una vida de
adoración. Aquí uno la justicia y la piedad porque son
conectadas. La justicia es una obra del Espíritu Santo

11
Perkins, Art of Prophesying, 71.
porque es el cumplimiento de la ley de Dios, algo que el
Espíritu hace posible (Rom 8) y que Cristo modeló por
nosotros (Rom 10:4-5). La piedad es esa obediencia
religiosa de Dios de vivir una vida de oración y
adoración. La obra del Espíritu no simplemente obra
virtudes en nosotros de amor y humildad, pero este amor
se manifiesta en el guardar los mandamientos de Dios (2
Jn 6). Dios ha revelado su voluntad para nuestras vidas en
su Palabra, y es así suficiente y útil para instruirnos en la
justicia (2 Tim 3:16). Antes de nuestra conversión, todos
nuestros miembros eran siervos de injusticia, pero ahora
son vivificados para servir a Dios en justicia (Rom 6:13,
19). De hecho, es en justicia que se manifiesta que el
reino de Dios ha venido en nuestros corazones (Rom
14:17). Esto es el carácter de Cristo, y así es también el
carácter del cristiano que es conformado a su imagen (Ef
4:24). La justicia se manifiesta en obediencia delante de
Dios, pero también en equidad y la falta de parcialidad en
nuestro trato para con los hombres (Sant 2:1-13; 1 Tim
5:21).
El amor es el resumen de la ley no para que
desobedezcamos los mandamientos particulares, sino
porque cuando tenemos amor obedeceremos estos
mandatos (Rom 13:10). Es el amor que nos motiva a
guardar la vida de otros, no codiciar o robar sus bienes, no
cometer adulterio y no dar falso testimonio. El amor y la
obra del Espíritu nos llevan a una vida de obediencia a la
ley de Dios. Pero, la obra del Espíritu nos hace
espirituales y religiosos. La vida en el Espíritu nos hace
dedicados a los medios ordinarios de la gracia y nos llena
con un espíritu ferviente en la adoración privada, familiar
y corporativa. Ya que el pastor es en un sentido el director
de la alabanza, es clave que tenga esta forma de piedad
religiosa para que guie a la congregación en una
adoración verdadera sin hipocresía.

Humildad y Mansedumbre
Otra gracia esencial a la verdadera piedad espiritual es
la humildad y mansedumbre. Esto es una parte clave del
ejemplo de Cristo que debe reflejarse en todos los suyos
(Fil 2:5; Mat 11:29). “La humildad no es un mero adorno
del Cristiano, es una parte esencial de la nueva criatura”.12
La humildad es una parte esencial del amor porque nos
lleva a negarnos a nosotros mismos. Como Baxter dice,
La abnegación es absolutamente necesaria en todo
cristiano, pero es doblemente necesaria en un ministro,
ya que sin ella no puede hacer a Dios ni una hora de
servicio fiel. Los estudios arduos, los muchos
conocimientos y la excelente predicación, si los fines
no son correctos, no son más que un glorioso pecado
hipócrita.13
La humildad empieza por una negación propia, pero
termina con una exaltación de los demás en su mente,
palabras y acciones. Como dijo Romanos 12: “daos
preferencia unos a otros … no seáis altivos en vuestro
pensar, sino condescendiendo con los humildes. No seáis
sabios en vuestra propia opinión” (Rom 12:10b, 16b). La
humildad nos lleva a recibir el mal de otros con paciencia
y gracia, porque reconocemos nuestras propias

12
Baxter, Reformed Pastor, 143.
13
Baxter, Reformed Pastor, 51.
debilidades y no reclamamos nuestros derechos. Pero,
también nos lleva a un servicio humilde, incluso de
aquellos que son nuestros “inferiores” porque
reconocemos que sin la gracia no somos nada y que esta
otra persona es un alma apreciada y amada por Cristo
mismo, por la cual él mismo se humilló hasta la muerte.
En este sentido, el revestirse de humildad es una
preparación mental para el servicio. Siendo humildes,
vamos a apreciar la obra de otros y su contribución al
cuerpo, reconocer nuestra dependencia de otros, no
exaltarnos sobre otros, pero al mismo tiempo esta actitud
no solamente cambia cómo pensamos de nosotros mismos
y de los otros hermanos—pensando menos de nosotros
mismos y más de los otros hermanos—sino también
afecta nuestra disposición a servir.
Pablo lo describe de esta manera en Filipenses:
Por tanto, si hay algún estímulo en Cristo, si hay algún
consuelo de amor, si hay alguna comunión del Espíritu,
si algún afecto y compasión, 2 haced completo mi
gozo, siendo del mismo sentir, conservando el mismo
amor, unidos en espíritu, dedicados a un mismo
propósito. 3 Nada hagáis por egoísmo o por vanagloria,
sino que con actitud humilde cada uno de vosotros
considere al otro como más importante que a sí mismo,
4 no buscando cada uno sus propios intereses, sino más
bien los intereses de los demás. (Fil 2:1-4)
Es la humildad que nos lleva a poder dar de lo nuestro
para ayudar a alguien más, y a siempre considerar lo
mejor en otros. Pedro lo describe de esta manera: “y
todos, revestíos de humildad en vuestro trato mutuo,
porque Dios resiste a los soberbios, pero da gracia a los
humildes” (1 Ped 5:5b).
La humildad es esencial para cada creyente, pero
especialmente para el pastor. El pastor será tentado a
hacer las cosas para la vanagloria, fama o una reputación,
pero la humildad le llevará a hacer todo para la gloria de
Dios y el bien de otros. El pastor será tentado a reclamar
sus derechos de honor y recompensa, pero la humildad le
llevará a servir a otros desinteresadamente. Es fácil como
pastor pensarse algo, pero la humildad le recuerda de que
todo es por la gracia de Dios. Además, la humildad es
esencial porque el pastor tiene que poder trabajar con
otros, con los otros miembros del cuerpo, los diáconos, y
los otros ancianos, pero la humildad le protegerá de
buscar lo suyo y le llevará a considerar a los demás como
más importantes en cuanto a honra y posición. El pastor
también será el objeto de frecuente criticismo, pero es el
orgullo que nos ciega a nuestras debilidades y nos lleva a
airarnos cuando otros nos critican. El pastor necesita ser
capaz de ser corregido sin recelo o ira, y debe ser capaz
de incluso soportar las acusaciones verdaderas pero
hechas de manera pecaminosa porque busca conocer a la
persona y ver los problemas profundas que hay detrás. La
mansedumbre le lleva a tener este tipo de gentileza y
benignidad. Le hace accesible para que todos puedan
venir a él con sus preguntas, luchas, dudas o criticismo.
Incluso le conducen a llevar diferencias de doctrina
secundaria y de práctica con gracia y paz, buscando
preservar la unidad y respetar la conciencia de su
hermano. Es el orgullo que nos exalta como el estándar
sobre las conciencias de otros y nos convierte en un ídolo,
pero la humildad nos recuerda de que nosotros también
somos siervos de Cristo buscando vivir fielmente delante
de él conforme a la luz que tenemos.

Fe y Perseverancia
Otra virtud y gracia esencial para la vida piadosa es la
fe y la perseverancia. La fe es esencial porque es de hecho
el inicio de esta vida. El cristiano, antes de producir sus
primeras buenas obras, ejerce la fe en Cristo para su
justificación. La fe es clave porque es la fe que nos
asegura la justificación y reconciliación con Dios en base
de la obra de Cristo, y nos ayuda a evitar el peligro de
confiar en nuestra justicia propia. Aunque la justicia
propia es un producto inevitable de la fe verdadera, la
base de nuestra justificación no es la justicia que nosotros
obramos sino la que Cristo obró en nuestro lugar y la cual
es nuestra por la fe. La fe es esencial porque es lo que
hace a uno un cristiano. La fe en Cristo es quizás el
primer fruto, en cuanto al orden lógico, que el Espíritu
Santo produce en el alma regenerada.
La fe es lo que nos salva, pero también la fe es lo que
manifiesta nuestra justificación a los hombres porque la fe
salvadora siempre produce buenas obras y amor (Sant 2).
Pablo también resume la manifestación de la vida
cristiana en esto: “la fe que obra por amor” (Gal 5:6). No
es en las cosas externas como la circuncisión o una
manera de comer, sino es en un corazón transformado que
cree en Cristo y busca en él solamente la justificación y
obra por amor a Dios y su prójimo.
La fe también es clave porque se aferra de las
promesas de Dios. Las promesas de Dios nos motivan a la
obediencia porque nos llena con una actitud agradecida
por todas las cosas maravillosas que Dios nos ha
prometido, y por la naturaleza de estas promesas
consistiendo en la realidad de que Dios nos presentará
inmaculados y santos delante de su presencia (cf. 2 Cor
7:1). El conocimiento de Dios y de sus promesas es muy
lejos de ser suficiente para esta obra de piedad. Es parte,
sin duda, pero la fe no solamente conoce de la naturaleza
y promesas de Dios, sino se aferra de Dios y sus
promesas, le clama a él y entra a su trono de gracia
confiadamente, y obedece a Dios aunque sea difícil o
haya oposición porque ha encomendado su alma a Dios y
confía en sus promesas. El aferrarse de las promesas de
Dios también nos da consuelo y esperanza en medio de
las aflicciones. La vida cristiana es un proceso de
santificación de mortificación y vivificación, pero
también es un proceso de crecimiento y avance en fe. La
fe genuina más pequeña que se aferra de Cristo es
suficiente para la salvación, pero mientras se ejercite esa
fe en medio de aflicciones, pruebas, tentaciones,
ansiedades, depresiones, perdidas, tribulaciones,
tormentas, etc. esa fe va haciéndose más firme en cuanto a
su apego a Cristo. La fe ve cada tribulación, tentación, o
sufrimiento como una oportunidad de confiar en Dios,
experimentar el cumplimiento de sus promesas, y
encontrarse con él en la tormenta.
La fe se convierte en perseverancia cuando se ejercita
en medio de las tribulaciones para poder seguir firme. La
virtud de la fe produce tres realidades prácticas: confianza
en la esperanza prometida, perseverancia en medio de
sufrimiento y persecución, y dedicación a la oración:
“12 gozándoos en la esperanza, perseverando en el
sufrimiento, dedicados a la oración” (Rom 12:12). La fe
nos llena con alegría porque, aunque no veamos el
cumplimiento de las promesas de cerca, puede aferrarse
de ellas porque confía en Dios. La fe persevera en medio
de los sufrimientos, porque sabe que Dios no lo
abandonará, que las circunstancias cambiantes no han
cambiado a Dios, y que Dios puede usar estos
sufrimientos para mi bien y crecimiento. Y, la fe sigue
dedicada a la oración, porque la fe reconoce su
dependencia de Dios y se aferra de las promesas de Dios
para ayuda y auxilio. Confía que Dios es capaz y es un
Dios que escucha las oraciones, y que él vendrá a dar
auxilio a todo su pueblo que confían en él.

Convicción y Fervor
La fe produce perseverancia cuando es probada en el
sufrimiento, pero cuando es probada con tentaciones y los
engaños del error, desarrolla la convicción. La convicción
es parecida a la fe en que se basa en el conocimiento, el
conocimiento de la verdad y la voluntad de Dios, y se
aferra de Dios, pero la convicción le lleva a una persona a
hacer lo que es justo y verdadero, aunque hayan
consecuencias negativas, como persecución, el rechazo, la
pérdida de sustento económico o de amigos. La
convicción es una fe obstinada. No obstinada en el sentido
pecaminoso de ser vacío de mansedumbre y humildad,
sino es una fe que cree y se aferra de Dios, su verdad, sus
promesas, y su ayuda incluso cuando no es evidente al
principio. La convicción ayuda a la fe a perseverar cuando
no ve el auxilio en el primer clamor (Heb 11:1). La
convicción no busca ser un mártir, sino la convicción se
apega a la verdad y la voluntad de Dios revelada en su
palabra y la predica y lleva a cabo con fervor, e incluso
está dispuesto a sufrir por ella si es necesario. La
convicción fluye de la fe que es instruida más
completamente en la verdad de quien es Dios y lo que
espera de nosotros. Y, al conocer estas cosas, vivimos
conforme a la verdad en todos los momentos. Esto es
clave para cada cristiano, pero para el pastor es esencial.
La convicción también produce fervor. Al tener la
convicción de lo que Dios espera de nosotros, la
convicción nos lleva al fervor y diligencia en llevarlo a
cabo. Por ejemplo, Romanos 12:11 dice, “no seáis
perezosos en lo que requiere diligencia; fervientes en
espíritu, sirviendo al Señor”. Es la convicción y sabiduría
que nos ayuda a discernir nuestros deberes, y a llevarlos a
cabo con diligencia, fervor y como al Señor.
La convicción es uno de los instrumentos que Dios
usa para obrar poderosamente en la vida de los que
escuchan (1 Tes 1:5). Cuando un pastor entiende la
verdad y como es la necesidad esencial de todo hombre,
le llena con amor a los hombres y convicción de la verdad
para predicarla con valor. La convicción produce la
valentía de no hacer concesiones a la verdad cuando los
hombres se oponen o cuando es contradicha por el error y
falsa enseñanza. La convicción lleva a un pastor a pararse
delante de los lobos con su barra, listo para defender a las
ovejas por corregir el error y enseñar lo justo. Por
ejemplo, Judas describe esta defensa de la verdad cuando
dice, “he sentido la necesidad de escribiros exhortándoos
a contender ardientemente por la fe que de una vez para
siempre fue entregada a los santos” (Jd 3). El profeta
Jeremías experimentó el crecimiento de la convicción y
fervor cuando debido al rechazo constante de los israelitas
y la persecución de los lideres quería rendirse, pero dice,
“Pero si digo: No le recordaré ni hablaré más en su
nombre, esto se convierte dentro de mí como fuego
ardiente encerrado en mis huesos; hago esfuerzos por
contenerlo, y no puedo” (Jer 20:9). La palabra de la
verdad estaba en él como un fuego que no podía contener
o extinguir, y le llevó a seguir con fervor predicando y
cumpliendo su ministerio, aunque había mucha oposición.
Cristo nos da un ejemplo glorioso de esto también.
Aunque recibió falsas acusaciones, fue injuriado,
golpeado, y sufrió grandemente, se encomendó el alma a
Dios buscando cumplir su obediencia a él incluso hasta la
muerte en la cruz (1 Ped 2:23; Fil 2:5-8). Su humildad y
fe en Dios, le llevó a la convicción de decir la verdad a los
poderosos que dañaban a los pobres y pequeños, y le llevó
a la fidelidad frente la persecución y sufrimiento. Y, así,
nos ha dejado un ejemplo que seguir (1 Ped 2:20-21).
Otra vez, vemos que la vida cristiana y la producción de
los frutos de la vida del Espíritu en nosotros nos conforma
más a la imagen de Cristo.
Sabiduría
La vida en el Espíritu también se manifiesta como una
vida de sabiduría. La sabiduría es el conocimiento de la
verdad que sabe cómo aplicarse en la vida—es la verdad
vivida. El temor de Dios con el cual empezamos este
estudio es la gran fuente de la sabiduría. La sabiduría nos
ayuda a discernir el error y la verdad, la justicia del
pecado, y nos ayuda a pacientemente confiar en Dios,
aunque las cosas del mundo se vean fuera de orden. La
sabiduría nos lleva a confiar en la justicia de Dios cuando
vemos al justo sufriendo y al pecador exaltado. La
sabiduría nos lleva a humilde y pacientemente soportar el
sufrimiento porque Dios está en control y no estamos
obligados a tener todas las respuestas. La sabiduría
reconoce sus limitaciones como criatura y sabe cómo
manejarlas en el temor al Señor y con la diligencia en lo
que está dentro de nuestro poder.
Cristo es nuestra gran sabiduría; él es la sabiduría
encarnada (Prov 8; 1 Cor 1:24, 30; Col 2:3). Sin embargo,
la sabiduría no debe confundirse con la sabiduría del
mundo (1 Cor 1, 3:19) ni con la sofistería o la elocuencia
(1 Cor 2:4). La verdadera sabiduría se somete a Dios y
reconoce el poder de Dios en su verdad (1 Cor 1:21, 2:5).
Además, la sabiduría es el fruto de la vida del Espíritu,
porque es el Espíritu de sabiduría (Ef 1:17; Isa 11:2). La
sabiduría es una marca de la vida en el Espíritu y una vida
en que habita en abundancia la palabra de Cristo. La
habitación del Espíritu y la palabra nos hace sabios para
poder discernir la verdad del error, y poder aplicar la
verdad a nuestras vidas (Ef 5:15; Col 3:16). Además,
Pablo dice a Timoteo a persistir en las Escrituras porque
son capaces de dar sabiduría (2 Tim 3:14-15).
Esta sabiduría es necesaria para poder calmar los
conflictos entre los hermanos (1 Cor 6:5) y poder
mantener la paz y unidad. La sabiduría también es
esencial para una vida de bondad y justicia y
mortificación del pecado (Rom 16:19; Ef 5:15; Col 4:5).
Esta sabiduría debe guiarnos en relaciones saludables con
los de afuera, y paciencia y unidad con los hermanos
adentro. Pero, la verdadera sabiduría es humilde. La
verdadera sabiduría no se afirma, sino se manifiesta en un
trato sabio, justo y humilde para con los demás: “No seáis
sabios en vuestra propia opinión” (Rom 12:16; cf. Prov
3:7). La verdadera sabiduría se manifiesta en los buenos
frutos que produce, no en las meras palabras. A veces
pensamos de la sabiduría como el poder dar una respuesta
a los misterios de la vida, y sí esto es parte, pero sobre
todo la sabiduría es una vida conforme a la verdad de
Dios:
¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Que
muestre por su buena conducta sus obras en
mansedumbre de sabiduría. 14 Pero si tenéis celos
amargos y ambición personal en vuestro corazón, no
seáis arrogantes y así mintáis contra la verdad. 15 Esta
sabiduría no es la que viene de lo alto, sino que es
terrenal, natural, diabólica. 16 Porque donde hay celos
y ambición personal, allí hay confusión y toda cosa
mala. 17 Pero la sabiduría de lo alto es primeramente
pura, después pacífica, amable, condescendiente, llena
de misericordia y de buenos frutos, sin vacilación, sin
hipocresía. (Sant 3:13-17)
La sabiduría verdadera fluye de Dios a través de su
Espíritu y su palabra y es encarnada en Cristo. Pero, no
debemos engañarnos a pensar que una ambición personal
o celo pecaminoso sea la misma que la sabiduría de Dios.
El orgullo es el gran enemigo de la sabiduría. Y, aunque
el contenido del conocimiento sea lo mismo, un hombre
orgulloso tiene una sabiduría falsa que viene del diablo.
La sabiduría verdadera viene de Dios, pero no es la única
forma de sabiduría que hay. Por lo tanto, debemos
asegurarnos de tener la forma divina y no la diabólica. Y,
vemos aquí que la sabiduría divina se manifiesta en
humildad, amor, paz, pureza, misericordia, y buenas obras
de un corazón estable y firme con convicción. Aquí
Santiago conecta la sabiduría con la convicción cuando
habla de un conocimiento y fe “sin vacilación”. La
sabiduría genuina es sincera y estable y no es fácilmente
perturbada por las pruebas y dificultades.
Pero, esta sabiduría sin vacilación o hipocresía solo
puede venir de Dios, y muchas veces Dios usa la oración
y las pruebas para alimentar esta sabiduría en nosotros.
Santiago nos da esta verdad muy preciosa en nuestro
deseo de vivir sabiamente: “Pero si alguno de vosotros se
ve falto de sabiduría, que la pida a Dios, el cual da a todos
abundantemente y sin reproche, y le será dada” (Sant 1:5).
Después de ver la bendición y gozo de las pruebas,
Santiago nos anima a crecer en santidad por una
dependencia de Dios y un corazón de fe que sea sincera y
genuina en Dios y sus promesas.
La sabiduría entiende a Dios y a los hombres y busca
ayudar a los hombres a entender sus circunstancias y vivir
conforme a la voluntad de Dios en medio de ellas. Esto es
esencial para cada cristiano, pero especialmente al pastor
quien muchas veces tiene que dar consejos a los cristianos
para su vida en varias circunstancias. La sabiduría aprecia
la diversidad de la experiencia humana, y tiene una
disposición de aplicar la verdad de Dios a todas las partes
de ella. De esto fluye el corazón de un buen consejero.
Pero, esta sabiduría también ayuda al predicador en su
aplicación del texto. La sabiduría puede tomar la doctrina
de un pasaje y aplicarla a la vida de una variedad de
oyentes. Además, la sabiduría es necesaria para discernir
entre el error y la verdad y la justicia y el pecado. La
sabiduría busca discernir entre piedad falsa y la genuina, y
busca la sustancia de la piedad y no solamente la
apariencia externa (Col 2:23). La sabiduría genuina es
clave para nuestro ejemplo personal también. La sabiduría
es lo que nos guía de un entendimiento de la verdad a una
vida conforme a ella. Pero, sin esta sabiduría, nuestra
predicación puede ser contradicha o reprochada por
nuestra manera de vivir. La falta de sabiduría práctica es
un gran obstáculo a la verdad predicada, pero la sabiduría
es un adorno glorioso para el que predica la verdad.

Paciencia y Paz
Nuestro Señor es el gran ejemplo de paz y paciencia.
Es el gran “príncipe de paz” y pacientemente soportó la
ignorancia de los hombres, debilidades de sus discípulos,
y las falsas acusaciones y ataques de los judíos y
romanos. Y, cuando el Espíritu vive en nosotros, produce
una paciencia y paz parecidas a las que caracterizan la
vida de Cristo.
Siendo cristianos, recipientes de la obra del Dios de
paz para hacer la paz entre él y los hombres pecadores y
entre los hombres, nuestra vida debe caracterizar por la
paz. Los discípulos de Cristo, los miembros de su reino,
son descritos de esta manera: “Bienaventurados los que
procuran la paz, pues ellos serán llamados hijos de Dios”
(Mat 5:9). Los hijos de Dios, el Dios de paz, son también
los pacificadores. Además, no solamente porque hemos
recibido la obra de Dios de hacer paz con nosotros, sino
también el Espíritu que obra en nosotros es el Espíritu que
produce paz: “Mas el fruto del Espíritu es … paz” (Gal
5:22); “Porque la mente puesta en la carne es muerte, pero
la mente puesta en el Espíritu es vida y paz” (Rom 8:6).
Por esta razón, los cristianos deben caracterizar por la
paz:
Si es posible, en cuanto de vosotros dependa, estad en
paz con todos los hombres. (Rom 12:18)
Así que procuremos lo que contribuye a la paz y a la
edificación mutua. (Rom 14:19)
Os ruego, hermanos, por el nombre de nuestro Señor
Jesucristo, que todos os pongáis de acuerdo, y que no
haya divisiones entre vosotros, sino que estéis
enteramente unidos en un mismo sentir c y en un mismo
parecer. (1 Cor 1:10)
Por lo demás, hermanos, regocijaos, sed perfectos,
confortaos, sed de un mismo sentir, vivid en paz; y el
Dios de amor y paz será con vosotros. (2 Cor 13:11)
Yo, pues, prisionero del Señor, os ruego que viváis de
una manera digna de la vocación con que habéis sido
llamados, 2 con toda humildad y mansedumbre, con
paciencia, soportándoos unos a otros en amor,
3 esforzándoos por preservar la unidad del Espíritu en
el vínculo de la paz. (Ef 4:1-3)
Por tanto, si hay algún estímulo en Cristo, si hay algún
consuelo de amor, si hay alguna comunión del Espíritu,
si algún afecto y compasión, 2 haced completo mi
gozo, siendo del mismo sentir, conservando el mismo
amor, unidos en espíritu, dedicados a un mismo
propósito. 3 Nada hagáis por egoísmo o por vanagloria,
sino que con actitud humilde cada uno de vosotros
considere al otro como más importante que a sí mismo,
4 no buscando cada uno sus propios intereses, sino más
bien los intereses de los demás. (Fil 2:1-4)
Vivid en paz los unos con los otros. (1 Tes 5:13b)
Buscad la paz con todos (Heb 12:14a)
La paz es también un fruto del amor que ahora llena
nuestro corazón renovado: “Y sobre todas estas cosas,
vestíos de amor, que es el vínculo de la unidad” (Col
3:14).
Los hombres llamados a ser los ejemplos y guías de
los cristianos en esta vida—los pastores—, tambien son
llamados a ser hombres de paz: “Y el siervo del Señor no
debe ser rencilloso, sino amable para con todos” (2 Tim
2:24a); “un obispo debe ser…amable, no contencioso” (1
Tim 3:2-3).
Pero, no solamente los cristianos son llamados a ser
caracterizados por la búsqueda de la paz, sino debemos
iniciar la reconciliación. Por ejemplo, Cristo habla de esta
realidad de dos perspectivas. En primer lugar, si nosotros
sabemos que alguien tiene algo contra nosotros, debemos
priorizar la restauración sobre incluso nuestra adoración
pública:
Por tanto, si estás presentando tu ofrenda en el altar, y
allí te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti,
24 deja tu ofrenda allí delante del altar, y ve,
reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y
presenta tu ofrenda. (Mat 5:23-24)
Este principio sería claro si Cristo hablara de si nosotros
tuviéramos algo contra un hermano. Es decir, si Cristo
simplemente hubiera dicho, que tu ofrenda espere si estás
guardando algún tipo de enemistad o conflicto con tu
hermano, pero en verdad dice si incluso nosotros no
tenemos nada contra alguien, pero ellos tienen algo contra
nosotros. Por lo tanto, si hay un conflicto de que somos
consientes, debemos buscar resolverlo como una
prioridad. En segundo lugar, Cristo sí habla de cómo
actuar si nosotros tenemos algo contra un hermano, y es
un principio parecido: “Y si tu hermano peca, ve y
repréndelo a solas; si te escucha, has ganado a tu
hermano: (Mat 18:15). Antes de que crezca el conflicto en
una brecha y antes de que incluya a otras personas, si
nosotros tenemos un conflicto con un hermano por una
ofensa cometida por ellos, nosotros debemos buscar la
paz por ir a ellos y hablar del asunto, reprendiendo el
pecado y buscando lograr la restauración y la
santificación de nuestro hermano. Cristo nos reconcilió
con Dios y los hombres, y siendo así los cristianos deben
caracterizarse por ser un pueblo de paz, que busca aclarar
dudas y sospechas acerca de nosotros o pedir perdón
cuando hemos ofendido, y por buscar restaurar a un
hermano que ha cometido una ofensa.
La paz que tenemos con Dios nos lleva a vivir en paz
con los hombres. Por un espíritu humilde y una
preferencia a los demás, podemos soportar con paciencia
las debilidades y pecados de los otros. Podemos escuchar
sus criticismos y suplir sus necesidades. Podemos
enseñarles la verdad vez tras vez, sabiendo que también
Dios nos ha enseñado a nosotros pacientemente.
Además, la paciencia nos lleva a sufrir bien. Nos lleva
a esperar a Dios para que nos auxilie en medio de la
tormenta. La paciencia para con Dios nos lleva a esperar a
él y no tratar de hacer su obra a través de nuestras propias
metodologías. Cuando vemos que el fin del sufrimiento o
la obra de salvación o santificación no viene cuando
nosotros esperamos, podemos frustrarnos o empezar a
fabricar nuestras propias maneras para producirlo, pero la
paciencia depende de y espera a Dios. La paciencia
reconoce su dependencia completa de Dios y que su única
ayuda verdadera viene de él, y está contento con esperarle
sin vacilación.
La paz es el producto de la paciencia. Cuando
podemos soportar a los demás pacientemente, el fruto será
paz y unidad. La paz es esencial porque la iglesia es una
comunidad de unidad (Ef 4:1-3). Por lo tanto, debemos
buscar preservar y fortalecer esta unidad a través de
siempre buscar la paz y la reconciliación. Además, la paz
es esencial porque si somos contenciosos y conflictivos,
podemos hacer mucho daño a las almas y al evangelio.
Todo cristiano, pero especialmente el pastor, debe buscar
evitar el espíritu rencilloso y conflictivo porque su tarea
de enseñar a los pecadores, siendo él mismo un pecador,
requiere paciencia, ternura, y dependencia de Dios. A
través de esta paciencia, podemos reflejar el carácter de
Cristo y ser una verdadera ayuda a las personas (2 Tim
2:24-26) y no un obstáculo a su fe o santificación. Por
frustrarnos, podemos cerrar el corazón de las personas a
nosotros. Dios seguirá haciendo la obra en ellos porque no
la va a abandonar conforme a su promesa, pero podemos
perder el privilegio de ser parte de esa obra y un
instrumento en sus manos si nos hace falta la paciencia y
la búsqueda de paz.

Dominio Propio
Finalmente, la vida en el Espíritu produce dominio
propio. Esto es uno de los frutos del Espíritu (Gal 5:23) y
también es una de las características claves que
caracterizan la vida en el Espíritu (2 Tim 1:7), y es una de
las virtudes que el verdadero conocimiento de Dios
produce en su pueblo (2 Ped 1:6). El dominio propio
consiste en dos cosas. El dominio propio asegura que lo
único que le controla en sus pensamientos y palabras y
acciones sea el Espíritu de Dios y nada más. Pero, el
dominio propio también se disciplina y organiza para
poder llevar a cabo sus deberes con diligencia. Evita las
tentaciones a las cosas que nos desviarían de la voluntad
de Dios, y nos llena con diligencia y disciplina en el
cumplimiento de ella. El cristiano necesita los dos, y los
dos fluyen del Espíritu Santo. Dios es un Dios de orden, y
cuando somos llenados de su Espíritu, produce una vida
decentemente y en orden.

Las Motivaciones Pecaminosas


Hay varias cosas que nos buscan controlar. El pecado
busca tenernos como sus esclavos y someternos a su
control, pero el dominio propio se quita estas cosas y se
pone diligencia y obediencia a Dios. Podemos considerar
varias de las cosas que buscan controlarnos. En primer
lugar, las motivaciones pecaminosas nos buscan desviar
de nuestra meta y obediencia. Las motivaciones de fama,
vanagloria, dinero, etc. pueden desviarnos de la vida
dedicada a Dios y el bien de otros. Las motivaciones
pecaminosas activan la fábrica de ídolos en nuestro
corazón que fue deshabilitada por la regeneración. Pero,
cuando no matamos estos engaños y motivaciones
pecaminosas, podemos ser llevados a idolatrar la fama, la
reputación, la gloria propia, y así ser desviados en
nuestros deberes o en nuestro corazón. Todo cristiano es
vulnerable a esta tentación, pero especialmente el pastor
porque será tentado de muchas formas para hacer que
algo más sea su motivación o fin que la gloria de Dios y
la edificación del cuerpo (cf. 1 Ped 5:2-3). El dominio
propio en cuanto a las motivaciones se manifiesta en un
corazón dedicado a la gloria de Dios y el bien de otros.

La Avaricia
Otra cosa que nos busca controlar es el dinero. El
amor al dinero o las cosas materiales o estado o poder que
el dinero nos puede otorgar es una fuente de toda clase de
males (1 Tim 6:9-10): “Pero los que quieren enriquecerse
caen en tentación y lazo y en muchos deseos necios y
dañosos que hunden a los hombres en la ruina y en la
perdición. Porque la raíz de todos los males es el amor al
dinero, por el cual, codiciándolo algunos, se extraviaron
de la fe y se torturaron con muchos dolores”. El dinero es
algo que fácilmente puede cegar a una persona. Y, debido
a que el pastor tiene cierto derecho a una recompensa
económica, es fácil ser cegado y controlado por esto.
Muchos pastores han convertido su ministerio en una
manera de ganancia y se han desviado de la sinceridad y
la obediencia honesta. La Biblia nos manda a trabajar y
esforzarnos en nuestros dones y habilidades. No es malo
buscar una promoción para poder trabajar a nuestro
máximo potencial para el bien de otros, pero cuando
buscamos el dinero por el dinero, terminamos buscando la
ganancia deshonesta o haciendo las cosas para caernos
bien a los ricos y mostramos parcialidad y favoritismo y
caemos de la justicia bíblica. Pero, el dominio propio en
cuanto al dinero se manifiesta como contentamiento con
lo que Dios nos ha dado (1 Tim 6:6-8).

Las Sustancias
El dominio propio y templanza también tiene que ver
con no ser controlados por las sustancias. Las bebidas
alcohólicas o la comida son también fuerzas poderosas
que nos pueden controlar. Las bebidas alcohólicas,
aunque licitas, claramente demuestran la necesidad de
dominio propio. Sin dominio propio, las bebidas
alcohólicas pueden hacernos vulnerables a toda clase de
pecado y a perder el control de nosotros mismos. El
dominio propio sabe cuántas bebidas es suficiente, conoce
sus límites, y no come para engordarse ni toma para
emborracharse. Qué fuerza tan débil e inferior a la cual
tan fácilmente podemos ceder nuestro corazón y las
riendas de nuestro corazón. En cambio, de un placer tan
momentáneo, muchos hombres se rinden los esclavos de
la bebida o la comida. El dominio propio no es
necesariamente el rechazar toda bebida alcohólica ni no
comer, o solo comer pan, sino se ve en moderación. El
dominio propio se conoce a sí mismo para discernir sus
límites y saber cuánto es suficiente. Muchos pastores caen
en esta esclavitud a las sustancias. El dominio propio en
cuanto a las sustancias se manifiesta en moderación y
templanza.

La Ira y la Lengua
Otro poder que nos busca controlar es la ira y enojo.
La ira fácilmente nos puede llevar a reaccionar en una
manera pecaminosa a los pecados o inmadurez de otros, o
incluso a las diferencias personales. La vida cristiana no
es una sin emoción, sino es una en que las emociones son
moderadas y no nos controlan. La ira nos puede llevar a
hablar injurias, maldiciones e insultos y así hacer daño a
alguien más. O, la ira puede llevarnos a responder
violentamente y así meternos en problemas aun más
graves. Pero, el dominio propio se manifiesta en paciencia
frente incluso las falsas acusaciones y no es fácilmente
llevado por la ira y otras pasiones. En este punto, vemos
la necesidad también de dominar nuestra lengua. “El
habla llena de gracia manifiesta la gracia del corazón (Lc
4:22; Jn 7:46)”.14 Las palabras revelan lo que está en
nuestro corazón, y cuando somos llevados por la ira,
podemos fácilmente decir cosas no apropiadas para un
creyente o pastor. Santiago describe lo difícil pero lo
necesario de esto, y lo pone en el contexto del llamado a
enseñar:
Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de
vosotros, sabiendo que recibiremos un juicio más
severo. 2 Porque todos tropezamos de muchas
maneras. Si alguno no tropieza en lo que dice, es un
hombre perfecto, capaz también de refrenar todo el
cuerpo. 3 Ahora bien, si ponemos el freno en la boca
de los caballos para que nos obedezcan, dirigimos
también todo su cuerpo. 4 Mirad también las naves;
aunque son tan grandes e impulsadas por fuertes
vientos, son, sin embargo, dirigidas mediante un timón
muy pequeño por donde la voluntad del piloto quiere.
5 Así también la lengua es un miembro pequeño, y sin
embargo, se jacta de grandes cosas. Mirad, ¡qué gran
bosque se incendia con tan pequeño fuego! 6 Y la
lengua es un fuego, un mundo de iniquidad. La lengua
está puesta entre nuestros miembros, la cual contamina
todo el cuerpo, es encendida por el infierno e inflama
el curso de nuestra vida. 7 Porque todo género de
fieras y de aves, de reptiles y de animales marinos, se
puede domar y ha sido domado por el género humano,
8 pero ningún hombre puede domar la lengua; es un
mal turbulento y lleno de veneno mortal. 9 Con ella
bendecimos a nuestro Señor y Padre, y con ella
maldecimos a los hombres, que han sido hechos a la
imagen de Dios; 10 de la misma boca proceden
bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe
ser así. 11 ¿Acaso una fuente por la misma abertura
echa agua dulce y amarga? 12 ¿Acaso, hermanos míos,

14
Perkins, Art of Prophesying, 69.
puede una higuera producir aceitunas, o una vid higos?
Tampoco la fuente de agua salada puede producir agua
dulce. (Sant 3:1-12)

El Tiempo
Otra cosa que nos puede controlar es la indisciplina en
cuanto a nuestro tiempo. Una parte de la vida sabia en el
Espíritu se describe en este texto: “aprovechando bien el
tiempo, porque los días son malos” (Ef 5:16). El dominio
propio sabe que solo tiene poco tiempo para contribuir a
la gloria de Dios y la edificación del cuerpo de Cristo, y
se disciplina para organizar su tiempo bien. El dominio
propio sabe que, sin disciplina, la maldad de los días nos
llevarán a una gran diversidad de pecados de comisión y
omisión. Pero, la sabiduría y dominio propio busca usar el
talento de tiempo que ha recibido e invertirlo bien para la
gloria de Dios. Se disciplina para trabajar y ser diligente
en las cosas que Dios le ha mandado a hacer, y se
organiza para cumplir sus deberes. El dominio propio en
cuanto al tiempo se manifiesta en puntualidad, disciplina,
y orden. Sin este dominio propio, podemos sobre-
comprometernos a cosas que no podemos cumplir bien o
cosas que nos desvían de nuestros deberes primordiales.
La falta de disciplina en cuanto al tiempo se ve como
decir no a todo por malgastar el tiempo, y en decir sí a
todo y así fallar en cumplir los deberes esenciales que uno
tiene como cristiano, esposo, padre o pastor de una
congregación particular. El dominio propio busca
entender la responsabilidad que uno tiene, y con
diligencia y orden la lleva a cabo para poder dar un buen
reporte a su amo. El dominio propio reconoce que nuestra
fuerza y tiempo son una mayordomía de parte de Dios, y
busca mostrarse fiel en todas las cosas. El dominio propio
sabe cuándo decir no y cuando decir sí.

Los Deseos Sexuales


Finalmente, el cristiano debe controlar sus pasiones
sexuales. La lujuria es algo que fácilmente puede tomar
control sobre nosotros. No es pecado ver la forma
femenina y reconocerla como hermosa y bonita. De
hecho, la forma femenina fue creada por Dios y es buena
y gloriosa. Pero, es la falta de dominio propio que va
desde el reconocimiento de la hermosura creada de una
mujer a ser consumido por pensamientos de ella, deseos
para ella, y fantasías sexuales con ella. El dominio propio
en cuanto a las lujurias sexuales se manifiesta como
pureza y una vida sexual saludable en el matrimonio.
Podemos controlar nuestros deseos, dominarlos para que
no vayan tras otras mujeres, y también nos llena con
comprensión ternura y paciencia en nuestro trato sexual
con nuestra esposa. El dominio propio sexual nos lleva a
disfrutar de las relaciones sexuales en el matrimonio con
humildad, paciencia, ternura, y abnegación. Es decir, el
dominio propio ve a nuestra esposa como una compañera
digna de respeto y cariño y no como un mero objeto de
nuestros placeres sexuales. La necesidad de luchar la
lujuria no recae sobre la mujer de vestirse de cierta
manera, sino recae sobre el hombre en dominar sus ojos y
sus deseos para que no sean controlados por el pecado. El
dominio propio se manifiesta como pureza sexual. Pablo
expresa la importancia de esto cuando dice que la pureza
sexual es la voluntad de Dios para nuestras vidas:
3 Porque esta es la voluntad de Dios: vuestra
santificación; es decir, que os abstengáis de
inmoralidad sexual; 4 que cada uno de vosotros sepa
cómo poseer su propio vaso en santificación y honor,
5 no en pasión de concupiscencia, como los gentiles
que no conocen a Dios; 6 y que nadie peque y defraude
a su hermano en este asunto, porque el Señor es el
vengador en todas estas cosas, como también antes os
lo dijimos y advertimos solemnemente. 7 Porque Dios
no nos ha llamado a impureza, sino a santificación. (1
Tes 4:3-7)

Conclusión
Cuando uno lee los requisitos de los pastores, nos
llama la atención que tan esencial el dominio propio es
para la calificación y obra del pastor. Solo por dominio
propio puede ser un buen ejemplo al pueblo de Dios y
cumplir bien sus responsabilidades. Perkins resume muy
bien la necesidad del dominio propio en la vida del pastor
así:
Debe ser moderado, conteniendo interiormente
cualquier sentimiento fuerte. Tanto su comportamiento
exterior como sus gestos deben ser moderados y
sencillos. De este modo, se caracterizará por su
dignidad y autoridad. Por lo tanto, no debe ser
codicioso, ni bebedor, ni litigante, ni de carácter
belicoso, ni dado a los estallidos de ira. Los que son
más jóvenes deben dedicarse a la piedad, y rechazar los
deseos de la juventud (1 Tim 4:7).15

15
Perkins, Art of Prophesying, 71.
Capítulo 5
Las Herramientas para la Cultivación de
la Piedad

La vida del Espíritu nos empieza en un proceso de


reflejar la identidad que tenemos en Cristo y termina con
conformidad a la imagen Cristo. Ahora quiero enfocarme
en la realidad de este proceso. Hay dos grandes peligros
que pueden llevar al detenimiento de este proceso. Por un
lado, el ceder la victoria. Debido a la realidad de que no
vamos a alcanzar la perfección en esta vida, podemos caer
en la tentación de simplemente ceder a cierta tentación o
cierto pecado identificándolo como ese pecado que nos va
a mantener imperfectos en esta vida. En un sentido,
detenemos este proceso porque cedemos la esperanza y la
fe en Dios para poder ayudarnos en esta lucha particular.
Por el otro lado, podemos asumir una victoria mayor.
Podemos caer en el error de pensar que ya hemos llegado
y ya no es tan necesario seguir luchando y peleando. Pero,
cuando tenemos esta actitud, tenemos que hacer algo con
los pecados que siguen allí en nuestras vidas. Podemos
poner la culpa por esos pecados en alguien más y
excusarnos. Podemos pasarlos por alto y no verlos siendo
cegados por nuestra alta estima propia. Podemos mentir y
tratar de mantenerlos escondidos. O, podemos tratar de
minimizarlos y blanquearlos para que nos se vean como
pecados sino como fallas o errores. Pero, a la luz del
poder del Espíritu Santo que está en nosotros tenemos
esperanza de un crecimiento gradual y consistente.
Cualquiera de estas dos mentalidades puede llevarnos a
un descuido de los medios que Dios nos ha dado para
nuestro crecimiento. Si cedemos la victoria, podemos
desmayarnos y pensar que realmente no ayudan y nos
frustramos en el uso de los medios. O, si pensamos que
hemos llegado, podemos pensar que ya no son necesarios
porque hemos alcanzado un nivel por encima de una
dependencia de estas cosas “de niño”.
Debido al poder del Espíritu Santo y las promesas de
Dios, podemos tener la esperanza de que este proceso de
santificación será uno de crecimiento. Es decir, tiene una
trayectoria hacia arriba, hacia mayores niveles de santidad
y conformidad a Cristo. Pero, este proceso de avance es
continuo. Es decir, seguimos en este proceso todo el
tiempo que estamos en esta vida, mientras esperamos su
culminación y clímax en la obra de la glorificación que
viene con el gran día de la redención final de los hijos de
Dios (Rom 8:18-30). En segundo lugar, es un proceso
difícil. Aunque el poder del Espíritu Santo está en
nosotros asegurando este crecimiento y avance, no lo hace
fácil. Debido a los ataques del enemigo, el poder sutil y
engañador del pecado, y el odio del enemigo de la
santidad, requiere intencionalidad, trabajo, esfuerzo, y
tiempo. Es un proceso, pero un proceso de guerra y lucha
contra una fuerza grande, aunque no tan grande como él
que está en nosotros (1 Jn 4:4). En tercer lugar, este
proceso es también cumulativo. Es decir, para todo
cristiano hay ciertas temporadas difíciles de mayor
tentación y una lucha más intensa en que incluso puede
caerse, desviarse, o incluso parcialmente apartarse. Pero,
si consideramos el total cumulativo de su vida, es un
proceso de avance y crecimiento. A veces es como dar
dos pasos adelante y uno atrás, pero es uno de crecimiento
cuando lo consideramos en su totalidad.
Podemos ilustrar esto por el ejemplo de Marcos. En
Hechos, vemos que el joven Marcos estaba interesado en
servir al Señor y acompañar a Pablo y Bernabé en sus
obras misioneras, pero por algunas razones se apartó de
ellos y abandonó la obra (Hch 13:13). Y, luego quería
volver a estar con ellos pero Pablo tenía sus sospechas y
llevó a un desacuerdo y separación entre él y Bernabé
(Hch 15:36-41). Entonces, Marcos tomó algunos pasos
adelante en su vida por unirse a Pablo y Bernabé, pero de
allí se retrocedió, y después de un tiempo volvió a tomar
esos pasos adelante. Y, al final, vemos que su vida sí era
una de crecimiento cumulativo cuando tanto Pablo (Col
4:10; 2 Tim 4:11) como Pedro (1 Ped 5:13) lo consideran
importante como un compañero, un coprisionero, y
colaborador en el ministerio.
Conociendo la realidad de este proceso como
continuo, difícil y cumulativo, ¿cuáles son esos medios o
herramientas que el Espíritu Santo nos ha dado para
ayudarnos en este proceso? Estas herramientas nos
ayudan a crecer porque nos exponen a la gracia,
comunión y verdad de Dios y nos dan la oportunidad para
ejercitar nuestra fe y santidad. Además, el ocuparse
consistentemente de estas herramientas ayuda para que el
proceso sea más estable, sin tanta vacilación y desvíos
temporales, y quizás pueden ayudar que sea un
crecimiento más inclinado, y así quizás nos pueden llevar
a niveles de santidad que quizás no pensábamos posible
alcanzar.

La oración
El primer medio que podemos considerar es la
oración. La oración no es meramente expresar algunas
necesidades delante de Dios para un bien físico o
temporal, sino la oración es una manera de tener
comunión con Dios. Dios presta su oído para escuchar las
peticiones de su pueblo. En medio de la oración, Dios se
acerca a su pueblo. Y, en la oración, el cristiano tiene la
oportunidad de expresar sus luchas, exponer su corazón
delante de Dios, y enlistar su ayuda para la lucha. La
oración es una manera de enlistar a Dios a acompañarnos
en la lucha y dotarnos de su poder para mantenernos firme
en la lucha contra las tentaciones. Además, la oración es
una oportunidad para fijar nuestros ojos en Dios, su
naturaleza y promesas, y en Cristo en su obra y carácter, y
al ver estas cosas y orarlas u orar con fe en ellas, podemos
ser fortalecidos para la lucha que está por adelante.
Por ejemplo, si tengo una lucha con alguien más y
estamos en un conflicto y estoy tentado a responder en
una manera pecaminosa de frustración, impaciencia,
enojo, etc. La oración es una oportunidad para pedir la
ayuda de Dios. Podemos pedir que nos guíe por su verdad
y Espíritu para poder manejar la situación bien. Y,
podemos expresar nuestra dependencia en él y pedir su
poder y auxilio en medio del conflicto para protegernos y
ayudarnos a ver lo que está en nuestro corazón. Y, al orar
por nuestros enemigos, Dios puede usar este tiempo de
oración para fortalecer nuestra compasión y amor para
con esta persona que pueden ser una herramienta clave
para ver el pecado del otro con gracia y compasión y
humildad y de allí buscar una verdadera manera de
ayudarle a la persona en vez de agregar al problema por
nuestros propios pecados.
La oración es la gran preparación para la obediencia.
La oración pide oportunidades para servir y una
disposición para ver necesidades y suplirlas. La oración
pide ayuda divina para poder comunicar la palabra o
servir en una manera apropiada, conforme a la imagen de
Cristo. Y, la oración pide la bendición sobre nuestro
servicio, que él haga abundar nuestro sacrificio para
producir mucho fruto para su gloria y la edificación de su
pueblo. La oración reconoce nuestras debilidades, pero
confía en Cristo para perdón, fortaleza, y su santificación
de nuestras obras para que sean aceptables delante de él.
La oración es llama que usamos para encender el fuego en
el cual hacemos nuestros sacrificios. Como dijo Richard
Baxter,
Sobre todo, dedícate a la oración y a la meditación
secretas. De allí debes sacar el fuego celestial que debe
encender tus sacrificios: recuerda que no puedes
declinar y descuidar tu deber, sólo para tu propio daño;
muchos serán perdedores por ello así como tú. Por lo
tanto, por el bien de tu pueblo, mira a tu corazón. 16

16
Baxter, Reformed Pastor, 62.
Vemos la utilidad de la oración en la santificación
cuando Pablo acompañaba su enseñanza e instrucciones
con oración. Frecuentemente oraba a Dios para que la
iglesia sea santificada.
Por esta causa, pues, doblo mis rodillas ante el Padre
de nuestro Señor Jesucristo, 15 de quien recibe nombre
toda familia en el cielo y en la tierra, 16 que os
conceda, conforme a las riquezas de su gloria, ser
fortalecidos con poder por su Espíritu en el hombre
interior; 17 de manera que Cristo more por la fe en
vuestros corazones; y que arraigados y cimentados en
amor, 18 seáis capaces de comprender con todos los
santos cuál es la anchura, la longitud, la altura y la
profundidad, 19 y de conocer el amor de Cristo que
sobrepasa el conocimiento, para que seáis llenos hasta
la medida de toda la plenitud de Dios. (Ef 3:14-19)
Y esto pido en oración: que vuestro amor abunde aún
más y más en conocimiento verdadero y en todo
discernimiento, 10 a fin de que escojáis lo mejor, para
que seáis puros e irreprensibles para el día de Cristo;
11 llenos del fruto de justicia que es por medio de
Jesucristo, para la gloria y alabanza de Dios. (Fil 1:9-
11)
Por esta razón, también nosotros, desde el día que lo
supimos, no hemos cesado de orar por vosotros y de
rogar que seáis llenos del conocimiento de su voluntad
en toda sabiduría y comprensión espiritual, 10 para que
andéis como es digno del Señor, agradándole en todo,
dando fruto en toda buena obra y creciendo en el
conocimiento de Dios; 11 fortalecidos con todo poder
según la potencia de su gloria, para obtener toda
perseverancia y paciencia, con gozo12 dando gracias al
Padre que nos ha capacitado para compartir la herencia
de los santos en luz. (Col 1:9-12)
y que el Señor os haga crecer y abundar en amor unos
para con otros, y para con todos, como también
nosotros lo hacemos para con vosotros; 13 a fin de que
Él afirme vuestros corazones irreprensibles en santidad
delante de nuestro Dios y Padre, en la venida de
nuestro Señor Jesús con todos sus santos. (1 Tes 3:12-
13)
Y que el mismo Dios de paz os santifique por
completo; y que todo vuestro ser, espíritu, alma y
cuerpo, sea preservado irreprensible para la venida de
nuestro Señor Jesucristo. 24 Fiel es el que os llama, el
cual también lo hará. (1 Tes 5:23-24)
Además, la oración por la santificación es apropiada
porque es la voluntad de Dios. La voluntad de Dios es que
seamos santificados (1 Tes 4:3), y cuando pedimos así
estamos pidiendo conforme a la voluntad de Dios, y
cuando pedimos conforme a la voluntad de Dios, sabemos
que tenemos lo que le pedimos (1 Jn 5:14).
Pero, no es meramente el ejemplo de Pablo pedir por
la santificación con la fe de que Dios era capaz de cumplir
su petición (cf. 1 Tes 5:23-24), sino también la oración es
una manifestación de la vida del Espíritu en nosotros. El
Espíritu nos ayuda en nuestra vida de oración. Somos
llamados a orar “en el Espíritu” (Ef 6:18, Jd 20). Y, el
Espíritu Santo nos acompaña en la oración y hace
nuestras oraciones aceptables delante de Dios.
Finalmente, debido a que el proceso de santificación
es ese proceso de crecer en conformidad a Cristo, vemos
que no solamente podemos pedir por la santificación y
saber que Dios nos oye, sino también cuando oramos
estamos siendo como Cristo. Cristo nos dejó un ejemplo
de muchas cosas: amor, obediencia, humildad, fe,
sufrimiento, servicio, etc. pero dentro de su ejemplo es
también una vida de oración (Mat 14:23; Mc 6:46; Lc
6:12, 9:28, 11:1; Heb 5:7). Incluso, Cristo enseñaba a sus
discípulos a orar sin cesar y sin desmayarse (Lc 18:1). Por
lo tanto, una vida de oración es una parte de conformidad
a la imagen de Cristo, y es parte de seguirle y obedecer
todo lo que nos ha mandado (Mat 28:20).

La lectura y meditación
Otra herramienta gloriosa que Dios nos ha dado es la
Palabra de Dios. Debemos hacer a la Biblia nuestra
compañera en toda la vida. La Palabra de Dios es donde
Dios ha revelado su voluntad para nuestras vidas, las
glorias de nuestro Dios en su naturaleza y sus obras y nos
expone lo profundo de nuestra identidad ahora en Cristo.
Además, el Espíritu obra a través de la palabra para dar
testimonio a nuestras almas de la verdad de quienes
somos en Cristo y también usa la palabra para exponer las
partes escondidas de nuestra alma y para guiarnos en el
camino correcto.
El pastor especialmente debe ser “nutrido con las
palabras de la fe y de la buena doctrina que has seguido”
(1 Tim 4:6). Como ningún hombre vive por pan solo, sino
por la palabra que viene de la boca de Dios, así también el
cristiano y el pastor en una manera ejemplar tiene a la
palabra de Dios como la nutrición básica de su dieta
espiritual. Aunque momentos especiales de gracia, como
en conferencias, campamentos, o momentos de
reavivamiento son una gran bendición, estos postres
especiales no pueden comparar en su beneficio con una
dieta balanceada de la palabra de Dios. Si un hombre
come dulces y cosas poco saludables todos los días, y solo
de vez en cuando come una ensalada gigante, no va a ser
saludable. Nada puede compararse con una buena dieta
balanceada, y en una manera parecida nada puede
comparar con el beneficio a nuestras almas con una
dedicación regular a la lectura y meditación en la Palabra
de Dios.
La meditación es una parte esencial de la lectura
bíblica; es lo que exprime el jugo de sus frutos y digiere
todas sus nutrientes para que sean provechosas para
nuestra alma. La meditación consiste en pensar
profundamente en las palabras y frases, comparar con
otros pasajes parecidos o conectados, conectar con el
contexto del libro y de la meta-narrativa de toda la Biblia,
y lleva a un análisis de las respuestas emocionales y
prácticas apropiadas a la verdad de lo que es afirmado o el
ejemplo contado. Otra parte de la meditación es que sirve
a la memorización del texto para que esté en nuestras
mentes durante el día fuera de nuestro tiempo dedicado
propiamente a la lectura bíblica.
La palabra de Dios es útil como una herramienta en
nuestra santificación porque es un instrumento usado por
el Espíritu Santo: para exponer el pecado, guiarnos en la
verdad y la justicia, y así nos puede proteger de los
ataques del enemigo.

Expone el Pecado
En primer lugar, la palabra de Dios es el instrumento
que el Espíritu usa para exponer el pecado. La luz es
necesaria para que la oscuridad de nuestros corazones sea
expuesta. Y, cuando es expuesta, se puede alumbrar,
limpiar, o mortificar. Esta misma realidad es una de las
cosas que vemos en el propósito con el cual Dios dio la
ley—exponer el pecado (Rom 3:20; 5:20; 7:7). Por
ejemplo, vemos esta realidad en algunos pasajes:
Por lo cual, desechando toda inmundicia y todo resto
de malicia, recibid con humildad la palabra implantada,
que es poderosa para salvar vuestras almas. 22 Sed
hacedores de la palabra y no solamente oidores que se
engañan a sí mismos. 23 Porque si alguno es oidor de
la palabra, y no hacedor, es semejante a un hombre que
mira su rostro natural en un espejo; 24 pues después de
mirarse a sí mismo e irse, inmediatamente se olvida de
qué clase de persona es. 25 Pero el que mira
atentamente a la ley perfecta, la ley de la libertad, y
permanece en ella, no habiéndose vuelto un oidor
olvidadizo sino un hacedor eficaz, este será
bienaventurado en lo que hace. (Sant 1:21-25)
En este pasaje, vemos el poder de la palabra para
salvar y santificar nuestras almas afirmado. Además,
vemos que la palabra de Dios, especialmente la ley, es el
espejo de nuestras almas y cuando leemos la palabra
vemos nuestras almas expuestas por lo que son. La ley
expone el camino de justicia revelado por Dios, y cuando
la leemos y meditamos vemos nuestros pecados expuestos
y somos guiados en la justicia para que seamos
transformados a la imagen que vemos en la Palabra.
Además, a la luz de esta realidad, vemos que nuestra
lectura y meditación deben hacerse con humildad, una
sumisión humilde al poder y guía del Espíritu Santo en la
Palabra para mostrarnos los pecados y guiarnos en su
mortificación. Es el orgullo que se acerca a la palabra sin
sentir su necesidad de seguir siendo transformado, y por
eso la palabra solo le llena la mente pero no cambia su
vida. Pero, la persona que viene humildemente a la
palabra o lee honestamente, ve sus pecados y su
dependencia de la gracia de Dios, pero también recibe el
poder divino para que su mente y vida sean cambiadas
conforme a la voluntad de Dios.
Otro pasaje que afirma esta verdad es:
Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más
cortante que cualquier espada de dos filos; penetra
hasta la división del alma y del espíritu, de las
coyunturas y los tuétanos, y es poderosa para discernir
los pensamientos y las intenciones del corazón. 13 Y
no hay cosa creada oculta a su vista, sino que todas las
cosas están al descubierto y desnudas ante los ojos de
aquel a quien tenemos que dar cuenta. (Heb 4:12-13)
Aquí, otra vez, vemos el poder de la palabra de Dios para
exponer lo profundo de nuestro ser. La palabra de Dios
nos expone los pensamientos e intenciones, no meramente
las acciones externas, porque es el poder de Dios de quien
nada es oculto. La palabra de Dios es la linterna del
Espíritu Santo para exponer nuestros pecados y nuestras
intenciones para que podamos ver el pecado y ser llevado
a actuar con una limpia conciencia delante de Dios. Este
texto se encuentra justo después de una exposición de
Salmo 95 sobre el hecho de que queda un reposo para el
pueblo de Dios. Y, el autor de hebreos llama a sus
lectores a tener cuidado de entrar este reposo y no seguir
el ejemplo de desobediencia de los israelitas que no
pudieron entrar. Pero, la herramienta que nos da para ser
nuestra guía en entrar este reposo y asegurarnos de esa
entrada es la palabra de Dios. Y, también da otra verdad
que nos puede dar aliento en este tiempo de espera para el
reposo de Dios—el sumo sacerdocio compasivo y eterno
de Cristo (Heb 4:14-16).
Aunque no somos bajo la ley, la ley sigue guiándonos
en la voluntad de Dios para nuestras vidas. Y, al ser así,
nos ayuda a ver esos lugares de falencia y pecado que
necesitan seguir transformándose conforme a la imagen
de Cristo.

Nos Guía en la Verdad y la Justicia


Otra manera en que la Palabra de Dios contribuye a
nuestra salvación es que nos revela la verdad. Esta verdad
no es meramente un sistema de proposiciones, sino es una
verdad proposicional y una manera de vivir conforme a
esa verdad. La verdad que la Biblia revela no solamente
se cree, sino también se vive.
La palabra de Dios es la gran fuente del conocimiento
de Dios y de sus promesas que nos da “todo cuanto
concierna a la vida y la piedad” (2 Ped 1:3-8). Es la
palabra de Dios que nos informa de las grandes promesas
y verdades de Dios y quienes somos en Cristo que deben
llenar nuestra santidad (cf. 2 Cor 7:1). Nos revela la
naturaleza de nuestra salvación en Cristo y cómo incluye
tanto la redención y perdón de los pecados como la
purificación de un pueblo santo (Ef 2:8-10; Tit 2:11-14).
La Biblia nos revela la naturaleza de nuestro gran Dios
quien es santo y por lo tanto nos llama a sus hijos a ser
santos. La Biblia nos revela la voluntad de nuestro Dios, y
nos guía en el cumplimiento de ella. Esta verdad es bien
resumida en 2 Tim 3: “Toda Escritura es inspirada por
Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir,
para instruir en justicia, 17 a fin de que el hombre de Dios
sea perfecto, equipado para toda buena obra” (2 Tim 3:16-
17). En este pasaje, vemos como la Biblia es útil tanto
para el conocimiento de la verdad, como para la vida de
santificación. Aquí también vemos que es útil para los dos
lados de la santificación, el corregir el pecado
(mortificación) y la instrucción positiva en la justicia
(vivificación). La palabra es también la gran verdad que
Cristo pidió que fuera el instrumento que el Padre usara
para la santificación de su pueblo para su utilidad en la
misión que Cristo les daba (Jn 17:17-19).
Cristo, el gran novio y la cabeza de la Iglesia, ama
tanto a la iglesia que después de haberla comprado con su
sangre, sigue lavándola con el agua de la palabra y
seguirá haciéndolo hasta el día de su glorificación:
Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo
amó a la iglesia y se dio a sí mismo por ella, 26 para
santificarla, habiéndola purificado por el lavamiento
del agua con la palabra, 27 a fin de presentársela a sí
mismo, una iglesia en toda su gloria, sin que tenga
mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera
santa e inmaculada. (Ef 5:25-27)
Como un niño recién nacido necesita de la leche para
su desarrollo y crecimiento, también un creyente que es el
hijo de Dios nacido de nuevo por la palabra de Dios (1
Ped 1:21-25; cf. Sant 1:18, 21) también necesita de la
palabra de Dios para que crezca. Es la palabra de Dios
que Dios usa en nuestra regeneración, y también la usa en
nuestra santificación. Es la palabra de Dios que nos guía
en quitarnos el pecado y ponernos el carácter de nuestro
Padre: “Por tanto, desechando toda malicia y todo engaño,
e hipocresías, envidias y toda difamación, 2 desead como
niños recién nacidos, la leche pura de la palabra, para que
por ella crezcáis para salvación, 3 si es que habéis
probado la benignidad del Señor” (1 Ped 2:1-3).
La Palabra de Dios debe habitar en nuestros corazones
en abundancia. Esto es un llamado a la lectura y
meditación en la palabra, y en una manera diligente,
dedicada, y esforzada. Y, al hacerlo, nos guía en una vida
de sabiduría y poder hacer todo en el nombre de Cristo y
con un espíritu de gratitud y para el bien de los hermanos:
Que la palabra de Cristo habite en abundancia en
vosotros, con toda sabiduría enseñándoos y
amonestándoos unos a otros con salmos, himnos y
canciones espirituales, cantando a Dios con acción de
gracias en vuestros corazones. 17 Y todo lo que hacéis,
de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del
Señor Jesús, dando gracias por medio de Él a Dios el
Padre. (Col 3:16-17)
La Biblia tiene un gran poder debido a su fuente
divina y ser el instrumento del Espíritu en su obra actual
para producir el fruto de cambio y transformación en las
vidas de sus estudiantes: “La ley del Señor es perfecta,
que restaura el alma; el testimonio del Señor es seguro,
que hace sabio al sencillo. 8 Los preceptos del Señor son
rectos, que alegran el corazón; el mandamiento del Señor
es puro, que alumbra los ojos” (Sal 19:7-8). Y, la palabra
de Dios no es solamente la linterna que el Espíritu usa
para exponer el pecado en nosotros, sino es también su
linterna para alumbrar el camino recto y justo delante de
nosotros: “Lámpara es a mis pies tu palabra, y luz para mi
camino” (Sal 119:105).

Nos Protege del Enemigo


Finalmente, el poder del Espíritu Santo en la palabra
produce la exposición del pecado, la instrucción en la
verdad y la justicia, y también tiene un poder preservante.
Es decir, el Espíritu Santo no solamente usa la palabra
para exponer el pecado y guiar en justicia, sino también la
palabra de Dios es como la sal para preservar nuestras
almas de las infecciones y contaminación del error y de
las tentaciones. El hombre verdaderamente sabio se
caracteriza de esta manera: “¡Cuán bienaventurado es el
hombre que no anda en el consejo de los impíos, ni se
detiene en el camino de los pecadores, ni se sienta en la
silla de los escarnecedores, 2 sino que en la ley del Señor
está su deleite, y en su ley medita de día y de noche!” (Sal
1:1-2). Es una persona quien se aleja de las influencias del
pecado, pero está continuamente llenando su mente de la
verdad de las Escrituras para seguir manteniéndose lejos
de las tentaciones de los pecadores. No busca su
identidad, su vida, su ganancia y tesoro, su consejo de los
pecadores, porque ya los ha encontrado en la verdad de
Dios en las Escrituras.
En esta manera, la Palabra es “la espada del Espíritu”:
“Tomad también el yelmo de la salvación, y la espada del
Espíritu que es la palabra de Dios” (Ef 6:17). Es una parte
esencial de la armadura de Dios que nos defiende de los
ataques del enemigo, y nos da las armas para poder
ofrecer un contraataque ofensivo a sus artimañas. No
solamente nos alimenta la fe y esperanza para poder
soportar sus ataques, sino nos da el arma para pelear.
Como el salmista reconoció también: “¿Cómo puede el
joven guardar puro su camino? Guardando tu palabra”
(Sal 119:9); “En mi corazón he atesorado tu palabra, para
no pecar contra ti” (Sal 119:11). Esto es también
conforme al ejemplo de nuestro Señor. Cuando él fue
tentado, también batalló con el enemigo en base de la
verdad de la palabra de Dios. Cristo apelaba a la verdad y
la instrucción en justicia de la palabra de Dios como su
arma contra los ataques mentirosos del enemigo.
El poder de la palabra de Dios es capaz de preservar a
la iglesia. Debido a la venida de lobos en la iglesia, Pablo
dice, “Ahora os encomiendo a Dios y a la palabra de su
gracia, que es poderosa para edificaros y daros la herencia
entre todos los santificados” (Hch 20:32). Pablo sabía que
los lobos iban a venir, y por esto era esencial que los
pastores se dedicaran a la palabra de Dios. Además, esto
es lo mismo que dice a Timoteo en 2 Timoteo 3-4. Debido
a la venida de falsos maestros, para proteger a sí mismo,
el pastor debe persistir y dedicarse a la palabra de Dios, y
para proteger a su pueblo debe predicar esa palabra
fielmente y con denuedo.
En un sentido, la palabra de Dios es una de las
maneras en que Dios actúa para con nosotros como padre.
Un padre terrenal instruye y enseña a sus hijos en las
cosas de Dios y en la justicia, expone el pecado y muestra
sus consecuencias dañinas, y cuida y preserva, en un
sentido nuestro Padre celestial hace todas estas cosas a
nosotros a través de su Espíritu obrando en la Palabra. Un
creyente sin la palabra es como un hijo que se ha ido de la
casa, lejos de la instrucción y protección de su padre.
Pero, viviendo bajo y en la palabra, tenemos la guía de su
instrucción, corrección y protección. La Biblia tiene este
poder no por ser la palabra vieja y muerta de Dios a
generaciones pasada, sino porque a través de su Espíritu
Santo sigue hablándonos a través de las mismas palabras
de las Escrituras, haciéndolas vivas y eficaces para
nuestras almas el día de hoy.

Los medios de gracia ordinarios


En tercer lugar, el Señor nos ha bendito con una
variedad de medios ordinarios a través de los cuales nos
ayuda en nuestra santificación. La fe normalmente viene a
través de la predicación de la palabra (1 Cor 1:21; Rom
10:14-17), pero esa fe es edificada y fortalecida a través
de todos los medios de gracia: la palabra leída y predicada
públicamente, el canto y oración congregacionales, y las
ordenanzas del bautismo y la Cena del Señor. Como dice
nuestra confesión de fe:
La gracia de la fe, por medio de la cual los elegidos son
capacitados para creer para la salvación de sus almas,
es la obra del Espíritu de Cristo en sus corazones; 1 es
obrada ordinariamente a través del ministerio de la
Palabra;2 por medio de la cual también —y por la
administración del bautismo, y la Cena del Señor, la
oración y otros medios establecidos por Dios— es
aumentada y fortalecida.3 (1689.14.1)
Estos son medios poderosos para nuestra santificación
porque nos exponen al poder del Espíritu en la Palabra.
Estos medios no tienen poder ex opere operato, sino a
través de la verdad que presentan—en una forma leída,
predicada, cantada, orada, o simbolizada—y acompañada
por la fe en esa verdad. Estos medios nos comunican la
gracia divina para nuestra salvación, santificación y
consuelo para lleguemos hasta el final. Además, son
medios poderosos porque Dios ha prometido encontrarse
con nosotros en estos medios. Cuando nos reunimos con
la iglesia para la adoración, la predicación o la Cena,
Cristo mismo se encuentra con su pueblo para darles la
bendición que fluye de su presencia espiritual. Por lo
tanto, debemos exponernos frecuentemente, y
especialmente cada Día del Señor, a los medios de gracia
ordinarios. Son esos verdes pastos donde Dios apacienta a
sus ovejas para su nutrición, crecimiento, unidad, y
protección.

La comunión con los hermanos


En cuarto lugar, otra herramienta esencial que Dios
nos ha dado para cultivar nuestra piedad es la comunidad
de los santos y la vida en comunión con ellos. Esta
herramienta nos sirve de dos maneras. En primer lugar,
nos da el contexto donde nuestra piedad puede
desarrollarse y ejercitarse. En segundo lugar, nos da la
bendición de la ayuda y guía de las experiencias, luz
espiritual, y dones de los otros hermanos para contribuir a
nuestra santificación.
El Contexto para la Piedad
La comunión con otros hombres, especialmente los
creyentes, nos provee el contexto donde podemos
desarrollar y ejercitar nuestra piedad. Es como el campo
de entrenamiento donde podemos ejercitar nuestra
humildad, sabiduría, paciencia, fe, amor, justicia, y
dominio propio. Aquí digo la comunión con los hombres
en una manera más general, porque en este primer aspecto
incluso la vida con los incrédulos puede ayudarnos. El
primer aspecto tiene que ver con la realidad de que todos
las virtudes y gracias del Espíritu Santo requieren un
contexto social. La oración y lectura de la Biblia son
herramientas más privadas que nos ayudan en nuestro
crecimiento, pero no nos hace mucho bien si aprendemos
de la Biblia sobre la importancia de amar a nuestro
prójimo y mostrar humildad por dar preferencia a otros si
vivimos en asolamiento. En la vida en comunidad, tengo
la oportunidad de poner en práctica y desarrollar estas
virtudes. En contraste con la mentalidad monástica,
ninguna de las virtudes de la vida cristiana puede
manifestarse en toda su plenitud sin una vida en
comunión con otros. Incluso cosas más directamente
tocantes a nuestra relación personal con Dios, como el
temor o la fe, se manifiestan más claramente en nuestro
trato para con los hombres, los de afuera y los de adentro.
La vida con otras personas es donde la piedad en
verdad se desarrolla, manifiesta y ejercita. La piedad no
es algo externo simplemente cuando otros están mirando,
especialmente en cuanto a nuestro temor de Dios,
dominio propio, fe, y humildad delante de Dios. Pero,
para en verdad mostrar todo lo que significa la humildad,
el amor, la paciencia, la convicción, la mansedumbre,
necesitamos vivir con otras personas. Sin otras personas,
no puedo mostrar el verdadero amor de Cristo, ni la
humildad, ni la paciencia. Sin otras personas, no puedo
perdonar como Cristo me ha amado. Sin otras personas,
no puedo guardar la unidad. Sin otros, no puedo mostrar
la hospitalidad. Sin otros, no puedo hacer lo bueno y
honrado a todos. Sin otros, no puedo completamente
obedecer a Dios en todo lo que me ha mandado a hacer.
Cada vez que salgo de mi casa para ir al mercado, el
culto, la casa de un hermano, o un edificio público, tengo
la oportunidad de ejercitar mi piedad y ponerla por
práctica. Y, si vivo con otras personas, como una esposa o
hijos, esta oportunidad empieza desde la hora en que me
despierto. Sin pensar de la piedad como algo solo para ser
vista por los hombres, esto no debe llevarnos a pensar que
la piedad propia delante de Dios no sea algo para el bien
de los hombres. Dios obra en nosotros para su gloria, pero
también para la edificación de su cuerpo y la bendición de
nuestro prójimo. Al tener comunión con otras personas,
quizás puedo ver más claramente las maneras en que
necesito seguir creciendo. Al perder mi paciencia con mis
hijos, faltar la humildad en una conversación con un
compañero del trabajo, o el amor para con una persona
necesitada tengo la oportunidad de ver mi continua
necesidad del perdón de Cristo y de su obra continua en
mi alma. Y, al hacerlo, puedo regresar a la oración y la
meditación en la palabra para que me alimente y
transforme. Además, la comunión con otros hombres, me
da oportunidades sin número o fin de poder modelar el
carácter de Cristo. Tengo la oportunidad de predicar el
evangelio en palabra y hecho.

La Edificación de Nuestra Piedad


Cuando pienso de que Dios me ha bendito a mí con
cierta luz espiritual en mi entendimiento de la verdad de
Dios, ciertas experiencias que Dios ha usado en mi vida
espiritual, y algunos dones espirituales debo reconocer
que todo esto es tanto para mi propia alma y vida delante
de Dios, como para la edificación de otros. Y, cuando lo
pienso, puedo reconocer la segunda parte de esta
bendición: Dios también ha dado lo mismo a los otros
creyentes para poder servir a mi edificación. Esta
bendición se encuentra más exclusivamente en la
comunidad de los creyentes. Aunque puedo aprender
mucho de los incrédulos: de la naturaleza y las
consecuencias del pecado, la necesidad del evangelio
tanto para mí como para ellos, e incluso algunas cosas que
son común a los hombres por la gracia común de Dios,
pero realmente para disfrutar de la plenitud de esta
bendición necesito vivir en la comunión con los otros
hermanos.
En la comunidad de los santos, tenemos la
oportunidad de recibir la bendición espiritual del buen
funcionamiento de los otros miembros del cuerpo. Cada
don es dado para la edificación del cuerpo, y al vivir en
comunión con los hermanos podemos ser fortalecidos y
edificados por los dones de otros.
Es posible que mis hermanos han tenido experiencias
diferentes que me pueden ayudar. Al conocer estas
experiencias, yo puedo aprender más la sabiduría de
entender la diversidad de la experiencia humana para
examinar mi propia vida y quizás poder amar a alguien
más que esté pasando por situaciones fuera de mi propia
experiencia. Además, Dios usa todas las experiencias para
bien y nos consuela en medio de todas ellas, y ese
consuelo y bien viene para el bien de otros. Por lo tanto,
las experiencias que Dios ha usado para enseñarles ciertos
principios, la severidad de ciertos pecados, o la gloria de
ciertas promesas, pueden ayudarme a mí a aprender estas
mismas lecciones de ellos sin tener que pasar por las
mismas experiencias que ellos.
Además, cada creyente tiene una experiencia diferente
con la lucha del pecado. Cada creyente lucha el pecado,
pero cada creyente quizás tiene luchas particulares que yo
tenga. Pero, al aprender de su lucha, puedo aprender como
mirar por las raíces de estos pecados en mi propia alma y
quizás ellos me pueden ayudar a ver ese pecado en mí que
quizás no haya visto hasta el momento.
Además, cada creyente tiene una luz diferente. Dios
nos enseña a todos, pero no tiene un programa sistemático
a través del cual lleva a todos sus discípulos. Dios no
empieza por la teología propia, y de allí la antropología, y
de allí la soteriología, sino que viene en momentos
diferentes dependiendo de las necesidades y experiencias
de cada persona. Si fuera así, cada creyente ya habría
pasado por todas las mismas lecciones y lo más que uno
avanza más que conozca. Y, el conocimiento sería
simplemente una medida de cuánto tiempo uno ha llevado
en la vida cristiana. Pero, no es así. El conocimiento viene
de la iluminación que viene en momentos diferentes y en
grados diferentes en cada persona. Por lo tanto, aunque
tenga muchos años en la vida cristiana, un nuevo cristiano
puede tener más luz sobre cierta verdad o cierto pasaje de
la Biblia que yo debido a la iluminación del Espíritu
Santo. Y, ejercitando mi humildad, puedo aprender de
este nuevo creyente también sabiendo que todos somos
dependientes de la obra de gracia de la iluminación del
Espíritu. Dios lo ha diseñado que todos dependamos los
unos de los otros, incluso los mayores de los más
pequeños.
Finalmente, cada creyente tiene un don diferente. En
primer lugar, vemos que el Espíritu obra en cada miembro
del cuerpo de Cristo “para el bien común” (1 Cor 12:7).
Es decir, yo tengo un don para el bien común, y también
mis hermanos tienen dones que pueden servir para mi
bien. También, Pablo mandó a la iglesia, “Que todo se
haga para edificación” (1 Cor 14:26b). Esto es una
realidad que debe guiarme a mí en mi ejercicio de mis
dones, pero también está guiando a mis hermanos. Por lo
tanto, mientras Dios obra esto en su pueblo, yo soy el
beneficiario de esa obra de edificación que cada miembro
esté contribuyendo. La vida en el cuerpo de Cristo es una
de dependencia de Cristo, pero también de dependencia
mutua. Cada don es necesario y depende de todos los
demás.
Efesios 4 desarrolla esta idea en una manera muy
gloriosa:
a fin de capacitar a los santos para la obra del
ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo;
13 hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del
conocimiento pleno del Hijo de Dios, a la condición de
un hombre maduro, a la medida de la estatura de la
plenitud de Cristo; 14 para que ya no seamos niños,
sacudidos por las olas y llevados de aquí para allá por
todo viento de doctrina, por la astucia de los hombres,
por las artimañas engañosas del error; 15 sino que
hablando la verdad en amor, crezcamos en todos los
aspectos en aquel que es la cabeza, es decir, Cristo,
16 de quien todo el cuerpo (estando bien ajustado y
unido por la cohesión que las coyunturas proveen),
conforme al funcionamiento adecuado de cada
miembro, produce el crecimiento del cuerpo para su
propia edificación en amor. (Ef 4:12-16)
En este pasaje, vemos que los pastores sí tienen un rol
especial en guiar y unir a todos los otros miembros, pero
la obra de la edificación viene del conjunto y el buen
funcionamiento de cada miembro, no solamente los
pastores. Cada miembro debe crecer en su contribución a
la edificación del cuerpo. Cada miembro debe buscar
crecer en verdad y enseñar esa verdad a otros. Cada
miembro debe buscar preservar la unidad. Cada miembro
debe tener la meta de ver que todos lleguen a “la medida
de la estatura de la plenitud de Cristo”. Y, al crecer de
esta manera, la obra de los otros miembros va a ayudarme
a mí a crecer en conformidad a Cristo y en mi protección
del error y pecado. El hablar la verdad en amor es algo
que yo tengo que hacer, pero es algo que también necesito
recibir de mis hermanos. Es el buen funcionamiento de
cada miembro que produce el crecimiento del cuerpo para
su propia edificación en amor. La santificación si es una
obra personal de Dios en nuestras almas, pero la
santificación es también una obra comunitaria en que
Dios a través del Espíritu obra en cada miembro para que
todos crezcan juntos.
Judas también reconoce esta verdad: “Pero vosotros,
amados, edificándoos en vuestra santísima fe, orando en
el Espíritu Santo” (Jd 20). El plan que Judas da para que
la iglesia contiende por la fe y se preserve de los falsos
maestros y el pecado empieza por aquí, que todos se
edifiquen en la santísima fe. Todos los miembros tienen
esta responsabilidad, y todos los miembros también
necesitan esta bendición.
Como pastores, es fácil pensarse fuera del alcance de
esta bendición. Es fácil separar demasiado el pastorado de
los cristianos laicos. En cada reunión estamos buscando
dar algo, especialmente si predicamos, y a veces
pensamos que el cristiano común y corriente no tiene
mucho o no tiene nada para darme a mí. Pensamos que
todos están allí para recibir de mi, y no para darse
mutuamente. Los pastores sí son más maduros y sí tienen
una responsabilidad elevada de dar y contribuir a esta
edificación (Ef 4:11-12), pero cada miembro tiene dones,
experiencias, sabiduría, que le pueden ayudar a todo
miembro, incluyendo al pastor. Cada pastor necesita a
otros pastores, o dentro de su propia congregación o desde
afuera, pero también necesita de los otros miembros de su
propia congregación. Necesita que todos los santos estén
haciendo la obra del ministerio para que todos juntos,
incluyendo al pastor, puedan crecer en conformidad a la
imagen de Cristo para la gloria de Dios.

Los sufrimientos
Finalmente, Dios nos ha dado otra herramienta para el
crecimiento en piedad—los sufrimientos. Aunque muchas
veces pensamos de los sufrimientos como algo pasivo,
algo a través del cual uno tiene que soportar y tratar de
sobrevivir. Y, esto es verdad parcialmente. Pero, en
verdad los sufrimientos son algo también activo en que
Dios ha diseñado que sean un poder activo para modelar
nuestro carácter y conformarnos a la imagen de Cristo.
Por ejemplo, la Biblia afirma claramente que Dios usa las
pruebas y sufrimientos para que crezcamos en nuestra
piedad: “Y no solo esto, sino que también nos gloriamos
en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce
paciencia; 4 y la paciencia, carácter probado; y el carácter
probado, esperanza” (Rom 5:3-4); “Tened por sumo gozo,
hermanos míos, el que os halléis en diversas pruebas,
3 sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia,
4 y que la paciencia ha de tener su perfecto resultado, para
que seáis perfectos y completos, sin que os falte nada”
(Sant 1:2-4). En estos dos pasajes, vemos como los
sufrimientos son algo que Dios usa para producir en
nosotros una fe más refinada, junto con más humildad,
carácter, paciencia y sabiduría. De hecho, Santiago dice
que las pruebas obran en nosotros “para que [seamos]
perfectos y completos, sin que [nos] falte nada”.
Los sufrimientos son un poderoso instrumento de
parte de Dios porque nos proveen otro contexto donde
podemos ejercitar nuestra fe. El sufrimiento nos lleva a
tener que ejercitar nuestra fe, paciencia, humildad, temor
a Dios, y amor. Tanto como la comunión con otros
hombres nos dan un contexto para ejercitar nuestras
virtudes, también las circunstancias difíciles nos dan una
oportunidad parecida. En medio del sufrimiento, podemos
confiar en Dios y sus promesas en una situación
específica. Podemos crecer en nuestro amor por amar a
los demás aunque estemos pasando dificultades. Podemos
aprender la paciencia, perseverancia y humildad. Los
sufrimientos nos recuerdan de nuestra dependencia de
Dios. Además, los sufrimientos nos enseñan la sabiduría.
La sabiduría no viene por poder explicar todo el
sufrimiento y poder decir exactamente lo que Dios está
pensando, sino viene en poder confiar en Dios y
obedecerle en medio de circunstancias que no tengan
sentido. Los sufrimientos nos llevan también a las otras
herramientas. Nos lleva a la oración, a escudriñar la
palabra de Dios para guía, instrucción y consuelo, y
también nos guía a buscar de la sabiduría y amor de otros
creyentes.
Además, el sufrimiento es poderoso porque Dios se
encuentra con nosotros en el sufrimiento. Dios viene a
nosotros en medio de nuestro sufrimiento para darnos
consuelo y esperanza (1 Cor 1:3), y lo hace para que
después podamos ser un instrumento en sus manos para
dar consuelo, amor y esperanza a alguien más. Dios nos
acompaña en los sufrimientos para asegurar que no nos
destruyan, sino para que obren para nuestro bien y
edificación y resultan en un mayor peso de gloria.
Además, el sufrimiento es poderoso porque es donde
el Espíritu Santo obra más eficazmente también. En
Romanos 8, después de hablar de la obra del Espíritu en
mortificar el pecado, vemos que el Espíritu es también
activo en dar testimonio a nuestras almas de ser hijos de
Dios en medio de dificultades. Nos asegura de la venida
de una redención final en medio de esos gemidos de
sufrimiento, e incluso ayuda a nuestras debilidades por
interceder por nosotros cuando nuestro sufrimiento nos
haya abrumado. Es en el sufrimiento donde disfrutamos
del rol del Espíritu Santo como nuestro “Consolador” y el
“sello” de nuestra herencia eterna.
Pero, finalmente, los sufrimientos son poderosos
porque son un contexto en que podemos ser como Cristo.
Cristo nos dejó un ejemplo de buen sufrimiento. Como
Hebreos dice, “aunque era Hijo, aprendió obediencia por
lo que padeció” (Heb 5:8). Incluso en la vida de Cristo, el
sufrimiento para fortalecer y perfeccionar su obediencia.
No es que había algo faltante en la piedad de Cristo, como
es el caso en nosotros, pero el sufrimiento le llevó a una
obediencia y fe probadas. La genuinidad de su obediencia
se manifestó más al ser probada y afligida. Pero, no
solamente esto, sino también cuando nosotros sufrimos,
somos como Cristo:
Porque para este propósito habéis sido llamados, pues
también Cristo sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo
para que sigáis sus pisadas, 22 el cual no cometió
pecado, ni engaño alguno se halló en su boca; 23 y
quien cuando le ultrajaban, no respondía ultrajando;
cuando padecía, no amenazaba, sino que se
encomendaba a aquel que juzga con justicia; 24 y Él
mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre la
cruz, a fin de que muramos al pecado y vivamos a la
justicia, porque por sus heridas fuisteis sanados. (1 Ped
2:21-24)
Cristo nos dejó un ejemplo de sufrir en fe y
obediencia, incluso cuando ese sufrimiento fue por el
pecado e injusticia de los hombres. A veces, debido a la
enemistad que hay contra Cristo aun hoy, los cristianos
sufrirán falsamente, pero así son participes de la imagen
de Cristo y pueden reflejar el amor, humildad, y fe que
Cristo mismo mostró.
Pero, al exponerse a este tipo de sufrimiento, Cristo
también se familiarizó con todos nuestros sufrimientos
por su gran amor y compasión, siendo un ejemplo para
nuestro propio amor, pero también para que en medio de
nuestro sufrimiento nuestra comunión con él pueda ser
fortalecida. Debido a que Cristo conoce nuestras luchas y
sufrimientos, Cristo puede mostrarnos compasión,
interceder por nosotros apropiadamente, y sabe
exactamente como consolarnos (Heb 4:14-16). De esta
manera, al ver la gloria del amor de Cristo en el
sufrimiento, podemos ser fortalecidos por su amor y
también guiados a mostrar ese mismo amor para con
otros.
Aunque duro y no debemos ir buscando el
sufrimiento, Dios ha diseñado que incluso las cosas
terribles como el sufrimiento puedan traernos una
bendición espiritual y eterna. El poder de Dios para
nuestra santificación es tal que incluso el sufrimiento
provee combustible para encender aún más las llamas de
nuestra comunión con Dios y nuestra santidad personal
para el bien de su pueblo y su gloria.

Conclusión
Cuando Cristiano el Peregrino empezó su viaje en el
camino angosto a la Ciudad Celestial y pasó por la casa
del Intérprete, vio una imagen que describe muy bien la
realidad de la vida cristiana. La vida cristiana es una de
poder divino en el Espíritu para que la gracia de Dios y su
obra continue en nosotros. Hay muchas cosas del mundo,
la carne y el enemigo que tratan de destruir esta obra de
gracia, pero hay una realidad profunda, misteriosa y
espiritual detrás en que Cristo y su Espíritu están
constantemente obrando para asegurar que la obra no se
apague y que cada cristiano crezca y llegue al final:
Después de esto, tomando Intérprete de la mano a
Cristiano, lo introdujo en un lugar donde había fuego
encendido junto a la pared y uno que echaba agua sin
cesar con intención de apagarlo; sin embargo, el fuego
ardía cada vez más vivo y con mayor intensidad.
Nuestro hombre, sorprendido de esto, preguntó qué
significaba, y entonces Intérprete le respondió:
—Ese fuego representa la obra de la gracia en el
corazón, y ese a quien ves echando agua es Satanás;
pero su intento es vano. Ven conmigo y comprenderás
por qué el fuego, en lugar de extinguirse, se hace cada
vez más vivo. ¿Ves a esa otra persona? Está echando
de continuo aceite en el fuego —aunque secretamente
—, y de esa manera le da cada vez más cuerpo. Esa
persona es Cristo: que con el óleo de su gracia sostiene
la obra comenzada en el corazón a pesar de los
esfuerzos del diablo. Y el estar detrás de la pared te
enseña que es difícil para los que son tentados ver
cómo esta obra de la gracia se sostiene en el alma. 17

17
John Bunyan, El progreso del peregrino: De este mundo al
venidero, trans. Carlos Araujo García, Segunda edición. (Moral
de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino, 2012), 53–54.
Capítulo 6
Conclusión

La piedad personal es un adorno glorioso de cualquier


persona que tenga una profesión de fe en el evangelio. La
piedad personal es una manifestación visible y tangible de
la verdad y poder del evangelio. Esto es una parte clave
de cada cristiano y no meramente algo para el pastor.
Queremos reflejar estas virtudes y caracter piadoso no
porque así debe verse un pastor, sino porque así se vio
nuestro Señor y así nos ha tratado. Es decir, no buscamos
la piedad simplemente para ser mejores pastores, aunque
la piedad sí da poder y genuinidad a nuestro ministerio,
sino reflejamos este carácter porque hemos recibido la
obra interna del Espíritu Santo, somos unidos a Cristo, y
queremos ser como él. Aunque es cierto que el verdadero
fruto ministerial fluye de una vida piadosa. Como Robert
Murray Mc’Cheyene dijo, “En gran medida, según la
pureza y perfección del instrumento, será el éxito. No son
los grandes talentos los que Dios bendice tanto como la
semejanza con Jesús. Un ministro santo es un arma
terrible en la mano de Dios”.18 Pero, la raíz es má
profunda; fluye de un verdadero encuentro y communion
con Cristo, lo cual nos da el inicio en el proceso de
crecimiento.

18
Citado en Spurgeon, Lectures to My Students, 1:2.
Para concluir, quiero dejarnos con tres recordatorios.
En primer lugar, vamos a fallar. Un día estas virtudes van
a ser perfectamente reflejadas en nuestras mentes,
palabras y acciones, pero no es hoy, ni mañana. Pero,
cuando fallamos y pecamos contra nuestro Dios y no
reflejamos bien lo que hemos recibido de Cristo y lo que
somos en él, hay perdón. Al ver a Cristo como nuestro
gran ejemplo y estándar, vemos el evangelio en cada
momento. Al considerer cómo amar como él, tenemos el
privilegio de recordar que él nos ha amado y se ha
sacrificado por nosotros. Además, cuando consideramos
su humildad, recordamos que esa humildad fue para
hacernos a nosotros ricos (2 Cor 8:9). Cuando
consideramos su ejemplo de sufrimiento, recordamos que
ese sufrimiento fue para pagar por nuestros pecados. Por
lo tanto, cuando consideramos a Cristo como nuestro
estándar y vemos todas las maneras en que fallamos en
alcanzarlo, vemos al mismo tiempo lo que Cristo ha
hecho para darnos el perdón y justificación perfectos y
eternos. Y, al ver esto, podemos renovar nuestra fe y
gratitud.
En segundo lugar, al ser recordado de la muerte de
Cristo para darnos perdón, podemos ser recordados de su
resurrección y ascensión que le dio la autoridad para
otorgar al Espíritu Santo a todo su pueblo para que con
ese mismo poder de resurrección cause una resurrección
espiritual en su pueblo. Aunque vemos este estándar muy
alto y es fácil de desmayarnos de alcanzarlo, la realidad
de Cristo en su resurrección nos recuerda del gran poder
divino que está obrando en nosotros para dar muerte a
nuestros miembros carnales y vivificarlos para que sean
instrumentos para la justicia y gloria de Dios. La meta de
crecer en santidad no depende meramente de nosotros,
aunque debemos dedicarnos al uso de los medios, pero en
verdad el poder viene del Espíritu Santo a quien Cristo
nos ha dado para santificarnos, guardarnos, consolarnos, y
un día glorificarnos.
Y, finalmente, debido a este poder en nosotros,
sabemos que es un proceso de avance. Aunque tengamos
luchas hoy con ciertas partes de este carácter cristiano,
podemos tener confianza en Cristo y su Espíritu Santo
que hay poder para seguir creciendo paso a paso. Por lo
tanto, reconociendo el poder que está en nosotros y toda
la carrera que es por correrse por adelante, dediquémonos
a los medios que hemos listado y a la fe en Cristo y el
Espíritu Santo para que esa obra continue en nosotros y
soporte todos los ataques del mundo y el enemigo. Como
Spurgeon dijo, “Resolvamos que toda la pureza que se
pueda tener la tendremos, que toda la santidad que se
pueda alcanzar la obtendremos, y que toda la semejanza
con Cristo que sea posible en este mundo de pecado estará
ciertamente en nosotros mediante la obra eficaz del
Espíritu de Dios”.19 Que nunca nos desmayemos ni nos
rindamos en esta carrera, sino como laico o pastor, que
persigamos con toda disciplina, fe y fervor la santidad y
con ella un mayor nivel de cercanía con y conformidad a
Cristo.

19
C. H. Spurgeon, An All-Round Ministry: Addresses to
Ministers and Students (Bellingham, WA: Logos Bible
Software, 2009), 53.

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