Revista Aun Nº10 (2017) - El Único Invento de Jacques Lacan
Revista Aun Nº10 (2017) - El Único Invento de Jacques Lacan
Revista Aun Nº10 (2017) - El Único Invento de Jacques Lacan
Marcelo Mazzuca
Compiladores
EL ÚNICO INVENTO
DE JACQUES LACAN
aun
Revista Internacional de Psicoanálisis
AÑO 8 – NÚMERO 10 – MARZO DE 2017
aun
Es una publicación de
COMITÉ CIENTÍFICO
DIRECCIÓN
Viamonte 2790, Ciudad Autónoma de Buenos Aires
Tel: 4964-5877
www.forofarp.org
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ISSN 1852-7264
DERECHOS RESERVADOS
Marcelo Mazzuca
Luciano Lutereau
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Lógica del objeto
Necesidad lógica del objeto a
La tensión entre la causa y el límite
Luis Prieto
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Luis Prieto
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Necesidad lógica del objeto a
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Luis Prieto
5. Lacan, J., “La Cosa Freudiana” en Escritos 1, Siglo XXI, Buenos Aires, 2002,
p. 418.
6. En el sentido matemático el término “límite” es una noción topológica que
formaliza de modo intuitivo la aproximación hacia un punto concreto de
una sucesión numérica o una función.
7. Lacan, J., “Del Trieb de Freud y del deseo del psicoanalista” en Escritos 2,
Siglo XXI, Buenos Aires, 2002, p. 809.
8. Lacan, J., El seminario 23: El sinthome, Buenos Aires, Paidós, 2008, p. 130.
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Necesidad lógica del objeto a
9. Lacan, J., El seminario 10: La angustia, Buenos Aires, Paidós, 2006, p. 148.
10. Ibid., p. 189.
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Luis Prieto
11. Lacan, J., “La ciencia y la verdad” en Escritos 2, op. cit., p. 820.
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Necesidad lógica del objeto a
12. Lacan, J., “Televisión” en Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, 545.
13. Lacan, J., “La Tercera” en Intervenciones y textos 2, op. cit., p. 83.
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Luis Prieto
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Necesidad lógica del objeto a
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El objeto del coleccionista
Vanina Muraro
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Vanina Muraro
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El objeto del coleccionista
“¡Al ladrón! ¡Al ladrón! ¡Al ladrón! ¡Al asesino! ¡Al criminal!
¡Justicia, justo Cielo! ¡Estoy perdido! ¡Asesinado! ¡Me han
cortado el cuello! ¡Me han robado mi dinero! ¿Quién podrá ser?
¿Qué ha sido de él? ¿Dónde está? ¿Dónde se esconde? ¿Qué haré
para encontrarlo? ¿Adónde correr? ¿Adónde no correr? ¿No
está ahí? ¿No está ahí? ¿Quién es? ¡Detente! ¡Devuélveme mi
dinero, bandido!... (A sí mismo, cogiéndose del brazo.) ¡Ah, soy
yo! Mi ánimo está trastornado; no sé dónde me encuentro, ni
quién soy, ni lo que hago. ¡Ay! ¡Mi pobre! ¡Mi pobre dinero! ¡Mi
más querido amigo! Me han privado de ti, y, puesto que me has
sido arrebatado, he perdido mi sostén, mi consuelo, mi alegría;
se ha acabado todo para mí, y ya no tengo nada que hacer en
el mundo. Sin ti no puedo vivir. Se acabó; ya no puedo más; me
muero; estoy muerto; estoy enterrado”. (El subrayado es nuestro)
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Vanina Muraro
3. Ibid., p. 57.
4. Ibid., p. 42.
5. Lacan, J., El Seminario 6: El deseo y su interpretación, op. cit., p. 397.
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El objeto del coleccionista
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Vanina Muraro
7. Aquellos que aún no han sido picados por la víbora de Sócrates. Cf. Platón,
El banquete, Buenos Aires, Losada, 2004, pp. 127-128.
8. Sontag, S., El amante del volcán, Buenos Aires, Alfaguara, 2005, pp. 37-38.
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El objeto del coleccionista
9. Ibid., p. 95.
10. Maupassant, G., Bel Ami, Madrid, Cátedra, 2006, p. 46.
11. Lacan, J., El seminario 5: Las formaciones del inconsciente, Buenos Aires:
Paidós, 2005, p. 82.
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Vanina Muraro
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El objeto del coleccionista
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Clínica del objeto
El objeto voz y su relación con la mirada
Pablo Peusner
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Pablo Peusner
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El objeto voz y su relación con la mirada
voz que puede incluso maravillarnos sin saber exactamente qué dice
–y si bien en el libro se hace referencia a la música culta, esto funciona
igual cuando cantamos a los Beatles sin saber el significado de las letras
o cuando cantamos por fonética, pero también cuando escuchamos
una grabación de Julio Cortázar. Uno registra allí una vacilación: la
admiración estética tiene una relación, digamos, ambigua con el signi-
ficado; en ocasiones lo reclama, pero en otras lo ignora por completo.
El tercer nivel que propone Mladen Dolar es el que nos interesa en
tanto psicoanalistas: lo denomina “el objeto voz”. Este no desaparece en
tanto vehículo del significado, ni tampoco se entroniza como objeto de
admiración: funciona como punto ciego (o mudo, o insonoro... no sé cómo
llamarlo) en la invocación y como alteración en la apreciación estética
–por lo que solo puede interferirla y/o deformarla. Aquí el propio autor
introduce al psicoanálisis y, especialmente, a Jacques Lacan.
III
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Pablo Peusner
por el sujeto como “yo” y se le asigna al Otro (de ahí la extrañeza que
provoca su aparición).
La voz es lo que no puede decirse (de ahí la idea de “punto ciego/
mudo/insonoro”).
IV
2. Cf. Lacan, J., “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la
psicosis” en Escritos 2, Siglo XXI, Buenos Aires, 1984, p. 514.
3. Soler, C., op. cit., p. 141.
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El objeto voz y su relación con la mirada
sujeto” (1960), escrita en la línea inferior, más allá del Otro, como resto
de la articulación de la cadena significante, ilustrando así una de las
tesis que presenté anteriormente.
Algo de estas dos referencias retornará dos años después (1961) en
el escrito dedicado a Maurice Merleau-Ponty, pero el bucle se cerrará
en 1975 en Roma, cuando Lacan pronuncie su conferencia titulada “La
tercera”.
4. Lacan, J., “La tercera” en Intervenciones y textos II, Manantial, 1988, p. 74.
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Pablo Peusner
VI
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El objeto voz y su relación con la mirada
“La séptima puede ser tocada en las cuerdas –en los arcos– y en
los vientos –en las flautas–. Jamás se la escucha en el clavecín
o en el piano. Pero la oyen quienes leen en silencio las obras
escritas para teclado. Y sin embargo el auditor cree oír aquello
que no suena.
Sólo con el ojo “oímos” las sensibles.
Elevamos un poco, para el oído del ojo, lo que la tecla no puede
producir.
Incluso para las cuerdas, Johann Sebastian Bach gustaba
anotar en la partitura, redondas y blancas ligadas a dos cuerdas
de distancia, sólo audibles mediante la vista.”9
7. Quignard, P., El odio a la música, El Cuenco de Plata, Buenos Aires, 2012, p. 67.
8. El único uso en Lacan del adjetivo áfono, lo encontré en el Seminario 2, clase
4, cuando presenta el apólogo del ciego y el paralítico: “El paralítico es áfono, no
tiene nada que decir” (p. 84, Paidós).
9. Quignard, P., El odio a la música, Ed. Andrés Bello, Santiago de Chile, 1998,
p. 40.
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Pablo Peusner
No hay duda de que los objetos voz y mirada son una invención
de Jacques Lacan. Sin embargo, los mismos rechazan toda intuición
asociada a la noción de “objeto” clásico, el que suele describirse como
un cuerpo tridimensional que sumergido en agua desplaza volumen
de líquido. Increíblemente, los objetos voz y mirada son objetos
bidimensionales –muy cercanos a la denominada “laminilla”–, cuerpos
ultra-planos, dignos de habitar el planeta imaginario que Edwin Abott
nos legara en su libro Planilandia,10 o el “cuarto del pensamiento
abstracto” de la película estrenada en Argentina como “Intensa-mente”
(Inside out, tal su título original). En primer lugar, me interrogo por el
tipo de relación que los sujetos humanos hablantes podemos establecer
con este tipo de objetos.
Hemos estudiado la geometría del plano, el que se presenta con una
estructura real de dos dimensiones (ancho y alto) y ninguna profun-
didad. Acerca del mismo, los ejemplos que nos ofrecieron en la escuela
primaria y secundaria son falsos: el pizarrón, una pared o una hoja de
papel tienen espesor, incluso cuando el mismo sea mínimo –o, como dicen
los físicos, despreciable–. Nosotros, analistas, no prestamos atención al
espesor de las hojas de papel con las que trabajamos, pero los profe-
sionales del dibujo, la pintura o las artes plásticas, sí. Lo concreto al
respecto es que si atravesáramos una hoja de papel con un alfiler, parte
del mismo estaría en contacto con el aire que roza una cara de dicha
hoja, otra parte en contacto con el aire que roza la cara opuesta, y una
tercera parte quedaría en contacto con el espesor del mismo –no hace
falta que despliegue aquí que el caso sería el mismo para un pizarrón o
una pared. Además, por definición, si se dibujara un punto en una super-
ficie bilátera, el mismo estaría en ambas caras de la misma, justamente
por la ausencia de espesor. Podría detenerme aquí para preguntar a los
presentes: ¿acaso alguna vez tuvieron la experiencia de encontrarse con
una superficie bidimensional, ultra-plana, en la vida cotidiana?
Luego de contrastar numerosos intentos, encontré una sola situación
en la que un sujeto humano hablante puede tomar contacto con algo
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El objeto voz y su relación con la mirada
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Pablo Peusner
III
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La voz del sufriente
Marcelo Mazzuca
La in-comunicación analítica
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Marcelo Mazzuca
El decir de la cura
Tal como afirma Lacan, “el decir no es la voz” y “tampoco es el escrito”:3
es acto propio del ser hablante, tal como se expresa en el devenir de un
análisis. Pero lo cierto es que para que el decir del análisis sea eficaz,
precisa tanto de la dimensión temporal en la que se articula la voz como
objeto de una cadena significante como del registro de lo escrito. Es la
manera de conducir ese decir de la cura hacia lo real del discurso analítico.
Lo real, dijo tempranamente Lacan, se experimenta siempre como
“golpe” o como “choque”, es del orden de lo que se escapa, y puede definirse
como “la totalidad o el instante que se desvanece”.4 Y cuando se trata de
la comunicación analítica, aquello contra lo que choca la palabra anali-
zante es habitualmente el “silencio del analista”.5
2. Freud, S., Estudios sobre la histeria en Obras completas, Vol. II, Buenos Aires,
AE, 1994, p. 163.
3. Lacan, J., El seminario 21, inédito, clase del 9 de abril de 1974.
4. Lacan, J., Simbólico, Imaginario, Real, Buenos Aires, Paidós, 2008, p. 32.
5. Ibid., p. 55.
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La voz del sufriente
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La voz del sufriente
11. Lacan, J., “La dirección de la cura y los principios de su poder” en Escritos 2,
Buenos Aires, Siglo XXI, 2002, p. 578.
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La voz del sufriente
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La voz del sufriente
dice Freud, refiriéndose al amor que Dora sentiría por el Sr. K–, no
tuvo aceptación alguna de su parte”. Tampoco se logra por insistir en
la conversación que toma por objeto las oscuras intenciones del padre,
aun cuando fuese ese el terreno del diálogo a partir del cual poder inter-
venir. Sucede, estrictamente hablando, por haber sabido esperar Freud,
en silencio, la ocasión para alzar la voz del decir interpretativo. Dicho
de otro modo: por haber logrado instrumentar una modalidad de la voz
compatible con el deseo del analista. El ritmo del diálogo demuestra
ser aquí el adecuado: en primer término, la espera de un silencio absti-
nente que aguarda la intervención del síntoma en la conversación; y
en segundo término, la interrogación alusiva que eleva la palabra del
analista al nivel de la interpretación.15
Veamos cómo lo expresa el propio Freud en el historial: “Cierto día
se quejó de un supuesto nuevo síntoma, unos lacerantes dolores de
estómago, y yo di en lo justo preguntándole ‘¿a quién imita usted con
eso?’”. Nótese que esta intervención ya no toma en consideración la queja
hacia el padre, sino aquella otra que Dora dirige a sus propios dolores, y
por eso produce un eco distinto al del síndrome de persecución. Repre-
senta el punto preciso en que la voz del sufriente migra hacia el espacio
transferencial del análisis, aquella misma voz que el acting ponía en
escena sin lograr articular un sujeto del diálogo. A partir de allí, como
suele decir Freud, el síntoma comienza a intervenir en la conversación
y la comunicación del análisis va adquiriendo claramente la tonalidad
de la asociación libre.
A Freud le corresponde ahora el lugar desde el cual puede señalar
la significación que adquieren los síntomas de las mujeres y el modo
en que hacen uso de ellos. Aparece allí el asunto o sujeto del diálogo
histérico: significación de “envidia” en el caso de la prima (con quien
Dora se identificaría) y significación de “rechazo del hombre” en el caso
de la Sra. K (a quien Dora tomaría como rival).
Al mismo tiempo, a Dora le queda ofrecido un sitio para poder calibrar
la voz y acomodarla a la asociación libre. Y exactamente desde ese lugar
es que se oye venir la réplica del diálogo. Así lo dice Freud: “Una obser-
vación de Dora acerca de su propia alternancia entre enfermedad y salud
cuando era niña se insertó en este lugar”. La comunicación empieza a
mostrar sus puntos de quiebre y sus interferencias, dando lugar a una
palabra de otro orden que ya no es la denuncia ni la “auto” implicación.
15. Lacan, J., “La dirección de la cura y los principios de su poder” en Escritos 2,
op. cit., p. 621.
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La voz del sufriente
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La voz del sufriente
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La voz del sufriente
En síntesis, es una interpretación de los dichos del Otro (la tía en este
caso) la que le permite a Dora conectar la referencia a la enfermedad
del padre con la referencia al deseo sexual del padre. A partir de allí, el
goce del síntoma se abre, se amplifica y se articula en el lugar del Otro.
Y como consecuencia de los sucesivos encuentros con el deseo del Otro,
la significación de rechazo del goce sexual se expresa a través de una
corriente migratoria del síntoma que recorre casi por completo el cuerpo
de Dora, produciendo ese eco pulsional al que nos hemos referido: de
los genitales al pecho (en la escena del beso), de los oídos a la garganta
(en la escena fantaseada), de allí hacia el estómago (en el laberinto de
las identificaciones), luego afecta el rostro con una neuralgia facial (en
la escena transferencial) y finalmente llega a los oídos en el Síndrome
de Meniere (con su segundo analista). Pulsiones distintas y objetos
diferentes, pero siempre un mismo e insistente decir de la neurosis que
el analista no debe desoír.
A modo de conclusión
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Uso clínico de la mirada
Carolina Zaffore
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Carolina Zaffore
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Uso clínico de la mirada
“…y como dicha causa no es nada más que ese objeto último,
abyecto e irrisorio, él sigue buscando el objeto, con sus tiempos
de suspensión, sus falsos caminos, sus falsas pistas, sus deriva-
ciones laterales, que hacen que esta búsqueda de vueltas
indefinidamente.”1
1. Lacan, J., El seminario 10: La angustia, Buenos Aires, Paidós, 2006, p. 345.
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Uso clínico de la mirada
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Uso clínico de la mirada
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3. Ibid., p. 214.
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Uso clínico de la mirada
mucho más que el fantasma– alinear bien una pregunta que calificaría
de verdaderamente importante para este joven: ¿cómo arreglárselas no
tanto con el no sino con el sí de una mujer?
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Estética del objeto
El exhibicionismo en el arte o una
estética más allá del principio de placer
Tomás Otero
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Tomás Otero
El darse a ver
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El exhibicionismo en el arte o una estética más allá del principio de placer
La función de la hendidura
3. Ibid., p. 272.
4. Lacan, J. (1962-63) El Seminario 10: La angustia, op. cit., p. 186.
5. Lacan, J. (1958-59) El Seminario 6: El deseo y su interpretación, Buenos Aires,
Paidós, 2014, p. 464.
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Tomás Otero
6. Ibid., p. 465.
7. Ibid., p. 466-467.
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El exhibicionismo en el arte o una estética más allá del principio de placer
campo del Otro” –y aún más– “la perversión es la estructura del sujeto
para quien la referencia a la castración, a saber, que la mujer se distinga
por no tener el falo, está tapada, enmascarada, colmada por la miste-
riosa operación del objeto a”.8
En el seminario 16, ya completamente formalizado el objeto a real
como causa del deseo y en plena formalización del objeto como plus de
gozar, Lacan plantea que en la perversión se pone en juego una estra-
tegia de remisión del objeto a al Otro, en donde el estatuto de esos
objetos del cuerpo se definen por estar respecto del principio de placer
del partenaire, fuera del cuerpo. Donde el goce que allí se juega no cae
bajo el golpe del principio de placer. Aunque esa operación misteriosa
sobre el objeto a de la que habla Lacan, no es tanto que la perversión
manipule el objeto, sino más bien los velos de su partenaire hasta ponerlo
de rostro a su goce ignorado.
La perversión y el barroco
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Tomás Otero
11. Lo que no se confunde con el goce fálico, que dicho sea de paso está lejos de
ser homeaostático.
12. Cf. Didi-Huberman, G. (1992) Lo que vemos lo que nos mira, Buenos Aires,
Manantial, 2011, p. 52.
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El exhibicionismo en el arte o una estética más allá del principio de placer
13. Resuena aquí la fórmula de Friedrich Schiller que cita Freud en su trabajo
Das Unheimliche: “se llama unheimlich a todo lo que estando destinado a
permanecer en el secreto, en lo oculto (…) ha salido a la luz”.
14. Dice Sartre en el capítulo “La existencia del prójimo” de El ser y la nada (1943)
a propósito del punto IV donde realiza un profundo análisis de “La mirada”
para interrogar la fenomenología del voyeurismo: “Podemos captar ahora la
naturaleza de la mirada: hay en toda mirada la aparición de un prójimo-objeto
como presencia concreta y probable en mi campo perceptivo, y con ocasión de
ciertas actitudes de ese prójimo, me determino a mí mismo a captar, por la
vergüenza, la angustia, etc. mi ‘ser-mirado’”.
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El exhibicionismo en el arte o una estética más allá del principio de placer
15. Lacan, J. (1968-69) El seminario 16: De un Otro al otro, Buenos Aires, Paidós,
2008, p. 231.
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¿Una estética lacaniana?
La estética de Lacan o una estética con Lacan
Luciano Lutereau
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Luciano Lutereau
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¿Una estética lacaniana?
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Luciano Lutereau
II
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¿Una estética lacaniana?
III
6. Recalcati, M. “Las tres estéticas de Lacan” en: Las tres estéticas de Lacan.
Buenos Aires, del Cifrado, 2006, p. 9.
7. En la formulación del tema que desarrollé en mi libro Lacan y el Barroco.
Hacia una estética de la mirada (Buenos Aires, Grama, 2009) expongo la
visión de Recalcati, con la que tengo muchos puntos de contacto. Estimo que,
aunque no hayamos seguido el mismo camino, hemos buscado lo mismo.
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Luciano Lutereau
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¿Una estética lacaniana?
9. Por desgracia, no puedo analizar, sino sólo mencionar en este lugar la cercanía
que podría llegar a encontrarse entre la concepción lacaniana de la imagen y
otras formulaciones que, años después, se han difundido con términos como
“fantasma” o “simulacro”. Tampoco puedo detenerme en la influencia que
Lacan estableciera respecto de la elaboración que propuso Jean-Luc Nancy
en su libro La mirada del retrato.
10. Recuerdo al lector que la estenografía del seminario El objeto del psicoanálisis
(aún inédito) conserva el registro de la presencia de Foucault en el auditorio.
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¿Una estética lacaniana?
IV
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Luciano Lutereau
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¿Una estética lacaniana?
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Luciano Lutereau
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El objeto en la creación literaria
Cecilia Tercic
“No sé qué es un libro. Nadie lo sabe. Pero cuando hay uno lo sabemos”.
Dos formas de saber se dibujan en esta frase, como cuando Borges dice
que sabemos qué es la poesía, y lo sabemos tan bien que no podemos
definirla. La cita pertenece a un libro encantador: Escribir, de Marguerite
Duras. En él la escritora escribe sobre la escritura, sobre lo que ha podido
captar de ese misterioso proceso. Es más un testimonio –a mi juicio–
que un ensayo de crítica literaria. No parece guiada en lo que escribe
por una intención pedagógica, de hecho muchas de las afirmaciones más
contundentes que he encontrado allí carecen de explicación. Hay algo
analítico en su estilo, que incita al lector a hacer un trabajo.
“No se puede escribir sin la fuerza del cuerpo” leemos en este libro
cuyas páginas están plagadas de imágenes y metáforas que evocan el
modo en que Duras ha tenido que lidiar en su trabajo con esta fuerza.
“Mientras el libro está ahí y grita que exige ser terminado, uno escribe
–afirma– Uno está obligado”. “El vicecónsul –una de sus novelas– es un
libro que se gritó sin voz por todas partes (…) aullaba cada día… pero
desde un lugar secreto para mí”.
El “grito sin voz”; el “aullido sin ruido”; “los gritos de las bestias de la
noche, los de todos, los vuestros, los míos”. ¿Qué es este grito que viene
de un lugar secreto y comporta una exigencia perturbadora? Grito que
exige; que obliga; que no da tregua.
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Cecilia Tercic
1. Lacan, J., El seminario 16: De un Otro al otro, Buenos Aires, 2006, p. 207.
96
El objeto en la creación literaria
Tal vez podamos servirnos de esta figura para cernir aquello con lo
que Duras pareciera tener que lidiar en su trabajo. Hay que lidiar con
esa inminencia intolerable para escribir, pero al mismo tiempo da la
impresión que no es sin eso que se constituye una verdadera obra. El
mérito de toda obra de arte es que habita esa zona; trabaja con ese campo
de das Ding, colocando allí un objeto a que “cosquillea” en su centro,
tal es la fórmula de la sublimación que encontramos en el seminario
De un Otro al otro. Es decir que el medio que encuentra el artista para
lidiar con esa inminencia intolerable de goce, es colocar un objeto a en
el campo de das Ding. Pero ¿cómo entender esta operación?
Preparando este trabajo hallé una coincidencia entre esta operación y
el modo en que se presentan las coordenadas de la destitución subjetiva.
Debo decir que esta coincidencia no me sorprendió, puesto que ya
venía trabajando sobre lo que hay de destituyente en la sublimación.2
La destitución es correlativa de saberse determinado como objeto, en
franca oposición al uso fantasmático del objeto que practica el neurótico,
haciéndose representar por los significantes que degradan al objeto
al modo de la rata roñosa con que el paciente de Freud se armaba un
falso ser. Distinto es situar al a en el campo de das Ding o campo del
goce, allí donde el significante precisamente falta, esa zona éxtima, que
comporta un exceso insoportable para el principio del placer. Esto da
otra dignidad al objeto.
La destitución es el correlato de un acto cuyo dominio y saber no están
del todo en manos del artista, él se las arregla con una fuerza que viene
del exterior, acepta someterse a esa fuerza. Sometimiento o sumisión a
una voluntad ajena –e íntima a la vez–. Se escribe entonces, o se pinta,
desde un lugar secreto para uno mismo, como si la escritora diera cuenta
con esas palabras del correlato de desconocimiento propio del acto, en
tanto el sujeto no puede reconocerse como agente aun cuando haya sido
capaz de cometer ese acto.
La sublimación comporta una satisfacción pulsional que no se paga
con la represión sino justamente con ese desconocimiento. Duras testi-
monia asimismo de esta peculiar satisfacción:
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Cecilia Tercic
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El objeto en la creación literaria
Hacer un buen uso no es más que dejarse enseñar por el artista, que
nos sirva de ejemplo su particular modo de apropiarse de lo impropio,
autorizándose a decir y poniendo la firma. Cierta afinidad se descubre
entre el trabajo del analizante y el del artista, ambos transcurren en
este tiempo entre la recusación –que ha llevado al primero a análisis–
y la aceptación del final.
4. Soler, C., “Poner lo real en su lugar” en Revista Wunsch, Nro. 10, 2011, p. 39.
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Ética y política del objeto
El analista: un objeto deseante
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David Andrés Vargas Castro
2. Lacan, J., El seminario 10: La angustia, Buenos Aires, Paidós, 2006, p. 32.
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El analista: un objeto deseante
3. Ibid., p. 33.
4. Ibid., p. 34.
5. Ibid., p. 35.
6. Ibid.
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David Andrés Vargas Castro
ciente que podemos ser ese objeto afectado por el deseo: “Incluso es en
tanto que marcada de este modo por la finitud que nuestra falta, la
nuestra, como sujeto del inconsciente, puede ser deseo, deseo finito”.7
Estas diferencias y similitud entre el deseo hegeliano y el lacaniano,
Lacan las termina con una referencia a la experiencia del amor, más
precisamente, a dos modalidades distintas de conquista. El modo de
la conquista hegeliana podría plantearse como “Te amo, aunque tú no
quieras”, modo al que Lacan augura poco éxito.
Plantea entonces otro modo de conquista el cual, si bien no es articu-
lable, está articulado, y de hacerse oír, sentencia Lacan, es irresistible:
“Yo te deseo, aunque no lo sepa”.
¿Por qué? Pues bien, Lacan advierte que aquello que no se dice pero
se puede hacer oír, podría leerse de la siguiente manera:
“Le digo al otro que, deseándolo, sin duda sin saberlo, siempre
sin saberlo, lo tomo como el objeto para mí mismo desconocido
de mi deseo. Es decir, en nuestra propia concepción del deseo,
te identifico, a ti, a quien hablo, con el objeto que a ti mismo te
falta. Tomando prestado este circuito obligado para alcanzar
el objeto de mi deseo, realizo precisamente para el otro lo que
él busca. Si, inocentemente o no, tomo este desvío, el otro en
cuanto tal, aquí objeto –obsérvenlo– de mi amor, caerá forzo-
samente en mis redes.”8
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El analista: un objeto deseante
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David Andrés Vargas Castro
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El analista: un objeto deseante
es un encuentro entre dos sujetos, mas no por ello, deja de ser encuentro
de deseos.14
Sin embargo, Lacan insistió en que el deseo del analista no es un
deseo cualquiera, tampoco puro ni imposible, ya que el análisis tuvo
que haber efectuado en el sujeto “una mutación en la economía de su
deseo”.15 Es un deseo inhumano en tanto deseo de saber.16 Por lo tanto,
dicho deseo ya no responde a la fórmula lacaniana “el deseo del hombre
es el deseo del Otro”, dado que, en tanto objeto, se ha separado de la
subordinación al Otro que es intrínseca a la posición del sujeto.17 Este
“deseo inédito”18 Lacan lo articula, en sus elaboraciones con respecto
al final de análisis, con la destitución subjetiva.
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David Andrés Vargas Castro
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El analista: un objeto deseante
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David Andrés Vargas Castro
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Deseo del análisis y pulsión invocante
Gabriel Lombardi
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Gabriel Lombardi
El órgano de la voz
1. Fliess, R., “Silence and verbalization. A supplement to the theory of the analytic rule”.
Int. J. Psa., XXX, p. 1.
2. Lacan, J., Problèmes cruciaux…, 17 de marzo de 1965. “El excelente artículo escrito por
el hijo de Fliess –compañero del autoanálisis de Freud– Robert Fliess, denomina de
un modo correcto lo que es silencio: es el lugar mismo donde aparece el tejido sobre el
cual se desarrolla el mensaje del sujeto; es allí donde el nada impreso {rien d’imprimé}
deja aparecer de qué se trata en esta palabra: su equivalencia con una cierta función
del objeto a”.
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El objeto voz, cuya topología compleja fue sugerida por él, se recorta
no de uno sino de varios esfínteres y, acaso más importante aún, de
un orificio que no tiene esfínter. Sin contar por el momento los tubos
bronquiales que pueden cerrarse un poco, ni el diafragma que gatilla
el suspiro, hay que considerar el cuasi-esfínter de las cuerdas vocales,
donde se pueden producir los fonemas oclusivos o fricativos glotales
que se destacan en el inglés, el alemán o el árabe (hello!, heil!, Hamas).
La lengua y los dientes forman otro esfínter que puede ocluirse total-
mente (t de teta) o parcialmente (d de dedo), o fricar (z de los españoles
de Madriz, fonema jamás empleamos los argentinos); otro esfínter lo
constituyen los labios que a menudo ocluyen totalmente (p de papá) o
parcialmente (b de bebé); también interviene la nariz que sonoriza una
bilabial ocluida (m de mamá, que deja escapar por la nariz lo que papá
no permite), además de la oclusión linguodental sonora (n de nene a
diferencia de t de teta que curiosamente es oclusiva), etcétera. Todo esto
para la emisión de la palabra.
Para escuchar tenemos a lo sumo dos orejas y ningún esfínter. A veces
compensamos esa falta tapándonos las orejas con las manos, con tapones,
o con la sordera funcional auto-inducida por un no querer saber decidido
–cada uno ya ha logrado el suyo propio, la represión hace las veces allí
del esfínter faltante. Hoy en día se utilizan también los auriculares, la
radio, el sistema de música permanente en Latinoamérica, etc.
En tercer lugar, el cuerpo mismo forma parte del órgano de la voz,
pulsionalmente… Recordemos a Lacan imprecando a los psicoanalistas
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Gabriel Lombardi
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folie. Un organisme débile, une imagination déréglée, des conflits dépassant les forces
n’y suffisent pas. Il se peut qu’un corps de fer, des identifications puissantes, les complai-
sances du destin, inscrites dans les astres, mènent plus sûrement à cette séduction de
l’être”. Lacan, J., “Propos sur la causalité psychique”, Écrits, p. 176.
8. “La voix de l’Autre doit être considérée comme un objet essentiel. Tout analyste sera
appelé à lui donner sa place, ses incarnations diverses, tant dans le champ de la
psychose que dans la formation du sur-moi”. Lacan, J., Les noms du père, clase del 20
de noviembre de 1963.
9. Lacan, J., “La psychanalyse, raison d’un échec”, Autres Écrits, p. 348.
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10. Pp. 348 y 359 de los Autres Écrits. En la primera dice: “Cet acte qui s’institue en ouverture
de jouissance comme masochiste, qui en reproduit l’arrangement, le psychanalyste en
corrige l’hybris d’une assurance, celle-ci : que nul de ses pairs ne s’engouffre en cette
ouverture, que lui-même saura se tenir au bord”.
11. Lacan, J., Le transfert, clase del 8 de marzo de 1961.
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La cesión analítica
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2. Lacan, J. (1973) “Nota Italiana” en Otros Escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012,
p. 330.
3. Aguerre, C. “Fin de análisis, pase y escuela” en Lo que pasa en el pase,
Asociación Foro del Campo Lacaniano de Medellín, Medellín, 2011 p. 237
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tampoco lo espera sino que apuesta a causar ese trabajo; el deseo del
analista tiene que ser un destino para la pulsión.
Si bien el deseo del analista puede pensarse como una función, es una
función encarnada, soportada en un parlêtre, en un cuerpo que afectado
por el decir es habitado por sus ecos. ¿No es la “actividad” del analista
acaso un modo de drenaje de la pulsión?
El psicoanálisis ha extendido el goce a todos lados, goce fálico,
femenino, gosentido, del blablá, de la privación, tecnogoces, etc, etc.
Ahora el analista… un santo que goza en otro lado.
Adoptar la posición de semblante del objeto no puede pensarse de
ninguna manera a partir del altruismo, del amor al prójimo, Lacan se
ha encargado de localizar el goce narcisista de dicho amor. Sin embargo
la satisfacción narcisista (satisfacción que se apoya en el reconocimiento
del Otro) no parece ser muy adecuada para pensar la satisfacción del
lugar del analista en el punto en que sus analizantes lo destituyen subje-
tivamente, lo reducen a un “objeto generalizable”.
El analizante es quien exige la destitución subjetiva o mejor dicho
la repetición lo hace. La transferencia que Freud ha descrito como
repetición implica que el partenaire es un objeto y no un sujeto. Lacan
lo ha conceptualizado genialmente en sus muchas referencias al par
amoroso: sujeto amante-objeto amado. Tal vez a todo lazo social habría
que pensarlo como potencialmente destituyente. Tenemos la referencia
de ese afecto que no engaña, la angustia que se presenta en el punto
donde el sujeto es reducido a un cuerpo. Colette Soler ha propuesto
pensarla como una destitución subjetiva salvaje.
En general pensamos la destitución subjetiva como la posición del
analista, la ubicamos de su lado. No dudo que eso sea así, pero agregaría
que si la posición que conviene al analista es la de destituirse subjeti-
vamente esto es así porque la “dinámica de la transferencia” lo impone.
Es uno de los descubrimientos freudianos, el analista es un objeto en
la transferencia. Es un objeto complejo no hay dudas, es objeto de las
demandas de amor, es objeto de deseo y de goce.
Creo que si tomamos en consideración la mediatización de la fantasía
en todo lazo social, podemos apreciar mejor como aquel lugar que el
sujeto rechaza por angustioso, por insoportable, el lugar del objeto a, el
analista lo habita. Allí donde el neurótico vive la destitución subjetiva
como algo “insalubre”, donde el sentirse reducido a un objeto, a un cuerpo
lo angustia y lo hace retroceder, allí el analista no retrocede.
Los ejemplos que Lacan da sobre la destitución subjetiva en el
Discurso a la Escuela Freudiana de Paris tienen la doble condición de
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El estilo
Propongo que el analista pinta su acto con el objeto y es por eso que
su acto se colorea de un modo en particular, lleva su firma, su estilo.
Justamente Lacan planteó que el objeto es el estilo. Colette Soler
en un texto publicado en la revista Wunsch llamado “Estilos de pase”
plantea que no debemos quedarnos solamente con esa afirmación sino
que se pregunta:
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