Mitos de La Salud Mental
Mitos de La Salud Mental
Mitos de La Salud Mental
Gomea, C., Zapata R. (2000). Psiquiatría, salud mental y trabajo social. Pamplona:
Eunate.
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4. “El enfermo mental es peligroso”.
Aunque sin duda en determinados momentos y circunstancias de la enfermedad puede
serlo, es evidente que este carácter está ampliamente exagerado. En los momentos
actuales no existen datos que demuestren que el enfermo mental sea más peligroso
para la sociedad que los individuos denominados “normales”. La mayor parte de los
trabajos sobre esta materia demuestran que la probabilidad de que estas personas
cometan un delito no difiere de la de los sujetos considerados normales.
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MASSIP, I. (1996). Moure’s entre conflictes. Girona : Fundació Servei gironí de
pedagogia social.
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5. “¿Son útiles los medicamentos?”
Los psicofármacos han proporcionado una visión diferente de la enfermedad mental, y
también han modificado el curso de la sintomatología. Los fármacos, por tanto, son de
gran utilidad, porque mitigan los síntomas y el sufrimiento, pero se debe potenciar el
abordaje integral psicológico y social.
8. “¿Qué se debe hacer con los niños que presenten problemas? ¿Es mejor no
tratarlos para no “psiquiatrizar” o “etiquetar”, o es necesario recorrer a los
especialistas?”
La Salud Mental infantil ha sido históricamente descuidada, y sus conflictos,
escondidos y negados más que en cualquier otro colectivos. La posición del niño, que
todavía no ha alcanzado autonomía, lo coloca en una situación de dependencia e
impotencia. Para evitar etiquetar sin descuidar, es muy útil que los padres o los
adultos responsables consulten a los especialistas, con tal de buscar una intervención
consensuada dirigida a resolver el conflicto y a potenciar la salud, ya que es en este
momento evolutivo en el que se puede hacer una prevención eficaz.
9. “Ante una persona que delira, ¿se le debe seguir la veta o se debe criticar
su pensamiento?”
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La persona que presenta un cuadro delirante vive inmersa en su delirio, y los
pensamientos y las percepciones que lo mantienen tienen un significado que configura
una parte importante de su vida psíquica.
Hacer servir razonamientos lógicos con tal de “hacer entrar en razón” al delirante se
convierte en una tarea inútil y además, a menudo, es interpretada por él como una
actitud de hostilidad; por tanto, no hace más que dificultar la relación y la
comunicación, ya muy deterioradas en estos casos.
Seguir la veta es una actitud menos comprometida, e inicialmente facilita el contacto y
la comunicación pero no deja de ser una forma de negar y obvia los conflictos, y por
tanto una forma de reforzar los síntomas.
Es útil, en estos casos, adoptar una posición de comprensión y afecto, poner límites
entre el propio pensamiento y el pensamiento del otro, aceptando el delirio como una
realidad subjetiva y nunca como una verdad absoluta.