Adan Hombre

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HOMBRE

Son varios los términos hebreos que se traducen frecuentemente como «hombre».
(a) «Adam», «hombre», término genérico para hombre, humanidad (Gn. 1:26, 27).
(b) «Ish», «hombre», implicando «fortaleza y vigor» de mente y cuerpo (1 S. 4:2; 26:15);
también significa «marido» en contraste con «mujer» (Gn. 2:23; 3:6).
(c) «Enosh», «sujeto a corrupción, mortal»; no se usa del hombre hasta después de la caída (Gn.
6:4; 12:20; Sal. 103:15).
(d) «Ben», «hijo», con palabras adjuntas, como «hijo de valor» u hombre, o varón valiente; «hijo
de fortaleza» u hombre o varón fuerte (2 R. 2:16, etc.).
(e) «Baal», «amo, señor» (Gn. 20:3).
(f) «Geber», «poderoso, belicoso» (Éx. 10:11; 12:37).

Hay pasajes en que estos diferentes términos hebreos se usan en contraste. Un ejemplo es Gn.
6:4: «Se llegaron los hijos de Dios a las hijas de los hombres (a), y les engendraron hijos. Éstos
fueron los valientes («gibbor») que desde la antigüedad fueron varones (c) de renombre». En el
Sal. 8:4: «¿Qué es el hombre (c), para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre (a), para
que lo visites?» «Dios no es hombre (b), para que mienta» (Nm. 23:19).

El hombre fue la cumbre de la obra creadora de Dios, y le dio el dominio sobre la esfera en la
que fue situado. Es imposible que el hombre surgiera por evolución de cualquiera de las formas
inferiores de vida. Dios sopló en la nariz de Adán el aliento de vida, y el hombre es así
responsable ante Él como creador suyo. Por esta razón, será llamado a dar cuenta de sí,
personalmente, ante Él, lo que no sucede con ninguno de los animales. «Está establecido para los
hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio» (He. 9:27). Todos descienden de
Adán y Eva. Dios, «de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre
toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación;
para que busquen a Dios» (Hch. 17:26, 27).

Siendo que el alma del hombre es inmortal, sigue existiendo después de la muerte. En las
Escrituras se revela que su cuerpo será resucitado, y que o bien pasará la eternidad apartado de
Dios en castigo por sus pecados, o bien, por la gracia de Dios, estará en la eternidad con el Señor
Jesús, en gozo eterno, mediante la obra expiatoria de la Cruz.

En el NT se usan los siguientes términos principales:


(a) «Anthrõpos», hombre en el sentido de «humanidad», sin tener en cuenta el sexo: «No sólo de
pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt. 4:4). En unos pocos
pasajes se usa en sentido más restringido en contraste con la mujer, como en Mt. 19:3 «¿Es lícito
al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa?».

(b) «Aner» hombre en distinción de una mujer: «El varón es la cabeza de la mujer» (1 Co. 11:3).
Por ello, es el término comúnmente usado para «marido»: el hombre de una mujer es su marido.
«José, marido de María» (Mt. 1:16, 19)

(A) El nuevo hombre.

Se trata de una expresión descriptiva de una condición moral u orden del hombre que ha llegado
a hacerse realidad en Jesucristo (Ef. 4:21) y cuyo carácter es descrito en lo que es creación de
Dios en justicia, santidad y verdad. En su muerte Cristo destruyó la pared intermedia de
separación entre judíos y gentiles, para crear en Sí mismo de los dos «un solo y nuevo hombre»,
reconciliando a ambos con Dios en su cuerpo mediante la Cruz (Ef. 2:14-16), con lo que de esta
manera el que es objeto de la reconciliación no está ante Dios como judío o gentil, sino como un
hombre perteneciente a un orden enteramente nuevo. «El nuevo hombre» contrasta con el «viejo
hombre», que representa el corrompido estado en que se hallan los hijos del primer hombre,
Adán. Siendo que el creyente se ha despojado del «viejo hombre», también se ha revestido del
«nuevo», del estado propio del creyente, la nueva creación en Cristo. El nuevo hombre creado de
esta manera es enteramente nuevo («kainos», Ef. 2:15). En Col. 3:10, los cristianos son
considerados como habiéndose despojado del viejo hombre con sus hechos, el cual es
reemplazado por el hombre nuevo («neos»), que es renovado («anakainoumenon») hasta el
conocimiento pleno. De ahí que Cristo vive en los santos, y sus características morales se
desarrollan vitalmente en un cuerpo. Cristo es todo (porque queda excluido el viejo hombre de
todo tipo), y está en cada creyente.
ALMA
La palabra hebrea «nefesh», (que es uno de los vocablos traducidos generalmente en castellano
por «alma») aparece 754 veces en el Antiguo Testamento. Como puede verse en la primera cita
bíblica al respecto, significa «lo que tiene vida» (Gn. 2:7), y se aplica tanto al hombre como a los
demás seres vivientes (Gn. 1:20, 24, 30; 9:12, 15, 16). Muchas veces se identifica con la sangre,
como algo que es esencial para tener aliento y animación (Gn. 9:4; Lv. 17:10-14; Dt. 12:22-24),
y en el hombre es su principal característica que lo distingue de los seres irracionales (Gn. 1:26).

La primera función del alma es la de dar vida al cuerpo, y como la respiración es el signo
principal de la vida física, de ahí que en hebreo, como en la mayoría de las lenguas, se designe
con términos que se relacionan más o menos con la imagen del aliento. Este principio es la base
donde radican los sentimientos, las pasiones, la ciencia, la voluntad (Gn. 28:8; 34:3; Éx. 23:9; 1
S. 1:15; Sal. 6:4; 57:2; 84:3; 139:14; 143:8; Cnt. 1:6; Pr. 19:2; Is. 15:4, etc.). El alma expresa al
hombre entero, a su total personalidad en muchas de las ocasiones en las que aparece en la
Biblia. Toda esta concepción del alma se basa en la observación concreta del hombre.

Así, estar en vida es todavía tener aliento (2 S. 1:9; Hch. 20:10); cuando el hombre muere sale el
alma (Gn. 35:18), es exhalada (Jer. 15:9), y si resucita vuelve el alma a él (1 R. 17:21). Para el
pensamiento hebreo el alma es inseparable del hombre total, es decir, que el alma expresa los
hombres vivientes. Tal vez aquí radica el origen de la identificación del alma con la sangre (Sal.
72:14); el alma está en la sangre (Lv. 17:10 s), y a veces se dice metafóricamente (?) que la
sangre es la vida misma (Lv. 17:14; Dt. 12:23). De todos estos pasajes se puede deducir que la
«nefesh» es el principio de vida vegetativa que se considera ligada a la sangre del ser vivo (Gn.
9:4-5; etc.). Hay en hebreo además otras palabras que tienen casi el mismo significado, como
«nesamah», que expresa un soplo divino vivificante (Zac. 12:1; Jb. 12:10) que es principio de
vida racional, sensitiva e intelectual (Ez. 11:5; Is. 26:9; 66:2; Pr. 15:13; 29:23; Sal. 51:14). Otro
término casi equivalente es «ruah», que designa un soplo vital, el principio de la vida y de los
sentimientos (Pr. 20:27).

El hombre es superior y se distingue de las bestias por haber sido creado a imagen y semejanza
de Dios (Gn. 2:7; 6:3; 7:22; 27:6; Lv. 17:11; Sal. 104:29-30; Jb. 10:9-12; 27:3; 33:3-4). En el
Antiguo Testamento la «nefesh» parte del cuerpo con la muerte (Gn. 25:18); pero el término no
se aplica al espíritu de los muertos. «Ya que la psicología hebrea no tenía una terminología
semejante a la nuestra»; la explicación debe buscarse en los pasajes donde las palabras hebreas
traducidas por «corazón» y «espíritu» son usadas.

Es preciso esperar a los tiempos del Nuevo Testamento, los de la plenitud de la Revelación en
Cristo, para tener una doctrina completa del alma. En el griego del Nuevo Testamento la palabra
«psyche» se usa como equivalente de la palabra hebrea «nefesh», pero hay once casos en los
Evangelios Sinópticos en que se expresa la seguridad de la vida después de la muerte. En todos
los cuatro evangelios la palabra «pneuma», que es equivalente de «ruah», también se usa para
indicar la vida espiritual, y la palabra «kardia» («corazón») se usa para expresar la vida espiritual
del hombre.

En el Nuevo Testamento el alma es la parte invisible del hombre, en oposición con la sangre y la
carne (Col. 2:5; 1º Co. 5:5; 7:34; Jn. 6:64); la «psyche», el alma, es el principio de la voluntad y
del querer (Mt. 26:41; Mr. 14:38), el centro de la personalidad íntima del hombre (1º Co. 2:1); el
alma es nuestro propio yo (Ro. 8:16; 1 Co. 16:18; Gá. 6:18). En el Nuevo Testamento, al
contrario del Antiguo, el alma puede vivir separadamente del cuerpo y es el principio que le da
vida (Lc. 8:55; 23:46; Hch. 7:59; Stg. 2:26). Claramente se habla de la supervivencia del alma
(Lc. 23:46; 1 P. 3:19). Así que es sinónimo de espíritu, y cuando el apóstol Pablo habla de tres
componentes del hombre, a saber: cuerpo, alma y espíritu, no debemos pensar en una verdadera
tricotomía, sino en la distinción entre la vida biológica del hombre y su vida espiritual, y que
son salvos juntamente con su cuerpo, porque Dios salva al hombre total (1 Ts. 5:23), que, si
ahora está sometido a la muerte, será transformado y revestido de inmortalidad al final de los
tiempos (1 Co. 15:53).

La expresión usada por Pablo que compara la muerte a un sueño (1 Co. 7:39) es una metáfora
usada ya por los judíos y que ciertamente aparece también en numerosas inscripciones en las
catacumbas de las primeras generaciones, y en la cual se expresa la firme convicción de que si
duermen en el cuerpo, ciertamente ya han empezado a gozar de la salvación de Dios. En este
pasaje, como en otros, el apóstol supera las falsas concepciones que invadían el mundo
helenístico en cuanto a la resurrección. El hombre total resucitará, en alma y cuerpo, porque la
muerte no termina con el hombre, ya que Dios, cuando lo creó, lo hizo inmortal, y si por el
pecado la muerte entró en el mundo (1º Co. 15:22), por Cristo entró la vida. Aunque la Biblia no
desarrolla la idea del alma de una manera abstracta como lo hace la filosofía, no obstante, es bien
claro que en el Nuevo Testamento el alma que anima al hombre terrenal lo sobrevive y lo
animará cuando, ya transformado y revestido de inmortalidad, tenga la plena visión de Dios.

Cuando Dios creó al hombre a su «imagen y semejanza» (Gn. 1:26), su alma, su vida, su
carácter, su voluntad, su conducta, su personalidad total tenían rasgos divinos que el pecado
destruyó. El hombre, señor de la Naturaleza, tiene un alma, una vida superior a la de los
animales, sobre los cuales tiene dominio por su razón y personalidad que le vienen por un acto de
la soberana voluntad de Dios que le permite señorear y «llamar» por su nombre a los animales
(Gn. 2:19). Su alma es, por tanto, superior y distinta de la de los demás seres. El hombre
resucitará en su integridad (tanto los buenos como los malos) al final de los tiempos (1 Co.
15:45).

CARNE
La palabra hebrea «basar», en su sentido físico, designa el cuerpo, sea humano (Gn. 40:19) o
animal (Lv. 6:27). Significa lo exterior del hombre (Gn. 2:21; Éx. 4:7; Lc. 24:39; 1 Co. 15:39);
su naturaleza humana, que puede, a veces, dominarle con gran perjuicio del amor, y por ello
responde por cuerpo, vitalidad (1 Co. 5:5, 7:28; 2 Co. 12:7; también en relación con la redención;
Col. 1:22; Ro. 2:28 s; Gá. 6:12 s; Jn. 6:51-56); designa la persona humana (Jn. 1:14; 1 Ti. 3:16; 1
Jn. 4:2).

«Carne» significa: La comunidad de los individuos: Gn. 2:23 s; Mr. 10:8; 1 Co. 6:16; de los
parientes: Gn. 29:14; Jue. 9:2; del pueblo: 2 S. 5:1 y la unidad de los hombres (Is. 40:5; Jer.
25:31; Jn. 17:2; Gá. 2:16).

Con frecuencia aparece la expresión «carne» al hablar de la vida del hombre y de su posición
frente a Dios: la carne tiene corta vida (Is. 40:6), es débil (Is. 31:3), no se puede confiar en ella
(Jer. 17:5), está condenada a muerte (Ro. 8:13), por sí misma no puede conocer los misterios de
Dios (Mt. 16:17), cae en la tentación (Mt. 26:41); es el ámbito por lo que respecta a la manera de
pensar (1 Co. 2:1-16; 2 Co. 5:16) y de vivir (Fil. 1:22, 24), propio del hombre «terreno»
meramente «humano».

La expresión «carne», en sentido moral, significa la oposición a Dios. «Carne» designa a aquel
que quiere obrar su salvación solo, por sí mismo, sin Dios, aunque hable mucho de Él; que pone
su esperanza en ventajas terrenas (2 Co. 11:18), en su propia ascesis (Col. 2:18, 23); que cae en
pecado en el momento menos pensado (Ro. 7:14), en enemistad con Dios (Ro. 8:7), en toda
forma posible de fracaso (Gá. 5:19).

Reducir la significación de «carne» solamente a lujuria es falso y peligroso, pues «carne»


significa más bien toda actuación del hombre con la cual éste cree poder salvarse definitivamente
a sí mismo sin Dios. Carne y espíritu están enfrentados (Jn. 3:6; 1 P. 3:18); Pablo describe la
«carne» como un poder personal con sentimiento y actividad propios (Ro. 8:5 ss; Col. 2:18),
contrarios al Espíritu de Dios (Gá. 5:17, 24); actúa arbitrariamente según sus propios instintos.

Los cristianos son aquellos que andan, no según la carne, sino según el Espíritu. Andar según la
carne es opuesto a vivir según el Espíritu (Gá. 4:3; Col. 2:8-20), según el Señor (2 Co. 11:2),
según el amor de Dios (Ro. 14:15). Los elementos de este mundo son contrarios, es decir,
claramente designan actitud contraria a Dios.

Cuando Pablo apostrofa a los cristianos de Galacia: «Habiendo comenzado en Espíritu, ¿habéis
venido a parar en la carne?» (Gá. 3:3) no se refiere a una caída en la sensualidad, sino a un
retorno a las observancias legalistas del judaísmo.

La carne, («sarxs» en griego), está excluida de la participación en el reino de Dios, mientras que
el cuerpo, («soma» en griego), transformado, es decir, arrancado del dominio de la carne
(«sarxs»), será portador de vida resucitada. Esta distinción importante estriba en que «soma» es,
precisamente, el hombre mismo, mientras que la «sarxs» es un poder que le somete y esclaviza.
Por ello, Pablo puede hablar de una vida «según la sarxs», pero no de una «según el soma». El
cuerpo será transformado en incorruptible e inmortal, pero la carne no tendrá participación
alguna en la futura vida con Dios.

ADÁN
Nombre dado al primer hombre creado por Dios. La palabra hebrea aparece en el Antiguo
Testamento más de 500 veces y casi siempre significa «hombre» o «ser humano» (Gn. 7:23; 9:5-
6). Adán es el nombre común para indicar el primer progenitor del linaje humano. Muchos ven el
origen de la etimología de esta palabra en el sumerio «Adán», o «mi Padre». Flavio Josefo dice
que en la Antigüedad era común la opinión que hacía derivar el nombre de Adán de la palabra
«rojo», aludiendo a la coloración de la piel y de acuerdo con la costumbre egipcia de poner en
sus monumentos los hombres coloreados en rojo.

El primer hombre creado por Dios, Adán, estaba en íntima relación con la tierra, «Adamah» (Gn.
2:5; 3:19-23; 10:9; 34:15; Sal. 7:1). Adán fue un hombre dotado de una personalidad y de
características propias (Gn. 4:1-25; 5:1-3 ss; 1 Cr. 1:1). Adán es padre de todos los hombres;
Dios lo creó primero a él y luego a su mujer Eva, y ambos fueron los padres de toda la
Humanidad: «Los creó macho y hembra» (Gn. 1:26-28). Los hijos de Adán y Eva nombrados en
la Biblia son Caín, Abel y Set (Gn. 4:1, 2, 25), aunque engendró después otros anónimos. Al
nacer Set, Adán tenía 130 años, y vivió hasta 930 años (Gn. 5:3-5). Adán fue el único entre los
seres de la tierra creado a la imagen y semejanza de Dios, con razón, con imaginación creativa y
con inteligencia superior que le capacitaba para conocer, amar y comunicarse, no tan sólo con los
demás seres inferiores, sino también con Dios. Fue la mayor y la última de las obras de la
Creación de Dios, y recibió dominio sobre todo lo que la tierra contenía.

Para que no estuviese solo, Dios le dio a Eva como compañera y ésta llegó a ser su mujer. Adán
fue hecho hombre perfecto (completo en todas las dotes físicas, mentales y espirituales) y
colocado en el jardín del Edén para someterlo a prueba, inocente y feliz, pero expuesto a la
tentación y el pecado. Adán cayó por haber quebrantado el expreso mandamiento de Dios, por la
tentación de Satanás y las instancias de Eva, y así incurrió en la maldición él mismo y toda su
posteridad.
En el Nuevo Testamento el nombre de Adán aparece 9 veces. Ocho veces en relación al primer
hombre (Lc. 3:38; Ro. 5:14; 1 Co. 15:22, 45; 1 Ti. 2:13, 14; Jud. 14). Y una en relación a Cristo
(1 Co. 15:45). En distintas ocasiones se hacen alusiones a Adán, el primer hombre, pero como
nombre propio no aparece (Mt. 19:2-8; Mr. 10:6-8; Ro. 5:8, 15-19).

De estas diferentes citas del Nuevo Testamento podemos concluir que Adán es único porque no
tenía padre ni madre, es el primero entre los hombres, y fue hijo de Dios por creación (Lc. 3:38),
no por descendencia de ninguna raza animal. Por esto tiene una relación especialísima con la
raza humana. El Nuevo Testamento la compara con la de Cristo, que es el último Adán
progenitor espiritual de todos los redimidos. Entre estas dos generaciones: la de Adán (el padre
de todos los hombres) y Jesucristo (el nuevo Adán) se desarrolla toda la historia de la raza
humana (1 Co. 15:45-49; Ro. 5:13-19). No hay nadie que haya vivido antes de Adán, porque es
el primer hombre; y así, tampoco hay nadie que haya vivido antes de Cristo en la gracia, porque
Cristo es el segundo Adán. Todos los hombres viven por y en Cristo cuando son nacidos a Él por
la fe. Adán se convierte de este modo en un prototipo de Jesucristo, el que habría de redimir a
todos los hombres.

Por Adán entraron la muerte y el pecado. La Epístola a los Romanos nos dice explícitamente que
por la transgresión de Adán el pecado entró en el mundo (Ro. 5). En Adán todos los hombres
pecaron y murieron. A través de la transgresión de un hombre (Adán), todos fueron hechos
pecadores (Ro. 5:18). A través de su traspaso de la ley y de su condenación, todos los hombres
llegaron a ser pecadores y mortales; a través de la obra de Cristo, todos los hombres que siguen a
Cristo son rescatados y liberados del pecado y de la muerte.

El Nuevo Testamento confirma así la historicidad de los relatos de los primeros capítulos de
Génesis que se relacionan con Adán. En 1 Co. 15:45-47 tenemos una alusión clarísima a
Génesis, (Gn. 2:7), y en la primera Epístola a Timoteo, (1 Ti. 2:13), tenemos otra referencia a
Génesis, (Gn. 2:20-23). Son muchos los pasajes que en el Nuevo Testamento presentan alusiones
clarísimas (algunas veces implícitas, pero muchas veces explícitas) de los hechos sucedidos antes
de que se escribiese la Biblia y que ésta nos relata en sus primeros capítulos. El Nuevo
Testamento no pone en duda la historicidad de Adán, nos garantiza la historicidad de aquellos
relatos antiquísimos sobre el origen de la Humanidad, sobre la entrada del pecado en el mundo,
sobre la vida que el Señor tenía preparada para los hombres que fueran obedientes, y sobre la
nueva vida que nos promete a través del nuevo Adán si nosotros seguimos a Jesucristo.

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