La Comunicación y Las Relaciones Interpersonales La Observación de La Vida A Nuestro Alrededor Nos Enseña Que Es Imposible Crecer
La Comunicación y Las Relaciones Interpersonales La Observación de La Vida A Nuestro Alrededor Nos Enseña Que Es Imposible Crecer
La Comunicación y Las Relaciones Interpersonales La Observación de La Vida A Nuestro Alrededor Nos Enseña Que Es Imposible Crecer
enseña que es imposible crecer, desarrollarse e incluso sobrevivir sin la comunicación, y esto,
desde los niveles microscópicos hasta los marcocósmicos. Gracias a las excepcionales habilidades
comunicativas del ser humano hoy podemos hablar de la cultura, de la historia, de la tecnología y
de miles y miles de logros y también, de los desaciertos de la humanidad. Todo nuestro mundo se
está formando en el telar de la comunicación. La compleja red de las interrelaciones se hace
inteligible gracias a que los seres humanos podemos comunicar nuestras necesidades, opiniones,
ideas, sentimientos, valores, etc.. La soledad que podría surgir de la imposibilidad de comunicarse,
nos volvería locos en poco tiempo. De hecho, una gran parte de los males mentales de nuestro
tiempo, sin duda se debe a esta imposibilidad de entablar una comunicación de persona a
persona. Cuando, en ciertas situaciones (la cárcel, la edad y los problemas de salud, etc.), las
posibilidades de comunicación se ven drásticamente reducidas, éstas afectan profundamente a la
persona en todas sus dimensiones. De igual manera, cualquier experiencia que limita nuestra
libertad para comunicarnos, puede ser percibida como amenazante o por lo menos como una
deficiencia. Frente a ello, las personas asumen conductas muy diferentes, pero todas ellas
dirigidas hacia un cambio de situación de tal modo que la comunicación vuelva establecerse a
niveles que el individuo considera adecuados. Incluso, la actitud de "no-comunicación" es
comunicación, puesto que es una conducta y las conductas transmiten un mensaje. Watzlawick lo
explica de la siguiente manera: "...si se acepta que toda conducta en una situación de interacción
tiene un valor de mensaje, es decir, es comunicación, se deduce que por mucho que uno lo
intente, no puede dejar de comunicar" (p. 50). Este aspecto conductual de la comunicación es de
mayor importancia para las relaciones interpersonales pero necesitaremos encontrar por lo menos
si no una definición, una descripción operativa de lo que es la comunicación humana. Uno de los
primeros acercamientos para responder a la pregunta contenida en el título de este párrafo puede
ser éste: "Por comunicación se entiende el conjunto de procesos físicos y psicológicos mediante
los cuales se efectúa la operación de relacionar una o varias personas (emisor) con una o varias
personas (receptor) a fin de alcanzar determinados objetivos" (González Garza, p. 128). En esta
definición, se subraya la idea de que la comunicación interpersonal comprende a la persona entera
con sus aspectos físicos, con su relación con el mundo material (medios que usa para comunicarse)
y también con toda su dimensión psicológica. Dichos aspectos, se compenetran mutuamente y
cualquier intento de percibir la comunicación a partir de una sola parte esta destinado al fracaso.
A partir de esta observación, es obvio que para mejorar nuestra comunicación debemos darle
atención a muchos, complejos y diferentes aspectos y momentos del proceso comunicativo. La
definición mencionada nos habla de un tipo comunicación que tiene lugar entre las personas, y
por esta razón, recibe el adjetivo de "interpersonal" a diferencia de lo que es la comunicación con
uno mismo (intrapersonal) o la comunicación grupal o de masas, entre otras. La actuación cara a
cara, directa y personal, con énfasis en el lenguaje verbal y no verbal, son los elementos que le
confieren dicha característica de "interpersonal". La relación que implica la comunicación nos lleva
a considerarla como un proceso con su inicio, desarrollo, fin y consecuencias. Un proceso que
tiene lugar en un contexto determinado y que también puede tener una enorme influencia sobre
el mismo; por ejemplo, no es lo mismo tener una conversación en un lugar repleto de gente o en
la calle, que hablar con la otra persona en la intimidad de una habitación tranquila. Porter y
Samovar (p. 9) describen a la comunicación como “una forma de comportamiento humano que se
deriva de la necesidad de conectar e interactuar con otros seres humanos”. De ahí que el inicio de
una comunicación interpersonal puede darse por un sinfín de motivos. Dimbleby y Burton (pp. 8 -
13) mencionan las principales motivaciones y que están relacionadas con nuestras necesidades de:
sobrevivencia, cooperación, relación, persuasión, poder, información, toma de decisiones, como
también las necesidades personales y sociales de cada uno, necesidad de darle sentido al mundo y
la necesidad de autoexpresión. También las conductas aprendidas acerca de la forma correcta
para iniciar una comunicación (pautas culturales, experiencias previas, etc.), confianza en uno
mismo y su actual estado de ánimo, influyen en la decisión de iniciar una comunicación
intencional. De la misma forma, tanto el inicio, como el desarrollo del proceso de la comunicación
interpersonal y su resultado, dependen de diferentes condiciones personales de los que participan
en él. Algunos de las principales son: - el nivel de autoestima: ¿cómo me percibo y evalúo en
cuanto persona, mi dignidad, mis capacidades y mis derechos? ¿Qué imagen tengo de mi mismo? -
creencias personales; - actitudes; - valores, juicios y prejuicios; - expectativas y temores; -
conocimiento y experiencia; - capacidades, habilidades, salud física, etc.. El lenguaje verbal y no
verbal, la congruencia entre ellos, apertura a la retroalimentación, son otros de tantos elementos
importantes de los cuales nos ocuparemos más adelante. Un aspecto que no podemos omitir
cuando intentamos definir la comunicación es el problema del significado. En el proceso de la
comunicación interpersonal, los que en él participan, evocan y transmiten un significado, por lo
que esta transmisión da lugar a una respuesta según la percepción y el significado conferido. De
esta forma, los papeles de transmisor y de receptor de la comunicación no son en lo mínimo
pasivos, sino por lo contrario, implican un proceso continuo de dar y descubrir los significados de
las palabras, hechos, conductas, etc... En este contexto, queda claro que no se puede ser sólo un
buen transmisor o un buen receptor sino que una buena comunicación exige tanto la capacidad de
codificar como de decodificar la información. Todo ello, no de una forma individualista, lo que
además es imposible, sino en continua relación dónde la interpretación, más que un punto de
llegada y un "producto", se percibe como un proceso abierto a las sucesivas modificaciones y
correcciones. Finalmente, hay que recordar siempre, que el significado esta en las personas y no
en las palabras, y que si nosotros tenemos la responsabilidad de transmitir el mensaje claramente,
el que lo recibe tiene que tratar de comprenderlo de forma exacta. Sin embargo, como la
comunicación es un proceso dinámico y en constante cambio también los significados cambian.
Las personas dan nuevos significados a las palabras viejas dependiendo de sus experiencias,
valores y sentimientos. No hay necesidad de subrayar que tan importante es este último punto en
las relaciones interpersonales que intentan un encuentro con la persona y no con la etiqueta que
ésta puede llevar pegada. "El lenguaje siempre tiene un sentido, debido a que las personas con
quien habla también tienen un cierto número de experiencias que son similares a las suyas"
(Hybels y Weaver, p. 132). Es en el encuentro dónde la comunicación recupera su sentido original
que viene del latín communis: hacer común nos lleva a pensar en el sentido último de todos
nuestros esfuerzos por comunicarnos. Es también aquí dónde la comunicación es un dialogo: una
búsqueda en común de la verdad sobre el sentido de la realidad y de la propia vida de los
dialogantes. Este tipo de comunicación entendida como dialogo es el factor principal en la
construcción de la comunidad, del estar - en - comunidad. Nos parece importante citar también en
este momento, una definición del vocablo "comunicación" que ofrece Ferrater Mora (p. 318) en su
"Diccionario de filosofía" y que nos brinda una perspectiva muy amplia pero al mismo tiempo de
mucha profundidad: "El término comunicación, se debe utilizar para designar el carácter específico
de las relaciones humanas en cuanto son, o pueden ser, relaciones de participación recíproca o de
comprensión. El término es sinónimo de co-existencia o de vida con los otros, e indica, el conjunto
de modos específicos que puede adoptar la convivencia humana, con tal que se trate de modos
humanos, o sea de modos en los que quede a salvo una cierta posibilidad de comprensión. Los
hombres forman una comunidad porque se comunican, porque pueden participar recíprocamente
de sus modos de ser, que de esa manera adquieren nuevos e imprevisibles significados". Es en el
ámbito de la comunicación interpersonal donde se hace, crece y desarrolla el ser humano, donde
también se forma la comunidad de los seres humanos que pueden compartir los significados que
guiarán su acción. La relación, el intercambio de ideas, sentimientos u opiniones se realiza gracias
al lenguaje en sus diferentes formas. Sin embargo, no se puede estudiar éstos últimos
separadamente de las personas que los utilizan. La forma en que una persona piensa y siente y su
lenguaje se relacionan mutuamente y se desarrollan en conjunto. A menudo cuando hablamos de
la comunicación interpersonal mencionamos la palabra "contacto" para decir que las personas
están en relación. Este contacto se establece entre las personas principalmente gracias al lenguaje.
Éste último puede ser verbal (palabras que se pronuncian) o no verbal el cual abarca una amplia
gama de movimientos de cuerpo, gestos, manejos de espacio, etc.. Aunque algunas veces, por
contacto se entiende una cercanía y una profundidad en la relación, preferimos junto con Rogers
(1985, p. 40) hablar de contacto "cuando dos personas están en presencia una de otra y cada una
afecta el campo experiencial de la otra en forma percibida o subliminal". Con esta forma de ver el
contacto en las relaciones interpersonales, se salva la gran parte de esta comunicación que no es
intencional pero que afecta a la relación, en algunos casos, poderosamente. Por lo tanto, cuando
Rogers explica una relación que va más allá de un simple contacto, se refiere a un modo de
relacionarse que tiene una serie de características nacidas de las actitudes bien definidas, a las
cuales volveremos más adelante. Como se ha dicho, una de las formas de establecer el contacto es
por medio del lenguaje verbal. De hecho, las habilidades verbales por mucho tiempo han sido
identificadas con habilidades comunicativas en sí, es decir, quien tenía un vocabulario amplio y
sabía usarlo adecuadamente era considerado un buen comunicador. Hoy día, sabiendo del
impacto que produce el lenguaje no verbal (y que supera enormemente lo que se dice con las
palabras) no es posible seguir identificando la buena comunicación con habilidades de un
excelente declamador. Sin embargo, el lenguaje verbal tiene una parte muy importante en la
comunicación interpersonal. "Las palabras son los portadores del significado: los medios por los
que el significado es transferido de una persona a otra" (Hybels y Weaver, p. 133). La intención de
evocar y transmitir un significado por medio de las palabras es una tarea exclusiva del ser humano.
Puede ser que por ello muy a menudo olvidamos que puede ser equívoca y no necesariamente
efectiva. "Las palabras expresan conceptos e ideas; con frecuencia el lenguaje hablado va
acompañado de una gran carga afectiva, que corresponde al pasado y a la historia de cada
interlocutor, de tal manera, que una misma palabra puede evocar sentimientos, recuerdos y hasta
contenidos conceptuales muy distintos para cada dialogante" (Melendo, p. 20). Es por ello, que
adquiere una importancia excepcional, el empleo de palabras que estén dentro de los límites de
las experiencias de la otra persona. Lo último, implica una necesidad de conocer el mundo del otro
hasta donde podemos y hasta donde nos es permitido. Una de las principales características del
lenguaje hablado es el estilo personal, que es el resultado de la manera en que las personas
seleccionan y arreglan las palabras y las frases. Por lo mismo, cada persona tiene su propio estilo
que depende de su historia individual y educación, entre otros. Sin embargo, lo que más va influir
en un estilo particular, es la forma en que la persona piensa. Como ya lo mencionamos en el
principio de este párrafo, el pensamiento y el lenguaje tienen mucho en común y dependen uno
del otro. Esto nos lleva a una observación muy importante para las relaciones interpersonales: a
través del estilo de hablar de una persona nos podemos dar cuenta de su forma de pensar y de
esta manera, construir ciertas hipótesis sobre su personalidad. Personas "distantes", "frías" o
"cálidas" son percibidas como tales en una gran medida gracias al estilo verbal que usan.
Comprender esta relación y buscar congruencia entre lo que somos y lo que queremos proyectar o
lograr con nuestra comunicación es una tarea difícil pero obligada para quien quiere asumir
responsabilidad por los efectos de su comunicación. El estilo no sólo cambia de persona a persona,
sino que también de situación a situación. No es posible responder de la misma manera a todas las
situaciones que la vida presenta y a todas las personas con quienes entramos en contacto. Un
estilo asumimos en una fiesta y el otro en un funeral, uno con nuestra madre y el otro con nuestro
jefe, etc.. Las dificultades comunicativas aparecen cuando nos vemos limitados en nuestros estilos,
es decir, contamos con pocos para muchas situaciones diferentes. "Un estilo inadecuado puede
destruir todas las otras buenas cualidades que posea el comunicador" (Hybels y Weaver, p. 127).
Por el contrario, un estilo adecuado que expresa y transmite fielmente lo que el hablante desea en
un momento dado, hace la comunicación más efectiva. Las experiencias transculturales, sobre
todo cuando se realizan en un país con un idioma diferente al nuestro y al cual no manejamos con
suficiente precisión y soltura, presentan algunas dificultades que tienen su origen en una natural
pobreza de estilo y que, incluso, pueda resultar en malentendidos personales. Un estilo torpe o
inadecuado puede resultar en opiniones devaluatorias acerca de quién lo usa. También cabe
añadir aquí, que en un mismo país la gente se expresa de manera distinta dependiendo de la
región, de su clase social o de la edad, entre otras. Acerca de esta situación, Hybels y Weaver
proponen hablar de que las personas o grupos usan un "dialecto" entendiendo por éste "las
muchas maneras que la gente puede hablar un idioma" (p. 128). El dialecto proporciona a un
grupo de gente un cierto sentimiento de identidad y pertenencia. Sin embargo, junto con estos
sentimientos también aparece muy a menudo, el desprecio por los que hablan de manera
diferente, situación en la cual cierta responsabilidad tiene la enseñanza escolarizada oficial. Otra
vez, como ya lo hemos mencionado anteriormente, si vemos las diferencias como deficiencias, se
cierra toda la posibilidad de comunicación interpersonal que, nos gusta o no, siempre tiene lugar
entre personas, en uno u otro aspecto, diferentes. Por otro lado, hay que ser cuidadoso en la
elección de un dialecto y en dónde, cuando y con quién emplearlo. En las experiencias
transculturales, podemos sufrir pronto las tentaciones de hablar en el dialecto del grupo en el que
estamos viviendo para sentirnos aceptados. Lo mismo puede sucedernos con el "acento" al cual
no hay que confundirlo con el dialecto. Todos tenemos acento y las reglas acerca del "acento
correcto", muchas veces son sólo cuestiones de opinión o de imposición de un grupo
(generalmente clase media). De cualquier forma, el uso de la forma "estándar" del idioma de un
país dado es más seguro y recomendable sobre todo en las primeras etapas de la experiencia.
Claridad, simplicidad, energía y precisión (que exige un amplio vocabulario) en la forma de hablar,
son virtudes indispensables si se desea una comunicación efectiva. El lenguaje hablado el cual se
desarrolla dentro de una cultura expresa y transmite un conjunto de creencias e ideas de la
misma. A partir del estudio de un idioma podemos obtener importante información acerca de la
cultura. La mencionada transmisión encuentra muchos obstáculos cuando se realiza de un idioma
al otro puesto que lleva consigo la propia visión del mundo muy particular. A pesar de todas las
dificultades que trae consigo la comunicación por medio de la palabra hablada, ésta es muy útil
para expresar el pensamiento abstracto. "El hablar es rápido, inmediato, flexible, es la forma de
comunicación en la que todos tienen algo de habilidad y la que no requiere asistencia de le
tecnología (...). Nuestras relaciones dependen del habla, porque hemos hecho de ello una
herramienta para describir y discutir los sentimientos. Nuestra ciencia depende del habla porque
hemos hecho de ello una herramienta para la explicación y el razonamiento (...). Todos los
aspectos de nuestra vida laboral y social dependen de nuestra capacidad en el uso de la palabra"
(Dimbleby y Burton, p. 45). Otra forma de entrar en contacto es por medio del lenguaje no verbal.
Si el lenguaje hablado casi en su totalidad pertenece a la esfera consciente de la persona, el
lenguaje no verbal en una gran parte es inconsciente. Lo hemos aprendido sobre todo a través de
la cultura en que nacimos y crecimos. Es por esta razón que en las experiencias transculturales, el
manejo de espacio, gestos, movimientos del cuerpo, contacto visual, expresiones faciales, entre
otros, forman parte de muchos equívocos y también (si las culturas son muy diferentes) de un
aprendizaje casi tan complicado como aprender un idioma. En el proceso de comunicación
interpersonal hay una enorme cantidad de elementos que no son específicamente verbales y a los
que, según algunos investigadores (como Mehrabian, O,Connor y Seymour entre otros), se debe
alrededor de 93% del impacto de un mensaje. Más allá de la discusión sobre este porcentaje tan
elevado, es necesario reconocer el lugar que ocupa el lenguaje no verbal en la comunicación
interpersonal. No es posible mencionar todos los elementos no verbales que afectan la
comunicación, por eso aquí sólo nos concentraremos en aquellos elementos sobre los que
tenemos cierto control y que es necesario conocer para un desarrollo efectivo de nuestra
comunicación. Estos elementos han sido clasificados por Dimbleby y Burton en tres grandes
grupos: lenguaje del cuerpo, paralenguaje y vestido. Dentro del lenguaje del cuerpo podemos
distinguir: • Los gestos: la forma en la que usamos nuestros brazos y manos y que expresan una
gran variedad de información de todo tipo, desde aprecio o rechazo hasta para decir si algo es alto
o bajo. Los gestos pueden ser una simple información fría o pueden estar cargados de emoción. •
Expresión facial: los mensajes que enviamos con nuestra cara: frente, ojos, cejas, boca, labios,
lengua y barbilla. Su importancia es grande debido a que normalmente vemos primero la cara de
la persona y de allí sacamos las conclusiones sobre su sexo, edad, raza, estado de ánimo, etc.. Las
sugerencias faciales se vuelven más importantes en la medida que la distancia entre los
interlocutores sea menor. También vale la pena recordar que no todo de la expresión facial está
sujeto a nuestra voluntad y control. • Postura y movimiento del cuerpo: "La postura se puede
definir como arreglo y la posición del cuerpo y de las extremidades en su conjunto. La postura
puede reflejar sus motivaciones internas, sus intenciones en una situación de comunicación, al
igual que su actitud" (Hybels y Weaver, p. 107). • Espacio y proximidad: cómo manejamos nuestro
espacio corporal y la distancia con los otros. Todos necesitamos una cierta cantidad de espacio a
nuestro rededor y normalmente nos damos cuenta de ello en el momento en que este espacio ha
sido limitado o invadido. Dicha necesidad es tan fuerte que su violación produce tensión y
ansiedad. El uso del espacio expresa la formalidad e informalidad, aprecio y rechazo, familiaridad y
distancia, como también habla de las relaciones y el status entre las personas. La cultura es uno de
los elementos de mayor importancia en cuanto al manejo del espacio: desde muy temprana edad
las personas aprenden los códigos que rigen su comunidad y muchas de estas pautas perduran
durante toda la vida. • Contacto físico: con quien, cuando y como se da el mismo. Igualmente muy
marcado por la cultura y el aprendizaje tiene que ver con autoestima y seguridad. La cantidad y
calidad de este contacto depende, sobre todo, del tipo de relación que existe entre las personas.
De esta manera, puede indicar el grado de amistad o cercanía aunque la situación concreta es una
variable que hay que tener en cuenta. "Hay cierta evidencia de que el mayor contacto físico -
dentro del campo de los papeles sociales - puede ayudarnos a estar mejor con los demás (...)
Generalmente, cuando sentimos el toque (aunque breve) de otra persona durante la interacción,
nos sentimos mas amigables hacia ella" (Dimbleby y Burton, p.38). Esto sucede, probablemente,
porque el contacto físico nos evoca otras situaciones en las que actuamos con personas cercanas y
agradables. Con el nombre de paralenguaje se denotan todos los signos no verbales que
acompañan al momento de la expresión verbal. Muchos de ellos están vinculados con los
sentimientos o reacciones inmediatas. Entre los más comunes tenemos los suspiros, bostezos,
gruñidos, gritos que acompañan las palabras y las modifican. Igualmente pertenecen al
paralenguaje ciertas características o formas en las que se emplea la voz como son: velocidad,
inflexión, potencia y tono. Hybels y Weaver (p. 111) consideran que "en cualquier situación, la
comunicación vocal no verbal tiene un tremendo potencial para influenciar el significado del
mensaje verbal del orador tal como es interpretado por el oyente". De ahí que también cada
situación de comunicación exige de características particulares de paralenguaje del que transmite
el mensaje y cierta sensibilidad en el que lo recibe para captar las diferencias, algunas veces muy
sutiles, que determinan la percepción, evaluación del mensaje y la respuesta al mismo.
Finalmente, el tercer grupo de los elementos que conforman el lenguaje no verbal: el vestido. Éste
no sólo se refiere a la ropa que se usa sino también al peinado, joyería y, eventualmente, el
maquillaje. Todos estos elementos comunican información acerca de la personalidad, valores,
papel social, trabajo, nivel económico y mucho más. De cierta manera, la forma de vestir para la
mayoría de gente es una expresión de su identidad. Lo podemos observar con nitidez en algunas
de las profesiones (soldados, policías) y en subculturas, sobre todo entre los jóvenes. Los objetos
que usamos a diario, desde el automóvil hasta la pluma fuente, dicen algo sobre nosotros a los
demás y, nos guste o no, afectan nuestras relaciones interpersonales. Observando atentamente
podemos darnos cuenta que los dos tipos de lenguaje: verbal y no verbal, no son excluyentes sino
más bien son complementarios y en muchos casos, simultáneos. Cuando estos dos lenguajes se
apoyan mutuamente la comunicación interpersonal se torna clara, directa y efectiva. Como
pudimos ver hasta ahora, la comunicación interpersonal es un proceso complejo y su efectividad
depende de una gran cantidad de variables. Hay elementos sobre los que no tenemos ningún
control y otros que son susceptibles a la modificación según nuestra voluntad. Estos últimos,
pueden ser mejorados con el desarrollo de la capacidad de escuchar, de expresarse asertivamente
y de dar y recibir retroalimentación. Hoy en día, el no saber escuchar se ha convertido en una de
las principales causas de los problemas en la comunicación interpersonal. Al mismo tiempo es, y
por la misma razón, una de las habilidades con más "demanda". Todos conocemos el valor de la
experiencia de sentirnos escuchados: "Ser escuchado es un derecho de todo ser humano (...)
Quien es escuchado profundamente se siente atendido, aliviado, aceptado, libre para ser él mismo
y expresarse. Sentirse aceptado y comprendido permite y promueve una relación interpersonal"
(González Garza, p. 133). Naturalmente aquí tenemos que distinguir entre "oír" y "escuchar".
Oímos diferentes sonidos y lo hacemos a pesar de nuestra voluntad. Simplemente, no podemos
cerrar los oídos tal como lo hacemos por ejemplo, con los ojos o con la boca. Estando conscientes,
nos llega una infinidad de estímulos auditivos a los que respondemos de diferentes formas.
"Escuchar es oír profundamente a otra persona, utilizando todos nuestros sentidos para entrar en
contacto con ella; es percibir todas sus palabras, sus sentimientos, sus pensamientos e ideas, el
mensaje no verbal, (...)" (ídem). El acto de escuchar así descrito supone el querer escuchar, un
acto de voluntad. La implicación de esto es importante, puesto que al querer escuchar a alguien,
aceptamos, por lo menos en un grado mínimo, su valor como persona y su mensaje como digno de
ser escuchado. De manera que muchas dificultades en cuanto a la capacidad de escuchar tendrían
que ser revisadas a partir del concepto que tenemos de la otra persona, de un grupo de personas
o de los seres humanos en general. Esta escucha está impulsada por el intento de darle sentido a
lo que se oye. Comprender el marco de referencia del otro, no sólo sus palabras, penetrar en su
mundo y, al mismo tiempo, estar consciente de uno mismo, de su mundo de ideas, valores y
sentimientos es una tarea bastante complicada, pero que proporciona al acto de escuchar el
adjetivo de "empático". El proceso de escuchar al otro exige un esfuerzo, en algunas situaciones,
sumamente grande e intenso. Esta puede ser otra causa porque hay poca gente que sabe escuchar
bien. Podemos observar también, que muchos identifican el escuchar con estar subordinados o
incluso ser inferiores. Esto se debe a que desde muy niños tuvimos que "escuchar" a los mayores,
a los maestros en la escuela y a otras personas de autoridad. En aquel entonces, "escuchar"
significaba "obedecer", y aunque han pasado años esta traducción tan inexacta todavía puede
obrar en niveles personales profundos. Un trabajo serio de la revisión y el desarrollo de la propia
estima, junto con la experiencia de escucha empática, son indispensables para la superación de
este serio malentendido. Las experiencias transculturales, sobre todo las que tienen lugar en una
cultura e idioma diferentes, afectan seriamente la capacidad de comunicación y esto puede
repercutir en la imagen que se tenga de uno mismo. Situaciones de este tipo son capaces de
construir círculos viciosos en los que la comunicación afecta negativamente a la autoestima y ésta
última, por su parte, deteriora la comunicación. Las actitudes de empatía, aceptación y
congruencia como también asertividad y motivación son las que, entre otros, ofrecen una real
posibilidad de salida de dicho círculo vicioso. Hemos hablado de saber escuchar a los demás, pero
si queremos profundizar, descubrimos que escuchar, en primera instancia, se refiere a uno mismo,
a estar en contacto, a "escuchar" nuestro cuerpo, nuestros pensamientos, sentimientos y
emociones. La comunicación con uno mismo está en la base de toda la comunicación
interpersonal. Gracias a ella es posible distinguir entre el mundo interno con sus experiencias, sus
necesidades, miedos y motivaciones y los estímulos que vienen desde fuera, también con sus
propias exigencias. Sin escucharse a sí mismo, es imposible responder adecuadamente a las
señales, peticiones y exigencias del propio mundo físico, mental y espiritual. No saber escuchar es
privarse de la oportunidad de responder con exactitud y de allí hay sólo un paso a serios
problemas y alteraciones en el desarrollo personal y social. La comunicación intrapersonal, cómo
ya lo hemos visto, tiene un papel preponderante en la construcción de la propia imagen y,
finalmente, influye en el nivel de autoestima. Sin embargo, hay que recordar que "el concepto de
uno mismo jamás es creado en la soledad; depende de las respuestas y reacciones de otras
personas. La impresión que la gente tiene de nosotros y la manera cómo reaccionan, están
determinadas por la manera que nosotros nos comunicamos con ellos. Este proceso de
realimentación, también puede funcionar en la otra dirección; cuando vemos la reacción de la
gente y la impresión que ellos tienen de nosotros, es muy probable que intentemos cambiar
nuestro sistema de comunicación ya que su reacción no es compatible con la manera como nos
vemos a nosotros mismos. Por ello, la imagen que se tiene de uno mismo y la imagen que todos
los otros tienen están entrelazadas en nuestra comunicación" (Hybels y Weaver, p. 22). Es por ello,
que la comunicación intrapersonal se aleja mucho de lo que podría llamarse egoísmo o un
excesivo interés en uno mismo. Más bien, es la condición para entrar en un verdadero contacto
con los demás. Es una condición para llevar una vida y una comunicación auténtica. Hay muchos
caminos hacia el conocimiento de uno mismo, pero todos ellos exigen la habilidad de una escucha
atenta, libre de prejuicios y generalizaciones. Una escucha que no niega ninguna parte de la
realidad y que por ello, abre los caminos para poder encontrar alternativas y respuestas acertadas.
La comunicación afecta todas las dimensiones de la vida humana, algunas veces positivamente
otras, a primera vista, negativamente. Cuando la gente habla de la segunda posibilidad a menudo
menciona “conflicto”, “problema” o “dificultad”. La palabra usada dependerá mucho de la
percepción individual. De la misma manera, para ciertas personas, una determinada situación, sin
falta desencadenará en un conflicto interpersonal y para las otras, no será ni motivo para una
mínima preocupación. Podríamos seguir enumerando muchas e importantes diferencias entre las
personas, grupos sociales y culturas en cuanto a la percepción y resolución de los conflictos. El
peligro latente en un enfoque así, es de quedarse con una visión muy individualista del conflicto
sin posibilidad de ninguna generalización que podría servir de ayuda cuando buscamos métodos o
estrategias para la resolución de los conflictos. Por esta razón y sin minimizar el papel de las
percepciones individuales, en las siguientes páginas trataremos de revisar algunos aspectos
generales del conflicto y su papel en las relaciones interpersonales. El conflicto ha sido definido de
muchas maneras dependiendo de los actores y de otros componentes pero siempre implica un
choque y una lucha entre las partes que perciben sus metas como incompatibles o su logro es
amenazado por el oponente. El conflicto puede ser interno (por ejemplo, deseos incompatibles),
externo (persona, grupo), puede ser los dos al mismo tiempo (el comportamiento externo que no
refleja el estado interior) y también pude ser real o imaginario puesto que el conflicto depende
mucho de la percepción subjetiva. De hecho las discrepancias en la percepción son una de las
causas más comunes que originan el conflicto. Las barreras en la comunicación, la información
incompleta, las jurisdicciones ambiguas, el conflicto de intereses, las dependencias o asociaciones
de las partes, la necesidad de consenso y conflictos previos no resueltos (Filley, pp. 19-22) son
otras entre las muchas condiciones que anteceden al conflicto. Estas condiciones antecedentes
“son las características de una situación que por lo general conduce a un conflicto, aunque
también pueden estar presentes en la ausencia de él” (ídem, p. 18). Así por ejemplo, la falta de
conocimiento del idioma provoca que, tanto el extranjero como sus anfitriones, se vean muy
expuestos a un posible conflicto, en este caso vinculado con las barreras en la comunicación. De la
misma forma, la dependencia del visitante del el anfitrión, en varios aspectos de la vida cotidiana,
puede desembocar en un fuerte conflicto entre las partes. Pero por otro lado, la dificultad de
expresarse o de entender puede resultar en un mayor y más creativo esfuerzo para acercarse uno
al otro, como también la mencionada dependencia puede ser entendida como una oportunidad de
aprendizaje para los dos. Siguiendo esta línea del pensamiento, descubrimos que, potencialmente,
hay innumerables oportunidades para que brote el conflicto y sin embargo, sólo en ciertas
ocasiones éste mismo se hace presente. Esto sucede porque sólo algunas veces el conflicto es
percibido y sentido como tal por las partes involucradas. El espectro de estos sentimientos es muy
amplio y puede ir desde una desconfianza hasta los sentimientos de amenaza, hostilidad y temor,
entre otros. A partir de estas percepciones y sentimientos sólo hay un paso hacia el
comportamiento manifiesto que puede resultar en una agresión, una competencia, un debate o
en una búsqueda común de solución. “La resolución o supresión del conflicto es el término del
mismo mediante un acuerdo entre todas las facciones o la derrota de una de ellas” (ídem, p. 19).
El resultado de estas acciones imprimirá su marca en las futuras interacciones de las partes.
Incluso puede afectar muchas otras relaciones con las personas o grupos que al parecer no tienen
nada que ver con el conflicto vivido. También se ha observado, que la metodología del conflicto
una vez aprendida y que nos ha funcionado bien, (es decir hemos logrado lo que buscamos) suele
ser repetida y practicada una y otra vez sin importar la edad, el entorno u otros factores. En
algunas ocasiones, el conflicto puede existir por un buen tiempo sin manifestarse. Este conflicto
latente puede ser difícil de detectar y sin hacerlo manifiesto, es imposible de identificarlo y,
consecuentemente, afrontarlo. El conflicto ignorado, algunas veces voluntariamente, sigue
afectando negativamente a la persona y sus relaciones. Por el contrario, cuando el conflicto es
identificado y hay la voluntad de resolverlo, éste puede abrir oportunidades para mejorar la
relación, esclarecer los papeles y provocar un mayor compromiso con las metas propuestas. Las
creencias individuales juegan un papel preponderante en la identificación del conflicto y en la
forma en la que éste se desarrolle. Una parte de estas creencias se refiere a la imagen que
tenemos del otro. Si desconfiamos de él, lo consideramos inferior a nosotros o menos preparado,
o actuando con malicia, entonces, nuestra actuación no estará dirigida a una solución aceptable
para los dos. Contrariamente, estaremos preparados para destruir, humillar, o por lo menos, no
dejar que nos destruyan o humillen a nosotros mismos. Es un conflicto destructor para todos los
involucrados y, a menudo, sus consecuencias pueden ser sentidas mucho después. En las
experiencias transculturales, observamos este tipo de actitudes vinculadas fuertemente a todo
tipo de prejuicios y miedos. La raza, el color de piel, el idioma o el acento pueden hacer que
alguien se sienta amenazado. Estos prejuicios se originan en la familia, en la sociedad con sus
medios de comunicación y en un innumerable elenco de relaciones y organizaciones humanas. La
persona con un prejuicio busca la confirmación de éste y, con un poco de suerte o “forzando la
realidad”, casi siempre lo logra. La actitud opuesta es la de consideración positiva incondicional.
Aquí lo “incondicional” significa que percibimos al otro como una persona valiosa tal como lo
somos nosotros. Consecuentemente, tanto sus sentimientos, opiniones y acciones son dignas de
una atención que busca la plena comprensión de lo que ocurre desde su punto de vista. Esta
actitud, también nos lleva al siguiente paso: demostrar que confiamos en la otra persona. Sin
duda, aquello nos pone en una posición vulnerable, la que puede resultar en nuestra contra. Si
embargo, los estudios como de D. E. Zand (citado en Filley) señalan que muestras de confianza
inicial inspiran un comportamiento confidente en las personas a quienes nos dirigimos. “Por esta
razón, es mejor suponer desde un principio que puede confiarse en los demás y sólo pensar en lo
contrario cuando haya pruebas específicas para hacerlo” (Filley, p. 79). Otro grupo de actitudes
importantes para la solución de conflictos tiene que ver con el modo general de cómo percibimos
el conflicto en si mismo. En primera instancia, y con la simple observación que lo confirma: el
conflicto está presente en todas las relaciones interpersonales como lo está en toda la vida y en el
universo. Este hecho resulta en dos actitudes opuestas. La primera, considera al conflicto como
parte de la vida, incluso como aquello que la promueve y la enriquece. La otra, ve al conflicto
como algo indeseable y negativo. Uno de estos caminos, lleva a las personas a aceptar las
diferencias y abrazar estas experiencias, a pesar de ser a veces muy dolorosas, buscando una
solución que permita un nuevo crecimiento en la relación. El otro, es una combinación de huidas,
agresiones, manipulaciones o mal soportada tolerancia. Los resultados de cada una de estas
opciones son de gran importancia no sólo para el bienestar personal y en la relación, también
tienen que ver con la creatividad y el óptimo desarrollo humano. Las actitudes que tomamos
frente al conflicto dependen de una serie de factores. Entre los principales figura la autoestima, la
escala personal de los valores y las experiencias previas referentes al conflicto. “Diversos estudios
indican que las personas con poca autoestima 1. es más probable que se sientan amenazadas en
una situación determinada, 2. son más vulnerables y dependientes de una situación con
características de poder, 3. tienen una mayor necesidad de estructuras, 4. inhiben la agresión, 5.
son fácilmente convencidas y 6. ceden más ante la presión del grupo” (ídem, p. 112). Los valores
que la persona considera importantes e inherentes a su vida conforman la otra perspectiva en la
que ella ve el conflicto. La intensidad de éste último depende del lugar que ocupa el objeto del
conflicto en la escala personal de valores de cada parte. Finalmente, las experiencias previas que
hemos tenido en cuanto a los conflictos, imprimen su marca para las situaciones nuevas. Solemos
repetir las conductas que nos funcionaron en las situaciones de conflicto. Cabe subrayar que
“funcionaron” no siempre tiene la connotación positiva, algunas veces la forma en la que
afrontamos el conflicto fue muy dañina para nosotros y/o para los demás, sin embargo, nos
proporcionó algún tipo de bienestar y estamos dispuestos a repetirlo con más o menos conciencia.
De aquí se hace patente que cuando hablamos de las actitudes y el conflicto, nos referimos a la
totalidad de la persona, a sus diferentes dimensiones que están entrelazadas. Las actitudes
positivas en el conflicto sólo pueden ser alcanzadas a través de una revisión y ajuste constante de
todas estas dimensiones. Es así como volvemos otra vez a considerar el ser humano un proceso,
un camino sin fin. Visto en esta perspectiva, el conflicto es sólo una parte del camino, difícil a
veces pero al mismo tiempo, una oportunidad para crecer a partir de las nuevas compresiones. En
las páginas anteriores hemos hecho una revisión general de lo que son y como se desarrollan las
relaciones entre las personas. Lo que queremos subrayar en las siguientes líneas es la dimensión
ecológica, es decir, del conjunto en el que están inscritas todas las relaciones humanas. El esfuerzo
de cada persona por darse a conocer, por ser visible, por comunicarse se encuentra con el mismo
deseo de los demás a su alrededor. Este movimiento sinérgico construye nuestra sociedad y al
mismo tiempo, es su siempre inalcanzable deseo. Tal como estamos buscando uno al otro también
nos escondemos y huimos. A las palabras y gestos verdaderos acompañan mentiras y poses. Carl
Rogers, lejos de asustarse por esta nuestra condición humana, mantiene en alto su fe en ella:
“Estamos convencidos de que, dado un ambiente psicológico adecuado, el ser humano es digno de
confianza, creativo, automotivado, fuerte y constructivo; capaz de generar un potencial
insospechado” (1987, p. 100). Las relaciones interpersonales son un lugar predilecto para la
creación de este “ambiente psicológico adecuado” y cada persona tiene frente a sí misma la
responsabilidad de proporcionarlo. No son sólo los psicólogos, terapeutas o educadores que
puedan hacerlo. Si es tarea de todos, estos “todos” tenemos que revisar y ajustar constantemente
nuestras formas de comunicarnos, nuestras escalas de valores, nuestras actitudes y todo lo que
implica ir al verdadero encuentro del otro.