Clint Eastwood - Avatares Del Ultimo Cineasta Clasico
Clint Eastwood - Avatares Del Ultimo Cineasta Clasico
Clint Eastwood - Avatares Del Ultimo Cineasta Clasico
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Eastwood, considerado actualmente de forma unánime como el último
cineasta clásico norteamericano, ha recorrido un camino lleno de varapalos
críticos, fracasos comerciales y cuestionamientos ideológicos. Por ello, este
libro pretende analizar su trayectoria global desde las tres parcelas más
significativas de su aportación al séptimo arte: su faceta de actor, la de
productor y la de director.
Además de análisis y comentarios sobre todas sus películas, este libro
intenta mezclar la trama artística en su mismo contexto, esto es, se hace
hincapié en los vaivenes, tanto cinematográficos como políticos, que han
hecho que la obra de Eastwood se valorara en un sentido o en otro.
Aparte de la semblanza biográfica y el estudio de la productora que
Eastwood creó en 1968, Malpaso, el libro se adentra en los vericuetos
musicales del actor, e incluye una detallada filmografía de todos sus trabajos,
desde sus comienzos en películas de serie B hasta sus últimas obras
maestras.
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Quim Casas
Clint Eastwood
Avatares del último cineasta clásico
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Título original: Clint Eastwood: Avatares del último cineasta clásico
Quim Casas, 2003
Diseño de portada: minicaja
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Para Anton
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CAPÍTULO I
EL MISTERIO EASTWOOD
¿Por qué se considera hoy a Clint Eastwood como el último director clásico del cine
estadounidense? ¿Qué ha ocurrido realmente en las tres últimas décadas para que la
opinión de buena parte de la crítica, no tanto del público, al menos por lo que se
refiere a Eastwood como sostén del star system hollywoodiense, haya visto
modificados sus parámetros al acercarse a la obra del director, actor y productor?
¿Hay realmente tanta diferencia entre sus primeras películas y las últimas que ha
realizado? ¿Es necesaria una reconsideración de sus films iniciales a la luz que arroja
la madurez de los de estreno más reciente? ¿Ha crecido Eastwood como actor o,
simplemente, escoge con mayor criterio los personajes que interpreta asumiendo sus
limitaciones? ¿Por qué se acepta en los años ochenta un film políticamente tan poco
correcto como El sargento de hierro, que en épocas no muy anteriores hubiera sido
defenestrado con saña? ¿Era Eastwood un cineasta reaccionario en los setenta y
encarna las virtudes de una cierta conciencia liberal en los noventa y en los primeros
compases del nuevo milenio? ¿Qué ocurrió para que pasara del individualismo a
ultranza (Harry el sucio, El fuera de la ley, Ruta suicida) al estudio de la familia y la
comunidad (Bronco Billy, El aventurero de medianoche, El jinete pálido)? ¿Por qué
se alaba su tratamiento del jazz a partir de la espléndida película sobre Charlie Parker,
cuando esta música de raíz negra, una de las únicas aportaciones culturales de los
Estados Unidos según el propio Eastwood, ha tenido siempre un papel predominante
en la obra del cineasta? ¿Era necesario que Jean-Luc Godard le dedicara uno de sus
films, Detective, para que buena parte de la crítica europea empezara a tenerle en
cuenta, de la misma forma que la dedicatoria de Sin perdón a Don Siegel y Sergio
Leone pudo promover una repentina reconsideración del cine de estos dos
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realizadores tan presentes, de un modo u otro, en la carrera de Eastwood?
Éstas son algunas de las preguntas que rodean al autor de El jinete pálido, y
cualquier interesado en la evolución filmográfica de Eastwood puede plantearse
muchas más. No todas tienen respuesta, porque parten de circunstancias y fenómenos
que van más allá de las películas en sí mismas: el repliegue de las ideologías, el
cambio en el sistema operativo hollywoodiense tras el fin de la era de los grandes
estudios, la necesidad de referentes a los que agarrarse cuando el cine padece
inmensas sacudidas creativas e industriales, la ausencia de auténticos iconos en un
cine tan necesitado de los mismos como es el que se fabrica en Hollywood, el flujo y
reflujo de aquellos estilos y épocas denostados que, de repente, se convierten en
referente para las nuevas generaciones sin que se sepa muy bien qué circunstancias
han motivado esa inesperada reivindicación, fenómeno que se da por igual en el cine
como en la música pop (ejemplos más o menos recientes el spaghetti western y el
cine blaxplotation, ayer subgéneros y hoy formas de una cierta modernidad).
Por todo ello, Eastwood como cineasta y como personaje me parece un
permanente misterio; un fascinante misterio sin parangón en el cine estadounidense
de las tres últimas décadas. Del escarnio a la idolatría hay mucho trecho, y ése es el
que ha debido recorrer, y vencer en el plano de la reputación cultural, un cineasta
capaz de desorientar a detractores y exegetas con una habilidad de la que pocos están
dotados. La visión sobre el cine de Eastwood debe ser cosmogénica. No puede
analizarse su obra desde perspectivas automáticas como, por ejemplo, la diferencia
entre cine de géneros y cine de autor, entre cine norteamericano y cine europeo, entre
la ideología de derechas y la políticas de izquierdas, entre el clasicismo y la
modernidad, entre las férreas estructuras de Hollywood y una noción no encorsetada
de la independencia.
El autor de Los puentes de Madison se situaría justo en medio de todas las
tesituras enunciadas. Hace cine de géneros, por supuesto, y es más, a la antigua
usanza de los géneros de acción (thriller, western y bélico), con alguna que otra
escapada por los dominios del melodrama. Pero también se le considera desde hace
una década larga como el representante del cine de autor a la americana, otro término
discutible porque Alfred Hitchcock y John Ford, porque Nicholas Ray y Samuel
Fuller, hicieron películas en Estados Unidos y siempre fueron «autores». Puede
resultar significativo que la revista francesa Cahiers du Cinéma, generadora de la
llamada política de los autores, sea una de las que más se ha significado en favor del
cine de Eastwood en los últimos años —como en épocas pretéritas lo hizo con la obra
de los citados Hitchcock, Ray y Fuller—, aunque también otras publicaciones
influyentes a nivel general o en sus respectivos países (Positif, Films And Filming,
Dirigido por) han pasado por el filtro de la autoría la mayoría de películas del autor
de Sin perdón.
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Eastwood firma películas ambientadas en distintas partes de la geografía
estadounidense, con personajes totalmente enraizados en su forma de vida, pero es
capaz también de procurar una mirada sobre las historias que se aparta gradualmente
del modo de ver americano; Medianoche en el jardín del bien y del mal es un buen
ejemplo. Las películas del director se han ido volcando hacia un cierto clasicismo,
hacia esa forma de narrar sin digresiones temporales, con eminente claridad
expositiva, pero debe destacarse también el arrojo con el que Eastwood ha encarado
algunos de sus proyectos, caso de El aventurero de medianoche, Bird, Medianoche en
el jardín del bien y del mal y, en un orden más temático que visual, su díscola y
otoñal space opera titulada Space Cowboys, lo que le ha valido igualmente las
alabanzas de la llamada posmodernidad.
En cuanto al cine rodado al amparo del sistema y el conducido desde la
independencia, Eastwood constituye un modelo parejo al del desaparecido John
Cassavetes. Durante varios años se dio en su obra como director y como actor una
clara diferenciación entre los proyectos que teóricamente debían satisfacer al mayor
número posible de espectadores (El sargento de hierro, La lista negra, El cadillac
rosa, El principiante) y los que le resultaban mucho más interesantes a Eastwood que
al estudio con el que está asociado, Warner Bros. (El jinete pálido, Bird, Cazador
blanco, corazón negro, Sin perdón). Los primeros títulos entrarían en la política de
producción normalizada de Hollywood, mientras que algunos de los segundos (Bird
es el más demostrativo) nacerían desde una independencia que no necesariamente
tiene que ser sólo económica: con el dinero invertido en muchas de las películas
realizadas por Jim Jarmusch podría costearse el doble de producciones en
cinematografías como la española, la italiana o la alemana, y no por eso films como
Dead Man o Ghost Dog dejan de ser muestras representativas, si no las que más, del
cine independiente norteamericano contemporáneo.
También es muy reseñable que esa marcada diferencia entre películas personales
y necesidades comerciales se ha diluido con mayor rapidez de la esperada. Films
como Un mundo perfecto —en el que Eastwood jugó bien la baza Kevin Costner—,
Los puentes de Madison, Poder absoluto, Medianoche en el jardín del bien y del mal,
Ejecución inminente, Space Cowboys y Deuda de sangre han roto esa simbólica
barrera y no pertenecen a ninguna de las dos categorías, sino que abrazan ambas
indistintamente, situación de la que sobre todo se ha beneficiado el cineasta, que
puede volcar temas y sugerencias personales sin tener la sensación de que se está
haciendo el haraquiri comercial, como le sucedió con Bird.
Para poder realizar su biografía sobre Charlie Parker, considerada casi
unánimemente como la mejor película de jazz de la historia, Eastwood debió
interpretar en la misma época La lista negra (quinta y última pesquisa de Harry el
sucio) y El cadillac rosa (un insensato cruce entre comedia, cine de acción y
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pandillas de moteros). Los directivos de Warner actuaban sibilinamente, pero
actuaban. Si Eastwood quería jugarse algo más que un puñado de dólares de la
compañía con su retrato largo en metraje, oscuro y epidérmico de la vida y obra de
Parker, debía darles en compensación un par de películas que aseguraran, salvo
contratiempos de última hora, mejores dividendos. La situación tácita, aceptada de
buen grado por Eastwood, se había producido ya con el western El jinete pálido, al
que siguió una película bélica de menor riesgo conceptual como El sargento de
hierro, y se repetiría con Cazador blanco, corazón negro (inteligente descodificación
del característico mito hollywoodiense, tomando como tema la obsesión de John
Huston por cazar un elefante, lo que motivó el rodaje de la alabada La reina de
África), tras la cual el contrato del cineasta con Warner incluía una película policíaca
cargada de secuencias de acción espectacular como El principiante.
Por otra parte, el cine de Eastwood resulta muy rico y sugestivo si se pretende
hablar de los conflictos ideológicos. La interpretación que en Estados Unidos se tiene
de los conceptos políticos de la izquierda y de la derecha difiere considerablemente
del punto de vista europeo, lo que nos ha llevado a considerar al personaje más
popular del actor, el inspector Harry Callahan, como un neofascista, cuando
Eastwood y sus creadores han preferido definirlo como un individualista a ultranza
que no cree en las reglas, generalmente corruptas, del sistema. Cierto que las
decisiones y reacciones de Callahan no son un dechado de virtudes democráticas, y
que dos de los directores más ideológicamente conflictivos del cine estadounidense
de los setenta, Michael Cimino y John Milius, firmaron el guión de la segunda
entrega de la serie, Harry el fuerte, pero ésa no es razón suficiente para integrar al
violento policía de San Francisco en la nómina de héroes reaccionarios al que tanto
apego han tenido siempre en las colinas de Hollywood, desde el justiciero nocturno
encarnado por Charles Bronson a las órdenes de Michael Winner hasta los
monolíticos personajes diseñados según el mentón, la barbilla, el tórax y el músculo
de Sylvester Stallone, Chuck Norris, Steven Seagal o Jean-Claude van Damme.
En la recepción de la obra de Eastwood se reproducen, en definitiva, algunos de
los esquemas maniqueos que afectaron durante décadas a la mayor comprensión del
arte de algunos cineastas hoy incuestionables, caso de John Ford o King Vidor.
Eastwood ha logrado romper no pocos tabúes e ideas preconcebidas en torno a su
cine, lo que quizá ha llevado también a una exaltación ciega de todos los productos
en los que el cineasta se implica de una manera u otra, a fuerza de sabiduría narrativa,
diversificación estilística y temática (el efecto popular del melodrama Los puentes de
Madison, en el contexto del cine de su autor, triplica como mínimo el que pudo tener
Primavera en otoño, su primer y anterior acercamiento al género dramático cuando
todo el mundo lo reconocía como Callahan o el pistolero de los westerns italianos),
mejor aprovechamiento de sus escasos recursos interpretativos y también, por qué no
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decirlo, de un cierto repliegue del propio Eastwood como encarnación de un prototipo
cinematográfico hacia parajes algo más clementes y reposados; Sin perdón, Ejecución
inminente, Space Cowboys y Deuda de sangre son sendos ejemplos, sean por la vía
del cansancio físico, la edad, el alcohol, el escepticismo o el corazón artificial.
En definitiva, Eastwood, el rostro y el cineasta, el molde y el orfebre, el actor de
gesto taciturno y el director de la puesta en escena tan sólida como transparente, ha
sabido acercarse a diferentes estratos de espectadores sin, y eso es realmente
remarcable, cambiar de orientación con la gratuidad de una veleta ni ofrecer algo en
lo que no creyera. Siempre ha sido así. Creía en el violento inspector Harry Callahan,
capaz de perseguir al asesino Scorpio por las calles de San Francisco y de
«apalizarle» en aras de una justicia arcaica, y cree en el ex policía Terry McCaleb
(Deuda de sangre), que ya no puede atrapar a ningún delincuente que se ponga a
corretear por aquellas mismas calles y necesita de un transplante de corazón para
seguir viviendo. Quizá no creyera tanto en otro policía, esta vez de Nueva Orleáns,
misteriosamente asociado a todas las víctimas femeninas de un psicópata. Fue el
inspector Wes Block de En la cuerda floja, película con la que dio la alternativa como
director a Richard Tuggle, de quien, por cierto, poco más se supo; se alejó de los
dominios de Malpaso y perdió todo el fuelle e iniciativa que se le supusieron. Block
no estaba forjado con los signos distintivos que buena parte del público esperaba de
un «personaje Eastwood», y por ello esta película bisagra en la trayectoria del
cineasta supone un elogio del desconcierto: Eastwood, con los rasgos de Callahan,
que no es lo mismo que Callahan con los rasgos de Eastwood, incorporando a un
policía adicto al sexo duro y, además, casado, separado e incapaz de atender lo más
mínimo a sus dos hijas.
¿No es un desafío que un actor de su posición estable hiciera eso? A mí me
parece, más que nada, un atractivo misterio que invalida muchas teorías esparcidas
sobre el cine norteamericano y la escasa ductilidad de sus iconos. Y Eastwood es
ambas cosas: icono y dúctil.
LA LÍNEA DE SOMBRA
Hay cineastas cuya trayectoria es más o menos fácil de delimitar en etapas. En el caso
de otros resulta complicado establecer líneas divisorias entre períodos y atisbar cortes
limpios o bruscos a lo largo de su itinerario cinematográfico. En Eastwood todo se
complica en los últimos años, cuando se mezcla definitivamente el artesano (El
principiante) con el autor (Bird). En sus inicios las cosas aparecen mucho más
simples y diáfanas, pero su evolución intermedia se mantiene en una permanente
línea de sombra conradiana: el reflejo de una película puede otorgar nueva luz a las
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inmediatamente anteriores, y los juicios de valor han ido modificándose en función
de constantes reelaboraciones del discurso crítico sobre su cine, ópticas nuevas que
han sacado del ostracismo películas en su momento olvidadas o vapuleadas en las que
ya estaba depositado el germen de lo que luego se ha alabado ciegamente.
Resumiendo, las películas de Eastwood se veían de una forma en los años setenta y se
contemplaron de manera muy distinta en los noventa, incluso por aquellos que quince
o veinte años atrás no apreciaban clasicismo alguno donde ahora ven una elegía del
cine puro norteamericano. A él, posiblemente, le sea igual.
Tendríamos una primera etapa en el más absoluto de los anonimatos hasta que los
westerns europeos de Sergio Leone le convierten en una estrella de primer orden, en
un valor comercial seguro. Podría discutirse este primer corte divisorio, alegando que
antes de rodar en Almería con Leone, Marianna Koch, Gian Maria Volonté, Lee van
Cleef, Eli Wallach, Luigi Pistilli, Klaus Kinskiy compañía, Eastwood ya se había
convertido en una figura conocida de la televisión gracias a la serie del oeste
Rawhide, emitida entre 1959 y 1966. Pero aquel fue un fenómeno estrictamente
estadounidense que generó una curiosa operación de rebote; Leone escogió a
Eastwood por su trabajo en Rawhide, el actor convenció en Europa con sus tres
papeles de Joe, El Manco y Rubio, los personajes que encarnó respectivamente en
Por un puñado de dólares, La muerte tenía un precia y El bueno, el feo y el malo, y
Eastwood fue reclamado inmediatamente por Hollywood, que hasta entonces apenas
le había hecho caso, para rentabilizar de inmediato el efecto que la trilogía de Leone
estaba teniendo en todo el mundo.
Es decir, Eastwood se convirtió en una gran estrella comercial en Estados Unidos
gracias a los tres eurowesterns que protagonizó en tierras españolas e italianas. Y ya
entonces lo tuvo claro. Su primera decisión al volver al cine norteamericano fue
crear, en 1968, la productora Malpaso Company, reconvertida poco después en
Malpaso Productions, y regir así el destino de su carrera de forma absolutamente
libre. Cabe considerar a Eastwood como un auténtico precursor, ya que en los últimos
años, después de la absorción de los grandes estudios por las multinacionales y de la
definitiva eliminación de la figura del productor a la vieja usanza, los que marcan la
pauta en Hollywood son los actores que han creado sus propias compañías de
producción para mover los proyectos que les interesan y venderlos a los estudios para
su financiación; es el caso de Kevin Costner (Tig Pictures), Mel Gibson (Icon), Tom
Cruise (Cruise-Wagner Productions), Robert de Niro (Tribeca), Danny de Vito
(Jersey) o incluso Hugh Grant (Simian). Los actores-productores les han comido el
terreno a los directores-productores que, como Francis Ford Coppola y sus Zoetrope
Studios, intentaron plantar cara al sistema hollywoodiense rivalizando de tú a tú en
una contienda decididamente desigual que sólo Steven Spielberg, a la cabeza de
Amblin y DreamWorks, ha sabido ganar.
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La aparición del primer film sobre el inspector Harry Callahan, Harry el sucio,
dirigido por Don Siegel en 1971, supondría la definitiva entronización de Eastwood
en el star system de Hollywood; durante casi veinte años consecutivos ha sido una de
las diez figuras más taquilleras del cine estadounidense, y el «impacto súbito» de este
personaje —permítame el lector este pueril juego de palabras con el título de la cuarta
película del ciclo Callahan, casualmente la primera y única dirigida por el actor— fue
determinante para la espléndida salud comercial de la que ha gozado hasta nuestros
días. Ya en esta época empezó a jugar al despiste; Harry el sucio supuso un bálsamo
para las arcas de Warner Bros, y Malpaso después del anterior film que habían hecho
juntos Eastwood y Siegel, El seductor, un delirio barroco y sexual en plena guerra de
secesión que no obtuvo la misma respuesta del público. En ese mismo 1971 se
establece otro corte de tajo nítido, transparente, cuando Eastwood decide pasar a la
dirección y rueda Escalofrío en la noche, un thriller recibido sin grandes alardes que,
con el paso de los años, se ha convertido en una obra seminal, al menos en cuanto a
su materia argumental; películas mucho más populares como Atracción fatal han
hurtado sin vergüenza los planteamientos de aquel lejano debut de Eastwood tras la
cámara.
Su ópera prima no establece un cambio profundo en la trayectoria del productor,
director y actor, al menos a nivel cualitativo, por lo que debe esperarse a 1985, el año
de El jinete pálido, para efectuar el último y decisivo corte por lo que respecta a la
evolución del cineasta y el cada vez más amplio consenso que gana. Es una división
menos clara de lo que todo parece indicar, ya que antes que El jinete pálido Eastwood
había dirigido al menos tres películas en las que se rastrean abiertamente los signos
distintivos que hoy nadie le niega: El fuera de la ley, un western lacónico de 1976
que entronca con algunos clásicos de Hollywood y diluye la influencia de Leone,
manifiesta en su primera película del oeste, Infierno de cobardes; Bronco Billy, una
tragicomedia fechada en 1980 sobre la supervivencia de los mitos característicos de
la joven cultura norteamericana, recorrida por un hálito de emoción y un reguero de
escepticismo; y, sobre todo, El aventurero de medianoche, de 1982, un precioso
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borrador de lo que sería Bird, substituyendo al saxofonista de jazz heroinómano por
un músico de country tuberculoso.
¿Alguien sigue dudando del misterio que abriga como un manto al cine de
Eastwood? Su trayectoria está tan repleta de recovecos, falsas pistas, anticipos, giros,
cuestionamientos y confirmaciones, que sumergirse en ella supone tanto un viaje por
la obra de un creador total como un recorrido por la compleja y siempre
contradictoria forma de vida norteamericana, de la que Eastwood ha sido tanto un
trovador activo como un desencantado observador.
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CAPÍTULO II
ESCORZO BIOGRÁFICO
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intentaba descifrar el misterio (otro) escondido tras cada nota del saxo de Charlie
Parker, desde entonces su músico favorito pese a la fascinación ejercida también por
el jazz más sofisticado y melancólico procedente de la Costa Oeste del país, las notas
sensuales desperdigadas por Chet Baker, Gerry Mulligan, Shelley Manne y Stan
Getz.
El jazz tendrá un papel privilegiado en las columnas sonoras de sus películas, y en
su primer film tras la cámara, Escalofrío en la noche, llegará a insertar planos
documentales del festival de jazz de Monterey. Nadie debió extrañarse, pese a que
hubo quien sí lo hizo, de que en 1988 emprendiera un proyecto cinematográfico en
torno a la vida y obra de Charlie Parker; o de que en uno de sus trabajos como actor,
el encallecido guardaespaldas de En la línea de fuego, realizada por Wolfgang
Petersen en 1993, se permitiera el lujo de acometer algunos pasajes al piano; o de que
Lennie Niehaus, excelente saxofonista y arreglista en activo desde la década de los
cincuenta, sea su mano derecha en materia musical; o de que haya compuesto los
temas principales de varias de sus películas. Pero de todo eso hablaremos más
extensamente en el apéndice musical.
Hay en estos años de juventud algo de aventurero —trabajó durante meses
bajando troncos por los rápidos— y también de adolescente muy de la época,
fascinado por los automóviles, las fiestas con barbacoa —uno de los signos
distintivos de la América lounge posterior a la contienda mundial y al alba de la
guerra fría— y un cierto culto al cuerpo atlético. Eastwood lo tenía, por supuesto, lo
que le sirvió para ganarse la vida con trabajos menos arriesgados y más lucrativos
que el descenso de troncos por corrientes fluviales. Siendo monitor de piscina
conoció a la que sería su primera esposa, Maggie Johnson. Se casaron el 19 de
diciembre de 1953.
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Eran otros tiempos, pero la pareja podría resumir muy bien aquel ideal que
persiguió y describió Francis Scott Fitzgerald en sus novelas de los años veinte.
Jóvenes, apuestos y esbeltos (el instructor de natación y la modelo de revistas de
Rodeo Drive), personificaban una visión apastelada y bronceada del gran sueño
americano. Se casaron muy jóvenes pero no precipitaron los acontecimientos. Tener
descendencia no entraba en sus planes hasta que uno de los dos, o ambos, hubiera
asegurado sus entonces balbucientes carreras. Eastwood ha comentado que haber
tenido una paternidad tardía le enseñó a ser paciente. El primer hijo de la pareja,
Kyle, actor en algunos films de su padre y músico de jazz, nació en 1968, catorce
años después de celebrarse aquella boda que Eastwood recordaba como apresurada y
algo inconsciente. Alison, también actriz en varias películas paternas, nació cuatro
años más tarde. No deja de ser representativo que Kyle viniera al mundo
coincidiendo con el éxito de las películas de Leone protagonizadas por su padre y con
la formación de Malpaso Company, y que Alison lo hiciera cinco meses después del
estreno de la apocalíptica Harry el sucio.
Sin tener que apartarse de Hollywood y sus aledaños, ha sabido vivir al margen
del glamour y la publicidad generada por la llamada «meca del cine». Nadie aireó que
empezara a mantener relaciones con la actriz Sondra Locke en 1975, ni corrió más
tinta de la cuenta cuando se separó de Maggie en 1979 (sellaron el divorcio cinco
años después). Ni sus posteriores rupturas sentimentales con Sondra y la también
actriz Frances Fisher, con la que tendría su tercera hija, Francesca, o su relación con
la periodista radiofónica Dina Ruiz, con la que se casó en 1996 (y de la que tiene otra
hija, Morgan Colette), sirvieron para que se hablara de Eastwood por otra cosa que no
fuera su obra cinematográfica y, en menor medida, sus escarceos políticos, pese a que
Sondra Locke, coprotagonista de casi todas sus películas entre 1976 y 1985, se
empeñó en propagar tiranteces conyugales y artísticas y, una vez separados, lo
demandó legalmente por haber impedido que progresara su carrera como actriz y
directora; es sin duda la página más surrealista en toda la carrera de Eastwood.
La solución perfecta para servirse de las ventajas de Hollywood sin tener que
soportar sus inconvenientes tiene un nombre propio en la vida de Eastwood: Carmel.
Esta pequeña ciudad situada a cuatro millas de Monterey, a 120 millas al norte de San
Francisco y 230 al sur de Los Ángeles, cálida, luminosa, ordenada, cara y tranquila,
cerca del Pacífico, de topografía sin desniveles y una frondosa vegetación que oculta
su fisonomía a quienes pasan cerca de ella conduciendo por la Highway One, un
facsímil en apacible, en definitiva, de las localidades de vallas blancas y céspedes
impolutos diseñadas por David Lynch en sus películas, comenzó a ser una especie de
obsesión para Eastwood desde que la descubrió en 1951, tres años antes de firmar su
primer contrato cinematográfico con la productora Universal: «Me dije a mí mismo:
si algún día llego a tener los medios necesarios, será allí donde viviré». [1]
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Cumplió su sueño, y Carmel se convirtió en algo más que un tranquilo hogar
donde idear nuevos proyectos cinematográficos y mantener, a distancia, el control de
la lucrativa Malpaso Productions, además de invertir en otro tipo de negocios
sirviéndose de su popularidad, caso de la apertura del bar-restaurante Hog’s Breath
Inny de la compra de uno de los edificios históricos de la localidad, Mission Ranch.
Eastwood nunca ha escondido sus simpatías por el Partido Republicano, lo que le
llevó a votar a Richard Nixon y Ronald Reagan en distintas elecciones presidenciales.
Intentó llevar a la práctica su ideal político, no tan prepotente como el de los dos
presidentes votados, cuando se presentó a las elecciones para la alcaldía de Carmel.
Su campaña debió de ser inmaculada, ya que en abril de 1986, dos meses antes de
iniciar el rodaje de su película ideológicamente más incómoda, El sargento de hierro,
se convirtió en el alcalde de la ciudad tras obtener 2.166 votos. La anterior alcaldesa,
Charlotte Townsend, se presentó a la reelección y fue arrollada por el actor, logrando
tan sólo 799 votos.
Durante sus dos años de mandato, hasta el 5 de abril de 1988, llevó a cabo las
reformas y mejoras que había prometido en su plan electoral, sobre todo en materia
de sanidad, parques públicos y mayores facilidades urbanas para las personas
discapacitadas. También rodó, entre octubre y diciembre de 1987, su película en torno
a Charlie Parker; me gustaría saber cómo reaccionaron algunos de sus votantes,
identificados con el conservadurismo a ultranza del ideario republicano (tal como se
entiende el concepto republicano en Estados Unidos), al ver cómo su alcalde
mostraba sin tapujos ni ambages morales, sin cuestionar y con emotiva comprensión,
la relación del músico negro con la heroína.
Existe en la trayectoria de Eastwood otra «anécdota» de tipo político que alimenta
su imagen ultraconservadora a la vez que, paradójicamente, sintetiza el talante
individualista y en desacuerdo con las formas del sistema que ha trasladado a varios
de sus personajes de ficción. En 1983, el gobierno tailandés acusó a Eastwood y
William Shatner, el protagonista de la serie Star Trek, de haber organizado y
financiado una serie de operaciones secretas destinadas a rescatar marines
norteamericanos en Laos. La primera de estas misiones fue llevada a cabo a finales de
1982 con el nombre de «Operación Lazarus». Eastwood ha hablado poco del tema y,
cuando salió a la luz, el gobierno estadounidense, presidido entonces por Reagan, se
desmarcó del mismo alegando que no tenía noticia alguna de que se hubiera realizado
dicha operación. Parece ser que fue un absoluto fracaso, lo que no impidió la puesta a
punto de una segunda misión al despuntar el siguiente año. La realidad no imita
siempre al cine, y si en la posterior El sargento de hierro los marines adiestrados por
el propio Eastwood en la ficción logran sus propósitos durante la invasión de la isla
de Granada, el grupo de mercenarios contratados en la vida real por el cineasta y el
capitán Kirk del Enterprise volvieron con más bajas de las debidas y sin ningún
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compatriota liberado. Página negra, y también difusa, en su trayectoria política.
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bélicas en tierras asiáticas) ha conseguido desprestigiar en las últimas décadas su
valía como cineasta y como personaje más allá de las ficciones de la pantalla [3].
Eastwood ha sido desde principios de los noventa objeto de todo tipo de premios
y agasajos culturales que harían ruborizar al hombre sin nombre de los films de
Leone, no así al autor de Poder absoluto. Después de obtener el Memorial Irving
Thalberg en 1995, recibió otros cinco galardones por el conjunto de su obra: el
premio del American Film Institute (1996), el César de honor del cine francés (1998),
el León de Oro de la Mostra de Venecia (2000), el Premio Akira Kurosawa en el
festival de San Francisco (2001) y el premio del certamen de Chicago (2002). El
gobierno francés ya le había nombrado en 1985 Caballero de las Artes y las Letras, y
en 1994 le subieron el rango hasta el de Comendador de las Artes y las Letras. En
1988 había logrado también el premio Cecil B. De Mille y el Museo de Arte
Moderno de Nueva York, por su parte, le organizó un homenaje en 1993. El festival
de Cannes, en el que acostumbran a exhibirse sus películas desde 1985, le encomendó
la tarea de presidir el jurado del certamen en 1994, año en el que Pulp Fiction se alzó
con la Palma de Oro, aunque una de las películas que más le interesó a Eastwood de
aquella edición fue una de registro bien distinto al de su cine y el de Quentin
Tarantino, A través de los olivos, de Abbas Kiarostami.
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Con todo, la espita de los homenajes y los parabienes la abrió el inesperado éxito
de una película a contratiempo, como lo son desde hace años todos los westerns que
pueden realizarse en Hollywood. La corriente de simpatía hacia Bird se multiplicó en
el caso de Sin perdón, que además de ganar cuatro Oscar —mejor película, director,
actor secundario (Gene Hackman) y montaje (Joel Cox)—, obtuvo las siguientes
consideraciones en el ámbito anglosajón: mejor film para el London Film Critics
Circle, Los Ángeles Film Critics Association y Boston Society of Film Critics; mejor
director en la entrega de los Globos de Oro correspondiente al año 1992, y ambas
recompensas, película y director, según los miembros de la National Society of Film
Critics.
Cabe recordar que los integrantes de la Academia de Artes y Ciencias de
Hollywood le habían dado la espalda hasta entonces. Tras veinte años de trayectoria
como realizador, no había sido nominado en ninguna ocasión por sus trabajos tras la
cámara. Como actor, con cuatro décadas a cuestas, tampoco había tenido el cada vez
más discutible privilegio de ser convocado entre los cinco mejores del año. Todo
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cambió radicalmente con Sin perdón, su primera nominación directa; logró el Oscar
al director pero no así al de mejor actor, obtenido aquel año por Al Pacino por su
trabajo en Esencia de mujer.
Este western espectral y acuoso también fue nominado en las categorías de guión
original, fotografía, sonido y decoración. Posiblemente pocos se acuerden del nombre
del escritor, del cámara, del técnico de sonido y del director artístico que subieron
aquel año a recibir las correspondientes estatuillas, pero no así de las películas y los
directores que ganaron en las ediciones en las que Eastwood ofreció lo mejor de sí
mismo. En 1982, 1985 y 1988, los años de El aventurero de medianoche, El jinete
pálido y Bird, fueron Gandhi, Memorias de África y Rain Man las que coparon los
galardones más importantes. Ésa es la lógica del mercado hollywoodiense, y en
cuanto al menosprecio hacia los auténticos creadores, no resulta tan descabellado
situar el nombre de Eastwood junto a los de Charles Chaplin, Orson Welles y John
Cassavetes, ilustres olvidados en una ceremonia que (casi) siempre ha primado la
estulticia sobre la revelación.
Tampoco Don Siegel y Sergio Leone, a quienes Eastwood considera sus maestros
más directos y que, casualmente, son los objetos de la dedicatoria de la única película
oscarizada de su autor, recibieron el condescendiente golpecito en el hombro de los
votantes de la Academia. Aunque se ha hablado de su influencia sobre las películas
de Eastwood a nivel temático y formal, el cine de Siegel y Leone ha tenido
repercusión esencialmente en el modo de trabajo del director de Sin perdón. Uno de
los rasgos de Eastwood mejor saludados por la industria cinematográfica de su país es
que casi nunca se pasa ni del presupuesto ni del plan de rodaje. Eastwood a Michael
Henry: «Los films de Siegel, como los de Leone, eran auténticos modelos de
economía. Jamás sobrepasaron el presupuesto estipulado. Ésa fue mi escuela» [4].
Entre sus otras preferencias están las películas de John Ford, Preston Sturges,
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Howard Hawks, los westerns de Anthony Mann y buena parte de la obra de Akira
Kurosawa. De hecho, le apeteció intervenir en Por un puñado de dólares en 1964
porque se trataba de una recreación en clave de western europeo de uno de los títulos
punteros del cineasta japonés, Yojimbo, rodado apenas tres años antes.
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CAPÍTULO III
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Douglas Sirk) y Abbot y Costello contra la poli (Abbot and Costello Meet the
Keystone Cops, 1955; Charles Lamont).
DIÁLOGOS EN CLAVE B
Arthur Lubin, el director de Francis Join the WACS, y Jack Arnold, el más inspirado
de los fabricantes de producciones fantásticas de serie B en Universal, fueron sus
principales valedores en esta época inicial. Arnold le dio su primer papel con diálogo,
el del asistente de laboratorio llamado Jennings, en Revenge of the Creature (1955),
continuación realizada en el sistema de tres dimensiones de uno de los mayores
logros del cineasta y del estudio en materia fantástica, La mujer y el monstruo (The
Creature from the Black Lagoon, 1954). Eastwood aparece a los quince minutos de
metraje y sostiene una breve conversación en el laboratorio con el profesor Ferguson
(John Agar), frente a la jaula en la que conviven cuatro ratas blancas y un gato. La
secuencia dura poco más de medio minuto y Eastwood hubo de memorizar estas
impagables líneas de diálogo:
Jennings
«Doctor, ¿viene un momento? ¿Entre los animales inferiores no hay enemigos
naturales si están bien alimentados?»
Ferguson
«No.»
Jennings
«Puede ser, pero aquí había cuatro ratas y ahora solo quedan tres. En mi opinión, La
cuarta rata está en el estómago del gato.»
Ferguson
«¿Les dio hoy de comer?»
Jennings
«Seguro, siempre les doy de comer.»
Jennings pone la mano en el bolsillo de su bata y encuentra la cuarta rata. Jennings
(sorprendido)
«¿Cómo entró aquí?»
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Arnold y el productor William Alland, otro clásico del fantástico de bajo presupuesto,
Tarántula (Tarántula, 1955), la prestación de Eastwood fue aún más corta. Tiene
exactamente cuatro planos en la secuencia final del ataque aéreo a la enorme araña
mutante cuando ésta se dispone a entrar en la ciudad. En el primero de los planos,
Eastwood ordena el inicio de la operación. En el segundo dispara los misiles y en los
dos restantes da la orden de arrojar el napalm. Todos menos el primero son en el
mismo encuadre frontal y estático. Aunque pronuncia algunas palabras, ni siquiera
debe mover los labios, ya que aparece siempre con medio rostro cubierto por la
máscara de goma. Puestos a establecer conexiones, estos breves planos realizados por
Arnold volverían a la memoria del actor cuando, veintisiete años después, se dirigió a
sí mismo pilotando un avión bastante más sofisticado en Firefox.
Entre estos dos films, Eastwood volvió a trabajar con Arthur Lubin en una nueva
entrega de la mula ilustrada, Francis in the Navy (1955) —ésta es la única de las
primeras películas del actor de la que el libro oficial de Universal [5] se hace eco de su
participación—, y en una colorista producción de aventuras en la que apareció
enfundado con los ropajes de un guerrero sajón, Lady Godiva (1955). Ninguno de
estos trabajos le hizo prosperar lo más mínimo en las dependencias de Universal ni
ser elogiado por ningún cazatalentos o algún productor ávido de nuevos rostros, por
lo que volvió al anónimo redil de la figuración durante unas cuantas semanas más. Se
especula con su intervención en títulos menores como The Purple Mask (1955; Bruce
Humberstone), film de aventuras cortesanas al estilo de las peripecias de la Pimpinela
Escarlata; el western Pillars of the Sky (1956; George Marshall); The Square Jungle
(1956; Jerry Hopper), un drama pugilístico protagonizado por Tony Curtis; y The
Benny Goodman Story (1956; Valentine Davies), tediosa recreación de la vida del
famoso clarinetista. En todo caso, de ser cierta su participación en este biopic,
Eastwood pudo ver de cerca a algunos jazzmen ilustres que participaron en la
película, como Teddy Wilson, Lionel Hampton y Gene Krupa.
PELÍCULAS Y PISCINAS
Llegaron después los años del desencanto hollywoodiense. Los ejecutivos de
Universal no le renovaron el contrato, que expiró definitivamente en octubre de 1955,
y Eastwood alternó la búsqueda de papeles en otras productoras con alguna
esporádica intervención televisiva y un trabajo mejor remunerado en una empresa de
mantenimiento y limpieza de piscinas que operaba en la lucrativa zona de Beverly
Hills. Se estrenaron sin mayor éxito las últimas películas Universal en las que había
intervenido: Hoy como ayer (Never Say Goodbye, 1956), un melodrama de Jerry
Hopper inspirado en la pirandelliana pieza “Come prima meglio di prima” y al
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servicio del más reciente galán del estudio, Rock Hudson, en el que Eastwood asume
por segunda vez en poco más de un año el papel de ayudante de laboratorio; Star in
the Dust (1956), un western seco y lacónico de Charles Haas en el que interpreta el
papel de un cowboy; y Away All Boats! (1956), de Joseph Pevney, una película bélica
ambientada en la campaña del Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial, con
Eastwood supliendo las espuelas de vaquero por el traje de marino.
Agarrado como a un clavo ardiendo a su antiguo protector, Arthur Lubin, el actor
consiguió dos pequeños papeles en un par de films que éste realizó en RKO: The
First Travelling Salesday (1956), una extraña comedia con Ginger Rogers vendiendo
alambre de espino en el lejano oeste —y en la que Eastwood pudo ver cómo su
nombre aparecía en los créditos precedido de un “y presentando a…”—, y Escapada
en Japón (Escapade in Japan, 1957), un relato de aventuras de corte infantil. Antes
de encontrar su particular panacea en la pequeña pantalla, intervino aún en dos
películas más. La primera de ellas es la más importante de esta precoz y desangelada
etapa, no tanto por el cometido de Eastwood (un piloto de aviación de combate con
no más de dos escenas), como por la ambición del proyecto y la calidad de su
director: Lafayette Escadrille (1958), evocación de las andanzas de varios aviadores
durante la primera guerra mundial servida por un William A. Wellman tan sólo
convincente, a años luz de títulos mayores de su filmografía como Cielo amarillo,
Fuego en la nieve, Más allá del Missouri, También somos seres humanos, Caravana
de mujeres y Track of the Cat.
La segunda es toda una paradoja. Ambush at Cimarrón Pass (1958) es un western
de producción Z financiado por la firma Regal Productions y rodado en apenas diez
días por el debutante Jodie Copeland, cineasta rápidamente engullido por la historia.
Se centra en la conflictiva relación entre un grupo de ex combatientes nordistas y
sudistas que deben aparcar sus diferencias ideológicas para superar las constantes
emboscadas que les tienden los indios. Eastwood tuvo su primer papel de entidad, el
de un cowboy sudista que aún no ha digerido la derrota de la confederación en la
guerra civil, pero el actor siempre ha considerado Ambush at Cimarrón Pass como la
peor de las películas en las que ha intervenido. Otra suerte habría tenido, sin duda, de
haber sido escogido para uno de los papeles secundarios de Yuma (Pain of the Arrow,
1956), de Samuel Fuller, uno de los varios castings a los que se presentó sin que la
suerte estuviera aún de su parte.
APRENDIZAJE CATÓDICO
Las series del oeste funcionaban espléndidamente en la televisión estadounidense en
la recta final de los años cincuenta, y alguien sugirió a Eastwood que tanteara el
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terreno. El actor ya había tenido algunas experiencias en la pequeña pantalla
coincidiendo con su salida no deseada de los estudios Universal, pero sería Rawhide,
la serie que protagonizó ininterrumpidamente entre 1959 y 1965, la que le
catapultaría al estrellado que el cine le había negado.
No era, con todo, la primera experiencia televisiva del actor. Anteriormente había
intervenido en “Cochise Greatest of the Apaches”, episodio de una serie que extraía
su materia argumental de las páginas patrióticas de la publicación Readers Digest, y
en la que también se foguearon otros actores cinematográficos como Lee Marvin y
Chuck Connors; en dos capítulos de Highway Patrol, serie muy popular en su época
protagonizada por el veterano Broderick Crawford en el papel del jefe de la patrulla
de policía de carretera; en “The Last Letter”, uno de los 558 episodios de la serie
Death Valley Days —una de las más longevas de la televisión estadounidense,
emitida entre 1952 y 1975—, basada en hechos reales que tenían como escenario el
Valle de la Muerte californiano; en “White Fury”, capítulo perteneciente a The West
Point Story, sugerida, alimentada, respaldada y coproducida por el departamento de
defensa para alabar el funcionamiento y formación de la célebre academia militar; en
“The Charles Avery Story”, de la primera serie auténticamente westerniana en la que
actuó Eastwood, Caravana (Wagon Train), que en su primera etapa, de 1957 a 1962,
tuvo como protagonista al fordiano Ward Bond en el papel del conductor de una
caravana que recorría millas y millas de paisaje e historia estadounidense entre los
estados de Missouri y California [6]; y en “The Lonely Watch”, de otra serie catódica
de características militares, Navy Log, centrada esta vez en las peripecias de los
aviadores y marineros en diferentes conflictos bélicos.
Casi en paralelo al rodaje de los primeros capítulos de Rawhide, a finales de
1958, Eastwood participó en un episodio de otra de las series del oeste que causaron
furor en la época, Maverick, encarnando al pistolero Red Hardigan en el episodio
titulado “Duel at Sundown”. Tres años después hizo su última aparición televisiva en
una entrega de Mr. Ed cuyo título es algo más que una evidencia de la privilegiada
situación que había alcanzado el actor, “Clint Eastwood Meets Mr. Ed”. Teniendo en
cuenta que este capítulo se emitió en Estados Unidos el 22 de abril de 1962, poco
menos de dos años antes de que Sergio Leone se fijara en Eastwood, podríamos
considerar perfectamente “Clint Eastwood Meets Mr. Ed” como el cierre en forma
circular de esta etapa de aprendizaje del actor, ya que el protagonista de aquella serie
cómica, Mr. Ed, era un caballo que asesoraba con sus comentarios al único ser
humano que podía escucharle, el actor Alan Young, y el equino parlante y filósofo
fue creado por el director Arthur Lubin. Eastwood había debutado en el cine a las
órdenes de Lubin en una película sobre la mula Francis.
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CONDUCTORES DE GANADO
Rawhide nació en el seno de la cadena CBS para competir con Wagon Train, emitida
por la NBC. El director Charles Marquis Warren, habitual en el género western, fue el
encargado de diseñar y producir una serie que tomaría de aquélla su carácter
itinerante, aunque substituyendo el avance diario de la caravana por la conducción de
ganado. De la realización de los 214 episodios se encargaron el propio Marquis
Warreny un puñado de cineastas procedentes de la serie B que encontraron refugio en
la pequeña pantalla (Jack Arnold, Joseph Kane, Stuart Heisler, George Sherman,
Christian Nyby, Gerd Oswald), otros que velaban armas en el formato televisivo para
pasar después al cine, generalmente en el western (Andrew Víctor McLaglen, Buzz
Kullick, Ted Post, Vincent McEveety) y algunos nombres veteranos de la época
dorada de los estudios, como Tay Garnett. También desfiló por los distintos episodios
un buen número de actores consagrados o a punto de estarlo, caso de Barbara
Stanwyck, Víctor McLaglen, Dean Martin, Broderick Crawford, Peter Lorre, Mary
Astor, John Cassavetes, Troy Donahue, Charles Bronson, Leslie Nielsen, Vera Miles
y Linda Cristal.
La serie se prolongó con considerable aceptación durante ocho temporadas, entre
el 9 de enero de 1959, fecha de la emisión del primer episodio, “Incident of the
Tumbleweed Wagón”, hasta el 4 de enero de 1966, día en el que se clausuró la
emisión con “Crossing at White Feather”, casualmente ambos dirigidos por el mismo
realizador, Richard Whorf. Durante las seis primeras temporadas el título de cada
episodio era el de “Incident of…” o “Incident at…”, con la excepción de varias
entregas de la cuarta. El repertorio de «incidentes» hacía referencia tanto a los
personajes invitados de cada capítulo como a los lugares geográficos por los que se
desplazaba el grupo protagonista, conformado durante casi toda la serie por los
personajes de Gil Favor (Eric Fleming), Rowdy Yates (Eastwood), Pete Nolan (Sheb
Wooley) y Wishbone (Paul Brinegar).
La evolución de la historia y del personaje de Rowdy Yates puede verse hoy
como un perfecto reflejo de la evolución del propio Eastwood. Rowdy se alistó en el
ejército durante la guerra a una edad muy temprana, y cuando se quita la guerrera de
soldado para enfundarse los ropajes del cowboy, tiene aún mucho que aprender. El
personaje crece y madura a lo largo de la serie, del mismo modo que lo iba haciendo
Eastwood como actor. Pese a ser el segundo nombre del reparto —y el único que
apareció en todos los episodios—, muy pronto adquirió mayor protagonismo que el
personaje encarnado por Eric Fleming, y cuando éste abandonó la serie hacia el final
de la séptima temporada, Eastwood y Rowdy Yates se convirtieron en las auténticas
estrellas. La octava temporada, sin embargo, no llegó a completarse. Se inició el 14
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de septiembre de 1965 con la emisión de “Encounter at Boot Hill” y la serie fue
cancelada al finalizar aquel año.
Al cansancio del espectador se unía el agotamiento del propio Eastwood, para
quien el final de Rawhide no supuso ninguna tragedia, más bien todo lo contrario.
Había dado sus primeros pasos como realizador —siempre tuvo la esperanza de que
le dejaran dirigir varios episodios, aunque la desconfianza del estudio en los actores-
directores lo impidió y se limitó a confeccionar algún que otro tráiler publicitario— y
su participación en la serie, concretamente su trabajo en “Incident of the Black
Sheep”, séptimo episodio de la cuarta temporada, le abrió las puertas de una nueva
forma de entender el western procedente de latitudes mediterráneas. Sergio Leone le
descubrió en el citado episodio, centrado en la ancestral rivalidad entre ganaderos y
ovejeros, y acabó eligiéndole, esencialmente por la presión de los productores en
materia presupuestaria —Leone había pensado en actores estadounidenses bastante
más caros como Henry Fonda, James Coburn, Charles Bronson y Cliff Robertson—,
para interpretar la película que estaba escribiendo, Por un puñado de dólares (Per un
pugno di dollari, 1964), cuyo rodaje se inició en mayo de 1964, en plena fiebre
televisiva de Eastwood.
Rawhide juega, pues, un papel medular en la carrera de Eastwood. Primero, le
reivindicó como actor después de su fallida estancia en un estudio cinematográfico
importante como Universal. Segundo, le convirtió en una estrella televisiva. Tercero,
le familiarizó con uno de los dos géneros con el que mayormente se le ha identificado
tanto delante como detrás de la cámara, el western. Cuarto, su trabajo en la serie
sirvió para que Leone le encargara el cometido de interpretar a su peculiar Hombre
sin Nombre, y ésa fue la mejor forma para que el público y la industria
estadounidense, no solamente la televisiva, empezaran realmente a tenerle en cuenta.
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Hay más aspectos importantes. Eastwood reencontró en los platós de Metro
Goldwyn Mayer, donde se filmaban todos los planos de estudio de Rawhide, a uno de
sus primeros directores en Universal, Jack Arnold, que dirigió tres episodios en las
temporadas primera, segunda y séptima, y conoció a dos hombres que tendrían un
papel relevante en su posterior andadura. Uno es Ted Post, eficaz realizador
televisivo con el que Eastwood contaría para rodar su primera película en Hollywood
tras la experiencia italiana, Cometieron dos errores, que significó también el debut de
su productora, Malpaso; Post volvería a trabajar con él en Harry el fuerte. El otro es
Dean Riesner, un especialista en resolver guiones encallados que durante una larga
temporada fue el escritor más valorado por Don Siegel y Eastwood [7].
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segundo film que hicimos me dijo: “¡Escucha, Sergio, haré todo lo que quieras
menos fumar!”, algo que resultó imposible porque el protagonista era el mismo. Por
contra, el personaje sufrió la influencia de Clint, que en la vida es igual: lento,
calmado, como un gato. En el plató, hace lo que se le pide y después se retira a un
rincón y se adormila enseguida, hasta que vuelves a necesitarlo. Fue al verlo
comportarse así el primer día que modelé su personaje» [8].
Así recordaba Leone a finales de 1969 las razones por las que acabó eligiendo a
Eastwood para que interpretara al pistolero-samurai de Por un puñado de dólares.
Otras fuentes más recientes incorporan algunas dudas sobre tan idílico paisaje de la
memoria. Christopher Frayling, en su estudio sobre Leone [9], se hace eco de las
declaraciones de Tonino Valerii, uno de los hombres de confianza de los productores
de la película, los italianos Arrigo Colombo y Giorgio Papi, en las que asegura que
Leone se levantó a la mitad del visionado del episodio de Rawhide y en ningún
momento se mostró especialmente interesado en contratar a un «hombre con su
mirada vacía, en medio de un infumable film sobre vacas». Los productores le
sugirieron sutilmente que, además de ser más barato que todos los que había
solicitado, Eastwood era un actor pujante en Estados Unidos. Con bastante menos
sutilidad le aseguraron que por cuestiones de producción, o empezaba la película en
unos pocos días, con Eastwood como protagonista, o se podía ir olvidando del
proyecto. Eso sí, Leone admitió después haber descubierto en el intérprete de
Rawhide una cansada imperturbabilidad que era perfecta para el personaje, lo que le
llevó a contar ciegamente con él en sus dos siguientes proyectos, La muerte tenía un
precio (Per qualche dollaro in piu, 1965) y El bueno, el feo y el malo (Il buono, il
brutto, il cattivo, 1966).
Todo parece indicar que Eastwood se implicó lo suficiente en esta trilogía como
para hacer suyo el personaje e iniciar, aunque de manera inconsciente, su particular
revolución en el cine del oeste. Si hemos de creerle, y no acostumbra a ser un
cineasta que exagere o se contradiga de una entrevista a otra, él fue el responsable
directo de la imagen del pistolero que encarna en Por un puñado de dólares: «Mi idea
era que el personaje debía fundirse con el decorado. Por lo tanto empecé a vestirlo.
El poncho lo compré en España. El sombrero, las botas, la camisa, en Los Ángeles.
Las empuñaduras de revólver con serpientes de plata son las que llevaba en
Rawhide, así coma la hebilla del cinturón» [10]. En cuanto al rostro, Eastwood añadió
a la barba mal afeitada un curioso bronceado logrado con la aplicación de caldo de
nuez, en las antípodas físicas de los bien rasurados e impolutos pistoleros y cowboys
que en Hollywood habían interpretado Robert Taylor, Errol Flynn, Gary Cooper o
Alan Ladd.
Leone tuvo mucho que ver, por supuesto, en la configuración de este trasunto del
mercenario japonés de Yojimbo, el film de Kurosawa realizado tres años antes que
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Por un puñado de dólares y que toma como referente y explícito modelo incluso en
algunas soluciones visuales. Pero no es descabellado pensar que Eastwood,
consciente de que se trataba de un producto esencialmente popular, se implicase más
allá de la estricta interpretación y convirtiera a los personajes que encarnó a las
órdenes de Leone en esbozos, cada vez mejor delineados, de lo que algún día quería
trasladar personalmente a la pantalla, contando con la aceptación del público; los
taciturnos pistoleros de Infierno de cobardes y El jinete pálido le deben bastante a los
protagonistas de estos tres westerns europeos.
Filmadas en chillón Technicolor y en panorámico Techniscope, con febril torpeza
(Por un puñado de dólares) y lujurioso barroquismo (El bueno, el feo y el malo), las
películas de Leone-Eastwood parecen querer llevar el mito clásico westerniano a ras
de tierra, ensuciándolo y prolongando aún más el hieratismo que sólo muy
aisladamente (los westerns de Budd Boetticher con Randolph Scott) el cine
estadounidense se había permitido. Pese a la abundancia de zooms, teleobjetivos y
efectos sonoros, la plasmación de la violencia es mucho más real; en todo caso,
fueron algunos de los westerns de Hollywood influenciados por el éxito popular del
spaghetti western los que llevaron ese naturalismo hasta la burda exageración en un
intento estéril de crear hiperrealismo.
Tomemos como ejemplo el segundo jalón de la trilogía, La muerte tenía un
precio, para apuntar algunos de los aspectos definitorios de esta forma de entender el
western por parte de un cineasta italiano que admiraba profundamente el clasicismo
de John Ford. De entrada, el personaje de Eastwood, apodado El Manco, alberga unas
intenciones que le alejan del destino trágico de tantos otros pistoleros. Pese a que
suelta con expresión lacónica que cuando tiene que disparar, la noche antes se acuesta
temprano, sus intenciones en el relato son las de atrapar al forajido conocido como
Indio (Gian Maria Volonté) para comprarse un rancho y retirarse, más o menos como
el protagonista de Sin perdón.
Leone opone a El Manco el personaje del coronel Mortimer (Lee van Cleef),
conocido también como El Enterrador y el mejor tirador de Carolina. Pasea por el
ancho encuadre con un arsenal de armas y de rifles desmontables de su invención,
cuidadosamente dispuestos en fundas especiales. Es un cazarrecompensas a la clásica
usanza, que persigue también al Indio con fines más diversos que los de su rival:
ansia la recompensa, pero también desea vengar la muerte de una hija. Van Cleef le
da al personaje un tono elegante que choca frontalmente con la beligerancia hirsuta y
tosca de El Manco; Leone fue el primero en llevar a su terreno y aprovechar las
evidentes carencias expresivas de Eastwood.
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Se tiende a recordar más el juego visual y narrativo, casi operístico, que
proporciona El bueno, el feo y el malo, pero es en La muerte tenía un precio donde
Leone presenta sus mejores atributos por lo que a la trilogía respecta. Por ejemplo, en
la utilización de elementos sonoros, más propios del cartoon. En la secuencia en la
que Eastwood y Van Cleef disparan mutuamente a sus sombreros, en una calle oscura
de El Paso, el sonido del sombrero del primero al caer al suelo es idéntico al de los
films cortos de dibujos animados. Por otro lado, La muerte tenía un precio es un
western sobre las distancias: el coronel Mortimer ha diseñado un revólver de
estilizado cañón y largo alcance, calcula siempre las distancias y se enfrenta a sus
rivales situándose en el punto exacto en el que no podrá alcanzarle un disparo de un
colt convencional.
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VUELTA A CASA
Tras el éxito de las películas de Leone, Hollywood reclamó de nuevo la presencia de
Eastwood en sus filas. No se trataba de hacerle pruebas ni darle papeles sin
importancia en producciones de serie B. El protagonista de La muerte tenía un precio
regresaba a su país imbuido de una popularidad que se había ganado a pulso en
territorio almeriense. Allí había interpretado a tres pistoleros y antes, en la televisión,
se había fogueado como cowboy, por lo que su decisión de interpretar y producir un
western para su rentrée estadounidense resultó muy lógica.
El rodaje de Cometieron dos errores (Hang ’Em High, 1968) se inició
coincidiendo con el estreno en Europa de la mayor rareza en la carrera de Eastwood,
el episodio del film colectivo Las brujas (Le stregbe, 1967), en el que compartió
protagonismo con Silvana Mangano bajo las órdenes de Vittorio de Sica; Dino de
Laurentiis, productor de la película, no hizo otra cosa que rentabilizar el efecto
Eastwood en las plateas italianas tras su arrollador paso por las películas de Leone.
Cometieron dos errores no es un buen film, pero sí resulta importante en la vocación
independiente que manifestará Eastwood en su retorno al cine norteamericano. Se
trata de la primera producción de la firma Malpaso, es decir, es el primero de los
dieciséis largometrajes en los que ha asumido la doble función de actor principal y
productor.
Aunque delegó la realización en uno de sus amigos televisivos, Ted Post,
Cometieron dos errores es una película personal como, en líneas generales, lo serán
todas las producciones Malpaso en las que Eastwood no se involucra directamente en
la dirección, unas (Un botín de 500.000 dólares, En la cuerda floja, la mayoría de las
firmadas por Don Siegel) con mayor implicación que otras (Duro de pelar, La gran
pelea, El cadillac rosa). La elección del tema, con reminiscencias de The Ox Box
Incident, un alegato contra el linchamiento dirigido por William A. Wellman en 1943,
le llevó a constituir su propia compañía, ya que Hollywood esperaba de él una
película con poncho raído, mirada imperturbable y una mayor ración de violencia tal
como se presentaba en los eurowesterns. Eastwood, sin embargo, opuso una película
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de tesis: «Mi agente quería que trabajara en McKenna’s Gold» [11].
Eastwood se trajo de Italia los modos visuales y sonoros del western europeo,
aunque la paisajística sea distinta y entre los secundarios aparezcan dos actores
habituales en el cine del oeste más convulso y ocre de Sam Peckinpah, L. Q. Jones,
que encarna a un linchador, y Ben Johnson, en el papel de alguacil. La música
compuesta por Dominic Frontiere, por ejemplo, es posiblemente la más parecida a los
trabajos conjuntos de Ennio Morricone y Sergio Leone que podía hacerse en aquellos
momentos en Hollywood.
El espectador que esperaba la reconversión estadounidense del Hombre sin
Nombre debió desconcertarse con el registro inicial de la película: Eastwood encarna
a un cowboy apacible, más próximo a su cometido en Rawhide, que sólo desea
comprar unas cabezas de ganado, pero la fuerza de las circunstancias —es tomado
por un ladrón y linchado, aunque el alguacil le salva en el último momento— le
convierte de un plumazo en un justiciero solitario y escéptico. Como el inspector
Harry Callahan que estaba por llegar, realiza su trabajo al amparo de una ley en la
que no cree demasiado. Cometieron dos errores es una obra significante. Como
película aislada resulta insatisfactoria y alimenta el temor de quienes veían en el
western europeo una influencia nociva para un clasicismo hollywoodiense que ya no
podía sostenerse en pie. Como film de conjunto, inaugura un sistema propio —la
independencia de Eastwood en la macroestructura del cine estadounidense— y un
determinado código de valores ideológicos, presentándose como un boceto de
posteriores logros del actor y director en otro marco genérico, el del relato policíaco.
ACTOR A SUELDO
Su siguiente película, La jungla humana (Coogan’s Bluff 1968), supone el decisivo
encuentro con Don Siegel; pero antes me parece oportuno centrarnos en la figura de
Eastwood como actor a sueldo de las grandes compañías, en aquellas películas en las
que no interviene para nada en la producción y se limita a prestar sus servicios en
proyectos que le interesan más o menos, de los que todo el mundo sale, en teoría,
beneficiado. Al agonizar la década de los sesenta, Eastwood encarrilaba ya los
primeros puestos del star system cinematográfico de su país. Cualquier película con
él a la cabecera del reparto —por aquel entonces compartiendo siempre protagonismo
con algún actor más prestigioso o de su misma categoría— resultaba comercialmente
apetecible. Él, por su parte, podía apuntalar mejor los cimientos aún vulnerables de la
firma Malpaso con el salario que cobraba por estos lucrativos trabajos.
Eastwood tan sólo ha interpretado cuatro películas como estrella asalariada de un
estudio con el que no ha mantenido manifiestas y continuadas relaciones
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contractuales. Tres pertenecen a esta época decisiva para alcanzar un estatus elevado
en el voraz ranking de valores hollywoodiense: el musical La leyenda de la ciudad
sin nombre (Paint Your Wagon, 1969), dirigido por Joshua Logan para Paramount, y
las dos películas bélicas El desafío de las águilas (Where Eagles Dare, 1969) y Los
violentos de Kelly (Kelly’s Heroes, 1969), ambas realizadas por Brian G. Hutton y
producidas por Metro Goldwyn Mayer. La cuarta es, por el momento, la última
película en la que ha intervenido sólo como actor, En La línea de fuego (In the line of
fire, 1993), de Wolfgang Petersen, una producción de Castle Rock para Columbia
Pictures rodada entre Sin perdón y Un mundo perfecto, en uno de los momentos de
mayor plenitud expresiva de Eastwood como realizador.
Si hay evidentes diferencias entre sus trabajos como director (en solitario o
asumiendo también funciones interpretativas) y como actor a las órdenes de otros
cineastas, también resulta relevante el registro distinto que se produce cuando
Eastwood controla la producción o se limita a preparar su personaje, acudir al plató,
interpretar el papel y cobrar unos buenos emolumentos sin más implicación que la del
trabajo bien hecho, y eso teniendo en cuenta que a finales de los sesenta era un actor
con presencia pero de escasa ductilidad interpretativa.
Nunca le hizo mucha gracia embarcarse en la compleja realización de La leyenda
de la ciudad sin nombre. Eastwood siempre ha preferido los rodajes cortos, y el de
este musical sobre la fiebre del oro inspirado en un éxito teatral de Alan Jay Lerner y
Frederick Loewe resultó inacabable. Cierto que se embolsó 600.000 dólares —al
cambio de hoy serían unos 600.000 euros, es decir, casi cien millones de las antiguas
pesetas—, 200.000 más de los que había percibido por Cometieron dos errores, pero
la aventura no fue muy satisfactoria, al margen de permitirle interpretar varias
canciones y encarar el western de una manera radicalmente distinta.[12]
Desde la perspectiva arquetípica del actor, La leyenda de la ciudad sin nombre
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supone un cambio que no tendría continuación inmediata. Eastwood encarna a un
buscador de oro honrado, inocente, incauto e ingenuo, que no pelea porque puede
enfurecerse mucho, no bebe ni juega a los naipes, sueña con una novia inexistente y
de momento tampoco baila porque tiene una pierna y un hombro rotos. El personaje,
al que conoceremos con un lacónico El Socio —parece un guiño a los westerns de
Leone, pero prefiere llamarse así porque se avergüenza de su nombre real, Sylvester
Newell—, es todo lo contrario del interpretado por Lee Marvin, pendenciero,
tramposo, mujeriego y borrachín. Podría decirse que fue su primer intento de romper
con la imagen, quizás incipiente aún, que el público se había hecho de él, por lo tanto,
prematuro y tímido primer jalón para la aparcada reivindicación como actor de un
Eastwood más versátil de lo que se ha escrito y dicho.
Joshua Logan, un experto en musicales de gran producción, le dio la posibilidad
de cantar baladas amorosas dedicadas a esa novia que sólo revolotea en su romántica
imaginación y de mostrar su lado más trágico, aunque ése nunca ha sido el punto
fuerte de Eastwood hasta la aparición tardía de Los puentes de Madison. De hecho, es
la tragedia personal de su personaje la que sirve de espoleta al relato. El carromato
del Socio y su hermano se precipita por un barranco; el hermano muere y en la tierra
donde cava su fosa encuentra pepitas de oro. Así surge la próspera ciudad sin
nombre, habitada sólo por hombres buscadores de oro, jugadores de fortuna,
comerciantes, aventureros. La filosofía del lugar es meridiana; el dueño del hotel no
alquila camas a hombres solos, y sí lo hace cuando vienen acompañados de una
prostituta.
La película, y con ella la interpretación de Eastwood, se mueve algo
atribuladamente entre la comedia burda —la excavación de túneles bajo las enlodadas
calles de la ciudad hasta llegar al saloon, de cuyo entarimado de madera cae
constantemente el polvo de oro que los dos protagonistas recogen—, los números
musicales cantados, un cierto aire nostálgico, algún que otro componente aventurero
y una situación sentimental que no se ha repetido en ninguna otra película de o con
Eastwood: Elizabeth (Jean Seberg), la segunda esposa de un taciturno mormón, se
independiza de su marido y, atraída simultáneamente por Eastwood y Marvin, no
duda en proponerles que vivan juntos los tres, dándole la vuelta así a las masculinas
leyes de la comunidad mormona.
El díptico bélico para la Metro es de lo más prescindible en la trayectoria actoral
de Eastwood. Ninguna de las dos películas brilla por la originalidad de sus
planteamientos ni por la encorsetada dirección de Brian G. Hutton, que en un caso, El
desafío de las águilas, debió lidiar con una enrevesada trama de espionaje mezclada
con las hazañas bélicas, y en el otro, Los violentos de Kelly, acatar las reglas de una
poco convincente mixtura entre cine bélico y comedia amoral. Además, los dos films
son en cierta forma hijos bastardos de uno de los títulos más relevantes del cine de
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guerra de aquella época, Doce del patíbulo (The Dirty Dozen, 1967). Aparte de
repetir algún actor de la película de Robert Aldrich —Donald Sutherland y Telly
Savalas aparecen también en Los violentos de Kelly—, las dos cintas de Hutton
asumen como propias ideas y situaciones de aquélla. Recuérdese que a los
protagonistas de Doce del patíbulo, un grupo de soldados estadounidenses
condenados a prisión por diversos delitos, se les conmutaba la pena si aceptaban
Formar parte de un comando que debía realizar una operación de sabotaje tras las
líneas enemigas, concretamente en una fortaleza alemana. Pues bien, los
protagonistas de El desafío de las águilas pertenecen a un comando aliado formado
por varios militares británicos (Richard Burton, Michael Horden, Patrick Wymark) y
un teniente norteamericano (Eastwood) cuya misión es liberar al general que se
encargaba de coordinar la estrategia del segundo frente aliado, retenido en una
inexpugnable fortaleza conocida como Castillo de las Águilas, mientras que los de
Los violentos de Kelly son también un grupo de soldados norteamericanos, tan
mercenarios como los de Doce del patíbulo, que saben del paradero de dieciséis
millones de dólares fundidos en catorce mil lingotes de oro y pasan a territorio
alemán para hacerse con el botín.
En El desafío de las águilas, cuyo escenario nevado recuerda en más de una
secuencia a otra película bélica de los sesenta, Los héroes del Telemark (The Heroes
of Telemark, 1965; Anthony Mann), la supremacía argumental de la peripecia de
espionaje da al traste con el estímulo bélico-aventurero con el que el film se inicia.
Esta trama trufada de dobles agentes, espías infiltrados y sospechas por doquier
resulta tan tediosa y forzada que se necesita una larga secuencia explicativa, como si
se tratara de la resolución de un caso del inspector Hércules Poirot, para que tanto los
espectadores como la mayoría de los personajes (el que encarna Eastwood no se
entera de nada a lo largo del relato) no queden irremediablemente descolocados. Pero
ni así, porque en esta explicación por parte del oficial John Smith (Burton), que se
desarrolla en uno de los lujosos salones del castillo bávaro, todo resulta ser una
mascarada del propio Smith, que en un mismo plano llega a adoptar tres
personalidades distintas mientras que otros personajes aseguran ser quien en realidad
no son.
Eastwood luce su faceta más lacónica, entre otras cosas porque tuvo como
oponente al siempre brillante Richard Burton, según Boris Zmijewsky y Lee Pfeiffer
el máximo instigador de la realización del film [13]. Los autores afirman que El
desafío de las águilas existe porque Burton tenía ganas de protagonizar una película
de aventuras con la que pudieran divertirse sus dos hijos; con razones aún más
peregrinas se han hecho superproducciones en Hollywood. Sea cierto o no, Eastwood
asumió que Burton iba a restarle protagonismo, aunque el salario de 800.000 dólares,
200.000 menos de lo estipulado en el contrato del marido de Elizabeth Taylor, mitigó
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sus dudas. Eastwood tiene su secuencia de pistolero westerniano reconvertido en
militar que dispara a sangre fría y sin pestañear contra un oficial de las SS, dos
comandantes alemanes y, por la espalda, contra una agente que huye. Para que se note
que su formación es estadounidense, no duda tampoco en disparar con dos
ametralladoras a la vez, un gesto muy poco usual en los anales del cine bélico clásico.
Lo más atractivo de El desafío de las águilas reside en sus secuencias de acción,
que llevan la firma de uno de los grandes especialistas de la segunda unidad, Yakima
Canutt. Las de Los violentos de Kelly también fueron obra de otro especialista en
estos menesteres, Andrew Marton, pero, en líneas generales, la película tiene algo
más de enjundia pese a las numerosas modificaciones sufridas respecto al proyecto
original. Eastwood se embarcó en su segunda peripecia bélica, esta vez filmada en
escenarios yugoslavos, porque se trataba de «un guión antimilitarista muy bueno que
manifestaba cosas importantes sobre la guerra y la propensión del hombre a
destruirse a sí mismo. Pero en el montaje, las escenas que proponían un debate en
términos filosóficos fueron cortadas y el estudio no paró de añadir escenas de
acción. Al acabar, el film había perdido su alma». [14].
En la película sobre las peripecias del cabo Kelly (Eastwood) y sus delirantes
compañeros a la búsqueda de los lingotes de oro prevalece la visión sarcástica de los
acontecimientos. El capitán de la unidad de Kelly está mucho más interesado en
cuidar de su pequeño yate y llevarlo a algún puerto pacífico. El personaje encarnado
por Telly Savalas ordena secuestrar a un oficial alemán sólo para que les proporcione
información sobre hoteles y mujeres. No falta la secuencia spaghetti, ese extraño
tributo que Eastwood tuvo que pagar durante años: Eastwood, Savalas y Sutherland
acarician sus respectivas armas y caminan en dirección al tanque alemán que protege
el banco donde reposan los lingotes, mientras Lalo Schifrin, el autor de la banda
sonora, se olvida por unos instantes que es Lalo Schifrin y se convierte en Ennio
Morricone sin que el chiste, homenaje, burla o pastiche, qué más da, tenga la menor
gracia.
Más interés, en medio del tono casi esperpéntico que adquiere la película, tienen
algunos aspectos de mal disimulado valor realista en un producto que tampoco
pretende serlo. Cuando el oficial alemán clama por las normas de la convención de
Ginebra, Eastwood se limita a decirle que ahora no están en Ginebra (otro detalle que
suscribiría Samuel Fuller). Cuando el personaje de Savalas se opone inicialmente a la
expedición, asegurando que les matarán a todos si parten en busca del oro, uno de los
soldados dice que ahora también se juegan el pellejo, pero lo hacen solamente por
cincuenta dólares de paga.
Pocos años después de intervenir en Los violentos de Kelly, Eastwood no aceptó
la oferta de Francis Ford Coppola para trabajar en Apocalypse Now (Apocalypse Now,
1979), aduciendo las mismas razones que ya le molestaron en La leyenda de la
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ciudad sin nombre, un rodaje demasiado largo. En la película de Hutton,
curiosamente, hay un adelanto de una de las secuencias más célebres del film de
Coppola sobre el conflicto del Vietnam: el alucinante personaje que interpreta
Sutherland utiliza la música a modo de guerra psicológica, como hará el teniente
coronel Kilgore (Robert Duvall) con las walkirias wagnerianas en Apocalypse Now,
sólo que él prefiere emplear temas country and western, que suenan a través de los
altavoces de sus tanques para irritar a los soldados alemanes antes del combate.
En la línea de fuego parece escrita expresamente para Eastwood, y ésta es una
razón de peso para diferenciarla de las tres películas recién comentadas. El actor
interpreta a un otoñal y escéptico escolta presidencial, Frank Horrigan, que no pudo
hacer nada para impedir la muerte del presidente John Fitzgerald Kennedy en el
atentado de Dallas. Pero aunque Scott Fitzgerald dijera lo contrario, los
norteamericanos siempre tienen un segundo acto en sus vidas. A Horrigan, que se
divorció y alcoholizó después de su fracaso con Kennedy, aunque ha seguido
trabajando en el servicio de seguridad presidencial, se le presenta una inmejorable
oportunidad para sellar el pasado y reivindicarse a las puertas de la jubilación cuando
un sofisticado psicópata, Mitch Leary (John Malkovich), amenaza con atentar contra
la vida del actual mandatario de la Casa Blanca.
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Como le ocurría al viejo pistolero de Sin perdón, el cansado guardaespaldas de En la
línea de fuego sufre un acceso de fiebre tras empaparse de agua de lluvia. Intenta
correr tras el asesino, aunque no está para muchos trotes, y encima no sabe conducir,
lo que le convierte en un personaje absolutamente desarraigado por lo que al cine de
acción contemporáneo se refiere.
Con ese gesto honesto y obligado, el del actor que envejece con sus personajes,
construye Eastwood la interesante figura de Horrigan, primo hermano de algunos
caracteres que desarrolló con posterioridad en sus propias películas. Pero el film
realizado por Wolfgang Petersen no sólo es interesante en cuanto a su inserción en la
evolución natural del actor. Presenta las suficientes fugas ambiguas en su entramado
argumental para que el enfrentamiento entre escolta y asesino no adquiera tintes
arquetípicos y previsibles, lejos, pues, de los villanos de la serie Callahan. De la
misma manera que Horrigan manifiesta un cierto desprecio hacia la figura del actual
presidente estadounidense, nada que ver con la callada devoción que sentía por
Kennedy, por quien se hizo pasar en una ocasión para evitarle las repercusiones de un
escándalo sexual, Leary no niega ser un producto de la CIA. Uno fue entrenado para
defender, y es lo que sigue haciendo. El otro fue adiestrado para atacar y ahora, fuera
de la agencia de inteligencia, continúa ejerciendo las mismas funciones, sólo que
variando de objetivo.
Una secuencia, de las mejores de la película, define perfectamente lo que es En la
línea de fuego. Tras uno de los varios encuentros con Leary que jalonan la historia,
Horrigan está a punto de caer desde lo alto de un edificio y se agarra
desesperadamente a una mano que le brinda, perverso, el psicópata. Pero con la mano
libre, Horrigan blande su pistola y no deja de apuntarle. Es un gesto instintivo, inútil,
porque si dispara firmará su propio acto de defunción. En los instantes que dedica a
sopesar la situación, Leary abre la boca e introduce en ella el cañón de su arma.
Ambos personajes dilatan el tiempo angustiosamente hasta que Leary balancea a
Horrigan y lo deja caer en un lugar seguro. Mientras el guardaespaldas se pregunta
por qué le ha salvado la vida, Leary dispara contra su joven ayudante (Dylan
McDermott), al que Horrigan había empezado a tomar afecto, y le hiere mortalmente.
Sin que llegue a producirse una identificación plena entre los dos protagonistas,
sin que sean nunca las dos caras de una misma moneda, sí es cierto que En la línea de
fuego explora el proceso de acercamiento entre los dos personajes antagónicos. Leary
prepara a conciencia su atentado. Matar al presidente es un simple pretexto. Lo que
quiere realmente es vencer a Horrigan, cuyos actos, hábitos y rutinas ha estudiado a
la perfección desde el magnicidio de Dallas, y presenciar así su segunda decepción
profesional y personal; hundirle, en definitiva. Pero Leary sabe también que si él
fracasa, Horrigan no sólo le habrá derrotado y habrá salvado la vida del presidente,
sino que además gozará entonces de una oportunidad segura para olvidar el pasado y
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salir a flote de una vez. Y en ese juego sobre el abismo reside la atracción de la
película.
EASTWOOD Y SIEGEL
Don Siegel, uno de los cineastas encuadrados en la llamada generación de la
violencia, aunque nunca ha gozado del fervor crítico de algunos de sus coetáneos
(Nicholas Ray, Richard Brooks, Samuel Fuller) y siempre ha sido contemplado un
poco por debajo de los otros nombres relacionados también con el calificativo de
«artesanos» de aquella magnífica generación (Robert Aldrich, Richard Fleischer), fue
muy importante para la evolución y transformación de la «máscara» de Eastwood.
Siegel reforzó casi siempre el lado menos amable del actor y mitigó su faceta de
estrella hollywoodiense, negando el proceso de identificación del espectador con los
héroes tradicionales con los que Eastwood podía coquetear en algún que otro
momento. En manos del director de la primera y sugestiva versión de La invasión de
los ladrones de cuerpos (Invasion of the Body Snatchers, 1956), Eastwood varía su
repertorio y carece de la ingenuidad de Gary Cooper, por supuesto, pero también del
carácter épico de John Wayne y del cinismo de Humphrey Bogart.
En La jungla humana le hizo interpretar, con su consentimiento, a un policía rural
bastante paleto que se pierde en Nueva York con sus métodos anacrónicos y sus
escasas entendederas, aunque al final salga victorioso en su misión. El título de Dos
mulas y una mujer (Two Mules for Sister Sara, 1970) lo dice todo; es famosa la
anécdota en la que se cuenta que Eastwood no supo hasta el final del rodaje que la
otra mula a la que hace referencia el título era su propio personaje. En El seductor
(The Beguiled, 1971), Siegel convirtió al actor en un títere nordista dominado y
humillado por un grupo de mujeres sudistas en plena guerra de secesión. El actor fue
el principal valedor de esta película inclasificable, ya que le permitía un registro
interpretativo absolutamente nuevo en su carrera.
En Harry el sucio (Dirty Harry, 1971), Siegel hizo de él un policía lo
suficientemente ambiguo para que fuera tildado de neofascista, justiciero,
individualista y socialmente muy útil, según el prisma ideológico con que se
contemplara la película en el momento de su realización o en décadas posteriores. Sin
ninguna duda, la elección final de Eastwood para un personaje con el que Warner
había tentado antes a Paul Newman, Steve McQueen, Robert Mitchum y Frank
Sinatra, marcó unas características diferenciales en la configuración de este icono del
cine policíaco llamado Harry Callahan. Fuga de Alcatraz (Escape from Alcatraz,
1979) produjo un cambio importante, recuperando la imperturbabilidad que tanto
gustó a Sergio Leone en un contexto, el del relato carcelario, completamente opuesto
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al del western de paisajística abierta y al thriller urbano.
El seductor, a contracorriente, y Fuga de Alcatraz, neoclásica en apariencia, son
las dos películas que se ajustan mejor a la idea que Siegel y Eastwood tenían de un
cine independiente forjado en la mecánica de los estudios. Ninguna de las dos fue
bien recibida, ni por los sectores críticos más influyentes en Estados Unidos —no así
en Europa o incluso España— ni por el público, pero en posteriores revisiones El
seductor fue ganando enteros como obra anómala, inclasificable, valorada por su
misma atipicidad en las trayectorias de su director y de su protagonista.
Plenamente consciente de ello, Siegel no dudaba en considerarla como una de las
pocas películas suyas que realmente le gustaban, mientras que algunas voces críticas
la valoran como un título seminal de su andadura. «Es una afortunada refundición de
todas las tensiones latentes en los films de Siegel dentro de una obra intimista»,
reflexionaría Carles Balagué [15]; «Al final, cristalizaría en una suerte de enfermizo y
atmosférico psicodrama gótico construido con una insólita mezcla de humor, horror
y emoción que puede considerarse una de las cimas de la filmografía de Siegel y, por
supuesto, uno de los más sugestivos intentos por parte de Eastwood de explorar
nuevos territorios temáticos», escribió Antonio Trashorras en su libro sobre el actor
[16].
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por una de las jóvenes rechazadas y resentidas, y entre todas deciden hacerle comer
setas venenosas para terminar con su jerarquía en la mansión.
Este perverso cuento sobre las frustraciones y fantasías sexuales, con toques de
misoginia en un contexto más proclive a la misantropía por parte de todos los
implicados en el drama, guarda ligeras similitudes con el posterior film australiano
Picnic en Hanging Rock (Picnic at Hanging Rock, 1975), en el que Peter Weir
exploraba la sexualidad tormentosa y reprimida sirviéndose también del estudio al
microscopio de un internado femenino. Las imágenes casi feéricas de El seductor
poseen el mismo aspecto turbador, cercano a ese horror interior que no necesita de
espasmos externos para provocar el desasosiego.
El inicio del film marca una tonalidad que Siegel no abandonará durante todo el
relato. El blanco y negro de las fotos se torna verde musgoso cuando la cámara
desciende para encuadrar a la niña que, como si fuera una predicción, recoge setas en
el bosque. La canción interpretada como una letanía por el propio Eastwood,
acompañado tan sólo del redoble aciago de un tambor, deja paso a una música infantil
tan sugerente como intimidatoria. Siegel inserta un plano a ras de tierra en el que una
mancha negra y rojiza, la pierna herida de McBurney, parece florecer entre la húmeda
vegetación. La pequeña se asusta y cae de espaldas en contrapicado,
correspondiéndose con el punto de vista del soldado nordista que, a continuación, se
desvanece. La niña le mira asustada y fascinada a la par. Comienza el juego de la
atracción y el rechazo.
Fuga de Alcatraz se sitúa en un terreno algo menos peliagudo, partícipe de un
clasicismo narrativo mal llamado funcional que se ponía en tela de juicio en el
momento de su realización. El film relata con transparencia y economía de medios
narrativos los planes de fuga que llevaron a Frank Morris (Eastwood) y otros dos
reclusos a escaparse del penal rocoso de Alcatraz en 1960. Fue la última evasión, ya
que la penitenciaría sería clausurada pocas semanas después dada su escasa
fiabilidad. Esa idea de la cárcel fantasma que es hoy en día —y cuyo abandonado
escenario había sido aprovechado en uno de los films de la serie Callahan, como
veremos más adelante— ya está implícita en las imágenes iniciales de Fuga de
Alcatraz, cuando Morris llega custodiado al penal en una noche de copiosa lluvia que
difumina la visión y permite tan sólo ver formas y siluetas sin concretar. A pesar de
que Siegel filma siempre el interior de la cárcel, o capta retazos del exterior desde
dentro —sólo así se observa la geografía lejana de San Francisco y su bahía—, la
arquitectura de Alcatraz y su peso granítico parecen participar de la composición de
cada uno de los planos.
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La película tiene algo de la ética dramática de La evasión (Le trou, 1959), de
Jacques Becker, e incluso posee algo de su carácter litúrgico en la muestra de los
pequeños y grandes detalles que constituyen la elaboración paciente del plan de fuga
y su misma ejecución. Siegel se reafirma con esta historia espléndidamente trabajada
desde el guión de Richard Tuggle, que poca relación guarda con el género carcelario
al uso, ni en los melodramas pretéritos ni en las escabrosas producciones posteriores,
y Eastwood compone su personaje tradicional —solitario, independiente, hosco,
autosuficiente— desde una premisa completamente distinta en la que resulta más
importante el gesto que el acto.
Quizá sea Dos mulas y una mujer la única de las cinco películas Siegel-Eastwood
sin aportaciones dignas de mención. Budd Boetticher, autor del guión original, dijo
siempre que Siegel le había traicionado. Éste llegó a comentar que hizo la película
por dinero. Eastwood no acabó de encontrar su sitio en este western itinerante de
ambientación mexicana y revolucionaria, condimentado con obligados elementos del
spaghetti western —estética deudora de Leone, zooms de corrección, partitura de
Morricone— que siempre chirriaban cuando los utilizaban los cineastas
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norteamericanos, en un doble proceso de indigestas influencias: los europeos se
sirvieron del western de Hollywood y éste acabó asumiendo mal las formas
procedentes de los rodajes italianos, alemanes y españoles.
Ni el cambio constante de amenazas que sufren la hermana Sara y el mercenario
Hogan, enfrentados a serpientes de cascabel, pumas, indios iaquis, violadores y
soldados franceses, ni el poco escrupuloso ideario del personaje de Eastwood, que no
es ganar dinero con la revolución para poner un rancho, sino irse a San Francisco
para disfrutarlo en las casas de juego, ni la supuesta amoralidad que se desprende de
la revelación final de la verdadera identidad de Sara, surte el mayor efecto. Tan sólo
alguna secuencia aislada, como la de la extracción de la flecha o la de la voladura del
puente, con Hogan disparando ebrio a la dinamita con su rifle apoyado en el blanco
hombro de la monja, destacan en un conjunto errabundo.
Mejor personaje, trama y puesta en escena había presentado La jungla humana, el
periplo del agente rural Walt Coogan que vuela desde Phoenix, Arizona, hasta Nueva
York para recoger a un prisionero y debe quedarse varios días en la ciudad porque el
delincuente se encuentra en el hospital penitenciario a causa de un mal viaje de LSD.
En la primera secuencia del film, Siegel realiza una panorámica de izquierda a
derecha del desierto de Arizona, combinada con un travelling de acercamiento a un
hombre de raza india escondido en unos arbustos. Después, al fondo del encuadre,
aparece un jeep a la carrera conducido por Coogan.
Este movimiento cinematográfico puede verse hoy, en la trayectoria de Eastwood,
como el tránsito del western al policíaco. Aunque se trate del protagonista rural de un
thriller urbano, del choque entre distintas formas de ver la vida e interpretar la ley, su
primera aparición en pantalla se produce como una abstracción entre géneros:
conduce un todoterreno, en vez de ir montado a lomos de un caballo, pero se desliza
por el suelo polvoriento de idéntica manera, parando para observar las huellas dejadas
por el fugitivo navajo y llevando el rifle enfundado en la parte exterior del vehículo,
como si se tratara del caballo.
El individualismo de Coogan, manifiesto en las escenas rurales del principio del
film, puede tener una justificación en su enfrentamiento con la burocracia establecida
por la policía neoyorquina, acostumbrada a otros métodos y otro tipo de criminales.
Realizado el proceso de trasplantar al individualista y poco escrupuloso tejano a la
gran ciudad, Eastwood y Siegel ya estaban preparados para Harry Callahan.
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crecimiento de la violencia urbana y la incapacidad del sistema para frenarla. Surge
así la figura del justiciero que trabaja a priori dentro de la norma —Harry Callahan es
el inspector con la placa 2211 del departamento de homicidios de la policía de San
Francisco—, pero se muestra permanentemente asqueado del papeleo, la burocracia,
la letra pequeña de las leyes, los pactos tácitos entre criminales y gobernantes y la
inutilidad del propio sistema para solucionar de una manera radical el tema de la
delincuencia.
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de la sociedad estadounidense en plena guerra fría.
Hoy, con todo, se contempla la primera entrega de las peripecias de Callahan
desde una perspectiva menos virulenta, pero en su momento la película de Siegel
pasó a engrosar la ingente lista de productos fascistas procedentes de Hollywood que
glorificaban la violencia. Eastwood criticó siempre esta lectura: «La gente que ha
dicho que se trataba de una película fascista no sabe de qué está hablando. El tipo es
solo un hombre que se pelea contra la burocracia y una cierta forma de establecer
las cosas. Emplea muchas horas en solucionar el caso y, por lo que le concierne, está
más interesado en la víctima que en la ley (…) En Nuremberg, los americanos
condenamos a gente que cometió crímenes. Les juzgamos sobre la base de que
hubieran debido escuchar su conciencia en vez de seguir la ley y a sus jefes políticos.
Y fue sobre esta base que los enviamos a la cárcel. Ocurre algo parecido con el
personaje de Harry. Le dicen que las cosas funcionan así, y él contesta: “Pues estás
equivocado y yo no puedo adherirme a esto”. Esto no es fascismo, es lo opuesto al
fascismo» [19].
• Tramas inductoras
En Harry el sucio, escrita por Dean Riesner y los creadores del personaje de
Callahan, Harry Julian Fink y Rita M. Fink, aunque el primer tratamiento de guión
fue obra del futuro director Terrence Malick (Malas tierras, Días de cielo, La
delgada línea roja), el asesino apodado Scorpio (Andy Robinson) amenaza con matar
a una persona cada día hasta que el alcalde de la ciudad no acceda a pagarle cien mil
dólares; en la nota que deja al principio del film, asegura que tendrá un gran placer en
matar mañana a un sacerdote o a un negro.
En Harry el fuerte (Magnum Force, 1973), dirigida por Ted Post a partir de un
guión iniciado por John Milius y terminado por Michael Cimino, Callahan debe
desmantelar un grupo parapolicial formado por cuatro motoristas de tráfico y dirigido
por el teniente Briggs (Hal Holbrock), cuya máxima no deja lugar a dudas: todo el
mundo es culpable mientras no se demuestre lo contrario. Estos justicieros se
encargan de matar a los jueces que no pueden, no saben o no quieren condenar a los
criminales. Luchan así contra la imperfección del sistema, lo que les emparentaría en
primera instancia con el propio Callahan de no ser porque éste acata, aunque a
regañadientes, las normas de sus superiores y nunca dispararía contra aquellos que
desde la legalidad burocrática entorpecen su trabajo.
En Harry el ejecutor (The Enforcer, 1976), realizada por James Fargo y escrita
por Riesner y Stirling Silliphant, una banda liderada por un tipo sádico, iluminado y
de ojos de doloroso azul, y formada por hombres y mujeres de estilo hippy, asalta una
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fábrica de explosivos. Se hacen llamar Fuerza de Huelga Revolucionaria del Pueblo y
piden un rescate de un millón de dólares. De lo contrario, comenzarán a utilizar los
explosivos para perpetrar diversos atentados.
En Impacto súbito (Sudden Impact, 1983), la única del ciclo dirigida por el propio
Eastwood a partir de un guión acreditado a Joseph Stinson, se producen cambios
importantes. Los superiores de Callahan desean apartarle de la ciudad y le envían a la
localidad costera de San Paulo con el pretexto de esclarecer un asesinato. Jennifer
Spencer (Sondra Locke), una pintora de estética retorcida, se venga de los cinco
hombres y la mujer que, diez años atrás, las violaron a ella y a su hermana, quedando
ésta sumida en un estado vegetativo. A uno de los violadores le dispara primero en
los testículos y después en la frente. A la mujer, primero en el corazón y después en la
cabeza para, acto seguido, descargar el revólver contra el espejo que refleja su propia
imagen, como hacía James Coburn en el film de Sam Peckinpah consagrado a Pat
Garrett y Billy el niño. Callahan descubre que ella es la autora de los crímenes pero
no la entrega a la policía. Jennifer lucha a su modo contra las taras legales del sistema
y comparte las teorías del inspector sobre los defectos de la justicia.
En el último título de la serie, La lista negra (The Dead Pool, 1988), dirigida por
Buddy van Horn y con guión de Steve Sharon, Callahan aparece incluido en una lista
negra creada por un engreído director de cine, Peter Swan (Liam Neeson), en la que
también figuran un cantante heavy y yonqui (el comediante Jim Carrey en uno de sus
primeros cometidos, acreditado aún James Carrey), un jugador de rugby, un
presentador de televisión, un piloto de carreras y una crítica de cine, lo que suena a
irónico ajuste de cuentas al estilo de Matar o no matar, este es el problema (Theatre
of Blood, 1973; Douglas Hickox). Swan incluye a Callahan en su lista cuando se
entera del papel fundamental que ha jugado en el arresto de un conocido mafioso.
Todo consiste en un macabro juego emprendido por Swan y algunos de sus amigos,
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en el que establecen un listado de famosos que pueden morir accidentalmente en los
próximos meses; gana quien más víctimas acierta. No cuentan con que un psicópata
robará la lista de Swan y la ejecutará nombre por nombre.
• Itinerarios
• Parejas
La serie es una especie de alegato en contra de las buddy movies (las películas de
acción con pareja masculina), hasta que Eastwood se replanteó el tema con la
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realización de El principiante, un vistoso y casi paródico sucedáneo del ciclo
Callahan. No hay atisbos de formación y aprendizaje, tema westerniano por
excelencia, en la relación que el inspector mantiene con sus compañeros de ronda, y
en el enfrentamiento que se produce siempre con ellos el protagonista reafirma el
marcado individualismo por el que se le conoce.
Pero, como han escrito Xavier Pérez y Nuria Bou, «Harry Callahan tiene, sin
embargo, una paradójica conciencia trágica en su interior: sabe que es en buena
parte responsable de la muerte de las personas que le acompañan, y sabe que sus
métodos justicieros lo preservan sólo a él de la muerte segura. Su invulnerabilidad
no contagia a la gente que le rodea, agentes desafortunados que caen
irremediablemente en las trampas mortales de los enemigos a que la rutina policial
les enfrenta. Harry, con tal de preservar la vida de estos ayudantes que él no pide,
pero que la normativa policial (y la lógica de los guiones) le asignan, protestará
hasta límites caricaturescos por su asignación y apelará, con un desacomplejado
sentido del individualismo, a su superioridad como héroe solitario» [20]. Aunque a
veces pueda parecer irrelevante, es en la relación de Callahan con sus parejas
policiales donde reposa la definición del personaje central de la serie.
Su superior le asigna un compañero recién salido de la universidad, el mexicano
Chico (Reni Santoni), en Harry el sucio. El joven es herido en uno de los tiroteos y
Callahan, en conversación con su esposa, comprende que quiera dejar la policía;
sabremos entonces que la mujer de Harry murió al ser atropellada por un conductor
borracho. Con su compañero en Harry el fuerte, el agente negro Early Smith (Felton
Perry), también recién asignado cuando se inicia el relato, mantiene una mejor
relación, de respeto mutuo. No es un joven advenedizo, como Chico, pero la mayor
experiencia no logra salvarle la vida: muere al estallar un artefacto explosivo
colocado en su buzón mientras Callahan le llama inútil e insistentemente por teléfono
después de haber descubierto una trampa similar en el suyo.
En el inicio de Harry el ejecutor, el departamento de policía de San Francisco
abre las puertas a las mujeres para erradicar el machismo, algo que no es del agrado
de Callahan; no desea compañeros, y aún menos del sexo femenino. Trasladado de
homicidios a la sección de personal después de la violenta forma con la que solucionó
el asunto de la licorería, es decir, un descenso literal a los infiernos de la burocracia y
el papeleo que tanto odia, Callahan vuelve a la actividad tras el asesinato de su único
amigo en el trabajo, Frank Di Giorgio (John Mitchum, que aparece en las tres
primeras entregas de la serie), y le asignan como compañera a la inexperta y
dubitativa Kate Moore (Tyme Daly), que también fallecerá cuando empezaba a
convencer a Callahan respecto a sus aptitudes.
Siendo la más violenta de las cinco, Impacto súbito es paradójicamente la que
marca una mayor distancia cómica desde la famosa frase de «alégrame el día» que
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Callahan le dice al atracador de la cafetería, hasta la configuración del compañero
opcional de esta peripecia, que no es humano, sino un baboso perro que antecede a
otras películas más rutinarias con pareja policial formada por un hombre y un can.
Que Callahan se entienda mejor con el perro que con las personas no es ningún
prodigio de sutilidad. En La lista negra recupera al compañero humano, Al Quan
(Evan C. Kim), que es experto en artes marciales; el signo de los tiempos. Para el jefe
del departamento, preocupado especialmente por la imagen pública de la policía, que
Callahan forme pareja con un asiático-americano resultará muy beneficioso para
todos; Harry debe aceptar la corrección política. El abanico de comunidades queda
completado con Quan, herido como Chico en el primer film, aunque su convalecencia
carece de la densidad dramática que Siegel le otorgara a la del policía mexicano.
• Fisuras
El personaje encarnado por Eastwood tiene problemas más difíciles de solucionar con
las imperfecciones del sistema legal que con los asesinos, ladrones, violadores y
extorsionadores que persigue por todos los rincones de San Francisco. Por culpa de la
ilegalidad en la detención de Scorpio, el psicópata al que se enfrenta Callahan en
Harry el sucio vuelve a estar en la calle a las pocas horas; ésa es una fisura en el
sistema según el protagonista. Impacto súbito comienza allí donde más le duele a
Callahan: un acusado sale indemne porque el inspector consiguió las pruebas en un
registro ilegal. A vueltas con los defectos de forma del sistema. Para refrescar la
memoria al espectador, la fiscal comenta que esto no es la primera vez que ocurre
cuando es Callahan quien se encarga del caso.
En la misma película, los violadores de Sondra Locke no llegaron a ser
encarcelados porque el padre de uno de ellos es el jefe de la policía de San Paulo. En
este sentido, Callahan aplica a su manera la teoría bíblica del ojo por ojo, diente por
diente: si los agresores salieron libres gracias a la influencia de un policía, él, otro
policía, decide no entregar a la justicia a la autora de los asesinatos. En Harry el
ejecutor, uno de los motivos temáticos del relato es la ridiculización persistente y
permanente del alcalde, los políticos y la burocracia en la que se han instalado.
• Mitología Callahan
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frases taxativas de los que se ha nutrido la serie satisfactoriamente, creando incluso
una cierta «mitología Callahan».
El inspector se entrevista con el alcalde (John Vernon) en una secuencia de Harry
el sucio. Éste no permitirá que se repita un hecho conflictivo ocurrido en el pasado.
Callahan asegura que su política es la de matar a un hombre que tiene la intención de
violar a una mujer, refiriéndose a aquel hecho en cuestión. «¿Cómo está seguro de
que quería violarla?», le pregunta el alcalde. «Cuando un hombre desnudo persigue
a una mujer con un cuchillo en la mano, imagino que no está recaudando fondos
para la Cruz Roja» es la respuesta del protagonista.
Callahan cuestiona el sistema, pero lo acata democráticamente. «Odio este
asqueroso sistema, pero hasta que no haya alguien que realice los cambios
necesarios, lo defenderé», sentencia en Harry el fuerte. La conciencia del
profesional. Sus capitanes, tenientes, jueces y fiscales se defienden contra él. «Cada
vez que empuña esa pistola mi trabajo burocrático se atrofia tres meses», le
recrimina airado uno de sus superiores en Harry el fuerte. «Las opiniones son como
los culos, todos tienen uno» es su conclusión sarcástica ante el cuestionamiento de
sus métodos en La lista negra.
Quienes le rodean le definen también con exactitud. Early, su compañero en
Harry el fuerte, comenta medio en broma medio en serio que quizás el asesino de
jueces sea Harry, ya que nadie odia más a los delincuentes que él (la película de Ted
Post nunca explota la idea de convertir a Callahan en el principal sospechoso, algo
que hubiera creado un extraordinario conflicto ideológico en el film). Pero es en
Impacto súbito donde se acumulan las definiciones certeras procedentes de amigos y
enemigos. Para el capo mafioso al que visita durante la boda de su nieta, Callahan es
«la única constante en un universo cambiante». Según el capitán Briggs (Bradford
Dillman prolongando el idéntico personaje, aunque con distinto nombre, que había
interpretado en Harry el ejecutor), «es como un dinosaurio, sus ideas no pertenecen
ya a este mundo». Algo más benevolente se muestra el teniente Donnelly (Michael
Currie), el oficial que toma el relevo de Di Giorgio como único valedor de Callahan
en el departamento: «Es un conflicto con patas».
Una secuencia de Harry el sucio define a la perfección sus métodos. Callahan ha
resuelto sin miramientos el atraco al banco y tiene encañonado a uno de los
atracadores [21]. Éste, malherido en el suelo, intenta coger su rifle, pero no sabe si el
policía ha disparado las seis balas de la pistola Magnum 44 o si aún le queda una en
el cargador. Callahan juega y se deleita con esta idea, comentado que él también ha
perdido la cuenta de los disparos que ha efectuado mientras le mira fijamente sin
dejar de apuntarle. Al final, el atracador aparta la mano y el inspector coge su rifle. El
delincuente le dice que necesita saberlo. Callahan vuelve a acercarse, apunta y
dispara; no había ninguna bala en el cargador.
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• Amigos y conocidos
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se muestra igual de expeditivo al empuñar una pistola y menos arisco en las
relaciones personales, pero sigue fiel a sus ideas: lo de los culos y las opiniones.
• Patologías
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Tamahori).
En el transcurso de La lista negra, el asesino puede ser brutal —apuñala a la
crítica de cine— o tremendamente sofisticado —sitúa el coche de juguete cargado de
explosivos y accionado por control remoto debajo del automóvil de otra de sus
víctimas, situación que después se convierte en la escena más ingeniosa del film, la
persecución con los acostumbrados saltos por los desniveles en las calles de San
Francisco substituyendo uno de los automóviles por la bomba teledirigida en
miniatura—. El asesino no hace otra cosa que poner en práctica los argumentos de las
películas baratas de Swan, el autor del juego de la lista negra, ya que asegura que el
cineasta le robó todas las ideas argumentales. Un ejercicio de metalingüismo con la
usurpación artística como borroso telón de fondo.
• Estilo
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buque abandonado por donde se persiguen hombres a pie y en moto; el de Harry el
ejecutor se desarrolla dentro de la penitenciaría, también abandonada, de Alcatraz —
escenario que Eastwood volvería a transitar tres años después a las órdenes de Siegel
— e Impacto súbito concluye de noche en un parque de atracciones cerrado.
Esta tendencia hacia la jerarquía de los espacios claustrofóbicos y oscuros acaba
convirtiéndose en otro precoz ejercicio de metalingüismo en La lista negra, cuya
traca final, con Callahan arponeando al asesino, se desarrolla ni más ni menos que en
un decorado cinematográfico, como si la última aventura del expeditivo inspector
quisiera desnudar de una vez por todas al personaje desvelando su carácter de
artificio.
Resulta poco probable que Eastwood vuelva a interpretar al inspector Harry
Callahan. Sus intereses como narrador no coinciden tanto con la práctica del thriller
tradicional y su imagen está, por razones obvias, más cercana a la del policía enfermo
del corazón de Deuda de sangre que a la del macho man de aquella serie. Pese a ello,
los valores que un día defendió Callahan siguen de una forma u otra adheridos a la
visión que el actor y director tiene de la ética y la sociedad de su tiempo. Veintidós
años después del primer film, Eastwood seguía reivindicando el modelo: «Harry el
sucio aportaba soluciones simples a problemas horriblemente complicados. Si el
personaje tuvo un impacto semejante en la época, fue porque tocó algún nervio
sensible. Lo que no ha envejecido para nada es la frustración del profesional que
tiene una misión que cumplir en un tiempo determinado y sólo encuentra trabas
puestas por el gobierno, los políticos, los funcionarios… ¿No creen que la
burocracia, a nivel federal y también estatal o municipal, no ha hecho más que
empeorar?» [22].
OLVIDOS Y FRACASOS
El cambio de décadas, de los años sesenta a los setenta, estuvo aún estigmatizado por
el western por lo que a la carrera de Eastwood se refiere. Cierto que su película más
popular de aquella época es Harry el sucio, pero Malpaso comenzó a engrasar su
maquinaria gracias al género del oeste. Hemos hablado de Cometieron dos errores,
Dos mulas y una mujer, el western musical La leyenda de la ciudad sin nombre y los
neowesterns La jungla humana y El seductor. La segunda realización de Eastwood,
Infierno de cobardes, también pertenece al género, pero meses antes el actor se puso
a las órdenes de John Sturges para protagonizar y producir una de sus películas más
olvidadas, Joe Kidd (Joe Kidd, 1972), escrita por el novelista Elmore Leonard (puesto
en circulación posmoderna a finales de los noventa después de que Quentin Tarantino
le adaptara en su película Jackie Brown).
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Pese a la influencia italiana, con una banda sonora de Schifrin que mezcla
sonoridades de spaghetti western, sintonías televisivas y los thrillers franco-italianos
de la época al estilo de Henri Verneuil, Joe Kidd es mucho más sobria en todos los
sentidos que los westerns de Eastwood inmediatamente anteriores rodados por Post y
Siegel. Se nota la mano ecuánime de Sturges, aunque el cineasta estuviera ya en el
otoño de su carrera y el film sea menor si lo comparamos con sus mejores logros en
el género (Fort Bravo, Duelo de titanes, Desafío en la ciudad muerta, El último tren
de Gun Hill, Los siete magníficos).
Joe Kidd, el protagonista, Fue cazarrecompensas y guía de cazadores, pero al
iniciarse la acción no tiene ni un cuarto de dólar, viste ropa usada de dandy, está
completamente borracho y ha sido encarcelado por alteración del orden. El proceso
que vive el personaje es similar al del mercenario de Dos mulas y una mujer, aunque
todo resulte más contenido, tanto la evolución de la trama como las características del
personaje de Eastwood, que presenta un lado más amable que en la trilogía de Leone
y las entregas de Callahan.
La película modela un buen oponente, Frank Harlan (Robert Duvall), que quiere
atrapar al indio Luis Chama (John Saxon) porque está promoviendo una reforma
agraria que pondría en peligro su hegemonía caciquista. Kidd persigue inicialmente a
Chama porque le robó sus caballos y golpeó a uno de sus hombres, pero al final se
pone de su lado y le ayuda a luchar contra el despiadado Harlan; esbozo, pues, del
papel que en los dramas ajenos jugarán algunos de los pistoleros interpretados por
Eastwood en sus propias películas.
En un conjunto bastante homogéneo, en pleno estertor del western tal como podía
entenderlo un cineasta de la Formación clásica de Sturges, Joe Kidd se defiende más
con los personajes que con las situaciones. La galería de secundarios, caso de los
esbirros de Harlan, es excelente. A uno de ellos, el tirador más experto del grupo, tan
lacónico y parco en palabras como Kidd, uno de sus compañeros le avisa de que si no
parpadea se le secarán los ojos. Esté escrita por Leonard, apuntada por Sturges o
incluso sugerida por Eastwood, es una descripción magistral de la ausencia de toda
expresión en un rostro humano.
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Olvidadas por otras razones, aunque no en el plano comercial, son las dos
películas en las que Eastwood encomendó su suerte a la posible química que
estableciera con un orangután y quiso demostrarse a sí mismo que era válido para la
comedia. No le bastó con una sola película, Duro de pelar (Every Which Way but
Loose, 1978), sino que produjo una continuación, La gran pelea (Any Which Way You
Can, 1980), ambas realizadas por dos de sus hombres de confianza, James Fargo y
Buddy van Horn.
Duro de pelar era para todo el mundo un film innecesario. Sigue siéndolo, por
mucho que se realizara. Colaboradores y amigos le dijeron que no lo hiciera. El guión
original había sido rechazado en cuarenta y seis ocasiones, pero Eastwood llevó el
proyecto a término y demostró tener intacto el olfato para los títulos populares.
Además, como sugirió acertadamente Julio Pérez Perucha, Duro de pelar «es el
remake blando y blanqueado de la anterior producción de Clint Eastwood-Malpaso
Company, Ruta suicida» [23]. La película fue un espectacular éxito de taquilla que
generó una de las características situaciones contractuales en la relación del actor con
las majors; dos años después realizó uno de sus primeros films realmente poco
viables en el plano comercial, Bronco Billy, a condición de interpretar una secuela de
Duro de pelar. Como comentaría Eastwood, lo que el estudio pierde con una lo gana
con otra, y así sucesivamente, aunque lo más obvio del caso es que el éxito se
obtuviera con la visión más reaccionaria de unos determinados temas muy arraigados
a la cultura norteamericana, temas precisamente cuestionados en Bronco Billy, el
reverso del díptico con orangután.
La fórmula no es especialmente original, aunque tampoco puede hablarse de dos
películas desgajadas del resto de la obra de su protagonista, dada su afición por el
relato rural y las raíces de la música country. Duro de pelar mezcla peleas de bar,
comedia, acento campestre, relato de carretera, canciones country por la radio, en
directo y extradiegéticas, pareja con orangután, combates organizados en las paradas
de camiones, vestimenta tejana en todo su esplendor y unas cuantas secuencias
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epicéntricas en un club nocturno de la ciudad. Y todo para contar los avatares de
Philo Beddoe, un rudo camionero que reta a quien quiera medirse con él con los
puños desnudos, su pandilla de amigos, la cantante de country que ama (Lynn
Halsey-Taylor: Sondra Locke), el orangután que ganó como trofeo en una de sus
peleas, una estrafalaria pandilla de motoristas y la pareja de policías a los que Philo
golpeó en un club.
Estamos ante el Eastwood más tradicionalista y el de sentido del humor más
dudoso —pone una dentadura postiza en la sopa de una estudiante de sociología que
se quiere ligar en el bar—, pero también el menos heroico, la deformación del macho
clásico, el lado más amable, rudo, bruto y bufonesco de Eastwood como figura que
trasciende los personajes que encarna, la contracción del arquetipo. El esquema se
repite a pie juntillas en La gran pelea, cuyo título hace referencia al combate que el
patrocinador James Beckman (Harry Guardino, habitual en la serie Callahan)
organiza a condición de que Philo participe en él. Es una continuación con todas las
de la ley: mismo reparto, idéntico inicio con una pelea para entrar en situación,
misma camioneta, similares escarceos amorosos —Lynn intenta reconciliarse con
Philo después de haberlo dejado tirado al final de Duro de pelar—, el regreso de los
motoristas que aún quieren ajustar cuentas y una decena de actuaciones en el club del
anterior film, el Palomino, entre las que se cuenta una de Fats Domino.
La gran pelea introduce, con todo, algunas variaciones. Hay en el relato algo más
de melancolía y un amago de ternura cercenada en el personaje de Philo, herido aún
por Lynn en materia amorosa e incapaz aquí de bromas como la de la dentadura
postiza. La pandilla de motoristas se muestra en esta segunda ocasión según el
modelo de los piratas a los que se enfrentan Astérix y Obélix en cada álbum, ya que
siempre acaban vapuleados por Philo y el orangután Clyde, y resultan ridículos en su
aparente maldad. De hecho, en La gran pelea son personajes más propios de un
cartoon; en una escena terminan completamente cubiertos de alquitrán y no pueden
moverse cuando el espeso líquido se seca.
Claro que la pelea final entre Philo y el rival con el que ha entablado una sólida
amistad, Jim Wilson (Will Smith), rodeados por los apostantes y las gentes del pueblo,
parece un homenaje ciertamente rupestre y zoquete a la pelea de la fordiana El
hombre tranquilo (The Quiet Man, 1952).
Poco puede decirse del supuesto duelo de estrellas viriles en el que se enfrascaron
Eastwood y Burt Reynolds con Ciudad muy caliente (City Heat, 1984), una comedia
policíaca ambientada en 1933 en una de las cunas del jazz, Kansas City, que para el
primero representaba una oportunidad de autoparodiarse como taciturno héroe del
género policíaco con cierta estética retro, mientras que para el segundo suponía un
nuevo y frustrado intento por recuperar la hegemonía comercial perdida.
Nadie sabrá nunca cuál hubiera sido el resultado de completar Blake Edwards la
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película. Debido a una serie de diferencias con Warner, o directamente con los
productores, Eastwood y Reynolds, Edwards fue despedido y substituido por el
escasamente dúctil Richard Benjamin. De Edwards se conservó el argumento y,
según los créditos, parte del guión, aunque el creador del inspector Clouseau prefirió
aparecer con el malévolo pseudónimo de Sam O. Brown, que no es otra cosa que las
siglas de Son Of a Bitch (hijo de puta), utilizadas igualmente por Edwards para titular
una virulenta y profética comedia sobre los entresijos de Hollywood rodada tres años
antes, S.O.B. (S.O.B., 1981).
El caso de El cadillac rosa (Pink Cadillac, 1989), de Van Horn, fue sintomático
de una determinada escala de valores de la que Eastwood debía desprenderse a
tiempo. Con esta comedia de acción volvió el actor al medio rural, a las pandillas de
motoristas, al country, a la peripecia amable por encima de la severidad que emanaba
de sus películas como realizador. Eastwood confiaba en que su imagen menos
conflictiva seguía siendo rentable y le servía para apaciguar las aguas revueltas —
reciente estaba aún la polémica suscitada por El sargento de hierro y, en otro orden
de cosas, el desafío de Bird—, pero El cadillac rosa fue un considerable fracaso
comercial que, en todo caso, sirvió para que Eastwood se decantara casi
exclusivamente por la realización. Desde entonces sólo se ha puesto en manos de otro
director en la ya comentada En la línea de fuego.
Como todos los trabajos de Van Horn, El cadillac rosa es un film tosco y en
exceso funcional, sin aristas dignas de mención, caligráfico y pasajeramente deudor
de una iconografía desencantada sobre la América profunda —el desierto, los moteles
de carretera, los casinos de Reno, la mística de Elvis Presley, el mismo Cadillac rosa
del título— que conecta con algunos films del propio Eastwood pero por la vía del
guiño fácil, de la observación tópica. El actor encarna a un moderno
cazarrecompensas que trabaja solamente para un fiador de fianzas y prefiere dar caza
y captura a delincuentes de poca monta, a poder ser que no vayan armados. Ninguna
relación, pues, con el arquetipo heroico al que Eastwood da la vuelta otra vez en este
film. Pero esa nueva metamorfosis, cuyo efecto sobre el espectador que acude a ver
aún «una película Eastwood» a la antigua usanza puede ser desconcertante o
contraproducente, resulta insuficiente debido a la vulgaridad de la trama y las nulas
ideas visuales. Tesis conocida, nula puesta en escena.
El cadillac rosa supuso el cierre definitivo de un estilo temático, de una tonalidad
más afable identificada con la cultura tradicional estadounidense, en la obra de
Eastwood. Con la excepción del apunte desmitificador por la vía de la acumulación
que ostenta El principiante, y de la comicidad otoñal de Space Cowboys, en su
filmografía posterior no ha habido tiempo ni espacio para la comedia. Aún menos
para los relatos al «estilo americano», las peleas de boxeo, los orangutanes o la
música country. Un detalle significativo: cuando realizó Los puentes de Madison, una
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película ambientada en una zona rural de Iowa, en la América profunda, Eastwood
prefirió utilizar temas de jazz melódico y cantado antes que piezas de country más
representativas del lugar donde transcurría toda la acción.
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CAPÍTULO IV
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que se repite film tras film.
En este sentido, hablar de Malpaso es referirnos también a una serie de nombres
(el director de fotografía Bruce Surtees, el montador Joel Cox, el diseñador de
producción Henry Bumstead o el músico Lennie Niehaus, entre muchos otros) con
los que Eastwood ha establecido unos fuertes lazos de colaboración y que han
ayudado a consolidar los rasgos básicos del estilo del cineasta.
Hace muchos años se entabló una fuerte disputa a nivel de historiografía
cinematográfica en torno a la autoría de la profundidad de campo en el cine, con
motivo de su empleo en Ciudadano Kane (Citizen Kane, 1940). La cuestión era ¿fue
Orson Welles quien le sugirió el tipo de encuadre y objetivos al director de fotografía
Gregg Toland, o fue éste quien llegó al plató de rodaje de la ópera prima wellesiana
para poner en marcha sus revolucionarias ideas sobre la profundidad de campo, que
ya había experimentado en algún film de William Wyler? Ni el debut de Eastwood
como director, ni ninguna de sus otras películas, ha causado un revuelo
cinematográfico, social y cultural tan contundente como el que originó Ciudadano
Kane, pero los mismos planteamientos respecto a la responsabilidad de determinados
rasgos distintivos podrían ponerse sobre el tapete al hablar de la fecunda relación
entre Eastwood y el iluminador Bruce Surtees, sin que por ello deba dudarse de la
originalidad de uno o de otro. Eastwood ha sido muy alabado por su tratamiento
naturalista de la luz en interiores y escenas nocturnas (El jinete pálido, Bird), pero no
debe olvidarse que Surtees fue bautizado entre la profesión como «el príncipe de la
oscuridad», y no precisamente por alguna que otra veleidad vampírica; el apodo venía
dado por su afición a utilizar un tipo de iluminación discreto, esencialmente realista.
El debate, si se quiere, queda establecido: ¿le sugirió Eastwood a Surtees la luz en
penumbra de El jinete pálido, o se trata de una idea del director de fotografía que el
realizador aceptó y convirtió en una cierta marca de estilo?
Y aún hay más. Tom Stern, un estrecho colaborador de Eastwood y de Surtees de
quien luego hablaremos, era jefe de electricistas en El jinete pálido. El rodaje de esta
película se efectuó cerca de Seattle, ciudad que en aquellas fechas, otoño de 1984,
albergaba una exposición dedicada a Van Gogh. Stern la visitó y…: «Aparecí en el
plató con una reproducción de Campesinos comiendo patatas. Se la mostré a Bruce
Surtees y a Clint, sugiriéndoles filmar los interiores con una exposición muy baja y
los exteriores muy iluminados. Lo discutimos y Clint dio su conformidad para que la
imagen fuera de esta naturaleza, que el contraste fuera el máximo posible» [24].
Total, que la luz naturalista de El jinete pálido le debe mucho al autor de Los
girasoles y a la feliz coincidencia de que su rodaje se hiciera en una ciudad que
durante unos días exponía la obra del pintor holandés.
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PEQUEÑA HISTORIA DE UNA GRAN PRODUCTORA
Pocas semanas después de firmar su contrato para protagonizar Cometieron dos
errores, Eastwood creó la compañía Malpaso, nombre tomado de una zona de
Carmel, y se convirtió así en coproductor de aquel western que significó su regreso al
cine estadounidense. Todas las películas dirigidas o protagonizadas por Eastwood
desde entonces son producciones de Malpaso excepto, como ya ha quedado dicho
anteriormente, La leyenda de la ciudad sin nombre, El desafío de las águilas, Los
violentos de Kelly y En la línea de fuego, aunque en estas dos últimas algún papel
acabó jugando Eastwood en la producción, ya que sin aparecer el nombre de Malpaso
en los créditos, sí que están sus hombres de confianza en las respectivas épocas,
Irving Leonard y David Valdés, en tareas de producción.
No deja de ser curioso que la nueva compañía firmara un contrato de distribución
con el estudio en el que Eastwood realizó sus primeras apariciones como actor en
papeles minúsculos y producciones baratas, hasta que el estudio en cuestión,
Universal Pictures, se cansó de su parca hoja de servicios y rescindió su contrato en
1955. El grueso de esta primera etapa de Malpaso está unido a Universal, que
aprueba, financia y distribuye La jungla humana, Dos mulas y una mujer, Escalofrío
en la noche, El seductor, Joe Kidd, Infierno de cobardes, Primavera en otoño y
Licencia para matar, es decir, todas las producciones realizadas por Malpaso entre
1968 y 1975 con la excepción de Cometieron dos errores, que fue distribuida por
United Artists, y las dos primeras entregas de la serie Callahan, Harry el sucio y
Harry el fuerte.
Los derechos del relato de Harry Julian Fink y Rita Fink sobre Harry Callahan
pertenecían a Warner, el estudio de los grandes duros de Hollywood que en uno u
otro momento fascinaron a Eastwood (Humphrey Bogart, James Cagney, George
Raft), al que el autor de Sin perdón ligó su suerte cinematográfica desde 1976, y sin
sobresaltos dignos de mención hasta la fecha. Si un contrato casi de por vida con una
productora puede significar una condena para algunos actores y directores, como lo
era en cierto modo en la época de los grandes estudios, el caso de la relación
contractual entre Eastwood y Warner ha dado pie a una posición balsámica del
cineasta dentro de la industria hollywoodiense y a una apuesta segura por parte de la
vieja escudería creada por los hermanos Warner.
Irving Leonard, el ex agente de Eastwood, fue el primer presidente de Malpaso
Company y el encargado de la producción asociada de los títulos de la firma hasta su
muerte, acontecida a finales de 1969. Robert Daley le substituyó coincidiendo con la
modificación del nombre de la compañía, que desde entonces se llama Malpaso
Productions. Un nuevo cambio llegó en 1981, cuando Fritz Manes, que ya había
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desempeñado distintas funciones en Malpaso, como asistente de dirección, director
de producción, productor asociado e incluso actor, suplió a Daley y asumió la
producción ejecutiva de todas las películas. Su estrecha relación con Eastwood se
rompió en 1986, al parecer tras un conflicto entre ambos por culpa de una serie de
cuestiones logísticas en el rodaje de El sargento de hierro.
David Valdés, que ya había trabajado como productor asociado en El jinete pálido
y Ratboy, y era más o menos el segundo de Manes, como éste lo había sido de Daley,
tomó las riendas de la compañía durante poco menos de una década. A partir de 1995,
Eastwood se agenció los servicios de distintos gestores. Es el caso de Tom Rooker,
que empezó a trabajar con él durante la campaña para la alcaldía de Carmel,
convirtiéndose poco a poco en uno de los hombres fuertes de Malpaso después de
foguearse como ayudante de producción o de dirección en varias películas dirigidas o
protagonizadas por Eastwood, y de Michael Maurer, también en tareas de producción
en los últimos films tras haber trabajado como figurante o secundario en Impacto
súbito, Ciudad muy caliente y El sargento de hierro. El último hombre de confianza
es Robert Lorenz.
LA FAMILIA MALPASO
Cubiertas las necesidades de producción, Eastwood fue consolidando con el paso del
tiempo un equipo técnico estable capaz de generar sus lógicos recambios; cuando
Bruce Surtees empezó a espaciar sus trabajos en Malpaso, el que había sido su
operador de cámara desde principios de los ochenta, Jack N. Creen, tomó el relevo
natural y se convirtió en el segundo director de fotografía predilecto de Eastwood. La
sucesión se produjo con El sargento de hierro, y dos años después, el teóricamente
aún inexperto Green se encargaba de la espléndida iluminación de Bird.
Un detalle significativo de la buena entente entre Eastwood y sus colaboradores
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más fijos reside en el hecho de que éstos hagan muy pocos trabajos fuera de Malpaso.
Ésta es una lista sucinta de los principales técnicos «de la casa», a los que deben
añadirse los productores antes citados.
• Bruce Surtees
• Edward Carfagno
• Henry Bumstead
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Substituyó a Carfagno, aunque ya había tenido contactos previos con Eastwood en los
setenta, y es otro de los referentes esenciales en el estilo visual del último período del
cineasta. Tan veterano como su antecesor en el puesto, comenzó como constructor de
decorados y director artístico a finales de los años treinta, en Paramount. Allí realizó
la decoración de dos películas de Alfred Hitchcock, El hombre que sabía demasiado
(The Man who Knew Too Much, 1956) y Vértigo (Vértigo / De entre los muertos,
1959), volviendo a colaborar con él en Topaz (Topaz, 1969). Bumstead ganó un par
de Oscar a la mejor decoración por Matar a un ruiseñor (To Kill A Mockingbird,
1962; Robert Mulligan) y El golpe (The Sting, 1973; George Roy Hill).
Fue precisamente en la época de la realización de esta comedia de estafas a ritmo
del piano de Scort Joplin cuando inició su colaboración con Eastwood, encargándose
de la dirección artística de los westerns Joe Kidd e Infierno de cobardes. Eastwood
volvió a requerir sus servicios dos décadas después para otro western, Sin perdón, y
desde entonces Bumstead es el diseñador de producción oficial de Malpaso, creando
sin excesos la atmósfera campestre de Los puentes de Madison, la arquitectura e
interiorismo del sur colonial de Medianoche en el jardín del bien y del mal o el
interior de una nave espacial en Space Cowboys.
• Joel Cox
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• Lennie Niehaus
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intervino activamente en las orquestas del pianista Stan Kenton. Es en esta época
donde ofrece también lo mejor de su carrera en solitario liderando sus propios
quintetos, sextetos y octetos, con un estilo que bebe esencialmente de las big bands y
el jazz de la costa oeste. Uno de los máximos representantes de este sonido, el batería
Shelly Manne, se convirtió en colaborador asiduo de Niehaus, y músicos de la talla
de Jimmy Giuffre (clarinete, saxos), Hampton Hawes (piano), Pepper Addams (saxo
barítono), Jack Montrose (saxo tenor) y Red Mitchell (contrabajo) formaron parte de
los diversos combos de Niehaus, que en 1955 fue considerado el mejor nuevo
saxofonista alto por Downbeat Magazine.
La compañía Comtemporary Records editó el material de Niehaus comprendido
entre el verano de 1954 y principios de 1959, y algunos de estos vinilos han sido
reeditados en compacto por el sello Fantasy: The Quintets, Vol. 1, The Octet # 2, Vol.
3, The Quintets & Strings, Vol. 4, The Sextet, Vol. 5 y Zounds! The Lennie Niehaus
Octet!
• Jack N. Green
Son los dos asalariados de Malpaso a los que Eastwood apadrinó en su paso a la
realización, siempre con él como protagonista. Wayne “Buddy” van Horn es uno de
los más veteranos especialistas de Hollywood. Nacido en 1929, dobló a Henry Fonda,
James Stewart y Gregory Peck, entre otros, y trabajó en películas como Espartaco
(Spartacus, 1960; Anthony Mann). Estuvo siempre familiarizado con el cine, ya que
su padre se había instalado en Hollywood en 1926, trabajando como repartidor en los
estudios Universal. La relación de Van Horn con Eastwood comenzó en el rodaje de
La jungla humana, cuando dobló al actor en los planos generales en los que conduce
un jeep por el desierto. Poco después asumió la función de coordinar a los
especialistas para las tomas de acción de Dos mulas y una mujer.
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Ha desempeñado esta indispensable función, la de coordinación de stuntmens, en
casi todas las películas del actor y director, asumiendo también breves cometidos
interpretativos en El seductor (aparece como un soldado), Infierno de cobardes
(encarna al sheriff Duncan) y El jinete pálido (es el conductor de la diligencia), y
responsabilizándose de la dirección de segunda unidad en Harry el fuerte y El
principiante. Eastwood le dio la alternativa como director con La gran pelea, en
1980, y su discreta trayectoria tras la cámara ha estado siempre ligada a su mentor;
solamente ha hecho dos películas más, La lista negra y El cadillac rosa. Dada la
escasa repercusión de estos films, continúa trabajando como coordinador de
especialistas.
James Fargo tuvo una evolución más lógica: fue el ayudante de dirección de John
Sturges en Joe Kidd y del propio Eastwood en Infierno de cobardes, Primavera en
otoño, Licencia para matar y El fuera de la ley. Debutó como director en Harry el
ejecutor, a la que siguió Duro de pelar, que no son precisamente dos de las mejores
películas de Malpaso. Dejó el tutelaje de Eastwood para emprender películas algo
más ambiciosas aunque igual de discretas, caso de Caravanas (Caravans, 1978), un
relato de aventuras tan liso como las arenas del desierto de Oriente Medio donde
transcurre la acción.
Eastwood no sólo ha buscado la regularidad de los mismos técnicos en las
funciones más destacadas. En el trabajo «sucio», aquel en el que pocos nombres
acostumbran a destacar, también prevalece la complicidad. Conviene contar con un
director de fotografía de confianza, pero también con un jefe de electricistas que
entienda las necesidades de uno y de otro, tarea que ha asumido Tom Stern durante
dos décadas. El vestuario de los largometrajes de Eastwood desde Licencia para
matar hasta Sin perdón es responsabilidad de Glenn Wright —quien también aparece
fugazmente en El jinete pálido, compartiendo asiento con Fritz Manes en la
diligencia conducida por Van Horn—, y de Deborah Hopper desde Poder absoluto
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hasta la actualidad, y un grupo de técnicos de sonido se repiten escalonadamente en
los créditos de sus películas: James y Richard Alexander, Bert Hallberg, Les
Fresholtz, Vern Poore o Jayme S. Parker.
La idea perseguida por Eastwood va un poco más allá de la garantía que ofrece
tener a un operador, un decorador o un montador que conoces a la perfección. Es
también un estado de ánimo, la creación de una atmósfera familiar y de trabajo en
equipo que algunos cineastas de la era clásica, como John Ford y Howard Hawks,
lograron introducir aisladamente a través de sus propias y pequeñas compañías de
producción. Bumstead y Stern lo definen a la perfección [25]: «Yo he trabajado en
estudio una gran parte de mi vida, y pertenezco a una generación que tiene esta
cultura de la imagen, de la cámara, de la elección de los ejes… Trabajar con Clint
me recuerda a la atmósfera del sistema de los estudios de hace cincuenta años.
Conozco a todo el mundo: Joel, Tom, Jack Green… Cuando nos reencontramos, es
como si estuviera en casa. Es la familia (…) Amo este método de trabajo. Es el mejor.
Si tengo un problema, puedo hablar con Tom o Joel y viceversa» (Bumstead). «Si uno
tiene un problema, Clint no lo sabrá jamás. La complicidad y los automatismos de
trabajo son tan grandes que podemos arreglar los problemas entre nosotros» (Stern).
Eastwood ha ampliado ocasionalmente la colaboración con algunos guionistas,
caso de Dean Riesner, ya comentado en el anterior capítulo; de su amiga Jo Heims,
responsable de los guiones de Escalofrío en la noche y Primavera en otoño; del
tándem formado por Michael Butler y Dennis Shryack, autores de los guiones
originales de Ruta suicida y El jinete pálido; de Joseph Stinson, firmante del libreto
de Impacto súbito y responsable de la remodelación final de Ciudad muy caliente; y
John Lee Hancock, el muy hábil guionista de Un mundo perfecto y Medianoche en el
jardín del bien y del mal.
Al crear su propia compañía y rodearse de colaboradores fijos, Eastwood no
olvidó repescar en varias películas (Ruta suicida, Impacto súbito, El principiante) a
Mara Corday, la aterrada protagonista de Tarántula, uno de los primeros films en los
que intervino en Universal. Pero pocos actores han ingresado en el equipo estable del
director, al margen de algunos secundarios que aparecen en las diversas entregas de la
serie Callahan y la nutrida nómina familiar: dos de sus compañeras sentimentales,
Sondra Locke y Frances Fisher, y tres hijos, Kyle, Alison y la pequeña Francesca
Ruth. Tampoco son muchos los que han repetido en una o más ocasiones en sus
producciones: Pat Hingle (Cometieron dos errores, Ruta suicida e Impacto súbito),
Don Stroud (La jungla humana y Joe Kidd), John Vernon (Harry el sucio y El fuera
de la ley), Robert Duvall Joe Kidd y The Stars Fell on Henrietta), Verna Bloom
(Infierno de cobardes y El aventurero de medianoche), George Kennedy (Un botín de
500.000 dólares y Licencia para matar), Diane Venora (Bird y Ejecución inminente),
Laura Linney (Poder absoluto y Mystic River), Marcia Cay Harden (Space Cowboys
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y Mystic River) y, con carácter de protagonista, Gene Hackman (Sin perdón y Poder
absoluto).
Tan sólo el caso del actor secundario Geoffrey Lewis, padre de la actriz Juliette
Lewis, resulta destacable. Eastwood le dio un papel en Infierno de cobardes y
después pasó a ser una presencia habitual en todas sus producciones desarrolladas en
un ambiente rural, convirtiéndose así en un peculiar signo distintivo (casual o
buscado) para una de las grandes parcelas de su obra, ya sea en comedias (Lewis es el
contrapunto humorístico del propio Eastwood en Duro de pelar y La gran pelea),
tragicomedias elegiacas (Bronco Billy), thrillers itinerantes (Un botín de 500.000
dólares), comedietas de acción (El cadillac rosa) y en la variante sureña del género
rural (Medianoche en el jardín del bien y del mal, película en la que Lewis asume el
desconcertante papel de un hombre permanentemente acompañado por una decena de
moscas).
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demostrarse a sí mismo que podía igualar a su mentor por lo que respecta al
cumplimiento del presupuesto y el plan de rodaje. Lo logró, sin duda porque
Eastwood también producía y estuvo encima de él, ya que en sus siguientes empresas
(El cazador, La puerta del cielo, Manhattan Sur, El siciliano), Cimino hizo cualquier
cosa menos ajustarse a los imperativos de la producción. Con todo, la atormentada y
atropellada carrera de este creador de grandes tragedias cinematográficas tiene, pese a
que arrastre de por vida la culpa aún no expiada de haber acelerado la desaparición de
United Artists con el fracaso comercial de La puerta del cielo, muchísimo más interés
que la singladura de Tuggle tras abandonar la tutela de Eastwood.
Lo que sigue es el análisis de estas dos películas y de las tres en las que Eastwood
se ha limitado a desempeñar las funciones de productor, sin injerencia alguna en la
dirección ni mediación comercial a través de su presencia como actor. Son tres obras
extrañas pero a la vez coherentes en el grueso de su obra. En la primera, Ratboy
(1986), quiso impulsar la carrera como directora de su entonces compañera
sentimental, Sondra Locke, con resultados más que discretos. La segunda surge de su
pasión por el jazz y cristaliza en uno de los mejores documentales musicales de los
últimos años, Thelonious Monk: Straight No Chaser (1988), de Charlotte Zwerin. La
tercera es una modesta tragicomedia rural que muy bien podría llevar su firma por lo
que al tema se refiere, aunque se resuelve con menos gravedad, The Stars Fell on
Henrietta (1995), de James Keach, inédita comercialmente, como las dos anteriores,
pero emitida por televisión con el título de Camino de la fortuna.
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a John Dogerthy (americanizado como Doherty por Cimino y Eastwood), otro
heroico irlandés cuyo apodo era el de capitán Thunderbolt.
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tiempo y de las películas. Como muestra, un personaje tan extraño como el del
conductor que recoge a los dos protagonistas en la carretera: lleva un mapache en una
jaula, el maletero del coche repleto de conejos blancos y tiene el tubo de escape
conectado al interior del automóvil.
También el tema de la amistad masculina y el aprendizaje casa muy bien con el
escepticismo de Eastwood y su voluntad individualista, bien presente por aquella
época en la serie del inspector Callahan. Lightfoot demanda el afecto y la protección
de Thunderbolt, y el encallecido ladrón acaba ofreciéndoselos por la fuerza de las
circunstancias más que por necesidad afectiva. Su honestidad se traduce en una de las
muchas conversaciones entre ambos personajes; cuando Lightfoot le pide su amistad,
Thunderbolt le contesta que su encuentro llega con diez años de retraso, señal
inequívoca de que antes sí albergó alguna esperanza para romper la soledad que ahora
asume como norma.
EN LA CUERDA FLOJA
Realizada un año después de Impacto súbito, la cuarta entrega de las correrías de
Harry Callahan, En la cuerda floja parece querer finiquitar por la vía directa con la
imagen más tradicional de Eastwood asociada al inspector de policía de San
Francisco. Y lo consigue, aunque cuatro años después volviera a interpretar al hosco
Callahan en La lista negra, una película en la que ya no creía.
Callahan y la geografía de San Francisco dan aquí paso a otro policía, Wes Block,
y una ciudad de arquitectura y temperatura bien distinta, Nueva Orleáns. El cometido
de Block, que está separado de su esposa y se encarga de sus dos hijas, Amanda
(Alison Eastwood en el primer trabajo con su padre) y la pequeña Penny (Jennifer
Beck), es encontrar a un hombre que viola y asesina mujeres de actividad sexual poco
común, como se comenta en un momento del film. El principal problema con el que
se enfrenta Block, más que la dificultad de la pesquisa en sí misma, es que todas las
víctimas habían tenido relaciones con él, por lo que cada nuevo hallazgo y cada
nueva mujer asesinada representan un brutal encontronazo con sus fantasmas
sexuales.
Aunque escrita y dirigida por el novel Tuggle, En la cuerda floja deviene una
fundamental pieza bisagra en la trayectoria de Eastwood. Por primera vez el
personaje no vive solo, aunque Block tampoco está muy a gusto con la custodia de
sus dos hijas, cuya educación y afecto desatiende en líneas generales; en este sentido,
Eastwood se arriesgó a un rechazo frontal de su personaje por parte de un público
determinado. Hasta entonces, los personajes encarnados por el actor en sus películas
o en las de otros cineastas estaban sentimentalmente solos por decisión propia,
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aunque mantuvieran ocasionales escarceos amorosos, o porque les habían separado
violentamente de sus seres queridos, como en el caso de Harry el sucio y El fuera de
la ley. Block estuvo casado, se divorció, mantiene a sus dos hijas y busca encuentros
sexuales a veces poco ortodoxos con mujeres de muy diversas tendencias, ya sean
prostitutas, habituales de los locales nocturnos o la responsable de un centro de
asistencia a mujeres violadas, Beryl Thibodeaux, personaje interpretado por
Geneviéve Bujold.
El policía Wes Block estaba escrito por Tuggle a la medida de lo que Eastwood
deseaba: una ruptura frontal. Nunca un guión pudo llegar en momento más oportuno.
Si la película actúa de bisagra en su obra, el personaje es ciertamente medular. Salvo
en el citado caso de El fuera de la ley, la tipología representada por Eastwood se
salvaba del más que probable desastre familiar al renunciar a la vida en común. La
relación entre Block y sus hijas hizo saltar la chispa, y en la posterior trayectoria de
Eastwood como director han proliferado las relaciones matrimoniales rotas y las
disputas entre padres e hijos condicionadas por la forma de ser de los personajes que
asume el actor (Poder absoluto, Ejecución inminente).
Por otro lado, esta esquiva relación con las dos niñas procura una de las
situaciones tradicionales de una vertiente del cine negro que no desatiende los
problemas emocionales de los policías, aunque con un intercambio concluyente de
personajes: Block no decepciona aquí a su mujer al tener que dejarla en un día festivo
porque le reclaman del trabajo, sino que decepciona a sus hijas, tan desencantadas
como acostumbradas a esta situación. Block no vive con Amanda y Penny por
decisión propia, ya que cuando su esposa les abandonó no quiso responsabilizarse
enteramente de ellas, y de hecho son una carga para su independiente y sexualmente
complicada vida, pero a ráfagas logra infundirles un cariño incapaz de imaginar en
otros personajes de Eastwood. Block estalla al observar la cama (la suya) en la que el
asesino golpeó y ató con esposas (como lo hace él con sus fugaces amantes
mercenarias) a su hija mayor. Quita violentamente la colcha y las sábanas, golpea la
puerta y mirándose frente al espejo, reverso de su conciencia, jura que atrapará al
asesino.
La película gira sobre esta idea: unos controlan el lado oscuro que todos llevamos
dentro y otros lo manifiestan, mientras que el resto andamos en la cuerda floja. La
ambigüedad de Block, un servidor de la ley fascinado por el lado oscuro del sexo,
resulta muy sugestiva al estar presentada con las facciones de Eastwood. En muy
pocos otros actores «de una pieza» sería tan dramáticamente atractiva. Ahí reside la
fuerza y la razón de ser de En la cuerda floja, una película cargada de estilo
Eastwood —se abre con un nuevo plano aéreo sobre la ciudad en la que acontecerá
toda la acción—, cuyas imágenes inesperadas —el plano gore de la mano cercenada
del asesino agarrada al cuello de Block en la secuencia final— no chocan con el
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neoclasicismo que Tuggle hereda de su productor. La fotografía de Bruce Surtees está
nuevamente al servicio de una concepción visual de la nocturnidad tan afín al autor
de Bird, con una excelente secuencia de apertura, la persecución de una muchacha
por parte del asesino tras salir de una fiesta de cumpleaños, en la que la luz neblinosa,
junto al ruido de los zapatos de la víctima sobre el suelo adoquinado, nos sitúa en el
Londres de Jack el destripador antes que en el Nueva Orleáns contemporáneo.
Con En la cuerda floja Tuggle pareció quemar todas sus naves. Lástima que
ninguno de los debutantes de Malpaso haya cuajado posteriormente, con la excepción
citada de Cimino. La película tiene numerosas y sugerentes ideas de puesta en escena
que Eastwood debió aplaudir. Tuggle, en el inicio, filma siempre los pies del asesino
para que le reconozcamos por su calzado deportivo, como había hecho anteriormente
Richard Fleischer en Terror ciego (Blind Terror, 1971). De repente, el cineasta corta a
un plano de los pies de Block con idéntico calzado, aunque no procura sorpresa,
confusión ni suspense alguno ya que, pese a la penumbra, nos ha mostrado el rostro
del asesino; es un corte de montaje que interrelaciona los dos polos de la misma
historia, las dos caras de la misma moneda, aunque Tuggle sucumbe luego a la
tentación de filmar de nuevo las zapatillas deportivas en la escena del sueño de
Block, cuando el policía se imagina a sí mismo estrangulando a Beryl.
RATBOY
Eastwood puso todo el operativo de Malpaso y los colaboradores habituales al
servicio de su compañera y actriz, que con la elección de una historia como la narrada
en Ratboy quiso alejarse de manera radical del tipo de cine con el que estaba
identificada, es decir, con las películas de acción de su propio productor. El film,
editado directamente en vídeo en nuestro país, como el resto de los dirigidos por
Locke (el thriller Impulse, 1990, y la comedia sentimental Trading Favors, 1997, en
los que delegó el protagonismo en Theresa Russell y Rosanna Arquette
respectivamente), pretende ser una fábula sobre el derecho a ser diferente, pero
carece de toda profundidad analítica y se queda en el siempre molesto territorio de las
buenas intenciones; curiosa como primera obra de una actriz discreta tentada por la
realización, deficiente e insatisfactoria por el tema que trata y la manera en que lo
muestra en pantalla.
El personaje que da título al film es un niño con cara y extremidades de rata. El
maquillaje a cargo del especialista Rick Baker es un reflejo perfecto de lo que
pretende ser Ratboy sin conseguirlo. Baker diseña un rostro de tonos realistas, nada
espectacular ni pavoroso, que al mismo tiempo podría ilustrar perfectamente un
cuento infantil, un cruce entre la antropología y la pura fantasía. Pero Ratboy no es un
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estudio sobre la anormalidad en una sociedad autodenominada civilizada (como El
hombre elefante o Máscara, films de David Lynch y Peter Bogdanovich centrados en
la deformidad humana y los rechazos y prejuicios que genera), sino que se centra en
los esfuerzos de una especie de periodista, Nikki Morrison (Locke), para rentabilizar
el fenómeno y convertirse en alguien importante.
La película resultaría superficial pero no molesta, incolora pero olvidable sin más,
de no contener secuencias tan burdas como la de la visita de Ratboy y Nikki a la
vidente reciclada en psiquiatra o la rebelión final del niño roedor, huyendo por los
tejados cuando es presentado en público en un teatro, vulgar remedo de la odisea final
de King Kong escapando con su amada por los rascacielos de Nueva York.
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El resultado se centra esencialmente en la evolución musical de Monk, dejando en
una zona de penumbra los aspectos más complejos de su vida privada. El film
empieza con una actuación en directo del cuarteto de Monk interpretando el tema
“Evidence”; el pianista, ensimismado, ausente, encerrado en su propio mundo, se
mueve por el escenario hasta que de repente se sienta frente al piano y se incorpora a
la pieza. El documental abunda en la captación de estos «momentos» puramente
Monk, como en la interpretación de “We See”, en la que se levanta un par de veces
para reñir al trompetista Ray Copeland y ganarse con su actitud los silbidos de
desaprobación de parte del público, o durante la ejecución de otra pieza en la que toca
el piano sólo con una mano en la que también sostiene el pañuelo con el que acaba de
enjuagarse el sudor de la frente.
Zwerin logra un relato dinámico a partir de los fragmentos de actuaciones —casi
ningún tema es contemplado en toda su extensión—; las entrevistas montadas
puntualmente que plantean o esbozan aspectos de la controvertida personalidad de
Monk; la breve narración biográfica sobre fotos familiares apoyada en la música
incidental compuesta por Dick Hyman, habitual arreglador y productor musical en las
películas de Woody Allen; los apuntes en torno a la relación de Monk con Coleman
Hawkins, su radicalismo negro, la etapa en la que en su cuarteto militó John Coltrane,
las primeras actuaciones en el club The Five Spot o el inicio de sus problemas
mentales; una impagable escena de las sesiones con el influyente productor Teo
Macero; imágenes de las giras en aeropuertos, aviones y autocares; la relación con su
esposa, Nellie, y con la baronesa Nica de Koenigswarter —la misma que frecuentó a
Charlie Parker, y que en Bird aparece interpretada por Diane Salinger—, de la que
Zwerin incluye una grabación sonora en la que relata algunas de sus experiencias con
Monk; fotografías de las portadas de los discos más representativos del pianista y
varios planos rodados en su funeral, en febrero de 1982.
En cuanto al temario musical, aunque a veces en exceso fragmentado y centrado
por regla general en las partes solistas de Monk en cada tema, incluye casi todas las
piezas maestras de su repertorio, ya sea en actuaciones en directo, ensayos en el
estudio o, en menor medida —un par de cortes con Coltrane—, tomadas directamente
de las grabaciones originales: “Evidence”, “Rhythm-A-Ning”, “Round Midnight”,
“Bright Mississippi”, “Blue Monk”, “Trinkle Tinkle”, “Ugly Beauty”, “Ask Me
Now”, “Crepuscule with Nellie”, “We See”, “Oska T.”, “Epistrophy”, “Ruby, My
Dear”, “I Mean You”, “Pannonica” (escrita para Nica), “Off Minor”, “Boo Boo’s
Birthday” y “Monk’s Mood”, además de las versiones de temas ajenos como “Just A
Gigolo”, “I Should Care”, “Don’t Blame Me”, “On the Bean”, “Lulu’s Back in
Town” y “Sweetheart of All my Dreams”.
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THE STARS FELL ON HENRIETTA
Hay mucho de Eastwood en The Stars Fell on Henrietta: melodrama rural, años de
depresión económica, relaciones entre padres e hijos, la revisión agridulce de la
América profunda. Pero el film no tiene el fuelle que, en teoría, habría poseído de
asumir Eastwood algo más que las funciones de productor. No es tan sólo una
cuestión de puesta en escena, tan elegante como aplicada a cargo de James Keach,
otro actor atraído por la dirección cuya andadura detrás de la cámara alcanza su mejor
momento precisamente con este film; olvidemos Camouflaqe (2000), por ejemplo,
una comedia policíaca al servicio de Leslie Nielsen. El trazado argumental resulta
demasiado blando para la época, situaciones y personajes que la película desarrolla, y
la fuerza del personaje central, Mister Cox, minimiza el talante del resto de figuras
humanas que conforman la historia. Incluso la música, firmada por David Benoit en
vez del habitual Lennie Niehaus, tiene un almibarado regusto telefílmico.
Mister Cox, encarnado por un mesurado Robert Duvall, es un viejo cateador, o
pequeño buscador de petróleo que actúa por cuenta propia. Cox se ayuda de su gata
para olisquear el preciado y espeso líquido, como si el felino fuera su varita mágica.
El azar, su mejor compañero de viaje por las carreteras norteamericanas, le lleva
hasta una granja situada en las afueras de la ciudad de Henrietta, en Wichita. Es el
año 1935. Los Estados Unidos se lamen aún las heridas del derrumbe de Wall Street.
El paisaje que contempla la cámara de Bruce Surtees está salpicado de infinidad de
torres de madera y hierro para extraer crudo. Parece una evocación de los molinos de
viento cervantinos: sólo los miran los soñadores.
Muchos fueron los que aseguraban tener la intuición necesaria para saber en qué
parte de la tierra se escondía el petróleo. Pocos, salvo potentados como el que
encarna un proteínico Brian Dennehy, el cacique de Henrietta, lograron hallarlo.
Nadie, por supuesto, cree en el señor Cox. Nadie excepto Don Day (Aidan Quinn), un
granjero tan soñador como el viejo husmeador de crudo, que es capaz de enfrentarse a
su esposa, Cora (interpretada por Frances Fisher, entonces compañera sentimental de
Eastwood; la pequeña hija de la pareja, Francesca Ruth, aparece como la tercera hija
de los Day), para endeudarse aún más de lo que ya está, reunir el material y los
hombres necesarios y creer a pie juntillas en las profecías de Cox.
La tierra que rodea Henrietta está desangrada, como dice uno de sus habitantes,
seca para el cultivo y para el petróleo. Pero The Stars Fell on Henrietta es como un
blues amable —a diferencia de El aventurero de medianoche, la película de Eastwood
sobre el mismo período histórico— que sólo hacia la mitad de su metraje adquiere
unos tintes dramáticos pantanosos, más adecuados para la pobreza que retrata y la
tristeza real de sus personajes. Así, Keach se vuelve más atento hacia las fricciones
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entre Don y Cora, introduce detalles acordes con la época y la situación económica,
como el enfrentamiento de los Day con el banco, muestra sin cargar las tintas las
humillaciones recibidas por Cox al tratar de encontrar financiación para su nuevo
proyecto petrolífero, e incorpora situaciones necesarias para incentivar la tensión
cuando el relato entra en fase estanca: Ray, el joven que coquetea con la hija mayor
de los Day, cae desde lo alto de la torre cuando intenta rescatar a la hija pequeña,
Pauline, y esto agrava aún más las relaciones de Don, culpable de creer que el
petróleo se mueve bajo la corteza de su terreno, con el resto de la comunidad.
Es precisamente Pauline quien, ya en la edad adulta, aunque sin aparecer en
pantalla, relata toda la historia en retrospectiva. La amabilidad de The Stars Fell on
Henrietta, que culmina con el previsible éxito petrolífero —Keach nunca hace dudar
al espectador de que así será—, la supresión de todos los conflictos y la vuelta del
señor Cox a la carretera, ya que su vida es olfatear petróleo más que disfrutar de las
ganancias que éste pueda darle, está activada por esa narración en primera persona
que filtra los tragos amargos de la vida a través del recuerdo resplandeciente de quien
una vez fue niña y pensó siempre con un mundo mejor, en el que soñadores como
Cox y su padre tendrían todas las de ganar.
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CAPÍTULO V
Eastwood debutó como director con Escalofrío en la noche (Play Misty for Me,
1971). Cualquier biografía del cineasta lo confirmará, aunque no es del todo cierto si
hacemos caso de sus declaraciones: «Hice mi debut como realizador dirigiendo la
segunda unidad en un film de Don Siegel, Harry el sucio. Don tenía gripe y yo le
reemplacé para rodar la secuencia en la que el inspector intenta convencer al suicida
para que no se arroje al vacío» [27]. El dato resulta confuso, ya que prácticamente
todos los libros biográficos, filmografías, textos y ensayos consultados colocan antes
Escalofrío en la noche, cuyo rodaje debió iniciarse a mediados o finales de 1970, y
después Harry el sucio, que se filmó entre junio y agosto del siguiente año. Pero a
Eastwood no tiene por qué jugarle una mala pasada la memoria, y menos al recordar
la primera toma que realizó en su vida.
Sea de un modo u otro, lo cierto es que el debut de una fulgurante estrella de
Hollywood como director —en verano de 1971 apareció por vez primera en la
portada de la influyente revista Life— era en aquella época un pequeño
acontecimiento, y más si asumía también la producción y el papel protagonista, y se
distanciaba con él del arquetipo que había desarrollado previamente en el western, el
cine bélico y el policíaco. Nacía, según la conciencia cahierista —que tanto había
alabado a los que asumían el mayor número posible de roles en la gestación de un
film—, un nuevo autor, aunque temáticamente y a nivel de puesta en escena aún le
quedaba cierto camino que recorrer antes de ser reconocido como un auteur total.
Lo que entonces era un accidente, un capricho, una curiosidad o un riesgo es
ahora la norma. En la actualidad, y desde hace más o menos una década, el paso de la
interpretación a la dirección es una práctica completamente normalizada, sobre todo
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en el cine estadounidense, tan o más extendida que la de los guionistas (y en los
últimos tiempos los directores de fotografía) que acometen la realización. Pero en el
momento en el que se produce el debut de Eastwood como realizador, esa nueva
función asumida por un actor no resultaba tan normal. En la misma época, año arriba
año abajo, debutaron también tras la cámara Paul Newman, Jack Nicholson, Peter
Fonda, Jack Lemmon, Sidney Poitier, George C. Scott, Charlton Heston y Kirk
Douglas, por lo que al cine estadounidense se refiere. Lo hicieron con desigual
fortuna y solamente Eastwood encarriló de manera firme su trayectoria en paralelo
como realizador, mientras que la mayoría de los otros casos quedaron como tentativas
aisladas, con la excepción de Newman, o muy espaciadas en el tiempo, como
Nicholson.
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Bergman los que pasan a la dirección) para constatar que el fenómeno afecta a todas
las cinematografías por igual y, en el tiempo más reciente, se ha visto beneficiado por
la eclosión del movimiento Dogma; Jean-Marc Barr, Julie Delpy y Jennifer Jason
Leigh han asumido esta modalidad de cine «barato» para sus primeras tentativas
como directores.
Quedan fuera de este listado los casos de Charles Chaplin, Buster Keaton, Jerry
Lewis, John Cassavetes, Woody Allen, Terry Gilliam, Vittorio de Sica, Fernando
Fernán Gómez o Takeshi Kitano, de quienes se reconoce hoy sobre todo su trabajo
tras la cámara por mucho que frente a ella tengan también una dilatada andadura, o
los de los shakesperianos Orson Welles y Kenneth Branagh, que frecuentaron, en el
caso del primero, y frecuentan, por lo que respecta al segundo, las dos líneas, la de la
dirección y la de la interpretación, aunque sea la primera la que prefirieron y
prefieren.
La lista está separada en dos bloques, antes de 1971 y después de este año, el de
la realización de Escalofrío en la noche, para que quede bien claro el aumento de
actores-directores que se ha producido desde que Eastwood gritara por vez primera
«¡Acción!», fuera en el plató de Escalofrío en la noche o en el escenario urbano de
Harry el sucio, convirtiéndose este permanente trasvase de funciones en un fenómeno
digno de estudio que ha modificado las relaciones de poder y control en el aparato
cinematográfico contemporáneo.
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PRIMER BLOQUE
• Charles Laughton
La noche del cazador (The Night of the Hunter, 1955).
• Marlon Brando
El rostro impenetrable (One-Eyed Jacks, 1961).
• James Cagney
Short Cut no Hell (1957).
• Robert Montgomery
La dama del lago (The Lady in the Lake, 1946);
Persecución en la noche (Ride the Pink Horse, 1947);
Once More, My Darling (1949);
Eye Witness (1950);
The Gallant Hours (1960).
• Ida Lupino
Not Wanted (1949, codirigida con Elmer Clifton);
Never Fear (1950);
Outrage (1950);
Hard, Fast and Beatiful (1951);
The Hitch-hiker (1953);
The Bigamist (1953);
Ángeles rebeldes (The Trouble with Angels, 1966).
• John Ireland
Outlaw Territory (1953, codirigida con Lee Garmes).
• Mel Ferrer
The Girl of the Limberlost (1945);
Vendetta (1950);
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Furia secreta (The Secret Fury, 1950);
Mansiones verdes (Green Mansions, 1959);
Cabriola (1965).
• José Ferrer
• The Shrike (1955);
El infierno de los héroes (The Cocklesshell Heroes, 1956);
The Great Man (1956);
Yo acuso (I Acusse!, 1957);
The High Cost of Loving (1958);
Regreso a Peyton Place (Return to Peyton Place, 1961);
State Fair (1962).
• Burgess Meredith
El hombre de la torre Eiffel (The Man on the Eiffel Tour, 1949).
• Ray Milland
Un hombre solo (A Man Alone, 1955);
Lisboa (Lisboa, 1956);
Ladrón de manos de seda (The Safecracker, 1958);
Pánico infinito (Panic in Year Zero, 1962);
Hostile Witness (1968).
• Cornel Wilde
Storm Fear (1955);
The Devil’s Hairpin (1957);
Maracaiho (Maracaibo, 1958);
Lancelot and Guinevere (1963);
La presa desnuda (The Naked Prey, 1966);
Playa roja (Beach Red, 1967);
Contaminación (No Blade of Graos, 1970);
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Shark’s Treasure (1975).
• Jon Hall
The Beachgirls and the Monster (1965).
• Karl Malden
Labios sellados (TimeLimit, 1957).
• Anthony Quinn
Los bucaneros (The Buccaneer, 1958; supervisada por Cecil B. De Mille).
• Gene Kelly
Un día en Nueva York (On the Town, 1949; codirigida con Stanley Donen);
Cantando bajo la lluvia (Singin´ in the Rain, 1952; con Donen);
Siempre hace buen tiempo (It’s Always Fair Weather, 1955; con Donen);
Invitación a la danza (Invitation on the Dance, 1957);
The Happy Road (1957);
Mi marido se divierte (The Tunnel of Love, 1958);
Gigot (1962);
Guía para el hombre casado (A Guide for the Married Man, 1967);
¡Hello, Dolly! (Hello, Dolly!, 1969);
El club social de Cheyenne (The Cheyenne Social Club, 1970);
Hollywood, Hollywood (That’s Entertainment II, 1976).
• Burt Lancaster
El hombre de Kentucky (The Kentuckian, 1955);
El hombre de la medianoche (The Midnight Man, 1974; codirigida con Roland
Kibee).
• John Wayne
El Álamo (The Alamo, 1960);
Boinas verdes (The Green Berets, 1968; codirigida con Ray Kellogg).
• Walter Matthau
ebookelo.com - Página 94
The Gangster Story (1960).
• Frank Sinatra
Todos eran valientes (None but the Brave, 1965).
• Paul Newman
Rachel, Rachel (Rachel, Rachel, 1968);
Casta invencible (Sometimes A Great Notion, 1971);
El efecto de loo rayos gamma sobre Las margaritas (The Effect of Gamma Rays
on Man in the Moon, 1972);
Harry e hijo (Harry and Son, 1984);
El zoo de cristal (The Glass Menagerie, 1987).
• Dennis Hopper
Buscando mi destino (Easy Rider, 1969);
The Last Movie (The Last Movie, 1971);
Caído del cielo (Out of the Blue, 1980);
Colors (Colores de guerra, 1988);
Camino de retorno (Backtrack/Catchfire, 1989);
Labios ardientes (The Hot Spot, 1990);
Misión explosiva (Chasers, 1994).
• Gérard Blain
Lesamii (1970);
El pelícano (Le pelican, 1973);
Un enfant dans le foule (1975);
Un second souffle (1978);
La rebelle (1980).
• Peter Lorre
Der Verlorene (1951).
• Laurence Olivier
ebookelo.com - Página 95
Enrique V (Henry V, 1944);
Hamlet (Hamlet, 1948);
Ricardo III (Richard III, 1955);
El príncipe y la corista (The Prince and the Shotvgirl, 1957);
Tres hermanas (Three Sisters, 1970).
• Albert Finney
Charlie Buhéles (1967).
• Richard Attenborough
Oh! What A Lovely War (1969);
El joven Winston (Young Winston, 1972);
Un puente lejano (A Bridge Too Far, 1977);
Magic (Magic, 1978);
Gandhi (Gandhi, 1982);
Chorus Line (A Chorus Line, 1985);
Grita libertad (Cry Freedom; 1987);
Chaplin (Chaplin, 1992);
Tierras de penumbra (Shadowlands, 1993);
En el amor y en La guerra (In Love and War, 1996);
BúhoGris (Grey Owl, 1999).
• Richard Harris
El ídolo caído (Bloomfield, 1970).
• Vittorio Gassman
Kean (1957).
• Ugo Tognazzi
Il mantenuto (1961);
¡Qué dulce morir así! (Il fiscbio al naso, 1967);
El fiel servidor (Sissignore, 1968);
ebookelo.com - Página 96
¿Quién se acuesta con mi mujer? (Cattivipenoieri, 1976);
Los viajeros del atardecer (Il viaggitori della sera, 1979).
ebookelo.com - Página 97
SEGUNDO BLOQUE
• Jack Lemmon
Kotch (1971).
• Sidney Poitier
Buck y el farsante (Buck and the Preacber, 1971);
Un cálido diciembre (A Warm December, 1973);
Uptown Saturday Night (1974);
Dos tramposos con suerte (Let’s Do It Again, 1975);
A Piece of the Action (1977);
Locos de remate (Stir Crazy, 1980);
Una fuga muy chiflada (Hany Panky, 1982);
Ghost Dad (1990).
• Peter Fonda
Hombre sin fronteras (The Hired Hand, 1971);
Idaho Transfer (1973);
Wanda Nevada (1979).
• Jack Nicholson
Drive, He Said (1971);
Camino del sur (Goin South, 1978);
Los dos Jakes (The Two Jakes, 1990).
• George C. Scott
Furia (Rage, 1972);
The Savage is Loose (1974).
• Charlton Heston
Marco Antonio y Cleopatra (1972);
Duelo en las profundidades (Mother Lode, 1982).
ebookelo.com - Página 98
• Kirk Douglas
Pata de palo (Scalawag, 1973);
Los justicieros del oeste (Posse, 1975).
• Gene Wilder
El hermano más listo de Sherlock Holmes (The Adventures of Sherlock Holmes
Smarter Brother, 1975);
El mejor amante del mundo (The Worlds Greatest Lover, 1977);
un episodio de Los seductores (Sunday Lovers, 1980);
La mujer de rojo (The Woman in Red, 1984);
Terrorífica luna de miel (Haunted Honeymoon, 1986).
• Marty Feldman
Mi bello legionario (The Last Remake of Beau Geste, 1977);
El hábito no hace al monje (In God we Trust, 1979).
• Burt Reynolds
Gator, el confidente (Gator, 1976);
De miedo también se muere (The End, 1978);
La brigada de Sharky (Sharky’s Machine, 1979).
• Sylvester Stallone
La cocina del infierno (Paradise Alley, 1978);
Rocky II (Rocky II, 1978);
Rocky III (Rocky III, 1982);
La fiebre continúa (Stalyinq Alive, 1983);
Rocky IV (Rocky IV, 1985).
• Warren Beatty
El cielo puede esperar (Heaven Can’t Wait, 1978; codirigida con Buck Henry);
Rojos (Reds, 1981);
Dick Tracy (Dick Tracy, 1990);
ebookelo.com - Página 99
Bulworth (Bulworth, 1998).
• Robert Redford
Gente corriente (Ordinary People, 1980);
Rebelión en Milagro (The Milagro Beanfield War, 1988);
El río de la vida (A River Runs Through It, 1992);
Quiz Show, el dilema (Quiz Show, 1994);
El hombre que susurraba a los caballos (The Horse Whispereer, 1998);
La leyenda de Bagger Vance (The Legend of Baqqer Vance, 2000).
• Lee Grant
Tell me A Riddle (1980);
Jóvenes intrépidos (Staying Togetber, 1988).
• James Caan
Hide in Plain Sight (1980).
• Robert Duvall
Angelo, my Love (1982);
TheApostle (1997);
Assassination Tango (2003).
• Barbra Streisand
Yentl (Yentl, 1982);
El príncipe de las mareas (The Prince of Tides, 1991);
El amor tiene dos caras (The Mirror has Two Faces, 1996).
• Richard Benjamín
Mi año favorito (My Favorite Year, 1982);
Adiós a la inocencia (Racing with the Moon, 1984);
Ciudad muy caliente (City Heat, 1984);
Esta casa es una ruina (The Money Pit, 1986);
Espías sin identidad (Little Nikita, 1987);
INFIERNO DE COBARDES
La ciudad en la que acontece Infierno de cobardes se llama Lago. No es más que dos
hileras de casas situadas a ambos lados de una rudimentaria calle, bajo un cielo
desnudo de nubes y a la orilla de un lago de límpido color azul. El decorado es
sumamente importante en esta película, más que en cualquier otro western de
Eastwood. El director descubrió el lugar, Mono Lake, en Nevada, por azar. Y su
contemplación marcó al hierro las pautas del film. El guión original transcurría en
una localidad no muy distinta, pero situada en pleno desierto. Eastwood llamó al
director artístico, Henry Bumstead, y éste, al llegar a Mono Lake, exclamó que creía
estar en la luna.
De la extrañeza del lugar, de la presencia omnisciente del agua, surge la fuerza
que a ráfagas posee Infierno de cobardes, una película aún heredera de los westerns
de Leone en la configuración del personaje central, conocido simplemente como El
extranjero, y en algunos de sus rasgos esenciales, pero que deja ver igualmente la
esquiva personalidad de un director que iba a utilizar su género preferido, el cine del
oeste, para experimentar precisamente sobre las normas genéricas, ya que estamos
ante una historia tradicional de venganza subvertida y pervertida.
PRIMAVERA EN OTOÑO
Podría decirse que, más allá de sus logros y defectos, Primavera en otoño constituyó
la primera sorpresa mayúscula en la trayectoria de un cineasta que siempre ha
intentado esquivar la expectación puesta sobre su obra desde parámetros comerciales.
Durante años, hasta la aparición de Medianoche en el jardín del bien y del mal, el
propio Eastwood aseguró que Primavera en otoño era su película preferida como
director. Se trataba, sin duda, de una aseveración muy calculada; poca gente aplaudió
su decidido gesto de realizar un melodrama otoñal con poco dinero —menos de un
millón de dólares de presupuesto— y en el que no aparecía como actor, razón por la
que Eastwood utilizó posteriormente Primavera en otoño a modo de bandera de su
autorreivindicación como autor capaz de dirigir films de distintas tendencias
genéricas, aunque sin por ello olvidar en absoluto su papel en la maquinaria
hollywoodiense: los protagonistas de Primavera en otoño van a un cine donde
EL FUERA DE LA LEY
Eastwood realizó El fuera de la ley (The Outlaw Josey Wales) en 1976. «Mis
westerns son como son porque nacen a imagen y semejanza del momento histórico
del cual los extraje» [32].
¿Y cuál es ese momento histórico? «Los paralelismos entre esa época y la del
post-Vietnam eran muy obvias. Creía que era algo que debía saberse. Además, me
gustaba cómo trataba a los indios americanos, con mucha humanidad y sentido del
Josey Wales (para una vez que Eastwood le otorgó un nombre claro a uno de sus
personajes westernianos, los distribuidores españoles decidieron quitarlo del título) se
convierte en fuera de la ley por las circunstancias. Tras la muerte de su esposa e hijo a
manos de una banda de guerrilleros nordistas, este pacífico campesino de Missouri
empuña las armas, dos colts de cañón alargado que, iconográficamente, suplían al
Magnum 44 de Harry Callahan en las imágenes promocionales de la película, y se
une a un grupo de rebeldes capitaneados por Fletcher (John Vernon). A partir de este
momento, y hasta que Wales consuma la venganza ensartando con su espada al jefe
de la banda que asesinó a los suyos, el capitán Terrill (Bill McKinney), El fuera de la
ley se desarrolla como un hiperbólico e hiperactivo western de conocimiento en el
que el campesino, hasta entonces recluido del mundo exterior, asiste a diversos
motivos de la degradación de la raza humana participando en esa degradación.
De ser Callahan el protagonista de El fuera de la ley se reafirmaría en su
individualismo e independencia contra todo sistema, ya que Wales contempla cómo
RUTA SUICIDA
El protagonista de Ruta suicida (The Gauntlet, 1977), el inspector Ben Shockley,
efectúa un itinerario similar al del policía tejano de La jungla humana. Ambos son de
Phoenix, y si Coogan viajaba desde la reseca localidad de Arizona hasta la urbana
Nueva York para tomar bajo su custodia a un delincuente detenido en Manhattan,
Shockley, algo más humanizado en relación al policía rural de La jungla humana y al
inspector Harry Callahan, se desplaza desde la misma ciudad hasta Las Vegas,
cimbreada en neón, para encargarse de la extradición de Agustina “Gus” Mally
(Sondra Locke), una prostituta que debe testificar en un caso de escándalo sexual en
el que están implicados varios cargos públicos importantes.
Pese a que Coogan y Shockley salen del mismo punto, lo que recoge la cámara de
Eastwood es distinto. En el film dirigido por Siegel toda la acción acontecía en Nueva
York, y el relato se clausuraba justo en el momento en el que el protagonista dejaba la
ciudad de los rascacielos con su detenido. En Ruta suicida, lo que importa es el viaje
de vuelta de Las Vegas a Phoenix, los diversos obstáculos que Shockley y su detenida
deben sortear y la relación amorosa que se establece poco a poco entre ambos.
Eastwood abandona la estructura clásica del thriller sedentario y urbano para
adentrarse por los vericuetos de una road movie no demasiado bien construida pero
trufada de elementos al menos novedosos, que comienzan por la propia definición
tipológica del protagonista.
Shockley es un policía alcoholizado que ha perdido toda esperanza de formar una
familia y de resolver un caso verdaderamente importante; aún no sabe que el que
tiene entre manos lo va a ser. A diferencia de Callahan, un fustigador de la
burocracia, Shockley ya tan sólo aspira a cumplir los veinte años de servicio activo y
retirarse con una justa jubilación. Poco más. Sigue creyendo en las normas, por
BRONCO BILLY
¿Apología reaccionaria del viejo mundo o poema lírico sobre el desencanto de
aquello que se desvanece en aras de una sociedad futura tan imperfecta como la
pretérita? ¿Meditación en clave distendida sobre el fin del idealismo y el ocaso de los
tiempos épicos para una nación en sempiterno estado de convulsión, o añoranza
tradicionalista por unos héroes emblemáticos forjados en el estereotipo?
Bronco Billy (Bronco Billy, 1980) tiene un poco de lo uno y de lo otro y, sobre
todo, está forjada siguiendo el molde habitual del Eastwood individualista que, en
esta ocasión, lucha contra los imperfecciones de la sociedad civilizada del Este
enarbolando la bandera de un idealismo algo demodée personificado en el personaje
que da título a la película, dueño y estrella principal de un maltrecho circo itinerante
EL AVENTURERO DE MEDIANOCHE
La crítica «seria» de Cahiers du Cinema había sido esquiva con el cine de Eastwood
como director, no así su revista rival en el mercado francés, Positif, que empezó antes
a tener en cuenta al director de Infierno de cobardes, aunque con reservas, debido a
su relación directa con Siegel, cineasta muy admirado por las huestes de Positif.
Mientras que las publicaciones anglosajonas y españolas seguían dividiéndose entre
criterios ideológicos y plasmaciones cinematográficas, el fondo y la forma, las dos
«grandes» de la crítica gala debatían posturas en torno a un director que entonces,
iniciada la década de los ochenta, comenzaba a perfilar una nueva mirada sobre
algunos temas tradicionales a partir de una reconsideración del clasicismo.
IMPACTO SÚBITO
El recorrido transversal por la obra de Eastwood como actor, productor y director nos
lleva de nuevo a Impacto súbito, de la que nos hemos ocupado en la parte dedicada a
la serie del inspector Harry Callahan. Es la mejor de las cinco entregas junto con la
primera, y no en vano se trata de las firmadas por Siegel y Eastwood, cineastas
capacitados para ofrecer algo más que un discurso ambiguo sobre el ejercicio de la
violencia y las imperfecciones del sistema.
EL JINETE PÁLIDO
El tercer western de Eastwood como director, El jinete pálido (Pale Rider, 1985), se
encuentra en la intersección misma entre el cine del oeste clásico y el que se
agazaparía tras la influencia del western europeo de los sesenta. La película es una
variación del tema de Raíces profundas (Shane, 1953), la popular película de George
Stevens sobre el pistolero que ha decidido colgar las pistolas, Shane (Alan Ladd),
pero termina desenfundándolas de nuevo para ayudar a un matrimonio de granjeros
(Van Heflin y Jean Arthur), cuyo hijo pequeño (Brandon de Wilde) está fascinado por
la figura legendaria del outlaw, en su lucha contra un poderoso ganadero. Pero la
entrada en escena del protagonista de El jinete pálido, al que siempre conoceremos
como El Predicador, así como el misterio que envuelve su pasado, su laconismo y la
propia composición de Eastwood, conectan el film con algunos spaghetti western y
con la primera tentativa del director en el género, Infierno de cobardes.
VANESSA EN EL JARDÍN
Steven Spielberg puso todo su operativo en marcha para producir en 1985, a través de
la firma Amblin Entertainment, una serie televisiva de relatos fantásticos inspirados
en algunos de los productos catódicos que más apreciaba. La idea estaba un poco en
la línea de lo que había hecho en 1983 con la adaptación de una serie mítica de la
pequeña pantalla, Twilight Zone (En los límites de la realidad), sólo que en aquella
ocasión se limitó a orquestar un largometraje compuesto por cuatro episodios.
Spielberg tomó el título de la primera revista dedicada al género de la ciencia-ficción.
Amazing Stories nació en 1926 y fue editada por Hugo Gernsback, influyente
personaje que daría nombre a los Premios Hugo, los más cotizados de la literatura
scifi.
Amazing Stories constó de cuarenta y cinco episodios emitidos en dos
temporadas, del 29 de septiembre de 1985 al 10 de abril de 1987, por la cadena NBC.
El propio Spielberg abrió el fuego con el cuento “Ghost Train”, y repitió como
realizador con el titulado “The Mission”, con Kevin Costner como protagonista. El
cineasta, que además asumió la función de productor ejecutivo de la serie y escribió
la mayoría de los argumentos —los guiones fueron responsabilidad de Mick Garris y,
en dos o tres casos, del prestigioso Richard Matheson—, reclutó a un variopinto
grupo de directores entre los que destacaban nombres totalmente adscritos al
fantástico, caso de Joe Dante (“Boo & The Greible”), Robert Zemeckis (“Go to the
Head of the Class”), Todd Holland (“Welcome to My Nightmare” y “Thanks
Giving”), Peter Hyams (“The Amazing Faslworth”), Mick Garris (“Life on Death
Row”) y Tobe Hooper (“Miss Stardust”, el último de la serie); cineastas
independientes o veteranos en paro, como Paul Bartel (“Secret Cinema” y
“Gershwin’s Trunk”) e Irvin Kershner (“Hel Toupee”); y algunos actores con o sin
experiencia en la dirección, como Burt Reynolds (“Guilt Trip”), Danny de Vito (“The
Wedding Ring”), Timothy Hutton (“Grandpa’s Ghost”), Paul Michael Glaser (“Blue
Man Down”) y Eastwood (“Vanessa in the Carden”). Pero la elección de Eastwood,
como la de Martin Scorsese, que realizó el episodio titulado “Mirror, Mirror”, se
debía esencialmente a cuestiones de prestigio. El director estaba en boca de todos
debido a la repercusión de El jinete pálido, y Spielberg le ofreció la posibilidad de
EL SARGENTO DE HIERRO
«Es mi visión como hombre maduro del “macho”. Es un supermacho y está
completamente perdido» [45]. Con estas palabras definía Eastwood al protagonista de
la última de sus películas realmente controvertidas, El sargento de hierro (Heartbreak
Ridge, 1986), inmersión particular en el cine bélico que se desarrolla íntegramente,
salvo en su secuencia final y en algunas escenas de relajación, en el interior del
cuartel militar donde Thomas Highway, el sargento de marines áspero, bruto,
BIRD
A Woody Allen le gusta tanto el jazz como a Clint Eastwood, aunque el cómico de
origen judío prefiera los estilos de los años treinta, a Louis Armstrong, Sidney Bechet
y Django Reinhardt, antes que la revolución que irrumpió en los cuarenta de la mano
de los representantes del be bop. Puede considerarse una voz autorizada, además de
haber realizado ya varias giras con su propia banda de estilo Nueva Orleáns, de
conocer los entresijos y la mecánica de los ensayos, las actuaciones y la convivencia
entre músicos, por lo que conviene tener en cuenta su opinión sobre Bird (Bird,
1988): «Si dejamos aparte los documentales, a menudo apasionantes, casi siempre
me ha parecido que la cosa no marchaba, y me he sentido decepcionado y
disgustado. De todas las películas sobre jazzmen que he visto, y probablemente las
haya visto todas, Bird, de Clint Eastwood, me parece la más digna» [47].
El guión completado por Viertel y los realizadores James Bridges y Burt Kennedy
fue el utilizado por Eastwood con algunos retoques para equilibrar a sus propias
características las de Wilson-Huston. Viertel consideraba, en 1975, que el más idóneo
para interpretar al cineasta-cazador era Jack Nicholson, pero en aquella época el actor
estaba unido sentimentalmente a Anjelica Huston, y no le debía resultar muy
conveniente involucrarse en una película en la que el padre de su compañera no salía
demasiado bien parado. También se rumoreó que Cazador blanco, corazón negro no
tuvo premio alguno en el festival de Cannes de 1990 porque la misma Anjelica era
miembro del jurado, aunque todo son hipótesis: la hija de John Huston interpreta un
papel en Deuda de sangre, la penúltima película realizada por Eastwood, y no se sabe
que existieran roces entre ellos.
Cazador blanco, corazón negro se apoya en la obsesión y en la contradicción, dos
elementos que definen muy bien al Huston evocado en la pantalla. Eastwood, tanto en
su faceta interpretativa como en el trabajo de realización, hace demasiado evidentes
los rasgos más reconocibles del personaje: 1) su forma de humillar a Landers,
innecesaria si la comparamos con la naturaleza de los hechos que le llevan a
ridiculizar a la inglesa antisemita y al racista director del hotel, con el que se enfrenta
en una pelea inspirada, según confesión del propio Viertel, en un combate a
puñetazos que mantuvieron Huston y Errol Flynn; y 2) su obsesión por la captura del
elefante, que le lleva a desatender los consejos del experto cazador que ha contratado
y, con ello, a provocar la muerte del fiel guía africano Kivu (Boy Mathias Chuma), un
nuevo ejemplo de que en la selva africana la llegada de un cazador blanco provoca
siempre la desaparición de un corazón negro.
El film no es un retrato en plano, sin aristas, del personaje del cineasta que se
inventó un rodaje para hacer realidad el sueño de adornar el salón de su casa con una
cabeza de elefante. Wilson es el primero en saber que su comportamiento no es el
más acertado, entiende a Verrill cuando éste le explica lo que representan los
elefantes, su valor mítico en unos tiempos de descreimiento, e incluso llega a afirmar
que matar un elefante es un pecado: la obsesión deja paso a la contradicción. Pero
Wilson ve también en la caza del elefante el último acto de rebeldía que puede
permitirse, la exteriorización de un sentimiento que le lleva a tratar a los productores
como mercaderes sin alma y a los actores —figuras completamente anecdóticas de
Kay Gibson/Hepburn y Phil Duncan/Bogart, incorporados por Marisa Berenson y
Richard Vanstone— como títeres sin nada que decir ni aportar; la constatación, en
EL PRINCIPIANTE
La aparente deuda que Eastwood tuvo que saldar con Warner por la financiación de
Cazador blanco, corazón negro tomó la forma de El principiante (The Rookie, 1990),
un thriller a medio camino del realismo y la espectacularidad jamesbondiana,
hiperviolento y decididamente amoral, deudor en algunos aspectos de la serie
Callahan, pero barnizado siempre de un áspero sentido del humor políticamente muy
poco correcto y de una considerable distancia respecto a la masculinidad épica: en
ninguna de las películas de Callahan se habría atrevido Eastwood a filmarse a sí
mismo saliendo ensangrentado del interior de un automóvil, como lo hace el
protagonista de El principiante tras una violenta colisión, llevarse un puro a la boca
con gesto cómico y caer al suelo en redondo.
El film parte de un discreto guión original de Scott Spiegel y Boaz Yakin que
Eastwood convierte en un tratado sobre la crueldad y en una visión crítica de la
mecánica que conduce a un individuo del fracaso al éxito a través de la autopunición
y de la asimilación de unas formas en las que inicialmente no creía. El principiante
que da título a la película es el joven y balbuciente agente de policía David Ackerman
(Charlie Sheen), hijo de uno de los hombres más adinerados de Los Ángeles, Eugene
Ackerman (Tom Skerritt). Su inseguridad procede de un traumático hecho de la
niñez, cuando no pudo salvar de la muerte a su hermano, y de una realidad del
inmediato pasado, cuando después de aquel trágico acontecimiento su padre tomó
distancias afectivas respecto a él y se limitó a costearle los estudios y una buena vida.
SIN PERDÓN
UN MUNDO PERFECTO
El ranger de Texas Red Garnett (Eastwood), su ayudante Tom Adler (Leo Burmester)
y la criminóloga Sally Gerber (Laura Dern) conversan en el interior de la caravana-
oficina que les ha facilitado el gobernador de Texas, un detalle más propio de alguien
PODER ABSOLUTO
Tras un melodrama romántico y rural tocaba, en apariencia, un fogonazo de acción.
Eso sería, en teoría, Poder absoluto (Absolute Power, 1997), una nueva variante del
thriller tal como lo entiende Eastwood. Pero las apariencias están para desmontarlas
ya desde el inicio de la película, con esa magnífica secuencia en la que Luther
Whitney (Clint Eastwood), copia a lápiz los motivos de algunos cuadros en un museo
y después, mientras cena frugalmente en su casa, uno de los dibujos, el de una casa
señorial, toma cuerpo y evidencia física: se trata de la mansión del conocido magnate
Walter Sullivan (E.G. Marshall), que Whitney, en realidad un famoso ladrón de
Washington que ha sabido esquivar a la policía en los últimos años, se apresta a
desvalijar aprovechando la estancia en el Caribe del hombre de negocios y de su
joven esposa, Christy (Melora Hardin).
La ubicación del relato en Washington, en vez del tradicional San Francisco o la
más dispersa Los Ángeles, no es casual: en el meollo de la trama se implica el
mismísimo presidente de los Estados Unidos, Alan Richmond (Gene Hackman en su
segundo y matizado trabajo a las órdenes de Eastwood), mandatario egocéntrico,
violento e hipócrita que haría palidecer a otros inquilinos verdaderos de la Casa
Blanca. La segunda secuencia de Poder absoluto, la que se desarrolla íntegramente
en la mansión Sullivan, es de lo mejor rodado por Eastwood en los últimos años.
Whitney se introduce en la casa, desactiva el sistema de seguridad, entra en la alcoba
del matrimonio y descubre la estancia que se esconde tras un espejo falso, en la que
Sullivan guarda numerosas joyas y una buena suma de dinero en fajos de billetes.
EJECUCIÓN INMINENTE
Alan Mann (James Woods), redactor jefe del periódico Oakland Tribune, le explica al
editor Bob Findlay (Dennis Leary) cómo su amigo Steve Everett (Eastwood)
descubrió los negocios corruptos del alcalde de Nueva York, pero los responsables
del rotativo para el que escribía una columna, New York Times, no quisieron publicar
SPACE COWBOYS
El propio Eastwood apuntaba durante la preparación de Space Cowboys (Space
Cowboys, 2000) que esta película de ciencia-ficción en la tercera edad partía de un
elemento recurrente en su obra como director o actor, el de la posibilidad que se les
da a los protagonistas para poder vivir un sueño que ha estado fuera de su alcance.
Films como Primavera en otoño, Un botín de 500.000 dólares, Bronco Billy, El fuera
de la ley, Vanessa en el jardín, Cazador blanco, corazón negro, En la línea de fuego y
Los puentes de Madison parten de un modo u otro de ese principio, pero en Space
Cowboys se pone de manifiesto de manera más evidente: sus protagonistas estuvieron
a punto de viajar a la Luna en 1958, el plan estadounidense espacial se canceló y
ahora, más de cuarenta años después, tienen la oportunidad de hacer realidad aquel
sueño por el que tanto lucharon cuando eran jóvenes y se atrevían a desafiar con sus
aparatos las leyes de la física, como demuestran las imágenes del prólogo en blanco y
negro ambientado a finales de la década de los cincuenta.
Los miembros del equipo Daedalus se prepararon concienzudamente para viajar
por el espacio exterior, pero al final hubo cambios y recortes presupuestarios y fueron
substituidos por un chimpancé. El blanco y negro empleado por Jack N. Greenen el
prólogo carece de contrastes. No quiere emular nada, no es un guiño retro que posee
una textura casi televisiva, como si a la película le hubieran quitado el color. Nos
situamos, pues, en un plano casi documental, en la evocación, a través de esa
fotografía neutra, de aquellos años de efervescencia espacial que terminaron en seco,
sin explicaciones dignas de considerarse como tales, para los cuatro miembros del
equipo Daedalus, dos astronautas y dos ingenieros. Cuatro décadas después, aquellos
hombres son reclamados por la NASA para solucionar un problema digno de la trama
bíblico-espacial de Armaqeddon (Armageddon, 1998; Michael Bay), aunque filtrado
por la ironía de Los siete magníficos del espacio (Battle Beyond the Stars, 1980;
Jimmy T. Murakami) y con una divertida alusión a Elegidos para la gloria (The Right
DEUDA DE SANGRE
Si algo tiene Deuda de sangre (Blood Work, 2002) es un excelente punto de partida,
no menos original que el de Poder absoluto. Si algo le falta, al revés de aquel thriller
sobre el ladrón de joyas y el presidente, es mantener la intensidad inicial durante
todas las fases de su recorrido. El guión de Brian Helgeland [73], escrito a partir de la
novela de Michael Connelly [74] Blood Work, es perfecto para humanizar la figura
característica de Eastwood en el cine policíaco, olvidados definitivamente los tiempos
de Harry Callahan y otras figuras igual de expeditivas. El cineasta podría seguir
recreándose en el mito, pero no sólo asume el lógico cambio motivado por la edad —
y también por la reorientación del gusto del espectador—, sino que además lo
potencia para que sea aún más evidente.
Terry McCaleb, el personaje que interpreta, es uno de los mejores agentes
federales en asuntos de asesinatos rituales. En la secuencia de apertura, el
protagonista persigue a un individuo mucho más joven que él. Cada plano de
McCaleb en carrera evidencia la fatiga y la asfixia que le atenazan. Eastwood ya
Mientras tanto, sin que se haya vuelto a saber nada de este proyecto, Eastwood
sigue fiel a su peculiar visión del thriller. El 26 de septiembre de 2002 inició en
Boston el rodaje de Mystic River (Mystic River, 2003), película que planeó realizar
antes de Deuda de sangre. Se trata del cuarto film en que desempeña únicamente las
funciones de director y productor, sin reservarse ningún papel como actor, razón por
la que debió ajustar considerablemente el coste económico para que Warner
conviniera en financiarlo. Una de las víctimas del reajuste presupuestario fue su
músico habitual, Lennie Niehaus, situación que ha dado pie al debut de Eastwood
como compositor de la banda sonora completa (dirigida la música, eso sí, por
Niehaus).
Escrita de nuevo por Brian Helgeland, Mystic River parte de una novela de
Dennis Lehane, autor no casualmente alabado por Michael Connelly. En un clima
turbio y desazonante, de enorme densidad moral, a medio camino de los thrillers más
secos del director y la atmósfera lograda en la parte final de Medianoche en el jardín
del bien y del mal, Mystic River propone el tensionado reencuentro de tres antiguos
amigos de niñez veinticinco años después de que una tragedia les distanciara. Las
Mystic River es el nombre del río por cuyas arterías fluye el agua de Boston, allí
donde los que engañaron o traicionaron en alguna ocasión a Jimmy Markum reposan
imbuidos del sueño eterno. Por ese río llega también el mal, contaminándolo todo a
su paso. Porque la película, como antes lo fueran Poder absoluto o Medianoche en el
jardín del bien y del mal, no hace otra cosa que mostrar de manera distanciada, como
si todo estuviera rodado en plano general largo, el mal latente que anida en cualquier
comunidad y aparece siempre de la forma más sencilla, la más natural.
No hay equilibrio alguno en lo que les sucede a los personajes de Mystic River, y
la muerte violenta de la joven Katie es la carga de profundidad que hace emerger lo
que siempre ha estado latente allí: las víctimas que Jimmy carga sobre sus espaldas
ayudado por la complicidad de su esposa, como demuestra la extraña, por inesperada,
secuencia en que Annabeth mitiga los demonios internos de Jimmy argumentando
que todo lo que hace está bien porque lo hace por su familia; las pesadillas
agazapadas de Dave, que mezcla sus dolorosos recuerdos con las historias sórdidas
que le cuenta a su hijo Michael antes de dormir; la traición de Celeste, que delata a su
marido como lo hiciera Joan Fontaine con su prometido Dana Andrews en la langiana
Más allá de la duda (Beyond A Reasonable Doubt, 1956), película ésta, como la
anterior de Lang, Mientras Nueva York duerme (While the City Sleeps, 1956), en la
que muy bien podría haberse inspirado Eastwood; la presencia literalmente muda de
Laura, la esposa huida de Sean, que le llama por teléfono para no decirle nunca nada.
Eastwood la filma en escorzo de perfil o muestra tan sólo sus labios encarnados
pegados sin abrirse junto al auricular. En esos breves momentos íntimos y lacerantes
APÉNDICE MUSICAL
Mystic River tiene la primera banda sonora escrita íntegramente por Eastwood, con
breves temas de piano y algunos momentos orquestados de manera muy sigilosa. A lo
sumo había firmado los temas principales de algunos de sus films de los años noventa
y no podía considerarse un compositor cinematográfico como lo son otros cineastas:
Charles Chaplin, John Carpenter, Mike Figgis, Alejandro Amenábar. Sin embargo, la
música juega un papel esencial en toda su obra hasta el punto de que podría
establecerse una división clara entre sus películas de inspiración o barniz jazzístico y
las que filman las atmósferas concretas de la música country o el country & western.
Las primeras son, por lo general, más severas. Las segundas pertenecen a los títulos
más distendidos del cineasta con la excepción de El aventurero de medianoche.
Esa dualidad entre jazz y country, las dos músicas norteamericanas por excelencia
junto con el blues, de las que han derivado el resto de formas musicales
norteamericanas del siglo XX —rockabilly, rock n’roll, rhythm n’blues, funk, rap—,
alcanza también a la propia trayectoria como músico de Eastwood, agazapada si se
quiere, pero de mayor peso específico que la de otros actores estadounidenses
tentados por la interpretación y grabación de canciones (Anthony Perkins, por
ejemplo). Eastwood pudo haber sido músico de jazz y, durante un corto tiempo, llegó
a ser cantante de country, pero siempre tuvo claro que si se dedicaba a la música, no
podía entregarse al cine. A medida que se iba liberando de algunos de los aspectos
mediáticos e ideológicos que condicionaron su carrera, la faceta musical adquirió
mayor cuerpo, tanto en los motivos temáticos (Bird y el documental sobre Thelonious
Monk) como en la elaboración conceptual de las bandas sonoras (Los puentes de
Madison, Medianoche en el jardín del bien y del mal) y en la incorporación de
COMO DIRECTOR
Escalofrío en la noche (Play Misty for Me) / 1971
Producción Malpaso Productions para Universal Pictures. Productor Robert
Daley. Productor ejecutivo Jennings Lang. Dirección Clint Eastwood. Guión Jo
Heims y Dean Riesner. Argumento Jo Heims. Fotografía Bruce Surtees, en
Technicolor. Música Dee Barton. Canciones Errol Garner y Robería Flack.
Montaje Cari Pingitore. Dirección artística Alexander Golitzen. Vestuario Helen
Colvig. Sonido Robert L. Hoyt, Robert Martin y Waldo O. Watson. Ayudante de
dirección y productor asociado Bob Larson.
Intérpretes Clint Eastwood (Dave Garland), Jessica Walter (Evelyn Draper),
Donna Mills (Tobie Williams), John Larch (Sargento McCallum), Jack Ging
(Frank Dewan), Irene Hervey (Madge Brenner), James McEachin (Al Monte),
Clarice Taylor (Birdie), Don Siegel (Murphy), Duke Everts (Jay Jay). Duración
102 minutos.
Infierno de cobardes (High Plains Drifter) / 1973
Producción Malpaso Productions para Universal Pictures. Productor Robert
Daley. Productor ejecutivo Jennings Lang. Dirección Clint Eastwood. Guión
Ernest Tydiman. Fotografía Bruce Surtees, en Technicolor y Panavisión. Música
Dee Barton. Montaje Ferris Webster. Dirección artística Henry Bumstead. Sonido
James R. Alexander. Ayudante de dirección James Fargo.
Intérpretes Clint Eastwood (El Extranjero), Verna Bloom (Sarah Belding),
Marianna Hill (Callie Travers), Mitchell Ryan (Dave Drake), Jack Ging (Morgan
Allen), Stefan Gierasch (alcalde Jason Hobart), Ted Hartley (Lewis Belding),
Billy Curtis (Mordecai), Geoffrey Lewis (Stacey Bridges), Scott Walker (Bill
Borders), Walter Barnes (sheriff Sam Show), Paul Brinegar (Lutie Naylor),
Richard Bull (Asa Goodwin), Robert Donner (el predicador), John Hillerman (el
fabricante de botas), Anthony James (Cole Carlin), John Mitchum (Warden),
Buddy van Horn (comisario Jim Duncan).
Duración 102 minutos.
COMO ACTOR
Revenge of the Creature / 1955
Producción Universal-International. Productor William Alland. Dirección Jack
TELEVISIÓN
Rawhide / 1959-1966
Producción CBS y MGM Televisión. Productores ejecutivos Charles Marquis
Warren, Endre Bohem, Vincent M. Fennelly, Ben Brady. Directores Fred
Freiberger, Richard Whorf, Charles Marquis Warren, Ted Post, Andrew Victor
McLaglen, Buzz Kullick, George Sherman, Jack Arnold, Stuart Heisler, Gene
Fowler Jr., Joseph Kane, R.G. Springsteen, Tay Garnett, Laslo Benedek, Christian
Nyby, Thomas Carr, Bernard L. Kowalski, Vincent McEveety, Michael
O’Herlihy, Hershell Daugherty, Philip Leacock, Gerd Oswald, Stuart Rosenberg.
Guión David Swift, David Lang, Winston Miller, Claire Huffaker, A.I.
Bezzerides, Charles Larson, John Dunkel, Dean Riesner, Stirling Silliphant,
Richard Carr, Robert Lewin, John Mantley, Walter Black, Boris Ingster. Música
Hugo Friedhofer, Russell García, Johnny Green. Canción Dimitri Tiomkin y Ned
Washington, cantada por Frankie Laine.
Intérpretes Clint Eastwood (Rowdy Yates, 1959-1966) fue el único protagonista
que intervino en toda la serie.
Los otros personajes principales los interpretaron Eric Fleming (Gil Favor, 1959-
1965), James Murdock (Mushy, 1959-1965), Sheb Wooley (Pete Nolan, 1959-
1962), Charles D. Gray (Clay Forrester, 1962-1963), John Ireland (Jed Colby,
1965-1966).
Actores invitados Martha Hyer, MacDonald Carey, Vera Miles, Mercedes
DOCUMENTALES
All Star Party for Clint Eastwood / 1986
Producción CBS. Dirección Dick McDonough. Con Cary Grant, Sammy Davis
Jr., James Stewart, Don Siegel, Bob Hope.
Homenaje a Eastwood del Variety Clubs Internacional. Emitido por la cadena
CBS el 30 de noviembre de 1986.
Gary Cooper American Life, American Legend / 1989
Producción TNT. Dirección Richard Schickel. Documental de la cadena TNT
sobre la vida de Gary Cooper, presentado y narrado por Eastwood.
Eastwood and Co. Making “Unforgiven” / 1992
Producción ABC. Dirección Richard Schickel. Con Clint Eastwood, Gene
Hackman, Morgan Freeman, Richard Harris. Duración 25 minutos.
Emisión televisiva de carácter promocional sobre el rodaje de Sin perdón
Clint Eastwood: The Man from Malpaso / 1993
Producción Wombat Production y Cinemax. Dirección Gene Feldman. Con Clint
Eastwood, Geneviéve Bujold, Michael Cimino, Frances Fisher, Marsha Masón,
Forest Whitaker, Gene Hackman, Jessica Walter. Duración 58 minutos.
Documental en torno a Eastwood, narrado por el propio cineasta y emitido el l de
marzo de 1993 por Cinemax.
Clint Eastwood’s Favorite Films / 1993
LIBROS
Agan, Patrick: Clint Eastwood, the Man Behind the Myth. Robert Hale, Londres,
1977.
Barisone, Luciano y DAgnolo Vallan, Giulia (ed.): Clint Eastwood. La Biennale di
Venezia-Editrice II Castoro, Venecia-Milán, 2000.
Brion, Patrick: Clint Eastwood. Editions de la Martiniére, París, 2001.
Downing, David y Herman, Gary: Clint Eastwood, All-American Anti-Hero.
Omnibus Press, Londres-Nueva York, 1977.
Ferrari, Philippe: Clint Eastwood. Solar, París, 1980.
Frank, Alan: Clint Eastwood. Optimum Books, Londres-Nueva York-Toronto, 1982.
Guerif, François: Clint Eastwood. Henri Veyrier, París, 1983. Edición ampliada
Artéfact, 1985.
Kaminsky, Stuart: Clint Eastwood. New American Library, Nueva York, 1973.
Kaplis, Robert E. y Coblentz, Kathie (ed.): Clint Eastwood Interviews. University
Press of
Mississippi, Jackson, 1999. Recopila 22 entrevistas.
McCabe, Bob: Quote Unquote. Clint Eastwood. Parragón Books, 1996. Edición
francesa Clint Eastwood. Gremese, 1999.
McGilligan, Patrick: Clint. The Life & Legend. Harper Collins, Londres, 1999.
Munn, Michael: Clint Eastwood. Hollywood’s Loner. Robson Books, Londres, 1992.
Pezzotta, Alberto: Clint Eastwood. Editrice II Castoro, Milán, 1996. Edición española
Clint Eastwood. Cátedra, Madrid, 1997.
Plaza, Fuensanta: Clint Eastwood/Malpaso. Ex Libris, Carmel, 1991.
O’Brien, Daniel: Clint Eastwood Film-Maker. BY. Batsford, Londres, 1996.
Schickel, Richard: Clint Eastwood. A Biography. Alfred A. Knopf, Nueva York,
ARTÍCULOS Y MONOGRAFÍAS
Blumenfeld, Samuel: «Cowboy autumn». Les Inrockuptibles, núm. 39, octubre de
1992.
Bodeen, DeWitt: «A Fistful of Fame Clint Eastwood». Focus on Film, núm. 9,
primavera de 1972.
Boix, José: «Clint Eastwood, el americano impasible». Ruta 66, núm. 34, noviembre
de 1988.
Bonnaud, Frédéric: «Autour de minuit». Les Inrockuptibles, núm. 142, 11 de marzo
de 1998.
Burdeau, Emmanuel: «Clint Eastwood, éloge du pére». Cahiers du Cinéma, núm.
514, junio de 1997.
Casas, Ouim: «Clint Eastwood, el último cineasta clásico». Dirigido por, núm. 165,
enero de 1989.
Chailet, Jean-Paul: «A Perfect World. Clint Eastwood fait tourner Kevin Costner».
Première, núm. 197, agosto de 1993.
Cieutat, Michel: «Eastwood et le film criminal. Un mythe judicieusement explité».
Positif, núm. 436, junio de 1997.
ENTREVISTAS
(Cuando no se especifica el tema de la entrevista, se entiende que es sobre
DOSSIERS EN REVISTAS
Banda Aparte, núm. 13, febrero de 1999.
Dossier Reencuadres Clint Eastwood. Consta de los artículos: «Notas sobre un estilo
Medianoche en el jardín del bien y del mal», de Hilario J. Rodríguez; «La trilogía
fantástica de Eastwood Cometieron dos errores, Infierno de cobardeso y El jinete
pálido», de Carlos A. Cuéllar Alejandro; «De héroes y miserias. Un mundo
perfecto», de Pau Rovira; «El antihéroe heroico. Sin perdón», de Miguel Angel
Lomillos; «Por un puñado de dólares. La tesis del hierro candente y el atronador
aleteo de las moscas», de Miguel Ángel Montes; «Don Siegel, el talante
democrático de Harry el sucio», de Ángel García del Val; y «Cinematografía y
cinegética Cazador blanco, corazón negro», de María José Ferris Carrillo.
Cahiers du Cinéma, núm. 522, marzo de 1998.
Dossier titulado Un fantôme hante l’Amerique: «La cicatrice exténeure. Unforgiven,
le dernier western», de Cédric Anger; «L’oeuvre lente. Une réinvention du
classicisme», de Clélia Cohén; «Les secrets du temps», de Thierry Jousse; «Le
dilemme. Eastwood vu dAmérique», de Kent Jones; y «Les points du suspensión
du visible. A propos de Minuit dans le jardín du bien et du mal», de Antoine de
Baecque. Cahiers du Cinéma, núm. 549, septiembre de 2000.
Dossier Il était une fois Eastwood. Contiene: «Rencontre avec une légende», de Serge
Toubiana y Nicolás Saada; «Lhomme de nulle part», la completísima entrevista a
cargo de Toubiana y Saada; «Le ciel peut attendre», análisis de Space Cowboys a
cargo de Olivier Joyard; y «Latelier Eastwood», una entrevista de Toubiana y
Saada a los más estrechos colaboradores de Eastwood. Positif, núm. 287, enero de
1985.
Dossier formado por los siguientes textos: «Clint Eastwood histoire d’une
imperfection ou la tristesse d’Héracles» y «Eastwood acteur et réalisateur. Mode
d’emploi et bilan critique», de Michel Cieutat; «Levolution d’un homme», de
Alain Garsault (sobre En la cuerda floja); «Entretien avec Clint Eastwood», de
Michael Henry; una bibliografía de Cieutat y una filmografía establecida por
Olivier Eyquem. Variety, Vol. CCIIIL, núm. 16, 27 de marzo de 1995.
ESCRITOS DE EASTWOOD
«Foreword», en A Siegel Film. An Autobiography. Faber and Faber, Londres, 1993.
TEXTOS COMPLEMENTARIOS
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143.
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39.
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página 48.
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en la serie: es el proxeneta que mata a una de sus chicas haciéndole injerir matarratas
(Harry el fuerte); Big Ed Mustapha, el líder de una organización afroamericana a la
que Callahan pide colaboración (Harry el ejecutor); y Horace King, un conocido de
Callahan (Impacto súbito). También aparecía en La jungla humana en el papel de
Wonderful Digny, el individuo al que se enfrenta Coogan durante la fiesta
psicodélica.
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página 61.
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Schickel.
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nosotros fuimos a filmarlos. Les dijimos: ¿Qué vais a hacer? Nos gustaría seguiros
durante esta maniobra. No teníamos ninguna autorización para interrumpirles, por
supuesto, pero pudimos instalar una cámara en el interior de uno de sus helicópteros
y filmarlo todo con tomas aéreas». Declaraciones recogidas en el artículo
“Heartbreak Ridge: An Exercise of Realism”, de David Jon Wiener, publicado en
American Cinematographer, enero de 1987. Existe traducción al francés, con el título
de “Le méthode Eastwood”, en Cahiers du Cinéma, núm. 393, febrero de 1987;
página 15.
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evoca la primera vez que le vio tocar, en Oakland en 1946. Eastwood había ido a ver
a Lester Young, «que para mí era Dios», pero quien le impresionó aquella noche fue
un músico menos conocido llamado Charlie Parker. Citado en Esquire, Vol. 10, núm.
4, octubre de 1988; página 141.
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131.
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Casper (Casper, 1995), la película producida por Steven Spielberg sobre este
personaje.
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Robert J. Emery.
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Listening, de Steve Knopper (ed.), Visible Ink Press, Detroit, 1998; página 189.
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