Casullo - Forsters - Kauffman - Intinerarios de La Modernidad
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ITINERARIOS
DE LA MODERNIDAD
Corrientes del pensamiento y
tradiciones intelectuales desde la ilustración
hasta la posmodernidad
eudeba
ITINERARIOS
DE LA MODERNIDAD
ITINERARIOS
DE LA MODERNIDAD
Comentes delpensamiento y
tradiciones intelectuales desde la Ilustración
hasta la posmodemidad
Nicolás Casullo
Ricardo Forster
Alejandro Kaufman
eudeba
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Kaufman, Alejandro
Itinerarios de la modernidad : corrientes del pensamiento y tradiciones
intelectuales desde la ilustración hasta la posmodernidad / Alejandro
Kaufman ; Ricardo Forster ; Nicolás Casullo. - I 1 ed- 5* reimp, - Buenos
Aires : Eudeba, 2009.
3 8 4 p. ; 23x16 cm.
Eudeba
Universidad de Buenos Aires
© 1999
Editorial Universitaria de Buenos Aires
Sociedad de Economía Mixta
Av. Rivadavia 1571/73 (1033)
Tel: 4383-8025 / Fax:4383-2202
Impreso en Argentina.
Hecho el depósito que establece la ley 11.723
PRÓLOGO
N IC O LA S C A SU LLO
INDICE
H
ay distintas maneras de viajar a la historia que nos hace. Hay distin
tos enfoques, hay distintas disciplinas del conocimiento que tratan
de dar cuenta de lo que aconteció en estos últimos doscientos cincuenta
años de historia capitalista burguesa moderna. Se puede enfocar esa his
toria desde un punto de vista fundamentalmente económico, trabajando
las variables productivas, inversoras; las variables que relacionan capital
y trabajo, las variables de clases, las variables industriales, de circuitos
financieros, de etapas económicas. Se puede recorrer también esta mis
ma crónica planteándonos una historia política de las más altas superes
tructuras, proyectos de gobiernos, estilos gobernantes, formas de
gobernabilidad de las sociedades, estadistas, decisiones de guerra, de paz;
lo que constituiría una historia política, donde se pueden incluir las dife
rentes teorizaciones políticas que mereció la época moderna. Se puede
pensar desde un punto de vista filosófico, cómo esta ciencia de las cien
cias, la filosofía, se plantea desde el inicio de los tiempos modernos en
contrar el fundamento, la identidad del propio tiempo que el hombre
comienza a habitar. Cómo se plantean los interrogantes de identidad de
ese nuevo sujeto, sobre la problecjática del conocimiento, sobre la pro
blemática de la verdad, sobre problemáticas de valores, sobre problemá
N icolás Casullo
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peronismo, no repararon ni compartieron, ni defendieron ese sueño con
que nuestro liberalismo constituía la ciudad utópica de principios de
siglo. Viena tiene también eso de una promesa que no se cumplió, de
una historia que no tendrá lugar. Es decir, la conciencia de verdad e
ilusión, de lo real y la apariencia, de la palabra y su distancia de las cosas,
del abismo entre discurso y acontecimiento histórico. También nosotros,
durante muchísimos años, hemos sido educados -desde la primaria- en el
gran destino argentino, que hasta 1950, 1955, 1960, éramos casi compe
tencia con los Estados Unidos. Hoy estaríamos en las antípodas. Hoy
estaríamos en la ideología que nos dice que realmente no significamos
nada y que menos mal que tenemos “relaciones camales” con el podero
so que nos puede ayudar. Pero durante muchísimos años, el país, desde
un sueño perfectamente liberal, compartido en este caso por los sueños
nacionales y populares de Yrigoyen y de Perón, se pensó desde el gran
destino manifiesto de la Argentina. Un destino que no se pudo dar. Hoy
estamos tomando conciencia, somos un poco aquella Viena desconsola
da en el alma de sus intelectuales, en el sentido de que no todo lo que
;dice victoria se va a cumplir, que no todo progreso es progreso; que no
todo lenguaje se adecúa a la realidad; que no todo lo que decía demo
cracia fue en nuestra historia democracia; que no todo el decir sobre un
avance civilizatorio real fue avance real. Ese desajuste absoluto que hay
entre palabra y realidad, entre ideales y vida, entre discurso y experien
cia, es lo que vive el vienés de ese entonces, a diferencia de lo que vive
en aquella época el intelectual de París o de Londres, que si bien puede
rechazar y resistir el sueño burgués moderno, lo hace desde el compartir
una misma sintonía entre lenguaje y mundo concretizado. Podría decir
se, el pensamiento vienés. del '900 le inflige a las grandes
metadiscursividades de la modernidad ilustrada, una herida de muerte,
de sospecha profunda. Desutopiza el proyecto ilustrado.
La razón proclamaba: las palabras remiten a la verdad. La verdad es la
verdad. La ilusión es la ilusión. En Viena aparece, por el contrario, un gran
imperio en su agonía, en manos de un viejo emperador que nadie ve pero
que dicen que sigue viviendo; diecinueve nacionalidades que lo único que
quieren es liberarse de la Viéna imperial. Una fastuosidad absolutamente
aparencial, ilusoria, y que indudablemente genera un tipo de modernidad
crítica, escéptica, pesimista en cuanto a lo que está gestando lo moderno.
En Viena aparece entonces esa conciencia de lo ilusorio, del simulacro, de
la apariencia entre verdad y palabra, entre enunciación y mundo, la no
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correspondencia entre los grandes discursos y la realidad. Surge la con
ciencia de las retóricas falsas, del oropel de las promesas, la conciencia de
que el bello sueño burgués ya ha terminado aunque nadie lo quiera adver
tir. Conciencia de que la palabra y el lenguaje están infectados de muerte
y anuncian lo luctuoso de la hipocresía de la moral burguesa y sus valores.
Aparece este retumbe pesimista sobre el naciente siglo XX, allá por
1900, 1910, en la palabra nada menos que de un periodista, quizás el
personaje más clave, espectacular, que tuvo la Viena de ese entonces,
Karl Kraus. El vendría a ser, dentro del periodismo, el maestro de toda
una generación intelectual y creadora que va a pensar que lo que se
anuncia es la catástrofe, no la realización de los sueños de la Moderni
dad. Kraus está en su pleno apogeo precisamente en esa época. Es un
personaje de la vida vienesa y sus bares -Viena es básicamente un lugar
que se hizo famoso por los bares, las tertulias y las reuniones intelectua
les. En los bares se lee el diario, se conversa; la intelectualidad vive, se
junta, se concentra en los bares, en la bohemia, el político, el attista, la
prostituta, el plástico, todos se reúnén en los bares como diario espacio
cultural. A hí está Freud, por ejemplo, Kraus, Klee, o Wittgenstein, el
segundo gran filósofo de nuestro siglo, en esta atmósfera de final, cuando
toda Europa está viviendo la idea del principio de cumplimiento de las
utopías. Cuando Europa inaugura el siglo como el siglo de la realización
definitiva de lo moderno, Viena se despide desde su particular situación.
Por eso aparece significativa la ciudad, el momento y su pensador. Y el
maestro de todos ellos es un personaje, un satírico, polemista, Karl Kraus,
que va a ser tentado para dirigir el suplemento cultural del principal
diario de Viena, El rechaza dicha oferta en carta pública, y saca su diario,
un pequeño diario alternativo que se va a llamar La Antorcha. Durante
treinta años lo saca. Son más de diez mil páginas las que hoy hay publica
das en la edición completa de La Antorcha. El lo saca, él lo escribe, él lo
edita y él lo vende. Exclusivamente él, sin nadie más. La A ntorcha va a
ser un periódico que va a escandalizar a Viena, que va a hacer zozobrar a
la Viena intelectual, política y artística. Que va a paralizar algunos días
el mundo intelectual de Viena, que va a conmover en muchas circuns
tancias a Viena. Karl Kraus había estudiado teatro, era un gran escritor,
era un poeta, era un amante de la vieja literatura alemana. Era un hom
bre de enorme postura ética y moral; era un polemista satírico, de esos
que no perdonan, hombre de pelearse a trompadas en la calle, de juicios
que le hacen aquéllos que se sientes mortificados. Sus dos grandes ins
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tancias en la vida son dos variables: sacar La Antorcha y hacer reuniones
en grandes teatros donde él recita teatro leído sobre sus propias obras.
Concentra la mayor cantidad de gente que a nivel cultural puede con
centrar Viena. Y Kraus va a ser aquél que con mayor énfasis anuncia la
impostura de la época, anuncia la hipocresía de la época, la falsedad de
la época, anuncia el camino hacia la catástrofe espiritual del hombre
moderno. El básicamente va a tener un motivo a partir del cual va a
trabajar: lo que va a significar su mayor enemigo, que es la gran prensa.
La prensa, los medios de masa. Precisamente él que es periodista. Kraus
descubre el secreto de la gestación de una sociedad de masas que se
desconoce a sí misma, que entra en absolutas irracionalidades, que es
víctima de tremendas manipulaciones de las conciencias, en tremendas
instrumentaciones de los sujetos; eso nuevo que él está viviendo en la
Modernidad; el gran medio de masas, el diario. Kraus es el que anuncia la
catástrofe del espíritu. El va a creer entonces en la imperiosa defensa del
lenguaje, en la defensa de la palabra, frente al ácido que significa la gran
prensa. El momento culminante para denunciar esto lo va a encontrar en
la participación que tiene la prensa austríaca en el desencadenamiento de
la Primera Guerra Mundial. El descubre que no son los hechos los que
quedan reflejados en la prensa, sino que es la prensa la que produce los
hechos. El va a encontrar que toda la propaganda bélica, que todo el ca
mino hacia la guerra, que todo el odio que generan los medios de masas
entre países y pueblos hermanos es la pestilencia, la peste que va a corroer
al siglo XX, Viena, para él, es un barómetro del fin de la humanidad, por
que precisamente en Viena estaba uno de los diarios más respetados de
toda Europa en cuanto a la supuesta información que planteaba.
Tenemos al periodista y el feroz descubrimiento de que en el mundo
de las masas ya no importa lo real. Similar a nuestro mundo actual de la
realidad virtual, quién va a preguntar hoy en día por lo real detrás de la
imagen, si con la imagen podemos vivir larga y opacamente sin pregun
tarnos si detrás de la imagen del árbol sigue habiendo un árbol o no.
Kraus aparece en 190C planteándose estas mismas preguntas, que hoy
nos atraviesan y que atraviesan a los mayores y más importantes teóricos
en la polémica sobre la índole de la sociedad massmediática que estamos
viviendo y el poder de los medios masivos. El va a decir en La A ntorcha;
"El mundo pasa por el tami2 de la palabra para ser mundo”, y solamente
puede ser mundo si la palabra así lo dice. El mundo para ser mundo
necesita ser mediado por la palabra. Y esto no lo dice alegremente. Para
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Kraus, el mundo ya es sólo palabra de masas, manipulación masiva de la
palabra. Lo está diciendo entonces, en tanto pérdida de toda experien
cia genuina. Si no hay mediación masiva, “esa palabra del hedor” según
Kraus, ya no se piensa el mundo moderno. Si hoy nos apagan la televi
sión quedamos a oscuras, Y de lo único que vamos a terminar hablando
es de lo que vimos o no vimos en la televisión. El lo dirá en relación a la
gran prensa. Hay una especie de homologación, de producción en serie
de conciencia -y él lo ve en la guerra-, todo de pronto está a favor de la
guerra. Alemania y Austria van a la guerra de 1914 cantando y enamo
rados de la guerra, porque ahí se purifica el espíritu del hombre y se
plantean las venganzas necesarias a los ultrajes recibidos. No van a vol
ver cantando: van a volver escombros de hombres. La bella época euro
pea va cantando a la guerra, pensando a través de esa propaganda insi
diosa que la gran prensa en la gran metrópoli le plantea a los hombres.
Pensando absurdamente que la guerra y la muerte es un momento ex
cepcional en la vida y la cultura del hombre. Algo de eso ustedes lo
vivieron durante la dictadura militar sobre lo que significaba ir a Malvinas.
A la que también se fue como cantando. En ese sentido, el caso de Kraus
es importante porque desde el periodismo, sin renunciar al periodismo,
creyendo profundamente en él, hace la crítica más lapidaria que recono
ce el siglo, del periodismo. Llega a decir, por ejemplo: “Necesitamos
vivir el sueño de la palabra antigua, que el hombre reencontrará
mágicamente después de la expiación”. El es judío, después se convierte
al catolicismo, después vuelve al judaismo. Kraus se yergue como juez
frente a toda una época en la cual el pensamiento está transido de ideas
utópicas, de ideas mesiánicas y negativas. Pueden tanto prometer el cum
plimiento del milenio de Cristo como una catástrofe, el Apocalipsis. Son
mesiánicas y se Ínter penetran. El Apocalipsis sería la puerta de entrada al
reino de Dios. El Apocalipsis no es el final sino el principio; la aparición
del anticristo como condición necesaria para la venida de Cristo. Esto es
herencia del judaismo, donde el momento de mayor alarma, de mayor
peligro, de mayor amenaza, es el momento en que aparece el Profeta,
con lo cual el momento oscuro se convierte en el momento de mayor
lucidez del pueblo de Israel. Porque el Profeta es el que va a saber porqué
pasan las cosas y hacia dónde tiende el destino. Comiencen a entender
las cosas en función de claroscuros, de ambigüedad, fiada es blanco, nada
es negro. Es decir, donde estamos más seguros, estamos más cerca del
peligro; donde estamos más inseguros estamos más cerca de la salvación,
como diría un alemán judío, gran pensador, Walter Benjamin, más tarde.
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Kraus va a decir, posteriormente a la Primera Guerra Mundial -él
muere por 1934, cuando Hitler avanzaba con su proyecto racista- “no
importa que Hitler'avance; si se salva la lengua nos salvamos”. La len
gua, en nosotros, hijos de la Modernidad esperpéntica, bélica, irracional,
es lo único que no se salvó. La lengua es la posibilidad de hacer referen
cia a fondos éticos, morales, a verdades, a principios, a posiciones. Kraus
va a decir que si se salva la lengua, Hitler no va a triunfar. Kraus se va a
equivocar, porque Hitler no triunfó pero la lengua alemana entró en un
pozo ciego del cual no se recuperó. Porque la lengua humana está abso
lutamente comprometida en lo que pensamos, en lo que decimos, en lo
que hacemos. La lengua es lo que somos. Hoy, en los medios de masas y
lo massmediático, en este mundo que vivimos cotidianamente, la lengua
es lo que vemos como infinito ruido que nos aturde. Hoy, la catástrofe
de la lengua, es lo que somos. ¿Hoy quién da su palabra como pacto de
verdad o cumplimiento? Un dar la palabra y un apretón de manos en la
época de nuestros abuelos significaba que todo iba a ser. Hoy estaríamos
en las antípodas. La lengua no se salvó. Hoy la lengua es una instrumen
tación, es un eco, un alboroto, un continuo disolverse de cualquier signi
ficado, un sonido que escuchamos las veinticuatro horas del día y no nos
significan absolutamente nada.
Karl Kraus, todavía modernamente, utópicamente, pensaba que en
la defensa de la lengua, entendiéndola como nuestra identidad, como
nuestro ser en lo humano, era posible salvarla -y lo decía como periodis
ta, que necesitaba la palabra, rodeado y saturado de ella-, la palabra en
su sustancialidad, la palabra que significa y que realmente remite a cosas
ciertas. Eso es lo que Krauss señala: “Hay que volver a las palabras anti
guas”. Pero no como un gesto de nostalgia sino como un gesto de recu
peración de la palabra por encima de la fraseología. El va a decir tam
bién: “Temo el abismo que se abre debajo del lugar común, de la infor
mación cliché. Yo trabajo sobre los escombros y la ruina del lenguaje”. Y
efectivamente, su trabajo en La A ntorcha tiene como único objetivo tra
bajar sobre la palabra del otro, trabajar sobre la impostura del otro, sobre
el no dar cuenta de la palabra del otro, sobre la mentira de la palabra del
otro, trabajar sobre la falsa promesa de la palabra del otro. El todavía
utopiza: eso puede ser cambiado, y que los medios de masas pueden
entrar en una variable diferente a la que él ve que se constituye y que se
termina de consumar con el principio de la guerra de 1914. Ya toda la
palabra hiede, como va a decir él. Trabajar sobre los escombros y las
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ruinas del lenguaje es la única posibilidad de ser optimista. El optimista
falso es aquél que piensa que no hay escombros ni ruinas, que el lenguaje
anda lo más bien. El que trabaja sobre las ruinas del lenguaje, sobre lo
que dejó la historia del hombre en el lenguaje, es el único que todavía
conserva un grado posible de optimismo y de recuperación de lo humano en
el lenguaje. Entonces, el periodista Kraus que juzga permanentemente a
Viena, el “fiscal de Viena” como se lo va a llamar, que satiriza sobre toda
Viena 'entendiendo la sátira como aquel género que irrealiza lo real y
que pone en evidencia la propia impostura del gobernante, del fúncio'
nario, del político, de la gente de la iglesia, de la cultura, del arte-, va a
decir: “La lengua es vuelta a los orígenes. Cuanto más de cerca observa-
mos una palabra, tanto más atrás se remonta ella”. Acá aparece el Kraus
poeta. El trabajo que hace el poeta con el lenguaje es un trabajo absolu-
tamente diferente al que hace un ensayista, un científico o un filósofo.
Estos últimos toman al lenguaje como instrumento; el poeta toma al
lenguaje como punto de llegada: trabaja sobre el lenguaje. El saber, el
conocimiento, la memoria, el mundo de valores humanos, se asienta
sobre el cuidado del lenguaje, sobre el amor que cobija a la palabra que
nombra y hace ser al mundo. Kraus plantea ese trabajo con la lengua. El
va a decir: “La lengua va tanteando como el amor en medio de la oscu'
ridad del mundo, tras el rastro de una perdida imagen primitiva”. Acá
también trabaja la idea de que la lengua es lo único que tenemos, la
única sustancia humanizante. No hay realidad, no hay mundo, no hay
orden, sino que simplemente debemos cuidar esa lengua que nos hace
presente el mundo. Porque es lo único, en definitiva, que existe como
razón de que las cosas sean malas o buenas. Es importante que esto lo
diga un periodista, un periodista de esa envergadura, cuyo mundo no es
precisamente el mundo del periodista de hoy.
Pero lo que está planteando Kraus es que, también desde el periodis
mo y en función de llegar al lector, se pueden defender aquellas cosas
que el propio periodismo no alcanza a defender. Es interesante que este
personaje, este gran periodista, poeta, reconocido por todos, esté traba
jando desde un periódico que hoy llamaríamos alternativo, contestata
rio, inconformista. Precisamente lo que ve Kraus en la prensa es la muer
te del lenguaje tal cual él lo concibe. Lo que él llama la fraseología. El fin
de los valores que esa muerte del lenguaje plantea. Lo inauténtico va a
ser para Kraus el periodismo de esa ciudad, el mundo del cliché. El divor
cio entre lo real y el lenguaje. El va a decir: “La prensa ha hecho desapa
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recer la palabra del hombre, como si la guerra fuese un horrendo hecho
que sólo existe por la información. Cómo decir con palabras que ya no
existe la palabra”, se pregunta Kraus, y acusa básicamente a la traición
de los intelectuales austríacos que estaban contra la guerra, y en el mo
mento que estalla la guerra están a favor de la guerra. La claudicación
del Socialismo y del Comunismo, sobre todo del primero, que apoya la
guerra y llama a la guerra. Va a hablar entonces del hedor de la gran
prensa oportunista que llama a ir a la guerra. Y ahí va a ser duro, incle
mente, impiadoso. Va a decir: “Lia necesidad puede hacer de todo un
hombre un periodista, pero no de toda mujer una prostituta”, poniendo
al periodismo por debajo del rol de la prostituta. “La prensa creó lo béli
co, no por haber puesto en movimiento la maquinaria de la muerte sino
por haber vaciado nuestro corazón frente a la idea de la muerte. Los
pintores de brocha gorda no han corrompido tan a fondo el gusto y los
valores como los periodistas a la literatura. Por qué no habrá querido la
eternidad abortar este engendro de tiempo. Su lunar de nacimiento es
un sello de periódico, su tono es el color de la letra impresa y la tinta lo
que discurre por sus venas”. A tal punto se hace impiadoso, que comete
un acto insólito, increíble, casi único, inaudito en lo que es el periodis
mo: deja de sacar La A ntorcha. Sus lectores le piden, en plena guerra,
que la vuelva a editar. Y él hace un acto -que se ha discutido muchísimo-
que es el silencio: “Cuando los hechos de la realidad superan nuestra
imaginación más febril, ya no hay nada que deícir”. Es decir, cuando en la
realidad se está matando gente más allá de lo que yo puedo concebir
como algo horroroso, ya la palabra tiene que entrar en silencio. Cuando
lo siniestro en la historia supera nuestro propio imaginario de pesadilla,
nuestro propio lenguaje concibiendo el horror, lo humano, valores y
memoria entra en silencio, en mutismo. Se vuelven ruina humana. La
palabra cesa, todo lo que se siga diciendo es impostura, negocio, podre
dumbre periodística. Un hecho inaudito, porque la maquinaria del pe
riodismo, cuanto más terribles sean las cosas más vende. Acá entre noso
tros hay periodismo que está esperando permanentemente la catástrofe
para ponerla en tapa, para aumentar las ventas.
Kraus hace un gesto que nadie va a entender, que es entrar en silen
cio. El va a decir que el que tenga algo que decir dé un paso al frente y
calle para siempre. Está en plena guerra, ve pasar los camiones con muer
tos, ve pasar a los chicos ametrallados, él vaticinó ese horror de la gue
rra, entonces deja de sacar La A ntorcha y se llama a silencio. Es un silen-
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c íoético, es un silencio moral: la palabra ya no tiene nada que decir. En
todo caso si dice, aunque sea críticamente, está haciendo negocio con lo
que está ocurriendo. Es inaudito pensar eso, que desde ciertos aconteci
mientos la prensa no hable: es exactamente al revés de la lógica de mer
cado. Lo morboso es negocio. Kraus desde el periodismo descoloca a sus
lectores, y deja de escribir por dos años. Porque ya no tiene nada que
valga la pena decir. En uno de los últimos textos antes de entrar en silen
cio, va a decir: "Estoy convencido de que los acontecimientos ya ni si
quiera acontecen. Son los clichés, la fraseología la que trabaja por su
cuenta. El lenguaje ha podrido la cosa, el tiempo tiene hedor de frase
periodística”. Esto lo está diciendo en 1910; Kraus lo que plantea es una
anticipación, una conciencia absoluta. Lo plantea desde esa Viena que a
él le permite descubrir en sus personajes, en su ciudad fastuosa, lo iluso
rio, la verdad, la mentira, la falta de perspectivas. El va a decir: "No
esperen de mí una palabra, tampoco podría decir nada nuevo. En la
habitación donde estoy hay un ruido horrendo: carros de guerra, edicio
nes de la prensa voceada como batalla ganada, quienes nada tienen que
decir ahora, porque de hecho tienen la palabra, continúan hablando.
Quien tenga algo que decir, que dé un paso adelante y calle para siem
pre”. Esto es en plena guerra. Kraus trabajaba de noche, comenzaba a
trabajar desde las doce de la noche hasta las seis, siete de la mañana,
dormía de día; entonces era casi como una suerte de euforia nocturna,
en la que llegaba a escribir todos sus artículos sin ninguna colaboración.
En esa cita diaria con la noche del mundo, con la noche de una
época supuestamente “bella” que agoniza en las trincheras de la muerte,
Kraus, maestro ideológico de una generación de intelectuales y artistas
vieneses, va a develar el sueño fallido de gran parte de la ilusión moder
na que se tejió durante el siglo XIX. Kraus se remonta a la gran literatura,
al gran arte genuino, a Shakespeare, a Goethe, al pensamiento fuerte,
crítico y negativo de un filósofo como Nietzsche, para acusar las aparien
cias, las falsas celebraciones y las hipocresías de su tiempo: de ese princi
pio de siglo. Como escritor, como periodista, como actor, va a encontrar
en el lenguaje, en la lengua, en nuestra palabra de todos los días, la clave
de la bancarrota moderna, de sus ideales. Viena, la ciudad del vals y la
fiesta, le servirá de prueba, de probeta experimental. Lo irracional de
gran parte del proyecto de la razón ilustrada, lo irracional de gran parte
del sueño heroico romántico, huellas que se verifican en las miserias de
la prensa masiva y ahogan la conciencia del hombre. Dice Kraus: “Cuan
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do las ideas no son verdaderas, las palabras no son justas. Si las palabras
no son justas, las obras del hombre no tienen presencia. Si las obras no
tienen presencia, la moral y el arte no van bien. Si la moral y el arte no
van bien, la justicia no se aplica adecuadamente. Si esto sucede con la
justicia, la Nación no sabe dónde poner sus pies y sus manos, por lo tanto
no tolero que vivamos en el desorden de las palabras”, y con esto sinte-
tiza lo que es para él la palabra y su desorden, la caída de toda moral, de
lo ético, y la justicia, como posibilidades de ser representadas y actuadas
en bien del hombre.
Ricardo Forster
H
ay épocas que se caracterizan por un sacudimiento general de las
conciencias; momentos históricos que destronan los saberes canoni
zados y que inauguran un tiempo de frenéticas búsquedas. El suelo se
mueve bajo los pies de hombres y mujeres vertiginosamente impulsados
a nuevas indagaciones y a una profunda y decisiva mutación de aquellas
discursividades con las que, hasta el día de ayer, estaban acostumbrados
a interpretar la marcha del mundo y de la sociedad. Esos extraños reduc-
tos de la historia que conmueven hasta los tuétanos a todos los actores
que participaron del drama. Epocas de cambios y desasosiegos, de temo-
res compartidos y de esperanzas apocalípticas. Son tiempos de sentimien-
tos fuertes, de apuestas arriesgadas, de extraordinarias fuerzas destructivas
que se ofrecen como paridoras de lo nuevo o que reclaman con violen
cia inaudita el regreso a un pasado desvanecido y saqueado por desarro
llos irreversibles. Tiempos donde las tormentas se desencadenan de gol
pe tomando a los hombres por sorpresa. Metamorfosis del mundo y de
las conciencias que ya son incapaces de seguir viviendo como hasta el
día de ayer y que se lanzan a una alucinada carrera para realizar los sue
ños utópicos que se fueron forjando en los talleres de la historia. En esas
épocas, y de la que hoy vamos a hablar es precisamente una de ellas, los
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pensadores y artistas significativos se hacen cargo del riesgo de ¡a crítica de ¡o
establecido, su reflexión se interna por sendas peligrosas, tocan lo prohi
bido, transgreden la ley, interrogan el fondo de las cosas esgrimiendo
como única arma un pensamiento del riesgo que quiebra los límites
impuestos por la ideología de época. La imaginación se vuelve febril;
la realidad y sus fantasmas son materia de la acción arrasadora de esas
consciencias lúcidas y de una poética de la transformación. Lo ordina
rio, lo repetido, lo cotidiano, dejan su lugar a lo extraordinario; lo
maravilloso desplaza a la rutina, y los espíritus fuertes beben la sangre de la
vida hasta la última gota.
Nos internamos, entonces, en una época lejana pero próxima; un
tiempo donde se forjaron algunas de las ideas cruciales de un siglo atra
vesado por el espíritu fáustico de la destrucción y de la creación. Una
época de sueños utópicos y de catástrofes inimaginables para la concien
cia decimonónica que ni siquiera tuvo oportunidad de sepultar ceremo
niosamente su perplejo mundo desestructurado y salvajemente aniquila
do en las trincheras de la Primera Guerra Mundial. La violencia, la
maquinización de la muerte, el despliegue de ideologías maniqueas e
intolerantes, la masificación y expropiación de las conciencias indivi
duales por lo que Emst Jünger [uno de esos personajes que convocare
mos esta noche] llamó “la época de la movilización total”.
1. Thomas Mann construye su primera novela a partir de una doble perspectiva: por un lado, da
cuenta de la historia de su fam ilia, de una familia burguesa de Lübeck, de un patriciado en
decadencia que representa las últimas estribaciones de una tradición cultural en vías de extinción;
y por otro lado, se deja influir decisivamente por la filosofía pesimista de Schopenhauer y el
esteticismo revolucionario de Nietzsche. Será a partir de la combinación de estas dos experiencias
formativas que Thomas Mann acabará dándole forma definitiva a su original concepción de la
cultura, una concepción que en el fondo nunca lo abandonó. Queremos decir con esto que el
autor de Consideraciones de un apolítico no es sustancialmente diferente al autor de Dotcor Faustus
y que su interpretación “literaria” del buigués está muy lejos de aquella otra lectura que sólo ve en
el burgués a un mero homo econom/cus. Su interpretación hunde las raíces en la tradición de la
cultura burguesa-renacentista, es esa la que atraviesa el clima termidoriano de Los Buddenbrook y
que también caracteriza el clima de La montaña mágica y el Doktor faustus-, una Cultura impregnada
de un fuerte esteticismo y de una profunda espiritualidad que muy poco tiene que ver con los
valores de la cultura burguesa propiamente capitalista que ha invadido la sociedad moderna. El
conservadurismo de Thom as M ann nacid de ésa sensibilidad cultural d ecadentista, de ese
aristocratismo del espíritu que se resiste ante los embates de la sociedad de masas y de la crudeza
del mercado; un conservadurismo muy alemán y cuyo destino inexorable es la decadencia.
Weber da cuenta en esta breve reseña del carácter original de una época
profundamente modelada por la racionalización y el desencanto del mundo;
estas dos cuestiones decisivas de la propia modernidad fueron retomadas en
las discusiones alemanas de entreguerras, mezcladas con el reciclado pensa
miento nietzscheano, un neorromanticismo virulentamente anticapitalista
y una apelación cada vez más radical a la “voluntad”.3 Veamos, por ejem
plo, cómo Ernst Niekisch, representante de los "nacional-bolcheviques”,
definió la función de la tecnología en el mundo contemporáneo [recor
demos, de paso, que Niekisch representó con particular ejemplaridad el
nacionalismo prusiano que intentó una aproximación a la experiencia
revolucionaria soviética y que, en los primeros tiempos, fue compañero
de ruta del nacionalsocialismo, y particularmente, de las S.A. de Rohm y
los hermanos Strasser], Escuchemos la palabra de un político influido por
los debates neorrománticos:
3. En el libro que Michael Lówy le dedica al joven Lukács podemos descubrir el clima intelectual de la
Alemania de Weimar, el papel decisivo de las corrientes neorromán ticas en la configuración de una
sensibilidad que mezclaba un furioso anticapitalismo con nostálgicas miradas lanzadas hacia un pasado
perdido. Básicam ente esa generación (que abarcaba a personajes tan disímiles como Gustav
Landauer, Thom as M ann, Georg Lukács, Martin Buber, Ernst Jünger, Oswald Spengler, Max
Weber, Waiter Benjamin, Ernst Bloch, Franz Rosenzweig, Ludwig Klages, Georg Simmel y muchos
otros) o ese heterogéneo grupo de hombres que compartían un mismo tiempo histórico aunque
no tenían la misma edad confluían en una sensibilidad intelectual de profunda desconfianza
respecto a los procesos de modernización y de desarrollo capiralista. D istintas variantes, de
izquierda, de centro y de derecha que, sin embargo, contribuyeron a alimentar la inestabilidad
cultural y política de Weimar.
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la Ubre disposición de un pedazo de tierra tras otro. Cuando la
tecnología triunfa, la naturaleza aparece violada, y desolada. La
tecnología asesina la vida al violar, paso a paso, los límites esta-
blecidos por la naturaleza. Devora a los hombres y todo lo que
sea humano. Se calienta con cuerpos. La sangre es su lubricante
enfriador”.
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Políticas del mal que cuajaron en un discurso y una práctica del horror
absoluto; pero seríamos ingenuos si simplemente redujéramos la expe
riencia compleja y pluriforme del pensamiento conservador revolucio
nario de Weimar a mero antecedente ideológico del nazismo. En este
sentido, el análisis de Herf es simplista e intenta diferenciar tajante
mente la modernidad ilustrada, racionalista y liberal de ese modernis
mo reaccionario que prohijó a las huestes de Hitler. A nosotros nos
interesa ir más allá, sin que eso implique descuidar las influencias y la
ascendencia que pensadores como Ernst Jünger, Oswald Spengler,
Ludwig Klages, Cari Schmitt, Martin Heidegger, Hans Freyer, y otros,
ejercieron sobre el clima intelectual e ideológico de la Alemania de
entreguerras. Pero no nos basta con reducir ese fenómeno cultural, fi
losófico y político a mero apéndice de las fuerzas destructoras del
nacionalsocialismo; por el contrario, y siguiendo en esto el análisis que
Theodor Adorno realizó sobre el pensamiento de Spengler, nos impor
ta indagar sus riquezas interpretativas, sus deudas con la tradición mo
derna, sus anticipaciones y la profundidad de sus reflexiones sobre la
sociedad de masas. La operación ideológica de Herf es clara: busca
deslindar responsabilidades afirmando la especificidad del caso alemán,
su disposición histórica y cultural para quebrar el legado democrático-
ilustrado, tachando, de este modo, la complejidad de una tradición
que involucra a Schopenhauer, Kierkegaard, Nietzsche, Weber, Simmel,
Stefan George, Thomas Mann y hasta al propio Sigmund Freud.
Hablamos de un tiempo de crisis, de profunda redefinición de los
valores heredados de la tradición moderna, de nuevas perspectivas en
casi todos los campos del saber y del arte; una época volcánica y revolu
cionaria que movilizó a los mejores espíritus detrás de aventuras signadas
por lo trágico y la catástrofe [también pensamos en Walter Benjamin y
en las expresiones de las vanguadias estéticas que se internaron por terri
torios donde el riesgo se constituyó en un elemento central].5 Es fácil
interpelar a un tiempo de convulsiones extremas, de perplejidades y de
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posturas radicalizadas desde la calma académica y desde el refugio de la
buena conciencia liberal-democrática, Pero esa perspectiva de análisis se
emparenta, casi como una fotocopia, con la versión oficial del poder; una
versión que busca salvar sus propias responsabilidades en la gestación de la
barbarie del siglo XX, que simplemente construye una historia maniquea
donde a una tradición democrática y racionalista se le opuso un discurso y
una práctica del mal absoluto. Dios frente al Demonio. Un Dios secular
que combate a muerte con un nuevo paganismo diabólico. De este modo,
algunas de las intuiciones más profundas de esta tradición mal estudiada se
convirtieron en meros antecedentes de la barbarie nazi; con lo que un
pensamiento crítico, sin deudas a pagar con el poder y el sistema, perdió la
oportunidad de confrontar con ideas originales y anticipatorias del des
pliegue de fuerzas político-sociales que arrasarían al propio siglo XX. Pocas
excepciones (la de Walter Benjamin, quizás la del primer Marcuse y la de
Adorno) intentaron quebrar este muro de prejuicios, esta incapacidad para
“apropiarse” de una tradición intelectual que, más allá de su identidad
ideológica, supo penetrar crítica y anticipatoriamente en las napas más
profundas de una época signada por la catástrofe.
Una rebelión contra la tradición positivista y la visión liberal del
mundo y de la sociedad; un rechazo radical del racionalismo ilustrado y
de la ideología decimonónica del progreso; pero también un desagrado
visceral en relación al modelo burgués de vida que suponía, en muchos
de estos intelectuales una búsqueda de lo “heroico” y del riesgo como
mecanismos para desencajar el aburrimiento de una existencia sin hori
zontes. La “belle époque” se ofrecía como un mundo en estado de som
nolencia; los jóvenes soñaban con otras experiencias, imaginaban una
vida atravesada por el peligro y por lo nuevo (en este sentido se mostra
ban herederos de Baudelaire y Rimbaud, de su necesidad de abandonar
Europa rumbo a comarcas salvajes):
6. En una época como la nuestra donde los intelectuales “progresistas” abominan de toda forma de
romanticismo, por considerarlo reaccionario y fuera de toda actualidad, es siempre oportuno recordar esas
antiguas fi liaciones que marcaron hondamente a algunos de los pensadores más significativos de 1siglo XX.
Al quebrarse el sentido de "lo trágico” -tan presente en Lukács o en Benjamin- y al triunfar el optimismo
socialdemocrático, esa suerte de acatamiento a las reglas del sistema, nuestros intelectuales “progresistas”declaran
su horror ante el pesimismo oscurantista de aquellas tradiciones neorrománticas, ellos prefieren las
comodidades y la mansedumbre del liberalismo contemporáneo, y por sobre todas las cosas, la
tranquilidad que siempre rodea a los actos de las “buenas conciencias". Estar a favor de los vientos
de época es su consigna preferida.
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Mann, a la hora de tener que definir los componentes ideológico-esp¿ri
tuales de la generación de intelectuales de entreguerras, apeló a la si
guiente descripción:
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tre los fragores del combate, ese arrojarse al centro de la tormenta. Pero
ambos compartieron esa tremenda experiencia de “lo bello”, percibie
ran lo nuevo de una época surcada de lado a lado por una estética de la
destrucción, y eligiendo diferentes caminos y actitudes, intentaron pen
sar su época y sus desafíos que, de eso estamos seguros, siguen siendo en
gran parte los nuestros.8
8, Es clave para entender este proceso de esteti'zactón de la guerra el libro de Ernst Jünger, Tempes
tades de acero, porque allí, quizá por primera vez, la guerra es narrada como una suerte de obra de
arte, en la que el horror, el sufrimiento y la violencia tecnológica encuentran, en la escritura
jüngeriana, un modo bello de presentación. Jünger comprende que nos enfrentamos a una nueva
época caracterizada no sólo por la irrupción masiva de la tecnología en la cotidianidad social sino
también por el lugar prominente de la fonna por sobre el contenido, es decir, el triunfo de la estética
como lenguaje de la realidad, allí precisamente, donde esa realidad se hace más Inhabitable y
tenebrosa. La belleza estilística de Tempestades de acero ahorra casi todo comentarlo al respecto, en
esas páginas terribles podemos percibir cómo se irá desplegando el nuevo lenguaje contemporá
neo {Kafka, con su escritura económica y lacónica, tratará de diferenciarse de este esteticismo que
irá invadiendo casi todas las expresiones sociales y culturales hasta alcanzar, en nuestra época, la
radical hegemonía de los medios masivos de comunicación).
9. Más allá del tremendo impacto de la guena, Jünger vislumbra el carácter de la futura sociedad
tardomoderna, da cuenta de la impregnación de la violencia en la ciudad burguesa y anuncia su
tribalización. Ya no hace faltada guerra para canalizar la barbarie social, la destrucción se fusiona
con una nueva fonna del “heroísmo” de lo cotidiano (los análisis de Dialéctica de la ilustración serán
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Jünger describe su tiempo a partir de una estética del peligro y de la
disolución de las formas tradicionales. Para él la sociedad de masas, la
sociedad de la organización, necesita producir rupturas violentas en el
interior de un mecanismo de repetición asfixiante. El triunfo de la razón
y de la técnica lejos de pacificar al hombre lo arroja a una inédita expe
riencia donde la destrucción, el riesgo y el peligro también alcanzan a lo
cotidiano. Para Jünger gracias a esa emergencia del peligro en lo repeti
do es que todavía podemos aspirar a una vida desalienada y aventurera.
La razón somete al individuo, el riesgo lo libera.
El propio Walter Benjamin sufrió una tremenda impresión por el
poder destructivo de la tecnología durante la guerra de trincheras, pero
también se afirmó en la convicción de un “regeneramiento” nacido de
esa terrible experiencia que ponía a la humanidad en contacto directo
con las fuerzas de la naturaleza. Por eso escribió que “es un abismo inson
dable que un día descargará sus poderosas fuerzas dando paso a una re
novada grandeza humana”. “El uso de la imagen del cráter -escribe G.
Carr- y la interpretación cósmica de la guena constituyen puntos de con
tacto entre Benjamin y Emst Jünger [...] En Blatter une/ Steine, por ejem
plo, sostiene que ‘en las profundidades del cráter la guerra posee una
significación que no puede sondar cálculo racional alguno. Los volunta
rios de su gozoso entusiasmo así lo sentían’. Una descripción de los ho
rrores desatados por un obús da una infernal visión del cráter utilizando
imágenes de Dante, Brueghel y Bosch. En esa descripción, que aparece
en el ensayo Feuer und Blut de 1929, el cráter emite una ‘luz mágica’, los
heridos del fondo parecen presos de una ‘fuerza demoníaca’ y el especta
dor no puede apartar sus ojos de la terrible visión; queda aterrado y
fascinado a la vez por la fuerza de la explosión. Para Jünger, al igual que
para Benjamin, el cráter marca la llegada de una nueva era de la tecno
logía, en la que la humanidad tiene a su disposición una ilimitada capa
cidad de cambiar no sólo el mundo sino también la naturaleza de la
humanidad misma. En el lugar del viejo orden con sus ideas de reforma
gradual, ahora había, tras el estallido de la Primera Guerra Mundial, un
mundo apasionante y alarmantemente inestable en el que siempre exis
tía la posibilidad de un cambio súbito y radical. En su largo ensayo de
1932 Dar A rbeitei, Jünger señala que ahora ‘la catástrofe se representa
como un a priori de un cambio en el sentido que lo pensamos'”. Jünger
construye estéticamente su vida, del mismo modo que sólo a través de
una estética del lenguaje puede aproximarse al horror de la guerra que
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acaba ofreciéndole un modelo mítico, suerte de utopía retrospectiva que
le permite mirar de otro modo la realidad de su tiempo. Pocos como
Jünger han logrado expresar con tanta intensidad esa imagen destructiva,
demoníaca y creadora de la guerra en la sociedad contemporánea. Su
original idea de la “movilización total” es deudora de esa metaforización
de la guerra como eje vertebrador de la vida moderna. Jünger compren-
de que la Primera Guerra Mundial significó un paso irreversible del que
no se puede volver y al que hay que profundizar.
■♦
N icolás Casullo
C o n tin u a n d o este viaje por la historia de las ideas, las grandes corrien
tes que construyen este siglo dentro de las primeras décadas, y ha<
ciendo epicentro en la Primera Guerra Mundial y sus consecuencias,
vamos a trabajar sobre un importante espacio histórico en el campo de
las ideas y al mismo tiempo sobre un fenómeno muy particular en él
campo de la experiencia estética y política, constituido por las vanguar*
dias. Espacio histórico, por una parte, porque se constituye en lo social,
en el campo del arte, de la cultura, de la política, y también fenómeno
particular de una época moderna, que es lo que vamos a tratar de analk
zar, en cuanto a la configuración de lo que se entiende por vanguardia
que tanto tuvo que ver en nuestro siglo con las condiciones de lo moder
no y sus crisis, hasta tal punto que hoy, una de las formas de analiza!:
nuestro presente está dado por la reflexión de teóricos y ensayistas, sobre
“la ausencia de vanguardias”, tanto en el campo de la cultura, en el cam-
po del arte, como en el campo de la política, No reflexionaremos sobre
las obras artísticas de las vanguardias desde una perspectiva de estudio
estético. Trabajaremos fundamentalmente sobre textos de la vanguar*
dia, manifiestos, exposición de ideas y principios, en tanto analizaremos
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las vanguardias como parte del mundo de las ideas, de la historia de las
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ideas modernas. Las vanguardias como fenómeno cultural, sociocultural,
político-cultural qué atraviesa una época de lo moderno, para intervenir
como lectura fuerte de la crisis y la crítica de ese tiempo.
Hoy, en lo fundamental, estaríamos hablando -salvo excepciones
porque también hubo vanguardias que terminaron en claras políticas de
derecha- casi globalmente del pensamiento de izquierda en este siglo. En
principio, trataremos de ubicar la emergencia de estas vanguardias, de
este modelo que se da en el arte y en la política, en el contexto cultural
de la primera mitad de nuestro siglo.
Las primeras dos décadas del siglo plantean, con el objeto de enten
der el vanguardismo, una serie de características necesarias de ser com
prendidas: por un lado, aparece un clima de época de aceleración de ¡a
historia. Un clima que se da como experiencia objetiva en el plano social
y económico, avance y desarrollo de formas productivas, avances técni
cos, logros de la ciencia, creencia burguesa en que la ciencia y la técnica
aplicadas resolverían todo, permanentes revoluciones en el campo de la
industria y la economía. En términos objetivos, la historia genera un
momento de aceleración. Así como cien años atrás, en el pasaje del siglo
XVilII al XIX se vivió una aceleración política y cultural, también a prin
cipios de este siglo, el campo objetivo de la historia mostraba que ésta se
aceleraba en sus novedades, en sus modificaciones, en las cosas inéditas
que planteaba. Pero también esta atmósfera de aceleración se daba prin
cipalmente en la subjetividad de los actores de la historia, en la concien
cia de los sujetos históricos. Por ejemplo, podríamos decir hoy que esta
mos viviendo una época de profundos trastocamientos, de fenómenos
de primera magnitud en el campo económico, financiero, industrial, téc
nico. Hoy se .habla de la tercera revolución industrial, de informática, de
la disolución de puestos de trabajo, de enormes mutaciones y metamor
fosis que está viviendo el mundo. Sin embargo, no hay en la subjetivi
dad, en nosotros, un acompañamiento coherente en cuanto a acelera
ción utópica, hacia adelante, de la historia. Básicamente vivimos nues
tras circunstancias asombrados, escépticos, indiferentes, entusiasmados,
pero en general son informaciones que recibimos y elementos que nos
vamos dando cuenta que acontecen en la realidad y trastocan muchas
referencias. Hace diez años teníamos cinco canales de televisión; hoy el
gran público de la Capital Federal tiene sesenta canales de televisión.
Hace dos décadas la computadora era práctica de algunos iniciados, hoy
su despliegue es inmenso en múltiples espacios de trabajo. Son fenóme-
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experiencias altisonantes, incomprensibles, de mal gusto, que decían
hablar en nombre de un nuevo arte y realizaban eventos y exposiciones
en función de cuestionar el arte acaecido hasta entonces. Sin duda, entre
1910 y 1930, se vivió en lo artístico europeo sobre todo, pero también
con influencia en estéticas latinoamericanas de vanguardia, un momen
to extremo, un momento de tránsito de primer orden. En la historia ha
bía quedado por un lado un enorme vacío. Lo vivido, el gran sueño
burgués ilustrado, incuestionable, era ya ilusorio pasado. Toda la gran
promesa de la Modernidad racional, civilizatoria, humanística, utopizada
desde el siglo XVIII, sistematizada a lo largo del XIX, quedaba destroza
da por una guerra donde economía, ciencia, técnica, cultura, habían
contribuido a la gran matanza. El mundo aparece como en ruinas. El
artista se transforma en un exiliado definitivamente, no ya por psicología
personal, por bohemia ideológica, por pose, sino porque el arte no pue
de sortear ese dar cuenta de lo acontecido y de sus secuelas. Se concreta
para siempre el largo divorcio que se venía anunciando entre el artista
burgués y su clase de pertenencia burguesa. Ya no quedan resquicios ni
postergaciones. No hay ningún valor que pueda ser sostenido, realidad
que sacude al arte moderno que se había instituido en la problemática
ética y estética como fundamento de actuación. La palabra, el dibujo, el
color, el sonido, la forma, los modos artísticos se sienten sacudidos por
esa fragua de volver a representar un mundo desfondado, para recobrar
un sentido del arte que dé cuenta de esa relación estético-ética a recom
poner. Todo queda involucrado en la masacre, el asesinato, en el genoci
dio que significa toda guerra. También el arte de lo bello, de las institu
ciones, de las academias, de los museos. Gesto aparatoso, infinito, des
medido del artista, como subjetividad rebelde y al mismo tiempo con
fundida, que busca testimoniar no sólo sobre la sociedad sino ahora esen
cial y fundamentalmente sobre el arte, sobre sus instrumentos, sus técni
cas, sus legados, sus palabras, sus lenguajes, sus códigos, su papel. De ahí
renace el arte, desde una sensibilidad exacerbada, para trazar un valioso
surco en su historia moderna, donde también pero no sólo las vanguar>
dias intervienen. Escritores como Robert Mussil, Franz Kafka, James Joyce,
Thomas Mann, no pertenecen a ningún grupo de vanguardia, pero tam
bién forman parte de un último tramo fecundo de modernismo en el
arte, grandes novelistas de nuestros siglos, que especularán y experimen
tarán con sus específicos materiales estéticos, paralelo a las vanguardias
como el Dadaísmo, el Futurismo, el Surrealismo, lo que ha quedado de
los sueños y los valores de la Modernidad. Precisamente el artista es aquél
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E l TIEMPO DE LAS VANGUARDIAS ARTÍSTICAS Y POLÍTICAS
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de también triunfa la revolución para luego entrar en crisis, y en Italia,
donde hay una enorme posibilidad -sobre todo en el norte industrializado'
de avances de las fuerzas obreras socialistas. Ahí va a surgir un pensador
muy fuerte del comunismo, que es Antonio Gramsci, Esta revolución
también aborta. Pero son cuatro momentos donde aparece y se discute
claramente esta idea que nos interesa a nosotros, que después va a tener
tanta incidencia en la década de los sesenta y los setenta en América
Latina y en nuestro propio país, que son las ideas políticas sobre el mode-
lo de vanguardia, en el campo político.
A hí aparece, ante el posible o concreto derrumbe del Estado bur
gués, de la institucionalización burguesa de la sociedad, la idea de "to-
mar un atajo y asaltar el Estado y producir la revolución”, por medios
violentos, como aconteció en la Revolución Rusa.
Lenin no sólo era el conductor del Partido Socialdemócrata ruso,
sino también un respetado teórico, un gran polemista y un proficuo es-
critor -sus obras completas tienen alrededor de cien tomos- y discutía
continuamente contra cualquiera al que considerase enemigo del verda-
dero legado marxista. Lenin era impiadoso con sus contrincantes, equi
vocado muchísimas veces, categórico en sus acusaciones. Tenía todas las
características de un líder intelectual, y todos los vicios y errores de esa
misma personalidad que condujeron después a las grandes deformacio
nes del modelo comunista en la URSS. El va a decir: “'Para los funciona-
líos de nuestro movimiento el único principio organizativo importante debe ser
e¡ más estricto carácter conspirativo, la más estricta selección de los miembros,
la form ación de revolucionarios profesionales. Si se dan estos elementos, está,
asegurada la constitución de la vanguardia política”. Acá está dando la idea
de lo que él necesita para hacer la revolución; no toda la clase obrera,
que es el actor central que progresivamente va a ir tomando conciencia
y se va a ir incorporando a la lucha. Pero lo que él necesita son profesio'
nales, tipos que estén veinticuatro horas pensando en política. Un obre
ro que trabaja en fábrica doce horas no sirve, según Lenin, para hacer la
revolución, para pensarla. El Partido debe mantener económicamente al
militante, al cuadro político, porque él tiene que estar las veinticuatro
horas pensando cómo puede derrocar a la burguesía. Necesita un grupo
conspirativo. Un aparato de hierro, inexpugnable. Por eso digo que tal
realidad se refiere a la situación rusa. Para Kautsky, que era un político
alemán legal, que tenía una hermosa casa en Berlín, y que era el Secreta
rio General del Partido Socialdemócrata alemán, estas ideas de Lenin le
Nicolás Casulla
V
amos a seguir trabajando el tema de las vanguardias. Habíamos ter
minado la clase pasada con cierto legado nietzschiano que luego se
subsumió como ideología crítica en el mundo del arte y ayudó a configu
rar el perfil del artista de vanguardia. Esa época que denominamos de las
vanguardias concluirá en 1939 con la Segunda Guerra Mundial, y ya no
volverá a ser claramente reactivada hasta la década del ’60, donde esta
experiencia modernista por excelencia reaparece como una suerte de
gesto final de toda una gran y larga época tratando de recuperar, en las
rebeliones juveniles y libertarias, mucho de lo que venimos analizando.
La idea de vanguardia se plantea como profunda crítica y al mismo
tiempo como una utopía de cambio en un determinado momento de lo
moderno, signado básicamente por el episodio de la Primera Guerra
Mundial. Al concluir esta guerra, con las secuelas que deja en Europa,
emerge claramente para la intelectualidad de ese momento, para el artis
ta, el pensador, para aquéllos que conforman el mundo de las ideas, dos
visiones: por un lado la visión de que la catástrofe cultural, espiritual
aconteció, y con ella, la muerte o al menos la agonía de esta narración de
la razón burguesa ilustrada que había prometido la vida plena en la auto
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nomía del individuo asumiendo su definitiva libertad. Por otro lado, el
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fin de la Primera Guerra Mundial coincide con la primera gran revolu
ción social en Rusia, la llegada al poder de la vanguardia leninista. Ya en
1918 Lenin y Tfotsky están en el poder de la URSS. Aparece de manera
rotunda la idea de que “éste” es el momento preciso para cambiar la
historia, para reformular el mundo, para terminar con lo qtie no había
dado resultado. Con el triunfo de este nuevo sujeto de la revolución, el
bolchevique, paradigma de la figura del vanguardista, aparece un am
plio -fanático a veces, dogmatizado otras- campo utópico que cala muy
hondo en el espíritu de las vanguardias en el campo del arte y de la
política. El bolchevique, un “nuevo hombre” victorioso, el artífice de la
revolución, el adelantado de un mundo renovado, el ocupante de un
nuevo Estado prometeico, incidirá no sólo en la cultura de las izquierdas
sino también en los ámbitos de las derechas, como prototipo del impres
cindible actor social que exige la época.
El arte discute ya no solamente sus cuestiones específicas, sino que
se enlaza con todo ese momento, donde va a haber revoluciones frustra
das, como la alemana y la italiana, y revoluciones triunfantes, como la
que se produce en Rusia, impregnado este mundo artístico también por
algo que va más allá del arte, y se entrelaza con planteos políticos expre
sos en relación a las clases sociales en lucha, los hombres proletarios
llamados a transformar la sociedad, la injusticia económica, lo irracional
de un sistema que padeció una guerra devastadora y persiste en anunciar
una segunda contienda bélica. En este marco tienen un reinado muy
fuerte estas ideas, estas prácticas, estas tendencias que se agrupan en
términos de avanzada, de vanguardia, de modelo anticipado al propio
tiempo histórico.
Decíamos que específicamente en las vanguardias artísticas, lo que
surge como elemento determinante y sustentador es un rechazo a la tra
dición estética, pero que no solamente se da en cuanto a las obras artís
ticas que heredaban, sino a la tradición como mundo de valores, de con
ductas, de costumbres, de ideales, de metas, que el artista plantea supe
rar, eliminar, para empezar algo nuevo. En este sentido las vanguardias,
como afirma el téorico marxista de la cultura Perry Anderson, se coagu
lan como “ismos” que procuran adecuar el mundo de valores, conduc
tas, visiones de vida, prácticas del mundo vital, a la altura de la propia
modernización que viene sufriendo la historia en su conjunto. Podríamos
decir que después de casi ochenta años de cierto statu quo, aparece en
Europa, entre 1900 y 1925, este cuadro convulsionado de guerra y revo
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lución, donde se termina un siglo de supuesta paz, la “bella época” del
buen burgués, y la historia concreta otra vez pasa a ser discutida en acto,
en acción, es decir, con un nuevo actor, la masa, inéditamente moviliza-’
da por proyectos, doctrinas, perspectivas de confrontación, malestares
profundos. La vanguardia estética, en ese sentido, se plantea dentro de
su campo, y más allá de él, este rechazo a las tradiciones estéticas,' y a la
vez y concomitantemente la denuncia a las morales, a las costumbres y a
los valores sociales establecidos y anacronizados por los nuevos vientos
de la historia. Plantea que no hay un gusto artístico universal, para siem
pre, sino que cada época, cada tiempo tiene sus gustos, sus modos, sus
formas de expresarse. La vanguardia vienesa, ciudad que también tuvo
sus sectores de artistas avanzados, va a plantearse el lema: “A cada tiem
po su arte, al arte su libertad”. Este tiempo del arte que quiere expresar
su época, estos grupos que quieren expresar en ideas y en creación lo qué
está aconteciendo como escena del presente absoluto, se encuentran en
un mundo ya modernamente reconstituido, el mundo de la gran metró
poli, el de las grandes masas, el de las multitudes, el de la máquina, el de
las mutaciones en el campo de la comunicación, el de la aceleración
técnica, el de la velocidad, las nuevas formas productivas seriadas, el
monumentalismo fabril y los nuevos conocimientos científicos aplicados
de lleno a la industria. También la vanguardia se siente sacudida, aturdi
da por este mundo, que es un presente que necesita su expresión estética
específica, metropolitana.
Van a aparecer distintas variables y tendencias. Lo importante es lo
que en el fondo plantea el artista de vanguardia al mundo. Lo que plan
tea es las formas que adquiere esta otra realidad que se hace presente. La
búsqueda, la expresión, el armado, la constitución profunda y confusa
de otra realidad emergida del conjunto de los acontecimientos y referen
cias que se precipitaron sobre la historia del hombre. El planteo de qué
más allá de la realidad legal, supuestamente “unitaria”, legitimada que
uno vive, hay otras realidades, inéditas, sin antecedentes, críticas, que él
artista se siente llamado a tratar de descubrir y manifestar. Fragmenta
ción, fugacidad, precariedad, irisación de lo real, balcanización de la sen
sibilidad, opacidad de lo evidente, transparéntación del secreto,
desagregación de la experiencia en lo urbano masivo. En las vanguardias
va a darse de distintas maneras esta búsqueda de esa otra realidad que
auténticamente redefine la subjetividad, la sensibilidad del hombre mo
derno, como si por detrás de las apariencias de lo real se percibiese una
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en sus sedes representativas, si toda esta obscenidad y miseria se acaba,
evidentemente todavía puedo abstraer, profundo ademán del espíritu, la
posibilidad de otra vida. El arte de vanguardia, en ese sentido, es un
proyecto de fuerte contenido quimérico en su crítica.
Kandinsky va a decir: "Nuestra alma, que apenas acaba de despertar
después de un largo período de materialismo, lleva dentro de silos gérmenes de
la desesperación que procede de ¡a falta de fe, de la falta de un fin y una meta.
La pesadilla de ¡as concepciones materialistas que han h ech o de ¡a vida de¡
Universo un todo malvado y sin objeto, todavía no ha t e r m in a d o Hay una
profunda tendencia espiritual, de abstracción, de borramiento del mun
do, muy típica de la época expresionista alemana con fuerte carga místi-
ca, donde aparece la condena al materialismo y al interés económico
con que lo burgués funda la historia y el sentido de la historia. Frente a
esto responde el arte de vanguardia tratando de reencontrar el viejo es
píritu del hombre más allá de la posesión de lo económico y de lo mate'
rial. En Kandinsky este camino hacia la espiritualidad expresa el secreto
de la realidad. Ese secreto sería la verdadera realidad.
El arte expresionista básicamente se transforma, entonces, en un gri-
to de alarma, en la abstracción y salvataje de la verdad humana extra
viada. En un. grito que es, no solamente el grito, sino el silencio que
antecede y perpetúa. El artista lo que está demostrando es que lo único
que quedó es grito o mutismo. Como grito no tiene respuesta, después
del grito hay silencio. El artista moderno, vanguardista o no, es aquél
que diría: “Señores, estamos entre el grito y el silencio”. El gtito frente al
absurdo de la vida, de la muerte, del vacío, del dolor, de la no comunica'
ción, del egoísmo, del mal humano. El absurdo de vivir en tales circuns'
tancias. Frente a esto se rebela el artista expresionista haciendo un viaje
hacia su propio interior y reapareciendo desde ahí con una suerte de
secreto descubierto, a partir del cual va a mostrar espiritualmente, o
violentamente, de qué se trata la realidad, de qué se trataba lo real, de
qué se, trataba la verdad de lo real.
Hay otro movimiento de vanguardia, el Futurismo, que es claramente
distinto en aspectos fundamentales a lo que fuimos viendo con respecto al
Expresionismo. El Futurismo es uno de los primeros movimientos de van-
guardia. Nace en Italia, el primer manifiesto es de 1909. Su líder, su
figura conductora, su mayor provocador de conciencias, es Filippo Tomaso
Marinetti. Situado en Italia, una Italia retrasada a principios de siglo,
más rural todavía que urbana, con una densa y pesada tradición cultural.
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Nicoi-As C a s u ij.o
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lio en ruinas, que también era algo paradigmáticamente romántico. La
belleza del acero, de las grandes usinas, del abigarramiento en las ciuda
des. La belleza de una bofetada contra el beso romántico de los amantes.
Dicen satíricamente en un manifiesto que lo mejor es que los amantes se
abofeteen, se tiren de los pelos, pero no vuelvan a besarse bajo la bella
luna en una noche cálida. El movimiento futurista es complejo, ellos, los
que lo integran, son vanguardia, plantean rupturas en el plano de los
lenguajes artísticos, necesidad de innovación de estilos, modos y
cosmovisiones. Trabajan en el exclusivo territorio de una actualidad lan
zada al futuro. Reverencian la técnica y la sociedad productiva a gran
escala. Aman el progreso en todos los órdenes que plantea el sistema
capitalista. Reivindican a los nuevos actores sociales por sobre los viejos.
Llaman a la revolución de las conductas, valores, normas y perspectivas
de vida. Ellos -quizás en términos literarios- son los que más llaman a
romper con la lengua literaria instituida, consagrada, respetada. Tienen
infinidad de manifiestos: "por una palabra en libertad” -como afirman-,
“sin reglas gramaticales para los poemas, sin reglas sintácticas”. Ellos lla
man a abolir los verbos, los adjetivos, los sustantivos y los puntos grama
ticales, a escribir con lo que pueda restar de esa abolición. Es decir, tie
nen la actitud típica de las vanguardias, destruir un mundo estético que
les molesta, o que consideran absolutamente irracional por perimido,
por ancrónico.
El movimiento Futurista en su mayor parte, con Marinetti a la cabe
za, terminará siendo uno de los principales asesores del primer gobierno
de Mussolini en el triunfal ascenso del fascismo en Italia. Terminarán
encuadrados en eso que ellos aguardaban y de pronto vivían, la revolu
ción fascista, desestructuradora del antiguo orden burgués italiano. Algo
les fascina del fascismo, su violencia disruptora, su ideología guerrera, su
desconsideración del débil, su desprecio a la democracia liberal, sus an
sias renovadoras del espíritu nacional. El Futurismo ama y reverencia la
guerra, los cañones disparados, las heroicas trincheras donde se forja un
nuevo sujeto moderno, donde se templa un nuevo espíritu de aventura
cósmica. La vanguardia, en el caso del Futurismo, queda arrobada frente
a los nuevos datos y referencias que anuncian el siglo. Su utopía es la
utopía capitalista exacerbada, pero al mismo tiempo, la desmesura
futurista, plenamente estética, paraciera escuchar y celebrar los latidos
nihilistas que esa misma empresa del progreso cobija. Su grito delirante,
desenfrenado, es reverencial pero ya cínico, bestial, sin matices. Su reía-
Ricardo Forster
1. Este teórico se dictó el martes siguiente a las elecciones presidenciales de 1994, de ahí este
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grafías de las ideas, hablamos de la Viena de fin de siglo, Casullo recorrió
ese espacio arquetípico de una modernidad decadentista, habló de per
sonajes de esa Viena, habló de algunas palabras fuertes de ese tiempo.
También se internó en el camino de las vanguardias, vanguardias políti-
cas, vanguardias estéticas, hombres y mujeres que creían que las palabras
hacían mundos, que era posible todavía aspirar a modificar, a transfor
mar de cuajo la realidad de las cosas; que el arte tenía un destino, que la
literatura todavía podía cambiar las conciencias, que el cine se convertía
en un arma para la revolución, que era posible hacer estallar la realidad
burguesa e inventar otra cosa, que era posible a través del arte modificar
profundamente la espiritualidad, cambiar las conciencias, que todavía
era posible experimentar, enfrentarse a lo nuevo radical, descubrir que
un mundo se cae, ver cómo se va cayendo, pero al mismo tiempo sentir
que se podía soñar con otro mundo u otros mundos.
Yo había hablado de otra generación de pensadores, de intelectua
les, más corridos hacia la derecha, que expresaban una profunda descon
fianza hacia la sociedad burguesa, por supuesto también hacia las alter
nativas progresistas, socialistas, democráticas; una generación, en algún
sentido, también de francotiradores, de personajes que lograron entrever
en los signos de esa época su propia disolución. Si hay algo común en
estos distintos exponentes de un tiempo histórico que se abre hacia fines
del siglo XIX, podríamos decir que tiene, por detrás, una voz anticipatoria
en Nietzsche y que se despliega en las primeras décadas del siglo XX
como profunda reacción ante la crisis de los valores de la sociedad mo
derna decimonónica. Si hay algo común en estos personajes es la necesi
dad de aventurarse por sendas de riesgo, la necesidad de que el pensa
miento, que la obra, que el espíritu sean capaces de preguntar, de inte
rrogar, de mirar donde no se mira. Benjamín decía que sólo se aprende a
conocer la conducta de una sociedad, no cuando la recorremos en sus
acciones diurnas, cuando los buenos burgueses desarrollan sus activida
des, sino cuando por la noche los viejos traperos, los vagabundos, reco
rren los laberintos de la ciudad y recogen los desechos que las buenas
conciencias dejaron durante el día. Esta generación de intelectuales, de
artistas, que abarcan personajes que integraron, algunos, movimientos
revolucionarios, que sintieron la proximidad del apocalipsis civilizatorio,
otros que soñaron con intensidad los esplendores de una nueva socie
dad, otros que heredaron las antiguas tradiciones del romanticismo y se
lanzaron a la elaboración de proyectos utópicos y revolucionarios, te
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nían en común quizás precisamente tratar de mirar a contrapelo, es de-
cir, no observar una sociedad a partir de aquello que esa misma sociedad
consagra como verdadero, como algo esencial, sino tratar de pensar, de
estudiar, de reflexionar las grietas, las fallas, las fisuras, tratar de recorrer
con las armas de la crítica aquellos dispositivos de sentido que intentan
dar cuenta y explicar perfectamente el mundo.
Una de las características generacionales, biográficas, intelectuales,
de estos pensadores de principios de siglo es que todos son hijos de una
enorme crisis espiritual, de una profunda redefinición de la cultura, de
un tiempo histórico que comenzó a revisar profunda y críticamente los
legados centrales de la Modernidad. Todos, de algún modo, son expo-
nentes de un movimiento de revisión crítica, de un intento de reescribir
la gramática profunda de la sociedad moderna.
Podríamos pensar que, en algún sentido, casi todos ellos son deu-
dores de un gesto inaugurado por un poeta, por Mallarmé, poeta
simbolista, cuando habló de la ruptura del pacto de las palabras y el
mundo. Repentinamente, decía Mallarmé, el lenguaje ya no encuentra
la posibilidad de expresar el mundo tal cual es. Por lo tanto, frente a
esa imposibilidad, frente a esa ruptura del pacto, Mallarmé, un creador
de palabras, un inventor de lenguajes, decía que el poeta tenía como
misión navegar en su interioridad para encontrar un nuevo lenguaje
que le permitiese inventar un nuevo mundo. A diferencia de esa co-
rrespondencia e inteligibilidad entre palabra y mundo, entre palabra
conceptual y realidad, que había sido casi un dato intrínseco a la filo
sofía de la Modernidad, filosofía científica, filosofías racionalistas, filo
sofías positivistas, nos encontramos con una ruptura, con un quiebre
del contrato, con una suerte de dispersión del sentido. Ya no se trata de
retratar la realidad tal cual es. La vieja pintura del realismo, del natura
lismo del siglo XIX, dejó paso a una pintura descentrada, a una pintura
de la subjetividad, a una pintura que buceaba en el interior del sujeto,
para encontrar la manera, las estrategias de construir la realidad; es
decir, la propia realidad puesta en cuestión como lugar de apropiación
de un lenguaje objetivo. Aquella vieja tesis de comienzos del siglo XIX
enarbolada por Hegel, uno de los grandes filósofos de la Modernidad,
cuando decía: “Todo lo real es racional y todo lo racional es real”, quedó
profundamente cuestionada; una suerte de ruptura de la cadena de sen
tido entre la realidad y la razón, entte el sujeto del lenguaje y el mundo
de la realidad. Esto implicó una aventura del pensamiento, pero tam
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bién una enorme perplejidad, es decir, había que volver a pensar todo
de nuevo, había que construir sistemáticamente, aventureramente, una
nueva manera de establecer vínculos con el afuera. Esas búsquedas tu
vieron distintas características, significaron distintas estrategias para atra
vesar la crisis de la Modernidad, la crisis de algunas de las ideas que a lo
largo de casi doscientos años le dieron forma a la filosofía, a la cultura
y a la política de la Modernidad. La crisis del concepto de razón, la
crisis del concepto de subjetividad, del concepto de tiempo, del con
cepto de narración, del concepto de realidad, del concepto de progre
so, la crisis del concepto de verdad, del concepto de valor.
Desde Nietzsche en adelante podríamos decir que la estructura va-
lorativa de la sociedad burguesa, de la sociedad moderna, quedó puesta
en cuestión. Desde las profundas revisiones que las vanguardias estéticas
hicieron de la relación entre el sujeto y el mundo a partir del acto estéti
co, también fueron puestas en cuestión las posibilidades de decir, de re
tratar, de ficcionar el mundo. Pero también en el ámbito de los discursos
científicos, en el campo de la física, de la lingüística, la emergencia del
psicoanálisis, significaron nuevos intentos para pensar, para indagar, para
dar cuenta de esta profunda crisis de los supuestos constitutivos del pen
samiento clásico de la modernidad.
Por ejemplo, en la sociología de finales del siglo XIX, en pensadores
como Max Weber, como Durkheim o como Pareto, apareció la necesi
dad de pensar lo que no había sido pensado: el mundo de las masas, la
dimensión de las conductas irracionales. La Modernidad clásica, la Mo
dernidad burguesa, la Modernidad de la Ilustración, había confiado en la
posibilidad de, siguiendo el camino de la razón, dar cuenta de todos los
fenómenos; los fenómenos de las conductas subjetivas, de las conductas
sociales, de las conductas políticas, y sin embargo, en el interior de la
sociedad, en el movimiento histórico complejo de esa misma sociedad,
lo otro, lo obturado, lo que había sido cercenado, o que había sido sim
plemente negado, comenzaba a emerger y lo hacía de una manera pro
fundamente provocativa. Por eso las mejores conciencias de la época,
los pensadores más agudos, comenzaron a recorrer el camino altamente
problemático de interrogar aquello que no tenía voz, escuchar paradóji
camente una voz que no había sido escuchada. Escuchar, en el caso de
Freud, la voz del inconsciente, a través de las fallas, de los lapsus del
lenguaje. Weber, Durkheim, Pareto o Simmel, grandes sociólogos de prin
cipios de siglo XX, trataron de reflexionar sobre los fenómenos ocluidos
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ciplinantes, frente a los campos claramente establecidos, se trataba de
yuxtaponer diversos saberes filosóficos, estéticos, políticos, psicoanalí-
ticos, sociológicos; el saber de la filosofía, el saber del arte, el saber
nuevo, innovador, del psicoanálisis. Pensar la complejidad de un mun
do a partir de una red compleja. Cuando decía que una de las caracte
rísticas innovadoras, perturbadoras, del fascismo fue que supo este tizar
la política, quise decir que el discurso político estetizado del fascismo
fue capaz de penetrar en el interior de aquello que estaba por detrás de
la conciencia de los hombres; fue capaz de interpelar el instinto, el
salvajismo, lo oscuro, lo irracional, pero fue capaz de interpelar todo
eso a través de técnicas y de mecanismos creados por el despliegue de
la racionalidad técnica.
En nuestra clase anterior había hablado de Jünger, del texto de La
movilización total, por ejemplo, o también de los ensayos de Spengler, yo
había tratado de señalar cómo cierto pensamiento de la derecha -en este
caso, Jünger-, había intuido, de una forma terrible, que los tiempos con
temporáneos que se abrían en el interior de las trincheras de la guerra,
implicaban uña síntesis, un cruzamiento de técnica, racionalización e
instinto. Las vanguardias estéticas también imaginaron que era posible,
pero desde otro lado, a través de la expansión técnica, a través de la
fusión de la creación y las nuevas tecnologías, construir otra sociedad,
diseñar otro modelo de humanidad. La famosa Escuela de la Bauhaus, de
Gropius, de Mies, imaginó a través de la columna vertebral que fue la
arquitectura, que era posible relacionar, unir la capacidad estética, la
creación innovadora, con la revolución técnica, con la democratización
de la construcción de la ciudad. Eso mismo, pero transformado, modifi
cado su sentido, convertido en otra cosa (porque los miembros de la
Bauhaus terminaron exiliándose de la Alemania nazi), hizo que muchos
de los elementos que estaban en el interior de las vanguardias fueron
procesados, resignificados por el discurso totalitario, que también se hizo
cargo de la técnica, de la racionalización de las conductas y de la
racionalización social; que también se hizo cargo de la relación equívo
ca, fascinante, entre lo irracional, lo instintivo y el despliegue de la razón
tecnológica. El Nacionalsocialismo no puede ser pensado sólo como el
fenómeno de la barbarie, una barbarie primitiva, de onda y piedra. Tiene
que ser pensado -van a decir los frankfurtianos-, en el interior del des
pliegue de la racionalización técnica del mundo, en el interior de lo que
Jünger denominaba la "movilización total”, es decir, esas sociedades
Ricardo Forster
D etomo algunas ideas^ que había planteado la clase anterior, las cir
cunstancias intelectuales, políticas, sociales, filosóficas de la épo
ca, para tratar de explicar el sentido del itinerario de estos pensadores.
Hoy voy a hablar básicamente de dos de ellos, pertenecientes a la Es
cuela de Frankfurt: Walter Benjamin y The odor Adorno. Yo había plan
teado, recuperando las ideas implícitas en los teóricos sobre vanguar
dias, que una de las características centrales de estas décadas iniciales
de nuestro siglo es esta percepción aguda, muy profunda, del acelera
miento de la historia. Cuando decimos aceleramiento de la historia
-concepto recurrente, estamos planteando, no simplemente el movi
miento, el cambio, la emergencia de lo nuevo y cierta perplejidad fren
te a esos cambios y esas transformaciones, sino cómo, de qué manera,
las conciencias más lúcidas de ese tiempo son capaces de sostener la
mirada frente a una realidad que está cambiando; son capaces de pre
guntar, de indagar y de construir un discurso, una reflexión crítica con
respecto al mundo en que ellos están pensando, construyendo una nueva
perspectiva, una nueva mirada. Aceleramiento de la historia desde la
perspectiva de un cambio radical, profundo, de un época que involu
cra no sólo el discurso filosófico, sino también transformaciones en la
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se muestra de un modo profundamente complejo, confuso, al que hay
que volver a semanrizar, inventando una nueva gramática.
Yo hablaba la clase anterior de ese contrato roto entre las palabras y
las cosas, que aparece ya en la poesía del simbolismo francés, particular-
mente en Mallarmé. Esa primera percepción, absolutamente original y
revolucionaria de que las palabras, el lenguaje, no dan cuenta de la rea
lidad. Frente a ese no dar cuenta de la realidad -dice Mallarmé- de lo que
se trata ahora es de encontrar aquellas sendas propias del sujeto que le
permitan fundar otro lenguaje. Otra manera de imaginar, de crear, de
producir la relación con el mundo. Es como si estuviésemos claramente
instalados en esta idea de la mesa en blanco, esta idea benjaminiana del
carácter destructivo. Destructivo porque precisamente se enfrenta a la
disolución de una trama de valores, de un mundo conceptual, de una
forma de cultura. Pero destructivo en el sentido anarquista del término;
también, en el sentido demoníaco del término, es decir, destructivo como
esa fuerza que galvaniza la potencialidad creativa de los seres humanos,
destructivo porque la época exige movilizar los espíritus, destructivo
porque la sociedad exige el quiebre de aquel orden que ya no puede dar
cuenta de sí mismo, destructivo porque hay que volver a crear, a partir
de una nueva producción de sentido, el sentido del mundo; destructivo
porque se trata de inventar una nueva gramática, un nuevo lenguaje;
destructivo porque desde la estética, desde la filosofía, desde la política,
se está imaginando otro modelo de humanidad. Por supuesto -y esto es
una de las características de lo que venimos diciendo- en el interior de
este laboratorio inmenso que son los primeros treinta años de la Europa
de este siglo, laboratorio donde se están mezclando saberes, sensibilida
des, donde aparecen personajes maravillosos, personajes turbios, o terri
blemente oscuros al mismo tiempo, laboratorio donde precisamente allí
se está produciendo, desde distintas perspectivas, una irrupción del dis
curso, del lenguaje filosófico, político, estético, sobre el mundo, sobre la
sociedad, sobre la realidad, Un laboratorio donde se están gestando las
nuevas corrientes políticas, las nuevas formas de organización de la cul
tura y la sociedad. La Escuela de Frankfurt, hacia finales de los años '20,
es deudora, hija legítima de esta irrupción de un pensamiento que inten
ta volver a construir el sentido, volver a dar forma a una gramática.
Desde esta perspectiva también es importante señalar que Adorno,
Benjamín, Horkheimer, Marcuse, los miembros de la Escuela de Frankfurt,
intentan indagar en aquellas tradiciones que creen que todavía tienen
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se muestra de un modo profundamente complejo, confuso, al que hay
que volver a semantizar, inventando una nueva gramática.
Yo hablaba la clase anterior de ese contrato roto entre las palabras y
las cosas, que aparece ya en la poesía del simbolismo francés, particular
mente en Mallarmé. Esa primera percepción, absolutamente original y
revolucionaria de que las palabras, el lenguaje, no dan cuenta de la rea
lidad. Frente a ese no dar cuenta de la realidad -dice Mallarmé- de lo que
se trata ahora es de encontrar aquellas sendas propias del sujeto que le
permitan fundar otro lenguaje. Otra manera de imaginar, de crear, de
producir la relación con el mundo. Es como si estuviésemos claramente
instalados en esta idea de la mesa en blanco, esta idea benjaminiana del
carácter destructivo. Destructivo porque precisamente se enfrenta a la
disolución de una trama de valores, de un mundo conceptual, de una
forma de cultura. Pero destructivo en el sentido anarquista del término;
también, en el sentido demoníaco del término, es decir, destructivo como
esa fuerza que galvaniza la potencialidad creativa de los seres humanos,
destructivo porque la época exige movilizar los espíritus, destructivo
porque la sociedad exige el quiebre de aquel orden que ya no puede dar
cuenta de sí mismo, destructivo porque hay que volver a crear, a partir
de una nueva producción de sentido, el sentido del mundo; destructivo
porque se trata de inventar una nueva gramática, un nuevo lenguaje;
destructivo porque desde la estética, desde la filosofía, desde la política,
se está imaginando otro modelo de humanidad. Por supuesto -y esto es
una de las características de lo que venimos diciendo- en el interior de
este laboratorio inmenso que son los primeros treinta años de la Europa
de este siglo, laboratorio donde se están mezclando saberes, sensibilida
des, donde aparecen personajes maravillosos, personajes Surbios, o terri
blemente oscuros al mismo tiempo, laboratorio donde precisamente allí
se está produciendo, desde distintas perspectivas, una irrupción del dis
curso, del lenguaje filosófico, político, estético, sobre el mundo, sobre la
sociedad, sobre la realidad. Un laboratorio donde se están gestando las
nuevas corrientes políticas, las nuevas formas de organización de la cul
tura y la sociedad. La Escuela de Frankfurt, hacia finales de los años ’ZO,
es deudora, hija legítima de esta irrupción de un pensamiento que inten
ta volver a construir el sentido, volver a dar forma a una gramática.
Desde esta perspectiva también es importante señalar que Adorno,
Benjamín, Horkheimer, Marcuse, los miembros de la Escuela de Frankfurt,
intentan indagar en aquellas tradiciones que creen que todavía tienen
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mucho para decir. Porque éste es un elemento también decisivo para
comprender esta época: no se trata sólo del gesto destructivo de la tabula
rasa, se trata también de hacer presente aquellas tradiciones que pueden
ofrecerle al pensamiento crítico un instrumental adecuado para pensar
intensamente su propia trama histórica. En este sentido, en Adorno, en
Benjamín, aparece claramente una lectura de las tradiciones modernas,
una lectura de Marx, una lectura de Hegel, una lectura cada vez más
intensa y decisiva de Fteud, una lectura de las corrientes estéticas, parti
cularmente del romanticismo, una lectura de ciertas filosofías pesimistas
o críticas de la cultura decimonónica, Schopenhauer, Kierkegaard; una
lectura atenta y una influencia decisiva del pensamiento de Nietzsche;
también una deuda importante con la renovación del pensamiento so
cial, particularmente de esta visión crítico-sociológica de Max Weber, la
idea de la racionalización burocrática de la sociedad y del proceso de
desencantamiento del mundo. Cuando Weber dice “desencantamiento
del mundo” hace referencia a la constitución de la naturaleza como mero
objeto de conocimiento o de uso, su absoluta profanación, su pérdida de
sacralidad, de misterio. Es decir, lo oscuro, lo otro,^lo sagrado de la natu-
ratezaTqueda absolutamente despojado a partir de la irrupción de la mi
rada helada de la racionalidad instrumental. La naturaleza como espacio
de sombras, como espacio de vitalidad, CQmojun otrcTjleno de misterios,
lleno de oscuridades, de promesas y Líi i ubi én cíe cátás trofc s, queda con
vertida, en el mejor de los casos, en una estructura cuantificada, en un
ámbito para ser atravesado por la “luz" de la razón, una luz helada de la
razón, y también, para ser modificado profundamente por el nuevo arse
nal técnico-científico.
Frente a una concepción muy fuerte en el desanollo de la Moderni
dad, una tradición que precisamente construye una concepción de la
razón como lugar hegemónico central, una razón que da cuenta de los
misterios de la naturaleza, que le permite al hombre repensar y organizar
la sociedad, que ha podido mantener a distancia aquello que tiene que
ver con lo instintivo, lo irracional, la violencia, la barbarie. Frente a esa
historia ejemplar o autolegitimadora de la razón propia del siglo XIX,
que tiene que ver también con esta concepción que definimos como la
ideología del progreso -una humanidad que marcha inexorablemente
hacia la construcción de ün mundo cada ve'¿ más perfecto, amparado en
el despliegue de la razón, de la técnica y de la ciencia-, no solamente en
la Escuela de Frankfurt sino ya en la tradición del romanticismo a princi-
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píos del siglo XIX, en Islietzsche, en los primeros grandes pensadores de
las ciencias sociales de finales del siglo XIX, principios del XX, en
Durkheim, en Tónnies, en Weber, en Simmel, en Pareto -y también en el
campo de esta nueva forma de pensar que es el psicoanálisis', aparece la
sospecha, la necesidad de tener que leer aquello que fue obturado, ca
muflado, ocultado, por esta autolegitimación de la razón. Eso otro que
aparece y que tiene que ver con fenómenos asociados a lo instintivo, lo
irracional, lo nocturno -en esta reflexión de pensadores como Weber, y
después como Adorno, como Benjamín- no suponen un otro radical de
la razón, es decir, la razón pura, virgen, “que consagra una sociedad que
puede aspirar a la armonía”, como si esta misma razón quedase absoluta
mente ajena a estos'fenómenos de irracionalidad, de masificación, de
violencia, de producción intensiva de tecnologías de la destrucción. Una
de las características centrales de la época es precisamente la fusión, el
cruce, de un dispositivo desplegado por la razón como producción tec
nológica, como transformación de la naturaleza, que se une ahora a algo
no esperado ni aparentemente querido por ese despliegue, que es la ma
siva destructividad de cuerpos y de cosas. Pero también otro fenómeno,
mecanismos más sutiles y profundos que tienen que ver con la
racionalización social, con lo que podríamos llamar la época de la indus
trialización masiva, la época donde los individuos se despersonalizan,
pierden su identidad, enajenan esa identidad que provenía de viejas tra
diciones y comienzan a ser incorporados a estructuras cada vez más abs
tractas, más homogéneas, y al mismo tiempo más universales: la fábrica,
el Estado. Una de las características más ejemplares de estos finales del
siglo XIX y principios del siglo XX, es la definitiva entronización del
Estado como una máquina de producción sistemática de racionalización
social, economización de la violencia, de creación de todo uñ ámbito de
dominio donde el individuo queda completamente heteronomizado; es
deudor exclusivamente de las demanda.s^gue ahora emergen de este nue
vo actor de época,que ^e^ el Estado. ¡Este proceso de despliegue de la
razón lleva implícitamente, a su otro: la violencia, la irracionalidad, pero
también la tecnologización del mundo, la masificación, la racionalización
burocrática, el desencantamiento de la naturaleza, los procesos de pérdi
da de identidad, de brutalización urbana, de anonimato social.JNo son
ajenos a la razón, sino que son un momento “casi inevitable de su des
pliegue histórico”. Esto es lo que descubren estos pensadores, y este va a
ser uno de los temas centrales de la reflexión frankfurtiana, las responsa
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sentido, de yiolencia y de producción intensiva de nuevas formas de
barbari^^“El conflicto^ -escribe Eduardo Subirats- entre una razón
civilizatoriá'que-sólo existe para el hombre que la forja, y se encuentra, a
su vez, al margen del hombre, y la conciencia, derivada de ello, de que él
mundo escapa de todos modos a la voluntad de los individuos, no plan-
tea la necesidad de una solución o de una resistencia moral, en la que el
sujeto vuelva a adquirir el sabor de la hegemonía histórica que le brindó
la filosofía ilustrada, sino más bien la imposibilidad misma de semejante
alternativa. La disolución del sujeto en el orden del conocimiento y de la
realidad histórica objetiva significa la destrucción de la razón en tanto
que subjetiva. El orden de la racionalidad históricamente efectiva acaba
a un mismo tiempo con la hegemonía teórica del sujeto a través del
conocimiento y con la hegemonía moral del sujeto a través de la ley”.
Si hay algo que queda cada vez más claro para los pensadores de la
época es que toda forma de pensamiento está inexorablemente enfrenta
da a su propio naufragio. Que todo intento de. construir un absoluto, de
fundar un sistema, de encontrarle un sentido mayúsculo a la historia y a
la marcha de la sociedad está profundamente amenazado de muerte. Es
casi una contradicción del propio pensamiento filosófico, crítico, inten-
,tar construir de una manera absoluta un sentido en la historia. Y si hay
algo que está desbarrancado, algo que ha entrado profundamente en
crisis es esta demanda propia de la Modernidad decimonónica, propia de
las grandes construcciones sistemáticas del siglo XIX -pienso en la filoso
fía de Hegel, pienso sin dudas en el marxismo o en la tradición liberal-
que intentaron dar cuenta de los secretos de la historia, de las estructuras
más profundas de la sociedad, de la comprensión sistemática de la natu
raleza. La crisis del pensamiento social, del pensamiento filosófico, del
pensamiento científico de finales del siglo XIX y principios del siglo XX
pone en cuestión la'posibilidad de construir sistemas explicativos y
omniabarcativos. Esto implica que es casi imposible volver a producir
sentido del modo en que ese sentido era producido por las grandes ilu
siones nacidas de las filosofías modernas, desde Descartes en adelante.
Nos encontramos ante la intemperie del pensamiento, ante un tenitorio
virgen. Es como un viajero que no va a recorrer él 'mundo con la guía
turística en sus manos o a través de una agencia, sino que recorre el
mundo a partir de lo que no conoce, a partir del misterio del mundo, de
lo incógnito, y que en ese incógnito, én ese misterio, en ese perderse, va
descubriendo la fragilidad de su propio pensamiento; pero al mismo tiem
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po va descubriendo que no hay otra oportunidad que viajar, que salirse,
que quebrar las fronteras, que transgredir el orden establecido. El orden
como norma, como ley; la lengua como escritura estanca. Cuando
Mallarmé planteaba esta ruptura del contrato, cuando en las reflexiones
de Benjamín sobre el lenguaje hay una apelación a un lenguaje primor
dial, a un lenguaje de la verdadera comunicación frente al lenguaje de la
representación -que es un lenguaje del dominio de las cosas y no un
lenguaje de la armonía con las cosas-, aparece una nostalgia por lo perdi
do, por una razón que se ha desestructurado, por una promesa, por una
ilusión, por una utopía de la Modernidad evaporada, que en estos pensa-
dores es muy fuerte.
Al comienzo de la Dialéctica de ja Uusuación. Adorno y Horkheimer
explican, como una declaración de principios, que ellos no van contra la
Ilustración, no van contra los ideales de libertad, de igualdad de la Ilus
tración, contra el espíritu crítico de la Ilustración. No van contra esa
demanda inherente a lo mejor del espíritu ilustrado que supone perma
nentemente interrogar el orden de las cosas. Ellos están contra el proceso
de mitificacLÓn que la razón ilustrada opera sobre sí misma, cuando la
razón se convierte en absoluto, cuando la razón se convierte en señora
del mundo, paridora de todos los secretos para entender el orden de la
naturaleza, para dar cuenta de las contradicciones de la sociedad, para
dar forma a aquellas leyes que le permitan al pensador entender todo
este curso de la historia. Contra esa razón convertida en mito, cristaliza
da, homogénea, diurna, una razón “racionalizada”, técnico instrumental,j
dominadora; contra ese modelo de razón -que va a ser solidaria de los'
procesos de despersonalización social, de masificación, de enajenación,
de crisis de las estructuras tradicionales-, se van a lanzar los pensadores
de Frankfurt. Ellos saben perfectamente que quizás estamos frente a lo
que se puede denominar una aporía. Una aporía es aquel discurso que,
en función de la crítica a la que se somete a sí mismo, no tiene posibili
dad de encontrar una alternativa de salida. Lo más extraordinario del
pensamiento de Benjamín, o particularmente del pensamiento de Ador
no, es que se enfrentan a sus propias incertidumbres, a sus propios lími
tes, a la imposibilidad, quizás, de proponer.
En un texto muy bello, que es Filosofía y superstición, Adorno dice
respecto de la filosofía: “Sólo el pensamiento que, sin reservas mentales, sin
ilusiones de reinado interior, confiesa su carencia de funciónysu impotencia,
alcanza quizás una rn/ón del orden de ¡o posible, del no-arte, en el que los
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hom bres y las cosas estarían en su sitio propio. Porque no sirve para nada, por
eso, no está,aún caduca la filosofía” Este es el punto. Frente a una socie-
4ad-y-a.aio^discurso dominante que ha hecho del pragmatismo, de la
^funcionalidad/ del eficientismo, de lo necesario, de lo útil, el fundamen
to de toda legitimidad posible, Adorno apela a una idea que parece ab
solutamente ingenua, quizás: la inutilidad, el rechazo de toda forma de
funcionalización del pensamiento. Porque el discurso filosófico ha sido
convertido en la academia, en el mejor de los casos, en discurso episte
mológico. Es decir, en una trama discursiva que intenta dar cuenta del
lenguaje de las ciencias, pensar el discurso científico, ofrecerle concepto
y teoría a la producción de la ciencia contemporánea. Adorno dice que
aquí se ha producido un nuevo tipo de servidumbre. Era preferible la
vieja servidumbre medieval de la filosofía con respecto a la teología, que
por lo menos tenía al absoluto y a Dios como un fin, es decir, el infinito,
que estas nuevas formas de confinamiento, de esclavitud, a un discurso
completamente funcional izado y determinado por el universo científico
técnico. Se trata de devolverle_aL_¡^jUogofla la tradición d e ja crítica, la
Jradición de la interrogación, J a sensación de estar en desacuerdo con el
orden deTlas cosas. No un pensamiento periodístico, un pensamiento
que relata lo que es, sino un pensamiento desacomodado, que siente
malestar frente al orden establecido, que intenta incorporar las tradicio
nes de la crítica, encuna época donde la crítica también es funcional izada.
Adorno dijo en una frase famosa y mal comprendida, que "después de
Auschwitz es imposible escribir poesía, porque la belleza en su totalidad fue
puesta en cuestión”. Adorno no estaba diciendo que era imposible que un
hombre, una mujer, un joven, escribiera poesía, sino que la capacidad
creativa de los hombres, la ingenuidad humana había quedado comple
tamente quebrada en la experiencia de la barbarie. Que esa experiencia
de la barbarie había llevado a la humanidad a un límite del cual era muy
difícil salir. A un límite de lo indecible, a un límite del lenguaje, a un
límite, también, del pudor. Adorno recupera aquella idea nietzscheana
-que me parece siempre superlativa y que sirve para pensar los medios de*
comunicación: El problema del hombre moderno, decía Nietzsche, es
que ha tocado todo con sus manos, que ha perdido el-"pudor, que ha
perdido esa sensación de la distancia, del respeto de lo otro. E^a actitud
de pérdida del pudor lo ha convertido en un ser carente„de sensibilidad:
todo lo puede decir, todo lo puede tocar, todo lo puede hacer. Este es un
rasgo muy fuerte de la Modernidad, este hacer prometeico, esta suerte
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reemplazo intensivo de Dios. Frente a esta imagen de una razón volup
tuosa, productiva, pragmática, funcional, Nietzsche -y en esta lectura
que Adorno haría de él- plantea el pudor de la filosofía, el pudor de la
contemplación, el pudor del lenguaje, el cuidado de las palabras frente
al dolor, frente al sufrimiento humano, frente a la barbarie. Los medios
de comunicación han perdido radical y absolutamente el pudor. Traba-
jan en el seno de una enorme prostitución de ese necesario pudor que el
lenguaje tiene que tener respecto al mundo. Benjamin, en un texto ma
ravilloso, decía que si a la naturaleza le fuera otorgada la palabra, no
alcanzarían los libros del mundo para manifestar su sufrimiento. Allí, en
esto que olvidamos, en esto otro de la cultura contemporánea, en esto
otro de los procesos de transformación de la naturaleza, de racionalización
social, del despliegue malsano de algunas de las formas estructurales de
la Modernidad ilustrada, encontramos precisamente ese otro modo de la
razón. Encontramos aquello, que hay que someter a la crítica, aquello
que es necesario pensar a fondo. También aparece la idea de un pensador
que se convierte en alguien profundamente ajeno a los saberes estableci
dos. Si hay algo casi paradigmático de la biografía de Walter Benjamín es
esta permanente marginalización, esta permanente marginalidad de su
pensamiento, muy semejante a la experiencia de Nietzsche, que también
fue un viajero, un hombre que transgredió fronteras geográficas, filosófi
cas, psicológicas. Benjamín se convierte quizás en el último espíritu
voltaireano de la Europa de entreguerras, un espíritu que todavía cree
profundamente en un ideal cosmopolita, en un tiempo donde los nacio
nalismos, las formas arraigadas de la barbarie política están cristalizando.
Benjamín todavía se ofrece a sí mismo como un transgresor de las fronte
ras, como un viajero del pensamiento, un hombre que no se queda en un
solo sitio, un hombre que supone que a una ciudad sólo se la conoce
cuando se ha aprendido a perderse en ella. El pensamiento tiene que
aprender a perderse en la compleja trama de la cultura moderna. Tiene
que aprender a.perderse, para poder pensarla más allá de toda hipocresía,
en su intensiva producción de barbarie, también. Como cuando citaba a
Baudelaire, y decía: “A qu í tenemos a un hom bre -Baudelaire está pensan
do en el vagabundo, en el trapero- que deberá recoger la basura del pasado
día en la capital. Todo ¡o que la gran ciudad arrojó, todo lo que perdió, todo lo
que ha despreciado, todo lo que ha pisoteado, él lo registra y lo recoge. Coteja
los ana/es del libertinaje, el cafarnaun de la escoria, aparta las cosas, lleva a
cabo una selección acertada, se porta como un tacaño con su tesoro y se
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tará la forma de cosas útiles y agradables”. Aquél que hurga en la basura, en
los restos, en lo que quedó de lo diurno. Esta descripción, dirá Benjamín,
es una única, prolongada metáfora del comportamiento del poeta según
el sentir de Baudelaire. Trapero-poeta, a ambos les concierne la escoria,
ambos persiguen solitarios su comercio en horas en que los ciudadanos
se abandonan al sueño. Y en un poema de Blake, con el que Benjamín se
sentía profundamente identificado, Blake decía: “Ver el mundo en un gra
no de arena y el cielo en una ñor silvestre. Sostener la infinitud en la palma de
la mano y la eternidad en una hora”. Frente a las grandes construcciones
sistemáticas, frente a los discursos elocuentes, cargados de verdad, cons
tructores de sistemas, aparece esta necesidad de auscultar lo pequeño, lo
huidizo, aquello que se sustrae a la mirada. Pensar el resto, pensar el
fragmento, pensar una filosofía de la intemperie, un pensamiento que de
ninguna manera puede ser própósicioñál, pensar un pensamiento de lo
negativo. Lo positivo viene dado, dice Kafka, de lo que se trata es de
hacerse cargo de lo negativo. Diría Benjamín: pensar a contrapelo la
historia, la cultura. Meterse por los intersticios de la producción de sen
tido, para quebrar toda legitimidad. Este es un pensamiento complejo.
Es un pensamiento que plantea ese punto muy fino, ese camino por el
desfiladero, entre la necesidad de producir nuevas formas de sentido, y la
certeza, que se convierte en dolor, de que ese sentido se ha quebrado.
Pensemos en los años ’20, Jen los años '30, en ese interregno que va
„desde la Primera Guerra Mundial a la expansión del Nacionalsocialismo.
La sensación, la percepción de época de un pensador como Benjamín, la
sensación de un mundo en crisis, la sensación de una cultura que ha
producido intensivamente su propia destrucción; la sensación de orfan
dad a la que nos enfrentamos, la necesidad urgente de tener que dar
cuenta de esto que nos está aconteciendo. En Benjamín, entonces, apa
rece esta necesidad de juntar tradiciones. Ya no podemos pensar desde
un solo lado. Ya no podemos decir las cosas exclusivamente recostados
sobre una manera de pensar el mundo, sobre una tradición (Marx, por
ejemplo). Ahora es necesario escuchar otras voces, encontrar otras tra
diciones, leer de otra manera, romper las estructuras dogmáticas. Viajero
de los márgenes. Eso es Benjamín, y en un doble sentido: marginal del
mundo académico, su vida transcurre diaspóricamente, viajando, ha
ciéndose cargo de aquella imagen baudelaireana. Los verdaderos viaje
ros son sólo aquéllos que parten por partir, personajes destinados a cons
truir una escritura de la dispersión, del fragmento, de lo inconcluso, una
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marginalización que le permite purgar su pensamiento laberíntico, pero
a salvo de las concesiones espúreas, las que surgen de las necesidades
impuestas por el reconocimiento académico, y no las que nacen del ham-
bre y del imperativo de sobrevivir. El viaje hacia los márgenes impulsa
traumáticamente el acto creativo, exacerba la función de la palabra.
Doble, entonces, el sentido. Allí en los umbrales se congestiona el gesto
de la escritura y el ensayista se atreve a internarse por aquellas callejuelas
que esconden algunos de los segmentos constitutivos de la cultura mo
derna. Una biografía atravesada por el exilio, como la de Benjamín, apren
de a escudriñar, a mirar de otro modo, a templar el espíritu crítico. Se
desprende, en su errancia ecuménica y apatrida, de cualquier simbología
del absoluto. Se enfrenta, aunque no lo quiera, al poder del padre. Es
duro separarse, por así decir, de la última orilla. La frase de Schelling
acompaña vitalmente a Benjamín. Le devuelve una y otra vez las imáge
nes fantasmagóricas de un mundo en estado de catástrofe. Pero también,
y a través de la rememoración, lo suelda con la infancia perdida, con la
espontaneidad despreocupada de quien habita una sólida casa.
Aquí aparecen, en Benjamín, una serie de elementos importantes,
centrales: la recuperación de la infancia. El mundo de los adultos, el
mundo burgués, el mundo que ha aniquilado los sueños, es el mundo de
la utilidad, de la funcionalidad; es el mundo donde las cosas se hacen de
acuerdo a un sentido. Es el mundo que le ha quitado a los objetos su
misterio, su fantasía, su maravilla. Es un mundo serio, un mundo sin risa,
que ha agotado la incógnita de la existencia. En cambio, dice Benjamín,
el mundo de la infancia es como el mundo del coleccionista; cada obje
to, para el niño y para el coleccionista es algo único, algo indescifrable
en su infinitud. Algo que hay que proteger, que cobra vida propia: el
niño dialoga con las cosas, deja que las cosas golpeen sobre su sensibili
dad. Le devuelve al mundo su vitalidad, su ser. Es amable, es pudoroso,
diría Benjamín, con la naturaleza, con sus objetos. Los objetos no son
cosas listas para ser usadas, para ser manipuladas, para ser transformadas.
Los objetos cobran vida. Los objetos tienen vida, como dentro de una
colección. Cualquiera de ustedes, en algún momento de su infancia, han
tenido ese último gesto de humanidad que es el arte de la colección,
sintieron la importancia decisiva, fabulosa, de esa cosa, ese objeto, de
vivir algo intenso, algo poderoso, central. Benjamín dice que es como si
en los niños todavía lo azaroso, lo fortuito, lo inesperado, se volviese
realmente vínculo con el mundo. Aquí Benjamín no está pensando en
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los niños; está pensando en la sociedad moderna, pensando un modo de
relación. Está yendo más allá de la reflexión sobre la infancia, está tra-
tando de indagar qué pasa con el hombre, qué pasa con nosotros cuando
hemos llegado al límite del desencantamiento del mundo, cuando he
mos perdido el misterio de las cosas, cuando hemos perdido nuestra ni
ñez, nuestra infancia, nuestra libertad. Benjamin dice que aquél que no
se ha escapado de su casa en algún momento de su infancia o de su
pubertad, jamás reencontrará en su vida el verdadero sentido de la liber
tad. Esto que es metafórico, que para algunos representó una oportuni
dad, pero para la mayoría, no, es un modo de pensar también la sociedad,
esa sociedad que parece que nos impide salimos de ella. El gesto de trans
gredir, de quebrar la frontera, de convertirse en un tránsfuga, en un via
jero, en un bohemio de las discursividades establecidas, es una manera
de proteger el resto de infancia que todavía queda en nuestro pensa
miento. El pensamiento que pierde la infancia, diría Benjamin, se vuelve
frío, helado, y se convierte en discurso instrumental. En este sentido apa
rece precisamente esta concepción benjaminiana de "auscultar lo pe
queño”, dejar que no pase desapercibido lo minúsculo; de mirar con un
microscopio la pluralidad de la vida. Qe tratar de recoger los restos, los
fragmentos, no como expresión de la agonía del mundo, sino como hue
llas que le permiten al viajero intelectual, al hombre sensible, recorrer el
camino del peligro y de la catástrofe. Huellas que permiten recorrer la
memoria, que permiten armar tradiciones que están en vías de extin
ción. Este es el sentido de lo que Benjamin está planteando, que es la
misma relación quizás, que la que se establece con los libros. Difícilmen
te, para aquéllos que tuvieron la felicidad de la lectura infantil -felicidad
que se va gastando aceleradamente en nuestros tiempos-, uno vuelva,
como adulto, a recuperar la sensación de pertenencia, de pérdida, de
exaltación, de totalidad, que estaba inscripta en esa lectura infantil. Uno
era ese mundo de la infancia, uno era esa aventura del personaje. Uno
era Sandokán, era Tom Sawyer, o quien fuera. Hay un atravesar la narra
ción, y hay un crear desde la narración una relación con lo real. En
Benjam in aparece muy claro este despojamiento de la sociedad
massmediática, industrializada, desespiritualizada, homogeneizante y
cuantificadora que está operando precisamente sobre ese misterio de la
nanación, del libro.
En un texto bellísimo, que se llama D esembalando la biblioteca, él
dejó constancia de su relación profunda con los libros. Benjamin vivió
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atravesando fronteras, de ciudad en ciudad, especialmente a partir de
1933, cuando el nazismo ascendió al poder en Alemania e inexorable-
mente tuvo que seguir el camino del exilio. Vivió en Berlín, en Riga, en
Nápoles, en París, en Ibiza, en distintas ciudades, siempre en una situa
ción de fragilidad, de pobreza, y relata lo que significaba pata él llegar a
un lugar, y frágilmente establecido, desembalar la biblioteca: cada libro
que sacaba era un recuerdo, decía, un recuerdo de un modo en que se
apropió de aquellas ciudades donde adquirió esos libros. Libros adquiri
dos en viejas librerías, en librerías donde uno puede encontrar lo que no
se encuentra en la ciudad diurna. Libros buscados a través de la laberíntica
ciudad, libros que le hicieron perderse en la ciudad, libros que le permi
tieron aprender de otro modo. Libros que me devuelven un fragmento
de mi memoria, dice Benjamin, porque la memoria se vuelve fragmento.
Esto es muy borgiano, o Borges sería muy benjaminiano. Es decir, la me
moria vive en la literatura, vive en los libros leídos, en los libros amados,
en los libros que están en la estantería de la biblioteca para simplemente
ser contemplados, acariciados, para simplemente saber que están allí,
aguardándonos. Hay una profunda reivindicación en Benjamin de la
cultura del libro. La cultura del libro como una casa, como una patria.
Hay un carácter judaico profundo en Benjamin; los judíos -hasta hace no
mucho tiempo- eran el pueblo del libro, su patria era un libro, construido
sistemáticamente a través de las generaciones, del trabajo intenso de la
interpretación, de la lectura continua. Un libro: una patria. El universo. El
infinito. Benjamin es, de algún modo deudor de esta idea del libro como
infinito. EL libro como aventura, como frontera abierta. Pero también apren
dió a conocer las ciudades del modo como quedan los secantes, dice, cuando
los pegamos a la hoja, después de haber escrito con tinta y vemos cómo los
trazos se han mezclado de forma laberíntica. Así se conoce una ciudad. Así
se conoce, dice Benjamin también, una mujer.
Leo un texto de Benjamín sobre los libros, que me parece bello:
“Desempacar libros siempre es fascinante. Un acto de com plicidad con la
historia personal, trátese de regalos, de nuevas adquisiciones, o del reencuentro
con parte de la propia biblioteca guardada, encajonada h ace tiem po, antes
de que se iniciaran los exilios, los viajes forzados, los abandonos. Regados en
e l suelo, entre cajas, papeles y virutas, se asoman ¡os recuerdos. Primeras
ediciones, rarezas bibliográficas, libros infantiles con hermosas ilustraciones.
Encuadernaciones delicadas, citas, también; proyectos de obras propias,
autores amigos y otros (...) Ya h ace rato que pasó ¡a mejíanocfre, y tengo
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ante mí la última caja, a m edio vacía. Otras reflexiones se apoderan de mí.
N o exactam ente reñexiones, sino imágenes, recuerdos. Recuerdos de ciuda
des donde h ice tantos descubrimientos: Riga, N ápoles, Munich, Moscú,
Florencia, Basilea, París. Recuerdos de las salas prestigiosas de la librería
R osenthal de Munich, de la Stockturm de Dantzig, donde vivía el difunto
Hans Raue, De la tienda de Süssengut, especie de sótano que olía a m oho.
Recuerdo de las habitaciones que cobijaron mis libros: mi tugurio de Munich,
mi pieza de Berna. Recuerdo de la soledad de Iseltwald, al borde del lago de
Brienz. Recuerdo, por fin, de mi cuarto de niño, de donde n o provienen más
que cuatro o cinco de los miles de volúmenes que empiezan a amontonarse a
mi alrededor. Felicidad del coleccionista. Felicidad del hom bre privado" De
tras de esto, que aparece muy poético -Benjamín era un ensayista, un
paseante de la filosofía- está la idea de que el hombre tiene que recupe
rar su verdadera privacidad, tiene que recuperar aquello que le está
siendo expropiado por los procesos de racionalización social, de
burocratización masiva de la sociedad. Para recuperar esa interioridad,
esa capacidad, es fundamental dejar que los recuerdos, las remembranzas,
las rememoraciones, aquello que Proust ^que Benjamin leyó y tradujo
al alemán- denominábanla memoria involuntaria”, aquello que está en
lo profundo de nuestro ser, de nuestro cuerpo, de nuestra imaginación,
de nuestra conciencia, y que sorpresivamente aparece cuando algo se
nos cruza en el camino: un olor, una forma, en el caso de Benjamin, un
libro, un modo de desplazarse a su propia infancia, un modo de recons
truir una historia cultural, dejar que todo eso resquebraje nuestras
obnubilaciones. A través de la reconstrucción de una biblioteca,
Benjamin lo que está haciendo, es la biografía y la genealogía de una
cultura. De una cultura que está incinerando libros, porque 'tomemos
esto en cuenta' él es un exiliado de aquel sistema político que está
quemando libros, que está construyendo gigantescas hogueras, donde
el patrimonio intelectual de la cultura occidental está siendo devorado
por las llamas. No es gratuita la reflexión benjamineana. Está pidiendo
recuperar el honor del libro, recuperar la memoria guardada entre sus
páginas, recorrer esos miles de volúmenes como una forma de resisten
cia en el exilio, una forma de resistencia del apátrida. Ha perdido el
pasaporte, no tiene nacionalidad, huye; sin embargo, encuentra un re'
fugio, una patria. No una patria de los fervores nacionalistas, de la
sangre, de la tierra, de la espada; sino esa patria mucho más compleja,
abierta, abigarrada, multívoca, que es la patria del libro. La patria del
libro como memoria de una cultura.
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Acá Benjamin agrega un concepto que me parece también central:
memoria de la cultura, que no es sólo memoria de lo feliz de esa cultura,
no es sólo memoria de las producciones bondadosas de la cultura, sino que
también es manifestación de su barbarie. “Todo acto de cultura es al mismo
tiempo un documento de la barbarie”, escribía Benjamin ¿Qué quiere decir
esto? Algo muy semejante a lo que estamos planteando respecto a la ra-
zón: leer la cultura sólo desde la mirada de los vencedores, como triunfo
de la técnica, como triunfo de un modelo ideológico, como despliegue de
una concepción del mundo, es olvidar, borrar y aniquilar la memoria de
los vencidos. Para Benjamin hay un doble peligro que se cierne sobre la
memoria de los vencidos y sobre nosotros mismos: un peligro hecho real,
que es la destrucción real, histórica, física, de una cultura, de una identi
dad, de una idea. Pero el otro peligro, quizás mucho más gravoso, y más
urgente de ser pensado, es el peligro del olvido. Ese es el peligro de la
época -dice Benjamín- que los vencedores pasen definitivamente sobre los
huesos de los vencidos y de las generaciones presentes, y que logren que
un nuevo agujero negro devore la pluralidad de la cultura, devore real-
mente a la cultura como una dialéctica de construcción y destructividad,
de^producción del sentido y de profunda destrucción de ese sentido. Una
cultura que tiene detrás suyo víctimas que hay que volver a recobrar, a
repensar. Los vencidos serían todos aquéllos que han perdido violenta
mente sus identidades en los procesos de masificación, de industrializa
ción, la destrucción de la naturaleza -la naturaleza es una vencida de la
historia. Hay muchas formas de destrucción: la destrucción de las minorías
étnicas, la destrucción de dispositivos intelectuales, políticos, ideológicos.
No se habla solamente de derrotados sociales, étnicos, se habla de un con-
cepto más profundo, donde todo proceso de construcción de lo civilizatorio
tiene una deuda impaga. Como si la cultura debiera ser leída no sólo desde
la_magnificencia- de las pirámides construidas, sino .también desde los infi
nitos sufrimientos de aquéllos que construyeron las pirámides.
Elliot, el poeta norteamericano que vivió casi toda su vida en Ingla
terra, escribió: “N o cesaremos de explorar, y e l fin de nuestra exploración
será llegar donde empezamos, y por primera vez, conocer el lugar”. Se trata
de volver a conocer el lugar, de volver a sentir la necesidad del asombro.
Volver a conocer el lugar significa aprehender también aquellos modos
anteriores de conocer ese lugar. La memoria, la tradición, no para con
vertir a la tradición en un mero acto ritual, una visita de museo, sino
para actualizarla críticam ente; si es necesario, para quebrarla, para
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interpelarla, para que alimente un nuevo dispositivo de la crítica. Es esto
lo que me interesa plantear: una sensibilidad, un modo de auscultar, una
actitud frente al mundo y frente a la cultura. Dar cuenta de esta expre
sión, de esta necesidad de fusionar lo nuevo, lo propio de la época, la
demanda de la época, con aquellas tradiciones filosóficas, estéticas, poli-
ticas, que pueden ser leídas utilizando lo que Adorno recupera de Bertold
Brecht, es decir, produciendo una lectura que actualiza, no que recicla
sino que refuncionaliza. La palabra Brecbtiana es re funcional izar, hacer
presente, para abrir la indagación crítica del tiempo, ahora, a aquello
que quizás perteneció a otra época o a otro discurso. No en el reciclaje
posmoderno, en esta suerte de vaciamiento de lo sustantivo, sino hacer
presente el pasado como una manera de desgarrar los velos de la época.
Para Benjamin también era central pensar qué estaba pasando con
el arte de la narración. En una época dominada por los medios de comu
nicación, él es el que con mayor insistencia y originalidad comienza a
vislumbrar el sentido de este despliegue. Benjamin, a quien le interesa
pensar este fenómeno, escribe, para comparar el arte de narrar al arte de
informar: “El arte de narrar se acerca a su fin, porque el lado épico de ¡a
verdad, la sabiduría, está en trance de desaparecer. Cada mañana, se nos
informa sobre las novedades de toda la tierra, sin embargo, somos notable-
mente pobres en historias extraordinarias. Eso proviene d e que ya no se nos
distribuye ninguna novedad sin acompañárnosla con explicaciones. Con otras
palabras, ya casi nada de lo que acaece conviene a la narración, sino que todo
es propio de una inform ación”. Paradojas de una época. Una época donde
todo lo “sabemos", donde inmediatamente nos informamos de lo que
está pasando en otro lugar del mundo, y sin embargo, algo se ha quebra
do. La hipertrofia de la información es un modo de haber desdibujado
ese secreto de la narración, ese arte de la narración que era también un
modo, no de relatar, de contar la historia tal cual había sucedido, sino de
agregarle un plus, una utopía de la ficción, una relación con lo aconteci
do que lo vuelve actual y que nos interpela hondamente. La narración
era semejante a la actitud del niño frente al objeto. Era un modo de
devolverle a lo acontecido, quizás, su plenitud perdida o la plenitud que
nunca tuvo. Frente a la información, que es un gesto frío, despojado,
distante, absolutamente huérfano de profundidad, la narración -dice
Benjamín- es lo propio de la sabiduría. Aquí estaríamos enfrentándonos
a una profunda diferencia entre la idea de saber como forma de la sabi
duría y la narración, y la idea de conocer o de estar informado como
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mecanismo de manipulación, de control, de ordenamiento de las cosas
que me rodean. Por un lado, un discurso instrumental, un discurso estra
tégico, un discurso que organiza para dominar, funcional y pragmático.
Por el otro lado, un discurso crítico, un discurso de lo imaginario, de la
narración, un discurso que interroga lo que no se interroga. Y agrega, en
este mismo sentido: “N os hem os h ech o pobres. Hemos ido entregando una
porción tras otra de ¡a herencia de la humanidad, con frecuencia teniendo que
dejarla en la casa de empeño, por cien veces menos de su valor, para que nos
adelanten la pequeña moneda de lo actual”. Hay una reivindicación del
anacronismo pero un anacronismo que está profundamente cuajado en
la experiencia de su tiempo. Benjamín, lo que percibe es que un mundo
de cultura se está desbarrancando. Que el ascenso del nazismo, el desa
rrollo de las políticas totalitarias, el crecimiento de lo que después Ador
no y Horkheimer van a tematizar como los fenómenos de industrializa
ción de la cultura, el despliegue de la racionalización instrumental, están
creando las bases para una sistemática destrucción de aquello que verda
deramente importa. Por eso es fundamental recuperar, leer a contrapelo,
recobrar la memoria, indagar, interrogar, sentir malestar. No solamente
describir. Narrar, no describir.
En un texto de las Tesis de la filosofía d e la historia, Benjamín quizás
escribió una de sus páginas más profundas y hermosas en todo sentido.
Dice: “Hay un cuadro de Klee, que se llama ‘A ngelus norns'. En él se repre
senta un ángel que parece como si estuviese a punto de alejarse de algo que le
tiene pasmado. Sus ojos están desmesuradamente abiertos; la boca abierta y
extendidas las alas. Y éste deberá, ser el aspecto del ángel de la historia. Ha
abierto el rostro hacia el pasado, donde a nosotros se nos manifiesta una cade
na d e datos, él ve una catástrofe única que amontona incansablemente ruina
sobre ruina, arrojándolas a sus pies. Bien quisiera detenerse, despertar a los
muertos y recomponer lo despedazado. Pero desde el paraíso sopla un huracán
que se ha enredado en sus alas y que es tan fuerte que el ángel ya no puede
cerrarías. Este huracán le empuja irreteniblemente hacia el futuro, al cual da la
espalda, mientras que los montones de ruinas crecen ante él hasta el cielo. Ese
huracán es lo que nosotros ¡lamamos progreso”. Benjamín escribe este texto
en 1940, en París, al borde de ser internado en un campo para refugia
dos, después del Pacto de Munich, donde Hitler y Stalin se pusieron de
acuerdo, en medio de la zozobra del espíritu europeo, en medio de su
propia zozobra intelectual, de su propia intemperie como individuo, como
hombre exiliado, como apátrida. Escribe este texto como un testamen
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to. Muy poco tiempo después5 tratando de huir, cruzando la frontera
española, es detenido, y amenazado con ser entregado a la Gestapo. Del
otro lado de la frontera, se suicida tomando pastillas de cianuro. Lo para-
dójico de la suerte de Benjamín es que sólo por ese día, la policía fran-
quista le había impedido el paso a los que no tuvieran un pasaporte con
una nacionalidad. El pasaporte de Benjamin decía “apátrida”. Susan
Sontag habla de Benjamín como "el último intelectual europeo”, como
“el último de aquéllos que representaban un mundo de cultura”. En este
sentido, me gustaría leer un texto de Kafka que Benjamín cita en uno de
sus ensayos -hablando de una conversación entre Kafka y Max Brod,
amigo suyo. Max Brod dice: “Recuerdo una conversación con Kafka cuyo
punto de partida era la Europa actual y ¡a decadencia de ¡a humanidad. ‘So
mos, dijo, pensamientos nihilistas, pensamientos de suicidio que añoran en la
mente de D ios’. Esto, en principio m e hizo pensar en la visión del mundo de la
gnosis: Dios como demiurgo maligno y el mundo como su pecado original.
‘N o, dijo Kafka, nuestro munJo es sólo un malhumor de Dios, un mal día’
¿Habría entonces esperanzas fuera d e esta manifestación d e este munJo que
conocem os?, pregunté. Kafka sonrió. ‘Sin duda. Mucha esperanza, infinita
esperanza, pero no para nosotros”.
N icolás Casuilo
amos a hablar de los anos ’60, una encrucijada que forma parte -como
todo lo que venimos viendo- de un tiempo de las ideas modernas, un
tiempo fuerte por su significación dentro de este siglo. Pero a su vez, por su
proximidad, por los significados que tuvo la generación de los ’60, por los
acontecimientos y las secuelas de los ’60 en nuestro país, podemos decir que
es un tema que nos toca muy de cerca. Los ’60 es un tema difícil de analizar
fríamente, objetivamente, en nuestra historia. Es una cuestión difícil, dra-
mática en su memoria. Es un tema silenciado conciente o inconcientemente
en relación a lo que significó: estoy hablando básicamente de nuestro país.
Sin embargo, junto con ese silencio podríamos decir que es un pasado per
manentemente hablado, implícitamente hablado, con respecto a las conse
cuencias que tuvo. Es al mismo tiempo un tema que llegó a categoría de mito
en cuanto a que los propios dispositivos culturales, no ya de nuestro país sino
de la historia de Occidente, lo han transformado en eso: mito porque tiene
un significado que más allá de ser analizado o no, nos convoca a una suerte
de relación bastante ciega, emocional,, ficcional con los ’60. Sabemos que
fue importante, fabulamos todo lo que aconteció en esa época. Es también
un tema tabú, porque nuestra historia esconde violencia, muerte y dolor..Los
’60 es la generación de sus mayores, la de sus padres posiblemente, la mía.
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Teníamos veinte años en 1965, hace treinta años, y es muy posible que esta
proximidad haga precisamente muy difícil los diálogos entre las generado-
nes. Pero es un tema que ustedes, en los últimos diez años, han sentido que
fue hablado: las Madres de Plaza de Mayo, de distintas y diversas maneras
hablan de la generación y de los acontecimientos de los ’60. También los ’60
se transformaron, en los últimos diez años, en justicia tribunalicia, en jui
cios, se transformaron en algunos pocos libros que tratan de explicarlo; en
algunas películas, como La noche de los ¡ápices o La historia oficial, y también
fue trabajado básicamente a la manera que lo pueden trabajar los medios de
comunicación. Consiste, por lo tanto, en un tema trágico, que es historia,
en nuestro caso, de desaparecidos, de muertos sin sepultura, de genocidio
dictatorial, de culpas, de arrepentimientos y remordimientos. Es una herida
abierta en nuestra sociedad, que difícilmente se resuelva alguna vez en tér
minos de verdad y superación del trauma colectivo. Por eso quizás es trágico.
Por su dificultad de resolución. El drama histórico es siempre un pasado
irresuelto que nos espera perpetuamente allá adelante. No lo podemos dejar
atrás nunca. Es memoria abierta y a la vez tapiada.
A partir de estos elementos vamos a tratar de explicar los ’60, desde una
perspectiva que no ha sido frecuente, tratando de abarcarlo en sus inmensas
dimensiones, incluso mucho más allá de nuestro país, para dar cuenta de una
época y sus ideas liminares. Para tratar de alcanzar, no la reivindicación o la
destitución de este tema de los ’60 que se prolonga en los ’70, sino para tratar
de dar cuenta de un tiempo de las ideas que en gran parte es heredero de
muchísimas de las cosas que venimos analizando de este siglo XX.
Hay un texto de un poeta y ensayista, premio Nobel, Octavio Paz, mexi
cano, en un libro que también les recomiendo, que se llama Tiempo nublado,
donde, en una de sus páginas iniciales y refiriéndose a esto que vamos a
tratar hoy, dice: “En la primera mitad del sighX X Ja crítica de Occidente fue la
obra de sus poetas, sus novelistas y sus ñlósofos. Fue una crítica singularmente
violenta y lúcida. La rebelión juvenil de los ’60 recogió esos temas y ¡os vivió como
una apasionada protesta. El movimiento de los jóvenes admirable por más de un
concepto, osciló entre ¡a religión y la revolución, el erotismo y la utopía. De pron
to, con la misma tapidezcon que había aparecido, se disipó. La rebelión juvenil
surgió cuando nadie la esperaba y desapareció de ¡a misma manera. Fue un fe nó-
menó que nuestros sociólogos aún no han sido capaces de explicar. Negación apa
sionada de los valores imperantes en Occidente, la revolución cultural de ¡os ’60
Aie hija de ¡a crítica, pero, en un sentido estricto, no fue un movimiento crítico.
Quiero decir, en ¡asprotestas, declaraciones y manifiestos de ios rebeldes no apare
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cieron ideas y conceptos que no se encontrasen ya en los filósofas y ¡os poetas de ¡as
generaciones inmediatamente anteriores. La novedadde ¡a rebelión no fue intelec
tual sino moral. Los jóvenes no descubrieron otras ideas, vivieron con pasión las
que habían heredado. En ¡os ‘70, ¡a rebeliónse apagó y ¡a crítica enmudeció”. Esta
es una mirada particular de Octavio Paz, que indudablemente no da cuenta,
a pesar de lo acertado de algunas de sus frases, de la tremenda amplitud que
tuvo el proceso de los ’60 a escala mundial, en cuanto a ideologías y variables
que se jugaron en todos los terrenos.
Para comenzar a trabajar estos ’60, planteémonos que cuando veíamos
las vanguardias, el pensamiento conservador, la Escuela de Frankfurt, hablá
bamos de una posguerra, la primera posguerra y las secuelas que esa posguerra
dejó en todas las dimensiones. Para tratar el tema de los ’60 ubiquémonos en
una suerte de macrohistoria y pensemos, en principio, en la segunda posgue
rra. Ya no la del *18, sino la del '45. En el '18, como fuimos viendo, el fin de
la guerra dio, entre otras cosas, distintas experiencias que parecía que se
abrían a la revolución socialista: Rusia, donde se logró; Alemania, Italia,
Hungría, España, donde la revolución fracasó, donde terminó en guerra ci
vil, donde indudablemente el modelo socialista -en ese tiempo el modelo
marxista-leninista- no se impuso. Pero ahí tenemos una variable: la Primera
Guerra da como resultado, entre otras cosas, un amplio espacio para pensar
la revolución y el cambio histórico. Por el contrario, en los lugares funda
mentales de la historia, 1945 da más bien una etapa de gobierno capitalista
de signo conservador: Italia, Alemania, España, Inglaterra, la propia Estados
Unidos; aparece como una etapa donde, si bien la Unión Soviética avanza
claramente sobre lo que luego serían los países del Este europeo, no se da este
final de la Segunda Guerra con un principio de posibilidad revolucionaria
genuina en los países intervinientes en la guerra. Ausencia de la revolución
en el territorio epicentro de la guerra, Europa, y a la vez, nacimiento de
países socialistas en el este, a partir del brazo duro y la hegemonía en la zona
de la Unión Soviética.
En 1918, el fin de la guerra, va a dar lugar a una etapa de crisis financie
ra, de crisis industrial, de crisis de inversión. En 1945 -y esto es importante
tenerlo en cuenta para pensar la generación de los ’60- va a comenzar una
etapa de capitales de inversión muy fuerte, de industrialización y de desarro
llo, sobre todo en la Europa devastada, a través de lo que se denominó el
Plan Marshall. En 1918, el fin de la guerra no conmovió el protagonismo de
Europa en la arena mundial. Siguió siendo Europa el personaje central de la
historia de Occidente. En 1945 ya aparecía otro diagrama totalmente distin
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to: el mundo se bipolarizaba, Estados Unidos y la U RSS se definían como las
potencias y la declinación de Europa en cuanto a lo que había sido era abso-
lulamente manifiesta. Europa quedaba partida en dos: por un lado, la occi
dental, bajo hegemonía de Estados Unidos, y del otro lado, Europa oriental,
bajo égida de la URSS. El fin de la Primera Guerra Mundial, en 1918, no
conmovió básicamente la situación de las inmensas colonias en manos de
los poderes imperialistas europeos, en Africa y en Asia. 1945, por el contra
rio, trajo un lento y luego violento proceso de independencia y liberación
colonial. Luchas en Vietnam, ya en 1945; liberación de la China en manos
de Mao, en 1949; Egipto, con Nasser, en 1952; Argelia, en su lucha de la
guerrilla liberadora entre 1958 a 1964; y Cuba, desde el desembarco en Sie
rra Maestra hasta la toma del poder en La Habana, que va de 1956 a 1959.
Quiere decir que esta segunda posguerra trae este nuevo elemento a la histo
ria, también de fundamental importancia para entender a los ’60, lo que
luego se denominaría el Tercer Mundo.
Así como en 1918, el fin de la Primera Guerra había traído -y lo he
mos visto- una situación de enorme angustia económica y social en Euro
pa; desempleo, escasez, miseria, inflación, superexplotación, paro, crisis,
crack de 1929, imposibilidad de conseguir empleo; en 1945, por el contra
rio, nace un fuerte capitalismo de desarrollo y de consumo, una ola inver
sionista muy fuerte. Aparece, como diría Perry Anderson, un nuevo tipo
de cultura que no reconoce antecedentes en la historia de Occidente: la
cultura del consumo, la cultura de los medios masivos desplegados a ul
tranza, la cultura de la democratización cultural, la cultura de las nuevas
necesidades, de las nuevas demandas, la ratificación del modelo del Estado
de Bienestar social (que es lo que ahora nosotros vivimos en plena crisis),
y el pleno empleo, por lo menos como postura llevada adelante por los
gobiernos capitalistas más importantes.
Vemos entonces que hay fuertes diferencias entre el fin de una guerra
y la otra, y lo que comienza detrás de cada una de esas contiendas, en
términos de la escena que va quedando. En síntesis, podríamos decir que
lo que está por detrás de la década del ’60 es un capitalismo consolidado,
con una curva expansiva de desarrollo que ya a fines de los ’60 se va a
cerrar, va a entrar en crisis. Por otro lado, un mundo comunista consolida
do en el este de Europa bajo el patrocinio de la U RSS, que ya va a mostrar
sus grietas. Precisamente en 1968, que es el año de la revuelta estudiantil
del Mayo Francés, el año emblemático de la generación de los ’60, va a ser
también el año de la invasión de la URSS a Checoslovaquia y la imposibi
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lidad de liberarse de la U RSS a pesar de que el proceso checoslovaco fue
muy fuerte, muy popular y la represión a sangre y fuego de ese movimiento
resultó infamante para todas las izquierdas. Tenemos entonces una
bipolaridad, un orden de guerra frío, bajo amenaza de armamento atómi
co. Todo lo que parecería que, desde 1989 en adelante, en cuanto a nuestra
realidad y nuestra actualidad, ha desaparecido.
Por otro lado, el avance sostenido y cada vez más manifiesto de las lu
chas anticoloniales en Africa, Asia y América Latina, en el que empieza a
llamarse Tercer Mundo, donde resurgen claramente otra vez las ideas socia
listas, marxistas, las ideas de liberación, las ideas nacionalistas, las vanguar
dias armadas, las masas populares, en plena actividad liberadora, y donde, en
cada una de estas situaciones coloniales, van a confrontar también EE.UU.
y la U RSS que son en realidad las dueñas de las estrategias parciales que se
dan en cada uno de estos procesos. Paralelamente, en lo que nos toca a
nosotros, se produce una política de EE.UU. sobre América Latina de corte
inversor, desarrollista, la época del desarrollo, la época de Kennedy, del fa
moso discurso del Che Guevara en la OEA -cuando todavía Cuba pertene
cía a esta organización-, en la reunión de Montevideo, donde el Che Guevara
le contesta duramente a ese proyecto desarrollista. A nosotros nos goberna
ba en esa época Frondizi, y una de las causas por las cuales lo destituyeron en
1962 es por haber tenido una reunión secreta con el Che Guevara, por ese
entonces ministro de industria de Cuba. Esta es la escena mundial que se
desarrolla desde 1945 a los '60, ’65, donde va a acontecer gran parte de la
historia que no protagonizaron ustedes, pero sí sus padres.
¿Qué caracteriza al tiempo de los ’60? ¿Cómo se lo ve, cómo se lo perci
be? ¿Cómo podríamos definirlo en un título? Es un tiempo básicamente con
testatario. Es un tiempo que básicamente cuestiona el mundo tal cual es:
desde la relación con mi padre hasta la relación con el imperialismo. Por lo
tanto, podríamos decir que esto no es producto de un programa, una mente,
de un grupo que se reúne a escala mundial uniendo EE.UU., California,
París, Roma, Checoslovaquia, Buenos Aires y Caracas y definen lo que tiene
que suceder. Esto es algo que aparece, que se va gestando en la escena histó
rica, que fui caracterizando en términos que podríamos llamar estructurales.
Un tiempo contestatario que se puede caracterizar porque existen fuerzas
sociales y/o políticas que hacen conciente su indisposición con determina
dos modelos de gobemabilidad, con órdenes económicos establecidos, con
valores de vida imperantes. Lo estoy diciendo /a escala máxima. Quiero -en
esta definición- unir al estudiante que en |Mrís levanta la barricada contra la
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policía francesa, con el negro que en Angola está luchando contra el colo
nialismo portugués; a ambos los une (más allá de que después se van a pasar
los documentos políticos, más allá de que Agostino Neto, el líder de la revo
lución de Angola, es un hombre que estudia en Europa, se recibe en Europa
y vuelve a Angola y comienza el proceso armado de liberación), y también
quizás al estudiante acá en la Universidad de Buenos Aires, los une, digo, ese
principio contestatario. Esta posibilidad de fuerzas que trabajan en relación a
cuestionar gobernabilidades, órdenes económicos establecidos, valores
imperantes. Es importante que reúnan estas tres variaciones porque los ’60
van a tener una fuerte pluralidad de posicionamientos.
Es un tiempo donde existen fuertes elementos utópicos en el campo de las
ideologías. Elementos utópicos heredados de una larga historia moderna, que
permiten construir imaginarios de otros sistemas sociales, de otras historias.
Acá retomo lo que decía Octavio Paz: la generación de los ’60 recoge toda la
tradic ion, toda la herencia de pensar otro orden social, a partir de lo que hab ía
acontecido desde 1917 en adelante y de lo que fue aconteciendo a lo largo del
’20. Es,decir, se asume una herencia, se asume a sus intérpretes, a sus teóricos,
y si bien las rebeliones aparecen por condiciones “actuales” a los ’60 de lucha,
las banderas van a ser aquellas reanimadas, revolucionadas, llevadas adelante
desde otra perspectiva, pero que forman parte de un linaje histórico.
Por otro lado, estamos en un tiempo moderno por excelencia, donde los
sujetos sociales políticos e ideológicos de la protesta, de 1arevuelta y de la oposición,
están todavía claramente constituidos: la clase obrera, el campesinado, otros
sujetos que aparecen, como el estudiantado, que surgen desde una perspecti-
va absolutamente nueva (porque el estudiantado ya había protagonizado
luchas) tratando, como se pensó en el mayo del ’68 francés, de cambiar la
sociedad desde el protagonismo estudiantil. Y aparece en la generación de
los ’60, por otro lado, una conciencia colectiva, nuevas figuras para esa con
ciencia colectiva, que operan también de manera mítica. Por ejemplo, la
idea de generación. Por primera vez surge fuertemente, brutalmente, la idea
de generación, ya no de clase, ya no de Nación, sino de generación. La
vinculación entre el estudiante norteamericano, el estudiante francés, el
estudiante latinoamericano, es una vinculación que se da a través de la con
ciencia de una generación. Aparece por primera vez, de manera rotunda,
colectiva, política, la idea de juventud, como una nueva subjetividad con sus
razones, con sus valores, con sus sentidos históricos, con sus significados
culturales. El joven no es ni burgués ni trabajador: se asume como una figura
que trata de deslindarse de la historia de sus padres, y que no es el trabaja-
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dor de la industria, el trabajador de fábrica. Aparece también un tópico muy
fuerte que va a ser muy teorizado, muy trabajado, muy analizado, que es la
alternativa de los a nf/poderes, la variable de los ant/s/stemas, ya sea en lo
económico, en lo social, en lo cultural, en lo técnico, en lo político, en lo
ideológico, en lo teórico, en lo filosófico. Se percibe claramente, en la pro
testa contestataria de los ’60, que cada elemento que tiene relación con
nuestra subjetividad es un poder que nos está acosando. Hay que romper con
los poderes que nos acosan culturalmente, socialmente, sexualmente y
biológicamente. Por eso se dice, además, que los ’60 fueron, en gran parte de
Occidente, una protesta esencialmente cultural, una revolución cultural más
que una revolución política. Y esto es cierto, porque como vamos a ver,
muchas de las cosas que lograron los ’60 son cosas comunes o que ahora no
llaman la atención, o -diría más- cosas que evidentemente ya podemos en
contrar hasta en la propia publicidad de cualquier producto, y que hace treinta
años fueron elementos fuertes de protesta y de contestación. Por último, la
figura que se reactualiza de manera central es la figura de la revolución. Para
la juventud de los ’60 la revolución, en su acabado y más clásico significado,
en sus más típicas y clásicas metodologías para llevarla a cabo, es una figura
que está presente: la revolución es posible, la revolución está a la orden del
día, la revolución -como dirían los jóvenes de los '60 en París- hay que
hacerla y no hablarla.
Hay tres grandes campos en los ’60 que van a formar parte de este fenó
meno mundial: por un lado, la rebelión política e ideológica estudiantil, de enor
me importancia, sobre todo en lo que hace al Primer Mundo -Europa y
EE.UU.- pero también a América Latina. Aparece la protesta estudiantil, el
cuestionamiento a todo el orden universitario, el cuestionamiento al siste
ma de enseñanza, a las clases de los profesores, a las materias que se dictan, a
los programas que contienen estas materias, al régimen estudiantil, a los
comedores universitarios; absolutamente todo es cuestionado. Esto también
lo vivimos acá en los ’60, sobre todo en las facultades de humanidades. Esto
va a ser muy importante; va a estar entrelazado con otras variables, por ejem
plo, en EE.UU.: es muy evidente que al estudiante lo afectaba -y tuvo enor
me incidencia en su protesta- su saberse destinado a ser enviado a la guerra
de Vietnam. Toda la política pacificadora y de “no a Vietnam” va a entrela
zarse con la lucha estudiantil norteamericana, y también se va a enlazar con
otro campo, que es el de la rebeldía negra en EE.UU.
' I . ■
Tenemos por un lado un primer campo que es la rebelión política e
ideológica estudiantil, la Universidad en estado de rebelión y la constitu
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ción de lo que los estudiantes alemanes e italianos van a llamar las universi
dades críticas, las universidades en las calles, las universidades en manos de
los estudiantes y profesores de izquierda; las universidades con un nuevo
régimen de exámenes, de valorización, de enseñanza, de procesamiento uni-
versitario. Es decir, lo que se discutía básicamente es qué producía la univer
sidad; qué tipo de producto, o sea el propio estudiante, producía la universi
dad para el sistema.
El segundo campo fuerte de los ’60 es la rebelión cultural en el campo
de /as costumbres, de Jas normas y de los modelos de vida. Este también es
un campo absolutamente desplegado que atraviesa Europa, EE.UU. y Amé
rica Latina. La emergencia del bippismo, del feminismo, de la cultura
psicodélica, del amor libre, del anarquismo, de la música progresiva, del aban
dono de las grandes ciudades, de las nuevas alternativas de vida, de los viajes
hacia el Este, la India, y la experiencia con otras culturas. Este es otro gran
momento complejo, múltiple, que abarca infinidad de temas, porque tam
bién se hace presente y va a estar muy entrelazado, ya sea como parte de la
protesta pero también como víctima de la censura, la prohibición, la repre
sión: la rebeldía cultural en el campo de las costumbtes.
El tercer gran campo -quizás el más importante en cuanto a lo que
decidió y definió, y por las vidas que costó- es el de los procesos políticos o
guerra de liberación tercermundista, que podríamos vincularlo con las lu
chas de las minorías negras en EE.UU. en la época en que incendiaban
muchas ciudades racistas de Estados Unidos. Vietnam, Camboya, Laos,
Angola, Mozambique, Argelia, van a vivir procesos de guerra de libera
ción, van a tener su práctica de lucha guerrillera urbana y rural, y también
sus análisis, sus teorías, sus líderes, sus libros, que nos van a llegar a noso
tros permanentemente. Está Mao al frente de la revolución china, Ho Chi
Minh en Vietnam, Fanón en Argelia, Neto en Angola, Castro en Cuba;
personajes que son caudillos, escriben libros, transmiten su experiencia.
Va a ser una época donde el protagonismo absoluto del mundo lo tiene el
Tercer Mundo. Para la propia izquierda europea, la propia izquierda de
EE.UU., el amanecer se invirtió: ya no es como lo pensaba Marx, primero
los países centrales y luego los países periféricos, sino que la revolución
ahora viene desde las afueras hacia el centro, desde los arrabales a las man
siones del mundo, desde la periferia al centro.
Hay algunos textos que voy a citar sobre algunos de estos campos dife
renciados de rebeldía. Los he elegido no sólo por el contenido temático, la
claridad ideológica, sino también tratando de mostrar el aspecto del lengua
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je, la forma en que se daba la lucha en distintos puntos del planeta. Tene
mos, en principio, el tema de las universidades. En el proceso de la rebelión
universitaria hay dos momentos muy fuertes: uno es el del Mayo Francés,
que se inicia esencialmente en una Universidad de provincia y luego se
traslada a la Universidad de París, y desde ahí va a generar su gran irradia
ción. Y también en los EE.UU. -muy diferentes a los actuales-, donde crece
permanentemente la protesta negra, la protesta anti-guerra de Vietnam, la
protesta por la pacificación, la protesta por el régimen universitario y el
producto de la universidad. “No queremos ser mercancía, no queremos ser
profesionales, maquinarias para las grandes maquinarias del sistema”, mani
fiestan muchas proclamas estudiantiles de USA La protesta es básicamente
al modelo de estudiante y al modelo de egresado que plantea la lógicá uni
versitaria. Por ejemplo, hay un texto de un profesor de la Universidad de
California, Berkeley; en un discurso en pieria toma universitaria, William
Domhoff plantea: "Para ser revo/uc/onarío se debe estar colocado más allá del
acto liberal militante, de ofrecer un pensamiento crítico y de pedir a la gente que
escriba a su representante en el Congreso; más allá de sentarse en la calle para
interrumpirunasboras el tráñcoy presionar a las autoridades universitarias. Debe-
mos levantar el programa ‘Norteamérica está harta’. Es necesario que a lo largo y
a lo ancho del país haya tribunas, discusiones, asambleas, actos, mítines, marchas,
revistas, debates, donde participen millones de norteamericanos. Pequeñosgmpos
comandos de estudiantes activos deben prepararse para todo tipo de guerra. Esta
militancia se llama simplemente juventud’. Juventud de clase media, juventud
blanca y negra, esta juventud que llena hoy nuestras escuelas. Ustedes necesitan
ser sus propios Lenin, sus propios Che Guevara. La Universidad no es la clave;
salgan a la calle, júntense con ¡agente”.
Es un profesor de la Universidad de California. Acá se aprecia clara
mente el espíritu de la rebeldía universitaria: por un lado, el planteo es con
tra toda la sociedad. Es claro que diga “la Universidad no es la clave”. Sin
embargo, es en la Universidad donde surge fuertemente la posibilidad de la
experiencia de sentirse víctima, de sentirse explotado.de sentirse realmente
mercancía intercambiable o manejada, producida o amasada para servir a los
intereses del sistema. Se está discutiendo desde esa profesión que la Universi
dad impone a esa “Norteamérica harta”. Un profesor llama a la participa
ción de millones de ciudadanos; en un EE.UU. que va a tener sectores obre
ros muy organizados y muy situados en una perspectiva bastante conservado
ra y defensora del sistema productivo capitalista, es decir, sectores privilegia
dos de la producción. Acá surge también un elemento muy fuerte, que es
IA ESCENA PRESENTE:
DEBATE MODERNIDAD-POSMODERNIDAD
Teórico N ° 9
N icolás Casullo
L a clase pasada hablamos de los años ’60. Hoy vamos a tratar de construir
un escenario amplio, global, sobre lo que sería la escena del presente.
Cómo esta escena va siendo configurada por distintos elementos que van a
dar pie a un momento teórico, político, cultural en el campo de las ideas, la
discusión de lo moderno y lo que se da en llamar posmodemo, que en gran
parte es el tema de esta clase. Indudablemente esta última palabra,
posmodemo, la habrán leído en artículos, libros, notas periodísticas, y tam-
bién conversado; pues forma parte de un debate que hace a nuestra época en
el campo de las ideas.
Podríamos decir que nosotros estamos signados por una serie de ele-
mentos que vamos a tratar de desentrañar y que forman parte, lo sepamos
o no, lo asumamos o no, de lo que está aconteciendo en relación a este
mundo histórico cultural de ideas, donde hemos visto posiciones de dere
cha, de izquierda, de vanguardia; donde hemos hablado de revoluciones
sociales y políticas, de instituciones teóricas como la Escuela de Frankfurt,
que han tratado de explicar lo que acontecía en el siglo XX en el campo de
la cultura, del espíritu, del sujeto social, de las especulaciones. Podríamos
decir que nuestro tiempo, para esta configuración, se arma a partir de dife
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rentes elementos, ninguno de los cuales por sí solo establece una época,
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pero s ü conjunción sí nos da un entramado, también una atmósfera, en la
cual estamos situados.
Confluye en esta escena del presente que vivimos, como primer ele-
mentó, lo que se dio en llamar la crisis del sistema capitalista. Crisis del
sistema capitalista, que por supuesto no es una crisis como la que pensaba el
marxismo o la revolución, cincuenta años atrás, una crisis terminal, sino
que es una crisis de reformulación. Una crisis particular en la cadena de
muchas etapas de crisis que vivió el capitalismo. A mediados de la década
del 7 0 tiene su fln la onda expansiva de un desarrollo sostenido del capita
lismo, que se iniciara en la segunda posguerra, y la lenta hegemonía a partir
de esta crisis (que se va a emblematizar, a mediados de los ’70, con la famosa
crisis del petróleo), del capital especulativo financiero por sobre el clásico
capital de inversión industrial. De esto que estamos diciendo tenemos en
nuestro país una de las experiencias más concretas, aunque va más allá de la
Argentina.
Hay un segundo elemento de profunda importancia, que es la crisis del
llamado Estado de Bienestar. Este es un modelo de Estado característico de un
determinado momento del capitalismo en nuestro siglo. Ahora se trata de la
crisis de tal Estado, es decir, del Estado interventor, del Estado que intervie
ne en la sociedad decidida y categóricamente, tratando de ordenar lo social
y lo político en relación a las salvajes y permanentemente cambiantes alter
nativas del mercado. Este Estado de bienestar, un Estado distribucionista,
había sido un Estado garante de la política de empleo, sobre un fondo para
digmático de la sociedad del pleno empleo. Fue un Estado protector y orga
nizador de la fuerza de trabajo, lo que acá formó parte del llamado Estado
populista. Ese Estado -no solamente acá- entró en profunda crisis, en el marco
de la crisis global del capitalismo.
Se registra como tercer elemento una cr/sis del proyecto político e ideológico
alternativo al sistema capitalista. Crisis teórica, política, ideológica, pragmática,
de los proyectos socialistas, comunistas, nacionalistas, que son los que impreg
naron -utópicamente, quizás- por última vez en este siglo, los procesos de los
años ’60. Entre otras causas, la crisis del Estado de bienestar que aludimos,
gravita fuertemente sobre la crisis de los proyectos alternativos al capitalismo a
la que hoy se asiste. Pero también se agrega a esto la crisis de las experiencias
históricas del mundo comunista, del llamado socialismo real o del llamado
mundo bajo la égida de la ex-URSS, que aparecía -ya no para la generación de
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Encuarto lugar, podríamos incluir la crisis ele los sujetos sociulcs históricos.
Decíamos la clase pasada que uno de los elementos fuertes que tuvo la déca-
da del ’60 es el pensar (y en eso ser heredero de los últimos ciento cincuenta
años de historia) a ciertos sujetos sociales como los que iban a protagonizar
el cambio social. En ese sentido, la clase obrera, como la clase dinámica, la
clase explotada pero mesiánica en el sentido de que contenía en ella -vía
política, vía conciencia ideológica, vía práctica de protesta y práctica revo
lucionaria- la posibilidad de constituir un nuevo mundo poscapitalista. Así
como la clase burguesa se había ido constituyendo a lo largo de centenares
de años y había desplazado del poder a la nobleza, emergía según la lectura
marxista y de la izquierda en general, esta otra clase como portadora concre
ta de otro y definitivo cambio histórico. Decíamos la clase pasada que cuan
do los estudiantes de París del ’68 y los estudiantes de América Latina, una
vez avanzadas posiciones, una vez conquistadas determinadas posturas, una
vez organizados militantemente, tomaban conciencia que el protagonista
del cambio era esencialmente la clase obrera organizada, el sector básico
explotado por el capitalismo. Lo que se vive en nuestros últimos veinte años
es una crisis profunda de este sujeto social, de este sujeto económico, de este
sujeto político. Una desagregación, una pérdida de poder sindical y político
de este sujeto, una interrupción de su crecimiento cuantitativo y cualitativo.
Una disminución acelerada de los contingentes de la clásica clase obrera. En
esto nuestro país es un reflejo fuerte de esta variante. En 1954 ya la clase
obrera argentina organizada contaba con cuatro millones de trabajadores, y
hoy creo que no llegamos a esa cifra, es decir, a una cifra de hace cuarenta
años. Reflujo de fuerzas y de protagonismo no sólo sindical, no sólo en el
lugar de trabajo, sino, sobre todo, protagonismo político. El sujeto social
obrero que permitía la utopía de un cambio socialista, hoy ha perdido el
noventa por ciento de su protagonismo político, que se daba desde distintas
variables: se podía dar a través de sindicatos, a través de partidos, a través de
agrupaciones independientes.
Se anota como quinto elemento, como otra característica de la escena
actual -y esto es más profundo, más cultural, más definitivo en cuanto a la
historia de un sistema, de un tiempo moderno-, la crisis de la sociedad del
trabajo. Esto es, crisis de un modelo sociocultural, paradigmático, de socie
dad. De la sociedad basada centralmente, en el constante aumento de sus
fuerzas productivas, fuerzas que coincidían con la clásica inversión capitalis
ta en la industria, con la centralidad que tenía en la historia capitalista lo
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fabril, la fábrica, y que hace a la cosmovisión de una sociedad basada en el
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trabajo de todos, en el trabajo en crecimiento, el trabajo en aumento. Lo que
decíamos desde la idea del Estado de bienestar, una sociedad del pleno empleo.
Hoy podríamos decir que a partir de variantes tecnológicas, de variantes de
recambio productivo, está en discusión esta centralidad cultural de la sociedad
posible de ser leída como la sociedad del trabajo (por ejemplo, para el pensa
miento de Carlos Marx). Para el pensamiento moderno de más avanzada, más
ilustrado, la sociedad del trabajo era la forma de leer la modernidad capitalista.
Aparece, como sexto elemento, algo que recién se mencionó, que es la
crisis de las /brmas burguesas d é lo político y la política. Todos estos factores se
conjugan entre sí, se interrelacionan y se van afectando y condicionando
entre sí; y en este sentido, la crisis de las formas clásicas burguesas de lo
político y la política se inscribe como consecuencia de esto que venimos
diciendo. Es decir, crisis de la capacidad de actuación de la forma tradicional
de partido político, de las formas tradicionales de representación, de la capa
cidad de persuasión de los tradicionales partidos políticos, de su posibilidad
de diferenciarse política e ideológicamente entre sí frente a un estado de la
crisis que hace que cualquier partido político (y no solamente aquí) aparezca
asumiendo el Estado y cumpliendo el mismo programa, sin casi diferencias
uno de otro. O sea, la imposibilidad históricamente moderna de diferenciar
sus programáticas políticas. La ocupación del Estado lleva a una indistinción
de partidos políticos. Esto lo vivimos claramente cuando planteamos cuál es
la diferencia programática entre uno y otro partido frente a cada elección.
Lo que se percibe claramente es que la administración de la crisis hace super
fina la diferenciación de los partidos. Esto provoca en ellos una crisis profun
da, pues los partidos precisamente en la modernidad clásica, del siglo XIX y
del siglo XX, aparecían como instancias realmente confrontadoras entre sí,
ya sea por inscripción de clase, por programas y horizontes opuestos.
Tenemos entonces la crisis del Estado de bienestar, la crisis del sistema
capitalista, y el neoliberalismo planteando lo oportuno de esta crisis del Es
tado de bienestar. Lo “beneficioso” de la crisis, según el neoliberalismo, del
Estado demagógico del “despilfarro”, del Estado social que siempre se tenía
que hacer cargo de los que no tenían trabajo. Este neoliberalismo de corte
salvaje en el cual nosotros estamos viviendo, se sitúa en el marco de cosas
que caen, que se agrietan, de esta pérdida de la prototípica escena moderna
que vivíamos todavía en los ’60 y que hoy ha sufrido mutaciones y metamor
fosis por lo cual el neoliberalismo aparece como dando supuestamente una
respuesta pragmática, “realista”, “verdadera”, para la posibilidad de conti
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nuidad del proceso histórico.
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Precisamente la crisis de lo político hace que hoy la gran corporación
que maneja el mundo sea la corporación del capitalismo concentrado a esca
la planetaria, que son los sectores que deciden las políticas más allá de la
preocupación o de la intervención de los Estados. Todo esto es materia de
una actualidad absoluta: es lo que estamos viviendo.
Por otro lado, como séptimo factor se da (ya no en términos de crisis
sino como elemento fuerte a tener en cuenta para dilucidar esta escena que
estamos viviendo), la emergencia de un tiempo cultural de reconversión tecno/ó-
■gica y de revolución tecnológica, en algunos casos de enorme importancia: esta
variable cibernética informática produce el quiebre de lógicas productivas,
desactivación de tradicionales líneas inversoras y productivas, reformula
ción de tipos, categorías y niveles de trabajo, reemplazo colosal del hombre
por máquinas, pasaje cibernético de las operatorias empresarias y gerenciales,
planetarización del capital financiero más allá de la posibilidad de interven
ción de los Estados. Esta reconversión, este reciclaje, esta producción tecno
lógica, produce mutaciones en la escena, frente a las cuales las políticas,
sobre todo las políticas progresistas y de izquierda, no encuentran todavía
respuesta. Hoy la izquierda europea plantea, por ejemplo, cómo pensar una
sociedad que ya nunca va a volver a ser sociedad del pleno empleo, que va a
tener enormes dificultades en trazar variables del Estado de bienestar como
se plantearon hace veinte o treinta años, preocupaciones para reconstituir
un programa de izquierda, que en realidad obliga y desafía a proyectar cultu-
raímente la problemática, porque uno más uno ya no da dos.
Como octavo elemento de enorme importancia en esta escena se pro
cesa, en los últimos treinta años, una cada vez más intensa instrumentación
cultural, desde los poderes del capital que tienen la posesión del mensaje de
masas, informativo, publicitario, ficcional, de entretenimientos, deportivo,
sobre lo social. El negocio que hoy llamamos “de la cultura” pero que no
significa un programa de televización de una ópera en el teatro Colón, sino
la cultura de consumo cubriendo la casi totalidad de los aspectos
conformadores de la vida. La cultura de la zapatilla, la cultura del peinado,
la cultura de las golosinas, la cultura del veraneo, la cultura de los electrodo
mésticos, la cultura de la moda, la cultura de qué soy y cómo me pienso, qué
quiero, dónde tengo que ponerme, qué tengo que hacer, qué me tiene que
gustar, dónde tengo que ir, qué tengo que recordar, de qué me tengo que
olvidar. Esas microculturas hoy están -como nunca en la historia- maneja
das en términos de poderes tecnoculturales de alcances mundiales,
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globalizantes, homogeneizantes. Manejadas en términos massmediáticos, vía
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producción del mensaje masivo para el consumo. Si hace treinta o cuarenta
años un joven podía pensar sobre su propia identidad en lo social, “Yo soy
obrero porque mi padre es obrero, yo encuentro mi lugar en el lugar de la
producción, de obrero, en cuanto trabajo en algo similar", hoy el nivel de
construcción cultural de los sujetos es casi mayor y tan determinante como
ese lugar donde antes uno hallaba su identidad de acuerdo al sitio en que
encontraba en la relación capital y trabajo. Hoy ese mismo joven, si puede a
través de diversas variantes de consumo, de crédito, de pagos en cuota, estar
“empílchado” como alguien que no es obrero, si ese joven es deglutido por
los consumidores de algún cantante internacional de moda, si ese joven se
inscribe fervientemente én la virtualidad y el simulacro de la pantalla, en
contrará su identidad en esa otra cultura de la vestimenta, del rock, de la
TV, de lo que consume, de lo que precariamente consume, de lo que ambi'
ciona consumir. No obstante, en el trasfondo de su realidad social, la propia
sociedad también le transmite lo ilusorio, lo frágil, lo aparente de ese ser
consumidor, para mostrarle por infinidad de otras vías crueles, bestiales, con>
cretas, materiales, que él espejismo de la identidad del consumo se resque
braja día tras día a partir de la otra cara del mercado. La cara de la falta de
trabajo, de oportunidades, de perspectivas, de que llegan siempre los real
mente pudientes, bien situados, altamente instruidos. La cara de que, como
nunca, hay ganadores y perdedores. Podríame^ reflexionar -y esto fue muy
discutido a lo largo de estos ciento cincuenta años- cuál era el sueño o el
paradigma de la clase obrera, cuál era su punto de llegada. En ese sentido el
marxismo no ha sido muy claro en cuanto a la índole de valores de su propia
utopía. No ha producido nunca ni utópica ni concretamente una ruptura
cultural auténtica en relación a lo que podríamos llamar el modelo burgués
de vida. En todo caso, a grosso modo, el socialismo ha convalidado en lo
sustancial a este capitalismo que existe, hombres, cosas, mercancías, ape
tencias, pero para todos y no para unos pocos. No ha producido una ruptura
cultural categórica en sus concepciones, que planteara por qué esto que existe,
por qué estas lógicas imperantes de progreso, por qué estas formas tecnológi
cas de llevarlo a cabo, por qué esta historia de “adelantos” que nos oferta la
civilización industrial, por qué el supermercado. Esto lo hemos visto cuando
en 1989 cae el muro de Berlín, y se libera el mundo de Europa del Este del
despotismo stalinista-comunista: los alemanes liberados corren hacia el su
permercado de Alemania Federal. Cuarenta años de cultura socialista de la
escasez, no produjeron una ruptura cultural con un modo de vida capitalista.
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No era una crítica al stalinismo desde una izquierda democrática y1.
recuperadora del auténtico socialismo lo que se ansiaba, eran los seis pisos
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del supermercado de Berlín repletos de mercancías al por mayor, No está
mal, no está bien, no se trata de juzgar, sino de pensar ¿qué fue lo diferente?
Esto fue un categórico triunfo, entre otras cosas, de la industria cultural ca-
pitalista. Pasaje, por lo tanto, de los clásicos sujetos económicos sociales, a
ser tipos y prototipos culturales, audiencias, públicos, plateas, televidentes.
Desde ahí nos asimilamos y nos vemos.
La escena de nuestra actualidad nos muestra, por lo tanto, profundas
mutaciones en todos los planos. Nuevas dimensiones necesitadas de ser ana
lizadas en sus aspectos objetivos y subjetivos. Aparición de actores sociales
colectivos, desaparición de otros, caídas de ciertas programáticas utópicas,
ingresos de nuevos horizontes de problemas. Cambios profundos de la sensi
bilidad de los hombres y mujeres en sus respectivas historias. Forja de dile
mas sin antecedentes, que se agregan y superponen a los de vieja data. La
historia no se detiene, no se agota en el mundo de la gente, de los pueblos.
La vida, las contradicciones, las injusticias, lo infinito no resuelto por el
hombre hacia sí mismo, reponen la historia día tras día, Ya sea en reivindi
caciones por nuevas formas democráticas. Ya sea a través de reclamos de las
minorías postergadas. Ya sea en la denuncia a las aberrantes diferencias so
ciales que se extienden. O en defensa de derechos humanos suprimidos, O
contra iniquidades que no han sido superadas. Lo cierto es que este tiempo de
metamorfosis de escenarios en lo económico, en lo político, en lo tecnológico,
en lo cultural, necesitará un largo tiempo de teorías y acciones que lo interpre
ten y lo lleven adelante. Las modificaciones parecen tan rotundas, los trastor
nos dan la sensación de ser tan drásticos, que nos preguntamos ¿Asistimos a
un decisivo cambio de época civilizatorio? ¿Estamos entrando en un tiempo
cultural en absoluto quiebre con los anteriores? ¿No sirven ya los parámetros
modernos de nuestra cultura para radiografiar lo que va aconteciendo? ¿El
viejo proyecto moderno vive sólo una crisis aguda de referencias y paradigmas,
o ha llegado a su final? ¿Persiste la historia tal cual la comprendíamos, o se
trata de otra historia frente a la que no tenemos herramientas adecuadas de
análisis? ¿Podemos hablar desde las clásicas subjetividades y sensibilidades con
que reconocemos al sujeto moderno? ¿O ya tenemos que dar paso a un
trastocamiento de esa subjetividad y esa sensibilidad y empezar a reflexionar
desde otras condiciones con respecto a ese sujeto de razón?
Nos encontramos entonces, con esta nueva escena histórica, donde los
teóricos de la cultura, de lo social, de la historia, se plantean, preferente
mente un tiempo reflexivo sobre qué es hoy lo moderno. Y a partir de esa
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pregunta, también qué fue, en qué consistió ese largo tiempo hoy en crisis,
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que nos desconcierta o parece consumado. Realizado en sus paradigmas,
prospectivas, utopías, sentidos, ideas. Un tiempo de autoconciencia de la mo-
denudad desde diversas y múltiples lecturas indagadoras. Un tiempo donde
en la problemática de discusión, en el campo de las ideas, se instala un deba
te entre dos nociones, entre dos conceptos, entre dos palabras, entre dos
apreciaciones del mundo y de la historia: modernidad-posmodernidad. Mo
dernidad, que remite a todo lo que fuimos viendo en este siglo XX, a aquel
legado del Proyecto de la Razón Ilustrada del XVIII. Posmodemidad, como
una noción conceptual que plantearía que estamos más allá,
cronológicamente, de la modernidad. Que de lo que se trata es de un corte
cultural profundo, decisivo, terminante; se agotaron las razones de la moder
nidad, sus capacidades de dar cuenta de la propia historia. Se agotó un tiem
po largo de la propia razón crítica ilustrada, ultimada por los propios fracasos
y pesadillas que mostró lo moderno. Desfondada por su propia ilusoriedad en
las formas en que se representó la verdad, lo real, los sujetos, la conciencia,
la historia, los objetivos, los medios de llegada.
El debate m odem idad-posm odem idad va a desplegarse en lo estético, en
lo cultural, en lo ideológico, en lo sociológico, en lo científico, en lo polí
tico. Se da en el marco de esta crisis, de esta mutación, de esta metamorfo
sis de lógicas económicas capitalistas. Se da en el marco de las lógicas
políticas, dando cuenta de su incapacidad para hacer frente al mundo que
nos toca vivir. Aparece también la crisis en las lógicas alternativas al siste
ma, que perdieron su capacidad utópica, su capacidad de convencimiento.
Se evidencia en las lógicas tecnológico-productivas, que desarmaron for
mas de administración del mundo. Hoy podríamos decir que una red de
computadoras que unifica la Bolsa de Tokio, Hong Kong y Washington, es
más poderosa para decidir los destinos diarios de todos nosotros, que una
reunión de mandatarios latinoamericanos. También las lógicas de admi
nistración del mundo aparecen modificadas en relación a una forma clási
ca de pensar el mundo. Se evidencia también la crisis en las lógicas socia
les que ven desaparecer sujetos y actores modernos, lógicas desde donde
era pensado el sistema y su contrasistema. Por ejemplo, un nuevo actor de
estos últimos años son las grandes corrientes migradoras: hondureños, sal
vadoreños, peruanos, cubanos entrando en EE.UU., grandes corrientes
migradoras del sudeste asiático, nosotros recibiendo grandes corrientes
migradoras de otros países sudamericanos. Migraciones millonarias de Africa
asentadas en Europa para plantear y reivindicar sus identidades naciona
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les, no para integrarse, para europizarse.
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Es un nuevo fenómeno, es un nuevo tiempo sociocultural, que si bien
tiene antecedentes profundísimos como en nuestra historia ( dice el escritor
mexicano Carlos Fuentes, que si los mexicanos descienden de los aztecas
nosotros descendemos de los barcos), en el sentido de que nosotros también
conocemos, en el fin del otro siglo, el XIX, el ser refundados por corrientes
migradoras de primera importancia. El fenómeno ahora es parecido en algu
nos aspectos, pero diferente en muchos otros de importancia. Este es otro
tipo de corrientes migradoras, millonarias en número, contemporáneas en
tre sí .y en parte muy arbitrarias en sus variantes, hijas de una globalización
económica que arroja como manadas en el planeta muchedumbres de uno a
otro lado en todos los continentes, regiones, territorios, ciudades, para con
formar una nueva constelación de problemáticas, de inéditos cruces y con
frontaciones culturales, una nueva forma de padecer el mundo, de plantear
identidad. Una nueva forma de relacionar presentes, pasados y futuros alte
rados, cercenados, recompuestos. Las clases obreras de cada país habían teni
do decenas de años de teorización y práctica política que las ubicaban en un
lugar posible de vanguardizar y protagonizar el cambio social Nación, Esta
do, clases sociales. En esa unidad, ya fuese castigada o no, quedaba encerrada
una lógica y una posible resolución de cada historia. La razón moderna ha
bía pensado para tales circunstancias. El mundo se entendía desde esas cir
cunstancias objetivas y subjetivas.
Esta nueva escena muíante, de pérdida de identidades, de globalizaciones
que crecen, es la que nos compete. Es la escena donde estamos ubicados en
nuestro país con todas las variaciones nativas, vernáculas, de estas crisis y de
la marcha del modelo neoconservador liberal que lleva adelante el gobierno.
Podríamos decir que estamos situados en las generales de la ley de América
Latina, igual que en USA y también de Europa, con la diferencia de que las
miserias, injusticias, diferencias sociales, en el caso de América Latina son
mucho más patéticas, dolorosas, históricas, difícil de resolver, que en el resto
de ese primer mundo.
En la primera clase, cuando empezamos a hablar de lo moderno, había
mos citado a un filósofo alemán que dicta clases en la Universidad de
Frankfurt, Jürgen Habermas, quien además ha escrito varios e importantes
libros sobre la relación entre filosofía y modernidad, el tiempo postmetafísico,
etc. Habermas se planteaba (y se contesta afirmativamente) sobre si lo mo
derno sigue respondiendo a ese mundo de lógicas de la razón moderna que
inaugura el proyecto de la ilustración, aquel proceso de racionalización de la
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verdad en todos los planos de la vida y la sociedad, desencantador de un
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mundo instituido durante siglos por imágenes religiosas, míticas y sagradas.
Lo moderno fue este proceso de racionalización a partir precisamente de la
centralidad de la razón con base científico-técnica, que racionaliza el mun
do y deja atrás las explicaciones en términos religiosos, mágicos, milagrosos,
sagrados. Proceso de racionalización organizado en distintas esferas del saber
de la razón: la esfera cognitiva, de la ciencia. La esfera normativa, de la ética,
de la moral, de la política. Y la expresiva, que era el arte. La característica de
lo moderno es esta conciencia de un mundo racionalizado, objetivado racio
nalmente como proyecto y fundamento de verdades universales. Proceso,
por lo tanto, de racionalización que debemos entender como objetivización
histórica de estructuras racionales. Es decir, el mundo pasa a ser un momen
to objetivizable racionalmente, un proyecto que yo estoy trabajando racio
nalmente y organizando, entramando, dándole sentido, o sea, llevando lo
histórico a un momento objetivo vía racional. La racionalización, sería un
plano ordenador del proyecto histórico totalizado, unificado, universal iza
do, frente a una historia múltiple como infinito desorden. ¿Cómo entiendo
yo a la historia? ¿Para qué la historia? ¿Cómo llevo adelante este proyecto?
¿Bajo qué ideas lo llevo adelante? Ya no porque Dios así lo quiso en su
inefabilidad, sino vía razón, elaboración, reflexión, racionalidad. Este hori
zonte racional izador que caracteriza a Occidente y lo pone en el campo de su
Modernidad, puede también entenderse como un manto cultural, conciente
pero también inconciente en nosotros, porque nadie se va a preguntar cosas
a este nivel (en el sentido de por qué tengo que progresar, por qué hay que
tener dinero, por qué hay que trabajar). Este horizonte es una gran trama
cultural que no está puesta esencialmente en discusión: es el proyecto en sí.
Es la racionalización a través de la cual va a pensar la ciencia, va aplantearse
la práctica en el campo de lo ético y lo moral, y va a plantearse la expresión
estética. Puedo ser crítico, puedo ser cuestionador de muchos aspectos de ese
proyecto de la razón, pero no de ese horizonte de racionalidad que involucra
a todos, donde la racionalidad lo que está planteando es que se necesita
saber y preguntarse permanentemente, humanamente, por el sentido de la
historia, ya sea desde un artista, desde un científico, desde un cura, desde un
político, desde un filósofo.
Gran tejido entonces, trama cultural que en sus grandes discursividades
fija fines, objetivos, lógicas, fundamentos de acción, y donde, a través de
esta racionalización, la modernidad toma conciencia y verifica su propio
origen y propia marcha en la historia. Si va yendo bien o mal, de acuerdo al
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proyecto que se planteó desde la razón como fuerza fundante, y desde la
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crítica a aquella razón fundante. Algunos afirmarán que este círculo de razón
es una galimatías, una encerrona, un despropósito del propio sueño raciona
lista. La historia, desde la emergencia rudimentaria y luego más asentada de
la producción capitalista, experimenta una modernización salvaje, la mo
dernización de lo social, la modernización industrial, los obreros, la fábrica,
las grandes revoluciones industriales, Y una modernización cultural, verda
des, fundamentos, formas de la conciencia, lógicas, teorías, sistematizaciones,
valores, normas de acción, que tienen que dar cuenta de este proceso aluvional
moderno, que tienen que decir “Me gusta, no me gusta; lo quiero, no lo
quiero; va hacia un fin, tiene una meta, tiene un sentido”. Podríamos decir
que la lucha entre el burgués y el proletario, entre el liberalismo y el marxis
mo, entre las posiciones de derecha y las posiciones socialistas, tuvieron este
denominador común de racionalización que compartieron ambas partes en
litigio, denominador de fuerte fondo racíonalizador con que Occidente plan
tea su forma moderna en la historia. Junto a la modernización estructural
aparece esta modernización cultural de las ideas, del pensamiento, de la re
flexión, de las hipótesis del saber que señalan el sentido de la historia, que
señalan su porqué a la historia, su para qué, su cómo hacerse la historia, su
qué sujeto para esa historia. Según Habermas, para los enfoques funcionalistas
y conservadores de la sociología de los años ’50, el mundo de la moderniza
ción social se ha desfazado, en las últimas décadas, de aquella capacidad que
tuvo la modernización cultural para orientar el proceso histórico. Aquí se
precipita un momento delicado y fuerte para los tiempos modernos. Frente a
esta última gran etapa de modernización, desde la segunda posguerra en ade
lante, este último momento racionalizador, cultura lo denominábamos, pa
reciera que ha quedado en situación de obsoleto, de perimido, incapacitado
de dar respuesta a aquellas preguntas: para qué historia, por qué la historia,
hacia dónde vamos, cuál es el punto de llegada, por qué ese punto de llegada,
cómo hacer la historia. Las ideas, los mundos de conocimiento, las esferas de
saber y valorar parecieran que ya no pueden cumplir eficazmente esa misión
de amalgamar, de sintetizar, de dar cuenta del propio origen y del proceso
moderno capitalista en cuanto a normas, lógicas, conductas, fines e ideales.
Hay un momento de quiebre -dice Habermas- entre estas dos dimensiones,
por lo cual lo que entra en crisis es el proceso racíonalizador, fundado en
razón, del proyecto moderno. Habermas va a tratar algo relacionado con este
punto, en su artículo “La ilustración como un proyecto incompleto”, frente
a la embestida de variables interpretativas que provoca esta crisis de la razón
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ras. Variables posmodemas, dice Habermas, que en el enjuiciamiento a la
razón ilustrada moderna, se acercan a posiciones reaccionarias, o a enfoques;,
de invalidar a la propia razón crítica. En síntesis, boy nos habríamos queda
do sin las respuestas de para qué, por qué y cómo. Hoy necesitamos volver a
discutir todo esto de una manera como nunca tan profunda.
Sin embargo, la historia, en su modernización estructural, sigue avanzan
do. Lo que pasa es que hoy ya no podemos decir, como hace cincuenta, setenta
o cien años, si el avance tecnológico sirve siempre y en cualquier circunstan
cia, porque a lo mejor en Chemobyl, la más alta y avanzada tecnología sólo
sirve para la muerte; si la tala de bosques sirve para el papel, pero quizás ya no
tenemos respuesta para una agonía planetaria de la naturaleza del mundo. Si la
democracia es el mejor modelo político, pero tal vez vivimos la anomia, la
vacuidad y la banalización de la vida en democracia. Quiere decir que ya nos
quedamos, en términos teóricos políticos, sin respuestas claras, confiables. Es
tamos en una etapa que exigirá reencontrar este proceso de racionalización
explicativa, frente a los peligros que entraña, según Habermas, salir del cami
no de la razón, cuestionar equivocadamente a la razón porque no da cuenta
cierta, o porque no llegó a ninguna meta en relación a la felicidad del hombre
tal cual se lo había propuesto y anunciado. El peligro de entrar, como
contrapatida a esa acusación contra la razón moderna, en caminos irracionales.
En todo caso, el filósofo se enfrenta a esta profunda crisis, a esta suerte de
extinción de la atmósfera clásica del mundo moderno, pero vuelve a apostar a
la razón, a su capacidad crítica y de criticarse a sí misma, teniendo en cuenta
los peligros que implica salir de este campo de racionalidad para dar cuenta de
la historia. Desde ciertas perspectivas posmodernas, la historia de las grandes
ideas modernas, claves, fundamentadoras de un proyecto ilustrado, parecería
estar concluida. La capacidad de dar fundamentos desde la razón ilustrada
parecería alcanzar un límite insuperable. La historia parecería no poder dar
cuenta de hacia dónde va y lo que pretende, qué es lo que busca. Es lo que un
analista marxista de la cultura, el inglés Raymond Williams llama la “oscuri
dad del futuro”, esa nueva experiencia que la modernidad nunca tuvo, aun en
sus épocas más aciagas, como en el avance del proyecto bélico nazi, donde sin
embargo persistían, desde otras fuerzas, cosmovisiones, ideologías, un sentido
y un fin de la historia, una utopía de futuro. Si algo estaba iluminado y estaba
absolutamente proyectado era el futuro, aún en el marco de las calamidades:
eso fue lo moderno por excelencia. Hoy estaríamos situados en la oscuridad
del futuro en cuanto a estas variables que racionalmente tratan fallidamente
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de dar cuenta de un proceso histórico.
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Esto da píe a muchas interpretaciones, que afirman que habríamos pasa
do de una historia moderna a una historia posmodema, de una historia mo
derna a una posthistoria moderna. Que pone en cuestión la vigencia, la
incidencia, la sobrevivencia de esa clave de razón que fundó el mundo mo
derno capitalista burgués, pero también el proyecto comunista confrontador
por ejemplo, y sostuvo a, ambos a través de las grandes metadiscursividades
que alimentaron este proceso moderno en los últimos doscientos cincuenta
años. La idea de progreso, incuestionable hasta una determinada época, hoy
está en profunda discusión. Se progresa o se está retrocediendo según qué
parámetros tome uno, según qué referencias tome uno para pensar el progre
so. La idea del sentido de la historia como una meta a conquistar (la historia
corre hacia una meta a conquistar, hacia ella hay que llegar, por ella hay que
procurarse). La idea del bienestar indefinido. La idea muy cara al proyecto
de ilustración del siglo XVIÍI de la autodeterminación del hombre. La idea
que nace con la ilustración, en la Revolución Francesa, de la superación de
las miserias materiales y espirituales del hombre y los derechos humanos y
ciudadanos inalienables. La idea de la conservación de los recursos naturales
que hacen a la vida del planeta. La idea de que la fraternidad y la libertad
iban a avanzar sin pausas en las sociedades. La idea de que la ilustración y el
perfeccionamiento de toda humanidad iba a ser cuestión de décadas simple
mente. La idea del fin de las guerras y las violencias a partir de la razón de los
Estados, de la confraternidad de los pueblos. La idea de la superación de las
desigualdades sociales. La idea de la capacidad de la política, que se sustenta
ba en conocimientos científicos y en saberes, para conquistar la felicidad del
hombre. Han pasado doscientos años, y muchos de estos grandes relatos, de
estos metadiscursos, no solamente están en deuda con nosotros sino que
están mucho más alejados de lo real en algunas circunstancias, que hace
doscientos años. La modernidad, en la historia del siglo XX, ha mostrado
guerras, asesinatos masivos, genocidios, injusticias, depredación de la natu
raleza, infelicidad humana, formas de infrahumanidad, que hablan también
de la dudosa consistencia o vigencia real de esos grandes relatos al día de
hoy. Es decir, el proyecto de la ilustración, este proyecto en clave de razón
ilustrada, que racionaliza y moderniza nuestra historia, hoy lo vivimos en un
momento de profundo cuestionamiento, de crítico desemboque, donde las
teorías tratan de dar cuenta de algo, al parecer, ya acontecido: el agotamien
to de esos paradigmas vertebradores. Y hablan, por lo tanto, de la crisis defi
nitiva del proyecto moderno ilustrado. Por lo tanto, de la crisis definitiva de
esta perspectiva de lo moderno para entenderse a sí mismo, para fundamen
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tarse. Y hablan, básicamente, de la crisis definitiva de su sujeto, de esa figura
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liminar y esencial a la razón moderna: el sujeto conciencia, el sujeto porta-
dor de esa razón, el sujeto de los saberes, el que establece la verdad en el .
mundo. Porque si algo fue el fundamento y la base de lo moderno, fue este
sujeto de razón, este sujeto de conciencia en base a razón. Este sujeto de la
crítica y las explicaciones. Sujeto como núcleo de razón que objetiviza al
mundo y lo racionaliza; como portador de una conciencia autónoma; sujeto
como nuestra subjetividad, nosotros sujeto, como lugar insustituible donde
la razón narra un mundo. Donde nosotros decimos, desde nuestra autono
mía, desde nuestra razón, los sentidos de las cosas, de lo real, de la travesía
histórica, de las metas a lograr. Narramos, explicamos, representamos un
mundo. Es decir, damos cuenta de la sociedad, de la historia y de la razón
misma de ese sujeto. ¿Ese sujeto fue real o fue ilusorio? ¿Sigue siendo?
Hoy aparece la duda, cada vez más agudizada, de si todavía existe esa
narración subjetiva. Si no somos básica, absoluta y definitivamente atrave
sados por apariencias, señuelos, no-narraciones, virtualidades, en las que
nosotros apenas somos agujeros huecos, vacíos, que no podemos ya narrar
absolutamente nada. Nos des-narrativizan los sesenta y cinco canales, nos
borra toda narrativa lo que acontece como simulacro, ilusoriedad, des-
subjetivización, más allá de nosotros mismos. Nos des-narrativiza como suje
tos modernos la balcanización y fragmentación de lo real, sus hablas y len
guajes divorciados, los territorios sociales escindidos para siempre. Esto daría
pie también a pensar si ese sujeto, si aquel sujeto pensado como fundamento
de lo moderno, sigue existiendo. ¿Y si no existe más? se preguntan aquéllos
que plantean la variable posmodema: ¿de qué estamos hablando si ese sujeto
narrante ha desaparecido o se ha esfumado?
A partir de esto surgen distintas lecturas -algunas las hemos aludido,
algunas las hemos ya mencionado- que recorren el mapa de la modernidad,
de sus pilares, de sus edades, de su presente, tratando de caracterizar las for
mas de la subjetividad moderna y las formas de lo que sería una subjetividad
posmodema en ciernes. Hay un autor, Marshall Berman, profesor de una
Universidad de EE.UU., que se pregunta frente a esta conciencia que de
gplpe aparece en lo teórico, lo político, lo ideológico, lo artístico, ¿en qué
mundo estamos situados?, ¿cuál es nuestra subjetividad, qué ha quedado atrás,
sí algo ha quedado atrás?, ¿qué viene adelante, dónde estamos parados, se
guimos siendo modernos o no? Marshall Berman plantea que la modernidad
es una larga e histórica atmósfera, un clima cultural de extremos y de opues
tos, El sitúa su edad de oro en el siglo XIX, y pone como figuras más impor
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tantes a Marx y a Nietzsche, en función de que ahí, en ellos, se expresa la
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contradicción del alma moderna, de la conciencia moderna en estado puro.
Ahí, en esos dos pensadores, está la crítica y la esperanza de una manera
liminar. Desde esta lectura, tal como él caracteriza cuál es el corazón de lo
moderno en cuanto a clima y atmósfera cultural, esta pérdida de aquella
doble alma del sujeto moderno ya en el siglo XX, nos estaría indicando que
estamos viviendo en una suerte de larga, extensa y compleja agonía de lo
moderno. Sin embargo el propio Marshall Berman, a partir de este libro que
les recomiendo, Todo lo sólido se desvanece, en el aire, entra en discusión con
Perry Anderson y va a plantear que a pesar de esta lectura donde lo moderno
por excelencia quedó atrás, en el siglo XIX; todavía en la vida de algunos
estudiantes de sus clases, en cierta juventud emprendedora, ve signos, en sus
rebeldías, en sus proyectos, en sus utopías y preocupaciones, de una moder
nidad que puede vigorizarse. A pesar que su propia lectura ensayística estaría
indicando que lo moderno por excelencia es aquello que hemos dejado atrás
definitivamente, y corresponde a lo que hemos visto a través de estas clases:
esa época de principios de siglo donde todo estaba por hacerse y por
desintegrarse, donde todo podía ser posible. Esa sería la lectura de Berman.
Aquella fue la modernidad en su máximo potencial, hasta un determinado
momento.
Perry Anderson, teórico marxista inglés, le va a contestar críticamente
a Berman, y va a plantear que el proceso de la modernidad de subjetividades
y sensibilidades, se da a través de una enorme contradictoria y compleja
fuerza cultural, política, estética, ideológica, que plantea esencialmente la
lucha contra la tradición cultural (o sea, contra una cultura retrasada, retró
grada, reaccionaria), que plantea y cree en la expectativa del avance tecno
lógico indeteni.ble que planteaba la Modernidad como utopía, y que se plan
tea en el marco de la esperanza de una revolución social situada en el discur
so político socialista comunista. Anderson argumenta que esos modernismos,
esos “ismos” que gestó la modernización del mundo como sus instancias más
vigorosas y prometeicas, constituyeron el corazón inteligible de lo que fue lo
moderno. Que después de la Segunda Guerra, estas tres grandes cuestiones
claves, lucha contra la tradición, utopía tecnológica y utopía política (claves
modernistas, modernizantes, modemizadoras), se han agotado. Ya no hay
más que cuestionarle a lo conservador en términos culturales. El hombre ya
ha llegado a una conciencia de haber dejado atrás las culturas retrógradas. La
tecnología ya no es una utopía, sino que es una amenaza, y la revolución
habría fracasado en los términos en que por lo menos se pensaron hasta un
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determinado momento. También en Anderson, por lo tanto, surge el inte
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rrogante sobre la suerte de la modernidad de aquí en más. ¿Qué viene des
pués de ese agotamiento modernista como termómetro de la vitalidad de la
modernidad? ¿Qué lo suplanta?
Aparece un otro autor, el ensayista e investigador francés Jean Francois
Lyotard, teórico que plantea que ha concluido el tiempo moderno porque
los grandes metarrelatos modernos que le dieron referencia racional, hori-
zonte, guía de acción, de sentido, han claudicado. Hoy ya no tienen ni la
envergadura, ni la fuerza, ni el poder de persuasión para hacerse creíbles a los
grandes contingentes sociales. Crisis de estos grandes relatos y aparición en
su lugar de una pluralidad de relatos no totalizadores, de relatos parciales, de
razones circunstanciales, de lenguajes y variables que sirven circunstancial-
mente en términos de eficacia para cada una de las situaciones que uno vive.
Lyotard trabaja esta idea de pluralidad a partir de la idea de fragmentación,
de desagregación permanente, a partir del propio mensaje massmediático.
Plantea que a partir de esto podríamos estar en los bordes de la modernidad,
trabajando en sintonía con un tiempo de carácter post-moderno, plural,
polisémico, parcial en valores, hablas y sentidos.
Para un investigador español, Eduardo Subirats, lo posmoderno se evi
dencia en el abandono explícito de la filosofía crítica, y sus concomitantes, el
abandono de la crítica a la historia, a los poderes, a las nuevas lógicas del
conocimiento. La filosofía crítica es aquel mundo de ideas y reflexiones que
vimos por ejemplo en la Escuela de Frankfurt, que planteaba la posibilidad de
crítica a la cultura, al mundo, a las variables de vida de un sistema. Pero desde
una crítica que, como toda crítica, necesita un lugar de referencia, un lugar
donde aposentarse, una idea ética y utópica de posibilidad de cambiar las con
diciones de la historia. Hoy -esto lo dicen muchos analistas- viviríamos en una
época de difícil reconstitución de una crítica al mundo dado. Para Subirats,
este rebasamiento de la filosofía crítica se da básicamente por los mismos fac
tores tecnológicos de la civilización, que reestructuran el mundo de una forma
absolutamente inédita y dejan atrás la posibilidad de posicionarse en un lugar
crítico concreto, como conciencia crítica. Sobre el fondo de esta nueva situa
ción, para Subirats, se hace manifiesto que las lecturas, teorías y formas de
comprensión por la cultura y de las políticas de izquierda, sobre el propio capi
talismo, han quedado anacronizadas, superadas, por las nuevas formas cultura
les que hace presente el propio capitalismo. Para Subirats, el termómetro para
averiguar la vitalidad o debilitamiento de lo moderno, fue siempre el estado de
los proyectos de cambio que trataban de consumar la promesa moderna ilus
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trada, con la definitiva efectivj'zación de la revolución moderna.
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Para la posmarxista e investigadora francesa, Christine Buci-Gluksmann,
estamos caminando, a partir de estos factores que venimos viendo, hacia un
nuevo irracional ismo. Esto es importante de tener en cuenta, porque cuan
do analistas europeos plantean la palabra irracionalismo en Europa, regresa
la idea de la barbarie en la historia, del genocidio, de lo irracional, de lo
mítico, del fascismo-nazismo. Para la pensadora, estaríamos entrando en un
nuevo irracionalismo de tendencia neoconservadora, frente a la pérdida de
un mundo histórico. Frente a la pérdida de una escena donde históricamen
te estábamos situados. La reacción es conservar, ya no pensar en otra histo
ria, ya no pensar en cambiar la historia, ya no abalanzarse hacia adelante, ya
no trabajar en términos utópicos sino conservar: una suerte de “sálvese quien
pueda, pero yo retengo lo que tengo”. Plantea, al mismo tiempo, que la
posmodernidad nacería de la poca realidad que hoy tiene lo real. Ella está
haciendo referencia a que lo real ya casi se ha extinguido como experiencia
para nosotros, habitantes massmediatizados de las grandes urbes, en el senti
do de que estamos tan mediados, tan atravesados por lo mas mediático, que
en realidad que lo real exista, o no exista, es lo que menos importa. Hay un
analista francés, Baudrillard, que tiene un libro donde reflexiona que la Guerra
del Golfo no existió, porque no apareció en televisión debido a que el go
bierno de EE.UU. impidió a las grandes cadenas televisar la guerra. Enton
ces Baudrillard plantea una paradoja, dice que si no apareció en televisión,
esa guerra no existió. Si no aparece en televisión nada existe. A esto se está
refiriendo también Buci-Gluksmann cuando plantea la poca realidad que
tiene lo real. Es decir, con tal que me muestren un árbol en la televisión, me
importa poco si ese árbol existe o no; me quedo con ese árbol de la televi
sión, que a lo mejor tiene colores más lindos que el árbol real. Lo menos
preocupante es qué pasa en lo real. Estamos absolutamente massmediatizados,
dice Buci-Gluksmann, y entonces da cuenta de un hecho: la poca realidad
que tiene lo real. Esto puede derivar a que cuando uno discute, en realidad
ni sabe sobre qué está discutiendo. La teórica señala la disolvencia de lo real
en la palabra de los locutores, la licuación de lo real en los anuncios publici
tarios callejeros que nos explican qué hay que hacer con la realidad. En
definitiva, se vive lo que dijeron los mediadores que es lo real. Esto lo llama
ella una “atrofia de la experiencia”, o una resignación o aceptación de los
simulacros y efectos de una situación que no es tal, que da la sensación de
que existe pero no existe.
Para un profesor y teórico de la cultura y el arte norteamericano, Fredric
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Jameson, esta problemática de crisis de los grandes relatos y discursividades
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que ordenaron el proyecto de la modernidad, que nos hablaban de un mun
do constituido en términos modernos, plantea una experiencia donde
encadenadamente también parecerían disolverse las escrituras, textualidades
teóricas, géneros, estilos, fronteras, diferencias, suplantadas por una nueva
clase de escritura que son todas ellas, que no es ninguna de ellas. Que son!
todas las escrituras y no es ninguna a la vez. Es básicamente una metáfora
teórica del lenguaje masmediático, que habla de todo, pareciera acercarnos a
todo, cubre todo, informa todo, alude a todo, sin relacionar nada, sin
contextualizar nada, sin vincular nada: “todo en dos minutos”, como dice
Mariano Grondona. Pero que evidentemente construye un nuevo discurso
que es una suerte de simulacro de gran relato de todos los relatos, estilos y
géneros. Todo entre comillas, nada entre comillas, donde nosotros, supues
tamente, entramos en relación con los diversos discursos que en realidad
están disueltos en una única habla de masas transmisora. Fragmentación y a
la vez aparente totalidad que también se incorpora como modalidad de los
discursos sociales, donde aparecen cada vez más los lenguajes privados, par
ticulares, balbuceados, subdivididos, balcanizados. El relato de las tribus so
bre fondo de ese gran relato noticiero homogéneo, informador de lo real,
relato locutor, relato pantalla. Disolvencia de relatos, que accede a la propia
teoría o lenguaje del saber, a experiencia de la escritura, de la literatura en sí,
a una infinita intercita de relatos que ya no son, que se reconstituyen en
otro, que da pie a la parodia, al pastiche, y a una suerte de relato neutralizado
de características propias, diferenciadas.
Para otro autor y teórico anglosajón, Craig Owens, la posmodernidad
-vista desde una esfera artística, pero que también se despliega y tiene signi
ficado en lo sociah implica el fin del hombre poniendo su sello en su obra.
Uno, como receptor moderno por excelencia, ve un Van Gogh, un
Rembrandt, y dice “Este es un Rembrandt”, “Este es un Van Gogh”. Hoy el
mensaje massmediático, la estética massmediática, la estética de masas, no
tiene esencialmente autoría. Está trabajado en términos cibernéticos, en pa
quetes, señalizados, repetidos, ranquiados, exitosos. Una cosa tiene éxito,
entonces se divulga infinitamente a lo largo del año, muere ese fin de año,
aparece otra cosa, pero ya no hay sello de autoría. Hay moldes, prototipos,
códigos de aplicación, técnicas ordenadoras. Uno de los elementos esencia'
les para el nacimiento de la subjetividad moderna es la aparición del autor,
de aquél que escribía o pintaba para los duques, mecenas, principes o reyes,
para las iglesias, pero a la vez comenzaba a tener su público, finalmente
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público burgués. Autor que a partir de esas circunstancias comenzaba a tener
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su peligrosidad. Cierto poder cada vez más desplegado en la sociedad, en el
campo de las creencias, de las ideas, de las concepciones del mundo. Hoy,
para teóricos de ía posmodemidad en el arte y en la cultura, se daría la des-
aparición de ese sello subjetivo, de esta marca de la conciencia moderna en
la obra, en la escritura. “Todo es de todos, nada es de nadie”, es el ilusorio
mensaje de las estéticas massmediáticas, donde ese sello de autor desaparece
de lo político, de lo programático, de la escena social, y gravitará de distintas
maneras sobre una época del propio arte en su delicada frontera con el pro-
ducto cultural industrial o massmediátíco. Todo es un mismo texto acrítico,
ilusoriamente crítico, intercambiable, un único espectáculo con un mismo
agradable diseño. Con una eficaz técnica que lo opera. Donde todo queda
explicado y consabido podría decir nuestro autor-locutor. Y ese texto totali
zador carece de espesor, de envergadura, de consistencia, de perdurabilidad.
Sirve simplemente para consumir en lo cotidiano el mundo, ya sea a través
de un noticiero, una revista, un libro de ensayos, una película, un texto de
investigación, un discurso político. Todo aplanado, esforzadamente
hegemonizado, donde autor y locutor es una misma figura en el espejo. Es
esa frase tan lúcida de la generación de ustedes, cuando dicen “Esta película
no me la creo”. No me creo lo que está diciendo este autor-locutor. Todo es
espectáculo, moviola indetenible ¿por qué creerse la película aunque ya no
sepamos dónde quedó lo otro? Lo otro ¿se acuerdan?, las cosas reales.
Indiferenciación, equivalencia absoluta, reiteración permanente. Aturdimien
to de mensajes seriados. Ritual mágico de las pantallas, autores-locutores
que sueñan ser pantalla, raiting, consumo, equis cantidad de público. Todo
es lo mismo. Todo vale. Lo catastrófico de esta situación es cuando pasamos
al terreno de los valores, de las conductas, de los ideales, donde si todo es
también una misma película, entonces ya no hay posibilidad de optar o de
decidir cuál es el bien, cuál es el mal.
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vemos una película donde marchan soldados con banderas con la esvástica,
esto nos remite al proyecto nazi, al proceso de la Segunda Guerra Mundial,
al genocidio judío. De inmediato se dan a conocer, como escenas liminares,
intransferibles, a través de las cuales re-conocemos un mundo, una época.
Lo mismo podría ser aquélla de un Romeo enamorado, con Julieta allá arri
ba en el balcón, escenas que el arte ha inmortalizado y que pueden exponer-
se estéticamente de distintas maneras, pero que nos remiten irremediable e
infinitamente al amor, a los amantes, a lo trágico del amor, al amor tan
sublime que no tiene otra estación de llegada que la muerte. Hay escenas
absolutamente consustanciadas con nosotros. Si vemos una pintura con San
Martín atravesando Los Andes, esa escena simboliza toda una época, toda
una historia, el nacimiento de la patria, la totalidad de un siglo donde se da
ese alumbramiento de nuestra identidad.
Hoy vamos a trabajar escenas que están en las antípodas de éstas que les
referí. Voy a hablar de una escena imaginaria, que en realidad nunca vemos,
nunca vimos, nunca se nos constituye como escena si no es a través de
nuestro trabajo reflexivo, que la va dibujando como tal. En todo mundo
cultural, en toda época histórica habría una escena invisible, una escena de
fondo y necesaria de construir a través de la reflexión, escena que sustentaría
a esa época, áesa cultura. Una escena imaginaria que en realidad no aparece
nunca, que va a ser representada por infinidad de otras escenas de esa época,
que van a aludir a esa escena invisible que sólo nuestra reflexión extrae,
crea, genera. Es una escena imaginaria que fundamenta a una época, que
ilumina a una cultura. Donde podríamos situar por ejemplo, cómo nuestra
propia cultura se imagina al hombre, al mundo, a las criaturas, a las cosas, a
lo real, a la verdad. Podríamos decir que es una escena que nosotros tratamos
de imaginar reflexiva y ensayísticamente. Por ejemplo, la historia judía: en
nuestra escena invisible a los ojos hay un Dios creador del mundo, y del
hombre a su imagen y semejanza. Hay un hombre, un judío, un hombre del
pueblo de Israel en permanente conflicto y diálogo con ese Dios. Eso nos
cuenta la Biblia en el Antiguo Testamento. No esa escena en particular, sino
infinitas escenas que de distintas maneras nos llevan a imaginamos esa esce
na de fondo, originaria, primera, primordial. El hombre, en esa historia,
aparece como la parte privilegiada, la última creación de Dios a su imagen y
semejanza, y al mismo tiempo, como criatura caída eri el pecado, expulsada
del Paraíso. Entonces, la historia esconde una espera, que es la espera
mesiánica de volver a la Tierra Prometida, a la J erusalén Celeste. Una espera
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de redención, que define al pueblo, a la historia y a la cultura judía. Si de esa
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historia nosotros pudiéramos aventurar una imaginaria escena de fondo,
esa escena sería D/os y e l hom bre que espera. Esa sería la escena más hon
da, más profunda que nosotros podríamos imaginamos, que da pie y sus
tenta más que a una historia, a una cultura en el tiempo. En la antigua
historia cristiana, que es otra época, otras circunstancias, otros personajes,
pero tan importante como la anterior, Dios padre envía a su hijo, divino y
humano a la vez, Jesucristo, que muere por nuestras faltas. Acontece la
resurrección, la redención, se confirma el fabuloso mensaje de que la tierra
es un corto valle de lágrimas, vanidad de vanidades: Jesús ha resucitado y
promete la vida eterna. Si uno tuviese que trabajar sobre la escena imagi
naria de ese relato, del larguísimo período histórico del mundo cristianiza
do, premodemo, regido por la revelación de Dios en lo bíblico, en esa
escena única, imaginaria, invisible a los ojos, estarían el hombre y Dios y
su promesas de salvación a partir de la fe.
Tenemos esas dos historias, estas dos culturas diferenciadas y a la vez
entrelazadas. Tenemos estos dos momentos donde podemos imaginar estas
escenas que abstraen todos los elementos múltiples de la historia y se quedan
con lo esencial, con lo sustancial. En ambas están Dios y el hombre, expli
cándose aquellas cosas que el hombre no cesa de preguntarse y responderse
de diferentes maneras. En ambas escenas, el acto que podríamos hacer emer
ger, es el escuchar, o interpretar, la relación del misterio de Dios. Escuchar la
revelación de los textos sagrados, de la palabra de Dios ¿Qué somos? ¿Sobre
qué verdad estamos situados? ¿Para qué estamos en la historia? ¿Qué es este
mundo, cuál es su verdad? Las respuestas a esas preguntas es la palabra de Dios
revelada. Entonces, podemos imaginar en ambas escenas que el factor esencial
que las constituye es el hombre y sus dioses. Un diálogo inconcebible, o tu
multuoso, imprescindible. Un diálogo anhelado, o siempre ya retrasado.
Si vamos a la antigua Grecia, vemos que gravitan dos doctrinas: por un
lado, la doctrina de la reencarnación, donde el alma es universal, se despren
de del cuerpo, transmigra y reencarna al tiempo en otro cuerpo. Esto pensa
ban los griegos en la época de Platón y Aristóteles. Al mismo tiempo, hay
una doctrina de los ciclos cósmico-histórícos. Los griegos no pensaron la
historia como un proceso de progreso indefinido, lineal, para siempre,
indetenible, con una meta, como pensó la modernidad sobre la cual estamos
todavía situados, sino que pensaban que toda época, toda cultura, todo lo
que hoy llamamos civilización, llegaba inexorablemente a su cénit, a su cum
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que iba a cumplir el mismo proceso. Si juntamos las dos variables, esa alma
etérea que reencarna permanentemente y esta doctrina de los ciclos históri
cos, podríamos decir que la escena de fondo que podríamos intuir, en esa
otra gran historia, en ese otro gran momento del hombre, es la de un hombre
con las reminiscencias de su a/ma. Para Platón el conocer es recordar lo que
aquella alma que transmuta de cuerpo en cuerpo, de ciclo en ciclo, ha vivido
antes. El conocer es recordar simplemente lo que esa alma ya ha vivido en
otro tiempo, en otro cuerpo, en otro ciclo. Esa escena estaría planteando al
hombre con las reminiscencias de su alma para las dos grandes preocupacio
nes griegas, la virtud y la belleza. El preguntarse y tratar de responderse cuál
es el camino de la virtud, cuál es el camino de la belleza, era interrogarse por
cuál era la verdad.
Si nos acercamos al Renacimiento, podríamos decir al 1400, al 1500 en
Europa, el principio de los tiempos modernos, aparece otra historia fuerte, la
historia de Florencia, Venecia, Roma, la crónica de los grandes pintores y
pensadores del Renacimiento que van a dar pie a la constitución de una
concepción humanista que atravesará la historia moderna hasta el día de
hoy. Surge una doctrina con mucho brillo y resonancia neoplatónica, aquel
viejo Platón que va a ser rescatado en la totalidad de sus obras y a ser leído
desmesuradamente en la época del Renacimiento. Se afianza en esa encruci
jada un hombre con la idea de que es un microcosmos, un pequeño cosmos,
en armonía orgánica con la totalidad del universo, el gran macrocosmos. El
alma del mundo funde hombre y naturaleza, hombre y divinidad, ciencia y
astrología. Para esa época, para ese Renacimiento de corte neoplatónico, el
mundo es anima mundi, es un alma del mundo que vive, creación de Dios, y
en esa anima mundi, en ese universo o macrocosmos que tiene vida, el hom
bre va a ser la criatura privilegiada. La que tiene el don divino de crear
artísticamente como Dios, de pensar los infintos poderes, de abrirse a la
humana aventura del inabarcable cosmos íntimo y exterior. La escena ima
ginaria, invisible, en esa primera etapa moderna, sería la de un Aomí>re /rente
al cosmos c/eDios, como parte de ese cosmos. Parte que se rehace] subjetivamente,
como principio de lo moderno. Para ese hombre del Renacimiento, ese uni
verso que es el cosmos de Dios se le aparece como Dios presente y vivo en
todas las cosas de la naturaleza, por lo cual en la relación con la naturaleza,
se está relacionando esencialmente con Dios, por lo cual la relación del
hombre con la naturaleza es relación del hombre con Dios. Podríamos iiv
ventar una escena que sería la del hombre frente a ese inmenso cosmos: la
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forma en que se hace presente Dios.
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Pensemos en el tiempo que esconden esas escenas. Pensemos en los
tiempos en el hombre, en la historia. Imaginemos ahora, desde esta perspec
tiva, la escena a reflexionar que nos plantea la historia moderna, la historia
que todavía somos, ustedes estudiantes de la Universidad, yo profesor de
ustedes. El término moderno ya aparece en el siglo V de nuestra era, del latín
modemus (proviene de “modo”, modemus es modo), que hace referencia -ya
en ese siglo- a lo que apareció hace poco, a lo reciente, a lo que es ahora: al
tiempo inmediato, El tiempo moderno, ya para el siglo XVII y XVIII va a ser
el tiempo del ahora, del presente, de lo inmediato. Lo moderno nos está
indicando, por etimología propia de la palabra, la importancia que va a te
ner ese “hace poco”, ese “reciente”, ese “ahora” al que se remonta el signifi
cado de la palabra.
Es importante fijarse que cada tiempo se constituye esencialmente (tam
bién como se constituyó el tiempo del pueblo judío, del pueblo cristiano, y
en lo pre-modemo el tiempo del Renacimiento) en relación a cómo piensa
la criatura el tiempo, cómo concientiza el valor del presente, el valor del
pasado y el valor del futuro, cómo concientiza el sentido del hom bre en el
tiempo. Si uno estudia el pueblo judío podemos decir que lo bíblico está
fundado en el paraíso y su pérdida. En una pérdida del tiempo mítico, origi
nario, y en esa pérdida el hallazgo del tiempo profano, la historia, ese nuevo
tiempo según la quiso Dios. El hombre está en falta, porque el hombre hizo
fracasar la primera Creación, y tiene necesidad de reconquistar el pasado, la
Tierra del originario propósito divino. Tiene necesidad de abrirse al tiempo
de la memoria y al tiempo de la marcha. En el pueblo judío aparece fuerte
mente esa idea de la memoria, de la ley que la cobija, del texto que remite a
algo que aconteció, algo que se perdió, algo que se extravió, y la aparición de
la historia para reencontrarlo. Hay entonces una primera instancia donde lo
importante en esa historia es el pasado. Lo decisivo es el pasado, en princi
pio porque ahí estuvo el Dios de la creación y el dialogo de Dios con los
caudillos del pueblo judío. Nunca puede ser más importante un presente,
que un pasado donde los hombres dialogaron con Dios. El presente por lo
tanto es una pérdida, es un momento más bajo, más degradado, más de ale
jamiento por parte de Dios, aunque en el presente anida la historia y la
memoria de la verdad.
En los griegos también tenemos, a través de uno de sus grandes poetas,
Hesíodo (contemporáneo a Homero), y su Teogonia, donde poéticamente
trata de dar cuenta del principio de los principios, de cómo aparecieron los
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dioses, de cómo se constituye la tierra, los hombres, la relación de los dioses
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con los hombres, los primeros transcursos. Porque en ese principio está pre-
cisamente el sentido de todas las cosas: ¿por qué yo soy hombre, por qué ella
es mujer, por qué yo tengo este sexo, por qué la mujer tiene otro sexo? Todo
eso lo explicaría el principio, porque fue decisión de los dioses. La historia
mítica, la historia de los orígenes, es la historia de todos y todo: Dios o los
dioses tienen la respuesta. El mito es el único camino de saber real que tuvo
el hombre, desde entonces hasta hoy. Es el tiempo irrecuperable poque esca
pa del tiempo. Es pura verdad. En la historia griega primitiva, primordial, lo
importante, según Hesíodo, es aquella edad de oro perdida. Perdida del tiempo.
Luego surge la historia, el desdibuj amiento de la verdad, el olvido de las
fuentes. Después de la edad de oro vino la edad de plata, luego de la edad de
plata vino la edad de bronce, luego la del hierro, una permanente caída y
sufrimiento. Guerra y sangre. Oscuridad y ceguera. La edad presente es la
edad de la guerra para Hesíodo, del trabajo como obligación del hombre, de
la catástrofe acontecida. Pero la historia, el tiempo profanado, es también
aquí posibilidad de la memoria, de comprensión de la pérdida, de aparición
de la amenaza -el olvido- que obliga a los hombres a no olvidar en el tiempo.
Queda, en la memoria del poeta esa primordialidad mítica, lo importante, la
verdad acontecida. No lo que acontece ni lo que va a acontecer. Lo impor
tante de la historia es lo que ha sucedido.
En los cristianos también tenemos, durante toda la primera etapa de la
Alta Edad Media con el derrumbe del Imperio Romano, y aún en la Baja
Edad Media, la problemática de volver a lo verdadero, al primitivo cristia-
nismo, al cristianismo de los primeros cristianos, al cristianismo de los após
toles, al cristianismo de los Padres de la Iglesia. Esa fue la edad radiante, la
del diálogo, la que asistió a la presencia del hijo del Hombre, la edad de oro,
la verdadera, la auténtica. Todo lo demás, en todo caso, había sido pérdida,
extravío, distanciamiento, penuria, espera de la radiante segunda llegada
mesiánica. En el cristianismo, el anuncio del Milenio de Dios en la tierra es
una insorteable repetición de la espera judía, aunque desde un alborozo, el
anuncio de la vida eterna ya atestiguada por Cristo. Se trató, en todo ese
tiempo, de buscar el año, el sitio, el lugar, el tiempo del regreso. La búsqueda
era un infinito recordar el pasado, la ya invisible Ciudad de Dios. El presente
era una triste copia de un original perdido.
En el siglo XV, y en Italia, el Renacimiento es el redescubrimiento
secularizado que se hace de los valores, de las letras, las artes, la retórica, la
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peos. Se regresa a lo antiguo. Se vuelve a entrar en diálogo lector, en diálogo
hermenéutico con Platón, con Aristóteles, con el pensamiento y la obra.
Ahí aparecen los primeros argumentos renacentistas, humanistas, como si
dijesen “Tenemos derecho a elegir un pasado”. Y este pasado no es el pasado
que se tenía destinado, el que ya tenía su lugar establecido, y que ellos con
sideraban oscuro, bárbaro, sino el pasado romano, el pasado griego. Aquí
hay por primera vez una tensión fuerte, de corte premoderno, porque no es
la búsqueda de una edad de oro perdida, de un tiempo mito irrecuperable, lo
que anida atrás para el renacentista. Sino que se trata de una primera gran
versión del pensamiento moderno. La idea de que se va hacia los anteceden
tes, se vuelve a lo anteriot, para imitar, para tratar Je seguir adelante, ahora
desde ese pasado que yo elijo, lo romano y lo griego. La escritura filosófica,
poética, la obra, el autor, quiebran la visión de un pasado irrecuperable, para
tranformarlo en un pasado proyectable, inaugurante, reconstitutivo. En un
nuevo tiempo que deshaga el tiempo. Es decir, se va hacia atrás pero pensan
do en lo que está adelante, utópicamente. Se perfila entonces el primer
momento moderno por excelencia, que podríamos situar en ese Renacimiento
italiano del Cuatrocento, que va en busca de los antecedentes para rescatar
los, para salvarlos desde la elección humana de hacerlo. Para salvarlo del
naufragio, aún en conciencia de su paganismo anticristiano. Para recompo
nerlo y resituarlo, para reproyectarlo como historia.
A partir de ese reencuentro de autores, de obras, va a nacer el movi
miento humanista, humano solamente humano, que labra las claves del
Renacimiento. Es el reencuentro con las letras, la literatura, la estética y la
filosofía de lo antiguo, reproyectado hacia el mundo de la modernidad en sus
albores. Una nueva subjetividad cobija y se impregna de ese reencuentro,
para pensar de otra forma el mundo y el juego del tiempo. Por eso hoy noso
tros en la Facultad discutimos a Aristóteles, discutimos a Platón, discutimos
a Séneca; por esa tensión que genera el Renacimiento de recuperación de un
pasado de oro proyectado ya modernamente hacia el tiempo futuro en térmi
nos de obras de pensamiento y creación artística.
Aparece claramente en esta cita una figura ya moderna: la del creador,
la del artista, la del irreverente pensador neoplatónico, la del filósofo de la
magia de la naturaleza. Podríamos decir, Leonardo, Pico della Mirandola,
Paracelsó. El Renacimiento recupera potencialidad para lo humano
cristianamente caído, pero lo que va a procurar es un mundo que se abre
hacia adelante a partir del legado. Hay una primera condición, donde se
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deja atrás una Edad Media trabajada teológicamente por la Escolástica y la
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Revelación, y por su pensamiento de que la edad de oro se había inscripto en
el primitivo cristianismo, en la época de los Padres de la Iglesia. Se forja,
como contrapartida, una cosmovisión renacentista que se perfila hacia ade
lante. Que humanistamente utopiza el tiempo, lo proyecta. No permanece
en el duelo de lo acontecido. Lo reverencia, lo entiende como saber antiguo
supremo (Platón, Sócrates, Homero), pero lo desafiará incorporándolos a
una historia cuyo mayor valor es que está todavía por hacerse, por desplegarse.
Empezamos a ser modernos, hemos dado vuelta la historia. Comienza a ser el
presente, ese actuar en el tiempo y entre los tiempos, lo importante. Y tam
bién el futuro. El Renacimiento ya se relaciona con el misterio de lo divino
tratando de que se “le haga presente", sin idea de un imposible retorno his
tórico al pasado. Son las primeras etapas de la modernidad, que en la noción
del tiempo va a modificar esas viejas escenas que estuvimos viendo.
Lo importante pasa a ser el presente. Lo que va quedando atrás,
irregresable, es el pasado. Lo que pasa a ser digno de consideración es el
presente que comienza a proyectarse hacia el futuro. Precisamente, algunos
siglos después, en el XVII y XVIII, se da lo que señalábamos en las primeras
clases como el tiempo de la gran crisis de la conciencia europea, donde re-
mata esta nueva subjetividad moderna y su tiempo histórico, como decisivo
signo de la ilustración. En la conciencia de la gente, de los habitantes de las
ciudades europeas, se va dando la muerte progresiva de un mundo funda
mentado en Dios y sus misterios. Un mundo, siempre pasado, que Dios nos
revelaba, y en su lugar, un renovado indagar de la gente frente a esta crisis
entre viejos y nuevos sentidos incorporados. El hombre va a tomar una fuer-
te conciencia de sí mismo en ese tiempo de crisis en el cual comienza a cesar
el mundo milenario, aquel mundo donde ¡a escena tenía a la criatura y a Dios
para preguntarle por el hombre, por las cosas, por la historia, por las causas,
por qué estamos, hacia dónde íbamos. Se agrieta ese milenario mundo que se
piensa en lo bíblico judío y cristiano, y va gestándose la conciencia del hom
bre desvinculado de aquellas escenas imaginarias, escenas amparadoras, con
que habíamos intentado definir las viejas épocas.
La crisis de conciencia agita al hombre, lo confunde, y al mismo tiempo
en ella va viendo que caen las explicaciones del mundo de corte religioso, de
corte sagrado, milagroso, místico, pero en su lugar no aparece de inmediato
nada que pueda explicar con esa profundidad y esa capacidad totalizante que
tenían las historias sagradas. Los siglos XVII y XVIII van a ser siglos de una
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la Querella, una disputa de pensadores que va a durar largos años. La Quere-
lia es el debate entre los "antiguos” y los que ya son llamados “modernos”.
Porque esta crisis de conciencia, esta crisis de ¡as representaciones del mundo,
este primer aviso de la muerte de Dios (que después la modernidad va a vivir
como experiencia claramente expuesta), surge en la conciencia del hombre
como muestra de degeneración, de decadencia de la historia, como pesimis
mo. Es decir, todavía vencían aquellas cosmovisiones en cuanto a que el
pasado fue la edad de oro en relación al presente (que está viviendo los
escarceos, la agonía de un mundo dado). Pero ahora la valorización del pasa
do no surge tanto desde una lectura religiosa de los tiempos que remitía al
dios de los orígenes, sino a la confrontación entre el hombre antiguo y el
hombre moderno. A una comparación secularizada, absolutamente huma
nizada, hija del legado renacentista y no del legado sagrado. Se discuten
calidades de autores, de obras, de sistemas de pensamientos, de creadores.
Encontramos, en principio, una idea pesimista: la historia ya tiene tan
tos años que está vieja. Los muchos años de la historia es la decrepitud de la
historia. Fíjense qué diferente a nuestro pensamiento moderno. Si hay algo
que define nuestro tiempo, el actual (que es sin duda el tiempo que está en
el final ), es lo nuevo, no lo viejo. Modernamente, para nosotros, lo que va
incorporando la historia, lo último de la historia, es permanentemente lo
nuevo, lo joven, lo valioso, lo que más importa. El pensamiento de aquel
momento de fines del XVI y principios del XVII, en la grieta de dos mundos,
en crisis de conciencia, veía que en realidad estaba asistiendo a una historia
ya vieja, avejentada, en decrepitud, o como decían los griegos dos mil años
antes, historia ya transcurrido su cénit, ahora destinada a su ancianidad, a la
degradación y la caída. Se discutía entonces que la antigüedad contenía los
mejores tiempos, los mejores pueblos, los más jóvenes, los de la pura infan
cia del mundo. Si allá estaba Homero, si allá estaba Platón, si allá estaba
Aristóteles, si allá estaba el arte trágico griego, si allá estaba Seneca y Virgilio,
autores divinizados que no habían podido ser superados, lo mejor era lo an
tiguo: aquel tiempo vital, bisoño, de la historia. Pero la grieta es profunda en
ese sentido, la crisis de conciencia es decisiva, irreversible. Aparece otra
lectura, la de los liberales, la de los llamados libertinos, la de los “modernos”,
que van a pensar que se abría un tiempo para constituir un nuevo mundo de
cosmovisiones, podríamos decir de corte post-religioso, post-místico. Una
creencia cada vez más remarcada en lo científico, en lo técnico, en lo políti
co democratizado!1, en la idea de que la historia, por el contrario, no estaba
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en su vejez sino que estaba en la plenitud de su progreso, recién en su prin
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cipio auténtico, pos-superticiones y falsedades. Recién con posibilidades de
acceder a la verdad. Esto era lo moderno. En la Querella entre antiguos y
modernos comienzan a fundarse las ideas, las reflexiones, las propensiones
de lo que todavía hoy somos.
En esa encrucijada de definitivo amanecer moderno, se acentúa la pro
blemática crítica entre tiempo sagrado, o cósmico, o secularizado, y la nueva
conciencia en la historia. Compleja fragua de la cosmovisión moderna, que va
a cruzar (en función de ese futuro como tiempo que comenzaba a importar),
tiempo teológico y tiempo de la razón científica. Por un lado, una tendencia
que planteaba que lo único que podría salvar al hombre era un acontecimien
to de corte milenarista. La necesidad de una regeneración religiosa profunda.
Casi la necesidad de un Apocalipsis, de la llegada de un Antimesías, de una
catástrofe. De un denumbamiento y un alumbramiento. De una guerra en el
cielo entre ángeles de justicia y demonios, y luego la llegada del Mesías o
segunda llegada de Cristo, para salvar la vieja y caída historia con otra historia.
De este fondo mesiánico, que remonta a la revelación sagrada más extrema,
surge la idea de violencia, guerra, destrucción, regeneramiento. La idea de
revolución moderna. La revolución inglesa moderna del XVII va a ser fiel
testimonio ideológico de estas fuerzas socialmente desatadas. Podríamos decir,
esta cosmovisión que veía la historia desde coordenadas y variables antiguas,
primordiales, divinas, propone sin embargo revolucionar y salvar a la historia,
un tiempo futuro por excelencia: un gesto inaugurante de neto corte moder
no. La otra tendencia, que viene avanzando, veía que una historia donde lo
moderno, lo nuevo, lo científico-técnico, el experimentar, el estudiar, el tra
bajar en base a la razón y desde una conciencia cada vez más autónoma de la
religión, permitiría superar definitivamente credos, fanatismos, milenarismos,
guerras religiosas, y gestar desde esta nueva racionalidad un tiempo nuevo,
refundador de las representaciones del mundo y sus causas. Esta visión que
hace base en lo nuevo, en lo moderno, en la superioridad del hombre actual
con respecto al hombre de todos los pasados, proyecta también la nueva idea
del valor del presente en tanto preñado de futuro. Ambas visiones, ambas
concepciones de los tiempos en el tiempo, se fusionarán en la futura relación
Filosofía de la ilustración-Revolución Popular Moderna, de manera tan angé
lica como demoníaca, para parir la nueva edad del mundo occidental.
Estamos entonces en las vísperas de lo moderno, del siglo de la ilustra
ción, época que va concretizar otro perfil del hombre, de la historia y del
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mayor resplandor, su futuro. Esto ya somos nosotros. Pensemos en algún
ejemplo: frente al SIDA, nuestro pensamiento 110 és, como sería el de un
griego, quien diría “este es el principio del fin”, el signo de la decadencia.
Nosotros, en cambio, decimos “seguro que ya vendrá la vacuna”. Vivimos el
presente, siempre pensando que lo nuevo va a ser la resolución de la historia,
porque la edad de oro es la que estamos viviendo nosotros, no la que vivie
ron otros contingentes humanos en el pretérito. La modernidad se asienta
sobre eso: sobre esa rotunda novedad c/ela historia, com o valor supremo. Nove-
dad como signo alentador, positivo, utópico, prometeico. Y acá vamos a
buscar -acercándonos al problema de modernidad y posmodemidad- la (-.seo
na oculta, invisible, imaginaria que habita detrás de nuestro mundo moder
no. Ya no aquellas escenas que hemos visto.
¿Cuál es la escena imaginaria que está por detrás de este mundo moder
no, planteado siempre como un presente proyectado utópicamente hacia
adelante ?Una escena que termina de esbozar su silueta en la ilustración, que
recorre todo el siglo XIX, todo el siglo XX, y hoy aparece en debate.
Vamos a tomar la figura de un filósofo decisivo en la filosofía moderna.
Decisivo para la constitución de la figura de la conciencia en la historia
moderna de una manera definitiva, sistemática, y que va a tener una enorme
influencia en los siglos XIX y XX, Hablo de Friedrich Hegel, filósofo ale
mán, que a principios de siglo XIX plantea precisamente cuál es la proble'
mática que en realidad funda los tiempos modernos en el sentido de lo que
estamos hablando. La problemática que permite asentar fundamentos sobre
ese tiempo moderno que se siente distinto al resto, que se vive inaugurando
un tiempo, que reconoce lo que va dejando atrás. Tiempo que no se despren
de de todas las cosmovisiones de la antigüedad, sino que a muchas de aque
llas las da vuelta, las arropa con otro lenguaje, y las echa a andar de manera
absolutamente distinta a todo lo que venía aconteciendo en lo sustancial de
la historia. Hegel hereda el tiempo filosófico de otro trascendente pensador
moderno, el también alemán Emanuel Kant, para quien la modernidad es
básicamente el proceso de autonomía de la razón y la libertad de su sujeto.
Significa que el sujeto de la razón se autonomiza de dogmas, de doctrinas, de
poderes que lo avasallan en cuanto a lo que tiene que pensar que es el mun-
do, las cosas, el hombre, Dios y las relaciones. Lo que hereda Hegel, básica
mente afirma: ese sujeto histórico asumiendo razón, autonomía y libertad es
el fundamento crítico de lo moderno. Para Hegel esto aporta esencial e ini
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cialmente para la construcción de una nueva problemática de la subjetivi
dad en la historia. Para una nueva época histórica de ese espíritu, subjetivi
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dad cognoscente, que está en búsqueda de saber, sentir y reconocer el mun
do de manera distinta, culturalmente superior, filosófica, a aquellas escenas
anteriores. A Hegel le interesa, por sobre todo, el destino de la historia mo
derna. Por lo tanto transforma la clave en problemática, y a la problemática
en el extraño e inédito fundamento de una época, la moderna. Ahora sólo es
la razón, fuerza suprema de la nueva subjetividad histórica, el camino hacia
la verdad, hacia la certeza y el porqué de lo histórico. La historia será la
historia de esa conciencia. Es la razón como único punto unitario frente a la
multiplicidad del mundo, frente a la multiplicidad de las cosas. El lugar don
de se va a poder pensar el mundo histórico es ese lugar, unitario, dialéctico,
contradictorio, totalizante, superador de contradicciones de la razón, que
concentra y define lo que va a ser esa multiplicidad de lo real, el sentido de
los pasados, la conformación de los futuros.
La escena invisible moderna, la imaginaria, es la que quiero trabajar
hoy. Las antiguas escenas han quedado invalidadas. La escena que nos perte
nece a nosotros es la escena que habla de un sujeto y un objeto. Esa es la escena
invisible moderna. Invisible no porque no se enuncie, no se proponga, sino
porque muchas veces, generalmente, su significado más profundo no ad
quiere la resonancia que tiene para explicamos a nosotros, modernos. Imagí
nense ustedes mismos, frente al problema de la comunicación. Son ustedes,
estudiantes universitarios de la carrera, los que van a dar cuenta de ese fenó
meno de la comunicación, los que van a transformar eso en objeto. En obje
to de estudio. Para conceptualizar, el sociólogo lo hará sobre la sociedad, el
antropólogo lo hará con su disciplina; el médico hará eso con la medicina.
En la cultura moderna ha quedado, cartesianamente, esa escena. Ha queda
do solamente un abstracto sujeto, un alma desinfectada de mundo sensible,
y un abstracto objeto, relacionados. Esa escena no sólo instituye el método
racional, científico, claro, para asumir al objeto, sino que también instituye
la representación del sujeto. No solamente estructura al objeto para enten
derlo, sino que básicamente conforma a ese sujeto que está en la escena
tratando de dar cuenta del objeto. Este sujeto es el yo racional, ese sujeto es
la conciencia fiíosófica-científica tratando de dar cuenta a través de conceptos,
de lo que debe ser el mundo. Como postuló Descartes en el siglo XVII, la
verdad viene de adentro. Viene de ese sujeto racional. Ya hemos dejado atrás
la revelación, los misterios, lo bíblico, el diálogo de los hombres con los
dioses, el diálogo del hombre con el alma del mundo. Hoy nos quedamos
con un yo de corte filosófico, cien tífico , y un objeto abstraído
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metodológicamente que es nuestra conceptualización de lo que entendemos
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que es la verdac/de ese objeto. ¿Por qué se preocupa Hegel por esta problemá
tica? Porque lo que plantea la filosofía moderna es cuáles son los fundamentos
del conocim iento. Yo no creo más en la verdad revelada por Dios, pero la
verdad que tengo que proponer debe tener fundamentos fabulosos e indiscu
tibles, no cuestionable por nadie, como fue la verdad religiosa. Una verdad
que asegure como aseguraba la verdad de Dios. En realidad, la ciencia, la
filosofía moderna, tienen una matriz absolutamente religiosa, bíblica: tie
nen que reconstituir la verdad. La verdad no puede ser discutida. Hay que
volver a inaugurar un mundo que se ha agrietado y que tenía una verdad
indiscutible, que ya no la tiene más. Esta escena del sujeto y el objeto es una
escena primordial sin la cual la modernidad, nosotros, no existiríamos, es la
escena del sujeto dando cuenta, en el estudio “del objeto”, de cuál es la
verdad. ¿Cuál es la verdad? ¿Cuáles son los fundamentos del conocimiento?
Estos fundamentos van a tener un único lugar de resolución, que es esa sub
jetividad, ese sujeto que racionaliza y desacraliza al mundo, Hegel va a decir
que la modernidad se fundamenta desde esta problemática: la de su propia
subjetividad histórica, y hace de esta problemática de la subjetividad libre y
autónoma, el fundamento de lo moderno. Hegel descifra cuál es el fondo de
los fondos de esta época distinta a las otras: es esta subjetividad pensando a
la modernidad al pensarse a sí misma. Ya no es un tiempo que se va a fundar
en el Génesis bíblico, ni en la crucifixión de Cristo, ni en el Olimpo de los
dioses griegos, sino que se va a fundar, como problemática, en la problemá
tica de nuestro yo, de nuestra conciencia, arrogándose el don de conocer,
llegar a la verdad, de tratar de fundamentarla, dándole sentido al mundo, a
la historia del hombre. Porque si no hay verdad fundamentada no hay mun
do posible. La verdad la puede dar Dios, un árbol, un mito, un pájaro, la
ciencia, pero la verdad se tiene que fundamentar. Un párrafo de Hegel, en la
Fenomenología del espíritu, una de sus primeras obras, dice: “Nuestro tiempo es
un tiempo de nacimiento y de tránsito a un nuevo período. Conciencia plena del
filósofo de lo que está viviendo. El espíritu -o sea la conciencia - ha roto con el
mundo de su existencia y el mundo de ideas vigentes hasta aquí; y está en trances
de hundirlo en el pasado, y anda entregado al trabajo de su transformación. La
frivolidad y abunimiento que desgarranlo existente, la añoranza indeterminada
de algo desconocido, son los m ensajeros de que algo nue vo se aproxima. Este gra
dual desmoronamiento queda interrumpido cuando un relámpago pinta de un gol
p e la imagen de un nuevo mundo". Hegel está describiendo esta escena imagi
naria entre sujeto y objeto. El espíritu ha roto con una época histórica, dice:
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la conciencia de los hombres, yo que pienso, yo que conozco, yo que rompí
con un tiempo, y reinauguro otro. En realidad Hegel está planteándose una
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nueva lectura, una nueva versión de esta escena de sujeto y objeto. Desear-
tes, antes, había planteado que para llegar al conocimiento claro y distinto
había que obviar los sentidos, obviar lo que me confunde, lo que me engaña,
los genios malignos que me llevan a un falso conocimiento, hasta que yo
solo (y el objeto), descifro, a través de un método de corte científico, la
verdad de este objeto. Sobre esta escena está trabajando el propio Hegel. La
está reinaugurando. Ahora esta escena entre sujeto y objeto, en Hegel, hace
presente algo mucho más fuerte que lo que había planteado Descartes. Hace
presente la compleja y contradictoria conciencia en la historia. El está ha
blando de la historia, de un proceso, de tiempos que se agotan, de tiempos
que mueren, de tiempos que aparecen, pero básicamente esta historia es la
conciencia que trata de conocer. La conciencia que toma conciencia de la
historia y deviene conciencia en la historia. Una conciencia en relación
dialéctica con esa historia, con ese mundo histórico que re-instituye. Dice
Hegel: conciencia “J e nacim iento y de tránsito”. El está viviendo esa época.
Nacimiento y tránsito, conmoción de los tiempos. Acá hay otra variable
para plantear esta escena: ¿Cuál es la edad de oro? ¿Cuál es la edad magna?
¿Cuál es la edad superior a cualquier otra? Es el presente. Ese presente ha
dejado atrás todos los tiempos anteriores en la marcha de la conciencia. Ella
está viviendo y a la vez pariendo nacimientos, tránsitos y conmociones, ahora.
Se manifiesta claramente nuestro ser moderno: el ahora, el presente como lo
más privilegiado que tiene la larga historia del hombre. Esplendor e impor
tancia de lo actual, de lo presente, de la conciencia. ¿Quién rompe la histo
ria en el texto de Hegel? El espíritu, la conciencia en la historia, la subjetivi
dad del hombre como gran protagonista de esta cultura, va a decir Hegel. El
tiempo de la filosofía es el tiempo superior arribado, y a la vez el tiempo
final. La conciencia plena pensando todas las historias desde este presente.
Reacomodando todas las historias a partir de este presente y proyectando
todos los mundos a partir de este presente magno. Es la conciencia -ya no un
episodio, una guerra, una catástrofe-, es esta subjetividad, esto que somos, la
que rompe con un mundo de ideas, la que reconstituye una forma de valorar
el presente. La que funda la época en lo que tiene de nuevo, de renovación,
y de profundo problema. La conciencia pasa a ser la problemática de la posi
ble o no posible verdad. Pero Hegel agrega palabras enigmáticas, porque
habla de frivolidad, de aburrimiento. Está hablando como una conciencia
desgarrada: por un lado está lo magno que inaugura, por otro lado está la
frivolidad, el aburrimiento, la añoranza, el desmoronamiento. Hegel dice
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que todo esto lleva el mensaje de algo nuevo desconocido.
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Se manifiesta una conciencia que es sorpresa, asombro, confusión, te-
mor, tensión, con respecto a la actual. Lo nuevo, lo novísimo, esa concien
cia moderna en la historia, es un tiempo ambiguo, un tiempo contradicto
rio, que aparece como anunciando lo posible y al mismo tiempo aparece
añorante, melancólica, desgarrada. Escindida de sí misma, viéndose en su
marcha, objeto de ella misma, necesitada de esa herida que la desgarra para
poder ser lo que es, para no ser lo que es, Hegel va a plantear que el tiempo
que inaugura lo moderno sólo puede extraer su normatividad no ya del cielo,
de lo bíblico, de Dios o de los dioses, sino de la propia relación dialéctica,
contradictoria, entre subjetividad e historia. La normatividad de lo moder
no va a ser la normatividad que esa subjetividad humana, libre y autónoma
en la historia, le plantee al tiempo que está viviendo. Esa conciencia utópica
que hizo la revolución en Francia, que piensa en los nuevos tiempos, que
descubre la mecánica celeste en Newton, que es al mismo tiempo una subje
tividad atemorizada, frivola, añorante dirá Hegel, es la que va a plantearle la
nueva normatividad al tiempo, a la cultura y a los sentidos de todo. Tenemos
el sujeto y el objeto, y en ese sujeto radica lo que vamos a ser. En nosotros
mismos radica lo que vamos a llegar a ser, lo que no vamos a llegar a ser, lo
bueno que vamos a conseguir o la catástrofe que vamos a producir en la
historia concreta desde el protagonismo de las ideas.
La modernidad, por lo tanto, este tiempo que Hegel dice que se inaugu
ra, debe constatarse a sí misma. Desprenderse de todo modelo, y luego, por
su propia condición de lo nuevo, esa conciencia autorreflexiva, libre y autó
noma, ser la suprema validez de todo. Por lo tanto, la única fuente de
normatividad para lo moderno es esa subjetividad que está pensando desde sí
misma en sí misma, y desde ahí en los tiempos, en la historia, en la actuali
dad de la criatura, en la verdad y los fundamentos de esa verdad que va a
establecer como mundo.
La filosofía de la conciencia no sólo está conociendo, está sobre todo
autorreflexionando sobre sí misma. No sólo está sabiendo sino que está sa
biendo que sabe. Desgarrada en dos; está trabajando en las respuestas sobre
el mundo, en total conciencia de que lo está haciendo. Ese desgarramiento,
esa autorreflexión de la conciencia con relación a la historia, al mundo, a los
hombres, al progreso, ése es el conflicto esencial de la subjetividad. Una
conciencia que se autorreflexiona. Una facultad de reflexión que se vuelve
modernamente sobre sí misma, sobre la propia conciencia. Esta va a ser,
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dad. Un portentoso mundo que se abre y que tiene como fundamento las
utopías, las impotencias y las potencias de esta subjetividad, que va a ser la
que va a remontar, desde su lugar de verdad, el mundo. Que va a ser la que va
a plantear como espíritu histórico y en la historia, cuáles son los fundamen
tos de esta nueva historia. La conciencia filosófica va en busqueda de todas
las verdades y del fundamento de todas esas verdades. El acierto de Hegel es
decir que esta problemática, este itinerario, este viaje impuesto a la con-
ciencia, funda la modernidad. Este desgarramiento de la conciencia, este
haber quedado poderosa y al mismo tiempo huérfana, este tener la capaci-
dad de avasallarlo todo, este desequilibrio donde la subjetividad aparece dueña
del mundo y preguntándose por sí misma, es la situación problemática de
difícil resolución. Si un tiempo se funda sobre esta subjetividad de razón,
sobre esta subjetividad que dice que lo real es racional, lo racional es real
-por lo cual yo soy un continente que capto lo que es el mundo en su verdad
y su realidad-, si toda la modernidad se tiene que fundamentar en esta subje
tividad, entonces la modernidad es problemática. ¿Cuál va a ser la subjetivi
dad que habla, la conciencia filosófica que le pone sello al mundo? ¿Desde
dónde las miradas van a coincidir esencialmente sobre este fundamento de
lo moderno? Efectivamente, de Hegel para adelante, toda la problemática
que discute la modernidad está discutiendo este lugar, este filosofar de la
conciencia, esta nueva escena sujeto y objeto que Hegel tiene como fondo,
revisa y lleva a dilema.
Nosotros somos hijos de ese sujeto-objeto. Hay una discursividad que
nos dice que si nosotros, por conocimientos heredados, por conocimientos
asumidos, transformamos esto en un objeto de estudio, vamos a llegar a la
verdad. Pero esto fue lo primero que discutió la modernidad, y podría decir
que esa escena, hoy, está cuestionada. El pensamiento de Hegel, sin embar
go, es tan poderoso que todavía seguimos trabajando en relación a esta esce
na problem ática de sujeto y objeto. Sujeto que narra al objeto, objeto que en
el ser narrado confirma potestad y lugar del sujeto. Ustedes están en una
Universidad para estudiar un objeto, que es el objeto comunicación, a través
de la ciencia de la comunicación, como están todos en la Universidad traba
jando sobre sus objetos de estudio.
La modernidad se funda en esa crisis y crítica de la subjetividad en la
historia que problematiza Hegel. Como si la escena invisible, sujeto-objeto,
fuese tan esencial como fallida, tan decisiva como quebradiza, tan armonio
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nida. Problemática ligada a esa escena madre del sujeto-objeto a partir del
cual nosotros, modernos, preguntamos por los sentidos del mundo, por qué
estamos y para qué estamos. Es decir, ¿qué es lo que se discute de esa escena?
Lo que se discute en esa escena es lo que discutían el pueblo judío, el pueblo
cristiano, pero con los dioses: ellos también discutían ¿por qué soy?, ¿por qué
viniste con este castigo?, ¿por qué tenemos que atravesar el desierto?, ¿por
qué mandaste un hijo para que muera? Discutían con los dioses. Nosotros
estamos discutiendo desde las distintas interpretaciones de la subjetividad
científico filosófica, y transformando no sólo la cosa en objeto sino transfor
mándonos nosotros en objetos de la fundamentación histórica de las cosas.
En realidad, la relación sujeto-objeto es una relación que se ha transforma
do, a lo largo de la modernidad, en objeto-objeto. La principal preocupación
moderna fue transformar ese sujeto en objeto de estudio. ¿Por qué transfor
marlo en objeto de estudio? Porque era el lugar de la verdad, del fundamento
de la verdad. ¿Si este hombre está loco? ¿Si esta conciencia está loca? ¿Si
ambiciona en exceso, si amenaza lo humano, si olvida lo que importa, sí
rompe con la ética de la verdad? Entonces, el principal objeto de estudio es
el sujeto, lugar de la verdad. Esa verdad que viene de adentro, que nuestra
razón piensa, legitima, abstrae y conceptualmente, y políticamente, lleva
adelante.
Ya Nietzsche, a fines de siglo pasado, va a formular una crítica furibunda
a este proyecto de sujeto-objeto que plantea el régimen de la apariencia y lo
verdadero, de lo cierto y de lo falso. A Nietzsche se lo cita muchas veces
como el filósofo que abre definitivamente la evidencia del camino nihilista
de nuestra modernidad. El nihilismo es pérdida de sentido, carencia de sen
tido, vaciamiento del sentido de la verdad y del yo filosófico moderno. Pér
dida de fundamento de lo real y sus interpretaciones. Cuando nos pregunta
mos por los fundamentos Nietzsche pone en evidencia la falta de sentido de
toda esta estructura con que se fundamenta el régimen de verdad de lo mo
derno, o sea, la discusión sobre los fundamentos de la verdad de aquella
escena sujeto-objeto. A partir de ahí los valores supremos sobre los cuales se
asienta lo moderno, Nietzsche va a decir que el mundo "verdadero”, es en
realidad el mundo de la total falsedad, de la total ilusión. El va a plantear
que este discurso entre sujeto y objeto por un régimen de verdad es un discur
so con que el hombre ha planteado una escena, de sujeto y objeto, supuesta
mente procuradora de representaciones y lenguajes “de la verdad". Va a ar
gumentar que lo que en esa escena descartiana es oscuro, aparente, marginal,
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demoníaco, instintivo, es el punto de partida de lo real, de la verdad: núes-
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tros cuerpos, nuestros deseos, nuestro instinto, nuestra supervivencia, nues
tra voluntad de poder. Nuestro mundo supuestamente descartado, fumiga
do, es el fundamento de la verdad. Y aquello otro, ese conocimiento abstrac
to de las verdades, de las morales, es sólo resultante de potencialidades his
tóricas en combate. Ya tenemos sobre esta escena, sobre este primer proble
ma, un garrote fuertísimo que le va a discutir a la modernidad nada menos
que su escena fundaraentadora, su procuración de fundamento: el momento
de la escena donde se representa un sujeto, se representa un objeto y un
dispositivo de verdad.
El segundo ganóte contra esa escena lo va a aplicar Sigmund Freud.
Freud, desde sus estudios psicoanalíticos en la Viena de fin de siglo, va a
plantear tres grandes críticas a este sujeto, a esa subjetividad transparentadora
filosófica del mundo y buscadora de la verdad. Primero va a plantear que ese
sujeto filosófico autónomo no existe. Esa conciencia plena, transparentadora,
única, que armoniza la realidad, esa conciencia no existe. Segundo, que en
realidad, ese sujeto está partido en dos, ese yo no tiene conciencia de otro yo,
inconciente. Tercero, que ese otro yo está trabajando con regímenes de ver
dad (el inconciente y sus variables de verdad), más allá de la razón de la
conciencia. Va a plantear el descubrimiento en esa subjetividad, de lo otro a
la razón en este monólogo: el desenmascaramiento del sujeto de la escena.
El propio arte moderno -ya lo vimos cuando trabajamos con las van
guardias- plantea desde su inicio la crítica a esa escena de la verdad racional
científica, a la escena donde la verdad única era metodología científico-
técnica de experimentación que se da en la relación sujeto-objeto. El movi
miento y programa romántico, que tiene lugar a principios del siglo XIX, va
a discutir con respecto a esa escena, con respecto a qué es ese sujeto en
relación a su objeto, tratando de conceptual izar en términos abstractos, me
cánicos, calculistas y “objetivos” lo que es el objeto. Van a decir los román
ticos a principios del siglo XIX que ese sujeto se desentiende (en la propia
escena) de lo mítico como saber y memoria de lo humano. De los sueños
como ese lenguaje otro, rememorante. De lo nocturno del hombre, de la
locura, del deseo sin objeto, de la melancolía de lo perdido, de lo indecible
del amor, de su erótica, del miedo y y la búsqueda de la muerte. ¿De qué
sujeto de la verdad me están hablando, si todo esto queda al margen en el
camino del conocimiento y sus fundamenta dones? El romántico reivindica
la escena de la ilustración, reivindica ese yo frente al mundo, libre, autóno
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sueños, nocturnidad, amores, ironías, recuerdos, violencias, melancolía, tris-
teza, dolores, me aproximo a otro yo, al auténtico yo. Posiblemente me salga
un poema, no un régimen de verdad científico-objetiva. Aunque el artista
más tarde pueda llegar a decir que de eso, de lo que digan poetas como Antonin
Artaud, Lautremont, Rimbaud, sale un régimen de verdad, y no de los sue
ños de esa relación sujeto-objeto encorsetada.
Ya los románticos, entonces, plantean un cuestionamiento de sospecha
a esta escena fundadora de lo que es la historia, el hombre, los sentidos. A
esa relación sujeto-objeto la pueblan de fantasmas, de ironías, de ingenio, de
gustos, de moda, también de tragedia, de estética. Lo que se va a llamar con
respecto al romanticismo, “las enfermedades del alma”, puede entenderse
como el gesto de reconstituir el sujeto de conocimiento por vía poética, por
vía de la expresión, de la nostalgia, de un filosofar poético, de una poética
filosófica. En todo caso, un sujeto moderno, ilustrado, también desmedido,
titánico y al mismo tiempo huérfano, melancólico de Dios, desgarrado, utó
pico, escéptico y al mismo tiempo añorante y romántico. Se verificará una
larga historia donde el yo de la razón ilustrada y el yo romántico ilustrado
van a discutir sobre los regímenes de verdad, y sobre esa criatura, sujeto
cognoscente que ahora tiene nada menos que el desafío de definir lo que es
el mundo.
A partir de este fondo romántico el arte moderno, de una u otra manera
va a ser crítico de las representaciones de la razón ilustrada vencedora,
devenido científico positivista. El arte moderno precisamente es la negación
de tal empresa, buscando otros sentidos. Negación de la representación
hegemónica de la verdad y búsqueda de otra representación. Negación de la
realidad establecida, tildándola de modelo incompleto, falso, hipócrita, bur
gués, alienante. Todo lo que pudo ser el arte moderno fue deconstrucción de
esa representación en los vericuetos de sus propias entrañas, donde incorpo
ró otra relación entre sujeto y objeto, vía artística.
Hay un tercer momento importante que reasume esta herencia crítica
de la modernidad, y es la Escuela de Frankfurt. El valor que le otorga Adorno
a la obra de arte, precisamente, como espacio creativo de desidentificación
en las representaciones de la relación sujeto-mundo objetivado. El arte mo
derno, el de vanguardia experimental, como posibilidad de dar cuenta en el
lenguaje de la represión de la auténtica naturaleza del hombre, fijada en la
escena filosófico-cientíñca de sujeto y objeto. Adorno denuncia ese precio a
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pagar.por la formación de un yo unitario, de un yo racional ilustrado. Lo que
dejamos en el camino, de nuestra propia naturaleza, de nuestra relación con
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la naturaleza, dice Adorno, sólo es recuperable desde una crítica desde las
orillas de la razón a aquel concepto de razón totalizante, censora, identificadora.
Ese sujeto frente al objeto, va a ser dueño de objetivizar el mundo, de transfor
mar todo bajo un determinado régimen de verdad y lógica científica concep
tual. Mundo, por lo tanto, va a decir Adorno, avasallado por esa lógica con
ceptual, que es instrumentalizadora del objeto. Avasallar desde ese yo sujeto
de la verdad. Va a decir Adorno que ese concepto del sujeto para definir su
objeto y decretar la verdad, sintetiza, reduce toda su carga particular: ese con
cepto arrasa con nuestra naturaleza y con la naturaleza del objeto. El concep
to, va a decir Adorno, ejerce violencia, sujeta, maniata la realidad, censura,
clausura en nuestra naturaleza la relación con la naturaleza del hombre y con
la naturaleza de las cosas. El espíritu moderno objetivante del mundo, va a
decir Adorno, es pura razón instrumental racionalizadora.
Tenemos entonces, que si uno analiza desde la perspectiva crítica en
que lo estamos haciendo, la modernidad nació con un cuestionamiento pro
fundo a ciertos fundamentos epistemológicos. A lo que se desprendía de esa
escena invisible, imaginaria, sujeto-objeto, que nosotros transformamos en
constelación de significados ocultos de la modernidad a partir de la reflexión.
Filosofía de la sospecha, cuestionamiento estético, teoría crítica cultural: ese
será el maravilloso don de lo moderno: incorporar permanentemente hasta
las críticas más demoledoras, críticas a los fundamentos con que la propia
modernidad clásica, filosófica, científico-técnica, ilustrada, trató de estruc
turar la autonomía de su sujeto, del régimen de verdad, de su historia. En
síntesis, la legalidad de su sujeto. La ilusoria representación de su sujeto de
conocimiento. Ilusoria, represiva, peligrosa, censora representación de ese
sujeto de razón, de ese lugar de conocimiento que se instituye a partir de
aquella escena del sujeto-objeto. Nosotros, estudiantes, profesores, trabaja
mos sobre la idea de que algo, por nosotros, que sería la relación sujeto-
objeto, nos ordena un mundo. Nos plantea lo que debe ser, cómo debe ser
todo lo que es verdad, todo lo que es falso, y sus consecuencias. Todo lo que
es moral, todo lo que es inmoral, todo lo que es bueno, todo lo que es malo.
Esa representación del sujeto, esa primera problemática fundante que plan
tea Hegel, va a signar lo moderno. Y lo moderno va a asumir el reto. Va a
decir sí, nosotros vamos a discutir con esta representación de la subjetividad,
del yo, de la conciencia, del sujeto, que funda el régimen de verdad. Lo que
distintas líneas del pensamiento moderno cuestionan en los últimos dos
cientos años, a través de reflexiones de la negatividad, de filosofías de la
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sospecha, de teorías críticas, es la representación y la índole de esa razón
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subjetiva que pretende transparentar el mundo. Que pretende fundamentar
el saber del mundo, que supuestamente “haría presente” desde esa relación
sujeto-objeto el auténtico ser de las cosas, el auténtico ser de lo real, por
detrás de los velos de las apariencias. Esa representación del sujeto ha tenido
pivotes diferentes para sustentarse: lo matemático, lo geométrico, lo físico,
lo existencial, lo lingüístico. Nosotros somos hijos de una creencia, hay de-
terminados discursos que dicen la verdad y otros discursos que son sólo opi
niones, gustos. Y respetamos ese mundo organizado por los discursos de la
verdad. La modernidad, sin embargo, tiene infinidad de líneas críticas a esos
fundamentos y sus sujetos protagónicos. Críticas podríamos decir, que hoy
precipitan sobre este tiempo de posmodemidad, el cual aparece, supuesta
mente, falsamente, como un tiempo que le hace la crítica más profunda a la
modernidad, a esta ilusoriedad de sü sujeto y su relación sujeto-objeto, a las
amenazas que esconde esa relación.
Hay un filósofo cordobés, Oscar Del Barco, que plantea en el artículo
“La ilusión posmodema”, qué es la posmodernidad. Se hace eco de muchas
cosas que vinimos diciendo, cuando trabajamos el tema de la modernidad
en la intención de aclarar un poco lo que realmente está aconteciendo con
nosotros. Oscar Del Barco plantea que asistimos, a partir de esta
estructuración de la relación sujeto-objeto en el régimen de verdad de los
fundamentos del conocimiento, a la crisis del hombre como sujeto dador
de sentidos. Hoy estaríamos en las antípodas de esa certeza: ha hecho pro
funda crisis la idea de sujeto dador de sentidos ciertos en relación al mun
do, la historia, las cosas. Crisis del sujeto dador de sentidos: un sujeto abso
lutamente desenmascarado frente a su objeto. Hemos desenmascarado la
escena que nos constituye como modernos, así como los modernos desen
mascararon otras viejas escenas. Así como los modernos no tuvieron ma
yores respuestas para suplantar a Dios, nosotros parecería que'no tenemos
respuestas para suplantar al hombre dador de sentido o lugar de la verdad.
Esta crisis del sujeto de una racionalidad dadora de sentido, de la represen
tación de ese sujeto como tal, se manifiesta en todo lo que dijo ese sujeto:
habló de historia, habló de progreso, habló de ideales, habló de metas,
habló de autonomías, habló de libertades. Todo eso es cuestionado cuando
cuestionamos al sujeto moderno dador de sentido. Es como si nos hubiese
estado hablando un dios falso: corremos la cortina y nos damos cuenta que
es nuestro primo Alberto disfrazado. Qué puede quedar de todas las verda
des de doscientos años, hijas de este sujeto dador de sentido, que somos
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nosotros mismos.
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Crisis del sujeto como lugar enunciador de la verdad. Estamos hablando
de una verdad de peso, que fundamenta un régimen de verdad con que se
estructuran las cosmovisiones del mundo de manera irrefutable. Crisis del
sujeto como amo de la naturaleza: es precisamente un amo despiadado. Como
dijo Michel Foucault, un teórico francés muerto hace unos años, vivimos
una época de borramiento del sujeto . Eso no significa que el hombre no se
enfrente a una computadora, que es un objeto, y cree la cuarta, la sexta, la
séptima generación de computadoras. Eso lo puede hacer permanente men
te. Estoy hablando no de los “cómo”, pregunta típica de nuestra época de
alta tecnología, sino de los por qué y de los qué. No de cómo comunico
frente a una vidriera de distintas ofertas comunicativas, sino qué comunico,
por qué comúnico, y también por qué esa vidriera. Estoy hablando de ese
otro objeto de indagación, que sería ¿qué somos?, ¿qué terminamos sien-
do?, ¿hacia dónde vamos?, ¿por qué vamos?, ¿por qué esa premura para ir, si
no sabemos dónde?, ¿por qué esa aceleración y multiplicidad de comuni
car, qué cosas?, ¿qué sentido tiene?, ¿cuáles son los ideales?, ¿cuáles son los
valores?,¿dónde está el bien, dónde está el mal?, ¿hacia dónde apuntamos?
¿Hacia dónde nos apuntan?, ¿qué digo, qué pienso, que siento, quién soy,
frente a mi computadora, ahora que sé que puedo comunicarme en cinco
segundos con Alaska?, ¿porqué comunicarme en cinco segundos con Alaska?
Ese “sujeto” del objeto ha desaparecido, dicen unos. La escena se ha
desintegrado, dicen otros. Ya no se tiene más que decir, agregan algunos más
La idea es crear nuevas generaciones de computadoras, pero el sujeto no sabe
para qué las está creando. Todavía persiste el objeto, el mundo tecnológico
nos puede dar una idea supuesta de “progreso”, pero ese “sujeto” y su relación
con el “objeto” ha entrado en profunda crisis. Esto es lo que se plantea Oscar
Del Barco: vivimos una época que es la pérdida de todo fundamento, de toda
verdad y de toda historia en cuanto a la interpretación de que la historia
tenía un sentido al cual había que apuntar y alcanzar. Lugar, dice el filósofo,
de la agonía, del Apocalipsis del proyecto moderno fundado en la centrali-
dad del sujeto que planteaba qué era lo real, qué era la historia, qué era lo
aparente, qué era la verdad, en el proyecto de la razón científico-ilustrada.
Se pregunta del Barco: ¿Puede haber historia en un mundo totalmente
tecnificado, sin hombres, sin totalidad de sentidos, sin prioridades? Lo que
se pregunta es si puede haber historia en un mundo sin representación signi
ficativa del hombre. La representación significativa, ese por qué el hombre
vale. Al parecer vale muy poco. ¿Podría haber una historia sin una represen
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tación significativa de por qué el hombre vale o no vale nada? ¿Puede haber
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historia en un mundo que no reúne ya lo infinitamente disperso y caótico, y
cada instante de caos sigue su propio curso? ¿Puede haber historia en un
mundo sin valorización de las cosas? Acá estamos entrando en una discusión
de corte filosófico cultural entre la modernidad y la posmodemidad. Esta
mos tocando los puntos más abismales de nuestra época, que nos dicen que
la posmodemidad no es una moda, ni un desfile, ni un libro, ni una ocurren
cia o una pose. Estamos trabajando, argumenta del Barco, sobre el fondo de
sentido de nuestra época, en un mundo carente de cualquier tipo de centra-
lídad y sin proyecto humano discemible, como se arrogó la modernidad que
lo tenía, para demostrar a lo largo de doscientos cincuenta años que no
concretizaba su proyecto. Este sería el escenario posmoderno. Del Barco lo
describe de manera crítica, como una realidad irreal, mediada, una realidad
lejana, indiferente a nosotros, una realidad en disolución, en dispersión,
como fin no de la historia, sino de esta razón moderna que venimos persi
guiendo a través de sus escenas y de sus sujetos. Fin de una razón moderna
que se planteó ese proyecto. Lo moderno, desde aquel sujeto que analizamos
hoy, se pensó como una historia para la libertad del hombre, para la autono
mía del sujeto, para la emancipación de la humanidad, para la búsqueda
permanente de la novedad -a través de las vanguardias-, y creyó en la evolu
ción, en el progreso, en la superación de los pasados, en el desarrollo indefi
nido del conocimiento y en la técnica bienhechora para el hombre. Ese
sujeto -hoy borrado- pensó en todas esas variables.
En todo caso, la posmodemidad confronta con esta historia moderna,
con este largo transcurso que venimos viendo, y que hoy se transformó en un
tiempo de culturas neoconservadoras, de barbarie técnica, que no tiene niri'
gún control y avanza más allá de cualquier tipo de racionalidad que la sitúe
en algo definible. En esa perspectiva, Del Barco dice que existió un sujeto
moderno de la razón, que criticó a la modernidad. A lo largo de estos dos
cientos años existió un sujeto de la razón que criticó a ese sujeto del “sujeto-
objeto”, desde la razón. La modernidad postuló la crítica sobre la figura que
la constituía. La modernidad había nacido en estado de crítica con respecto
a aquellas otras escenas invisibles, imaginarias, del hombre y sus dioses. ¿La
tiene la posmodernidad?
Acá se apunta al elemento clave para entender lo posmodemo. Si lo
posmodemo es una etapa de crisis más que se le agrega a la Modernidad, su
diferencia sería la ausencia de crítica, para Del Barco. El va a decir que la
modernidad tuvo pensamientos duramente críticos de la propia moderni
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dad, algunos también antimodernos: Marx, Nietzsche* Freud, Rimbaud,
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Mallarmé, él las llama “discursividades intensas”. Críticas furibundas a la
modernidad, al fundamento moderno, críticas a la idea del ser, de verdad, de
sujeto, a la totalidad de la crónica metafísica moderna. La diferencia que él
encuentra en el tiempo posmoderno, es una supuesta confrontación hoy con
la modernidad carente de toda crítica; carente de toda posición ética, tal
como implicó la crítica a lo moderno, carente de toda valorización de las
cosas, tal como implicó la crítica a esta modernidad. Esta sería la gran diíe-
rencia entre los viejos cuestionamientos a la modernidad, a esa escena de
sujeto y objeto racional, y el nuevo ideario posmodemo. La ausencia de
crítica. Entonces, lo posmodemo, dice, debe enfrentar este desafío: o se hace
hijo de ese viejo momento crítico, o se suma al nihilismo, al vacío total. Sin
sujeto, sin dios, sin sustancia, sin proyecto, sin historia, se pregunta Del
Barco ¿de qué mundo entonces el arte es arte y la filosofía es filosofía? El
posmodemo dirá: eso es lo posmodemo, cuando las fuerzas ya no tienen
mundo y sólo son imágenes que flotan a la deriva.
Creo que éste es el punto esencial para reflexionar lo posmoderno, el
tiempo que nos toca. Lo que se plantea es si esta crítica existe o no existe en
este tiempo de posmodemidad. Si estamos ejerciendo desde la razón, desde
nuestra conciencia, desde valores, desde éticas, desde un lugar que es dificulto'
so en su precariedad, una crítica a lo que fue la modernidad. Q, en cambio,
como intuye Del Barco de lo posmodemo, las cosas ya no tienen mundo y sólo
son imágenes que flotan a la deriva. Es decir, describimos lo que es pero ya sin
la intención de ejercer una crítica al mundo. Lo que está en juego es si somos
nosotros mismos un fantasma. Como si la última escena ya ni siquiera fuese
aquella representación de sujeto-objeto, sino celebración del fantasma.
La escena imaginaria, la escena invisible a los ojos pero estructurante de
una cultura en cuanto a la representación de lo que somos, se muestra res-
quebrajada, irreconstituible. Aquel sujeto moderno de conciencia filosófi
ca, como lugar que narra al mundo, que lo constituye, que se piensa
autorrefléxivamenté como valor de verdad, de ética, de crítica teórica, de
aspiración reconciliadora a través de caminos del saber o la belleza, hoy ha
perdido las imágenes de su propia representación. Lo posmodemo fija la
escena de su efectiva ausencia, de su indiscutible silencio. Una escena
relativizada de manera extrema sin posibilidad unificante, totalizante, utó
pica, donde ese sujeto de razón pagaría con su “salida de escena” sus errores,
ilusoriedades, soberbias y barbaries producidas. Fuga o expulsión que pon
dría fin a un viejo conjeturar en el orden de lo ontológico, en el orden de la
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búsqueda de “la verdad del ser”, de las cosas, dilemas que hoy se diluyen en la
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fragmentación, las equivalencias, el mutismo del mundo, la pérdida de iden
tidades y la licuación de toda marca de lo efectivamente real. En la escena,
ese o bjeto perseguido, añorado, mistérico, o llevado a la abstracción concep-
tual científica, ese objeto, finalmente el hombre mismo, el hombre-objeto,
pasa a ser un simulacro aceptado, un significado insignificante, un lugar de
mediatización desde infinidad de dispositivos técnicos que lo olvidan para
siempre y ni siquiera dejan su recuerc/o problemático. La pregunta con respec
to a lo posmoderno, sería hacia qué otra escena vamos yendo. O, mejor
dicho, si todavía podemos aspirar a imaginarnos una escena de fondo, que
nos explique si humanamente valemos algo todavía para aspirar a esa escena
explicativa.
Esa sería en gran parte nuestra actual cotidianidad ilustrada, estilo fin de
siglo XX. En este contexto de lo que vivimos, de lo que entendemos y no
entendemos, de lo que nos preocupa entender o no nos precupa, se da el
debate entre modernidad y posmodernidad. Remite a la razón de una expe
riencia humana y social, la nuestra. Nosotros. A la experiencia de la historia
que habitamos. Historia que daría la sensación de estar colgada entre dos tiem
pos, en un delicado y frágil equilibrio. Y frente a la cual los analistas de la
cultura dan su veredicto, tratan de aproximarse a sus secretos. Desde esta pers
pectiva, decía anteriormente, lo que queda cuestionado, digno de análisis, es
la modernidad como proyecto. Averiguar no sólo por su actual vigencia desde
el legado de la ilustración, sino indagarla en cuanto a lo que contuvo, preten
dió, postuló, quiso y realizó. No como despedida, porque no está en nosotros la
capacidad de despedir una época. Indagarla, porque su crisis profunda testimo
nia sus patologías, enfermedades, irracionalidades. Porque la crisis de sus gran
des relatos fundados en razón, patentizan una complicada encrucijada que
vivimos actualmente, en relación al mundo y la historia de las ideas. Tiempo
actual donde la modernidad se ve exigida, como proceso histórico transcurri
do, a un esfuerzo teórico cultural, reflexivo, reargumentativo, de autoconciencia.
Salir de su ensimismamiento, y arqueologizarse. Como hacen los arqueólogos
con las viejas civilizaciones y sus ruinas. Escarbar, reunir, cotejar. Decir qué fué
esa cultura hallada. En este caso, sobre nosotros mismos. Una arqueología de
lo inmediato diría, de nuestra contemporaneidad, de nuestro presente y su
memoria moderna. ¿Qué es el proyecto moderno? ¿Qué fue la ilustración‘del
XVIII? ¿Qué críticas y dudas recibió de su propia historia, de la historia del
pensamiento ?¿Qué fue el siglo XIX que creyó en esa herencia, pero también la
puso en cuestión, la puso bajo sospecha? ¿Qué pensó la política, el arte, la
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ciencia, la filosofía, de ese proyecto? Nes queda entonces, dejar atrás nuestros
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días, el siglo XX que recorrimos, y desde toda la experiencia y todos los
interrogantes que se nos hicieron presente, viajar hacia el pasado, hacia aque-
lia utópica constitución de lo moderno.
EL LENGUAJE DE LA ILUSTRACIÓN
Teórico N~ 11
❖
Ricardo Forster
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migo del siglo XVIII son los restos del aparato inquisitorial: la Inquisición
representa todo lo que los ilustrados van a abominar. La Inquisición nace,
como figura histórica, en la España del siglo XVI, se despliega en el siglo
XVII, en España sigue a lo largo del siglo XVIII; pero ya una de las caracte
rísticas centrales del pensamiento ilustrado es ir contra el discurso y la prác
tica de la Inquisición que representa la tradición de la iglesia romana, que es
el gran enemigo -no porque Roma sea peor que el rey de Francia- sino por
que representa estructuralmente, históricamente, ideológicamente,
experiencialmente, el derrotero de siglos de ignorancia, de siglos de humi
llación, de siglos de incapacidad de pasar a un estado de adultez, Otro de los
temas que son centrales en el pensamiento ilustrado: la adultez; poder ser
dueño de uno mismo a partir de la libertad que ofrece el conocimiento. El
conocimiento como libertad, el conocimiento como oportunidad, ya no la
pertenencia a una aristocracia o a una determinada clase social, sino ahora
la inteligencia como creadora de movilidad social, como productora de una
nueva praxis de los individuos en la historia. Esto es la ilustración. Esto es la
ilustración pensada como discurso ejemplar, como discurso reivindicable,
que sin embargo ha quedado vacío. Como una práctica que se nos ha aleja
do, que ha parido palabras que ya parecen no decirnos nada.
Hoy hablamos de defender la Universidad. Hablamos, a finales de siglo,
de defender aquello que la Reforma conquistó en 1918: la gratuidad de la
enseñanza, libertad de acceso a la enseñanza, laicización de la enseñanza. Y
no estamos muy seguros de que la propia sociedad sienta como propia esa
defensa, cuando uno de los valores centrales que fundaron la nacionalidad,
desde la Revolución de Mayo hasta la Reforma de 1918, fue precisamente la
equidad, el acceso a la igualdad de oportunidades. Esta sociedad ha dado un
paso por detrás de la ilustración. Hoy tenemos que justificarnos frente a la
sociedad. La sociedad hoy tiene referentes, en los medios de comunicación y
en la conciencia individual de cada uno de sus ciudadanos, que están por
detrás de la ilustración, que están por detrás de la equidad, por detrás de la
idea de libertad, por detrás de la idea de igualdad, por detrás de la idea de
fraternidad, que están por detrás de la idea de emancipación y autonomía:
nos hemos quedado detrás de esas ideas. ¿Dónde está el progreso?, uno po
dría preguntarse y pensar que allí hay un fracaso de la ilustración. El fracaso
es nuestro, probablemente. Es decir, no se progresa en la libertad, no se
progresa en la equidad, no se progresa en la igualdad, cuando una sociedad lo
que hace es quedar por detrás de aquel momento histórico que postuló estas
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que nunca llegó a ser realmente ilustrada y que cuando creyó serlo -cuando
creyó ser democrática- es precisamente cuando más lejos estuvo -y está- de la
tradición de la democracia ilustrada. No somos ni ilustrados ni democráti
cos. Justamente cuando aquellas palabras inventadas por la pasión de los
hombres del siglo XVIII se han convertido en moneda corriente, cualquier
periodista en los medios de comunicación toma un micrófono y se cansa de
vomitamos libertad, igualdad, equidad, fraternidad, conmiseración, dere
chos humanos. ¿Qué significan esas palabras, cuando un torturador, por tele
visión, reclama derechos humanos? ¿Qué significan palabras esenciales de la
ilustración, como razón, cuando el dispositivo de la racionalización técnica
del mundo fue capaz de inventar los campos de concentración y el genocidio
masivo? ¿Qué significa el progreso, cuando el progreso, llevado al Africa,
terminó creando las peores matanzas, los peores genocidios que el hombre
ha conocido en su historia? Son gente bárbara, salvaje; no son modernos, no
son ilustrados, no son occidentales. No somos responsables que las etnias
inventadas por los belgas se maten en Rwanda. No somos responsables de
haberles entregado lo peor del triunfo de la modernidad, lo peor del triunfo
de la racionalización moderna, que es la técn ica destructiva, la
desestructuración comunitaria. Allí hay una responsabilidad de la ilustra
ción, sin ninguna duda. Los procesos de colonización son responsabilidad de
la ilustración. Ilustraciones insuficientes, inacabadas, mal hechas; o ilustra
ciones excesivas, o nos metimos donde no debíamos... Son preguntas que
nos tenemos que hacer; preguntas que no se hacía Kant, no se hacía Rousseau,
no se hacía Robespíerre. Pero que nos tenemos que hacer nosotros.
Lo mismo respecto a una sociedad como la nuestra; donde me parece
que los últimos restos de dignidad que nos jugamos como sociedad que aspira
a ser democrática es defender a la Universidad. No porque la Universidad
merezca ser defendida tal cual funciona hoy, sino porque la Universidad es
uno de los últimos sueños realizados -independientemente de sus propias
pesadillas- de una sociedad que se quiso en un determinado momento más
equitativa, más igualitaria, y que todavía pensó que era posible que todos
tuvieran acceso a una educación digna. Me parece que ése es el único moti
vo por el cual nosotros tenemos que defender a la Universidad, como uno de
los últimos espacios públicos de discusión abierta, como uno de los últimos
lugares ilustrados, donde yo puedo debatir con mis contrincantes, donde las
ideas pueden ir y venir, donde todavía le queda un resto de dignidad a esta
sociedad. Es un deber de ustedes, como estudiantes, mucho más que el nues
tro como profesores, que siempre es un deber que se nos escapa porque el
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profesor no tiene la posibilidad de gestar un movimiento como el estudian
til, el defender ese resto, ese fragmento empobrecido de ilustración que aún
queda en nuestro país. La responsabilidad del movimiento estudiantil es
salvar uno de los últimos restos de dignidad argentina. Ese es el punto -me
parece- de la defensa de la Universidad. Si defienden a la Universidad públi
ca por el arancel, lo de ustedes es francamente lastimoso, es canalla, porque
están defendiendo su bolsillo. Ahora, si defienden la Universidad pública
como el último lugar de la dignidad de una sociedad que no quiere ser abso-
lutamente absorbida por la lógica del mercado, que quiere defender esos
espacios autónomos de producción y de debate público de ideas, por eso sí
vale la pena salir a la calle. Ese es el motivo.
Ricardo Forstsr
V
oy a plantear algunas ideas que había comenzado a desarrollar la clase
anterior. Este teórico va a seguir trabajando la problemática de la ilus
tración. Me gustaría jugar en espejo, tratar de indagar, de interrogar y proba
blemente también de preguntarnos qué es, qué significa, la ilustración en
nuestra, propia experiencia contemporánea, hasta dónde todavía las tradi
ciones filosóficas, políticas, ideológicas que inauguró el movimiento ilus
trado, siguen habitando en nuestras propias conciencias. Hasta dónde qui
zás -también sería una interrogación- dos siglos de experiencia política,
ideológica y filosófica agotaron el propio discurso de la ilustración. Hasta
dónde somos deudores o hasta dónde las palabras, los ideales, las ilusiones, las
utopías, del pensamiento ilustrado quedaron debilitados por el propio movi
miento de la historia. Hasta dónde podemos también pensar que aquellas ideas
ejemplares de la tradición ilustrada, al realizarse histórico y concretamente,
devinieron diferentes a lo que sus mentores imaginaron que iban a ser.
Yo hablaba el teórico pasado de algunas palabras claves, había mencio
nado que en el siglo XVIII el espíritu ilustrado forjó algunas de estas palabras
que habitaron las conciencias de los hombres y atravesaron los movimientos
sociales y políticos de los últimos dos siglos, y prácticamente podríamos de
cir que con la caída del muro de Berlín, todo ese periplo, ese gran itinerario
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de las ideas ilustradas, entró en un período de ruptura, de desagregación. Yo
hablaba de algunas palabras significativas, simbólicas y casi míticas: la pala
bra libertad, la palabra igualdad, la palabra emancipación, autonomía, ciu
dadano, humanidad; y estaba tratando de señalar que una de las característi
cas centrales del momento histórico de la ilustración es el postulado del
hombre como escultor de la historia, como arquitecto de la historia. Ya no se
trata simplemente del viaje cartesiano hacia lo profundo de la interioridad
subjetiva para fundar ontológicamente el cogito, la razón, sino que ahora se
trata de liberar definitivamente a los hombres de cualquier sujeción externa,
de cualquier trascendentalismo, de cualquier figura paterna que por fuera de
la propia voluntad, de la propia acción del hombre, imponga condiciones.
Cuando hablamos de autonomía, que es una de las palabras claves de la
ilustración, hacemos referencia precisamente a ese viaje de la conciencia,
de la voluntad subjetiva, por liberarse de las ataduras de los dogmas, de las
creencias religiosas, de los paternalismos que hasta ese momento habían
impuesto sus condiciones. El individuo emerge en el interior de la experien
cia ilustrada como el fundamento de una nueva praxis histórica, una nueva
figura de la acción transformadora.
Frente a los grandes dispositivos culturales, religiosos, político-
institucionales que habían mantenido al hombre en un estado de infancia
-podríamos decir, siguiendo una lectura ilustrada-, un estado de sujeción,
de dependencia, de falta de ilustración, el proyecto, la ilusión, la utopía
ilustrada, se fundan en un concepto de autonomía que tiene en la libertad,
en la autoconciencia y en la ilustración, sus momentos ejemplares. El hom
bre se lanza a la aventura de la modificación radical de las condiciones his
tóricas, sociales, culturales que fundaron su propia experiencia. Hay una
petición de principios, en el pensamiento ilustrado, que implica, como mo
mento fundamental y fundacional, la emancipación de cualquier tutela, la
lucha directa -como diría Voltaire- contra la religión como tutela y como
figura de la esclavitud de la conciencia. El pensamiento ilustrado implica un
amanecer de una conciencia libre, implica la idea de que el hombre, la so
ciedad, la naturaleza, son territorios abiertos para esta nueva experiencia,
para esta sed de transformación. Por lo tanto, desde las primeras construc
ciones de la conciencia subjetiva en la modernidad, desde el siglo XVII en
adelante, hasta estos postulados de la acción y de la voluntad de la ilustra
ción, nos encontramos con la emergencia -dentro de este momento históri
co- de esta figura nueva, arquetípica, que podemos definir como el hom bre,
El hombre que ahora adquiere una nueva universalidad, que es otro de los
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conceptos y las palabras centrales de la ilustración. Ya no se trata de las
diferencias de nacionalidad, de religión, de etnia, sino que se trata del con
cepto de igualdad; un concepto unificador, abstracto, universal. Ya no se
buscan las pluralidades, las diferencias, las distancias, aquello que plantea el
conflicto de los hombres, sino que se postula una concepción de universali
dad común, es decir, una definición de humanidad que atraviesa al conjunto
de los hombres. Este es un postulado profundamente revolucionario de la
ilustración, supone que los hombres son libres ante Dios y ante la naturale
za, frente a las desigualdades propias de los mundos tradicionales, de las es
tructuras comunitarias del mundo medieval o del régimen antiguo. La ilus
tración plantea -podemos pensarlo de este modo- una homologación entre
hombre e ig u a ld a d Una igualdad natural, todos los hombres tienen dere
chos, todos los hombres son iguales ante la ley, todos los hombres son iguales
ante la naturaleza; por lo tanto la ilustración plantea un combate de frente,
directo, irreversible y radical contra el concepto de desigualdad.
Casi todos los grandes pensadores ilustrados, desde los enciclopedistas,
como Diderot y D’Alambert, hasta Rousseau, plantean el problema de la
relación entre igualdad y libertad, entre el desarrollo de las capacidades
intelectivas de la individualidad y el postulado y el derecho del conjunto de
los hombres a aspirar a la igualdad. Quizás uno de los problemas centrales de
la tradición ilustrada es que el desarrollo histórico de los últimos dos siglos
planteó una suerte de separación, de dístanciamiento entre el camino de la
libertad, el camino de la libertad jurídica, el camino de la ley y el camino de
la igualdad. Cada vez más aparece el conflicto de aquello que para la con
ciencia ilustrada debía haber estado junto. Es decir, el conflicto entre un
orden jurídico democrático, igualitario en relación a la ley, y el proceso cre
ciente de las desigualdades en el orden material. El problema básico de lo
que podríamos llamar el proyecto ilustrado es no haber podido lograr la co
rrespondencia, el entrecruzamiento entre los dispositivos jurídicos que fun
daban este nuevo concepto de libertad humana y el problema estructural de
la desigualdad. Rousseau fue quien quizás más profundamente trabajó alre
dedor de esta dicotomía, de esta ruptiira, de esta falta de simetría, se enfrentó
al problema fundamental de la existencia de la desigualdad en el interior de
la sociedad civil. El problema de la sociedad es que había nacido como des
igualdad estructural; pues cuando el primer hombre -según Rousseau- alambró
un pedazo de tierra, cuando el primer hombre planteó la diferencia entre lo
mío y lo. tuyo, y cuando surgió la división del trabajo y se inauguró el tiempo
de lo social, allí ya apareció el problema de la desigualdad,* que es un proble
Bueno, con esto concluimos esta travesía por el romanticismo, que inau
gura una de las grandes, gigantescas almas que tendrá claramente presente el
siglo XIX y en muchos aspectos también el siglo XX. Revoluciones políticas
que fundaron patrias y unidades nacionales, proyectos artísticos, críticas recu
rrentes a las cosificaciones modernas, formas melancólicas de situarse en la
vida, euforias y fanatismos transformadores que terminaron pesadillescamente,
reconocen la estirpe romántica. Una estirpe que de miles de formas distintas,
estructura de manera fundamental la historia de las ideas modernas.
N icolás Casullo
Para finalizar la clase, tratemos de reunir los fantasmas que alzaron vue
lo por el aula esta noche. La historia de las ideas modernas se precipitó hoy
hacia un tiempo culminante de la modernidad. En el pensamiento de Marx
y la revolución. En los ensueños y pesadillas de Baudelaire, el primer gran
esteta de una plenitud de lo moderno, donde emergió la realidad como in
menso fantasma de difícil pronunciación. Ambos esgrimieron el recurso de
lo espectral, para detallar aspectos de una época, pleno corazón del siglo
XIX, que se abría en desencuentros, en discordias, en violencias contenidas
y expresadas, en frustraciones íntimas y sociales. En mundos llenos y mun
dos vacíos. En utopías que anunciaban los cielos de una modernidad a cum?
plirse. Y en subsuelos infernales que radiografiaban esperpentos, catástofres,
hecatombes. Ascensos del pensar, hacia las quimeras, descensos del pensar,
hacia lo diábolico. Para Baudelaire el fantasma es aquella criatura que re inicia
el tiempo, que fatídicamente nos vuelve al tiempo del envejecer, del añorar,
del tedio, de la muerte. Para Marx el fantasma, el comunismo, es aquello que
interrumpe un tiempo, el del sueño eterno de la dominación capitalista, y
mesiánicamente arriba con otra historia que deja atrás, quiebra con lapre*
historia de injusticias. Para Baudelaire el fantasma proviene del fondo de la
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conciencia, ese territorio íntimo descuajado, esa subjetividad moderna des
articulada, fragmentada en rostros, encandilaraientos y desesperanzas. Para
Karl Marx el fantasma proviene del fondo de la historia, de una pertinaz,
indetenible lucha entre justos e injustos, explotadores y explotados. Para
Baudelaire el fantasma expone la pesadilla de la historia, frente a la cual no
hay escapatoria si no es a través de una mirada poética que funde belleza y
muerte en un combate perpetuo, arrasador. Para Marx el fantasma expone la
historia como una pesadilla, necesaria de dejar definitivamente atrás, con
un último combate, con un último asalto al poder que extermine las legen
darias diferencias entre los hombres. Para Baudelaire el fantasma es el mal
cobijado en las entrañas del bien. Es lo atroz que anida en el supremo don, la
vida. Es el espectro oculto en aquello que aparenta ser lo real, la posibilidad
de felicidad. Para Marx el fantasma es el bien refugiado en los pliegues del
mal. Es la gestación de una clase redentora en la propia maldición del capi-
talismo y sus valores, y su compraventa de cuerpos y almas. Pero tanto para
Marx, como Baudelaire, lo fantasmal es el reino en este mundo. Son los
contornos, datos y referencias de la tragedia moderna, necesitados de ser
esclarecidos, descubiertos detrás de los velos engañosos. Lo fantasmal permi-
te, para ambos, quebrar las falsas representaciones. Permite abalanzar el pa
sado y el futuro sobre el presente. Permite romper con las apariencias. Per
mite anunciar un mundo definitivamente partido en dos, o en incontables
mundos. Bueno, ahora salgamos rápido y sin hacer mucho ruido.
A lejandro Kaufman
Ricardo Forster
“Cuando un dios quizo ser el único dios, a los otros dioses les comió
la risa. La loca y furiosa risa, hasta morirse de risa”.
Nietzsche escribe contra todos los sistemáticos, contra los que supo
nen que existe la verdad objetiva o los que prefieren la opción de Dios
como un modo de inventar un trasmundo. Su estilo es el aforismo, la frase
látigo; algunos dicen que esa elección se debía a la semi ceguera de Nietzsche,
una forma más corta y más cómoda de escribir. Pero en verdad lo aforístico
implica un modo de rechazar los grandes relatos articuladores de una con
cepción única del mundo. Frente a las ideas-cemento de los grandes siste
mas filosóficos del siglo XIX, Nietzsche hace de cada aforismo una idea,
una manera peculiar y particular de concebir el mundo. No hay una sola
manera nietzscheana de ver el mundo; no hay un solo Nietzsche. Hay
múltiples máscaras. Uno es el Nietzsche de Sils María, en los Alpes, sin
tiendo en una roca, a las orillas de un lago, la aparición fulminante de la
idea del eterno retorno, el descubrimiento más “abismal" que lo impulsa a
escribir el Zaratustra. Otro es el Nietzsche que en Venecia escucha la mú
sica antiwagneriana de su amigo Peter Gast y que se fascina con la ópera
“Carmen” de Bizet. Otro es el Nietzsche que en Roma se enamora de Lou
Salomé y entra en un conflicto sentimental del que saldrá perdiendo a su
amigo Paul Ree. Distinta es la imagen del joven profesor de Basilea que
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visita a Wagner y a su mujer, Cósima, en su casa suiza y que improvisa
largamente en el piano y que intercambia ideas filosóficas con el autor de
Sigfrido. Uno es el Nietzsche del N acim iento de la tragedia, profundamente
influido por Schopenhauer y Wagner, exaltado por la relación tumultuosa
con el “maestro”; y otro es el de El crepúsculo de los ídolos, o de Más allá, del
bien y del mal, donde arremete despiadadamente contra la moral de su ju-
ventud. No se puede presentar un Nietzsche cerrado. Los eruditos hablan
de distintas etapas en su pensamiento. Hablan de una primera etapa
wagneriana, trágica, con un fondo filosófico signado por la lectura de
Schopenhauer, etapa cuyo monumento es El nacim iento de la tragedia; allí
descubre a Dionisos y las formas de la tragedia griega; la irreversible con
tradicción entre el mundo dionisíaco, de la voluptuosidad, de lo erótico,
de lo primordial e informe, y el mundo apolíneo, el de la forma pura, de la
geometría, de la razón, del principio de individuación. El Nietzsche de El
nacim iento de la tragedia está fascinado por Wagner, por la idea wagneriana
del arte total, de una ópera que sea capaz de colocar en escena el verdadero
arte, casi a la manera de los griegos. Nietzsche sostiene que su héroe Wagner
ha revolucionado la música, la ha llevado a la culminación, es decir, al
reencuentro de las fuentes. Porque para N ietzsche, que también tuvo un
espíritu musical, la música es el arte que aún nos comunica con la vida,
con su vitalidad. Es el arte que rompe las distancias, que purifica; es la
fluidez; la música es movimiento, cambio, instancia próxima a los oríge
nes. Wagner es, para Nietzsche, el ejemplo elocuente de esa música con
vertida en totalidad, en eje del nuevo arte. Porque Nietzsche todavía pien
sa, en esos años de juventud, que puede haber verdades absolutas, que
puede haber mitos que renazcan de manera consagratoria. No olviden us
tedes que Wagner, por aquellos años, comienza a delinear la idea de un
“arte alemán”, el arte de El anillo de los Nibelungos, de Parsifal, el arte que
recupera las formas mitológicas alemanas y que acabará fecundando el na
cionalismo germano. Wagner es un poco el ideólogo de esta vuelta, el
mesías del destino alemán, un promotor de la “bestia rubia”. Y Nietzsche
se fascina, no por este lado fanático de Wagner que recién se le aparecerá
más tarde en toda su dimensión, sino porque confunde a Wagner con los
griegos, con el espíritu dionisíaco, con una nueva belleza trágica. Tampoco
deja de ser significativo su deslumbramiento por Cósima Wagner, una mujer
interesante hija de Franz Liszt, que por aquellos años puritanos se convir
tió en la amante del gran compositor. En cambio para Nietzsche fue una
amante platónica, inaccesible, perfecta, a diferencia de otra experiencia
amorosa que tuvo con Lou Andreas Salomé.
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Pero este Nietzsche de El nacim iento de la tragedia, escrito en 1871,
cuando recién tiene veinticuatro años y que impacta intensamente en Wagner
y su círculo, pero que produce un gran escándalo entre los filólogos, dirá,
mucho tiempo después, lo siguiente: “Wagner nunca se dio cuenta que, si es
alguien en la historia, es gracias a mí”; y esto que parece un signo de
megalomanía es, en realidad, el último escrito de una crítica despiadada que
Nietzsche construye contra Wagner, contra los ideales wagnerianos, contra
su propia desilusión.
Del mismo modo que se alejó de Wagner también lo hizo de
Schopenhauer, que fue el filósofo del pesimismo del siglo XIX y que marcó
profundamente la estética y la filosofía alemana; Schopenhauer fue el maes
tro de Wagner, de Nietzsche, de Thomas Mann, de Freud, todos lo leyeron
con pasión. Cuenta Nietzsche que un día en Leipzig, en una librería de viejo
vio un pequeño libro que le llamó la atención: era El mundo com o voluntad y
representación, escrito por un tal Arthur Schopenhauer, un personaje olvida
do por los alemanes. Dice Nietzsche que pasó siete días y siete noches en
estado febril, alucinado, leyendo a Schopenhauer. Esta lectura lo marcó,
conformó su etapa pesimista, trágica; porque decía, entre otras cosas, que el
principio de individuación era una pérdida irreparable, la separación de la
vida. El hombre vivía enajenado del mundo y Schopenhauer decía que este
hombre que se ha perdido a sí mismo y al mundo tiene dos modos aproxima
dos, imperfectos, quizás fallidos, de reencontrarse con esa voluntad primor
dial, con el fondo único de la vida. Schopenhauer había sido un lector apasio
nado del budismo, y supuso que a través del mensaje del Buda, de la idea del
Nirvana, se podía abandonar la individualidad. Pero -y esto fue fundamen
tal para Wagner, Nietzsche y tantos ottos- el arte era el otro camino, la otra
dimensión para recoger el fondo oscuro de la vida. El arte como salvador del
hombre y del mundo.
Este Nietzsche wagn enano, schopenhauriano, trágico, pesimista, irá
distanciándose lentamente de estos ídolos. Humano, demasiado humano es el
libro de la ruptura con Wagner y lo que los críticos han llamado la etapa
positivista del solitario de Sils María.
Primero hay una gran melancolía frente a la muerte de Dios. Una muerte
de Dios que Nietzsche la piensa desde el proceso de secularización del mundo
que ha promovido la modernidad. Secularización quiere decir: entronización
del saber científico; reemplazo de los valores cósmicos por valores profanos,
inventados por los hombres; quiere decir triunfo de esta subjetividad racional-
científica; triunfo de la técnica y la instíumentalidad; quiere decir también
t r iu n fo dé ciertos valores que ocultan la vida a través de la lógica de la repre
sentación, dé la identidad, y dé la mediación; es el triunfo de lo conceptual
frente al fondo dionisíaco. Es la muerte de los dioses y la apertura de una
llueva época. Porque, fíjense ustedes, para Nietzsche es la muerte de Dios la
qüé abre el desierto; pero es también la que abre una nueva chance, la que
teSCigúra otra historia, Se trata de atravesar la muerte de los dioses, de atrave
sar la desolación de una sociedad que ha perdido el sentido, que ha visto des
Allí donde la verdad quiere legitimarse por ser mayoría, Nietzsche co
mienza a sospechar. Y lo hace en una época que va definiendo la entrada de
las masas en la escena política. Este Nietzsche va contra el fascismo, va
contra el dogmatismo de las verdades absolutas, de las verdades mayoritarias.
En este sentido, Nietzsche reivindica el gesto individual de la crítica, de lá
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sospecha, de la desinteligencia con lo que el mundo considera verdadero. El
sostiene que el pensador radical es el que pone su vida en peligro porque
piensa diferente al conjunto de los hombres; de ahí que en Ecce H om o diga
que su filosofía recién podrá ser comprendida después de quinientos años; en
el sentido metafórico e irónico de esta frase, de que los hombres no ven más
allá de sus narices porque están adheridos a verdades que los convocan de
una vez y para siempre. El pensador verdadero, en cambio, es el que atraviesa
el peligro de admirarse de su propia verdad. Nietzsche más de una vez, y eso
aparece cuando sostiene la idea del eterno retorno, vio el peligro cernirse
sobre él, de admirarse de su propia grandeza. Por eso ironiza sobre ella en este
libro autobiográfico; por eso les dice a los hombres: “Soy el más grande de
todos, por lo tanto soy el más pequeño”.
Maurice Blanchot, en un texto muy hermoso que publicó hace tiempo,
decía que sólo comprende a Nietzsche aquél que entiende que detrás de
cada certeza hay una incertidumbre, detrás de cada contradicción, una afir-
mación. Sólo comprende a Nietzsche aquél que es capaz de transitar
intencionalmente el territorio de la incertidumbre.
Y en un sentido tan profundo como el de su admirado Hórderlin,
Nietzsche se enfrentó, con la cabeza descubierta, a la tempestad de los dio
ses. En un año, en el ’88, y fíjense ustedes qué paradoja, el último año de su
vida lúcida, Nietzsche escribe nada más y nada menos que El caso Wagner, El
crepúsculo de los ídolos, El anticristo, Ecce H om o y Nietzsche conüa Wagner.
Cinco libros, aparte de innumerables obras postumas. Es una época de frene
sí creador, como si un demonio lo estuviera poseyendo; él escribe más allá de
sí, como un poseso de las musas. El es un hombre inspirado, su filosofía es la
expresión de un hombre inspirado, y al mismo tiempo se ríe de las musas que
lo inspiran. Dice Nietzsche en Ecce H om o sobre la inspiración:
BIBLIOGRAFÍA DE LA MATERIA
Primera Parte 3
Segunda P arte 1
Segun da P a n e 2
Tercera P arte 1
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Im Hof, U.: “Ilustración y radicalización”, en Europa de la ilustración.
Kant, E.: ¿Qué es la ilustración?
Rousseau, J. J.: Discurso sobre las ciencias y las artes.
Subirats, E.: “Escepticismo e Identidad”, en Figuras de la conciencia desdi
chada, Taurus.
Thiebaut, C.: “¿La emancipación desvanecida?”, en La H erencia de la ilus
tración.
Von Holbach, B.: D el sistema de la libertad del hom bre.
Tercera Parte 2
C uarta Parte 1
C uarta Parte 2
Cuarta Parte 3
C uarta P arte 4
R e c o m e n d a c ió n d e film s