Derek Walcott, Puedo Sentirla Viniendo Desde Lejos
Derek Walcott, Puedo Sentirla Viniendo Desde Lejos
Derek Walcott, Puedo Sentirla Viniendo Desde Lejos
Walcott
Puedo sentirla
viniendo de
lejos
y otros poemas
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Archipiélagos
" Al final de esta frase, empezará a
llover. Y al filo de la lluvia, una vela.
Lentamente la vela perderá de vista las
islas; La creencia en los puertos de toda
una raza Se perderá entre la niebla.
La guerra de los diez años ha terminado.
El pelo de Helena, una nube gris.
Troya, un foso de ceniza blanca
Junto al mar donde llovizna.
La lluvia se tensa como las cuerdas de un arpa.
Un hombre con los ojos nublados la toca con los dedos
Y tañe el primer verso de La Odisea. "
Desenlace
Yo vivo solo
al borde del agua sin esposa ni hijos.
He girado en torno a muchas posibilidades
para llegar a lo siguiente:
Fama
Esto es la fama: domingos,
una sensación de vacío
como en Balthus,
callejuelas empedradas,
iluminadas por el sol, resplandecientes,
una pared, una torre marrón
en su blanco
marco, y flores:
gladiolos,
gladiolos
interrumpidas. Un libro
de grabados que pasa él mismo
las hojas. El repiqueteo
es su provisión.
El mediodía perfila a un limero
con una sombra irregular;
su espalda está
cansada de tanta
simetría.
La fila de esfinges
sobre la que descansan mis ojos
son colinas tan invariables como
su pétrea pregunta:
«¿Puedes decir en voz alta
el nombre correcto de cada cordillera
mientras cambian nuestros rasgos
entre luces y nubes?»
Pero mi memoria es tan corta
como leve el sonido del mar,
lo que vagamente recuerdo
es una línea de arena blanca
y vetas en la caoba
de rostros curtidos y
guijarros que murmuran en
un
río pedregoso, pero las preguntas
al disolverse desatarán
sus propios nudos?arroyos de
montaña cuya grava
enronquece con las lluvias?
al igual que se relaja un leñador
para escuchar como se abre el
cielo segundos después del golpe
de su hacha, los nombres se ajustan
a su eco: ¡Mahaut!
¡Forestière! ¡Y a lo
lejos, el ronco eco de
hojas de Mabouya! Y,
¡ah!
la colina se levanta y
come de mi mano, el
chucho ladra alegremente,
repite una vocal tras otra,
las ramas se inclinan ante mí,
los dialectos aplauden
al fluir hacia arriba
la savia de la memoria.
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Gros-ilet
De esta aldea, empapada como un trapo gris en agua
salada, llegó un lenguaje guarnecido de conchas marinas,
con una sombra de bayas en sus axilas
y codos como flexibles remos. Toda ceremonia comenzaba
en las vaguadas, los estercoleros, los funerales al alba y el
ocaso a los que asistían los cangrejos. El mar reforzaba
los olores. El ancla de las islas penetraba a gran profundidad
pero se veía siempre clara en las arenas. Muchos tiburones
y a menudo la raya, cuyas aletas son anchas como velas,
ascendían con mirada insomne desde los ondeantes corales,
y un pescador sacaba un bagre como una cabeza con tentáculos.
Y el anochecer con sus inevitables, inextinguibles candiles,
era como la Noche de Todos los Santos vuelta del revés, igual que el
murciélago obtiene su propia visión del mundo. Así, sus ojos miran hacia
abajo,
divertidos, consideran que caminamos de modo extraño, y se preguntan
sobre
nuestro sentido del equilibrio, sobre cómo dormimos
como si estuviéramos muertos, cómo confundimos
los sueños con cosas corrientes como clavos, o rosas,
cómo envejecen rápidamente las rocas con el musgo,
cómo el mar traza surcos que no tienen nada que ver con el tiempo,
y la arena se alza en torbellinos que no tienen nada que hacer en absoluto,
y las sombras sólo responden ante el sol.
Y ocasionalmente, como un viejo neumático,
el negro lomo de un delfín. Elpenor, tú
que te rompiste el culo, borracho, tambaleándote escotillón
abajo, y tú timonel, que navegas como la raya bajo el aliento
de las olas, seguid vuestro camino, aquí no hay nada para
vosotros.
En este lugar las velas y las costumbres son distintas, los
muertos son distintos. Sus tumbas las guardan conchas
distintas.
Hay diferencias más allá del paraíso
de nuestro horizonte. Esto no es el Egeo púrpura como la uva.
Aquí no hay vino, no hay queso, las almendras son verdes,
las uvas de playa amargas, el lenguaje es el de los esclavos.
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Valle Roseau
Para George Odlum
Silabario escolar
No tenía dónde
registrar el avance de
mi trabajo
salvo el horizonte, ningún lenguaje
salvo los bajíos en mi largo paseo
hasta casa, por lo que extraje toda la ayuda
que mi mano derecha pudiera aprovechar
de las algas cubiertas de arena
de lejanas literaturas.
No obtuve matrícula
en matemáticas; aprobé; después,
enseñé el latín básico del amor:
Amo, amas, amat.
para que aquellos que sueñan con un paraíso terrenal puedan leerlo
en tanto que hombres. Mis frescos en arpillera a la diosa Maya.
Los mangos enrojecen como carbones en un hoyo para asados,
paciente como las palmeras del Atlas, la papaya.
Me detengo a oír un
estrepitoso triunfo de cigarras
Me detengo a oír un estrepitoso triunfo de
cigarras ajustando el tono de la vida, pero vivir
a su tono
de alegría es insoportable. Que apaguen
ese sonido. Después de la inmersión del silencio,
el ojo se acostumbra a las formas de los muebles, y la
mente a la oscuridad. Las cigarras son frenéticas como los
pies
de mi madre, pisando las agujas de la lluvia que se aproxima.
Días espesos como hojas entonces, próximos los unos a los otros como
horas y un olor quemado por el sol se alzó de la carretera lloviznada.
Punteo sus líneas a las mías ahora con la misma máquina.
¡Qué trabajo ante nosotros, qué luz solar para generaciones!-
La luz corteza de limón en Vermeer, saber que esperará allí
por otros, la hoja de eucalipto
rota, aún oliendo fuertemente a trementina,
el follaje del árbol del pan, de contorno oxidado como en van Ruysdael.
La sangre holandesa que hay en mí se dibuja con detalle.
Una vez quise limpiar una gota de agua de un bodegón
flamenco en un libro de estampas, creyendo que era real.
Reflejaba el mundo en su cristal, temblando con el peso.
¡Qué alegría en esa gota de sudor, sabiendo que otros perseverarán!
Que escriban: «A los cincuenta invirtió las estaciones,
la carretera de su sangre cantó con las cigarras parlantes»,
como cuando emprendí el camino para pintar en mi decimoctavo año.
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Volcán
Joyce temía los truenos,
pero en su funeral
rugieron
los leones del zoológico de Zurich.
¿Zurich o Trieste? -Da lo mismo.
Son leyendas, no menos
que la muerte de Joyce: una
leyenda, o el rumor extendido de
que Conrad ha muerto y es. irónica
Victoria.
Sobre la línea del horizonte
nocturno que se ve desde esta
casa en los riscos, ahora y hasta
el alba,
hay dos fulgores, “millas mar
adentro”: las torres de los pozos
petroleros;
son como el resplandor del puro
y el resplandor del volcán
al final de Victoria.
Las quemantes señales de los grandes
podrían orillarnos a dejar
de escribir, para ser en cambio
sus lectores ideales, obsesivos
y voraces, que hicieran del
amor a las obras maestras
superior al intento
de igualarlas o superarlas,
y fueran los lectores más grandes de la Tierra:
Por lo menos requiere reverencia,
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Mañana, mañana
Recuerdo las ciudades que nunca he visto
exactamente. Venecia con sus venas de plata, Leningrado
con sus minaretes de toffee retorcido. París. Pronto
los impresionistas obtendrán sol de las sombras.
¡Oh! y las callejas de Hyderabad como una cobra desenroscándose.
Granada
Tierra roja y cruda, los muñones de olivo, verde oliva y plata
en el golpe de viento como una capa que diera forma al coche,
los atormentados olivos más pequeños de lo que pensabas,
como una tristeza no incalculable sino medida,
su distancia acortándose en la espiral que late en la carretera,
se ensancha la asombrosa Granada. Así es como hay que leer
a España, hacia atrás, como la memoria, como el árabe, montañas y
cipreses profetizados que confirman que el único tiempo es el pasado,
donde yace un pecado que pertenece a toda España.
Se retuerce en el tronco del olivo, mira asombrado desde el eco ocre
de una ladera de piedra, como la boca seca de un pozo: "Lorca".
Las aceitunas negras de sus ojos, el pan mojado en el plato.
Un hombre con la camisa blanca desgarrada y con manchas de vino,
traje negro y suelas de cuero golpeando sobre las piedras.
No puedes mantenerte fuera, aparte, y los otros
a campo abierto, el staccato del fuego de las metralletas,
los tacones del bailarín, el Ay del cantaor flamenco
y la boca de la guitarra: están ahí, en Goya,
el payaso que muere, con los ojos abiertos, en El tres de mayo
donde está el corazón de España. Por qué España sufrirá siempre.
¿Por qué vuelven desde esta distancia, esta lejanía
desde los cipreses, las montañas, los olivos que se tornan plata?
Signos
Para Adam Zagajewski
chimeneas. ii
Lejos de las calles atestadas, como novelas, con los pesares del siglo,
de los dibujos a carboncillo de Kollwitz, el dolor del emigrado
es sentir su idioma traducido, la sintética aura
de una ajena sintaxis, la alterada construcción que filtrará
lo específico del detalle, de lo húmedo: crujientes rayos de sol
sobre el alféizar, en la puerta del granero de ese país de heno
que es la infancia, el lino de los cafés bajo una luz académica
— en resumen, la ficción de una Europa que se vuelve teatro.
En este seco lugar sin ruinas, solo existe un eco
de lo que habéis leído. Es mucho después
cuando lo impreso se vuelve real: iglesias, sauces, sucia nieve.
Es esta la envidia en la que al final caemos; esto nos sucede
a nosotros, lectores, lejanos devoradores: que sus páginas emblanquecen
nuestras mentes como calzadas o campos donde el rastro
de una pluma hace surcos. Luego, nos volvemos como
aquellos que tornan los pañuelos de los cirros al anochecer en
adioses
de diva en un balcón de opera, techos de querubines, cornucopias
que vierten pétreas frutas, el escenario para la convicción
de un creyente en la música curativa: después, inmensas nubes pasan,
enormes cúmulos retumban como camiones cargados de bobinas
de papel de periódico, y la fe del arte redentor comienza a abandonarnos
cuando volvemos viejos grabados hacia paisajes al aguafuerte
con vetas de hollín en los húmedos adoquines y en los aleros.
32
iii
iv
Esa nube era Europa, que se desvanece más allá de las ramas espinosas
del lignum-vitae, del árbol de la vida. Queda una nube con forma de yunque
sobre estas islas, en las cimas de aludes atractivos,
ventiscas sobre el frente de campañas moteadas de nieve,
las mismas viejas noticias que solo cambian fronteras y
políticas, más allá de las que se ahítan los lobos, de ojos rojos
como bayas, y sus silentes aullidos se apagan entre volutas de
humo
como la helada nube sobre los puentes. Lentamente, la barcaza de Polonia
va flotando corriente abajo con magistral escansión,
los minaretes de San Petersburgo como una nube. Luego, las nubes
se olvidan al igual que los combates. Como la nieve en primavera. Como
el mal.
Todo lo que parece de mármol no es más que un velo.
Entonces, interpretad a Timón, y maldecid todo empeño como vil.
Vuestra sombra permanece con vosotros, sobrecogiendo a los rápidos
cangrejos
que se agarrotan hasta que pasáis de largo. Esa nube representa la
primavera
para los sauces babilonios de Amsterdam, que brotaban de nuevo
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esa explanada seca y breve bajo los más secos almendros marinos
donde se sentaban los viejos enjutos
nómbralos y se detendrán
esos cangrejos que añoraban dejar pasar una época
esas garzas como solteronas que dudaban de sus
reflejos preguntando, preguntando
Estrella
Si, a la luz de las cosas, te desvaneces
de verdad, aunque pálidamente
retirada a una determinada y
conveniente distancia, como la luna
suspendida toda la noche entre las
hojas, podrías alborozar esta casa sin
ser vista;
ah, estrella, doblemente compasiva, que vino
demasiado pronto para el crepúsculo, muy tarde
para la alborada, tu lumbre pálida
encauce lo peor de nosotros
hacia el caos
con la pasión
de un simple día.
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Apéndice
Esquizofrénico, desgarrado por dos estilos,
uno de ellos la prosa de un negro de alquiler, me gano
el exilio. Recorro esta hoz, millas de una playa a la luz de la luna,
curtido,
quemadura para
librarme
de esta vida de océano que es el amor propio.
Blues
Esos cinco o seis muchachos
que almorzaban en el pórtico
aquella noche de verano calurosa
me silbaban. Agradables
y amistosos. Entonces, me detengo.
La calle MacDougal o Christopher
en cadenas de luz.