Goody - El Milagro Euroasiático - 2012

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EL MILAGRO EUROASIÁTICO

Jack Goody

El MI G EURO IATICO

Traducción de
Belén Urrutia

Alianza Editorial
Título original: The Eurasian Miracle

Esta edición se publica de acuerdo con Poliry Press Ltd., Cambridge

© Jack Goody, 2012


© de la traducción: Belén Urrutia Domínguez, 2012
© Alianza Editorial, S. A., Madrid, 2012
ISBN: 978-84-206-0864-8
Depósito legal: M. 18.719-2012
www.alianzaeditorial.es

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ÍNDICE

l. ¿ALTERNANCIA O SUPREMACÍA? .......................................... 9

2. ¿POR QUÉ MILAGRO EUROPEO YNO EUROASIÁTICO ........ 13

3. ASPECTOS DOMÉSTICOS DEL «MILAGRO» ........................... 31

4. EURASIA Y LA EDAD DE BRONCE.......................................... 55

5. LOS COMERCIANTES Y SU PAPEL EN LA ALTERNANCIA ..... 73


6. RIQUEZA COMERCIAL Y ASCETISMO PURITANO.............. 83
7. HACIA UNA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO.................... 97

8. Li\ VENTAJA TEMPORAL EN LA ALTERNANCIA DEL OCCI-


DENTE POSTRENACENTISTA................................................ 113

9. LA ALTERNANCIA EN EURASIA ............................................. 125


8 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

APÉNDICE l: LOS ARGUMENTOS DE LOS EUROPEÍSTAS ............. 135

APÉNDICE 2: EL AGUA EN ORIENTE Y EN OCCIDENTE............... 149

NOTAS ............................................... ,..............., ....................... ,.,.... 153

REFERENCIAS ..... .. ......... . ............ ......... .... . .. . . . ..... .. . ............... ......... . . 161

ÍNDICE ANALÍTICO......................................................................... 173


CAPÍTULO 1

¿ALTERNANCIA O SUPREMACÍA?

Una breve introducción para un libro breve. El tema del presente


libro es la relativa unidad de los continentes europeo y asiático por
encima de sus diferencias, una unidad relativa que comenzó con
la revolución de la Edad de Bronce. Aquella gran transformación
-lo que el prehistoriador Gordon Childe describió como el co­
mienzo de la Cultura de las Ciudades (y, por tanto, de la Civiliza­
ción, tal y como él la entendía)- no desembocó en una bifurca­
ción entre un Occidente dinámico, que a través de la antigüedad
y el feudalismo llegó al capitalismo, y un Oriente caracterizado
por un despotismo hidráulico, burocrático y estático, que no se
modernizaría. Ésta era la teoría de los primeros sociólogos del si­
glo XIX -Marx, Weber y muchos historiadores europeos-, que
veían el mundo desde la perspectiva del predominio de Europa y
suponían que ésta siempre había ido por delante. Nadie pone en
duda los logros de Europa en la Revolución Industrial, ni tampo­
co en el Renacimiento. La cuestión es hasta qué punto se trató de
fenómenos europeos. En algunos aspectos sus raíces fueron euroa-
10 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

siáticas, pero, en cualquier caso, el movimiento clave es la alter­


nancia entre las sociedades después de la Edad del Bronce: ningu­
na ostenta una ventaja permanente sobre la otra.
En este capítulo se intenta responder a los argumentos europeís­
tas que proponen una trayectoria completamente distinta para
Occidente, Se basa en el trabajo que presenté en una conferencia
celebrada en Cambridge en septiembre de 1985 con el título <,El
milagro europeo». En aquella ocasión empecé por poner en entre­
dicho toda la discusión argumentando que daba una relevancia
excesiva a la invención de algo llamado «capitalismo», desdeñaba
las aportaciones de otras sociedades a los logros de la Revolución
Industrial y, en particular, ignoraba las aportaciones del este a la
«modernización», la mecanización y la industrialización. La tesis
del libro no estaba equivocada al reconocer la posición de ventaja
alcanzada por Occidente después del Renacimiento y, en especial,
en el siglo XIX, tras la Revolución Industrial, pero parecía un
ejemplo de teleología etnocéntrica en la medida en que atribuía
ese logro europeo a unas características profundamente arraigadas
y casi permanentes de Occidente, en vez de reconocer el fenóme­
no de la alternancia en una economía de intercambio (incluido el
intercambio de información).
Este breve libro no presenta muchas ideas que no haya sugeri­
do con anterioridad, pero clarifica muchas de ellas, y, en concre­
to, el aspecto de la alternancia entre las principales civilizaciones
de Eurasia, lo que suscita la cuestón de por qué creo que el llama­
do «milagro europeo» formaba parte de un fenómeno euroasiático
más amplio, que se desarrolló en el siglo XIX (e incluso antes, en el
Renacimiento), pero también por qué no puedo estar de acuerdq
con las explicaciones esencialistas a las que los europeos son tan.
proclives. La alternancia rechaza de forma automática el esencia'-' .
lismo y la noción de una ventaja permanente. . .·
La idea de este libro me la dio John Thompson, que señaló
que debía tratar más específicamente el interrogante de ¿«por qué
el capitalismo en Europa»? Esto me impulsó a releer el informe déi
la conferencia, lo que confirmó mi convicción de que el capitalis2i
¿AITERNANCIA O SUPREMACÍA? 11

mo debe considerarse en un contexto euroasiático amplio en el


que se produjeron una serie de milagros y renacimientos. Lo que
ocurrió en Europa en los siglos XVI y XIX se inscribe en ese proce­
so. Hoy estamos experimentando otra oscilación hacia Oriente,
que no se está limitando a copiar a Occidente, sino que retoma
avances anteriores. Sólo una hipótesis así puede explicar los dis­
tintos ritmos en el desarrollo de Asia y África, que nunca experi­
mentaron la revolución de la Edad de Bronce. Con mucha fre­
cuencia me refiero al establecimiento de la cultura culinaria y el
desarrollo de una grande cuísíne, así como de la cultura floral, en
parte porque son ámbitos sobre los que he investigado amplia­
mente 1 .
Pero son áreas que quedan fuera del ámbito económico, aun­
q estuvieron muy influidas por la economía, y se las suele aso­
ue
ciar con logros culturales más generales. No obstante, como he
sostenido, se trata de áreas en las que Occidente ha sido compara­
do constantemente con Oriente, que durante largo tiempo osten­
tó la ventaja en muchos aspectos, por lo que ni su economía ni su
sistema de conocimiento eran inferiores a los de Occidente.
CAPÍTULO 2

¿POR QUÉ MILAGRO EUROPEO


Y NO EUROASIÁTICO?

En la década de 1980 un grupo de intelectuales europeos -Jean


Baechler, John Hall y Michael Mann- celebraron una prestigio­
sa conferencia cuyas actas se publicaron como un libro sobre el
milagro europeo. Trataba sobre las estructuras ideológicas o polí­
ticas concretas de Oriente y Occidente; es decir, sobre las insepa­
rables cuestiones de la «singularidad de Occidente» y «el milagro
de Occidente», que no sólo han constituido el núcleo central de
la investigación explícitamente en las obras de Marx, Weber e in­
contables economistas, sociólogos e historiadores, sino que esta­
ban implícitas en los modelos populares de la mayoría de los eu­
ropeos y en las categorías analíticas de los antropólogos y demás
estudiosos que trazan una nítida línea entre moderno y tradicio­
nal, industrial y preindustrial, avanzado y primitivo; en definitiva,
entre «nosotros)> y «ellos».
Sobre este último punto yo estaba en desacuerdo con la mayo­
ría de los europeístas, pues me parecía que muchos de los argu­
mentos que presentaban -como habían hecho Marx y Weber, y
J4 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

los historiadores Braudel, Laslett y Joseph Needham- eran erró­


neos y cabría calificarlos de teleológicos. No tengo la intención de
recordar aquí aquellas discusiones excepto para mencionar breve­
mente la tesis, crucial para el trabajo del Grupo de Cambridge
de estudios sobre la población, que Laslett dirigía, según la cual,
siguiendo los comentarios del reverendo Malthus a finales del si­
glo XVIII, «el patrón de nupcialidad en Europa» (del estadístico
John Hajnal) era único en la medida en que fomentaba un matri­
monio tardío para hombres y mujeres, lo que significó que tenían
menos hijos y más autocontrol weberiano (parte de la ética protes­
tante). Por el contrario, los chinos se casaban antes y mostraban
menos autocontrol en su vida sexual, de forma que producían
más y más hijos. Obviamente, esta tesis era congruente con la obra
de Max Weber y la importancia de la ética protestante para el esta­
blecimiento del capitalismo en Occídente y el supuesto «fracaso»
de Oriente en alcanzarlo.
A ojos de muchos europeos una diferencia fundamental de este
tipo era muy anterior a la aparición del capitalismo, se remontaba
a la propia antigüedad (que, al parecer, había sido privativa de
Occidente) e incluso a la división, tan decisiva para Marx y mu­
chos otros, entre un Oriente caracterizado por el gobierno autori­
tario y el modo de producción asiático, y un Occidente con su so­
ciedad esclavista en Grecia y Roma, que condujo a la aparición
del feudalismo y, más tarde, del capitalismo.
La naturaleza de esos modos de producción, si bien es ajena a
mi especialidad de antropología social, reforzó en muchas mentes
una división binaria entre Oriente y Occidente, lo tradicional y lo
moderno. Por ejemplo, los sociólogos franceses Durkheim y
Mauss incluían a China en su análisis de la «clasificación primiti­
va»; el antropólogo francés Lévi-Strauss citaba el matrimonio chi­
no entre primos como ejemplo en Las estructuras elementales del
parentesco, lo mismo que su colega Dumont comparaba la India
con Europa en su análisis de la estratificación. Sin embargo, ¿cómo
podemos reconciliar estas observaciones con la demostración del
sinólogo Needham de que, hasta el Renacimiento, China estuvo
¿POR QUÉ MILAGRO EUROPEO Y NO EUROASIÁTICO? 15

por delante de Europa en la mayoría de las ciencias? En otras pa­


labras, Durkheim estaba adoptando una visión muy parcial del
sistema de clasificación chino, negándole la «modernidad" de la
misma forma que Lévi-Strauss lo hizo para su sistema de paren­
tesco cuando, siguiendo al sinólogo francés Granet, hablaba de
un sistema de matrimonio que encajaba en su categoría de «es­
tructuras elementales». Pero si el parentesco chino es elemental,
también debería investigarse el europeo, puesto que tenía un sis­
tema de dote parecido como parte del matrimonio'. De hecho,
hay muchas otras semejanzas, pero los europeos se han esforzado
constantemente por señalar las diferencias: la supuesta ausencia
de la idea del amor, el matrimonio temprano y la presunta plétora
de hijos, especialmente en la obra de Malthus, que suponía la
existencia de un contraste radical entre los dos. Sí, se casaban
pronto, lo que inevitablemente limitaba la libertad de elección de
los cónyuges, como han mostrado muchos, peto no llevaban la
descontrolada vida familiar que Malthus les atribuía. Aunque se
casaban y empezaban a tener hijos antes que en Occidente, su
tasa de fecundidad marital (hijos dentro del matrimonio) era más
baja que la de los europeos, en parte porque éstos no tenían el
tabú del sexo postparto y las mujeres podían volver a procrear in­
mediatamente después de dar a luz. Mi abuela materna tuvo trece
hijos, de los que mi madre fue la última, y debió de tener poco
tiempo aparte de para procrear e ir a la iglesia. Aunque en Occi­
dente algunos quizá ejercieran un autocontrol protestante antes
del matrimonio, pese a la práctica frecuente de sexo sin llegar a la
penetración y a la incidencia de embarazos e incluso nacimientos
premaritales, los chinos limitaban su descendencia dentro del ma­
trimonio. Una región del globo no tenía más autocontrol social
que la otra, si bien a los europeos les gustaba creer que poseían esa
cualidad única, que habría contribuido a la aparición del capita­
lismo, que también reclamaban como suyo.
Es esta misma concepción de «la singularidad de Occidente" lo
que ha dado lugar a la idea de que el amor, al menos el amor ro­
mántico, se originó en Europa entre los trovadores de la Provenza
16 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

del siglo XII y que la mayoría de las uniones en Occidente eran


matrimonios por «amor», al contrario que las bodas pactadas de
Asia (y, por supuesto, de Oriente Próximo; y eso también incluía
a los judíos, a quienes Sombart considera decisivos para el naci­
miento del «capitalismo»). La Provenza estaba muy influida por la
España musulmana, en la que florecía la poesía amorosa, lo que
demuestra que la tesis europea tiene escaso valor. Es cierto que el
matrimonio tardío, que desde luego no fue el camino elegido por
Julieta en su relación con Romeo, dejaba más margen para la elec­
ción del cónyuge, al menos en los primeros matrimonios. Pero el
divorcio y las segundas nupcias (que necesariamente eran más li­
bres) eran habituales en las uniones árabes. En cualquier caso, in­
cluso en los matrimonios pactados, ¿quién puede decir que los
padres toman las peores decisiones para los jóvenes contrayentes?
Desde luego, éste es un campo delicado para construir sobre él
una teoría de la diferencia.
Existe un problema similar con el contraste que el antropólogo
Dumont establece entre el sistema de clases de Occidente y el sis­
tema de castas de la India. El primero produjo al ensayista Man­
deville y a Marx, lo que le dio el título de su libro From Mandevi­
lle to Marx; mientras que el segundo fue un obstáculo para el
advenimiento de la modernidad, lo que diferenció a Europa de
Asia. Desde el punto de vista africano, ambos sistemas no son
sino aspectos de sociedades estratificadas construidas sobre la
compleja civilización de la Edad de Bronce. Sin duda, el sistema
de castas de la India era más restrictivo que el sistema de clases de
Occidente, pero tampoco conviene exagerar las diferencias. En Oc­
cidente determinadas tareas también estaban restringidas a deter­
minados grupos, que asimismo practicaban matrimonios endogá­
micos. Como ha señalado el historiador francés Marc Bloch, el
matrimonio endogámico contribuía a la formación de subclases.
Aunque no era obligatorio como en la India, la diferencia entre
una norma establecida (lo que las personas deben hacer) y una
práctica en realidad no era tan grande en sus consecuencias socia­
les, y es engañoso considerar que una encarna la libertad míen-
¿POR QUÉ MILAGRO EUROPEO Y NO EUROASIÁTICO? 17

tras que la otra la restringe (como con el matrimonio), si bien éste


es un supuesto importante de la ideología occidental «moderna».
Ciertamente, quizá resultara más fácil sosl ayar una forma de es­
tratificación que la otra, aunque hasta hace poco no era tan fácil
como se suele creer.
También está la cuestión de la periodización; mientras que We­
ber examina la aparición del protestantismo en el siglo XVI, trata­
da en el capítulo 11 del libro sobre el milagro, otros autores han
estudiado características preexistentes, tales como la estructura fa­
miliar y el individualismo, rasgos de la tradición grecorromana
(véase el capítulo 10 de dicho libro) o de la Iglesia cristiana, que
habrían predispuesto a Europa, o a una parte determinada del
continente, a ser la cuna del capitalismo industrial.
El problema que se me planteaba queda perfectamente ilustra­
do en los capítulos 3 y 4, más adelante. No se trataba de negar la
ventaja que Europa y Estados Unidos han ostentado desde el si­
glo XIX y, en ciertos sentidos, desde el Renacimiento, sino de con­
siderar que esta prioridad -especialmente en lo que respecta a la
producción extensiva de metal barato y a la fabricación industrial
mecanizada de mercancías, además de los logros intelectuales- no
tenía nada que ver con características primordiales que habrían ex­
cluido a otros de participar (al menos en los comienzos). Por el
contrario, también estaba relacionada con una alternancia entre ci­
vilizaciones que interactuaban en Eurasia, en virtud de la cual ora
una ora otra resultaban privilegiadas. Así que no hubo una única
transición unidireccional de la antigüedad al feudalismo y más tar­
de al capitalismo. La idea de antigüedad aludía a un tipo de socie­
dad de la Edad del Bronce, posiblemente con un mayor énfasis en
la esclavitud, pero esta institución no era intrínseca a la secuencia
mencionada. Como tampoco lo era el feudalismo, que representó
una descentralización efectiva de la actividad política y económi­
ca, una «regresión catastrófica», en palabras del historiador Perry
Anderson. Y, como vio Braudel, el «capitalismo», en un sentido
amplio (intercambio mercantil), se desarrolló en la Edad del Bron­
ce y continuó haciéndolo hasta la aparición de su forma industrial.
]8 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

Por el contrario, la posición que se adopta en el libro sobre el


milagro, y en muchos otros, es tanto esencialisra corno eurocén­
trica. No tiene en cuenta la alternancia de la cultura posterior a la
Edad del Bronce en Eurasia, y es esta posición -que no niega los
recientes avances euroarnericanos- la que intenté esbozar en mi
aportación a la conferencia, pero que no se incluyó en la versión
impresa, presumiblemente porque era contraria a las tesis de los
organizadores.
Estos argumentos (véase el apéndice 1), presentados por los
que denominaré «europeistas», son problemáticos en varios senti­
dos. Corno en gran medida son autocongratulatorios, es decir, su
punto de vista es el de aquellos que se consideran beneficiarios del
milagro -de hecho, sus autores-, en primer lugar dirigen su
atención internamente y buscan factores exclusivos de Europa, de
Europa occidental, de Europa noroccidental o incluso, en algunos
casos, de Inglaterra. Este enfoque presenta dos trampas claras que
están relacionadas con el punto de partida etnocéntrico del argu­
mento: esto es, las trampas de exagerar la singularidad y de exage­
rar el milagro.
Un resultado de la primera es que los estudiosos escudriñan el
mundo tratando de discernir diferencias fundamentales en otras
grandes civilizaciones y descubren así el estancamiento de los sis­
temas asiáticos o la incompatibilidad de la ética económica del is­
lam o del hinduismo. Aunque el deseo de comparar es muy loa­
ble, esta empresa concreta está completamente centrada en torno
al interrogante «¿por qué no se desarrolló el capitalismo en la civi­
lización oriental?» ¿Cuáles eran las «características únicas» de la ci­
vilización occidental que condujeron a su auge? 2
Una consecuencia de la segunda trampa es la tendencia a exa­
gerar la naturaleza del salto adelante en un momento dado, como
ilustran los problemas que afrontan los estudiosos para determi­
nar cuándo se produjeron aquellas transformaciones decisivas. Al­
gunos ven el «capitalismo real» corno el capitalismo industrial de
finales del siglo xvrn3• Otros piensan que la disolución de la Eu­
ropa feudal fue seguida del capitalismo mercantil, y hay quienes
¿POR QUÉ MILAGRO EUROPEO Y NO EUROASIÁTICO? ]9

buscan un protocapitalismo anterior, en condiciones más básicas,


incluso entre los agricultores africanos. En lo que es un punto de
vista más tradicional, Guy Bois considera que, entre 1300 y
1500, el modo de producción feudal decayó al mismo tiempo
que aparecía el capitalismo4 : en otras palabras, el periodo anterior
a la expansión de Europa hacia el Nuevo Mundo o la India y las
Indias Orientales, la expansión de la producción mercantil y del
saqueo. No obstante, no está claro que el «capitalismo» propor­
cionara a los conquistadores españoles y portugueses del Nuevo
Mundo una gran superioridad sobre los conquistados, desde lue­
go ni moral ni éticamente, excepto en que tenían barcos, caballos
y espadas, y, más tarde, los mosquetones y la propia escritura fue­
ron ventajas adicionales. En la India, prácticamente las únicas
ventajas iniciales de los europeos eran sus armas y relojes más
avanzados.
¿Qué ha ocurrido aquí? Una serie de transformaciones produ­
cidas a lo largo del tiempo se resumen como el paso de un estado
del mundo a otro, del feudalismo al capitalismo. No quiero decir
que un enfoque gradualista sea preferible a uno revolucionario o
cataclísmico; no obstante, la forma en que la transición se caracte­
riza tiende a identificar determinadas relaciones sociales con de­
terminados sistemas de producción o formas de gobierno de for­
ma exclusiva. En muchos sentidos esta tendencia resulta simplista,
pues refuerza las ideas de la singularidad y del milagro. Para un
periodo muy anterior, los problemas que conlleva este enfoque se
ponen claramente de manifiesto en las discusiones sobre la natu­
raleza del comercio asirio ya en el siglo XIX a.e.e. y antes, en las
que los intentos de negar la presencia y la importancia de empre­
sarios, del dinero y del mercado (incluso en momentos escogidos
de la historia e incluso en formas diferentes de las posteriores) pa­
recen exagerar las diferencias y «primitivizar» no sólo la antigua
economía, sino el mundo antiguo en su conjunto5. La misma ten­
dencia se observa en la búsqueda de paralelismos antropológicos
para los rituales de la antigua Grecia entre los aborígenes austra­
lianos (por ejemplo, en la admirable obra de los estudiosos del
20 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

mundo clásico de Cambridge Cornford y Harrison), soslayando


sus afinidades con los ritos de iniciación contemporáneos de la
orden masónica o el ritual de la misa.
Esta tendencia se ilustra con referencia a un fascinante y erudi­
to artículo del geógrafo Wheatley sobre el comercio en Asia sudo­
rienta!, publicado en un volumen titulado Ancient Civilization
and Trade6. Esta aportación, que sugiere que el comercio transat­
lántico de los mercaderes indios debilitó la estructura de las so­
ciedades en la península, conduciendo a su ulterior «brahmaniza­
ción», lleva el subtítulo «De la reciprocidad a la redistribución».
Desde luego, estas categorías de intercambio se utilizan de mane­
ra habitual en la antropología y en la historia cultural y fueron di­
fundidas por las valiosas obras de Karl Polanyi, cuyo enfoque sus­
tantivo a la economía (los mercados eran instituciones concretas)
representa, de un lado, un rechazo de la economía clásica y, de
otro, una modificación de la teoría marxista y otras teorías de la
misma índole. Sin pretender aceptar la aplicación de toda la teo­
ría económica clásica a las economías no industriales, cabría pre­
guntarse si, al menos a cierto nivel, las actividades comerciales de
los europeos cristianos, que, en el caso de los portugueses, llega­
ron hasta el océano Índico, realmente eran tan diferentes, al me­
nos en sus fases iniciales, de las de los árabes y los indios que las
precedieron. Esto es, lo suficientemente distintas como para ex­
cluir a unas de la categoría de «comercio» y a las otras de la de
«redistribución».
En la práctica, la mayoría de los estudiosos tratan factores
como el dinero, la redistribución, el trabajo asalariado y la activi­
dad capitalista como variables presentes en sistemas socioeconó­
micos muy diferentes, pero como «dominantes» en ciertas formas.
No obstante, una vez se admite esto, el problema de la explica­
ción toma un cariz muy distinto y la determinación de los facto­
res que propiciaron el milagro ya no es tanto una cuestión de sin­
gularidad como de alcance, de énfasis o de puntos porcentuales.
Hay otro factor que sugiere la necesidad de llevar a cabo una
revisión radical. Ahora que la «supremacía de Europa occidental»
¿POR QUÉ MILAGRO EUROPEO Y NO EUROASIÁTICO? 21

se ve amenazada por la rápida industrialización de otras partes del


mundo y que está empezando a considerarse más bien de corta
duración, producto de una organización social concreta y no un
logro moral general, merece la pena examinar de nuevo algunos
de los supuestos básicos: revaluar qué hay que explicar, antes de
buscar una explicación. Un enfoque escéptico de la experiencia
europea parece justificado por el gran número de países que están
experimentando una modernización industrial y que seguramente
adelantarán a Occidente en ciertos aspectos en un futuro próxi­
mo, si es que no lo han hecho ya. Es cierto que esta situación
puede «explicarse» afirmando que iniciar es una cosa, y desarrollar,
otra. Pero esta tesis no se asienta en una interpretación de rasgos
interconectados sino en la validez de una distinción radical entre
ambos, combinada con una certidumbre sobre la periodización
propia que una breve reflexión pondría en tela de juicio. En cual­
quier caso, buena parte del argumento de la «singularidad» impli­
ca la imposibilidad de una transformación económica semejante
en otros lugares si no se han producido cambios sustanciales en la
mentalidad o en la estructura social. Los presentes acontecimien­
tos en el Lejano Oriente, así como los estudios de culturas ante­
riores, no confirman, por ejemplo, la posición especial del protes­
tantismo en relación con la actividad empresariaF. Es cierto que
el catolicismo, como el islam y el judaísmo, prohibía la usura. No
obstante, había miembros de las tres religiones que practicaron la
actividad mercantil, y era relativamente fácil soslayar la prohibi­
ción.
Mi sugerencia de la necesidad de una revaluación es programá­
tica. Sin duda, algún historiador de la cultura no occidental aca­
bará llevando a cabo esa tarea. Pero para la discusión actual ofrez­
co varias observaciones generales del tipo «notas para ... ». La
aproximación será principalmente económica puesto que así es
como en general se ha caracterizado la transformación, aunque,
en mi opinión, un elemento importante de la modernización de
Europa occidental (y que están adoptando rápidamente otras
grandes civilizaciones que ya habían hecho aportaciones sustan-
22 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

ciales a estos procesos) radica en los cambios en los modos de co­


municación, además de en los modos de producción y transporte,
y en el paso a formas de pensar y actuar más seculares que las que
se fomentaban en el periodo del humanismo o en el Renacimien­
to, así como antes y en otros lugares.
Al considerar los desarrollos que se produjeron en Europa occi­
dental, deberíamos recordar el relativo atraso del continente en la
Baja Edad Media, a pesar de que la civilización romana y la reli­
gión cristiana habían incorporado los beneficios el mundo medi­
terráneo, a través del cual se difundieron muchos de los avances
tecnológicos básicos, y algunos de los intelectuales, del este, de
Persia, la India y China. Examinando la Europa medieval, un au­
tor ha caracterizado los distintos sistemas socioeconómicos de la
España cristiana y la islámica entre la conquista musulmana en el
615 y el año 1300 en los siguientes términos: «Un bloque, islámi­
co, dominante hasta el siglo XI, consistía en una sociedad "urba­
na-artesanal" en expansión, completamente implantada en una
extensa red económica. El otro bloque, cristiano, fue durante la
mayor parte del mismo periodo una región fuertemente ruraliza­
da que por el momento podemos caracterizar como "estática­
agraria"» 8 . Como han señalado los medievalistas cada vez más en
años recientes, los siglos XI y XII fueron un periodo de dinámico
crecimiento9 • Pero es que el punto de partida estaba en casi todos
los aspectos muy por detrás de las principales civilizaciones de
Asia, un hecho que resultó evidente en el momento de los prime­
ros contactos europeos; escribiendo sobre la llegada de los europeos
al océano Índico en el siglo XVI, el historiador estadounidense
Pearson señala el impacto relativamente pequeño que tuvieron al
comienzo 1°.
Si bien la naturaleza de la mano de obra es una característica
decisiva de todas las economías políticas, no acepto la noción de
que el predominio de una relación determinada fuera un obstácu­
lo insalvable para otras formas de producción, incluso industria­
les, aunque sí habría podido inhibir su adopción. La mayoría de
las sociedades tienen una mezcla de explotaciones agrícolas, lo
¿POR QUÉ MILAGRO EUROPEO Y NO EUROASIÁTICO? 23

que abre muchas posibilidades. Tomemos el caso de África en los


tiempos recientes. Antes de 1900 no existía un mercado de traba­
jo «libre» en el norte de Ghana. En la agricultura de subsistencia,
en sociedades acéfalas, la gente trabajaba en las granjas de los de­
más en ciertas épocas del año, principalmente, aunque no sólo, si­
guiendo el principio de la reciprocidad: se les recompensaba con
comida y bebida, cuyos ingredientes el agricultor había tenido
que comprar con cauris en el mercado local. Si en el reino cen­
tralizado de la zona un jefe pedía ayuda, era obligado prestársela, y
la reciprocidad no se planteaba en los mismos términos. Quizá él
correspondería de otras maneras, pero la línea entre explotación y
reciprocidad con frecuencia es borrosa. Además, estaba el trabajo
esclavo, así como un activo comercio de tejidos, nuez de cola y
otros bienes. La minería de metales preciosos y de sal la llevaban a
cabo tanto emprendedores individuales como asalariados y escla­
vos. En los telares se producía con mérodos modernizados artícu­
los que se consumían tanto localmente como en otros lugares.
Parte de la mano de obra era retribuida o se la recompensaba de
alguna manera. No había muchas dificultades a la hora de traba­
jar en empresas «capitalistas» en las minas o en explotaciones de
cacao11.
La actividad mercantil estaba extendida en África -lo mismo
que, con mayor complejidad, en la India. Así que, ¿había algo
fundamental en la sociedad india -no nos limitemos a la econo­
mía- que impidiese el desarrollo de la producción industrial? Es­
cribiendo sobre el norte del subcontinente durante el periodo
mogol, el historiador R aychauduri se siente tentado de conjeturar
que las industrias del Estado que producían para la corte, las
karkhanas, podrían haber avanzado en la dirección de la mecani­
zación y haberse convertido en fábricas del Estado que sirvieran de
modelo para la industrialización moderna de la India, si la con­
quista británica no hubiera acabado con ellas 12• Esro es especula­
ción, pero hay otros aspectos que apuntan en una dirección pare­
cida. «Recibir sus ingresos en dinero contribuyó a vincular a los
campesinos más lejanos a la red de intercambio» 13 ; en la relación
24 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

comerciante-artesano existían «rasgos capitalistas)), aunque estre­


chamente interrelacionados con la solidaridad de casta previa.
Respecto al norte de la India, otro historiador, Chandra, señala
el desarrollo de una economía monetaria bajo el régimen mogol
del siglo XVII. Desde mucho antes se practicaba un extenso comer­
cio marítimo, lo que implicaba producción para exportar, basada
principalmente en la economía doméstica, pero en la que también
participaban comerciantes y prestamistas, mercaderes y banqueros.
Este comercio no era marginal en ningún sentido. Cuando los eu­
ropeos llegaron a la India, a uno de aquellos comerciantes, que
contaba con sucursales en varias ciudades y fletaba embarcaciones
europeas, se le tenía por el más rico del mundo 14• Descubrieron
varias ciudades tan grandes como Londres o París, o incluso mayo­
res. Habían experimentado un gran desarrollo el capitalismo mer­
cantil, la economía monetaria y la producción para el mercado, así
como una amplia variedad de artesanías. En cualquier caso, la no­
ción de desarrollo de tales actividades en este periodo ha de inter­
pretarse como «expansión», pues si bien está claro que las ventas de
tierra aumentaron, ya llevaban produciéndose mucho tiempo. Y lo
mismo ocurría con las demás características de la economía. Fue la
magnitud lo que aumentó.
¿Y qué ocurría con la producción, a diferencia de la distribu­
ción? En el antiguo Oriente Próximo, la producción industrial
sólo existía a pequeña escala y la economía era básicamente agrí­
cola. Hasta la Edad Media musulmana, según el orientalista Op­
penheim, la producción fuera de los hogares consistía en el hilado
de tejidos y otras actividades relacionadas, pero se llevaba a cabo
principalmente en los talleres de las «grandes organizaciones» 15•
En otros lugares estaba más industrializada. Parece que la mano
de obra era en parte esclava y en parte libre. En el mundo antiguo
de Grecia y Roma, la mano de obra de los talleres con frecuencia
era esclava. En la Roma de Augusro, las prósperas alfarerías de
Arezzo, que producían la nueva terra sigillata (cerámica sellada),
sólo empleaban esclavos; cincuenta y ocho es el mayor número
conocido en un solo establecimiento 16. Cuando la producción se
¿POR QUÉ MILAGRO EUROPEO Y NO EUROASIÁTICO? 25

trasladó a la Galia, pasó a manos de artesanos independientes que


trabajaban en empresas más pequeñas principalmente con mano
de obra libre 17 • En épocas posteriores del Imperio Romano, las fac­
torías estatales que se dedicaban a la producción directa de artícu­
los como uniformes y armas para el ejército utilizaban mano de
obra servil en un sentido más general, pues la distinción entre la
esclavitud y otras formas de trabajo no voluntario prácticamente
había desaparecido. Así pues, existían todas estas formas de tra­
bajo.
En la India las cosas no eran muy distintas. En la producción
de tejidos intervenían la casta servil de los intocables, pero tam­
bién grupos no serviles como los shudrás. El comercio estaba en
manos de grupos especializados de musulmanes e hindúes -los
vanias-, muy numerosos y activos en Gujarat. Es cierto que, en
términos de la jerarquía social, estaban por debajo de los sacerdo­
tes y los guerreros en la escala religiosa, y por supuesto de los go­
bernantes, pero ello no pareció inhibir sus actividades de forma
significativa. Pearson pone de relieve su facilidad para adaptarse a
las muy diferentes condiciones en las que operaban, pues eran di­
námicos y estaban abiertos a nuevas ideas 18 •
El mismo dinamismo se observa en la manufactura. Igual que
los chinos adoptaron temas decorativos del extranjero, los incor­
poraron a los diseños de su porcelana y más tarde los modificaron
para el mercado de exportación 19, los indios actuaron de forma
parecida con sus tejidos de algodón. El atractivo del algodón pin­
tado o chintz para el mercado europeo era tal que los comercian­
tes británicos y holandeses les informaban sobre los diseños que
serían populares en sus materiales, lo que modificó el contenido y
el volumen de ese segmento de la industria de exportación, al
tiempo que influía en el gusto interno20 •
Mientras que el comercio más antiguo entre la India y Europa
se concentraba en las especias y la pimienta, más barata, importa­
das principalmente por los portugueses y los holandeses, no pasó
mucho tiempo antes de que los artículos manufacturados, en con­
creto los tejidos, constituyeran el grueso de ese comercio: «De co-
26 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

merciar con tejidos de la costa de Coromandel, Gujarat y en el ar­


chipiélago indonesio, a las compañías europeas les resultó fácil ex­
tender sus importaciones hasta la propia Europa» 21 • Primero, lle­
varon a Londres pequeñas muestras, pero en 1613 parece que el
calicó ya era un artículo habitual en las subastas de la Compañía,
pues el tejido blanco fino se consideraba apropiado para el merca­
do «moro», y los calicós pintados, para delicadas colchas y cortinas
en Europa. Estos artículos resultaban competitivos porque eran
más baratos que el lino local, pero el tejido y el diseño más colori­
do (el algodón admite el color mejor que el lino o la lana) tam­
bién ofrecían otras ventajas que resultaron decisivas para el rápido
aumento de las ventas en Europa occidental, lo que acabó condu­
ciendo a la imposición de fuertes tasas aduaneras a fin de proteger
la seda de producción local en muchos países. En 1684 el número
de piezas de tela importadas por la Compañía Inglesa ascendía a
más de un millón y medio.
La organización local de la producción textil a esta escala supu­
so un espectacular incremento de los que intervenían en ella. A
principios del siglo XVIII, en Bengala, empleaba a una parte consi­
derable de la población, y los ingresos derivados de los impuestos
a comerciantes y tejedores eran sustanciales. La producción estaba
organizada en un sistema de subcontratación que normalmente
no implicaba el suministro de material a los artesanos pero sí de
anticipos de dinero, que los comerciantes obtenían, a su vez, de
las compañías comerciales y que se consideraban depósitos sobre
los pedidos.
En la India, la producción y la distribución estaban estrecha­
mente interrelacionadas con el sistema de castas. Pero esto no pa­
rece haber representado una gran barrera, como Weber y otros su­
ponían. Ni en los comienzos ni en un periodo posterior puede
constatarse que el sistema de castas impidiera el desarrollo de la
actividad empresarial. Sólo hay que mirar, por ejemplo, a los co­
merciantes (baniva) o los grupos de banqueros, como los Nattu­
kottai Cherriar del sur de la India. Tradicionalmente comerciaban
con tejidos y arroz, y desarrollaron lo que se ha descrito como «un
¿POR QUÉ MILAGRO EUROPEO Y NO EUROASIÁTICO? 27

sistema regional de sucursales basado en vínculos de casta y pa­


rentesco, en el que los niños realizaban su aprendizaje. Si sus pri­
meros beneficios se consideraban suficientes, se les aceptaba como
socios o podían establecer su propia agencia)) 22 •
Este papel de la familia en el comercio y en las industrias no
estaba circunscrito a la India y a Oriente, en general. El examen
del número de empresas familiares existentes en Europa en los al­
bores de la industrialización abona la idea de que, desde el punto
de vista económico, el individuo aislado (incluso la familia con­
yugal), por no mencionar al solitario Robinson Crusoe, ayudado
por su sirviente negro, no constituye el modelo principal de desa­
rrollo de la empresa. Por otra parte, los empleados son «indivi­
dualistas» con más frecuencia que los empresarios, pero, en gene­
ral, esto ha sido así en el caso de los pobres, y en especial de los
jornaleros sin tierra. Tradicionalmente, tanto en China corno en
la India, eran los ricos los que vivían en familias extensas, y los po­
bres, en familias troncales. La saga de los Forsyte, Dallas, Dinastía
son historias de dinastías empresariales.
El «farnilisrno» en sus diversas formas no supone un obstáculo
para la industrialización. De hecho, la empresa puede intentar
imitar a la familia. Uno de los aspectos interesantes de la indus­
trialización japonesa es el deliberado fomento de los ideales fami­
liares en la medida en que los directores tratan de inculcar un res­
peto casi filial a sus empleados. En muchas sociedades hay
organizaciones en las que las relaciones de igualdad y desigualdad
se expresan en términos de parentesco. Corno Dios, el jefe es el
padre (o el abuelo) de su pueblo; los miembros de los sindicatos
son hermanos además de compañeros. Difícilmente podría afir­
marse que en todos estos casos el parentesco servía para disimilar
la «verdadera» naturaleza de la relación. Sin embargo, no hay
duda de que a muchos directores les gustaría que sus organizacio­
nes funcionaran como «una familia feliz» en vez de verse divididas
por conflictos sobre los salarios y las condiciones de trabajo. Y en
Japón las ideas del empleo para toda la vida, del paternalismo pa­
tronal, del «vivir y prosperar juntos» fueron fomentadas por la di-
28 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

reccíón de las empresas específicamente para contrarrestar la in­


fluencia del sindicalismo marxista, además de para promover el
desarrollo industrial. Tuvieron un éxito extraordinario en sus dos
objetivos.
Desde el punto de vista más general de la economía -y, en úl­
timo término, el argumento se refiere al desarrollo económico-,
China estaba en una situación similar a la de India (no sólo con
respecto a la importancia de la empresa familiar). Al final de la
Edad Medía, algunas zonas de ese vasto país estaban más avanza­
das desde un punto de vista protoindustríal que Europa. Cuando
Marco Polo visitó la capital meridional en el siglo XIII, Hangchow
le pareció la ciudad más grande del mundo, y que su economía y
vida social sobrepasaban a las europeas en aquel momento. Estos
desarrollos no se vieron obstaculizados ni por el sistema de paren­
tesco, ni por la sociedad «asiática» ni por la ausencia de una ética
económica apropiada. «En su gran mayoría, los chinos estuvieron
básicamente bien alimentados y vestidos y habitaron en casas ade­
cuadas durante la mayor parte de su historia... (comían lo sufi­
ciente y se sentían lo bastante seguros en cuanto a su superviven­
cia como para dedicar su atención a otras cosas que no fueran ese
problema primario)» 23 • En parte, ello obedecía al hecho de que
los campesinos chinos tenían que pagar a su gobierno unos im­
puestos relativamente bajos, seguramente porque el gasto en «de­
fensa» era reducido (al contrario que en la fragmentada Europa),
lo mismo que la cantidad necesaria para sostener otras «grandes
organizaciones», como las religiosas. No existía el «diezmo»; las
ofrendas a los dioses eran más voluntarias.
La producción textil estaba extendida, principalmente en el
campo, y empleaba tanto mano de obra doméstica como asalaria­
da. Había comerciantes que competían por minimizar sus pérdi­
das y maximizar sus beneficios. En muchos sentidos, los campesi­
nos de las comunidades rurales actuaban de formas no del todo
distintas de como lo hacían en otras zonas de Asia y Europa. Al
decir esto no pretendo introducir una visión eurocéntrica en Chi­
na, sino más bien defender lo contrario: la necesidad de mirar los
¿POR QUÉ MILAGRO EUROPEO Y NO EUROASIÁTICO? 29

desarrollos en Europa desde una perspectiva más amplia, de to­


mar un punto de partida diferente. Lejos de estar marcado por el
estancamiento que se asocia con la producción asiática, el régi­
men centralizado impuso un mínimo de restricciones a sus habi­
tantes, dejándoles libertad de elección en situaciones de mercado
competmvo:

Durante casi dos mil años, un individuo podía vender su trabajo


en el mercado libre o venderse a sí mismo ) o a un miembro de su
familia, en el mercado de esclavos. Un esclavo podía poner término
a su condición comprando su libertad. Una persona podía adqui­
rir tierra comprándola o por otros medios, arrendándola o trabaján­
dola. Quienes disponían de capital podían invertirlo de distintas
maneras 24 .

Los campesinos también se dedicaban a quehaceres no agrícolas y


trabajaban para el mercado; había talleres y fábricas, antes del si­
glo XV con frecuencia organizados por el Estado. La Dependencia
de Tejido y Teñido contaba con veinticinco grandes talleres que
producían distintos tipos de paño de seda. Durante las dinastías
Tang (616-907) y Song (960-1279), el gobierno reclutó trabaja­
dores en el mercado libre; mientras que algunas industrias, espe­
cialmente las relacionadas con la producción de armas, estaban
en manos del Estado, otras, como las minas y las fundiciones de
hierro, con frecuencia eran privadas. En otras zonas, la industria
pública y privada producía objetos parecidos, y la primera fue de­
jando espacio a la segunda, en especial después del siglo XV, cuan­
do ésta fue capaz de producir lo suficiente25.
En China la industria textil fue una actividad secundaria esta­
cional durante más de dos mil años, estimulada no sólo por las
necesidades locales sino por el hecho de que, durante la mayor
parte de su historia, el gobierno recogía tributos en especie, en
forma de tejidos, que después podía exportar. Hasta el siglo XII,
éstos fueron de seda o de fibra vegetal, pues no se disponía de al­
godón. Pero los artesanos y las fábricas de las ciudades también
30 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

producían seda de mejor calidad, que se exportaba a Europa,


donde acabó fabricándose, hasta que fue desplazada por la pro­
ducción de algodón, originaria de la India. Lo mismo ocurrió con
la primera mecanización, por ejemplo, en el caso de las devanado­
ras accionadas por agua, que se emplearon primero en Lucca y
después en Bolonia y el norte de Italia. Más tarde serían llevadas
subrepticiamente a Inglaterra, donde fueron utilizadas en los co­
mienzos de la Revolución Industrial. Por consiguiente, sería más
apropiado considerar muchos siglos en términos continentales y
referirnos a un movimiento euroasiático, en vez de europeo.
CAPÍTULO 3

ASPECTOS DOMÉSTICOS DEL «MILAGRO»

La familia y el parentesco han desempeñado un importante papel


en los análisis del milagro europeo. Por ejemplo, el sociólogo esta­
dounidense Talcott Parsons considera que el desarrollo del capita­
lismo está vinculado a la «familia pequeña», en contraste con el de
otras sociedades: un ejemplo de la tendencia «capitalista» hacia el
individualismo, en oposición al anterior «colectivismo». Esta tesis
fue adoptada con entusiasmo por los demógrafos históricos, en
particular por los asociados con el trabajo pionero de Laslett y el
Grupo de Cambridge, que ponían gran énfasis en la existencia de
la línea trazada por el estadístico John Hajnal, que excluía gran
parte del sur de Europa de la «pauta europea de matrimonio»,
que, en su opinión, favoreció el desarrollo del capitalismo, espe­
cialmente en los países del Atlántico.
Ya he examinado varios aspectos de esta tesis 1 , pero aquí voy a
concentrarme en dos. La atenuación del parentesco y el auge del
individualismo son dos temas interrelacionados que han resultado
fundamentales para la forma en que los occidentales (académicos
32 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

y no académicos) consideraban los procesos que condujeron a la


modernización en Europa y a su presunto retraso en Oriente.
Han recibido especial relieve en los análisis de los demógrafos al
menos desde los escritos de Malthus2, de finales del siglo XVII!.
Malthus es una figura clave en este ámbito, y volveremos a él más
tarde; siguiendo su distinción entre los modos de control de la
población empleados en el este y el oeste, muchos los han consi­
derado relacionados con la naturaleza de la transición demográfi­
ca en Occidente. Pero esos facrores también han resultado decisi­
vos para el enfoque adoptado por historiadores, teóricos sociales y
otros estudiosos relacionados, que los han vinculado a las nociones
de racionalidad (al menos, «racionalidad occidental»), maximiza­
ción económica y espíritu emprendedor. Como son fundamenta­
les en muchos planteamientos explicativos, hay que examinarlos
con especial atención, pues algunos de esos usos parecen haber
resultado engañosos para los estudios de la población.
Si consideramos el amplio periodo histórico que comienza en
el año 1000 de nuestra era, es indudable que se ha producido una
atenuación lateral de los vínculos de parentesco, pues las redes
más amplias y los grupos mayores de parentesco -de personas
que se reconocen relacionadas en virtud de lazos de sangre y ma­
trimonio- han perdido importancia. ¿Qué efecto ha tenido el
debilitamiento de esos lazos sobre la «población»? En otras pala­
bras: la existencia de amplios grupos o lineas de parentesco (y su
carácter) ¿repercute en las decisiones sobre el número o el sexo de
los hijos?

Grupos de parentesco

Veamos primero los grandes grupos de parentesco clasificados


como clanes o linajes, ya sean patrilineales (como la gens romana)
o matrilineales (como el abusua de los asante de África occidental),
y, por otro lado, diversas formas de parentesco bilateral, como las
de la Inglaterra anglosajona. En primer lugar, se ha afirmado que
tales grupos de parentesco (linajes) buscan extender su influencia
ASPECTOS DOMÉSTICOS DEL «MILAGRO» 33

y, por tanto, hacerse más numerosos. Ésa es una posibilidad teóri­


ca, aunque resulta difícil ver qué forma concreta tomaría esta aspi­
ración, si no es en el plano de una ideología o interés inculcados a
determinados miembros del grupo e internalizados por ellos. Las
decisiones sobre la reproducción necesariamente implican a un in­
dividuo o una pareja, que en un determinado momento se preocu­
pan por los recursos, aunque pueden recibir algunos estímulos de
sus parientes próximos. Pero incluso en las sociedades de linajes
esas presiones se producen en el contexto de un grupo reducido
-la «familia» lineal, que hasta los últimos cien años debió de ocu­
par una posición tan central como en sociedades anteriores.
Los grupos de parentesco más amplios con frecuencia emplean
una terminología «clasificatoria» que en apariencia denota identi­
dades colectivas. Por ejemplo, un individuo puede llamar «madre»
a las esposas de los hermanos de su padre, como también a todas
las esposas de los miembros del linaje o clan de la misma genera­
ción; de igual forma, las esposas de los hermanos son las esposas
de uno. En el siglo XIX algunos estudiosos supusieron que ello en­
trañaba acuerdos colectivos sobre las relaciones sexuales o el cui­
dado de los niños, pero la investigación de campo arroja dudas
sobre si fue así alguna vez. Entre los LoDagaa del norte de Ghana,
en determinadas circunstancias se permitía el acceso sexual a la es­
posa de un hermano gemelo, unión que, en esencia, es compara­
ble a la práctica del hombre que duerme con la esposa del hijo,
conocida como chokhatch entre los eslavos. Por lo demás, los dere­
chos sexuales eran particulares, lo mismo que el cuidado de los
niños. Una coesposa por parte de la madre (una «madre») podía
encargarse de la lactancia de un niño si se le pedía o de cuidarle si
la madre estaba enferma de gravedad o había muerto. Pero aun­
que era posible designar «madre» (o «esposa») a varias mujeres, la
madre concreta que había dado a luz siempre era objeto de un re­
conocimiento especial; a este nivel pocas veces había confusión de
identidades.
Parece dudoso que el carácter de los grupos de parentesco
-tanto patrilineales y matrilineales como bilaterales- haya tenido
34 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

mucho efecto en las variables demográficas. En el estudio llevado


a cabo en Ghana por Goody y Addo3 la pertenencia a distintos
grupos no implicaba una diferencia efectiva en cuanto al número
de hijos. Todos los encuestados parecían aspirar a la máxima ferti­
lidad, aun admitiendo la restricción del tabú del acto sexual tras el
parto; de hecho, este tabú parece que funcionaba como un medio
para maximizar, más que para restringir, la fertilidad durante la
lactancia. Pero la mortalidad era elevada, particularmente ente los
niños, por lo que si bien se ha visto en África el origen del Homo
sapiens, su tasa de aumento de la población en el último milenio
-así como en los milenios anteriores- ha sido muy gradual
(hasta el siglo XX), con densidades de población relativamente ba­
jas en comparación con otros continentes que han estado habita­
dos por periodos de tiempo menos largos, pero cuyas trayectorias
socioeconómicas han sido distintas.
En la mayoría de los casos, la presión por reproducirse se ve
equilibrada por la preocupación sobre la disponibilidad de los re­
cursos necesarios para establecer una familia, lo que conduce a la
elaboración de «estrategias de herencia» específicas. En China,
hasta la Segunda Guerra, las familias más pobres tenían menos hi­
jos que las acomodadas porque disponían de menos recursos para
ellos. No obstante, las que carecían por completo de recursos qui­
zá estuvieran libres de esos constreñimientos4.
La existencia de esas estrntegias de herencia, que en Eurasia da­
ban prioridad a la transmisión lineal directa sobre la lateral cuan­
do una persona moría, significaba que ya había cierto grado de
individualización, una forma de atenuación del parentesco. Los
hijos tenían preferencia como herederos sobre los parientes más
distantes; de hecho, las hijas tenían prioridad sobre los hijos varo­
nes de parientes laterales próximos, lo que individualizaba a esta
pequeña unidad como el centro de la herencia. Así pues, los pa­
rientes laterales quedaban excluidos, pero esto no significa que
fuera deseable tener un gran número de descendientes directos,
porque, antes de los días del salario individual, obviamente el ac­
ceso a la propiedad necesaria para ganarse la vida estaba restringí-
ASPECTOS DOMÉSTICOS DEL «MILAGRO» 35

do; cuanto mayor era el número de hijos supervivientes, menor era


la parte que le tocaba a cada uno, lo que implicaba la posibilidad
de su descenso en la escala social si no podían mantener el nivel de
vida esperado. La alternativa a semejante «desgracia» era restringir
el número de nacimientos, velando por tener suficientes recursos
para los hijos supervivientes, después de que la mortalidad infan­
til y adolescente se hubiera cobrado sus bajas. Ese cálculo (aunque
distintos individuos podían tomar diferentes opciones) ya se daba
en las principales sociedades posteriores a la Edad del Bronce de
Europa y Asia antes del comienzo del milenio.
Es decir, incluso en las sociedades premodernas se daba y se da
algún cálculo de los pros y los contras de aumentar el número de
hijos, y esta estrategia de herencia (y de gestión) se llevaba a cabo
no al nivel de linaje, clan o parentesco, sino al del grupo domésti­
co u hogar, como el estudioso ruso Chayanov observó en un tra­
bajo muy controvertido'. En otras palabras, en las sociedades
campesinas las estrategias de reproducción no implicaban a los
grupos de parentesco amplios, sino básicamente a las unidades
productivas del nivel inferior, lo mismo que en el día de hoy. Es
cierto que, en los hogares campesinos, se tenían en cuenta ciertos
intereses más generales de los parientes, pues los familiares más
próximos posiblemente también estuvieran cerca espacial y eco­
nómicamente, en el sentido de tener intereses en la misma parcela
de tierra o compartir herramientas y, en ocasiones, el trabajo.
Mientras que esas unidades eran (y aún son) algo más grandes
que las de muchas comunidades urbanas, lo que realmente ha re­
sultado decisivo para los cálculos individualistas ha sido el paso al
empleo remunerado de la gran mayoría de la población. Cada in­
dividuo está empleado como una unidad, no (en general) por su
familia o linaje. Y los dos cónyuges, así como, llegado el momen­
to, sus hijos, están empleados individualmente.
Esto no era así antes, cuando la educación estaba dirigida a re­
producir las comunidades religiosas o de otro tipo, y no al empleo
futuro, y el adiestramiento para éste solía tener lugar en el hogar.
Todavía hoy se da cierta continuidad, e incluso empresas conjun-
36 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

tas en el seno de la familia, especialmente en el sector de la restau­


ración (aunque más en Francia que en Gran Bretaña), y los nego­
cios familiares siguen siendo muy significativos, incluso en los paí­
ses más capitalistas como Estados Unidos6. Pero en la mayoría
de los casos cada persona tiene su propio sueldo y es responsable de
pagar sus impuestos o de recibir sus beneficios; cada una tiene su
relación individual con el Estado y sus órganos.
Las decisiones relativas a la procreación se romaban a este nivel
más que en otros ámbiros sociales intermedios, si bien las presio­
nes más generales pueden favorecer políticas familiares pronatalis­
tas o de otra índole: por ejemplo, concediendo ventajas fiscales a
las parejas casadas, con ayudas para los hijos o apoyando a los ho­
gares monoparentales. Pero, en conjunto, estas políticas han sido
sorprendentemente irrelevantes, con la notable excepción de la
política del hijo único en China, cuya dirección, en general, era
aceptada o aceptable. Se ha debatido mucho la diferencia entre
los regímenes pronatalistas y los demás (que fomentan la decisión
individual), pero con pocas excepciones los efectos sobre las ten­
dencias demográficas parecen haber sido pequeños. Por ejemplo,
las diferencias en la estructura familiar entre los regímenes que fa­
vorecen políticas colectivistas (socialistas) o individualistas (capi­
talistas) son mucho menos marcadas de lo que dan a entender
bastantes teorías. Tampoco ha habido una gran divergencia entre
Europa (u Occidente), considerada representativa de la segunda
política, y Asia (u Oriente), donde prevalecería la primera.

El parentesco

No obstante, aunque los grupos amplios prácticamente desapare­


cen, no está claro que se hayan atenuado los vínculos que unen a
los grupos más pequeños, las familias; de hecho, lo contrario es lo
que muchas veces afirman los historiadores en cuya opinión los
lazos afectivos conyugales y familiares, e incluso paternales y con
el hogar en un sentido amplio, se han desarrollado en los tiempos
ASPECTOS DOMÉSTICOS DEL «MILAGRO» 37

modernos. Resulta difícil evaluar las pruebas de semejante afirma­


ción; mientras que los lazos más amplios se han contraído, los
más estrechos puede que se hayan reforzado en algunos sentidos,
aunque en la mayoría de los casos ya no constituyan las relaciones
básicas de producción, como ocurría en el pasado y sigue ocu­
rriendo en la mayoría de las comunidades agrícolas. La ausencia
de ese vínculo tiende a liberar a la pareja individual de tener que
tomar en cuenta las presiones de la familia más amplia a la hora
de decidir sobre el matrimonio, el divorcio y la procreación.
Puede haber una cierta presión en pro de mantener la distinción
entre el matrimonio y otras uniones sexuales (concubinato en al­
gunas terminologías, aunque esta palabra hace cargar a la mujer
con el estigma de la ilegitimidad), es decir, de formalizar una
unión. Por otra parte, no está claro si tales presiones en algún mo­
mento fueron muy importantes para la procreación. Los padres y
los abuelos pueden expresar su deseo de progenie y, así, reforzar la
propensión natalista. De hecho, todavía pueden ser un factor me­
nor en la toma de decisiones. Pero es dudoso que los parientes
más distantes alguna vez fueran muy significativos en este con­
texto.
Parece que en Asia y Europa había muchas semejanzas en la
estructura familiar, y, en este sentido, a pesar de las afirmaciones
de Malthus y de muchos otros binaristas este-oeste, las tenden­
cias demográficas han seguido la misma línea generaF. Los de­
mógrafos han tendido a poner de relieve las diferencias más que
las semejanzas, y ello les ha conducido a ignorar las convergencias.
Hablaré de ellas más adelante, al tratar el individualismo. Un caso
de prueba interesante es fijarse en la diferencia entre los regímenes
socialistas y capitalistas, tanto entre Oriente y Occidente como en
el interior de éstos, un tema al que volveré al tratar las opiniones
de Malthus sobre China. De nuevo, las diferencias generales en
las tendencias demográficas en relación con el parentesco no han
sido llamativas, a pesar de la predilección ideológica por el colec­
tivismo en Oriente y por el individualismo en Occidente. Pero las
unidades de producción colectivas, tales como granjas, comunas o
38 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

cooperativas, no han fomentado vínculos de parentesco más am­


plios; todo lo contrario. La unidad de producción ha sido el foco
de los lazos colectivos; en su interior la tendencia es que los
miembros sean tratados de forma más o menos individual. Una
de las principales funciones de la familia en otros regímenes, no
sólo en el capitalista, ha sido la transmisión de la propiedad, tanto
material como inmaterial (el capital simbólico), a través de genera­
ciones. Los programas socialistas se han propuesto específicamen­
te modificar esas desigualdades heredadas entre individuos y fa­
milias, y, en los estados comunistas, abolirlas por completo, no
sólo en relación con los medios de producción, que, en cualquier
caso, ya no estaban bajo el control directo de la familia. No obs­
tante, este programa contradecía las tendencias en el interior de la
unidad de reproducción, lo que incluso pudo ser un factor que
contribuyera a la caída de esos regímenes, al reducir los objetivos
de acumulación de bienes inhibiendo la transferencia intrafa­
miliar.
Como consecuencia, las nociones de colectivización al nivel
económico no han ido acompañadas de un énfasis en el grupo de
parentesco más amplio, bien en forma de familia extensa o de
clan. Ideológicamente, muchos socialistas volvían la vista a un
presunto estado de cosas anterior, cuando grandes grupos de pa­
rentesco tenían en común la propiedad: el comunismo primitivo,
como lo describe el abogado estadounidense L. H. Morgan en su
Ancient Society, de donde lo tomaron Marx y Engels. Por lo que
respecta a la familia, se decía que, en el pasado, incluso eran co­
munes los derechos sobre las mujeres, lo mismo que sobre la
tierra.
Sabemos que esas afirmaciones sobre el pasado distante son
imaginarias. Desde luego, los grupos de parentesco eran más am­
plios en la mayoría de las sociedades preindustriales, pero en su
núcleo siempre se hallaban hogares o «familias» relativamente pe­
queños, que eran la unidad significativa de producción y, lo que
es más importante, de reproducción. No está demostrado que los
grupos de parentesco amplios fueran acompañados de hogares
ASPECTOS DOMÉSTICOS DEL «MILAGRO» 35)

numerosos (la llamada «familia extensa»), excepto en la medida


en que, en las comunidades agrícolas relativamente estables, un
gran número de parientes se reúnen inevitablemente en la proxi­
midad de alguien, a veces en la misma casa. Lo que desapareció
en el curso del tiempo fue el grupo de parentesco numeroso, pues
muchas de sus funciones pasaron a ser desempeñadas por el Esta­
do o por la Iglesia.

El individualismo

El otro gran tópico, estrechamente relacionado con el primero, es


el del auge del individualismo. Occidente se ha apropiado del in­
dividualismo (considerado básicamente un atributo masculino)
como un concepto que supuestamente explicaría el espíritu de
empresa y la modernización de Europa occidental, donde es una
característica típica del varón aventurero que se va a vivir a la
frontera. Este argumento ha sido adoptado por muchos historia­
dores y sociólogos en relación con la aparición de esta cualidad en
Europa en la época de la Reforma. La tesis lleva el sello de intelec­
tuales como los sociólogos del siglo XIX Durkheim y Spencer, pero
también se hace eco de concepciones populares del pasado. En sus
libros sobre la Inglaterra tudor, los historiadores Thomas y Mac­
farlane veían la aparición del individualismo económico en el si­
glo XVI unida a las actitudes hacia la magia y la brujería8• El pro­
blema de ese argumento no es tanto que sea completamente
erróneo -no hay duda de que se produjeron cambios importan­
tes en esta época- como que el concepto es inadecuado para ex­
plicar esos cambios. Macfarlane trata de resolver el problema bus­
cando los orígenes del individualismo en una Inglaterra anterior.
Se ha descubierto «individualismo» en épocas anteriores, no sólo
en Inglaterra, sino en toda Europa occidental. Parte del interés
del historiador de la religión John Bossy radica en su opinión de
que la teoría sacramental del matrimonio de la Iglesia católica te­
nía «implicaciones individualistas», en las que el derecho canóni-
40 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

co ha hecho hincapié aproximadamente desde el 1300 9 • El histo­


riador Sheehan 10 también insiste en las implicaciones individua­
listas de la teoría consensual del matrimonio adoptada por Ale­
jandro III y por Inocencio III, y desarrollada por canonistas y
teólogos desde el siglo XII hasta el XIV. Por lo tanto, el individua­
lismo no fue un invento de la Reforma. No obstante, según We­
ber, lo fomentó el protestantismo calvinista. Esta rama del protes­
tantismo se caracterizaba por un individualismo religioso cuyo
origen estaba en el convencimiento de que el creyente no necesi­
taba intermediarios espirituales con Dios (como en el catolicis­
mo) y por lo tanto el paisaje mental de esas personas estaba mar­
cado por la confianza en sí mismas y la autonomía de criterio.
Weber pensaba que los individuos que se guiaban por su concien­
cia eran más proclives a asumir riesgos.
La asociación del individualismo con la Europa y la América
posteriores ha sido aceptada por muchos historiadores occidenta­
les, si no por la mayoría. Pero resulta muy difícil, en el mejor de
los casos, definir el individualismo con fines analíticos, y su papel
difiere en distintos contextos. Posee facetas político-jurídicas, eco­
nómicas, familiares e incluso religiosas. El aspecto político está
asociado con la idea de democracia en oposición al despotismo
oriental, los imperios y el autoritarismo; temporalmente, se re­
monta a las ciudades-estado de la antigua Grecia (a pesar de sus es­
porádicos tiranos y esclavos perpetuos). Permitir que los indivi­
duos voten o sean consultados de otras formas podría considerarse
más individualista. Les daba la oportunidad de expresar sus opi­
niones personales y no verse reducidos a aceptar formas autorita­
rias de gobierno. Pero la consulta existía en otros lugares; la demo­
cracia no se desarrolló sólo en Europa -e incluso ahí no lo hizo
hasta el siglo XVIII. En Europa no se estableció de forma perma­
nente ninguna tradición de democracia política que siguiera las
huellas de la antigüedad, salvo en la mente y en las obras de poste­
riores eruditos europeos (y quizá entre piratas, rebeldes y otros
grupos marginales). Desde luego, se tenían en cuenta las opiniones
de la gente, pero igual que en la mayoría de los regímenes.
ASPECTOS DOMÉSTICOS DEL «MILAGRO» 41

El «individualismo» económico, el espíritu emprendedor, es un


rasgo de los comerciantes en todas partes, no sólo una herencia
europea ejemplificada en Robinson Crusoe; caracterizó la búsque­
da de metales tras la Edad del Bronce, el intercambio de mercan­
cías con extranjeros y muchas otras transacciones que se llevaban
a cabo por todo el mundo. El individualismo, especialmente
cuando se aplica a Europa, frecuentemente se asocia con la «racio­
nalidad» y la capacidad para elaborar el mejor plan de acción
(que, según se piensa, la colectividad puede desvirtuar). Junto con
la capacidad para la innovación y la exploración, los estudiosos
europeos las consideran atributos de sus sociedades cuando inten­
tan explicar los orígenes del «capitalismo» en Occidente. Pero re­
sulta tan difícil llegar a una definición general de la racionalidad
como de la individualidad y, en cualquier caso, se encuentra en
determinados contextos en todas las sociedades, lo mismo que el
individualismo.
Respecto a la familia, la noción de individualismo está ligada a
la familia nuclear, en contraste con la «familia extensa» o incluso
el clan o el linaje. Se la vincula a la supuestamente única familia
occidental y, según algunos estudiosos, tiene su origen en los anti­
guos indoeuropeos. Mann y otros la asocian con la agricultura re­
gada por la lluvia (no por irrigación), con bosques y asentamien­
tos dispersos, los tradicionales factores geográficos que a su vez
condujeron a la propiedad privada y el capitalismo.
Estos argumentos sobre la relación de la familia, el individua­
lismo y la racionalidad con el desarrollo, tanto en la esfera demo­
gráfica como en la económica, se han suscitado en el Gran Deba­
te, en el que han participados numerosos historiadores, científicos
sociales y demógrafos europeos, a los que han seguido algunos en
Asia, que se han preguntado por qué Occidente alcanzó la mo­
dernización, el capitalismo y la industrialización, y Oriente no (al
menos, no al mismo tiempo). Los aspectos demográficos de este
interés y su implicación para la historia de la familia con frecuen­
cia se expresan en términos maltusianos, especialmente en el con­
traste entre Europa y China. Desde luego, la idea de que Europa
42 EL MILAGRO EUROASJÁTJCO

era más individualista en su concepción del mundo no era priva­


tiva de Malthus y los demógrafos. Como hemos señalado, en
América quedó asociada a «la frontera» (como si sólo allí se hus
biera sentido la llamada de la frontera). A un nivel histórico más
general, se dio tempranamente en Grecia y sus sucesores, en opo­
sición al Oriente «despótico» o arbitrario, o, en términos ecoló­
gicos, en la agricultura regada por la lluvia de Occidente frente
al control de la irrigación, necesaria en el árido Oriente. Más tar­
de, los sistemas occidentales se caracterizaron por el feudalismo
descentralizado, en el que la propiedad señorial evolucionó ha­
cia la propiedad privada, en contraste con el este, según \Veber y
muchos otros, donde el monarca conservó la propiedad en sus
manos.
Éste es el argumento que presenta Mann en su libro Las faentes
del poder sociaf!l, que sitúa el origen del individualismo europeo
en el campesino europeo de la Edad del Hierro. Aquellos indoeu­
ropeos habían aprendido de las civilizaciones de Oriente Próximo
y del mundo clásico, pero no estaban sometidos a las mismas li­
mitaciones. El individualismo también se asocia -como en el
caso del antropólogo Louis Dumont- con el cristianismo; esa re­
ligión, sostiene (siguiendo a Weber), favoreció el «comportamien­
to ético individual». En su opinión, estos factores hicieron a Eu­
ropa particularmente favorable al advenimiento del capitalismo.
El argumento, más ecológico, de Eric Jones en El milagro euro­
peo 12 también se sustenta en el mismo tema: que la agricultura
extensiva de la Europa primitiva, con sus explotaciones (y familias
nucleares) dispersas, produjo «el estilo de vida celular, alto en
consumo y energía, y las acciones individualistas de las tribus cel­
tas y germánicas» 13• En consecuencia, sólo los europeos saben
cómo conservar los dones de su entorno y no despilfarrados «en
la mera multiplicación insensata de la vida común», como los chi­
nos que describe Malthus 14• Esa capacidad se desarrolló con su
práctica de un tipo de agricultura más simple que la irrigación.
Semejantes ideas sobre el desarrollo han sido muy criticadas en
años recientes por varios estudiosos no europeos que han descu-
ASPECTOS DOMÉSTICOS DEL «MILAGRO» 43

bierto «brotes de capitalismo» y, por lo tanto, de individualismo y


actividad empresarial en sus propias sociedades; pero su influencia
sobre los estudios demográficos y de la familia en Europa ha tarda­
do en hacerse sentir. En el contexto europeo, uno de los críticos
más incisivos ha sido el geógrafo estadounidense J. M. Blaut, que
sostiene que la noción de que el individualismo, especialmente en
relación con los derechos de propiedad, se originó en Roma o en la
antigua Germanía, y que tales ideas eran desconocidas en las cul­
turas no europeas, es errónea y concuerda con la pretensión colo­
nialista de que los pueblos conquistados no tenían derechos de
propiedad (el mito colonial del vacío), por lo que era posible so­
meter sus tierras a las leyes de propiedad europeas, abriendo así el
camino a la modernización, la alienación y el desarrollo 15 •
Incluso Marx adoptó esa idea, que considera relacionada con la
del despotismo oriental (caracterizado por la falta de libertad que
acompañó a la occidentalización). La idea también era central en
la obra de Weber. Dicha tesis ha sido criticada recientemente por
una historiadora japonesa de los samuráis, según la cual, en el pe­
riodo rokugawa tardío,

la presencia de un claro sentido de individualidad resilieme se mani­


festó en expresiones de autoafirmación caracterizadas por la dignidad
y el orgullo. El sentido de individualidad es consustancial con la ca­
pacidad para el valor y la deliberación, necesaria para iniciar un cam­
bio... Un profundo sentido de individualidad de esta índole podía,
aplicado a un fin social apropiado, contribuir a generar una iniciativa
para el cambio social 16•

Comparando el análisis de Weber de la ética protestante con su


propio estudio de la cultura samurái, Ikegami concluye que «a
partir de una matriz cultural completamente distinta, los samu­
ráis japoneses también construyeron una sociedad que propiciaba
el aurocontrol y la concentración en objetivos a largo plazo, así
como una actitud individualista que favorece la asunción de ries­
gos» 17. De nuevo, Europa no tenía ese monopolio.
44 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

Tal asociación de individualismo con Oriente pone en entredi­


cho la tesis occidental de la singularidad de sus culturas, que ve en
la conformidad la característica dominante de las sociedades
orientales. En general es cierto que las personas tienden a conside­
rar la conformidad con las normas el rasgo de los «otros», mien­
tras que ellas mismas se suponen gobernadas por criterios raciona­
les individualistas. Por otra parte, la autora de este estudio,
Ikegami, insiste en que en la historia japonesa discurre una con­
tracultura que «apoya expresiones y actos individualistas» 18; lo que
denomina «individualismo honorífico» se da frecuentemente en
individuos «que se atreven a tomar iniciativas en pro del cambio,
al tiempo que asumen significativos riesgos personales y sociales».
Ikegami presenta este «individualismo honorífico» como «una
forma de "individualismo posesivo": una convicción sobre el yo
que se desarrolló entre las élites terratenientes, que necesitaban un
firme sentido de autocontrol a la altura de su orgullo por la pro­
piedad de la tierra» 19, lo que trae a la mente la asociación que las
filosofías políticas del siglo XVII establecían entre el individualis­
mo y la propiedad de la tierra; el tipo de propiedad iba ligado a la
forma de entenderse uno mismo.

Malthus y Oriente

Si esto era así, entonces, lo mismo que Ikegami ha separado la no­


ción de individualismo del contexto occidental, extendiéndola a
otras élites terratenientes, se hace necesario extenderla a otras for­
mas de «propiedad» que no estaban necesariamente asociadas con
el «capitalismo» o con el «feudalismo». Numerosos observadores
de «otras culturas» han aludido al individualismo de los pueblos
que han estudiado. El antropólogo Evans-Pritchard identificó este
rasgo entre los nuer del sur de Sudán y después muchos otros han
hecho lo propio. Está claro que no nos encontramos ante socieda­
des que experimentan la rapidez del cambio como las europeas o,
más tarde, la japonesa, pero sus miembros individuales siempre
ASPECTOS DOMÉSTICOS DEL «MILAGRO» 45

tienen que adaptarse a algún cambio (especialmente, de carácter


religioso, aunque también a los problemas habituales del ciclo de
desarrollo de los grupos domésticos), por lo que nunca son miem­
bros de sociedades enteramente estáticas20 .
Malthus, el padre fundador de la demografía moderna, está en
el centro de esros debates. Para él, la existencia de frenos preventi­
vos al crecimiento de la población, como los que se daban en la
Europa moderna, estaba ligada a la noción de control moral,
mientras que en otras sociedades operaban frenos positivos (exter­
nos) a esos desarrollos a través de una mezcla de miseria y vicio;
esros últimos eran en gran medida involuntarios, mientras que el
control moral era puramente volitivo, un aspecto de la toma de
decisiones racional, basada en la opción individual. En Europa
prevalecía este control, mientras que en China sólo existían los
frenos del otro tipo.
En su importante estudio sobre China, dos demógrafos, Lee y
Feng, refutan el paradigma maltusiano para Oriente, incluida la
división binaria entre frenos positivos y preventivos, según la cual
los últimos se basan en el matrimonio tardío y en un control mo­
ral que sólo se daban en Occidente. Es cierto que los europeos se
casaban más tarde, pero, cuando lo hadan, tenían más hijos que
los orientales, que eran más «controlados». Esto responde a los ar­
gumentos weberiano y maltusiano. No obstante, mantienen el
modo binario cuando atribuyen a Asia el control colectivo y a Eu­
ropa el control individualista. Aparte de la política de hijo único
aplicada recientemente por el Estado, las pruebas que aportan pa­
recen desmentir dicha dicoromía. Por ejemplo, las formas del ma­
trimonio chino se describen correctamente como variables, pues
fluctúan dependiendo del género, la clase, el nacimiento y las cir­
cunstancias individuales. Esta variedad imponía al individuo la
selección de la estrategia más apropiada. Lo mismo ocurre con la
decisión, no tan infrecuente, de matar a un hijo (normalmente,
una hija). No son éstas decisiones colectivas, sino opciones indivi­
duales, tomadas por la pareja. Igual que el matrimonio: «Aunque
no todos los chinos planifican su fertilidad o controlan la supervi-
46 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

vencía de sus hijos, todos planifican el matrimonio de sus hijos»21 •


Tienen que «planificar» el matrimonio puesto que ése es el mo­
mento en el que tienen lugar la mayoría de las transacciones de
propiedad y cambios residenciales, pero se hace de forma indivi­
dual en gran medida. Si la pareja casada no está de acuerdo con lo
que se propone, puede, como han señalado decisivamente Wolf y
Huang22 y reconocido Lee y Feng23, recurrir a tácticas para hacer
naufragar la unión, lo que significa una fertilidad baja y un fraca­
so matrimonial más frecuente.
La «planificación familiar -escriben Lee y Feng- va ligada a
nuestra creciente capacidad para decidir de forma deliberada ...
controlar la reproducción» y está unida a «un nuevo sentido del
control sobre nosotros mismos y el mundo natural»24 • Parece que
el despertar de esta conciencia está relacionado con «la extensión
de la toma de decisiones individual, que va asociada a la generali­
zación de las familias pequeñas, el incremento de la alfabetiza­
ción, la aparición y auge del individualismo occidental y la cre­
ciente penetración de las economías de mercado» 25 • Algunos
estudiosos que acertadamente ven en Europa la cuna de la última
fase de la «modernización» atribuyen un origen europeo a la
transición demográfica -el paso de unas tasas altas de mortali­
dad y fertilidad a unas bajas- y consideran que «las raíces euro­
peas del individualismo e incluso el desarrollo europeo del capi­
talismo del siglo XIX están entrelazados e inscritos en la familia
y la estructura demográfica europeas que animaron esas revo­
lucionarias transformaciones económicas y sociales»26 . Pero la pla­
nificación misma no es monopolio de Europa. Como Lee y Feng
señalan acerca de China, «la planificación de los sucesos demo­
gráficos siempre ha sido una parte importante de la vida,> 27 . Con­
trariamente a la opinión de Malthus, y a la de muchos demó­
grafos occidentales que le han seguido, el este no se limitaba a
sufrir el efecto de frenos «positivos», como las hambrunas. Por el
contrario, se practicaba la planificación familiar, lo que permitió
que la transición demográfica se produjera finalmente con más
rapidez incluso que en Occidente, y que se desarrollara al nivel
ASPECTOS DOMÉSTICOS DEL «MILAGRO» 47

de los hogares, aunque siguiera ocurriendo en un contexto de


consideraciones más colectivas. Mientas que, en el pasado, los
chinos habían controlado la fertilidad (pues la fertilidad marital
no era más alta que en Occidente) y matado a sus hijos (princi­
palmente a las hijas) «en respuesta a los dictados de la economía
familiar, hoy reducen su fertilidad principalmente en respuesta a
las necesidades percibidas y a los categóricos dictados de la eco­
nomía nacional [la política del hijo único] y, cada vez más, para
maximizar su bienestarfomilian,28 •
No obstante, los autores continúan viendo una gran diferencia
con Occidente en que «en China, las decisiones demográficas
nunca son individuales»29. Han de tenerse en cuenta las necesida­
des colectivas de la familia y del Estado. El matrimonio «no es un
asunto personal» sino familiar. Lee y Feng insisten en que en Chi­
na «el control deliberado de la fertilidad está incorporado desde
hace mucho tiempo en el cálculo de las decisiones conscientes» 30;
no obstante, sin defender la existencia de una conciencia colecti­
va, sostienen que la tradición actual es el resultado de «nuevas ins­
tituciones y nuevos objetivos colectivos, no de nuevas ideas» -en
contraste con la situación occidental, que implicaba una exten­
sión revolucionaria de la toma de decisiones individuales desde el
matrimonio a la fertilidad. Pero toda esta planificación consciente
se considera en primer lugar tradicional (en otras palabras, China
se caracterizaba por el reconocimiento temprano de tales frenos)
y, en segundo lugar, perteneciente en exclusiva al ámbito familiar
(o la comunidad o el Estado) y nunca -sostienen- una prerro­
gativa individual, como en el individualismo occidental. Sin em­
bargo, con anterioridad los autores habían afirmado, acertada­
mente en mi opinión, que «el sistema demográfico chino se
caracterizaba por una multiplicidad de opciones que equilibraban
el romance con el matrimonio pactado, la pasión marital con el au­
tocontrol marital y el amor paternal con la decisión de matar o
dar a los hijos» 31 • Pero les parece que esta agencia humana se ejer­
ce a nivel colectivo, no individual, aunque yo dudo que se pueda
discernir una diferencia efectiva en este caso. Es cierto que la re-
48 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

ciente política del hijo único ha sido organizada por el Estado y


que constituye su ejemplo principal, pero ¿hasta qué punto es dis­
tinta de las tentativas de Rajiv Gandhi en la India o de las polí­
ticas natalistas francesa y alemana en Europa? Las estrategias de
herencia corno la que implica la decisión de adoptar o de matar
(ambas básicamente individuales o, en todo caso, conyugales) no
se tornan al nivel de linaje o de colectivo, sino de los individuos.
Aplicar la distinción entre colectivo e individual a un nivel cultu­
ral me parece que forma parte de la misma división binaria que
Malthus efectuó sobre los controles demográficos; este terna ya lo
he tratado en otro lugar en el contexto de los rasgos que supuesta­
mente diferencian a Oriente y a Occidente32• En la torna de deci­
siones, tanto en Oriente corno en Occidente, se tenían en cuenta
las preferencias individuales relacionadas con la propiedad. Cada
uno maximizaba sus oportunidades «dentro de una estructura de
oportunidades definida en gran medida por instituciones, intere­
ses e ideologías colectivos»33; éstas diferían (con linajes en el caso
de los chinos), pero, en todo caso, la agencia humana operaba bá­
sicamente a través de actores individuales.
Desde luego, en China, un individuo o una pareja tendría que
tener en cuenta las opiniones de otros miembros cercanos de la
familia, pero las decisiones últimas las tornan las personas o las
parejas, no las colectividades. Los autores se refieren a «la estrecha
supervisión de la familia colectiva»34, pero no aportan ninguna
prueba de dicha influencia sobre la torna de decisiones y por tan­
to esta afirmación quizá sea tan «mítica» corno las maltusianas.
En China fueron las parejas (y los individuos) quienes en último
término controlaron la «pasión entre los sexos». Aunque las pre­
siones fueran distintas de las que imperaban en Occidente, parece
que caracterizar las europeas corno individualistas y las asiáticas
corno colectivas es caer en el errado binarismo semántico y con­
ceptual de incontables observadores europeos. Corno señalan los
autores aludiendo a Malthus, ¿no estarán los orientales aceptando
los mitos occidentales sobre su propio comportamiento? ¿No
equivale a caracterizar una variedad de un régimen de alta presión
ASPECTOS DOMÉSTICOS DEL «MILAGRO» 49

demográfica (alta fertilidad, alta mortalidad) como la «estructura


china» que Lee y Feng se proponen refutar?35
Más en general, el sistema político-económico de China, con
sus familias «colectivas», se compara con la «larga tradición de in­
dividualismo» imperante en Europa. Ocurre que, en China, los
clanes y linajes unilineales que hemos encontrado anteriormente
desempeñaron un importante papel en la vida social, mientras
que, en Occidente, los grupos de clanes se organizaban bilateral­
mente (como en los feudos anglosajones) y, en cualquier caso,
esos grupos extensos quedaron muy restringidos por la presión de
la Iglesia y el Estado36 • Pero ¿era el contraste tan claro al nivel de la
toma de decisiones demográfica? En China, la «mentalidad de fa­
milia colectiva», según Lee y Feng, conduce a que la mayoría de
las adopciones se realicen dentro del linaje propio37 • No obstante,
cabría sostener que el hecho de que un hombre adoptara al hijo
de su hermano a fin de hacerle heredero o «miembro de la fami­
lia» era lo opuesto de una mentalidad colectiva: más bien, un en­
foque individualista de la herencia. Como afirman los autores,
nadie debe quedar sin hijos, y esto se calcula sobre una base pu­
ramente individual (o de pareja), no colectiva. Los progenitores
(o progenitor) adoptivos no estaban maximizando «la utilidad co­
lectiva», sino la ventaja individual. Por ejemplo: «la respuesta a las
condiciones económicas podía variar mucho de individuo a indi­
viduo»38 . Así que los autores concluyen, contrariamente a una de
las tesis de Malthus, y de sus propias afirmaciones, que «a pesar
de su tamaño y de su naturaleza colectiva [el sistema chino] fue
capaz de regular el crecimiento de la población primero a través
del control familiar y, más tarde, estatal»39 • Si bien contrastan el
control familiar con la «larga tradición de individualismo» euro­
peo, la realidad es que, con independencia de la posición ideoló­
gica, las decisiones demográficas en Europa con frecuencia tenían
en cuenta los intereses «familiares», al menos hasta la Revolución
Industrial, e incluso después en su mayor parte se tomaban en el
contexto de relaciones diádicas (pareja, familia), aunque en el si­
glo XX los salarios individuales, la provisión estatal y las circuns-
50 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

rancias familiares permitieron a algunos progenitores «tomarlas


solos». En tiempos anteriores el contraste parece menos evidente,
excepto por la existencia de grupos (unilineales) de clanes, que
parece que dejaron esas decisiones en manos de los grupos fami­
liares (de parientes) más pequeños. Los autores afirman que «la
familia extensa y la unidad familiar, no el individuo o la pareja in­
dividual, fueron el órgano básico de la toma de decisiones» 40• Pero
la mayoría de las unidades familiares estaban compuestas de pare­
jas y no ofrecen pruebas de otras intervenciones en lo que respecta
al comportamiento demográfico. De hecho, esta tesis contradice
otras sugerencias en el sentido de que las «estrategias de herencia»,
individuales o de pareja, se basaban en los hogares «individuales».
En los años sesenta el crecimiento de la población sufrió una
explosión sin precedentes en China, que los autores atribuyen al
colapso de la unidad tradicional de control de la población con
una reducción de la mortalidad y una fertilidad elevada sin con­
tención. Según ellos, la autoridad familiar

se deterioró después de la Revolución de 1911. Los padres ya no te­


nían derecho legal a la propiedad de los hijos, se prohibieron los ma­
trimonios pactados y cabría añadir que hubo presiones contra las
transacciones matrimoniales y en pro de los «matrimonios por
amor». Con el advenimiento del socialismo esas tendencias cobraron
fuerza, pero al mismo tiempo, en las unidades de trabajo colectivo, la
compensación se estableció principalmente sobre una base individual
y no familiar41 •

Con la llegada de las comunas -los colectivos en los que la gen­


te fue obligada a integrarse- en 1958, los individuos ya no te­
nían que planificar su descendencia como antes. De esta forma, la
socialización de los medios de producción significó el abandono
de la responsabilidad individual. Cuantos más hijos tenían, más
recursos colectivos podían reclamar. He visto esa misma lógica
para la reproducción incontrolada en la Ghana de Nkrumah,
cuando un amigo me explicó que no le daba reparo tener más hi-
ASPECTOS DOMÉSTICOS DEL «MILAGRO» 51

jos, pues el Estado los educaría para que se valieran por sí mis­
mos. En Inglaterra en los años cincuenta se oían opiniones pareci­
das. En esas condiciones, el control de la fertilidad ha de aplicarse
a nivel colectivo. Pero eso no implicó el paso de la ideología indi­
vidualista a la colectiva (a nivel demográfico); ambos aspectos
eran relevantes. Más bien, representó la continuación de las mis­
mas políticas que antes, pero liberadas del constreñimiento de los
recursos disponibles por factores sociales -hasta que el Estado
intervino.
Desde luego, los esfuerzos colectivos encaminados al control de
la fertilidad realizados por las autoridades chinas a mediados del si­
glo XX tuvieron un gran éxito y contaron con un gran apoyo, aun­
que los autores comentan que hubo «alguna resistencia familiar
individual» 42. Esta matización parece contradecir la supuesta pre­
ponderancia de lo colectivo y la ausencia del individualismo occi­
dental que habría permitido a China controlar su población por
cálculo racional. De hecho, los autores insisten en que los padres
chinos conocían métodos para ajustar la población que no eran
colectivos en este sentido y que «sólo tenían y conservaban a sus
hijos cuando les resultaba ventajoso»43 . Esto parece reforzar el gra­
do de convergencia en la toma de decisiones. De lo contrario,
¿por qué no son aplicables a los chinos de Taiwán, Hong Kong y
Singapur las mismas conclusiones relativas al colectivismo? ¿Por
qué no son aplicables a la Unión Soviética colectivista y a la Rusia
posterior a 1989? Sin embargo, la división binaria nos empuja en
otra dirección.
De nuevo, «mientras que la sociedad individualista exigía que
la ley protegiera los derechos humanos, la sociedad colectiva exi­
ge que el gobierno autocrático imponga los objetivos colecti­
vos» 44 . Esto parece una imprudente generalización inducida por
un enfoque excesivamente binario de «la estructura y el compor­
tamiento sociales comparados». Aunque Malthus estaba equivo­
cado al adoptar un enfoque binario a los frenos demográficos, sí
tenía razón, afirman, en cuanto a «las distintas orientaciones so­
ciales y políticas de cada sociedad [del este y del oeste]» 45. Esta
52 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

afirmación parece muy cuestionable, especialmente si se tiene en


cuenta que la ideología «colectivista» general del gobierno chino
procede directamente de fuentes marxistas occidentales y puede
considerarse inserta en la difusión de ideas (modernizadoras) ocº
cidentales.
En su último capítulo, los autores tratan de corregir su contras­
te binario, al tiempo que matizan las opiniones de los demógrafos
Macfarlane y Todd sobre la relación entre la demografía (y la fa­
milia) y la economía política46. Contrariamente a la hipótesis ge­
neral, ven (correctamente) elementos colectivos en el pensamien­
ro político occidental (¡por ejemplo, en Marx!) e individualistas
en el confucianismo. Por ejemplo, en el último periodo imperial
la mitad de los funcionarios eran nombrados en exámenes com­
petitivos: una tasa de movilidad más alta que la de la Inglaterra
tudor o estuardo. En el ámbito familiar, la dinastía Qin impuso
una tasa de residencia múltiple a las familias con más de una uni­
dad residencial, incluso cuando estaban formadas por hijos y her­
manos: «Al cabo de dos años, las costumbres habían cambiado
hasta el punto de que "cuando un hijo llegaba a la edad adulta [y
se casaba], establecía su propio hogar con una parte de la propie­
dad... si prestaba a su padre un rastrillo o un azadón, se compor­
taba como si hubiera actuado con generosidad"» 47 • Por consi­
guiente, los rasgos colectivos de la familia, incluso la piedad filial,
eran flexibles hasta cierto punto. Lee y Feng reconocen que el
contraste binario puede resultar exagerado48, y que los contrastes
a escala tan amplia se ven desmentidos por los métodos contem­
poráneos, especialmente el análisis de los datos. Advierten que ese
tipo de enfoque hace el mundo menos comprensible. Eso es cier­
to, pero en las ciencias sociales no hay alternativa al reconoci­
miento de la complejidad cuando ésta existe, incluso si ello signi­
fica poner en duda el valor de la tradicional oposición entre
comportamiento individualista y colectivista, con la que Occi­
dente se ha esforzado durante largo tiempo por separar a los anti­
guos (o tempranos), los orientales y los primitivos del moderno (y
no tan moderno) Occidente49•
ASPECTOS DOMÉSTICOS DEL «MILAGRO» 53

Este capítulo ha intentado seguir la obra de estudiosos asiáti­


cos, especialmente de Lee y Feng, e Ikegami, así como de historia­
dores nacionalistas que han rechazado la idea de que, en el movi­
miento hacia la modernización, la ventaja comparativa -familiar,
económica, empresarial, religiosa- siempre haya estado del lado
de Occidente. En particular, ha criticado las influyentes ideas de
Malthus, Marx y Weber, algunas de las cuales han tenido una in­
fluencia negativa sobre los estudios de la población, especialmente
en relación con el individualismo y el papel de la familia «exten­
sa». Tanto en la demografía como en las ciencias sociales en gene­
ral, estas nociones han tendido a «primitivizar» a las culturas no
europeas. En Occidente esta visión corregida sin duda es minori­
taria, aunque cada vez cuenta con más apoyo; en Oriente, se ha
visto impulsada por el pensamiento teórico y las investigaciones
de años recientes. He llevado a cabo tres tipos de comparaciones
que se solapan en varios puntos: el primero se refiere al tiempo:
temprano y tardío («moderno»); el segundo está relacionado con
el espacio: este y oeste; y el tercero, con los regímenes socialistas y
capitalistas; el individualismo siempre se ha considerado una ca­
racterística del segundo elemento de la comparación, y el colecti­
vismo, del primero. En lo referente a la familia, los lazos de paren­
tesco siguen siendo importantes en las sociedades modernas y con
frecuencia son intrínsecos a la empresa capitalista industrial y co­
mercial, aunque los vínculos más amplios -que rara vez son im­
portantes para la reproducción- han sido relegados. En cuanto
al individualismo, su «auge» es muy problemático, dada su im­
portancia en periodos anteriores y su cuestionable estatus en mu­
chos ámbitos de la sociedad industrial, que está organizada colec­
tivamente en términos de trabajo y educación.
CAPÍTUL04

EURASIA Y LA EDAD DEL BRONCE

Hasta el momento me he centrado en criticar la noción de mila­


gro europeo. A continuación trataré el milagro euroasiático y des­
pués examinaré la ventaja temporal que Occidente, Europa, obtu­
vo en los siglos XIX y XX dentro de ese marco general. Esa ventaja
me parece real si se la considera en un contexto más amplio en el
que se se daba -y se sigue dando aunque de otra forma- el fe­
nómeno de la alternancia en las sociedades que se beneficiaron de
los avances de la Edad del Bronce. Fue aquella era la que unió a
Oriente y a Occidente en un conjunto de logros. El concepto de
Revolución, Urbana de la Edad del Bronce está asociado con el
nombre del prehistoriador Gordon Childe y guarda relación con
el concepto de civilización y de cultura de las ciudades que el abo­
gado estadounidense L. H. Margan expuso en Ancient Society1 , y
probablemente con otras fuentes más generales'. Han contribuido
un tanto a confundir la idea de civilización sociólogos como el
anglogermano Norbert Elias, para quien el proceso de civilización
da comienzo al principio de la Europa moderna, e incluso el his-
56 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

toriador francés Fernand Braudel, según el cual las civilizaciones


«se enfrentaron en el Mediterráneo», cuando se refiere al encuen­
tro del islam y la cristiandad.
Una de las grandes ventajas de la noción de Childe precisa­
mente es que no privilegia a Occidente, sino que describe un de­
sarrollo histórico común que tuvo lugar en Oriente Próximo y
llegó a Egipto y al Egeo, a la India y a China. Ahora bien, la afi­
nidad cultural en este periodo entre las principales civilizaciones
urbanas de Eurasia no concuerda con la noción de una disconti­
nuidad o diferencia radical, sobre la que se asientan algunos de
los principales y más influyentes conceptos sociohistóricos sobre
el desarrollo del mundo. Según la concepción europea dominan­
te en el siglo XIX, al mirar atrás desde sus indudables logros tras
el Renacimiento y la Revolución Industrial, los historiadores y
los sociólogos (y, hasta cierto punto, los antropólogos) pensaron
que debían dar cuenta de aquellas diferencias. De acuerdo con
su interpretación, Occidente había pasado por una serie de eta­
pas de desarrollo desde la sociedad antigua hasta lo que se ha de­
nominado feudalismo y capitalismo. Por el contrario, en Oriente
imperaba lo que Marx definió como la «excepcionalidad asiáti­
ca», caracterizada por la agricultura hidráulica y el gobierno des­
pótico (necesario para organizarla), mientras que Occidente, es­
pecialmente en Europa, tenía una agricultura regada por la lluvia
y consultas democráticas. Esto no es sólo un argumento marxis­
ta; fue defendido de distintas formas por Weber y varios histo­
. riadores, y ya hemos visto las versiones propuestas por el sociólo-
go Mann y otros, vinculadas a la consideración de una ventaja
europea a largo plazo: historiadores eurocéntricos, como los lla­
ma el geógrafo Blaut. Y esas versiones adoptan muchas formas
-por ejemplo, como hemos visto, en la muy influyente descrip­
ción maltusiana de la supuesta incapacidad de China para con­
trolar su población porque no había internalizado el comedi­
miento del oeste. Esta visión está relacionada con la idea
weberiana del papel de la ética protestante en el nacimiento del
capitalismo, adoptada por la mayoría de los historiadores-demó-
EURASIA Y LA EDAD DEL BRONCE 57

grafos del Grupo de Cambridge, bajo la orientación de Peter


Laslett.
Desde luego, existieron importantes diferencias en la secuen­
ciación de la vida social en Occidente y en Oriente. En Occiden­
te, la caída de los imperios clásicos significó una decadencia par­
cial de la civilización urbana, la desaparición de algunas ciudades
y la creciente importancia del campo y sus gobernantes, lo que
condujo a lo que se ha denominado «feudalismo». En la versión
europea del proceso, esta fase se presenta como un avance «pro­
gresivo», en términos de la historia mundial, que finalmente con­
dujo al nacimiento de un nuevo tipo de ciudad, comenzando con
las del norte de Italia, con su burguesía amante de la libertad, sus
gobiernos autónomos y los demás rasgos que las convirtieron en
precursoras del capitalismo y la modernización. Pero también se
remonta a las tradicionales caracterizaciones de Asia como «des­
pótica», en contraste con la «democrática,� Grecia.
La noción de la excepcionalidad asiática ha sido puesta en en­
tredicho recientemente. Eric Wolf la ha criticado implícitamente
en su Europe and the Peoples without Historj', donde sugiere que
los sistemas de autoridad tanto de Oriente como de Occidente,
despóticos o democráticos, han de considerarse variaciones recí­
procas, tipos del «Estado tributario», cuyas versiones en Oriente a
veces estaban más centralizadas que las de Occidente. Las impli­
caciones para el ulterior desarrollo del capitalismo han sido criti­
cadas por una nueva generación de estudiosos que han rechazado
o modificado la noción de una ventaja europea anterior a la Re­
volución Industrial, y cuya obra he examinado en otro libro4. No
obstante, hasta el momento no se ha intentado vincular estas nue­
vas perspectivas de la historia postdásica con la obra de Gordon
Childe y el contexto arqueológico. Si en la Edad del Bronce hubo
una amplia unidad en términos de «civilización», ¿cómo se desa­
rrolló después la «excepcionalidad»? En realidad, ¿llegó a desarro­
llarse? ¿Fue la desaparición de las ciudades (y el predominio del
«feudalismo») algo más que un episodio circunscrito a Europa
occidental en la historia del mundo? Porque, en torno al Medite-
58 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

rráneo, las ciudades, y los puertos en especial, siguieron teniendo


una vida activa: en Constantinopla, Damasco, Bagdad y Alejan­
dría. En Europa Venecia no tardó en recuperar el espíritu y el em­
puje de su pasado romano y emprendió un activo y provechoso
intercambio con el este. Y si examinamos la historia más o menos
continuada de las ciudades de Asia, contemplamos una imagen
muy distinta de la que vemos si nos centramos en la decadencia
de la cultura urbana y en el modo de producción rural de Europa
occidental. En otros lugares, las ciudades y los puertos no desapa­
recieron para renacer como precursores de la empresa capitalista;
siguieron floreciendo en roda Asia y formaron los nodos del inter­
cambio, la manufactura, la educación y otras actividades especia­
lizadas que apuntaban a desarrollos posteriores. Aunque las nue­
vas ciudades de Europa occidental indudablemente poseían
algunos rasgos distintivos, no eran únicas en el sentido que We­
ber, Braudel5 y otros les han atribuido. Las ciudades eran repre­
sentativas de una actividad «capitalista» temprana allí donde se
encontraban, fuera en la India, China u Oriente Próximo. Eran
centros de empleo especializado, de cultura escrita, del comercio
que artesanos y comerciantes llevaban a cabo con distintos grados
de complejidad. De hecho, si bien el capitalismo industrial avan­
zado se desarrolló en Occidente, considerar que su advenimiento
fue exclusivo de ese continente es tergiversar la historia mundial.
El capitalismo avanzado se suele caracterizar por la industrializa­
ción, un sistema de altas finanzas y el comercio extensivo. Con la
producción industrial en serie, las finanzas desempeñaron un pa­
pel más importante y el intercambio se hizo más intenso, pero
ninguna de estas características era un rasgo novedoso de la eco­
nomía europea. Como tampoco lo era la industrialización. Ese
proceso había caracterizado a parte de la manufactura en China,
especialmente en la alfarería, pero también en la producción de
papel. Dentro de Europa, la producción industrial de tejidos cier­
tamente no empezó con la industria inglesa del algodón a media­
dos del siglo XVIII, sino que ya había comenzado en Italia en el si­
glo XIV con el devanado de la seda, que dio a la industria del país
EURASIA Y LA EDAD DEL BRONCE 59

una muy considerable ventaja cornparativa6• Estos procesos se de­


sarrollaron en competencia por la seda importada de China y
Oriente Próximo.
Es necesario poner en tela de juicio estos antiguos mitos y
echar otra mirada a la presunta discontinuidad con la Edad del
Bronce entre las sociedades antiguas y el feudalismo. En otros lu­
gares, la historia de la urbanización muestra un perfil muy dife­
rente. Las culturas urbanas, con su elemento de «lujo» que condu­
jo a sus propias contradicciones (véase el capítulo 6), siguieron
desarrollándose y evolucionando a partir de sus orígenes. El caso
de los alimentos cocinados7 y, más en general, de los productos de
lujo, corno las flores domesticadas', nos ayuda a comprender el
proceso. He escogido estas dos manifestaciones de «diferencias»
culturales porque en África están ausentes en gran medida y sin
embargo están muy presentes en las sociedades de Eurasia, encon­
trándose en todas las principales sociedades posteriores a la Edad
del Bronce, sin limitarse a Europa ni al «capitalismo». Las vuelvo
a utilizar aquí corno ejemplos de semejanzas «culturales» entre
Oriente y Occidente, relacionados con la economía pero, más en
general, con aspectos de la cultura (y el conocimiento). En primer
lugar, me parece que se están haciendo comparaciones demasiado
simplistas entre la cocina de África y la de otros lugares. Hay que
prestar más atención a los datos etnológicos y arqueológicos, es­
pecialmente a las diferencias de clase. Desde el punto de vista del
desarrollo, África se caracterizó por varias extrañas anomalías. El
hierro se había abierto paso por el Sáhara y se utilizaba de forma
general, empleando laterita local corno mineral de baja calidad
para producir un metal caro pero indispensable con métodos ar­
duos: indispensable porque se utilizaba para los instrumentos de
guerra, así corno para la caza y la agricultura con azada. Asimis­
mo, una alfabetización rudimentaria había llegado a través del is­
lam al África subsahariana, tanto a las sabanas corno al litoral
oriental. En los demás aspectos -la agricultura, por ejemplo- el
continente estaba firmemente situado en el Neolítico, no en la
Edad del Bronce. Si la rueda y el cigoñal llegaron a cruzar el Sáha-
60 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

ra, su uso no fue adoptado. En tiempos precoloniales no existía la


tracción animal. Para todos los cultivos se empleaba la azada
(aunque con hoja de hierro), y en algunos lugares incluso el palo
de cavar. En las condiciones del suelo y la lluvia prevalecientes en
la sabana, esto significaba que en la estación lluviosa un hombre
podía cultivar justo lo suficiente para alimentar a su familia (con­
tando con su ayuda), pero no quedaba mucho excedente para em­
plear a especialistas (aparte de los herreros) o para pagar sus pro­
ductos, y demasiado poco para mantener a una elaborada
jerarquía de funcionarios. Por supuesto, había jefaturas y jefes, al­
gunos de considerable importancia, pero no una verdadera clase
ociosa. Los jefes menores tenían que cultivar la tierra, lo mismo
que quienes se dedicaban al comercio y la religión. En esas condi­
ciones, había una cierta estratificación política, pero poca diferen­
ciación económica, y ésta venía determinada por la tierra. Todo el
mundo cultivaba lo que necesitaba, y cuando la cosecha disminuía
se trasladaban a una nueva zona del territorio del linaje (familia),
que constituía una especie de reserva. La tierra casi nunca era un
bien escaso.
Al ser pequeñas las diferencias en la propiedad de la tierra y,
más en general, en el estatus económico, no era fuerte la tenden­
cia a limitar el matrimonio al grupo propio. Económicamente,
una unión era más o menos tan buena como otra. No había «cla­
ses» económicas en este sentido y pocas tendencias que favorecie­
ran el matrimonio endogámico. Se prefería la exogamia a la endo­
gamia porque creaba alianzas más amplias. En este régimen, había
pocas diferencias en el nivel de vida y los estímulos para la apari­
ción de otros estilos de vida eran débiles. Prácticamente no había
una cocina diferenciada (excepto en términos de la cantidad de
carne y cereales disponibles) y no era probable la aparición de
subculturas.
Ya he descrito lo que creo que era el complejo típico de un jefe
entre los gonja, al norte de Ghana. En esta sociedad poligínica
cada esposa tenía su propia cabaña y probablemente procedía de
un «estamento» social diferente: una de un grupo de plebeyos,
EURASIA Y LA EDAD DEL BRONCE 61

otra de musulmanes, comerciantes y religiosos, quizá otra del es­


tamento del propio jefe, aunque este estamento tendía a no casar­
se con sus «hermanas», a las que se consideraba «demasiado orgu­
llosas». Estas mujeres cocinaban en sus hornos de tres piedras
colocadas en el espacio abierto común del patio circular en el que
se habían construido sus cabañas. En esas condiciones, las recetas
se compartían; hubo una homogeneización de la cocina que pre­
dominó sobre cualquier evolución de distintos estilos.
Las principales sociedades de Eurasia posteriores a la Edad del
Bronce eran muy distintas. El arado enseguida hizo posible que
un individuo cultivara una extensión mayor que otro y, por lo
tanto, poseer más tierra era valioso. La posesión de la tierra se
convirtió en un criterio fundamental de diferencia, un rasgo bási­
co de la estratificación. Un gran terrateniente disponía de muchos
más recursos económicos que los pequeños campesinos. Su fami­
lia normalmente era educada de forma diferente y, por lo tanto,
también se diferenciaba en el matrimonio. Se buscaba una pareja
equivalente, atendiendo a la «porción» de la riqueza familiar que
le correspondiera a la joven. Después de casarse, ella debía disfru­
tar de las mismas atenciones que antes, comer como en su casa
natal, por lo que quizá empleara a cocineras especialistas o com­
prara determinados alimentos, como los panes que los trabajado­
res urbanos preparaban en sus hornos (de la Edad del Bronce). En
esas condiciones surge una cocina diferenciada, con distintos in­
gredientes y recetas para los ricos (preparada por sus cocineras o
cocineros) y para los pobres (preparada por sus esposas). Esta for­
ma básica de cocina representaba los estilos de vida de las distintas
clases y cristalizó la noción de jerarquía cultural, basada principal­
mente en la propiedad de la tierra o de los medios de producción.
Con frecuencia los miembros de las clases altas vivían en deter­
minadas zonas de las ciudades, en vez de en sus distantes propie­
dades, entre otros miembros de los mismos círculos. Esta cocina
diferenciada -cocina en el sentido de gastronomía, no de mera
alimentación- surgió en todos los principales estados después de
la Edad del Bronce.
62 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

Todo ello descansaba en una compleja división jerárquica del


trabajo, en la que un individuo compraba la fuerza de trabajo de
otro, así como en una tecnología más compleja (como los hornos)
y un conjunto más amplio de relaciones socioeconómicas (que
permitía la importación de especias). También estaba muy rela­
cionado con la comunicación (así como con el consumo) de las
recetas por medio de la palabra escrita, especialmente en el caso
de esa clase especial de cocinas diferenciadas que se consideran
alta cocina, como la china, la india, la árabe, la italiana y la fran­
cesa9 . Éstas requerían no sólo el contexto de una clase en la que
desarrollarse, sino también una clientela selectiva y ociosa, capaz
de distinguir los gustos, los aromas y la presentación de los ingre­
dientes, así como de elaborar una serie de «convenciones» (resulta
excesivo denominarlas «normas») sobre el consumo de los alimen­
tos de élite. Así ocurrió en Pekín, por ejemplo, donde se reunieron
literati de varias provincias y pidieron a los restaurantes que pre­
pararan versiones más elaboradas de los platos de sus regiones de
origen, tales como Szechuan y Cantón. Esta elaboración exigía
una clientela selectiva y acomodada que dispusiera de los mejores
cocineros, los mejores ingredientes (con frecuencia, caros y difíci­
les de obtener) y las mejores recetas.
La «sociedad cortesana», en el término de Elias, no era la única
que podía satisfacer estas exigencias. También podían hacerlo la
burguesía, los habitantes de las ciudades, los literati o los adminis­
tradores en China, así como los comerciantes cuyos documentos
para el mundo árabe fueron examinados por el arabista francés
Rodinson. Eran los habitantes de las ciudades, la burguesía, los
que con frecuencia constituían la clientela más amplia, rica, edu­
cada y elitista que requieren esos desarrollos.
Ahora bien, lo que resulta interesante del desarrollo de las altas
cocinas -y, más en general, de la cultura del lujo- es el hecho
de que han surgido en todas las principales civilizaciones de Eura­
sia, en términos generales en el mismo periodo. Según Clunas 10 y
Brook11 , la aparición de una literatura especializada en China
tuvo lugar aproximadamente en la misma época que en Europa.
EURAS!A Y LA EDAD DEL BRONCE 63

Se podría decir lo mismo sobre la evolución de distintas artes,


como el rechazo de las formas de representación figurativas (ico­
nos), examinado en el capítulo 6, que hallamos en periodos puri­
tanos en ciertos momentos y lugares en todas las grandes culturas
y religiones (escritas) del mundo, y a veces también en las otras.
Si tomamos en serio las descripciones de la evolución del mun­
do que a largo plazo presentan a Oriente como estático y a Occi­
dente como dinámico -e incluso Braudel adopta esta línea en su
gran síntesis sobre Civilización material, economía y capitalismo,
siglos XV-XVIII, cuyo primer volumen se titula Las estructuras de lo
cotidiano 12-, esa coincidencia resulta sorprendente. O si se sus­
criben las doctrinas de la «excepcionalidad asiática» o del «despo­
tismo oriental», parecerían inhibir este desarrollo de los gustos ur­
banos, pues eran principalmente urbanos.
Estas observaciones sobre paralelismos implican que, en el gran
complejo euroasiático, a veces una sociedad adquiría cierta venta­
ja competitiva sobre las otras, como algunos podrían sostener que
ha ocurrido actualmente con la globalización de ciertas «comidas
rápidas» -MacDonald's, KFC e incluso la Coca-Cola-, aunque
los chinos ya preparaban tofu para venderlo en los mercados en la
época de Marco Polo. Sin duda, China ya ostentaba una ventaja
con la invención de la impresión y el uso del papel, que incre­
mentaron la velocidad y la precisión de la circulación de los cono­
cimientos, incluidos los conocimientos médicos y culinarios. Pero
en términos generales las culturas urbanas y sus concomitantes ac­
tividades mercantiles y manufactureras se desarrollaron parí passu
en la historia de Oriente y Occidente, con la supremacía ora en
una esfera, ora en la otra.
Es cierto que, después de la caída del Imperio Romano, o quizá
después del dominio islámico del comercio mediterráneo -cues­
tión que han abordado los arqueólogos Hodges y Whitehouse
en su intento de revisar la tesis del historiador Pirenne con la ayu­
da de material arqueológico-, se produjo un cierto declive en el
comercio y la cultura urbana de Occidente, en parte vinculado al
advenimiento del cristianismo, como ha sostenido el estudioso
EL MILAGRO EUROASIÁTICO
CAPÍTULO 5

LOS COMERCIANTES Y SU PAPEL


EN LA ALTERNANCIA

Todo este intercambio -tanto material como inmaterial- que


estaba en el origen de la difusión de la cultura de la Edad del
Bronce tuvo un agente humano en los comerciantes (a diferencia
de la mera conquista y emigración). Su actividad se expandió con
la extensión de la economía y la cultura, pero era un rasgo básico
de la propia vida humana. En términos de comportamiento, el
intercambio es una característica de muchas sociedades primates:
tú me acicalas y después te acicalo yo. Por supuesto, el intercam­
bio no está limitado a los primates. En otras especies el intercam­
bio de bienes y servicios es menos frecuente, pero también ocurre.
La comida se puede intercambiar por favores sexuales, como en
el incidente ficticio entre un macho y una hembra de gallina
de Guinea que se relata en el Bagré de los LoDagaa del norte de
Ghana: el macho encuentra unas semillas pero se niega a compar­
tirlas con su pareja: «Ayer por la noche no quisiste nada de mí, así
que ahora no te doy nada de comern 1 • Esta situación también es
muy frecuente en las culturas locales.
74 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

Por eso no resulta sorprendente que las primeras comunidades


humanas llevaran a cabo elaborados intercambios de bienes y ser­
vicios con sus vecinos. El intercambio de servicios con frecuencia
significa dar algo a cambio de lo mismo, lo que se suele describir
como «reciprocidad». Este comportamiento puede parecer super­
fluo desde una perspectiva práctica, como cuando, entre los Lo­
Dagaa, un linaje pide a los vecinos que realicen parte de los ritua­
les de purificación después de una muerte. No obstante, tales
acuerdos -de los que hay muchos, como los «compañeros de
chanza»- sin duda establecen con los grupos cercanos una red de
vínculos que sirven para mitigar cualquier disputa que pueda sur­
gir entre ellos. Lo mismo se puede decir del matrimonio. La ma­
yoría de las sociedades agrícolas sencillas practican la exogamia y
se casan con sus vecinos. Como afirmó el antropólogo E. B. Ty­
lor, «el hombre primitivo se enfrentaba a la alternativa de casarse
con miembros de otros grupos o morir a manos de ellos». Tal
comportamiento no estaba limitado a un grupo «tribal» determi­
nado. El matrimonio y la reciprocidad podían cruzar las fronteras,
incluidas las lingüísticas.
Estos ejemplos de intercambio de servicios son muy locales.
Desde muy pronto existieron sistemas de intercambio mucho más
amplios de mercancías e ideas. Incluso en las sociedades cazado­
ras-recolectoras de Norteamérica hallamos el intercambio de con­
chas de abulón de la costa de California por pieles de conejo del
interior, traspasando numerosas barreras tribales y lingüísticas en
el proceso2• Por otra parte, en Europa descubrimos en el Medite­
rráneo ámbar báltico del Paleolítico. Más tarde, esos sistemas se
expandieron y dieron lugar a un grupo especial de mercaderes que
viajaban largas distancias, así como a los comerciantes locales, que
con frecuencia eran mujeres, las «mujeres del mercado» en el Áfri­
ca occidental contemporánea. En los siglos recientes, un África
prácticamente neolítica a todos los efectos ha importado millones
de conchas de ciprea de las Maldivas, en el océano Índico, para
utilizarlas en intercambios intertribales. De forma análoga, el oro
ha cruzado el Sáhara por las rutas comerciales, lo mismo que los
LOS COMERCIANTES Y SU PAPEL EN LA ALTERNANCIA 75

esclavos, la sal y muchos otros productos. Me gusta citar el ejem­


plo del aguamanil de peltre con el escudo de armas de Enrique II
de Inglaterra que acabó en un altar de guerra ashanti en Kumasi,
habiendo llegado allí por las rutas comerciales del desierto.
El periodo neolítico fue seguido de la Edad del Bronce hacia el
3000 a.e.e. Como hemos visto, se produjo entonces la Revolu­
ción Urbana y un gran desarrollo de la agricultura con arado, así
como de los oficios urbanos. Las nuevas ciudades y sus activida­
des artesanales con frecuencia requerían la importación de mate­
rias primas, especialmente metales (tras la Edad del Bronce), no
sólo de materiales de lujo transportados desde largas distancias,
sino también de muchos productos locales.
Este intercambio podía tomar forma de tributo, como a veces
ocurría en China. También podía estar sujeto a relaciones desi­
guales de poder -intercambio impuesto-, como en alguna si­
tuación de conquista o colonial en que un ejército invasor se lleva
lo que quiere y deja una pequeña cantidad en compensación.
Pero, en general, tiene lugar entre dos adultos que más o menos
libremente resuelven sus pérdidas y ganancias. Vemos esto muy
claramente en el comercio entre Asiria y Kanesh en Anatolia,
como muestra el excelente análisis del orientalista escandinavo
Larsen 3• Era ésta una sociedad letrada y las transacciones se regis­
traban por escrito: uno de los primeros usos de la escritura en
Oriente Próximo. De hecho, la historiadora francesa Schmandt­
Besserat ve el origen mismo de la escritura en el uso de prendas
con fines comerciales: se modelaban unas esferas de arcilla (bu­
llae) que contenían las unidades de una transacción concreta; más
tarde, las prendas fueron sustituidas por unas incisiones en las es­
feras, signos de lo que habrían contenido en su interior4 . Como­
quiera que fuese, no hay duda de que la escritura fue de primera
importancia para las transacciones más elaboradas que se desarro­
llaron en la sociedad de la Edad del Bronce.
Estas complejas transacciones significaban que había comer­
ciantes especializados que llegaban muy lejos, mientras que otros
miembros de la comunidad trabajaban en los mercados locales.
76 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

Tenemos testimonios tempranos de que a Oriente Próximo se lle­


vaban piedras preciosas de Afganistán y de muchas otras transfe­
rencias de objetos materiales a largas distancias. Pero, aparte de las
propias mercancías, esas transacciones también facilitaron el con­
tacto entre diferentes culturas, entre hablantes de distintas len­
guas que quizá emplearan una lingua ftanca, como las que con
tanta frecuencia han utilizado los comerciantes posteriormente.
De esta forma, no sólo se intercambiaban mercancías, sino tam­
bién información y conocimientos -incluido el conocimiento de
cómo preparar las mercancías intercambiadas. Así pues, culturas
distantes imitaban a otras y se transformaban en direcciones pare­
cidas -si bien sometidas en ocasiones al intento de retrasar la
transferencia de conocimientos «valiosos»- por la difusión, así
como por la evolución social paralela; por ejemplo, se podía desa­
rrollar un nuevo tipo de herramienta siguiendo la lógica del «paso
siguiente». Una de las cosas extraordinarias en la historia de la
humanidad es la forma en que las mismas fases se han sucedido
-el Paleolítico Medio tras el Paleolítico Superior- en todo el
mundo5 • A no ser que recurramos a alguna teoría mística, ese pro­
ceso sólo puede haberse producido por una evolución social para­
lela, la «lógica» del desarrollo («invención independiente» en la
jerga anterior) y la difusión, en la que el comercio y el intercam­
bio en general desempeñaban un papel importante. Incluso en la
Edad de Piedra, se podía obtener mejor pedernal en una región,
como Grimes Graves en East Anglia, que en otras, y lo mismo
ocurría en el Mediterráneo6 • El comercio fue esencial para el desa­
rrollo de la vida humana desde los primeros tiempos, incluida la
institución del mercado y la aparición de individuos especialistas
(más tarde, comerciantes)?.
Con el advenimiento de la Revolución Urbana, la actividad
mercantil experimenta un gran auge. En las ciudades proliferan
las ocupaciones especializadas, como los panaderos y los tejedores,
que trabajan en sus propias zonas, y aunque parte de sus produc­
tos sean encargos de la corte o del templo, que llevan a cabo la re­
distribución, la mayor parte se vende a los ciudadanos. Para los
LOS COMERCIANTES Y SU PAPEL EN LA ALTERNANCIA 77

artículos más especiales se desarrolla el comercio a larga distancia:


los comerciantes viajan durante meses desde su hogar y establecen
bases en otros países, como el barrio de comerciantes chinos co­
nocido en Bagdad en el siglo X, los mercaderes de azúcar indios
que Marco Polo encontró en la capital Song meridional o las ac­
tividades de europeos como el propio Marco Polo. La Ruta de la
Seda no era sino una vía de este intercambio a larga distancia, que
llevó tejido de seda a los romanos y porcelana fina al palacio Top­
kapi en Estambul. Los indios también desarrollaron un comercio
intenso, lo mismo que los armenios en la otra dirección. Así pues,
todo no era unidireccional, aunque a los europeos les guste consi­
derarse los primeros en haber «descubierto» y «explorado» el
mundo. Pensemos en los largos viajes de Cheng He y, antes, del
navegante indio que naufragó en la costa egipcia8• En efecto, ha­
bía rutas comerciales (con Mesopotamia) que cruzaban el océano
Índico al menos desde el tercer milenio a.e.e. Después, fue la ruta
tomada por numerosos comerciantes de Oriente Próximo, judíos,
cristianos (empezando con santo Tomás) y musulmanes, con los
romanos en Muzaris y Arikemedu, que a su vez comerciaban con
el sur de la India y se establecieron en la costa malabar.
Obviamente, los comerciantes también eran hombres adinera­
dos. Intercambiaban distintos tipos de mercancías e información,
y eso con frecuencia exigía una moneda de cambio neutral: quizá
conchas, más tarde metales y posteriormente papel. Esto significa­
ba que acumulaban una capacidad de intercambio con la que, lle­
gado el momento, podrían rivalizar con la aristocracia terrate­
niente, adquirir grandes mansiones y obras de arte, así como
permitirse una cocina elaborada y un estilo de vida complejo. De­
sarrollaron su propia cultura, su teatro (como en Japón) y sus ins­
tituciones educativas, pues querían que sus hijos aprendieran los
fundamentos de su ocupación, el uso de la escritura y la aritméti­
ca para llevar las cuentas y otros aspectos de la alfabetización. Al
mismo tiempo, con frecuencia sufrían restricciones por parte de
las religiones dominantes, cuyos practicantes eran los expertos en
la palabra escrita. El poder de su dinero y su influencia sobre la
18 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

producción y el intercambio les otorgaron un papel cada vez ma­


yor en el encargo (y la creación) de obras literarias, pinturas, tea­
tro y música, que a largo plazo en muchos casos adquirieron un
elemento no religioso y sufrieron la influencia positiva de sus in­
tereses más seculares. De esta forma, crearon una cultura urbana
que cada vez más reflejó su papel dominante en la sociedad.
De todas formas, no es que se impusiera la cultura del lujo.
Los comerciantes tenían que ahorrar además de gastar. Como
Weber señaló, había un fuerte componente ascético, y en el próxi­
mo capítulo veremos que éste no estaba circunscrito a la Reforma
protestante.
Si hago hincapié en el desarrollo recíproco de la actividad mer­
cantil desde la Edad del Bronce en adelante, especialmente entre
las «civilizaciones urbanas», es porque sirve para contrarrestar uno
de los principales errores de los estudiosos occidentales respecto a
la idea del desarrollo continuado de la sociedad humana. Entre
los prehistoriadores hay acuerdo unánime sobre el desarrollo ge­
neral de la humanidad hasta la Edad del Bronce. Pero con la alfa­
betización, con la historia, las cosas se hacen más complicadas. Se
supone que, en la antigüedad, Europa se separó de esta herencia
común. Los griegos y los romanos crearon un nuevo orden, basa­
do en la esclavitud y la democracia (para algunos ciudadanos grie­
gos), que dejó a Asia claramente atrás. Considerando la historia
de Eurasia teleológicamente desde la perspectiva de la indudable
ventaja alcanzada en diversas esferas en el siglo XIX, tanto los estu­
diosos como el público han buscado las razones del desarrollo eu­
ropeo del «capitalismo» remontándose en el tiempo a la antigüe­
dad europea, al feudalismo y al Renacimiento. Por ejemplo, se
piensa que las ciudades evolucionaron de forma diferente en Asia
y en Europa, lo mismo que las transacciones económicas. La ciu­
dad occidental se desarrolló en el periodo medieval de una forma
que se consideraba muy distinta de la de otros lugares9 •
En términos generales, para Braudel, la actividad comercial y la
producción asociada eran características tanto de Europa como de
Asia: las dos se caracterizaban por el capitalismo en este sentido
LOS COMERCIANTES Y SU PAPEL EN LA ALTERNANCIA 79

amplio. No obstante, sólo Occidente alcanzó el «verdadero capi­


talismo», es decir, el capitalismo financiero, en el que comercian­
tes y productores volvían a invertir sus beneficios en la industria a
gran escala, logrando así ese crecimiento continuado (el despegue)
que muchos han considerado la característica principal del «capi­
talismo moderno» y que va ligado a una mentalidad diferente: la
búsqueda incesante del beneficio 10 • La mayoría de los comentaris­
tas son menos generosos e insisten en que el «capitalismo» fue un
invento exclusivamente occidental, mientras que Oriente habría
quedado sujeto a la «excepcionalidad asiática».
Pero hasta el momento de la Revolución Industrial no había
nada intrínseco en Oriente que inhibiera la actividad mercantil, es
decir, capitalista. Los comerciantes mantuvieron su actividad de
forma continuada entre el este y el oeste y las civilizaciones urba­
nas se desarrollaron por invención y difusión de una forma aproxi­
madamente paralela. Ello estaba en la naturaleza de la existencia
comercial. Además, aquellas personas necesariamente invertían
parte de sus beneficios en su empresa como capital, para adquirir
nuevas embarcaciones o nuevos materiales, y cada vez intentaban
mejorar los que ya tenían. Es cierto que la organización general del
comercio quizá no estuviera en manos de los propios comercian­
tes, aunque ellos siempre participaban a un nivel inferior. La pro­
visión de barcos (o de otros medios de transporte) o incluso de
parte de las mercancías podía ser responsabilidad del Estado o
de alguna otra «gran organización», como el templo o la Iglesia,
o incluso de un órgano colectivo de mercaderes. En cuanto a las
diferencias en la producción, se daban tanto en Oriente como en
Occidente. Pero en muchos sentidos los efectos no eran necesa­
riamente diferentes, como en el caso de Japón, China o, antes, la
Unión Soviética, en nuestros tiempos, si bien en determinadas cir­
cunstancias un método puede rendir mejores resultados que otro.
Pero siempre era necesario acumular e invertir «capital» en comer­
ciantes y actividad mercantil, además de en la producción.
Comencemos no teleológicamente, desde una forma de or­
ganización social o económica llamada «capitalismo», que pre-
80 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

rendidamente sólo apareció en Occidente, sino fijando nuestra


atención en la base común de la actividad de la Edad del Bron­
ce, en la que hallamos civilizaciones urbanas (así como socieda­
des rurales) que comerciaban entre sí; sus fabricantes producían
un excedente de determinados artículos (a veces éstos no se
consumían localmente en absoluto, como la nuez de cola de los
ashante) y los comerciantes los transportaban para intercam­
biarlos por otros, lejos y cerca. Todo esto entrañaba la acumu­
lación e inversión de capital, aunque es evidente que dicha in­
versión aumentaba con la complejidad de la fabricación de las
mercancías. Para la época de la Revolución Industrial, eran ne­
cesarias grandes fábricas y elevadas sumas de capital para pro­
ducir la gran variedad de mercancías que las masas demandaban
cada vez más en una sociedad de consumo. Pero esta situación,
que Braudel denomina «capitalismo financiero» o «verdadero ca­
pitalismo», se alcanzó en el transcurso de un proceso de produc­
ción e intercambio que comenzó hace siglos, y no sólo en varias
zonas de Eurasia.
En rodas partes la productividad aumentó, por ejemplo, se
puede decir que la mecanización comenzó con el telar. Se obtenía
energía no humana del agua y del viento. El tejido y procesado de
textiles se volvió cada vez más complejo, pues en la China del si­
glo XII implicaba el uso de energía hidráulica para accionar las
máquinas devanadoras de cáñamo. Más adelante, en Italia se de­
sarrollaron máquinas parecidas para devanar la seda, tan parecidas
que el historiador Elvin cree que debió de tratarse de una difusión
hacia Occidente de dicha técnica.
Mucho antes de la Revolución Industrial, en varias regiones del
mundo aparecieron no sólo la mecanización sino también las fá­
bricas. En China había centros para la producción de seda a gran
escala; la fabricación de papel requería energía hidráulica y con
frecuencia la producción a gran escala. La fabricación de porcela­
na cumplía rodos los criterios expuestos por Adam Smith relativos
a la división del trabajo. Pero China no era el único país que pro­
ducía en masa mercancías que después los comerciantes llevaban a
LOS COMERCIANTES Y SU PAPEL EN LA ALTERNANCIA 81

mercados distantes. Los indios también fabricaban y exportaban


mercancías de algodón masivamente.
En otras palabras, sin hacer uso del concepto de «capitalismo"
inglés del siglo XIX, es posible concebir el crecimiento continuado
de la manufactura y la actividad comercial, principalmente en
contextos urbanos pero siempre asociadas a sociedades rurales.
Ese crecimiento era en parte interno, resultado de invenciones
cuyo origen estaba en la lógica de la situación, y en parte externo,
por difusión de otras culturas, especialmente mediante el comer­
cio y, en general, la actividad de los comerciantes. El intercambio
de bienes y conocimientos condujo a su producción por artesanos
y fabricantes de otros lugares (y a productores primarios en el
caso de materias primas), cuya complejidad aumentó con el tiem­
po, gradualmente pero de forma exponencial. Cada paso en este
proceso significó el desarrollo de productores y comerciantes, así
como de todas las actividades asociadas de tenderos, contables (y
prestamistas), abogados (y el derecho) y artistas (y las artes) de va­
rios tipos. Las ciudades se expandieron y, con ellas, la administra­
ción y las dos «grandes organizaciones»: las fuerzas armadas y la
Iglesia o las instituciones religiosas en general. En el centro de
todo esto estaba el auge de la clase media urbana, la burguesía.
No fue necesario el advenimiento de algo denominado «capitalis­
mo» (en sentido restringido) para la aparición de dicha «clase».
Bastó con la diferenciación económica. La burguesía existía en to­
das las comunidades urbanas, y su papel no dejó de aumentar con
la expansión del comercio y la manufactura, a expensas de otros
grupos, hasta que sus actividades acabaron dominando la socie­
dad, que ya no dependía enteramente de la producción primaria y
la esfera agrícola.
Esta explicación, basada principalmente en el intercambio
mercantil, ofrece una visión menos fracturada de los desarrollos
occidentales y no los separa de Oriente, que desempeñó un papel
intrínseco en el proceso. En otras palabras, contribuye a eliminar
el etnocentrismo europeo y la historia teleológica. Asimismo, ayu­
da a explicar los muy considerables paralelismos en los desarrollos
82 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

culturales de Occidente y Oriente, especialmente, como hemos


visto, en la cultura de la comida y de las flores, así como en las ar­
tes más en general. También presupone una serie de logros parale­
los en la ciencia y en general en los conocimientos escritos, que
condujeron a una alternancia que favoreció ora a una cultura, ora
a la otra. A esta alternancia estamos asistiendo actualmente, con
China convirtiéndose de nuevo en «la fábrica del mundo)) sobre la
base de las actividades interrelacionadas de la manufactura y el
comercio, que implican inversión de capital y conocimientos a
gran escala.
CAPÍTULO 6

RIQUEZA COMERCIAL Y ASCETISMO


PURITANO

Ya hemos hablado del papel de los comerciantes y fabricantes en


la creación de riqueza gracias al intercambio, tanto interior como
exterior. Pero, al mismo tiempo, buena parte de la discusión de la
supuesta aparición del capitalismo en Occidente ha girado en tor­
no a la interpretación de Weber del protestantismo ascético; éste
estaba claramente asociado con la presencia de la cristiandad, in­
cluso de la civilización judeocristiana, o con el monoteísmo abrá­
mico, olvidando que hay tres grandes religiones que descienden
de Abraham, la tercera de las cuales es., claro está, el islam. Esta vi­
sión no es privativa de \Veber, sino que en el libro de Baechler
también caracteriza las aportaciones de Mann, Macfarlane, Hall y
otros 1 . Sin embargo, no debemos olvidar el autocontrol y la nega­
ción que acompañaron a la acumulación de riqueza comercial en
el Renacimiento y antes.
En este capítulo me propongo generalizar lo que he denomi­
nado el «complejo puritano)), de manera que se entienda como un
rasgo de muchas sociedades posteriores a la Edad del Bronce que
84 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

se han convertido en ciertos aspectos en culturas del lujo, al menos


para unos pocos. Pero, más en general, algunos aspectos de este
complejo me parecen característicos de toda sociedad humana,
incluso más allá de ese periodo. Y comienzo con la posibilidad de
entender tanro la presencia como la ausencia del arte, especial­
mente el arte figurativo, desde este punto de vista. En mi examen
no sólo me referiré a las sociedades del «lujo», sino también a al­
gunas no letradas.
Una obra de arte se puede enfocar de dos formas principal­
mente: mediante la evaluación (apreciación y critica) y el análisis
sociohistórico, a diferencia de los comentarios (por ejemplo, de
índole filosófica) sobre la vida y la representación que suscita una
obra determinada y que considero una variedad de las belles
lettres. No creo que las ciencias sociales puedan ser de mucha uti­
lidad en la primera, pero sí en la segunda, y de manera más evi­
dente en relación con la antropología y el arte no europeos, aun­
que también con cuestiones de historia cultural. A continuación
me propongo considerar la más inclusiva de esas cuestiones, que
es la ausencia de arte, o al menos de arte figurativo.
Existen interesantes diferencias entre las sociedades en cuanto
al uso de la escultura y las representaciones figurativas._ Los se­
nufo de Costa de Marfil tienen una arraigada tradición de talla
de madera que continúa hasta hoy, aunque hasta cierto punto
influida por la llegada del islam. Por el contrario, entre sus veci­
nos, los lobi de Gauá, la tradición es mucho más débil (entre los
senufo hasta los utensilios de cocina están tallados): tienen algu­
nas máscaras de calidad mediocre que han tomado de los baule,
que habitan más al sur. Al este, entre los LoDagaa, más débil to­
davía. No hay máscaras, excepto las que importan para obsequiar
a los dignatarios que les visitan; algunos altares ancestrales vaga­
mente antropomórficos (saa daa) y figuras toscamente talladas
(betibe), que se utilizan en conjunción con los cultos a las criatu­
ras salvajes y otras burdas figuras del mismo estilo; también hay
altares esculpidos en barro. Entre los tallensi la tradición es más
pobre aún.
RIQUEZA COMERCIAL Y ASCETISMO PURITANO 85

Sin embargo, en los museos de arte africano no se puede mos­


trar la ausencia, ni siquiera de algún tipo de altar. Pero la realidad
es que hay lagunas de culturas enteras y de temas en el seno de las
culturas en las que no hay representación -figurativa, en cual­
quier caso. Un museo sólo muestra la presencia, lo mismo que la
historia del arte sólo muestra la continuidad. Lo que no se mues­
tra es silencio, vacíos, lagunas.
No obstante, ¿es posible que no se trate de fenómenos mera­
mente neutrales, sino de una ausencia deliberada, de un rechazo?
Está claro que en las culturas occidentales con frecuencia rechaza­
mos el arte, especialmente en lo que en general se denomina «pu­
ritanismo», aunque al emplear esta palabra no me limito al recha­
zo religioso de la representación figurativa.
Por lo tanto, comienzo con dudas sobre el arte, todo el arte. El
problema lo planteó Marce! Proust en el relato de la muerte de
Bergotte, después de haber visitado una exposición para recordar la
Vista de Del{t de Vermeer: «Pasó ante varios cuadros y sintió la im­
presión de la sequedad y de la inutilidad de un arte tan falso que
no valía el aire y el sol de un palazzo de Venecia,/. En Representa­
tions and Contradictions3 he sugerido que este tipo de objeciones a
la representación es un rasgo potencial de todas las sociedades hu­
manas en un momento u otro. Lo mismo es aplicable a otros rasgos
«estéticos». En Culture ofFlowers4 también consideré transcultural
el rechazo a su uso en algunas sociedades durante periodos concre­
tos, aunque me centrara en las culturas del lujo que se originaron
en la Edad del Bronce, donde comenzó la domesticación de las flo­
res. Lo mismo parecía ser cierto de las objeciones al desarrollo de
comidas elaboradas, que examiné en Cooking, Cuisine and Class5 •
En otros lugares he tratado el vino desde una perspectiva parecida6 •
Los elementos considerados eran las flores, la comida, el vino,
las imágenes, el teatro, la ficción (en concreto, la novela), las reli­
quias y las representaciones de la sexualidad. Aunque sin analizarlo
en profundidad, aludí al hecho de que los rechazos, prohibiciones
y evitaciones tendían a solaparse: cuando se daba uno, también so­
lían estar los demás. ¿Acaso existía un «complejo puritano», en el
86 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

que no necesariamente estuvieran presentes todos los elementos al


mismo tiempo, pero sí un grupo significativo de ellos? Tomemos
el contexto en que se originó el término «puritano», específicas
mente de su variedad presbiteriana escocesa. Las flores no eran un
rasgo importante en el paisaje escocés en tiempos pasados, y regalar
flores no era frecuente. Aun hoy, el número de floristerías en Esco­
cia es proporcionalmente mucho menor que en Inglaterra, y toda­
vía más que en Francia. De hecho, la característica respuesta de
una mujer escocesa de la generación de mi madre cuando le regala­
ron un ramo de flores fue: «Habría preferido huevos». Igualmente,
los cementerios escoceses, si bien no están completamente despro­
vistos de flores, guardan un gran parecido con los cementerios pro­
testantes de Nueva Inglaterra en su desnudez. Las flores, particu­
larmente las flores cortadas, se consideran un lujo innecesario en el
que no se debe gastar el dinero. Pero en el caso de los cementerios
no era un problema moral sino teológico, pues poner flores en una
tumba podía interpretarse como un intento de conseguir la inter­
cesión de un antepasado. Y en una religión fuertemente monoteís­
ta, eso habría sido una blasfemia.
Pero no eran sólo las flores sino también la comida. Sin duda,
en este caso había una diferencia -lo mismo que, hasta cierto
punto, en el de las flores- entre el comportamiento de las clases
altas y el de las clases medias y bajas. Estas últimas con frecuencia
consideraban que las comidas elaboradas o los vinos caros (de he­
cho, a veces, incluso cualquier tipo de alcohol) de la vida acomo­
dada eran lujos de los que se debía prescindir en beneficio de la ·.·ii•.
./ifi

economía (o la salud) propia, o de las limosnas a la iglesia o a los .•.


pobres. Por supuesto, los pobres no podían permitirse dicha sofis- •
ticación, aunque en cualquier caso el nivel en Escocia era general-
mente bajo. Fortune, que fue enviado a Hong Kong y a China a
fj
:i,
recoger plantas para la London Botanical Society, en la década de
1840 afirmó que los chinos corrientes comían mucho mejor que
sus homólogos escoceses.
De todas formas, no toda Escocia era así de sobria. Mientras
que los pobres comían pobremente y las clases medias modesta-
RIQUEZA COMERCIAL Y ASCETISMO PURITANO 87

mente, los ricos no se priyaban, aunque su elaboración de la comi­


da ciertamente no estaba a la altura de la de los chinos. Respecto a
la bebida, había una dicotomía diferente. Los ricos importaban vi­
nos y licores de Francia, legal o ilegalmente. Pero Escocia era tam­
bién el lugar por antonomasia para producir whisky. Sin embargo,
se impusieron restricciones a su consumo. Las tabernas, las fondas,
los pubs no eran lugares frecuentados por personas respetables y
temerosas de Dios. Las horas de consumo estaban restringidas. Los
domingos había que desplazarse como mínimo siete kilómetros
para conseguir una bebida alcohólica. De hecho, muchas familias
rechazaban rotundamente su consumo, tanto en casa como fuera.
No recuerdo que alguna vez hubiera alcohol en casa de mi madre,
situada en los límites de lo que entonces eran los condados de
Aberdeen y Banff, en las proximidades de importantes destilerías,
cuya contribución a la economía de la región no era desdeñable.
Incluso cuando se trasladó a la zona de Londres a los dieciséis
años, el único alcohol que se permitió, con fines medicinales, fue
el coñac, al que ponía al mismo nivel que la heroína o el láudano.
Respecto a las imágenes y otras formas de representación, su
suerte en Escocia fue parecida a la que corrieron en otras zonas
protestantes extremistas de la época. En la esfera religiosa, prácti­
camente fueron abandonadas. Las pinturas y esculturas desapare­
cieron de las iglesias, lo mismo que las vidrieras. Las que había
fueron destruidas y no se sustituyeron por otras. Los cementerios
quedaron desprovistos de decoración figurativa. Así pues, desapa­
reció una profesión entera y sus miembros bien emigraron, bien se
dedicaron al ámbito secular. Pero ahí tampoco les fue mucho me­
jor. Las ilustraciones se permitían para niños, especialmente para
guiarlos en la literatura moral. La literatura misma prestó poca
importancia a la ficción o, al menos, al romance, al mundo de la
fantasía, en oposición al realista: ambos debían tener una dimen­
sión moral. En cuanto a las obras para adultos, apenas se valoraba
la ficción (excepto la «historia» con Walter Scott), e incluso menos
el teatro. A finales de la Edad Media, Edimburgo había sido un
centro de actividad poética y dramática con el gran poeta Dunbar
88 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

y el drama The Thrie Estaitis, de Lindsay, en 1540. Pero después


de la Reforma no se representó ninguna obra teatral en los esce­
narios de Edimburgo durante unos doscientos años. Se abolieron
las fiestas de Todos los Santos y de los Fieles Difuntos. En Ingla­
terra (lo mismo que en sur de Estados Unidos) ocupó su lugar la
muy protestante celebración de Guy Fawkes el 5 de noviembre
-en conmemoración del fracaso de la conspiración católica para
hacer volar el parlamento-, mientras que en Escocia, que no sim­
patizaba especialmente con el Parlamento inglés, fue Halloween,
en la víspera de Todos los Santos, la que se convirtió en la fiesta
de los niños, asociada con elfos y duendes.
Respecto a los demás elementos de mi modelo hipotético, esto
es, las reliquias y las representaciones de la sexualidad, la Iglesia
protestante abandonó el culto de las reliquias en cuanto se separó
de la católica; de hecho, éste fue uno de sus principios distintivos.
La sexualidad también estuvo siempre bajo sospecha; aunque al­
gunas iglesias inconformistas extremistas (como los anabaptistas y
los mormones) iniciaron una recuperación de la poliginia, siguien­
do el modelo bíblico del Antiguo Testamento, la tendencia a re­
forzar los valores familiares fue de tipo más restrictivo, con fuertes
sanciones contra el adulterio.
Nueva Inglaterra compartía buena parte de la ideología y la
práctica con Escocia después de John Knox. Tenía la misma ico­
nofobia, los mismos prejuicios contra el teatro, y todo el entrete­
nimiento se reducía a una «alegría comedida» con ropa modesta y
comportamiento decoroso, en la que no tenían lugar los juegos de
pelota, cartas o dados. Este comportamiento cambió a finales del
siglo XVII, pero ciertas restricciones permanecieron hasta la época
de la Revolución contra el dominio británico. El teatro no adqui­
rió legitimidad en Nueva Inglaterra hasta la última década del si­
glo XVIII. Las mismas transformaciones habían tenido lugar antes
en Inglaterra, con la vuelta al trono (la Restauración) de los Es­
tuardo tras la Commonwealth de Cromwell.
En la sociedad de Nueva Inglaterra la alfabetización estaba
muy extendida: en la generación de los fundadores, aproximada-
RIQUEZA COMERCIAL Y ASCETISMO PURITANO 89

mente dos tercios de los hombres y un tercio de las mujeres sa­


bían leer. Cuando llegó la década revolucionaria, las cifras habían
aumentado hasta abarcar a todos los hombres y al 80 por ciento
de las mujeres. Se importaban muchos libros y la creencia en las
virtudes de la palabra escrita era muy fuerte. La iconofobia que
impedía a los puritanos apreciar la mayoría de las demás formas
de arte no planteaba problemas ideológicos en ese caso. De he­
cho, permitieron la inclusión de ilustraciones en la Biblia, por lo
que preferían la Biblia del Génesis de 1660 a la versión del rey Ja­
mes. Pero sus lecturas eran principalmente religiosas, aunque a fi­
nales del siglo XVII esta fuente se complementaba con los relatos
puritanos de cautiverio, que se volvieron más seculares en el se­
gundo cuarto del siglo siguiente. Las historias de confesiones de
criminales famosos siguieron una evolución parecida. La novela
no se convirtió en la forma literaria dominante hasta mediados
del siglo XVIII. La novela romántica era especialmente popular en­
tre las mujeres, pero seguía siendo criticada por la jerarquía; en
1693 Increase Mather escribió sobre «el enorme daño que causan
las falsas ideas e imágenes de las cosas, especialmente del amor y
el honon>7 . Durante el siglo XVIII «los árbitros morales siguieron
desaprobando toda obra de ficción»: la representación de la reali­
dad no estaba permitida.
Volviendo a los elementos de nuestro modelo general, hemos
hablado de las imágenes, el teatro y la ficción; otros eran la comida
y el vino, las flores, las reliquias y la sexualidad. La comida estaba
sometida a restricciones en Nueva Inglaterra, lo mismo que en la
Inglaterra de Cromwell y en Escocia. Su consumo constituía un
disfrute «sobrio», y se debían evitar los excesos8 • Con las flores ha­
bía que ser precavido, especialmente en contextos religiosos en los
que podrían considerarse una ofrenda a los muertos. Resultaban
ofensivas por razones religiosas, pero también porque representa­
ban el «lujo», la cultura de las clases ociosas. Las reliquias de los
santos y mártires eran anatema no sólo para los puritanos, sino
también para todos los protestantes, desde que Lutero las habían
condenado rotundamente porque eran una forma de sacar el dine-
90 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

ro a la gente. La fiesta de Todos los Santos desapareció, lo mismo


que otras celebraciones de santos patrones. Pero la reacción a las
festividades religiosas no se detuvo ahí; por ejemplo, en Escocia
desapareció la Navidad, cuyo lugar fue ocupado por la secular
Hogmanay, mientras que las celebraciones regulares fueron susti­
tuidas por lo que inicialmente eran episódicas Acciones de Gracias
a Dios por sus bendiciones. En los primeros tiempos de Nueva In­
glaterra se celebraba el día de Guy Fawkes, también llamado el Día
del Papa, que acabó conduciendo a que se modificara el principio
puritano de «alegría comedida», pues dio lugar a un gran bullicio.
Todas las principales religiones de Oriente Próximo incluían
actitudes puritanas. El islam ha sido la más persistente, especial­
mente en lo que atañe a la aversión a las imágenes, sobre todo en
la escultura, aunque también pone reparos al teatro, la ficción, la
música secular y la licencia sexual. En el teatro la excepción era la
representación chií del martirio de Husain: igual que ocurría con
representaciones similares en la Europa medieval, esta obra que­
daba fuera de la prohibición general porque era de inspiración re­
ligiosa y no puramente teatral sino que formaba parte de un ri­
tual. Estos dos géneros pueden ser formalmente parecidos (como
se afirma en la «teoría del performance»), pero desde el punto de
vista del actor eran distintos por completo.
Las imágenes, sean bidimensionales o tridimensionales, son
condenadas por las principales tradiciones islámicas. Fueron in­
troducidas en la Persia safávida por el contacto con los chinos en
la Ruta de la Seda y de ahí pasaron a la India mogul, donde eran
frecuentes las pinturas bidimensionales, pero las esculturas tridi­
mensionales hindúes fueron mutiladas no meramente por ser pa­
ganas ...-hindúes-, sino porque el Creador rechazaba toda escul­
tura. Lo mismo ocurría con las reliquias, que también podían ser
objeto de culto en lugar de Dios. Asimismo, la narración de his­
torias entrañaba peligros, pues presentaba algo distinto de la ver­
dad, que era lo único importante.
Esas prohibiciones se contravenían en algunos casos. Las ex­
cepciones se dieron principalmente en la corte, en los primeros
RIQUEZA COMERCIAL Y ASCETISMO PURITANO 91

palacios, con sus elaborados mosaicos; hasta cierto punto, en los


cedros del Líbano que decoraban las casas de los comerciantes;
desde luego, en relatos como los de Las mil y una noches. Local­
mente se mantuvo hasta cierto punto la representación figurativa,
lo mismo que la narración de historias. Aunque la condena era
rotunda, la representación siempre estaba llamando a la puerta y
debía ser rechazada con referencia al canon de la fe.
El judaísmo tenía tradiciones parecidas a las del islam; de he­
cho, procedían de la misma fuente. La ausencia de imágenes es la
más conocida. Como en el islam, era sacrílego representar figura­
tivamente a Dios. Con pocas excepciones, no hubo pintores ju­
díos con anterioridad al ruso Marc Chagall, que tuvo que irse a
París a pintar. Según el filósofo español Mases Maimónides, no
era posible imaginar, ni siquiera en palabras, a la divinidad y sus
creaciones. El teatro era igualmente cuestionable. De acuerdo con
algunos autores, ello era consecuencia de los espectáculos que ha­
bían representado cruelmente a los judíos en el teatro romano
(como más tarde El mercader de Venecia), lo mismo que a los cris­
tianos, o en los circos, en los que habían tenido que enfrentarse a
animales salvajes. Pero, de nuevo, había objeciones más generales,
más profundas, a toda forma de representación teatral, aunque en
la Edad Media imitaron los autos sacramentales cristianos en la
festividad de Purim, que conmemora la historia bíblica de Esther.
Pero, lo mismo que en el caso de las representaciones chiíes sobre
Husain y los propios autos sacramentales cristianos, estas repre­
sentaciones tenían lugar en contextos religiosos, como rituales y
no como teatro, al igual que las representaciones cristianas de la
Pasión.
Lo que es esencial para mi tesis es que esos rasgos no son as­
pectos permanentes de la tradición cultural de un grupo determi­
nado. El mismo pueblo -los judíos- que rechazaba el teatro y
las artes visuales en Estados Unidos se hizo predominante en esas
esferas. El puritanismo en esos aspectos estaba ligado a unas creen­
cias religiosas específicas. Cuando éstas se debilitaron o modifica­
ron, se produjo un cambio completo.
92 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

Sería sorprendente si la tercera de esta trinidad de religiones


mediterráneas -el cristianismo- no mostrara características si­
milares, dado su origen en el judaísmo. Desde luego, en sus pri0
meros tiempos, tenía fuertes tendencias iconofóbicas, sobre todo
respecto a la escultura tridimensional, que prácticamente desapa­
reció hasta el Renacimiento temprano, cuando regresó a Auverg­
ne, por ejemplo, y a las catedrales góticas. Pero incluso la repre­
sentación figurativa bidimensional pasó por considerables
dificultades si no era religiosa. El movimiento iconoclasta del si­
glo VIII probablemente estaba influido por el islam, pero sus raíces
se remontaban al judaísmo. E incluso cuando las imágenes se per­
mitían, eran religiosas y, en esa medida, estaban santificadas.
Con el teatro ocurría lo mismo, pues está demostrada la des­
trucción deliberada de los edificios romanos. Esto significaba que
la cristiandad fomentó la desaparición de las dos cimas artísticas
de Grecia y Roma: su escultura y su teatro.
El ritual .no equivalía a una representación dramática, aunque
en cierto sentido era una alternativa. No obstante, en el catolicis­
mo tardío se produjo un cambio gradual respecto a las artes, que
se manifestó en la decoración de las iglesias. En Francia, el abbé
Suger combatió el «puritanismo» del cisterciense Bernard de
Clairvaux afirmando que Dios merecía siempre lo más hermoso,
mientras que el segundo sostenía que el culto debía ser lo más
sencillo posible. Flores, esculturas y vidrieras adornaban los tem­
plos. El puritanismo de muchos de los Padres de la Iglesia cristia­
na no obedecía sólo a razones religiosas, sino a que se oponían al
lujo, a lo que consideraban un gasto innecesario. Esta actitud fue
la que adoptaron numerosos movimientos de reforma y protestan­
tes contra la Iglesia establecida. Los protestantes -especialmente
los puritanos- propugnaban una vuelta a las «raíces», a la simpli­
cidad. Con este espíritu expulsaron al arte de sus templos en Ho­
landa, así como en Escocia y Nueva Inglaterra.
Hasta ahora he podido dar la impresión de que este rechazo
puritano fue un fenómeno europeo o de Oriente Próximo, un as­
pecto de esa tradición. Así se le considera con frecuencia, especial-
RIQUEZA COMERCIAL Y ASCETISMO PURITANO 93

mente en los estudios relacionados con el monoteísmo: no podía


haber alternativas al culto del único Dios. Pero no es cierto. Apa­
rece en aspectos del hinduismo y del budismo, y se encuentra tan­
ro en China como en Japón. De hecho, incluso en sociedades no
alfabetizadas se pueden dar elementos de él. No todas las culturas
orales tempranas tendían a la iconofilia; no todas rendían culto a
imágenes. De hecho, en África rara vez había alguna imagen, ni
siquiera abstracta, del Dios Supremo. Éste no tenía altares, como
las divinidades inferiores. Asimismo, había otras resistencias, no
sólo a representar algunas divinidades (en el caso de los tallensi,
del norte de Ghana, a representar cualquier divinidad). Pero estas
ausencias no se exhiben en los museos.
La presencia y la ausencia estaban relacionadas muy estrecha­
mente, al menos en los primeros tiempos, por una serie de dudas
sobre la naturaleza de las representaciones figurativas cuya expre­
sión clásica y más clara se halla en la obra del filósofo griego Pla­
tón. La representación era una mentira, nunca era la «realidad»,
aunque para él la realidad seguía siendo un ideal. Pero eso es cierto
en un sentido aun más concreto. El dibujo de un caballo nunca es
un caballo, como tampoco lo es la palabra. Constatar esta distan­
cia -consciente o inconscientemente- siempre puede suscitar
dudas, y éstas, ambivalencia: el casi inevitable resultado cuando el
hombre, como animal que utiliza el lenguaje, que utiliza represen­
taciones, encara el mundo, su entorno material e inmaterial.
Digo casi inevitable porque, como señaló el ensayista alemán
Walter Benjamín, desde el advenimiento de la prensa tipográfica
nos han inundado las imágenes y obras de ficción, debido a la
amplia difusión de la novela, las películas y la televisión. Hemos
dejado de lado nuestras dudas anteriores. Vivimos en un mundo
de ficción, de imágenes y teatro, una realidad virtual que nos
cuesta trabajo distinguir de nuestra propia realidad. Todavía ofre­
cemos alguna resistencia a las representaciones, y quizá prefiramos
el arte abstracto, pero, antes, culturas enteras se negaron a recono­
cer la representación figurativa y optaron por la abstracción. Esto
se puede interpretar en términos de la historia del arte.
94 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

En la Creta micénica, el arte era principalmente icónico, figu­


rativo, como las conocidas figuras de una diosa hechas de arcilla o
la posterior figura procedente de Chipre, del siglo XI. En Greda
fue seguido del periodo geométrico, que comenzó en Atenas hacia
el 900 a.e.e., tras el llamado «estilo protogeométrico», especial­
mente en la cerámica. Fue extraordinario por su excelencia técni­
ca, elegancia de forma y su armonía y decoración9 • El nuevo arte
estaba dominado por el «orden lógico» lü _ La cerámica geométrica
data de ca. 900-ca. 700 a.e.e. y se caracterizaba por diseños abs­
tractos rectilíneos que evolucionaron a partir de la fase protogeo­
métrica, en la que predominaban los motivos circulares. Su prin­
cipal vehículo eran los vasos funerarios.
La producción de este tipo de cerámica tuvo lugar en la llama­
da «Edad Oscura», que marca el periodo entre la presencia de la
escritura micénica y la llegada del alfabeto fenicio. Sería un error
considerarlo uniformemente no icónico, pero en su mayor parte
lo fue. Los artesanos orientales introdujeron diseños figurativos
en artículos importados, especialmente en metales preciosos (el
arte persa era principalmente el del orfebre), lo que condujo a «un
singular fermento en la esfera artística cuyo producto fueron va­
rios asombrosos experimentos de representación figurativa»11 • No
obstante, en el arte figurativo «no se realizaron más progresos has­
ta la generación anterior al maestro de Dípylon», y para entonces
se habían incrementado significativamente los intercambios con
el este. En los suntuosos enterramientos atenienses de Anavysos
(geométrico medio II) hallamos representaciones bidimensionales
y tridimensionales de caballos, en las que se pone de manifiesto
que el artista se esfuerza por expresar las formas naturales, «algo
que se había intentado tan pocas veces en los tres siglos anterio­
res,, 12 .
¿Qué explica esta evolución hacia el abstracto y, después, la
vuelta al arte figurativo? Cook señala que unos 500 años antes,
en el periodo heládico medio, ya había habido una fase abstracta.
Según ciertas interpretaciones -añade-, «la población primitiva
de Grecia tenía un gusto natural por las formas geométricas»,
RIQUEZA COMERCIAL Y ASCETISMO PURITANO 95

que fue postergado por la cultura micénica, pero que volvió a


surgir cuando ésta se derrumbó. Él prefiere la explicación de que
«las características cretenses del arte micénico ya se habían agota­
do,, 13 . Otros han visto el estilo como el producto de un pueblo
invasor.
Según las dos primeras hipótesis, determinadas formas artísti­
cas están ligadas a poblaciones concretas en el tiempo, de una for­
ma casi biológica («naturalmente»). La tercera adapta una explica­
ción arqueológica habitual de cambio social como resultado de
una invasión. Todas me parecen inadecuadas.También fue duran­
te este periodo cuando los enterramientos griegos pasaron de la
cremación a la inhumación (ca. 770-ca. 750 a.e.e.) y después vol­
vieron a la cremación (ca. 700 a.e.e.). ¿Hemos de intentar expli­
carlo con alguna teoría de esta índole? Creo que no.
Sugiero que miremos en otra dirección, la que adoptó el filóso­
fo griego Platón, en cuyo caso el «geométrico» debe interpretarse
como el rechazo deliberado de las imágenes, de la representación
figurativa. En mi opinión, esta interpretación no sólo es posible
sino necesaria. En otro caso, lo que tenemos son vagas explicacio­
nes sobre un cambio «cultural» de la representación a la abstrac­
ción, que no explican nada pues omiten todo factor de intencio­
nalidad, de agencia humana, y ponen la causa en manos de una
«cultura» ciega e irreflexiva que transforma los modelos de acuer­
do con otras «instituciones» (análisis funcional) o con una fórmu­
la subyacente (análisis estructural).
En este capítulo he intentado esbozar un aspecto de una alter­
nancia cultural más inclusiva que surge de las contradicciones im­
plícitas en la situación humana. A un nivel vemos surgir un
«complejo puritano» en un contexto religioso, acompañando y
criticando el «lujo» de las sociedades de la Edad del Bronce y par­
ticularmente la idea de que la humanidad pudiera dudar de la sin­
gularidad de Dios el Creador. Pero también había un movimiento
más amplio, cuyo epítome es la obra de Platón, que ve una con­
tradicción más general entre la realidad de un objeto y la irreali­
dad de su representación en pintura y arcilla, o quizá incluso en
96 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

palabras. Ello puede muy bien conducir al rechazo de la represen­


tación (el rechazo del lujo tiene otras raíces) y a otros rasgos con­
comitantes del «complejo puritano», especialmente en las socieda­
des comerciantes acomodadas en las que hay cierta contradicción
entre el gasto en consumo y el ahorro para la producción.
CAPÍTULO 7

HACIA UNA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO

Hemos hablado de la circulación de información y de objetos,


pero la primera tiene otros parámetros propios. Tiene lugar a tra­
vés de diferentes formas de comunicación (lingüística, a diferen­
cia del transporte) y cada vez más presupone la existencia de unos
especialistas distintos: estudiosos, no comerciantes. Ha cobrado
una importancia creciente en los siglos pasados.
Todas las sociedades son sociedades del conocimiento, claro
está. Eso es la cultura, parte conocimiento y comunicación, que
puede transferirse y legarse gracias a la gran capacidad humana
del lenguaje. Fue el desarrollo del lenguaje (o quizá formas ante­
riores) lo que permitió al Homo sapiens convertirse en humanos
modernos, elaborar una «cultura extrasomática», como la han ca­
racterizado el antropólogo estadounidense Kroeber y otros, y al­
macenar, transmitir y desarrollar el conocimiento para nuestros
descendientes. Como señala una reciente interpretación de la evo-
1 ución: «Nuestro nominalmente civilizado nivel de vida surgió
cuando los organismos dieron con una forma de transmitir infor-
!)8 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

mación intricada e impredecible a quienes les rodeaban. Lo hicie­


ron gracias a la invención del lenguaje y vinculando de forma
efectiva a todos los organismos humanos, pasados, presentes y
futuros, en un solo megaorganismo de potencialidades ilimita­
das,, 1 . El autor ve esto como una continuación de la selección bio­
lógica; de hecho, representa una ruptura con ese modo de trans­
misión de la información, que con frecuencia es más flexible, pero
implica algunos de los mismos «principios» generales, como la
selección.
Por mi parte, he denominado estos procesos «tecnologías del
intelecto" en parte para salvar la distancia entre la tecnología y las
ciencias cognitivas. Los antropólogos nos habían enseñado que las
sociedades que sólo disponen de comunicación oral pueden ser
muy complicadas. Con la invención del lenguaje la sociedad hu­
mana se hizo (quizá empezó entonces) más compleja todavía, lo
que propició que pensara sobre sí misma o la «conciencia supe­
riorn, en el término del psicólogo ruso Vygotsky. La llamada «re­
volución humana" ruvo lugar con la dispersión del Homo sapiens
desde África hace unos 60.000 años (según los análisis del ADN)
con un lenguaje completamente desarrollado2 • La revolución se
ha relacionado frecuentemente con Francia y con la aparición del
arte rupestre3 • No obstante, el arte rupestre tuvo una distribución
limitada al sur de Francia y el norte de España. En cualquier caso,
la cuestión es que, dada esta tecnología del intelecto -es decir, el
lenguaje-, los humanos desarrollaron lo que denominamos «una
cultura", en cuanto les permitió comunicarse de forma diferente
unos con otros.
Al principio, dicha transmisión fue muy lenta y conservadora
en comparación con la actual. En el Paleolítico Inferior y Medio,
los logros humanos habían sido parecidos a rasgos generales en
distintas partes del mundo, por ejemplo, en las culturas del hacha
de mano. Tomemos una herramienta achelense, cuya forma se
conservó durante miles de años en muchas partes del mundo. No
sólo era «funcional» -hay muchas formas de matar a un bison­
te-, sino que la adopción y el uso continuado de ese tipo consti-
HACIA UNA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO 99

tuían un elemento cultural. El Paleolítico Superior presenció la


aparición de los humanos modernos con un lenguaje completa­
mente desarrollado, lo que condujo a lo que se ha denominado
«revolución humana», Este elemento cultural es más evidente
cuando consideramos sus variadas pinturas rupestres y el desarro­
llo simultáneo de muchas herramientas de sílex de magnífica fac­
tura, Sin duda, la complejidad favorece la complejidad, y la cultu­
ra, los sistemas de conocimiento, se hizo más importante a
medida que la sociedad humana evolucionaba (en un sentido so­
cial), Con la invención de la agricultura, en el Neolítico, existió
una mayor diversidad de culturas locales tanto en África -hasta
recientemente- como en América y el Pacífico; en general, éstas
eran las culturas que los primeros antropólogos solían estudiar,
Desde el comienzo, la forma en que los humanos se comunica­
ban estuvo sometida a una evolución, pero era relativamente lenta
(aunque rápida si se mide por estándares genéticos) en términos
del aprendizaje humano, La evolución de las culturas se aceleró
enormemente con la invención del lenguaje humano, la revolu­
ción del Paleolítico Superior, Pero lo que es tan extraordinario en
relación con la sociedad actual es el increíble desarrollo que hemos
presenciado desde la invención del «habla visible», la escritura,
Los sistemas de conocimiento dieron otro salto adelante con la
Revolución Urbana de la Edad del Bronce, cuando no sólo se me­
canizó la agricultura con la adopción del arado, la rueda y la trac­
ción animal, y no sólo propiciaron la aparición de los oficios arte­
sanales (algunos relacionados con la agricultura y otros con la
estratificación económica que llevó consigo y el concomitante
auge del comercio), sino que la escritura se inventó hacia el 3000
a,e,c, lo que significó que la información podía comunicarse en
el tiempo y el espacio, pues el lenguaje era ahora un objeto visible
que podía transmitirse y conservarse de forma muy distinta al ha­
bla (como en este libro), Desde The Domestication of the Savage
Mind4 he dedicado una serie de trabajos a describir los cambios
que trajo consigo la escritura tanto en la vida religiosa como en el
sistema social, la economía y la actividad intelectual en general,
] 00 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

Pero aquí me quiero concentrar en un aspecro: la velocidad del


cambio. Aunque sin duda intervinieron otros factores, quiero po­
ner de relieve el rápido aumento del índice de desarrollo humano
desde aquellos tiempos, sólo hace 5.000 años, apenas nada en tér­
minos de la historia humana, en comparación con lo ocurrido en
el Paleolítico y Neolítico. Esta rapidez parece deberse principal­
mente a la escritura, que proporcionó al lenguaje un medio exter­
no de almacenamiento de la información, constituyó otro paso
hacia la construcción de una sociedad de la información y signifi­
có que no sólo podemos guardar la información existente, sino
también añadir la nueva. Esto es lo que nos permitió hacer la in­
vención de la Edad del Bronce: aumentar enormemente la veloci­
dad de la innovación cultural.
En realidad, lo permitió y no lo permitió. Porque en la tras­
cendental esfera de la religión se acudía a la inalterable palabra
de Dios. El cambio religioso no era imposible, pero la palabra de
Dios se consideraba permanente, tanro si estaba vertida en la Bi­
blia hebrea como en los testamentos cristianos o en el Corán mu­
sulmán. O incluso, cabría añadir, en las escrituras védicas o en los
clásicos confucianos, pues no es sólo el monoteísmo o incluso la
religión lo que puede canonizarse de esta manera. Cada caso de
canonización implica mirar atrás a un texto que sigue actuando
indefinidamente como guía del presente. El proceso es necesaria­
mente conservador. Si las cosas han de cambiar, lo hacen volvien­
do al texto y manteniendo que las generaciones anteriores han
malinterpretado la palabra escrita.
El fenómeno de canonización también se da en las artes. Los
poemas de Homero se recitaban anualmente en una gran celebra­
ción en Atenas. Shakespeare recibe un tratamiento parecido, so­
bre todo en un teatro dedicado a él en su lugar de nacimiento,
Stratford-on-Avon, pero su obra también se representa en muchos
otros sitios. No obstante, la diferencia es que la canonización reli­
giosa es distinta de la variedad secular porque no es posible nin­
guna alternativa a la palabra de Dios, mientras que la obra de
Shakespeare sirvió para estimular la de otros dramaturgos isabeli-
HACIA UNA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO JOJ

nos y posteriores. La canonización secular conllevaba una repre­


sentación artística que también fomentaba la variación; la forma
religiosa significaba el reconocimiento de la preeminencia de un
solo texto y, por lo tanto, de la estasis. Asimismo, en el arte reli­
gioso hay una mayor limitación, al menos en lo que respecta al
tema. Con la secularización hallarnos una ampliación de los temas
posibles -por ejemplo, se abandonan los límites impuestos sobre
el arte cristiano medieval-, más variaciones de contenido que
ponen el acento en la libertad de elección y el individualismo,
que marcaron la actividad artística postrenacentista en Europa
(pero que habían aparecido con anterioridad en otras partes del
mundo).
En este sentido, la ciencia guardaba más semejanzas con el arte
que con la religión, excepto en que se apoyaba sobre la experien­
cia del mundo de forma distinta. En los periodos abásida (750-
1258) y búyida (944-1055), los árabes tradujeron casi toda la
ciencia griega, especialmente Aristóteles y las obras que se le atri­
buían. En parte los traducían para familiarizarse con los conoci­
mientos del pasado y en parte para sustentar en ellos su propia
ciencia, lo que hicieron especialmente en la astronomía, las mate­
máticas y la medicina. Pues no sólo tradujeron la ciencia griega de
la medicina en Galeno y de la geografía en Ptolomeo, sino que las
acrecentaron, sirviéndose para ello de sus hospitales en Bagdad,
las bibliotecas de todas sus capitales, los observatorios, como el de
Maragheh y otros, y sus traducciones de obras en sánscrito de la
India. Por otra parte, los musulmanes no volvieron la vista atrás a
las obras artísticas griegas, como las de Homero. Tenían sus pro­
pias tradiciones artísticas a las que acudir, poetas preislámicos
como Al-Quays, cuya obra fue imitada con frecuencia. Así pues,
en esta esfera la mirada al pasado estaba localizada, mientras que
en la ciencia (en la tecnología y la medicina) era universal y pasa­
ba fácilmente de unas culturas a otras. En estas esferas, lo que la
alfabetización posibilitaba o fomentaba variaba en su importancia
y sus consecuencias sociales, pero en todo caso permitía una mira­
da atrás que era posible con el discurso oral, excepto de una for-
] 02 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

ma mucho más flexible e incierta. Algo que la escritura permitía


en todos los contextos era esta capacidad para el almacenamiento
más o menos permanente, que era importante en las artes pero es­
pecialmente en las ciencias.
No quiero decir que en las sociedades orales no haya posibili­
dad de volver la vista atrás. Por supuesto que la hay, pero a una
tradición más variable, a un pasado más «mítico», no a la «histo­
ria» escrita. Me voy a permitir ilustrar la diferencia refiriendo
una experiencia personal mía mientras realizaba trabajo de cam­
po con los LoDagaa del norte de Ghana. Durante los cuarenta
años que trabajé en África occidental, registré varias versiones de
la recitación del Bagré. Primero la escribí con lápiz y papel. Me
llevó diez días realizar la transcripción dedicándome a ello todo
el tiempo. Anoté cada palabra y creí lo que me dijeron los habi­
tantes, que la habían «aprendido» de sus mayores y que había
permanecido invariable en el tiempo. De ahí que el «mito» pu­
diera relacionarse con otros aspectos permanentes de la vida so­
cial de los LoDagaa de forma inequívoca. Más tarde, utilicé una
grabadora portátil, gracias a la invención del transistor, que eli­
minó la necesidad de emplear válvulas inalámbricas. Los antro­
pólogos que trabajaban en lugares donde no había electricidad
no habían podido utilizar esa máquina, y la gran mayoría de
ellos simplemente habían escrito una versión de un extenso mito,
que después consideraban el mito de los LoDagaa (o de los nam­
bikwara o kwakiutl). Pero cuando, unos años después, registré
otra versión (que denomino «el Segundo Bagré») con una graba­
dora, descubrí que no era así. Incluso las primeras (doce) líneas
del Bagré, que llamo «la invocación» y que la gente parecía capaz
de recitar «de memoria» como el padrenuestro, sufrían pequeñas
variaciones dependiendo de quién las recitara. Pero después no
eran sólo cambios verbales. La primera parte, El Bagré Blanco,
permanecía más o menos invariable porque presentaba una ver­
sión embellecida de ceremonias que se celebraban realmente y
en las que se seguía un orden relativamente fijo. Aun así, en la
recitación se trastocó ese orden varias veces y hubo olvidos de
HACIA UNA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO J 03

acontecimientos rituales, si bien las versiones eran razonable­


mente parecidas en lo principal. Sin embargo, la segunda parte
-El Bagré Negro- hablaba de la creación no del mundo sino
de la cultura humana, de la forma en que aprendimos a hacer co­
sas como fabricar hierro, así como de la reproducción de la pro­
pia humanidad. Esta parte del mito era más reflexiva, más espe­
culativa, y variaba mucho más. Había un pasaje en el primer
Bagré -el que registré al dictado- en el que el más joven de
dos hombres, buscando una solución a sus problemas en la tie­
rra, subía al cielo para hablar directamente con Dios (la divini­
dad suprema) con la ayuda de la araña ( que en las historias alean
es un trickster típico), cuya tela formó una escalera para ascender.
Allí presenció la creación de un niño y conoció a su «madre»,
con la que él, como «padre», discutía constantemente sobre la
«propiedad». Este episodio me pareció una parte central («estruc­
tural») de la narración, así como de los temas principales, y de­
sempeñaba una parte importante en mi análisis. Cuando grabé el
Segundo Bagré5 mi sorpresa fue grande al descubrir que no se
hacía ninguna mención a este incidente. Había algunas referen­
cias a animales que volaban por el aire, que podría haber inter­
pretado como un recuerdo de la visita a Dios (que estaba rodea­
do de animales), pero sin una versión escrita anterior nadie
habría hecho esa conexión. De hecho, Dios desempeñaba un pa­
pel relativamente menor en este Segundo Bagré, que ponía mu­
cho más énfasis en la creación de la cultura humana por los kon­
tome, criaturas de la selva, habitantes de las montañas y los ríos, a
medio camino entre los hombres y los dioses. En el posterior
Tercer Bagré, que registramos y publicamos unos años después6,
el énfasis había pasado de nuevo de lo trascendental a lo huma­
no, a la idea de que «el hombre se creó a sí mismo». En otras pa­
labras, intelectualmente uno de los principales temas había cam­
biado completamente en la recitación.
Al cambiar el rono del mito de forma tan radical, era imposi­
ble atribuir una única versión del Bagré a la sociedad LoDagaa,
ni siquiera a uno de sus asentamientos. Era imposible obtener
] 04 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

una interpretación de los LoDagaa a partir de alguna de las ver­


siones. No había un «mapa» en el sentido del antropólogo Mali­
nowski. La recitación estaba cambiando constantemente, con in­
dependencia de otras transformaciones, pero quizá en relación
con distintos intereses intelectuales. Así que, en esas condiciones
orales, una recitación era muy diferente del texto prácticamente
fijo asociado con las culturas escritas. Al parecer, los mitos de las
sociedades orales cambiaban constantemente, y eso tenía que ver,
entre otras cosas, con el tipo de almacenamiento disponible. En
las sociedades con escritura es posible aprender un texto fijo,
como aquellos miembros de cualquiera de las religiones abrámi­
cas que intentaban memorizar el libro sagrado entero, como una
especie de homenaje a Dios, aunque la escritura hubiera hecho
innecesaria esta memorización. Por el contrario, en las condicio­
nes orales, una persona no podía memorizar el Bagré de esa ma­
nera. Lo oía recitar a los demás, pero cuando le llegaba el turno
de hacerlo, por mucho que intentara repetir exactamente lo que
otros habían dicho (y en una recitación oral larga de esta clase es
prácticamente imposible), tenía que seguir hablando. Tenía que
inventar lo que no recordara. La recitación pública exige que se
salven las lagunas; no se pueden dejar en blanco para rellenarlas
después. Por consiguiente, al contrario que en los rituales escri­
tos, cada versión era distinta, y a veces de forma significativa.
Como he señalado, no se trataba de meros cambios verbales; a
veces difería la «estructura» misma de la recitación (y empleo ese
término intencionadamente). Esto es, podía haber (y había) un
cambio de una explicación trascendental de los orígenes de la
cultura a una humana, o un cambio del papel del Dios Supremo
al de intermediarios como los seres de la selva (que nosotros co­
nocemos como duendes).
La conclusión a la que llego es ésta: en una sociedad oral, el en­
cuentro con el pasado es muy distinto de como tiene lugar en una
sociedad alfabetizada. En cierto sentido, una sociedad oral es más
«creativa»; el mito nunca es el mismo, aunque puede tener ele­
mentos en común, mientras que con la escritura tenemos una
HACIA UNA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO ] 05

base firme en un «texto», que no puede modificarse porque es la


palabra de Dios, religiosa, trascendental. O la de un escritor canó­
nico. Pero en otras esferas de la actividad contemplamos el pasado
de forma diferente, para partir de lo que se ha escrito, tanto en las
artes -en las que el cambio es de carácter más o menos circu­
lar- como en la ciencia y la tecnología -en las que una explica­
ción con frecuencia mejora la anterior y se apoya en ella. Y en ese
contexto lo que cuenta no es sólo la escritura, sino otros cambios
o diferencias en los medios de comunicación que pueden condu­
cir a una circulación más precisa o más rápida de la información.
Aquí es donde interviene la imprenta, sea con bloques de madera
o con prensas, manual o accionada por vapor, rotativa o informa­
tizada. Estas tecnologías no sólo pueden difundir información útil
más rápidamente y más lejos, sino también otros mensajes de na­
turaleza muy diferente.
La invención de la escritura condujo a la creación de las escue­
las en las que se enseñaba a leer y a escribir, segregadas del mundo
en lugares especiales. A su vez, las escuelas condujeron a las uni­
versidades, en las que se preparaba a los maestros, burócratas y sa­
cerdotes. A los sacerdotes porque, si bien la escritura se utilizaba
con fines seculares, como en el comercio (especialmente en Meso­
potamia), también permitió que se fijaran las ideas religiosas y la
producción de las Escrituras, de textos canónicos (especialmente
en las religiones abrámicas). Mientras que los usos seculares esta­
ban en un proceso de cambio constante, los religiosos eran fijos
porque representaban la palabra de Dios o de uno de sus presti­
giosos mensajeros; por lo tanto, tenía que ser fija e inequívoca.
Esto ocurrió no sólo con las religiones monoteístas, sino también
con el hinduismo politeísta (en los Rig vedas) y con credos como
el budismo (cuyo canon se imprimió) e incluso con ideologías
como el confucianismo en China, aunque en este último caso las
enseñanzas no estaban orientadas hacia lo sobrenatural sino a la
humanidad.
] 06 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

Fe versus razón

Las sociedades alfabetizadas tendían a desarrollar sistemas religioc


sos que se encargaban de la educación (como forma de reprodu­
cirse) y por lo tanto restringían el flujo de información a lo nece­
sario para implantar su visión del mundo. Así ocurrió con las
religiones abrámicas: judaísmo, cristianismo e islam. Inicialmen­
te, la postura de estas tres religiones sobre la investigación es que
era innecesaria porque Dios había dispuesto que las cosas fueran
como eran y por lo tanto no merecía la pena interrogarse sobre
ellas. Dios ya había dicho todo lo que había que decir. Ésta era la
opinión de san Agustín, y así lo indicaban las observaciones del
califa Umar, el conquistador de El Cairo, ante los restos de la gran
biblioteca griega de Alejandría. También estaba claro en la educa­
ción judaica, que, como las otras religiones abrámicas, estaba más
interesada en la memorización de lo que ya estaba escrito que en
producir lo nuevo e investigar cómo era el mundo.
Pero siempre había un problema. Si se enseña a alguien a leer y
a escribir, puede estudiar las Escrituras. Ése era el objetivo de las
escuelas en la Francia del siglo XVIII, como han mostrado los his­
toriadores Furet y Ozouf7 , y como revela la autobiografía del filó­
sofo judío Maimón para la Polonia de comienzos del siglo XIX.
Después de todo, esas religiones, lo mismo en su vertiente protes­
tante que católica, creaban escuelas con fines religiosos, aunque
los comerciantes también estuvieran interesados en aprender a
leer y a escribir por razones comerciales. Lo mismo ocurría con
los administradores (que, en Occidente, con frecuencia eran cléri­
gos). Pero cuando se enseña a alguien a leer, las cosas no se que­
dan ahí; se pone en sus manos un instrumento revolucionario de
la sociedad del conocimiento, que puede estimular a algunas per­
sonas a dirigir su atención a otras obras, e incluso a escribirlas: de
filosofía, además de las de teología, y de otras visiones de la histo­
ria, porque no todos eran seguidores del Libro, de las Sagradas
Escrituras. Después de todo, estaban los autores griegos, que no
creían en la religión hegemónica. Entre ellos, el pensamiento era
HACIA UNA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO ] 07

más libre, más «pagano", politeísta; de la misma manera, Home­


ro, aunque ubicuo y ritualizado, no restringía el conocimiento,
como tampoco lo hacía el confucianismo.

La escritura y la acumulación de información

Así pues, uno de los mayores avances hacia una sociedad del co­
nocimiento se produjo con la invención de la escritura. Según
ciertos estudiosos, como el filósofo Derrida, la «escritura" está in­
serta en los restos de memoria del habla incluso en sociedades ex­
clusivamente orales. Esta posición se basa en un uso metafórico
que ignora y desdeña la historia. En cualquier visión de la Edad
del Bronce, su invención de los primeros sistemas de escritura en
Mesopotamia y en Egipto (hacia el 3000 a.e.e.) y, más tarde, en el
valle del Indo, en la India, y en el valle del río Amarillo, en China
(hacia el 1500 a.e.e.), sin olvidar América Central (en una situa­
ción muy distinta), revolucionó la sociedad humana. Por el mo­
mento, dejemos de lado los posibles estímulos para la invención
de la palabra escrita -quizá el desarrollo mercantil en Mesopota­
mia8 , la adivinación real en China', posiblemente la religión en
Egipto, la política en otros lugares-, pues son las consecuencias
(o implicaciones) lo que importa. En Mesopotamia, por ejemplo,
se produjeron considerables avances en la organización social en
cuanto la administración del gobierno cobró complejidad al em­
pezar a registrarse las decisiones y a archivarse la correspondencia;
dichos avances también alcanzaron a la cultura: se hicieron pro­
gresos en las matemáticas y en el cálculo de las superficies (para la
tributación), así como del espacio (con el mismo fin) y del tiem­
po (para el calendario). Pero también estaba la literatura en la for­
ma de la historia de Enlil, de la poesía y, en cierto sentido, de la
pintura, aunque ésta ya existía con anterioridad (lo mismo que la
poesía y algunos relatos de mitos). La alfabetización, en el sentido
de saber leer y escribir, condujo a su vez al extraordinario apogeo
de Grecia (y Roma), a una serie de logros de la sociedad clásica
] 08 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

que no se debieron tanto al genio griego corno a la mayor circula­


ción de textos en una escritura alfabética entre la élite, así corno a
la mayor reflexividad que impone al uso del lenguaje.
La escritura alfabética se inventó en Grecia, o más bien en Fe:
nicia en todos sus elementos esenciales, excepto que el alfabeto fe­
nicio no tiene letras para las vocales. Los europeos han dado gran
importancia a esta diferencia, pero no es tan relevante corno mu­
chos sostienen cuando tratan de establecer una ventaja europea en
materia de comunicación. Los alfabetos semíticos empleaban sig­
nos diacríticos para indicar las vocales y han producido extensas e
interesantes obras escritas en este alfabeto -en el que se basan to­
das las versiones indias-, incluida la propia Biblia. Además, es
evidente que incluso los alfabetos «anteriores», corno el logográfi­
co que se utilizaba en China, podían producir una civilización
muy compleja, que en este caso estuvo dirigida por literati duran­
te más de dos mil años; a aquellos hombres se les educaba para
leer a los clásicos en una sociedad que, corno ha mostrado el sinó­
logo Joseph Needharn, estuvo mucho más avanzada científica­
mente que Occidente al menos hasta el Renacimiento. Y la cien­
cia y la tecnología dependían, al menos en parte, de la circulación
de información escrita. Fue la escritura lo que, después de la Edad
del Bronce, ayudó a la humanidad a dar un paso tan decisivo ha­
cia la «modernidad» y presenció la acumulación de conocimientos
en Mesopotarnia, Egipto, Grecia y Roma, la India y China. A
partir de entonces la civilización y la cultura avanzaron a grandes
saltos; las innovaciones se produjeron y adoptaron con mucha
más rapidez.
La presencia de la escritura fue uno de los principales factores
que incrementaron el flujo de información y contribuyeron al ad­
venimiento de una «sociedad del conocimiento». Ya he sugerido
que el sistema de escritura fue otro, y en general se presuponía
que el alfabético era más democrático que los caracteres logográfi­
cos de China. Por lo que respecta al aprendizaje, el alfabeto era
muy sencillo, de forma que potencialmente todos podían apren­
derlo; sin embargo, en China no es necesario aprender todo el sis-
HACIA UNA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO ] 09

tema para entender una inscripción o un cartel; aprendemos a


utilizar los signos en logogramas. Y en el periodo anterior al
Renacimiento, parece que China tenía una tasa de alfabetización
-de personas que podían leer y escribir (pero ¿el qué?)- supe­
rior a la de cualquier otra sociedad.
La alfabetización china requiere un comentario más. Como sis­
tema de escritura logográfico, equivalente a nuestra notación ma­
temática, podía representar a las distintas lenguas que se hablaban
dentro de las fronteras chinas; ello sirvió para mantener unido
este inmenso y complejo país y proporcionó un «mercado» unifi­
cado para bienes tanto intelectuales como comerciales. Estados
Unidos ha hecho lo mismo insistiendo en el uso de una sola len­
gua -el inglés- y relegando así a todas las demás. La Unión Eu­
ropea ha tratado de establecer un mercado único y mantener las
lenguas de todos sus participantes (lo que podría hacer más fácil­
mente si además tuviera el esperanto). China, con un coste cultu­
ral menor que el de Estados Unidos y mayor eficacia que la
Unión Europea, siguió una trayectoria diferente: un solo sistema
de escritura para todas las lenguas. La Unión Europea (y Suiza)
podrían considerar cuál es el alfabeto que mejor se adapta a una
comunidad multilingüe: el fonético o la alternativa china, a pesar
de que Lenin declaró que la alfabetización era la revolución del
este. Aunque puede que lo sea para el teclado.
Tan importante como el sistema de escritura -o más- para
propiciar una sociedad del conocimiento era el material en el que
se escribía, fueran tablillas de arcilla, rollos de bambú, placas de
madera, seda, pergamino o papel 1° . La invención del papel en
China hacia el segundo siglo a.e.e. significó que se disponía uni­
versalmente de un medio barato para comunicar la información a
los demás (o a uno mismo,Uegado el caso). Mientras que, en Eu­
ropa, con piel de animales (pergaminos), había que matar a una
docena de ovejas para producir un libro. Esa diferencia significó
que en China (y en el Oriente Próximo musulmán después de
la batalla de Talas) había grandes bibliotecas -en el año 978 e.e. la
biblioteca imperial china contaba con 80.000 «libros», y la biblio-
110 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

teca de al-Hakam en Córdoba, en el siglo X, tenía 400.000-,


mientras que la mayor biblioteca del norte de Europa por aquel
tiempo, la del monasterio de San Galo en Suiza, disponía de 800
volúmenes. La diferencia es extraordinaria y obedece al hecho de
que Europa no dispuso de papel hasta que su fabricación llegó a
Italia desde el mundo musulmán en el siglo XII (a Inglaterra, va­
rios siglos después).

La mecanización de la escritura

Por supuesto, en Occidente la cantidad de información y su dis­


ponibilidad para la población aumentaron masivamente con la
invención de la imprenta de tipos móviles y el extraordinario uso
de la imprenta, atribuida al alemán Gutenberg, a mediados del si­
glo XII. No inmediatamente, sino de forma gradual, los libros em­
pezaron a abaratarse para rodas. Antes, en las scriptoria, se podía
tardar seis semanas en copiar a mano un manuscrito de tamaño
considerable. Esto cambió de forma inmediata con la introduc­
ción de la impresión y la imprenta.
Pero Occidente no fue el primero en mecanizar la escritura.
Los chinos ya lo habían hecho mucho antes con la impresión me­
diante bloques de madera, en los que se tallaba el texto. Es intere­
sante reseñar que, en manos expertas, no era necesario mucho más
tiempo que para componer una página con tipos, que también
habían inventado los chinos (esto es, tipos móviles, usando un sis­
tema de escritura alfabético, aunque no una prensa). Aunque im­
primir posiblemente no tuvo allí el efecto revolucionario que tuvo
en Occidente, sin duda fue importante porque permitió un mayor
flujo de información durante el periodo Song (hacia el siglo X),
que ha sido calificado de «renacimiento», por la importancia que
tuvo para el conocimiento en aquel país. Las bibliotecas, tanto
públicas como privadas, aumentaron significativamente en núme­
ro y en tamaño, lo mismo que la incidencia de la educación y de
las publicaciones. No cabe duda de que los grandes avances que se
HACIA UNA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO 111

dieron en China antes del Renacimiento italiano se debieron en


buena medida a la rapidez del flujo de la información a través de
ese enorme país, al que el sistema de escritura logográfico contri­
buyó a mantener unido. Esta escritura permitió a los cantoneses
comunicarse con hablantes de mandarín o con vietnamitas y, así,
crear una sociedad del conocimiento mucho más extensa sin co­
nocer esas lenguas.
Los chinos desarrollaron la palabra impresa, aunque utilizaron
la impresión con bloques de madera. Pero, al contrario que con el
papel, nunca transmitieron esta técnica al islam, básicamente por
razones religiosas. En el islam no se puede imprimir el nombre de
Dios, ni siquiera la lengua de su libro; por lo tanto, el islam que­
dó rezagado en el progreso hacia una sociedad del conocimiento,
aunque el uso del papel hubiera facilitado su avance en un perio­
do anterior. Por eso, hasta hace relativamente poco, en los países
musulmanes no había periódicos ni novelas o libros de texto, que
dependían de la palabra escrita, excepto los escritos a mano.
Los equivalentes modernos de la imprenta, que facilitan el ac­
ceso a grandes cantidades de información, son, claro está, el orde­
nador e internet. Obviamente, aquí la ventaja estaba en manos de
quienes inventaron esas tecnologías: el ordenador en círculos an­
glo-estadounidenses (inicialmente estimulados por la necesidad
de analizar códigos), internet en el ejército estadounidense y el
software por Microsoft y otros. No h ay duda de que la conse­
cuencia ha sido democratizar la información. Se ha atribuido a es­
tos avances la creación de la sociedad del conocimiento, pero to­
das las sociedades han estado interesadas en el flujo de la
información en sus distintas facetas, y ahí Occidente no ha osten­
tado una ventaja permanente. La escritura, el papel, la impresión
nos llegaron de otras sociedades que estuvieron por delante de
Occidente en cuanto a la comunicación hasta el Renacimiento,
quizá incluso hasta el siglo XIX, con la llegada de las imprentas in­
dustriales a vapor. En todo caso, estamos perdiendo esa ventaja
temporal. China e India (quizá el islam venga a continuación)
nos están alcanzando. Europa está ubicando en la India muchas
112 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

tareas relacionadas con el conocimiento, y en China y Lejano


Oriente, la fabricación de los ordenadores. Estas técnicas ya no
son exclusivas de Occidente y vemos que el mundo cada vez más
pertenece a una única sociedad del conocimiento basada en la
transferencia electrónica de la información: una globalización más
rápida que la que tuvo lugar con la escritura, el papel o la imprenta.
No hay duda de que los sistemas de conocimiento han desem­
peñado una función importante en la historia europea desde el
Renacimiento y, por ende, en el «triunfo del capitalismo». Pero es
situando su papel en un contexto histórico como se puede evaluar
adecuadamente lo que ha ocurrido, pues, desde el Renacimiento
italiano, con su papel en la modernización y la globalización, no
estamos solos, sino que formamos parte de una red euroasiática.
CAPÍTULO 8

LA VENTAJA TEMPORAL EN LA ALTERNANCIA


DEL OCCIDENTE POSTRENACENTISTA

He sostenido que parece haber muy poco que sea realmente único
en algunas de las condiciones de la indudable ventaja que Europa
ostentó en el siglo XIX. El problema que plantean la mayoría de
las descripciones de la situación en el pasado y más en concreto
de la que ha surgido actualmente es que se apoyan en premisas
esencialistas y por lo tanto son etnocéntricas y teleológicas en re­
lación con los recientes avances europeos. Esros avances fueron de
indudable importancia, pero no reconocen la alternancia entre
Oriente y Occidente, lo que significa que han de empezar desde
un paralelismo aproximado en el desarrollo del arte y las artes en
sentido más amplio y, respecto a las ciencias y la tecnología, han
de incorporar una pauta en la que ora una civilización, ora la otra,
ostenta la ventaja.
En este análisis, he intentado corregir la diferencia que, en Oc­
cidente, muchos han establecido entre las sociedades europeas y
asiáticas, no considerándolas incompatibles o incomparables, con
sendas de desarrollo distintas, como Marx, Weber y muchos otros
114 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

han supuesto, sino como dos zonas con caminos aproximadamen­


te paralelos. Este paralelismo está bien ilustrado en la extraordina­
ria serie de Needham 1 , en el análisis de Ledderose de la división
del trabajo en la industria de la porcelana china2, en la investiga­
ción de Elvin sobre determinada maquinaria textil italiana (para
el devanado mecánico de los hilos) que se desarrolló primero en
China3 , en la inmensa importancia del papel y la impresión (aun­
que con bloques de madera) para la comunicación, la lectura y
el desarrollo de la información, en la invención de la pólvora en
China, como señaló Francis Bacon; en todos esros ámbitos China
precedió a Occidente. Hasta finales del siglo XVIII fue el mayor
exportador del mundo (sin duda, con la India siguiéndola muy de
cerca). Así que cuando ahora vemos la importante aportación que
China y la India hacen a la economía mundial, no se trata de algo
nuevo, sino que están retomando el pasado: una alternancia. Lo
sorprendente es que hasta hace muy poco la mayoría de los his­
toriadores europeos y otros estudiosos no reconocieran los logros
de las sociedades asiáticas antes de la llamada «Revolución Indus­
trial», sino que caracterizaran la región en términos muy distintos,
como «primitiva», «atrasada», «orientah. La razón era que adopta­
ban un enfoque unilineal «evolutivo» de desarrollo que iba direc­
tamente desde las economías cazadoras y recolectoras hasta la Gran
Bretaña de la industrialización en el siglo XIX, mientras que des­
pués de la Edad del Bronce Asia se habría internado por la tan­
gente del llamado «modo de producción asiático» o excepcionali­
dad asiática, para intentar explicar la ausencia de modernización,
industrialización y capitalismo en esa parte del mundo en los últi­
mos siglos.
Mi enfoque partía de la base de que ambas partes del conti­
nente euroasiático habían experimentado la Edad del Bronce, esto
es, la búsqueda de metales, la aparición de muchos oficios, el de­
sarrollo del arado y la tracción animal (además de la energía hu­
mana), la llegada de la rueda y después de la escritura. Fue este
cambio en el modo de comunicación lo que primero me llamó la
atención. Con mi colaborador Ian Watt examiné la diferencia que
LA VENTAJA TEMPORAL 115

la escritura alfabética había representado en la Grecia antigua y


pusimos de relieve su papel al favorecer un modo sencillo de co­
municación escrita que era preferible como explicación de los lo­
gros de aquella sociedad a las que se basan en el «genio» griego, el
espíritu helénico o la mentalidad ática en general. No obstante,
nuestra interpretación era claramente europea, pues intentaba ex­
plicar los logros de la antigüedad y su trayectoria hasta el Renaci­
miento y, desde ahí, hasta la modernidad. Omitimos considerar
debidamente el hecho de que el libro sagrado de Europa se había
escrito sin el concurso del alfabeto griego (o incluso fenicio), sino
en una lengua semítica en la costa asiática. Por supuesto, esta ubi­
cación no importó demasiado a los protestantes que consideraban
Palestina parte de Europa4, pero me condujo a ampliar la tesis al­
fabética para incluir las literaturas semíticas y otras de Oriente
Próximo que no estaban escritas de la misma forma. Y, al mirar
más allá de Oriente Próximo, se impuso considerar otras formas
de escritura y las aportaciones que las sociedades que las emplea­
ban habían hecho a la «civilización», a la cultura de las ciudades,
especialmente la china, cuyo sistema de escritura, según las nocio­
nes de muchos europeos, habíamos considerado difícil, elitista y
no democrático. Sin embargo, su uso parece que fue mucho más
amplio de lo que habíamos supuesto5, en parte porque el chino se
podía aprender icono a icono sin tener que descifrar un código
fonético. Por consiguiente, el concepto de persona letrada era
mucho más vago. En segundo lugar, como hemos visto, un siste­
ma de escritura logográfico, no fonético, tenía el extraordinario
potencial de servir de vehículo a las numerosas lenguas de China
y mantener unida a una sociedad vasta. En cualquier caso, está
claro que nos equivocamos al infravalorar la capacidad potencial
para el avance cultural de un sistema de escritura como el chino,
que tenía tantas otras ventajas.
Todas estas consideraciones apuntaban a la compatibilidad de
las culturas orientales y occidentales, no a una supremacía intrín­
seca de Occidente. Sin embargo, hay que decir algo a favor de los
logros europeos. Lo que los griegos consiguieron fue extraordina-
116 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

rio desde cualquier punto de vista (incluidas las conquistas de


Alejandro Magno), y, en el ámbito de las letras, sólo hay que mirar
la magnitud de las obras en una biblioteca clásica para darse cuen­
ta. Pero en esta discusión el error estaba no sólo en el desdén ha­
cia otras formas de escritura y lo conseguido con ellas, sino en la
idea de que la supremacía de Occidente quedó asentada en la an­
tigüedad y continuó en una secuencia pasando por el feudalismo
hasta el capitalismo. En esta progresión no había lugar para la al­
ternancia entre Oriente y Occidente ni para variaciones en los lo­
gros de esas cu! turas.
Esta última alternancia puede verse claramente en Europa des­
pués de la antigüedad. Como explica Needham en su estudio de
botánica, los chinos y los europeos estaban más o menos iguala­
dos en términos del número de especies identificadas (por escrito)
en la época del discípulo de Aristóteles, Teofrasro, hacia el siglo IV
a.e.e. Después, en Occidente hubo un rápido descenso del cono­
cimiento durante el periodo feudal, mientras que China continuó
lentamente hasta que, en el Renacimiento, Occidente se puso a su
altura y la superó en un movimiento que he examinado compara­
tivamente en otro lugar6• Este temprano desarrollo y retroceso de
Europa fue seguido de una explosión que condujo a la presente
posición de supremacía occidental, un crecimiento que estuvo re­
lacionado con el uso de la energía hidráulica, el hierro y el car­
bón, la economía, el resurgimiento de la cultura secular y el desa­
rrollo de la imprenta. Esta situación se daba en muchos otros
campos. La cuestión es, mientras que Europa pudo haber ostenta­
do la ventaja sobre Oriente en la época clásica (¿o estaban iguala­
das?), en el periodo feudal Occidente sufrió lo que se ha denomi­
nado una «regresión catastrófica» en diversos ámbiros y sólo se
recuperó en el renacimiento del siglo XII y, más especialmente, en
el posterior Renacimiento italiano. En aquella época Europa em­
pezó a tomar una ventaja que consolidó con la Revolución Indus­
trial, cuyo origen se halla en parte en Oriente. Dada esta alternan­
cia, habría que desechar las explicaciones esencialistas como las
adoptadas en Europa, explicaciones en términos de «espíritu»,
LA VENTAJA TEMPORAL 117

«mentalidad» e incluso cultura (en una interpretación de ese es­


quivo concepto). Por lo tanto, no debemos recurrir a explicacio­
nes esencialistas del «capitalismo» o de la «modernización», como
han hecho muchos sociólogos e historiadores, incluido el historia­
dor estadounidense David Landes en un libro muy popular7. La
razón del supuesto «atraso» de China en el siglo XIX no hay que
buscarla en factores culturales arraigados, sino en la alternancia.
Por ejemplo, después de la dinastía Tang, la dinastía Song se vol­
vió más secular, más confuciana (o, más bien, neoconfuciana), y
experimentó una revolución en las artes y en las ciencias, un pe­
riodo de características renacentistas, pues implicaba al mismo
tiempo mirar atrás y avanzar en un amplio frente. Yo sostengo
que todas las culturas con escritura tuvieron periodos en los que
miraron atrás, a veces con una perspectiva religiosa -lo que suele
conducir al estancamiento- y a veces con un ánimo más secular
-lo que generalmente favorece la invención. En la India gupta y
maurya, así como en el islam en el periodo abásida y, más tarde,
en Andalucía, hubo periodos de progreso. El Renacimiento italia­
no presenció otro periodo de resurgimiento, pero hubo una dife­
rencia vital: la alternancia pareció cesar entonces y se produjo una
transformación más permanente, el tipo de crecimiento continuo
y aurosostenido que (según Rostow) se ha considerado típico de
una economía «capitalista»'. Mientras que en el islam y en la In­
dia, y en una vena más secular incluso en China, se produjeron
periodos de liberalización de este tipo, seguidos de un resurgi­
miento de la fe en un universo trascendente, en la Europa rena­
centista se mantuvo la búsqueda de explicaciones más seculares
(podríamos calificarlas de «científicas») y el conocimiento del
mundo siguió expandiéndose.
¿Qué fue lo que provocó esta situación? Difícilmente fue la éti­
ca protestante, porque aunque ya habían aparecido antes otros
movimientos de reforma menos exitosos, como los lolardos, los
protestantes realmente no dejaron su huella hasta el siglo XVI.
Tampoco podía ser responsable el «capitalismo», porque parece
que existió mucho antes como capitalismo mercantil y no apare-
118 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

ció hasta más tarde como capitalismo financiero (empleando la


distinción de Braudel).
Mi explicación es la siguiente: en el Renacimiento italiano se
volvió la vista atrás deliberadamente, en un movimiento que en
sus dimensiones más generales era intrínseco a la alfabetización.
Fue un proceso que caracterizó a todas las culturas escritas de Eu­
rasia: cristianismo, islam, India y China, por mencionar sólo las
principales. Este movimiento se produce entre todos aquellos que
tienen una religión escrita, lo que necesariamente implica volver al
Libto, a la palabra sagrada de Dios (o de su portavoz), especial­
mente en los credos monoteístas que son hegemónicos. Pero, en
ocasiones, esa mirada atrás va dirigida a una ideología menos exi­
gente que deje más espacio a lo secular, y esto, en mi opinión, es lo
que ocurrió con la vuelta a la sociedad clásica en la Europa rena­
centista y al confucianismo en la China song, soslayando la hege­
monía del cristianismo en un caso y del budismo en otro. Desde
luego, esta alternancia interna puede producirse en otras circuns­
tancias, como en la India, donde la no trascendental visión secular
lokayata ocupó un lugar más permanente en el panorama general,
y aquel universo no sólo era «espiritual», corno ha sostenido el an­
tropólogo francés Louis Dumont, entre otros. Pero la alternancia,
no el «crecimiento» continuado hacia un fin, era la norma.
Lo trascendental se reafirmó, especialmente con una «iglesia»
dominante que se arrogaba el monopolio en rodas los ámbitos
tanto de este mundo corno del siguiente. En el caso del cristianis­
mo, el islam y el budismo, la Iglesia tenía largos tentáculos que
establecieron escuelas para enseñar a los individuos a leer las Es­
crituras, que acumularon tierras y edificios (incluidos hospitales,
mercados y lugares de culto), que se aseguraron su hegemonía y
continuidad en el tiempo (a diferencia de los credos más efímeros
de las culturas orales). Estas religiones afirmaron su dominio,
igual que las védicas, cuya casta brahrnánica controlaba la educa­
ción, de forma muy parecida a corno lo hacían los grupos religio­
sos en Europa y los ulama en el islam, los monjes en el budismo e
incluso los literati en el confucianismo «secular». Lo que era dife-
LA VENTAJA TEMPORAL ] 19

rente en el Renacimiento italiano es que el cambio hacia una acti­


tud más secular se institucionalizó, se hizo permanente, y no se
quedó en un rasgo transitorio del panorama intelectual. Esto ocu­
rrió así esencialmente porque la educación y la cultura por fin les
fueron arrebatadas a la Iglesia (sobre todo, en beneficio de la cre­
ciente burguesía) y por lo tanto la investigación (y de ahí la «cien­
cia») era más libre. Lo que las sacó de manos trascendentales fue
mirar atrás, a una sociedad «pagana»: a Grecia y a Roma en el
caso del Renacimiento italiano y, en menor grado, en el periodo
abásida del islam; al confucianismo, en el caso de la dinastía
Song. Y este cambio se institucionalizó y ganó estabilidad en el
Renacimiento italiano gracias a la propagación de la cultura en
las universidades más «seculares» de Europa. Esto no supuso el
comienzo de la educación superior, porque ésta ya existía, nor­
malmente con fines religiosos, y estaba estrechamente ligada al
sacerdocio y a la religión trascendental (excepto en la China con­
fuciana). Así ocurría particularmente con las madrasas del mundo
islámico, cuya creación formó parte de un intento suní de res­
tablecer la «ortodoxia» y dar prioridad a la educación religiosa,
excluyendo lo que denominaban «ciencias extranjeras». A veces
las madrasas se han visto como el modelo de las universidades oc­
cidentales -a la de Al Azhar de El Cairo se la llamó la «Sorbona
del islam»-, pero en realidad la mayor parte de la «ciencia» que­
daba fuera de su ámbito, como por supuesto el pensamiento secu­
lar en general. Lo que distinguía a las instituciones de educación
superior en Occidente de las del islam o del budismo, pero menos
de las de China, era la institucionalización de la cultura secular a
largo plazo. Esto no ocurrió de forma inmediata, pues la función
de la mayoría de las primeras universidades europeas, como la de
París, era preparar a los sacerdotes y a administradores de orienta­
ción religiosa. Pero no de todas. La de Bolonia tenía un origen se­
cular en una ciudad que no estaba gobernada por el papado y que
participó en la revitalización del comercio en el norte de Italia, es­
pecialmente en el Mediterráneo, con Bizancio. Gibelina, más que
güelfa, estaba bajo los auspicios del emperador, no del papa. Esto
120 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

dio a esa ciudad, y a Padua, una especie de satélite, mayor inde­


pendencia para abordar otros temas y enfoques, como la enseñan­
za del derecho romano, a diferencia del can6nico. Esta indepen­
dencia en parte obedecía al papel que desempeñaba la economía
en el Renacimiento italiano; la recuperaci6n del comercio y la
manufactura, que incluía la producci6n de papel (de China); y el
uso temprano de maquinaria accionada por energía hidráulica,
procedente de Lucca y en último término de China, para el deva­
nado de los hilos en la fabricación de tejidos, primero seda y des­
pués algod6n en la llamada «Revolución Industrial».
La relativa independencia de las ciudades del norte de Italia y
sus universidades, especialmente de Bolonia y Venecia, fue po­
sible principalmente gracias a la revitalización de la actividad
comercial. Venecia experiment6 esta recuperación en el Medi­
terráneo y en Oriente Próximo, Bolonia aportó algunas de las
exportaciones transportadas por el río Po y el papel de Florencia
tampoco fue desdeñable. El comercio y la manufactura, las activi­
dades de la burguesía, fueron esenciales en este Renacimiento,
como en muchos otros. Fue la producción de mercancías para su
intercambio lo que dio a la comunidad buena parte de la riqueza
necesaria para fomentar el arte, la literatura y la cultura de la for­
ma en que lo hizo. No es que éste fuera el único apoyo que nece­
sitaba un Renacimiento. De hecho, Irak y Persia aparentemente
no eran muy prósperos bajo lo que se ha denominado el Renaci­
miento búyida, pero esto era muy poco frecuente. En muchos
ámbitos, la riqueza se empleó para apoyar los avances, como ha
señalado Jardine para el Renacimiento italiano.
No obstante, la prosperidad sólo es uno de los apoyos. Otro
rasgo es el que hemos mencionado respecto a todas las sociedades
alfabetizadas: mirar atrás, a un estado anterior de cosas. Cuando
eso significa retrotraerse a un régimen que sea menos hegemóni­
co, menos trascendental, los resultados pueden ser espectaculares,
como en el caso de Italia -que fue más allá del catolicismo- o
de la China song -que fue más más allá del budismo. En com­
paración con el estado de cosas preexistente, esto implicó una
LA VENTAJA TEMPORAL 121

secularización: lo que Weber denominó «desmistificación» de las


creencias. Esto no tenía que ver con la ética protestante, como él
afirmaba, porque también ocurrió en círculos católicos -lo mis­
mo que, por supuesto, el capitalismo-, sino con el hecho de vol­
ver la vista a una sociedad «pagana» y retomar un aspecto decisivo
de las creencias, o incluso del descreimiento, que parece ser un
rasgo general de la vida humana', aunque subterráneo en muchas
ocasiones. Esta tendencia no era algo insólito en las culturas escri­
tas -de hecho, ni siquiera en las orales-, pero en Occidente
dejó de ser un mero enfoque alternativo y se hizo permanente -y,
en algunos aspectos, dominante-, en buena medida por su in­
corporación a las instituciones de enseñanza superior. Como he
señalado, las europeas no fueron las primeras universidades; había
muchas en la India, principalmente bajo influencia budista, aun­
que también jainista e hindú. Pero, quizá salvo en China, fueron
las primeras en institucionalizar el conocimiento secular, al menos
desde la antigüedad. No resulta fácil explicar por qué lo hicieron,
pues muchas de ellas formaban a sacerdotes y a administradores
de orientación eclesiástica. Así ocurría no sólo en París, sino tam­
bién en los comienzos de Oxford y Cambridge, por no mencionar
las universidades de los estados pontificios. Porque incluso las
universidades seculares estaban profundamente influidas por la
religión dominante, a lo que en parte obedecía la importancia de
las facultades de teología10• Y la discusión de muchos problemas
científicos se vio afectada por las creencias trascendentales de
otros. Ciertamente, en Europa, las grandes universidades cívicas,
fundadas por familias burguesas adineradas, estuvieron entre las
primeras en institucionalizar la cultura secular de forma perma­
nente. La mayoría de las universidades occidentales secularizaron
la mayor parte de su currículum, de forma que la enseñanza y la
investigación de las ciencias y las humanidades aumentaron y se
reforzaron: a medida que el componente religioso se volvía menos
importante, la cultura secular iba cobrando fuerza.
¿Por qué ocurrió en Occidente, en vez de en Oriente, esta ins­
titucionalización de lo secular? No por la ética del protestantismo.
122 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

La tendencia ya existía antes, más marcadamente desde el in­


cremento del comercio en la Baja Edad Media 11• Pues la educa­
ción era necesaria no sólo para los eclesiásticos y administrado­
res, sino también para los comerciantes, que tenían sus propias
ideas sobre cómo debía ser la educación de sus hijos y, con su
creciente prestigio, pudieron -si no programar- al menos in­
fluir en el currículum de los colegios y universidades. La descrip­
ción de cómo era la educación en Holanda a finales de la Edad
Media que presenta el historiador Nicholas pone de relieve el
papel que los comerciantes habían llegado a desempeñar en la
educación. A medida que la economía crecía, también lo hacía su
influencia, que exigía el conocimiento tanto de las letras como de
los números. La intervención de los comerciantes también fue un
importante rasgo de las Grammar Schools del periodo isabelino.
Tomemos, por ejemplo, mi propio colegio en St Albans, que al
parecer se fundó en 908 como anexo a la abadía. A pesar de la
carta isabelina que le garantizaba una parte de los impuestos sobre
el vino, permaneció en la Lady Chapel de la abadía hasta me­
diados del siglo XIX, cuando cierto fabricante de seda de la ciudad
(Woollams) adquirió el edificio de acceso de la vieja abadía. Más
tarde, en 1908, el colegio se trasladó a su primer edificio cons­
truido ex profeso cerca de allí. Pero los niños que iban a él eran
hijos de comerciantes (en los viejos tiempos seguramente se edu­
có allí el primer papa inglés, Nicholas Breakspeare), para lo que
se creó expresamente la Foundation isabelina. Los comercian­
tes no se oponían a que sus hijos recibieran educación religiosa,
pero querían mantenerla en su sitio. Habían preferido el enfoque
humanista.
Lo mismo ocurría con las universidades. Pronto descubrieron
que estaban sobreproduciendo personal eclesiástico y entre sus
alumnos cada vez había más administradores seculares como sir
Thomas More, que soslayó la vigilancia de su Iglesia, así como
poetas y dramaturgos cuando esas actividades volvieron a ser
aceptables, y un número creciente de maestros de las Grammar
schools, que no siempre eran eclesiásticos.
LA VENTAJA TEMPORAL 123

No es que el comercio fuera más importante en Occidente que


en Oriente antes del siglo XIX, aunque la influencia de la maqui­
naria de hierro y la energía de vapor dio un gran impulso a la pro­
ducción en el siglo XVIIL Pero ya mucho antes, como ha señalado
el historiador y geógrafo Wrigley, Europa estaba bien situada para
exportar hierro, lo que hizo con la Revolución Industrial, gracias
a sus yacimientos de hierro y carbón, y a su técnica y experiencia
en su explotación. Parece que en Occidente la producción de hie­
rro retrocedió desde la época romana, cuando se obtuvieron enor­
mes cantidades -entre otros, por el ejército-, si bien en la Edad
Media se utilizaron en muchos lugares hornos de reverbero para
procesar la mena de hierro. Su producción masiva en parte se vio
impulsada por la demanda, especialmente en las zonas agrícolas
occidentales de Flandes e Inglaterra, y se incrementó extraordina­
riamente con la introducción del horno de cuba. En primer lugar,
los fuelles y martillos de las forjas tradicionales fueron adaptados
para utilizarlos con energía hidráulica. Después, a finales de la
Edad Media, llegó el horno de reverbero, que producía un hierro
alto en carbono que era apto para fundirlo. Por último, el proble­
ma de la cantidad se resolvió utilizando hornos de cuba después
del siglo XV, un horno con una gran chimenea en el que la mena
y el carbono se mezclaban para producir carburo de hierro, cuyo
punto de fusión se alcanzaba antes, y el hierro fundido obtenido
se refinaba para hacer hierro dulce. No es seguro dónde se desa­
rrolló primero esta técnica, pero el sur de Flandes parece el lugar
más probable. El proceso «valón» llegó a Inglaterra a finales del
siglo XV 12 , a Newbridge, en Sussex, en 1496, coincidiendo con el
desarrollo de la energía hidráulica13. Es significativo que, según
Needham 14 , los chinos hubieran sido los «grandes maestros del
arte de la forja del hierro desde el siglo !», mientras que el horno
de cuba data del siglo III a;e.c. 15• Con la Revolución Industrial
todo este metal resultó de gran importancia para las exportaciones,
incluidas las de maquinaria.
En cualquier caso, la actividad comercial se hizo más indepen­
diente que antes y pudo ofrecer una educación secular desde una
124 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

edad temprana. Evidentemente el humanismo, los comerciantes y


la tecnología desempeñaron su parte en el proceso en virtud del
cual el currículum de los colegios dejó de limitarse a materias reli­
giosas. Esta tendencia ya no estaba sometida a la alternancia que
habían marcado otros renacimientos anteriores, sino que perma­
neció constante porque ese pensamiento se institucionalizó en
colegios y universidades. Generación tras generación, fue capaz de
seguir su curso hacia la modernización sin sufrir los retrocesos del
dominio de la Iglesia que se produjeron en otros lugares, excepto en
China, donde la tendencia en esta dirección fue, como ha señalado
Needham, más lenta pero más regular, sin el espectacular avance
de lo que tendenciosamente denomina ciencia «moderna», pero
haciendo progresos y adquiriendo técnicas de Occidente, lo mis­
mo que Occidente las había adquirido antes de Oriente. Ya he­
mos hablado de la alternancia interna entre lo religioso y lo secu­
lar. También estaba la alternancia externa del predominio social
que estamos experimentando hoy. La alternancia puede producir­
se a nivel social o regional, como hemos visto respecto a Oriente y
Occidente, con la preponderancia pasando a Occidente entre el
Renacimiento y el siglo XIX, después de que, al final del periodo
romano, el movimiento hubiera adoptado la otra dirección. Peto
el cambio puede ser parcial y afectar a ámbitos concretos -como
la agricultura o la producción de hierro-, y presentar muchas
medidas diferentes. Lo importante es abandonar la idea de la per­
petua supremacía de uno u otro y adoptar un enfoque más flexi­
ble que tenga en cuenta las realidades presentes y pasadas.
La historia no discurre como pretende buena parte de la teoría
de la evolución social. Ha habido oscilaciones entre una sociedad
y otra, en parte porque el proceso de dar alcance a la otra, cuando
tiene lugar, siempre es estimulante, de forma que los que estaban
rezagados en un momento determinado pueden tomar la delante­
ra en el siguiente. Ni Occidente ni Oriente fueron únicos en este
sentido. Eran sistemas que se intercomunicaban y que ostentaron la
ventaja en distintos momentos. La historia no ha avanzado y no
avanza en la línea recta que presuponen las versiones esencialistas.
CAPÍTULO 9

LA ALTERNANCIA EN EURASIA

Para resumir mi argumento, he tratado de proponer un contraste


entre la extendida idea occidental del predominio o superioridad
permanente, o incluso a largo plazo, de Europa en su trayectoria a
la modernización o el capitalismo. Esta idea está incorporada en
la noción de que el mundo moderno ha surgido de la evolución
de la antigüedad, el feudalismo y el capitalismo, una línea de de­
sarrollo que no estaba abierta en Oriente. He sostenido que ésta
es una visión rotalmente errada de Oriente, que, por el contrario,
entró en la cultura de la Edad del Bronce desde el Oriente Próxi­
mo por las mismas fechas -a partir del 3000 a.e.e.- que dan
comienzo a la «civilización» euroasiática. Ésta se desarrolló tanto
en el este como en el oeste y dio lugar a culturas escritas en
Oriente Próximo, la India, China, Grecia y Roma. Ninguna de
estas sociedades tuvo una ruta privilegiada a la «modernidad», y
mucho menos al «capitalismo». Se desarrollaron desde aquella
época en caminos aproximadamente paralelos, no divergentes en
un modo asiático y otro europeo, sino, como ha sugerido Wolf1,
126 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

en un «modo tributario», que pudo haber sido algo más autorita­


rio y centralizado en el este que en el oeste. Por lo demás, no tiene
mucho sentido hablar de una fase separada llamada «antigüedad»,
circunscrita a Occidente, ni del feudalismo, igualmente limitado.
Desde luego, las trayectorias posteriores divergieron, entonces y
ahora, pero no hasta el punto que suponen muchas aproximacio­
nes evolutivas e ideas preconcebidas populares, según las cuales la
modernización sólo fue posible en Occidente, y los demás sólo
llegaron a ella por difusión desde un centro más avanzado. Y no
estoy pensando solamente en las pautas fijas propuestas por Marx,
sino en un conjunto mucho más amplio representado en esa con­
cepción histórica de Occidente según la cual los otros eran estruc­
turalmente incapaces (¿por la «mentalidad»?) de dar el necesario
salto hacia adelante, de conquistar el mundo física, económica y
culturalmente.
Pero el mundo moderno no sólo fue producto de la difusión
-la exportación- del capitalismo. Japón no se limitó a aceptar
lo que llevaron estadounidenses y europeos. Al principio, parecía
(desde el punto de vista occidental) que estaba produciendo quin­
calla barata con una mano de obra mal pagada. Pero esta opinión
no se sostuvo a largo plazo, porque Japón también producía sóli­
dos acorazados para derrotar a los rusos y cámaras extraordinarias
que conquistaron el mundo -todo lo cual fue precedido no sólo
de un proceso de imitación, sino también de una larga tradición
de manufactura y conocimientos locales. Gran parte de la historia
social hizo una excepción con el avance hacia la modernidad de
los japoneses, que había sido posible porque tenían una mentali­
dad, una estructura social (parentesco «bilateral») y una historia
(feudalismo, al contrario que China) que les permitían tomar una
dirección distinta de la del resto de Oriente.
Por adecuada que esta tesis pudiera parecer para explicar el
gran avance realizado por Japón, pronto se vio que era incorrecta.
En primer lugar, los países del sudeste asiático (los Pequeños Ti­
gres, especialmente Corea y Malasia) hicieron su propia aporta­
ción a la modernización, desmintiendo así la teoría de la singula-
LA ALTERNANCIA EN EURASIA 127

ridad de Japón. Entonces, los gigantes del este empezaron a de­


mostrar su fuerza: China en la producción industrial e intelectual,
en tecnología espacial y en eventos internacionales; India, en las
universidades y en tecnología de la información. Teóricamente,
estos países habían quedado excluidos del proceso de moderniza­
ción, pues sólo Japón (debido al «feudalismo») se consideraba
apto para el desarrollo del capitalismo. Sin embargo, los demás se
han unido al movimiento hacia la «modernidad», invalidando los
argumentos que veían en Japón una rama oriental de Europa, así
como los numerosos análisis que llamaban la atención sobre las
diferencias de ese país respecto a China e India. Gran parte del
discurso «esencialista» ha resultado estar fuera de lugar. Los prin­
cipales países orientales son mucho más parecidos de lo que sos­
tenían esas teorías, y también mucho más similares a los europeos
en las líneas generales de su desarrollo.
Los acontecimientos recientes -el desarrollo de la industria
china, la recuperación de su anterior posición de gran potencia
exportadora, sus recientes misiones espaciales, su producción de un
coche eléctrico (con la consiguiente investigación comercial)­
deberían hacernos reconsiderar no sólo su lugar en la sociedad
contemporánea sino también en la historia mundial hasta este
momento. ¿Cómo ha podido Occidente malinterpretarla hasta ese
punto? Pero su versión era muy convincente y, en los siglos XIX
y XX, muy persuasiva. Sus nociones centrales eran que Europa
exclusivamente se remontaba a los logros de la antigüedad, de
Grecia y Roma, y que esto a su vez dio lugar a un feudalismo ex­
clusivo, que fue seguido de un Renacimiento también exclusivo
que presenció la recuperación de, al menos, parte de esa antigüe­
dad en una nueva formación social: la del «capitalismo». Pero, en
realidad, el capitalismo estaba mucho más extendido, como reco­
noció Braudel. Incluso autores marxistas han identificado «brotes
de capitalismo» en China, de forma que en Occidente no había
nada singular, excepto quizá el «capitalismo financiero», en la ex­
presión de Braudel; tampoco había nada absolutamente único en
la trayectoria de la antigüedad al feudalismo ni en el concepto del
128 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

Renacimiento, como he sugerido en otro lugar2 • Esros aconteci­


mientos surgieron de una hisroria común del desarrollo de la «ci­
vilización» desde la Edad del Bronce hasta el presente. Desde en­
tonces ha habido periodos en los que han estado más o menos
igualados, así como momentos en los que una sociedad se ponía
por delante de las demás, si bien esta situación era temporal, pues
se caracterizaba por la alternancia entre las principales sociedades,
que, ora una, ora otra, ostentaba la posición de líder.
Uno de los principales factores que, en mi opinión, contribu­
yeron a la preponderancia de Europa desde el Renacimiento es
que ya no tenemos la misma alternancia «interna» entre el predo­
minio de una visión trascendental del mundo y el de una visión
más secular que favorece una concepción científica del universo.
He sugerido en otro lugar que en el islam y en el hinduismo tam­
bién hubo una alternancia entre estas visiones. Sin embargo, en el
Renacimiento, una tradición de investigación secular se institu­
cionalizó en las universidades, especialmente en los centros urba­
nos del norte de Italia. A partir de entonces, la educación superior
estuvo cada vez más dominada por lo secular y dedicada a com­
prender el mundo fuera del marco de las religiones mundiales.
Con anterioridad, éstas se habían ocupado no sólo de la educa­
ción primaria a fin de formar a la generación más joven para la
lectura del Libro, sino también de la educación superior con obje­
to de preparar a los sacerdotes y administradores eclesiásticos. La
tecnología solía ser neutral en lo que se refiere a las convicciones
trascendentales, lo que no significa negar que en los molinos hi­
dráulicos etíopes había demonios y que en el islam no era posible
imprimir. Mientras que la tecnología en general era libre, apenas
cabe duda de que esa libertad alcanzó a las mentes gracias no sólo
al Renacimiento, sino también al proceso de secularización que le
precedió. Bajo esas influencias, la economía se abrió. Venecia co­
merció con los turcos infieles y se separó un tanto de la influencia
de Roma. Esro fomentó el comercio de metales, que era uno de
los principales elementos de la economía. Las técnicas mejoraron,
la maquinaria se desarrolló, el hierro se convirtió en un material
LA ALTERNANCIA EN EURASlA 129

común y se extrajo más carbón de las minas para fundirlo. La


productividad aumentó. Como muestra otro ejemplo reciente, la
introducción de herramientas de hierro baratas (hojas de azada,
machetes) de Europa provocó un gran incremento de la produc­
ción agrícola en África. Hasta que el hierro y el carbón no estu­
vieron disponibles a esta escala, la tecnología del hierro (que ya
existía en África) no tuvo un gran efecto sobre la agricultura local.
Entre las principales sociedades del continente euroasiático se
había dado la alternancia externa como consecuencia de las nu­
merosas rutas existentes para los comerciantes, la migración y la
guerra, que atravesaban las dos zonas. Es un aspecto de la comu­
nicación entre culturas que significa que una florecía y después lo
hacía la otra, pues la primera fertilizaba a la segunda. Esto está par­
ticularmente claro después de la Edad del Bronce, cuando los gran­
des avances en la «Cultura de las Ciudades» que se había creado
en Mesopotamia y Egipto hacia el 3000 a.e.e. se difundieron ha­
cia el este, a la India y China, y hacia el oeste, a Grecia y a Roma.
Los avances realizados en Mesopotamia en el campo de las mate­
máticas fueron retomados y llevados más allá en India, China y
Grecia. En todo esto hubo una cierta igualdad, pero en momen­
tos radicalmente distintos, por lo que en un determinado periodo
una cultura marcaba el camino y era seguida por las demás. Si
bien se asentaban sobre una base común, estas diferencias afec­
taban a los recursos -como los metales y los productos agrícolas,
por ejemplo, el té en China- y a los productos manufacturados
-como el papel y la pólvora, junto con otros tipos de informa­
ción-: todos ellos formaban parte de la economía del intercam­
bio e implicaban el uso del dinero. Este intercambio era un proce­
so dinámico en el que una parte era la deudora en un momento
determinado, pero después tomaba la iniciativa y no se quedaba
atrás de forma permanente. Así pues, había una suerte de alter­
nancia en la economía, así como en los sistemas de conocimiento,
que no eran necesariamente coincidentes, pero tendían a serlo,
puesto que tantas cosas dependían de la primera. Es precisamente
esta alternancia la que estarnos presenciando hoy, con China y la i'
,1
130 EL MILAGRO EUROASIAT!CO

India comenzando a dominar la economía industrial y la búsque­


da de nuevos materiales, y a ejercer su influencia en el proceso
educativo y la conquista del espacio. Ya no hay una sola potencia
dominante, sino que es necesario competir con las otras, con al­
ternativas.
Estoy empleando el concepto de «alternancia» en oposición al
tipo de supremacía que tantos comentaristas occidentales conside­
ran característica de Occidente. Si lo parafraseamos en términos
marxistas, el modo de producción asiático no podía conducir a la
modernización, que sólo podía tener lugar bajo el capitalismo, pre­
cedido del feudalismo. Esta línea argumental excluía a China de la
senda a la modernización, a no ser que la impulsaran los partidos
comunistas de Europa (como proponía Moscú) o postulemos una
fase de feudalismo (como han hecho algunos estudiosos, mientras
que otros, como hemos visto, incluso han descubierto «brotes de
capitalismo»): en todos los casos, intentos de abrir China a la posi­
bilidad de la modernización. Pero China no los necesitaba. Nunca
estuvo paralizada de la forma que la teoría evolutiva de orientación
occidental ha sugerido. La respuesta fue comprender que las prin­
cipales sociedades de la Edad del Bronce eran comparables, y si­
guieron siéndolo en épocas posteriores. En determinados momen­
tos una sociedad inevitablemente adelantaba a las demás en el
desarrollo de sistemas cada vez más complejos, especialmente por­
que la llegada de la escritura aceleró el ritmo del cambio cultural.
Pero dicha ventaja sólo era temporal, principalmente porque esas
culturas se hallaban en un proceso constante de comunicación, in­
tercambiando un producto por otro o por medios abstractos de
cambio. Así que, al final, no tenemos una supremacía permanente
sino una alternancia de culturas, no en todos los aspectos pero en
muchos, y especialmente en la ciencia y la tecnología.
Actualmente podemos ver cómo está teniendo lugar esa alter­
nancia en Japón, en China, en la India, en el sudeste asiático. No
se trata simplemente del robo de técnicas del capitalismo occiden­
tal. En primer lugar, Occidente había adoptado anteriormente
una serie de técnicas de Oriente y, hasta el final del siglo XVIII,
LA ALTERNANCIA EN EURASIA 131

China, no Occidente, había sido la principal potencia exportado­


ra. De manera que su posición actual no representa una nueva si­
tuación derivada del hecho de haber adoptado el «capitalismo»
occidental, sino que está retomando una posición que, con res­
pecto a la manufactura (de porcelana, seda, bronce, laca y papel),
había ostentado mucho antes. En la sociedad euroasiática ha ha­
bido una alternancia en la que las exportaciones han estimulado
la producción competitiva (como en Meissen, Delft, las Potteries
y otros lugares). Las raíces de la Revolución Industrial se hallan en
el desarrollo de técnicas originadas en el continente euroasiático y
transmitidas por el contacto continuado, de forma que el naci­
miento del «capitalismo» se produjo en el este y en el oeste y no
fue sino parte de una alternancia. En un sentido amplio, como
sugiere Braudel, el capitalismo no fue la invención de un país o
de una zona, aunque tuvieron lugar importantes cambios con el
desarrollo de lo que denomina «capitalismo financiero». Fue un
aspecto de las economías mercantiles que surgieron en la Edad del
Bronce, e incluso antes. Una vez se reconoce esto, toda la cuestión
del milagro europeo (o incluso inglés) cobra un carácter distinto,
como un aspecto de economías en constante interacción. Desapa­
rece la presunta ventaja de la antigüedad, el feudalismo y el capi­
talismo, que supuestamente caracterizó a Occidente. Y Oriente ya
no es un gigante dormido (excepto en momentos concretos), sino
un socio que participa y está reclamando su antigua posición. La
otra interpretación, la de la ventaja de Europa a largo plazo, se re­
vela como lo que era y es: la visión de los europeos en el momen­
to de su máxima preeminencia en lo que ha sido un proceso inte­
ractivo en el que Oriente y Occidente siguieron trayectorias
aproximadamente paralelas, sin necesidad de apelar al repentino
«nacimiento» de un capitalismo que sólo privilegió a Occidente.
Por supuesto, Occidente se vio privilegiado por la profunda trans­
formación de los siglos XVIII y XIX, pero aquello fue un pico tem­
poral, no una plataforma permanente.
En las artes hay una paridad aproximada, lo mismo que en las
ciencias. Desde luego, cada cultura glorifica las suyas, lo mismo que
132 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

nosotros hacemos con el Renacimiento italiano. Pero China tam­


bién posee una prolongada tradición artística que es igualmente
apreciada por sus miembros. Tanto en Oriente como en Occiden­
te el talento se manifestó en la pintura, en el teatro y en la música.
Lo mismo ocurrió en otros ámbitos. Uno de los rasgos del pe­
riodo de alternancia interna que conocemos como el Renacimien­
to italiano es que no fue completamente interno, pues sufrió la
influencia de potencias exteriores, en especial del creciente comer­
cio con el este. Otra de sus ventajas fue que liberó a algunos hom­
bres de las restricciones que una religión hegemónica imponía al
descubrimiento del mundo y dejó libre a Galileo para desarrollar
sus especulaciones y experimentar con la naturaleza. En el ámbito
de la tecnología la invención no había estado completamente au­
sente con anterioridad, como muestran los ejemplos de la maqui­
naria agrícola accionada por energía hidráulica descrita en Agríco­
la o las minas de Europa central en las que se extraían materiales
preciosos, en parte para la exportación. Esta tradición existía tan­
to en Oriente como en Occidente, y la tecnología fue mejorando
gradualmente sus métodos. El gran incremento de la producción
llegó no tanto con los metales preciosos sino con el carbón y el
hierro, que constituyeron la base de la Revolución Industrial. No
obstante, esta Revolución se sustentó en una serie de invenciones
deliberadas, obra de hombres que, como Galileo, habían podido
soslayar la interferencia eclesiástica directa y cosecharon los bene­
ficios del paso de los modos de pensamiento trascendentales a los
seculares. La tecnología siempre tuvo su propio impulso, pues, a
diferencia de la astronomía, rara vez ponía en entredicho creen­
cias sobre el mundo. Pero a veces lo hacía, como en el caso de la
imprenta en el islam y del uso de molinos de agua en Etiopía, o
con las restricciones a la representación figurativa de las religiones
abrámicas. Pero normalmente la tecnología podía avanzar allí
donde los hombres de ciencia no se atrevían a aventurarse, hasta
que el Renacimiento les dio una nueva existencia con menos cor­
tapisas. La distinción entre las dos actividades a veces es frágil,
pero para los actores era significativa.
LA ALTERNANCIA EN EURASIA 133

Mi tesis sobre la alternancia en Eurasia se basa, primero, en los


orígenes comunes de Oriente y Occidente en la Edad del Bronce
de Oriente Próximo. Está claro que Oriente estaba más desarro­
llado que Europa hasta que los pueblos de la Edad del Bronce sa­
lieron de Oriente Próximo a raíz de las invasiones griegas. Pero, a
partir de entonces, hubo un intercambio constante, como ha
mostrado Braudel para el Mediterráneo oriental. Con el tiempo,
las sociedades de las dos zonas adquirieron unos niveles de vida
aproximadamente iguales e intercambiaron objetos de toda clase,
así como información. El resultado fue que las culturas escritas
tendían a parecerse unas a otras, por ejemplo, en la comida y en el
uso de las flores, al contrario que las sociedades neolíticas de Áfri­
ca y otros lugares. Por supuesto, aunque a grandes rasgos las cul­
turas fueran comparables, había numerosas diferencias. Pero tam­
bién hubo periodos, respecto a la ciencia y la tecnología (menos
en el caso del arte y la «cultura»), en los que Oriente tomó la ini­
ciativa, y otros en los que la tomó Occidente, fuera con la inven­
ción de un nuevo método de registrar números o con otra forma
de fundir hierro. Estos avances oscilaron en las dos direcciones, en
parte dependiendo de los movimientos comerciales. La cuestión
decisiva es que, a largo plazo, las civilizaciones influidas por la
Edad del Bronce eran prácticamente equiparables; había ventajas
temporales, que daban lugar a la alternancia, pero no una supe­
rioridad permanente de una sobre las demás, como asumen buena
parte de la historia y las ciencias sociales, cuyo prisma es esencial­
mente el del siglo XJX, cuando Occidente adquirió la ventaja en la
economía, en los asuntos militares y en la sociedad del conoci­
miento más en general.

1, ·1

1
APÉNDICE l

LOS ARGUMENTOS DE LOS EUROPEÍSTAS

En el capítulo 1 he intentado matizar algunos aspectos «esencia­


listas» de la tesis del milagro. Los autores de los trabajos que más
tarde se publicaron en Baechler, Hall y Mann I se oponían rotun­
damente a este enfoque de «alternancias». Muchos de ellos apo­
yan la tesis, expuesta por Laslett2 , de que hubo «una diferencia
considerable entre Europa y el resto del mundo en aspectos relati­
vos a la industria, al comercio y quizá al engrandecimiento políti­
co» (que atribuía «hasta cierto punto» a un sistema familiar com­
pletamente «individual»). Laslett era uno de los partidarios más
firmes de la idea del milagro europeo, aunque en su caso era más
bien un milagro europeo noroccidental. Consideraba que la
transformación estaba relacionada con la familia individual', ex­
cluyendo, de acuerdo con la «línea Hajnal» relativa a las variables
demográficas, a Italia y a España, donde, en su opinión, no se ha­
bía producido una industrialización temprana4• No obstante, esto
significa excluir las exploraciones emprendidas por España y el
oro del que se apoderó, así como la importancia de Génova en las
136 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

primeras operaciones financieras, de las que Burke da cuenta con


aprobación (en términos del Renacimiento). Y significa excluir
toda la producción mecanizada de seda en Lucca, Bolonia y Lyon,
que contribuyó a impulsar la actividad industrial inglesa en el si­
glo XVIII. Y es que Laslett estaba interesado en el milagro de los
ingleses, que él ligaba a un patrón doméstico «individualista» más
que a una concepción europea (y mucho menos euroasiática) del
fenómeno: el Renacimiento italiano no fue seguido inicialmente
por unos cambios demográficos comparables a los que se produje­
ron en Europa occidental.
Según Laslett5 , en Europa «la procreación estaba reservada a
los que tenían el éxito suficiente en las condiciones económicas
imperantes como para crear sus propios hogares». En Asia y en
África, «donde el matrimonio era temprano y universal», la pro­
creación no estaba tan restringida. En general, el matrimonio tar­
dío era «amistoso», no estaba pactado por los padres, la dote era
relativamente poco importante y los hijos que sobrevivían se esta­
blecían y acumulaban por sí mismos. Tal independencia dio lugar
a la movilidad de la mano de obra, lo que facilitó la «concentra­
ción de la población industrial». Muchas personas incluso emigra­
ron a Norteamérica. Este sistema, sostiene, tenía «un carácter ca­
pitalista competitivo e industrialista», que era «singularmente
europeo»6 y «único». No obstante, tenía un aspecto colectivo, no
sólo para los familiares dependientes, sino también en la Ley de
Pobres (inglesa). Estos rasgos eran particularmente característicos
de la Europa noroccidental, una zona de «máxima innovación
productiva» en la que se produjo la «primera industrialización».
No así en Italia y España, que no mostraban el «patrón occidental
de nupcialidad» establecido por Hajnal (matrimonio tardío y ayu­
da a las unidades familiares cercanas), aunque sí se observaba en
Japón.
Otros autores adaptaron el mismo enfoque general que Laslett,
pero el suyo era profundamente etnocéntrico. El modelo de Haj­
nal es aplicable al norte de Europa, no al sur; sin embargo, allí fue
donde comenzaron la mecanización y la industrialización europeas,
APÉNDICE l 131

con la producción de seda y papel de Italia y España, por no ha­


blar del propio Renacimiento. Esta hipótesis sólo es aplicable a
media Europa y, además, en un periodo tardío, el siglo XVIII. Por
otra parte, los supuestos sobre el carácter capitalista único de Eu­
ropa no están demostrados, incluso si se acepta la estrecha defini­
ción de «capitalismo» del siglo XIX. Y todo el argumento depende
de eso. Sin duda, la ayuda para mantener el ciclo vital no era pri­
vativa de Occidente, como tampoco carecía de importancia la
dote, ni siquiera para los que no tenían perspectivas, pues para
eso estaban la caridad o la iglesia. En cualquier caso, el matrimo­
nio tardío sí permitía un margen mayor de libertad en la elección
del cónyuge. Pero las consideraciones de clase y propiedad eran de
la máxima importancia, como sabe cualquier lector de Jane Aus­
ten. Y aunque el matrimonio fuera tardío, también era «fértil», es­
pecialmente porque no había un tabú del sexo después del parto.
Laslett consideraba esta pauta europea noroccidental, en con­
traste con la de Asia y África (y la del sur del continente favoreci­
do), capaz de rectificar el desequilibrio entre población y recursos
y más estable en casos de hambruna. Los desastres naturales,
como la peste bubónica, no tenían los mismos efectos devastado­
res que cuando se daban situaciones menos favorables y se podía
incrementar la fertilidad.
Las pruebas sobre los efectos comparativos de la peste bubóni­
ca en Europa (Inglaterra) y Oriente Próximo (y otros lugares) son
muy endebles. ¿Acaso fueron tan distintas las consecuencias de la
epidemia de la gripe en Europa y en Asia, a la que él caracterizaba
como «administrativamente ineficiente en contraste con la pri­
mera»? Es necesario señalar de nuevo que esta afirmación no está
constatada, especialmente si se considera el temprano desarrollo
de una compleja burocracia en China, muy anterior a la de Euro­
pa occidental. Sin embargo, se afirma que China estaba sometida
a «agudas crisis de población» que Europa nunca experimentó7 •
Tampoco existía allí un sistema familiar similar al europeo que
enseñaba a sus miembros «la necesidad de ahorrar»; una pareja de
recién casados chinos no establecía un hogar conyugal indepen-
]38 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

diente de forma inmediata, por lo que no había la misma «disci­


plina» que Weber consideraba necesaria para el desarrollo del ca­
pitalismo. Todo esto tenía su origen en el matrimonio tardío (que
era «amistoso» y decidido por los cónyuges). Dejando de lado la
cuestión de la edad al matrimonio, la idea de que los recién casa­
dos en China no ahorraban para ellos mismos es contraria a los
hechos, pues aunque no poseyeran un hogar separado de forma
inmediata, eso no significa que no aspirasen a tenerlo en el futuro
(como mostré hace tiempo que hacían los LoDagaa del norte de
Ghana) 8•
Se supone que la diferencia de Europa se pone de manifiesto
incluso en las rebeliones: las de Europa occidental y central «con­
trastan en gran medida con las de Rusia» 9• Como era de esperar,
las de Japón son seculares 10 , como en el caso del capitalismo en
general 1 ' o del feudalismo 12• Pero en China e India se consideran
diferentes tanto de Japón como de Europa13. Pues sólo en Europa
se encuentran las verdaderas comunidades que constituyen la base
de este tipo de insurrección 14 , en las que la gente «se agrupa en
torno a una iglesia católica o protestante» y que constituyen «una
unidad moral, afectiva y política». Éstas crearon órganos de deci­
sión autónomos, a diferencia de los agregados que se formaban en
otros lugares, y se supone que expresaban valores europeos
básicos 15 . Dichos valores estaban relacionados con el cristianismo,
según el cual cada ser humano tiene un «valor primordial», tal y
como se manifiesta en los derechos del hombre. De nuevo, se es­
tablece un contraste con Rusia, China y la India. En esta caracte­
rización, parece que Pillorget no ha tenido en cuenta la influencia
del budismo en Asia, y mucho menos las consideraciones genera­
les para la sociedad que implicarían necesariamente tales valores.
Pillorget relaciona este contraste con la ausencia de monoteísmo
(cuando, en realidad, mantuvo a Occidente encadenado durante
largo tiempo). No obstante, sólo Europa se caracteriza por un
sentido de la justicia y la libertad (que, al parecer, tendrían su ori­
gen en la «propiedad»), en oposición a los turcos y los rusos. No­
sotros tuvimos el absolutismo, mientras que ellos tuvieron tiranía
APÉNDICE 1 139

y «China ignoraba la noción de ley» 16 • Esto no es una caracteriza­


ción sino una caricatura.
El tema de la naturaleza del Estado continúa en el análisis de
Japón que hace Mute!, que correctamente se remonta más allá del
periodo Tokugawa. No obstante, al llamar la atención sobre Ja­
pón, también describe a China como «atrasadmP, afirmando que,
«como Corea», no se modernizó 18 . Incluso habla de «fracaso» en
el caso de China, una visión difícilmente sostenible en el si­
glo XXI.
Al remontarse a leyes más antiguas en Japón, se pone de mani­
fiesto que la «modernización» está arraigada en lo premoderno,
que tenemos un proceso de evolución social desde la cultura de la
Edad del Bronce. Pero también hemos tenido periodos de «blo­
queo» y, en el caso europeo, hay que considerar la «moderniza­
ción» en el Renacimiento y después como la superación de un de­
terminado bloqueo relacionado con la religión dominante y la
caída de Roma. Werner adopta una visión opuesta, muy europeís­
ta, que ve gérmenes del «milagro» en un mundo cristiano que se
remonta a los profetas hebreos, la polis griega, el imperialismo ro­
mano y la Edad Media: la genealogía completa de la cultura euro­
pea. Sin embargo, considerar esto como un desarrollo continuo,
ininterrumpido, no parece ajustarse a los hechos. La fe en el cato­
licismo y en la continuidad incluso le lleva a negar el intento de
Le Goff de fijar el origen de la doctrina de la redención en el si­
glo XII, retrotrayéndola a san Agustín 19, que contribuyó a separar
la cristiandad europea de la tradición clásica. Werner habla de la
acumulación de capital por la Iglesia, de cuyas riquezas también
podían beneficiarse los poderosos y los empresarios. Pero, en ge­
neral, la Iglesia sacó propiedades de la circulación, por lo que hu­
bieron de imponerse restricciones legales contra las manos muer­
tas eclesiásticas. Y, en cierto sentido, el «capitalismo» no surgió
hasta que esas tierras fueron confiscadas por Enrique VIII en In­
glaterra o en Francia bajo la Revolución Francesa. No hay duda
de que el «capitalismo de la oración» chocaba con el capitalismo de
los empresarios.
] 40 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

El cristianismo también es un factor relevante en el análisis de


Macfarlane20 y en el de Pillorget21. Alan Macfarlane adopta el
mismo enfoque anglófilo que Laslett y pregunta: «¿Por qué sólo
ellos [los ingleses] en Europa occidental impulsaron el desarrollo
del capitalismo?». El «desarrollo», dice, no el origen. Para él, éste
estaría relacionado con el «sustrato de feudalismo» del sistema ale­
mán y específicamente con su «forma de propiedad»: la «propie­
dad internalizada basada en el hogar»22 • La aparición del capitalis­
mo en Inglaterra «requería no sólo un complejo geográfico,
religioso y tecnológico determinado, sino, sobre todo, un sistema
político-económico determinado»23, es decir, el feudalismo, cuya
definición, como a los demás, le resulta difícil, pero recurre a
Maidand y a la relación señor-vasallo y reconoce que, en muchos
sentidos, las características del feudalismo son adversas al capita­
lismo; en particular, la restricción de la libertad económica y la
falta de un control central. Pero la versión inglesa de feudalismo
difería de la continental -y, en particular, de la francesa- en
que exhibía elementos de «patrimonialismo» y «centralización»
comparables al «absolutismo» del historiador Perry Anderson.
En este capítulo, el editor, Mann, también pone de relieve la
diferencia en el periodo «feudal», donde ve que en Europa había
«un reducido número de campesinos» «que explotaban intensiva­
mente su entorno»24• La agricultura medieval «fomentaba el dina­
mismo» y creó un entorno intelectual «favorable a lo que se en­
tendía por ciencias naturales». Esto, combinado con el «impulso
cristiano» (de nuevo), condujo a «la creación de una sociedad
normativa mínima» transfronteriza. Pero también cabría sostener
que todas las sociedades agrícolas giraban en torno a algún tipo de
comunidad: en el este y sudeste asiático, la aldea se basaba en el
cultivo de arroz, mucho más intensivo, con hasta tres cosechas
anuales, que, según Bray y Needham, es más dinámico que el cul­
tivo del trigo (aunque éste existía en el norte del país) 25. El impul­
so cristiano a la aparición de una sociedad mínimamente norma­
tiva no era mayor que en el islam, que se extendía desde España
hasta China. La sociedad china fomentaba una ciencia natural
APÉNDICE 1 141

desde mucho antes de la Europa postclásica. Mientras que el cris­


tianismo temprano, con su monoteísmo abrámico, pudo muy
bien aportar un sentido de identidad (¿y qué régimen no lo ha­
cía?), sí contribuyó en gran medida a inhibir la investigación inte­
lectual que es imprescindible para «la ciencia natural», en algunos
lugares hasta el momento presente, por ejemplo, con el creacio­
nismo; ése fue el papel del monoteísmo hegemónico. Pues, ini­
cialmente, el cristianismo no fue «el transmisor. .. del legado clá­
sico» 26 . Sólo más tarde, con el énfasis pagano del Renacimiento,
cobró ese carácter. Hasta entonces, había negado buena parte de
su «linaje», tanto intelectualmente como en la representación fi­
gurativa en la pintura y en el drama. Parece que, en cuanto a estos
aspectos, en Europa hubo poco que fuera especial; entonces,
¿cómo es que era más «dinámica» que las otras culturas euroasiáti­
cas?
El sinólogo Elvin también examina el caso chino, pero desde
un punto de vista muy diferente. Basa su explicación en una dis­
tinción radical «entre las técnicas agrícolas "premodernas" y "mo­
dernas" (siendo el principal criterio los insumos científicos e in­
dustriales)»27. Sostiene que si bien hacia 1800 no había tanta
distancia entre China y Europa en muchos aspectos, la maquina­
ria china «permanecía al nivel de las adaptaciones intuitivas de los
artesanos»28 y no mostraba las características de la maquinaria eu­
ropea. Este contraste no existía en la época medieval, sino que se
desarrolló más tarde. El aspecto importante del argumento de El­
vin, aparte de la cuestionable hipótesis del bloqueo debido a la
«trampa del equilibrio en las altas esferas», es la naturaleza de la
alternancia entre China y Occidente. Al mismo tiempo, sus razo­
nes para el ulterior avance europeo resultan demasiado «espiritua­
les» y generales. El abundante uso europeo de energía y materiales
tenía que ver con la existencia de recursos, y no cabe duda de que
la disponibilidad de carbón y hierro resultó decisiva. Pero Elvin
también habla de «la aptitud para la precisión» (2) y de «un hom­
bre con una imaginación mecánica capaz de visualizarla con pre­
cisión» (3). Por último, afirma que los europeos desarrollaron una
] 42 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

visión de rayos X respecto a las máquinas (4). Este intento de


enumerar sus diferencias está relacionado con variables psicológi­
cas y de disposición que resultan muy difíciles de medir o evaluar;
Pero, al menos, sitúa la diferencia en una alternancia reciente, re­
conociendo que China había llevado la delantera en el desarrollo
de la mecanización y la división del trabajo, así como en la expor­
tación de numerosas mercancías. Describir esto como premoder­
no en contraste con la modernización de Occidente parece de
todo punto arbitrario.
El facror general propuesto por los tres edirores está relaciona­
do con la naturaleza del sistema estatal: «estados orgánicos», en la
expresión de Hall, feudalismo y tributos en la aportación de
Wickham. El tributo feudal, no la fiscalidad centralizada, es deci­
sivo para el modo de producción (él prefiere la articulación de los
modos de producción a las explicaciones basadas en el Estado).
En el islam, los mamelucos posiblemente representaban un «blo­
queo», como sostiene Garcin, aunque él prefiere hablar de la falta
de recursos, en especial de madera y metales. Cook se refiere al
enfoque anterior sobre un bloqueo mameluco como el modelo
Dynorod29 .
Para Mann, estos rasgos de la economía medieval se «explican»
por el «gradual desarrollo de la agricultura campesina de la Edad
del Hierro en zonas que privilegiaron suelos arcillosos y la navega­
ción en mar abierto». Estas ventajas me parecen cuestionables, ha­
bida cuenta de los avances de la agricultura intensiva en Oriente,
donde tienen su origen tantas de nuestras frutas y flores. En cuan­
to a la navegación en mar abierto, no desempeñó un papel impor­
tante en Europa hasta el Renacimiento, mientras que, en Oriente,
destaca la actividad marítima de China, la India y el islam para el
intercambio de mercancías e información en fechas mucho más
tempranas como nos indica esa guía de comerciantes que es el Pe­
riplus. Ello formaba parte de su expansión hacia el este, que
Mann considera, en términos venecianos y bizantinos, una «lucha
improductiva» 30• «Improductiva» no es un calificativo muy ade­
cuado para una serie de intercambios que nos dieron el papel, la
APÉNDICE 1 J 43

brújula y la pólvora, por no mencionar la seda y el algodón, cier­


tas formas de producción mecanizada y fabril y, en mi opinión, la
base de una actividad capitalista y científica nada desdeñable. Los
historiadores Braudel y Needham estarían de acuerdo con esto,
mientras que reservarían para Occidente el advenimiento del «ca­
pitalismo financiero (o industrial),, y de la «ciencia moderna,, 31,
una idea tranquilizadoramente europea que no se ve corroborada
por la situación actual. Nadie pretende negar la reciente ventaja
de Europa (o América), sino únicamente poner en tela de juicio
las razones que con demasiada frecuencia se aducen para explicar
una imaginaria superioridad a largo plazo o incluso una singulari­
dad que a menudo es esencialista. Por el contrario, estas ventajas
tienen un origen mucho más reciente y específico, y son de una
naturaleza mucho menos duradera, como demuestran aconteci­
mientos recientes -por ejemplo, los Juegos Olímpicos de 2008 y
los viajes espaciales chinos, por no mencionar sus ingentes expor­
taciones. Mann atribuye la singularidad europea al «conjunto di­
fuso y universalista de relaciones de poder y propiedad privada
que conocemos como capitalismo,, 32• Es cierto que, para nosotros,
la economía moderna está marcada por el concepto y la relevancia
de la propiedad privada. Esto es lo que han supuesto muchos es­
tudiosos, incluidos Marx y Anderson33. Forma parte de la visión
general de la sociedad como una evolución desde formas comu­
nales hacia las de propiedad privada. Estas últimas han llegado a
predominar en algunos aspectos muy extendidos (aunque no en
otros), pero resulta extravagante afirmar que no existían antes: por
supuesto que sí. Considerar que nuestras formas sociales son ne­
cesariamente más «individualistas,, es un error en varios sentidos.
McNeill escribe que «la verdadera singularidad de nuestra civili­
zación occidental radica... en una incapacidad inquieta,, 34, pero
esto podría abocar a la anarquía, y no lo hizo.
Otro editor, Hall, adopta un punto de vista parecido pero in­
troduce un elemento comparativo al considerar los datos, inclu­
yendo de nuevo la importancia del cristianismo pero no negando
la del comercio y la de un sistema político fragmentado no buro-
] 44 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

crático. Sostiene que lo importante era que en Europa no existía


un imperio único (como en el caso de China), sino más bien una
multiplicidad de estados que facilitaban la autonomía del merca­
do35 . Lo que era diferente de la India y el islam, donde había frag­
mentación, es que en el norte de Europa existía el «Estado orgáni­
co)) que ponía coro a la arbitrariedad. «La cristiandad mantenía
unida a Europa)), y no había «un gobierno predatorio o burocrátia
co)) que fuera hostil al desarrollo económico. Las relaciones de
mercado, sostiene, exigen autonomía y redes extensivas36• En Chi­
na existían las segundas, pero faltaba la autonomía. En el islam y
en la India el Estado era débil y efímero. El progreso económico
se producía cuando estados duraderos se veían obligados a inte­
ractuar por la competencia militar. Pero la competencia militar
también significa grandes gastos en armamento, que China se
ahorraba gracias a su Estado centralizado. Este argumento da la
impresión de ser aplicable sólo a algún caso concreto.
Mi desacuerdo básico se refiere a la aparición de una condición
del mundo llamada «capitalismo». Es decir, en mi opinión, las ba­
ses de nuestro sistema actual se remontan mucho más atrás de lo
que se suele suponer. Está claro que cuando en Europa «prendió»
la producción industrial que utilizaba energía derivada del vapor
y del agua, así como la tecnología del hierro, se produjeron cam­
bios importantes. Esto condujo a la Revolución Industrial, que
dio a Europa una ventaja distintiva aunque temporal, como ahora
vemos claramente, porque en muchos aspectos el desarrollo tuvo
su origen en Asia, donde está siendo retomado. Pero pensar que
en el siglo XVI -o incluso antes, según algunos autores- surgió
en Europa un modo de producción enteramente nuevo me parece
que es malinterpretar la historia del mundo.
En general, se está de acuerdo en que en China y en la India
hubo un sistema de producción protoindustrial en los siglos XVII
y XVIII, esto es, un sistema en su fase temprana37 . Algunos histo­
riadores económicos explican que se frustrase el desarrollo de una
economía industrial en términos exógenos, y otros, en términos
endógenos. Los primeros lo atribuyen a la competencia con Euro-
APÉNDICE 1 145

pa. Los segundos dan más importancia a la inseguridad del mer­


cado de capitales, la falta de movilidad de la mano de obra, que
estaba ligada a la tierra o la familia, y la concentración de gran
parte del excedente monetario en manos de una monarquía cen­
tralizada semiteocrática 38 .
En Europa se produjeron claramente cambios que la permitie­
ron:

l. Dominar el mundo físico desde finales del siglo XV (con


barcos y armas, y más tarde con aviones y bombas atómi­
cas).
2. Dominar el mundo del conocimiento desde el siglo XVI
(con la imprenta) y, más tarde, el mundo de los medios de
comunicación mediante el cine y la economía política de
la distribución mundial.
3. Dominar el mundo de la manufactura desde finales del si­
glo XVIII (con la producción industrial).

Estos logros siguieron a la preponderancia de China e India en el


Pacífico y a la contribución de otras culturas euroasiáticas al desa­
rrollo del conocimiento39, así como a las grandes exportaciones de
China y la India. Además, la ventaja de Europa fue relativamente
efímera. Ya en el siglo XIX Estados Unidos se hizo con su parte de la
manufactura y, más tarde, de las demás actividades relacionadas.
No obstante, seguían en manos de europeos fuera de Europa.
Otros cambios posteriores extendieron el avance por el resto
del mundo.

l. Con el final de la mayor parte del gobierno colonial de


África en 1960, en Asia tras la Segunda Guerra Mundial y
en el continente americano incluso antes, la dominación
política se hundió, aunque la idea de mantener la domina­
ción económica está incorporada en el nuevo orden mun­
dial creado por la vicroria en la Segunda Guerra Mundial,
así como en la noción de neocolonialismo.
146 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

2. El dominio de la manufactura ha acabado con la indus­


trialización de Japón, de la banda de los cuatro de Extre­
mo Oriente, de Brasil y otros países en Sudamérica, de Su­
dáfrica y de Israel, con el desarrollo en China y la India,
que se ha producido en años recientes (y, en los dos últi­
mos casos, habría que añadir «de nuevo»).
3. El dominio occidental del mundo del conocimiento y de
la cultura se mantiene en algunos aspectos, pero se ha de­
bilitado de forma significativa. La globalización ya no sig­
nifica exclusivamente occidentalización.

Desde luego, en estos contextos se produjeron logros concre­


tos, pero se han descrito en términos globales. Marx creía que el
paso del feudalismo al capitalismo tenía su origen en unas relacio­
nes determinadas de la lucha de clases; otros han hablado del auge
de la burguesía y la decadencia de la nobleza. Los historiadores lo
definen como el comienzo de la «era moderna»; para los politólo­
gos, representó la sustitución del tradicionalismo por la moderni­
zación. Todos -casi todos- lo ven como una ruptura radical
con el pasado, aunque muchos historiadores sitúan el origen de
determinados rasgos en el contexto cultural que predispuso a Eu­
ropa occidental a dar aquel paso. En otras palabras, el desarrollo
estaba inscrito en los genes culturales. Este enfoque está especial­
mente extendido entre los historiadores ingleses que, aunque ha­
blan del milagro europeo, suelen considerarlo inglés; de ahí que
los factores que les parecen decisivos se encuentren en el pasado
inglés.
Por mi parte, sugiero que hubo muy poco que predispusiera a
Inglaterra o Europa a realizar grandes avances en cualquiera de
esos campos (aunque, desde luego, hubo algún elemento favora­
ble, como hemos visto en el capítulo 8). El milagro fue de toda
Eurasia y tenía su origen en las innovaciones de la Edad del Bron­
ce. De hecho, aunque los resultados últimos fueron excepcionales,
los avances iniciales fueron modestos. Tomemos el dominio del
mundo. A veces se atribuye a cambios de comportamiento que si-
APÉNDICE l ] 47

guieron a la Reforma, ignorando así las grandes exploraciones lle­


vadas a cabo por estados católicos. Pero mucho antes incluso de
aquellos viajes, surcaban constantemente el océano Índico comer­
ciantes árabes, indios y chinos, cuyas actividades eran tan intré­
pidas y audaces como las de los «exploradores" occidentales. Es
cierto que carecían de los pequeños y manejables navíos, los ins­
trumentos (incluido cierto tipo de «reloj" mecánico) y las armas
de fuego que poseían los europeos, pero, en cada caso, los avances
no fueron tan grandes en comparación con lo que les había prece­
dido: por ejemplo, el mecanismo del reloj. En China se habían
inventado la pólvora sin el mosquetón, la impresión sin imprenta
y los grandes barcos sin velas ajustables.
Mientras que los estudiosos europeos han rastreado por do­
quier en busca de factores que predispusieran y contribuyeran ac­
tivamente a los desarrollos posteriores, de los campos de la reli­
gión, la política, el parentesco y la ideología se desprende poco
que sugiera que Europa tenía el monopolio del futuro destino del
mundo. Por el contrario, sus avances en la Baja Edad Media sólo
estaban alcanzando a los que ya se habían producido antes en el
Mediterráneo y en Oriente por aquellas fechas, a partir de los
cuales tomó la delantera. Quizá radique ahí un principio de expli­
cación. Se ha sostenido que la invención y el desarrollo del alfabe­
to sólo eran posibles fuera de las grandes civilizaciones de Meso­
potamia y Egipto, cuyas culturas dependían en tan gran medida
de los primeros sistemas logográficos de escritura. Asimismo, se ha
sugerido que la capacidad humana para avanzar radica en que so­
mos un antropoide menos especializado. Los hechos que susten­
tan esas visiones de la evolución social y genética son discutibles,
pero podría ser que la relativa simplicidad, e incluso «atraso", de
Europa occidental fuera el factor individual más importante de los
que le permitieron tomar la iniciativa temporal en los desarrollos
descritos como el «milagro europeo,,_ Tenía que ponerse a la altu­
ra de sus socios comerciales y, al hacerlo, los superó. La alternan­
cia fue la norma en Eurasia.
APÉNDICE 2

EL AGUA EN ORIENTE Y EN OCCIDENTE

Hemos hablado del significado del agua en la agricultura regada


por la lluvia de Europa en contraposición a la agricultura irriga­
da de Asia, asociándose la primera a la «democracia», y la segunda,
al «despotismo». En cuanto a estas caracterizaciones, en Asia existía
la democracia (la consulta del pueblo) y la irrigación con frecuen­
cia exigía una organización centralizada, pero no siempre. Tam­
poco control central equivale necesariamente a despotismo. Pero,
aparte de los aspectos políticos o agrícolas, también está la cues­
tión del agua como energía (igual que el viento o la tracción ani­
mal) en sustitución del trabajo humano. Las consecuencias de la
abundancia de energía hidráulica en Europa, con sus ríos de cur­
sos rápidos, son evidentes si se miran los numerosos pueblos en
los que esta energía se utilizó para impulsar la industria textil y
otras máquinas a finales de los siglos XVIII y XIX. La India, donde
el algodón se cultivaba, procesaba y exportaba en grandes cantida­
des, nunca hizo un uso extensivo de la energía hidráulica para su
producción. Sin embargo, cuando en Inglaterra empezó a proce-
150 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

sarse el algodón con la Revolución Industrial en el siglo XVIII, la


mecanización impulsada por la energía hidráulica resultó decisiva,
lo mismo que para devanar la seda. En las karkhanas ya había má­
quinas tejedoras que operaban en condiciones similares a las de
las fábricas, pero la energía siempre era humana. Cuando la ma­
yor parte de la producción de artículos de algodón pasó (tempo­
ralmente) a Occidente, ésta se llevaba a cabo con molinos de
agua, en mucha mayor cantidad y a menor precio, y se exportaba
al resto del mundo. Esto fue posible no porque Occidente intro­
dujera el algodón en la industria textil, o incluso el principio de la
mecanización o el de la producción a gran escala, sino porque dis­
ponía de abundante energía hidráulica y había desarrollado las
máquinas necesarias (inicialmente en contextos agrícolas y mine­
ros) para explotarla. El proceso en sí no requería una inventiva es­
pecial ni mucho talento empresarial, sino el uso de energía hi­
dráulica para el proceso de producción, que en Europa era
distinto del utilizado en la mayor parte de Asia, donde sus ríos de
cursos lentos se empleaban para otras tareas agrícolas como el lle­
nado de albercas y los canales de irrigación.
Si se disponía de energía hidráulica, vemos lo que ocurrió en la
industria de la seda. Incluso cuando se tejía a mano, se producían
atascos en la fase de devanar los hilos de los capullos, pues el hilo
de varios devanadores iba a un tejedor. El problema se resolvió
por primera vez en China 1 con la invención de la máquina deva­
nadora, accionada por agua, que finalmente llegó a Lucca y desde
allí a Bolonia, y condujo a la gran expansión de la industria euro­
pea'. Al final, el secreto fue robado y llevado a Inglaterra, donde
en 1718 la familia de empresarios Lambe lo incorporó al Great
Mill de Derby y constituyó uno de los elementos clave de la Re­
volución Industrial que se desarrolló en el país. La esencial ener­
gía hidráulica también estaba presente en la primera fábrica textil
estadounidense, que se estableció en Slatersville, Rhode Island, si­
guiendo el modelo inglés.
Incluso más significativo es el ejemplo de la industria del pa­
pel, que de nuevo fue importada desde China a través del mundo
Al'ENDICE 2 151

musulmán. Esta industria dependía del uso abundante de agua y


ya se había desarrollado al comienzo de la era cristiana. Se difun­
dió a través de Asia central y llegó a Bagdad en el siglo VIII, lo que
condujo a un rápido aumento en la circulación de información en
este medio barato y abundante para reproducir la palabra escrita.
Se construyeron molinos de agua a orillas del Tigris para su pro­
ducción y fue uno de los factores que impulsaron el movimiento
de traducción del griego al árabe, así como la construcción de una
gran biblioteca -allí, como en otros lugares en el mundo islámi­
co, mucho más grande que las que había en la Europa cristiana.
El papel se exportó a Europa desde Oriente Próximo y la técnica
de producción no tardó en llegar primero a Andalucía y, después,
a la España cristiana y el norte de Italia, posiblemente desde la
musulmana Salerno. Su producción se expandió rápidamente y
Europa no tardó en invertir la dirección de las importaciones y
exportar papel a Oriente Próximo. Gracias al uso del agua de los
ríos de curso rápido para accionar los molinos, podía fabricarlo a
un coste más bajo. La energía hidráulica también se utilizaba en la
minería de metales y en las hilanderías mecanizadas. Esta tempra­
na disponibilidad y el uso cada vez mayor de la energía hidráulica
permitieron a Europa adoptar un método de producción más efi­
ciente que invirtió su relativa dependencia de China y Oriente
Próximo.
El geógrafo e historiador Tony Wrigley ha señalado algo pare­
cido respecto al uso de los combustibles fósiles -el carbón y la
turba-, muy extendidos en Europa occidental3• No obstante, mi
argumento es que no fue el empleo de un tipo determinado de
energía lo que dio lugar al capitalismo, ni en Occidente ni en nin­
gún otro lugar. La producción a gran escala se desarrolló en muchos
sitios mediante el uso de energía no humana: en China emplean­
do el calor en la alfarería, lo que finalmente facilitó la producción
en Delft y Staffordshire, así como la energía hidráulica en la fa­
bricación de seda y papel. En la India y el mundo islámico, los
complejos telares y las máquinas de hilar algodón utilizaban tra­
bajo humano, pero también podían operar en grandes talleres y
152 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

fábricas. Cualquier maquinaria, cualquier uso de trabajo no hu­


mano, cualquier actividad cooperativa significaban una intensifi­
cación de la producción de mercancías, a lo que Marx daba tanta
importancia. Pero estaba equivocado al pensar que esto solamente
había ocurrido en Europa. «La circulación de mercancías es el
punto de partida del capital», escribió sobre el final de la Edad
Media. Pero la producción de mercancías había comenzado mu­
cho antes, con el desarrollo del comercio. Su fórmula para el capi­
talismo4 sólo funciona definiendo mercancía e intercambio co­
mercial de forma muy restringida. Si se utiliza el término para el
intercambio extensivo de mercancías, que inevitablemente impli­
ca la acumulación de capital, entonces, como ha dicho Braudel, el
capitalismo es una institución muy extendida, que se practicó
tempranamente en China, la India y Oriente Próximo, por men­
cionar sólo los principales acrores en el continente euroasiático.
NOTAS

1. ¿Alternancia o supremacía?

' J. R. Goody 1982, 1993.

2. ¿Por qué europeo y no euroasidtico?

' J. R. Goody 1990.


2
Andreski 1983.
3
Mintz 1985: 58.
4 Bois 1984: 4.
5 En las obras del historiador Polanyi y los orientalistas Diakonof, Oppenheim,
Larsen, Veenhof, Garelli y otros.
6
Wheatley 1975.
7
Por ejemplo, en los estudios del islamista Rodinson.
8 Glick 1979: 6.
9 Especialmente en las obras de los historiadores Postan, Duby y Stock.

10 Pearson 1976.
u J. R. Goody 1979.
" Raychaudhuri y Habib 1982: 314-315.
13 Raychaudhuri y Habib 1982: xiv.
" Mintz 1985: 164.
" Oppenheim 1964: 84.
154 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

" Finley 1973: 74.


" Whirraker y Goody 2001.
18 Pearson 1976: 29.
19
Rawson 1984.
'° Jrwin y Brert 1970; Irwin y Hall 1971.
21
Raychaudhuri y Habib 1982: 400.
22 Lardinois 1986: 22; puede consultarse un ejemplo parecido del norte de la
India en Stern 1982; 140.
23 Mote 1977: 199.

" Chao 1964: 961.


" Chao 1964: 683.

3. Aspectos domésticos del «milagro»

1
J. R. Goody 19966.
2
Malthus 1798.
3 J. R. Goody y Addo 1977.
4 Para un ejemplo de esto último, véase Tindall 1995 sobre la historia reciente
del pueblo de Chassingolles en Berry, Francia central.
5 Chayanov 1986.
6 J. R. Goody 1996a.
7 J. R. Goody 1990; Hajnal 1982.
8
Bossy 1973: 130; Thomas 1971; Macfarlane 1978.
9
Bossy 1973: 131.
10
Sheehan 1971: 229.
11
Mann 1986.
12
Janes 1981.
13 Jorres 1981: 13, la cursiva es mía. En cualquier caso, en otras partes del mun­

do también se daban estas formas de agricultura extensiva, y es muy dudoso que


quienes las practicaban fueran más «individualistas» en algún sentido que quienes
tenían una división del trabajo más diferenciada (de hecho, el arg umento de Durk­
heim sobre la solidaridad mecánica y la orgánica sugiere lo contrario).
14 Jorres 1981: 3.
15
Blaur 1993: 25.
16
Jkegami 1995: 330.
17 Ikegami 199 5: 331, la cursiva es mía.
rn Jkegami 1995: 350.
19
Jkegami 1995: 352.
'° J. R. Goody 1958.
n Lee y Feng 1999: 81.
22 A.
Wolfy Huang 1980.
23
Lee y Feng 1999: 106.
" Lee y Feng 1999: 4.
25 Lee y Feng I 999: 4, la cursiva es mía.
NOTAS 155

26 Lee y Feng 1999, 5.


27 Lee y Feng 1999, 9-10.
28 Lee y Feng 1999: 10, la cursiva es mía.
29 Lee y Feng 1999, 10.
30 Lee y Feng 1999, 96.
31 Lee y Feng 1999: 9, la cursiva es mía.
32 J. R. Goody 1996a.
33 Lee y Feng 1999, 12.
34 Lee y Feng 1999, 105.
35 Por Wrigley y Schofield 1981: xxiv.
36
J. R. Goody 1983.
37 Lee y Feng 1999, 109.
3' Lee y Feng 1999, 111.
39 Lee y Feng 1999, 124.
40 Lee y Feng 1999, 125.
" Lee y Feng 1999, 123.
42 Lee y Feng 1999, 21.
43 Lee y Feng 1999, 40.
44
Lee y Feng 1999, 135.
45 Lee y Feng 1999, 136.
46 Lee y Feng 1999, 140.
47
Lee y Feng 1999, 140.
48 Lee y Feng 1999, 145.
49 J. R. Goody 1990, 1996a.

4. Eurasia y la Edad del Bronce

' Margan 1877.


2 La prehistoria me atrajo en parte porque viví en St Albans, donde Mortimer
\Vheeler estaba excavando por aquellas fechas el mosaico de Neptuno en Verula­
mium, y en parte por un maestro de matemáticas del colegio que, por su ascenden­
cia de East Anglia, estaba muy interesado en el material paleolítico. Pero, sobre
codo, mi interés creció cuando, durante la Segunda Guerra Mundial, viajé a Oriente
y leí Qué sucedió en la historia, de Gordon Childe, un libro que siempre he tenido
presente. Amplié mis conocimientos cuando regresé a Cambridge, estudié arqueolo­
gía y antropología, y conocí a Dorothy Garrod, Graham Clarke y, sobre todo, Glyn
Daniel, que fue mi supervisor, En las ideas que trato de expresar procuro relacionar
el trabajo de Childe con el mío, tomando la comida como trasfondo, pero adoptan­
do una perspectiva más amplia.
3 E. R. Wolf1982.
4 J. R. Goody 2004.
5 Braudel 1981-1984.
6
Poni 2001a y b.
7 J. R. Goody 1982.
156 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

8 J. RGoody 1993.
9 La cocina mexicana probablemente representa otro tipo, pero he limitado mi
atención a Eurasia.
'° Clunas 1991.
" Brook 1998.
" Braudd 1981-1984.
13 Speiser 1985.
14 Lane 1973.
" Perera 1951, 1952ayb.
16 Sabloffy Lambeg-Karlowsky1975; Leur 1955; Melink-Roelofsz 1962, 1970.
17
Goitein 1967.
18 Casson 1989, para el Periplus.
19
Véase también Mintz 1985.
'° Chang 1977.
21
La cultura de la restauración no comenzó en China. Los arqueólogos han ha­
llado edificios en Nimrod, Siria, del cuarto milenio a.C. que han interpretado como
lugares públicos para comer.
22
Por ejemplo, Poni 2001a yb.
23 Véase Poni 2001a y6, Goody2004: 140.
" Bray2000: l.
25 Bray1997.
26
Ledderose 1992.
17
No conozco todo lo que se sabe sobre la producción de comida para esas
empresas, pero está claro que modificaron las pautas de consumo de manera signi­
ficativa.
28 J. R
Goody 1996a: 187.
29 Minrz 1985.

5. Los comerciantes y su papel en la alternancia

' J. R. Goody 1972.


2 Kroeber 1953.
3
Larsen 1976.
4 Schmandt-Bessarat 1996.
5 Véase Clark 1961.
6 Renfrew 2007.
Rechazo completamente la visión de Polanyi y otras teorías de la economía
premercantil como «comunismo primitivo>>. Tienen su origen en una visión errada­
mente utópica del pasado humano, y quizá de su futuro.
8
Ghosh 1992.
9 Véase Weber 1985. Se supone que sólo Occidente habría permitido el desa­

rrollo del ,<capitalismo)).


10 Wallerstein 1999.
NOTAS 157

6. Riqueza comercial y ascetismo puritano

1
Baechler, Hall y Mann 1988.
2 Proust 1924.
3 J. R. Goody 1997.
4 J. R. Goody 1993.
5
J. R. Goody 1982.
6
En J. R. Good y 1998.
7
Daniels 1995: 46.
8
Goody 1982.
9
Coldsrream 1977: 25.
10 R.M. Cook 1960: 2.
11
Coldstream 1977: 71.
u Coldstream 1977: 71.
13 R.M. Cook 1960: 4.

7. Hacia una sociedad del conocimiento

1
Atkins 2004: 53.
2
Véase Renfrew 2007.
3 Lewis-Williams 2002.
4 J. R. Goody 1997.
5
J. R. Goody y Gandah 1980.
6
J. R. Goodyy Gandah 2002.
7 Furety0zouf1977.
8
Schmandt-Besserat 1996.
9 Gernet 2002.
10 Véase Francis 1950.

8. La ventaja temporal en la alternancia del occidente postrenacentista


1 Needham 1954.
2
Ledderose 1992.
3
Elvin 1973.
4 Véase Green 2008.
5 Véase, por ejemplo, Rawski 1979.
6 J. R. Goody 2009.
7 Landes 1998.
8
Rostow 1991.
9
J. R. Goody 1998: capítulo 11.
10
¿Fue la Universidad de Manchester la primera en el Reino Unido sin facultad
de teología?
11 Véase Spufford 2002.
158 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

" Crossley 1981: 40.


13 Crossley 1981.
14
Needham 2004: 24.
" Needham 2004: 218.

9. La alternancia en Eurasia

1
E. R. Wolf 1982.
7
J. R. Goody 2006, 2009.

Apéndice 1. Los argumentos de los europeístas

1
Baechler, Hall y Mann 1988.
7 Laslett 1988: 234.
3 Laslett 1988: 234.
4
Laslerr 1988: 240.
5
Laslett 1988: 237.
6
Laslett 1988: 238-239.
7
Laslett 1988: 237.
s Véase J. R. Goody 1971.
9 Pillorget 1988: 209.

10 Pillorget 1988: 204-210.


11
Laslett 1988: 240.
n Marx 1964; Bendix 1966 (Weber); Anderson 1974; y Macfarlane 1988: 193.
13
Pillorget 1988: 210.
14
Pillorget 1988: 211.
15
Pillorget 1988: 212.
16
Pillorget 1988: 214.
17
Mute! 1988: 150.
18
Mute! 1988: 157.
19
Werner 1988: 174.
20
Macfarlane 1988: 201.
71
Pillorget 1988: 213.
22 Macfarlane 1988: 186.
23
Macfarlane 1988: 196.
74 Mann 1988: 15.
75 Needham 2004: 21.
26 Mann 1988: 16.

77 Elvin 1988: 105.


'' Elvin 1988: 112.
79 Cook 1988: 132.
30
Mann 1988: 17.
31
J. R. Goody 2007.
NOTAS 159

" Mann 1988: 16.


33 Anderson 1974.
34 McNeill 1963: 539, citado con permiso de Mann 1988: 12.
35 Al reconocer que hay «una parte de verdad en las interpretaciones burdamen­
te materialistas del poder ideológico, así como en las neoidealistas», Hall se refiere
generosamente a mi obra (Goody 1983) que trata ((el hambre de tierras de la Iglesia
católica11. Aunque éste no es el lugar para comentar los graves problemas explicativos
que muchos científicos sociales causan al intentar establecer una separación «burda>)
entre las interpretaciones materialistas e idealistas, he de añadir aquí que no veo nada
específicamente ((europeo)) en el deseo de las grandes organizaciones de adquirir de­
rechos sobre la tierra (o su producto) en sociedades fundamentalmente agrícolas. Los
budistas lo hicieron en Sri Lanka, la India y China. Sin tierra les habría resultado
difícil ser grandes organizaciones.
36 Hall 1988: 34.
37 Devon 1984: 876.
38 Devon 1984: 877.
39 J. R. Goody 2009.

Apéndice 2. El agua en Oriente y en Occidente

' Elvin 1973.


2 Poni 2001a y b; Goody 2004.
3 Wrigley 1988.
4 Un término económico peyorativo utilizado por primera vez por los autores
del siglo XIX Arthur Young, Disraeti y Thockeray.
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ÍNDICE ANALÍTICO

abrámicas, religiones, 83, 104-106, 132, regada con agua de lluvia, 41, 42, 56,
141 60,149
véase también cristianismo; islam; ju­ Agustín de Hipona, san, 106, 139
díos, judaísmo alcohol, 86-87
África Alemania, 43, 48
actividad mercantil, 23 alrernancia, 10, 17, 18,55,64, 82, 114,
agricultura, 23, 59-60, 129 117, 124, 125-133, 135, 141, 142,
arre, 84-85, 93 147
aumento de población, 34 cultural,64,69,95, 130
comida y su preparación, 61 económica, 116, 129
desarrollo, 59-61 entre lo religioso y lo secular, 118,
economía de intercambio, 74 124,128
mercados de trabajo, 23 externa, 124, 129
patrones de nupcialidad, 60-61 interna, 118, 124, 128,132
agricultura regional, 124
de arado, 61,75, 99, 114 sistemas de conocimiento, 129
de azada, 23, 59, 60, 129 societal, 124, 130
Edad del Hierro, 142 ventaja temporal europea, 55-56, 65,
individualismo y, 42 113, 128, 131-132, 144, 147
irrigación, 41, 42, 149, 150 América, 40, 42, 99, 107, 143
mecanización, 99 Anatolia, 75
174 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

antigüedad, 9, 14, 17, 40, 78, 115, catolicismo, 21, 40, 88, 92, 106, 120
116, 121, 125-127, 131 121, 139, 147
Aristóteles, 1O 1, 106 cazadoras-recolectoras, sociedades, 74,
arte 114
abstracto,93, 94 cerámica/alfarería/porcelana, 24, 25,
canonización, 100-1O1 58, 64, 69, 77, 80, 94, 114, 131,
cristiano, 88, 92, 101 151
figurativo, 63, 84, 85, 87, 91-95, China, 22, 62, 63, 82, 93, 124, 129,
132, 141 130, 138,139
iconofobia, 88, 89, 92 alfabetización, 109, 110
islámico, 90, 91 «brotes de capitalismo», 68-69, 127,
paralelismos, 131 130
arte rupestre, 98, 99 centralización estatal, 144
ciencia, 14-15, 108, 110-111, 116,
Bagré, 73, 102-104 127
Biblia, 88, 89, 100, 108, 118 clanes y linajes, 49
bibliotecas, 101, 106, 109, 110, 116, cocina, 62, 66, 67, 70
151 colectivismo-individualismo, 45-49,
Bolonia, 30, 119, 120, 136, 150 51-52
botánica, 116 comercio, 69, 75-77, 114
budismo, 93, 105, 118-121, 138, 159 crecimiento de la población, 50, 51,
burguesía,57, 62, 67, 68, 81, 119, 120, 56
121, 146 estrategias reproductivas, 34, 35, 45-
51
canonización religiosa, 100, 101, 105 imprenta, 11O, 111
capitalismo, 9, 10, 41, 56, 78, 79, 81, invenciones, 114, 147
116, 121, 125, 126, 131 manufactura, 25, 28, 29, 58, 59, 69,
ubrotes de capitalismo>), 43, 68-69, 70, 80, 114, 123, 127, 129, 130,
127,130 150, 151
capital simbólico, 38 mecanización, 69, 70, 80, 141, 142
explicaciones esencialistas, 117 parentesco y familismo, 14, 15
financieto, 79, 80, 118, 127, 131, patrones de nupcialidad, 15, 45, 46,
143 138
industrial, 17, 18, 58, 64, 66, 71, protoindustrialismo, 28, 29, 144
143 sistema político-económico, 49
mercantil,18, 24, 66, 68, 69, 117 sistemas de escritura, 107-109, 111,
orígenes y desarrollo, 14, 15, 17, 18, 115
31, 46, 57, 58, 68, 69, 78, 79, teoría del estancamiento, 14, 29, 117,
127, 130, 139, 140, 143, 152 130, 139
paso del feudalismo al capitalismo, tradición artística, 132
146 y modernización, 127, 129, 130
protocapitalismo, 19 ciencia, 82, 105, 119,124, 130
y la ética protestante, 14, 56 china, 14-15, 108, 110-111, 116-
y religión, 139, 140 117, 127
carbón, 116, 123, 129, 132, 141, 151 islámica, 1O 1
ÍNDICE ANALÍTICO 175

circulación del conocimie nto, 59, 63, entendidos, gusto de los, 66


65, 76, 81, 97-99, 150-151 globalizaci6n, 63, 65, 68
potencial revolucionario, 106 prohibiciones y evitaciones, 85, 87, 90
textos fijos, 104, 105 complejo puritano, 63, 83, 85-87, 90-
transferencia electrónica, 111, 112 93, 95, 96
y la imprenta, 105 comunicación
y la invención de la escritura, 99-100, desarrollo, 97-98, 99
107-110 entre culturas, 129, 130
civilización, 55,56 véase también sistemas de escritura
de la Edad del Bronce, 57, 133 concepción del mundo trascendental,
desarrollo, 125, 127, 133 117-119, 128
judeocristiana, 83 confucianismo, 52, 105, 107, 118, 119
paralelismos, 133 conocimiento
clanes, 32,33,35, 38, 41, 49, 50 democratización, 111
véase también grupos de parentesco dominio occidental, 146
clases, conflicto de, 146 secularización, 121
clases, sistema de controles demográficos, 45-47, 51
comida y, 61, 62, 65, 70, 86 Corea,126, 139
occidental, 16 Creta, 94
colectivismo, 31, 36, 38, 41, 49,51-52, cristiandad, 22, 42, 56, 63, 83, 91, 92,
53 106, 118, 138-141, 143, 144
contexto occidental, 51-52 véanse también catolicismo; protes­
contexto oriental, 48, 49,51-52 tantismo
y vínculos de parentesco, 37-38 Cultura de las Ciudades, 9, 129
colonialismo, 19, 43, 145 culturas
comerciantes, 24-26, 28, 41, 57-82, 83, comparación de, 59, 133
106, 122, 124, 129, 142, 147 comunicación entre, 129, 130
comercio asirio, 19, 75 evolución, 98, 99
comercio véase también culturas del lujo; cultu­
a larga distancia, 25-26, 74-77 ras mercantiles; culturas urbanas
islámico, 63 culturas del lujo, 59, 62, 75, 78,84, 85,
mediterráneo, 63, 119, 120, 133 89,92,95
por el océano Índico, 20, 64, 74, 77, culturas mercantiles, 63, 65, 66, 68, 69,
147 73-82, 123-124, 131
proteccionismo, 26 culturas urbanas
véase también culturas mercantiles de la Edad del Bronce, 55, 64, 99
y circulación del conocimiento, 75-76 decadencia parcial de, 57, 58, 63
y educaci6n, 77-78, 122 desarrollo continuado de, 58, 63, 64,
y el origen de los sistemas de escritu­ 68-71, 78, 81
ra, 75 en la Edad del Bronce, 73-76, 78, 80
comida y su preparación, 59-62, 133 véanse también comerciantes; comercio
altas cocinas, 11, 62, 65, 66
aparición de cocinas diferenciadas, Democracia, 40, 57, 78, 149
60-62, 65-67, 86 demografía: relación economía-política,
culturas de restauración, 67, 70 51-52
J 76 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

desarrollo del mundo, relatos de, 57, estados tributarios, 57, 75


63, 76, 78, 114 Etiopía, 132
despotismo, 9, 40, 42, 43, 56, 57, 63, eurocentrismo, 18, 28, 56, 71, 81, 10,6
149 excepcionalidad asiática, doctrina de
difusión, 52, 65, 67, 73, 76, 79, 80, 81, la, 56, 57, 63, 79, 114
93, 126 véase también «milagro europeo))

economía de intercambio, 1O, 23-24, familia véanse grupos de parentesco;


58, 64, 73-76, 81, 129, 130 matrimonio; patrones de nupcialidad
actividad mercantil, 73, 75, 76, 78, familismo, 27, 28, 35, 36
80 festividades religiosas, 90
circulación del conocimiento, 62-63, feudalismo, 9, 14, 17, 44, 57, 59, 64,
65, 70, 76,81, 97 78, 116, 125-127, 130, 138
comparación de las sociedades de, 130 paso del feudalismo al capitalismo,
Edad del Bronce, cultura de, 17, 18, 19, 146
114, 125 tributo feudal, 142
orígenes orientales-occidentales, 133 y capitalismo, 56, 140
producción de mercancías e inter­ y propiedad privada, 42
cambio, 120,142, 152 Flandes, 123
Revolución Urbana, 9, 11, 55, 65, Florencia, 120
75, 76, 99 Flores, 11, 59, 64, 82, 85, 86, 89, 92,
véanse también culturas mercantiles; 133, 142
comercio Francia, 36, 66, 70, 86, 87, 92, 98,
Edad Oscura, 94 106, 139
educación religiosa, 105, 119, 121, 122
educación Galileo Galilei, 132
comercio y, 77, 106, 122 Génova,135
invención de la escritura y, 105 Ghana,23, 33, 34, 50, 60, 73, 93,102,
religiosa, 105, 119, 121, 122 138
secular, 118,119, 128 globalización, 63, 65, 68,112, 146
superior, 105, 119, 121, 122, 128 Grecia, 14, 19, 24, 40, 42, 57, 92, 107,
Egipto, 56, 70, 107, 108, 129, 147 108, 115, 119, 125, 127, 129
empresarios, 19, 21, 23, 26, 27, 28, 35, arte, 94, 95
43, 53, 58, 79, 139, 150 asiáticos, 15
energía hidráulica, 30, 80, 116, 120, debilitamiento del parentesco, 31-32,
123,132, 149-151 34-35, 36
entendidos, gusto de los, 62, 66 en sociedades preindustriales, 38-39
esclavitud, 14, 17, 23-25, 29, 40, 75, estrategias de herencia, 34-35, 38,
78 48-50
Escocia, 86-90, 92 grupos de parentesco, 32-36
esencialismo, 10, 18, 113, 116, 117, occidentales, 49
124, 127, 135, 143 socialista y capitalista, comparación
España, 16, 22, 70, 98, 135-137, 140, de los regímenes, 37-38
151 y colectivismo, 38
Estado, naturaleza del, 139 y derechos sexuales, 33
fNDICE ANAlfTICO 177

y familias <(extensas», 38, 41, 49-50, y las culturas orientales, 43-48,51-52


53 individualismo-colectivismo, binomio,
45-49, 51-53
hierro, producción y trabajo con el, 29, indoeuropeos, 41, 42
59, 60, 103, 116, 123, 124, 128, industria algodonera, 25, 26, 29, 30,
129, 132, 133, 141,144 58, 64, 69, 81, 120, 143, 149-151
hinduismo, 18, 93, 105, 128 industrialización, 10, 21, 23, 27, 41,
Holanda, 92, 122 58, 114, 135, 136, 146
Homero, 100, 101, 107 protoindustrialismo asiático, 23-24,
Horno sapiens, 34, 97, 98 144
hornos de cuba, 122, 123 Inglaterra, 18, 32, 51, 52, 70, 75, 86,
humanismo, 22, 124 88, 89, 110, 123,137, 146, 149
capitalismo, 139
iconofobia, 88,89, 92, 93 educación, 122
imprenta, 63, 70, 105, 110-112, 116, feudalismo, 140
132, 145, 147 individualismo, aparición del, 39
India, 14, 22, 27, 28, 30, 48, 56, 101, Revolución Industrial, 30, 150
107, 108, 111, 114, 121, 125, 127, insurrecciones, tipología, 138
129,130, 138, 142,144, 145 invención independiente,65, 76
actividad mercantil, 23-24 ltak, 120
arte, 90 irrigación, 41, 42,149, 150
colonial, 19 islam, 18, 21, 56, 59, 83, 84, 92, 106,
comercio,20, 24-27, 77, 114 117, 118, 128, 132, 140, 142, 144
economía, 23, 24, 26-27 arte, 90-91
educación, 121, 127 dominio del comercio mediterráneo,
manufactura, 23-24, 25, 26, 69-70, 63-64
81, 129, 146, 149-150, 151-152 madrasas, 119
producción protoindustrial, 23-24, puritanismo, 90-91
144 y erudición, 1O 1
religión, 118 y la palabra impresa, 111
sistema de castas, 16, 24-27, 118 Italia, 30,57, 58, 66, 70, 80, 110, 119,
sistemas de escritura, 107 120, 128, 135-137, 151
y modernización, 127 véase también Roma, Imperio Romano
individualismo, 17, 31, 36, 37, 39-44,
51, 52 Japón, 77, 79, 93, 126, 130, 136, 138
aparición y difusión, 39-40, 42,43, 53 feudalismo, 127
aspecto familiar, 40, 41, 45-46, 49 individualismo, 43,44
aspecto político, 40-41, 44 industrialización, 27,146
contexto occidental, 39-43, 44, 46, modernidad, avance hacia, 126, 127,
48,49 139
económico, 39, 41 judíos, judaísmo, 16, 21, 77, 83, 91,
«honorífico>), 44 92,106
posesivo, 44
racionalidad y, 41, 44 lenguaje, desarrollo, 98-99
religioso, 39-40, 42 leyes suntuarias, 67
] 78 EL MILAGRO EUROASIÁTICO

literatura de ficción, 85, 87, 89, 90, 93 modos de producción


lolardos,117 asiático, 14, 24, 25, 29, 114, 130
occidental, 24-25
Malasia, 126 producción masiva, 58, 70, 123
Malrhus, Thomas, 14, 15, 32, 37, 42, socialización de los medios de pro-
44-46, 48,49, 51, 53 ducción, 50
Marco Polo, 28, 63, 67, 70, 77 moneda de cambio, 77, 129
Marx, Karl, 9, 13, 14, 16, 38, 43, 52, monoteísmo, 83, 86, 93, 100, 105,
53, 56,113, 126, 143, 146, 152 118, 138, 141
matemáricas, 101, 107, 109, 129, 155
matrimonio, patrones de nupcialidad navegación, 142
africano y asiáticol5, 16, 45-46, 61, neocolonialismo, 145
136,138 Nueva Inglaterra, 86, 88,90, 92
amistoso,136, 138 nuevo orden mundial, 145
divorcio y nuevo matrimonio, 16, 37
endogamia,16, 60 ordenadores, 111, 112
europeo, 14-16, 31, 136-137
exogamia, 60, 74 papel, fabricación de, 58, 63, 64, 70,
fertilidad marital, 34, 45-47, 49, 50, 77, 80,109, 110-112, 114,120,129,
137 131,137, 142, 150, 151
implicaciones individualistas, 39-40 paralelismos, 63, 64, 66, 82, 113, 114,
pactado, 16, 47, 50, 136 125, 131
poliginia, 60, 88 culturales y sociales, 19, 76, 79, 81-
por i,amor)}, 15-16, 50 82
tardío, 14, 16, 45 Persia, 22,90, 120
mecanización, 1O, 17, 23, 30, 80, 99, peste bubónica, 137
110, 114, 136, 142, 143, 147, 150, Platón,93,95
151 politeísmo, 105, 107
véase también industrialización políticas protonatalistas,36,37,48
Mesopotarnia, 77, 105, 107, 108, 129, producción textil, 23-26, 28, 29, 58-
147 59, 69-70, 80, 114, 120, 149, 150
milagro euroasiático, 10, 30,55, 63, 66, propiedad de la tierra, 29, 43, 44, 60,
69,71, 82, 112-114, 116, 125, 130, 61, 139
132-133, 136, 142-143, 146-147 propiedad privada,29, 41, 42, 140, 143
i,milagro europeo)), 10, 13, 31, 55, 131, protestantismo, 14, 17, 21, 40, 83, 121
135, 136,146, 147 ascético, 78,83, 85-87, 92
minería, 23, 29, 129, 132, 151 e individualismo, 39-40
moda, 67, 68 ética protestante, 14, 43, 56, 117,
modernidad, modernización, 9, 15, 16, 121
32, 39, 41, 43, 46, 57, 64, 69, 108, y espíritu emprendedor,21
112, 114, 115, 117, 124, 125, 130, pueblos y ciudades véanse culturas urba­
139, 142, 146 nas; Revolución Urbana
aportaciones orientales a, 10, 20-21,
126-127 racionalidad, 32, 41,44, 45
explicaciones esencialistas, 116-117 redistribución, 20, 76
fNDICE ANALÍTICO 179

Reforma protesrante, 39, 40, 78, 88, evolución, 75, 100, 107-11O, 130
92,117, 147 logográficos, 108, 109, I 11, 115, 147
regímenes socialistas, 36-38, 50, 53 mecanización, I I 0-112
véase también colectivismo y la conservación del conocimiento,
religión 99, 101-102, 107-110
e individualismo, 39-40, 42 sistemas socioeconómicos, 20, 22, 24,
puritanismo, 63, 85, 87, 89, 90, 92, 62, 71
95 sociedades de linaje, 32, 33, 35, 41, 48,
véanse también los sistemas de creencias 49
concretos véase también grupos de parentesco
reliquias, culto a, 85, 88, 89, 90 sociedades del conocimiento, 97, 106-
renacimiento búyida, 120 108 . 112
Renacirrúento, 9-11, 14, 17, 22, 56. 69, sociedades letradas, 59, 75, 88-89, 101-
78, 83, 92, 108-112, I 15-120, 124, 102, 106, 107-108, 109, 115, 117, 121
127,128,132,136,137,139,141,142 «mirar atrás),, 100-102, 105, 118,
restricciones sexuales, 34, 88-90 121,132
revolución humana, 98, 99 sociedades orales, 93, 98, 102, 104,
Revolución Industrial, 9, 1O, 30, 49, 56, 107, 121
57, 79, 80, 114, 116, 120, 123, 150 Sudán,44
raíces, 131, 132, 144
Revolución Urbana, 55, 65, 75, 76, 99 teatro., 69, 77, 78, 85, 87-93. 100, 132
Roma, Imperio Romano 14, 24, 25, tecnología, 62, 98, 101, 105, 108, 111,
43, 63, 66, 92, 107, 108, 119, 125, 113, 124, 127-130, 132, 133, 140,
127-129, 139 144
Rusia, 51, 138 teleologíaetnocéntrica, 10, 18, 81, 113,
Ruta de la Seda, 77, 90 136
teoría del estancamiento, 14-15, 18,
samuráis, cultura de los, 43 28-29, 63, 114, 117, 130, 139
secularización, 117, 118-119, 128 textos semíticos, 108, 115
canonización secular, 100-101 textos védicos, 100
educación, 118-119, 128 trabajo
institucionalización de lo secular, asalariado, 20
121-122 división del, 62, 69, 80, 114, I 42
seda, indmtria de, 26, 29, 30, 58, 59, esclavo,14, 17, 23-25, 29, 78
64, 67, 69, 70, 77, 80, 109, 120, especialización ocupacional, 76
122, 131, 136, 137, 143, 150, 151 mercados de trabajo mixtos, 22-23
Shakespeare, William, 100 movilidad, 136
«singularidad» europea, 13, 15, 18-21,
44,143 universidades, 105, 119-122, 124, 127,
sistema de castas, 16, 24-27, 118 128
sistema de subcontratación, 26, 69-70
sistemas de conocimiento, 11, 99-112, 129 Venecia, 58, 64, 85, 91, 120, 128
sistemas de escritura
alfabéticos, 108-109, 110, 114, 115, Weber, Max, 9, 13, 14, 17, 26, 40, 42,
147 43, 53, 56, 58, 78, 83, 113, 121, 138

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