Apolo, Ignacio. - Angeles
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MUERTE DE LA TÍA
En un ambiente oscurecido por gruesas cortinas, las mujeres contemplan la agonía de la tía.
Yace en una cama ubicada allí para la ocasión, bajo un retrato de bodas de principios de siglo: un
hombre de bigotes sentado, y una novia corpulenta de pie.
Las mujeres, vestidas de negro, parecen su sombra.
Las dos mujeres acomodan a la muerta en silencio. Le limpian la cara, los dedos y los pies. Le
colocan un ramo de flores entre las manos. Le pintan las cejas con lápiz, le dan rubor, acomodan las sábanas.
Yo no sé por qué. Por más que trato de hablar; muevo la boca y largo
aire, pero no pasa nada.
(Se toca el cuello)
No me funciona esto.
Cuando la tía todavía me podía hablar, yo también podía, pero muy
despacito, casi como ella. Después quedé así.
Yo no sé si la tía me escuchaba; ella hacía como que sí. Se debía
imaginar lo que yo le contestaba, y yo también, porque no se le entendía mucho. Creo
que me preguntó si iba a estar bien sin ella. Me lo pidió.
Sí, tía, le dije, vos no te preocupes.
(Sonríe)
Me miraba. Estás cada día más linda, me decía, te quiero más que a
nadie, más que a una hija.
Me hizo llorar un montón.
Hasta que mamá dijo que no llore.
Bueno, mejor que no llore. Ellas no lloran, y eso que es un velorio. Yo no
sabía que eran así, al final, los velorios. Me imaginaba un montón de gente, y mujeres
llorando.
Se le acerca Rosario.
Soledad asiente.
La mujer saca un rosario y se sienta a rezar. La madre, mientras tanto, se acomoda un velo, rígida e
inmóvil.
SOLE: Yo no sé si querían que fuera al cementerio o no, pero no me daban las piernas
cuando me quisieron llevar. Rosario pensó que yo estaba enferma, o muy triste. Pero
mamá se enojó mucho, y me pidió casi a gritos que me deje de...
No sé. Ahora me parece que se tomó más en serio lo que me pasa. Va a
traer a alguien para que me vea, a alguien que conoce de estas cosas. Y me dijo que no
salga ni le abra a nadie, como si yo saliera o le abriera la puerta a la gente...
Entonces te encontré a vos.
VIDA
Soledad mira para todos lados.
Es muy bonito.
Seguro que te queda muy bien. Te debe hacer juego con los bigotes. Qué
tonta...
Perdón.
Lo voy a dejar donde estaba.
(Lo pone en el mismo lugar)
Bueno. No lo toco más. Mamá dice que todo lo que toco, lo rompo. Es
cierto. Soy una boba.
Pero ojo, no, yo sé cocinar. Cocino muy bien. ¿No querés que...?
Hago budín de pan con caramelo. Me lo enseñó la tía. Pobre tía.
Y... y fideos con salsa blanca; aunque ésa no me sale tan bien.
La tía tenía buena mano para la cocina. En eso nos parecemos.
Nos parecíamos.
Mirá mis manos: son como las de la tía. Estaba viejita ella, pero las
manos no. Yo ya tengo manos de mujer.
Me lo decía en la cama, me decía: Soledad, dame las manos, mirá tus
manos de mujer. Nosotras tenemos vida en las manos, no te olvides. Vida. Los hombres
pueden hacer magia, pero nosotras hacemos cosas.
Nunca entendí eso. Pero yo sé que las manos se parecían a las mías. Ella
era toda viejita, menos sus manos.
(Recoge el sombrero)
No es para tocarlo. Es que si mamá lo ve acá se va a enojar.
Yo no te lo puedo devolver. Pero vamos a hacer una cosa.
(Va a la ventana)
Lo voy a poner afuera, en la ventana. Cuando vos quieras, lo pasás a
recoger. Y no vayas a espiar para adentro, ¿eh? Ni se te ocurra.
(En la ventana)
Bueno. Yo lo dejo acá.
Qué lindo día que hace afuera.
¿Sabés? Quiero decirte algo antes...
LA CASA SE CIERRA
MADRE: Va a venir doña Marta, del barrio norte.
No te asustes, es una buena mujer. Solamente va a venir a verte, a ver
qué te dio en la garganta.
¿Probaste de hablar?
4
(Sole asiente)
Yo no sé. Abrí la boca, querés.
(Mira)
Yo no veo nada.
Bueno, es demasiado pronto; vamos a ver qué pasa.
(Lleva el cuadro junto a la puerta)
No sé qué le veía la tía a esta cosa, pero era su casa.
(Vuelve su mirada a la habitación)
Tu tía vivía de recuerdos. No se puede vivir así.
Igual, las cosas van a cambiar muy pronto. Yo... solamente espero que te
cures. Va a ser mejor.
Y te quiero aclarar algo, nena. Sí, a vos. La casa está cerrada ahora, ¿me
escuchaste? No te quiero ver asomada a la ventana.
Vas a tener toda la vida para pavear como quieras, creéme. Toda la vida.
Pero cuando te cures. Todavía no. ¿Me entendiste bien?
(Soledad asiente)
No me mires a mí. Es a vos a la que le dio el aire, y es por meter el
cogote en cualquier parte. Te la tenés que aguantar.
Tiempo.
Sale.
JUEGOS DE SALÓN
Cuando se va la madre Soledad corre a la ventana. La abre con temor.
Se asoma y ve el sombrero. Se zambulle como puede.
Lo recoge y lo entra.
Cierra la ventana. Descansa contra la pared.
SOLE: Perdón.
Perdonáme. Se me cayó.
(Lo limpia con las mangas)
Soy una tonta.
Está... está limpito, mirá. No pasó nadie. Y no me vieron, ¿me perdonás?
Te lo voy a guardar, así no se arruina. Pero no sé dónde; mamá no va a querer que
guarde cosas.
Perdonáme, me siento mal. Mirá si llovía y se mojaba.
No. Lo voy a guardar conmigo, al lado de la cama, abajo de la colcha.
Tengo un escondite ahí.
(Sonríe)
5
Es como un huequito que queda entre las patas y la colcha, ahí abajo. Lo
voy a poner ahí abajo. Vos no le digas a nadie. Es nuestro secreto.
(Se ríe)
No sé si va a entrar, porque es un poco grande.
(Se ríe más fuerte)
Te estoy diciendo cabezón. ¡Tenés una cabeza enorme, mirá!
(Se pone el sombrero, que le tapa los ojos)
¡No veo nada, quién apagó la luz!
(Juega al gallito ciego)
¿Estás ahí, cabezota? Si te agarro, gano.
(Corre para un lado y para otro)
Mirá que no veo nada, ¿eh? No vale hacer cosquillas, y no vale agarrar
por atrás. Vas a ver que soy más rápida que vos.
Ríe y corretea.
De pronto se detiene.
¿Qué toqué?
(Se quita el sombrero)
¿Te toqué?
Si te toqué, gané.
¿Gané?
Una prenda: tenés que adivinar adónde escondo el sombrero.
(Corre buscando un lugar)
No mires.
No mires.
(De pronto lo esconde debajo de su falda, atrás, y lo sostiene con una mano)
¡A que no lo descubrís, te apuesto todo! Te apuesto todo, todo.
(Va recorriendo los rincones, y se ríe)
Frío. Frío, frío. Friísimo
Tibio. Tibio, tibiecito.
Caliente, caliente, no vale que me persigas.
Caliente, caliente.
(Corre como puede por la habitación)
No vale. Calentísimo. No vale perseguir.
Te quemás, te quemás, no vale.
De pronto, en la carrera, queda abrazada a su madre que ha llegado con doña Marta. Cierra las
piernas para atrapar el sombrero.
D.MARTA: La nena.
MADRE: Sí, acá está.
(Le acaricia la cabeza)
PRIMERAS CURACIONES
Doña Marta lleva una bolsa y un pañuelo en la cabeza.
Observa en silencio.
D.MARTA: Déjemela.
MADRE: Sole, andá a que te vea.
6
Soledad se abre la blusa, y deja a la vista su torso delgado, perfecto y tembloroso. El corpiño ancho
le ciñe los pechos grandes. La madre le mira el cuerpo sorprendida.
La doña toca con una mano las costillas y el estómago, y luego la baja sobre el cuerpo. Soledad se
asusta. Mira a su madre.
MADRE: Es un aire.
D.MARTA: Saque el sostén.
D.MARTA: Es un aire.
(a la madre)
MADRE: ¡Qué le dije! Esta boba, todo el día en la ventana.
7
LOS HOMBRES
Soledad se saca el sombrero de entre las piernas.
Está abollado.
Se acurruca para recomponerlo, temblando, tratando de no ser vista.
SOLE: Todo lo que tocás, lo rompés, Soledad; todo lo que tocás, rompés. Pero no se
rompió, no se rompió, yo lo arreglo. Con las manos lo arreglo, así, con las manos. Es un
horror, es una vergüenza.
No podía caminar... Y vos me estabas mirando.
¿Me estabas mirando?
Contestáme.
Me viste.
Me viste desnuda.
No voy a poder perdonarte. Nunca.
No te voy a perdonar.
Me viste. ¿Qué voy a hacer ahora?
Quiero que te lleves este sombrero y que no vuelvas nunca más. Y si no,
le voy a contar todo a mi mamá. Le voy a decir que viniste acá para mirarme. Y yo no
quería. Yo no quiero nada. ¿Todos los hombres son tan malos como vos? Entonces
prefiero estar sola.
(Deja el sombrero en un rincón de la ventana tapado por las cortinas)
Yo no quiero nada.
(Se sienta derechita, las piernas juntas, las manos en las rodillas)
Estoy enferma, pero me voy a curar.
Yo sola.
Yo sola.
CARICIAS
La madre sale.
Soledad permanece sentada.
Tiempo.
SOLE: Mejor.
Mamá me quiere.
Yo también.
A veces se lo diría, pero no puedo hablar. Me tengo que curar.
(Se toca la frente)
Tengo temperatura.
Mejor me acuesto.
No sé si puedo subir las escaleras. A la tía le trajeron la cama.
Tía, cuando te fuiste vino un hombre malo. Es el hombre de la bolsa. Mi
tía tiene las llaves del cielo que le dio San Pedro, las tiene escondidas, ¿sabés? ¿Y sabés
lo que haría yo con las llaves?
Encierro al hombre malo, ¿me oís? O lo dejo afuera, para que chille y se
retuerza, por malo.
¿Me escuchás?
Yo te iba a contar un secreto, malo. Y ahora no te cuento nada, porque
ustedes los hombres no saben guardar secretos. Con la tía teníamos un montón; todos
los días nos contábamos uno, desde que vine acá cuando era chiquita. Yo me los
acuerdo todos, y no te voy a decir ninguno.
Tiempo.
Se toca la mejilla derecha.
9
Tengo una marquita acá, ¿la ves? Acá. ¿A que no sabés por qué?
¿Ves que no sabés nada? Los hombres son todos iguales.
(Se manosea la mejilla con fuerza)
Me lo dijo la tía.
(Se pellizca y aprieta. Se va sentando en el piso junto a la silla)
Ella me la acariciaba a veces. Y mamá nunca me la tocó.
Mi mamá no me toca la cara. Me toca el pelito, pero nunca la cara.
¿Sabés lo que es eso, vos, hombre malo?
Mi cara es mía y de mi tía, y nadie me la va a tocar nunca más.
(Se refriega la mejilla contra la silla con violencia)
La tía dijo: cuando seas grande y venga el príncipe, te va a besar la
mejilla y te va a borrar la marca, porque el amor de un príncipe es el remedio de las
princesitas. Me contaba ese cuento para hacerme dormir.
Ningún amor, ningún príncipe. Vos no sabés nada.
Yo me voy a borrar la marca sola.
(Se arranca lágrimas)
Yo ya soy grande, y no necesito a nadie.
(Se golpea la cara contra la silla)
A nadie.
(Otra vez)
A nadie.
SEGUNDAS CURACIONES
MADRE: Se le hinchó la cara ayer, y durmió mal.
D.MARTA: Es normal.
ROSARIO: No sé si no habrá que llamar al doctor.
MADRE: Justamente.
D.MARTA: Como usted diga.
MADRE: Por una fiebre de la edad. ¡Por favor!
ROSARIO: Pero mire esa carita, señora.
MADRE: Se golpeó. Andaba corriendo de un lado al otro, y le tengo dicho que se
quede quieta.
ROSARIO: ¡Si es una nena!
MADRE: Rosario...
Rosario calla.
Rosario sale.
Tiempo.
D.MARTA: ¿Habló?
MADRE: No, no habló. Yo no sé si no puede o se hace la que no puede.
D.MARTA: No debe poder.
La observan en silencio.
Sale llevando la bolsa y se cruza con Rosario, que llega con la olla de paños.
A Soledad no le había pegado nunca él, y esa vez fue la única. Le abrió la
carita con la hebilla del cinto, ¿sabe?
(Pausa)
Tres añitos tenía la nena. Era cuando vivíamos en la ciudad, y... el trago,
doña Marta, la farra, y todo eso.
(Pausa)
Yo no sé; no era un hombre bueno. No quiero decirle las cosas que sé, yo
era jovencita...
D.MARTA: Ya.
ROSARIO: No creo que se acuerde; Soledad, digo.
Por ahí sí, usted sabe cómo son los chicos. El padre tenía amistades. El
no quería que se lo conozca de casado, ¿me entiende?
Lo conocían mucho así, mucha gente; era conocido. ...Y ya andaría con
alguna.
(Pausa)
El, yo no sé, él les decía a todos que la señora era su cuñada, y que la
nena era su sobrina, pobrecita. Le dijo "papá" adelante de no sé quién y usted sabe, él la
negaba. El trago, o vaya a saber. Le dijo papá y... le cruzó la cara.
(La acaricia)
Esa carita...
MADRE: Si le toqueteás tanto la cara se la vas a terminar de hinchar.
SILENCIO
Soledad despierta. Se levanta y va a buscar el sombrero escondido.
Lo lleva a la cama.
Se sienta, con las piernas colgando y el sombrero en la mano.
Ya está.
Estoy enojada con vos, no me olvido. Pero no tengo ganas de pelear.
Estoy enferma.
(Pausa)
Pensé en algo estos días.
Voy a hacer una cosa.
Yo...
(Se levanta. Se para con firmeza)
Te voy a ir a buscar.
Lo tengo todo pensado, no soy tan tonta.
Te voy a buscar, pero tengo que tener cuidado: mamá y Rosario todavía
no saben nada, y por ahí se lo toman a mal. Sobre todo Rosario, que es muy sensible.
Mamá no.
Mamá es una mujer muy fuerte. La tía me lo dijo.
La tía la admiraba. Me decía: vos te parecés mucho a tu madre, Sole.
Ojalá que heredes su fuerza. Y debe ser cierto.
(Tiempo)
No me llevo nada: los zapatos, el saquito y un sombrero.
(Se pone los zapatos)
Sí que tengo fuerza; mirá cómo me estoy curando.
La tía tenía razón. Mamá no se va a molestar. Nunca se molestó. Vino
papá y le dijo: las dejo; y mamá le preguntó: ¿qué decís? Que las dejo, las abandono.
Hablaba por mamá y por mí. Ella no le dijo ni mu. Así que ahora tampoco va a decir
nada.
(Se pone el saquito)
Se tomó el tren conmigo y se vino para acá. Por eso conozco la estación;
la vi una vez y me la acuerdo. Le digo: mamá, me voy.
Y mamá no dice ni mu.
(Se para derechita)
Las abandono.
(Tira la lámpara de la mesita con un movimiento seco)
Las dejo. Me voy.
(Empuja una silla)
Pero tenés una aire en el cogote, nena.
Boba.
(Levanta otra silla)
Ya me curé.
(La arroja con violencia contra la otra)
No te curaste.
Me curé.
¿No escuchan cómo hablo?
(Las patea)
¿No me escuchan?
(Golpea con furia la lámpara contra las sillas)
Escuchen.
Golpea objetos con estruendo, salta, rompe, y vuelve a arrojarlos. Entran corriendo Rosario y la
madre, e intentan detenerla.
MADRE
13
ROSARIO: ¡Soledad!
Mi amor, ¿qué pasa?
Sole se detiene.
MADRE: Basta.
Rosario sale.
Madre e hija quedan en silencio.
La madre la sienta y empieza a acomodar los objetos.
MADRE: Soledad.
Ahora que no hay nadie vamos a hablar de mujer a mujer de una vez por
todas. Decíme lo que tengas que decirme. Y decímelo ya, porque te juro que si no, de
verdad que no me vas a volver a hablar en toda tu vida. Vos no sabés qué en serio que te
lo digo.
(Pausa)
¿Qué te hice?
(Pausa)
¿Alguien te hizo algo? ¿Tenés algún problema?
(Pausa)
No querés hablar. Entonces hacéme una seña si me estás escuchando, o si
te importa algo en la vida.
(Pausa)
Muy bien. Me vas a escuchar a mí entonces, si querés; y si no, no me
escuches. Pero quiero que sepas que esto es lo último que te voy a decir. Yo...
(Se detiene)
No, yo no. Vos, Soledad, vos solita.
(Tiempo)
Sos un problema, Soledad.
14
Mirá esta casa, mirá estas cosas. Las cosas rotas, todas rotas, como
siempre. Pero no es eso. Yo quiero explicarte para que entiendas: mirá la casa, la casa
de tu tía. Quiero que la veas bien. Mirála.
(Pausa)
Y ahora quiero que me mires a mí, miráme; miráme, carajo. La tía no
está más. Soy yo la que estuvo siempre con vos en esta casa, ¿me ves? Miráme a mí, y
mirá todo lo que hiciste.
¿Lo ves?
¿Me ves?
Bueno.
Cuando no me tengas más, te vas a acordar de mí.
Se va.
ROSARIO
Soledad queda sentada, inmóvil, las manos en las rodillas.
Entra Rosario con una valija, en silencio. Deja la valija en el piso y se acerca a Soledad. La abraza y
la besa.
ROSARIO: No.
Así no.
Abre las cortinas. Una luz hermosa se derrama sobre las dos.
Se miran y sonríen. Se abrazan fuerte. Rosario le acaricia la carita. Luego, recogiendo la valija, abre
la puerta y sale. La puerta se cierra.
SECRETOS
Saca el sombrero de abajo de la cama.
MADRE: Esta es la última, doña Marta. Ahora es mejor que se vaya. Pero no se
olvide de anotar la maizena. Va con harina o con maizena.
Si es con harina, hay que cocinarla antes, porque la harina tarda más. Y si
es con maizena, se pone al final porque se hace muy rápido. ¿Lo anotó todo?
Le insisto de más, usted perdone. Es que es un secreto de mi abuela, y de
la abuela de mi abuela.
Dígale, por favor, que la receta se la dejó su madre.
D.MARTA: Como todo, señora.
Soledad se pone de pie, los ojos bien abiertos, los brazos levantados.
MADRE: Váyanse pronto, apenas Soledad pueda. No quiero que la gente hable.
D.MARTA: No va a llevar mucho tiempo, señora. Su hija es fuerte.
MADRE: Y cómprele un sombrero nuevo, le dejo más dinero.
Tome.
D.MARTA: No hace falta más, señora.
MADRE: Es que le hace mal el sol. De chiquita siempre la cuidé del sol, ¿sabe?
Usted la peina así, para atrás, y ella se queda quietita, quietita. Ella es un ángel.
Después le pone un sombrero.
D.MARTA: Un sombrero grande, señora.
MADRE: Sí, claro.
Disculpe.
D.MARTA: Igual la puedo peinar.
SOLE: Ahí va la Sole de doña Mónica, mirá qué grande está esa chica. Y lo linda que se
puso. Sale a su madre, que era tan linda y tan fuerte.
Decímelo a mí. No se podía ir al baile del Sportivo, que ya estaban todos
arrastrándole el ala. Decí que se casó joven.
No me hablés, lo que es la vida. Con ese hombre vino a caer.
No me extraña que la Sole haya salido así; tiene los ojos del padre.
Que no tenga el carácter.
El vicio, dirás. Pobrecita.
Carita de ángel.
Tome esto.
MADRE: No, no, gracias.
D.MARTA: Le levanta la presión.
MADRE: Bueno, una copita.
SOLE: Carita de ángel. ¿Qué sería de nosotros sin vos? Sos la alegría de la casa. Que
digan lo que quieran, porque no saben lo que es tenerte.
Que duermas bien. Que sueñes con cien angelitos de oro y uno celeste,
más grande y más lindo, que te trae en tren de vuelta a la casa de la tía. Ella está viejita
pero te quiere como a una hija. Y yo también te quiero.
DOS MUJERES
MADRE: Te vi, Soledad. Te vi.
(a su hija dormida)
Te vi levantar los bracitos al aire buscando a tu mamá. Cuando todavía
eras gordita y no te habías vuelto mala. Te parabas en puntitas de pie, con la espalda
bien derecha. Y le tocabas la cara a la gente con la mano abierta. Yo te vi.
La carita pegada a la ventanilla del tren, cuando toda la gente quería
jugar con vos, y vos no querías jugar con nadie. Ni vos misma te acordás de lo que se
acuerda tu madre. Yo te enseñé a hablar y nunca aprendiste una palabra que no te haya
dicho yo. ¿No te alcanzaron? ¿Es eso? ¿Y qué querías que te enseñe?
Sos tan linda… Te pusiste hermosa sin avisarme. Yo no sé qué tengo que
sentir, Soledad, ¿me perdonás? No sé qué tengo que sentir. Seguro que esto no.
Ahora que estás así de grande, ¿de qué vamos a hablar? Ni siquiera me
hablás.
Cuando te cae esa mechita de pelo en la frente y abrís la boca, te parecés
tanto a mí... Nunca te pareciste tanto. Nunca. Ya no puedo verte más así.
Este es el recuerdo que tenemos las dos.
Cada una verá, a su manera, si somos tan frágiles.
Te daría una caricia, hijita. Pero tengo miedo.
SANGRE
D.MARTA: Usted dirá, señora.
MADRE: No hay mucho más que hablar.
D.MARTA: No.
Tiempo.
MADRE: Limpié yo, no se preocupe por ahora. Cuando se cure, ella sabe hacer.
D.MARTA: No faltaba más, señora. Yo puedo.
MADRE: Y cambié las sábanas.
D.MARTA: ¿Siguió la pérdida?
MADRE: Ya paró.
D.MARTA: Va a andar bien.
MADRE: Muy bien.
Tiempo.
MADRE: No.
(Le da la mano)
No hace falta. Usted puede quedarse ya.
D.MARTA: Si usted quiere yo puedo...
MADRE: (Se niega y carga su valija) Gracias.
¿Qué diferencia hay entre una mujer sola o dos?
D.MARTA: Claro.
Que Dios la acompañe.
MADRE: Y a usted.
Se va.
LA SOLEDAD
La luz se hace vaga.
Doña Marta ayuda a Soledad, que apenas camina, a bajar de la cama y arrodillarse.
Mientras Soledad reza, doña Marta coloca velas de colores, anchas y bajas, alrededor de la cama.
Salpica con agua bendita el lecho. Luego las paredes del fondo y las cortinas. Bendice con el agua a Soledad,
a sus espaldas.
Finalmente, Doña Marta se sienta en una silla junto a la cabecera de la cama. Baja la cabeza y se
queda dormida.
La luz se va apagando hasta alumbrar solamente a Soledad, que sigue rezando.
ÚLTIMAS CURACIONES
En algún lugar distante se enciende un fósforo.
La curandera prende las velas. Se adivina a Soledad dormida en la cama.
La destapa.
Le pone una mano en el vientre, respirando, con leves masajes.
Le acomoda el pelo; le acaricia la cara.
Con el pulgar, tres cruces sobre la marca en la mejilla.
Se vuelve finalmente, y abre las cortinas: la luz de un día claro despierta a Soledad.
Soledad se incorpora.
D.MARTA: No se asuste, Soledad. Buen día. Déjeme apagar las velas. (Mientras las
apaga) Espero que haya dormido bien. ¿Se siente mejor?
Soledad se sienta en la cama, con las piernas colgando. Asiente con la cabeza.
D.MARTA: ¿Y cómo se siente, m'hija? Usted ya está bien del cuerpo, no va a haber
problema.
¿Sabe qué? Antes de ir a la estación le traigo un tecito con los bizcochos
que quedan y dejo la cocina limpia. Falta la cocina y ya está todo.
Sale.
Soledad queda vestida y deshace la cama. Dobla las sábanas y las mantas. Espía debajo de la cama.
Mira a los rincones.
Tiempo.
Toman y comen.
EL CIELO
D.MARTA: La veo contenta, m'hija. ¿Le molesta que le hable?
No. Usted no se aburre, ya me fijé. La vamos a pasar muy bien. No tiene
por qué preocuparse, usted me deja a mí.
La gente que tengo en la ciudad es buena gente, créame.
Hay chicas de su edad en la casa; todas como usted, así, jovencitas, ¿no
se me va a asustar, verdad?
Usted piense que son todas como primas; yo vengo a ser como la tía, ¿me
entiende? Otra tía.
Le voy a enseñar cómo es todo. Coma bien.
(Pausa)
Vea, las chicas tienen tiempo para salir a la mañana y a la tarde, se va a
acostumbrar. Ojo que la ciudad es grande, y la casa ni le digo: usted tiene su piecita, y
tiene su dinero para lo que quiera hacer. Las chicas se compran ropa, le cuento, ropa y
cachivaches; usted viera cómo se visten en la ciudad.
Pero haga lo que le digan, y no tiene por qué preocuparse de no hablar,
que es mejor que no hable, m'hija, es mejor.
21
Tiempo.
UMBRAL
Soledad abre la valija. Sorprendida, saca el sombrero.
SOLE: No entiendo.
Magia.
¿La viste a doña Marta?
Doña Marta es muy buena. No me dijo nada.
Por ahí quiere que me lo lleve.
No me lo puedo llevar. No me vas a ir a buscar allá; no quiero. Y la
ciudad es grande. Hay un montón de chicas.
Bueno, si vas, yo soy la que no habla, la que no abunda...
(Sonríe)
Qué palabra.
(Deja el sombrero sobre la cama deshecha)
El viaje es largo: vos vení a buscarlo acá mejor. De paso, si la ves a mi
mamá, decíle alguna cosa.
No sé, vos sabés, decíle que me curé. Que la quiero mucho.
(Pausa)
Cumplí dieciséis y Doña Marta me regaló un sombrero nuevo, ¿te gusta?
(Se lo pone)
Estoy cada día más linda.
Y más grande.
Ya no me asusto de nada, ¿querés ver cómo no me asusto?
Te vas a asustar vos, te apuesto todo, todo.
¡A que te asustás!
(Respira hondo y contiene)
A la una, a las dos y a las tres.
22
Te gané.
FIN