Resena - Resena de Dos Libros Roger Scruton

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ROGER SCRUTON, Pensadores de la Nueva Izquierda, trad. de J.

Mª Carabante, Rialp, Madrid, 2017, 442 pp. ISBN 978-84-


321-4799-9.
ROGER SCRUTON, On Human Nature, Princeton University Press
Princeton y Oxford, 2017, 151 pp. ISBN 978-0-691-16875-
3.

Pensadores de la Nueva Izquierda es el último libro de Roger Scruton


traducido al español. On Human Nature (Sobre la naturaleza humana) es
el último libro que ha publicado. Scruton es un escritor prolífico y en
otoño de este mismo año la editorial Bloomsbury publicará Where We Are
(Dónde estamos), “mi respuesta al voto del Brexit”, en palabras del propio
autor (véase su página web: http://www.roger-scruton.com/). Ser
prolífico no le impide a Scruton ser un escritor elegante y ameno, dotado
de un estilo cuya claridad es el destilado de muchas cosas, la mayoría de
ellas tan antiguas que es un mérito suyo que no se presenten cubiertas de
polvo. Por el contrario, todo es terso en su prosa. Scruton es un
conservador que no tiene nada que ocultar. El conservadurismo es,
precisamente, la etiqueta que él mismo ha escogido para mantener con el
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mundo de lectores una ya larga conversación (su primer libro data de
1974), una etiqueta que se solapa, en muchos momentos de la
conversación, con la etiqueta de la filosofía. Hasta qué punto un filósofo
puede ser también un conservador —Scruton fue nombrado caballero en
2016— es la cruz de cualquier interpretación de la obra de Scruton, que ha
discutido el estatuto filosófico de la izquierda. La relación de la filosofía
con la política, y no solo la filosofía política como una ciencia o materia
académica, es el motivo que anima incluso aquellos libros de Scruton
dedicados, por ejemplo, a la estética o los que forman parte —como sus
novelas u óperas— de lo que podríamos llamar “cultura”. Que un filósofo
pueda ser de izquierdas o de derechas es una manera de plantear la
cuestión de si un filósofo puede ser identificado con un “intelectual”; que
un filósofo pueda ser identificado con un intelectual es, a su vez, una
manera de plantear la cuestión de si la filosofía puede ser identificada con
la cultura. En un pasaje relevante del primer capítulo de su libro How to
be a Conservative (Cómo ser un conservador, Bloomsbury, Londres,
2014), en el que Scruton insiste en el carácter autobiográfico de su obra,
leemos lo siguiente:
Pero yo también era un intelectual [como los leftist intellectuals a
los que se refiere en el párrafo anterior a propósito de la opinión de
Orwell de que no entendían a los obreros] o estaba apresurándome por
serlo. En la escuela y en la universidad me rebelé contra la autoridad. Yo
creía que las instituciones debían ser subvertidas y que no debían
permitirse códigos ni normas que impidieran la obra de la imaginación.
[…] Lo que más me preocupaba y lo que estaba determinado a hacer mío
La torre del Virrey. Revista de Estudios Culturales ISSN 1885-7353 Nº 21 2017/1
A. Lastra, reseña de R. Scruton, Pensadores de la nueva izquierda y On Human Nature

era la cultura e incluía la filosofía, tanto como el arte, la literatura y la


música, bajo esa etiqueta. Respecto a la cultura yo era “de derechas”, es
decir, respetuoso del orden y la disciplina, reconocía la necesidad del
juicio y deseaba conservar la gran tradición de los maestros y trabajar
por su supervivencia. Ese conservadurismo cultural […], esa idea de que
debemos ser modernos en defensa del pasado y creativos en defensa de
la tradición, tuvo un profundo efecto sobre mí y a su debido tiempo
moldeó mis inclinaciones políticas.

En sus propios términos, Scruton es un intelectual de derechas


preocupado por la conservación de la cultura. Pensadores de la Nueva
Izquierda es, por tanto, un libro polémico, como lo demuestra que,
cuando se publicó con ese título por primera vez en 1985 (“en tiempos del
reinado de terror de Margaret Tatcher”), la editorial Longman lo retirara
de la circulación y Scruton tuviera que abandonar su carrera universitaria.
La segunda edición del libro (2015), que cubre toda una generación
marcada por los acontecimientos de 1989, se titula en inglés Fools,
Frauds and Firebrands (“locos, impostores y agitadores”) y modifica el
contenido de la primera eliminando la referencia a autores “que hoy ya no
tienen nada que decir” e incluyendo capítulos dedicados a nuevos
“pensadores de la nueva izquierda”, donde “nueva izquierda” es tanto el
nombre de la revista New Left (que funciona como el órgano de
publicación de los intelectuales orgánicos y que acaba de lanzar su edición
en español al amparo de Podemos) como una etiqueta para agrupar, junto 2
a Hobsbawn, Thompson, Galbraith, Dworkin, Sartre, Foucault o
Habermas, a Althusser, Lacan, Deleuze, Gramsci, Said, Badiou y Žižek. La
lista es, en apariencia, lo suficientemente heterogénea como para que no
pueda acusarse a Scruton de simplista y los enunciados —“resentimiento
en el Reino Unido”, “desdén en América”, “liberación en Francia”,
“aburrimiento en Alemania”, “sinsentido en París”, “guerras culturales
por todo el mundo”, “el monstruo despierta”— lo suficientemente
categóricos como para no tomarlos en serio. Scruton subraya, en una
línea de pensamiento que incluiría tanto a Orwell como una suspicacia
mucho más antigua contra la sofística, que “el comunismo siempre ha
luchado por apoderarse del lenguaje” y que “el principal legado de la
izquierda ha sido lograr la transformación del lenguaje político” (p. 23).
En consonancia, uno de los objetivos de Scruton es “rescatar [el lenguaje
político] de la neolengua socialista”, aunque esa operación de rescate
lingüístico se amplíe incluso a la interpretación jurídica de Dworkin o la
propia hermenéutica de Gadamer. (La “deconstrucción” apenas merece
dos o tres alusiones de pasada.) Es una muestra de la ambigüedad de
Scruton respecto a si la filosofía se subsume en la cultura que, en contra
de la “mejor interpretación” de Dworkin, aduzca el ejemplo de los juristas
islámicos de la Edad Media (pp. 110, 112-113) o que, en contra de la
“teoría de la acción comunicativa” de Habermas, recuerde el deutsche
Genossenschaftsrecht de Gierke (pp. 236-237). En ambos casos (Dworkin
y Habermas, que aquí representan a todos los demás “pensadores de la
nueva izquierda”), Scruton lamenta que no haya ninguna alusión a la vida
La torre del Virrey. Revista de Estudios Culturales ISSN 1885-7353 Nº 21 2017/1
real y que “todo haya sido destruido por la neolengua”. (Dworkin “razona
como abogado, no como filósofo”, pp. 97, 110.) Que los intelectuales de la
izquierda entendieran al obrero mejor de lo que el obrero se entendía a sí
mismo, vinculados entre sí de una manera más o menos evidente por una
simpatía intuitiva, habría llevado además a que apareciera la figura clave
para entender que la transformación del lenguaje político exige una
superestructura hermenéutica infalible: el partido, el “príncipe moderno”,
el “intelectual orgánico”. (Alguien que, como Scruton, ha dedicado un
libro a Our Church, sabe que siempre hay una iglesia y que eso no es
incompatible con que haya muchas.) Para Scruton, la transformación del
lenguaje político supone la interrupción de una conversación y, en la
práctica, la desaparición de la oposición. “La cuestión de la oposición es,
sin embargo, la cuestión más importante en política” (p. 308). Oposición
significa poner de relieve el conflicto. Si el cambio en las relaciones de
producción no es capaz de resolver el conflicto o, en otras palabras, si las
raíces del conflicto se encuentran en la naturaleza humana y no en la
sociedad ni en la historia, entonces —escribe Scruton— “la esperanza de
su desaparición es una esperanza inhumana y lleva a una acción
inhumana” (p. 309).
Paradójicamente, esa inhumanidad sería el resultado de una
“necesidad religiosa […], de un anhelo de pertenencia que ningún cúmulo
de pensamiento racional, ninguna prueba sobre la soledad absoluta de la
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humanidad ni sobre la naturaleza no redimida de nuestros sufrimientos
podrá nunca erradicar” (p. 429). Los “pensadores de la nueva izquierda”
son “locos, impostores y agitadores” porque, en lugar de defender la
realidad, que es conflictiva, prometen “absolutos”. La conversación
tradicional, por el contrario, a diferencia de la dialéctica marxista, no
acaba nunca. En el último párrafo de Pensadores de la Nueva Izquierda,
Scruton aduce la autoridad de Platón para convencernos de que, “cuando
se transfiere la carga de la prueba de quien reivindica un nuevo orden a
quien defiende el existente, se transforma la naturaleza del
razonamiento”, es decir, del lenguaje.
Scruton cita expresamente las Leyes, que los filósofos de la Edad
Media musulmana opusieron a la autoridad de la ley coránica y a los
juristas islámicos. (Véase lo que dice en On Human Nature a propósito de
la “doble verdad”, p. 48.) En el último párrafo de las Leyes, el Extranjero
no comparte el entusiasmo de Megilo y Clinias por la constitución (o la
solución al conflicto) de la que que él mismo les ha provisto. En el mundo
presocrático, ancestral, comunitario de las Leyes, la filosofía no tiene un
lugar definido. En el último párrafo de la República, Sócrates, con un
gesto que refuta por completo el apelativo de “reformista totalitario” que
Scruton —en la larga estela de Popper— dirige a Platón, salva el mito y
promete a sus interlocutores que serán felices. Los comentaristas han
vinculado desde la antigüedad la primera palabra de las Leyes con las
últimas palabras de la República. Entre θεός y εὖ πράττωμεν la filosofía
tiene un lugar para llevar a cabo su tarea. Que ese lugar coincida con el
mundo que Scruton querría conservar y que probablemente se haya
perdido para siempre, una Inglaterra (que incluiría su propia Iglesia y su
soberanía) por la que ha entonado una elegía en “el estilo de Arnold y
Ruskin” (p. 213), es, probablemente, una manera de recordar que la
caverna es insuperable. Otro nostálgico de Inglaterra, que atemperó su
nostalgia gracias a su condición de extranjero (o de filósofo), escribió que
“hay una felicidad real, una sensación de seguridad, en mostrarse de
acuerdo en no reconocer lo obvio”, y añadió que “hay una conspiración
universal de respeto por lo no existente”.1 En esa conspiración, Scruton
puede verse peligrosamente cerca de sus adversarios.2
En el último párrafo de On Human Nature, Scruton dice que, a
propósito de lo que la “redención significa para nosotros en el mundo del
escepticismo moderno”, los “logros estéticos” que suponen Los hermanos
Karamazov y Parsifal reducen la “perspectiva de la filosofía”.
Literalmente, la perspectiva de la filosofía no es de gran importancia en
comparación con una novela y una ópera. La autonomía de la estética es
un postulado moderno coherente con el propósito de Scruton de ser
moderno en defensa del pasado y creativo en defensa de la tradición. Ser
moderno y creativo puede permitirle, en efecto, ser conservador, pero la
importancia o la significación de la filosofía, que no tiene por qué ser
reducida a una perspectiva si, por el contrario, la entendemos como la
apertura al todo, no dependen en modo alguno de la autonomía de la
estética. Es dudoso que moderno y creativo no sean términos
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neolingüísticos en un sentido orwelliano. En cualquier caso, postular la
autonomía de la estética es una cosa y plantear “un profundo problema
metafísico” otra. Ese problema tiene que ver con la condición del ser
humano, con “criaturas como nosotros” (p. 24). La condición de esas
criaturas, la relación entre el ser humano como animal y el ser humano
como persona, plantea un problema filosófico, no biológico. La
humanidad y las humanidades plantean un problema filosófico de
comprensión que, según Scruton, es la tarea misma de la filosofía (pp. 30,
47) más allá de la “inestabilidad metafísica” que supondría para la “gente
religiosa”. Scruton se confiesa “aferrado a la vieja llamada de la filosofía”
(wedded to the old call of philosophy, p. 66). La “intuición fundamental”
de esa llamada o vocación es la naturaleza racional del ser humano. Esa
naturaleza racional, sin embargo, está encarnada, “atrapada en emociones
eróticas y familiares que suscitan [create] distinciones radicales,
exigencias desiguales, atracciones fatales y necesidades territoriales”,
como escribe Scruton en uno de los pasajes clave del libro (p. 116). Para
esa racionalidad encarnada, “el campo de la obligación es más ancho que
el campo de la elección” y, para cultivarlo, son más adecuados los
conceptos de lo sagrado o lo sublime, del mal y la redención, que los

1 GEORGE SANTAYANA, Soliloquies in England and Later Soliloquies, Scribner, Nueva


York, 1922, p. 42.
2 Véase Terry Eagleton in conversation with Roger Scruton (2012), disponible en

https://www.youtube.com/watch?v=qOdMBDOj4ec. Scruton se presenta a sí mismo


como “profesor de filosofía” y a Eagleton como “profesor de literatura”.
conceptos que asume la moderna filosofía moral basada en el contrato
social (pp. 116-117).
Estoy dispuesto a aprender de Scruton muchas cosas y celebro que
su elegía inglesa no tenga tanto el carácter de un soliloquio cuanto el de
un diálogo que fomenta las relaciones humanas, la vida moral y las
obligaciones sagradas que constituyen los capítulos de On Human
Nature. Con la palabra inglesa kindness podría resumirse el propósito de
Scruton (p. 49). En lo esencial, estoy de acuerdo también con lo que dice
de los “pensadores de la nueva izquierda”. Disiento solo en que su
conservadurismo y la filosofía estén en el mismo plano. En última
instancia, mi disentimiento se basa en la convicción de que la filosofía
carece de prejuicios, incluso de los prejuicios que, desde Burke hasta
Scruton, han conservado la decencia última y una visión amable de las
cosas.

Antonio Lastra

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