Hoy VI

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HOY VI...

DELIA STEINBERG GUZMN

Delia Steinberg Guzmn

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NDICE

Prlogo Hoy vi ...a los hombres hacer equilibrio sobre un castillo de naipes ...al hombre ciego ...al hombre iluso ...al hombre ambicioso ...a un hombre drogado ...a un drogadicto ...a un hippie ...a un extraterrestre ...la obra de hombres gigantes ...a la mujer del ao 1975 ...a un nio (I) ...a un nio (II) ...a un Nio (III) ...a los Reyes Magos ...la multitud ...al hombre viejo ...al hombre nuevo ...la soledad en compaa ...una enfermedad que se llama soledad en conjunto ...la falta de autenticidad ...el desconcierto ...el prestigio

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...la miseria ...el absurdo ...la mentira (I) ...la mentira (II) ...la violencia ...el recuerdo ...la esperanza ...la muerte ...el amor ...a la musa de la Historia ...a Euterpe, la musa por excelencia ...a Tala, la musa de la comedia ...a Melpmene, la musa de la tragedia ...a la musa de la danza ...a otra de las musas ...a Polimnia ...a Urania, la musa de los astros ...a Calope ...el mundo desde arriba ...cosas que no siempre se pueden captar con los ojos del rostro ...un fenmeno parapsicolgico ...en el teatro del mundo, la puesta en escena de una viejsima e interesante obra: El mito de la caverna ...detenerse la Historia por un instante ...girar la rueda del tiempo ...la luz ...la msica

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...la primavera (I) ...la primavera (II) ...la ecologa en accin ...caer una hoja ...las heridas de la Tierra ...temblar la Tierra ...un ideal llamado Nueva Acrpolis ...un gato ...una cigea ...un ovni ...una estrella ...un camino ...un castillo ...una espada ...las arenas del desierto ...el viento ...el mar ...un ro ...la nieve ...una gota de agua

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PRLOGO

Hoy vi a una gran mujer... Resulta, en verdad, difcil hacer entender en la actualidad el autntico significado de unas palabras tan sencillas como las precedentes: habindose perdido el contenido real que un trmino encierra, cada cual emplea de manera arbitraria los conceptos, a travs de expresiones sin ms validez que la que cada uno le otorga. As, cuando la grandeza es menospreciada por sospechosa, cuando lo superior es sinnimo de injusticia, qu podramos decir sin que desechemos el temor de caer en interpretaciones malintencionadas por quienes, acostumbrados a la mediocridad caracterstica de nuestra poca, quedan cegados ante un sbito relmpago de claridad? Sin embargo, hablar de la Prof. Delia S. Guzmn y no hablar de grandeza en su ms alta expresin, de autenticidad en su mximo grado de pureza, de nobleza en su ms cabal contenido, sera mentir de la forma ms descarada. Es necesario disponer de una extraordinaria claridad de mente como la de la Prof. Guzmn, para poder trascender las simples apariencias de la manera en que los mltiples captulos de este libro lo hacen, a travs de un lenguaje siempre renovado, de una sencillez tanto ms destacada, por cuanto que no por esa misma sencillez dejan los temas de ganar profundidad. "El valor de las palabras no est en lo que encierran, sino en lo que liberan", afirmaba en cierta ocasin el Prof. Jorge ngel Livraga. Y Delia Steinberg Guzmn, como fiel discpula a las enseanzas de su Maestro, ha llevado este pensamiento a su mxima expresin: resulta, en rigor, imposible sumergirse en las pginas que hoy nos ocupan, sin salir de ellas instante a instante ms enriquecidos en esa maravillosa libertad de espritu sin la cual, al ser humano le sera imposible llegar a ser quien es, y de cuya carencia provienen todos los males que en nuestros das nos aquejan. No estamos, en efecto, ante una obra corriente, quiz porque su autora tampoco lo es... Pero esto es algo que, por muchas palabras que dijsemos (y todos aquellos que conocemos a Delia lo sabemos perfectamente), siempre resultarn insuficientes. Hoy vi un gran libro... Quin no se ha sentido alguna vez asombrado, al comprobar que el resultado final de una suma de elementos no siempre es igual a la simple adicin arbitraria de ellos, sino mayor? Quin no se ha topado jams con la sorpresa de encontrarse ante el hecho de que una determinada obra parece de pronto superarse a s misma, saltando por encima de los conocimientos en los que pudo nacer, y convirtindose, a tenor de extraas fuerzas, en algo muy superior a lo que en principio pudo pensarse? Si es cierto como aseguran multitud de leyendas y tradiciones milenarias de antiguos pueblos que todo hombre tiene durante su niez un "ngel" protector que vela

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por su integridad, y si fuese asimismo cierto que determinadas obras, en alguna medida, tambin parecen tener "algo" que situado por encima de ellas en planos sutiles, vela por que su cumplimiento efectivo se lleve a cabo, muy poderosa ha tenido que ser, en verdad, la influencia puesta en juego para que este libro vea la luz. Afirma un antiguo proverbio rabe que "los ojos no sirven de nada a un cerebro ciego". Y, precisamente, si algo hay que destacar en este libro, es la forma en que nos coloca, sin el ms mnimo esfuerzo, ante ese universo extrao y maravilloso al mismo tiempo que, quin sabe por qu razones, no supimos ver por nuestros propios medios. Comenzando a gestarse en 1975 como una seccin fija para la revista NA, fueron necesarios casi siete aos de labor ininterrumpida, mes a mes, hasta quedar finalizado. Sin embargo, todo aquel que lo tome en sus manos difcilmente podr darse cuenta de esto. El contexto general, el resultado final de estos siete aos de trabajo, no se nos aparece como una suma irregular de fragmentos inconexos, unidos artificialmente para calmar la curiosidad o el inters de los mltiples seguidores incondicionales que la Prof. Guzmn va sumando da a da, sino como un todo que, sin haber sido pensado as desde un principio, demuestra hasta qu punto el poder de una mente dirigida con firmeza por la voluntad, puede ser fiel a su propio pensamiento de manera continuada y permanente. "Hoy vi..." no es un libro como otro cualquiera. Escrito en prosa, nada tiene que envidiar a cualquier obra potica conocida, pues las palabras que lo integran gozan de la rara virtud de introducirse en lo ms recndito de cada uno con pasmosa naturalidad. Conformado a modo de meditaciones en torno a temas de actualidad, sus captulos tienen la facultad de trascender las fronteras a que el tiempo o las distancias nos someten, pues ninguno de los fragmentos que lo constituyen ha surgido como ecos de modas pasajeras que desaparecen con tanta facilidad como nacieron. Nos encontramos, pues, ante un de esas extraas obras cuyo aspecto externo poco o nada puede decirnos a primera vista, pero en cuyo interior late un universo completamente diferente al nuestro oscurecido por el pesimismo y la mediocridad; un universo que, actuando a modo de blsamo maravilloso e imprescindible, toma la forma de un canto a la Vida, con mayscula, en cualquiera de las infinitas formas que esta pueda asumir. Qu es, entonces, "Hoy vi..."? Un faro en la noche ms oscura? La llegada a una meta largo tiempo soada?O un milagro hecho presente cuando ms cunde en el mundo el desaliento, el escepticismo y la falta de fe?. En verdad, todo a la vez... y mucho ms, aunque solo aquellos que lo lean comprendern lo que queremos decir. Se podr estar de acuerdo con las palabras precedentes o se podrn rechazar; los matices en cuanto a actitudes sern tan variados, como variada es la naturaleza humana. De lo que s estamos completamente convencidos es de que nadie, una vez lo haya concluido, lograr permanecer indiferente. Y el tiempo, que es quien tiene en el fondo la ltima palabra, nos dar algn da la razn... Manuel Crenes

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HOY VI... Este ttulo, lector, es un ttulo incompleto... y as lo dejo para que, en cada oportunidad en que nos encontremos, podamos llenarlo con las imgenes frescas de cada da. Son tantas las cosas que vemos... y tantas las cosas que dejamos sin ver porque nuestra atencin no se detiene en ellas... Es a esas pequeas cosas, que sin embargo son grandes cuando se adentran en el corazn, a las que quiero dedicarles este espacio. A esas cosas de las que se habla poco, y en voz baja, porque estamos en la era del sonido exterior y el silencio interior...

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LOS HOMBRES HACER EQUILIBRIO SOBRE UN CASTILLO DE NAIPES

Hoy vi a los hombres hacer equilibrio sobre un castillo de naipes. Y comprend un poco ms lo que es la inestabilidad... Sin embargo, todos buscamos lo estable, lo duradero, lo bueno, lo que sin cambiar violentamente, nos ayuda, no obstante, a caminar y evolucionar. El que de nio levanta un castillo de naipes, lo hace conteniendo la respiracin; tanto es su miedo de que esa frgil estructura se derrumbe. El nio juega sabiendo que, por un tiempo, tratar de mantener erguido un sueo, unas hojitas de cartn que son la maqueta de sus realidades futuras. Pero ningn nio intentara entrar en ese castillo, ni pararse sobre l... Eso ms bien piensa que lo har cuando "sea grande" y cuando los naipes se vean reemplazados por los bloques firmes de la realidad. Curioso, pues, el caso de nuestros "nios grandes", que an se figuran naipes resistentes y juegan de continuo a vivir en un ilusorio mundo de papel. La vida, la Historia, no pueden ser tan solo el relato de los movimientos fracasados para lograr el equilibrio. Antes de equilibrarse hay que observar atentamente sobre qu nos paramos. Puede que los naipes tengan ms bonitos colores que las piedras y metales, pero es necesario comprender que cada cosa tiene su valor: las piedras y metales sirven para construir slidas estructuras, y los naipes para forjar una ilusin que puede o no plasmarse alguna vez. Si la experiencia nos hace recurrir al consejo de los que ms saben a la hora de elegir una casa, un vehculo, una mquina, una medicina, tambin la experiencia acumulada en la Historia sera la indicada para mostrar las mejores estructuras, aquellas que resisten el tiempo y dejan posarse a los hombres firmemente sobre ellas. Una vieja parbola oriental nos habla de que la civilizacin es un madero que se apoya sobre dos rboles, que deben tener la misma altura para no provocar una descompensacin: el rbol del espritu y el rbol de la materia. Y nuestro castillo civilizatorio se deshace porque, evidentemente hace mucho tiempo que se riega tan solo el rbol material, cuyas hojas son los naipes de nuestro cuento. Hoy vi que son pocos, y ojal fuesen muchos ms, los hombres que riegan el otro rbol, aquel que siendo del espritu, ofrece, justamente, el orden y el equilibrio que surgen de la fe y del conocimiento....

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AL HOMBRE CIEGO

Hoy vi al hombre ciego. En verdad, no estaba simplemente ciego: para mayor mal, le faltaban todos los sentidos, pero nada mejor para expresar la carencia de ellos que el hablar de la ceguera. El no ver parece abarcar en su desdichada carencia de luz el no or, el no palpar ni oler ni gustar. Pero no creis que el hombre de mi ejemplo tena los ojos enfermos, ni que le faltaban los otros rganos encargados de tornarlo sensible. Mi hombre era ms ciego, precisamente, porque tena ojos, tena odos, boca, nariz y fina piel, aunque no saba servirse de ninguno de estos elementos. Vi al peor de los hombres ciegos: al que no quiere ni puede ver. Porque el ciego que se vale de su blanco bastn, o que necesita de la colaboracin de sus congneres para moverse, desarrolla una especial sensibilidad, que le permite saber el color del cielo, presentir la cercana de una persona, y aun adivinar la sonrisa o el enojo en quienes le rodean. Pero este otro ciego, el que no usa bastn, el que puede caminar libremente por las calles, no advierte nada y deambula en continua oscuridad. Sin embargo, este ciego no podr curarse mientras no perciba su ceguera, porque adems de privado de los sentidos, no sabe que lo est... Tiene historia, pero ha preferido olvidarla. Podra tener experiencia acumulada, pero ha preferido ignorarla por no considerarla "suya". Tiene familia y amigos, pero los rechaza con un individualismo egosta que disfraza de inteligencia y superioridad. Tiene posibilidades de aprender nuevas cosas cada da, pero cree que ya lo sabe todo. Tiene arte capaz de solazarle y elevarle, pero se inclina por las malas combinaciones de ruidos, formas y colores. Tiene el modelo del orden de la Naturaleza para imitar, pero prefiere su desorden personal, que define como creatividad y libertad. Tiene a Dios en cada paso de su vida, pero lo niega pues se siente fuerte y autosuficiente, justamente porque es ciego... Y cmo encegueci el hombre? Porque olvid que los sentidos, todos ellos, son apenas el reflejo de superiores y ms profundas formas de ver, de or, de gustar y sentir en general. Y el hombre us tan solo la mquina, el aparato exterior, sin cuidar del que maneja el aparato, sin cuidar del ordenador inteligente que reside tras los sentidos. Hoy, el hombre ciego, juega con sombras y falsas imgenes, suea un mundo que no existe, y se destruye poco a poco a s mismo. Y oh, paradoja hombre ciego, bastara con que te vieses, para empezar a ver... Porque el mundo nuevo no ser ni percibido ni vivido por los ciegos.

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HOMBRE ILUSO

Hoy vi al hombre iluso. S que as se llama al que vive inmerso en ilusiones irrealizables. Pero a m me pareci que, justamente, el iluso no tena ilusiones. Me pareci ver que el hombre iluso se ha creado un mundo ficticio por falta de coraje para afrontar realidades directas. Sus ilusiones no son puentes para crear luego slidas realidades, sino que son velos que protegen contra la verdad. Ciertamente, la palabra "ilusin" denota su origen: "ilus" es barro, aquello que tiene apariencia de realidad, pero que no lo es. Por ello, las ilusiones se mantienen tan firmes como estatuas de barro bajo la lluvia... y los hombres que las sustentan se denominan ilusos, seguidores de esa apariencia engaosa. Sin embargo, hay hombres ilusos y hay hombres con ilusiones. Si bien en un comienzo la diferencia es demasiado sutil, luego se advierte, en cuanto los primeros jams salen de su mundo fantstico, mientras que los otros se esfuerzan en concretar sus ilusiones. El hombre que yo vi es el prototipo de muchos hombres y mujeres, jvenes y viejos que cubren sus ojos con espesa venda y toman por realidades las sombras que se van produciendo tras esos ojos presionados. Una vez aceptada la convencin de las sombras, los pocos atisbos de realidad se retuercen y deforman hasta que llegan a justificar las imgenes borrosas de la ilusin. No es de extraar, pues, que a diario se oigan afirmaciones y propuestas que sonaran a incongruencias aplicando la mnima dosis de sentido comn. El esclavo se llama a s mismo libre; el libre llora por las cadenas que le oprimen; el joven se amarga por el peso de la vida y el viejo se solaza en diversiones propias de la adolescencia. El vicioso adquiere fama y nombrada y el justo se esconde por vergenza de que le consideren tonto; el ignorante se vanagloria de sus conocimientos y el sabio calla por humildad; el enfermo alardea de salud, y el sano arrastra su hipocondra. Todo es una gran ilusin, un inmenso laberinto en tinieblas donde nadie sabe cul es la salida, pero sin que a nadie le interese verdaderamente hallarla. Hallar la salida supone esfuerzo, y al iluso el esfuerzo le hace mal. No quiere ver, ni or, ni actuar. A veces, simplemente habla y se deja hacer. El hombre con ilusiones que hubiese querido ver en lugar del iluso que vi pues quien escribe tambin guarda sus ilusiones es el prototipo del creador, tanto de s mismo como del mundo en el que le ha tocado vivir. Tiene ilusiones, sueos, imgenes, esperanzas, o como se quieran llamar, pero ellas constituyen el paso previo a un mundo de trabajos y realizaciones. As como es impracticable construir un edificio sin planos previos, o una obra de arte sin una idea

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anticipada, as tampoco se puede hilar la vida sin imgenes anteriores. Las ilusiones son, de esta forma, un esquema ideal de todo aquello que se desea, pero de todo aquello que se desea hacer. El hombre con ilusiones no es un soador ridculo ni un fantasioso empedernido que se satisface con el solo sueo. Es un hombre prctico y ordenado que distingue el plano de la mente del plano de la concrecin fsica. Cuando elabora sus ideas, cuando teje sus ilusiones, lo hace contando con los medios y posibilidades que le permitirn objetivarlas. Y si algunas ilusiones son ms dificultosas de plasmar, no las abandona; simplemente se provee del material necesario para realizarlas en el momento justo. El hombre con ilusiones no escapa ante las dificultades. Porque tiene ilusiones, sabe que debe vencer las dificultades, pruebas que son en su camino de crecimiento. El hombre con ilusiones no se deja atrapar en la maraa desordenada de unas imgenes confusas y sin finalidad. Por el contrario, es dueo de sus ideas, las piensa, crea y recrea en la medida en que tiene una finalidad de destino y sabe hacia dnde debe llegar. El hombre que querra ver no vive oscurecido por el barro de falsas realidades. l ha aplicado la alquimia mgica y humana de la transformacin de los elementos: del barro ha pasado al duro metal del hierro, que luego se har bronce y plata, para refulgir en el oro de la verdad. Este oro final ya no se disuelve, ya no es ilusin: es el alma que anida en todos los sueos del ayer. Es el alma que vitaliza los sueos de hoy, las realidades de maana.

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HOMBRE AMBICIOSO

Hoy vi pasar al hombre ambicioso. Al menos, as me lo explicaron, y tambin me explicaron en qu consiste la ambicin. Es un afn creciente de poder y posesin que distingue a un hombre de aquellos otros hombres que simplemente se conforman con lo que son y lo que tienen. A primera vista, podra uno quedarse satisfecho con estas definiciones, sobre todo cuando se alienta la idea del hombre nuevo y mejor que debe ampliar sus horizontes da a da. Pero, un anlisis ms profundo nos lleva a preguntas forzosas, cuyas respuestas no son siempre aceptables. Qu busca este hombre ambicioso? Con qu suea el hombre ambicioso? Cmo trabaja, por qu y para qu? Qu consigue el hombre ambicioso? El hombre que vi busca ser reconocido, tanto por sus riquezas, por su buen nombre, como por sus acciones, pero quin le reconoce? Algn "Maestro en hombres", algn ser de especiales conocimientos y sapiencia? No; el reconocimiento viene de hombres iguales a l, que persiguen los mismos fines y que luchan por los mismos objetivos en una competencia sin principios ni moral alguna. Y, en cuanto a las riquezas que mencionamos, se entiende que se reducen a las estrictamente materiales, a aquellas que pueden ser medidas, pesadas y valoradas en divisas. El buen nombre es tan solo fama, y la fama le viene de acciones meritorias... nuevamente medibles en divisas. Este hombre ambicioso suea con ocupar una pgina destacada en la Historia y, de hecho, su propia ambicin le hace ocupar al menos los peridicos y las pginas de las revistas de moda. Pero es porque ese hombre imagina una Historia siempre igual, donde los factores socioeconmicos sern de continuo los ms importantes. Sin embargo, la Historia no ha sido ni ser perpetuamente as... Este hombre ambicioso trabaja a tope, eso s hay que reconocerlo; aunque es un trabajo que jams le repercute en otro beneficio que la autoestima y la estimacinaprobacin de los dems. Ni siquiera tiene tiempo para disfrutar de sus riquezas, pues el acumularlas le ha hecho esclavo de la accin acumuladora. Su trabajo tiene una meta fija que no es el propio trabajo, ni la perfeccin creciente de la labor: la meta es otra, son los resultados del trabajo, medidos ya sea en oro o en elogiosas o falaces palabras. Pero creis que es malo este hombre ambicioso? Creis que es as porque ha analizado a fondo su vida y sus consecuencias? Por el contrario, si as lo hiciese, comprobara de inmediato que quema sus aos en pos de cosas tan variables y poco duraderas como la fortuna material, la aprobacin de los hombres, la fama y la posicin destacada. En el hombre ambicioso duermen las semillas de las ms caras ambiciones humanas que, simplemente, al no poder canalizarse por las verdaderas sendas, han

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escogido los caminos ms fciles y trillados, por lo menos en este instante de la Historia. En todo hombre duermen sueos, sueos grandes, en donde el propio valor y las propias virtudes crecen da a da y merecen un puesto en la vida. Pero el hacer vivos esos sueos, el crecer en verdad lleva mucho trabajo y esfuerzo, y tal vez los triunfos no sean tan sonados como los sencillos logros mundanales. En todo hombre late el instinto de la gloria, del honor; en todo hombre hay necesidad de una gua protectora que apruebe y desapruebe indicando aciertos y errores, aunque a falta de gua haya optado por la opinin del vulgo. En todo hombre hay capacidad de trabajo y de dacin que, dignificados y elevados a su verdadera razn, lo transforman en un pequeo hacedor de milagros, en un pequeo constructor de vidas, al margen de sueldos y prebendas. En todo hombre hay ansia de imaginacin creativa por encima de la mquina esclavizante de la vida cotidiana, pero al no poder plasmarla prefiere catalogarla como ridcula y dejarla de lado. En todo hombre, por fin, hay ambicin de inmortalidad. Nadie quiere ni acepta morir en una desaparicin total, en ausencia de un espritu que trascienda el tiempo y el espacio. Pero como los mitos modernos le han convencido de lo contrario, el hombre busca inmortalizarse a travs de la materia, en la creencia de que ella es la nica forma de expresin que posee... Grandes edificios, poderosos automviles, inteligentes mquinas, enormes archivos son gritos elevados al infinito pidiendo ser vivos siempre, grabar las memorias y trasladarse al futuro. As, no quitemos al hombre su ambicin. La ambicin, como toda cualidad subjetiva, no es buena ni mala; todo depende de su utilizacin. Enseemos al hombre dnde debe estar su ambicin, dnde radican los valores duraderos y cul es la senda filosfica profunda por la cual ninguna ambicin se topa con lmites cuando el alma pide su derecho a la inmortalidad. Para los que quieren saber, para los que aman descubrir los secretos de la Naturaleza, para los que anhelan conocerse a s mismos, para quienes buscan la armona de la expresin en las artes, para los que pretenden escalar el Misterio, Nueva Acrpolis os ofrece una escuela para ambiciosos.

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UN HOMBRE DROGADO

Hoy vi a un hombre drogado. Arrojado al costado de un camino, revolvindose trabajosamente, y sin lograr "despertar" del todo, costaba esfuerzo determinar su edad y aun su sexo... Rechazaba todo auxilio y toda posibilidad de salir de ese estado: l quera estar as, y slo as. Ciertamente, miles de ideas se atropellan entonces por abrirse paso en la mente. Vienen a la memoria todas las frases hechas y los argumentos utilizados para "explicar" estas tristsimas situaciones. Qu es lo que le ha hecho mal a este hombre, a este joven que hoy vi? No s si el alcohol o las mltiples variantes de estupefacientes que ahora circulan con tanta libertad, y ante las cuales no cabe mostrar el ms mnimo desagrado a riesgo de ser automticamente clasificado como "retrgrado". Pero, poco importa que fuese el alcohol o las puras drogas los que hubiesen quitado la conciencia a este hombre. Lo indiscutible es que permaneca inconsciente, y con grave riesgo de no dominar jams la plenitud de sus facultades como continuase abiertamente en el camino que en principio haba escogido. S, ya lo s: los jvenes se drogan para "escapar", para no convivir con una sociedad que los desprecia, no los comprende y no les da cabida... Es, sin duda, el ms trillado de los argumentos, y no del todo desacertado. Es probable que las drogas ayuden a escapar de algo que desagrada. Es probable que los "mayores", los padres, los que deberan guiar a estos jvenes, no tengan tiempo de prestarles atencin ni cario, por cuanto esos mismos mayores tratan de imitar en todo las actitudes de la juventud que, al mismo tiempo, no comprenden. Mientras los mayores abandonan despreocupados sus hogares, visten y bailan al "estilo joven", buscan aventuras para no "anquilosarse" y tratan de olvidar que han trado hijos al mundo, los hijos "escapan" en brazos de las drogas, y se dejan guiar por los malos consejeros que no faltan en ningn rincn del mundo. Entonces, se puede culpar a toda la sociedad del fracaso de los jvenes drogadictos? Puede ser que la sociedad falsamente despreocupada, que hoy se quiere imponer por la moda, tenga parte de la responsabilidad, pero no toda. Es imposible creer que toda la sociedad se haya puesto de acuerdo para perder intencionadamente a sus jvenes, para destruir a los que han de detentar el futuro... Hay otros culpables, y a ellos hay que buscarlos. Son culpables los que han hecho lo posible y lo imposible para desmitificar todo lo vlido para el alma humana, los que han "matado a Dios", los que han vilipendiado a los hroes, los que han ensuciado con sus propias bajezas las grandes gestas de la Historia, los que, vestidos de "educadores de la juventud", han ensalzado los vicios por encima de las virtudes...

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Son culpables los que, al estilo de la caverna de Platn, permanecen ocultos, mientras manos annimas que para ellos trabajan, distribuyen las drogas e inician a los jvenes en este vicio, que enriquece a unos pocos y destruye a la mayora. Son culpables los que, habindolo destruido todo: el amor, la amistad, la familia, el honor, el sentido del deber, no encuentran cmo llenar ese vaco, como no sea con "escapatorias" a mundos ilusorios que duran tanto como el dinero en el bolsillo del drogadicto. Son culpables los que, sintindose miserables y fracasados, pretenden sobresalir a toda costa, reduciendo para ello a los dems a su mismo estado, para que no haya diferencia, para que reine la "igualdad", para que nadie sobresalga por sus valores naturales. Es tanto ms fcil destruir que construir...! Y tambin, por ltimo, son culpables los mismos jvenes que se dejan atrapar por las drogas. Si bien son tal vez los menos culpables, no por ello dejan de serlo. La culpa consiste en falta de valor: no hace falta valor para drogarse y enfrentar a la sociedad; por el contrario, hace falta valor para rechazar las drogas y trabajar dentro de una sociedad que merece ser mejorada da a da. Nadie puede obligar a nadie a hacer o pensar lo que no desea. La fuerza de voluntad es bien innato a todos los humanos. Si se pueden escuchar todas las falaces voces de los mentirosos del mundo, tambin se puede escuchar la voz de la propia conciencia que, por natural disposicin a la justicia, indica la diferencia entre lo bueno y lo malo. Si los padres fallan, si no existen amigos veraces, si la vida no se presenta bajo los matices soados, no importa!, no estamos solos! Desde el fondo de la Historia miles de pensadores, de filsofos, de "hombres buenos", nos hablan y nos instruyen en el sendero de la realizacin humana. Escapar no, trabajar para mejorar, s! La Historia, a pesar de los intentos de quienes quieren hacerla desaparecer, sigue viva. En ella vemos que las obras logradas por los que eligieron la senda del esfuerzo y de la voluntad, fueron mucho ms duraderas que las pompas de jabn de los que destruyen para no construir. La eleccin est en tus manos, en las propias manos del joven drogado que vi al costado del camino... Un mundo NUEVO Y MEJOR nos espera.

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UN DROGADICTO

Hoy vi a un drogadicto... pobre ser que llevaba escrita toda su historia en su cuerpo y en su actitud. Cre ver detrs de su figura estropeada de hoy, al joven inquisitivo de ayer, sin ideas muy claras ni definidas, pero con una enorme curiosidad por "vivir la vida". Le vi rodeado de compaeros que intentaban "hacerle hombre" ofrecindole nuevas experiencias. Le vi entusiasmado ante la posibilidad de evadir los problemas diarios, dejar de preocuparse por trivialidades tales como el estudio y el trabajo, y buscar en cambio una "lcida visin de colores y sonidos extraordinarios"... Le vi asustado antes de aventurarse a la proposicin de sus compaeros, pero tambin le vi ceder con tal de no demostrar "cobarda" y "poca hombra". Y as empez todo. Luego vinieron, sumadas a la costumbre de escapar de s mismo a travs de la droga, una serie de ideas concomitantes. Vino el desprecio por todos los seres que le rodeaban (y que no se drogaban, claro est), y por ende, por la sociedad en que viva. Vino la crtica acerba a todos los sistemas de orden y a la "moral represiva" de las familias burguesas que no entendan de estas "maravillas del espritu libre". Vino el desapego por todo tipo de lectura, de conocimiento, de trabajo y de responsabilidad. Y vino el culpar a todo el mundo por no poder comer ni mantenerse en ningn sentido sin caer en las "trampas burguesas" del trabajo remunerado. Y vino la burla por toda forma de fe y de sensibilidad. Y, sobre todo, vino la gran esclavitud... Este pobre joven que soaba con la libertad absoluta, con el espritu que escapa fumando de las amarras de la materia, con el concebir nuevos mundos ignorados en el campo de la imaginacin, se encontr atrapado por la necesidad de una droga fsica, concreta e indispensable para lograr todas aquellas libertades. De all a la prostitucin fsica, psicolgica y moral no quedaba ms que un paso: haba que lograr ser "libre" a toda costa. Y, sin embargo, qued prisionero de s mismo, de una necesidad artificialmente adquirida, de un mundo bajo y oscuro donde todas las debilidades se dan cita. Hoy le vi como un mueco de trapo... Cruzaba las calles sin advertir siquiera la presencia ni las bocinas desesperadas de los automviles. Los brazos le colgaban al costado del cuerpo, sin vida, y los ojos aparecan perdidos en una mirada sin destino. Iba ensimismado en una sonrisa entre triste y estpida, pensando si poda pensar en cmo conseguir esclavizarse un poco ms para "liberarse". La visin de este joven-viejo me llen de tristeza, no la tristeza moral oa, de las "cosas prohibidas" o de la incomprensin ante los problemas juveniles. No: una tristeza por todos los fracasos acumulados en ese pobre ser, por todos los sueos quemados, por toda la energa desperdiciada, por una juventud que difcilmente iba a

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poder encauzarse con felicidad a partir de ese momento. Me dio tristeza ese hombre sin Dios ni fe en nadie, que, sin embargo, clamaba con su gesto por algo firme para acogerse, como un nio perdido en la oscuridad. Y yo, que siempre voy por la vida tratando de ver cosas, de ver para aprender, ped a Dios con todas mis fuerzas que no me dejase ver tanto dolor... Fue solo un instante de egosmo, este el de mi ruego. Comprend de inmediato que, para no ver ms dolor, debo poner empeo en solucionar las causas de este dolor. Mis medios de solucin son pobres y humildes: mi palabra, mi pluma, pero las ofrezco con la sinceridad de alguien que tambin es joven y sabe de caminos de liberacin sin necesidad de poner trampas al cuerpo, sino agregando, por el contrario, alas al alma.

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...A

UN HIPPIE

Hoy vi a un hippie... Me pareci una sombra surgida desde un lejano pasado y sin embargo, al recapacitar, tuve que aceptar que no hace muchos aos, este hippie haba estado en su pleno apogeo. Yo saba que el tiempo, en sus cclicos juegos, hace aparecer y desaparecer mundos, pero el hippie que hoy vi me hizo meditar, entre otras cosas, en la rapidez con que ahora corren estos ciclos, en una suerte de vorgine que acelera las agujas del reloj civilizatorio. Este hippie de largos cabellos, desordenados; de ropas deslucidas y falsamente desgastadas, era una viva protesta... Pero no la protesta planteada por la idea del hippismo: un poco ms hondo se vea en l la protesta de un cambio que quiso ser sin llegar a realizarse. Era la protesta del fracaso, de una idea que, sin organizacin, no pudo cambiar el mundo y tiende a extinguirse apenas como una moda ms. Cuando este hippie naci, cuando l era mucho ms que uno solo caminando a solas, cuando eran miles los jvenes que se expresaban de parecida manera en varios rincones del mundo, haba muchas cosas contra las cuales protestar. Ideas y costumbres desgastadas requeran un profundo cambio por parte de una juventud que pretenda ser pura y autntica. La falsedad de una moral superficial peda como contraparte una actitud ntima y noble; la contaminacin ciudadana exiga en su lugar un nuevo amor por la Naturaleza; el anonimato de los trabajos maquinales peda una revalorizacin del esfuerzo personal, que se reconociese en la pequea manualidad o detalle original; el arte, que ya poco y nada expresaba o difcilmente se dejaba entender, fue canjeado por la artesana; la vestimenta propia de ese mundo desgastado, fue despreciada y sustituida por un nuevo "uniforme": el de "pobre"... S, verdaderamente, el hippie quiso variar la forma de vida, pero tal vez no advirti que el cambio no puede consistir tan solo en la destruccin de un viejo orden caduco, sino en la instauracin de un nuevo orden vlido y fuerte. Una vez ms, la falsa idea de la libertad ech por tierra un sueo que pudo llegar a ser... Por "libertad" se evadieron los sistemas, la organizacin, el compromiso, y cada cual hizo lo que quiso y pudo... Tanto es as, que el hippie que vi no resume todos los hippies; los hubo de variados tipos e ideas, tan complejas y contradictorias entre s que slo qued como consigna comn la protesta. Contra lo que fuese. Y el cambio no se pudo lograr... El mundo circundante, grande y poderoso, termin por absorber a los "hippies adultos", o bien los rechaz definitivamente en una inadaptacin no siempre psicolgica, sino de graves males fisiolgicos derivados generalmente de las drogas. Por eso, el hippie que vi no es feliz ni demuestra alegra alguna. l deambula en eterna protesta que ya nada dice. Sus semillas de buenas ideas, aquella pretendida

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autenticidad, aquel sueo de vida entre hermanos que todo lo pueden compartir, aquel amor por la Naturaleza, hoy apenas causan una sonrisa indulgente. Porque la historia es exitista, y los hippies no han triunfado. La protesta no pas de all. Los males siguen en su sitio. Y la juventud contina sintiendo en su interior la efervescencia que le otorga la fuerza de los pocos aos, el deseo de arremeter contra las injusticias, y el anhelo de forjar un mundo nuevo y mejor. Pero la experiencia a servido de algo: hoy la protesta se hace con cabellos cortos en los hombres, faldas en las mujeres, y ropa limpia en general. Hoy se estudia y se trabaja, y se sabe que de nada sirve automarginarse del error, sealndolo romnticamente, sino que en el corazn mismo de la tormenta, cabe siempre el puro corazn de un joven dispuesto a conquistarse a s mismo y a ayudar valientemente a todos los dems.

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...UN

EXTRATERRESTRE

Hoy vi un extraterrestre... Contra todas las opiniones generalizadas, no descendi de ningn platillo volador, ni tena rasgos distintivos en su cuerpo, ni los ojos de color inusual, ni especiales poderes telepticos. Tampoco me habl de su extrao planeta, ni de sus inconmensurables posibilidades de evolucin, desde luego siempre superiores a las terrestres. No intent constituirse en "Maestro" de no reveladas verdades, ni me predijo cosas extraordinarias para el futuro de nuestro propio planeta. No intent justificar los grandes logros de todas las antiguas civilizaciones, adjudicndolos sin ms a otros extraterrestres que, en su gran "piedad cientfica", vinieron en distintos momentos a ayudar a los humanos. Nada me explic sobre el enigma de las pirmides egipcias, ni la Puerta del Sol de Tiahuanaco, ni las "pistas de aterrizaje" para naves espaciales de la pampa de Nazca, ni sobre el viajero csmico que adorna el sarcfago maya de Palenque. No asumi la responsabilidad de todos los adelantos de la Humanidad, ni pretendi hacerme ver que esa Humanidad, sin los extraterrestres, no hubiese salido de la ms infantil de las etapas mgicas. No me apabull con el disfrazado materialismo que convierte a todos los dioses que el hombre ha adorado en smbolos de una ciencia fsica extraplanetaria que ha superado lo estrictamente religioso. No me ech en cara lo que la ciencia interespacial ha concedido a la Tierra, ni me exigi a cambio de ella exticas fidelidades, ni ms exticos compromisos con "sabios" sin expresin fsica, ni intelectual, ni lo que es ms grave an moral ni espiritual; sabios que deben seguirse sin siquiera intuirse. No me pronostic un mundo futuro regido por los "Grandes del Espacio", ni me invit a realizar ningn paseo psicolgico para conocer su planeta extraordinario. No se mostr pedante ni crtico. No me pidi que no hablase con nadie de las maravillosas revelaciones que me haca, ni tampoco me asegur que solo los elegidos como yo podamos tener acceso a esta nueva forma de verdad csmico-planetaria. No pudo hacer nada de lo anteriormente comentado, porque el extraterrestre que vi era apenas un hombre... Y por qu lo vi como extraterrestre? Porque, ms all de todas las suposiciones de moda, el primero y verdadero extraterrestre que podemos conocer es el propio hombre, siempre y cuando recordemos

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que de terrestre tiene tan solo su cuerpo material, y que su alma tiene por patria los espacios infinitos del espritu, la misma patria de donde surgieron todos los seres que factiblemente pueden habitar numerosos planetas en el universo. Muchas veces no se trata de buscar la verdad lejos de casa, ni de convencernos de que todo lo bueno ha de venir desde fuera, sino, por el contrario, volver los ojos a nuestra realidad circundante y buscar en ella los ms exhaustivos valores. Mucha fatuidad revelan los hombres que pretenden despertar el continuado inters del espacio exterior ante sus pequeos propsitos y experimentos. Cierto es que las grandes almas tienen una enorme piedad por los hombres, sus dolores y sus aciertos, pero por lo mismo que son grandes, no necesitan de tanto aparato humano ni de tanto desconcierto para expresarse. Y, adems de la fatuidad, mucho desprecio por el hombre y su planeta revelan quienes creen que nada bueno puede lograrse en este recinto terrestre, como no sea con la ayuda externa. O somos grandes como hombres y podemos hacer importantes cosas sin necesidad del apoyo interplanetario, o somos pequeos y pobres, sin posibilidad de merecer la entrega espacial. Sin embargo, el hombre que vi, verdadero extraterrestre, es grande y pequeo a la vez. Su pequeez estriba en sus limitaciones materiales, en su necesidad inexorable de experiencia para evolucionar, y en sus ataduras al tiempo y al espacio. Pero lleva en s el gran elemento extraterrestre: su alma, su ser infinito, la chispa de eternidad que late en lo recndito y que impulsa a mundos desconocidos, no solo de cuerpo, sino de fe y de sabidura. Aqu estamos, el extraterrestre que vi y todos nosotros, en las mismas condiciones de construir la nave espacial con la madera del sacrificio, y con el potente motor del conocimiento y la autntica religiosidad. Nuestra nave llevar el raudo impulso del hombre interior del extraterrestre, y visitar los olvidados planetas de la virtud, del honor, del inegosmo, de la fortaleza y del amor. Y mientras realice estos viajes, traer a nuestro mundo la tan ansiada descontaminacin que limpie la atmsfera terrestre de las nubes del materialismo y del vicio. S, todos podemos llegar a ver extraterrestres: todos podemos despertar el alma dormida y anestesiada por la polucin psicolgica y espiritual. Y entonces, con la fuerza inmortal de nuestra esencia atemporal volveremos a dar vida a aquellos prodigios civilizatorios, de indudable contenido csmico y de indudable, asimismo, factura terrestre. La nueva maravilla que hay que sumar a la lista de las ya tradicionales es el prodigio de ser hombres, con los pies en la Tierra y la cabeza en el cielo estelar.

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...LA

OBRA DE HOMBRES GIGANTES

Hoy vi la obra de hombres gigantes... Ellos, los de gran tamao, dejaron su huella en varios rincones del mundo, y es inconfundible el trazo majestuoso con que siempre plasmaron su obra. Los llamo gigantes, aunque ni yo ni nadie los conoce, pues de tan grandes que fueron, supieron dejar la marca de su paso y, en cambio, desaparecer ellos silenciosamente hundindose en el misterio del tiempo. Lo que hoy nos queda de estos mticos gigantes son apenas ruinas. Pero son ruinas impresionantes, restos de por s elocuentes de lo que pudo haber sido el mundo pleno en que vivieron. Si an nos sobrecogemos con lo que ahora vemos, qu no habramos llegado a sentir ante la magnitud de la completura? Por los cinco continentes se desparraman los inmviles testigos, silenciosos en el secreto que guardan, de los hombres gigantes del pasado. Cmo no pensar en gigantes al enfrentar el tamao colosal de las piedras, columnas y bloques con que trabajaron? La ciencia actual todava no ha podido contestar satisfactoriamente acerca del mtodo que estos viejos hombres habran empleado para movilizar sus moles. En general, es inusual reconocerles el dominio de tcnicas cientficas, ya que eso equivaldra a empequeecer los logros de nuestro propio momento. Y entonces, cmo lo hicieron? Cmo dominaron el peso, el tamao, la inercia? Cmo manejaron medidas y perspectivas sin instrumentos? Es que eran hombres diferentes a nosotros? Yo creo que s: creo que fueron gigantes, aunque los gigantes que he visto en el alma de mis admiradas ruinas, no lo fueron tan solo por sus grandes cuerpos. Cientos de imgenes de la Antigedad o, al menos, de la pretendida Antigedad, nos permiten observar a hombres con fsicos muy semejantes a los nuestros. Pero su dimensin estaba en otro nivel. He visto en variados rincones de la Tierra Europa, Asia, Amrica, frica que los ms notables monumentos no fueron los dedicados al hombre ni a la comodidad de la vida cotidiana. Por el contrario, se levantaron en homenaje a Dios, al Misterio, al ciclo de la vida y de la muerte; en fin, a lo trascendente. Y es all donde se configuran del todo mis hombres gigantes. La fuerza y la grandeza las tenan dentro del alma, tan hondamente prendidas como para baar todas sus obras con esa misma fuerza y esa misma grandeza. Cada bloque que hoy persiste, ms all del enigma de su formacin tcnica, fue un solemne canto a la vida y al Creador de la vida. Esos hombres estaban seguros de lo que sentan, y por eso, tambin estaban seguros de lo que hacan.

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Yo vi que esos hombres saban que moriran mucho antes que sus propias construcciones. Pero vi que ellos plantaron semilla de eternidad en sus piedras, como lenguaje simblico para que, muchos aos despus, otros hombres de la raza de los gigantes pudiesen comprender el mensaje. Hoy vi ese mensaje... Es necesario entenderlo bien, puesto que hoy somos pequeos y se nos escapan las grandes ideas... y, asimismo, las grandes obras. Los hombres de hoy se han enamorado de la materia, de la piedra inerte de la obra, y, curiosamente, al no poder ver nada ms all, la obra y la piedra se achican da a da. Se trabaja apenas para vivir mejor dicho, subsistir tan solo hoy. Maana es un sueo sin asideros. Ayer, qu importa ayer? As, sin pasado y sin futuro, se derrumban las casas y los templos. Se empequeecen los recintos, los sueos y los sentimientos. Se implanta el hombre enano, mediocre, crtico y sin imaginacin creativa. Pero el hombre enano suele viajar por turismo, suele toparse de bruces con la muestra del hombre gigante, pobres muestras, muchas veces destrozadas y cadas en tierra. Y se asusta; eso es demasiado. Para qu tanto y tan grande? Pero, tras la superficialidad de la pregunta, y ms all de ese temor innato ante la grandeza, se impone la restallante admiracin, el deseo silencioso de poseer un alma tan grande, para que produzca cosas grandes. El misterio de los gigantes est en la semilla de gigante: esa semilla brota en el interior del hombre; de all en ms, se hace planta frondosa a cuya sombra crecen las ms destacadas obras que ha conocido y conocer la Humanidad. Hoy vi que podemos crecer, empezando por nosotros mismos. Temer lo grandioso es tener temor de s mismo. Podremos aceptar este desafo?

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...A

LA MUJER DEL AO

1975

Hoy vi a la mujer del ao 1975. La he visto, precisamente, con ms detencin que otras veces, porque este ao se le ha dedicado de manera especial. Y, sin embargo, no logro verla... A cada paso del camino me encuentro con mujeres que se expresan a travs de protestas, ya sea condenando su esclavitud hacia el hombre o alabando el mismo estado de esclavitud; ya sea pidiendo ms liberalidad de accin o clamando por una proteccin que, desde hace tiempo, no inspiran. Veo a mujeres que tratan de mostrar con poca ropa un aspecto femenino que es casi lo nico que permite reconocerlas; y veo tambin a otras que ocultan, no por pudor, pero s con mal gusto, todo lo que la Naturaleza otorg para diferenciarlas. Veo a las que se peinan y acicalan tanto que ms parecen muecas de teatro que otra cosa, y, al lado de ellas, estn las que solo conocen de palabra los conceptos limpieza y orden. Hay quienes aprendieron a rer ficticiamente y esbozar de continuo una mueca estudiada que, de lejos, muestra su falsedad; pero tambin las hay siempre torvas y ariscas, propensas al grito y la injuria, pensando que el mundo entero debe estar pendiente de su mal humor. Pero, sobre todas las cosas, las veo desorientadas, sin saber exactamente qu es lo que se quiere ni qu es lo que se pide; tan solo se trata de llamar la atencin. Y, sin embargo, creo que lo importante es conquistar la atencin, ganarla, no con llamativos trucos momentneos, sino con la conquista firme y definida que la mujer, como una polaridad de la Naturaleza, puede y debe hacer suya. Sera ridculo pretender que el problema de la mujer, ya sea del ao 1975 o de cualquier otro de nuestros aos actuales, es un problema aislado. Por el contrario, forma parte de todo un ciclo de desprestigio de los usos y las costumbres, de ruptura imbcil con un pasado cargado de experiencias, de donde, al menos, podra extraerse un basamento firme para apoyar nuevos aportes. La Historia es algo que la mujer debera conocer mejor que nadie, porque tambin la Historia es mujer; y como tal est en el tiempo, en aquello que transcurre, pero dejando profundas huellas en el camino. El tiempo no es el enemigo de la mujer, por el contrario. El tiempo no envejece a la mujer sino que la hace eterna, la mantiene viva y la proyecta haca el eterno femenino, que fue, desde siempre, la inspiracin de todos los artistas. Tiempo e Historia nos muestran tambin mujeres, ya no del ao 1975, ni tampoco importa mucho de qu ao, dado que tratamos de hallar un smbolo atemporal. Tiempo e Historia nos hablan de lejanas sacerdotisas que, con el alma purificada, servan de puente entre los dioses y los hombres. Nos hablan de reinas y guerreras que tenan desarrollado el don de la conduccin humana, el don de la estrategia y la sabi-

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dura de prever el futuro. Nos hablan tambin de fuertes matronas plenas de orgullo y honor, para quienes educar a sus hijos era una manera de hacer Historia. Lejanos ecos llegan de aquellas que no teman a la muerte ni a los sufrimientos, y mientras agradecan la proteccin de los caballeros, ofrecan a su vez compresin y dulzura a los que tallaban un mundo difcil de vivir debajo de sus armaduras. An resuenan las risas de quienes haban hecho culto a la belleza y a la simpata, convirtiendo en arma poderosa la ms frgil delicadeza. Pero no es momento de vivir de recuerdo tan solo. El recuerdo debe darnos fuerzas, puede orientarnos, puede robustecernos con la experiencia acumulada. Y luego, hay que lanzarse a la palestra de este mundo actual, donde el ocaso civilizatorio, evidente a todas luces, semeja un atardecer donde las sombras confunden las siluetas. Para que la mujer vuelva a ser dama y recobre sus fueros sin necesidad de protestas, es necesario, indudablemente, que todos los dems factores vuelvan a sus lugares naturales: que el hombre vuelva a ser caballero, que la vida vuelva a tener una finalidad trascendente, que la educacin forme a los hombres y no simplemente les informe. Pero todo trabajo, toda modificacin, ha de tener un principio. Y la mujer siempre ha sido madre por excelencia. Hoy toca a la mujer ser un poco la madre de un nuevo mundo, donde todas las cosas se definan a la luz del sol, donde no haga falta disfrazarse de unisex para soslayar responsabilidades. La mujer es tal cuando asume el papel de la Naturaleza viva, resplandeciendo en amor, en belleza, en comprensin; cuando educa basndose en la virtud no solo a sus propios hijos, sino a todos los que siente como hijos del corazn; cuando impulsa a la guerra noble y a la vez consuela al que guerrea; cuando vierte la tibieza de la sombra de un rbol, que hace que todos se acojan a su lado; cuando, en fin, sintindose segura de su fuerza csmica y ancestral, no necesita de vanas protestas ni de aos especiales que la dignifiquen, porque desde siempre y por siempre toda mujer se ha emparentado con la primera estrella brillante que puso luz en el acero profundo del cielo. Ser mujer no es una vergenza, ni tampoco es una dignidad excepcional. Ser mujer es haber comprendido el juego de colores del arco iris, cumplir con el propio color y soar con la luz blanca, que es la sntesis final. Y que conste que quien escribe tambin es mujer.

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...UN

NIO

(I)

Hoy vi un nio... Ciertamente, es difcil ver a un nio solo, sin que sus padres o familiares le acompaen en sus pasos, y por eso el nio que vi es un poco el nio mismo y otro poco el retrato de aquellos que le acompaaban. Este nio tena la forma de un infante, es decir, que en su cuerpo todas las caractersticas eran las propias de su edad. Sin embargo, comenz por llamarme la atencin el hecho de que su vestimenta fuese una copia en pequeo y ridculo de las ropas de los mayores. Pens que esta sera, apenas, una casualidad y me dediqu a continuacin a observar ms en profundo al nio de mi tema de hoy. Las sorpresas fueron en aumento. Los ojos del nio me asustaron: no eran infantiles en absoluto, sino que brillaba en ellos cierta madurez, cierta vejez ficticia, aun cierta maldad, que en nada concordaban con el aspecto exterior. Eran ojos de viejo encerrados en un cuerpo acabado de surgir a la vida. Pero vi, asimismo, que los padres que acompaaban al nio festejaban este hecho como producto de una sociedad crecida que, por consiguiente, hace crecidos a sus nios. Las actitudes y comportamiento general del nio eran de una extrema desenvoltura, tanta que, por momentos, pareca ms descaro que desenvoltura. Ya no se trataba de no temer a nada, sino ms bien de despreciarlo todo... incluso a los propios padres, a todo aquello que le rodeaba, menos a s mismo. Y aqu tambin los parientes festejaron este hecho como notable inteligencia, cualidad sobresaliente y digna de mencin. Lo que hablaba este nio no era la sntesis de un mundo de sueos, juguetes y necesidad de cario. Tal como me haba pasado con sus ropas, vi en las palabras del nio malformaciones de los temas de conversacin de los grandes, repeticiones de lo escuchado en programas de televisin inadecuados, y conocimientos de temas aberrantes en criaturas de tan corta edad. Pero nuevamente tuve que callar ante los elogios reiterados a lo despiertos que vienen ahora los nios... A mi juicio, en este nio la semilla de moral se haba transformado en futura violencia, y la necesidad de cario en una exigencia despiadada de atencin. Y a todas luces saltaba una enorme falta de educacin por parte de aquellos mayores que le festejaban, sin intentar siquiera modificarlo y ayudarle a ser lo que deba ser: un nio. He aqu una de las tantas y graves consecuencias de nuestro mundo materialista: los adultos tratan de vivir en una constante juventud de cuerpo, habiendo perdido desde el comienzo la indispensable frescura de alma; y los nios cubren grotescamente el sitio de los mayores con actitudes que nada tienen que ver con la ternura de la infancia y su natural inocencia. Qu pasa, pues? Nos vamos a conformar con las explicaciones simplistas que pretenden que vivimos por casualidad, por expansin mecnica de las

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clulas, sin alma y sin Dios, y sin necesidad de crecer por dentro a la vez que por fuera? Se trata, entonces, de aprovechar la vida sobresaliendo a fuerza de aplastar a los dems? Todo consiste en gozar el momento presente, sin sentido del deber futuro? Mientras vea a este nio que tales cosas me hizo reflexionar, vinieron a mi memoria viejas enseanzas de aquellos que dejaron como herencia a la Humanidad un saber y un deber que hoy nadie quiere poner en prctica. Decan aquellos que el ser humano es infinitamente viejo; que vive, ha vivido y vivir muchas veces en la Tierra, tal como transcurre su existencia actual entre momentos de sueo y de vigilia. Pero, si los momentos de sueo (que son los momentos de cielo en los grandes ciclos de vida y muerte) son breves porque se ven alterados por incesantes deseos de experiencia material, los otros momentos de vigilia son ineficaces por falta de descanso y por obsesin constante de goces sensibles. Entonces, cada vez hay menos sueo y menos cielo. Entonces vienen los adultos de carcter agrio y violento por falta de descanso, y los nios despiertos por falta de reposo celestial. Llegan los nios a la Tierra con la memoria y los deseos de adultos insatisfechos, con el mismo afn de violencia y las mismas exigencias de un cuerpo maleducado. Ya no suean con ngeles, ya no sonren dulcemente mientras duermen... Lloran y sufren, piden y ordenan, desprecian y maltratan, y en el fondo de sus almas se va borrando la imagen ancestral del Nio Maravilloso que, nacido entre las pajas, vino alguna vez a alumbrar al mundo y a encarnar el arquetipo del alma inocente. Si el prodigio de los ciclos recayese nuevamente sobre nosotros los humanos, si recordsemos que la sabidura y su hermana, la educacin puede mover la rueda de la Historia, volvera a nacer otra vez el Nio, y otra vez habra nios sobre la Tierra, no como el que hoy vi, sino tal vez el mismo con su rostro angelical recuperado.

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...UN

NIO

(II)

Hoy vi un nio... Dicen que los nios de hoy son diferentes y se comenta con gran alegra que parecen adultos en todas sus actitudes. Dicen que ahora los nios vienen mucho ms despiertos y que entienden las cosas con ms rapidez. Se festejan las preguntas fuera de lugar, y la prdida por no decir falta de ingenuidad se considera un adelanto formativo en la niez actual. Por eso me llam la atencin el nio que hoy vi... Era verdaderamente un nio, con la inocencia propia de sus escasos aos, con un brillo sano y curioso en la mirada, con movimientos vivos y giles, naturales en su cuerpecito recin aparecido a la vida. Le vi caminar hurgando con su mirada en todas direcciones tratando de descubrir el secreto que duerme detrs de las apariencias. Las preguntas brotaban incesantes de su boca en una verdadera marejada de ansiedad por saber. Sus interrogantes eran simples, y profundos a fuerza de simples. Quera saber sobre el cielo, sobre las estrellas, sobre el lmite del espacio. Investigaba sobre los insectos que vuelan y el porqu de los hombres sin alas; quera conocer por qu alguna gente llora, por qu l algunas veces senta deseos de rer y de gritar... Hasta que vino la gran pregunta: se refera a los otros nios. l senta el inocente de mi ejemplo que los dems nios no le comprendan ni en nada se parecan a l. No gustaban jugar con las mismas cosas ni se preocupaban por iguales situaciones. Gozaban aparentando ser adultos, mientras que l quera ser pequeo. Los nios normales solo hablaban de la televisin, de sus fiestas, de los problemas de sus respectivas familias y de lo insoportables que les resultaban sus padres y sus hermanos. El nio que hoy vi se sinti desamparado ante sus iguales... Y se volvi hacia los mayores en busca de comprensin... Pero tan solo recibi risas y burlas. A quin habr salido esta criatura? No se parece en nada a nosotros... Hasta me avergenzan sus preguntas porque parece que nada entiende... Por qu no eres como los dems? Por qu no juegas con tus compaeros? Pero, hijo, qu quieres que te explique sobre la luna, si yo no s ms que lo que ya te he dicho?. La mirada, antes brillante y feliz de mi nio, se volvi oscura, con una sombra que defina la tristeza ms que mil diccionarios. Creo que en este momento perdi su frescura y, sin quererlo ni darse cuenta, se volvi adulto antes de tiempo. Aprendi la cruel leccin de la vida: callar ante la incomprensin, guardar en silencio los mejores sueos, no hablar de las cosas bellas, decir apenas lo que los dems quieren escuchar.

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Empec viendo un nio, y termin viendo un hombre con la eterna carga de dolor sobre sus espaldas. Por qu condenamos a muerte toda la belleza y la inocencia? Dnde est el que fue nio en nosotros, que an debera latir con su inacabable curiosidad y necesidad de cario? Es que ya no podemos comprender nada bueno y puro? Es que acaso crecer significa perder, por fuerza, el asombro infantil? Triste ha sido el da en que vi a ese nio. Desde entonces mirar sin descanso a cada paso que d, buscando alguna otra mirada que me hable de la ingenuidad de los ideales primeros, de los que no han sido an manchados ni manoseados por el desenfreno de nuestro actual ritmo de vida. Buscar ojos jvenes, inquietos y tiernos, ojos de soledad inevitable, ojos con ansiedad de cielo y de preguntas eternas que solo se satisfacen en el fondo del alma humana, aquella que hoy duerme en espera de tiempos mejores. Todos los das nacen nios... Quieres ayudarme a buscar el que todava lleva un trozo de cielo en su mirada? Haz que no pierda ese tesoro, y todos, t y yo, saldremos ganando en este intento de belleza y pureza.

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...UN

NIO

(III)

Hoy vi un Nio... Singular Nio que acaba de nacer y en el que toda su apariencia denota gracia y esplendor. Como a todos los nios, le cuida su Madre, inocencia y juventud pursimas, cario y devocin en sus manos y en su mirada, simplicidad de ser que acata las rdenes divinas ms all de toda pregunta y de toda razn. Madre hecha diosa a fuerza de presentir el destino, a fuerza de volcar su fe en el futuro de la Humanidad. Como a todos los nios, le mira con ternura y satisfaccin su padre. Carpintero, gran hacedor de obras y gran destinatario de un Hijo superior a todos sus sueos, como una inmensa ddiva del Cielo puesta bajo su custodia. Para el Nio recin nacido hace falta calor y alimento. Y toda la Naturaleza se pone en juego para proporcionar esos dones. La cuna es humilde, es de paja, pero en el seno de la paja duerme el alma del fuego, de la tibieza, de la blandura de lneas y formas... Los animales se han acercado y, noblemente, vierten su clido aliento para que el aire se haga ms respirable; el buey y la mula no entienden de razones, pero saben de amores. Hay curiosidad en los alrededores... Pastorcillos se acercan con sus ovejas; ellos quieren ver al Nio que es tan bello, tan luminoso, y que duerme con sonrisa eterna en cuna de paja. Y los pastorcillos se encargan de llevar la noticia del pequeo milagro de puerta en puerta. Corre, pues, la noticia. Ya ha llegado hasta los cuatro puntos cardinales. Y los Reyes tambin se han enterado de un Nio muy bello, que es digno de ocupar tronos y dirigir hombres. Y hacia all se encaminan los Reyes, en busca del milagro y del misterio, pues los reyes necesitan de ese doble condimento para poder seguir siendo reyes. Son tres los que caminan hacia la cuna de paja; tres de distintas razas, de variados colores de piel, de lenguajes diversos y vestimentas dismiles. Pero los tres siguen la misma estrella. Porque tambin en los Cielos ha corrido la noticia... Dios Padre expande felicidad. De su gloria ha nacido un Nio en la Tierra que deber volver gloriosos a todos los hombres. Y la felicidad de Dios Padre es un cometa de luces que se refleja en la oscuridad de la noche, para que ningn mortal se pierda en el camino, para que todos puedan acudir a la cuna de paja. Nio glorioso, Nio divino... l ha puesto en movimiento al orbe entero.

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...A

LOS

REYES MAGOS

Hoy vi a los Reyes Magos. En su da, siempre fieles a una tradicin de cientos de aos, ellos han aparecido en el horizonte de la ilusin de nios y grandes, porque ellos son reyes para todos. Cierto es que la inocencia infantil est mucho ms pronta a reconocer los hechos maravillosos, y a aceptar los milagros como parte misma de la vida. Y es por eso por lo que los nios saben y pueden gozar con la ms pequea de las cosas: con una hoja dorada, con una simple cuerda, con un trozo de madera o un cristal que emite colores bajo los rayos del sol. Y el nio, ayudado con la magia de estos Reyes, vislumbra tesoros ocultos que son patrimonio de la candidez. Sin embargo, un da vinieron los adultos, los que al acumular aos fsicos sobre su cuerpo, los volcaron sin pena ni gloria sobre su alma, hacindola vieja y pobre de esperanzas. Los adultos explicaron claramente que los Reyes Magos eran una sombra de la imaginacin, algo irreal e imposible, puesto que ninguna de las mquinas al alcance registraba ni su existencia ni su paso entre los hombres. Ese da los adultos mataron a muchos nios, y ms an, mataron al nio bueno que viva en un rincn de sus propios corazones. Pero no murieron todos los nios; de cada uno de los que quedaron se expandieron nuevas semillas de ilusin que continuaron con la alerta espera de los juguetes, de las delicias, del paso callado y secreto de los Reyes Magos que vienen desde el misterio de las estrellas, y se vuelven al misterio una vez acabada su labor. Y tampoco todos los adultos envejecieron. Algunos, prudentemente y a escondidas, guardaron un reducto interior de nios, un algo prstino y bueno con capacidad de soar con los Reyes Magos, aunque sea con aspecto de adultos. Estos hombres grandes siempre que nadie se entere de ello siguen soando con unos Reyes Magos que todo lo saben, todo lo pueden y todo lo socorren con una sola mirada celeste. Siguen pidiendo muy quedo los juguetes queridos de los hombres grandes: un poco de amor, un poco de gloria, una idea noble por la cual vivir, un poco de sosiego en el corazn, un poco de luz en la mente afiebrada por los enigmas. Gracias a ello, muchos adultos con un trozo de nio en el alma han aprendido a vivir en unos castillos especiales, construidos con ladrillos de ilusin por las manos de infantes que nada saben de otros ladrillos de barro. A esos castillos de ensueo llegan, ao tras ao, los Reyes Magos con alforjas variadas, con ideales para pequeos y grandes y, sobre todo, con la inefable panacea de la esperanza para soportar los pesares diarios y aguardar la nueva visita de los Reyes, cuya magia no muere jams.

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...LA

MULTITUD

Hoy vi la multitud... Hay muchas palabras en nuestra lengua que designan grandes conjuntos humanos, ya sea desde el punto de vista fsico o metafsico. He odo hablar de grupos, pueblos, sociedades, gnero humano, la Humanidad... Pero yo quiero referirme a algo bien distinto: la multitud, ese amontonamiento en donde muere toda posibilidad de reconocer a cada persona en s misma. Mucho se ha discutido sobre la necesidad intrnseca del hombre de vivir en sociedad, es decir, de rechazar la soledad y buscar, en cambio, el contacto con otros hombres, compartiendo sus necesidades, sus logros, sus esperanzas y su forma de vida en general. Esto es cierto: la fuerza gregaria parece ser uno de los distintivos fundamentales de nuestro gnero. Y todos reconocemos los enormes beneficios que esta situacin supone. Para el hombre es muy difcil vivir solo, tanto si debe satisfacer sus necesidades de supervivencia material como si debe paliar sus angustias metafsicas. La compaa de otros hombres es un apoyo inapreciable en la bsqueda de un sentido para la vida. Pero, desgraciadamente, en ese intento de bsqueda se confunden los caminos, y aun se llegan a olvidar las metas... Por eso cuento de la multitud que hoy vi... Montones de gente, sin orden ni concierto, donde resulta prcticamente imposible reconocer nios o adultos, hombres o mujeres... Slo el hacinamiento de cuerpos y ese movimiento continuo, que nos habla de la intranquilidad perpetua de la masa que nos avisa que est viva... Viva, de una manera difcil de explicar, pero viva. Ms bien parece un animal enorme e inconsciente que la suma inteligente de muchos seres humanos. Dentro de la multitud se pierden las caractersticas bsicas de reconocimiento. No se puede caminar hacia donde uno quiere, sino hacia donde se mueve el animal en conjunto. No se puede mirar hacia arriba, porque los ojos estn habitualmente ocupados en controlar el trozo indispensable de espacio para dar un paso. Los brazos ya no son un medio de expresividad, sino un medio de supervivencia para facilitar un poco de aire respirable. Las voces no hablan de nada importante: solo murmullos, quejidos, sonidos inconexos y casi gruidos propios de ese enorme animal de nuestra comparacin anterior. No se piensa, se empuja; no se vive, se aguanta; no se espera nada, sino que solo cabe la impaciencia... De vez en cuando, un alarido, un fuerte grito o un movimiento abrupto fuera de lo normal indican que la multitud empieza a enardecerse. Y entonces, el animal intranquilo se vuelve una fiera. Entonces, cada componente del grupo se convierte en una parte de la bestia y obra en consecuencia...

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Esta es la multitud que hoy vi... Aparece en todas las ciudades, en todos los ncleos de convivencia generalizada. Miedo? Actitud de defensa? Agresividad amparada en el nmero? Falta de individualizacin? Quin lo sabe...! Tal vez cada una y todas las cosas a la vez... La multitud me ha enseado sobre dos carencias fundamentales, que llevan a estas situaciones de aglutinamiento: falta de conocimiento de uno mismo y, por consiguiente, falta de comprensin hacia los dems. Un conjunto no es vlido por su nica naturaleza de conjunto, ni por la similitud de sus partes conformantes, sino por la validez individual de cada una de sus partes. Tanto en una clula como en un sistema planetario, cada partcula es vital para el conjunto e importante y necesaria en sus funciones. Y ni la clula ni el sistema solar son multitudes... Hoy vi una multitud... Maana, tal vez vea un hombre... Ms adelante, es probable que todos juntos podamos ver una Humanidad.

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...AL

HOMBRE VIEJO

Hoy vi al hombre viejo. No es viejo porque le hayan vencido los aos; no, su edad es media, casi indefinida, pero todo en l revela la vejez de sus ideas. Es el que cree, para estar a la moda, que debe usar una indumentaria propia de los vaqueros del lejano oeste, aunque ni su fsico ni sus labores se adapten a esa ropa. Cree tambin que para preservar la juventud basta con vestir como los adolescentes, sin advertir que esa actitud le acerca ms que nada al ridculo. Se ha convencido de que una gran barba le ha de dar un aire romntico o intelectual, cuando no de librepensador a la vieja usanza, pero desconoce que provoca ms miedo y rechazo que otra cosa. Habla con toda libertad, habiendo olvidado las ms bellas expresiones de la lengua castellana, para sustituirlas por un conjunto de palabras soeces especiales para el insulto y la agresin. Trabaja a desgana, porque participa de la peculiar idea de que el trabajo es esclavitud. De este modo, lo poco que hace lo hace mal, y como luego son malos tambin los resultados, echa la culpa a la sociedad de su propio y personal fracaso. Ha sustituido los sentimientos por los instintos. Se horroriza de pensar que alguien pudiese endilgarle emociones parecidas a la piedad, la ternura, comprensin o amor. Prefiere la expresin del cuerpo a la del alma, transformando toda relacin humana en simples contactos de clulas, sin mayor trascendencia. Se cree fuerte porque grita y porque muestra abiertamente su ser instintivo. La falta de vergenza ha pasado a ser coraje; la falta de comprensin es nimo seguro; la falta de amor es dominio de la personalidad. Es muy raro verle solo; teme profundamente a la soledad, ya que ella podra abrirle puertas interiores completamente clausuradas. Busca, en cambio, la compaa de otros hombres viejos, como l, que alardean de las mismas cosas y en conjunto tratan de otorgar universalidad a su forma de ser. Participa de un arte (si cabe llamarlo as) que no supone ningn esfuerzo: ni tcnicas depuradas, ni horas y horas de prcticas, ni mensaje trascendente que vuele hacia los dems. Esconde, tras lo complejo y abstruso, una absoluta carencia de inspiracin, cargando sobre los otros la falta de comprensin de ese arte. Prefiere sonidos estridentes, colores vanamente mezclados, formas inconexas, arquitecturas sin fundamento ni practicidad. Cree que la mejor forma de convivencia entre los seres humanos es la de una blanda libertad, que suele llamar democracia, donde todos tienen derecho a expresar lo que piensan, siempre que no alteren lo que l piensa, desde luego. En general, todo el

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mundo tiene derecho a estar de acuerdo con su concepto de libertad, que para nada le compromete, pero que ata y responsabiliza a los dems, vaga expresin que sirve para designar a los que hacen y trabajan para que luego l pueda criticar lo que se hace y lo que se trabaja. Prefiere la opinin al real conocimiento, pues conocer equivale a estudio y preparacin, mientras que opinar es un simple lanzar ideas. As, opina sobre todo, pero difcilmente toma una actitud activa en la vida; considera que la ms notable actividad es encontrar los defectos en lo que normalmente se construye. Basa sus soluciones en destruccin y anarqua, pero no sabe dar ideas para la construccin y el orden; en una palabra, est en la etapa infantil del pensamiento, cual si slo supiese romper los juguetes del mundo, para luego llorar ante los padres para que se los compongan. Para este hombre viejo, el universo es producto de la casualidad, y el hombre habr de llegar, por las frmulas matemticas y el progreso tcnico, al dominio general de la Naturaleza. Pero el mundo surgido de la casualidad no le produce ninguna admiracin, ni mucho menos respeto; y s, en cambio, lo torna un ser engredo que se siente seguro de su propia indefinicin basndose en la indefinicin del cosmos. Juega y juega con las mquinas, hace con ellas lo que quiere, y ellas sin advertirlo l hacen lo que quieren tambin, porque el hombre viejo puede simplificar las ms complicadas frmulas fsicas, pero perdi la capacidad de verter una lgrima ante el espectculo de la Naturaleza. Sus ideas religiosas son varias: a veces cree en la no creencia, con lo cual no deja de creer, y fundamenta los impulsos religiosos de los otros hombres en el mal funcionamiento de sus glndulas. Otras veces cree en un gran vaco al que llama Divinidad, y al que pretende ascender a travs de una igualmente vaca actitud meditativa en la que nada importa, viendo pasar la vida sin emocin ni accin, pues de todos modos nada tiene sentido. Esa abulia le disculpa aparentemente de sus defectos, que ya no son tales, sino formas de ascenso, donde la droga suple a la voluntad. En general, rinde culto a la materia en todos sus aspectos, y re del alma como de un antiguo cuento para nios. Y as, vi al hombre viejo caminar por su mundo de cadveres, sin advertir que su poca haba terminado y que, para volver a nacer, tendr que abrir nuevamente sus ojos, no ya los del cuerpo, sino los de su dormido ser interior que aguarda al hombre nuevo.

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..AL

HOMBRE NUEVO

Hoy vi al hombre nuevo... Bendita imagen que me lleg desde el futuro, aunque cargada de sabor del pasado, para hacerme soar con lo que alguna vez fue, con lo que an es calladamente, y con lo que volver a ser inexorablemente, claramente, limpiamente. Cuando lo vi, me di cuenta de que el hombre nuevo no es nuevo. Por el contrario, es tan antiguo como los arquetipos primeros de la Humanidad, pero lleva en l la eterna juventud del alma, la eterna capacidad de lanzarse hacia adelante, de soar, buscar horizontes mejores y poner todas sus energas al servicio de sus ilusiones. Este hombre nuevo no tiene edad... Tampoco tiene novedad... Su fuerza reside en que es sencillamente joven, como los dioses de las lejanas mitologas, como aquellos hroes sagrados que haban bebido en la copa de Hebe olmpica y desconocieron, entonces, el tiempo que pasa y desgasta. He visto en el hombre nuevo algo que no vara nunca, algo con sabor a eterno, con la seguridad de lo que es vlido, pero con el latido inconfundible de lo que est vivo. Y he advertido que el hombre nuevo est vivo porque es un hombre ntegro. No hay en l la dicotoma del cuerpo y el alma, no se inclina ni por la defensa de uno ni la negacin de otra; ambos elementos estn en l; ambos elementos lo hacen Hombre. Si hubiese sido solo cuerpo, sera como una mquina lanzada en el mundo; si solo espritu, semejara una entelequia disimulada en las nebulosidades del pensamiento. Pero lo vi completo, activo, seguro de un cuerpo sano que obedece y responde a un espritu superior. He comprobado que el hombre nuevo cuida con atencin su cuerpo y su alma. Es fuerte, es sano, es bello, es joven... Y tiene un ser interior tan proporcionado como el exterior. Es educado porque aprendi que los mayores misterios se conocen con el alma abierta y con la mente serena; desech las formas vacas de la memoria, y se inclin por una sabidura consciente, imbricada en s mismo tanto y tan acabadamente como la ms pequea de sus clulas. Practica el concete a ti mismo, y esta llave le ha permitido abrir las puertas de la Naturaleza, a travs de la ley de analogas. Maravilla en el hombre nuevo su exquisita sensibilidad; no es fro, como pudiera creerse. Por el contrario, ha unido inteligentemente el ethos y el esthetos de los griegos: cuanto ms bueno, ms bello. Hace culto a la belleza y hace culto a la moral; el brillo de la virtud es brillo en su mirada, es fulgor en sus gestos, es soberana en su actitud toda. Reconoce el mbito que abarca su corazn, y ama sin lmites, desinteresadamente; Todo lo hace a su modo nuevo de hombre nuevo. El egosmo es planta erradicada de su jardn interior.

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Y adnde nos lleva la inteligencia y el corazn de este hombre nuevo? Lo vi sumar sus experiencias, las de la razn y las de la sensibilidad, y lo vi entonces inclinarse devoto ante el misterio del cosmos, abriendo su ser al Dios ignoto que alumbra desde el infinito. La fe es ingrediente imprescindible en este hombre, que ansa descubrir el enigma de la vida, y sabe que, para hallarlo, tendr que recurrir a nuevos y poderosos elementos que van ms all de su mente, ms all de su comprensin limitada de las cosas; por eso ha desarrollado la fe; por eso he visto la mstica poderosa de este hombre nuevo. He credo comprobar que el hombre nuevo sabe de dnde viene y hacia dnde va; la Historia no le aterra ni le pesa; antes bien, le acompaa y aconseja. Es consciente de su momento actual y no rechaza su suerte: se complace en los grandes logros y se esfuerza en corregir los errores. No es pasivo, no busca su propio placer: el hombre nuevo aprendi a elegir y a comprometer su vida en la eleccin. El deber le llama a la accin, como la tierra llama al agua. Le vi brillar como una piedra preciosa; nada puede empaarle. Y cuando los vientos de la vida, a veces, le cubren de lodo, le vi lavarse en las aguas de su propia vida, y volver a brillar como al comienzo. A su lado nada es oscuro, nada es sucio, nada es temible. Su mirada es una espada, y sus manos son arados. Hoy vi al hombre nuevo... Le vi pasar solo y le llam, porque yo tambin me senta sola... Pero, al volverse hacia m, transfigurose en un ejercito de oro: una mano era rbol de todos los hombres nuevos que fueron, y la otra mano floreci en imgenes de aquellos otros que vendrn.

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...LA

SOLEDAD EN COMPAA

Hoy vi la soledad en compaa... En este mundo de contradicciones no debe extraar aquello que vi, puesto que el conocimiento de los absolutos nos est vedado y solo advertimos relatividades cambiantes, como esta de la compaa solitaria. He aqu que todos los medios de comunicacin estn a nuestro alcance. Miles de hilos delgados cruzan el mundo, y el aire transmite vibraciones que se traducen en sonidos. Los peridicos y sus noticias surgen rpidos cual rfagas de viento. No falta ni siquiera la transmisin de las imgenes. Basta un pequeo aparato con nmeros para poder hablar con quien queremos en pocos instantes. Las calles desbordan de gentes, y el conocimiento de varios idiomas es cosa fcil en la actualidad. En fin, que todo est dispuesto para la unin, para el conocimiento y el acercamiento de los hombres entre s. Sin embargo, el experimento ha fallado... No es raro ver al hombre leer en soledad su peridico, atemorizarse subconscientemente ante el anonimato de un telfono, encerrarse y abstraerse ente un aparato de televisin, o caminar ms solo que nunca en medio de la ms populosa avenida. Este es aquel a quien el exceso de comunicacin ha apabullado y se refugia en su nunca bien ponderada soledad. Sin embargo, hay quienes, cautivados por el experimento de la comunicacin masiva, la practican en todo momento, para llegar al hasto del propio sonido de la voz humana, aunque sin confesarlo jams. Estos son los que ren llorando por dentro, y temen tanto la propia soledad que buscan cualquier pretexto para no quedarse jams consigo mismos. En general, tanto el que lo expresa como el que no, estn solos, pavorosamente solos, pero en compaa de quienes tambin lo estn. Esta es, tal vez, la nica comunicacin de nuestros das: el compartir soledad. Es que, sin darnos cuenta, los medios han superado los fines. As, son abundantsimos los medios de comunicacin, pero no la comunicacin. Para que haya comunicacin y esto es, probablemente, lo que hemos olvidado hay que tener elementos para comunicar. El hombre solo, y ms an vaco, nada tiene que decir. Por eso asistimos a la verborragia del siglo, que llena audiciones y papeles sin expresar nada; hoy se rinde culto a la cantidad de palabras que, en mayor nmero, pueda decir las menos cosas posibles. Es factible imaginar un rbol lleno de hojas, pero sin ramas ni tronco? Todos los esfuerzos, estudios, tcnicas, preocupaciones, estn destinados a favorecer la aparicin de nuevos medios de comunicacin, pero siempre medios, medios

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sin fines. Poco y nada es el tiempo que le queda al hombre para dedicarse al desarrollo de su yo, el nico que puede expresarse y utilizar inteligentemente los medios. Y es tan incompleta la visin que hoy existe del mundo que, como decamos antes, el hombre ha llegado a temerse... porque se desconoce por completo. As, ya no quiere estar a solas con l ni con sus sueos, y aun ms, ni se atreve a soar. As pues, qu es lo que va a comunicar? No creis que cuando habl del hombre que vi, me refiero a la falta o al exceso de compaa que le han dejado solo. Hoy vi al hombre solo que no se encuentra a s mismo, y deambula por los laberintos de su propio ser con la incertidumbre del ciego que tantea caminos ignotos. Para los solos en compaa, aquellos muchos que sufren del mismo dolor que el hombre que hoy vi, hago mas las palabras de Sneca, que no hace tanto tiempo hicieron que dejara de sentirme sola: t, que te sientes abandonado e incomprendido, piensa que escribo estas palabras para ti, y ms que escribirlas, las pronuncio a tu lado, para que sientas que tengo muchos sueos y un gran Ideal llamado Acrpolis para comunicarte.

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...UNA

ENFERMEDAD QUE SE LLAMA SOLEDAD EN CONJUNTO

Hoy vi... una enfermedad que se llama soledad en conjunto. Vi muchos hombres y mujeres, todos juntos, hablando y riendo, comiendo y festejando alguna ocurrencia, discutiendo por alguna divergencia, recordando algunas cosas y anticipando otras... Qu sensacin de reunin! Cun profunda parece ser la necesidad de compaa! Eso se ve en las calles, en los medios de transporte, en los cines, en los bares, en las propias casas, en todos los sitios... Es muy raro encontrar gente sola... Y fue entonces cuando vi que, en realidad, todos estamos solos. Vi que los rostros ren, pero en cuanto pueden aflojar ese extrao rictus muscular, retoman una actitud seria, casi triste y dolorosa, que vuelve a desaparecer cuando los msculos de la risa reclaman su papel de relaciones pblicas. Vi que los ojos de la gente, desde lejos, parecen animados, pero vi tambin que es muy difcil poder ver los ojos de la gente. Casi nadie mira de frente: casi todos ocultan sus ojos como si en ellos hubiese algn secreto que quisiesen ocultar. Pienso que ese secreto es la soledad, que nadie quiere mostrar, y que se advertira de inmediato en el claro cristal de una mirada frontal... Vi que todos se mueven con aparente energa, y corren de un lado para otro, suben y bajan, van y vienen..., pero en cuanto no existe la posibilidad de que alguien observe, esos robots de mecnico movimiento se aflojan y se esfuman en la profundidad de una silla, de un silln, de una cama, donde afluye un cansancio que no es corporal, sino que viene de ms adentro. Vi que todos hablan en voz alta, gesticulan y se expresan con gran libertad y ampulosidad, como seguros de s mismos. Pero luego, en la soledad, que ya no es fingida, las voces se opacan, cuando no callan del todo, los gestos se esfuman y la seguridad desaparece... En la intimidad, nadie habla, o habla poco, o grue mucho. Vi que todos se precian de tener muchos amigos, y mencionan sus nombres como si cuanto ms larga fuese la lista, mejores fuesen por eso las amistades. Pero vi que nadie es amigo de s mismo, que son pocos los que se conocen y conviven con su propio yo, con sus sueos y con sus proyectos. Por temer la soledad exterior que facilita la vida interior, se ha provocado esa otra enfermedad: la de la soledad en conjunto, donde todos somos extraos ante nuestros propios ojos, y donde la compaa no es ms que una triste farsa para ocultar el dolor del mejor amigo perdido: la conciencia individual.

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...LA

FALTA DE AUTENTICIDAD

Hoy vi la falta de autenticidad. Si bien bajo otros muchos ttulos pude haberme referido en varias otras oportunidades a esta misma cuestin, la visin que hoy tuve fue decisiva por lo categrica. No es que tenga visiones celestiales o msticas, no es que me hunda en profundos estados de concentracin. Es que simplemente salgo a la calle... hablo con la gente... vivo mi vida de todos los das... En qu se nota esta falta de autenticidad? Creo que, sin equivocarme demasiado, se advierte en todos los rdenes de la vida. Empezando por lo ms sencillo y concreto, por nuestro propio cuerpo, a todo el mundo le gusta estar limpio y correctamente vestido, bien arreglado y agradable en general. Pero la moda de la protesta ha impuesto otra cosa, y es probable que la higiene diaria ahora se reduzca a ensuciar un poco ms los ya rados pantalones de chicos y chicas, a desmelenar un poco ms los pelos largos de chicos y chicas, y a maquillar cuidadosamente profundas ojeras de desarraigado social. A todo el mundo le gusta comer y dormir a sus horas, y hacerlo en la medida justa. Pero, descartando a los verdaderos sufridos, los que poco y nada tienen para comer y los que restan sus momentos de descanso para seguir trabajando, debemos, en cambio, enfrentar el fenmeno de los no autnticos, de los que toman un bocadillo por la calle mientras con la otra mano sostienen una cerveza, porque eso es de progres, y los que pierden las horas de la noche entre humos y drogas, entre escndalo y pornografa, entre maldades y estupideces. En el plano emocional, todo el mundo anhela amar y ser amado, de verdad, con todo el corazn. Pero hoy se usa otra cosa: hoy hay que alardear de liberado, enterrar el amor y entronizar el libertinaje, el imperio del puro y bestial instinto (con perdn de las bestias). Todo el mundo, dentro de sus posibilidades, comprueba que el complejo montaje publicitario mundial nos obliga a vivir una larga serie de mentiras. Pero nadie se atreve a denunciar estas mentiras, nadie tiene la autenticidad de sostener una verdad simple y clara, aunque no sea apoyada por las tan mentadas mayoras. Todo el mundo querra tener un amigo, una persona cercana con quien intercambiar ideas y proyectos, a quien dar a conocer los sentimientos sinceros. Pero eso no se lleva. Es preferible la mscara de la frialdad, de la indiferencia ms absoluta, aunque quien la manifieste se sienta morir por dentro. La sensibilidad la autntica sensibilidad se guarda para los problemas sociales, como si pudiera sentir algo por la Humanidad y

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sus problemas quien no ha podido sentir primero por los humanos individuales que le rodean... Ropa, gestos, palabras, miradas y opiniones... todo falso, todo lejos de la realidad, todo tremendamente difcil para llegar al verdadero hombre que subyace detrs de tantas farsas. Y an nos preguntamos: es que hay algo verdadero para mostrar? Es que la inautenticidad es fruto de una ficcin, o falta de autnticos valores que expresar? No ser que, de tanto vivir hacia afuera, de tanto fingir, de tanto dejar pasar las cosas, se ha producido una desconexin con el autntico hombre? Hoy vi, tal como lo cuento, que estamos enfermos, que la inautenticidad no es un galardn sino una lacra. Las piedras, los rboles y los animales se reconocen porque ellos son lo que son... Por qu habra de ser el hombre la excepcin y mostrarse diferente de como es? Por qu habra el hombre de provocar tan peligrosas mutaciones en su personalidad? Venga a nos un poco de claridad para vernos a nosotros mismos como somos, para reconocer nuestros defectos y errores, y para emprender autnticamente un camino de evolucin. Porque hoy vi que nada hay imposible cuando se pude ver...

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...EL

DESCONCIERTO

Hoy vi el desconcierto. No es una expresin nueva en los rostros de nuestro tiempo, sino que, al contrario, tiende a hacerse cada vez ms corriente. Es el signo evidente de los momentos que vivimos: un instante especial en la Historia en que cambian la mayor parte de las cosas, en que se disuelven los elementos hasta ahora conocidos y aceptados, y en que no se ven con claridad los nuevos valores que deben reemplazar a los destruidos. Desconcierto es hoy sinnimo psicolgico de ignorancia; de sorpresa ante la vida, pero de una sorpresa cobarde y desalentada; es el quedarse con la boca abierta ante las cosas que pasan sin saber que actitud adoptar. El desconcierto lleva tambin una dosis de tristeza, aun de amargura, un mucho de desesperanza y por qu no de miedo. Sin embargo, cuando vi el desconcierto, vi tambin su raz y su origen. Si el concierto es el orden que interrelaciona las cosas, es la armona con que se manifiesta una obra acabada, el desconcierto es, precisamente, lo contrario: falta de armona y de orden, un transcurrir de hechos en los que ninguno tiene relacin aparente con lo de antes ni con lo de despus. Y es normal que hoy se vea el desconcierto. Pero no es normal aceptarlo como una situacin invariable a la que hay que someterse sin ms. Es normal que haya desconcierto porque, como decamos ms arriba, la Historia gira vertiginosamente en estos tiempos, arrastrando en su giro gran cantidad de conceptos, ideales, formas de vida, valores y sueos. Esto provoca desconcierto... sobre todo, cuando no se sabe que la Historia gira y barre con el viento del tiempo los factores menos fuertes y menos arraigados del camino. Ante tantos cambios no es de extraar que, por un instante, los rostros de los hombres reflejen la expresin atnita del que ve desaparecer un mundo delante de sus ojos... Pero esa ruptura, esa momentnea falta de orden no debe afectar la vida por completo. En primer lugar, el conocimiento de las leyes del universo, ayuda en buena medida a evitar la sensacin de inconsistencia. Acaso nos detendramos inseguros ante la vida por el solo hecho de perder diariamente una buena cantidad de clulas superficiales, de que se nos caigan unos cuantos cabellos o de que nos extraigan una muela? El hombre acepta, por la evidencia de la experiencia, que su cuerpo, como unidad, no se ve afectado por estos cambios exteriores que se producen con cierta frecuencia. Sin embargo, la actitud ante la vida es muy diferente. De la vida se conoce apenas su piel y sus cabellos, sus dientes y sus uas..., y se llora con desconsuelo por esas prdidas que aparentemente rompen el orden, dando lugar al desconcierto. Se hace de este desconcierto un nuevo valor el no valor y se educa y se prepara a los hombres en esta negacin de las cosas, agudizando hasta el infinito la falta de apoyo moral, intelectual y espiritual. Es entonces cuando se vive para la casualidad, y la falta

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de fines y principios se vuelve la peor de las enfermedades: la enfermedad que genera todas las dems. Se trata, pues, de poner las cosas en orden. Si hay desconcierto es porque antes hubo concierto, y porque el desorden de los elementos no supone la inexistencia de dichos elementos, sino que requiere, en cambio, volver a armonizarlos. El desconcierto que hoy vi no puede ni debe convertirse en una situacin estable. Esto equivale a aceptar como estables todos los traspis o situaciones de falta de equilibrio a las que nos vemos sujetos momentneamente, y de las que tratamos de salir por lo menos en lo biolgico con la mayor rapidez posible. El desconcierto es apenas un toque de atencin, una llamada de la Naturaleza para afrontar el inmediato esfuerzo de organizar otra vez aquellos elementos que se han salido de su cauce. El conocimiento de la vida y sus leyes, de la Historia, de la evolucin humana y sus potencialidades, contribuyen largamente a borrar el desconcierto y a colocar otra vez en el pedestal del tiempo aquellas fuertes columnas que nunca haban cado, que tan solo se haban visto nubladas por el viento de los cambios naturales. Hoy vi el desconcierto..., pero maana ya no lo ver.

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...EL

PRESTIGIO

Hoy vi el prestigio... Es como una pequea lucirnaga que vuela sobre los seres y las cosas, iluminando aqu y all con la inconstancia propia de estos insectos luminares. Yo crea antes de ver que existan unos valores fijos y buenos para todos, y que la presencia de estos valores era lo que indicaba la otra presencia del prestigio. Pero vi que no es as. Los valores estables, aquellos que los viejos sabios denominaban arquetipos, son difciles de percibir y mucho ms difciles de vivir. As, los hombres los han disfrazado de cosas viejas y los han arrinconado en el cajn de los recuerdos. Y, en casos peores, quienes se sienten imposibilitados de vivir estos valores y los juzgan peligrosos en otros hombres se han dedicado a vituperarlos y desmitificarlos. La virtud? El honor? El conocimiento profundo? Para qu sirven todas estas cosas? En qu banco pueden depositarse? Dan dividendos? Cunto se gana mensualmente siendo bueno y honrado? De esta forma, desaparecieron los grandes valores del escenario de la vida humana, y su lugar fue usurpado por actorzuelos farsantes que varan sus disfraces de da en da. Ayer fue prestigio la fortaleza interior; hoy es prestigio la fortaleza econmica. Ayer fue prestigio la piedad; hoy lo es la bestialidad instintiva. Antes vala la sinceridad; hoy es importante mentir mucho y que se note poco. Antes se hablaba de respeto, y ahora, de insolencia. Se ha cambiado la dignidad por la prepotencia. A qu seguir con la largusima lista de estos actores de moda? La variabilidad del prestigio es enorme. Son innumerables los falsos dolos con que llenamos los altares de los corazones. Y toda nuestra capacidad de devocin y adoracin se malgasta en los nuevos prestigios, que pueden dejar de ser nuevos y prestigiosos en cualquier momento: bastara con mover un grado la aguja de los intereses para que nada de lo que ayer era bien considerado hoy valga una sola mirada. Dinero, posiciones, trabajos especiales, relaciones importantes, todo esto hace hombres prestigiosos y, sin embargo, cerrados a la ms simple de las verdades racionales, hombres soberbios y fros, hombres que venderan una y mil veces su alma al diablo para no perder ese prestigio, justamente porque advierten cun inestable es. Mientras tanto, los pocos que valen se esconden ms y ms, en una inexplicable vergenza que no se atreve a competir con la dbil luz de la lucirnaga del prestigio. Los locos gritan mientras los cuerdos guardan silencio; los depravados ocupan las calles mientras la gente normal se esconde en sus casas; los asesinos claman por sus derechos mientras los hombres honrados mendigan para vivir... Cuntas incongruencias no arrastra consigo la lucirnaga del prestigio...!

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Es que el prestigio, en s, no es bueno ni malo. No es l quien elige a los que habr de alumbrar. Son los mismos hombres los que le obligan a apoyarse sobre unos y otros, haciendo que su brillo oscile violentamente entre extremos incomprensibles. Quin maneja los hilos del prestigio? Quin ha entronizado la mentira sobre todas las dems cosas? Quin ha copado el puesto de la verdad? Hoy vi que, en plena era del prestigio de la mentira, es muy difcil expresar lo que se siente con sinceridad. Por eso, tambin vi que estas pobres palabras tendrn poco prestigio. Pero intuyo que tienen algo de verdad.

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...LA

MISERIA

Hoy vi la miseria... Pero lo que vi no encaja fcilmente en las mil definiciones que del mismo tema recogemos todos los das en las publicaciones ms diversas. Hay palabras como la miseria que se han usado y vapuleado tanto que es muy difcil encontrarles un sentido descontaminado de implicaciones secundarias. Lo social y lo poltico nos han dominado y carcomido; toda otra valoracin queda fuera de rbita. Sin embargo, lo que me impact en mi visin no fue la miseria que cantan y dicen combatir los polticos y socilogos de todo el orbe. Hay dos aspectos de la miseria que llegan al alma en cuanto dejamos florecer la sensibilidad. Una es la miseria como resultado de un orden de cosas que no se pueden modificar, por lo menos individualmente. Es la carencia creciente que se manifiesta en todo el mundo y que hace que los hombres tengan cada vez menos cosas y ms caras, a la vez que se les induce a apetecer ms. Los contubernios estn bien montados y tan hbilmente que, para el ciudadano simple y sencillo, se hace utpico conseguir un trabajo o poder estudiar sin morirse de hambre. Hasta es difcil morirse, pues no hay sitio donde hacerlo... Mientras tanto, la verborrea se vierte en discursos y proyectos destinados a levantar nuestra civilizacin hasta los confines de las estrellas. Mientras tanto, los hombres, sometidos a la injusta penuria de la falta de opciones de desarrollo, van olvidando levantar los ojos hacia las estrellas. Caminar a nivel del suelo se va haciendo cada vez ms penoso y agudo. Se trata de una miseria que nos aqueja a todos; cada da nos cuesta ms adquirir lo mismo que ayer; a todos nos faltan ms cosas que ayer; a todos nos envuelve esta ola de dificultades pintadas de tan vivos colores que nos pesa intentar enfrentarlas. La otra miseria es una carencia interior, fruto probable de una educacin deficiente, de una sociedad volcada hacia problemas ajenos a la evolucin humana, pero tambin fruto inequvoco de un alma dbil y envilecida. Duelen terriblemente hondo esas personas que han aprendido a satisfacerse y a servirse de su miseria, que muestran con orgullo y descaro su suciedad y desgana, que a ojos vista desarreglan sus cabellos para mejor remarcar la susodicha miseria. Duelen los que piden sin vergenza, exigiendo de los dems algo que, evidentemente, ellos no han sabido aportar: su propio esfuerzo. Duelen las palabras soeces unidas a los pedidos de limosna, los nios alquilados y drogados en las aceras, sumidos en un sueo falso que hoy les cubre del fro y maana les har insensibles a su orgullo interior. Esta miseria huele a derrota humana, y es, por cierto, la ms terrible de todas. Las circunstancias externas, aunque complejas, pueden mejorarse y superarse, siempre y cuando exista un impulso profundo que se mantenga inalterable. Pero cuando cae la condicin humana, no hay situacin individual ni general que pueda arreglarse. Ahora la miseria se ha hecho carne con el hombre y, lejos de aorar su verdadero

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destino, se solaza en la carencia que ir asemejndolo poco a poco a los ms bestiales animales. Hoy vi la miseria, una vez ms, como una vieja enfermedad que vuelve a acosarnos en nuestros tiempos. Pero la de hoy es una muy grave enfermedad, pues no hay peor enfermo que aquel que no quiere curarse... Los hombres de hoy no tienen conciencia de la miseria como enfermedad; ven en ella, al revs, un motivo de distincin en este mundo que ha puesto la debilidad y el desorden en el trono ms alto. Los hombres que vi no quieren salir de su miseria; antes bien, intentan aprovecharse de ella cual si fuesen laboriosos artesanos y labradores. Es ms fcil pedir que ofrecer, es mejor recibir que dar. Y sumamos otro factor de enfermedad que agrava an ms la situacin: el enfermo que no quiere curarse pretende, en cambio, contagiar a todos los dems de su mal. En este nuevo esquema de concepciones, vale ms el miserable de mirada torva, el sucio, el mentiroso, el ladrn, el criminal. Esta es la enfermedad y este es el distintivo: hoy se tilda de enfermo al que todava intenta mantenerse sano. Hoy vi... pero debemos dejar de ver. Desde el fondo mismo del alma, all donde residen las fuerzas superiores que nos dan la categora de humanos, debemos levantarnos para erradicar esta nueva y extraa peste. Devolver y devolvernos el sentido de la vida, el gusto por la pulcritud y la belleza, la satisfaccin del esfuerzo continuado por lograr las propias metas. Borrada la miseria personal en la medida de las personales posibilidades, podremos alterar, asimismo, los sistemas que hoy favorecen el envilecimiento. Tambin hoy vi que, si bien el hombre depende de los sistemas, los sistemas fueron creados alguna vez por los hombres. Se trata, pues, de lograr mejores hombres para entronizar mejores sistemas. Si miseria es carencia, comencemos por no carecer de lo esencial: esa dignidad humana que nos viene desde los mismos dioses.

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...EL

ABSURDO

Hoy vi el absurdo..., y no es la primera vez que me golpea en la vida; solo que existen momentos en los cuales las cosas se advierten con otro tipo de claridad. Cmo he visto el absurdo? Como una fuerte y antinatural torsin, como un resorte falsamente comprimido, presto a saltar ante cualquier estmulo. Vi nuestra realidad cotidiana alterada, como si una nube intentase cubrir el aspecto normal de la vida, deformndolo a partir de espectros engaosos. Vi que lo que es, parece no ser; y lo que no es, aparenta serlo de verdad. Vi que las cosas se suponen, aunque no se saben; y las que se saben se rechazan por falta de seguridad en las propias ideas. Siempre me intrig, desde adolescente, el caso de aquellos teoremas que estudibamos en nuestras clases de geometra, los que a falta de argumentos lgicos para demostrar la verdad de su tesis, recurran al absurdo para llegar a una conclusin ilgica, a partir de la cual se poda considerar como cierta la primera afirmacin. Decamos entonces: si a este absurdo se llega por negar la afirmacin de la tesis, es seal de que nuestra tesis es verdadera. Para las mentes jvenes, aquella era una frmula eficaz, y jams se nos ocurri discutirlo. Sin embargo, dentro del mundo corriente, una vez que se sale de las aulas, de los libros de estudio y de la lgica de las matemticas, esas mismas conclusiones carecen de valor. Vivimos en medio de una atmsfera humana cargada de absurdos, pero a nadie se le ocurre razonar que si llegamos a estos absurdos en funcin del tipo de vida que vivimos es porque estamos negando aunque sea inadvertidamente algunas verdades importantes. Por poco que se observe nuestro entorno, salta a la vista que en la mayora de los casos la gente dice una cosa y hace otra muy distinta. A veces, se trata de una falta de relacin entre las diferentes partes de la misma persona. Otras veces es el miedo el que obliga a expresar determinadas palabras, actuando, no obstante, en sentido contrario. Todos dicen amar, pero es ms bien odio o antipata lo que sienten, dejando para el mejor de los casos la indiferencia. Todos dicen estar preocupados por los acontecimientos de nuestro momento histrico, cuando en verdad se intenta pasar los das lo mejor posible, olvidando los problemas y los sufrimientos de los dems... aun cuando esos sufrimientos podran ser los nuestros propios en poco tiempo ms. Y as seguiramos con una larga lista de ejemplos. Tampoco hay paridad entre lo que se dice y lo que se piensa, si es que se piensa alguna vez en lo que se dice... Estamos tan acostumbrados a responder a los estmulos de la propaganda de todo tipo que nos hemos olvidado de pensar por nosotros mismos. Y cuando creemos que por fin lo hacemos, estamos repitiendo sin querer los eslganes de moda.

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Continuando con los absurdos que pude ver, unas son las cosas que se hacen, y otras, las que se pueden hacer. Generalmente, los hombres se esfuerzan poco y nada, y en lugar de desarrollar al mximo sus potencialidades, exigindose a s mismos todo lo que pueden dar, se conforman con lo estrictamente necesario, lo justo para sobrevivir y no ser sealados con el dedo. No se diferencia bien lo que se cree saber de lo que se ignora; siempre se opina, porque, por lo visto, resulta indispensable tener una opinin sobre todas las cosas, sean o no de nuestra incumbencia, caigan o no dentro de nuestro mbito de accin. Con lo cual las opiniones asfixian por lo diversas, por lo inestables, por ser poco valederas. Las mentiras bien adornadas se aceptan sin ms; las verdades han terminado por resultar inverosmiles. Hoy vi el absurdo de las grandes e intiles mscaras que cubren todas las cosas, hacindoles perder autenticidad y frescura. Cul es el miedo que nos atenaza? Por qu este ocultamiento detrs del absurdo? Por qu seguir sufriendo sin necesidad, cuando en todos vibra el impulso de descubrirnos alguna vez y mirar de frente? Creo que ha llegado el momento de resolver nuestro teorema. Hemos de plantearnos seriamente que si hemos llegado a tanta cantidad de absurdos en la vida es que hemos escogido el camino equivocado. Y hoy vi, como siempre en estos casos, que estamos a punto de retomar la senda correcta. Dios nos permita volver nuestros pasos hacia la Verdad.

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...LA

MENTIRA

(I)

Hoy vi la mentira. Astuta, serena y poderosa, ella fundamenta su imperio en que nadie la reconozca, en su capacidad de disfrazarse de mil cosas distintas, en sus maniobras que enredan y disimulan, en sus peligrosas y sutiles redes, que llegan a cubrir la verdad. Al ver la mentira, he observado la mnima diferencia que la separa del error y la ignorancia, diferencia que, a fuerza de pequea, hace que el error y la ignorancia dejen paso libre a la mentira. Quien nada sabe es probable que se equivoque en sus juicios y apreciaciones; es probable que desacierte el camino y que el sufrimiento seale en ms de una oportunidad el error cometido. La ignorancia puede muy bien ir en contra de la verdad, de las leyes naturales, de los ritmos vitales; pero la ignorancia es inconsciente. La mentira, en cambio, no. Contra los errores impensados, una buena dosis de educacin, una suma prctica y sencilla de conocimientos alcanzan para diluirlos. Aqu no haba intencin de dao y, por lo tanto, es fcil compensar la ignorancia con un sincero deseo de hacer bien. Contra la mentira se requieren fuerzas ms directas, elaboradas y hbiles. En la mentira hay intencin de engao; hay una necesidad de tergiversar las cosas, que se traduce en necesidad de hacer dao. Dao a los dems, que beneficia a quienes ejercen la mentira. Hoy vi la mentira, y vi su forma de actuar. La mentira es enemiga de la verdad, y su mayor esfuerzo est centralizado en obstaculizar los trabajos del hombre, no del todo simples, por otra parte, para descubrir la verdad. La mentira se disfraza de pensamiento, de razn lgica, de argumento contundente; pero es disfraz, es falso. Toda su razn son juicios perniciosamente dirigidos hacia un fin previsto, sofismas indiscriminados que fomentan aquello de que el fin justifica los medios. La desmitificacin de lo bueno, el olvido involuntario de lo positivo, el realce empalagoso de los errores, la exageracin y la amenaza son algunas de sus armas lgicas. La mentira se disfraza de sentimiento, pero tambin este es un triste remedo de la verdad. Ella no siente nada, ni nada le importa, salvo cumplir con su cometido de oscurecer el panorama de la vida. Tras la mentira vendrn dulces palabras de amor y comprensin, de respeto por la vida, de salvaguarda de los derechos humanos, de cuidado ecolgico de la Naturaleza. Pero es mentira. Lo que la mueve son otras fuerzas que nada tienen de piadosas y cariosas, y s mucho de solapado deseo de esclavizar a los de corazn sensible.

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La mentira se disfraza nuevo disfraz de accin, y con ello satisface el impulso natural de la juventud. Pero su accin est dirigida hacia sus ocultos fines; su libertad es un velo aparente; su movimiento es cual la corriente engaosa de un ro de la que luego ya no se puede escapar. La mentira no acta: hace actuar a los dems en aquello que ella necesita; ella espera, aprovecha, utiliza. La mentira se disfraza de dama, y de sus parlanchines labios surgen multitud de palabras agradables. El halago no le es desconocido; abre con l las ms difciles puertas. Y as, la boca de la mentira se multiplica hasta el infinito, en miles de bocas que hablan, hablan sin parar... sin detenerse jams a or la voz de quien, aun sin conocer la verdad absoluta, se atreve a preguntar por ella. Hoy vi la mentira y, a pesar de sus disfraces, vi tambin que no es muy difcil desenmascararla. Para hacerlo, hay que perderle el miedo, hay que pasar ms all de su dcil y agradable apariencia. Hay que preguntarle muchas veces por qu, hasta dnde. No hay que dejarla hablar siempre; se impone introducir una mnima racin de dilogo. Y, sobre todo, se impone un sano conocimiento. Si todo lo que sabemos proviene de la cantera de la mentira, jams podremos luchar con ella. Seremos sus felices servidores, atentos a sus mnimos deseos; condenados de antemano a morir de desesperacin el da en que descubramos una punta del velo de su disfraz. All donde ella despotrica, all donde ella seala con su dedo acusador, all donde ella anatemiza... all mismo podra encontrarse la punta del ovillo de la verdad. Todos vemos la mentira; la vemos a diario, aunque sin saber quin es ella. Ahora falta descubrirla, conocerla en su verdad de mentira, y tras esa experiencia mirar otra vez hacia la vida con unos ojos limpios, libres de error e ignorancia, depurados en el dolor y felices de poder lanzarse hacia un futuro de luz y realidad.

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...LA

MENTIRA

(II)

Hoy vi la mentira... Estaba vestida de reina... y en sus ojos brillaba la hechicera satisfaccin de haberse hecho la duea de los hombres. No la vi como reina hiertica en su trono, sino como activa instigadora de todos sus sbditos. Tiene ella en su poder un diablico filtro que, una vez bebido, entorpece el entendimiento y hace ver las cosas al contrario de lo que las cosas son. Mientras la mentira iba recorriendo el mundo, los hombres, a su paso, quedaban hipnotizados ante sus extraos poderes. Era fcil reconocer por dnde ella haba pasado, pues por all ya no exista ni asomo de buen juicio. Los unos peleaban contra los otros, y unos y otros esgriman idnticas falsedades, aunque de signos contrarios. Largas peroratas servan de intermedio a las luchas violentas, y en ellas o llamar libertad a la tirana, tirana a la libertad; miedo al honor y honor al vicio; fealdad a la virtud y belleza a la pornografa; valor a la agresividad bestial y ultraje a la exposicin de lo cierto; evolucin al atesmo y gazmoera a la fe; sinceridad a la falacia y absurdo al sentimiento de bien; amor al comercio y deseo de enriquecimiento al verdadero amor... En fin, un mundo al revs, iluminado por el fulgor infernal y peligrosamente atractivo de los ojos de la mentira. Record, entonces, como en instantneo relmpago, viejas tradiciones sobre la mentira. El mito de la caverna sirve a Platn para hablar de unos pobres hombres encadenados a la materia, de espaldas a la verdad, y contentndose apenas con las ilusorias sombras que se reflejan en el fondo de su crcel. Y, sin embargo, esos seres, presos de la mentira, siguen adorando a su reina, porque ella se ha cuidado muy bien de que no conozcan otra cosa que no sea ella misma. Record tambin el mito de Pandora y su belleza fra e irresistible. Me pareci que la mentira tena el rostro de Pandora, hermoso, impasible, cautivador y duro; no es un rostro humano, sino el de una mueca fabricada por los demonios para turbar a los hombres. Y, efectivamente, la mentira-Pandora solo trae males al mundo. Ella viene cargada con su caja de ilusiones, y tras ella corren todos, esperando ver salir prodigios del fondo del arcn. Se abre la caja, y los prodigios prometidos son, en cambio, males y dolores, sufrimientos y maldicin, tristeza y oscuridad, desconcierto y desesperacin. Mientras tanto, la verdad yace escondida, vestida de harapos, destronada de su ley, acurrucada en el fondo de la caja de Pandora, cual la esperanza que, segn el mito, fue lo nico que qued guardado cuando los males se desparramaron por el mundo. Ha llegado la hora de volver a abrir la caja de Pandora; ha llegado la hora de destruir los males que la mentira ha diseminado entre los hombres. Ha llegado la hora de

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recuperar la esperanza. Para hacerlo, basta con salir de la caverna que menciona Platn, basta con tener el coraje de la sabidura para abrir la caja del misterio, basta con mirar a los ojos de la mentira firmemente, con el valor de la esperanza reconquistada y de la falsedad desterrada. La mentira que vi no resiste un instante la mirada de la verdad.

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...LA

VIOLENCIA

Hoy vi a la violencia enseorearse del mundo. Y no es la primera vez que ella lo hace, ni tampoco la primera vez en que cuando lo hace emponzoa todo lo que toca. He visto cmo miles y miles de jvenes ponen sus mejores energas al servicio de la destruccin, haciendo de sus propias vidas mseros guiapos y estropeando sin piedad ni sentimiento alguno las vidas de los dems. He visto y comprendido que la fuerza de la juventud, esa fuerza intrnseca y propia de esta etapa de la existencia, ha sido malograda y convertida, no en fuerza joven, sino tristemente en su pariente bastardo: la violencia estril. Pero la violencia no es una enfermedad que brota espontneamente, sino que tiene races mltiples y profundas. Detrs de la violencia se esconden, agazapados, el miedo, la cobarda, el resentimiento, la envidia, el hasto interior, la falta absoluta de espiritualidad y, aunque parezca mentira, la inaccin. Habitualmente, es fcil confundir la violencia con accin, y aun con exceso de accin. Pero no es as. La accin es lo que construye, lo que avanza, lo que se extiende hacia un futuro mejor que el presente. La violencia, en cambio, es una forma de escapar de la accin positiva, enmarcando en la destruccin toda la energa animal que encierra el hombre. Construccin y destruccin no son, ambas, modalidades de la accin: la primera s lo es; la segunda es la negacin de la accin. Hemos hablado tambin de hasto como causa de la violencia. Y es bien cierto que la juventud actual es vieja de hasto cuando apenas debe comenzar a vivir. La niez se ha convertido en un perodo imbecilizante, en donde lecturas, televisin, cines y charlas mal dirigidas niegan al nio sus capacidades infantiles, y le confieren, en cambio, la posibilidad de participar de todos los problemas de los mayores. La adolescencia que por algo adolece es una burda imitacin de la vida de los mayores, donde los que nada saben an, juegan a saberlo todo y a probarlo todo en un afn, tal vez oculto, de mejorar un mundo que no les satisface. Y as se llega a una juventud harta de experiencias, seca para todo sentimiento noble, y propensa a la burla y el cinismo, como rplica a miles de desilusiones acumuladas. Duele en el alma comprobar diariamente cuntos jvenes cometen actos que nos hielan la sangre de solo imaginarlos, sin remordimientos y sin clara conciencia de lo ejecutado. Duele comprobar que la edad del estudio y de los descubrimientos, del amor, y la amistad, ha sido reemplazada por la poca del odio, el rencor, las armas y la ignorancia total como bandera. Duele constatar que los claros ejemplos de la Humanidad se convierten en trastos de buhardilla porque, no pudindolos imitar, ms vale esconderlos en ridcula naftalina.

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Y ahora cabe preguntarse: es la juventud culpable de su propia enfermedad? S, lo es, pero tan solo en parte. Hay otros culpables, encerrados tal vez entre aquellos mayores que aseguran amar a la juventud. Es fcil criticar sin ms a la vieja generacin, culpndola de todo lo que acontece a los jvenes de ahora. Es fcil, pero no es prudente, ya que recomendaramos a los actuales jvenes pensar por un instante qu dirn de ellos sus hijos y sus nietos. Si el ejemplo de los mayores no fue del todo positivo, el ejemplo de la generacin presente lo es mucho menos todava, y no me refiero a las honrosas excepciones. Pero los mayores, en el afn de crear jvenes felices, con la mayor buena voluntad, han creado un mundo de pesadilla, donde el joven, en plena libertad ha hecho y dicho de todo, encontrndose con que nada le sirve, salvo un rencor sordo que alimenta en su interior y que manifiesta en la mentada violencia. Se ha querido conceder todo a la juventud, incluso la libertad de condicionar sus propias vidas al propio gusto. Pero se ha olvidado algo importantsimo: nadie le ense a valerse de la libertad; nadie le ense cmo se acondiciona una vida, y aun nadie se present ante los jvenes con suficiente autoridad como para ser atendido. Padres, maestros y sacerdotes lamentan, con lgrimas que nadie ve, la violencia que ellos mismos soportan como fruto de una blandura de carcter a destiempo. Hoy la violencia es la seora; hoy ella cobra sus tributos a diario, y sus altares son los ms concurridos de ofrendas, cual dios sangriento que pide vctimas sin cesar. Hoy hay violencia en todas las actitudes humanas: desde el simple saludo grun de la maana, pasando por las disputas callejeras casi sin motivos, hasta llegar a complejos planes maquiavlicos destinados a hundir a la Humanidad, tarde o temprano, en el ms negro salvajismo. Es indispensable destronar a este falso dios; es indispensable recolocar a la fuerza constructiva en su verdadero sitio. La vida tiene en sus tramas suficientes pruebas y dolores como para desperdiciar energas creando otros nuevos y artificiales. Es indispensable construir y construirse, desde los nios a los ancianos; es necesario volver a su lugar cada edad, cada sentimiento, cada conocimiento, y veremos entonces a la violencia deshecha por su propio impulso, mientras crece la fuerza natural y legtima, la que lleva a la evolucin positiva.

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...EL

RECUERDO

Hoy vi el recuerdo... No es exactamente lo que los hombres llamamos memoria y concebimos como una de tantas funciones de nuestra vida intelectual. El recuerdo que vi es la estela que deja la memoria... Es como las sombras que marcan los objetos cuando el sol los ilumina... Cuando nios, lemos alguna vez el cuento sembrado de magia de aquel personaje que quiso desprenderse de su sombra. Cuando nios, queremos afirmar nuestra personalidad y creemos conseguirlo diferencindonos de todo lo que nos rodea... hasta de la sombra. Tambin como hombres-nios huimos de todo lo que nos relaciona con el universo y lanzamos nuestro reto fatuo considerndonos solos, aislados, poderosos en esa soledad y autosuficientes al no depender de nada. Sin embargo, llora el hombre-nio en su soledad, mientras que, al mismo tiempo, reniega de todo aquello que constituye sus races hacia el pasado y su fruto de esperanza hacia el futuro. Hoy vi el recuerdo: unas races sutiles y fuertes que se hunden en el pasado. Hoy vi la sombra de nuestros actos, muchas veces distorsionada por el correr del tiempo, sombra que se empequeece o se agiganta segn nuestros dolores ntimos le den un poco ms o menos de luz. Hoy vi que el recuerdo es un lazo imposible de cortar, tanto como aquel otro de la esperanza que se tiende hacia el maana. Es cierto que la mayora de las veces se nos borran los hechos concretos de la mente. Es cierto que quedamos mudos o cortados cuando tenemos que recurrir a los pobres detalles que nos muestra la memoria al intentar reconstruir las circunstancias de nuestra vida. Es cierto que nombres, fechas, sitios y palabras vuelan como el viento de la mente. Pero queda siempre el recuerdo... el camino barrido por el viento que conserva huellas de aquellos nombres, de aquellos hechos que alguna vez fueron presente en nosotros. Queda el sabor de la experiencia, de lo que se ha vivido, que, despus de todo, es la mejor forma de recuerdo. Cuentan las viejas tradiciones que el hombre es un ser crucificado en el espacio. Y es fcil intuir que tambin en el tiempo. Un brazo de la cruz es el horizontal, el que nos mueve entre el pasado y el futuro, pasando por el punto central de enlace del presente. El otro es el brazo vertical de la cruz, el que corre entre la Tierra y el Cielo y el que nos lleva desde un pasado ancestral de criaturas encarnadas hasta una promesa ancestral tambin de seres inmortales. Y all estamos nosotros, en el centro mismo de la cruz, soportando las tensiones de estas dos formas tan particulares de recuerdo. El recuerdo horizontal nos trae al ahora todo el conjunto de las experiencias adquiridas. Nos vuelve infantes por un momento, a veces adolescentes, soadores e inquietos; nos acerca ramalazos de dolor y nos obliga a esbozar sonrisas. Nos permite

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reconocernos en el pasado... lo mismo que en el momento presente; nos hace sentirnos siempre uno, con opcin a transitar por el tiempo y a llegar al maana. El recuerdo horizontal se refleja en nuestros espejos y hace sombra en las arrugas de nuestro rostro... Pero est el otro recuerdo, la estremecedora reminiscencia de una perennidad que va ms all de una vida, que rompe las barreras de los aos que delimitan nuestro cuerpo. Este otro es el recuerdo del alma y es, asimismo, una raz que nos lleva a un extrao pasado de parasos perdidos y de olvidos sunstanciales. Es el impulso primordial que nos arranca de la crcel de materia y nos deja levantar el vuelo hacia fronteras superiores de libertad celeste. Este recuerdo nos habla de un soy, he sido y ser siempre. Va de arriba hacia abajo, del alma hacia el cuerpo, rescatndonos de las sombras en que nos sumimos por debilidad e ignorancia. Hoy vi el recuerdo... Una sombra grotesca y movediza segua el paso de mi figura fsica. Otra sombra, casi sin forma y tan solo definida por su brillo y claridad, segua a ese yo profundo que espera pacientemente ser rescatado de su cruz en el espacio. Hoy vi el recuerdo: tena rostro de salvador.

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...LA

ESPERANZA

Hoy vi la esperanza... Extrao don salido hace miles de aos de la mtica caja de Pandora, todava sigue siendo fundamental para los hombres. Y es probable que la veamos, elevando hacia ella los ojos, cada vez que el desconcierto y la angustia hace presa en nosotros. Dicen las tradiciones de nuestro ancestro helnico que, hace ya mucho tiempo, cuando los hombres haban desperdiciado sus oportunidades de crecimiento y redencin, los dioses los castigaron enviando a la tierra una mujer-robot de extraordinaria belleza. Llena de perfidia, esta mujer (Pandora) fue fcilmente aceptada por los hombres y aun por los hroes, confianza que aprovech para abrir la caja de su oculto tesoro, que siempre le acompaaba, dejando caer todos los males conocidos sobre este mundo... Pero, en el fondo de la caja qued la esperanza... Y en el fondo de todos los hombres vive un resto de esperanza cuando todos los caminos han sido cegados, cuando todas las ilusiones han sido aplastadas, cuando ninguna luz se vislumbra en el horizonte. Por eso, hoy vi la esperanza, y su visin me ayud a comprender cuntas y cuntas cosas hemos perdido los humanos para que esta imagen tenga que presentarse ante nosotros. Ciertamente, muchas cosas se han perdido; muchos valores se han quebrado en este extrao momento de transicin histrica que viene a cerrar nuestro siglo XX. En verdad, falta luz, falta claridad de conceptos; la mente y los sentimientos estn como embotados ante el cumplimiento de sus funciones naturales. Todo parece sumergirse en una peligrosa inercia, cuya fuerza de arrastre se traduce en destruccin y violencia en todos los rdenes. Es entonces, cuando aparentemente ya no queda nada en el fondo de la caja de la vida, cuando la esperanza se deja ver. Esperanza es esperar... Es tener esa dosis de paciencia y de fe que nos permite superar el mal momento presente para lanzar las energas hacia un futuro mejor. Pero, cuidado... Esperanza no puede ser esperar continuamente. Este misterioso don de los dioses es tan frgil y sutil como las sombras mgicas que se dibujan en los atardeceres. Hay que saber atrapar la imagen con rapidez antes de que ella se disuelva entre las sombras mayores de la noche. Hay que saber actuar con prontitud una vez que el comps de espera nos ha permitido recuperar el aliento. La esperanza no es un don para los hombres inactivos; ni siquiera lo es para aquellos que se han dejado caer definitivamente ante las dificultades. La esperanza es una promesa, pero hay que luchar denodadamente para plasmar esa promesa... Ella promete, nosotros realizamos.

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La visin de la esperanza me ha llenado de gozo. No podemos no debemos renunciar al esfuerzo constante que supone la existencia. No es noble aflojar el impulso cuando las dificultades son mayores. Precisamente, cuando todo parece imposible e insalvable, es cuando la esperanza se asoma desde el fondo de su caja mgica, y promete otros tiempos para quienes saben verla. Quieres t tambin ver la esperanza? Asmate a mi gran ojo, al ojo que corona estas pginas y tambin la veras detrs del velo del momento actual que hoy nubla nuestro entendimiento. La vers envuelta en velos de ilusin, tenue como los sueos, pero tan real como el entusiasmo que, estoy segura, vive en el fondo de tu corazn.

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...LA

MUERTE

Hoy vi, en extraa visin, a la muerte. Y esa visin me vali para entender, al menos por un instante, que no estn vivos todos los que estn dentro de un cuerpo, ni estn muertos tan solo quienes ya no pueden percibir sensiblemente. La muerte, con su fatal claridad y nitidez, con su definicin sin rodeos, se me ha presentado como un lmite entre dos formas de vida: una, la que ya conocemos, y otra, llena de misterio, pero tambin atractiva. Y entonces, la muerte, como cesacin, no sera ms que el instante de traspaso en que ya no se sirve para seguir en la Tierra, y en que todava no se ha tomado exacta posicin del campo del Cielo. A despecho de la muerte, solemos llamar vivos en la Tierra a todos aquellos que tienen un cuerpo biolgicamente funcional. Pero esto nos lleva a un anlisis de inmediato: si estar vivo es tener un cuerpo en funcionamiento, las plantas y los animales estn vivos como los hombres, y no habra diferencia entre el existir de ellos y nosotros. De hecho, debe de haber alguna diferencia, cuando tan poco se castiga el cortar una flor y tanto se critica la muerte de un hombre... De modo que, como es habitual, llegamos a la conclusin de que la diferencia estriba en la capacidad de pensamiento, que es propia de los humanos, y ella es la riqueza capital que hace tan valedera la vida en este superior nivel. Por eso, nuevamente nos hacemos la pregunta: es que todos los hombres estn vivos? Para ello, todos los hombres deberan estar preparados para el correcto pensar y, lamentablemente, no es as. La discrepancia de opiniones que a diario se manifiesta nos revela que el correcto pensar no es an dominio del hombre, porque lo correcto, lo bueno y lo exacto no puede ser variable. Ni todos los hombres piensan ni todos los que piensan lo hacen de manera constructiva. Pensar tan solo en el propio beneficio no es privativo del ser humano. Pensar y exponer bellas ideas que se piden para los dems pero no para uno mismo es degenerativo del ser humano. No pensar ni preocuparse por nada que no sea el buen vegetar, es robar sitio a la vida y anquilosar un alma que necesita de otros alimentos y otras actividades. En realidad, lo que vive en nosotros no es la mquina corporal; ella no es otra cosa que buen instrumento para la manifestacin de lo que realmente est vivo y nunca puede morir; de aquello que no es material, que escapa al tiempo y a los lmites, y que nos llena (muchas veces a pesar nuestro) de extraas nostalgias de un mundo distinto... Por otra parte, e igualmente a despecho de la muerte, no han desaparecido los que perdieron su cuerpo. Todo depende del recuerdo que hayan grabado a su alrededor, pues las nobles gestas bien pueden perdurar an sin materia de apoyo. Hay vidas pasa-

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das que fueron tan ntidas que an cunden entre los hombres de ahora, dndoles nuevas fuerzas y nuevo aliento para trabajar por un ideal. Bien poco es lo que roba la muerte: apenas un cuerpo; tan solo un vehculo; pero nada toca a la esencia divina que late en lo profundo de cada ser. De ah que no es vlido el temor a la muerte. Al estar con nuestra tradicional creencia en la inmortalidad del alma, la muerte no puede con la vida eterna. Y quienes no creen ni en su alma ni en su propia inmortalidad, tampoco deberan temer a la muerte, ya que nada les puede quitar... Nos cuesta comprender cmo quienes rechazan toda idea mstica y espiritual, quienes pretenden ver en la vida un chispazo de la casualidad, son los que ms se aferran a dicha vida, si bien, en realidad, solo trabajan para la muerte. Porque proponer una vida vaca, donde no hay Dios, donde el honor ha pasado de moda, las virtudes son obstculos de una moral retrgrada, la Historia es una molestia y el arte una mera prdida de tiempo, es lo mismo que proponer la muerte. Mucho tendrn que esmerarse quienes quieran imponer tal estilo de vida; en el mejor de los casos solo lograrn ser seguidos por quienes, muertos de antemano, solo arriesgan un vano deambular por el mundo, sin sentido y sin meta. Llamaremos, s, vivos a los que, sin miedo a la muerte, saben trabajar para hoy y para siempre, poniendo su esfuerzo en lo realmente imperecedero. La lucha por una concepcin material, por una existencia dedicada exclusivamente al estmago y a la violencia, sin atisbo de perdurabilidad, no merece siquiera ser empezada. Esa es la vida del reino de los muertos, donde hasta la misma muerte teme entrar porque nada tiene para llevar... Y en honor a esa muerte que hoy he podido ver, debo confesar que tambin ella prefiere a los hombres vivos, a los de alma despierta y mente lcida, a los que se vierten en acciones inegostas, con hondo respeto por las figuras que marcaron los caminos previos de la Historia, y con gran ilusin en los que caminarn ms adelante por esos caminos. Porque en este reino de los vivos, la muerte encuentra en ellos el nico material digno de ser transportado a la gloria y a la inmortalidad.

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...AL

AMOR

El amor es una fuerza tremenda que une las cosas y las mantiene. J.A.L. Hoy vi al Amor, el ms viejo y olvidado de todos los dioses. Aquel que fue origen primero y misterio supremo para los antiguos griegos, yace abandonado, cuando no vituperado, por los hombres. Pero nada ms curioso que el destino del amor: mientras nadie cree en l, ni nadie ya lo sigue, nadie sin embargo deja de mencionarlo. Su figura se ve triste, abatida y desprovista de las brillantes cualidades que antes la adornaban. Entre el amor de la gnesis del universo y lo que hoy se llama amor, ninguna semejanza queda. El amor se disfraza con harapos y arrastra su miseria por el mundo, porque los humanos han dejado de ofrecer sus ofrendas a esta deidad ancestral. La prueba fehaciente de que los hombres han olvidado al amor es que ellos ya no aman a Dios. Perdida la fe (hermana del amor), deambulan por la vida sin tener una finalidad y sin concebir el sentido mismo de la existencia. Al no amar a Dios, los hombres se han vuelto fatuos y vanidosos, creyendo que ellos podan reemplazar a la Fuente del universo. Pero triste ha sido la experiencia! Los hombres se han quedado sin Dios y sin fe ellos mismos... Por eso nos es dado ver que el hombre tampoco ama a la Humanidad. Ha perdido la fe en el conjunto y en el individuo. Nada ms difcil de comprender que la convivencia y el apoyo entre unos y otros. Por el contrario, al lado de la vida actual, son los animales quienes ofrecen mejores ejemplos de lealtad y cario. Al hombre le ha quedado el odio, el resentimiento, la envidia, la fuerza bruta y el afn de destruccin por la destruccin en s. Y acaso el hombre se ama a s mismo? Tampoco eso. Es tanto lo que se odia que se abandona a los impulsos del instinto, sin cultivar aquellas caractersticas que lo transformaran en verdadero hombre. No se da tregua en ningn aspecto; no tiene compasin de su propia condicin humana. O se exige ms all de su medida o no se exige nada. No se ama. No se vive. Bien poco es lo que podramos aportar sobre el amor del hombre por la Naturaleza que le circunda. Tambin aqu ha cado la maldicin de la destruccin sin sentido. Aparentemente, los hombres aman los bienes materiales, el poder. Pero tampoco saben para qu los quieren. Ese vivir la vida que alegan es, apenas, el breve revoloteo de la mariposa de Psiquis, al lado del perenne vuelo de las poderosas alas de Eros.

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S, las alas de Eros estn rotas. El viejo dios ya no vuela sobre la Humanidad, y los hombres estn pobres de amor. Confundidos en su desolacin, inventan atributos a un amor que desconocen, destrozndolo an ms con la ignorancia. Pero no todo est perdido en este camino. El mismo hecho de seguir hablando del amor, aunque no se practique, indica que existe la necesidad imperiosa de esta fuerza superior. Todos los hombres que, levantando sus ojos ms all del horizonte de la tierra, buscan un amor superior, restauran poco a poco las alas del dios herido. Hoy he visto al amor y he sentido que nosotros lo hemos hundido, somos los nicos que podremos reponerlo en su trono resplandeciente. Con cada destello de amor que dejemos vivir en nuestro interior, habremos creado una nueva joya para la corona de Eros. Por cada vez que echemos a volar hacia nuestras esferas superiores, soando con mundos mejores para toda la Humanidad, habremos forjado nuevas plumas para Eros. Hoy vi al amor, y este es un canto de esperanza... Si yo he podido verlo, aunque oscuro y pobre, es que muchos otros tambin ya lo han visto y lo vern. Y ser un acto de amor el devolver la gloria al Amor.

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...A

LA MUSA DE LA HISTORIA

Hoy vi a la musa de la Historia. A fuerza de leer y soar con los viejos clsicos, aquellos que reciban la visita inspiradora de estas sutiles inteligencias, me he extasiado en la contemplacin de un pulido mrmol con formas femeninas que representan la Historia. Y he intentado ver ms all de las formas, ms all del mrmol, procurando extraer el misterio de la diosa que rigi el concepto de tiempo y de Historia durante tantas centurias. Quise acercarme a ella explicndole lo que ahora llamamos Historia, y tuve vergenza de exponer tan pobres palabras. Me di cuenta de que la Historia ha quedado restringida a una serie de relatos que se leen en los libros, ms o menos adulterados y teidos por las ideologas de cada poca. Me di cuenta de que la Historia haba dejado de ser activa o, por lo menos, dependa de unos pocos hombres que gobernaban los hilos a su gusto y segn sus propias conveniencias, nunca suficientemente claras ni limpias. Y la propia visin de la musa me trajo a la memoria el legendario mito de la caverna, que tan bien expusiera Platn: unos hombres encadenados en conjunto en el fondo de una caverna, y unos invisibles amos de la caverna que prometan constantemente libertad a los condenados a vivir tomando las sombras de los muros por realidades. Los atrapados en las sombras y en el engao, difcilmente pueden hacer Historia; y si la leen, leen tan solo la que le presentan los oscuros amos de la caverna. Ante tanto desconcierto, ante tanta falta de ideales elevados le explicaba a mi musa, la Historia ha tomado rasgos de casualidad, olvidando el ritmo, la ley, la armona, el criterio, los designios y los profundos trazos que requiere el avance de la Humanidad. Pero comprend que mi musa no lo haba sido jams de la casualidad. Ella haba regido sobre los hechos esenciales marcados por la Necesidad, la Ley y la Accin. Ella haba sido, ciertamente, la musa del destino. Ella haba inspirado a los hombres, sealndoles el camino a recorrer, el camino apropiado para llegar a buen puerto. Hoy vi a la musa de la Historia, y ella tambin me ayud a ver en los enigmas del libre albedro, aparentemente opuesto a la predestinacin. Aprend que las supuestas creaciones humanas son efectivas en cuanto se desenvuelven en los cauces de la gran Ley, del gran Destino; entonces s estamos frente a una indudable predestinacin. Es que no cabe, acaso, que quien nos ha dado la vida y ha animado los mundos, haya designado tambin un devenir para estos mundos y para sus seres vivientes? Y cul es nuestro libre albedro, nuestra capacidad de creacin individual?

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Es nuestra posibilidad de escoger conscientemente el buen camino, el camino sealado. Segn la musa de la Historia, los humanos terminaremos andando por el buen sendero sobre la base de dos posibilidades: o por determinacin consciente, una vez reconocida y aceptada la ley, o por la fuerza, equivocndose y sufriendo una y mil veces, para terminar huyendo del error como escapa el nio del fuego que le quema la piel, aunque sin entender las caractersticas del fuego. Los ojos de mrmol de la musa estaban fijos en el futuro. En ellos vi que, por mucho que hayamos olvidado el sentido de la Historia, por mucho que vivamos encerrados en el fondo de la ttrica caverna materialista, por mucho que ensayemos mil y una frmulas vacas de contenido, el dolor nos llevar inexorablemente a buscar la lnea intangible que demarca los ojos de la musa. La eleccin y esto s es libre albedro consiste en tomar buen rumbo cuanto antes y sin dolor, o ms tarde, pero con el alma desgarrada por el sufrimiento. Sea como sea, al final del camino, la musa de la Historia espera, blanca y firme, con sus ojos serenos de mrmol, para tender la mano a los que ayudan a escribir el devenir y no solo contemplarlo, para inspirar por siempre jams a los valientes y decididos, a los protagonistas de la vida, a los conocedores del principio y el fin de las cosas y, por ende, de este medio que ahora recorremos.

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...A EUTERPE,

LA MUSA POR EXCELENCIA

Hoy vi a Euterpe, la musa por excelencia, aquella cuyo atributo, el del sonido, hoy es para nosotros msica, ciencia de las musas, armona que resume el conjunto de las artes y de las ciencias. La vi como suelo ver todas mis extraas apariciones: rodeada de un halo de prodigio, transformando mgicamente el viento que pasaba por la caa hueca de su flauta. Lo que hasta entonces era aire sin orden ni concierto era, a partir de entonces, sonido armonioso y puro, modulado en discurso especial que los humanos llamamos meloda. Record cunto valor tena para la musa el saber elegir y combinar los sonidos, el saber disponer tanto del elemento sonoro como del silencio de fondo y soporte. Record que, para la musa, el sonido no tiene un valor casual y que no es lo mismo juntar unos que otros, pues de la unin de los sonidos proviene la armona o la discordancia, segn hayamos sabido o no coordinar lo que es conveniente coordinar. El viejo Platn tan viejo como la Musa, ya nos explicaba sobre los distintos estados de nimo que puede provocar la msica en el hombre, y sobre lo que l llamaba msicas positivas a diferencia de las negativas. La positiva era aquella que elevaba el corazn del hombre, preparndolo para grandes empresas, hacindole sentir fuerte y seguro de s mismo, activo, feliz, sereno. La negativa, en cambio, alentaba la melancola, el desnimo, el temor y la inseguridad, el miedo a fracasar, la tendencia a la inercia. Y, oh, paradoja! Hoy que hay tantos y tantos sitios dedicados a la msica, nos hallamos en presencia de otros tantos templos profanados, donde no se adora a Euterpe, sino a su negra contraparte. Si descontamos las excepciones (que por eso son excepciones), veremos que la msica de hoy no es arte, no surge de la inspiracin. Es un vulgar comercio, donde impera una moda: prostituir al hombre, degradarlo en sus gustos, anular sus ms mnimas posibilidades de despertar. Y, por consiguiente, hay que seguir la moda: cuanto ms pagan, mejor, y la moda es un artculo caro. Los sonidos se unen en ritmos discordantes que sugieren al cuerpo distorsiones en lugar de danza. La armona se pierde en saltos simiescos, y la voz humana se confunde con estertores de bestias moribundas. La flauta de Euterpe... pobre flauta... ya no alcanza para expresar tanto desastre. Ha sido sustituida por exticos instrumentos donde es mil veces mejor el viento que entra por una punta que la meloda que sale por la otra. Pero, como no hay otra msica para escuchar, esta es la que se escucha, y la que termina por gustar en esta ausencia total de belleza y armona. Especialmente la juventud, se adormece en sones melanclicos, instintivos, sensuales e incitantes. Todo es

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bueno, con tal de que los jvenes malgasten sus lgicas energas... Si creciesen sanamente... cuntas mentiras, cunto dolor, cunta miseria no se evitaran...! Pero Euterpe no cabe en este mundo. Ha sido desterrada, al punto de que mi humilde visin termin por esfumarse al comps de golpes y ruidos lejanos que hasta m y hasta ella tambin llegaban desde una casa de msica. Se fue Euterpe, enredada en sus velos y en sus melodas, soplando prodigios en su flauta, remontando vuelo con su ritmo. Y al irse me dej otro misterio. Su flauta es hueca... El viento corre por ella porque la flauta lo deja correr; tan solo lo recoge, lo modula y, nuevamente, lo deja salir transformado en msica para los odos... Euterpe es hueca, es pura y limpia como los primeros rayos del sol en la maana; por eso caben en ella la belleza y la armona... Y nosotros, qu somos nosotros? Pobres caas taponadas por el barro del tiempo, recubiertas por el musgo de las pasiones, inutilizadas por el xido de la fallida voluntad... Hace falta al hombre, como alguna vez lo ense Euterpe, limpiarse y abrirse por dentro, ejerciendo una fuerza suprema en base a otra fuerza ideal. Y entonces sonar el instrumento; entonces el mundo sabr cul es la armona todava oculta que resulta del hecho de ser hombre. Por este, tu mensaje, gracias Euterpe. Y por dejarte ver, la promesa de no borrarte ya jams de mi horizonte.

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...A TALA,

LA MUSA DE LA COMEDIA

Hoy vi a Tala, la musa de la comedia... Su rostro esbozaba apenas una sonrisa y cre por un instante que se rea de m, de todos nosotros, de nuestra vida y nuestras preocupaciones, tan extraas al fino espritu de la musa. Sensibilizada al mximo por las complicaciones de las circunstancias diarias, intent rechazar la visin. Quise borrar esa imagen riente y graciosa, pues pens que no son estos momentos de alegra y comedia, sino de llanto y drama. Pero poco dur mi rechazo, pues la musa tena, entre sus muchos dones, la posibilidad de inculcar un poco de comprensin. Entonces la vi y comprend que si desdramatizamos nuestra propia existencia, logramos un ambiente de comedia, donde todo lo que sucede puede observarse desde afuera, llegando a provocar en nosotros mismos una sonrisa de irona y compasin ante todo lo que nos mantiene sumergidos. Record mis viejos tiempos infantiles, cuando supona que, desde que me levantaba hasta que me acostaba, tena que representar un buen papel, cuidando gestos y palabras, pues todos se vean agrandados en el escenario en el que estaba actuando. Supona que toda esta representacin acabara algn da, cuando por fin se cerrase el teln, y junto con los pesados cortinajes, yo pudiese tambin cerrar los ojos y dormir de verdad, fuera del escenario. Entonces, de pequea, sin quererlo ni advertirlo, estaba muy cerca de Tala, ms que ahora, en que tuve que verla para poder comprender algo de su misterio. S: la vida es una gran comedia. Y ni siquiera podemos asegurar que nuestros papeles son libres y cambiables. Un repaso desapasionado de la Historia nos permite ver una buena dosis de inexorabilidad en la mayora de los hechos importantes, como si hilos invisibles moviesen este conjunto, llevndolo de grado o por fuerza a la culminacin de la representacin. En la poca de mi musa, esos hilos invisibles se llamaban Destino, y los hombres sabios se preocupaban grandemente por conocer sus movimientos... S: la vida es una comedia. Todos llevamos, como Tala, una mscara grotesca, que ni re ni llora, aunque, segn como se mire, esboza lo uno o lo otro. Todos nos ocultamos detrs de esa mscara que, en lugar de expresar nuestros estados de nimo, los oculta cuidadosamente, ya que nadie (ni siquiera nosotros mismos) debe saber qu nos pasa por dentro de verdad. Todos jugamos a la gran comedia, esperando suplir con escenarios y estudiadas posturas, la madurez y la seguridad interior que no hemos sabido adquirir. Pero esta comedia de la antigua musa no es un medio para rer y olvidar; no es una frmula de irresponsabilidad; ni siquiera es una distraccin. La comedia es una escuela de vida, y los que representamos papeles en ella todos debemos extraer

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enseanzas positivas que nos lleven paulatinamente del escenario y las mscaras materiales a la realidad profunda y escondida del alma que experimenta en los teatros de la existencia. Debemos vernos desde afuera, como espectadores de nosotros mismos, y llegar a sonrer de nuestros errores, llegar a compadecer nuestras mltiples equivocaciones, llegar a esbozar la terrible mueca de desagrado e irona que supone el reconocernos mientras actuamos. Entonces comprenderemos el valor de la comedia y la sonrisa. Entonces sabremos que, dentro y fuera del escenario, lo importante es ser buenos actores y buenos espectadores, buenos seres humanos, con conciencia de nuestras realidades y dispuestos a mejorarlas poniendo en juego las mximas potencias de las que estamos dotados. Tala sonre y ensea... Ella lleva la mscara en la mano... Ella ha podido descubrir su verdadero rostro y la armona de sus facciones... Ella ha salido del juego de las representaciones y nos invita a seguirla por la escarpada senda de la superacin individual: con una triste sonrisa y una lgrima de alegra.

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...A MELPMENE,

LA MUSA DE LA TRAGEDIA

Hoy vi a Melpmene, la musa de la tragedia, la inspiradora de artistas a todo lo largo de la Historia, la amada y la temida, la imagen acusadora de la vida. La vi como siempre nos la han pintado, con su larga tnica cayendo a sus pies, con su rostro severo e impasible, con su cetro, su pual y la mscara trgica en la mano. El cetro haca de ella la reina absoluta de la existencia, la duea de los destinos, la que, en mayor o menor grado, tie todos los acontecimientos de la vida. La mscara, terrible en su rictus, recordaba las innumerables veces en que todos los humanos hemos contrado nuestros propios rostros, dirigidos por el dolor; haba en esa mscara una extraa conjuncin, donde se sumaban todos los ojos, todas las miradas, todas las expresiones de todos los hombres... Y la conjuncin hablaba, como siempre, de dolor... Y el pual... era al menos la promesa de poder acabar con las sombras, con las mentiras y el sufrimiento obligado; en manos de Melpmene, el pual era ms dulce y prometedor que la mscara y el cetro de trgica poderosa. Pero las visiones de este mundo son inestables, y se empaan como espejos de mala calidad... La propia vida, la esencia misma de Melpmene, nos hace perder claridad en las imgenes. Y as fue como mi primera visin de la musa se fue transformando, hasta centrarse por completo en la prodigiosa mscara que llevaba en la mano. Los antiguos hubiesen hablado de magia, yo hablo apenas de lo que vi. Lo cierto es que la mscara adquiri movimiento ante mis ojos, y dej de ser la vaca cobertura que conjugaba a todos los hombres. Fue, de pronto, un rostro ms entre los rostros, animado de vida y circulando entre los muchos rostros que circulan por las muchas calles de una nutrida ciudad. Pero era esta mscara un rostro inquisitivo; sus ojos, en verdad, nunca dejaban de parecer vacos y hondos, y desde esa hondura preguntaban sin hablar: por qu? Y todos los hombres bajaban la mirada, y todos los caminantes se volvan hacia otros sitios, con tal de no tropezar con los mudos ojos de la muda pregunta, porque cada uno de los humanos se senta incapaz de contestar al por qu. Su boca (la de la mscara) mostraba una sonrisa trgica, ya que de otro modo no hubiese podido ser; y esa sonrisa era una burla para cada ser, una burla de s mismo, de su incapacidad, de sus sueos irrealizados, de sus temores y de sus dudas... Y todos se volvan para evitar la sonrisa, sin poder evitarla, porque desde entonces, todos empezaron a sonrer de la misma forma en el fondo del alma... Esper, como siempre espero, que la visin de Melpmene se fuese alejando, entre peplos y extraos sonidos del pasado. Y la espera no result vana. Melpmene se desvaneci entre las brumas de su mundo celestial, pero me dej una imagen que ya no se borra ms... Me dej la mscara viva, la Tragedia de la Vida.

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Hoy vi a la musa de la tragedia, pero de hoy en adelante no podr dejar de ver la constante tragedia de la existencia. Hoy vi a Melpmene y comprend que su imagen no es ms que la concretizacin de las muchas vicisitudes que nos toca vivir. Hoy s que su mscara no es adorno, no es un simple atributo. Su mscara es un espejo donde se reflejan los rostros contorsionados por la tragedia, mscara que acusa porque muestra exactamente lo que somos... Y hoy s que hay una sola va para que el rostro de la Humanidad cambie de expresin: desentraar el misterio de la vida y su tragedia, variar la duda por la certeza de la fe, y el dolor de la ignorancia por la sonrisa de la sabidura.

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...A

LA MUSA DE LA DANZA

Hoy vi a la musa de la danza. Terpscore la llamaban los griegos, y hasta su nombre tiene un no s qu de ritmo y armona... Pero es un nombre que ya nadie pronuncia, y es un arte que ya no se practica. Mientras el mundo presenta seales de corrupcin en todos los niveles, tambin los bastardos del movimiento y la cadencia han usurpado el trono de la musa, disfrazando de danza la torpeza de la bestialidad instintiva en accin. Terpscore no fue una invencin de los viejos griegos; la danza no fue una diversin o pasatiempo. Musa y danza fueron el resultado de una meditada observacin de la Naturaleza, donde todo se mueve rtmicamente, describiendo figuras y marcando leyes. Para comprender el espritu de la danza basta con sumergirse entre las hojas de un frondoso rbol y sentir cmo el viento las mueve... Sin desprenderse de su tallo, las hojas danzan y cantan, ofreciendo una sinfona en verde que encanta los ojos y los odos. Basta con sentarse un momento frente al mar, y dejarse llevar por el ritmo inexorable con que las olas baten estticamente las orillas. Basta con ver volar un pjaro, o aun caer una hoja danzando cuando el otoo seala su hora... Basta con ver correr las nubes, que bailan por el cielo, asumiendo mil formas fantsticas. Basta, en fin, con saber leer en ese libro abierto que a diario nos ofrece la vida, pero del que solo apreciamos y de vez en cuando apenas las cubiertas exteriores. Pero cuando no hay ojos para ver, tampoco hay cuerpo para danzar. Slo queda un trozo de materia (al que llamamos cuerpo) que se agita y se retuerce, ms bien presa de alguna suerte de convulsin patolgica, que no de una esttica rtmica. Slo queda un ser instintivo que busca sin disimulo su satisfaccin, antes que una ansiedad espiritual de belleza. Cuando no hay ojos para ver, tampoco hay sonidos para hacer msica... Si los sonidos siguiesen el orden y la conjugacin, produciran en el cuerpo una respuesta conjugada y ordenada; pero la msica es disonante, es chillona, es violenta, cuando no es traidoramente dulzona y solapadamente tierna, mientras palabras y letras se tornan en invitaciones a la degeneracin sexual de moda o al sistema poltico en boga. Todo es pretexto y disimulo, mientras la verdadera consigna se mantiene oculta, sealando la muerte de la danza: es la consigna del triunfo de la materia, la promesa de una falsa libertad que nunca se conquista por la sencilla razn de que no existe en los mundos en que se pretende alcanzarla. Es un haz lo que quieras, mientras sea lo que yo quiero. Es un muvete libremente mientras sigas la moda impuesta. Es ver bonito lo que asquea; es taparse los ojos y girar y saltar locamente, pisoteando el recuerdo de la venerable musa del ritmo y la armona.

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En medio de tanta falsedad, en medio de tanta palabra sin sentido, en medio de jvenes que, ya lejos de saber danzar, han olvidado aun la gracia propia del caminar, en medio de brincos y cuerpos abandonados, cados y desgarbados, he clamado por Terpscore. La he llamado con la aoranza hecha fuerza que radica en el fondo del alma, ms all de mil apariencias contradictorias. Y ella vino a m. Fue cuando la vi envuelta en sus tnicas, irradiando gracia en cada uno de sus movimientos. Caminaba a travs del tiempo, y su andar era una danza; escoga uno a uno sus gestos y estos eran msica. Cre que estaba muerta, pero lo Bello nunca muere... Cre que nadie advertira su presencia, pero lo Verdadero se impone... Fue una visin fugaz, en que el tiempo y el espacio pierden su terrible categora, y en que la moda se agazapa avergonzada ante lo que siempre es, ha sido y ser. La musa de la danza pas por un instante entre nosotros; ya nadie conoce su nombre ni nadie recuerda su arte, pero dej la aoranza impresa en unos pobres cuerpos que, perdidas sus alas, no saben volar ni caminar; solo elevar los ojos ante visiones fugitivas mientras el alma ruega por que se vuelvan realidad. El alma s sabe danzar; ella vive dentro, en cada uno de nosotros, ms o menos prisionera de las rejas que le hayamos querido poner. Cuando el alma vibra, los griegos la llamaban Terpscore, nombre de gracia y armona; cuando en nosotros llora, cmo la habremos de llamar?

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...A

OTRA DE LAS MUSAS

Hoy vi a otra de las musas, generosas criaturas que bajan de tanto en tanto al rido mundo de los humanos para volcar una gota de su eterna inspiracin. Y, en medio de este extrao mundo en que vivimos, en medio de este mundo seco y torturado, vi ante m a la dulce Erato, reina de la poesa, genio de la lrica, fuente del amor... Cediendo al impulso primero, vi de ella su apariencia y, como siempre me ha sucedido, qued absorta en su presencia, tratando de buscar un poco ms all el contenido interno de los muchos smbolos que la adornaban. Vi su sencillez, su modestia y delicadeza, vi su cabeza coronada de rosas; vi los pliegues de su manto, que eran en su cada un canto de armona; vi su lira y su flecha, y al pequeo Eros rondando a sus pies, buscando l tambin aunque pequeo dios el apoyo de la musa para mejor impactar en los hombres. Y, tras la visin, vino el ensueo... ensueo que agranda la enorme diferencia entre el mbito que vio nacer la musa y este otro mbito que hoy nos rodea. Aparentemente, nada hay ms dispar que aquellos viejos aos heroicos y apasionados y estos otros cobardes y malvados; entre aquellas pocas de poemas y finos sentimientos y estas otras de ruido e instinto. Y los que hoy anhelan lo bueno y lo justo, aquello que debe vivir en el fondo de todo ser humano, cargan adems con el dolor que supone tener que esconderlo, disimularlo, callarlo o llorar a solas, pues la moda no permite esas debilidades. As, entre oleadas de dolor vino el ensueo... Escuch versos de maravilla en medio de un suave ritmo, con viejas palabras olvidadas, tan simples y tan puras que no tienen ningn sentido si no van cargadas de sentimientos afines. Escuch los sones lricos que renen toda la Naturaleza en un solo canto a la belleza. La lira de la musa se expresaba en tenues melodas para acompaar aquellos viejos poemas de amor. Entonces vi cobrar vida al pequeo Eros. El tierno diosecillo clavaba sus ojos traviesos en la flecha que la musa llevaba en la mano, y todo adquira un color ms profundo, ms intenso. Comprend una vez ms que Erato canta a un amor sublime, que escapa por completo de nuestro tiempo y espacio. Supe que la musa ya no vive entre nosotros, porque son muy pocos los hombres que quieren saber de este amor sin lmites que apenas si se apoya en el cuerpo, para elevarse hasta estratos sutiles donde se encuentra la raz misma de la vida. Aor con fuerza aquellas oleadas cadenciosas donde la poesa toma el mismo ritmo que el fluir de la sangre, donde las palabras bullen como las aguas del mar, y donde el sentimiento es matriz de visiones celestiales. Bella y casta Erato: tu lirismo no ha muerto con el tiempo; tu antiguo mito no es la mentira que hoy nos cuentan. Tu existencia es tan real como la imperiosa necesidad que los hombres sienten de aquello que t representas. Pero, como a tus otras hermanas,

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nadie te comprende por miedo a comprenderte; nadie te sigue por el inmenso trabajo que significa despegarse del barro. Hay miedo a volar como t, a cantar como t y a sentir como t, porque todo ello equivaldra a vivir con el alma limpia, abierta y al desnudo. Por eso hoy se desnudan los cuerpos y se cubren las almas de sucios harapos... Por eso ha muerto la poesa, por eso mueren poco a poco las palabras amorosas y por eso el gesto de dulzura de tu reino ha sido reemplazado por el golpe y la irona... Pero yo te he visto y s que existes... Aunque tu visin sea fugaz, he estado contigo un instante y, desde mi humilde condicin de mortal, hago a partir de ahora el esfuerzo necesario para perpetuar tu gloria y tu belleza. Djame cantar por ti; djame usar la lira e inspira mis voces; cbreme con tu ternura y haz que lo que hoy digo lo que hoy vi sea realidad para todos los que, mudos y desesperados, suean contigo sin saberlo.

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...A POLIMNIA

Hoy vi a Polimnia, la musa, grave y recatada, modulando himnos en viejas lenguas que nuestros odos no alcanzan a comprender. En medio del desierto de la vida diaria, fue una bendicin reconfortante el percibir esos extraos y rtmicos sonidos que traan recuerdos de orden y paz. Los griegos la llamaban Polimnia... la de los muchos himnos, la del canto sagrado, la de las danzas rituales en honor a los dioses... Los griegos la hicieron bella y discreta, velaron sus rasgos pudorosos y abrieron, en cambio, los corazones para escuchar la meloda inagotable de la fe convertida en msica. Los griegos de Polimnia supieron de la fortaleza de un himno, de la tranquilidad espiritual de un sentimiento religioso y, habindola dejado cantar entre los hombres, un buen da la llevaron al cielo de los inmortales para que deleitase a los dioses, creyendo que en la Tierra la leccin ya haba sido aprendida... Pero nada ms lejos de los hombres que la musa del ritmo religioso. Apenas sabemos qu es el ritmo. La religin se ha confinado en pocos reductos y la vulgaridad obscena ha ganado sus altares. Cantos, danzas? La poesa est a punto de morir; solo se canta al polvo que barre los caminos; solo se danza el desmoronamiento de un cuerpo humano que sabe de debilidades, temores y muerte... Himnos? Para qu...? A quin elevar estrofas de agradecimiento y esperanzas? En nombre de qu se trata de robustecer el nimo y el carcter? Quin suea con marchar con paso firme haca las estrellas? Quin busca girar en el espacio en figuras espiraladas que lleven al trono de Polimnia? Pobre musa que has bajado a la Tierra, y has asumido fugaces visiones a los ojos de los hombres desvalidos... Hemos de aprovechar tu aparicin y retomar los ritos de mstica y belleza... Estamos en el mes de mayo, el mes de la Virgen, de las flores que se abren ante los renovados rayos del sol; es el mes del perfume y las brisas clidas que presagian la vida eterna, ms all de las sombras del invierno. En este mes de mayo, pues, intentaremos recobrar la discreta dulzura de tus velos y el recato de tu mirada limpia que solo sabe de ngeles y dioses. En este mes de mayo intentaremos armonizar nuestras voces para entonar viejas canciones que hablan del hombre y su camino ascendente; saludemos nuestros cuerpos con la armona y el ritmo de la danza. En este mes de mayo comenzaremos a cuidar nuestras palabras, nuestros gestos, multiplicaremos nuestras sonrisas y moderaremos nuestros impulsos, en un intento de convertir en actitud sagrada cada uno de nuestros movimientos.

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HOY VI...

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En este mes de mayo, tu nombre, Polimnia, ser nueva promesa de pureza y fertilidad. Te veremos en las flores y en las nubes, en los nios y en los pjaros, y habremos aprendido el arte de tus viejos himnos. Habremos aprendido aquel perdido lenguaje que entienden los dioses y que los hombres hemos olvidado desde que hemos abandonado la oracin. Oracin, rezo, canto, danza de severos pasos; ritmo, himno, alegra; primavera, fe y esperanza. Todo esto he visto, porque hoy vi a Polimnia.

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HOY VI...

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...A URANIA,

LA MUSA DE LOS ASTROS

Hoy vi a Urania, la musa de los astros, la Celeste, a la que para verla basta solo con alzar los ojos. Pero hoy es muy difcil poder levantar los ojos... Hoy estamos lejos de las musas, cegados para la inspiracin superior, porque hemos aprendido a besar las sogas y cadenas que nos atan ms y ms a la tierra. Por eso vamos olvidando que hay cielo, que las estrellas brillan a pesar de nuestro ofuscamiento, y que las leyes sagradas que rigen el universo siguen su curso inexorable, aunque los hombres pretendan haber abolido el orden matemtico con simples decretos de papel. Hoy vi a Urania, y la vi portando en sus manos ese universo movido por leyes, ese universo amplio y fantstico donde la armona se expresa a travs del nmero, del movimiento, de los ciclos y de la vida que siempre contina. La vi azul, pursima, rodeada de astros brillantes, mostrando desde su mundo sideral los hilos sutiles con que estn unidas todas las cosas existentes. Lejos de las abstracciones a que nos ha acostumbrado la ciencia, vi que los astros son seres pletricos de vida, que desarrollan su experiencia fijados a sus cuerpos de luz, tal como los humanos necesitamos de nuestro cuerpo para aprender y para comunicarnos. Vi cmo el giro de los astros se asemeja al constante rotar de los hombres, cuando van de un punto a otro de sus ciudades para cumplir con sus vidas diarias. Vi cmo el aparecer y desaparecer de los astros coincide con lo que nosotros llamamos sueo y vigilia. Vi cmo ellos buscan a su sol central y giran a su alrededor, tal como el humano se dirige hacia Dios en constante bsqueda de perfeccin. Vi y comprend el profundo conocimiento de los antiguos cuando, sabiendo del comportamiento de cada astro cual ser vivo, lo asociaban con distintas deidades, uniendo smbolos y significados en un intento de sntesis que ayudase al hombre a sentirse parte del universo. Viendo a Urania, sent el empuje de los caminos paralelos, que hacen que hombres y estrellas circulen hacia el mismo destino, cada uno segn sus posibilidades. Nosotros, opacos; ellas, brillantes; pero de la misma esencia en el fondo. Nosotros, solos y desesperados; ellas, acompaadas de Urania, a la que siguen marcando el paso de sus ondas matemticas. Nosotros, abajo; ellas, arriba, pero haciendo unos y otros un esfuerzo para lograr el encuentro: ellas, enviando sus eternos efluvios, y nosotros, aprendiendo a levantar los ojos hacia sus sealadas presencias en el cielo nocturno. Cuando se apague el Sol del da, cuando mengen las preocupaciones y los afanes que te han atrapado hasta ese momento, eleva, amigo lector, tus ojos hacia la noche. No dejes que las nubes oscuras te engaen: detrs de ellas vers brillar el manto de Urania, plagado de luces que laten con el mismo ritmo que tu corazn.

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Busca a Urania y vers que no ests solo; que el universo que ella te presenta es infinito y que, ms all de los dolores humanos, hay una promesa de grandiosa eternidad, en un mundo donde vibran los astros hermanos, aquellos que, habiendo dado un paso ms en el camino de la vida, han aprendido a transmutar lo oscuro en luminoso, lo efmero en duradero. La ves? Por lo mismo que has levantado tus ojos, ella ha bajado los suyos hacia ti y se seala con una estrella de brillo superior... tu propia estrella.

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...A CALOPE

Hoy vi a Calope... Los antiguos la llamaban la musa de la poesa pica, y buena razn tenan para ello. Porque hasta su nombre conserva el ritmo oculto de los briosos corceles, portando a lomos notables caballeros. Nada mejor que dejar aparecer, de tanto en tanto, estas misteriosas y lejanas imgenes del pasado. Estas visiones hacen de espejos que nos permiten comparar los reflejos de mundos idos y las luces del actual. Aunque miles de veces he intentado repetirme que no ha de ser forzosamente cierto aquello de que todo tiempo pasado fue mejor, no logro encontrar una buena justificacin para ello. He salido por las calles. He hablado con la gente. he abierto pginas y pginas de libros, y no encontr a Calope por ninguna parte en el da de hoy. He pensado que, es posible, exista otra Calope, desapercibida para mis ojos bajo modernos ropajes. Pero tampoco encontr ese viejo ritmo de corceles y caballeros bajo las formas actuales. Fue entonces cuando levant los ojos y, entre las nubes coloreadas de la imaginacin, vi a Calope. Su rostro sereno y firme lleva la expresin de la fuerza guerrera, la gallarda de la seguridad interior, la transparencia de un alma iluminada por el valor. Su voz... emite el sonido de broncneas trompetas, cantando al paso de los hroes. Sus ojos son soles radiantes, donde fulgura el brillo de todas las espadas, de todos los escudos, de todos los cascos de quienes dieron su vida por un ideal. Su tnica flota al viento, removida por los aires que producen las cabalgaduras de los paladines de la justicia, por los que recorren el mundo tratando de imponer la luz sobre la oscuridad. Sus formas se hicieron del todo polifacticas. De pronto, vi en ella a las mismas valquirias rescatando a los guerreros de entre los campos de batalla. La vi en forma de barquero, emitiendo suaves y mgicos sonidos al ritmo de sus remos, mientras transportaba las almas victoriosas a travs de la Estigia. La vi como ngel poderoso llamando con sus sones poticos a todos los seres dormidos en el marasmo de la materia. Ah, los viejos caballeros... Tal vez es cierto que tuvieran tambin sus defectos; pero quedan tan a lo lejos en el tiempo... Tal vez es cierto que sentan y pensaban casi como los hombres de hoy... Pero haba en aquellos algo diferente: un chispazo de belleza, una gota de armona, una dosis de nobleza, un mucho de coraje y gallarda, un tanto de ambicin y podero y una infinita capacidad de sacrificio. Por eso, los viejos caballeros tuvieron una musa que cantaba para ellos desde el cielo, mientras que hoy solo crujen las piedras del camino al paso de un hombre triste y ablico, consumidor y consumido, falto de imaginacin, de poesa, de arrojo y de valenta. Hoy vi a Calope, pero ms que verla, pude escucharla. Pude or el ritmo vibrante de su poema hecho vida. Pude sentir su energa poderosa recorrindome por entero,

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invitando a salir fuera de la triste crcel del tiempo, para enfrentar caballerescamente los peligros de la vida. Ya no fue triste para m la falta de poesa; ya no me doli la rima imbcil de las ms feas palabras. Ya no me pareci cansado el cotidiano recorrido de la existencia. Calope estaba all, cantando voces de victoria, sublimes voces de impulso espiritual. Cun mal haba visto en principio! Cre que era mi imaginacin la que haba dibujado los finos trazos de la musa; pero, sin embargo, ella estaba all, ms esplendorosa que mi pobre imagen, ms fuerte que mis palabras, ms augusta que todos los hombres juntos, rimando con su voz de clarines el triunfo divino de quienes, por honor, supieron cabalgar en alas del destino inexorable. Odla: sigue llamando a los hombres... Su rima es infinita como el tiempo... Canta a la virtud y a la belleza... Quin hay que me quiera acompaar hasta su reino?

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...EL

MUNDO DESDE ARRIBA

Hoy vi el mundo desde arriba... S, desde lo alto, viajando en un avin, el mundo ofrece curiosas imgenes que el contacto diario y chato llega a borrar de nuestros ojos. Lo que es grande e importante pierde dimensin si bien se lo mira desde lo alto. Las calles inacabables, difciles de recorrer a pie, y an ms difciles de salvar con un automvil, se convierten en graciosas cuadrculas que podran ser cubiertas con la palma de la mano. Los ros son apenas hilos luminosos que serpentean sobre la tierra. Los montes son suaves elevaciones que, contrariamente a lo que sucede abajo, nos dejan ver su comienzo y su fin. Slo el mar, el gran ocano, guarda la misma impresionante inmensidad con que nos sobrecoge cuando tenemos los pies sobre el suelo. El mar, pues, debe de ser de aquellas cosas primeras cuya naturaleza no vara segn el ngulo de observacin. Qu son los hombres cuando se ve el mundo desde arriba? Rpidamente nos asalta la imagen literaria de las diminutas hormigas... pero no son ni siquiera eso... Son tan pequeos los hombres que no se les alcanza a ver. Un tren recorre la llanura, un minsculo gusanillo que se desliza llevando a muchos hombres en su interior; un automvil hace desesperados esfuerzos por desarrollar algo de velocidad, pero resulta casi inmvil comparado con la rapidez del pjaro de fuego que nos transporta. Nuestro avin se eleva ms y ms. Ya no vemos tampoco las ciudades en miniatura, ni los campos dibujados como retazos multicolores, ni los ros ni los montes. Ahora navegamos raudamente sobre un blanco colchn de nubes que nos impide toda visin del mundo terrestre. Por un instante, sentimos miedo, el miedo de haber perdido ese apoyo que se nos antoja indispensable. Los suaves balanceos de nuestro pjaro de fuego nos vuelven ms patente la sensacin de carecer de apoyo, de estar en el aire... Pero terminamos por acostumbrarnos a nuestro nuevo suelo de blancas nubes, espesas y fuertes, altas y orgullosas, y comenzamos a compartir su mundo de cielo y visiones superiores. Por primera vez, observo los astros, los cambios del da a la noche. La cada de la tarde hace aparecer una luna mgica y brillante, enorme y misteriosa en ese cielo sin manchas. Las estrellas crecen en tamao y parece, por momentos, que puedo alcanzarlas con la mano. Es tanta la fascinacin que ya no me importa no estar en mi mundo de tierra de todos los das. La noche no es negra del todo: conserva una extraa luminosidad que nos incita a seguir siempre adelante. Y cuando acaba la noche... entonces s cabe la palabra prodigio para expresar la salida de un sol grandioso, rojo fulgurante, que inunda el espacio entero con su gloria. Ha nacido un nuevo da, esta vez lejos de la tierra, viendo el mundo desde arriba. S, hoy vi el mundo desde arriba, y recojo la leccin. Guardo para mi memoria interior el recuerdo de que las cosas empequeecen cuando se las observa desde lo alto. Comprendo que, sin subir a un avin, es posible mirar el mundo desde arriba, restando Pgina 83 de 138 Cortesa de Nueva Acrpolis Espaa, www.nueva-acropolis.es

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importancia a los problemas, que son gigantes tan solo cuando se comparte el suelo con ellos. Desde abajo, todo es difcil, todo es agobiante. Abajo, las cosas pesan y duelen y no pueden conocerse en su verdadera forma. A la altura de los ojos, hasta el ms insignificante objeto puede volverse monstruoso. Desde arriba cobramos nuestra real altura. Con los ojos del alma podemos volar tanto o ms que el ms poderoso de los aviones. Dentro de nosotros tambin llevamos un pjaro de fuego que es capaz de escalar posiciones y mostrarnos la minucia de nuestras preocupaciones. Dentro del alma hay cielo, sol, luna y estrellas y una noche suave, nunca del todo oscura, con la luminosidad de una promesa que se har amanecer apenas aprendamos a desplegar nuestras alas. Caminar, transitar, recorrer rutas: eso es de hombres. Volar, llegar arriba, ver claramente la pequeez de la propia forma: eso es casi de super-hombres. A m me ayud un avin, pero t, lector, puedes coger el pjaro de fuego que es el ojo que encabeza estas pginas, y vuela con l, mira el mundo desde arriba.

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...COSAS

QUE NO SIEMPRE SE PUEDEN CAPTAR CON LOS OJOS DEL ROSTRO

Hoy vi cosas que no siempre se pueden captar con los ojos del rostro. Hay visiones claras y profundas que parecen enfocarse mucho ms all del lmite del cuerpo. Por eso, hoy vi, hoy sent que hay sitios en la Tierra donde los dioses no han muerto. No es mi intencin entablar polmica entre la concepcin teolgica de un Dios o muchos dioses. Tampoco quiero discutir sobre si Dios puede o no morir, o sobre si los hombres son o no capaces de matarlo, o sobre si siempre o nunca ha existido. Quiero, en cambio, hablar de otra cosa. El estudio de la Historia nos pone en contacto con muchas civilizaciones para las que el factor religioso ha sido esencial, y no porque lo digan ahora los libros, sino porque lo dijeron aquellos mismos hombres en las obras que dejaron plasmadas: templos, caminos sagrados, estatuas, exvotos, joyas y vasijas que encierran siempre un significado trascendente. Es como si Dios (o los dioses, en la infinita capacidad de multiplicacin divina) hubiese estado presente en cada uno de los gestos de aquellos hombres. Y como si Dios se hubiese infiltrado misteriosamente en aquellos puntos de la Tierra donde tanto se le am y se le respet. Desde remotos tiempos, los sabios y entendidos han buscado sitios sealados para erigir sus templos, tratando de localizar aquellas zonas en que las fuerzas de la tierra y las del cielo se conjugan en apretada sntesis. De esta forma, sobre viejos santuarios volvieron a levantarse otros ms nuevos; sobre viejos nombres se volvi a implorar a Dios con otros sonidos; y sobre la vieja magia se instal hoy una atraccin misteriosa que apenas sabemos llamar encanto, influjo, atraccin... Lo cierto es que estos puntos de la Tierra existen, y lo cierto tambin es que los hombres con sensibilidad no pueden resistirse a las especiales energas que manan de estos sitios... como si los dioses no hubiesen muerto... como si la Historia se hubiese detenido all... como si lo eterno hubiese tomado posesin de otros tantos puntos eternos de nuestro planeta. Es entonces cuando se produce el milagro. Las piedras dejan de ser objetos pesados y toscos, casi sin vida, para convertirse en seres parlantes y expresivos. Las ruinas pierden su vetustez y recobran su majestuosidad y entereza ante los ojos que las miran con inters. El aire y el viento traen lejanos perfumes, voces extraas que nos hablan en un lenguaje fuera del tiempo y del espacio. Todo se comprende fcil y rpidamente. Todo est como estaba entonces... y estamos nosotros tambin, entonces y ahora. Recuerdos, tradicin, mitos, leyendas... son pobres palabras ante una realidad que, de pronto, se hace fuerte y palpable. En ese instante sentimos que, si vivisemos all, o si hubisemos vivido all, habramos repetido los mismos gestos, elevado las mismas imgenes y orado en idnticas expresiones. Ahora sabemos que no somos ni turistas ni paseantes, que no hemos dado un paso casual en nuestro recorrido, sino que

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tomamos contacto con lo eterno y misterioso, con lo que sobrevive ms all de los lmites con que los humanos hemos encuadrado la Historia. All donde los dioses no han muerto, las cosas se nos muestran con otro color, y la misma gente aparece de otra manera, con ms sencillez y profundidad que cuando abandona el sitio del encanto. All donde todo es diferente, tambin nosotros lo somos por un instante. Y es all donde aprendemos a soar, es all donde nos proponemos baarnos en esa fuerza extraa que nos domina, impregnarnos de misterio para llevarlo a otros puntos, a tantos lugares oscuros donde hoy los dioses brillan tan poco... All aprendemos la gran verdad: hay sitios de la Tierra donde los dioses no han muerto, y los dioses reviven en cada sitio donde hay un hombre capaz de vibrar ante un poco de luz, un poco de belleza y armona, un poco de serenidad, un poco de magia y misterio, un poco de eternidad.

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...UN

FENMENO PARAPSICOLGICO

Hoy vi un fenmeno parapsicolgico. Algo que excede los lmites psicolgicos conocidos, algo que est ms all de lo psicolgico, como la misma palabra indica. Pero debo aclarar que el fenmeno ha sido doble. Por un lado, vemos multiplicarse da a da el inters por hechos que superan las explicaciones hasta ahora reconocidas. Y, por otro lado, crecen asimismo quienes producen el otro fenmeno: el de la negacin automtica de todos estos aconteceres parapsicolgicos. Y por eso habl de un doble fenmeno, de una doble manera de superar los lmites del conocimiento actual: el del fenmeno producido y evidente, y el fenmeno negado sin ms. Y ambos fenmenos atraen nuestra atencin. Analicemos en primer lugar la existencia de hechos que rebasan las posibilidades aceptadas como lgicas. Es evidente que hay hombres que demuestran poseer poderes especiales, distintos a los dems hombres, y que manejan fuerzas desconocidas asimismo para otros hombres: que hay mentes ms lcidas, memorias ms giles y pensamientos ms penetrantes. Es evidente que la Naturaleza guarda infinidad de misterios para nosotros, y que, si bien todos estamos dispuestos a desentraarlos, hay hombres que lo hacen con ms facilidad y con ms anterioridad que otros. Cuando hablamos de estos fenmenos, no nos referimos, por cierto, a ningn aspecto diablico ni brujeril en el mal sentido de la palabra. Hablamos, por el contrario, de las mil posibilidades de conocimiento que existen para los humanos y que an no han sido explotadas, sin que ello signifique que no sean verdaderas ni que sean nefastas. As, la rica gama de fenmenos que exceden nuestros actuales lmites, pueden tener igualmente una rica gama de explicaciones que abarcan desde el fraude o la trampa, hasta un nuevo aspecto de investigacin cientfica futura. Y que conste que la posibilidad de fraude no es rtulo definitivo para negar ningn fenmeno parapsicolgico, ya que en todas las actividades humanas existe la mentira y la suplantacin, dictadas por quienes solo copian malamente lo que son incapaces de realizar concretamente. Un ilusionista, que nos convence de que vemos lo que no existe, no es ms que la constatacin de otra realidad: de que los hombres intuimos cosas que no vemos, y que, de la misma manera que un teatro o un cinematgrafo nos muestran formas de vida verdaderas e ilusorias al mismo tiempo, un ilusionista nos muestra, en ilusin, lo que en otras condiciones podra llegar a pasar. Nos toca ahora analizar la otra cuestin, la de la negacin a priori de todo aquello que no conocemos, ni entendemos, ni podemos explicar con los medios presen-

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tes. Verdadero fenmeno que escapa a una psicologa lgica, ya que lo lgico sera investigar antes que negar, probar antes de rechazar. Es esta una postura cmoda y peligrosa al mismo tiempo: cmoda por cuanto se contenta con lo que se tiene, fijando all mismo los lmites del conocimiento, y peligrosa porque cierra el horizonte de la investigacin. Vemos en esto los resultados de todas las formas del materialismo, que han impuesto la evidencia sensorial y la medicin mecnica como leyes generales, sin darse cuenta de que los sentidos pueden tener ms amplio espectro de accin, y que las mquinas de medicin modernas sern reemplazadas por otras mejores, tal como siempre se hizo en la Historia. Es cierto que muchos fenmenos no caben dentro de lo que hoy llamamos ciencia. Pero tampoco debemos olvidar que todo lo que hoy llamamos ciencia fue, alguna vez, un fenmeno extrao que despert la curiosidad y el afn de estudio de los hombres. Y aun tampoco debemos olvidar que el tiempo es cclico en su transcurso, y que los aspectos cientficos que hoy acaparan nuestra atencin, fueron ya objeto de conocimiento hace largos siglos, los suficientes como para poderlos olvidar y recomenzar. Tal lo sucedido con la alquimia o la astrologa, hoy en el platillo de las investigaciones ms modernas, aunque de conocimiento profundo para antiqusimas generaciones de sabios (que no lo fueron menos por ser antiguos). Del mismo modo, cabe suponer que nuestras preocupaciones espaciales o atmicas se olviden en prximas centurias, invadidas por otros campos del saber. Y a ninguno de nosotros nos agradara que futuros investigadores, a la hora de recuperar nuestras ciencias, y en sus primeros tanteos, tachasen nuestras generaciones de infantilistas o mgicas, cual sntoma de imbecilidad. Hoy cunde en nuestro mundo la investigacin de la parapsicologa. Ella no es nueva, pues ya muchas civilizaciones han incursionado en sus secretos. Lo nuevo es la necesidad de nuestro hombre del siglo XX, a quien ya no le satisface una simple psicologa de laboratorios y mediciones, y busca en el fenmeno extrao la presencia de un Dios que presiente, pero que le ha sido negado y usurpado por la cultura materialista. Todava nos falta presenciar el ms fantstico de los fenmenos parapsicolgicos: el del hombre liberado a pesar de sus cadenas, el del alma que busca su destino a pesar de la capa de materia que la aplasta, el de la Verdad siempre renovada surgiendo de entre dudas y mentiras, como ave fnix que encuentra en las cenizas el smbolo de la propia reconstruccin.

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...EN

EL TEATRO DEL MUNDO, LA PUESTA EN ESCENA

DE UNA VIEJSIMA E INTERESANTE OBRA:

EL

MITO DE LA CAVERNA

Hoy vi, en el teatro del mundo, la puesta en escena de una viejsima e interesante obra: El mito de la caverna, que, de pagar derechos de autor, debera referirse al nunca bien ponderado filsofo Platn. El argumento es simplsimo, pero de tan hondo contenido como simple es. Trata de unos hombres encerrados en una caverna, sentados y encadenados a sus asientos, mientras que, a travs de un sistema parecido al cinematgrafo, se imprimen en la pared del fondo de la caverna las imgenes de los seres que viven fuera y transitan por delante de la entrada a la caverna. As, los hombres permanecen en el engao de tomar las sombras por realidades, desconociendo la existencia verdadera de los seres y objetos del mundo exterior. Pero, de pronto, aparece un hombre distinto dentro de la caverna: es el que, llevado por la curiosidad en el principio, rompe sus cadenas, trata de caminar y vislumbra con enorme sorpresa ese otro mundo exterior... En un comienzo, cree que est soando, o que est ciego, deslumbrado por la fuerte luz del sol que jams haba visto; pero, poco a poco, se hace a la nueva circunstancia, conoce la verdad de las cosas, y pleno de sabidura y ebrio de felicidad, decide retornar a la caverna para salvar del error a sus compaeros. Huelga decir que el final de la representacin no entra en los catalogados como finales felices. En la caverna nadie cree lo que cuenta el viejo compaero que ha regresado y, por el contrario, es vituperado y perseguido... Para los que fuimos educados en la disciplina de la filosofa viva, es bien clara la distincin entre esclavitud y libertad a partir de este ejemplo platnico. Los esclavos son los hombres encadenados a la caverna, a pesar de sus amagos de liberalidad en cuanto que pueden gritar cuanto quieran sus opiniones que, por cierto, jams son tenidas en cuenta. Y el hombre libre es aquel que, llevado por su afn de conocimiento, encuentra las verdades de la vida, del maravilloso funcionamiento orgnico del cosmos, y de la no menor maravilla misteriosa del ser humano, en el juego armnico de las leyes universales. As, el esclavo se cree libre porque grita lo que quiere y el hombre libre se esclaviza con gusto a las leyes del universo, que son las suyas propias. Por lo visto, han pasado los siglos, pero no ha desaparecido la caverna. Hoy vuelve a funcionar, como ha funcionado siempre que lo han necesitado los ocultos promotores de este engendro, los que nunca se muestran, los que, en cambio, utilizan los rostros, la palabra y la seudoaccin de los encadenados irremisiblemente. Hoy se ha impuesto la norma cavernaria de la democracia igual a libertad, como sinnimos forzosos. Y hoy, como siempre que se monta la caverna, necesitamos del filsofo poltico que salga a la luz del sol y nos muestre los errores y las falsas sombras. Se ensea a los hombres de la caverna que ellos son libres y que pueden expresar su opinin. Y los encadenados gritan, rompen, destrozan a gusto su propia caverna, sin Pgina 89 de 138 Cortesa de Nueva Acrpolis Espaa, www.nueva-acropolis.es

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pensar en que jams les dejarn salir de ella, y que, por simple economa, les convendra mantenerla en orden. Se ensea a los hombres de la caverna a despreciar los totalitarismos, pero se olvida ensear a esos hombres que la misma caverna es un totalitarismo, donde no cabe otra cosa que la forma liberal y democrtica. Indudablemente, la democracia jams podr ser totalitaria: jams podr obtener la totalidad de las opiniones, pues las opiniones (que no son sabidura, al decir de Platn) son cambiantes y volubles. As, tambin la democracia se transforma en una tirana, en que la mayora esclaviza a la minora, lo cual no sera nada comparado con el hecho real de la minora democrtica, que esclaviza a una mayora que est poco educada y propensa al engao. Quisiramos ensear a los hombres de nuestro mundo, de nuestra actual caverna, que libertad es conocimiento, que libertad es orden, que libertad es la capacidad de tomar determinaciones responsables que llevan a un fin, que la libertad viene del alma que se reconoce como inmortal y sabe que su destino tiene otra amplitud que las simples peripecias de la vida fsica. Que libertad no es tan solo derecho al pataleo, que no es poder gritar fuerte, o apalear, o robar, o matar, o destrozar, por el simple gusto del dao; que la libertad no es despreciar los uniformes para uniformarse con ropas sucias o radas que, de todos modos, encierran los tan odiados smbolos; que libertad no es vivir y procrear como los animales, ya que por algo los hombres tenemos ms raciocinio (?) que las pobres bestias; que la libertad no es ocio perpetuo, porque los ociosos pueden serlo gracias a los que trabajan... o es que la nueva libertad querr tambin nuevos esclavos? Quisiramos ensear a los hombres de nuestra caverna del siglo XX que todas las palabras se desgastan por los que mal las usan (o por los que quieren desgastarlas). Y as como hoy es mal visto hablar de totalitarismo, lo ser dentro de un tiempo el hacerlo de libertad y democracia, como desde siempre lo demuestran los ciclos de la Historia. Y valga el pequeo esfuerzo de nuestra parte de recordar que si la caverna del ejemplo de Platn hubiese sido totalitaria, en el correcto sentido de esa expresin, muy distinto hubiese sido el final del relato. La totalidad se logra cuando TODOS arriban a la cspide de la Verdad, y para llegar a la Verdad, ms vale la indicacin de un solo sabio que la vociferacin de mil ignorantes. As pues, que no hablen de luz y libertad los que solo saben montar cavernas: que nos hablen de oscuridad y cadenas y entonces nos convencern de que, al menos, han empezado a decir la verdad.

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...DETENERSE

LA HISTORIA

POR UN INSTANTE

Hoy vi detenerse la Historia por un instante... Fue cuando dej de marcar las horas un viejo reloj de an ms vieja tradicin: el Big Ben. Dicen los que entienden de corazones de relojes que el Big Ben est cansado, que sus metales ya no resisten. Es verdad que miles de relojes se paran al da y dejan de funcionar para siempre. Pero este es un reloj diferente: es el prototipo del reloj, el smbolo del tiempo, una seal en la Historia, como decamos al principio. Me ha hecho pensar este reloj cansado, viejo pero noble, gastado a fuerza de latir millones de minutos. Me ha hecho pensar en que, probablemente, pase desapercibido a nuestros ojos el detenerse momentneo del ritmo vital, antes de los grandes cambios, antes de los goznes histricos que presagian tiempos diferentes. El corazn reloj interno del hombre es el fiel compaero de una vida, y cuando el corazn se detiene, cuando acaba la vida, todos sentimos un ramalazo de tristeza, tal vez de nostalgia por aquello que se va y que, aunque volviese, ya nunca sera igual. Un reloj histrico es fiel compaero de un ciclo de la Humanidad, y cuando ese reloj se detiene, nos llena la nostalgia confirmada de que hay algo que se va, de que vendr algo nuevo, pero ni lo nuevo que viene ni tampoco nosotros seremos los mismos. Si bien es cierto que el filosofar torna un tanto tristes a los seres, tambin es cierto que debe entenderse esa tristeza como un homenaje a todo lo que ha sido peldao de apoyo a la existencia. Hoy, en que todo son loas a los cambios; hoy, en que la renovacin total es invitada predilecta en todos los ambientes; hoy, en que recordar y aorar es cosa de viejos, un joven filsofo quiere recordar y enaltecer todas las cosas de antao, gracias a las cuales podemos ser nuevos da a da. Concebira alguien una escalera que tuviese tan solo el ltimo escaln? Despreciara alguien el primer paso del camino porque la meta se halla al final? Alguien se siente calumniado habiendo sido nio porque hoy es adulto? Es despreciable la semilla que da lugar al rbol? Entiendo que as, y no de otra manera, deberamos enfocar la vida, la experiencia, los problemas y los aciertos: sabiendo que cada hecho es pedestal del que vendr a continuacin. Por adorar tan solo al cambio hemos perdido la memoria. Por entronizar lo nuevo, nos hemos deshecho de la tradicin. Y cuando la memoria y la tradicin aparecen, es apenas para vituperarlos. Qu pasar, pues, cuando los nuevos de hoy pasen a la memoria y a la tradicin? Se sentirn felices con el desprecio juvenil? Aceptaran los nuevos de hoy el no haber sido nada ni nadie? Hay en el hombre aunque cueste reconocerlo una infinita sed de eternidad, que se manifiesta en todo lo que el hombre hace: en los hijos que tiene para que le perpeten, en las casas que construye, en los libros que escribe, en las palabras que dice

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y en la experiencia que intenta transmitir. Esta sed de eternidad no tiene dimensin tan solo hacia adelante: esa eternidad se siente, precisamente, porque viene desde un inabarcable atrs y se dirige hacia otro inabarcable frente. A esos dos infinitos, el del principio y el del fin, desarrollndose en el tiempo, es a lo que llamamos Historia en el ms amplio espectro de la expresin. Por eso amamos todo lo que es Historia, todo lo que tiene un fondo lejano y una posibilidad de traspasar hacia el futuro: no como algo absolutamente nuevo, sino como algo absolutamente cierto y bueno, a pesar del tiempo. Lo nuevo no tiene que ser forzosamente bueno; en principio, es tan solamente nuevo. Para ser bueno tiene que tornarse viejo, tiene que probarse en las lides del tiempo, tiene que haber soportado muchos tic-tac de venerables relojes, hasta demostrar su bondad. Tiene que poder servir a hombres y mujeres, a nios y ancianos; tiene que tener la frescura del agua y el sabor con solera del vino; tiene que afrontar el da y la noche, brillar con el sol y con la luna... y dejar de brillar apenas un instante, para tomar un respiro y seguir adelante. Como el Big Ben, que ahora se ha detenido, como otros relojes que vendrn, pero que solo obtendrn nuestro recuerdo en la medida en que hayan sabido acompaarnos por aos y aos sealando los buenos y los malos minutos con igual ecuanimidad. Para los que creemos que tambin el silencio es sonido, hay ms smbolo en el silencio de un reloj que ha vivido mucho que en el resonar de los que ahora siguen marchando. El silencio, la falta de lo que estaba, sealan precisamente que algo haba: un reloj, el sonido armnico de la Historia, que ha respirado un instante antes de iniciar la marcha de otras horas, tal vez en el metal, tal vez en el recuerdo...

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...GIRAR

LA RUEDA DEL TIEMPO

Hoy vi girar la rueda del tiempo. Y digo girar porque el mismo tiempo me ha convencido de que todas las lneas son curvas, y ms que en caminos rectos hacia el infinito, solemos movernos en espirales. La espiral encierra en su misterio de forma ese otro misterio mayor que es el de la evolucin. Sus lneas son circulares, pero jams transcurren en el mismo plano, sino que se elevan sucesivamente siempre alrededor de un eje central. Y sus crculos no son todos iguales; por el contrario, van disminuyendo a medida que suben ms alto: curvas ms pequeas, ms altas, ms cercanas al eje conciencia de la espiral. Imaginando el tiempo bajo esta figura espiralada, no cuesta nada concebir que los perodos de vida humana, y aun otras formas de vida que ahora no vamos a analizar, se suceden por caminos muy semejantes, con muchas caractersticas similares, si bien un punto ms arriba en la evolucin. Muchas veces hemos tratado, desde estas pginas acropolitanas, sobre el advenimiento de una nueva Edad Media. Y hemos analizado las particularidades, buenas y malas, que definen a una edad media o intermedia entre otras dos edades, que, despus de todo, es lo que significa esta denominacin. Muchas veces, pues, hemos intelectualizado un anlisis de la Historia, y hemos llegado a la conclusin de que la rueda de los tiempos nos llevaba casi por fuerza a otro medioevo. Pero hoy lo he visto. No lo he visto en ningn libro, ni lo he escuchado a ningn destacado pensador, ni aun lo he conversado con filsofos amantes del estudio histrico. Simplemente, lo vi en las calles, en la gente, en las modas, y aun en los modos. Sabido es que las formas de vida son temporales y pasajeras; pero ellas encierran una determinada manera de sentir y pensar que se refleja pasajeramente, pero se refleja. Dejndose caminar por una gran tienda, esos mundos repletos de las cosas que quiere y busca la gente, se observa con toda claridad una reversin de los gustos o de las modas hacia una pavorosa simplificacin no desprovista de la fuerza bruta e inocente, concreta y cndida de lo medieval. Todo parece ir hacia atrs, no en una regresin, no en una falta de economa, sino en una bsqueda de ciertas esencias del pasado que necesitan vivirse con un nuevo enfoque. Como si la hora hubiese llegado, habiendo girado la rueda del tiempo, todas las campanas baten a Edad Media. Los plsticos ya no gustan; ahora se ama nuevamente la madera clida, el metal fro, lo real en contraposicin a lo ficticio del plstico. Los juguetes ya no representan fantsticos mundos futuros de aeronaves y conquistas espa-

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ciales, sino que se vuelcan lentamente hacia formas caballerescas, aguerridas y notables, de lucha a pecho abierto y no escondidas en cpsulas interestelares. Los cuadros van perdiendo sus figuras estilizadas e incomprensibles a fuerza de subjetivas y, en cambio, damas y caballeros medievales de largos trajes asoman en pinturas y tapices. Las confecciones a mquina la maravilla de principios de siglo ya no son las mejores: ahora vale lo que se hace a mano, lo que sabe a personal y humano. Las modas es ms lo que cubren que lo que descubren, y cuando descubren, lo hacen por necesidad y no por espectculo gratuito. Vuelven los cristales de colores, los pjaros y mariposas disecados, las lmparas enormes de madera y metal que penden de los techos, el recuerdo de la iluminacin con velas y antorchas, la necesidad de recogerse, de dar sentido a aquello llamado hogar. Hoy vi algo que ya no es tan solo moda. Es cierto que no hay nada nuevo bajo el sol y que, sin poder evitarlo, caemos en la repeticin de las formas. Pero por qu estas y no otras formas? Aun la repeticin tiene un valor psicolgico y simblico. El repetir los esquemas del medioevo trae aparejada una necesidad de medioevo, no por las vestimentas ni los adornos, sino por todo lo otro que vestimentas y adornos sugieren. Es imperiosa la bsqueda de liberacin por parte del hombre, liberacin que normalmente se entiende mal, o peor. Urge la liberacin de un conjunto de frmulas que se han hecho demasiado complejas, que han ido haciendo cada vez ms ficticia y vaca la vida, que le han restado sentido y finalidad. Se impone un volverse a s mismo y hallar verdades que no estn dictadas por miles de peridicos, radios o televisores. Falta redescubrir el milagro del trabajo humano con su dignidad real, trabajo que produce a ojos vistas del mismo que trabaja: hoy se ama ms la planta que hemos regado con nuestras manos que el tornillo perfecto que ha surgido a oscuras en un equipo impersonal de montaje. Pero, y por sobre todas las cosas, Dios se ha hecho presente y necesario entre los hombres. Haca tiempo (desde el otro giro de la rueda) que se le haba olvidado y mucho. As, el hombre comienza por buscarlo tmidamente en un arte ms simple, en una forma de vida ms recogida, en una sinceridad ms autentica, en un trabajo ms laborioso y productivo, en una fe sin nombres por ahora, pero que es la misma que alumbr toda la pasada y muchas otras edades medias. Hoy vi moverse al tiempo. l es inexorable y lleva a la meta mejor, que ahora se asoma como una Edad Media, pero que siempre apunta hacia una mayor conciencia en el hombre, hacia una conciencia siempre despierta, como las mticas flores que no se cierran jams.

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...LA

LUZ

Hoy vi la luz... Como siempre, no son cosas nuevas las que veo, pero tienen la particularidad de mostrarse ante mis ojos con nuevas perspectivas. Es como ver por primera vez aquellas cosas que se vean sin verse... La luz me hiri con fuerza, la luz de un sol poderoso y limpio, que barri en un instante el propicio del amanecer todas las sombras de su alrededor. De pronto, el mundo tom forma y color; de pronto, cual si fusemos nios, otorgamos existencia a todo lo que antes ignorbamos, simplemente porque no veamos. De pronto tambin, se me hizo vital el tantas veces ledo y repetido ejemplo platnico de la caverna: el hombre atrapado en la oscuridad de la tierra-materia; el hombre que maneja a tientas las cosas porque, no vindolas con claridad, apenas si las conoce; el hombre encadenado a esa misma oscuridad sin tener conciencia de su crcel, el hombre que siente, sin embargo, la necesidad de liberarse y rompe sus cadenas buscando una salida; el hombre que emerge a la luz del sol y queda deslumbrado ante ese brillo desconocido e insospechado. Ese hombre ha tropezado de pronto con la realidad; ahora ve, ahora sabe. Todo esto y tantas otras cosas galoparon en mi interior con la sola visin del poderoso rayo de luz matinal. Y de all, surgieron las nuevas preguntas, la imbatible necesidad de luz que nos acosa a todos los humanos. Si pudisemos poner luz en todo lo que vemos, en todo lo que aprendemos, en todo lo que juzgamos... Si se hiciese la claridad en nosotros, como si el sol hubiese amanecido en el alma, entonces muchas sombras se disiparan... Es probable que muchas incgnitas se despejasen, cuando antes solo vivamos en la penumbra de las dudas. Es probable que la vida adquiriese una dimensin ms amplia, dejndonos ver desde arriba claramente, como el sol todo aquello que nos acontece. Cuando las cosas se ven desde arriba, pierden el dramatismo de la lucha bestial por la vida diaria. Cuando las cosas se ven desde arriba con un poco de luz, no es que dejen de existir, sino que se enfocan de otra manera, tal vez la ms lgica. Cuando un par de perros pelean por un mismo hueso, lo hacen a nivel del suelo, sin percatarse de que pocos metros ms all hay otros huesos, otra posibilidad que vuelve intil la lucha anterior. Guerras, incomprensiones, conflictos, matanzas, tensiones, odios, vanidades, ambiciones... son huesos por los que tantos hombres pelean... Apenas un poco ms all, apenas un poco ms arriba, apenas con un rayo de luz, todo eso encaja en sus dimensiones. La vida tiene su cara luminosa y su cara oscura, sus momentos felices y los otros desgraciados, pero es necesario verlo as, concebirlo como ley inexorable, y aprender a caminar, en consecuencia, hacia el costado del camino sealado con la claridad y la felicidad.

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Mientras ms nos debatimos en las sombras menos posibilidades tenemos de salir de esa trampa, pues al igual que el hombre de la caverna, empleamos todo nuestro tiempo y nuestra energa en la lucha tenebrosa, sin dejarnos un minuto libre para vislumbrar la escapatoria. Cierto es que, a veces, como el hombre de la caverna, debemos batallar en la oscuridad para romper nuestras cadenas de ignorancia; pero entonces lo hacemos con todas las fuerzas puestas en la meta fija de la liberacin posterior. Ya no es la lucha por la lucha en s, por cuanto una nueva conciencia nos seala nuevos derroteros. Mientras ms nos sumerjamos en un mundo de palabras y de promesas falsas, de mentiras y de cobardas, menos sabremos de la luz clarificadora. Esas engaosas luces nos harn creer la falacia de que no hay otra luminosidad posible. Sin embargo, adems de las palabras estn los hechos; adems del conocimiento vaco de hombros para arriba, est la sabidura activa que nos permite vivir da a da aquello que hemos logrado comprender. Adems de las falsas promesas, hay esperanzas autnticas. Adems de la cobarda, hay fe en el futuro y en las fuerzas humanas para conquistarlo. Estamos hartos de antorchas que arden poco y mal; de dbiles linternas que pretenden alumbrar nuestros pasos; hartos de fuegos fatuos, de chispazos que no duran ni un da, de resplandores engaosos que pretenden emular la luz del sol. Sabemos que fuera de nuestras ventanas amanece todos los das; sabemos que el sol es una realidad ms all de las nubes y las tormentas. Solo nos queda abrir nuestras propias ventanas, salir de nuestra propia caverna, abrir nuestros ojos deslumbrados a la luz natural y empezar a ver nuestro propio mundo, aquel en el que tenemos que vivir; encadenados, s, pero a la esperanza de ese mundo nuevo y mejor que nos espera un poco ms adelante, en ese mismo horizonte donde empieza a amanecer.

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...LA

MSICA

Hoy vi la msica... S que, en rigor, debera decir que hoy o la msica, pero tambin es verdad que, en algunas oportunidades, logramos ciertas formas de visin que van mucho ms all de lo que los ojos pueden captar. Por eso, despus de tanto tiempo de considerarla mi fiel compaera, despus de tanto tiempo de vivir cerca de ella y disfrutar de su maravilla, creo que hoy he logrado verla. Es fcil en la juventud dejarse arrebatar por los sentimientos que despierta la msica; es fcil dejarse llevar, volar por quin sabe qu mundos exticos; es fcil dejar que las sonrisas o las lgrimas fluyan casi sin motivo aparente nada ms que al toque de los sonidos. Pero hace falta haber vivido unos aos ms para no conformarse con el solo fenmeno de la emocin. Entonces, al cabo del tiempo, surgen las preguntas profundas, las que vienen de la misma raz interna, all donde duerme el verdadero Hombre, que pocas veces se atreve a asomarse en nosotros. Entonces, al cabo del tiempo, esa msica, que antes se resuma en mltiples sensaciones, ahora se vuelve una realidad y una respuesta. Hoy vi, como en un chispazo, que aun detrs de los ruidos ensordecedores de la ciudad, sigue habiendo msica. Hoy vi que todo vibra en sonidos no siempre comprensibles para nuestros odos. Hoy vi que no es bueno detenerse en las apariencias de las crceles cotidianas, sino que, para llegar al corazn de la msica, hay que buscar siempre un poco ms all, un poco ms hondamente. Y este corazn de la msica es la armona con que todo se manifiesta. Cuando por breves instantes logramos escaparnos de la rutina material del vivir con minsculas, se abren nuestros ojos ante la inmensidad del universo, que sabemos incomprensible, pero que, sin embargo, no sentimos ajeno a nuestra condicin de humanos. Qu es lo primero que entonces nos llama la atencin?: el orden, la armona inquebrantable con que todo se desenvuelve, los ritmos incansables con que los ciclos vuelven a aparecer una y otra vez... Eso es msica. As cobran nuevo valor las palabras de los viejos filsofos que nos explicaban aquello de la armona de las esferas. As entendemos que, efectivamente, detrs de nuestros ruidos, existen sonidos bellos y encadenados que van atando sutilmente las formas universales de vida. As entendemos que la msica que llega a nuestros odos es apenas una sombra y no por eso menos bella ante nuestros imperfectos sentidos de aquella otra msica csmica que probablemente resonar cadenciosa e infinitamente en el espacio. Por eso, hoy vi la msica y entend su gran secreto. Ella no es obra ni creacin de los humanos, o por lo menos no es fruto de los humanos enceguecidos y encadenados a la materia... Ella viene de lejanas regiones y se deja atrapar por los genios que, en sus raptos de inspiracin, pueden ascender a las esferas de la armona. Estos son los hombres felices verdaderamente felices? que pueden vivir el fenmeno de elevarse Pgina 97 de 138 Cortesa de Nueva Acrpolis Espaa, www.nueva-acropolis.es

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hasta ese mundo superior y transcribir luego, con la desesperacin de la prisa, unas notas en sus pginas, o unos acordes en sus instrumentos, que debern resumir lo que ellos percibieron tan esclarecedoramente. Y a nosotros nos queda el or o el ver... el abrir esa puerta mgica que alguna vez fue secreta y hoy nos muestra el camino de la msica. Los sonidos no mueren en el aire, no se desvanecen en el tiempo; basta querer ver para observarlos danzando en el espacio, repitindose miles de veces en la memoria. Es la armona, que clama por sus ancestros; es la msica, que se presenta ante nosotros. Quieres verla t tambin? Hay muchos autores que la han escrito para ti... Hay muchos hombres que expresaron su verdad a travs de la belleza del sonido. Y es seguro que, si dejsemos penetrar esa armona en el fondo mismo de nuestro ser, muchas angustias seran barridas como por arte de magia: el ritmo universal habr puesto orden en nuestro micro-universo que llamamos hombre.

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...LA

PRIMAVERA

(I)

Hoy vi la primavera. Es cierto que pude haberla visto en todos los aos anteriores, pero el vivir apresuradamente nos hace pasar por alto las maravillas ms grandes de la Naturaleza. La primavera que hoy vi se desprendi como un hlito sutil y luminoso de entre un conjunto de rboles. Me dej arrastrar por mi imaginacin, y no me cost nada identificar esa figura esplendente con los rasgos delicados que Botticelli pudo imprimir a su propia Primavera. Y, por los milagros que se dan en el mundo de la imaginacin, la primavera se volvi hacia m, dejando a su paso una estela de enseanzas. Me record cunta es la semejanza entre el sueo y la muerte, y cmo ella tiene el poder para vencer a uno y a la otra; all donde se cree que ya nada ms existe, se levanta el milagro de la resurreccin. Me record el porqu de viejas tradiciones relativas al misterio del Sol: es que el primer rayo del primer da de primavera (y del primer da del ao, en realidad), trae la fuerza especial de lo nuevo, lo puro y lo bueno. Es el primer aliento despus de un largo perodo; es la primera luz despus de una continuada oscuridad. Me record el valor de la belleza, pero de una belleza que no es de formas pletricas, sino de lneas simples y apenas esbozadas: una belleza primaveral, adolescente, sencilla y natural. Y supe que ella es primavera, es mujer, es bella, y todas las mujeres, como hijas suyas, deberan imitarla en su gesto mgico de esttica. Me record la sonrisa del despertar, que es la misma de un nio cuando abre los ojos en la maana. Ah, el valor de una sonrisa en este mundo, que es puro invierno de dolor y agresividad...! Me record la calidez del gesto bondadoso y tierno; la posibilidad de brindar ayuda y afecto a quien lo necesite; la posibilidad de no medirse en generosidad. Supe entonces algo ms sobre el misterio de la eternidad: la belleza, la ternura, la pureza, la generosidad, son elementos de la eternidad. La eternidad no es un infinito vaco, triste y fro, donde nada se puede hacer excepto dejar correr las horas. La eternidad es un constante revivir, un redespertar a cada minuto, un volver a empezar en cada instante. La primavera es eterna: una vez al ao, ella llega a nosotros y se hace visible en luz y flores, en calidez y sonido. Pero basta con esa presencia para que, durante el resto del ao, guardemos la semilla de su secreto: despertar cada maana, vivir cada da, aprovechar cada hora y guardar la frescura necesaria para renacer cada da; dar un paso hacia la plenitud que, en las estaciones del ao, se llama verano.

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Para quienes caminamos, para quienes todava no podemos ms que soar con la realizacin absoluta del verano, para quienes necesitamos del apoyo amigo de una mano: para todos nosotros ha llegado la primavera!

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...LA

PRIMAVERA

(II)

Hoy vi la primavera, cual un don del tiempo anticipndose a su momento, y me alegr esta visin, pues hay pocas tan difciles y conflictivas en la vida que uno llega a temer que la primavera ya no se presente ante nosotros, o que el sol no asome ms por las maanas. Hoy vi que cada vez produce mayor esfuerzo no caer en las habituales comparaciones entre lo que era y lo que es, entre las primaveras de antes y la que ahora viene. Ella, la de mi visin, es siempre la misma; pero cmo la modifican los oscuros velos de nuestra poca! La imagen de la primavera ha sido, durante siglos, la de una frgil doncella que simboliza el despertar, el renacimiento de la Naturaleza entera, y tambin por consiguiente, de todo lo bueno y bello que subyace dormido en el interior de los hombres. Primavera ha sido sinnimo de alegra y reencuentro, de felicidad y luz. Primavera es una invitacin a empezar de nuevo, a olvidar viejos dolores, a sentir la energa de la vida corriendo por nuestros cuerpos. La primavera, con su suave andar, va descubriendo da a da los misterios de un mundo que se haba adormecido durante el invierno; sigue la ruta del crecimiento, de la evolucin segura hacia la madurez del verano que la continuar... Y por todo eso, la primavera siempre se ha recibido con encanto y esperanza. No hubiera sido yo quien la hubiese visto... sin que todos y cada uno hubiese llevado en sus ojos una chispa de imagen de primavera. Sin embargo, hoy es muy diferente el ver la primavera. Hoy hay que esforzarse para verla. Ella cumple su cometido como siempre, y aparece en las mismas fechas, pero cunto ms trabajo tiene ahora por realizar! Cunto ms triste es el panorama que tiene que despertar! Ya no nos pesa solamente el fro y la oscuridad del invierno. Pesan mucho ms dolores y cargas que hay que llevar como se pueda sobre los ya castigados hombros. Pesan tambin las almas oscurecidas, el odio y la incomprensin, la locura y el desatino, la ira y el desprecio... Ya casi ni importa que llegue la primavera. Cmo advertir su presencia en medio de tanta tristeza? Sin embargo, he logrado verla, y creo que todos podramos abrir por un instante nuestros sentidos del alma hacia ella. No debemos dejar que el agobio nos domine por completo hasta hacer de nuestras vidas una perpetua muerte. No debemos eliminar la esperanza ni el sueo de un mundo mejor que podramos construir entre todos. Las oportunidades no se agotan tan rpidamente como pensamos; la piedad de la Naturaleza es infinita y ofrece mil y un nuevos caminos al hombre para transitar. La luz de la primavera brilla incansablemente ao tras ao, proponiendo ese renovado esfuerzo que nos habr de devolver la verdadera vida.

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Hoy vi la primavera... Unos das ms, y esta, que es hoy apenas una sombra, se convertir en plena realidad. Una vez ms, el smbolo del amor y la felicidad aparecer ante los hombres. Cuando la Naturaleza circundante despierte de su sueo, despertaremos nosotros tambin. Cuando se abran las flores y prometan los frutos, florezcamos nosotros tambin. Sepamos hundir los ojos ms all de las sombras actuales. Sepamos vivir valientemente las visiones de hoy, que sern las verdades de maana. Aprender es comenzar a vivir todos los das. Saber vivir es tomar de la primavera su capacidad de recreacin constante. Atrvete a verla: tambin para ti llega la primavera!

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...LA

ECOLOGA EN ACCIN

Hoy vi la ecologa en accin... Este es, precisamente, un tema que da a da llena las pginas de todas las publicaciones, hasta llegar a convertirse en una autntica preocupacin para todos los hombres. Se habla de salvar la Naturaleza, de evitar las contaminaciones, de lograr trabajos adecuados que rindan el mximo procurando las mnimas molestias. Se comienza a mirar con malos ojos a las mquinas (esas que fueron programadas como amigas del hombre), se teme a los combustibles, se huye de los residuos y se busca la pureza, observando con aoranza cmo las viejas fuentes de aguas medicinales y curativas, hoy apenas muestran sus carteles de No potable... Todo eso y mucho ms es lo que se dice, pero nadie o casi nadie hace mayores esfuerzos para lograr esos objetivos. Es ms: casi nadie sabe lo que debe hacerse para llegar a la tan pretendida pureza ecolgica. Se sabe lo que se quiere, pero no se conocen los medios para obtenerlo. Pues bien, en medio de todos estos pensamientos, una realidad concreta vino a golpear mi entendimiento, y digo golpear, pues fue muy grande el impacto que produjo esta realidad en contraposicin a los sueos, a la fantasa desencaminada y las especulaciones mentales que a menudo nos ocupan. En medio de una carretera de nuestra Pennsula Ibrica, la ecologa me sali al encuentro. En medio de uno de esos viejos caminos sin sealizaciones ni pavimentos lucidos, en medio de la sencillez campesina y montaosa, una mujer se me apareci como el modelo exacto de lo que buscamos como economa de la Naturaleza. No es este, lugar para largas disquisiciones sobre las igualdades o desigualdades sociales... sobre la felicidad o la infelicidad de pobres y ricos... Pero lo cierto es que la humilde mujer que pude ver me pareci mucho ms colocada en la vida, mucho ms segura de s misma, mucho ms feliz que otros varios seres que he conocido y conozco a diario. Lejos de las preocupaciones intelectuales, de las luchas de clases, de la crisis de Oriente o de Occidente; ms all de los enfrentamientos humanos en todos los rincones de la Tierra y de los odios desencadenados en consecuencia, la mujer que vi, era un canto a la vida en el ms amplio sentido de la palabra. Tendra ella... no s cuntos aos... esos aos indefinidos que sealan a esas mujeres fuertes y sencillas que viven en contacto con la Naturaleza. Vesta con su eterno color negro, y con esas ropas que no se han hecho para lucirse sino para cubrirse. Caminaba a un costado de la carretera con paso tranquilo y seguro, sabiendo hacia dnde y para qu iba; nada la distraa en su andar, ni los carros con bueyes, ni los pacientes burritos, ni los modernos automviles con bocinas poderosas. Ella segua, con su cesta en la cabeza, como si llevar una carga a su destino fuese la cosa ms importante del mundo... y lo era, desde luego.

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Pero no todo se reduca a su paso sostenido, o a la cesta que llevaba sobre la cabeza. Mientras tanto, en sus manos mostraba unas largas tiras de paja, con las que iba trenzando una nueva cesta... y mientras tanto, sus labios musitaban calladas palabras... Una vieja plegaria, quizs? El repaso de sus sueos humildes y simples? Aquello que se pide a Dios con el silencio en la boca y con el alma plena? Qu importa todo eso... Yo la vi apenas unos instantes, pero no pude evitar que mis ojos se fuesen detrs de ella... Qu perfecta, qu sana, qu limpia, qu til me pareci su actitud! Nada haba en ella de desperdicio, nada de indolencia, nada de penas estriles, nada de alegra exagerada... Solo lo justo, lo bueno, lo exacto para aprovechar al mximo cada minuto de vida. Pens que si todos, cada uno en su puesto, aprendisemos a utilizar nuestro tiempo y nuestras energas en la misma medida, muy distinto sera nuestro mundo de lo que es. Hoy padecemos enfermedades civilizatorias varias, pero tal vez la peor de todas sea el tiempo que perdemos en quejas y que no sabemos ganar en actos tiles. Pens en que esta mujer sabe hacer Historia. Su mundo su pequeo mundo, su casa, sus seres queridos, las circunstancias todas que la rodean, no quedarn iguales cuando ella se haya ido... Algo habr cambiado para mejor, algo habr crecido en ella y en los dems. Viejas cestas de paja trenzada nos hablarn de sus manos, millares de pasos en los caminos sern como los que ella haca diariamente, y fervorosas oraciones sern el eco de su plegaria callada y musitada. Todo camino comienza con el primer paso. Todo cambio se inicia con una pequea y consciente actividad. Y tambin la ecologa del mundo parte del orden y la pureza personales que cada uno de nosotros podamos poner en nuestras vidas... como la mujer que hoy vi.

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...CAER

UNA HOJA

Hoy vi caer una hoja... Verdadero prodigio del otoo, este hecho me ha puesto en contacto con el milagro de una vida fecunda y realizada, que llega a su fin en el mayor de los esplendores. La vulgar apreciacin de la existencia nos obliga a menudo a rpidas y falsas opiniones, regladas por conceptos tan infantiles como todo lo que cae es malo, y todo lo que sube es bueno. Pero nos hemos olvidado de que a veces son las fieles hojas del otoo las que caen, y las dramticas bombas explosivas las que suben... Con la misma ingenuidad inconsciente, tendemos a minusvalorar el otoo, la vejez, todo aquello que acaba y pierde lozana para nuestros sentidos, sin pensar que lo que desaparece para nuestros ojos puede cobrar vida para otros ojos, para otros mundos, para otras formas de existencia. El otoo es un poco como la muerte del ao, que luego se enquista en el fro reconcentrado e ntimo del invierno. Asimismo, la vejez es para los hombres la salida de esta, nuestra vida, para encerrarse luego en el misterio insondable de la muerte fsica. Sin embargo, ni las almas mueren ni el ao deja de renovarse en prximas primaveras y clidos veranos. Hay un misterio en estos ciclos que podra desvelarse en el hecho de la misin cumplida. No toda muerte es heroica, ni toda vida intil. La muerte es noble corona cuando pone fin a una vida pletrica en la cual se ha cumplido con todas las consignas de la Naturaleza, tanto material como espiritual. En la hoja cada del otoo, he visto precisamente la sntesis gloriosa de una humilde vida vegetal, pero fiel a su consigna, noble hasta el final. La hoja que fue alegra y color durante el esto; la que ha proporcionado da a da su cuota de amor traducida en pursimo oxgeno; la que ha sido sombra acogedora y murmullo acariciante; la que ha orientado todas las maanas sus ojos verdes hacia el sol: esa desaparece dulcemente, con un mensaje dorado en su cada. No se trata de una cada brusca; ni siquiera se trata de una cada: es el ltimo movimiento armnico de un ser que se ha llenado de beber sol hasta teirse del mismo color de sus rayos, y entonces baja a los pies de los hombres tapizando en mgica alfombra el paso de quienes tambin anhelan llenarse de sol. Cuntos mudos consejos se guardan en la hoja del otoo! Cuntos seres humanos, por temor a la muerte, no sabemos vivir! Cuntas veces se desperdician aos y aos, en pos de efmeras y vagas ilusiones que no suponen el sol estimulante para la hoja, sino las sombras engaosas con luces artificiales! Qu pocos los hombres que perfuman a su alrededor mientras existen, que sirven diariamente

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a sus semejantes, pensando en el rbol todo de la Naturaleza, antes que en la individual condicin de hoja! Esos pocos son los que han hecho Historia. Claro est que en la Historia figuran, pues, esas luminarias de excepcional condicin, y no la pequea hoja del otoo, a la que hoy vi morir... Por eso quiero dedicarle mis palabras a la hoja dorada, para que ella tambin vuele al infinito con un recuerdo humano prendido en sus secas nervaduras. Porque admiro al Cid que cabalg y luch despus de muerto, porque admiro esas muertes que valen tanto como la vida, admiro esta hoja que acaba de caer, la que vivi mirando hacia el sol, la que junt rayos dorados en alqumica transmutacin, la que vi en su danza alucinante, pues mientras su cuerpo llegaba a la tierra, un rayo de luz se irgui poderoso hacia el cielo.

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...LAS

HERIDAS DE LA TIERRA

Hoy vi las heridas de la Tierra... Es probable que los arquelogos y estudiosos de mltiples ciencias geolgicas tengan nombres diferentes para designar esto que hoy vi: ruinas, restos, fisuras, y hasta valles y montaas... Pero para m adquirieron el aspecto de verdaderas heridas, muchas de ellas cerradas, pero impregnadas del recuerdo de los hechos pasados. Contaban los antiguos que la Tierra es un ser vivo, y que, salvadas las diferencias de tamao, es posible ver en el planeta reacciones muy semejantes a las de los humanos. Pues de eso se trata. He visto detalles que me hicieron volver los ojos hacia la propia Humanidad y hacia algunos de sus rasgos distintivos. Cuntas veces, al mirar nuestras manos o nuestro rostro, no hemos descubierto los rastros de viejas heridas? Hoy se ven apenas como lneas casi borradas por el tiempo, pero sin embargo, evocan en nuestra memoria mltiples acontecimientos que estuvieron relacionados; son heridas que, una vez curadas, conservan, no obstante, el sabor de los hechos que las vieron surgir, casi con nostalgia, casi con tristeza por el tiempo transcurrido, casi con la pena profunda de no poder hundirnos en el pasado y recuperar aquellos momentos que ahora solo se presentan en viejas cicatrices... Otro tanto sucede con la Tierra. Al recorrer sus caminos sealados por el hombre, surgen, de vez en cuando, ruinas y restos entre ttricos y romnticos, que hablan de otras pocas. Pero no solo ruinas de piedras, o maderas, o metales... Son como las heridas de nuestro cuerpo, que sealan, adems de un objeto, tambin un recuerdo. Al recorrer la Tierra como decamos, aparecen recodos accidentados, vueltas y revueltas, montaas que ascienden orgullosamente para bajar luego en la sencillez del valle y la planicie; ros que saltan o rugen, labrando sus cauces en lo profundo; gargantas tenebrosas que ocultan oscuridades secretas... Es como si al ver las arrugas de la Tierra, nos estuvisemos mirando al espejo nosotros mismos. Surcos, cicatrices, canas, seales, lunares, detalles que hablan de una vida. Ros, mares, llanos y alturas, brechas y espesuras, que hablan de una vida tambin. Por ello me he detenido en las heridas de la Tierra. He sentido que los viejos restos de viejas civilizaciones, que todava se alzan en algunos puntos, son heridas relativamente cerradas. An conservan la fuerza y el impulso que los hicieran nacer. Me gustara preguntarle a la Tierra por sus recuerdos; me gustara or sus historias acerca de tantos momentos, de tantos hechos, de tantos hombres que la dejaron marcada... S, es cierto, hay cientficos que trabajan en la Tierra. Plenos de paciencia y conocimientos tcnicos, recogen con cuidado sus restos o sus muestras para analizarlos luego en sus laboratorios. Pero no ven las heridas, no oyen llorar al tiempo a travs de las grietas, no entienden de la vejez de la Tierra que atesora recuerdos.

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HOY VI...

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La Tierra guarda secretos, s, pero no es el fro lenguaje de la ciencia el que podr desentraarlos en su profundidad. Hace falta un imprescindible hlito de humanismo; hace falta una convivencia entre seres vivos, para que la Tierra y los hombres entren en verdadera relacin. Hacen falta, no solamente instrumentos tcnicos, sino saber acariciar la superficie terrestre, esa tan llena de antiguas heridas que rememoran antiguos momentos. Hace falta sentir la misma piedad por las grietas llenas de vapores que por las arrugas que surcan un rostro. Hace falta sentir que los aos no pasan solamente para hombres y mujeres, y que la historia se acumula tanto en nosotros como en nuestro habitculo planetario. Hace falta despertar esa perdida sensibilidad que vibra ante los restos de aquellos mundos que nos precedieron, ms all de saber medir o calibrar los trozos enhiestos de sus monumentos. Slo entonces sabremos que la lnea arrogante de una torre de un olvidado castillo puede brillar con igual ardor que unos ojos cargados de recuerdos y de esperanzas. La Tierra tiene sus heridas, algunas ya cerradas por el paso del tiempo. Seremos capaces de leer en ellas? Seremos capaces de grabar nuevos jeroglficos para que el tiempo futuro los pueda descifrar?

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...TEMBLAR

LA TIERRA

Hoy vi temblar la Tierra... emitir sordos rugidos como si fuese un inmenso animal atrapado, gritando por salir a la luz... No siempre hace falta estar en medio de los acontecimientos para vivirlos. Es verdad que quienes han tenido la desgracia de sufrir temblores y terremotos podran contar las cosas que han visto mucho mejor que yo. Pero, a falta de esa vivencia directa, he optado por perder la frialdad ante las noticias de la prensa, la indiferencia ante las informaciones diarias; he tratado de ver con otros ojos con los mismos de los hombres que sufren esta extraa expresin de la Tierra: la de sus sacudidas, la de sus espasmos volcnicos, la de su voz de trueno y su respiracin de lava. Hoy vi imgenes terribles, fotografas llegadas desde para m distantes puntos del globo; pero vi detrs de todo ello la manifestacin evidente de un ser vivo: la Tierra. El tiempo va dejando atrs aquellas simples teoras que hacan de nuestro planeta un conjunto inerte de piedras y barro, de mares y ros. Hoy, cuanto ms avanzamos, ms volvemos los ojos hacia atrs y recuperamos con ansias aquellos otros conocimientos que nos mostraban a la Tierra como uno ms entre los seres de la Creacin; un planeta, s, pero con su especial forma de existencia, con sus leyes de crecimiento y expansin, con sus dolores y enfermedades, con sus ritmos y sus latidos. Una Tierra animada, un gran animal en el que la vida se expresa con actitudes no del todo diferentes a las de los humanos. Cuando los ojos ven, es difcil imaginar una Tierra muerta o dormida; es casi imposible creer que la raz de las muchas maravillas que recogemos a diario sea un trozo de roca girando al azar en el espacio. Cuesta convencerse de que de la nada surgen las flores, los rboles frondosos y las piedras preciosas... Cuando los ojos ven, la Tierra vive y se mueve ante ellos, gime y suspira, parlotea y se adormece; despierta a veces violentamente, o simplemente sacude de su piel lo que ms le molesta. Hoy vi a nuestra gran casa planetaria temblar y rugir... No s si es la ira quien la domina, pero la he sentido viva y alerta, como si en medio de grandes dolores, para ella y para sus habitantes, fuese a parir un nuevo mundo para nuevas pocas. Habremos de remitirnos otra vez a las doctrinas sobre los cambios de la faz terrestre, las variaciones de los polos, los continentes sumergidos y las costas que se levantaron? Intentaremos comparar la superficie del globo con nuestra piel y sus particularidades, las clulas que caen y los tejidos que ms tarde se regeneran? Lo cierto es que no hace falta desenterrar viejas teoras ni colocarse en la actitud de falsos predicadores del futuro. Lo cierto es que los nmeros en cuanto a leyes ccli-

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cas, cantan una clara verdad que, entendamos o no, nos est queriendo explicar algo. Las para nosotros catstrofes ssmicas se repiten cada vez con ms frecuencia, ciertas zonas del planeta son afectadas reiteradamente; el respiro entre temblor y temblor es cada vez ms breve... Qu le pasa a la Tierra? Qu nos quiere transmitir con su extrao lenguaje de cataclismos? Qu quiere dejar escapar por las oscuras y profundas grietas que se abren en su piel de continente? Qu indican los mares que se revuelven y se agitan en gigantescas olas? Estamos acaso ante una nueva era? Es que la Tierra prepara sus prximas formas de sustentacin para prximos hombres o civilizaciones distintas de las de ahora? Si la Naturaleza entera es simblica, si cada hoja que se mueve seala algo en el contexto del universo, he aqu un nuevo misterio en el cual enfocar nuestra mirada. Es poco lo que entendemos, pero sentimos que algo pasa... Nosotros estamos vivos y ella, la Tierra, tambin. Ante los ojos del alma se alza el todava complejo lenguaje de la Naturaleza: hay un importante mensaje para descifrar en este mismo minuto de nuestra Historia.

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...UN

IDEAL LLAMADO

NUEVA ACRPOLIS

Hoy vi un ideal llamado Nueva Acrpolis. Si bien no es nuevo para nuestros lectores, cabe de vez en cuando remozar conceptos para hacerlos siempre vivos y actuales, o para comprender con una mayor profundidad este propuesto ideal para un mundo nuevo y mejor. Nueva Acrpolis no es una creacin actual; lo que tiene de nuevo es estar una vez ms en el mundo bajo las formas que requiere nuestro momento actual. Por lo dems, siempre el hombre se ha preguntado sobre s mismo: quin soy, de dnde vengo y adnde voy... La respuesta a estas cuestiones fundamentales es siempre la misma, si bien se ha cubierto de las vestiduras indispensables para que seres de distintos lugares del mundo, y en distintos momentos, pudiesen entenderlas segn su particular enfoque. Hoy, con nuestras palabras, diremos que el hombre es un fruto del rbol divino, que viene y va hacia un misterio denominado eternidad. Descifrar al hombre tan solo por su paso por la vida nos parece pobre e incompleto, tal como lo sera juzgar a un rbol por una nica fruta. Miles de frutos de las mismas caractersticas establecen una especie: aunque el rbol sigue sindolo tambin durante el invierno sin flores, sin hojas, sin frutos... As, la vida sigue siendo vida aunque en un instante faltasen cuerpos humanos en los inviernos de la muerte... Porque la vida es una eternidad, y porque el hombre transita a travs de esa eternidad, buscamos conocer al hombre por sus creaciones ms duraderas, por sus hallazgos ms profundos y espirituales, por su esfuerzo en asemejarse a la Divinidad de la cual procede y hacia la cual tiende, consciente o inconscientemente. El simbolismo de las religiones, el lenguaje del arte, la disciplina de la ciencia y el cabal ejercicio de la justicia son los elementos bsicos que, a travs del estudio de la Historia, nos permiten forjar la imagen del hombre, de sus afanes en la tierra y de sus aspiraciones al misterio eterno de su origen infinito. Con todos estos elementos, Nueva Acrpolis la nueva ciudad alta crea un cuerpo de doctrina, eclcticamente conformado con todos los ideales que promovieron la prctica de la virtud, la captacin de la belleza, la aplicacin de la justicia y el despertar del propio espritu. El combate acropolitano contra el materialismo en todas sus mltiples expresiones no es ms que el resultado de esta otra comprensin de la vida como proceso de pura evolucin espiritual, apoyado, s, en la materia, pero no justificado nicamente en ella. Para este ideal Nueva Acrpolis, la meta del momento es la plasmacin de un mundo nuevo y mejor. Nuevo, no por lo absolutamente original, sino por contraste con el exceso de materialismo y descreimiento en que ahora se vive. Nuevo, no porque nunca nadie lo haya propuesto antes, sino porque son pocos los que se atreven a vivirlo

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ahora. Mejor, no porque todo lo que tenemos es malo, sino porque debemos perfeccionarlo. Mejor, porque el cambio por el cambio en s carece de sentido si no lleva implcito el ascenso con respecto a un momento anterior. Las armas con que trabaja el ideal Nueva Acrpolis son dos, indispensables para lograr un equilibrio: mstica y accin. Entenderemos por mstica algo que bien definieron los griegos cuando hablaban de entusiasmo, Dios en el hombre. Mstica es la capacidad de sentir profundamente la raz divina que late en el hombre. Mstica es la capacidad de responder antes bien a esa raz que al llamado simplemente animal de la materia. Mstica es la capacidad de volar, soar, crear, idear, amar y sufrir en aras del espritu. Entendemos por accin, simple y llanamente, la puesta en prctica de todo lo que la mstica sugiere, es decir una mstica viva. Desde luego, siendo los hombres distintos en matices los unos de los otros, es imposible pretender que todos respondan de la misma forma ante el toque mstico, o que trabajen de la misma manera ante el llamado de la accin. Dejaremos de lado las falsas expresiones de la mstica, las que son solamente vacas posturas de un ritual exterior, las que pretenden una falsa liberacin del mundo, ya sea por los excesos o por la huida insensible ante los problemas. En cambio, segn los diferentes tipos humanos, nos encontraremos con msticos ms o menos meditativos y solitarios, y con quienes semejan aguerridos combatientes por la verdad. Si la mstica es el vibrar de la Divinidad en el hombre, no deberemos juzgar como menos msticos a los que se vuelcan de lleno en los problemas del mundo, llevados por su amor a la Humanidad; el estar volcado en el mundo no es siempre falta de mstica ni seal de degeneracin espiritual; por el contrario, quienes, a pesar del mundo, siguen vibrando con su dios interior, han asegurado con toda fuerza su vocacin mstica. He aqu, pues, como la mstica y la accin se encuentran en un punto; cuando, por vocacin de altura, se enfrenta la labor a nivel humano. Indudablemente, la accin espiritual no ha tomado la misma forma en todos los momentos de la Historia. Bien sabemos que el tiempo se rige por ciclos, y que, a una Humanidad conscientemente mstica corresponde una accin apacible y concentrada. Pero cuando el ciclo de la Humanidad vira hacia el materialismo, la accin acropolitana deviene un puro remar contra la corriente. Es una accin ms agresiva, ms directa, que recurre a todos los instrumentos posibles con tal de lograr el retorno al sendero correcto. El porqu de los ciclos de la Historia es extenso tema para introducir en estas simples explicaciones de hoy. Pero lo cierto es que cuando el hombre se reconoce en su integridad, no se ve afectado por los cambios, y persevera en su actitud a pesar de los inconvenientes. Es por eso que el ideal Acrpolis, en su versin del siglo XX, busca una accin inteligente y decidida, que pueda rescatar los valores eternos de en medio de la tormenta; una accin que permita despertar la mayor cantidad posible de seres humanos para, en conjunto, girar con ms precisin, la rueda de la Historia; una accin segura y Pgina 112 de 138 Cortesa de Nueva Acrpolis Espaa, www.nueva-acropolis.es

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valiente que no calla ante los errores, pues no siempre el silencio es seal de seguridad, sino que, ms bien, la seguridad incita a la clara expresin de las creencias. El ideal llamado Nueva Acrpolis que hoy vi, y os expongo para invitaros a l, es una filosofa activa, un amor al conocimiento traducido en actos, un reencuentro del hombre con sus ancestros espirituales, una semilla del mundo nuevo y mejor que todos anhelamos.

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...UN

GATO

Hoy vi un gato... y no es la primera vez que lo veo, porque hace ya un par de aos que su callada y tierna presencia me acompaa. Pero hoy lo mir tratando de penetrar su misterio y tratando de comprender su lenguaje animal, tan sencillo pero tan profundo a la vez. Es un ser pequeito y hermoso, de pelaje lustroso y claro, de rostro y patitas oscuras. Dicen que su raza se remonta a la lejana Siam, y que es una extraa mutacin de tiempos pasados; aseguran que no es exactamente un gato y que el ancestro de los linces se manifiesta todava en su sangre. Pero yo nunca lo quise por su raza... Dicen que los gatos no reconocen amos sino casas, y que su afecto est siempre pronto a trasformarse en una agresin. Pero yo he comprobado todo lo contrario... Nunca exigi su comida, ni jamas la arrebat de mi plato, aunque frecuentemente se sienta en mi falda a la hora de comer. No le he visto precipitarse sobre su alimento ni aun en los momentos de ms hambre: cautelosamente, ha cogido sus trozos sin hartarse de carne ni de leche. Y si est comiendo y lo llamo, deja la comida para venir hacia m... De extraa manera, percibe lo que uno siente; la tristeza y la alegra de su ama no le son desconocidas. Nada ms desgarrador que sus maullidos ante mi dolor o enfermedad, ante mi desaliento, ante mis cadas... Vigila atentamente entre las sombras, y corre tras prodigiosos seres que slo l ve. En la oscuridad de la noche suele librar batallas contra enemigos invisibles, retornando cansado y satisfecho a la cama, como diciendo: Duerme tranquila, ya no queda ninguno.... Percibe sonidos imposibles y avisa de presencias lejanas. Advierte cada vez que voy a viajar y dejarlo solo, y un par de das antes de mi regreso, sabe positivamente que voy a volver. Nervioso y casi histrico se precipita sobre las maletas y la ropa, como pidiendo por favor que no le dejen. Pero sabe esperar. Duerme cuando yo duermo e intenta estar despierto cuando yo lo estoy. Pero el sol que penetra por las ventanas lo adormece suavemente, si bien de tanto en tanto abre sus ojos para asegurarse de mi existencia. Husmea mis libros y escucha pacientemente la misma msica que yo oigo. Una vez quise ensearle a bailar... pero l opin que eso ya era demasiado. Hoy lo vi, hecho una bolita reluciente a los pies de mi cama, y vi cun presta est su hipntica mirada para seguir mi menor movimiento o llamada. Vi cmo este simple animal me reconoce, no solo con su mirada, sino tambin con su inquieta naricilla, siempre presta a verificar el perfume de su ama entre los miles de perfumes de las muchas personas que me rodean.

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Vi su esfuerzo prodigioso por salir de su inercia y hablar, si fuese posible, por entenderse conmigo. Es verdad que solo maullidos salen de su garganta, pero no son todos iguales. l tiene una manera especial de llamarme (quin sabe cmo es mi nombre en su lenguaje gatuno!), y distintos maullidos sonoros para hacerme conocer sus necesidades. Pero, de todas sus voces, prefiero su retumbante ronroneo. Ese ron ron no tiene precio alguno en el mundo. Es la forma ms pura de afecto que he logrado percibir en este animal, y casi con miedo me atrevo a decir, entre los muchos humanos que conozco. El ronroneo no pide comida, ni pide abrigo, no exige respuesta ni cosa alguna a cambio: es, sencillamente, amor, satisfaccin de estar otra vez junto a su ama tras muchas horas de separacin; es el afecto sensible de un cuerpecito lleno de pelos que se acurruca junto al cuerpo ms grande de su ama, levantando hacia ella unos ojos azules infinitos, callados, pero tiernos. Hay en este mi gato, que hoy vi casi por vez primera, una muda promesa de fidelidad, una nostalgia extraa de tiempos idos que no alcanzo a reconocer y una seguridad de mundos venideros en los que no faltar nunca ese cario animal, generoso y firme ms all de las enormes distancias que le separan de los humanos. Hoy vi a mi gato y, es curioso, l tambin me vio a m.

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...UNA

CIGEA

Hoy vi una cigea. Como smbolo de la primavera, ella ha retornado a su nido en la alta torre, y como smbolo de la inexorabilidad de los ciclos, ella cuida el huevo de su nuevo retoo, aquel que nacer dentro de poco para gloria de la Naturaleza y para gozo de la imaginacin de los hombres. Viendo a la cigea apreci, una vez ms, la exactitud de las leyes naturales, y la inteligencia escondida en estos seres que, por lo comn, solemos juzgar como un mecnico adorno animal. Es que esta cigea no es cualquier cigea, ni su nido es un nido cualquiera. Ella es la misma que todas las primaveras regresa desde las clidas tierras africanas, y ocupa la misma torre, el mismo nido, cumpliendo con el mismo rito, en un alarde de sincronismo del que muchas veces carecemos los humanos. La libertad de la cigea consiste como diran los filsofos estoicos en obedecer las leyes que gobiernan su expresin de ave. Y entonces, libremente, abandona su nido cuando llegan los primeros fros, libremente recorre kilmetros y kilmetros hasta llegar a su clido hogar del sur, libremente espera la primavera del norte, y con la misma libertad, retorna al nido que reconoce como suyo, a su tierra, su torre, su mundo. No creo que medite largamente en su interior antes de emprender sus extensos viajes, o antes de asentarse en sus hogares de verano o invierno. Ella, simplemente, vive la filosofa natural de su ser alado, y vive un ritmo tan perfecto que fue el que me oblig a verla con ms cuidado. Me hizo pensar en muchos hombres sin alas, que hacen de la duda y la incertidumbre su sistema de vida, que creen que la libertad es, precisamente, pensar algo diferente todos los das y deshacer hoy lo que se hizo ayer, pues no existe nada perdurable, empezando por el propio hombre. Sin embargo, la cigea no duda. Me hizo recordar la cantidad de nios que nacen sin ser esperados ni soados, condenados desde un comienzo a su destino de casualidad. Sin embargo, la cigea sabe del momento exacto en que todos los aos ha de nacer su cra. Me hizo meditar sobre cuntas veces los llamados seres racionales modifican sus actitudes nada ms que basndose en el que dirn, siempre atentos a la opinin de moda imperante. Sin embargo, el nido de la cigea no pasa de moda, ni ella pide aprobacin a su vida organizada y estable. Me hizo temblar de fro a pesar de la primavera el constatar que para los humanos ya no tiene mayor valor el cambio de estaciones, y el renacer de la Naturaleza nos deja tan impertrritos como la misma llegada de la cigea a su nido de todos los aos. Sin embargo, la cigea que lleg, aquella que yo vi, dej un mensaje de primavera en mi ser, una esperanza de reverdecer, un sueo de nios fantsticos que vienen volando por los aires colgados de su fuerte pico, trayendo la semilla augural de un nuevo ciclo, de una aorada primavera de la Historia en la que todos podamos

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encontrarnos con nosotros mismos. Tras la noche siempre viene el da; tras el invierno, la primavera. Entonces veremos grandes pjaros alados, haciendo nidos en nuestros corazones.

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...UN

OVNI

Hoy vi un ovni... Bueno, en realidad, no s si lo vi exactamente con mis ojos, pero lo que vi con toda seguridad es el miedo que despierta en los hombres la posibilidad de esos objetos voladores no identificados. Durante mucho tiempo, la ignorancia y aun la soberbia inconfesada, han dado por seguro que los hombres eran los nicos habitantes inteligentes de todo el universo. El fenmeno de la Tierra se crey un fenmeno nico e irrepetible. No obstante, la investigacin y el estudio consciente han permitido una nueva visin de las cosas: el universo es un infinito poblado de planetas, y cada planeta, cada estrella, es un misterio en cuanto a las formas de vida que puede albergar, entendiendo que si la vida ha surgido en la Tierra, bien pudo, igualmente, abrirse paso en otros miles de puntos del cosmos. Pero este no es el principal problema. Aceptada la posibilidad de la vida en la inmensidad del espacio, queda por averiguar qu tipos de vida son los que podran presentarse, si son como el humano que nosotros representamos, y si han llegado a formas civilizatorias superiores o no a las nuestras. La posibilidad de la vida, sumada al desconocimiento de las formas de vida, han generado miedo entre los hombres. Un miedo a lo desconocido, que podra ser natural, pero que se agrava al adjudicar a los extraterrestres las mismas maldades propias de los hombres, en una especie de proyeccin psicolgica... De pronto, el hombre se ha puesto a pensar en lo que hara si se topase con otros seres inferiores a l..., y el hombre ha visto realmente qu es lo que hace con los inferiores: los sojuzga, los encierra, los sacrifica... Del mismo modo, pues, los extraterrestres llegaran hasta nosotros plenos de prepotencia, dispuestos a atraparnos y manipularnos cual bichos de laboratorio. Todo ello es posible. Pero en el plano de las posibilidades, bien cabe suponer que no todas las formas de vida del universo tengan que ser, por fuerza, superiores a la nuestra. Y en el plano de las posibilidades que son, por ciert,o de desear, cabe pensar que si otras formas vitales se desarrollan en estadios superiores, habrn igualmente superado la maldad y la mezquindad que les hace destruir aquello que no se les asemeja. Que no toda la evolucin se mide por el avance tcnico de fabricar ovnis; que el alma tambin evoluciona, y esa es la marca de la verdadera superioridad.

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...UNA

ESTRELLA

Hoy vi una estrella... La vi con otras estrellas que Dios puso en los hombres: los ojos. Y as, entre mis ojos y la estrella del cielo se entabl una extraa relacin de simpata y un mismo anhelo de luz. De pronto, se borraron de mi mente todas las extensas enseanzas sobre los soles que brillan en el firmamento; sobre los aos luz de distancia que separan un astro de otro; sobre la materia inconcebible que conforma esos mundos espaciales, y la estrella que vi cobr la nueva dimensin de la Belleza. Su mensaje ya no fue el simple hecho matemtico de su existencia dentro del magno universo. Record que, desde pocas lejanas, las estrellas fueron asociadas al sino de los hombres y de sus hechos principales. Supe por qu los seres humanos buscaron en las estrellas el resultado de sus vidas. Unas estrellas se abren a la vida con renovado fulgor; otras se opacan y caen lentamente. Placer y dolor, felicidad y tristeza... la rueda eterna del existir tambin se refleja en las estrellas. Cierto es que, cuando vi mi estrella, puse toda mi alma en verla ms reluciente que ninguna otra, pidindole que su brillo demarcase momentos triunfantes. Y tambin es cierto que, a pesar de todo, la estrella perda luz por instantes, pareciendo que, en contra de mi interno sentir, poda apagarse sin ms. Qu es una estrella que se apaga? Es un ciclo que acaba, que ella resume en su propia vida? Es malo, acaso, el que una estrella se apague? Es malo que aquello que ha vivido se disuelva lentamente en el espacio, dejando rastros brillantes? Si la estrella ha vivido, si ha recogido en su espejo de luz momentos gloriosos, si ha cumplido con su destino, el fin es el digno broche de un no menos digno existir. Hay en la muerte de una estrella, hay en el oscuro vaco que ella deja, un misterio ms profundo que la misma vida. Qu es una estrella que nace? Es un rayo que se abre paso en el cosmos. Es un viejo ser que, bajo nueva luminosidad, comienza otra vez su destino ante los ojos visibles. Ella tiene una nueva misin que cumplir y nuevos hombres a los que alentar en el camino de la vida que, al fin y al cabo, es la misma vida para estrellas que para hombres. All es donde se produce la comunin: brilla la estrella del destino, brillan los ojos que la ven, y surge un mgico compromiso. Mientras dure la estrella durar el juramento; mientras haya luz, habr fuerza; mientras ella palpite en el cielo, habr vida en el corazn; mientras ella recorra senderos siderales, nosotros trazaremos surcos en la Tierra.

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Y cuando ella acabe, cuando su luz se esconda tras el manto del silencio, nuestros ojos, acostumbrados a seguirla, se cerraran simultneamente para buscarla por mundos insondables, y para regresar en pos de nuevos ideales con su inalterable gua. Hoy vi una estrella... La volver a ver?

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CAMINO

Hoy vi un camino... Mentira si dijese que es la primera vez que veo uno, ni tampoco fue la primera vez que vi este camino del que hoy hablo. Pero, en verdad, fue la primera vez que lo vi con estos ojos especiales que se pueden traducir en palabras y experiencias. Vi el camino como una lnea sinuosa que se arrastra por la tierra, adaptndose fielmente a todos sus altibajos, subiendo y descendiendo, torciendo a un lado y a otro, pero siempre a ras de esa tierra que le sirve de apoyo. Lo vi paciente y seguro, transitar l mismo por otro camino imponderable, que es el tiempo... Me contaron mil cosas de este camino que sirvi para sostener a viejos beros, a valientes romanos, a esforzados medievales, a soadores renacentistas... y hoy, cubierto de nuevo asfalto, enlaza con rpidas y modernas carreteras, de hombres tambin rpidos y modernos, de los que difcilmente se detienen a contemplar un camino... Sin embargo, vala la pena detenerse y ver y escuchar con sentidos sutiles la enseanza del viejo camino. En su ferviente horizontalidad, l me sugiri la pregunta como contraparte: y dnde estn los caminos verticales, los que subiendo de la tierra al cielo marcan las rutas del alma? Porque si el hombre fuese tan slo transente de la Tierra, le bastara con deslizarse cual sierpe sobre los caminos terrestres. Pero el hombre marcha de pie: un extremo de su cuerpo se apoya en la tierra, y desde all se alza vertical apuntando hacia arriba. No tendr, pues, caminos ese alma que, a fuerza de vertical, logr verticalizar el cuerpo? Ciertamente, esos caminos existen, aunque tan inadvertidos y desconocidos para el mundo actual que nos permiten sintetizarlos en un solo concepto, una sola palabra: CAMINO. El camino que me sugiri el de tierra que vi, ya no es de tierra; tiene la fuerza ancestral del espritu que remonta, y por ello se levanta en tortuosos vericuetos que atraviesan numerosos puertos y encrucijadas de evolucin. No se ve, pero se siente; no se mide en kilmetros, pero s en tiempo y aprendizaje. No existen de este camino ni mapas ni sealizaciones que nos ayuden a transitarlo con cierta seguridad, pero es porque no hemos aprendido el lenguaje de esas nuevas seales y mapas que, sin embargo, podramos reconocer. En viejos sarcfagos egipcios, en el fondo mismo de su cuerpo de madera, se ven complejos trazados de lneas que indican el camino del cielo para el que ya ha dejado la tierra. Pero, esas rutas hoy nada dicen al profano, si bien fueron la salvacin para los entendidos. Ahora que todo tiende a la comprobacin cientfica, y en gran parte, a la recuperacin de los conocimientos que en muchos aspectos ya tuvieron los hombres del pasado, deberamos retomar la ciencia del camino. No es una nueva ciencia, pues me la sugiri un viejo camino trazado en la tierra, por hombres tambin muy viejos. Y ya entonces haba una intencin de camino doble, abajo y arriba, pues a pesar del tiempo

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transcurrido, el camino que vi hizo brotar en m la pregunta ms antigua de los tiempos: de dnde vengo, quin soy, hacia dnde voy? Le pregunt al camino... Soy un hombre atrapado en la materia, que surca este camino horizontal. Soy un alma inmortal, que viene desde el infinito habiendo bajado por una escala de tiempo vertical para detenerse en este recodo de la vida a recoger experiencias. Voy hacia el infinito, nuevamente, por esforzado camino vertical que ha tomado la forma de una espiral, sumando a lo horizontal lo vertical, lo humano a lo divino, lo que es a lo que debe ser.

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...UN

CASTILLO

Hoy vi un castillo, y... quin dijo que las piedras no hablan? Las vetustas piedras de este castillo que vi me contaron una larga historia, llena de horas variadas, que hoy son apenas tibio recuerdo. Si supieseis... Siempre hemos imaginado los castillos como escenarios de luchas y contiendas, de guerra y muerte. Pero yo escuch tambin dulces cuentos de lnguidos atardeceres, de paz y serenidad bajo la luz de las estrellas, de cario compartido, de anhelos y esperanzas tantas... Es que el castillo es como un nido de piedra, y solo una clase muy especial de aves puede vivir en l. El castillo es nido que rechaza a los que no son aves de estirpe de castillo. El castillo es el nido de los Caballeros, y hoy los castillos lloran la ausencia de sus viejos amos. Hoy es difcil vivir en un castillo; hay en el hombre una timidez mal entendida que se transforma en chatura espiritual y pobreza de carcter, que le hace preferir las viviendas bajas e igualadas, que le hace temer los amplios templos, los espacios abiertos y la grandiosidad lanzada hacia el cielo de las torres enhiestas. Hay en el hombre un cansancio tal de mirar siempre hacia sus pies, de calcular siempre a la altura de sus ojos, que ya no tiene sensibilidad para volverse hacia las alturas... ni siquiera hacia las alturas de piedra de los viejos castillos. Hoy es difcil ser caballero, es difcil ser dama, es difcil ser seor en general; tan difcil como saber ordenar con prudencia y obedecer con devocin. Los papeles de la vida estn cambiados, y en medio de la enorme confusin, los castillo esperan silenciosos el retorno cclico de la Historia, para albergar nuevamente a sus dueos. Como siempre, miramos hacia atrs con nostalgia, no solo por los tiempos pasados, no solo por la vida en los castillos, no solo por la investidura de los caballeros y las damas. Lo que buscamos con ansias es una vieja forma de pensar, de creer, de obrar; lo que nos emociona es un claro sentido del deber, una nobleza a prueba de dificultades, y una valenta capaz de luchar siempre de frente con los considerados enemigos. Anhelamos limpieza y verdad, y huimos un poco de las casas chatas, para soar con las altas torres que nos hablan de vigilancia continua, de ojos abiertos en la noche, de sacrificio y orgullo. Extraamos la sobriedad de la piedra y su dureza ante los embates del tiempo; queremos otra vez cosas slidas y estables, castillos que no se derrumben ante el primer soplo de los vientos. Esperamos los nuevos caballeros, los de la nueva Historia, revestidos de armaduras de honor y virtud; los soamos aun mucho mejores que lo que fueron, porque sabemos que de nada vale repetir los hechos si con esa repeticin no caminamos un paso adelante en la vida. Nos ponemos de rodillas ante esos callados templos de caballera que son los castillos, y ofrecemos el calor de nuestros sueos y de nuestras acciones para volver a entibiar esos nidos, para que vuelvan a

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ellos los Seores del Maana. Seguimos con la mirada la inexorabilidad de esas naves de piedra enclavadas en la tierra, para las que los siglos son apenas minutos, para las que alegras y dolores son apenas circunstancias en el largo tiempo de la evolucin. Y pedimos con todo el corazn poder viajar junto a estos castillos, penetrar el secreto del pasado y lanzarnos raudos hacia adelante con los remos de la noble accin. Dios, qu buen pueblo si hubiese buen seor....

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...UNA

ESPADA

Hoy vi una espada. Hay cosas que, a pesar del tiempo y de las modas, no varan porque su forma encierra una perfeccin que deviene de su propia esencia interior. Tal es el caso de la espada. Por eso no s si la espada que vi es muy antigua o tiene unos pocos aos. He rechazado en m todo anlisis al respecto, para ir ms all del metal del cuerpo y detenerme en el misterio de su forma. La espada es sobria y fuerte, porque lo que ella tiene que expresar no admite debilidades ni soporta adornos intiles. La longitud es en ella ms importante que sus otras dos medidas, porque trata de operar como una prolongacin elstica del brazo humano, supliendo todas las direcciones del espacio con su largo gil y con su punta hurgadora. Es maciza all donde la porta la mano; la empuadura es el contacto de la espada con la tierra, del metal con la piedra madre: por eso, la mano carnal del hombre coge la espada por su parte de materia. La cruz de la empuadura es el claro smbolo de la oposicin de dos fuerzas fundamentales: la terrenalidad horizontal de la espada, que obra en el campo de la manifestacin, y la espiritualidad de la hoja larga, vertical, erguida, soberana como una llama de fuego, que es la expresin de la voluntad humana manejando el arma ritual. La cruz de la espada es sinnimo de estabilidad y seguridad; es el apoyo para la mano. La hoja de la espada es sinnimo de voluntad; es donde asoma el alma. Y as como una espada es incompleta sin empuadura o sin hoja, el hombre que la lleva es incompleto si no une un alma preclara a un fuerte brazo. A medida que la hoja se aleja de la cruz de la estabilidad, afina sus proporciones hasta terminar en un solo punto, la ms simple expresin y la ms positiva de la voluntad en accin. En la punta de la espada no hay dudas, no hay vaivenes, sino tan solo unidad; toda dualidad ha sido eliminada, y es entonces cuando la accin se manifiesta plenamente. La punta es la primera que penetra porque en ella no hay oposiciones. As como la hoja de la espada, debera ser la voluntad del hombre: firmemente apoyada en la tierra, y sublimadamente afinada en los planos de la accin. La decisin humana es como la punta nica de la espada, que vence obstculos, llevando tras de s la fuerza de una larga hoja y una poderosa empuadura. Pero no son la hoja y la empuadura quienes comienzan la accin... De all que todos los pueblos con historia y tradicin hayan volcado smbolos mgicos y msticos en la espada. Muchos fueron los que aceptaron que en esta arma

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resida una garanta espiritual suficiente como para proteger al guerrero, no solo de las acechanzas fsicas, sino asimismo de las psquicas. La espada luchaba entonces contra fantasmas, genios nocturnos y malignos, sombras e ideas nefastas. De all que se haya considerado la espada como distintivo del caballero, del Hombre con maysculas. Y nada nos extraan los testimonios de los caballeros cuando afirmaban que la espada era compaa inefable en sus vidas, prodigio de seguridad y fuerza, de entusiasmo y sentimiento divino, de valor llevado a los lmites del herosmo. Hoy vi una espada y, al cogerla entre mis manos, sent el fro ardiente de su metal, la energa poderosa que transitaba desde ella hasta mi cuerpo. Sent que casi no haba distancia entre mi mano y ella: eran una sola cosa, una unidad al servicio de una voluntad. Y record a los viejos caballeros... Y aor a los nuevos. Porque vendrn los nuevos caballeros a combatir las sombras con la fuerza de la voluntad. Si las espadas no han muerto y hoy yo vi una, por qu habran de morir los caballeros?

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...LAS

ARENAS DEL DESIERTO

Hoy vi las arenas del desierto. All, en el viejo Egipto, en donde reina la sequedad del dios Seth, vi esas arenas doradas, finas y calientes que sumergen todo cuanto queda al alcance de ellas. Este desierto dorado constituye uno de los extremos de la vida: es el de la muerte. Pero es una extraa muerte, que nada tiene de oscuro ni de ttrico. Por el contrario, se viste de brillantes colores durante el da, y asume formas variadas al correr del viento; cuando calienta el sol, ella es caliente, y cuando refulge la luna, es refrescante y suave como la misma noche. Aunque parece vivo, el desierto es una invitacin a la muerte. La frontera es tan sutil como un paso ms all, donde se pierde la ruta y el rastro; como un poco ms de sol, donde el calor es delirio y visiones fantsticas; como un camino que no tiene fin porque es el infinito donde las cosas de la tierra pierden sentido, y se desmenuzan como la arena del desierto... Pero este desierto no es omnipotente. Hay una fuerza que lo detiene y paraliza: es el otro extremo de la vida: la vida misma diferente de la muerte, la que el dios Osiris visti de ro Nilo. Por donde corre el ro, van de la mano la fertilidad, la pujanza y el verde. Las arenas retroceden y la sequedad da paso a la deliciosa humedad de las aguas que embellecen todo lo que tocan. La frontera de la vida es tan sutil como una gota de roco, como un tallo que se alza en la ribera, como un ibis blanco que revolotea entre las ramas, tan eterno como el mismo sicomoro que lo alberga. Lo seco y lo hmedo. La vida y la muerte. Lo rido y lo frtil. El dorado y el verde. El sol que quema y el sol que calienta. En una palabra: Seth y Osiris. Nada ms opuesto que ellos dos. Pero estos dioses son hermanos. El uno es sombra y el otro es luz. El uno es desierto de arenas, y el otro es vergel de aguas; pero son hermanos. Es decir: el uno no puede vivir sin el otro. Las arenas del desierto tambin me han dejado su leccin. Ellas representan una cara de la moneda que nosotros llamamos existencia. En las arenas se esconde el misterio de viejas construcciones fantsticas, de sabios sacerdotes desaparecidos, de conocimientos hoy perdidos. La arena guarda, protege en su inmensidad el tesoro de un tiempo ido, que ahora parece muerto, pero que puede renacer en cualquier momento por la magia de una gota de agua... Bajo las arenas estn las tumbas, pero las tumbas an recogen viejos colores que no han perdido el brillo... En la corriente del ro est la otra cara de la moneda: es la vida manifiesta, la que corre incansablemente hasta cumplir con su cometido. Aqu las flores se abren, los

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animales emiten sus sonidos, los hombres trabajan y se afanan por mantener esa chispa de existencia que los alienta y que comparan con la felicidad. Pero pronto bajar la noche. Las arenas cobrarn su presa, y hasta donde el ro lo permita, amparado por la oscuridad, el desierto volver a guardar tesoros. Volver a vestir de muerte y olvido las viejas formas, para que ellas descansen y recobren energa, antes del momento de renacer. Seth y Osiris se turnan como la noche y el da. Ambos hermanos revisten un misterio. El lmite entre uno y otro es apenas un paso en las arenas de desierto...

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...EL

VIENTO

Hoy vi el viento..., y ms que verlo con los ojos normales, fue sentirlo vivo y muy cercano, como nunca hasta ahora. Y es que vivimos sin ver, o lo que es peor, vivimos sin vivir aquello que nos rodea y aun lo que nos sucede. Qu puedo contar acerca de este viento que vi, que ya no est recopilado en innumerables libros de ciencia? Los expertos nos cuentan que se trata de corrientes de aire que se desplazan de un lado a otro, llevadas por las diferencias de presiones... pero el viento es mucho ms que eso. Contentarnos con tan pobre descripcin equivaldra a aceptar la definicin de hombre nada ms que por su apariencia fsica. Hoy vi al viento en su personificacin acabada del alma de la Tierra; no el alma en cuanto a lo que podramos concebir como superior y sublime en nuestro planeta, sino tan solo con lo que todo ello supone el nima, lo que le da vida psquica, lo que le concede el calor del sentimiento, lo que expresa sus ms complejas pasiones. As, este viento es la psiquis de la Tierra que corre sin cesar de un rincn a otro, en busca de quin sabe qu perdido equilibrio. Es la viva imagen del mundo de las emociones, donde caben desde las ms suaves y delicadas brisas hasta las ms terribles tempestades. Quin no se detuvo alguna vez a observar la infinita variedad de matices que nos ofrece el viento? Quin no sinti alguna vez el placer de la suave caricia del aire plcidamente desplazado en las tardes de verano? Y quin no se sinti sobrecogido por los aullidos del viento desatado en las noches tormentosas? Quin no ha sentido el impulso de devolver la caricia de la brisa rumorosa, y quin no se ha visto detenido por el miedo a los rugidos del viento salvaje? Esto es, pues, lo que he visto: la Naturaleza entera expresando su sentir a travs del aire en forma de viento. Vi sonrisa y dolor, quietud y rfaga, anhelos y sueos perdidos, recuerdos y esperanzas... Vi que la misma Naturaleza no puede evadir el suplicio ms grande del hombre: el sufrimiento. Tambin ella sufre, aun cuando sonre apaciblemente, pues se trata apenas del breve descanso antes de la nueva batalla. Es el viento huracanado el que refiere el dolor ilimitado de un equilibrio que no llega a aparecer; estos vientos corren, gimen, se arrastran y gritan en pos de algo que saben suyo y no recuerdan dnde ha quedado. En su camino apasionado barren con todo arrasndolo, como queriendo buscar debajo de cada piedra y en el corazn de cada raz la armona que habr de permitirles un reposo sereno. Vi que el viento no es ajeno al hombre, sino que, al contrario, lo traspasa y lo tie con sus caractersticas. Hay acaso algn hombre sin viento? Algn hombre que alguna vez no haya sonredo apaciblemente, o que no se haya sentido trastocado por sus rfagas interiores? Tambin en nosotros existe este mundo psquico de vientos que por

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momentos todo lo arrasan, corriendo cual posesos detrs de la misma armona superior que preocupa a la Naturaleza toda. Tambin en el hombre hay brisas encantadoras y tormentas salvajes. El mismo viento que barre la Naturaleza sin que aparentemente se lo pueda dominar, barre nuestra psiquis sin que aparentemente podamos nada contra esa fuerza arrolladora. Queda la esperanza que recogimos en los viejos y simblicos cuentos infantiles: convertirse en mago y encontrar el sonido especfico que detenga la loca carrera del viento, hacerlo girar y moverse al comps de nuestra msica apaciguadora. El sonido detiene al sonido: pero antes de hallar la nota armoniosa del equilibrio, hay que empezar por aprender el canto majestuoso del viento, del que todo lo penetra, del que gime con iguales cuerdas entre las hojas de los rboles y entre las aspiraciones humanas. El viento nos habla: aprendamos a escucharle en sus instantes de paz y en sus rugidos impetuosos, y tan solo entonces podremos canalizarlo con el secreto del tesoro perdido, de aquel que busca con tanto afn en los ms apartados rincones de la Tierra. Su secreto es el nuestro. Cundo podremos ver aquello que buscamos sin saber dnde lo hemos perdido?

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...EL

MAR

Hoy vi el mar... Imagen misma, con su ondulada mayscula, de la Mater, la Madre Maya, Mara, reflejada en la materia primordial y acuosa que encierra en su seno profundo el origen recndito de las ms primitivas formas de vida. Dicen que la Naturaleza guarda smbolos lo suficientemente intensos como para despertar el alma adormecida de los hombres. Y, viendo el mar, comprend que esto es cierto. Desde hace miles y miles de aos, muchos hombres al igual que hoy nosotros se han asomado al misterio marino, y han escrutado con ojos de pregunta el porqu de su imponente presencia. Desde hace miles y miles de aos se relacion el mar con la materia primera, con el prototipo catico de la existencia horizontal, que solo adquiere sentido cuando es impactada por un impulso vertical. Y hoy vemos el mar, desde las ms diversas orillas, y l nos sigue sugiriendo idnticos enigmas. Si, segn los filsofos, el tiempo es la imagen mvil de la eternidad, entonces el mar es tiempo. Hay en su movimiento continuo la misma raz que lleva al hombre a evolucionar de minuto en minuto, sin cesar jams, sin asemejarse del todo un momento a otro, pero sin dejar tampoco de asemejarse. No hay dos olas que resulten idnticas, ni dos estallidos de espuma que se igualen, y aun la aparente quietud de su superficie encierra el mismo estado de alerta con que el felino se agazapa antes de atrapar a su presa. Y el mar es eterno. Para el breve chispazo de aliento que los hombres llamamos vida, la duracin del mar es la vida de lo infinito. l estuvo siempre, y aun cuando tratamos de imaginar el final de los tiempos, asoma el mar en nuestras ventanas de la fantasa, llenndolo todo con su magnificiencia, como en el comienzo de las cosas. Si, segn los filsofos, el cambio continuo es la imagen femenina de la Naturaleza, la imagen de la ilusin en la cual nos desenvolvemos, entonces el mar es femenino e ilusorio. Sus cambios son imprevisibles, y la maravilla de sus mil variables formas supera los ms atrevidos pronsticos. Sus mltiples colores tienen la intriga de la mirada de la mujer la Mater Materia que oscila desde los ms puros azules, pasando por los exticos verdes, hasta llegar a los mgicos y densos grises nebulosos. Y, sin embargo, el agua, entre los dedos, es transparente... Por eso es ilusin. Si, segn los filsofos, la fuerza es el smbolo masculino de la Naturaleza, entonces el mar es tan fuerte como un hombre, con sus bravos brazos de espuma,

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poderosos en su cncava curva, capaces de arrasarlo todo y llevarlo consigo hacia sus moradas profundas. Si, segn los poetas, viajar es conocer, y conocer es descubrir secretos en la Naturaleza, entonces el mar es viajero incansable que, diariamente viene y va de una orilla a otra del mundo, trayendo en sus blancos dedos el testigo presencial de los rincones por los que ha pasado. Si, segn los poetas, la generosidad es la cualidad del corazn siempre abierto dispuesto a recibir dolores y transformarlos en sonrisas, entonces el mar es generoso. l recibe por igual a todos los ros del mundo, que le buscan infatigables para hallar reposo y consuelo en sus abismos. l cubre, esttico y pudoroso, las fealdades de lo viejo y muerto, lavando con sales brillantes lo perenne y joven. Si, segn los poetas, las gotas de lluvia son llanto del cielo, el mar es llanto y es cielo, pues levanta de su masa poderosa el llamado del vapor, que sube buscando altura, y no habiendo alcanzado la morada de los dioses, retorna llorando a contar su nostalgia metafsica. Si, segn los hombres, es necesario construir puentes para crear uniones, entonces el mar es pontfice de extraa ceremonia, relacionando los mundos y civilizaciones, portando ideas y hombres, barcas y sueos, derrotas y conquistas. Y mientras esto sucede, el mar guarda en su seno el recuerdo palpitante de tiempos pretritos, celoso de sus secretos que slo participa cuando, llegado el momento, el hombre no slo bucea en busca de tesoros, sino de sabidura. Y es entonces cuando el hombre, gracias al mar, a la Mater, es tambin poeta y filsofo.

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...UN

RO

Hoy vi un ro, y me resulta harto difcil describirlo... Me pareci tan bello que quise perpetuarlo en una imagen, una fotografa, pero qu imagen o fotografa pueden atrapar la corriente de un ro? Este, mi ro del norte, no es muy ancho ni muy caudaloso; es casi fcil cruzar de una orilla a la otra, y el fondo del cauce se ve perfectamente, de tan cristalinas y poco profundas que son sus aguas. Pero es un ro hermoso y feliz. Cunta aoranza me ha provocado este ro! He visto en su sencillez una frmula de vida que los humanos difcilmente logramos alcanzar. l sabe hacia dnde corre y nada le hace desviarse en su recorrido; l va inexorablemente hacia el mar, y cada movimiento que realiza lleva impresa la ansiedad por la mar madre, que le espera al final del camino. Pero este ro es sabio: para l la inexorabilidad de su destino no es sinnimo de fatalidad. Su destino inexorable es felicidad: el ro canta a medida que avanza, y canta an con ms fuerza cuanto ms cerca advierte su meta. El ro sabe quin es y hacia dnde va. Mi ro tiene alma de agua, pero l es tambin de la tierra y del cielo; y todo el aire a su alrededor goza con el sonido de su carrera. Es tan limpio y brillante que la tierra que le sirve de apoyo se ve desde lo alto, tapizada por las hojas doradas que el otoo deposit en el fondo, para mezclar el color ocre con el oro. Y es, como deca, tan limpio y brillante, que el azul del cielo se refleja en su espejo, dndole aspecto de inmensidad espacial. Mi ro es paciente; l ha nacido hace muchsimos aos, y desde el misterio de sus rocas montaosas, l comenz a tallar su ruta de salida. Yo querra, como l, surgir recin nacida del misterio de mi origen y haber podido construir con mi esfuerzo mi propio Sendero. Mi ro tiene nombre de dios antiguo, y yo creo que, sin entender de los cambios de los humanos, l contina adorando a Aquel que le ha dado nombre, y por qu no vida. Mientras el ro me acompaaba en mi recorrido, yo por tierra seca y cansada, y l por tierra hmeda y vibrante, record una vieja tradicin de otros pueblos. Entonces, hace tiempo, se explicaba que cada hombre prepara su propio paraso mientras est en la Tierra, atesorando sus experiencias ms valiosas, y recogiendo los elementos ms estticos y nobles con los que adornar la nueva morada ms all del cuerpo. Fue entonces cuando hice un mudo ruego al ro que vi: grab muy hondo su imagen en mi alma, y le invit a que me acompaase en mi paraso soado. Ni siquiera se me ocurri preguntarme si ser o no digna de un paraso. En ese momento fui tan vieja y ancestral como el ro: yo solo quiero un ejemplo vivo de constancia y alegra

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para poder imitar. Bueno o malo, este paraso que vendr lo espero junto a mi ro, el que hoy vi y quiero seguir viendo siempre. Desde este recodo de mi vida, me despido de ti, hasta un nuevo encuentro, aqu o All.

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...LA

NIEVE

Hoy vi la nieve... Pero no era la nieve suave y graciosa que, en las ilustraciones navideas, suele adornar las ramas de los rboles. Era una nieve espesa, fra, insistente y tempestuosa, que se abata sobre todas las cosas: sobre los rboles, sobre las casas, sobre los hombres, sobre los caminos y los ros, cubrindolo todo, como si necesitase ocultar el mundo con furia enloquecida. Record las viejas tradiciones que nos hablan de la Tierra, nuestro planeta, como un ser vivo, con sus ciclos buenos y malos, con salud y con enfermedades. Record cmo los antiguos saban que la Tierra, cuando se siente enferma, se cubre con blanco manto, y descansa largamente debajo de la nieve protectora, hasta que el paso de las centurias le devuelve la salud. Y vi a la Tierra enferma... tal vez por ella misma, tal vez por los hombres que en ella vivimos... La vi sufriendo por el dolor que entre los humanos impera, por la violencia, por el dao gratuito, por la incomprensin, por el olvido de toda forma de nobleza... Y la vi llorando con lgrimas blancas y fras, tapndose su piel de tierra para disimular tanto mal. Esta nieve tempestuosa hablaba a los hombres. Bastaba con abrir los ojos, verla y comprender cuanto ella intentaba decir. Nos mostraba cun intil es la grandiosidad de las construcciones materiales, por cuanto basta con que ella las cubra para que dejen de prestar utilidad. Dnde estaban las calles? Dnde las fantsticas carreteras? Qu diferenciaba una casa de otra? Cmo caminar? Cmo aprovechar los modernos automviles y transportes si el fro y el hielo son ms fuertes que ellos? De pronto, todo haba cobrado un matiz de vasta y blanca llanura, en la que el hombre se senta solitario e indefenso, y donde la ms pequea distancia se tornaba difcil y casi insuperable... Pero la tormenta no fue eterna. As como vi la nieve, vi tambin salir el sol. Tmido y plido en principio, fue cobrando vigor poco a poco hasta iluminar un cielo que iba cambiando el gris plomizo por el azul claro. Cesaron las lgrimas blancas y fras. El manto de nieve se fue disolviendo y las cosas asomaron nuevamente, limpias y brillantes de agua, tras la purificacin que haban recibido. Y record las viejas tradiciones sobre la bendicin del sol... Nunca me pareci tan bello; nunca lo esper con ms ansiedad. Nunca sent tan profundamente la maravilla de su diaria y muchas veces inadvertida presencia. Supe que tambin los humanos podemos enfermarnos de nieve, de fro, de blanco manto piadoso que oculta los horrores del error, la debilidad, la mentira y la impiedad. Supe que entonces los hombres quedamos congelados, rgidos dentro de un

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hielo que es nuestra propia materialidad. Pero supe que, asimismo, puede asomar el sol interior en los humanos, y calentar con su potente luz hasta derretir la nieve del invierno que hoy vivimos. Todo esto vi, y el sol que iluminaba el cielo me pareci la imagen ms semejante a aquel otro sol espiritual que aparecer iluminando los ojos de los hombres. Tuve la certeza de lo inexorable, de la brillante luminaria que asoma todas las maanas, aunque en oportunidades las nubes de la tormenta nos impidan su visin. Y tuve una duda, una rpida rfaga de duda que me asalt, sacudindome: y nuestro sol, el que duerme en el interior de cada hombre, aparecer maana? No ser demasiado tarde? No llegar la nieve a desdibujar el contorno humano? Tendremos acaso fuerza de dioses para ayudar a girar los astros de nuestro mundo espiritual? Si as fuese, as como hoy vi la nieve, maana ver el sol.

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...UNA

GOTA DE AGUA

Hoy vi una gota de agua. Es terrible comprobar que hace falta ver mucho y durante mucho tiempo para, por fin, poder prestar atencin a una pequea gota de agua. Cuando las pretensiones son exageradas, nos gusta soar con grandes cosas, grandes conocimientos, grandes misterios, grandes palabras... Entonces lo pequeo y lo simple escapan de nuestra visual. Qu tiene, despus de todo, una gota de agua? Sin embargo, a medida que pasa el tiempo y se llena nuestro vaso de vida, en lo ms sencillo vemos la sntesis completa de lo ms complejo; lo ms diminuto se manifiesta como germen de lo infinitamente amplio. La gota de agua brilla tal cual el mismo universo. He visto en la minscula gota la esfericidad de su forma que tiende, con la tenacidad de todos los seres, hacia la perfeccin. Sus lneas curvas me hablaron de un largo esfuerzo por dominar aristas, por redondear defectos; me hablaron de una lejana y a la vez presentida armona que rige al cosmos en su eterna redondez. He visto su transparencia: mientras millares de piedras, rboles, animales y hombres nos movemos dentro de la opacidad de nuestros cuerpos, la gota de agua deja que la luz la atraviese limpiamente, haciendo brotar mil y un colores maravillosos a su paso. Mientras nosotros ni vemos ni dejamos ver a travs nuestro, la gota de agua se abre al mundo, cristalina y pura para recogerlo todo y entregarlo todo a su vez; en su transparencia nada queda atrapado y todo circula con la misma fuerza con que el mundo se dirige a su destino. He visto con los ojos de la experiencia y la imaginacin la fantstica cantidad de reducidas vidas que se expresan y se nutren dentro de la gota de agua. Siendo translcida, est, no obstante, llena de vida; cuerpecillos no mayores que un tomo pululan con igual libertad que en el mejor de los planetas. He visto su mnimo tamao. Lejos de representar una pequeez en todos los sentidos, he comprobado que, por el contrario, lo que est justamente expresado no necesita de excesiva materia para hacerlo. La gota de agua lo dice todo con su menguada forma. Cuando lo grande y lo pequeo se suman de manera tan prodigiosa; cuando el cosmos y la gota de agua se ven semejantes el uno a la otra; cuando en la sencilla pureza de lo que nunca habamos observado se nos muestran de pronto cientos de secretos escondidos, entonces estamos en el misterio de una nueva forma de expresin. Podemos entender y hacernos entender de una nueva manera; podemos escuchar y hablar en otros trminos diferentes.

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HOY VI...

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En ese momento, las grandes peroratas y las difciles elucubraciones se nos antojan espesas capas de barniz que sirven para ocultar nuestra ignorancia y nuestro miedo ante el infinito. Cuanto ms hablamos y ms definimos, cuanto ms oscuras hacemos nuestras explicaciones, ms revelamos nuestro desconocimiento de aquello que intentamos explicar. La sencillez de la gota exige otra sencillez de alma, otra sencillez de lenguaje, otra sencillez de sentimiento y de ideas. El infinito es temible cuando nos dejamos agobiar por la sensacin de aquello que no tiene fin... y es cierto que no tiene fin, pero en cambio, puede tener una unidad de medida o de criterio que nos permita valorarlo. Lo infinitamente inmenso no tiene cabida en nuestra mente; lo infinitamente pequeo e indivisible no tiene cabida en nuestra imaginacin; la gota de agua nos sirve de ejemplo, como lo pequeo que esconde vidas ms pequeas an y entonces es grande y como lo pequeo que puede sumergirse en el ocano y entonces es pequeo. Hoy vi una gota de agua... y he aqu que esta visin ha completado todas aquellas otras imgenes que haya tenido o pueda tener. Hoy vi cunto era y qu pequeo era lo que tena que ver...

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