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La Llorona

La Llorona
De:
Fernando Rodríguez

PERSONAJES:

Fray Jorge
Mateo
Verónica
Fray Bernardo

“Porque yo soy la primera y la última.


Yo soy la honrada y la odiada.
Yo soy la prostituta y la santa”
(Fragmento de Nag Hammadi 6, 2)

Por Fernando Rodríguez Página 1


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1542. Un claustro. Una cruz. Un fraile español. Un indígena.

JORGE.- ¿Tu qué crees Mateo?


MATEO.- No me atrevería a decirlo mi señor.
JORGE.- ¿Por qué?
MATEO.- ¿Qué sabe este humilde indio frente a la única verdad de la
Iglesia?
JORGE.- (Ríe a carcajadas) La verdad es Dios, no la Iglesia.
MATEO.- Fray Bernardo insiste mucho en que la Iglesia es ahora nuestro
Dios y padre.
JORGE.- ¡Será vuestra madre!
MATEO.- Madre sólo María Santísima.
JORGE.- A ver Mateo ¿No te han enseñado castellano?
MATEO.- Sí mi señor. Gracias a la benevolencia de su eminencia Fray
Bernardo.
JORGE.- Entonces cómo puede ser la Iglesia un padre.
MATEO.- Por la gracia de Dios que es padre.
JORGE.- Olvídate de las respuestas aprendidas ¿Quieres? No me contestes
de religión; de eso ya sabemos mucho ¿No te parece?
MATEO.- Sí mi señor.
JORGE.- Deja eso también.
MATEO.- Fray Bernardo...
JORGE.- Fray Bernardo te dejó a mi servicio mientras me recupero. Así que
acostúmbrate a mi manera. Conmigo no seas tan solemne. Ni tan
sumiso. Conmigo puedes pensar.
MATEO.- Está bien padre.
JORGE.- Bueno. Volvamos al punto. Piensa, Mateo, piensa. Con el
castellano y no con el catecismo. Si “iglesia” es una palabra femenina,
por qué dices que es Dios y padre, cuando todos los textos
eclesiásticos hablan de la Madre Iglesia.
MATEO.- Porque Fray Bernardo...
JORGE.- ¡En castellano Mateo!
MATEO.- No sé... no sé. (Pausa) Lo correcto es madre ¿No?
JORGE.- Correcto.
MATEO.- Pero Fray Bernardo insiste en que salvo María Santísima todo lo
femenino es nacido del pecado y puede ser tentado por los demonios.

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Me dice que todo lo que nos rodea es bueno y lo bueno proviene de


Dios que es hombre; como Cristo Jesús es también Dios y hombre.
JORGE.- ¿En qué se fundamenta?
MATEO.- Me hizo copiar este libro.
JORGE.- Malleus maleficarum ¿Sabes qué es esto Mateo?
MATEO.- El manual para perseguir a las brujas.
JORGE.- ¿Crees en las brujas?
MATEO.- Debo creer.
JORGE.- ¡Aquí no hay brujas! Eso es un invento europeo ¡Sólo falta que las
quieran traer para acá!
MATEO.- Ahí dice que existen.
JORGE.- Claro. Aquí lo dice ¿No? (Busca rápidamente) “Por lo tanto, yerran
los que dicen que la brujería no existe”. Y más adelante sigue... vas a
ver... ya casi lo encuentro… ¡Ya está! Escucha: “Y sin embargo
existen quienes se oponen con irreflexión a todas las autoridades y
proclaman en público que las brujas no existen… Por lo tanto y para
hablar en términos estrictos, los convictos de tan maligna doctrina
pueden ser excomulgados…” Y luego sigue hasta justificar la herejía
(Pausa) ¿Crees que la mujer de la historia que estás escribiendo es
una bruja?
MATEO.- Puede ser. Dice Fray Bernardo que las mujeres tienen poca fe en
la Palabra de Dios. Dice que “fémina” viene del latín “Fe” y “Minus”…
JORGE.- (Ríe a carcajadas) ¡Qué clase de tonterías estás diciendo! Deberías
estudiar el griego, vas a encontrar una explicación muy distinta. Deja a
Fray Bernardo ya ¿Quieres? Déjate de teorías ¿Qué pasa con
vuestras mujeres? ¿Cómo son?
MATEO.- Algunas bellas, otras no tanto.
JORGE.- Me refiero a cómo se comportan ¿Cómo os tratan? ¿Cómo las
tratáis?
MATEO.- Creo que bien. Trabajan como los hombres, Padre. Siembran la
semilla y la recogen. Buscan la madera para cocinar los alimentos.
Dan de comer a las bestias y las preparan para nuestros amos.
Cuidan de nuestros hijos... aún en estos tiempos. Hacen mucho por
nosotros. (Pausa) Pero… yo… yo ya no podría volver con ellas. Yo
soy un privilegiado de ser escogido para esta abadía.
JORGE.- ¿Por qué?
MATEO.- Allá afuera todo está mal Padre. Allá afuera solo el hierro y el
látigo. Es que no nos portamos bien.
JORGE.- ¿Con quién?
MATEO.- Con Dios y con el Rey...
JORGE.- Y con los amos.

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MATEO.- Con ellos. (Pausa) Llegan noticias de España. Dicen que están por
dictar nuevas leyes de indias ¿Serán más severas?
JORGE.- Al contrario. Se eliminan los requerimientos.
MATEO.- ¿Y yo estaré dentro de los que se eliminan?
JORGE.- (Ríe) No Mateo. En palabras comunes: Les dejarán en libertad.
MATEO.- ¿Cómo lo sabe?
JORGE.- Como que he visto el decreto.
MATEO.- ¡Bendito sea mi señor! (Se inclina y besa su anillo) Usted tuvo que
ver en eso ¿Verdad?
JORGE.- Algo.
MATEO.- Eso nos dijo Fray Bernardo: “El padre Jorge es gran amigo de Fray
Bartolomé. Le ha ayudado en todos sus trabajos. Sed cuidadosos”.
JORGE.- ¿Por qué deberías cuidaros?
MATEO.- Imagino que en no faltarle el respeto mi señor.
JORGE.- No estoy tan seguro de eso. Aquí hay algo que no está bien.
MATEO.- No lo sé Padre. Si lo supiera se lo diría. Yo siempre seré sincero
con la Iglesia.
JORGE.- ¡Pues yo no soy la Iglesia!
MATEO.- ¡Padre!
JORGE.- Solo soy un ser humano comprometido con la verdad. Y lo que está
pasando aquí... lo que estás diciendo en este relato está fuera de toda
lógica.
MATEO.- La lógica. “Analytica Priora” de Aristóteles. También me han hecho
copiarlo.
JORGE.- Para qué si al final no te dejan usarlo. Además ¿Es que no ha
llegado la imprenta por acá?
MATEO.- Unas cuantas. (Silencio) Padre, perdóneme la indiscreción, pero
usted me inspira confianza y debo preguntárselo.
JORGE.- ¿Qué quieres saber?
MATEO.- La fe me dice que Dios es hombre; pero la lógica me dice que es
mujer ¿Puede Dios ser mujer?
JORGE.- ¡Ay Mateo! Haces preguntas muy interesantes, pero poco
convenientes. A ver... Dios...
(Entra Fray Bernardo)
FRAY BERNARDO.- Padre Jorge, está usted confundiendo a nuestro más
aventajado pupilo.
JORGE.- (Haciendo la reverencia usual) No Su Eminencia, no veo cómo.
Está muy bien adoctrinado.

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FRAY BERNARDO.- Como todos en esta abadía, para honra y gloria de


Nuestro Señor. Pero dígame ¿Cómo se siente? Algunos frailes me
dicen que está usted un tanto inquieto ¿Qué es lo que le tiene
preocupado? Hemos hecho todo lo posible para que su recuperación
sea satisfactoria. Creo que le hemos suministrado todo lo necesario
después de su accidente.
JORGE.- Su Eminencia, todo ha estado muy bien. Mi recuperación es un
éxito. La gracia de Dios hizo que mi caballo cayera justo aquí, donde
he estado con ciertos privilegios que no corresponden a la frugalidad
de nuestra Orden, pero...
FRAY BERNARDO.- ¿Pero?
JORGE.- Veo muy extraño lo que están haciendo con esos mitos populares.
FRAY BERNARDO.- Se refiere a la historia de la mujer que llora junto al río.
JORGE.- Sí. La que Mateo está transcribiendo.
FRAY BERNARDO.- No son mitos Padre. Esa mujer llora desde hace
muchos años ¿Cierto Mateo?
MATEO.- Cierto Su Eminencia.
JORGE.- Pero no cree usted que está infundiendo miedo...
FRAY BERNARDO.- ¡El miedo lo infunde el demonio! ¡El miedo proviene de
la culpa! Nosotros solo prevenimos a las criaturas del Señor para que
elijan el camino correcto.
JORGE.- Pero con ésta que ustedes llaman… “Llorona” ¿Cuál es el camino
correcto? ¿No desobedecer a los amos? ¿Dejar que te humillen sin
importar las consecuencias? ¿Condenar al sufrimiento por el sublime
acto de la maternidad? ¿Pasar toda la vida sumida en la culpa por el
solo hecho de ser mujer?
FRAY BERNARDO.- ¡Nada de eso! ¡Esa mujer llora porque la corroe su
pecado! Llora porque no encuentra paz. Porque en su femenina
lujuria trajo desgracia a dos familias y cegó la vida de una criaturita del
Señor. Porque es la autora del Pecado Original.
JORGE.- Se necesitan dos para consumar el Pecado Original.
FRAY BERNARDO.- Vio, pues, la mujer que el fruto de aquel árbol era
bueno para comer, y bello a los ojos, y de aspecto deleitable: Y cogió
del fruto, y le comió: Dio también de él a su marido...”
JORGE.- “Y Dijo Dios a la mujer: Multiplicarás tus trabajos y miserias en tus
preñeces: Con dolor parirás los hijos, y estarás bajo la potestad o
mando de tu marido, y él te dominará”.
FRAY BERNARDO.- Lo ha dicho usted padre Jorge. Entonces qué tiene de
malo que la Iglesia recupere estas sagradas enseñanzas en un
lenguaje que los más sencillos puedan entender.
JORGE.- Su Eminencia. Es sólo un capítulo del Génesis. La culpa y el
castigo no son de Jesucristo. Recuerde a la mujer adúltera.

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FRAY BERNARDO.- Malas interpretaciones. El trozo inicial del capítulo ocho


no estaba en el manuscrito griego de Juan.
JORGE.- Siempre estuvo, solo que en un determinado momento se le
suprimió para no colocar a Jesús en la “incómoda” posición de
perdonar a una adúltera.
FRAY BERNARDO.- ¡Basta! ¡No se hable más! ¡Hablamos de los llantos de
una mujer que toda la villa escucha! ¡No es un mito! ¡Es real! ¡Llora
para expiar su pecado mortal!
JORGE.- Discúlpeme padre Bernardo, no es mi intención insultarle; pero no
creo que exista pecado tal que justifique un hecho tan inverosímil.
FRAY BERNARDO.- ¡No es inverosímil! (Silencio) Puedes hablar Mateo.
(Mateo no sabe qué decir o qué bando tomar)
JORGE.- Habla Mateo.
MATEO.- Se oye cada mes al salir la luna llena. Llora, gime, grita. Yo la he
escuchado. Todos en la encomienda hablan de ella. No sé si en
realidad llora por su hijo... pero los gritos son escalofriantes. La gente
le teme y le condena en todas sus oraciones por no haberse
entregado a un varón de hogar y de Iglesia y por quedar embarazada
de otro hombre. Piden al Santísimo para que su alma siga vagando sin
descanso y recuerde a las demás mujeres que deben ser sumisas y
respetuosas de sus amos y también de sus esposos en el sagrado
matrimonio.
JORGE.- ¿Y tú qué crees Mateo?
MATEO.- Yo... no... yo...
FRAY BERNARDO.- Déjelo así padre. Usted está aquí para recuperarse. Ya
conocemos sus grandes dotes para la investigación, pero no se
distraiga en esto. Pronto debe seguir colaborando en nuestra divina
causa de evangelización. Usted bien sabe que todavía hay millares de
criaturas en estado salvaje que deben conocer la salvación.
JORGE.- (Reverencia con respeto) Padre...
FRAY BERNARDO.- Hijo mío. No trates de conocer el rostro del demonio.
Suele ser muy hermoso y de muchas formas. No queremos que la
Iglesia, ni Fray Bartolomé pierdan a un discípulo tan valioso como tú.
(Va a salir y se devuelve) Y tú Mateo... ¡Termina ese relato de una
buena vez!
MATEO.- ¡Sí Su Excelencia!
(Sale Fray Bernardo)
JORGE.- Hoy es día de luna Mateo ¿Tu crees que la escuchemos?
MATEO.- Seguramente. Ha sido así durante años.
JORGE.- Dímelo sin miedo Mateo ¿Tú la oyes?
MATEO.- Sí Padre.
JORGE.- ¿Cada mes?

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MATEO.- Religiosamente.
JORGE.- ¿Y crees que sea la joven que describes en la historia?
MATEO.- Yo solo transcribo.
JORGE.- Entonces ¿No crees en esa leyenda?
MATEO.- No.
JORGE.- Pues por tercera vez te pregunto Mateo: ¿Tú qué crees?
Revisemos lo que escribes ¿Puede ser posible? Vamos. Desde el
principio: (Lee) “En una próspera villa colonial, vivía una joven
indígena muy hermosa. Cabello negro, tan negro como el profundo
abismo que siempre antecede a la luz. Tez morena, tersa y sencilla.
Ojos vivaces y atrevidos. Su cuerpo bien formado, recién esculpido
por los enérgicos deseos de una niña que quiere ser mujer...”

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VERÓNICA.- (Con sólo una bata blanca) “Vivía con sus padres y cinco
hermanos pequeños en la hacienda de una familia española. Desde
niña ayudaba a la limpieza de la casa y salía regularmente de
compras atravesando todo el poblado. La última vez que pasó por allí,
Don Fermín no se había percatado de que la niña había crecido. Ese
día la miró con atención y vio la fresca belleza de un cuerpo virginal...”
(Silencio) Ella tuvo suerte. Cuando su cuerpo ya estaba formado
todavía era virgen. A otras no nos va igual. Otras perdemos la
virginidad antes de saber cuál es su significado. (Pausa) Hacíamos
concursos en la escuela. Concursos para encontrar el significado de
las palabras en un diccionario. Yo casi siempre ganaba. Un día a la
maestra se le ocurrió preguntar por la palabra: “Virgen”. El diccionario
decía: “Madre de Dios”... y ahí entendí por qué era tan importante para
toda la gente que las muchachas fuéramos vírgenes... y todavía más
para los hombres. Es que... es que era como estar con la mismísima
Madre de Dios. Era como... como... ser Dios. Por eso se sentían tan
fuertes. Por eso aquél señor tan feo y hediondo se sentía tan grande y
tan fuerte. En ese momento era Dios... podía hacer lo que quería
conmigo. (Silencio) Yo no podía hablar... su poder era tanto que con
solo mostrarme su puño... no podía decir nada... no podía gritar... solo
se escuchaban sus jadeos... (Silencio) Ya... ya yo no recuerdo lo que
me decía... pero me acariciaba y me decía cosas bonitas... (Pausa)
Tocaba mis senos y me decía otras cosas un poco sucias ¿Cuál de
esos señores sería Dios? El de las palabras bonitas o el de ese palo
fuerte que me atravesaba las entrañas ¿O sería el mismo? (Pausa)
Me parece que era el mismo. Luego en misa lo comprobé. Un domingo
el padre dijo que Dios es bueno; que Dios es justo; que Dios es amor;
pero a la vez dijo que Dios es duro con sus hijos cuando pecan; que
Dios castiga... castiga fuerte y espera el arrepentimiento. Ese señor
fue así. Sentí su castigo. Fue un castigo fuerte, muy fuerte; que me
dejó sin... sin esa palabra del diccionario. Dejé de ser: “Madre de

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Dios”. Después supe que me merecía el castigo. Era yo quien había


pecado. Era yo quien debía pedir perdón. No debí haber usado esa
enagua tan apretada... ¡Pero es que mamá no tenía plata y esa era la
que usaba cuando tenía ocho años! Ya no me quedaba tan abajo.
(Silencio) Pero después del castigo ese señor me dio un beso. Me
abrazó. Me dio unos confites y hasta me pidió perdón a mí... a mí... ¡A
mí!

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MATEO.- Los frailes nos dicen que Dios es bueno; que Dios es justo; que
Dios es amor. Pero aquí tenemos un dios para cada una de esas
cosas ¿Sabía Padre?
JORGE.- Sí. Nosotros también los tuvimos. Uno para cada acto de la
naturaleza. Para el trueno; para la lluvia; para el fuego; para la
fertilidad. Por eso tu lógica funciona bien. Alguna vez Dios fue mujer.
MATEO.- ¿Qué dice Padre?
JORGE.- No me hagas caso Mateo. Te estoy confundiendo.
MATEO.- No. Si yo le entiendo Padre. Es razonable. Así es nuestra diosa
madre. Es una mujer. La madre pare a los hijos; la madre los
amamanta, los cuida, los ve crecer y luego cuando están grandes los
deja ir. Así es Dios.
JORGE.- Lo más seguro es que no es ni hombre ni mujer; solo es Dios.
MATEO.- ¿Por qué ahora tiene que ser sólo uno y ser hombre?
JORGE.- ¿Por qué la luna llega por la noche y se va de día?
MATEO.- Para que el sol descanse.
JORGE.- ¿Por qué a veces llega el sol y la luna no se ha ido?
MATEO.- Tal vez la luna deba contarle al sol algunas cosas que hicimos mal
por la noche.
JORGE.- O tal vez la luna quiera hacer con el sol lo que hicisteis por la
noche. Al menos por unos minutos; mientras esperan el eclipse con el
que se fundirán en un solo cuerpo, en medio de la oscuridad que les
sirve de telón.
MATEO.- Yo entiendo poco el castellano Padre; pero a usted le entiendo
menos.
JORGE.- Hay cosas que no se entienden Mateo, solo se sienten; se
perciben, existen. Eso es Dios y también el diablo; es luna y es sol; es
calor y es frío; amor y odio; placer y dolor; vida y muerte; lo primero y
lo último.
MATEO.- Libertad y esclavitud.
JORGE.- También, Mateo, también. Por eso no creo en la leyenda de la
Llorona. No creo que ninguna criatura del Señor esté condenada a

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sufrir por haber nacido mujer. El bien y el mal tienen ambos sexos ¿Tú
tampoco crees esa historia, verdad?
MATEO.- Ni una sola de sus letras.
JORGE.- Bien ¿Y la mujer que llora?
MATEO.- La diosa madre.
JORGE.- A ver...
MATEO.- Antes de la llegada de los españoles, cada cierto tiempo surcaba el
cielo una figura blanca que nos ayudaba a interpretar las estrellas. Era
una bella mujer de pelo negro con una larga túnica blanca que
atravesaba el oscuro cielo. Un día, esa figura lanzó un gran alarido de
dolor y lloraba insistentemente por sus hijos. Los chamanes se
remitieron a la profecía y descubrieron que esa mujer era la deidad
protectora de la raza. Lloraba para advertirnos que hombres extraños
vendrían por el Oriente y juzgarían a nuestros pueblos, causándonos
mucho dolor. Se lamentaba porque había llegado el momento de
cumplir la profecía que presagiaba la desaparición de nuestra raza;
devorada, torturada y mutilada por los extraños. Había llegado el día
en que nuestros dioses serían humillados y sustituidos por otros
dioses más poderosos.
JORGE.- La profecía se cumplió.
MATEO.- De Oriente vinieron los conquistadores.
JORGE.- Y vuestros dioses han caído.
MATEO.- Y nuestra raza.
JORGE.- ¿Y la Llorona?
MATEO.- Sigue apareciendo cada luna llena, llorando por todos sus hijos,
sus hijas... sus pequeños niños y niñas, que todos los días son
golpeados y violados con el poder de la espada y de... de... de...
JORGE.- ¿De Dios? (Silencio)
VERÓNICA.- ¡Ay mi hijo!
MATEO.- ¿La escucha padre?
VERÓNICA.- ¡Ay mi hijo, mi hijo!
JORGE.- ¡Es absurdo!
MATEO.- Llora por sus hijos.
VERÓNICA.- ¡Mi hijo!
JORGE.- ¡No es posible!
MATEO.- Por las madres violadas y abandonadas...
VERÓNICA.- ¡Mi hijo!
MATEO.- Por la inocencia robada.
JORGE.- ¡No puede ser!

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VERÓNICA.- ¡Ay mi hijo! ¡Mi hijo! ¡Cómo dolió mi primer hijo! Cómo dolió
tenerlo dentro... Me imagino que así le debe de doler a una rosa si una
espina crece entre sus pétalos más tiernos; si los penetra; los rasga;
los destroza y les arranca su belleza y su tierna vida. Así le debe doler
al cielo cuando sus estrellas caen sobre tierra fértil. Existe una luz
menos en el horizonte y queda desierto el suelo que alguna vez tuvo
vida. Así lloró mi cuerpo. Lloró porque mi hijo fue una maldición
cuando debía ser una bendición; porque fue una llaga cuando debía
ser bálsamo; porque dolió en vez de aliviar... ¡Ay mi hijo! (Pausa) Si te
vas ahora: ¿Volverás? Si volvés cuando esté lista: ¿Tendrás los
mismos ojos? ¿Será la sonrisa que siempre soñé? ¿Serán iguales tus
manos? ¿Tus pies? ¿Tu alma? ¿Te parecerás a él? (Pausa) Ojalá que
no. Él es tan feo. Es alto y tiene manos fuertes y grandes. Tiene ojos
claros. Espero que saqués mi nariz... la de él... No te vas a parecer a
él (Silencio) ¿Qué sos ahí dentro? (Pausa) Sos pecado. Pecado. No
puedo ni pensar en dejarte ir porque sos pecado. (Pausa) Pero si solo
son unos días... lo que salió fue tan solo una masa sin forma... roja...
muy roja; con la fetidez de lo prohibido; de lo malo; de lo sucio. Era
muy niña ¡Trece años! Ni siquiera tenía tetas. Él era feo... manos
fuertes y grandes. Ese día respiraba más que nunca... agitado...
nervioso... excitado. Yo no me movía, pero aún así me amenazaba...
me golpeaba ¡Y yo no sé por qué! Yo no iba a hacer nada. ¿Qué podía
hacer? Pero parecía que le excitaba el solo hecho de golpearme. Yo
ya sabía que ante eso no se puede hacer nada. No era la primera vez.
Ya lo había visto con mamá. Mi papá nos golpeó a todas; a todas.
Primero nos resistíamos y luego... sólo aguantar (Silencio) ¡Cómo
dolió mi primer hijo! ¡Cómo dolió tenerlo dentro! (Pausa) Si volvés:
¿Serás igual? ¿Volverás a tomar tu alma? ¿La que quedó enterrada
en mi corazón? (Pausa) Mamá siempre me contaba el cuento de la
Llorona. Me lo contaba para que aprendiera. Para que no me metiera
con un hombre casado. Y yo quería decirle que no... que no me había
metido con él. Que él se había metido conmigo. Que me lo había
hecho a la fuerza. Pero no. Me lo contaba una y otra vez. Siempre
recuerdo la frase con Don Fermín. Lo imaginaba como aquel viejo feo
y hediondo... “La última vez que pasó por allí, Don Fermín no se había
percatado de que la niña había crecido. Ese día la miró con atención y
vio la fresca belleza de un cuerpo virginal. Don Fermín era un hombre
respetado en la comunidad; abogado, cuarenta y cinco años, viudo de
la hija del alcalde. Verónica se le quedó mirando, no era un hombre
atractivo...

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MATEO.- “Manos fuertes y grandes; ojos claros; nariz aguileña y colonial. Le
pregunté a mi maestro si debía dejar colonial. Era mi aporte a la
historia. Colonial significaba algo así como: Diferente. Me lo permitió.
Y seguí contándolo... “Ese mismo día Don Fermín fue a la hacienda
donde Verónica y su familia trabajaban y la pidió en matrimonio. Su
petición fue aceptada y la boda fue fijada…” Cuando procedía a contar
lo que Verónica hizo luego de la noticia, volvimos a escuchar a la
Llorona. Mi maestro se negaba a creer en ese aullido fantasmal. Pese
a ser un hombre entregado a Dios, era un hombre de razón más que
de fe. No podía creer que esos lamentos estuvieran simplemente en el
aire. Debían venir de algún lugar. Seguimos los llantos. Llegamos a
una parte del convento que no conocía; escondido detrás de la
biblioteca. Siempre pensé que el convento era enorme, pero sus
entrañas eran descomunales. Espacios húmedos y oscuros; pasillos
angostos y muy largos, que a veces se ensanchaban para mostrar
restos humanos apilados con mucho orden. Mi maestro me dijo que a
eso se le llamaban “catacumbas” y que ahí eran depositados los
restos de los frailes fallecidos. Confundidos por la vista de los cráneos
amontonados, perdimos el rastro sonoro de la Llorona; pero
encontramos algo que al parecer desconcertó a mi maestro. Se quedó
mirando fijamente los huesos. Su rostro palideció y me miró un par de
veces sin saber qué decirme. Cuando estaba a punto de tomar un
cráneo en sus manos se oyó un grito ahogado. Inmediatamente mi
maestro dirigió de nuevo su rostro hacia mí. Seguía pálido. Sudaba.
Debe haber pasado por su mente algo terrible para causar tal terror en
un hombre tan seguro y valiente. A su indicación inmediata nos
devolvimos y llegamos al claustro, justo a tiempo de la entrada de Fray
Bernardo.
FRAY BERNARDO.- Padre Jorge, espero que ahora esté convencido.
JORGE.- Sí. Lo estoy.
FRAY BERNARDO.- ¡Maravilloso! El Señor Todopoderoso ha enviado a sus
ángeles para que usted vuelva a creer en Su poder. Tal vez ahora se
enriquezca nuestra historia con el aporte de un escolástico de su
categoría.
JORGE.- Me sobreestima padre Bernardo. No veo qué diferencia pueda yo
marcar en el desarrollo de la historia, más que la descripción de la
verdad misma.
FRAY BERNARDO.- Lo importante es que usted esté convencido de que esa
mujer llora eternamente por estos predios de Dios. Usted bien sabe
que es fundamental para la causa de evangelización de estas nuevas
tierras que la moraleja se convierta en una leyenda. Una tradición para
ser contada a través de generaciones.
JORGE.- Y ¿Cuál es la moraleja de una mujer que llora? Si me perdona la
ignorancia.
FRAY BERNARDO.- ¿O el cinismo?

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JORGE.- Ambas si así lo quiere.


FRAY BERNARDO.- Padre, estoy seguro que la oyó. No lo puede negar.
JORGE.- ¡Claro que la escuché! Y ya le dije que estoy convencido de que
existe una mujer que llora. De lo que usted aún no me persuade es de
las razones por las que lo hace. Y sigo sin entender su insistencia por
contar una historia nacida de su fantasía.
FRAY BERNARDO.- ¡No es ninguna fantasía! Esa historia ocurrió. Es real.
Tan real como la mujer misma y la mujer no es ninguna fantasía,
padre Jorge.
JORGE.- ¡Ya lo creo!
FRAY BERNARDO.- La mujer fue formada de una costilla del hombre. De
una costilla curva de su pecho. Y como la costilla; está torcida. Está en
dirección contraria a la trayectoria del hombre. Todos sus actos, desde
el origen mismo de la humanidad están viciados; son sinuosos;
escabrosos; serpenteantes. Es un animal imperfecto que siempre
engaña. Recuerde a la esposa de Sansón… a Jezabel… o a la
mismísima esposa de Adán.
JORGE.- Volvemos al Pecado Original.
FRAY BERNARDO.- ¿Dónde si no? Nacida de la costilla. Mire el hueso a su
inicio y no sabrá nunca donde está su final.
JORGE.- ¿Entonces se equivocó Dios?
FRAY BERNARDO.- Su cinismo se ha convertido ahora en procacidad.
JORGE.- No Padre. Es lógica pura. Silogismo hipotético. Dos afirmaciones.
La primera: Dios crea a la mujer de la costilla del hombre. Segunda: La
mujer es un retorcido error de la naturaleza. Ergo: Dios se equivocó.
Dios cometió un error.
FRAY BERNARDO.- ¡Y usted comete herejía!
JORGE.- Sí. No es la primera vez que me lo dicen. Pero contésteme padre:
¿Pudo Dios ser tan descuidado para crear a la mujer así de
imperfecta? ¿Ha visto su belleza? ¿Ha notado cuán diferentes somos?
¿Nunca se ha fijado que son muy agudas de pensamiento? Hable con
Teresa de Ávila, por ejemplo. Joven y muy prometedora. Acaba de
volver a caminar luego de estar tres años sin mover sus piernas. Las
mujeres son tan resistentes que pueden soportar el tremendo dolor de
traernos al mundo. ¿O acaso ya olvidó a su madre? No será más bien
que Dios en su perfecta razón nos creó...
FRAY BERNARDO.- ¡Suficiente padre Jorge! Ha colmado mi paciencia y es
mi deber pedirle que deje esta abadía antes de que el Santo Oficio
conozca de sus manifestaciones.
JORGE.- Padre Bernardo ¿Me denunciaría usted al Santo Oficio?
FRAY BERNARDO.- De continuar usted con semejantes aseveraciones y
con mucho dolor...

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JORGE.- Padre, aquí hay algo extraño ¡Créame! No puedo permitir que se
consignen historias fantásticas cuando estoy seguro de que está
pasando algo grave con las mujeres de esta villa.
FRAY BERNARDO.- Mañana, después de “Maitines” debe dejar esta abadía.
JORGE.- ¡Padre...!
FRAY BERNARDO.- He dicho.
JORGE.- (Silencio) Está bien. Me iré como usted me lo pide; pero antes
contésteme Su Eminencia: ¿Dios se equivocó al crear a la mujer de un
hueso imperfecto?
FRAY BERNARDO.- (Silencio) Dios nos creó a su imagen y semejanza. Pero
note que primero creó al hombre. Es decir, su imagen y semejanza es
el hombre. La mujer es solo una parte del hombre y como parte, no
puede ser perfecta. Es débil, susceptible, sugestionable y muy proclive
al deseo sexual.
JORGE.- Mateo ¿De dónde vienen tus mujeres?
FRAY BERNARDO.- ¡Padre Jorge ya ha ido demasiado lejos!
JORGE.- ¡Contesta Mateo!
MATEO.- Del maíz.
FRAY BERNARDO.- Estos son salvajes. Por eso los evangelizamos en la
verdad de Dios. Mire su respuesta: ¡Del maíz! ¿Y qué es el maíz sino
un producto de la tierra que es creación de Dios?
MATEO.- La tierra es Dios.
FRAY BERNARDO.- ¡Blasfemia!
MATEO.- Padre Bernardo, discúlpeme. Yo...
FRAY BERNARDO.- Tranquilízate Mateo. El padre Jorge ha perdido la
razón.
JORGE.- La Iglesia la ha perdido Padre. Es la Iglesia quien la ha perdido.
FRAY BERNARDO.- ¿Sabe Fray Bartolomé de tus inclinaciones?
JORGE.- Padre acompáñeme a las catacumbas.
FRAY BERNARDO.- ¿Para qué?
JORGE.- Sólo acompáñeme, por favor.
FRAY BERNARDO.- ¿Qué hay ahí aparte de cadáveres?

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VERÓNICA.- Eso mismo me pregunté cuando entré a la funeraria. ¿Qué hay
ahí aparte de cadáveres? Difuntos, me corrigió tía Lola. Difuntos. La
verdad es que entre cadáveres muertos y difuntos fallecidos, mi
razonamiento era lo suficientemente claro para no querer ver a nadie
en una caja. Yo iba todo el camino molestando a mi tía con lo de los
difuntos fallecidos y los occisos perecidos. Ella sufría. Por alguna
razón yo no. Mi forma de recordar era reír; no pensar en la muerte. En
cambio a la mayoría de la gente lo que le divierte son las velas. Hacen
filas; lloran; se toman un cafecito con galletas; hablan de lo bueno que
era el que estiró la pata. Aún si la persona era malísima y no hubiese
ni un solo buen recuerdo, no faltaba alguien que dijera: “¡Tan buena
persona que era!” Y los demás contestaban con un sonoro suspiro
(Pausa) ¡Yo para qué la iba a ver! Prefiero recordarla en una de sus
bromas. Fue ella la que me enseñó lo de los muertos difuntos y todas
sus variantes. Incluso en sus peores momentos reía. Recuerdo que en
una Navidad ese señor le rompió la cabeza con un martillo. Mientras
esperábamos la ambulancia me dijo: “Qué bueno mi’jita ahora sí le
voy a poder ayudar mejor a hacer las tareas” “¿Por qué?” Le dije.
“Porque las ideas me van a salir más rápido por este hueco” (Pausa)
Así era mamá. Nunca respondió. Lo que hacía era contarnos la
Llorona todas las noches... y la verdad nunca entendía la relación...
(Pausa) Lo comprendí después. Como ella siempre reía, la leyenda
era su forma simbólica de llorar todas las noches. Eso sí. Cuando
aquel señor nos tocaba ella le ponía el pecho a las balas; una cicatriz
más, una cicatriz menos... (Silencio) El que no había cicatrizado era su
corazón. Sangraba todos los días. Así como todos los días iba a misa
y rezaba para que Dios cambiara a mi padre. (Pausa) Dios es práctico
¿Saben? Era más fácil llevarse a mamá que cambiar a mi papá. Dios
no puede hacer esas cosas. Cómo iba a cambiar a un hombre que
antes de aprender a decir “mamá” aprendió a decir “puta”. ¿Qué
sentido tenía cambiarlo? Además ¿Cómo cambiar a mi papá si la que
iba a misa era mamá? (Silencio) Dios hizo lo mejor. Se la llevó. Y yo
también hice lo mejor. Nunca la vi en la caja. Nunca le vi esas capas
de maquillaje de mercado. Todos los que desfilaban decían lo mismo:
“Qué bonita que quedó” Y yo decía: “Qué bonita que es. Lo que quedó
es tan falso como un muerto expirado” Y la podía oír reírse conmigo:
“O como un difunto fenecido”. Y después la Llorona: “Vero, ¿Te
acordás lo que pasa después de que dan a la muchacha en
matrimonio?” “Sí mamá... nos lo contás todas las noches”. “¿Qué
era?” Pues que: “…el mundo se le vino encima. Ella jamás había
pensado en casarse con otro que no fuera Jorge. Aquél apuesto
muchacho que trabajaba justo en la hacienda de Don Fermín. Hacía
ya varios meses que se veían en secreto y Verónica estaba a punto
de hablarles a sus padres sobre él”.

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La Llorona

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MATEO.- “Pero ya la boda con Don Fermín estaba fijada y no había marcha
atrás. Incluso Don Fermín ya había ofrecido a los padres de Verónica
una de sus haciendas en calidad de dote...” Seguía yo transcribiendo
estas cosas sin saber exactamente lo que significaban cuando de
nuevo el grito de La Llorona volvió a aparecer. Mi maestro y Fray
Bernardo seguían discutiendo. Ante la irrupción de aquel llanto
aterrador, en un arrebato de conmoción mi maestro tomó de la mano a
Fray Bernardo y lo llevó a las catacumbas para perseguir el sonido de
la mujer. Esta vez pudimos verla más de cerca. Era tal cual la estaba
describiendo en el cuento: “Joven muy hermosa. Cabello negro, tan
negro como el profundo abismo que siempre antecede a la luz. Tez
morena, tersa y sencilla. Ojos vivaces y atrevidos. Cuerpo bien
formado...” Vestía toda de blanco, con esos bellos vestidos que usan
nuestras mujeres. Huía despavorida de alguien. Se perdía entre los
osarios de las catacumbas y volvía a encontrar el camino hacía los
pasillos. Parecía estar atada y con una venda en los ojos. Sus gritos
eran de terror y de desesperación. Y en efecto, clamaba por su hijo.
(Pausa) Lo que siguió a esta escena es indescriptible. Tiemblo de la
impotencia y de la consternación cada vez que lo recuerdo. Un
hombre blanco apareció de repente y la golpeó violentamente con su
espada. Gozaba con cada golpe y le profería palabras soeces. Con
cada golpe la acercaba hacia el nicho donde estábamos escondidos.
Creo que no es necesario explicar nuestro pánico ante tal escena.
Fray Jorge intentó varias veces intervenir, pero Fray Bernardo se lo
impedía. Hasta que el hombre blanco sacó su espada y asesto un
corte preciso en el abdomen de la mujer. Estaba embarazada. Allí mi
maestro no pudo más y gritó: “¡Alto...!”
JORGE.- ¡Alto! ¡Qué estás haciendo por el amor de Dios!
MATEO.- El hombre lo miró y salió rápidamente.
JORGE.- Se da usted cuenta Padre. No existe ese fantasma que llora. Lo
que existe es un hato de bestias amparadas en el poder de la espada.
Bestias apocalípticas exterminando a un pueblo entero ante la mirada
impávida de todos nosotros.
MATEO.- Mi maestro siguió hablando mientras alzaba a la joven y la llevaba
a nuestro claustro. Llevábamos también a la criaturita que había salido
de su vientre después del zarpazo de aquella alimaña. Le pidió a Fray
Bernardo que tomara varios de los cráneos y los llevara consigo. Ya
en el claustro, Fray Jorge intentó salvar la vida del niño, sin ninguna
posibilidad. No obstante, esa pequeña figurita había salvado a su
madre de heridas más profundas. Había sido su ángel de la guarda.
Con mucha pericia y luego de varias horas, mi maestro curó a la mujer
y la depositó en su cama.
JORGE.- Analice los cráneos, Padre. Desde la primera vez que los vi supe
que no eran de nuestros hermanos.
FRAY BERNARDO.- ¿A qué se refiere?

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La Llorona

JORGE.- Mírelos. Salta a la vista.


MATEO.- Son pequeños.
JORGE.- Exacto Mateo.
FRAY BERNARDO.- No es prueba concluyente de que...
JORGE.- ¡Por favor padre Bernardo! ¡La prueba concluyente es la que acaba
de presenciar con sus propios ojos! Estos huesos son simplemente la
reafirmación de la matanza de la que está siendo objeto esta villa.
MATEO.- ¡Mujeres y niños!
JORGE.- ¿Lo sabías?
MATEO.- ¿Quién puede ignorar que le faltan las piernas cuando no puede
caminar?
JORGE.- ¿Pero por qué no me decías nada?
MATEO.- Porque aún sin piernas seguimos respirando.
JORGE.- Ahora soy yo el que no te entiendo Mateo ¿Cómo puedes tolerar
que tu gente sea masacrada?
FRAY BERNARDO.- ¿Cómo podría evitarlo? ¿A quién se lo contaría?
JORGE.- ¡A usted por ejemplo!
FRAY BERNARDO.- No le hubiera creído ¡Nadie le hubiera creído! Esta
gente está tan llena de supersticiones que nadie hubiera reparado en
la historia.
JORGE.- ¿Ni en la disminución de la población?
FRAY BERNARDO.- Ni siquiera en eso. Aquí estamos para evangelizar.
JORGE.- ¿Y quién convierte a nuestros bárbaros? ¿O es que acaso la
Iglesia avala el exterminio de los no conversos? O peor aún ¡De las
mujeres herejes y sus impías criaturas!
FRAY BERNARDO.- Y cómo garantizar que esta mujer no es una bruja y que
este despojo no sea el fruto de la cópula con un demonio.
JORGE.- ¡Por favor Padre!
MATEO.- Es curioso, pero nosotros no tenemos un demonio.
FRAY BERNARDO.- ¿Y esta mujer? ¡No viste que gritaba como posesa!
MATEO.- Yo a quien vi poseso fue al hombre.
FRAY BERNARDO.- ¡Mateo te advierto sobre estas insolencias!
JORGE.- Es verdad. Como verdad es la inexistencia del demonio.
FRAY BERNARDO.- ¡Padre ya he tenido suficiente con usted!
JORGE.- ¿Qué dice el Génesis sobre el diablo?
FRAY BERNARDO.- No tiene que mencionarlo.

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JORGE.- ¡Porque no existe! Ahí radica la sabiduría del Antiguo Testamento.


Reunió a todo un pueblo en torno a una única figura divina y a la
coexistencia del bien y el mal.
FRAY BERNARDO.- ¿Y qué me dice de Job?
JORGE.- ¡Filosofía! Genialidad literaria. Dios y su adversario hablando como
amigos. El bien y el mal divirtiéndose con la humanidad. El ciclo de
todos los días.
MATEO.- Decía mi abuelo que nuestro día no vive sin noche y nuestra noche
no existe si no es porque espera la llegada la luz.
JORGE.- ¡Exacto! ¡Dualidad!
FRAY BERNARDO.- ¡Padre!
JORGE.- Lógica pura.
MATEO.- ¡Aristóteles!
JORGE.- La supervivencia de la especie humana se basa en el quinto
mandamiento: No matarás. Por lo tanto un homicidio nunca puede ser
cometido en nombre de la bondad. Matando a un ser humano no se
mata al diablo.
MATEO.- ¡Porque el diablo no existe!
JORGE.- ¡Correcto!
FRAY BERNARDO.- ¡Mateo!
MATEO.- Perdón su Eminencia.
JORGE.- No ha dicho ninguna mentira. Acaba de decir que su gente no tiene
demonio.
FRAY BERNARDO.- Tampoco un solo Dios. Son bárbaros que deben ser
conversos.
JORGE.- Así como se han convertido sus templos en nuestras catedrales.
Destruyendo hasta el último cimiento y construyendo con sus mismas
piedras.
MATEO.- Nuestro pueblo vio la luz desde la oscuridad. En la noche, el
Creador, el Formador y los Progenitores dieron la muerte y la vida. Del
inframundo surge la vida.
JORGE.- Oyó usted ¡Del infierno!
FRAY BERNARDO.- ¡Blasfemia! ¡Y todavía se opone usted a la conversión
de estos salvajes!
JORGE.- No sin antes convertir a los nuestros.
FRAY BERNARDO.- ¡Cómo puede concebirse tal barbarie! ¡Que la vida
nazca del infierno! ¡Háyase visto tal paradoja! ¡Tal herejía! (Pausa)
Pues entonces me da usted la razón. Esa mujer debe ser una bruja si
fue concebida en el averno ¡Como todas las mujeres! Débiles desde el
nacimiento. Incapaces de resistir a la tentación. Por eso deben volver
a donde nacieron ¡Al fuego eterno! ¡Al infierno! ¡Al infierno!

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La Llorona

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VERÓNICA.- “¡Al infierno! ¡Al infierno!” Eso me decía mamá cuando me
sorprendió con él. Yo le decía: “No mamá, al cielo. Este hombre me
lleva al cielo”. Mamá tenía miedo de que yo quedara embarazada
¡Pobre! Si hubiera sabido que desde... (Silencio) Jorge era muy bueno
conmigo. Cariñoso; comprensivo; consentidor; guapo; inteligente. El
hombre perfecto para el matrimonio. Solo que yo no podía casarme; al
menos no todavía. Estaba muy joven. Tenía veinte años. Una chiquilla
con el mundo por delante. Todo eso me lo decía mamá. Y yo ya lo
sabía... pero mi pobre madre tenía mucho miedo. Mamá siempre tenía
miedo. (Pausa) Jorge era muy bueno con ella y ella lo quería. Por eso
consintió que nos siguiéramos viendo, aún y cuando nos sorprendió
una tarde con las manos en la masa... bueno más que masa... ya el
pan estaba en el horno y a punto de tostarse (Silencio) Pero no crean
que pasó algo. Nada. Yo nunca le dejaba tocarme debajo de la cintura.
Yo me sentía bien con él... nos queríamos mucho, pero por alguna
razón no deseaba que tuviéramos contacto muy seguido. Sus manos...
(Silencio) Sus manos... me acariciaban con dulzura; me hacían sentir
en las nubes. Pero cuando bajaban hacia aquél lugar... era inevitable
recordar. Y yo no le permitía llegar (Pausa) Sus manos eran tan
grandes como las de aquél señor; igual de fuertes. Los movimientos
eran muy similares... el peso sobre mi carne... Imaginaba que la
penetración de sus dedos sería igual de fuerte... igual de violenta; y
prefería no recordarlo (Silencio) Claro, ahora lo sé, tal vez sus manos
eran pequeñas y ligeras... pero cuando bajaban se volvían enormes y
pesadas... como las de aquél señor. (Pausa) Por eso es que casi
siempre me costaba sentir algo. Quería hacerlo. Quería con todas mis
fuerzas sentir algo con Jorge... pero la sensación inevitablemente era
la misma. (Silencio) Eso es lo que mamá no entendía. Que por más
que Jorge lo intentara, nunca tenía sexo con él. Lo evitaba siempre.
Me mordía los labios por no besar esa boca de ángel; aunque mi
cuerpo se deshacía del deseo... y como una tortura, gota a gota, abría
un surco en mi corazón. (Silencio) Y de nuevo la Llorona. De nuevo
esa bendita historia... ese recordatorio constante del castigo... de la
penitencia... del sufrimiento por cargar con un niño impuro… por
atreverse a amar a quien una quiere. “…Incluso Don Fermín ya había
ofrecido a los padres de Verónica una de sus haciendas en calidad de
dote. Pero Verónica a quien amaba era a Jorge…” Que casualidad,
incluso se llamaba igual. Ahora me pregunto si en realidad mamá me
puso Verónica porque le gustaba mucho el nombre de la leyenda o si
por el contrario bautizó así a la Llorona tratando de que yo me
identificara con ella y dejara a Jorge. En fin: “...Verónica a quien
amaba era a Jorge. Y él le correspondía con mucho ardor y
entusiasmo. Incluso ya entregada en matrimonio a Don Fermín,
Verónica seguía viendo a su amado”.

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MATEO.- “Los preparativos para la boda ya habían iniciado y Verónica
discutía con Jorge la forma de escapar del pueblo...”
JORGE.- ¡Qué casualidad!
MATEO.- ¿Qué cosa, Padre?
JORGE.- Se llama Jorge.
MATEO.- Curioso.
JORGE.- Un poco. Sigue leyendo a ver si acaso esta pobre mujer despierta.
MATEO.- Son ya dos días.
JORGE.- Sí. Sigue respirando sin ningún problema, pero si no prueba
bocado va a morir.
MATEO.- Iba a morir de todos modos.
JORGE.- ¡Cuida tu lengua Mateo!
MATEO.- Perdón Padre, lo que quiero decir es que...
JORGE.- Sí, sí, te entiendo. Qué esperanza de vida tendrá la pobre una vez
que se recupere.
MATEO.- En correcto castellano.
JORGE.- Sigue contando Mateo.
MATEO.- “No lograron ponerse de acuerdo en cómo escapar y dejaron sus
planes para el día siguiente. El día de la boda se acercaba cada vez
más y Verónica estaba más cerca de su joven amante que de su
prometido…” Al finalizar esta frase la joven abrió los ojos lentamente.
Negros, muy negros. Fray Jorge se incorporó y empezó a darle sorbos
de agua. La joven los aceptó de buena gana y cuando tuvo conciencia
de dónde se encontraba, se levantó rápidamente. Con la paz que
transmitía su voz y su espíritu, Fray Jorge le explicó dónde estaba y lo
que había pasado con ella.
JORGE.- ¿Lo recuerdas? Recuerdas lo que te pasó.
MATEO.- No sé si entienda el castellano padre.
VERÓNICA.- Lo entiendo.
JORGE.- Bien ¿Qué recuerdas?
VERÓNICA.- Mi familia. Felicidad.
JORGE.- Claro. Y luego.
VERÓNICA.- Mi familia muerta y yo en la encomienda.
JORGE.- ¿Todos estos golpes?

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La Llorona

MATEO.- La joven no contestó. Fray Jorge no repitió la pregunta pero se


levantó inquieto. Se hacía evidente la exploración dentro de su cerebro
para encontrar formas más confiables de acercarse a ella. De repente,
la joven se dirigió hacia él, tomó sus manos y las miró detenidamente
por casi un minuto.
JORGE.- ¿Qué miras mujer?
MATEO.- Es evidente que sus manos, Padre.
JORGE.- Sé lógico, pero no tanto Mateo, no tanto.
VERÓNICA.- ¡Grandes y fuertes!
JORGE.- Herencia de mi padre.
VERÓNICA.- Pero no golpean.
JORGE.- ¿Cómo lo sabes?
VERÓNICA.- Solo lo sé.
MATEO.- Todas las manos de los encomenderos son grandes y fuertes. Aún
si el hombre es pequeño, sus manos son grandes y fuertes.
JORGE.- ¿Y a qué se debe ese prodigio?
VERÓNICA.- Las manos que golpean nunca son débiles para quienes sufren
el golpe.
JORGE.- ¡Caramba! Tu castellano no es tan malo después de todo. Dime
otra cosa ¿Cuántas personas más de tu pueblo han sido golpeadas?
MATEO.- ¡Ay padre!
JORGE.- ¿Qué pasa?
MATEO.- Perdón. Responde niña.
VERÓNICA.- Todas.
JORGE.- ¿Niños incluso?
MATEO.- Padre, es evidente...
JORGE.- Deja que ella conteste ¿Quieres? (Silencio) ¿Niños? ¿Niñas?
VERÓNICA.- Ángeles; dioses; bosques; estrellas...
JORGE.- Todo.
MATEO.- Todo.
VERÓNICA.- Sólo la luna...
MATEO.- Que llora.
VERÓNICA.- Se esconde detrás del cielo para no ver.
MATEO.- Dice mi gente que luego se transforma en garra, rasgando el cielo
para colgar nuestros espíritus.
VERÓNICA.- Y después en cántaro para recoger las gotas de nuestro
sufrimiento.

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MATEO.- Al final del ciclo aparece llena, redonda, brillante; para que sus
hijos corran hacia ella.
JORGE.- Mateo ¿Cómo han permitido que esto pase?
MATEO.- Son más fuertes Padre.
VERÓNICA.- ¿Y mi hijo?
JORGE.- Murió.
VERÓNICA.- ¿Debería llorar?
MATEO.- Es lo que hacen ¿No? Son varias mujeres ¿Verdad Padre? A todas
las llevaron allí para matar a sus hijos. Para que lloren todas las
noches de luna.
JORGE.- ¿Hace cuánto tiempo estabas allí abajo?
VERÓNICA.- Muchos ciclos.
JORGE.- ¿Cuántos?
VERÓNICA.- No sé. No lo recuerdo.
JORGE.- Dios Todo Poderoso ¡Tanto ha sido!
MATEO.- ¿Tu niño…?
VERÓNICA.- No venía conmigo.
MATEO.- Quiere decir que…
JORGE.- Sí. Quedó embarazada mientras estuvo encerrada (Pausa) ¿Había
más mujeres contigo?
VERÓNICA.- Siempre estaba muy oscuro. Mis ojos tapados. Pero mis oídos
funcionan. Las oía llorar…
MATEO.- Por sus hijos.
JORGE.- Esa es la Llorona de la que escribes Mateo. Esa que debe expiar la
culpa de haber nacido diferente.
MATEO.- ¿Qué tan diferente?
JORGE.- Sus caderas son flexibles. De sus senos mana leche. Pueden
crear. Nosotros no.
MATEO.- ¿Qué hay de malo con los hijos?
JORGE.- El problema es que los niños son la evidencia del abuso. El objetivo
son las mujeres, no sus niños. Es una demostración de poder. El
dominio del hombre sobre algo cuyo poder no entiende. Y por eso
prefiere convertirlo en mero objeto de placer.
VERÓNICA.- ¿Puedo irme?
JORGE.- Aún no niña. Tu herida debe sanar. Además debemos seguir
indagando en este asunto.
MATEO.- Así lo hizo. Durante varios días mi maestro estuvo bajando a las
catacumbas para investigar quiénes eran los que retenían y
maltrataban a las mujeres. Trataba de entender por qué lo hacían.

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La Llorona

Igual aprovechó una noche para escabullirse sigilosamente entre los


laberínticos pasillos de las catacumbas y liberarlas a todas. Eran
quince. Todas volvieron a su aldea. Excepto Verónica. Con el pretexto
de seguir cuidando de su salud pasaba día y noche con la mujer.
Incluso fingía seguir mal de su pierna para que Fray Bernardo no le
expulsara aún de la abadía. Día y noche. Pasaron de una
desconfianza natural a un trato casi de hermanos. Digo casi, porque
con el paso de esas jornadas se hicieron cada vez más evidentes las
risas cómplices; las miradas inquietas; los roces respetuosos pero
premeditados; el apretón de manos. Yo que tengo hermanas no
recuerdo nunca haberles tratado de esa forma, ni mucho menos
hacerles lo que mi maestro hizo una noche a nuestra huésped.
(Pausa) Yo había salido a buscar comida. Está claro que la existencia
de la joven en el claustro era un secreto que debía guardarse
celosamente. Así que no podía ir con nosotros al comedor. Por esa
razón a este pobre cristiano en ciernes, siempre le tocaba la dura
tarea de escabullirse en la cocina para robar lo que pudiera. Esa
noche me devolví porque noté que Fray Jorge no había comido muy
bien desde hacía varios días y quise preguntarle si deseaba algo en
particular. El cerdo estuvo espectacular, así que… bueno… me
devolví. Fray Jorge se había quedado contándole historias extrañas a
la joven. Egipcias, creo. Por cierto, le llamó Verónica… como en la
leyenda. Así que me extrañó no escuchar ruido alguno. Entré sigiloso.
Ella estaba acostada y tenía el pecho descubierto. No debía
extrañarme. Ya les habré dicho que mi maestro conocía de medicina
y diariamente le escuchaba el corazón… ¡Pero nunca con sus manos!
Esa noche sus manos estaban rodeando el pecho de Verónica y él
estaba totalmente inclinado hacia ella. La joven se agitaba. Hacía
movimientos extravagantes. Las manos de Fray Jorge recorrían cada
centímetro del cuerpo de Verónica con la suavidad de una pluma. El
último vestigio de su vestido blanco desapareció tan rápido como la
exhalación de la joven en el justo momento en que él rozó sus
partes… como decirlo… su zona pelvi… sus partes privadas…
íntimas… genit…

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VERÓNICA.- ¡Mi vagina…! ¡Mi clítoris! ¡Así se dice! ¡Así se siente! Jorge
acarició formidablemente mi vagina. Después de varios intentos, hasta
esa noche le permití ponerme una mano allí. Sentí sus dedos muy
calientes. Me olvidé de si sus manos eran como las de aquél señor…
solo las sentí. Sus manos; las manos de Jorge. Sus formidables dedos
moviéndose dentro de mí; rozando mis labios; pasando suavemente
por mi clítoris; tratando de llegar hasta mi zona más profunda. Su
boca; su magnífica boca recorriendo mi cuerpo; tomándose mi
esencia; dejando una marca indeleble en mi piel. Iba despacio,
tranquilo, como esperando hasta que yo tuviera un orgasmo… y lo
tuve… lo tuve ¡Por Dios que esa vez lo tuve!

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MATEO.- Cómo se movía ese cuerpo. Se contorsionaba de una forma


antinatural. La joven acariciaba a mi maestro con una mezcla de
ternura y rabia. Mientras tanto él concentraba sus esfuerzos en
librarse del hábito que le tenía preso… en todos los sentidos. Ahora
sin su ropaje era simplemente un hombre. Un hombre tan desprovisto
de vestimenta como de prejuicios o consideraciones sobre la bondad o
maldad de sus actos; sobre la masculinidad o la feminidad. Tal y como
a él le gustaba: Dualidad. Ni blanco, ni negro; ni lo uno, ni lo otro.
Justamente allí le oí recitar ese extraño cuento egipcio, ahora tan claro
para mis sentidos, pero que en ese momento resultaba de una
ambigüedad indescifrable… Yo fui enviada desde el poder…

JORGE.- Yo fui enviada desde el poder


Y he venido a aquellos que reflexionan sobre mí,
Y he sido hallada entre aquellos que me buscan.
Consideradme, aquellos que reflexionáis sobre mí,
Y vosotros que oís, oídme.
Aquellos que me aguardáis, llevadme a vosotros.
Y no me perdáis de vista.
Y no hagáis que vuestra voz me odie, ni vuestro oído.
No me ignoréis en ningún lugar ni en ningún momento.
¡Estad en guardia!
No me ignoréis.
Porque yo soy la primera y la última.
Yo soy la honrada y la despreciada.
Yo soy la prostituta y la santa.
Yo soy la esposa y la virgen.
Yo soy la madre y la hija.
Yo soy los miembros de mi madre.
Yo soy la estéril y muchos son mis hijos.
Yo soy aquella cuya boda es grande, y no he tomado esposo.
Yo soy la partera y aquella que no da a luz.
Yo soy el consuelo de los dolores de parto.
Yo soy la pronunciación de mi nombre.
¿Por qué me amáis quienes me odiáis, y me odiáis quienes me amáis?

MATEO.- Ese era mi maestro. Esas eran sus palabras. Esa era su
naturaleza. Un animal salvaje en cautiverio. Esperando el momento en
que el amo se descuidara para correr de vuelta hacia su refugio.

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La Llorona

Volver a ese lugar libre e irreverente del que nunca debió haber salido.
Sus cuerpos se fundieron como debió ser el origen de la vida. Dos
cuerpos que parecían uno. Dos almas que se intercambiaban en cada
suspiro; en cada exhalación; en cada grito ¿Cuánto tiempo pasó? No
lo sé. Mi maestro lucía cansado. Ese era el momento de interrumpir;
pero de repente la joven tomó la iniciativa y se abalanzó sobre… cómo
les digo… es difícil para mí ¿Saben? Nunca se hablan de estas cosas
en la abadía… Quizá el temor al conocimiento… el miedo de acceder
al árbol prohibido por Dios. Bueno le tomo el… el órgano… vamos… la
cosa que… No. Cosa se oye mal. Ya ustedes saben a qué me refiero
¿Cierto?
VERÓNICA.- ¡Al pene! ¡Al pene! Aunque es más rico decir sus nombres
vulgares. La verdad es que por respeto a ustedes no lo voy a decir de
otra forma. Pero está claro que en sus cabezas han pasado al menos
veinte insolencias que sirven para denominar a esa belleza que los
hombres suelen usar con poca inteligencia… pero que si lo ponen a
nuestro servicio resulta un verdadero placer. Con toda la inexperiencia
de ambos en ese momento, el resultado fue glorioso. Mi cuerpo se
llenó de un calor casi insoportable. Olía a tierra fértil. Lo que alguna
vez fue maltratado, ese día fue curado. Las llagas de mis entrañas se
convirtieron en suaves esponjas. Mi útero, alguna vez transformado en
ásperas rocas, se caía a pedazos con cada penetración. De ese
paisaje árido fluyó un río fresco y lleno de vida. El mundo dejó de
existir. Se podía oír toda nuestra sangre recorrer el cuerpo y fundirse
con ese sublime torrente de energía…
MATEO.- De nuevo los espasmos. Esta vez era mi maestro. De su boca
salieron palabras inimaginables; sonidos incomprensibles; gritos
bestiales. Luego Verónica ¡Verónica! ¡Verónica! Fray Jorge no dejaba
de repetir su nombre. Ese nombre con el que recién le había
bautizado. El nombre de la Llorona. Recordé inevitablemente la
historia del amor imposible; aquél que perdura hasta nuestra muerte,
pues nunca se pudo consumar. El de Verónica, que “...estaba más
cerca de su joven amante que de su prometido. La joven de cabello
negro, tez morena, tersa y sencilla. Ojos vivaces y atrevidos. Cuerpo
bien formado. La mujer que cada día que pasaba amaba más a Jorge
y despreciaba su compromiso con Don Fermín.”

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La Llorona

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VERÓNICA.- “Don Fermín desesperado por el rechazo evidente de Verónica,
adelantó la boda. Los jóvenes amantes volvieron entonces a planear
su fuga…” Y ¿Cómo escaparse? Mamá siempre insistía en resaltar la
moraleja del final de la historia. No hay escape. Se sufre
irremediablemente. Pero ahora yo pensaba en cómo escaparme. Yo
quería irme. Vivir un cuento de hadas y huir con mi príncipe azul. Azul
intenso. Pero no podía dejar a mis hermanas solas; debía protegerlas.
(Pausa) Los primeros días luego de la muerte de mamá, se llevaron a
mi papá para interrogarlo (Silencio) El problema es que mamá no
murió de un solo golpe de mi padre. Murió de los golpes físicos y
psicológicos acumulados de tantos años. Así que aunque había
fuertes sospechas, nunca se pudo relacionar el derrame cerebral de
mamá con las agresiones de su marido. Además porque mi sumisa y
abnegada madre nunca se atrevió a denunciar a su “adorado” esposo.
Tenía miedo. Ya se los he dicho. Mamá siempre tenía miedo.
(Silencio) Pues yo no. Yo me iba a escapar; con mis hermanas; con
Jorge; con mi esencia intacta. Así que me quedé con esa parte de la
historia. Con la fuga. “Los jóvenes amantes volvieron entonces a
planear su fuga…”

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MATEO.- Fuga. Sinónimo de huir. Salir corriendo. Escapar. Tantas veces
releyendo la historia de la Llorona por las noches y nunca se
percataron de lo tenían que hacer. Tenían que ejecutar el plan de los
jóvenes amantes. Tenían que desaparecer. Esfumarse. Largarse.
(Pausa) Pero no. Se quedaron allí para que sucediera lo inevitable.
Pasaron varias noches y perfeccionaron su arte amatorio cada vez
más. Se olvidaron de todo a su alrededor y no se percataron del
peligro.
FRAY BERNARDO.- ¡Padre Jorge! ¡Usted! ¡Cómo puede ser! ¡No
comprendo! ¡No ha podido resistir a las tentaciones del demonio! ¡Esta
maldita mujer…!
MATEO.- ¡Padre!
FRAY BERNARDO.- Que bueno que llegas Mateo. Tú servirás de testigo en
el juicio.
MATEO.- ¡Padre!
JORGE.- No te preocupes Mateo, aquí no habrá ningún juicio.

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La Llorona

FRAY BERNARDO.- Aparte de la ejecución de estos actos inmorales, se


atreve a revelarse contra el poder del Santo Oficio.
JORGE.- Me revelo contra el poder de la mentira y de la manipulación de
conciencias.
MATEO.- Dicho esto mi maestro saltó como un jaguar y tomó por el cuello a
Fray Bernardo. Estaba casi desnudo, así que no me explico de dónde
sacó un cuchillo y lo colocó amenazante sobre la yugular de su
antagonista.
FRAY BERNARDO.- ¡Fray Jorge no cometa más estupideces!
MATEO.- ¡Padre por favor!
JORGE.- Tranquilízate Mateo. Esto se acaba ahora mismo.
FRAY BERNARDO.- Padre usted está demente ¿Qué es lo que quiere
acabar?
JORGE.- Esta matanza sin sentido.
FRAY BERNARDO.- ¿Matándome va a lograr algo?
JORGE.- Al menos podré escapar y contar lo que vi.
FRAY BERNARDO.- ¿Y quién le creerá a un sacerdote que quebrantó sus
votos de esta forma?
MATEO.- Padre no le parece que…
JORGE.- Mateo ¡No conoces a la Inquisición!
MATEO.- He oído de ella.
JORGE.- Pues entonces sabes que no se satisfacen hasta que escuchan lo
que quieren oír. Y yo no he cometido herejía alguna.
FRAY BERNARDO.- ¿Retozar con una bruja no lo es?
JORGE.- No retozaba Padre, le hacía el amor.
FRAY BERNARDO.- La fornicaba. Fornicaba usted con Astarté. Como lo
hacían los fenicios. Como lo hacen estos salvajes.
MATEO.- Se equivoca padre. Nuestros sacerdotes también son célibes.
JORGE.- Ahí lo tiene. La verdad absoluta no está en la Iglesia. Hay otras
verdades tan coincidentes como estúpidas.
FRAY BERNARDO.- Padre. Su comportamiento no hace más que darme la
razón. Usted está perdido. Está poseído por el encantamiento de esta
bruja; de Belcebú en persona.
JORGE.- Satanás, Lucifer, Asmodeo, Leviatán, Behemoth, Belial. Cuántos
nombres le hemos puesto a algo tan etéreo como Dios mismo.
FRAY BERNARDO.- ¡Dios no es etéreo! ¡Apóstata del demonio! ¡Y suélteme
de una vez! ¡O máteme si así lo quiere!
JORGE.- ¿Ahora cuando la conversación se ponía tan interesante?
FRAY BERNARDO.- Se comporta usted como un energúmeno.

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La Llorona

JORGE.- Tal vez su teoría sea cierta. Tal vez esta gente sea salvaje y en vez
de convertirlos a ellos, yo me esté bautizando en su fe. Puede ser que
haya llegado el momento del sacrificio del cordero.
FRAY BERNARDO.- Padre…
JORGE.- Es que no se da cuenta Fray Bernardo que en esta historia no hay
buenos ni malos. Me quiere usted decir que no entiende el juego de
poder que hay detrás de todo este asunto.
FRAY BERNARDO.- Yo solo creo en el poder de Dios. Y lo invoco en este
momento para que todo demonio presente en esta pobre alma se…
JORGE.- Si continúa con el exorcismo aprieto el cuchillo con más fuerza y no
habrá Dios que le salve. (Pausa) Yo tengo el poder ahora Padre.
Entiende la relatividad de los términos. Ahora no hay Dios; no hay
diablo. La dualidad. Extremos que alguna vez todos cruzamos de un
punto al otro.
MATEO.- Como del día a la noche. Del inframundo al supramundo.
JORGE.- Ve usted como Mateo sí lo entiende. A pesar de todo hay gente
que aún piensa y no se deja llevar por lo que le dicen. Tienen su
propia fe. Ahora, ¿Va a eliminar todo vestigio existente de la Llorona?
¿O vamos a redactar una historia más trágica?
FRAY BERNARDO.- ¿Qué tengo que ver yo con este asunto?
JORGE.- ¡Por favor Padre! No me venga a decir que usted no sabía nada.
Para qué querría entonces divulgar esa tonta historia.
FRAY BERNARDO.- ¡No sé de qué me habla!
JORGE.- De las vírgenes negras, Fray Bernardo, de las vírgenes negras.
Ahora que ha exterminado a los Templarios, la Iglesia utiliza su
sabiduría.
FRAY BERNARDO.- ¿Cómo la Iglesia va a seguir cultos paganos?
JORGE.- Como lo hace ahora. Como lo instauró Bernardo de Claraval.
Colocando vírgenes negras en los lugares paganos para construir un
templo a la Virgen María. Construyendo historias sobre la base de
leyendas de los pueblos conquistados. Colocando allí las bases de
pecado y sumisión que esta gente no conoce, pero que se requieren
para dominarles ¡Para tener el poder! (Silencio) Pero han ido
demasiado lejos. Ya no les basta con deformar la historia; deben
representarla. Ya no es suficiente con decir que la mujer llora; deben
hacerla llorar. Y de la forma más cruel y despiadada. No basta con
condenarlas por ser dadoras de vida; por su maternidad. Deben
usarlas como depósito de esperma y luego condenarlas por su
embarazo. Deben encarcelar su cuerpo. Esa es la leyenda ¿No?
(Pausa) Mateo ¿Cuál es esa parte de la historia? Léela por favor.
MATEO.- Así lo hice. Leí: “Los jóvenes amantes volvieron a planear su fuga,
pero les fue imposible. Don Fermín usó sus influencias para que la
flota española se llevara a Jorge al más recóndito rincón de la tierra
conocida. Todo volvió a la normalidad. Excepto que Verónica, con el
paso de los meses dejó de expulsar su fertilidad y dentro de ella

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La Llorona

empezó a tomar forma el fruto de su amor con Jorge. Ante tal


infortunio Verónica suplicaba…”

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VERÓNICA.- “Dios mío… eres caridad, bondad y perdón. Pero por mi
caridad me he condenado Merezco tu castigo. Mi pecado no
merece tu perdón.” ¿Y no existía el aborto en esa época? Digo.
Esa parte de la historia nunca me pareció muy real. Una vez se lo
dije a mamá… lo del aborto… y me dejó encerrada todo el día en
el cuarto. Esos eran sus castigos. Mamá nunca nos golpeó. Ese
era el negocio de mi papá. Mamá trataba de corregirnos con
castigos más creativos… como Dios. Como iba tanto a misa,
decía que Dios era un padre bueno, pero que debía castigarnos
cada vez que hacíamos algo mal. Un día que nos dijo eso le
pregunté: “¿Y que hiciste tan mal que a vos te castigó
mandándote a mi papá?” Otro día completo en el cuarto… y sin
almuerzo (Pausa) Bueno. El asunto de la leyenda de la Llorona es
que a mí nunca me pareció tan sensato lamentarse por un
embarazo y tener un hijo que no querés. Es desesperante. La
primera vez se fue naturalmente. La segunda.... (Pausa) La
segunda no fue posible. La primera vez tenía trece. Para la
segunda tenía veinte ¡Veinte! Y no es que no quisiera tener un
hijo. Bueno en realidad no lo quería ¿Cómo lo explico? No así
¿Entienden? ¡Un hijo no puede venir así! No. Definitivamente el
alma de mi hijo debía esperar un tiempo más antes de
encontrarse con su cuerpito. No todavía. Tenía que hacerlo…
(Pausa) y qué mejor forma que contárselo a ese señor. (Silencio)
¡Cómo me pegó! Me despedazó la cara. Me pateó todo el cuerpo.
Hasta me quebró una costilla. Gritaba como loco: “¡Dios mío por
qué me mandaste a esta puta como hija! ¡Qué va a decir la gente!
¡Cómo les explico que lo puta no lo aprendiste en esta casa!
¡Zorra de mierda! ¡Qué hice mal Dios mío! ¡Qué hice mal!”
Lástima que Dios no le contestó. Espero que pronto lo haga. No
entiendo por qué diablos siempre meten a Dios en estas cosas. Y
tampoco entiendo a los hombres. Con qué facilidad se atreven a
decir que una mujer es una puta. Si queda embarazada es una
puta ¡Y quién demonios la embarazó! ¿El doberman de la vecina?
¿O sería el gel que usó el ginecólogo cuando te hizo el tacto? ¿O
tal vez fue alguna célula extraña insertada malévolamente en una
toalla sanitaria? ¿O el esperma de algún degenerado flotando en
la piscina pública? De titular ¡357 embarazos simultáneos de
padre desconocido! ¡La policía judicial está analizando el agua de
las tuberías pues se presume la participación del violador a
control remoto! ¡Con qué facilidad dicen que una es una zorra! En
esas estaba ese señor. Una y otra vez. Un golpe físico y un golpe
verbal. ¡Pum! ¡Puta! ¡Pam! ¡Zorra! ¡Zaz! ¡Perra! (Silencio) Pero a
pesar de que mi idea original era no tenerlo, desde el primer golpe
no hice más que protegerme el estómago. Defender a mi

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La Llorona

pequeño. Sí. De verdad. No quería que viniera todavía a este


mundo… pero tampoco que tuviera una agresión tan cruel
(Silencio) ¿Dónde estaban las anticonceptivas en aquel
momento? ¿La del día después? ¡El condón! ¡Una maldita te de
cobre! Cualquier método para disfrutar de mi sexualidad sin
pagar las consecuencias… sin que esa esperanza de vida tuviera
que sufrir la ignorancia y la falta de preparación de sus
progenitores. Al final de cuentas, su padre… tan bello… tan
bueno… tan noble… era tan estúpido que nunca pensó que su
pene trae vida. Que ese placer de expulsar el semen debe
controlarse si lo depositás en una mujer… en una mujer a quien
luego le toca todo el peso de la decisión… todo el peso del
dolor… de la culpa… del estigma… del recuerdo. Y luego el
miedo… el miedo de establecer algo duradero… el miedo de
encontrar otro como Jorge… el miedo de ser madre… ¡El miedo
de mamá! Tan desgarrador como verdadero. Y aquí lo que me
viene a la memoria es la única parte realmente cierta en esa
estúpida leyenda: “Verónica estaba embarazada. Conforme los
meses avanzaban se las agenciaba para esconder su estado. Se
apretaba con fuerza el vientre tratando de que esa obra del
pecado no creciera más. No deseaba que naciera. Todas las
noches se angustiaba pensando cómo sería la reacción de sus
padres. La castigarían con mucha ira. Serían capaces hasta de
matarla. Pero el peor castigo sería el de Dios. Es más, Dios ya la
estaba castigando. Estaba haciéndole cargar ese peso en su
vientre como lo hizo desde el inicio con Eva: “Multiplicarás tus
trabajos y miserias en tus preñeces: con dolor parirás los hijos, y
estarás bajo la potestad de tu marido…”

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MATEO.- “Todos los días una tortura. Todos los días un ruego al Señor
Todo Poderoso para que le aliviase ese dolor y le perdonara por el
pecado mortal cometido. Por el Pecado Original. Nada sucedió. El
vientre seguía creciendo. Cada vez era más difícil ocultarlo. Y pese a
todo el desprecio y maltrato que el niño sufrió durante los meses de
gestación, se le ocurrió abrir sus ojos un día de luna llena…”
JORGE.- ¿Y qué pasa después Fray Bernardo?
FRAY BERNARDO.- Lo inevitable. El castigo divino. La merecida penitencia.
JORGE.- La muerte.
MATEO.- No entiendo Padre.
JORGE.- La mujer no muere, pero tampoco obtiene la salvación. Quiere lavar
su pecado matando al hijo producto de la tentación. Pero esa acción
de penitencia es un pecado en sí mismo y ella queda viva, sumida en
una culpa perenne para recordar a sus semejantes la máxima de no
pecar contra el hombre. Contra el Dios hombre.

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La Llorona

VERÓNICA.- Dios no puede ser hombre.


FRAY BERNARDO.- Mucho menos mujer, criatura, mucho menos mujer.
VERÓNICA.- Ni hombre, ni mujer.
MATEO.- Tal vez hombre y mujer.
VERÓNICA.- Es algo que sentimos y nunca vemos. Vive siempre y no puede
morir. No lo podemos matar.
MATEO.- Por eso muchos de nosotros aceptamos la cruz, pero no el hombre
sacrificado en ella.
FRAY BERNARDO.- ¡Padre acabe esto de una vez! ¡No soporto una
blasfemia más! ¿Qué quiere de mí?
JORGE.- Que detenga esta masacre.
FRAY BERNARDO.- ¡Cómo puedo yo…!
JORGE.- Padre; le juro que cambiaré el hábito por la espada si usted no
elimina esa retorcida práctica de falsificar una historia fabricando las
pruebas.
MATEO.- Ya no hay más que hacer padre Jorge. Usted ha liberado a todas
las mujeres.
JORGE.- Pero traerán más Mateo. Ten por seguro que traerán más. Y todas
las noches de luna llena se seguirán escuchando los lamentos de la
Llorona. No traerán la Inquisición porque ustedes no creen en las
brujas. Están acostumbrados a los chamanes y a los encantamientos;
así que el discurso de la brujería no funciona. Aquí la táctica para
eliminar a la mujer debe ser diferente, por eso la leyenda y la
confirmación de la leyenda.
MATEO.- Dicho esto, entraron súbitamente cuatro hombres con sendas
coladas. Liberaron a Fray Bernardo y obviamente apresaron a mi
maestro y a la joven (Silencio) Yo… yo no supe qué hacer. Quería
acompañar a Fray Jorge. No me hubiera importado seguirlo a su
celda. Creo que tampoco me hubiera importado que me consideraran
hereje por no atestiguar en su contra. Al final Fray Bernardo decidió
que me quedara encerrado en el claustro terminando la historia. No
era mucho lo que faltaba. Era solo el final. Lo que pasaba luego del
nacimiento de la criatura. La historia que todos conocen: “Verónica,
torturada por su pecado tira a su hijo al río. La fuerte corriente se lo
lleva y en pocos segundos queda solo el rastro de su paso a través
del reflejo de la luna. De inmediato un sentimiento de culpa invade a
Verónica, quien desde entonces merodea por el río todas las noches
de luna llena, buscando a su hijo y llorando desconsoladamente… Ay
mi hijo… ay mi hijo…”

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VERÓNICA.- ¡Ay mi hijo…! ¡Mi hijo! Si te vas ahora: ¿Volverás? Si volvés
cuando esté lista: ¿Tendrás los mismos ojos? ¿Será la sonrisa que

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La Llorona

siempre soñé? ¿Serán iguales tus manos? ¿Tus pies? ¿Tu alma? ¿Te
parecerás a él? (Silencio) Una vez más ese lamento… una vez más
ese remordimiento… una vez más esa duda. Ese deseo extraño de
querer ser mamá… y a la vez ese miedo enorme de no saber cómo
afrontar la responsabilidad. ¡Tenía veinte años! ¡Júzguenme como
quieran! Todo el mundo tiene derecho a juzgar; pero háganlo en forma
lógica. ¡Júzguenme con la razón! (Silencio) ¡Mejor pregúntenme por
qué lo maté! ¿Por qué lo maté? (Silencio) ¡Es que no aguanté más!
Debía hacerlo. Por mamá. Por mis hermanas. Si ustedes me tienen
aquí es porque finalmente decidí acabar con el ciclo de la agresión.
¿Qué tiene que ver el aborto con esto? ¡Júzguenme por el homicidio
de un agresor! ¡Júzguenme por matar a ese cabrón que nunca me
enseñó a decirle papá! Por eliminar a esa bestia que casi me mata
cuando le dije que estaba embarazada. Júzguenme por tratar de
volver a mi vida a través de la muerte. Pero eso sí: ¡Júzguenme con la
razón! ¡Nunca con la moral! ¡Júzguenme con la razón!
JORGE.- ¡Júzguenme con la razón! Ya sé que les estoy pidiendo algo
imposible, pero al menos déjenme decirles que no me arrepiento de
nada. Hice lo que debí hacer. Ésta fue la primera vez en mi vida en
que me sentí un verdadero ser humano; capaz de demostrar amor,
más que predicarlo. Volví a las entrañas de mi madre para conocer
cuánto amor desprecian los hombres cada vez que toman a una mujer
solo como su objeto sexual. Díganme estúpido, pero entiendan que allí
es donde el amor reside. Gracias a vuestra incesante necesidad de
dotar al amor de contenidos intangibles, de objetos inasibles, de
sujetos inexistentes; le hemos quitado toda su sustancia. Amando a lo
que no conocemos es imposible que amemos verdaderamente a la
persona que nos acompaña. Y ¿Cómo lograrlo? Si cuando alguien osa
romper esa barrera; cuando algún hombre o mujer se atreven a
traspasar el remordimiento y la culpa y se entregan en perfecta
armonía de amor y placer, llegan ustedes y lo atiborran de teorías
sobre el diablo, la culpa y el pecado… Ustedes han desprovisto al
cuerpo del amor y de la belleza que le son inherentes. Ustedes
convirtieron al cuerpo en un delito y en una impureza ¿Y Dios? ¿Se
han preguntado ustedes qué piensa Dios? ¿Cuántas matanzas de
seres humanos se han hecho en Su nombre? Si siguen depositando la
culpa y el pecado en la mujer y la sentencia en la virilidad del hombre,
las desapariciones y matanzas de nuestras madres seguirán
ocurriendo a lo largo de la historia. En el momento mismo en que la
mujer sea conciente de su propio cuerpo y de su importancia en la
creación del universo, ese día se acabará la Iglesia.

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MATEO.- Con esa frase mi maestro dictó su sentencia. No hubo más que
hacer. El Santo Oficio se inauguró en las Indias con la muerte de Fray
Jorge y de Verónica. Antes de morir, mi maestro trató de acercarse por
última vez a su amada. No pudo más que tocar con la punta de sus

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La Llorona

dedos una de las lágrimas que corrían por sus mejillas. Y como si
hubiesen traspasado su cuerpo, Fray Jorge lloró. Lloró junto a su
Llorona. Estoy seguro que esas lágrimas no solo estaban cargadas
por el dolor de la pérdida, sino que llevaban dentro todo el amor que
ambos pudieron experimentar en el poco pero intenso tiempo que
pasaron juntos. En el momento de su muerte Fray Jorge rezaba
aquella extraña oración egipcia.
JORGE.- Yo soy la primera y la última.
VERÓNICA.- El homicidio fue premeditado; y antes de matar a mi padre lo
escuché en su cuarto rezando las letanías del rosario. De repente me
percaté que yo daba la respuesta. Ruega por nosotros.
FRAY BERNARDO.- Madre castísima.
VERÓNICA.- Ruega por nosotros.
JORGE.- Yo soy la honrada y la despreciada.
FRAY BERNARDO.- Madre inviolada.
VERÓNICA.- Ruega por nosotros.
JORGE.- Yo soy la prostituta y la santa.
FRAY BERNARDO.- Madre Virgen.
VERÓNICA.- Ruega por nosotros.
FRAY BERNARDO.- Madre inmaculada.
JORGE.- Yo soy la esposa y la virgen.
VERÓNICA.- Ruega por nosotros.
FRAY BERNARDO.- Madre amable.
JORGE.- Yo soy la madre y la hija.
VERÓNICA.- Ruega por nosotros.
FRAY BERNARDO.- Madre admirable.
JORGE.- Yo soy los miembros de mi madre.
VERÓNICA.- Ruega por nosotros.
FRAY BERNARDO.- Madre del buen consejo.
JORGE.- Yo soy la estéril
VERÓNICA.- Ruega por nosotros.
FRAY BERNARDO.- Madre del Creador.
JORGE.- Yo soy aquella cuya boda es grande, y no he tomado esposo.
VERÓNICA.- Ruega por nosotros.
FRAY BERNARDO.- Madre del Salvador.
JORGE.- Yo soy la partera y aquella que no da a luz.
VERÓNICA.- Ruega por nosotros.
FRAY BERNARDO.- Virgen Prudentísima.

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JORGE.- Yo soy el consuelo de los dolores de parto.


VERÓNICA.- Ruega por nosotros.
FRAY BERNARDO.- Virgen digna de veneración.
JORGE.- Yo soy la pronunciación de mi nombre.
VERÓNICA.- Ruega por nosotros.
FRAY BERNARDO.- Virgen digna de exaltación
JORGE.- ¿Por qué me amáis quienes me odiáis, y me odiáis quienes me
amáis?
VERÓNICA.- Ruega por nosotros.
MATEO.- Luego de confirmada la muerte de ambos Fray Bernardo llegó al
claustro. Revisó que la historia que había transcrito fuese tal cual él lo
había indicado…
VERÓNICA.- “Verónica, torturada por su pecado tira a su hijo al río. La fuerte
corriente se lo lleva y en pocos segundos queda solo el rastro de su
paso a través del reflejo de la luna. … Ay mi hijo… ay mi hijo…”
FRAY BERNARDO.- “De inmediato un sentimiento de culpa invade a
Verónica, quien desde entonces merodea el río todas las noches de
luna llena, buscando a su hijo y llorando desconsoladamente… Ay mi
hijo… ay mi hijo…”
VERÓNICA.- (Canta) “Ay mi hijo… ay mi hijo…”
Duerme feliz a mi lado.
Duerme tranquilo.
Todo va a estar bien.
Ya se ha ido.
Crece fuerte.
Sé un hombre bueno.
La culpa ya se ha ido.
Se ha ido.
Se ha ido con él
A lo profundo del río.
MATEO.- Me contó Fray Bernardo que mi maestro no mostró resistencia. Me
dijo que había pensado que soportaría las torturas en nombre de Dios,
pero que al final Fray Jorge decidió unirse a la mujer. Así como el sol
se une con la luna en el atardecer y se niega a despedirse de ella al
amanecer.
JORGE.- ¿Por qué a veces llega el sol y la luna no se ha ido?
MATEO.- Tal vez la luna deba contarle al sol algunas cosas que hicimos mal
por la noche.

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JORGE.- O tal vez la luna quiera hacer con el sol lo que hicisteis por la
noche. Al menos por unos minutos; mientras esperan el eclipse con el
que se fundirán en un solo cuerpo, en medio de la oscuridad que les
sirve de telón.

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