Pagano - El Nacionalismo en El Arte
Pagano - El Nacionalismo en El Arte
Pagano - El Nacionalismo en El Arte
Entre la academia
y la crítica
La construcción discursiva y disciplinar
de la historia del arte. Argentina – siglo XX
Eduntref
Directora editorial: María Inés Linares
Coordinación editorial: Silvana Spadaccini / Florencia Incarbone
Corrección: Gabriela Laster
Directora diseño editorial y gráfico: Marina Rainis
Diseño de tapa: Tamara Ferechian
Diseño y diagramación: Valeria Torres
Coordinación gráfica: Marcelo Tealdi
Autores
Sandra M. Szir y María Amalia García (dirs.), Marina Aguerre, Alejandra Alliaud, Juan
Cruz Andrada, Talía Bermejo, Silvia Dolinko, Catalina Fara, Carla Guillermina García,
Mariana Marchesi, Marcelo Marino, Pablo Montini, Marta Penhos, Natalia Pineau, Isabel
Plante, Cristina Rossi, Ana Schwartzman, Gabriela Siracusano, Sebastián Vidal Mackinson,
Diana Wechsler.
Asistente de edición
Carla Guillermina García
El equipo editorial ha realizado las gestiones necesarias para localizar a todos los derechoha-
bientes de las fotografías y los textos reproducidos en este libro. Pedimos disculpas por cualquier
omisión o error involuntarios y nos ofrecemos a hacer las aclaraciones necesarias en próximas
ediciones.
NACIONAL-REGIONAL-GLOBAL
Eduardo Schiaffino, Marina Aguerre .................................................................................21
“Discurso de inauguración del Museo Nacional de Bellas Artes”,
Eduardo Schiaffino ........................................................................................................ 24
José León Pagano, Sebastián Vidal Mackinson ................................................................. 33
“El nacionalismo en el arte”, José León Pagano ...........................................................37
Martín S. Noel, Marta Penhos ........................................................................................... 55
“Las iglesias de Potosí”, Martín S. Noel ...................................................................... 60
Damián Carlos Bayón, Isabel Plante ..................................................................................85
“Arte Latinoamericano en París: (Crítica a los críticos de una exposición)”,
Damián Carlos Bayón ................................................................................................... 90
Alberto Rex González, Alejandra Alliaud .......................................................................... 99
“Arte no-europeo. Introducción”, Alberto Rex González ........................................... 105
Marta Traba, María Amalia García ................................................................................... 125
“El arte latinoamericano: un falso apocalipsis”, Marta Traba....................................130
Jorge Glusberg, Mariana Marchesi .................................................................................. 139
“Introducción a arte de sistemas en Latinoamérica”, Jorge Glusberg.......................144
POÉTICAS-POLÍTICAS
Alfredo Chiabra Acosta “Atalaya”, Diana Wechsler ......................................................... 255
“Los ilustres Himalayas. El nacionalismo en nuestro arte”, Atalaya .........................263
Julio E. Payró, Juan Cruz Andrada y Catalina Fara ......................................................... 267
“Ensayo sobre las tendencias de las artes plásticas modernas”,
Julio E. Payró.................................................................................................................273
Cayetano Córdova Iturburu, Talía Bermejo .....................................................................285
“Arte, arte puro, arte propaganda”, Cayetano Córdova Iturburu .............................. 290
Jorge Romero Brest, Silvia Dolinko ..................................................................................295
“Prólogo, Pintores y grabadores rioplatenses”, Jorge Romero Brest .............................301
Romualdo Brughetti, Cristina Rossi ................................................................................305
“Presencia del espíritu en hombres de la Argentina”,
Romualdo Brughetti .....................................................................................................310
Jorge López Anaya, Natalia Pineau .................................................................................. 317
“El absurdo y la ficción en una notable muestra”, Jorge López Anaya ......................322
1
Oswald Spengler, La decadencia de Occidente, tomo II, páginas 102,103 y 107.
2
Gabriel Tarde, Les lois de l´imitation, página 160, septième édition, París, Félix Alcan.
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tura. ¿Cuál es, frente a ella, nuestra acción efectiva? ¿Cuál ha sido hasta
hoy? He aquí cómo debe encararse el problema de nuestro nacionalismo.
¿Qué hemos hecho en todos los órdenes de nuestra actividad cultural? La
respuesta es fácil. Adoptar con amplitud libérrima cuanto convenía incor-
porar a nuestra cambiante actividad nacional. Nada menos, nada más.
Preguntemos ahora: ¿Cómo nos define esta adopción omnímoda y qué
significamos merced a ella vistos por los herederos de las viejas culturas,
difundidas en el Viejo Mundo? ¿Somos los continuadores de esas culturas,
o nos limitamos a remendar sus formas exteriores, sin penetrar su esencia
y sin comprender ni su alteza ni su nobleza? En el primer caso nos ajus-
tamos a una de las leyes fundamentales de la sociedad y el arte: al princi-
pio de la imitación. En el segundo nos disgregamos repitiendo fórmulas
muertas. La vida psíquica oscila fatalmente entre dos términos. Indico un
fenómeno minuciosamente analizado al repetir que el principio de imita-
ción es una de las leyes fundamentales de la vida. Es uno de los problemas
de la psicología y de la sociología contemporáneas mejor estudiados. No
nos sorprenda, pues, si alguien resume en este principio todo el curso de
la historia. La historia que es para Herder una educación del género huma-
no, para Kant una evolución del concepto de libertad y un desenvolvimien-
to del espíritu universal para Hegel, es para Gabriel Tarde un conjunto de
imitaciones felices. Escuchad sus palabras: la historia, según los eruditos,
será la colección de las cosas más célebres. Nosotros diríamos mejor: de
las cosas más acertadas, esto es, de las iniciativas más imitadas.3
3
Obra citada, página 151.
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4
Gabriel Séailles, Les affirmations de la conscience moderne, página 176, París, Armand Colin,
1903.
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El tipo étnico
En el prólogo de Conflictos y armonías de las razas en América pregunta Sar-
miento: ¿Somos Argentinos? ¿Desde cuándo y hasta dónde? Es fácil con-
testar desde cuándo políticamente. Existe en el mapamundi un territorio
dilatado y rico en el cual se contiene un pueblo de genio flexible y alerta,
a cuya capacidad de ideales es aventurado fijar límites previsibles. ¿Tiene
ese pueblo una constitución mental que le sea propia, una cultura tradi-
cional, caracteres étnicos derivados de los primitivos pobladores del suelo
que habita? Cuando empleamos aquí la palabra raza lo afirmamos y lo con-
firmamos invocando la tradición de nuestro nacionalismo. Ambos térmi-
nos son, no obstante, confusos. Pero es el caso que dentro y fuera del país
se preconiza una argentinidad, y a ella acuden para exigirnos modos esté-
ticos que la expliquen y la ilustren. He aquí las causas de este equívoco.
Existe en la Argentina un tipo étnico definido. Es el producto de una amal-
gama conclusa. La población indígena sería el plasma. A ella se mezcla pri-
mero el español, dando por resultado el mestizaje, que luego se transfor-
ma debido a las copiosas inmigraciones europeas, para formar así el tipo
de pura argentinidad. Este sería hoy el poblador de nuestro territorio. Si no
propiamente raza, somos un grupo étnico diferenciado y poseemos una
cohesión espiritual tan definida como para dar formas propias a un arte;
es decir, a toda una cultura. Esta es la creencia de unos y las aspiración de
otros, el supuesto de Europa y el anhelo de nuestra mente. Pero vosotros
sabéis que la realidad es otra. Vosotros sabéis que no existe un tipo étnico
predominante. Ahora bien, en este concebirnos como raza autóctona finca
el equívoco, para mí esencial. Cuando el extranjero observa nuestro arte no
ve realmente lo que hay en él: percibe una disonancia al hallarse en presen-
cia de algo conocido, de algo que, empero, debiera armonizar con su ser y
sentir íntimos. Creyó hallar el exotismo de una expresión semicivilizada...
todo ello en estrecha cohesión con normas mentales propias de un pueblo
naciente. ¡Dichosa juventud de América! ¿No fue Carlyle quien dijo que la
juventud de América era la madurez de Europa?
Arte nacional
Entonces es cuando nos piden un arte propio, es cuando nos piden que ha-
gamos penetrar en la trama de nuestra sensibilidad indígena-americana la
luz de nuestro cielo, así como el gusano que, iluminado por la luz azul, imita el
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azul en la tela que teje. Es cuando nos exigen un arte nacional; es decir, cuan-
do nos exigen a nosotros lo que ya no existe en ninguna parte. Y como esta
afirmación acaso parezca demasiado categórica, permitiéndome refrendar-
la con la autoridad de quien estudió el problema ajustándose a disciplinas
científicas: Hoy ya no existe ningún pueblo que tenga un arte nacional –dice
Gustave Le Bon– y todos, ya sea en arquitectura, ya en escultura, viven de co-
pias más o menos felices de épocas desaparecidas.5 En ninguna época de la his-
toria alcanzó la civilización mayor altura que en la nuestra, y en ninguna qui-
zá hubo un arte menos personal. Volvemos aquí al concepto spengleriano...
Y repitiendo a Emite Hennequin, que hace extensiva su observación a todas
las artes, dice Guyau a su vez: La historia y la novela modernas hacen ver que
las sociedades, por un efecto gradual de la heterogeneidad, tienden a descom-
ponerse en un número cada vez más creciente de medios independientes, así
como estos últimos en individuos cada vez menos semejantes. Por el desarrollo
gradual de esta independencia de los espíritus es por lo que se explica en el do-
minio del arte la persistencia cada vez menos larga de las escuelas y su multipli-
cación, el carácter cada vez menos nacional de las artes a medida que la civiliza-
ción a que pertenecen se desarrolla y aumenta. Hablando con propiedad, ya no
existe literatura francesa, y la literatura inglesa misma comienza a diversificarse.6
En las épocas antiguas, cuando eran más reducidos los centros in-
telectuales, menos frecuentes las comunicaciones, todavía eran posibles
las escuelas en arte. Era más fácil crear un estado de espíritu común a toda
una región, conforme lo observamos en los distintos centros renacentis-
tas. Y aun así no siempre se pueden indicar aires de familia en los pintores
y escultores de zonas determinadas. Hoy es ya del todo imposible. Hablar,
pues, del arte nacional es acudir a términos abusivos. Los japoneses mis-
mos, que poseyeron hasta ayer un arte inconfundiblemente propio, tien-
den hoy a desnacionalizarse, a hacer de su arte autóctono un arte europeo,
es decir, cosmopolita. Pero, ciñéndonos a Occidente, y de un modo más
concreto a los países que mejor conoce nuestro público, podemos citar
ejemplos muy ilustrativos. Citemos tres nombres cuya obra es, desde lue-
go, bien notoria: Zuloaga, Darío de Regoyos, Anglada. ¿Hay en ellos un
rasgo que les sea común? ¿Es perceptible en ellos el ya mentado aire de
familia? Si a ello nos atenemos ¿dónde está el nacionalismo de su pintu-
5
Lois psichologiques de l´évolution des peuples, página 58, onzième édition, Félix Alcan, París, 1913.
6
L´art au point de vue sociologique, página 137, quatorzième édition, Félix Alcan, París, 1926.
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8
Obra citada, página 89.
9
Les influences ancestrales, nota de la página 228, Ernest Flammarion, editor, París, 1919.
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Arte de plenitud
Ahora bien: si nosotros no somos un derivado –como no lo somos, en
efecto– de una remota paternidad indígena, y excluimos del foco europeo
los grados de nuestra mentalidad, presentamos al mundo un caso en ver-
dad inexplicable.
Concebido así, nuestro arte, la cultura toda de nuestro espíritu, sería
efecto de un exabrupto sin precedentes en la historia de la humanidad. Ci-
ñéndonos a la escultura, ofreceríamos un fenómeno asombroso. De Caffe-
rata a Yrurtia, a Lagos, a Riganelli, a Fioravanti, se establece un nexo. En
cambio, ¿quién intentaría relacionar a Cafferata y a Correa Morales con la
escultura indígena, y señalar en el Falucho y en el Esclavo formas derivadas
del primitivo arte quechua, por ejemplo? El arte de ambos nos enlaza con
la tradición europea: es arte de Europa realizado aquí por quienes tenían
una mentalidad europea. Lucio Correa Morales descendía de españoles,
así como Francisco Cafferata era de ascendencia italiana. Europa los tra-
jo cuando la vocación –herencia psicológica al fin– los llevó a buscar una
educación estética superior que este medio no podía ofrecerles entonces.
No se advierte en ellos –como no es posible advertirlo en ningún artista
argentino– la transformación de formas estéticas derivadas de los primiti-
vos pobladores de este suelo.
Hay allí una semejanza mental, que se eslabona a otros modos de cohe-
sión. A ello se arriba por grados, lentamente, como en geología, de capa en capa,
distribuidas por el factor tiempo, regidas por él y por él unidas en el espacio.
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10
Cuando esta fórmula llegue a nosotros será para extremarse en el concepto de Ingres: Il faut
caractériser jusqu’à la caricature.
11
No deseo confirmar esta observación aludiendo a las miniaturas romanas de Egipto y a la
miniatura romana conservada en el Museo de Nápoles, muy bellas por lo demás.
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12
Citado en Carlos Antonio Bunge. Véase Nuestra América, página 168.
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nas? Si esto es así, nos vemos precisados a repudiar nuestro arte, por lo
menos en los artistas que lo representan, con más altura y con mayor no-
bleza. ¿Por qué? Porque Fader era hijo de padre alemán y madre france-
sa; porque Yrurtia es de ascendencia vasca; porque los padres de Rigane-
lli son romanos y romañolos son los de Fioravanti; porque son italianos
los de Rovatti, Bigatti; porque Alfredo Guido es hijo de padre genovés y
madre nacida en Marsella de padres piamonteses; porque era francesa
la madre de Bermúdez y el padre peruano de ascendencia española; por-
que son italianos los padres de Collivadino; porque es español el padre de
Quirós, y entrerriana de ascendencia portuguesa, la madre. Puedo multi-
plicar los ejemplos recordando la prosapia genovesa de Schiaffino, de De-
lla Valle, de Ballerini, de Sívori, sin omitir a Giudici –no Giudice– que era,
por lo demás, italiano hijo de italiano. Y ahora también recuerdo que es
genovesa la madre de fray Guillermo Butler e irlandés el padre. ¿Necesita-
ré incluir a tres arquitectos jóvenes para señalar la prosapia vascuence en
Martín Noel, inglesa en Carlos F. Arcell y holandesa en Arturo Prins? Según
podemos advertir, la imaginación no nos ha traído solamente la fecunda
iniciativa del buen arado etrusco o los costosos ejemplares ganaderos que
constituyen el orgullo de nuestras exposiciones rurales.
Aspiremos a definirnos en este inmenso crisol donde bullen tantas y
tan poderosas confluencias en vías de transformación. Pero procedamos
con cautela cuando teoricemos acerca de ello, y nos mueva el propósito
de construir teorías de alcance estético-sociológico. Bien está el criollismo
campero de Hernández, bien está el urbanismo criollo de Carriego, pero
no pongamos en ese criollismo ninguna intención excluyente. Aplicada a
las artes plásticas, esa intención sería desastrosa: provocaría un éxodo tras
el cual sólo quedaría una inmensa llanura desierta sin esperanza ya de ver-
la florecer con igual magnificencia.
Digo que la nacionalidad del tema ni determina la emoción, ni la in-
tensifica, ni la individualiza. Lo prueba la historia del arte, a lo largo de zo-
nas diversas. Y en cuanto desarrolla motivos de índole religiosa, lo certifi-
can veinte siglos, desde las pinturas catacumbarias a Puvis Chavannes. Se
podrán indicar modos y estilos diversos, formas y técnicas desemejantes,
pero nadie distinguirá grados de emoción nacionalizándose en el tema de-
sarrollado.
Nos queda todavía otro ejemplo, extensivo asimismo a distintas épo-
cas, incluso a la nuestra; aludo al arte del retrato. La distinta nacionalidad
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de los modelos trae y lleva a los pintores y los obliga a pintar, no pocas ve-
ces, fuera de su comarca, imágenes que nada tienen de común con la na-
cionalidad del artista. Así Van Dick pinta en Génova y en Londres, y si hay
o no pareja fuerza emotiva relacionando estas obras con las que pinta en
Amberes, dígalo la maravillosa multiplicidad de sus evocaciones icono-
gráficas. Citemos, por fin, dos momentos de prodigiosa culminación en el
arte y comprobemos que al pintar Ticiano en Augsburgo el retrato ecuestre
de Carlos V y Velázquez en Roma el retrato cedente de Inocencio X, glo-
rifican al césar y al pontífice en una nueva inmortalidad, porque hacen de
ellos dos impresionantes arquetipos humanos.
En esto reside precisamente el don del artista: en la simpatía univer-
sal que le hace penetrar todas las cosas, en la facultad de sentirlas vibrar
en lo más íntimo de su alma e identificarse con ellas y ser de ellas viva irra-
diación.
13
Juan Túmburus, Síntesis histórica de la Medicina Argentina, página 120.
14
Ibíd., página 121.
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