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PEP Web - Notas sobre la formación de símbolos 30/08/19 17)32

Segal, H. (2013). Notas sobre la formación de símbolos. Rev. Psicoanál. Asoc. Psico. Madrid, 69:53-72.

(2013). Revista de Psicoanálisis, 69:53-72

Notas sobre la formación de símbolos*


Hanna Segal
La comprensión e interpretación del simbolismo inconsciente es una de las herramientas principales del psicoanalista. A menudo
éste se enfrenta con la tarea de comprender y reconocer el significado, no solamente de un determinado símbolo, sino también de todo
el proceso de la formación de símbolos. Esto se aplica, especialmente, al trabajo con pacientes que presentan una perturbación o
inhibición en la formación o en el uso libre de símbolos, como es el caso de los pacientes psicóticos o esquizoides.
Por poner un ejemplo muy sencillo de dos pacientes. Uno -a quien llamaré A- era un esquizofrénico en un hospital mental. En una
ocasión, el doctor le preguntó por qué, a partir de su enfermedad, había dejado de tocar el violín. El paciente contestó con cierta
violencia: «¿Por qué? ¿Acaso espera que me masturbe en público?».
Otro paciente, B, soñó una noche que él y una joven estaban tocando un dueto de violín. Sus asociaciones se refirieron a juguetear
con los dedos, masturbarse, etc., de lo cual emergió claramente que el violín representaba sus genitales y, tocar el violín, representaba
una fantasía masturbatoria de una relación con la joven.
Así que tenemos a dos pacientes que aparentemente utilizan los mismos símbolos en la misma situación -un violín que representa
los genitales masculinos y, tocar el violín, que representa la masturbación-. Sin embargo, el modo en que funcionan los símbolos es
muy diferente. Para A, el violín se había equiparado hasta tal punto con sus genitales, que se le hacía imposible tocarlo en público.
Para B, tocar el violín en su vida de vigilia era una sublimación importante. Podríamos decir que la principal diferencia entre ellos es
que, para A, el significado simbólico del violín era consciente y, para B, inconsciente. No creo, sin embargo, que esta fuese la
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*Segal H (1957). Notes on symbol formation. International. Journal of Psycho-Analysis 38: 391-7. Reproduced with permission of
Blackwell Publishing Ltd. Traducido por M.ª Eugenia Cid Rodríguez.
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diferencia más importante entre los dos pacientes. En el caso de B, el hecho de que el significado del sueño se hiciese completamente
consciente, no le había impedido en modo alguno utilizar el violín. Por otra parte, en A, había muchos símbolos operando en su
inconsciente del mismo modo en que utilizaba el violín en el nivel consciente.
Tomemos otro ejemplo, en este caso de un paciente esquizofrénico en una situación analítica. Un día, en las primeras semanas de
su análisis, entró sonrojado y con una risita tonta y no me habló durante toda la sesión. Posteriormente, descubrimos que antes de la
sesión había asistido a su clase de terapia ocupacional de carpintería, en la que estaba fabricando un taburete. La razón de su silencio,
de su sonrojo y su risita tonta era que no podía hablarme sobre el trabajo que estaba realizando. Para él, el taburete (stool) de madera
en el que estaba trabajando, la palabra «taburete» (stool) que tendría que utilizar para referirse a ello, y las heces (stool) que depositaba
en el váter1, eran experimentados como tan completamente idénticos que era incapaz de hablarme de ello. Su análisis posterior reveló
que esta ecuación de tres stool, la palabra, el banquillo y las heces, era, en ese momento, completamente inconsciente. De lo único que
era consciente era que se sentía avergonzado y no podía hablar conmigo.
La diferencia principal entre los dos pacientes citados en su utilización del violín como símbolo de los genitales masculinos, no
era que en un caso el símbolo fuese consciente y en el otro inconsciente, sino que en el primer caso el paciente sentía realmente que
eran los genitales, y en el segundo que los representaba.
Según la definición de Ernest Jones (1916), el violín de A, el esquizofrénico, sería considerado un símbolo. Del mismo modo que
en el sueño de B. Pero no sería un símbolo en la vida de vigilia de B cuando lo utilizaba en la sublimación.
En su artículo escrito en 1916, Jones distinguía entre simbolismo inconsciente y otras formas de «representación indirecta», y
propuso la siguiente formulación sobre el verdadero simbolismo inconsciente:
I. Un símbolo representa lo que ha sido reprimido de la consciencia y todo el proceso de simbolización se lleva a cabo
inconscientemente.
II. Todos los símbolos representan ideas «del self y las relaciones consanguíneas directas y los fenómenos del nacimiento, la
vida y la muerte».
III. Un símbolo tiene un significado constante. Se pueden utilizar

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1 En inglés «stool» significa «taburete» y «heces» (N. de la T.).
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muchos símbolos para representar la misma idea reprimida, pero un símbolo dado tiene un significado constante que
es universal.
IV. El simbolismo emerge como resultado del conflicto intrapsíquico entre «las tendencias represoras y lo reprimido».
Además: «Solo lo que está reprimido es simbolizado; solo lo que está reprimido necesita ser simbolizado».
Además, Jones distingue entre sublimación y simbolización y dice: «Los símbolos surgen cuando el afecto con el que está
investida la idea simbolizada, no resulta susceptible, en lo que concierne al símbolo, de esa modificación cualitativa que denota el
término sublimación».
Resumiendo los puntos de Jones, se podría decir que cuando es necesario renunciar a un deseo a causa del conflicto y se reprime,
aquel puede expresarse de una forma simbólica, y el objeto del deseo al que ha tenido que renunciar puede ser reemplazado por un
símbolo.
El trabajo analítico ulterior, y en especial el análisis a través del juego con niños pequeños, ha confirmado plenamente algunos de
los principales puntos de la formulación de Jones. Los primeros intereses e impulsos del niño se dirigen hacia el cuerpo de los padres y
hacia el suyo propio, y son esos objetos e impulsos que existen en el inconsciente los que dan origen a todos los intereses posteriores
por medio de la simbolización. Sin embargo, la formulación de Jones, según la cual los símbolos se forman cuando no hay
sublimación, pronto suscitó desacuerdos. De hecho, el propio Jones, al igual que Freud, escribió muchos trabajos interesantes
analizando el contenido de obras de arte. En 1923, en su artículo sobre análisis de niños, Melanie Klein (1923) manifestó su desacuerdo
con Jones acerca de la relación entre simbolización y sublimación e intentó mostrar que el juego de los niños -una actividad
sublimada- es una expresión simbólica de las ansiedades y los deseos.
Podríamos considerarlo como una cuestión de terminología y aceptar la formulación de Jones de que deberíamos llamar símbolos
solamente a aquellos sustitutos que reemplazan al objeto sin ningún cambio del afecto. Sin embargo, extender la definición incluyendo
los símbolos utilizados en la sublimación, tiene grandes ventajas. En primer lugar, la definición más amplia se corresponde mejor con
el uso lingüístico común. El concepto de Jones excluye la mayor parte de lo que en otras ciencias y en el lenguaje cotidiano se conoce
como «símbolo». En segundo lugar -más tarde elaboraré este punto- parece haber un desarrollo continuo desde los símbolos
primitivos, tal y como los describió Jones, hasta los símbolos utilizados en la autoexpresión, la comunicación, el descubrimiento, la
creación, etc. En tercer lugar, es difícil establecer una conexión entre los deseos primitivos
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tempranos y los procesos en la mente, y el desarrollo posterior del individuo, a menos que se admita el concepto más amplio de
simbolismo. Según el enfoque analítico, el interés del niño en el mundo externo está determinado por una serie de desplazamientos de
los afectos e intereses, desde los objetos más tempranos hasta los nuevos. Y, de hecho, ¿cómo podría lograrse tal desplazamiento si no
por medio de la simbolización?
En 1930, Melanie Klein (1930) planteó el problema de la inhibición en la formación de símbolos. Describió a un niño autista de
cuatro años, Dick, que no podía hablar ni jugar; no manifestaba ningún afecto, ni ansiedad y no tenía ningún interés por su entorno,
excepto por las manillas, las estaciones y los trenes, que parecían fascinarle. Su análisis reveló que el niño estaba aterrorizado de su
agresión hacia el cuerpo de la madre y también del cuerpo de esta, que él sentía que se había vuelto malo por sus ataques contra aquel.
Debido a la intensidad de sus ansiedades había erigido poderosas defensas contra sus fantasías acerca de ella. El resultado fue una
parálisis de sus fantasías y de la formación de símbolos. No había dotado al mundo que lo rodeaba de ningún significado simbólico y,
por lo tanto, no tenía ningún interés en él. Melanie Klein llegó a la conclusión de que, si no se produce la simbolización, todo el
desarrollo del yo se detiene.
Si aceptamos esta idea, se deriva que el proceso de simbolización requiere un nuevo y más cuidadoso estudio. Para comenzar, me
parece útil, siguiendo a C. Morris (1938), considerar la simbolización como una relación entre tres términos, una relación entre la cosa
simbolizada, la cosa que funciona como un símbolo, y una persona para quien una representa a la otra. En términos psicológicos, el
simbolismo sería una relación entre el yo, el objeto y el símbolo.
La formación de símbolos es una actividad del yo en su intento de manejar las ansiedades provocadas por sus relaciones con el
objeto. Principalmente, el temor a los objetos malos y el temor a la pérdida o inaccesibilidad de los objetos buenos. Los trastornos en la
relación del yo con los objetos se reflejan en los trastornos de la formación de símbolos. En particular, los trastornos en la
diferenciación entre el yo y los objetos dan lugar a perturbaciones en la diferenciación entre el símbolo y el objeto simbolizado y, por
lo tanto, al pensamiento concreto característico de las psicosis.
La formación de símbolos comienza muy temprano, probablemente tanto como las relaciones objetales, pero sufre modificaciones
en su carácter y sus funciones con los cambios en el carácter del yo y las relaciones objetales. Me parece que, no solo el propio

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contenido del símbolo sino también la manera en que los símbolos se forman y se utilizan, reflejan
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de una manera muy precisa el estado de desarrollo del yo y su forma de tratar a los objetos. Si se entiende el simbolismo como una
relación de tres términos, los problemas de la formación de símbolos siempre deberán ser examinados en el contexto de la relación del
yo con sus objetos.
Intentaré describir brevemente algunas actitudes básicas del yo hacia los objetos y el modo en que pienso que influyen en el
proceso de la formación de símbolos y el funcionamiento del simbolismo. Mi descripción está basada en los conceptos de Melanie
Klein (1930) de posición esquizoparanoide y posición depresiva. Según Klein, la etapa oral del desarrollo se divide en dos fases, siendo
la más temprana el punto de fijación del grupo de las enfermedades esquizofrénicas y, la última, la de las maníaco-depresivas. En mi
descripción, que necesariamente será muy esquemática, seleccionaré solo aquellos aspectos que son directamente relevantes en el
problema de la formación de símbolos.
Las principales características de las primeras relaciones objetales son las siguientes: el objeto es percibido como escindido en uno
idealmente bueno y uno completamente malo. El objetivo del yo es la unión total con el objeto ideal y la aniquilación total del objeto
malo, así como de las partes malas del self. Hay un predominio del pensamiento omnipotente y el sentido de la realidad es intermitente
y precario. El concepto de ausencia apenas existe. Cada vez que no se logra el estado de unión con el objeto ideal, lo que se
experimenta no es la ausencia; el yo se siente atacado por la contraparte del objeto bueno, esto es, el objeto u objetos malos. Es el
momento de la satisfacción alucinatoria del deseo, descrita por Freud, cuando el pensamiento crea a los objetos que entonces se
experimentan como disponibles. Según Melanie Klein, este es también el momento de las alucinosis malas cuando, si las condiciones
ideales no se satisfacen, el objeto malo es igualmente alucinado y sentido como real.
Un mecanismo de defensa predominante es la identificación proyectiva. En la identificación proyectiva, el sujeto, en la fantasía,
proyecta partes de sí mismo dentro del objeto, y éste llega a identificarse con las partes del self que siente que contiene. De manera
similar, los objetos internos son proyectados fuera e identificados con partes del mundo externo que llegan a representarlos. Estas
primeras proyecciones e identificaciones son el comienzo del proceso de formación de símbolos.
No obstante, el self no experimenta a esos símbolos tempranos como símbolos o sustitutos, sino como el objeto original mismo.
Son tan diferentes a los símbolos que se forman posteriormente que creo que se merecen un nombre propio. En mi artículo de 1950
(Segal, 1950) sugerí el término «ecuación». Esta palabra, sin embargo, los diferencia demasiado del término «símbolo» y me gustaría
cambiarla aquí por «ecuación simbólica».
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La ecuación simbólica entre el objeto original y el símbolo en el mundo interno y en el externo es, creo, la base del pensamiento
concreto de los esquizofrénicos, en donde los sustitutos de los objetos originales, o partes del self, pueden ser usados bastante
libremente pero, como ocurre en los dos ejemplos de esquizofrénicos que he citado, apenas difieren del objeto original: se los vive y
trata como si fuesen idénticos a él. Esta no-diferenciación entre la cosa simbolizada y el símbolo es parte de una perturbación en la
relación entre el yo y el objeto. Partes del yo y de los objetos internos se proyectan dentro de un objeto y se identifican con él. La
diferenciación entre el self y el objeto se desvanece. Entonces, puesto que una parte del yo se confunde con el objeto, el símbolo, que
es una creación y función del yo, se confunde a su vez con el objeto que es simbolizado.
Cuando tales ecuaciones simbólicas se forman en relación a los objetos malos, se intenta tratarlas como al objeto original, es decir,
a través de la aniquilación o escotomatización. En el artículo de Melanie Klein citado anteriormente (Klein, 1930), parece como si
Dick no hubiese formado relaciones simbólicas con el mundo externo. El trabajo fue escrito muy al comienzo del análisis de Dick y
me pregunto, basándome en mi propia experiencia con esquizofrénicos, si quizá no se habría desvelado posteriormente que Dick había
formado numerosas ecuaciones simbólicas en el mundo externo. De ser así, éstas habrían soportado toda la ansiedad experimentada en
la relación con el objeto original persecutorio o generador de culpa, esto es, el cuerpo de su madre, de manera que él había tenido que
tratarlas por medio de la aniquilación, es decir, por medio de la retirada total del interés. Algunos de los símbolos que él había formado
a medida que el análisis progresaba y empezaba a mostrar interés en determinados objetos de la consulta, parecían tener las
características de las ecuaciones simbólicas. Por ejemplo, cuando vio algunas virutas de lápiz, dijo: «Pobre señora Klein». Para él las
virutas eran la señora Klein cortada en trocitos.
Este fue el caso también en el análisis de mi paciente Edward. En una fase determinada del análisis, se había producido un cierto
grado de formación de símbolos sobre la base de ecuaciones simbólicas, de manera que se desplazó alguna ansiedad desde la persona
de su analista, sentida como el objeto malo interno, hacia sustitutos en el mundo externo. Desde entonces, utilizó la escotomatización
para tratar a los numerosos perseguidores externos. Aquel período de su análisis, que duró varios meses, se caracterizó por un
estrechamiento extremo de sus intereses en el mundo externo. En aquel momento, incluso su vocabulario se empobreció mucho. Se
prohibía a sí mismo y me prohibía utilizar muchas palabras que él
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sentía que tenían el poder de producir alucinaciones y que, por lo tanto, tenían que ser abolidas. Esto es sorprendentemente similar a la
conducta de una tribu paraguaya, los Abipones, que no pueden tolerar nada que les recuerde a los muertos. Cuando muere un miembro
de la tribu, todas las palabras que tienen alguna afinidad con los nombres del difunto son inmediatamente omitidas del vocabulario.
Como consecuencia, su lenguaje resulta difícil de aprender, puesto que está lleno de clichés y neologismos que reemplazan a las
palabras prohibidas.
El desarrollo del yo y los cambios en la relación del yo con sus objetos son graduales, y así es también el cambio desde los
símbolos tempranos, que he llamado ecuaciones simbólicas, a los símbolos completamente formados en la posición depresiva. Por lo
tanto, es solo por razones de claridad que haré aquí una diferenciación muy marcada entre las relaciones del yo en la posición
esquizoparanoide y en la posición depresiva respectivamente, e igualmente haré una marcada diferenciación entre las ecuaciones
simbólicas y los símbolos formados durante y después de la posición depresiva.
Cuando se ha alcanzado la posición depresiva, la principal característica de la relación de objeto es que el objeto se experimenta
como un objeto total. En conexión con esto, hay un mayor grado de consciencia y distinción de la diferenciación entre el yo y el
objeto. Al mismo tiempo, dado que el objeto es reconocido como un todo, la ambivalencia se experimenta más plenamente. En esta
fase, el yo lucha con su ambivalencia y su relación de objeto se caracteriza por la culpa, el temor a la pérdida o a la experiencia real de
pérdida y el duelo, y el esfuerzo por recrear al objeto. Al mismo tiempo, los procesos de introyección se vuelven más pronunciados
que los de proyección, al mantenerse el esfuerzo por retener al objeto dentro, así como por repararlo, restaurarlo y recrearlo.
En las circunstancias favorables del desarrollo normal, después de repetidas experiencias de pérdida, recuperación y recreación,
un objeto bueno se establece de forma segura en el yo. A medida que el yo se desarrolla y se integra, tres cambios en la relación con el
objeto afectan de un modo esencial el sentido de realidad del yo. Junto con un aumento del reconocimiento de la ambivalencia, la
disminución de la intensidad de la proyección y la diferenciación creciente entre el self y el objeto, se produce también un sentido
creciente de la realidad tanto interna como externa. El mundo interno llega a diferenciarse del mundo externo. El pensamiento
omnipotente, característico de la fase más temprana, gradualmente va dando paso a un pensamiento más realista. Simultáneamente, y
como parte de este mismo proceso, se produce una cierta modificación de las metas
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instintivas primarias. Antes, la meta era poseer totalmente al objeto, si éste era sentido como bueno, o aniquilarlo completamente si era
sentido como malo. Con el reconocimiento de que el objeto bueno y el malo son uno mismo, ambas metas instintivas son
gradualmente modificadas. El yo está cada vez más preocupado con salvar al objeto de su agresión y posesividad. Y esto implica un
cierto grado de inhibición de las metas instintivas directas, tanto agresivas como libidinales.
Esta situación es un poderoso estímulo para la creación de símbolos, y los símbolos adquieren nuevas funciones que modifican su
carácter. El símbolo es necesario para desplazar la agresión lejos del objeto y, de esa manera, disminuir la culpa y el temor a la pérdida.
El símbolo no es aquí un equivalente del objeto original, puesto que la meta del desplazamiento es salvar al objeto, y la culpa
experimentada entonces es mucho menor que la que se debe a un ataque al objeto original. Los símbolos también se crean en el mundo
interno como medio para restaurar, recrear, recapturar y volver a tener al objeto original. Pero, de acuerdo con el mayor sentido de la
realidad, ahora se los experimenta como creados por el yo y, por lo tanto, nunca se los equipara completamente con el objeto original.
Freud (1923) postula que una modificación de las metas instintivas es la precondición básica para la sublimación. Desde mi punto
de vista, la formación de símbolos en la posición depresiva necesita alguna inhibición de la meta instintiva directa en relación al objeto
original y, por lo tanto, los símbolos se vuelven disponibles para la sublimación. Los símbolos, creados internamente, pueden entonces
ser re-proyectados dentro del mundo externo, dotándolos de un significado simbólico.
La capacidad para experimentar la pérdida y el deseo de recrear al objeto dentro de uno mismo, le da al sujeto la libertad
inconsciente en el uso de los símbolos. Y como el símbolo es reconocido como una creación del sujeto, a diferencia de la ecuación
simbólica, puede ser utilizado libremente por el sujeto.
Cuando un sustituto en el mundo externo es usado como un símbolo, podrá ser utilizado más libremente que el objeto original,
puesto que no está completamente identificado con este. Sin embargo, en la medida en que se distingue del objeto original también es
reconocido como un objeto en sí mismo. Sus características propias son reconocidas, respetadas y utilizadas, porque ninguna confusión
con el objeto original difumina las características del objeto nuevo utilizado como símbolo.
En un análisis a veces podemos seguir muy claramente los cambios en
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las relaciones simbólicas en la actitud del paciente con sus heces. En el nivel esquizoide, el paciente supone que sus heces son el pecho
ideal. Si no puede mantener esta idealización sus heces se vuelven persecutorias y son expulsadas como un pecho mordido, destruido y
perseguidor. Si el paciente trata de simbolizar sus heces en el mundo externo, experimenta los símbolos en dicho mundo externo como
heces, es decir, perseguidores. En estas condiciones, la sublimación de las actividades anales se hace imposible.
En el nivel depresivo, la sensación es que el pecho introyectado ha sido destruido por el yo y puede ser recreado por el yo. Las

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heces pueden ser experimentadas entonces como algo creado por el yo fuera del objeto y pueden ser valoradas como un símbolo del
pecho y al mismo tiempo como un producto bueno de la propia creatividad del yo.
Cuando se ha establecido esta relación simbólica con las heces y otros productos corporales, puede tener lugar una proyección en
sustancias en el mundo externo tales como pintura, plastilina, arcilla, etc., y pueden entonces ser utilizadas para la sublimación.
Esta etapa del desarrollo no se alcanza, por supuesto, de forma irreversible. Si las ansiedades son demasiado intensas, puede
producirse una regresión a la posición esquizoparanoide en cualquier etapa del desarrollo del individuo que puede recurrir de nuevo a
la identificación proyectiva como una defensa contra la ansiedad. Por consiguiente, los símbolos que se han desarrollado y que han
funcionado como símbolos en la sublimación, revierten a las ecuaciones simbólicas concretas. Esto se debe fundamentalmente a que
en la identificación proyectiva masiva el yo se confunde de nuevo con el objeto, el símbolo se confunde con la cosa simbolizada y, por
lo tanto, se transforma en una ecuación.
En el ejemplo del paciente esquizofrénico A, citado al comienzo de este trabajo, se produjo un derrumbe de una sublimación ya
establecida. Antes de la descompensación esquizofrénica, el violín había funcionado como un símbolo y había sido utilizado para los
propósitos de la sublimación. Solo se equiparó completamente al pene en el momento de su enfermedad. Las palabras que ciertamente
se habían desarrollado cuando el yo era relativamente maduro, llegan a equipararse con los objetos que debían representar, y se
experimentan como objetos concretos cuando tiene lugar la identificación proyectiva, con la confusión resultante entre los símbolos
creados por el yo, es decir, la palabra o incluso el pensamiento, y el objeto que debían simbolizar.
Llegado este punto, me gustaría resumir lo que entiendo por los términos «ecuación simbólica» y «símbolo» respectivamente, y
las condiciones bajo las que surgen. En la ecuación simbólica, el símbolo sustituto se
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siente como que es el objeto original. Las propiedades propias del sustituto no se reconocen ni se admiten. La ecuación simbólica se
usa para negar la ausencia del objeto ideal o para controlar al persecutorio. Pertenece a las fases más tempranas del desarrollo.
El símbolo propiamente dicho, disponible para la sublimación y para promover el desarrollo del yo, se siente que representa al
objeto. Sus características propias se reconocen, se respetan y se utilizan. Surge cuando los sentimientos depresivos predominan sobre
los esquizoparanoides y cuando se puede experimentar y tolerar la separación del objeto, la ambivalencia, la culpa y la pérdida. El
símbolo no se utiliza para negar sino para superar la pérdida. Cuando el mecanismo de la identificación proyectiva se usa como
defensa contra las ansiedades depresivas, los símbolos ya formados y que funcionan como símbolos revierten a las ecuaciones
simbólicas.
La formación de símbolos gobierna la capacidad para comunicarse, ya que toda comunicación se hace por medio de símbolos.
Cuando aparecen trastornos esquizoides en las relaciones objetales, la capacidad para comunicarse aparece igualmente perturbada,
primero porque se difumina la diferenciación entre el sujeto y el objeto y, en segundo lugar, porque faltan los medios de comunicación,
ya que los símbolos se sienten de una forma concreta y, por lo tanto, como no disponibles para los propósitos de la comunicación. Una
de las dificultades recurrentes en el análisis de los pacientes psicóticos es esta dificultad para la comunicación. Las palabras, por
ejemplo, sean del analista o del paciente, se experimentan como objetos o acciones, y no pueden ser fácilmente utilizadas para los
propósitos de la comunicación.
Los símbolos no solo son necesarios para la comunicación con el mundo externo sino también en la comunicación interna. De
hecho, cabría preguntarse qué entendemos cuando hablamos de personas que tienen un buen contacto con su inconsciente. No significa
que tienen fantasías primitivas conscientemente, como las que se hacen evidentes en sus análisis, sino simplemente que tienen algún
conocimiento sobre sus propios impulsos y conocimientos. Sin embargo, creo que queremos decir más que eso; queremos decir que
tienen una verdadera comunicación con sus fantasías inconscientes. Y esto, como cualquier otra forma de comunicación, solo se puede
establecer con la ayuda de los símbolos. De manera que en las personas que tienen «un buen contacto consigo mismas» hay una
constante y libre formación de símbolos, por la cual pueden percibir conscientemente y estar en control de las expresiones simbólicas
de las fantasías primitivas subyacentes. La dificultad para tratar a los pacientes
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esquizofrénicos y esquizoides yace no solo en que no pueden comunicarse con nosotros, sino en que no pueden comunicarse consigo
mismos. Cualquier parte de su yo puede estar escindida de cualquier otra sin acceso a la comunicación entre ellas.
La capacidad para comunicarse con uno mismo mediante el símbolos es, creo, la base del pensamiento verbal, es decir, la
capacidad para comunicarse con uno mismo por medio de las palabras. No toda la comunicación interna es verbal, pero todo
pensamiento verbal es una comunicación interna por medio de símbolos, es decir, palabras.
Un aspecto importante de la comunicación interna es la integración de los deseos, ansiedades y fantasías tempranas en las fases
posteriores del desarrollo mediante la simbolización. Por ejemplo, en la función genital completamente desarrollada, todas las metas
anteriores -anal, uretral, oral- pueden ser expresadas y satisfechas simbólicamente, un punto descrito bellamente en Thalasa de
Ferenczi (1923).

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Y esto me lleva al último punto de mi comunicación. Pienso que una de las tareas importantes llevadas a cabo por el yo en la
posición depresiva es la de manejar no solo las ansiedades depresivas, sino también los conflictos más tempranos no resueltos. Un
nuevo logro perteneciente a la posición depresiva, la capacidad para simbolizar y disminuir y resolver así los conflictos, se usa para
tratar los conflictos más tempranos no resueltos mediante su simbolización. Las ansiedades que no pudieron resolverse tempranamente
debido a la extrema concreción de la experiencia con el objeto y los objetos sustitutos en las ecuaciones simbólicas, pueden
gradualmente ser manejadas por un yo más integrado por la simbolización y de esa manera pueden ser integradas. En la posición
depresiva y posteriormente, los símbolos no solo se forman del objeto total destruido y recreado, característico de la posición
depresiva, sino también del objeto escindido -extremadamente bueno o extremadamente malo- y no solo del objeto total sino también
de los objetos parciales. Algunas de las relaciones objetales paranoides e ideales, y las ansiedades, pueden simbolizarse como parte de
un proceso integrativo en la posición depresiva.
Los cuentos de hadas son un ejemplo adecuado. Tratan básicamente de la bruja y el hada madrina, el príncipe encantado, el ogro,
etc., y tienen una gran cantidad de contenido esquizofrénico. Sin embargo, es un producto altamente integrado, una creación artística
que simboliza completamente los deseos y las ansiedades tempranas del niño. Me gustaría ilustrar la función de los cuentos de hadas a
través de un material del análisis de una adolescente esquizofrénica. Esta joven manifiestamente esquizofrénica desde los cuatro años
había tenido alucinaciones. Sin embargo, tenía
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una gran cantidad de rasgos depresivos y fases en su vida de una relativa mayor integración. En estos períodos, cuando se sentía menos
perseguida y, tal y como ella me dijo, podía experimentar algún anhelo hacia sus padres, solía escribir cuentos de hadas. En sus fases
peores, los personajes malos de sus cuentos cobraban vida y la perseguían. Un día, después de muchas semanas de silencio, en las que
obviamente tenía alucinaciones muy persecutorias, de repente se giró hacia mí y, con gran temor, me preguntó: «¿Qué son las brujas de
Lancashire?». Yo nunca había oído hablar de las brujas de Lancashire y la paciente jamás las había mencionado antes, pero yo sabía
que ella provenía de Lancashire. Después de algunas interpretaciones me dijo que cuando tenía alrededor de 11 años (época en la que
no había tenido alucinaciones durante un año completo), había escrito un cuento sobre las brujas de Lancashire. El período posterior de
su análisis que siguió a esta sesión fue muy revelador. Resultó que las brujas de Lancashire representaban tanto a ella como a su
madre. La situación de ansiedad se remontaba a su infancia temprana, cuando ella se vio a sí misma y a su madre devorándose
mutuamente o devorando a su padre. Cuando logró un mayor grado de integración y estableció una relación más realista con sus
padres, la situación temprana fue tratada por medio de la formación de símbolos, es decir, escribiendo un cuento sobre las brujas de
Lancashire. En el subsiguiente deterioro de su enfermedad, la situación persecutoria temprana reapareció con una intensidad muy
concreta pero en una nueva forma. El cuento cobró vida: las brujas de Lancashire, los personajes del cuento que había creado, se
habían convertido en una realidad externa concreta. En la consulta estaba claro que esta concretización del cuento dependía de la
identificación proyectiva. Se giró y me preguntó sobre las brujas de Lancashire. Suponía que yo sabría quienes eran. De hecho, la
paciente creía que yo era una bruja de Lancashire. Había fantaseado inconscientemente que había colocado dentro de mí la parte de
ella que había inventado a las brujas de Lancashire, y había perdido contacto con esa parte. Perdió todo sentido de la realidad en esta
proyección y todo recuerdo de que había creado este símbolo, «las brujas de Lancashire». Su símbolo llegó a confundirse conmigo, un
objeto externo real, de manera que me convertí para ella en una realidad externa concreta: yo me había transformado en una bruja de
Lancashire.
La forma en la que el yo más maduro, en el proceso de elaboración de la posición depresiva, maneja las relaciones objetales
tempranas, es de suma importancia. En la posición depresiva se puede alcanzar cierta integración y relaciones objetales totales,
acompañadas de la escisión de las experiencias yoicas más tempranas. En esta situación, existe algo parecido
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a una bolsa de esquizofrenia aislada en el yo que es una amenaza constante para la estabilidad. En el peor de los casos, se produce una
descompensación mental, y las ansiedades más tempranas y las ecuaciones simbólicas escindidas invaden al yo. En el mejor de los
casos, un yo relativamente maduro pero restringido, podrá desarrollarse y funcionar.
Sin embargo, si en la posición depresiva el yo es suficientemente fuerte y capaz de manejar las ansiedades, puede integrar dentro
de él muchas más situaciones tempranas y tratarlas por medio de la simbolización, enriqueciéndose con todo el caudal de las
experiencias más tempranas.
La palabra «símbolo» proviene del griego que significa reunir, juntar, integrar. Pienso que el proceso de formación de símbolos es
un continuo proceso de juntar e integrar lo interno con lo externo, el sujeto con el objeto, y las experiencias tempranas con las
ulteriores.

Post scriptum 1979: Notas sobre la formación de símbolos*


Desde que fue escrito este artículo, y en gran medida bajo la influencia del trabajo de Bion sobre la relación entre el continente y
el contenido, he llegado a pensar que no es la identificación proyectiva per se lo que produce la concretización. Hay que tener en

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cuenta la relación particular entre la parte proyectada y el objeto dentro del que se proyecta: el continente y el contenido. Para una
explicación más detallada, remito al lector al capítulo 7. En relación a la formación de símbolos, esta relación es de gran importancia.
Propongo dos ejemplos.
En el primero, el factor ambiental juega un importante papel. Un joven neurótico era capaz de funcionar la mayor parte del tiempo
en un nivel depresivo. Podía comunicarse de forma simbólica y tenía numerosas sublimaciones. Estos logros eran, sin embargo,
inseguros y en momentos de estrés, tendía a usar identificaciones proyectivas masivas acompañadas de regresión a niveles concretos
de funcionamiento. A veces, por ejemplo, tenía estados mentales casi alucinatorios.
Acudió a una sesión muy perturbado porque al despertarse había tenido una experiencia alucinatoria. Difería de una alucinación
solamente en la medida en que se agarraba desesperadamente a la creencia de que
—————————————
*Notes on symbol formation (post scriptum 1979) published in Hanna Segal (1986). The Work of Hanna Segal. A kleinian approach to clinical
practice. Delusion and artistic creativity and other psychoanalytic essays. Londres: Free Association Books & Maresfield Library. Traducido
por M.ª Eugenia Cid Rodríguez.
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debía ser el producto de su propia mente. Cuando se despertó, sintió que su cabeza era dura y vio a una motocicleta entrando dentro de
su cabeza. El motociclista llevaba puesta una especie de máscara, que hacía que su cabeza pareciese un dedo. Se sintió aterrorizado y
pensó que su cabeza podía explotar. Entonces miró a su propio dedo índice y se asustó porque su dedo parecía un gorila. Emergió de
un estado de ansiedad aguda solamente cuando pudo recordar la sesión anterior, en la que estuvo muy alterado por un ruido muy
intrusivo de unas motocicletas que se oían fuera de las ventanas del consultorio. Pensó que las motocicletas estaban conectadas con mi
hijo. Asoció el gorila a un niño psicótico que había sido descrito en un artículo como que se parecía a un gorila. Asoció el dedo a la
masturbación anal, sobre la que había hablado unos días antes. Su masturbación anal siempre estaba asociada con una identificación
proyectiva violenta dentro del ano de la analista/madre, tal y como ha sido descrita por Meltzer (1966). Pudimos analizar que las
motocicletas fuera de la ventana representaban su propio self intrusivo identificado con su dedo y con su pene, proyectado en un objeto
externo -la motocicleta- e invadiendo dentro de él. En esta conexión es importante que en el mundo externo había un objeto intrusivo
concreto en el que encajaba esta proyección. Se repetía así una situación infantil en la que, de hecho, había un hermano mayor muy
intrusivo que interfería en su relación con la madre incluso cuando era un bebé pequeñito. De manera que sus proyecciones estaban
concretizadas para él en el mundo externo.
Mi segundo ejemplo es una joven mucho más perturbada. En su caso, el trastorno parecía emerger de una envidia y un narcisismo
excesivos proyectados dentro de una madre excesivamente narcisista. Esta paciente no era psicótica pero puede que haya sido la
paciente más difícil de entender que jamás haya tenido. Sus comunicaciones verbales eran muy difíciles de seguir. A menudo tenía
dificultad en comprender el significado consciente. Tendía a utilizar mal las palabras, a lenguajes mixtos. Había incoherencias y
contradicciones en lo que decía. A menudo había poca conexión entre lo que decía, lo que quería decir y lo que verdaderamente
pensaba. El significado inconsciente era todavía más confuso. En otros pacientes, cuando la comunicación verbal es tan difícil,
podemos extraer importantes claves no verbales. Con esta paciente, con frecuencia faltaban las claves no verbales o eran engañosas. El
tono de su voz y su expresión facial apenas mostraban relación alguna con su estado mental. Habitualmente, me saludaba con una
relajada y amistosa sonrisa, no expresando ninguna señal de que verdaderamente estaba en un estado de desorden de ansiedad,
confusión y hostilidad. Su simbolismo era a veces muy concreto.
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Tenía estados de excitación corporal, sensaciones corporales bizarras, síntomas psicosomáticos, hipocondríacos e histéricos y a
menudo se quejaba de que no tenía sentimientos, solamente sensaciones físicas. Con frecuencia respondía a las interpretaciones con
sensaciones físicas. Las palabras eran experimentadas como cosas concretas, sentidas como trozos dentro de ella. Esto a menudo iba
acompañado de miedo a tener cáncer. En estas situaciones, con frecuencia podía ver cómo ella sentía que había invadido mi discurso y
lo convertía en su posesión física. Pero había un fenómeno opuesto. Su discurso podía decirse que era completamente abstracto.
Hablaba la mayor parte del tiempo con metáforas, clichés, términos técnicos. Con frecuencia generalizaba de tal modo que no dejaba
significado alguno. A veces hablaba durante mucho tiempo, y yo me daba cuenta de que no había dicho nada concreto ni real a lo que
yo pudiese agarrarme. Al mismo tiempo, podía observar cómo vaciaba mis palabras de todo significado, como si escuchase una
interpretación e inmediatamente la traducía a términos abstractos filosóficos o psicoanalíticos, distorsionando completamente su
significado. La fantasía inconsciente subyacente era la de que entraba dentro de mí y me vaciaba de todos los contenidos e igualmente
sentía que yo la vaciaba. El robo era un tema recurrente. En otros momentos, podía comunicar fragmentos disociados de trozos de su
experiencia que parecían funcionar como los «objetos bizarros» de Bion (1957).
En estos modos de funcionamiento, se puede ver un trastorno entre el continente y el contenido. Cuando estaba excesivamente
concreta, la parte proyectada estaba totalmente identificada con el continente. Cuando su comunicación estaba vacía de significado, el
continente y el contenido tenían una relación de vaciarse mutuamente uno al otro. Cuando estaba fragmentada y producía asociaciones

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del tipo de «objetos bizarros,” sus proyecciones habían escindido al continente en fragmentos.
En su caso, esta relación mutuamente destructiva entre la parte que proyectaba y el continente, parece estar relacionada con la
envidia y el narcisismo. No estaba permitida la existencia de nada fuera de ella misma que no originase envidia. Me gustaría
proporcionar algún material que lo ilustre.
Tenía varios sueños característicos que representaban su narcisismo. Por ejemplo, soñaba que estaba en la cama con un hombre
joven, pegada y fusionada con él, pero el joven era ella misma. Después de varios sueños de este tipo, trajo uno diferente: «Estaba en
una casa, cuyo tejado se estaba desintegrando. Ella no quería prestar atención porque vivía en el piso intermedio entre la planta baja y
el último piso». Tuvo
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algunas asociaciones al sueño, útiles y sorprendentemente comprensibles. Tenía uno de los tres apartamentos de una casa. El
propietario de la casa quería que ella participase de los costes de la reparación del ático. Estaba furiosa con esto porque sentía que no
era justo. Era cierto que había firmado un contrato según el cual tendría que participar, pero había sido imprudente al acordarlo. Su
apartamento, al estar en el medio, no corría peligro por la filtración del tejado, pero se sentía mal por los amigos que vivían en el
último apartamento. Además dijo que el intermedio debía de ser su vientre y empezó a quejarse de sus síntomas físicos y del estado de
su mente. El ático debía de ser su cabeza, que creía que estaba en un estado terriblemente desintegrado. No podía pensar; no podía
trabajar. Pensaba que su cabeza debería ser enteramente mi asunto. Yo le había interpretado su repudio al contrato analítico por el que
ambas deberíamos preocuparnos por su cabeza y relacioné los amigos que vivían en el último piso con los objetos internos,
pensamientos y sentimientos por los que ella no quería preocuparse. Pero, en algún momento posterior en la sesión noté que, a pesar de
sus quejas acerca de su cabeza, había algo muy superior en su actitud. En particular observé que, a pesar de que más adelante en la
sesión se quejaba de cuán vacía e incapaz de comunicarse se sentía, parecía enorgullecerse de sus metáforas, que se iban haciendo más
y más floridas a medida que avanzaba la sesión. Cuando dirigí su atención hacia esto dijo, con bastante renuencia, que mientras estaba
hablando del piso de en medio, de hecho estaba pensando en el «primer piso», que en su lenguaje nativo es una expresión coloquial
para designar la pertenencia a clases altas, superiores. Así, era su narcisismo el que le impedía relacionarse y cuidar a sus objetos
internos. Esto, a su vez, parecía impedirle simbolizar y comunicarse. El dolor en su vientre -su piso intermedio- era en donde me
mantenía totalmente controlada por e identificada con su intestino. Si me integraba en su cabeza, tendría que ser consciente de su
sentimiento de dependencia, que experimentaba como una gran inferioridad. Asimismo, el piso intermedio, que también es el primer
piso, representaba tanto su superioridad como su enfermedad.
Se puede considerar la verbalización desde el punto de vista de la relación entre el continente y el contenido. A diferencia de las
formas inconscientes del simbolismo, el lenguaje tiene que ser aprendido. Aunque el bebé empieza produciendo sonidos, esos sonidos
tienen que ser entendidos por el ambiente para ser convertidos en lenguaje, y las palabras o frases tienen que ser aprendidas del
ambiente. El bebé ha tenido una experiencia y la madre proporciona la palabra o frase que liga su
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experiencia. Contiene, abarca y expresa el significado. Le proporciona un continente. El bebé puede entonces internalizar la palabra o
frase conteniendo el significado. Mi paciente tenía la mayor de las dificultades para experimentar cualquier interpretación, cualquier
frase mía como conteniendo y dando expresión a su significado. A mis interpretaciones le ocurrían cosas extrañas. Podían convertirse
en un dolor de tripa o excitación sexual. Podían ser memorizadas y aplicadas a otros. Con frecuencia me las devolvía como su propio
producto, pero a menudo un poco distorsionado, privado de significado emocional y a veces completamente invertido. Tuvo un sueño
cuyas asociaciones ilustran esta dificultad. Para entenderlas, remito al lector a un precioso pasaje de la autobiografía de Helen Keller
(1954) en donde describe cómo redescubrió primero el lenguaje. Durante mucho tiempo su profesora había intentado comunicarse con
ella escribiendo sobre su mano. Helen no respondía. Después de un largo período de romper y hacer pedazos cosas sin importarle,
rompió una muñeca y lloró por ello por primera vez. Aquella tarde, cuando la profesora intentó de nuevo comunicarse con ella y
escribió una palabra en la palma de su mano, Helen Keller entendió y respondió. De este modo, la capacidad para entender la
comunicación simbólica resultó inmediata y directamente de su primera experiencia de sentimientos depresivos, una experiencia muy
familiar para quienes analizan a niños autistas. Esta secuencia fue descrita por primera vez por Emilio Rodrigué (1955) en el «Análisis
de un niño de tres años esquizofrénico mudo». Volviendo al sueño de mi paciente. Soñó con una niña pequeña que tenía uñas largas y
dientes feroces que atacaba vorazmente una mesa, la arañaba y mordía. Sus primeras asociaciones fueron acerca de que yo le había
dado las fechas de las vacaciones; esto probablemente había provocado su codicia. Produjo una especie de lamento, sin ningún
sentimiento genuino, de cuan primitiva era, de cómo la niñita del sueño la representaba a ella, etc. Pero luego añadió otra asociación.
Recientemente leyó un libro por, o sobre, una niña que había perdido su vista y oído y era como un pequeño animal salvaje hasta el día
en que inventó un lenguaje de signos y se lo enseñó a su profesora. (El libro era obviamente el de Helen Keller, leído por mi paciente.)
Pienso que la descripción de Helen Keller y la versión de mi paciente ejemplifican diferentes tipos de formación de símbolos. Con
todas su minusvalías, Helen Keller había logrado una completa comunicación con su audiencia; pero mi pobre paciente no era todavía
capaz de hablar de un modo fácilmente entendible por los demás. Todavía no había aceptado que había aprendido a hablar a partir de

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su madre.
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RESUMEN*
Notas sobre la formación de símbolos
La formación de símbolos comienza tan tempranamente como las propias relaciones de objeto, y su carácter y sus funciones
sufren modificaciones de acuerdo a los cambios que se producen en el yo y en las relaciones objetales. Es una actividad del yo en su
intento de manejar las ansiedades provocadas por sus relaciones con el objeto, ante todo, el temor a los objetos malos y el temor a la
pérdida o inaccesibilidad de los objetos buenos. Los cambios desde los símbolos tempranos, «ecuaciones simbólicas,” a los
«símbolos» plenamente formados en la posición depresiva, son graduales y no son irreversibles.
El proceso de simbolización requiere de una relación entre lo simbolizado, el símbolo y una persona para quien uno representa a
lo otro; una relación entre el yo, el objeto y el símbolo. En el caso de la ecuación simbólica no habría distinción entre el símbolo y lo
simbolizado, entre el símbolo y el objeto original y está en la base del pensamiento concreto de los esquizofrénicos.
En el Post scriptum, la autora desarrolla su formulación a la luz de los avances en la comprensión de la identificación proyectiva y
la teoría de Bion sobre la relación continente-contenido.
Palabras clave:
Ecuación simbólica. Formación de símbolos. Identificación proyectiva. Objeto. Pensamiento concreto. Posición depresiva.
Posición esquizoparanoide. Relación continente-contenido. Relaciones objetales. Simbolismo. Símbolo. Yo.

Summary**
Symbol formation starts as early as object relations and changes its character and functions according to changes in the ego and
object relations. It is an activity of the ego attempting to deal with the anxieties stirred by its relation to the object, primarily the fear of
bad objects and the fear of the loss or inaccessibility of good objects. Changes from early symbols, symbolic equations, to fully formed
symbols in the depressive position are gradual and not irreversible.
—————————————
* Las palabras clave y el resumen han sido elaborados por los componentes del Consejo Editorial de la Revista de la APM.

** Traducido por M.ª Eugenia Cid Rodríguez.


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The processes of symbolization require a relation between the symbolized, the symbol, and a person for whom the one represents
the other; a relation between the ego, the object and the symbol. In the case of the symbolic equation there is no distinction between
the symbol and the symbolized, between the symbol and the original object and it is on the basis of the concrete thinking of
schizophrenics.
In the Postscript the author enlarges her statements under the light of new developments on the understanding of projective
identification and Bion's theory on the relationship between the container and the contained.
Key words:
Concrete thinking. Container-contained relationship. Depressive position. Ego. Object. Object relations. Paranoid-schizoid
position. Projective identification. Symbolic equation. Symbol. Symbol formation. Symbolism.

RÉSUMÉ***
Notes sur la formation de symboles
La formation de symboles commence aussi précocement que les relations d'objet mêmes, et leur caractère et leurs fonctions
subissent des modifications en accord avec les changements qui ont lieu dans le Moi et dans les relations d'objet. C'est une activité du
Moi dans sa tentative de maîtriser les anxiétés provoquées par ses relations avec l'objet, avant tout face à la crainte des mauvais objets
et la crainte de la perte ou de l'inaccessibilité des bons objets. Les changements des symboles précoces, «équations symboliques,” aux
«symboles» pleinememt formés de la position dépressive sont graduels et ne sont pas irréversibles.
Le processus de symbolisation requiert d'une relation entre ce qui est symbolisé, le symbole et une personne pour qui l'un
représente l'autre, une relation entre le Moi, l'objet et le symbole. Dans le cas de l'équation symbolique il n'y aurait pas de différence
entre le symbole et ce qui est symbolisé, entre le symbole et le premier objet et ceci est á la base de la pensée concrète des
schizophrènes.

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Dans le Post-Scriptum l'article développe sa formulation sous l'éclairage des progrès dans la compréhension de l'identification
projective et la théorie de Bion sur la relation continent-contenu.
—————————————
*** Traducido por Pilar Crespo.
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Mots clé:
Équation symbolique. Formation de symboles. Identification projective. Moi. Objet. Pensée concrète. Position dépressive.
Position schizoparanoïde. Relation continent-contenu. Relations objectales. Symbole. Symbolisme.

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Article Citation
Segal, H. (2013). Notas sobre la formación de símbolos*. Rev. Psicoanál. Asoc. Psico. Madrid, 69:53-72

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