Razón. Racionalidad y Razonabilidad

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RAZÓN, RACIONALIDAD Y RAZONABILIDAD

¿Qué los identifica y diferencia?

Humberto Luis Cuno Cruz*

PRESENTACIÓN

Las discusiones acerca de lo que define a la racionalidad y el ámbito de cosas sobre las que se
aplica, son muy antiguas. Ello, sin embargo, no responde sólo a disquisiciones meramente
intelectuales, sino más bien, al hecho concreto de que muchos de los aspectos más
problemáticos en las diversas disciplinas del saber humano son mejor entendidos cuando se
comprende con claridad el contenido y los usos de ese concepto en cada momento histórico.

Así, por ejemplo, el simple descubrimiento - de los griegos - de que la adhesión general, aún
unánime, a una creencia no es condición de su verdad, significó una contribución
importantísima al pensamiento humano, pues ello dio lugar al advenimiento de la ciencia, y
ésta a su vez a la separación por distinción entre «razón» y «emoción». De este modo, los
cursos de acción intelectual (razonamientos), sus mecanismos y resultados, se convierten en el
núcleo del significado de «razón» y «racionalidad». La ciencia deviene, consecuentemente, en
el paradigma de la racionalidad.1

Esta racionalidad que algunos han denominado radical, termina siendo insuficiente en algún
momento. Surge, entonces, la necesidad de un cambio en los paradigmas de la razón, y en ese
viraje, se introducen en la discusión, figuras como «la razonabilidad», la misma que a manera
de una racionalidad moderada, no se contrapone a la primera, sino que la complementa,
haciendo que el racionalismo lato sensu se torne en inherente a toda obra humana, dejando
de estar circunscrito a un razonamiento puro de tipo lógico-matemático reservado sólo para
algunas áreas del conocimiento humano, y extendiéndose también a la argumentación válida y
a la discusión crítica.

No pretendemos aquí, sin embargo, revisar todo ese proceso descrito, sino solamente intentar
aclarar los conceptos que se encuentran inmersos en esta discusión: «razón», «racionalidad» y
«razonabilidad»; buscando mostrar, con la mayor claridad posible, el contenido que en sus
diversas acepciones asumen, pues su uso muy difundido - en diferentes disciplinas y contextos
- hace que el significado que se les atribuye sea también diverso y con niveles de vaguedad que
en muchas ocasiones hacen perder de vista lo que en realidad los define y los diferencia. Sólo
así estaremos expeditos para una coherente formulación de posiciones en torno a las
discusiones que sobre este tema se generan.

1. RAZÓN

Generalmente entendemos por «razón» aquella facultad2 de conceptuar, juzgar, ordenar,


relacionar y estructurar nuestras ideas, pensamientos y conocimientos; o «toda acción
intelectual que nos pone en contacto con la realidad, por medio de la cual topamos con lo
trascendente»3, es decir, como aquella actividad intelectual que nos permite comprender la
realidad.

La primera de estas acepciones, hace referencia a un atributo que posee el ser humano,
mientras que la segunda, a la actividad que éste desarrolla - en virtud de ese atributo - para
comprender la realidad. Lo que aquí haremos, sin embargo, no es apoyarnos en una u otra de
esas acepciones que por lo general suelen obscurecer la noción de razón, sino intentar definir
la razón como objeto4 y a partir de ello esclarecer las ideas de racionalidad y razonabilidad.

Con tal propósito, empezamos poniendo énfasis en dos ideas muy elementales pero al mismo
tiempo trascendentales para sentar las bases de una definición de razón como objeto. La
primera de ellas es que «la idea de razón emerge del intento de distinguir lo subjetivo de lo
objetivo»5, y la segunda, que lo objetivo no puede sino estar constituido por un sistema
conceptual que trace algo así como un sistema de coordenadas6 expresadas en categorías
lógicas7, leyes, axiomas, reglas o principios, que tengan carácter universal, y que por ello
mismo no dependan de puntos de vista o creencias particulares (subjetividad).

La razón, puede ser definida, entonces, como aquel sistema de coordenadas dotado de la
máxima objetividad y universalidad posibles, y por encima del cual no existe posibilidad de
búsqueda de mayores y mejores explicaciones, pues, «como

el ojo, que lo ve todo, menos a el mismo»8, es el principio de toda explicación y sobre el se


fundan todos los juicios válidos o correctos. Y en tal sentido, «puede servir como un tribunal
de apelaciones no sólo contra las opiniones aceptadas y los hábitos de nuestra comunidad,
sino también contra las peculiaridades de nuestra perspectiva personal».9

Si la idea de razón como objeto parece asomarse con cierta claridad hasta el momento, lo que
aún no parece percibirse de la misma manera, es la idea de objetividad, y aquello sin esto
siempre tendrá un velo ensombrecedor. Ello nos obliga a explicarla con mayor detalle.

a) Objetividad y orden

La objetividad queda claramente definida por la idea de un orden independiente de


observaciones y observadores particulares (subjetividad). Por lo tanto, sólo si partimos de
eventos observables regidos por patrones iguales y permanentes, podremos descubrir el orden
que los gobierna y a partir de ello formular las coordenadas, leyes, axiomas o reglas, que
permitan explicar dichos eventos con objetividad, es decir, con aspiraciones de generalidad o
validez universal.

No obstante lo referido, es importante tener presente, que si bien nada garantiza que ese
orden exista, o que, de existir, podamos descubrirlo mediante la combinación de la percepción
y el pensamiento; cuando sí es descubierto, como ha ocurrido en varias ramas de las ciencias
naturales, el planteo de que él ha sido impuesto por las condiciones de nuestra propia
experiencia es absolutamente implausible (sin tener en cuenta el planteo, mucho más
implausible, de que ha sido impuesto por consenso).10

En conclusión, es el orden decodificado - con pretensión de universalidad - al observar el


patrón que rige los eventos, lo que constituye lo objetivo, y éste se expresa en leyes, reglas,
principios, etc. Por ello, todo aquel juicio que no encuentre respaldo en cualquiera de las
expresiones de ese orden universal, es calificado como Subjetivo, pues sólo puede responder a
un criterio o punto de vista particular o a un criterio cuya generalidad responde a un simple
acuerdo consensuado.

Es precisamente esta idea de objetividad lo que hizo - en el ámbito jurídico- político - que la
expresión superioridad del gobierno de las leyes sobre el gobierno de los hombres, sea
interpretada por la doctrina racionalista como la prueba de la superioridad del gobierno de la
razón, pues la ley «no tiene pasiones [subjetividad] que se encuentran en cambio en toda alma
humana».11

b) El contenido de la razón

Lo expresado hasta aquí podría hacernos pensar que sólo se puede hablar de razón en el caso
de las matemáticas, la lógica o las ciencias naturales, por

presentarse en ellas regularidades controlables; pero ello no significaría sino reducir su


contenido, pues, si bien su manifestación más característica se encuentra en la ciencia, no deja
de tener expresión en otros campos o disciplinas, como los juicios de carácter moral, cuya
justificación puede encontrar sustento en los métodos o procedimientos de lo que se ha
denominado razón práctica.

Optar por asignar un contenido restringido a la razón, implicaría no sólo estrechar lo esencial
de ella a ciertos modos particulares de operar con el intelecto, sino y sobre todo esterilizarla,
amputándola y embotando su dimensión decisiva12, es por ello que Nagel, con acierto,
sostiene que “el contenido de la razón puede ser bastante rico, incluyendo métodos firmes de
justificación empírica de creencias y distintos tipos de razón práctica y justificación moral; o
puede ser muy austero, y limitarse a principios lógicos y no mucho más.”13

Considerando que no existe mayor dificultad en comprender el contenido de la razón de tipo


lógico-matemático, nos referiremos solamente al contenido de la razón en los juicios éticos o
morales, que es lo que genera controversias permanentemente.

c) Razón en los juicios éticos o morales


Está claro que nuestra definición de razón abarca también la posibilidad de hallar una para la
evaluación de los juicios éticos o morales, pero también es claro que esta razón no se expresa
en los mismos términos en los que lo hace la razón en la ciencia. Por ello, la interrogante de
¿cuál es la peculiaridad de la razón en el marco de juicios éticos o morales? surge de
inmediato, y muy pocas veces es contestada satisfactoriamente por quienes se refieren a ella,
pues generalmente se limitan a sostener su posibilidad y ejemplificarla en términos
particulares y poco clarificadores.

Aquí trataremos de ir superando esa limitación e intentaremos expresar en términos generales


esa peculiaridad, lo que no será posible si antes no percibimos con claridad que “la naturaleza
real de la razón no se encuentra en la creencia en un conjunto de proposiciones
«fundacionales», ni siquiera en un conjunto de procedimientos o de reglas para obtener
inferencias, sino en cualquier forma de pensamiento respecto de la cual no existan
alternativas”14 con iguales pretensiones de universalidad y de constituirse en el principio de
toda explicación.

Por la forma en que acabamos de exponer la naturaleza de la razón, pareciera estarse


generando una contradicción con la definición que de ella consignamos más arriba. Sin
embargo, esto no es así, pues lo que se pretende destacar en el párrafo precedente, no es que
las proposiciones fundacionales, procedimientos o reglas, no formen parte de la razón como
objeto, sino, que también forman parte de ella, otros tipos de pensamiento que no
necesariamente estén expresados en ese tipo de “formas”, siempre que constituyan el último
marco de referencia con validez universal al que se pueda apelar.

Lo dicho cobra especial relevancia cuando de la razón en los juicios éticos o morales se trata,
pues para nadie es un secreto que fuera de las ciencias formales como las matemáticas y la
lógica, lo incierto es la regla; ni que el razonamiento moral no es reducible a una serie de pasos
autoevidentes.15 Pero, que ello sea así, no significa que se deba abandonar todo intento de
búsqueda de parámetros que nos permitan dotarla de un máximo de objetividad posible.

Dicha búsqueda debe partir de la idea básica de que el pensamiento moral es intersubjetivo, lo
que por supuesto no constituye la solución al problema, sino por el contrario, es precisamente
en este punto donde se hace más difícil discernir el camino a seguir, pues si bien podría
admitirse con cierta facilidad que un sistema de razones debería otorgar algún tipo de valor,
objetivo y subjetivo, a las personas y a sus intereses, no resulta tan fácil definir una sola forma
de hacer esto de modo claramente correcto, ya que, sin duda, hay otras formas, incluso no
inventadas aún, que son superiores a aquellas inventadas hasta el presente.16

Reconocida esta relatividad y ubicados en este nuevo punto de partida, debemos empezar por
aceptar que no disponemos de ningún mundo inteligible que nos proporcione unas ideas listas
para ser usadas en nuestra búsqueda, de modo que no tenemos otra opción que inventar
verdades prácticas. Estos es: si uno no confía en la idea de que es posible algún tipo de
intuición moral de aquellas verdades prácticas, no puede esperar descubrirlas en sí mismo,
sino que sólo puede esperar encontrarlas a través de procedimientos de argumentación que
nos exijan adoptar el punto de vista de otros.
Estos procedimientos que buscan la fundamentación racional de los juicios morales han sido
formulados, efectivamente, desde diversas perspectivas, entre las que destacan por ejemplo:
las teorías de Jürgen Habermas (consenso fáctico), de John Rawls (consenso hipotético), o la
del mismo Robert Alexy, quien expone las ideas básicas de la teoría del discurso de Habermas
como una teoría procesal de la corrección práctica, en busca de lograr una depurada teoría o
modelo de argumentación capaz de garantizar la racionalidad y de suscitar el consenso en
torno a las decisiones, o para expresarlo en términos perelmanianos - con lo que no quiero
decir que tengan el mismo contenido -, de suscitar su aceptabilidad.

No nos detendremos aquí a revisar estas propuestas, pues su tratamiento escapa a los fines
del presente trabajo. Sólo diré, para concluir este punto, que si bien la relatividad - por
superables - de los procedimientos argumentativos tendientes a dotar de racionalidad a los
juicios morales hace que carezca de sentido la búsqueda de la forma del razonamiento ético o
moral, no es precisamente ello lo que los diferencia del conocimiento científico, en tanto que
en la actualidad, ni siquiera en éste se acepta la inmutabilidad de sus procedimientos y
conclusiones.

2. RACIONALIDAD

Es evidente la estrecha vinculación existente entre las expresiones «razón»

y «racionalidad», pues tal como afirma Ruano17, esta última no hace sino referencia a un
estado, como consideración estática de la razón, - mientras que la expresión

«racionalización» haría referencia a un proceso, como consideración dinámica de ella.

Si bien lo dicho no constituye una definición de racionalidad - tarea bastante difícil debido a la
anfibología y multivocidad de este concepto - nos dota de un elemento importante que nos
podría permitir ensayar uno posteriormente. Lo mismo sucede cuando se afirma que no
obstante la dificultad de definir la racionalidad, su caracterización permite rastrear una unidad
común, derivada de un rasgo compartido por todo tipo de racionalidad: su potencial de
dominio de la realidad; o cuando se sostiene la idea de que la racionalidad consiste en un
«método»; un método que en cuanto tal presupone ciertas capacidades de reflexión y de
lenguaje y que está dirigido al dominio consciente de la realidad.18

Popper, refiriéndose al racionalismo, sostiene que este concepto «supone […] la idea de que
nadie debe ser su propio Juez, y también la idea de imparcialidad. (Esto se halla íntimamente
relacionado con la idea de la «objetividad científica» […]). La fe en la razón - continúa
refiriendo este autor - no solamente es una fe en nuestra propia razón, sino también - y más
aún - en la de los demás.»19, «pues el racionalismo se halla íntimamente relacionado con la
creencia en la unidad del género humano.»20
Si reunimos los aspectos hasta aquí descritos en torno a la racionalidad, observaremos que
éstos, no son sino, expresión de los elementos que configuran el concepto de razón que
consignamos más arriba, esto es: un sistema de coordenadas dotado de la máxima objetividad
y universalidad posibles, sobre el que se fundan todos los juicios válidos o correctos.

Entonces ¿resulta indistinto usar las expresiones «razón» y «racionalidad»? En principio habría
que decir que sí, pues no existiría inconveniente alguno en utilizar expresiones tales como
«razón jurídica» o «racionalidad jurídica», «razón instrumental» o «racionalidad
instrumental». Además, no debemos perder de vista que «lo racional» es simplemente aquello
que está dotado de razón.

Sin embargo, parece ser que la expresión «racionalidad» tiende a ser empleada en contextos
en los que se dota a la razón de un contenido ideológico, es decir, se la vincula a una
concepción, visión o ideología determinada del mundo, de un área del conocimiento o un
aspecto de ella. Así tenemos: racionalidad económica utilitaria, racionalidad histórica marxista,
racionalidad jurídica con arreglo a valores, racionalidad jurídica instrumental, etc.

Por su lado, el empleo de la expresión «razón», parece pretender reservarse para contextos en
los que se desea dotar a este concepto de la mayor abstracción y generalidad posibles, y
transmitir la idea de una objetividad, unicidad y universalidad totales, libre de cualquier
contaminación ideológica que pudiera

hacerla ver como relativa. Por ejemplo: razón sustantiva, razón formal, razón jurídica, razón
política, razón de Estado, etc.

No podemos, por tanto, afirmar que el uso indistinto de estas expresiones sea incorrecto, por
el contrario, así lo haremos en adelante; ni tampoco pretendemos sostener que la «razón»
esté desligada necesariamente de toda ideología. Lo único que aquí hacemos notar es la
tendencia que parece existir al momento de hacer empleo de esas expresiones, pues tal como
sostiene Aarnio, «las raíces de la racionalidad [y lo mismo cabría decir de la razón] se
encuentran en nuestra cultura, es decir en las formas como usamos este concepto en el
lenguaje ordinario».21 Y es precisamente ello, lo que ha dado lugar al uso multiforme, abuso y
hasta mal uso22 de los términos «razón» y «racionalidad», consecuencia de lo cual, no se
pueda hablar de «la razón» o «la racionalidad», sino solamente de tipos o formas de ellas.

3. CLASES DE RAZÓN O RACIONALIDAD

A medida que vayamos refiriéndonos a cada uno de los tipos de razón o racionalidad, nos
iremos percatando que muchas de las clasificaciones existentes en la literatura relativa a este
tema, pueden ser identificadas y reducidas a unas pocas, y ello nos permitirá tener una visión
más clara de su conceptualización y empleo, sin perdernos en la multiplicidad de
denominaciones que los diferentes autores les asignan.

Empezaremos refiriéndonos a la distinción más común que surge a partir de los modos
fundamentales con los que opera la razón. Me refiero a la razón teórica y la razón práctica.
a) Razón teórica

La razón es teórica «cuando quiere saber las causas y las razones por las cuales ocurren las
cosas; esto es, en términos generales, cuando conoce».23 Dicho de otra manera, la razón es
teórica, cuando busca mediante el ejercicio intelectual, conocer la naturaleza, cualidades y
relaciones - expresadas en leyes, axiomas, conceptos, etc. - de un determinado objeto.

Su denotación conceptual, se circunscribe al uso explicativo y comprensivo de la razón, y es


por ello que sólo se limita a determinar su objeto, sin relacionarse con él. Lo que se pretende
destacar con esta afirmación, es que a través del conocimiento teórico no actuamos ejerciendo
algún cambio en la realidad, sino que nos limitamos a determinar los objetos de acuerdo a
ciertos conceptos y reglas del entendimiento.24

En conclusión, la razón teórica o teorética, busca la adecuación entre la cosa u objeto que se
pretende conocer y el entendimiento humano25, o lo que es lo mismo, busca el dominio
consciente de la realidad, intelectualmente.

b) Razón práctica

La razón práctica es la razón en su uso práctico (moral) o función práctica, y en tal sentido, se
dirige a la elección de acuerdo con la ley moral y, cuando ello es físicamente posible, a la
realización de la decisión en la acción.26

A diferencia de lo que sucede con la razón teórica, la razón práctica sí se relaciona con su
objeto, convirtiéndolo en realidad, pues el conocimiento práctico es aquel que tenemos con
relación a la facultad que determina nuestras acciones en conformidad con ciertos motivos,
razones o principios para actuar. Esa facultad activa y generadora es una voluntad racional que
nos permite presuponer que sabemos lo que hacemos cuando actuamos.27

En conclusión, la razón práctica, busca la adecuación racional de la operación con el principio


rector de la inclinación apetitiva28 dirigida a alcanzar un fin, es decir, se busca el dominio de la
realidad a través de la acción, o si cabe la expresión, una razón para la acción.

c) Razón en sentido fuerte y en sentido débil

Bobbio29 sostiene que el término «razón» se usa predominantemente en sentido fuerte,


como la facultad que es propia del hombre (el hombre animal racional de la tradición clásica)
de captar la esencia o naturaleza de las cosas, de establecer los nexos necesarios entre los
entes de un conjunto y de recabar de ahí las leyes de conducta absolutamente vinculantes. En
cambio, - agrega - se usa predominantemente en sentido débil, cuando se hace referencia a la
capacidad de razonar en todos los distintos sentidos en que se habla de «razonamiento»,
como inferencia, como cálculo, como argumentación, etc.

Desde el punto de vista jurídico, entonces, la razón en sentido fuerte o razón sustancial, sería
la que crea, descubre o revela el Derecho, es decir, las reglas a las que el hombre racional debe
atenerse, y no se limita a indicarlas, sino que las pone, propone o impone. Mientras que la
razón en sentido débil o razón formal, sería aquella que, una vez establecidas las reglas, las
aplica al caso concreto y para ello se vale de los procedimientos descritos o regulados por la
lógica, por la tópica, por todas las disciplinas que tienen por objeto las operaciones mentales
que se pueden hacer entrar en el concepto de razonamiento.

Esta distinción bobbiana que identifica la razón en sentido fuerte o sustancial con la razón
legisladora o creadora de Derecho, y la razón en sentido débil o formal con la razón juzgadora
o aplicadora de Derecho, no parece ser la más adecuada, pues, tal como ya lo hizo notar
Pattaro, el punto de partida asumido para su formulación es equivocado.

Este último autor considera que los dos modos de concebir la razón son en realidad la «razón
científica» y la «razón prudencial». Hasta aquí, la diferencia con el planteamiento de Bobbio
podría parecer sólo terminológica, pues, fácilmente podríamos vernos tentados a identificar
«razón fuerte» con «razón científica» y

«razón débil» con «razón prudencial». Ello sólo sería correcto si entendiéramos por razón
fuerte una razón pura y objetiva de tipo matemático, y por razón débil una razón dialéctica que
justifica lo razonable, pero éste no es el contenido que Bobbio les asigna.

Sin embargo, lo esencial de la crítica de Pattaro radica fundamentalmente en hacer notar que
tanto en el momento del «descubrimiento» de los principios como en el momento de su
«aplicación», existen principios de la ciencia (razón fuerte) y existen principios de la prudencia
(razón débil).

En sustento de lo referido, afirma por ejemplo, que de la noción de

«naturaleza de la cosa» que Bobbio reserva al momento del «descubrimiento» de los


principios, se puede hablar tanto desde una perspectiva de razón en sentido fuerte como
desde una perspectiva de razón en sentido débil: en el primer caso, la naturaleza de la cosa es
un principio o una esencia necesaria, inmutable, fuera del espacio y del tiempo, mientras que
en el segundo, la naturaleza de la cosa es la peculiaridad del caso concreto, reveladora
ciertamente de un principio que le es inmanente, principio que, sin embargo, preside el
dominio de los contingente y que, por tanto, es objeto de conocimiento de la prudencia, no de
la ciencia.

Del mismo modo, refiriéndose al momento de la «aplicación», sostiene que existen


«aplicaciones», mediante razonamiento, tanto de la razón en sentido fuerte (en este caso, el
razonamiento es íntegramente deductivo) como de la razón en sentido débil (en este caso, en
el razonamiento entra también un componente intuitivo).30
Entonces, la razón en sentido fuerte no sería sino la razón científica y la razón en sentido débil
no sería sino la razón prudencial, con la salvedad de que la primera no se identificaría
solamente con la fase creadora (razón legisladora) del Derecho, ni la segunda lo haría
solamente con la fase de aplicación (razón juzgadora) del Derecho, sino que ambas podrán
manifestarse tanto en el momento del «descubrimiento» como en el de «aplicación» de los
principios rectores del Derecho.

d) Racionalidad con arreglo a fines y con arreglo a valores

Esta distinción tiene origen en la teoría de la acción social de Max Weber, quien luego de
referir que dicha acción se encuentra orientada por las acciones de

los otros, sostiene que la misma puede estar dotada de racionalidad en los siguientes sentidos:
1) racional con arreglo a fines; 2) racional con arreglo a valores; 3) afectiva, y; 4) tradicional.31
Aquí, por obvias razones, sólo nos ocuparemos de las dos primeras.

La racionalidad con arreglo a fines, supone un sujeto que busca concientemente alcanzar un
fin determinado, y en esa tarea, su acción se encuentra condicionada por una ponderación
racional de los medios que permitirían alcanzarlo y las consecuencias que de ello se pudieran
generar. Es decir, se constituye en guía de la toma de decisiones para actuar.

Procedimentalmente hablando, este tipo de racionalidad implica: «en primer lugar; que el
agente debe indagar acerca de las consecuencias que se siguen de la realización de las
distintas acciones. En segundo lugar, que debe seleccionar la consecuencia que prefiere
producir. Y, finalmente, bastara con realizar aquella acción conducente a tal consecuencia.»32

Este sopesar medios, fines y consecuencias, hace que sea denominada también racionalidad
instrumental, pues lo que en última instancia se busca es justificar las acciones que me
permitan alcanzar el fin o fines perseguidos. No importa, entonces, el contenido valorativo del
fin propuesto, sino, que la toma de decisiones para actuar sean las más correctas, pues como
afirma Segura, en este caso «la razón implica simplemente cuáles son los medios para alcanzar
un determinado fin pero no dice por qué hay que perseguir tal fin».33

Es ésta, por tanto, una racionalidad de tipo procedimental o formal, que por ello mismo
admite gradación en su calificación, y por ende, asume un carácter relativo. Esto quiere decir,
que una acción conforme a este criterio, podría calificarse como más o menos racional o
irracional34; lo que, por supuesto, no excluye las categorías de ‘completamente racional’ o
‘irracional’.

En cambio, la racionalidad con arreglo a valores, tiene lugar cuando el sujeto orienta su acción
«por la creencia consciente en el valor - ético, estético, religioso o de cualquier otra forma
como se le interprete - propio y absoluto de una determinada conducta, sin relación alguna
con el resultado, o sea puramente en méritos de ese valor».35
En este caso, entonces, el sujeto actúa porque tiene convicción con el valor que guía su
actuación y no porque su decisión de actuar en tal o cual sentido esté condicionada por un fin
o sus consecuencias. Eventualmente, incluso, las consecuencias de su actuar podrían resultarle
nefastas. Y, es, sin duda, esta característica, la que hace que se la denomine también
racionalidad material o sustancial.

Su carácter absoluto hace que se la pueda calificar de incondicional, en la medida en que la


acción se realiza sin tomar en consideración ningún tipo de circunstancia y porque ella sólo
puede ser calificada como racional o irracional; es decir, no se podría hablar de diferentes
grados de racionalidad o irracionalidad, pues, la acción no puede ser más o menos racional o
más o menos irracional.

4. RAZONABILIDAD

Aunque lo «razonable» y lo «racional» son, ambas, propiedades que se desprenden de la


«razón», no son identificables por completo. Y si bien - como ya se hizo notar - no existe
inconveniente alguno en emplear indistintamente las expresiones «razón» y «racionalidad»,
no sucede lo mismo con las expresiones

«razón» y «razonabilidad», pues el contenido denotativo de la racionalidad difiere del de la


razonabilidad.

Refiriéndose precisamente a esta distinción, Perelman36 afirma que

«mientras las nociones de “razón” y de “racionalidad” se vinculan a criterios bien conocidos de


la tradición filosófica, como las ideas de verdad, de coherencia y de eficacia, “lo razonable” y
“lo irrazonable” están ligados a un margen de apreciación admisible y a lo que, excediendo de
los límites permitidos, parece socialmente inaceptable».

En igual sentido, von Wright37, sostiene que «la racionalidad […] tiene que ver primariamente
con la corrección formal del razonamiento, con la eficacia de los medios para un fin, la
confirmación y la puesta a prueba de las creencias. Está orientada a fines. […] Los juicios de
razonabilidad, a su vez, están orientados a valores. Ellos se ocupan de la forma correcta de
vivir, de lo que se piensa que es bueno o malo para el hombre.»

La racionalidad se entiende, entonces, “como ordenación o sistematización básicamente


metodológica”38, es decir, como referencia a una razón pura, formal y objetiva de tipo
matemático, cuya manifestación es «una forma de razonar apodíctica que se fundamenta en la
demostración y concluye en premisas verdaderas o falsas».39

En este sentido, la inferencia lógica (deductiva) es siempre racional. […] Así, pues, toda cadena
de razonamiento que procede deductivamente desde unas premisas a la conclusión es
racional. Esto significa que la justificación interna a la que se refiere Wroblewski es siempre
racional en este sentido de la palabra.40
A la razonabilidad, en cambio, se la hace depender de la noción de aceptación, la misma que
fue introducida por el propio Perelman en su Nueva Retórica, y cuya idea central se encuentra
en la sustitución del requisito de la

«prueba de la racionalidad de las proposiciones valorativas» por el requisito de la

«aceptación», lo que conduce a no pretender prioritariamente, encontrar una verdad


demostrable, sino más bien, aceptable, es decir, razonable.41

Entonces, una decisión será razonable cuando sea aceptada por una determinada comunidad
(auditorio), que por ello mismo, se constituye en su parámetro normativo, pues será ella la que
evaluará las razones - expuestas mediante proceso argumentativo - que justifiquen esa
decisión, para luego aceptarla o no como razonable.

Hasta aquí, la distinción entre racionalidad y razonabilidad parece estar clara, pero sólo en
cuanto al sentido estricto de ambas nociones se refiere. La dificultad mayor sobreviene,
cuando se las considera en sentido amplio.

Atienza42, por ejemplo, refiriéndose a la razonabilidad en sentido amplio, afirma que en este
sentido, todas las decisiones deben ser razonables. Es decir, la razonabilidad operaría - según
este autor - como un límite o criterio general que afectaría tanto a las decisiones propiamente
razonables como a las estrictamente racionales, y por tanto, se podría clasificar a las
decisiones jurídicas en tres grupos:

1) las razonables pero no estrictamente racionales; 2) las razonables y estrictamente


racionales; 3) las no razonables (sean o no estrictamente racionales).

A pesar de ser ésta, una de las propuestas más aceptadas que se han formulado al respecto,
no la compartimos por completo. Ello, por supuesto, genera el enorme compromiso de
explicar las razones de nuestra discrepancia y de argumentar a favor de nuestra posición. Para
tal efecto, y con el objeto de exponer lo más didácticamente posible nuestras ideas,
recurriremos a las definiciones de racionalidad y razonabilidad, tanto en sentido estricto como
en sentido amplio, como herramientas:

a) Racionalidad en sentido amplio, es aquella que se identifica con la noción de «razón»,


por ello cuando se habla de racionalidad en ese sentido, se hace referencia a toda la gama de
derivados de la razón, es decir, se puede entender como «racional» a «lo estrictamente
racional», a «lo razonable en sentido estricto» y a «lo razonable en sentido amplio».

En este aspecto no existe discrepancia alguna con Atienza, pues él mismo sostiene que «la idea
de que part(e) es que lo razonable también es racional (tomada esta expresión en un sentido
amplio)».43
b) Racionalidad en sentido estricto, es aquella que se hace evidente siguiendo solamente
un proceso de razonamiento formal lógico deductivo y por ello mismo es aceptada
necesariamente. Por lo tanto, no es necesario recurrir a ningún criterio de razonabilidad para
hacerla aceptable, ni mucho menos identificarla innecesariamente con la razonabilidad en
ninguno de sus sentidos.

Descartamos por esta razón a las «decisiones razonables y estrictamente racionales» que
Atienza propone en su clasificación, pues confunde la racionalidad en sentido estricto - que
además abandonaría su calidad de “estricto” - con una razonabilidad, que no sería ni la
razonabilidad en sentido estricto ni la razonabilidad en sentido amplio de nuestra clasificación,
precisamente porque carece de todo elemento que la haga identificarse como razonabilidad.

Para entender mejor este punto, es importante percibir con claridad, que en la lógica formal -
en que se ampara la racionalidad -, los datos se presentan como claros y evidentes, mientras
que a través de la argumentación - método que permite establecer lo razonable - se busca
alcanzar la adhesión sobre lo que no es evidente sino sólo aceptable.

Entonces, si «una argumentación jamás puede procurar la evidencia y no es posible


argumentar contra lo que lo es […], la argumentación no puede intervenir más que si la
evidencia es discutida».44 Por lo tanto, sólo se puede buscar una aceptación razonable de
aquello que no es estrictamente racional, contrario sensu, lo que es estrictamente racional es
evidente y no siéndole necesario recurrir a la argumentación no puede ser calificado
simultáneamente como razonable.

Además, aceptar esta posición de Atienza nos llevaría al absurdo de afirmar que se puede
hablar de la razonabilidad en tres sentidos: a) como razonabilidad en sentido estricto, b) como
razonabilidad en sentido amplio; y, c) como racionalidad en sentido estricto. Lo cual
desnaturaliza por completo no sólo la denominación teórica de ambas, sino también su
utilización práctica.

c) Razonabilidad en sentido amplio, es aquella que luego de agotados los criterios de un


proceso de razonamiento formal lógico deductivo, no logra hacerse evidente y por ende
tampoco aceptable, cosa que sólo se alcanza luego de recurrir a criterios de apreciación
admisible propias de la razonabilidad en sentido estricto.

En otras palabras, una decisión razonable en sentido amplio, es aquella que amerita en un
primer momento el empleo de criterios propios de la racionalidad en sentido estricto, y no
siendo éstas suficientes para justificarla, pasa en un segundo momento a utilizar - como
complemento - criterios propios de la razonabilidad en sentido estricto. Es decir, es una
especie de mixtura de ambas.

Este tipo de razonabilidad es la que se identifica o da lugar a las «decisiones razonables pero
no estrictamente racionales» de la clasificación de Atienza, denominación que, una vez
eliminadas de nuestra clasificación las «decisiones razonables y estrictamente racionales»,
dejaría de tener sentido, aunque su contenido prevalezca.
d) Razonabilidad en sentido estricto, es aquella que está orientada estrictamente a
valores y/o principios, y por ello mismo, no está ligada a procedimientos de razonamiento que
estén vinculados con lo «estrictamente racional» ni siquiera parcialmente (razonabilidad en
sentido amplio), sino solamente a criterios de apreciación admisible.

Siendo que el objetivo es hacer posible la aplicación de la razón a los valores, los mismos que
carecen de necesidad y evidencia, emplea el método argumentativo a fin de poder conseguir o
incrementar la adhesión del auditorio u oyente.

Finalmente, en cuanto al tercer elemento de la clasificación de Atienza, sólo diremos que lo


que no es estrictamente racional puede todavía ser sometido a criterios que puedan
determinar su razonabilidad, pero lo que no es estrictamente racional, ni razonable en ninguno
de sus sentidos, simplemente carece de razón, al menos en el sentido en que venimos usando
aquí este término.

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