Estereotipos Sociales, Monografia
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Estereotipos Sociales, Monografia
Constitucional 1
Resumen
Las relaciones de poder juegan un rol fundamental en la creación del Dere-
cho. Esto conlleva muchas veces a que el Derecho establecido como neutral y
objetivo sea el triunfo de una posición dominante que impone sus términos
en cuanto a qué debe contener la norma. De este modo, ese qué puede es-
tar integrado de estereotipos que etiquetan y asignan un rol a determinadas
personas o grupo de personas dentro de la sociedad y el cual es reiterado por
los tribunales de justicia en sus sentencias. El presente artículo analiza cómo
algunos fallos del Tribunal Constitucional emitidos durante el 2011 reafirman
estereotipos de género y cómo ello constituye una forma de discriminación
que afecta a diversos grupos vulnerados de nuestra sociedad.
Introducción
No es una tesis novedosa señalar que el poder –y específicamente las re-
laciones de poder– juegan un rol significativo en el proceso legislativo. El
Derecho que se manifiesta en la ley tiende a reflejar las relaciones sociales,
económicas y políticas en una sociedad, siendo un claro ejemplo de ello el
tortuoso camino que ha debido seguir en nuestro país el proyecto de ley que
establece medidas contra la discriminación y, en especial, el arduo debate
1 El presente artículo contó con la valiosa ayuda de Soledad Molina, estudiante de Derecho UDP, como
asistente de investigación, a quién agradecemos todo su esfuerzo y responsabilidad.
2 Licenciada en Ciencias Jurídicas y Sociales UDP y Abogada, LLM de la Universidad de Toronto y
Candidata a Doctora de la Universidad de Ottawa.
3 Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales UDP y Abogado. Diplomado en Derechos Humanos y
Mujeres: Teoría y Práctica, Universidad de Chile. Abogado de la Unidad de Estudios del Instituto
Nacional de Derechos Humanos y Secretario de Redacción del Anuario de Derecho Público UDP.
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por incluir categorías sospechosas como la orientación sexual o la identidad
de género.4
La ley como instrumento normativo se plantea como una declaración neu-
tra y objetiva, lo que es objetable. En ella se manifiestan diversos tipos de
prejuicios o preconcepciones de quienes detentan el poder, que son quienes
integran el Gobierno y Congreso Nacional como poderes colegisladores. En
otras palabras, las reglas generales establecidas en toda ley son las que ellos
(hombres) estiman convenientes y las prohibiciones establecidas son vistas
por los grupos vulnerados como obstáculos para ampliar la distribución de
poder y para participar en las decisiones sobre asuntos públicos.
Estos estereotipos normativos son, posteriormente, reiterados por el Poder
Judicial en sus sentencias judiciales. Lo que hace el tribunal de justicia no es
otra cosa que interpretar la norma (supuestamente neutra y objetiva) en base
a consideraciones abstractas impregnadas de un orden natural patriarcal, lo
que tiene como consecuencia una reiteración del estereotipo. El propósito
de este trabajo es revelar los estereotipos que se traducen en las sentencias
judiciales y que dañan la condición de iguales de las personas. Los prejuicios
encasillan o niegan el reconocimiento a las personas, y ello ocurre en la ley y
en la interpretación judicial. Nuestra indagación se centrará en la revisión de
decisiones del Tribunal Constitucional en dos ámbitos: el derecho de familia y
el derecho penal. La remisión a sentencias únicamente del TC no implica que
no exista esta misma situación en otros tribunales, pero, dentro de la estruc-
tura de la justicia constitucional chilena, el TC cumple un rol fundamental
principalmente a partir de la reforma de la Ley 20.050, cuando comenzó a
conocer las acciones de inaplicabilidad por inconstitucionalidad, por lo que
analizar cómo este tribunal conoce estas acciones en materias donde está en
juego la aplicación de estereotipos es una forma de responder la pregunta de
si el TC ha resguardado debidamente el derecho a la igualdad.
4 Al momento de finalizar este artículo, el Proyecto de Ley que establece medidas contra la discriminación
(Boletín 3815-07) se encontraba aprobado por el Congreso Nacional y en proceso de ser promulgado
por el Poder Ejecutivo, tras siete años de debate legislativo.
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tucionaliza la invisibilidad de ciudadanos de ciertos colectivos; otorga ciuda-
danía e igualdad, en tanto todos y todas somos titulares del mismo derecho
a ser valorados; y contribuye a la realización personal,9 en tanto emancipa o
subordina.10
Estas observaciones están claramente presentes en las obras de autores
como el ya mencionado Galanter,11 Bourdieu12 y Silbey.13 También en otros
que miran con ojos aun más críticos al Derecho, como Kennedy, quien rea-
liza una especial referencia a los elementos ideológicos que trasuntan en la
adjudicación.14 Lascoumes y Severin, por su parte, se refieren indirectamente
a esta cuestión cuando expresan que juegan fuerzas políticas e ideológicas al
momento de evaluar la eficacia de las normas y su relación con la identifica-
ción de su infracción y las sanciones que se imputarían a estas conductas.15
El poder y la experticia de los actores que juegan en el campo del Derecho,
como lo denomina Bordieu, es crucial. Los abogados, en tanto litigantes, son
intermediarios, traducen las pretensiones de los justiciables en ciertos códi-
gos lingüísticos a fin de amoldarlos a lo que el sistema exige. Los mandantes
entregan, la mayor parte de las veces, líneas gruesas respecto de sus peticio-
nes y los intermediarios controlarán, en definitiva, la técnica del cómo se pide
y potencialmente el conocimiento experto en qué se pide.
Abogados, jueces, académicos son [somos] actores que monopolizan [mo-
nopolizamos] la capacidad de determinar cuál es el Derecho, cómo este se
como una “ella” a lo largo de la sentencia, confiriéndole de esta manera identidad. Ver, Tribunal de
Garantía de Combarbalá RUC 0600284381-k, RIT 99-2006 del 14 de noviembre de 2005, “Honorino
Esteban Muñoz Tapia”. La decisión fue confirmada por la Corte de Apelaciones de La Serena, rol
373-2006, 8 de enero de 2007. Los jueces de la mayoría sostienen en el considerando cuarto que
“[...] resultaría particularmente atentatorio contra el principio de independencia de los jueces, que
un tribunal superior impusiera sobre el inferior su concepto valórico sobre un tema jurídico en
conflicto, máxime en este caso, en que la resolución de la jueza a quo señala pormenorizadamente los
antecedentes, incluso constitucionales, que la convencen para su decisión.”
9 Réaume, Denise, “Harm and Fault in Discrimination Law: The Transition from Intentional to Adverse
Effect Discrimination”, en Theoretical Inquiries in Law, 2,1, 2001, pp. 13-14 y p. 22.
10 Mooney Cotter, Anne Marie, Gender Injustice. An International Comparative Analysis of Equality in
Employment, (Ashgate) 2004, pp. 19-20.
11 Galanter, op. cit., pp. 30-31.
12 Bourdieu, op. cit., p. 839.
13 Silbey, Susan, “Ideals and Practices in the Studies of Law”, en Legal Studies Forum, IX, 1, 1985, p. 19.
14 Kennedy, Duncan, Adjudication in Social Theory, A Critique of Adjudication (fin de siecle), (Harvard
University Press) 1997, pp. 267-271.
15 Lascoumes, Pierre y Serverin, Evelyne, “Théories et pratiques de l’effectivité du Droit”, en Droit et
Societé, 2, 1986, pp. 142-145.
16 Romany, Celina, “La responsabilidad del Estado se hace privada: Una crítica feminista a la distinción
entre lo público y lo privado en el Derecho Internacional de los Derechos Humanos”, trad. Iván
Zagarra, en Cook, Rebecca (ed.), Derechos humanos de la mujer. Perspectivas nacionales e internacionales,
(Profamilia) 1997, p. 97 y nota 92 citando el informe de Human Rights Watch, Criminal Injustice:
Violence against Women in Brazil, 1991.
17 Comisión Interamericana de Derechos Humanos, Informe sobre la situación de los derechos humanos en
Brasil 1996, cap. VIII, D, párrafo 27.
18 Tribunal Oral en lo Penal Villarrica, Rol 27/2007, 25 de mayo de 2007, Coñoeman Iturra.
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El alegato –que pudo ser una mala estrategia de defensa, considerando que
el tribunal oral estaba compuesto por tres mujeres–, muestra una situación
pintoresca, ilustrando un cierto entendimiento de una conducta delictual y
el ejercicio de la sexualidad en el matrimonio o los fines de este. En primer
lugar, se evidencia una reticencia a la creación de un ilícito, la violación conyu-
gal, pero la norma ahí está y no hay mucho que hacer, como dice el defensor.
El cambio legal rompe un cierto sentido común en la formación legal. En se-
gundo lugar, aparece el matrimonio y sus fines: procrear y las consecuencias
que ello tiene en relación a cómo se ejerce y qué fines tiene la sexualidad. En
tercer lugar, se alude a las relaciones de poder y el lugar que ocupa el con-
sentimiento en el ejercicio de la sexualidad al interior del matrimonio. No
cabe duda que, desde una óptica moderna, prima la autonomía sexual y ello
alcanza al matrimonio, la idea de que firmar un consentimiento informado,
“las hojas firmadas sobre el velador”, lleva implícitas las relaciones de poder
que eran antaño naturalizadas en las normas19 ya no es válida. El trasfondo es
el acceso carnal del marido, atendido el débito conyugal que supone el matri-
monio, adosado, además, al fin de procrear.20 Esta teoría del débito conyugal,
tal como la reseñan los jueces, tiene plena cabida en la doctrina mayoritaria:
“seguidores de esta teoría encontramos a Raúl Carranca y Trujillo y Celestino
Porte Petit, y especialmente a Manuel Abarca, que en su obra referente al
Derecho Penal señala que ‘siendo el ayuntamiento sexual acto propio del ma-
trimonio, el marido tiene derecho de ejecutarlo con su esposa y por lo tanto
no cabe la legítima defensa de esta, salvo el caso de que el marido lo intentare
contra natura, o bajo condiciones que dañare gravemente la salud de la mujer
o le infiriera una ofensa que también revistiera gravedad. Esto corresponde
a lo que se enseñó por años en las escuelas de Derecho […]”21 Sin embargo,
las juezas contraponen a esta visión una mirada moderna del Derecho Penal
y las relaciones sexuales entre marido y mujer, que deben estar precedidas
de voluntariedad y exentas de violencia: “Que es de esta última forma como
estas juezas entienden la aplicación de la justicia, con el respeto al género
y a la igualdad, frente a la indemnidad sexual y a su libertad, actuar contra
esta libertad constituye el delito de violación, pues subvertiría el orden ético
jurídico de la organización familiar moderna y se convertiría a la mujer en un
19 Ibíd.
20 El imputado en un peritaje “reconoció participación en los hechos pero lo justificaba dentro del
matrimonio, como uno de los deberes conyugales que debía cumplir su mujer […]”. Ibíd.
21 Ibíd.
22 Ibíd.
23 Cook, Rebecca y Cusack, Simone, Gender Stereotyping. Transnational Legal Perspectives, (University of
Pennsilvania Press) 2010, p. 9 y ss.
24 Ibíd., pp. 18-19.
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Los estereotipos de género involucran representaciones, características,
atributos, roles y funciones que se dan a los hombres y mujeres en la socie-
dad, y que son temporales y espacialmente determinados. Involucran el sexo
o diferencias anatómicas de las personas, la base de la diferencia sexual, a la
que se adosa una jerarquización sobre las relaciones entre varones y mujeres.
Es un concepto cultural y no biológico, como nos recuerda Lamas.25 Atribui-
mos lo que entendemos por “femenino” o “masculino”. Por ello, podemos
distinguir entre estereotipos de sexo, sexuales y de roles de género. Los pri-
meros dicen relación con las características fisiológicas de las personas, los
segundos son relativos a la sexualidad y los terceros a la construcción de roles.
Cada uno de ellos se intersecta con otros marcadores sociales, como clase,
edad o etnia, cuestión que la CIDH ha comenzado a destacar.26 En el mismo
sentido, la Corte IDH ha definido los estereotipos de género como “una pre-
concepción de atributos o características poseídas o papeles que son o debe-
rían ser ejecutados por hombres y mujeres respectivamente”.27
Así, participamos de ciertas representaciones sociales sobre lo que es una
inmigrante mujer y negra, y de otras mujeres si son rubias y vienen de Améri-
ca del Norte o Europa, de manera tal que la discriminación se configura desde
las características y las pertenencias de los afectados. Las personas estamos
construidas desde diversas “identidades”, diferencias a las cuales se les adosa
un cierto valor creando una identidad que puede esencializar de la misma ma-
nera que lo hace el prejuicio o estereotipo. La categoría de “las experiencias de
las mujeres” tiende a generalizar, soslayando que hay múltiples vivencias de
mujeres, pues esas identidades se superponen, por lo que se debe estar aten-
to de no caer en la trampa. Gómez nos recuerda que el estereotipo conlleva
prejuicio, que no es solo la atribución de ciertas características sino además
de jerarquías, construye “al otro” como un distinto al “nosotros” del grupo
dominante,28 que no actúa en forma aislada sino como parte de la sociedad,
con la complicidad de esta.29
25 Lamas, Marta, “Diferencias de sexo, género y diferencia sexual”, en Revista Cuicuilco, vol/año 7, 18,
2000, pp. 2-3.
26 Comisión Interamericana de Derechos Humanos, op. cit., párrafo 28.
27 Corte IDH, sentencia caso González y otras (Campo Algodonero) vs. México, 16 de noviembre de
2009, párrafo 401.
28 Gómez, María Mercedes, “Crímenes de odio”, en Sáez, Macarena y Motta, Cristina (eds.), La mirada de
los jueces. Sexualidades diversas en la jurisprudencia latinoamericana, Tomo 2, (Siglo de Hombre Editores)
2008, pp. 90-92.
29 Ibíd., p. 91.
[…] todo organismo, toda organización, por pequeña que sea, debe te-
ner una cabeza visible. De otra manera, imperaría en ella tal anarquía,
que podría conducir a la disolución de esta organización. Partiendo de
la base que la familia debe tener un jefe, incuestionablemente de que
este debe ser el hombre. Por lo demás, el temperamento y la constitu-
ción de la mujer requieren, precisamente de la autoridad del hombre.
Está probado, en el hecho, que la mujer ama al hombre que realmente
es capaz de ejercer en forma justa, por cierto su autoridad, así como los
hijos requieren de la autoridad del padre y el pueblo la autoridad del
gobernante.
Por su parte, Silva Bascuñán sostuvo que era necesaria la inclusión del
precepto y que no se deriva de la igualdad ante la ley, ya que el principio de
igualdad ante la ley se topa con una diferencia de la naturaleza.32 Fue parte de la
reflexión la jefatura en la familia y cómo le correspondería al marido, natura-
lizando no solo los roles para hombres y mujeres sino también, implícitamen-
te, las jerarquías al interior de la familia. Como señaló Evans de la Cuadra, ha-
biendo disenso, alguien debe tener la última palabra y en “cualquier sociedad
258
en el mundo la tiene el hombre”.33 Lathrop está en lo correcto cuando observa
que esos prejuicios menoscaban la igualdad no en un sentido abstracto sino,
por el contrario, en uno muy concreto.34 Estos prejuicios se mantienen en di-
versos órdenes, como, por ejemplo, en la discusión de la igualdad entre hijos
fuera y dentro del matrimonio en las palabras del entonces senador Bom-
bal, quien manifestó, en 1994, su rechazo a igualar derechos entre los hijos
porque “al borrarse arbitrariamente toda diferencia en materia de filiación,
estaremos debilitando para siempre la institución del matrimonio, natural-
mente llamada por antonomasia, a ser el cauce ético y legal más propio para
construir una familia”.35
La historia nos dice que el estereotipo primó y mantuvo a la mujer, en
cuanto sujeto, en una condición ciudadana de segunda categoría que implica-
ba, por ejemplo, solicitar autorización del marido para ejercer profesión u ofi-
cio o mantener su condición de relativamente incapaz. Esta situación se mo-
dificó con la Ley 18.802, que, sin embargo, conservó al marido como jefe de
la sociedad conyugal, reafirmando la supremacía de la jefatura masculina.36
Los estereotipos también funcionan privilegiando, supuestamente, a las
mujeres en sus relaciones de familia. Ejemplo claro de esto es el artículo 225
del Código Civil que atribuye preferentemente el cuidado de los hijos a la ma-
dre.37 Esta regla dispone que, luego de una separación y no habiendo acuerdo
entre los padres por el cuidado de los hijos, este lo tendrá la madre. Esta es
una regla legal subsidiaria de atribución en el cuidado a la madre y que opera
automáticamente ante la separación. Solo cuando el padre impugna la regla,
el tribunal deberá elegir entre el padre o madre. Esta norma de atribución su-
pletoria divide a la doctrina. Algunos postulan que no rompe con la igualdad
ante la ley, ya que atribuye legalmente un deber –el de cuidar a los hijos, que
33 Ibíd., p. 11.
34 Lathtrop, Fabiola, “(In)Constitucionalidad de la regla de atribución preferente materna del cuidado
personal de los hijos del artículo 225 del Código Civil”, en Revista Ius et Praxis, Año 16, 2, 2010, pp.
177-178.
35 Historia fidedigna de la Ley 19.585, vol. 1, sesión 41, pp. 154-155.
36 Vale recordar el caso tramitado ante la Comisión Interamericano de Derechos Humanos, Sonia Arce
Esparza v. Chile, Caso 071/01, Informe No. 59/03, Inter-Am. C.H.R., OEA/Ser./L/V/II.118 Doc. 70 rev.
2 en 213 (2003) el que fue declarado admisible. La discriminación se produce atendido que la norma
existente dispone que el marido es el administrador de los bienes propios de la mujer y que, de no
mediar consentimiento del marido para enajenar, la mujer debe acudir a una intervención judicial para
ser autorizada. En este caso, Chile alcanzó una solución amistosa, en 2008, que implicaría, entre otras
cosas, modificar la ley, lo que a la fecha no se ha producido. Véase, Gatica, Ana María, “El destino de la
sociedad conyugal”, en Anuario de Derechos Humanos, 2001, pp. 169-178.
37 Ley 19.585 de 1998 que modifica el Código Civil y otros cuerpos legales en materia de Filiación.
38 Rodríguez, María Sara, “El cuidado personal de niños y adolescentes en la familia separada: Criterios
de resolución de conflictos de intereses entre padres e hijos en el nuevo Derecho chileno de familia”,
en Revista Chilena de Derecho, vol. 36, 3, 2009, p. 563.
39 Lathtrop, op. cit., p. 153.
40 Ibíd., p. 155.
41 Ibíd.
42 Biblioteca Nacional, Historia de la Ley 19.585, Cámara de Diputados, 22 de noviembre de 1994, Sesión
19, Legislatura 330, p. 289. En: http://www.leychile.cl/Navegar?idNorma=126366&buscar=Ley+19.585
43 Senado, 4 de noviembre de 1997, Sesión 12, Legislatura 336, Indicación 121; ibíd., p. 793.
44 Ibíd.
260
Como señaló la diputada Aylwin, la realidad es que las mujeres se quedan a
cargo de sus hijos, por lo que estimaba más equitativa la tuición compartida.45
El diputado Espina reiteró la idea de dejar espacio a los jueces para resolver
de otra manera, “porque me parece que no hay posición más cómoda para el
hombre que le digan, por anticipado, que la mujer tendrá el cuidado de los hi-
jos, pues él delegará toda su responsabilidad.”46 El entonces diputado Chadwick
contra argumentó señalando que “Si no [hay acuerdo se le entrega el cuidado
a] la madre, por derecho propio, puede prestar mejor atención a los hijos por
una relación de carácter natural”.47 Esta disposición natural de las mujeres hacia
la maternidad explica la figura de abandono de los hijos que se encuentra en el
Código Penal: si la madre abandona es un ilícito por el que la mujer es doble-
mente castigada, pues quebranta la norma y rompe con un ideal social según el
cual que las mujeres acogen y aceptan naturalmente la maternidad.48
El Tribunal Constitucional tendrá la labor de afirmar o deconstruir los es-
tereotipos de género, discutir cuál es el rol de las mujeres al interior de la
familia y qué relación le asigna a la maternidad o la paternidad en la causa de
inaplicabilidad por inconstitucionalidad presentada en el 2011 por un padre.49
El demandante, quien solicita el cuidado personal de sus hijos, alega que son
cuatro los derechos constitucionales afectados: el derecho a la igualdad ante
la ley (artículo 19 No 2 CPR), igualdad ante las cargas pública (artículo 19 No
23 CPR), el derecho a educar de ambos padres (artículo 19 No 10 CPR) y el
interés superior del niño, principio recogido en el artículo 3 de la Convención
sobre los Derechos del Niño, en relación al artículo 5 inciso segundo de la
Constitución Política. El requirente cita doctrina que apunta que el cuidado
de los hijos, y quién lo asuma, no debe estar determinado a priori sino que
debe evaluarse las condiciones fácticas del mejor cuidado en concreto, sea por
el padre o madre. Así, romper con el estereotipo constituye un camino de ida
50 Jaramillo, Isabel Cristina, “Familia”, en Sáez y Motta (eds.), op. cit., p. 323.
51 Corte IDH, Caso Atala Riffo y Niñas vs. Chile, Sentencia del 24 de febrero 2012 (Fondo, Reparaciones
y Costas), Párrafo 111.
52 Cook y Cusack, op. cit., p. 25.
53 Esto estaba implícito en el requerimiento de inconstitucionalidad de las Normas Nacionales de
Regulación de la Fertilidad que explicitaba la entrega de consejería y prescripción de métodos
anticonceptivos a las adolescentes sin autorización paterna, cuestión que pugnaría con el derecho de
los padres a educar a sus hijos. La Corte de Apelaciones, en un recurso de protección, se refirió a las
relaciones prematrimoniales de los jóvenes señalando que los padres podían educar a sus hijas para
que no las tuvieran, y que no era excluyente del rol del Estado de prestar la debida atención en salud
a las adolescentes que requirieran consejería y anticonceptivos. Véase, Tribunal Constitucional, Rol
740-07, 18 de abril de 2008, y Corte de Apelaciones de Santiago, Zalaquett y otros contra Ministerio de
Salud, Rol 4693-2006, 10 de noviembre de 2006.
262
también los abusos en contra de las trabajadoras sexuales.54 En este sentido,
cuando se mira a las personas a través del lente del prejuicio sexual y se las
califica como distintas, según ocurre con personas no heterosexuadas, se pro-
duce la discriminación en la dictación de las normas o en su aplicación.
Denominamos heteronormatividad al hecho que las normas están inter-
pretadas o fueron creadas desde un paradigma en que todos los sujetos en
una sociedad son o deben ser heterosexuales. De allí se desprende que los
comportamientos sexuales diversos serán una desviación denostada, castiga-
da o incluso penalizada.55
El prejuicio está presente en la vida cotidiana y, aunque con apariencia ino-
cente o bien intencionada, en lugares como la campaña del Servicio Nacional
de la Mujer “Maricón el que maltrata a una mujer”, que refuerza ideas negati-
vas sobre un grupo de personas con determinada sexualidad. Igualmente, los
jueces emiten opiniones a partir de la condición sexual de las personas, como
en el caso del informe del Ministro visitador Lillo (de la Corte de Apelaciones
de Temuco) sobre la denuncia de irregularidades administrativas en la trami-
tación del juicio de tuición en el caso López Atala, por parte de Karen Atala, a
la época jueza de garantía en Villarrica. El Ministro señaló en su informe que
el conocimiento público de la condición de homosexualidad de uno de sus
miembros (Jueza Atala) dañaba a la afectada y también la imagen del Poder
Judicial.56 La única razón por la cual el Ministro podría haber considerado de
tal forma la sexualidad de uno de sus funcionarios es que la homosexualidad
fuese considerada como una falta grave a las funciones del cargo contemplado
en el Código Orgánico de Tribunales, como lo afirmó la Corte Interamericana
de Derechos Humanos.57
La heteronormatividad alcanza no solo a las decisiones judiciales (en la
decisión de la Corte Suprema en el juicio de tuición de las niñas López Átala,
54 International Council on Human Rights Policy citando a Ignacio Saiz, “Bracketing Sexuality: Human
Rights and Sexual Orientation. A Decade of Development and Denial at the UN”, en Health and
Human Rights, 7, 2, 2004 y en Sexuality and Human Rights. A Discussion Paper, 2009, p. 8.
55 Casas y Ahumada se refieren al castigo y discriminación en las escuelas a los y las adolescentes cuya
orientación sexual se desvía del ideal heterosexual. Ver Casas, Lidia y Ahumada, Claudia, “Teenage
Sexuality: From Denial to Punishment”, en Reproductive Health Matters, Vol. 17, 34, 2009, pp. 88-99.
56 Corte IDH, Caso Atala Riffo y Niñas vs. Chile, Sentencia del 24 de febrero 2012 (Fondo, Reparaciones
y Costas), párrafo 124.
57 Ibíd., artículo 544 inciso 4, que dispone que las facultades disciplinarias de la Corte Suprema y Corte de
Apelaciones deberán especialmente ejercitarse, respecto a los funcionarios del Poder Judicial, “Cuando
por irregularidad de su conducta moral o sus vicios que les hicieran desmerecer en el concepto público
comprometieren el decoro de su ministerio”
264
cumplir con una de sus funciones. Desde 2003, más del 50% de los niños en
Chile nacen en uniones libres de pareja. De allí que el matrimonio, si bien
es preponderante, representa un dato que debe contextualizarse en una con-
tinuidad de supervivencia de la especie fuera de las instituciones.63 Asimismo,
se desprende de este razonamiento que los homosexuales no se reproducen
o no tienen hijos. Algunos los tienen. Se trata de hombres o mujeres que
han tenido relaciones con personas de distinto sexo, reproduciéndose, siendo
una prueba de ello precisamente el caso de tuición López Atala. Además, las
técnicas de reproducción asistida permiten a estos colectivos “reproducirse”
sin que sea necesario un coito. Asimismo, también debería rechazarse el ma-
trimonio de una pareja heterosexual de adultos mayores, que biológicamente
ya no son aptos para la reproducción.
266
nera explícita la penetración (el acceso carnal); quien aparece como activo/
pasivo en la relación sexual depende de ciertos presupuestos y estereotipos.
En otras palabras, el legislador estableció como delito la relación sexual
consentida entre dos hombres (porque, si bien el artículo habla de “un mismo
sexo”, se ha interpretado que solo el hombre puede “acceder carnalmente”,
aspecto en sí cuestionable). La relación es consentida porque el mismo tipo
exige que no medien las circunstancias de los delitos de violación ni estupro,
lo que requiere de una posición de dependencia, de un grave desamparo, de
la ignorancia de la víctima o del uso de fuerza o intimidación, tal como lo
establece el artículo 361 N°1 del Código Penal en relación a la violación. En
conclusión, no se está frente a un abuso de una persona mayor frente a otra
menor del mismo sexo.
¿Por qué, entonces, se castiga punitivamente esta relación? Para Luis Ro-
dríguez, se debe entender “que lo sancionado es el hecho que un individuo
acceda carnalmente a un varón menor de dieciocho, quien, pese a haber ma-
nifestado su consentimiento, se encuentra en situación de ser afectado en su
desarrollo psíquico o emocional”.65 Para el TC, el fundamento de esta tipifi-
cación radica principalmente en tres elementos en relación a la “víctima”: el
impacto de la experiencia sexual, el riesgo de corrupción y la afectación del
libre desarrollo de su sexualidad.66
En la redacción de la norma se evidencia un claro estereotipo. Este tiene
relación con el prejuicio hacia la relación entre personas de un mismo sexo,
traducido en un trato discriminatorio por parte del legislador al castigar la
relación consentida entre personas de un mismo sexo, pero no castigando esa
misma relación consentida entre un hombre y una mujer (cabe recordar que
el estupro exige alguna de las situaciones de abuso ya comentadas). No existe
una razón objetiva y racional por la cual el Estado haga esta distinción. ¿Por
qué el Estado decide castigar un hecho sexual –entre personas de un mismo
sexo– y no toda situación en la que una persona mayor acceda carnalmente a
un o una adolescente?
El Estado no interviene en el caso del acceso carnal heterosexual porque en-
tiende que es parte de la autonomía de las personas, quienes libre y voluntaria-
mente deciden tener relaciones sexuales, es decir, entiende como parte del
orden natural o, como señala el título del Código Penal ya comentado, del
67 Ibíd.
68 Bascuñán, Antonio, “La prohibición penal de la homosexualidad masculina juvenil (comentario a la
sentencia del Tribunal Constitucional de 4 de enero de 2011, Rol N° 1683-2010)”, en Revista de Estudios
Públicos, 124, 2011, p. 128.
268
Del mismo modo, la concepción manejada por el TC y, en general,
por la tradición jurídica nacional sobre “penetración”, influye también en
cómo los jueces analizan el fallo. No obstante que el tipo penal no hace
distinción alguna y castiga de modo genérico el acceso carnal a un menor
de dieciocho años de su mismo sexo, se ha señalado que ello solo puede
tener lugar entre dos hombres, ya que –por su naturaleza— la mujer no
puede penetrar. El TC señala en el fallo respecto de este punto que “[debe]
entenderse que se trata del acceso carnal de un varón a otro varón”69 y pos-
teriormente agrega que “debe tratarse de un acceso carnal que se realiza
por vía anal”,70 71 con lo cual se castigaría, si y solo si, hubiera penetración
de parte del mayor de 18 y el menor fuese el penetrado. Ello no debiera
suceder si la situación fuese a la inversa. Sostenemos que la idea del tipo
es que se castigue a ambas.
Este estereotipo está presente en un segundo argumento criticable del TC:
lo protegido por el delito de sodomía es el interés superior del niño. Como
señalábamos, la aplicación judicial del interés superior del niño ha sido un
problema complejo para los tribunales, que adoptan decisiones a partir de
este principio clave de la Convención de Derechos del Niño (CDN) sin apli-
cación en el caso concreto. Al respecto, se ha planteado que “se advierte una
aplicación formal del principio y la misma CDN sin aportar mayor contex-
tualización o explicación al respecto. En esta lógica, no es posible conocer ni
ahondar en los elementos que los jueces consideran a la hora de configurar el
Interés Superior del Niño, cómo determinan lo que se considera su bienestar,
cuánto pesa su opinión y preferencias”.72
69 Tribunal Constitucional, Rol 1683-2010, sentencia de fecha 4 de enero de 2011, considerando 16.
70 Ibíd., considerando 17.
71 Si bien no es el objeto de este artículo detenerse en este punto, sí parece relevante señalar que mantener
estas concepciones significa una exclusión de la mujer y hace incoherente uno de los argumentos
principales del TC en cuanto a la protección del interés superior del niño. Ha sido principalmente
a partir de de los Tribunales ad-hoc a propósito de los crímenes de lesa humanidad, y en especial
del Tribunal Penal Internacional para Ruanda (ICTR) en el caso Akeyesu, donde se ha planteado la
necesidad de establecer una definición amplia de penetración. Analizando el fallo de la ICTR, Palacios
señala que una definición amplia “pudiese incluir en ella actos que no involucran órganos típicamente
considerados como sexuales, pero que sí tenían una clara connotación sexual. [L]a invasión que es
requisito de esta nueva definición de violación puede cometerse con cualquier miembro corporal o
cualquier objeto, siempre que la invasión tenga una naturaleza sexual”. Palacios, Patricia, El tratamiento
de la violencia de género en la Organización de las Naciones Unidas, (Centro de Derechos Humanos,
Universidad de Chile) 2011, p. 202.
72 Vargas, Macarena y Correa, Paula, Niños, niñas y adolescentes en los Tribunales de Familia, 2009, p. 32.
De la misma manera, ver Vaggione, Juan Marco, “Las familias más allá de la heteronormatividad”, en
Sáez y Motta (eds.), op. cit., pp. 63-76.
73 Tribunal Constitucional, Rol 1683-2010, sentencia de fecha 4 de enero de 2011, considerando 33.
74 Couso, Jaime, “El niño como sujeto de derechos y la nueva Justicia de Familia. Interés superior del
niño, autonomía progresiva y derecho a ser oído”, en Revista de Derechos del Niño, 3/4, 2006, p. 147.
75 Bascuñán, op. cit., p. 126.
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bienestar y desarrollo del niño no es adecuada para garantizar el fin legítimo
de proteger el interés superior del niño”.76
Por tanto, cuando el TC piensa en el “niño”, no piensa en un adolescente
homosexual (como es el caso en particular), sino en un niño heterosexual a
quien una experiencia homosexual afectaría en su interés superior (lo cual
también es cuestionable a priori). El interés superior no se puede entender
de manera separada del niño y su mundo, sus intereses, sus afectos y sus op-
ciones, aun más cuando el caso que obliga al TC a analizar la norma trata de
un adolescente que, en virtud de su voluntad libre y espontánea, decidió man-
tener una relación con un hombre adulto, lo que incluía intimidad sexual.
El interés superior del niño obliga a entender al adolescente como un sujeto
progresivo de derechos, que en la adolescencia adquiere una mayor autono-
mía. Nuevamente, el TC no se pregunta si la relación heterosexual entre una
adolescente y un adulto no afecta el interés superior de la adolescente, lo que
reafirma el estereotipo en juego.
Finalmente, con la aplicación de los estereotipos, el TC crea una diferencia
arbitraria –y por tanto discriminatoria– entre los y las adolescentes. Por una
parte, aquellos adolescentes heterosexuales, por estar dentro del orden desea-
do, no se ven comprometidos en su interés superior, justamente porque la
concepción abstracta del TC de este interés es heterosexual. Por el contrario,
los y las adolescentes que, por convicción o intuición, viven una experiencia
homosexual, son objeto de preocupación para el TC ya que per se ella afectaría
su interés superior y les crearía un daño que el Estado debe proteger.
Conclusión
76 Corte IDH, sentencia caso Karen Atala Riffo y niñas vs. Chile, 24 de febrero de 2012, párrafo 111.
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