El Gran Tabú

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El gran tabú: el patriarcado empieza en casa

Bethany Webster
 

Imagen: «Inocente 2», de Patricia Derks


 
Hay un motivo por el cual nos cuesta tanto encontrar soluciones a los
grandes retos globales a los que nos enfrentamos. Hay un motivo por
el cual el impulso del feminismo, con todos sus logros, ha sido limitado
para las mujeres. Hay un motivo por el cual estamos viendo
movimientos reaccionarios y un aumento del autoritarismo en todo el
mundo. Se trata de un gran tabú que no hemos estado dispuestos a
afrontar colectivamente. 
Nos queda poco tiempo para llevar a cabo cambios significativos antes
de encontrarnos en un curso irreversible del cambio climático, que
tendrá unos efectos terribles e impredecibles en la tierra y en la
humanidad. Muchas especies se están extinguiendo a un ritmo sin
precedentes. 
Todas las cosas femeninas o que representan “lo femenino“ están
siendo agredidas: las mujeres y nuestro derecho a la libre elección en
materia de reproducción, las niñas, nuestros océanos, las especies
animales, la calidad del aire, la pérdida de las tierras agrícolas y
ganaderas… por nombrar tan solo algunas. La violencia perpetrada
por hombres y grupos de hombres está resultando ser más descarada
y psicopática de lo que habíamos imaginado.
 
El patriarcado y la herida materna: un llamado urgente a mirar hacia
dentro
Podríamos decir que nuestra situación global es una proyección de la
devastación de nuestros paisajes internos, y que refleja algo a lo que
tenemos que prestar atención en nuestro interior urgentemente. 
Un gran obstáculo para enfrentarnos a nuestro tabú son los grandes
prejuicios contra las víctimas en nuestra cultura. Nadie quiere sentir
que es una víctima. Nadie quiere ser considerado como una víctima
por los demás. El problema es que esta percepción es precisamente lo
que nos mantiene eternamente atrapadas en el victimismo.
El hecho de no querer ser víctimas nos mantiene atrapadas en el
victimismo.  
Todos tenemos una percepción del victimismo que nos lleva a
rechazarlo profundamente porque hemos aprendido a equiparar el
hecho de ser una víctima con la debilidad y a defendernos de ello. Hay
una memoria muy honda de desempoderamiento de la primera
infancia que queremos eludir. Nuestra negación nos mantiene en un
ciclo de reproducir la herida una y otra vez individual y colectivamente. 
 
La familia es la institución principal del patriarcado
La familia es la institución principal del patriarcado, tal como Kate Millet
dijo en los años setenta. Podemos nombrar todas las atrocidades que
vemos en el mundo, sentirnos indignadas, impulsar iniciativas, crear
organizaciones, etc. Podemos convertirnos en “activistas”. Pero si no
hemos abordado cómo a nivel personal  hemos alimentado a la fuerza
la filosofía anti-vida, anti-mujeres, anti-sentimientos del patriarcado
cuando éramos niñas pequeñas e indefensas, no podemos ir más allá.
Como especie, puede que incluso ni siquiera sobrevivamos. Primero
tenemos que ir a las raíces.
La herida materna es una condición social, arraigada en el patriarcado,
que se manifiesta a nivel personal, cultural, espiritual y planetario.  
La herida materna es el resultado del impacto dañino del patriarcado
en el desarrollo humano, a través de la opresión sistemática de las
mujeres durante centenares de generaciones, que ha perjudicado así
a la humanidad y la ha llevado a una muerte y destrucción sin
precedentes en nuestro planeta. 
 
Sabemos que el patriarcado es un problema. ¿Por qué no se ha hecho
nada más?
El patriarcado valora la competición, la dominación, la masculinidad y
una forma de “ganar a cualquier precio”.  No es simplemente un
ambiente cultural con cierto regusto que podemos notar de vez en
cuando. Circula por nuestras venas y forma parte del sistema neuronal
de nuestro cerebro. Se instaló en nosotros cuando teníamos unos
siete años. 
 
La humanidad está instalada en un modo de supervivencia basado en
la reacción, la huida, la lucha, el bloqueo o la servidumbre. Somos una
especie traumatizada creando más trauma a nuestro alrededor.
Las creencias, patrones y conductas que hemos interiorizado para
sobrevivir en el patriarcado forman parte de nosotros, y puesto que
nuestras familias fueron la base para que se produjese este traspaso
cultural, se mezclaron con nuestras necesidades humanas básicas de
amor, seguridad y pertenencia. Esto ha condicionado nuestra
trayectoria. Como un muro invisible, de manera inconsciente
permanecemos limitados por determinados pensamientos,
sentimientos y comportamientos y nos mantenemos alejados de otros,
mientras nos precipitamos hacia una destrucción colectiva. 
 
El trauma de la infancia está normalizado 
La gran mayoría de nosotros crecimos en los campos de batalla
emocionales que fueron nuestros hogares. Tenemos que abordar la
magnitud emocional de todo lo que sufrimos como niños a
consecuencia de la transmisión de las normas y valores patriarcales.
Ninguno de nosotros pudimos escapar totalmente de esto. La razón
por la cual lo seguimos evitando es porque requiere resiliencia
emocional y abertura al dolor, la empatía y el cuidado, que son esas
cosas que el patriarcado ha convertido en tabú. Como niños estuvimos
solos con nuestro dolor. Es como un agujero negro que evitamos, pero
que inconscientemente controla nuestras elecciones y nos mantiene
bloqueados. Nos gusta pensar que, como adultos, hemos superado la
infancia simplemente porque somos mayores, pero en realidad nos
hemos quedado allí, bloqueados.
 
Reconocer nuestro dolor no es victimismo. Es dar ejemplo de
responsabilidad personal y una muestra de madurez emocional.
Solo podemos atravesar este dolor reconociéndolo, mirándolo
profundamente, con amor y empatía, con lo que yo llamo “la madre
interior”. Este cambio de conciencia es un puente psicológico que
debemos atravesar si queremos evolucionar como especie. 
 
El falso relato nos mantiene en la negación: “No fue tan terrible”.
Nunca olvidaré mi impotencia al ver cómo mi padre atormentaba a mi
hermano pequeño. Cada vez que lloraba, mi padre le decía que “se
aguantase el dolor” y sádicamente no le permitía llorar. A menudo
llegaba a casa y empezaba a golpearlo sin motivo alguno. Le gritaba
que parase. Cuando crecí, recuerdo haber oído que mi abuelo pegaba
a mi padre cuando tenía tan solo dos años. 
 
Nuestros estándares para la humanidad son realmente bajos cuando
parece que el progreso consista en que cada generación sea algo
menos suicida y desesperada que la anterior.
Recuerdo lo espantoso que era, cuando era pequeña, desear abrazar
a mi madre para recibir consuelo y, en cambio, sentir su
desesperación emocional y no tener más opción que aguantar su
mirada hacia mí como una especie de madre sustituta de la niña
huérfana que había en ella. Me disocié, a los once años pensé en el
suicidio y me recogí en la espiritualidad como refugio para el dolor del
abandono emocional. Más tarde supe que mi madre había amenazado
con suicidarse a mi hermano cuando él era adolescente. Un gran
secreto en su familia era que durante su propia infancia, su madre
bebía y también la había amenazado a ella con suicidarse. 
 
Nuestros problemas cotidianos nos muestran constantemente
síntomas de heridas profundas que son posibles puertas de entrada
para la introspección y la sanación.
Tal vez todo esto pueda sonar como ejemplos de casos extremos,
pero mi familia aparentaba ser una familia perfecta de puertas afuera.
Hasta llegar al instituto, idealicé a mi familia, y negué en redondo tener
cualquier herida. Aprendí que nuestros problemas cotidianos de la
superficie son “tapaderas” de la historia real que hay tras ellos.
Negamos profundamente el relato de fondo. No tenemos que “cavar”
en el pasado, todo está presente tras la superficie. 
 
El tabú de la herida materna
El gran tabú es que el patriarcado es una cultura traumatizante que ha
provocado que todos suframos en cierta medida la herida de la madre.
Hemos sufrido traumas personales en nuestras familias, en la cultura
en general, espiritualmente a través del sentimiento de estar
sometidos al juicio de un dios masculino, a nivel planetario
sintiéndonos desconectados de la tierra. 
 
Estamos en un punto de crisis existencial en el que nuestra
supervivencia depende de integrar el aspecto femenino/materno de la
humanidad que hemos estado negando.
El trauma sin sanar que experimentamos en privado en casa se
reforzó doblemente con nuestras experiencias con la educación, el
estado, los medios de comunicación, el ocio, la religión, etc. La herida
materna es el “centro de la rueda del sufrimiento” que afecta a todos
los ámbitos de nuestra vida: nuestras relaciones, carreras
profesionales, crianza de nuestros hijos, la relación con nuestro cuerpo
y más. Aceptar esto no es ser una víctima de la impotencia; es una
señal de inteligencia y esperanza para nuestra especie. La forma más
potente de acceder a la sanación es mirar cómo la herida materna se
manifiesta en nuestras vidas personales. Cuando seamos muchos los
que lo hagamos, nuestra cultura podrá ser transformada. Cuando
sanamos, evolucionamos y la humanidad avanza.  
 
Privilegios de hombres blancos y evasión espiritual
Nuestra negación colectiva es tan fuerte que la mayoría de doctores,
terapeutas y maestros espirituales y coaches de referencia alimentan
activamente esta gran negación del trauma infantil. Da la impresión de
que hay una capa que nos impide verlo y que también nos impide ver
la realidad que nos ciega. 
Recientemente vi una charla entre Gabor Mate y Adyashanti, dos
autores que admiro. Hacia el final de la conversación se mencionaron
los temas del trauma y de la evasión espiritual. Ambos coincidieron en
que hay una gran prevalencia del trauma entre sus discípulos, y que
en los últimos años docenas de reputados maestros espirituales han
sido denunciados por agresiones sexuales y otros delitos. Adyashanti
dijo: “No deberías esperar que tu maestro espiritual sea un experto en
traumas”. Mi pregunta es: ¿Por qué no?  Si la gran mayoría de
nuestros discípulos y seguidores sufren algún tipo de trauma (como
han dicho), ¿por qué no incluirlos en tus enseñanzas y recursos? 
La integridad auténtica requiere que cada maestro o líder
espiritual de cualquier tipo sea experto al menos en su propio
trauma. Y deberían considerarse a sí mismos como aprendices
permanentes del trauma, profundizando su comprensión sobre cómo
afecta al potencial humano. No se puede haber profundizado
espiritualmente sin conocer cómo el trauma nos condiciona y nos
bloquea el acceso a nuestra verdadera naturaleza
 
Cualquier forma legítima de activismo, espiritualidad o sanación
debería ir siempre de la mano de la comprensión que nuestro trauma
personal siempre influye en cómo nos mostramos.
Sin este reconocimiento, nuestras iniciativas y movimientos
continuarán siendo superficiales, insostenibles, propensos al conflicto
o poco éticos. Dicho de otro modo, algunos aspectos virulentos del
patriarcado siempre permanecerán y nuestros esfuerzos estarán muy
limitados.  
Necesitamos ser expertos en los traumas que sufrimos en nuestras
familias y cómo afectan a nuestras vidas. Esto debería dejar de ser un
tabú. Necesitamos hacer de la sanación de la herida materna una
distinción de honor e integridad. No es un reproche, es una
responsabilidad generacional. El patriarcado, y el trauma que
genera, nos impide ver nuestra profundidad y complejidad y la de los
demás. Es hora de elevar el nivel.
En otro momento de la charla, Gabor mostró su sorpresa de que el
maestro zen de Adyashanti no fuese un gran hombre, sino una madre
atareada de 5 hijos. Me llamó la atención la clara falta de interés
hacia su vida o cómo había alcanzado esos niveles de sabiduría,
ningún interés hacia cómo el hecho de ser una madre habría podido
incidir en su crecimiento espiritual. 
 
Con la cosificación y mercantilización de la vida humana femenina,
nuestro potencial humano colectivo está atrofiado.
El racismo, la homofobia y el sexismo parecen estar más
desenfrenados y en auge que nunca.  Nuestra “alienación” de algunos
seres humanos por razones de raza o sexo es un eco de cómo
aprendimos a “alienar” a la niña traumatizada en nosotras. Todo viene
de allí.  
 
Las mujeres están más cerca de la verdad (y del dolor)
Acompañando a otras mujeres, he visto que trabajar nuestra propia
herida materna nos permite inmunizarnos de sentirnos como víctimas
y de reproducir estas heridas tempranas en los demás. El sentimiento
de victimismo se reduce enormemente, ya que deja de ser un
programa automático preestablecido que funciona en segundo plano.
Con la capa de niebla de la negación disolviéndose alrededor de
nuestra mirada, somos más capaces de ver la realidad tal como es y
de ser más honestas con nosotras mismas. 
 
Podemos sentirnos más empoderadas y con capacidad de elección en
situaciones en las que en el pasado podríamos habernos sentido
atrapadas en la reactividad. 
Nos sentimos más adultas y menos como una niña victimizada. Así,
motivamos a la gente y los espacios de nuestro entorno simplemente
siendo quienes somos, sin culparnos y sin estar a la defensiva. Parte
de nuestra sanación colectiva está apoyándonos los unos a los otros
en este camino. 
 
Tanto mujeres como hombres tienen sentimientos anti-femeninos/anti-
mujeres
Debemos enfrentarnos a nuestros sentimientos anti-femeninos. Hemos
aprendido la anti-feminidad a través de la disonancia cognitiva de la
primera infancia, en la que nuestras madres eran las personas más
importantes y significativas de nuestras vidas. Y también las más
denigradas, desempoderadas e irrespetadas en nuestras casas y en
todos los ámbitos de la vida. Básicamente, tanto mujeres como
hombres sufren una forma de autoabandono que ocurrió muy
temprano, una ruptura de sentimientos, empatía, cuidado, proceso,
profundidad, presencia… cosas que la “madre” representaba y por las
cuales fue despreciada.  Todas las formas de disfunción, dolor y
trauma surgieron de allí, en todos nosotros, en diferentes medidas.
Estas son las grandes cualidades que tenemos que dar a luz en
nosotras mismas para superar el patriarcado. 
 
Tener en cuenta el tabú de la herida materna
Reconocer este gran tabú es el punto de partida para crear una nueva
tierra, una nueva era para la humanidad. Sanar la herida materna
ensancha el espacio entre el estímulo y la respuesta, de modo que
reduce el estado de reactividad  y lucha, huída, bloqueo o
servidumbre. A través de este espacio más amplio, se puede
desarrollar más el potencial humano y se pueden encontrar soluciones
para los problemas globales más apremiantes. 
 
Preguntas para la reflexión: El patriarcado como cultura del trauma
empieza en nuestro hogar de la infancia. 
 ¿Cómo se manifestó el patriarcado en tu familia? 
 ¿Cómo se transmitieron y reforzaron los valores del patriarcado?
 ¿Cómo te afectó esto emocionalmente?
 ¿Cómo te adaptaste o te manejaste en este entorno?
 ¿Qué retos tienes en tu vida actual que provienen de aquellas
experiencias de infancia? 
 ¿De qué maneras puedes estar presente para aquella niña en ti? 
 ¿Qué recursos o apoyo necesitas en tu vida cotidiana para que esto
suceda?
 
Sanar la herida materna no es un camino rápido, glamuroso ni
fácil, pero es el auténtico camino que debemos tomar para la
sanación intergeneracional y la transformación. Con este trabajo,
creamos un mundo mejor para nosotras, nuestras familias,
nuestros hijos y la tierra. 
 
Copyright 2019 Bethany Webster. Todos los derechos reservados
Texto original en inglés: The Great Taboo: Patriarchy Begins at Home
Traducción: Carlota Franco. Revisión: Imma Lizondo y Sophia Style

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