Ensayo Omarly Bravo Valor Economico de La Educacion

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REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA

LA UNIVERSIDAD DEL ZULIA


FACULTAD DE HUMANIDADES Y EDUCACIÓN
DIVISIÓN DE ESTUDIOS PARA GRADUADOS
MAESTRÍA EN EDUCACIÓN
MENCIÓN: PLANIFICACIÓN EDUCATIVA

ANÁLISIS: VALOR ECONÓMICO DE LA EDUCACIÓN

Autora: Omarly Bravo


C.I. 17.738.319

Profa. Mg. Gladys Parra de Vílchez

Maracaibo, julio 2012


Desde hace un tiempo a esta parte nos venimos preguntando en relación a la

multiplicidad de sentidos que adquiere lo que hemos dado en llamar el “complejo

economía y educación” (Vitarelli, 2008). Esto es objeto de especial interés ya que se

constituye en el centro de las prácticas del conocimiento en el espacio de la enseñanza

universitaria y luego de un quinquenio comienza a aproximar condiciones para la

conformación de una comunidad epistémica preocupada en tal sentido.

Hacia mediados del siglo XX en EEUU nos coloca en el surgimiento mismo de la

Economía de la Educación como espacio aplicado de la ciencia económica y cuyo

impacto lo observamos en los modelos de planificación educativa y formas de

intervención en sistemas tanto locales, regionales, nacionales como internacionales.

Inversión, gasto, financiamiento y rendimiento son algunos de los componentes base

que ilustran la situación.

En el horizonte que dibuja en el campo epistémico la concepción de la

neutralidad valorativa, hace su aparición la Economía de la Educación como “una de las

ramas de la ciencia económica que presenta un mayor progreso” (Blaug, 1972:9). La

posición central que sostiene entonces que la educación contribuye al crecimiento

económico acuñado en los cincuenta (1950) y sostenida en la década siguiente, funda

así la escuela de pensamiento del Capital Humano.

Su principal exponente Theodore Schultz llamó la atención sobre el valor

económico de la educación desde su trabajo publicado en 1961 “Investment in Human

Capital”, para quien dicha teoría percibe a los recursos destinados a la educación como

forma de inversión que otorgará sus beneficios en el tiempo futuro; en lo social esto

impactará en una mayor productividad de los trabajadores educados. Se encuentra

entonces que la gran corriente del pensamiento económico aplicado a la educación, es

decir la teoría del Capital Humano no sólo no puede escapar a su época sino que
además está fundamentada en el denominado modelo liberal clásico con los cuales las

sociedades disciplinares aportaban al crecimiento de los estados capitalistas.

De este modo se trata entonces el análisis del valor económico de la educación y el

análisis de los aspectos económicos del sistema educativo de la mano de la concepción de la

contribución de la educación al crecimiento económico con especial énfasis en los enfoques de

previsión y tipo de rendimiento.

La formación del individuo es un fenómeno complejo de analizar, dada la

multiplicidad de relaciones que genera en cualquier ámbito: social, cultural, jurídico y

por supuesto económico. A ello se une el hecho de que, todo proceso formativo implica

una transmisión de conocimientos, técnicas, aptitudes o hábitos de unos sujetos a

otros, encaminada a alcanzar unos objetivos muy diversos. Entre estos: el desarrollo de

cualidades, cambio de conductas, formación de nuevos profesionales, reciclaje de los

ya existentes o contribuir al desarrollo socioeconómico. Múltiples y ambiciosos son por

tanto los efectos esperados de la educación.

Cualquier proceso formativo, incardinado en la consecución de sus variados

objetivos, es demandante de una ingente cantidad de recursos, tanto humanos como

materiales o financieros y, en todo caso, siempre escasos. Esta lógica emparentada

con la más básica definición de Economía, justificaría por sí sola la necesidad de

abordar el estudio económico de la educación.

La concepción de la educación como factor determinante del progreso y

desarrollo económico tuvo lugar en el periodo comprendido entre las décadas de los

años 1950 y 1970, en las que todo país desarrollado elevó su presupuesto educativo de

forma extraordinaria (Fermoso, 1997). Al invertir en sí mismos los seres humanos

aumentan el campo de sus posibilidades y con ello pueden ver incrementado su

bienestar. “Tal inversión será el capital incorporado a los sujetos, capital cuyo valor
productivo puede exceder al obtenido por el capital tangible (físico) utilizado en la

producción económica” (Schultz, 1961).

El tratamiento de la educación como una inversión en el ser humano se convierte

en la referencia, lo que tendrá una honda repercusión en la planificación educativa de

cualquier país (Modrego, 1990), invertir en Capital Humano se convierte en objetivo

primordial de los gobiernos de todos los países, el crecimiento económico, el bienestar

social y hasta la distribución de la renta serán explicadas por el nivel de formación y

preparación de los ciudadanos.

Shultz, se encuadra en la “Escuela de Chicago”, impulsora del estudio moderno

de la Economía de la Educación; integrantes de la misma que también abordaron este

aspecto económico: Becker, Johsonn, Bowman, entre otros, quienes desde la década

de los sesenta confeccionaron una bibliografía y un cuerpo de estudio que impulsó el

análisis económico de la educación (Ipiña y Grao, 1996). La aportación de los

anteriores autores fue clave en el estudio de la relación entre la educación y el mundo

económico, considerando al Capital Humano como toda movilización voluntaria de

recursos dirigidos a aumentar la capacidad productiva del sujeto, idea que contribuyó a

que este periodo fuese conocido como la época dorada de la educación. Todos los

países expandieron su presupuesto educativo muy por encima de lo que hasta ese

momento lo habían hecho, la Teoría del Capital Humano había nacido.

El trabajo como factor productivo era el resultado de un variado “proceso de

producción”, por ello diferenciado y con un precio distinto según sus características,

clasificadas estas en: innatas o adquiridas a través de alguna suerte de aprendizaje. La

cantidad y calidad de la inversión realizada por el sujeto en sí mismo determinará su

valor económico. Si más educación es sinónimo de más productividad, el sistema


productivo con el objeto de maximizar beneficios buscará al sujeto más formado, siendo

el mecanismo de inserción laboral defendida por esta teoría.

El proceso de formación del individuo genera un aumento en la capacidad

productiva que se traduce en una relación positiva entre el nivel de renta que obtiene y

el nivel de educación adquirida (Modrego, 1992). En consecuencia, la demanda de

educación es función de: los costes individuales directos o indirectos que implica su

adquisición y la oportunidad que esa educación adquirida ofrece en materia de empleo.

El ser humano emplea parte de su renta en sí mismo teniendo por objeto,

satisfacciones pecuniarias y no pecuniarias futuras, el individuo adopta un

comportamiento racionalmente económico al decidir adquirir más educación.

Shultz, sin embargo, no se contentó con llegar hasta ahí, dando un paso más, al

afirmar que los contrastes de las inversiones en el hombre determinan también las

diferencias posteriores de ingresos obtenidas: “el incremento de los salarios reales de

los trabajadores es el rendimiento de la inversión formativa realizada en los seres

humanos que supone el incremento de la productividad por unidad de trabajo”.

Un planteamiento similar defendió Musgrave (1994), al afirmar que la distribución

de la dotación entre trabajo y capital era función de la inversión en educación, quien a

su vez determina el salario que la persona puede exigir. El nivel de vida de un país es

función del éxito en la aplicación de las aptitudes, saberes y hábitos de su población,

adquiridos por el impulso dado a la acumulación de Capital Humano por el sistema

económico (Becker, 1964).

El trabajador es un capitalista al adquirir conocimientos y habilidades dotados de

valor económico, producto de la inversión en el hombre que junto a otras inversiones

explica la superioridad productiva de los países avanzados. “El desarrollo económico

dependerá de la existencia de una fuerza de trabajo dotada de la competencia y


preparación necesaria para aceptar e impulsar el progreso económico y técnico”

(Johnson, 1972: 34).

La extensión macroeconómica de la relación educación-empleo-salarios, permite

obtener las siguientes conclusiones: a) el sujeto más educado tiene más oportunidades

de empleo y gana más, b) si sus ingresos reflejan la capacidad productiva, la

escolarización aumenta la productividad humana, c) si el desarrollo social es función del

crecimiento de la capacidad productiva del ser humano, entonces una mayor

escolarización contribuirá a un mayor crecimiento económico (Moreno Becerra, 1998).

La carencia de una población debidamente cualificada será por tanto obstáculo principal

al desarrollo socioeconómico, al depender de la productividad humana, la cual es

función del número de años de escolarización.

La función educativa sería por tanto la de certificar la conveniencia acerca del

futuro trabajador, la educación será una marca de clase, el sujeto cualificado. El

sistema educativo tendrá un valor económico positivo si establece un adecuado sistema

de filtros que identifique convenientemente las aptitudes individuales en relación al

puesto de trabajo considerado, la educación debe por tanto asignar convenientemente

al factor humano en su vertiente productiva. En consecuencia, las diferencias en cuanto

a oportunidad de empleo o ingresos, no son reflejo de una mayor capacidad productiva

del individuo al aumentar sus años de escolarización, sino serán el resultado del rol

socioeconómico del que disfrutan los títulos o diplomas educativos en el mercado de

trabajo, como seleccionadores.

Prueba de ese destacado rol del que disfrutan las credenciales educativas es el

hecho de que aquellos sujetos en posesión de un título superior, si no encuentran el

trabajo adecuado a su nivel, van tras otro de inferior cualificación ocupando puestos de

trabajo donde antes se encontraban sujetos con una titulación inferior, por lo que estos
se ven forzados también a bajar en la pirámide laboral, por lo tanto al final de este

proceso el peso del desempleo recae en el sujeto que cuenta con una cualificación

inferior y ello con independencia de la adecuación inicial entre cualificación y tipo de

empleo (Coombs, 1985).

En esencia, a los individuos con más educación se les considera más

productivos que los individuos con menos educación, y la suposición se confirma en la

práctica: el valor económico de la educación reside entonces, sobre todo, en ciertas

habilidades sociales y de comunicación que se imparten a los estudiantes y sólo

secundariamente en la formación de aquellas «habilidades productivas técnicamente

requeridas» que destacan los que defienden el método de las necesidades de recursos

humanos. Por tanto, si la educación contribuye al crecimiento económico, lo hace más

transformando los valores y actitudes de los estudiantes que proporcionándoles

habilidades manuales e instrucción cognoscitiva; la educación es económicamente

valiosa no por lo que los estudiantes saben sino por cómo se enfrentan al problema de

conocer.

Para finalizar, la educación se convierte en parte global e integral de un

individuo, conforme a las instituciones la educación no puede ser comprada, vendida o

considerada como una propiedad. Sin embargo, constituye una forma de capital si se

presta un servicio productivo el cual tiene un valor para la economía. La educación es

un capital humano, que se base en la formación que vaya teniendo a través de su vida,

y que finalmente tiene un valor significativo el aprendizaje y desempeño en cualquier

ámbito.

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