Preguntas Básicas Sobre La Ética
Preguntas Básicas Sobre La Ética
Preguntas Básicas Sobre La Ética
La ética, en pocas palabras, trata precisamente de que el ser humano sepa a donde ir. Pero
la tentación o, mejor dicho, el vicio es creer que al saber para dónde vamos, con el riesgo
de apuntar mal o estar equivocados, podemos “imponer” la misma meta a los jóvenes. Pero
tenemos también una virtud muy propia de la ética que contrarresta ese vicio. La ética
procura igualmente ofrecer los criterios, los principios y los procedimientos, para que la
personas en el ejercicio profundo de su libertad pueda definir sus propias metas.
De cualquier forma voy a intentar hacer un ejercicio que puede sonar contradictorio: que
una persona ya instalada en el mundo adulto hable o responda a preguntas sobre la ética y
la relación de ésta con los jóvenes. En ningún momento pretendo asumir la voz de los
jóvenes. Al contrario, quiero expresar conscientemente el punto de vista de un adulto que
quiere ser crítico frente a la manera como los adultos vemos socialmente a los jóvenes y su
manera de vivir, y que trabaja con jóvenes como docente.
Es “incoherente” que seamos nosotros los adultos quienes hablemos u opinemos sobre los
jóvenes directamente, sin cuestionar primero los parámetros adultocéntricos desde donde
tradicionalmente hemos “imaginado” a los jóvenes. Ellos y ellas son los que tienen la
responsabilidad de hacer oír su voz. A nosotros nos corresponde callar, escuchar y
acompañar ese proceso. Es necesario, que nosotros los adultos, hagamos primeramente un
análisis crítico de los imaginarios sociales predominantes en nuestro mundo con relación
tanto a la ética como a los jóvenes. Nos interesa, por tanto, ver el tema desde el punto de
vista de los adultos y específicamente desde el punto de vista que nos corresponde, es decir,
como docentes. No en el sentido tradicional de querer seguir viendo a los jóvenes a partir
de los parámetros adulto – céntricos, sino en el sentido de revisar nuestros propios
imaginarios sobre el mundo adulto. A pesar de lo anterior, necesaria e inevitablemente
tenemos que referirnos los jóvenes, aunque sea de forma indirecta, por ser una realidad
correlativa a los “adultos”1.
Voy a valerme del borrador de una entrevista que me hicieron en un programa de televisión
local dirigido a los jóvenes en los que se trataron estos temas. Comencemos:
1. ¿Qué entendemos por ética? ¿Qué diferencia hay entre ética y moral?
1
Sobre el tema ver un artículo mío: Principios teológicos para una pastoral juvenil. En: Voces del Tiempo,
42, 2002, Guatemala, pp, 45-52.
La palabra ética procede del griego ethos que tiene dos significados. El primero y más
antiguo denota residencia, morada, lugar donde se habita. Gradualmente, se pasa de una
comprensión de un lugar exterior (país o casa) al lugar interior (actitud). Así, en la
tradición aristotélica llega a significar modo de ser y carácter, pero no en el sentido pasivo de
temperamento como estructura psicológica, sino en un modo de ser (activo, no estático) que
se va adquiriendo e incorporando a la propia existencia. El segundo significado de la palabra
ethos es hábito, costumbre2. Este segundo significado es el que permea el imaginario de
nuestra sociedad con las consecuencias prácticas para la vida del joven y de la sociedad en
general. Es bueno aclarar que estas dos dimensiones de la ética son igualmente importantes y
complementarias. Pero desde el punto de vista metodológico vamos a poner el énfasis más en
el primer significado de la ética como carácter.
La diferencia que existe entre estas concepciones de la ética es la misma que existe entre
una persona que sabe tomar sus propias decisiones y aquella que depende de una norma, un
mandato o de una costumbre para “hacer algo”. Por hablar de los extremos. La primera
persona se caracteriza porque tiene carácter o una personalidad ética. Depende de sus
propias decisiones no solamente para saber vivir bien y humanamente, sino también para
darle sentido e identidad ha su vida su vida. Es bueno aclarar que las dos actitudes morales
se dan en todas las personas. Sólo que la manera como se relacionan las dos es diferente.
Pero hay un costo que pagar si queremos vivir la ética más como carácter: renunciar a la
comodidad. La ley, la norma o la costumbre tienen esa característica, cuando se viven como
un fin en sí mismas, de crear un mundo “cómodo” porque nos quita el compromiso de
tomar decisiones propias con el riesgo que ello implica y nos encierra en la falsa seguridad
de que haciendo lo que nos dicen (sea una norma, una ley o la misma costumbre) vamos
actuar de una manera justa.
Agrego algo más. La ética como carácter supone la libertad y el uso responsable de la
misma. Al contrario, la moral basada únicamente en la norma, la costumbre o el deber,
corre el riesgo de esclavizarse de esas mismas normas, costumbres o deberes. De hecho la
moral tradicional se ha caracterizado más por una serie de prohibiciones, represiones,
basada más en el castigo o el premio como motivación para actuar. Estoy hablando de
extremos, lo que no siempre es justo, pero si puede ser pedagógico. Hablando
humanamente, el ejercicio responsable de libertad es de las cosas más difíciles de lograr. Es
más fácil y cómodo renunciar a esa libertad. Por eso, un programa serio de formación ética
supone educar a los jóvenes en la libertad.
3. ¿Quiere decir entonces que la ética debería ser el resultado no tanto de una
propuesta que le llega al joven desde “afuera” (de la familia, la iglesia, el grupo de
amigos) sino el resultado de una convicción personal profunda?
2
Tony Mifsud s.j. Talante ético de la espiritualidad ignaciana. Centro de ética de la Universidad Alberto
Hurtado. Santiago de Chile. [En red] Disponible en: http://etica.uahurtado.cl/html/index.html
Es el resultado de las dos cosas. Las dos son supremamente importantes. Pero a lo que hay
que apostar en primer lugar, desde un punto de vista metodológico, es en la formación
ética, o del carácter. Indudablemente es la formación de la conciencia ética, en cuanto
convicción interna. Cuando estamos convencidos profundamente de algo eso:
1. Nos va a mover a actuar en coherencia, con pasión. Nos ayuda a actuar en la vida
con determinación.
2. Nos lleva a entregarnos a una causa y eso le da sentido a la vida
3. Nos da una razón para vivir o incluso para morir.
4. Proporcionan motivos
5. Nos dan identidad como persona o carácter.
6. Nos marcan la calidad de vida, su extensión y profundidad.
Las normas son importantes en cuanto nos ofrecen unos límites claros para actuar.
Tradicionalmente el problema, por ejemplo, de las morales religiosas, es privilegiar el
movimiento desde la moral hacia la fe3, en el sentido de un cumplimiento para conseguir
un premio, o de una obediencia para asegurar la salvación (hacer algo para evitar un castigo
o hacer algo para ganar un premio). Este enfoque ha sido frecuentemente generador de un
fuerte sentido de culpabilidad (el cumplimiento del deber ser como referente de auto estima
religiosa) y de una perspectiva normativo-legalista (el deber ser sin ulterior
fundamentación). Además, generalmente se asocia el catolicismo con la dimensión moral
del cristianismo. La idea es lo contrario. De la fe o la formación del carácter (lo que supone
un convicción interna) deriva en una moral. Es decir, en la medida en que formó bien mi
carácter se ha de esperar que lo haga sea bueno.
4. Entonces, ¿cumplir con ciertas normas sociales no me garantiza que una actúe bien
moralmente hablando?
3 Ibid.
relativista o anarquista. Las normas son importantísimas para ayudar a formar el carácter o
la personalidad, siempre y cuando la norma cumpla con ciertas características.
Primero, la norma debe ser un puente mediador entre el valor moral objetivo y el
comportamiento concreto. La norma pierde su función y sentido al desligarse del valor
moral que le dio origen. Al convertirse en un fin en sí misma. Al perder el sentido original,
que es lo sucede normalmente. Por tanto, se cae en un legalismo. Algunas normas o leyes
fueron creadas como una forma de garantizar la solidaridad con las víctimas de
discriminación, por ejemplo, pero con el correr del tiempo y en unas circunstancias
diferentes, la misma norma puede usarse para justificar un nuevo tipo de discriminación.
Segundo, la norma debe expresar el contenido del valor concreto que se espera,
proponiendo la forma de un comportamiento ideal. Es decir, la norma tiene que ser
clara y concreta.
Tercero, las normas deben tener un contenido pedagógico, es decir, debe conllevar un
aprendizaje que ayude al sujeto moral a crecer como ser humano o, como lo hemos
afirmado a aprender el difícil arte de vivir humanamente y en libertad. Por la norma
entonces pasa en gran medida la educación moral. Especialmente en la niñez.
Si cumplimos con estas características, podemos esperar que las normas puedan ayudarnos
a nuestro actuar ético para que éste sea más consciente y a aprender el arte de vivir bien. No
sólo a nivel personal sino social. De ahí que en toda sociedad, independientemente de su
pluralidad religiosa, política, social, debe generar un mínimo de normas que nos permitan
convivir en paz. Cuando no existe ese “mínimo” o cuando no hay los medios para hacerlo
cumplir se cae precisamente en un “caos social”, como el que podemos vivir.
Por otra parte, resulta evidente la necesidad de lo normativo como primera etapa en el
crecimiento de toda persona, porque, en términos psico-sociológicos, el principio de
realidad pone límites al individuo a favor de la convivencia y contra el simple principio de
placer o del capricho (heteronomía).
Esa es una respuesta que no la podemos dar nosotros solamente. Pero valga la pregunta
para puntualizar algo importante. No podemos echar la culpa a los jóvenes de lo que está
pasando. Ellos y ellas son los que sufren las consecuencias de esta crisis ética, tal como la
describimos anteriormente y ésta no es más que la expresión acumulada de una vieja
tradición. Para nosotros, los adultos, la salida más cómoda es trasladarles nuestra
responsabilidad. Tenemos que asumir nuestra propia responsabilidad como sociedad adulta.
Ese sería uno de los primeros pasos si queremos enfrentar esa crisis ética.
8. ¿Qué podemos hacer para encausar esta rebeldía normal del joven?
Es dejar que ellos asuman su propio protagonismo como sujetos morales. Pero como el
protagonismo es algo que tenemos que aprender, especialmente en esta etapa de la vida, es
necesario comprenderlo como un proceso. Como adultos lo que podemos hacer es
acompañarlos en este proceso. Orientarlos cuando sea necesario o cuando ellos lo pidan. Se
necesita mucha comprensión, tolerancia, crear las condiciones humanas y sociales que
permita construir conjuntamente alternativas éticas viables y saludables. Es lo que intenta
hacer la universidad y otros espacios juveniles. Pero la realidad para la mayoría es que no
encuentra estas alternativas, sino lo contrario. Entonces, ¿qué podemos esperar de nuestros
jóvenes? Más rebeldía. En ese sentido es importante la formación de la conciencia ética de
toda la sociedad especialmente de aquellos actores sociales que pueden influir en el
comportamiento ético de los jóvenes: familias, docentes, etc. Pero no como imposición
externa, sino como resultado de una convicción interna profunda y de un diálogo social que
incluya a los jóvenes en la construcción de una ética mínima que nos permita convivir
como sociedad.
Ahora, la pregunta debe apuntar a nosotros como adultos y a las instituciones sociales que
representamos. ¿Qué estamos haciendo nosotros? Nosotros heredamos imaginarios y
costumbres de generaciones anteriores y las repetimos de manera casi mecánica. Los
primeros que tenemos que cuestionarnos somos los adultos y la sociedad que conformamos.
¿Estamos creando las condiciones sociales para que esta rebeldía se encause bien?
¿Estamos generando una formación realmente ética en nuestras familias e instituciones
como escuelas, colegios y universidades?
9. ¿Qué principios y criterios debemos tener para tomar la mejor decisión ética
posible?
Hay diferentes posturas o justificaciones. Mencionaré primero tres que son las comunes en
la sociedad. La que influye hoy con mucha fuerza es una ética que podemos llamar
utilitarista. “Cuando tienes cuanto vales”. Es el uso del otro para mis propios beneficios.
Pone el énfasis en el tener. Está muy unida a una justificación ética que llamamos
hedonista, basada en el disfrute y el placer individualista. Es bueno lo que me genera
placer. Lo que no me causa placer o gusto es aburrido, por tanto no es bueno hacer. Otra
justificación contraria a la anterior es aquella que está centrada en el deber. Si haces lo que
debes hacer, es de esperar que el resultado sea bueno. Esta es manera como normalmente el
mundo adulto quiere mantener esa dependencia de los jóvenes, pues somos lo adultos los
que al final definimos el contenido del “deber”. Son éticas centradas en el uso, el placer o el
deber. No quiere decir esto que en sí misma estén equivocadas. Es humano, normal y
bueno, buscar un bienestar, gozar de la vida o seguir un deber. El problema está en
absolutizar estos valores o, lo que es peor, negarlos a costa de la propia felicidad de la
persona o del bien común.
Para quienes tenemos una fe, que puede ser profundamente humana y/o creyente,
centramos la ética en el amor bien entendido. El amor en una doble dimensión: como eros y
como ágape. Eros como la fuerza o el movimiento centrípeto del amor. El amor a mí mismo
(ensimismamiento, autoestima, proceso de personalización o individualización). Y el ágape
como el movimiento centrífugo del amor, el amor como autodonación, como éxodo (salir
del ensimismamiento). De ahí se derivan otros valores y principios. El más importante, el
otro, mi “semejante”, su dignidad, se torna en un criterio ético fundamental.
10. ¿Mis decisiones sobre lo que bueno hacer de que dependen, del uso o utilidad que
me pueden ofrecer, del placer que genera, de la obediencia a un deber externo o del
amor?
11. ¿Frente a los dilemas éticos que normalmente se nos presentan, qué se puede o se
debe hacer?
A diario se nos presentan muchos dilemas éticos… qué tengo que hacer frente a… es bueno
o malo hacer esto… cuáles son las consecuencias de mis actos… El problema es que la
respuesta no es meramente racional sino esencialmente emocional. De ahí que sea
importante no sólo educar la razón con los argumentos, sino educar las emociones como
hablamos anteriormente. De ahí la importancia de educar las emociones desde muy
pequeño. Que los niños y los jóvenes puedan expresar sus emociones, que puedan ponerle
nombre, que puedan aceptarlas, y, sobretodo, que puedan crear mecanismo para orientarlas
bien. Con esto estaríamos colocando una de las columnas fundamentales sobre las que va a
descansar la personalidad ética. Pero que quede claro que el desafío debe ser también del
adulto. No podemos pedirle que los jóvenes sean emocionalmente expresivos si nosotros no
lo somos.
En el despertar del joven, hormonalmente hablando, tiene mucha fuerza las emociones y los
deseos. Aunque la razón nos diga “no hagas”, las emociones nos dicen “hazlo” o viceversa.
El dilema se hace muy complejo.
De ahí que para las instituciones educativas sea tan importante formal integralmente al
estudiante. Esto implica dedicar tiempo a la formación del carácter, de la personalidad, de
las emociones, de los valores, de la creatividad y de la imaginación. En pocas palabras,
dedicar tiempo y recursos a la formación humana. Esa es precisamente una de las carencias
del sistema educativo centrando más en un paradigma cognitivista donde lo que más
importa es la formación del pensamiento. Insisto, la necesidad fundamental es la formación
del carácter dentro del cual se incluye el pensamiento.
Si formamos bien al estudiante en la línea del carácter, podemos tener una mayor seguridad
de que tendrá las herramientas necesarias para tomar las mejores decisiones éticas.
4
Provincia Centroamericana de la Compañía de Jesús, Comisión de Espiritualidad. La gestión emocional
ecológica. Tema 2 del plan de formación de jesuitas y laicos.
12. ¿Cuál es la importancia, como jóvenes, de aprender a discernir éticamente?
Podemos querer hacer algo bueno… pero terminamos haciendo algo malo o viceversa. Por
otra parte, se puede estar consciente de la hay necesidad de tomar una decisión ética pero
no se tiene las herramientas para tomarla de la mejor manera. O lo que es más complejo, se
tiene a la mano un abanico de posibilidades, de criterios y principios éticos, en una
sociedad que es pluralista, que hace que el acto de discernir no sea tan fácil.
Por consiguiente, el ejercicio del discernimiento tiene una importancia decisiva en la vida
ética, pero también resulta indispensable tener una comprensión correcta de él.
Lo primero que hay que hacer es diferenciar en acto moral entre la intensión del sujeto
moral, el acto en sí mismo y las consecuencias del acto. Además de tener en cuenta las
circunstancias y la situación concreta en que se realiza el acto moral. Esta variedad de
elementos a tener en cuenta hace que el juicio ético que emitimos sobre los actos morales
sea un poco complejo. El vicio normal que afecta los juicios morales, sobre todo en la
moral tradicional, es ver el acto moral en sí mismo. Pero eso no hace justicia del todo. Hay
que tener en cuenta los otros elementos. Eso hace complejo el juicio moral. Un acto moral
puede ser bueno por la intencionalidad de quien lo realiza pero las consecuencias pueden
ser malas desde un punto de vista ético. Igual ocurre al contrario.
Esto ocurre mucho en todas las etapas de la vida, pero entre los jóvenes esto es bien
perceptible. Hay la intención de hacer algo bueno o por lo menos de no hacer algo malo,
por ejemplo, pero las consecuencias del acto pueden ser negativas o malas éticamente
hablando. O Al contrario.
De ahí que sea importante aprender a medir y a analizar las consecuencias de los actos (el
daño que nos podamos hacer o que podamos hacer a otros) en la medida de lo posible. Por
tanto, aprender a asumir la responsabilidad de los mismos es parte esencial del arte de
aprender a vivir. Pero igual, es importante aprender a ser conscientes de sus propios actos.
La ética vista así, en está doble dimensión o tensión entre lo “mínimo” y lo “máximo”,
puede ayudar a crear los mecanismos, los procedimientos para resolver los conflictos éticos
que se presentan en una sociedad. Este ha sido un aporte de la ética dialógica que se ha
desarrollado en las últimas décadas. Entre los principios procedimentales propuestos por
una ética dialógica están el respecto a ciertos valores como la autonomía, la igualdad, la
solidaridad, el respeto e la imparcialidad. Igualmente la reivindicación los derechos de los
participantes a hablar, a ser escuchado, a informarse y a formarse.
A nivel personal la ética nos puede ayudar no tanto a decirnos qué hacer (en cuando nos
dice que es lo bueno o lo malo) sino a discernir qué es lo bueno o lo malo en una situación
donde exista un dilema ético.
Quiero terminar con una frase que expresa muy bien el sentido de nuestro trabajo como
docentes, especialmente cuando el tema es la ética. “Nosotros no necesitamos sólo animar
decisiones morales sanas y bien pensadas de parte de aquellos a quienes aconsejamos, sino
también debemos ayudarlos a discernir la fragilidad humana que acompaña toda toma de
decisiones”5. Gracias.
5P. Charles M. Shelton, S.J., Dirección Espiritual, Consejería Pastoral y Terapia, en CEI Cuadernos de
Espiritualidad Nº 145; Santiago de Chile.