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“La sombra de este nuevo Abel clamará eternamente la justicia de lo Alto, ya que la
humana solamente ha conseguido atar a los sacrificadores del héroe inmaculado al
poste de la Historia, y de esculpir sobre la frente de cada uno de ellos estas palabras:
Ni el grande Océano de Neptuno alcanzará a lavar esta sangre que tiñe mis manos”
Guillermo Valencia 1
BERRUECOS
Ahora, veremos cómo el asesino de Antonio José de Sucre se vuelve una madeja difícil
de desenredar por los hechos siguientes: El primer favorecido con este crimen fue el
general Juan José Flores porque si Sucre hubiese retornado a Ecuador jamás Flores
hubiese sido el primer presidente de nación, aún cuando Sucre estaba cansado de la
actividad pública, quería descansar al lado de su mujer, la marquesa de Solanda y así
se lo había hecho saber al Libertador.
Hacia Juan José Flores han apuntado mucho de los indicios de quienes lo acusan de ser
el actor intelectual del monstruoso crimen. Otros acusan a Obando, todos lo hechos
hacen ver que él es principal actor intelectual de este crimen. Lo dicho y hecho por este
general pone muy en duda que sea inocente del asesinato. Apunta el historiador
Rumazo González: “Obando, desde la ciudad de Pasto pone en circulación la noticia,
pero Obando cae en el error de dar varias versiones. Al prefecto del Departamento le
informa que han asesinado al general Sucre “para robarlo”, y los agresores fueron
soldados del ejército del Sur que pocos días antes él (Obando) había sabido que habían
pasado por la ciudad de Pasto. Mientras a Isidoro Barrigas, comandante general de
Quito y futuro esposo de la viuda de Sucre, le escribió diciéndole: “ha sido el
inveterado malhechor Noguera”.
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Fue un bolivariano devoto y sus discursos sobre Bolívar, hacen parte del mejor homenaje de la literatura
castellana al Libertador.
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Y Obando para comunicarse con el general Juan José Flores utiliza los servicios del
sacerdote Juan Ignacio Valdez. Porque requiere la seguridad absoluta. Este clérigo
declaró en el proceso:
“Es verdad haber conducido las comunicaciones del general Obando y del
coronel del batallón Vargas, dando parte del asesinato; habiendo llegado a la villa de
Ibarra supe que el general Flores se había marchado para Guayaquil (...) y tuve bien
entregar a señor de la provincia de Imbaraura los pliegos que traía en compañía del
segundo ayudante del batallón Vargas, Pedro Frías.”
Continua Rumazo González y escribe: “Acabo de recibir parte de que el general Sucre
ha sido asesinado en las montañas de la Venta ayer (4 de junio). Esto me tiene volando,
ha sucedido en las peores circunstancias y estando yo al frente del Departamento; todos
los indicios están en contra de mi vida, hemos pensado mandar a un oficial y al capitán
Vargas para que puedan decir a usted lo que no alcanzaremos”.
Hay otros indicios que señalan como el planificado de crimen a José María Obando;
otros al general Juan José Flores y al general Hilario López. Pero ahora pongamos
atención al hecho siguiente: sigamos con la narración del escritor Rumazo González :
“¿Qué hizo la viuda en Quito? . A los veinticinco años de edad, con solo dos de casada
y una hija, Teresita de once meses. El diputado Andrés García fugitivo de Berruecos
hubo de darle la lúgubre nueva el día preciso que el mariscal era esperado en su casa.
¿Qué hace la viuda? Busca y hala quienes viajan a Berruecos para que traigan el
cadáver. Van en este triste encargo, el mayordomo del Deán Isidoro Arauzy y e
fidelísimo negro Caicedo y peones, ye féretro llega, a escondidas, a la hacienda; no
viajaban sino de noche, para nos ser descubiertos. ¿Qué temían? Una profanación de
esos despojos. Y hasta su robo y destrucción.
Más adelante dice Rumazo González: “La viuda escondió los restos para llorar en
silencio su dolor”. Fueron escondidos en la Iglesia del Carmen Bajo. Pero, ¿Mariana
Carcelén, marquesa de Solanda y esposa del mariscal Sucre adoró a su esposo con
tanta pasión como él a ella. Mariana de Carcelén, no tenía mucho tiempo de ser viuda
de Sucre cuando contrajo segundas nupcias con el general Isidoro Barrigas. Por otro
lado, apunta el tradicionalista ecuatoriano Rafael María de Guzmán: “No supo
conservar con fervor que merecía los objetos pertenecientes al Vencedor de Pichincha,
una cierta vez, una sirvienta de la marquesa de Solanda golpeó con una piedra la
espada que el Congreso del Perú le había obsequiado al Gran Mariscal de Ayacucho.
Esta vulgar acción era con el objeto de extraer las piedras preciosas de la espada para
incrustarlos en en aretes y anillos de mujer...Pero por otra parte, en el Museo de los
Libertadores en Lima se encuentra una cama de campaña que perteneció a Sucre que la
viuda del héroe vendió al Gobierno del Perú”.
Como podemos ver ese fue el cariño que le profesó la marquesa de Solanda a su
esposo Antonio José De Sucre. Entonces ¿qué le hizo esconder los restos de Sucre por
setenta años? Desde 1830 hasta 1900, cuando un familiar de la marquesa de Solanda al
sentirse muy cerca de su muerte revela donde estaban enterrados. No parece ser cierto
que los escondió de los enemigos de el Libertador, porque si así hubiese sido los del
Libertador que permanecieron mucho tiempo en Colombia los hubieran destruidos. Y
para enredar más las cosas ¿qué pretendió Mariana Carcelén al hacerle la carta a
Obando? :
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“Estos fúnebres vestidos, este pecho rasgado, el pálido rostro y desgreñado
cabello, están indicando tristemente los sentimientos dolorosos que abruman mi alma.
Ayer esposa envidiable de un héroe, hoy objeto lastimero de conmiseración, nunca
existió un mortal más desdichado que yo. No lo dudes, hombre execrable; la que te
habla es la viuda desafortunada del Gran Mariscal de Ayacucho.
Heredero de la infamia y de los delitos aunque te complazca el crimen , aunque
el sea el hechicero dime, descordado, para saciar esa sed de sangre ¿era menester
inmolar una victima ilustre, una victima tan inocente? ¿Ninguna otra podía aplacar su
saña infernal? Yo te lo juro he invoco por testigo al alto cielo, un hombre más recto
que el de Sucre nunca palpito en pecho humano. Unida a él por lazo que tu bárbaro,
fuiste capaz de desatar: unida a su memoria por vínculos que tu poder maléfico no
alcanza a romper no conocí en mi esposo sino carácter bondadoso, una lama llena de
benevolencia y generosidad.
Mas no pretendo hacer aquí la apología del general Sucre. Ella está escrita en
los fastos gloriosos de la Patria. No reclamo su vida: esa pudisteis arrebatársela, pero
no restituirla. Tampoco busco la represalia: Mal pudiera dirigir el acero vengador la
trémula mano de una mujer. Además el Ser Supremo, cuya sabiduría quiso que sus
fines inescrutables consentir en tu delito sabrá exigirte un día cuanta más severa.
Mucho menos imploro tu compasión: ella me servirá de un cruel suplicio. Solo ,pido
que me des las cenizas de tu victima. Si dejas que ella se alejen de esas hórridas
montañas, lúgubre guarida del crimen y de la muerte y del pestífero influjo de su
presencia, más terrífica todavía que la muerte y el crimen. Tus atrocidades.
Inhumana, no necesitan nuevos testimonios. En tu frente feroz impresa con carácter
indeleble la reproducción la reprobación del Eterno. Tu mirada siniestra, es testigo de
la virtud, tu nombre horrendo. El epígrafe de la inquietud y la sangre que enrojece tus
manos patricidas, el trofeo del delito. ¿Aspiras a más? Cédeme, pues, los despojos
mortales las tristes reliquias del héroe, del padre del padre del esposo y toma en
retorno las tremendas imprecaciones de su Patria, de su huérfana viuda.
M. S De Solanda
La marquesa de Solanda sabía exactamente donde estaban los restos de su marido, ¿de
quién se protegía? escondiéndolos si por si solos no podían delatar al criminal. Por
estas razones hay quienes pensamos que el asesinato del Gran Mariscal de Ayacucho
fue un crimen político con tinte pasional.
Esta carta fue una “cortina de humo” de la Marquesa de Solanda para disimular que ella
tuvo escondido el cadáver de su marido, todo el tiempo, y tan solo setenta años
después del monstruoso asesinato, una tía suya develó donde lo tenía secretamente
enterrado.
Los asesinos materiales del Gran Mariscal de Ayacucho, a los que se les comprobó el
crimen, la gran mayoría fueron cayendo uno a uno. Los ejecutores del crimen fueron
condenados a ser pasados por las armas; así fueron muertos Apolinar Morillo, Juan
Gregorio Sarría, Fidel Torres. Pero, Antonio María Alvarez había fallecido cuando los
sentenciaron a muerte. En cuanto a José Erazo fue condenado a larga prisión y remitido
a Cartagena. Hubo tres ejecutores más, Juan Cuzco, Andrés y Juan Gregorio Rodríguez
a los cuales Obando los mandó a envenenar por temor de ser delatado.
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JOSÉ MARÍA OBANDO
El principal acusado del asesinato del Gran Mariscal de Ayacucho; fue Ministro de
Guerra entre 1830 y 1831; luego cayó preso en 1839, en Popayán, para ser juzgado por
el asesinato de Berruecos. Se alzó en armas en enero de 1840. Fue a juicio, se fugó de
la cárcel, y se vuelve a sublevar en Timbo. Luego es derrotado y huye a al Perú.
Mediante un decreto fue indultado, regresó a Bogotá en 1849, cuando se hace
Gobernador de Cartagena, luego Presidente de la Cámara de Diputados; sirve de
ejecutor en la orden del Presidente José Hilario López, su amigo, de la expulsión de
los jesuitas en 1850. Tres años más tarde llega a ser Presidente de la República, fue
derrocado al año justo de su gobierno; el Senado lo destituyó. Murió el 29 de abril de
1861 en la guerra civil que comenzó en 1860. Obando, huía derrotado, en el combate
del Rosadal y cayó asesinado en el sitio de Cruz Verde, cuando lo alcanzaron tres
persecutores y lo alancearon. Tenía una cortada profunda en la nariz y cinco heridas
mortales de lanza, de las cuales una le atravesó un pulmón y el hígado. 2 Obando, que
se sentía morir y tenía muchas cuentas pendientes, llamó a un sacerdote. No había
ninguno de su bando, entonces le llaman a un cura del ejército contrario quien lo
confesó muy bien, y le dijo:
“José María Obando, yo te absuelvo en el nombre del Padre del Hijo y del Espíritu
Santo...”
Obando admirado por la gentileza del sacerdote agarrándole las manos, le preguntó
¿como te llamas, hijo? El cura le contestó: Antonio José de Sucre y allí Obando
enmudeció para siempre. Había muerto en las manos de Antonio José de Sucre, sobrino
del Gran Mariscal de Ayacucho quien llevaba su mismo nombre y apellidos porque
también era de Sucre Alcalá.3. Esta bella historia circuló en 1861, pero el propio padre
Antonio José de Sucre Alcalá Alacalá la desmintió, más tarde, relatando que cuando él
llegó al lado de Obando, ya estaba muerto.4
Dice Tulio Febres Cordero que el Dr. Antonio José de Sucre Alcalá Alcalá, era un
hombre de armas a tomar y no fue soldado porque le habían asignado la tarea de cuidar
al propio Obando a la cual se negó.
Otras dos anécdotas del padre Sucre: Una sucedió en el Senado colombiano: ahí tuvo
un altercado con un parlamentario, este le dijo ”Yo no peleo con hombres que llevan
sotana”, el padre Antonio José de Sucre Alcalá y Alacalá se quitó el hábito y le dio de
golpes al legislador. La otra anécdota, en la fecha del centenario del nacimiento del
Gran Mariscal de Ayacucho se alteró muchísimo porque en lugar de tener galardonada
la Plaza Mayor para festejar el natalicio de Antonio José de Sucre, la tenían de luto
con trapos y banderas negras. Rompió todas las que pudo y no dejó que nadie entrara a
la plaza hasta que no quitaran el último trapo negro.
2
Alfonso Rumazo González, Ocho Grandes Biografías. Antonio José de Sucre. Página 1.027. Ediciones
Presidencia de la República. Caracas, 1993.
3
J.A. Cova. Sucre Ciudadano de América, Página 351. Sin fecha de publicación.
4
Diccionario Histórico de Venezuela. Fundación Polar Página 652. Caracas, 1995
4
ALGUNOS ASPECTOS DEL DISCURSO PRONUNCIADO POR EL ILTMO Y
RVMO MONS FEDERICO GONZÁLEZ SUAREZ, OBISPO DE IBARRA, EL 4
DE JUNIO DE 1900 EN LA CATEDRAL DE QUITO CON MOTIVO DE LA
TRASLACIÓN DE LOS RESTOS DEL GRAN MARISCAL SUCRE 5
En este capítulo, por ser tan extenso el discurso del Monseñor Federico González
Suárez, tan sólo, copiaré los aspectos que a mi parecer son los más relevantes.
“Los grandes hombres suelen tener entre sus virtudes una especial, que descuella
sobre todos los demás por lo cual se acentúa los rasgos de la fisonomía moral: La
virtud característica de Sucre fue la modestia. Una modestia magnánima, que realzaba
y abrillantaba el mérito extraordinario de tan excelso varón verdaderamente nacido
para ser el príncipe de sus hermanos “Princeps fratrum”.
Como militar, como ciudadano, como magistrado, Sucre fue siempre modesto: Sin
ambición, sin codicia (ese orín de almas ruines), elegido Presidente vitalicio de
Bolivia, declaró y con el corazón en la mano, que no regiría los destinos de la Nueva
República sino por dos años, dejó puesta en manos del Consejo de Estado su renuncia,
y se ausentó del país. Inteligente discreto, generoso, “
Era bueno: el carácter de Dios, ¿no acaso, la bondad la suma de la bondad? Cuando
el Todopoderoso quiso crear al hombre tomó un poco de barro, modeló el cuerpo del
hombre y sobre su faz sopló soplo de vida, haciendo al hombre a imagen y semejanza
suya.
Sucre, limpio y honesto en sus costumbres culto en lenguaje, urbano en sus palabras
era una maravilla viviente de moralidad en medio de la vida libre de los
campamentos: La guerra había endurecido su cuerpo, al parecer endeble y nada
gallardo, pero había dejado intacta la delicadeza de su alma verdaderamente
cristiana. Sucre practicó más de una vez una virtud evangélica, la más ardua, la más
difícil, la más sobre humana de cuantas virtudes enseña y predica el Cristianismo:
Sucre supo perdonar a sus enemigos!!
5
Rosillo L., Bernardino. Antonio José De Sucre – Gran Mariscal de Ayacucho, pág 122. Imprente López,
Perú 666. Buenos Aires, 1949.
6
Las negritas colocadas por el autor de este artículo.
5
Sucre sabía rematar hermosamente la guerra, tan hermosamente como para
honrar a América toda, supo rematarla después de su espléndida victoria en
Ayacucho, que terminó con abrazo de hermanos entre vencidos y vencedores.....
6
El espíritu de partido no vacila en echar mano de la denigración y de la
calumnia; y Sucre fue calumniado y denigrado, atroz e infamante.
Sucre había recibido avisos repetidos de que iba a ser asesinado; pero no lo creía, era
tan moderado; no tenía ambición ninguna; su conciencia recta y honrada, estaba
tranquila; confiado en su inocencia y aguijoneado por el cariño de esposo y el amor de
padre, venía a Quito, llevando contadas todas las jornadas, para llegar a esta capital
en un día dado y celebrar aquí la fiesta doméstica de su cumpleaños, el primer
cumpleaños que el Gran Mariscal debía festejar en medio de los suyos, en la paz de su
hogar, sentado a la mesa de la familia y regalado por música que había de empapar en
placido regocijo de su alma. ¿Queréis saber que música era esa, señores?...!Esa
música era la infantil de su tierna hija, esa niña su primera y la única hija, en quien
Sucre idolatraba con amor de padre!...Mas el crimen le salteó en medio del camino y
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los anhelados festejos de familia se troncaron en sangriento duelo!...¡Oh! Ceguera
cruel del odio. ¡Oh! Ceguera del odio de los partidos políticos!...
La hora del crimen señores no pensais, señores que es la hora del triunfo de la
inequidad, no es; no lo es. Dios permite el mal; el hombre abusa de su libre albedrío,
pero la Providencia queda glorificada porque el mal sirve para que las almas
generosas practiquen virtudes heroicas. El corazón del hombre es un tesoro de
Jesucristo, y ciertas virtudes acaudaladas en ese tesoro, han de menester de la mano
del mal para brillar a lo exterior. “Cor hominis thesaurus” ¿Cómo se practica la
paciencia, sin tribulaciones? ¿Como la magnanimidad sin enemigos? !Ah! ¡ Los
enemigos !... ¿Ellos son quienes construyen el pedestal de la gloria para los grandes
hombres!.
Tomó los restos mortales de Sucre, y, a ocultas los escondió donde la mano
airada de las pasiones políticas no pudieron tocarlos. Jornade historiador de los
Godos, cuenta que, cuando murió Alarico, sus soldados secaron el río que une los
muros de Concenza: cavaron en su alveo un hoyo profundo, y allí enterraron el
cadáver de su rey: luego volvieron a echar al río por su antiguo cauce, escondiendo de
ese modo los restos de Alarico para siempre a la venganza de sus enemigos. Cuando la
viuda de Sucre depositó los de su esposo bajo el altar de Dios, intentó que sobre ellos,
se derramase la sombra del secreto, y la sombra del secreto se tendió sobre el sepulcro
de Sucre, hasta que sonó la hora de la reparación. “Et ossa ipsius visitata sunt”.
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EL DÍA QUE BOLÍVAR SUPO DEL ASESINATO DE SUCRE
Esta historia le encontré por internet y la escribió Luis Enrique Bottaro Lupi: “El
extraordinario escritor colombiano Alvaro Mutis, nos cuenta acerca del hallazgo de los
manuscritos de un Coronel de origen polaco llamado Miecislaw Napierski, vendidos en
la subasta de un librero de Londres pocos años después de terminada la segunda guerra
mundial.
Napierski viajó a Colombia para ofrecer sus servicios en los ejércitos libertadores,
habiéndose embarcado en Kingston, Jamaica, en la fragata inglesa Shanon que se
dirigía a Cartagena.
- Siéntese Arrazola, le invitó Bolívar sin quitarle la vista de encima. Arrazola siguió en
píe rígido. - ¿Qué noticias nos trae de Bogotá ? ¿Cómo están las cosas por allá?
- Muy agitadas, Excelencia, y le traigo nuevas que me temo van a herirle en
forma que me siento culpable de ser quien tenga que dárselas.
- Ya hay pocas cosas que puedan herirme Arrazola, serénese y dígame de que se trata.
El Capitán dudó un instante, intentó hablar, se arrepintió y sacando una carta del
portafolio con el escudo de Colombia que traía bajo el brazo, se la alcanzó al
Libertador. Este rasgó el sobre y comenzó a leer unos breves renglones que se veían
escritos apresuradamente. En ese momento entró en punta de píe el General Montilla
quien se acercó con los ojos irritados y el rostro pálido. Un gemido de bestia herida
partió del catre de campaña sobrecogiendo a todos los presentes.
Bolívar saltó del lecho como un felino y tomando por las solapas al oficial le gritó con
voz terrible:
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- ¡Miserables! ¿Quienes fueron los miserables que hicieron esto? ¿Quiénes?
Dígamelo, se lo ordeno Arrazola y sacudía al oficial con una fuerza inusitada
¿¡Quién pudo cometer tan estúpido crimen!?
Montilla invitó a los presentes a salir del cuarto y dejar solo al Libertador.
Al abandonar la habitación, Napierski pareció ver que sus hombros bajaban y subían al
impulso de un llanto secreto y desolado.
Napierski preguntó a los demás presentes acerca del por qué de la reacción tan violenta
del Libertador, a lo que el General José Laurencio Silva le contestó que ello se debía al
hecho de haberse enterado el gran hombre, en forma tan repentina, del horrible
asesinato de Sucre, a quien consideraba como su propio hijo.
Con este corto dialogo concluyó el Coronel Miecislaw Napierski su recuento de lo que
él vivió y presenció ese 1º de julio de 1830, en la amplia casona que ocupaba el
Libertador, con sus patios empedrados, llenos de geranios un tanto mustios que le daban
un aspecto de cuartel. En esa casona, en una amplia habitación vacía, con alto techo
artesanado, un catre de campaña al fondo contra un rincón y una mesa de noche llena de
libros y papeles, se produjo la escena que acabamos de narrar y que con bastantes
posibilidades de certeza, estuvo matizada y salpicada con los detalles expresados
anteriormente.”
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