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Colección Bicentenario Carabobo 64 Cardozo Arturo Colonia Lucha de Clases e Independencia

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Arturo

Cardozo
Colonia, luCha de Clases
e independenCia
C o l e C C i ó n Bi C e n t e n a r i o C a r a B o B o
Arturo Cardozo Nacido en Trujillo en 1916, abogado, histo-
riador, docente universitario, fue desde muy joven un activo mi-
litante comunista, enfrentado las dictaduras de Gómez y Pérez
Jiménez, así como a los gobiernos de AD y Copei. Produjo una
extensa obra que va desde la reconstrucción de la historia de los
andes, pasando por los movimientos comuneros hasta temas de
orden jurídico-legal. Fue presidente de la Sociedad de Histo-
riadores Latinoamericanos y del Caribe. Murió en 1996. Entre
sus muchos libros destacan: Investigación, estudio y cambio: guías
metodológicas; Luchas revolucionarias en Venezuela y el mundo,
y Proceso histórico de Venezuela, esta última editada en cuatro
tomos, el segundo de los cuales es el presente volumen.

« El tumulto del 19 de abril de 1810. Juan Lovera. 1835.


Colección Capilla Santa Rosa. Concejo Municipal de Caracas
64

Colonia, lucha de clases


e Independencia
Arturo Cardozo
Colección Bicentenario Carabobo

En homenaje al pueblo venezolano

El 24 de junio de 1821 el pueblo venezolano, en unión cívico militar


y congregado alrededor del liderazgo del Libertador Simón Bolí-
var, enarboló el proyecto republicano de igualdad e “independencia o
nada”. Puso fin al dominio colonial español en estas tierras y marcó el
inicio de una nueva etapa en la historia de la Patria. Ese día se libró la
Batalla de Carabobo.
La conmemoración de los 200 años de ese acontecimiento es propicia
para inventariar el recorrido intelectual de estos dos siglos de esfuerzos,
luchas y realizaciones. Es por ello que la Colección Bicentenario
Carabobo reúne obras primordiales del ser y el quehacer venezolanos,
forjadas a lo largo de ese tiempo. La lectura de estos libros permite apre-
ciar el valor y la dimensión de la contribución que han hecho artistas,
creadores, pensadores y científicos en la faena de construir la república.
La Comisión Presidencial Bicentenaria de la Batalla y la
Victoria de Carabobo ofrece ese acervo reunido en esta colección
como tributo al esfuerzo libertario del pueblo venezolano, siempre in-
surgente. Revisitar nuestro patrimonio cultural, científico y social es
una acción celebratoria de la venezolanidad, de nuestra identidad.
Hoy, como hace 200 años en Carabobo, el pueblo venezolano conti-
núa librando batallas contra los nuevos imperios bajo la guía del pensa-
miento bolivariano. Y celebra con gran orgullo lo que fuimos, somos y,
especialmente, lo que seremos en los siglos venideros: un pueblo libre,
soberano e independiente.

Nicolás Maduro Moros


P residente de la R epública B olivariana de V enezuela
Nicolás Maduro Moros
P residente de la R epública B olivariana de V enezuela

Comisión Presidencial Bicentenaria de la B ata l l a y la Victoria de Carabobo

Delcy Eloína Rodríguez Gómez


Vladimir Padrino López
Aristóbulo Iztúriz Almeida
Jorge Rodríguez Gómez
Freddy Ñáñez Contreras
Ernesto Villegas Poljak
Jorge Márquez Monsalve
Rafael Lacava Evangelista
Jesús Rafael Suárez Chourio
Félix Osorio Guzmán
Pedro Enrique Calzadilla
Colonia, lucha de clases
e Independencia
Arturo Cardozo
8 A rturo C ardozo

Contenido

11 Nota del editor

13 Capítulo primero
La superestructura de la sociedad colonial
15 I. Las instituciones familiares
34 II. Los estamentos sociales
54 III. La organización político-administrativa
93 IV. La organización eclesiástica

135 Capítulo segundo


La conciencia social
140 I. La educación: su orientación, sus formas e instituciones
192 II. El pensamiento: Magia, Escolástica e Ilustración
284 III. La producción artística: Pintura, Música y Letras

381 Capítulo tercero


La lucha de clases en la sociedad colonial
383 I. Las contradicciones entre encomendero e indio encomendado y
entre misionero e indio reducido
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 9

384 II. Las contradicciones entre esclavos y oligarquía esclavista


386 III. Las contradicciones entre campesinos y oligarquía territorial
389 IV. Las contradicciones entre las capas medias y la oligarquía territorial
392 V. Las contradicciones entre la oligarquía territorial y el sistema colonial
402 VI. El ensayo republicano de la oligarquía

421 Capítulo cuarto


La guerra de independencia
423 I. La ruina
435 II. El deterioro del orden social
449 III. La crisis del poder político y de la ideología
463 IV. Bolívar y su papel como conductor del pueblo hacia la victoria de
Carabobo

589 Documentos

593 Bibliografía
Nota del editor

La Guerra de Independencia expresó −al menos a partir de 1816 y hasta


poco después de la derrota del imperio español en Ayacucho− la visión
estratégica y la concreción del proyecto republicano de Simón Bolívar.
Abundantes son los testimonios de los altibajos, reacomodos y conflic-
tos internos de esa gesta: desde las reflexiones y los discursos del propio
Libertador, pasando por las memorias y demás escritos de figuras como
José Antonio Páez, Daniel Florencio O´Leary y Pablo Morillo, hasta
las aproximaciones más contemporáneas de biógrafos y profesionales
de la historia. Y aunque no han faltado autores que destacaran el com-
plejo aspecto social de ese proceso −Vallenilla Lanz, Juan Uslar, Acosta
Saignes y Juan Bosch, por citar solo tres “clásicos”− pocos como Arturo
Cardozo lograron revelar de qué manera y por qué razones se puede
afirmar que la Independencia en Venezuela fue un momento de la lucha
de clases que marcó la decadencia y consiguiente desaparición de ese
orden de cosas que conocemos como “la Colonia”.
Cardozo muestra que la llamada “conquista de América” se inserta en
la dinámica global “[d]el capitalismo en sus distintas fases: desde la acu-
mulación originaria del capital a través de la expansión del mercanti-
12 A rturo C ardozo

lismo, llamada crisis general del feudalismo europeo”. En ese contexto,


explica que la invasión europea “interrumpió los procesos naturales de
las distintas comunidades indígenas” implantando formas de organiza-
ción de la producción que respondían a “la expansión la expansión co-
mercial iniciada en los países de la península ibérica y luego desplazada
a otras áreas euro-atlánticas”. El motor de todo ese proceso, señala, son
las contradicciones de clase, que se expresan tanto en las disputas entre
estamentos como en las aspiraciones de privilegio y las pugnas por el
control de la política.
El método marxista le sirve a Cardozo para explicar las razones por las
que en el choque entre la oligarquía terrateniente esclavista tradicional
y la burguesía comercial mercantilista ninguna de las dos resulta ven-
cedora. Por qué los próceres militares, un sector no estamental y hasta
principios del siglo XVIII subordinado a la condición de clase, ganan
un papel de especial relevancia en la configuración de la República. Y
expone el modo en que el propio Bolívar encarna una realidad contra-
dictoria, marcada por fuerzas objetivas que tienen como contraparte la
subjetividad y la conciencia social.
Este volumen, que recoge todo lo que hemos señalado, es en realidad
el tomo II de la gran obra que Cardozo publicó bajo el título Forma-
ción de Venezuela, y que va desde los primeros asentamientos indígenas
hasta el capitalismo de Estado y la crisis del modelo de la democracia
representativa postperezjimenizta. El título Colonia, lucha de clases e In-
dependencia lo hemos adoptado porque da una idea bastante clara del
contenido que nos honramos en ofrecer a las lectoras y los lectores.

Los Editores
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 13

Capítulo primero

La superestructura de la sociedad colonial

La superestructura de cualquier formación económico-social se asienta


siempre sobre un determinado modo de producción al cual, de alguna
manera, refleja. Las instituciones familiares, clasistas, políticas, religio-
sas, educativas, etc., están siempre orientadas por el tipo de relaciones
que domina el proceso de la producción. Sin embargo, el desenvolvi-
miento de cada uno de los niveles superestructurales no depende exclu-
sivamente de la estructura económica: entre ésta y la superestructura
se manifiesta una interacción o, lo que es igual, se influencian recípro-
camente. Además, cada uno de los elementos superestructurales actúa,
aunque con fuerza desigual, sobre los demás; simultáneamente se des-
empeñan entre sí como causas aunque, a la larga, es la estructura eco-
nómica la que se abre paso y los condiciona a todos.
Ya hemos visto cómo la sociedad venezolana durante el período co-
lonial desarrolló sus actividades económicas bajo diferentes modos de
producción; cómo tuvieron carácter dominante aquellas estructuras
económicas establecidas bajo el régimen de la propiedad privada de la
tierra y de los principales medios de producción. Este rasgo fue el que le
imprimió a toda la sociedad la esencia clasista y sus objetivos. No sólo
el conjunto de las relaciones de producción fueron de este signo, sino la
14 A rturo C ardozo

totalidad de los elementos superestructurales; los cuales, aunque de ma-


nera diferente, reflejaron los intereses fundamentales de las clases domi-
nantes en la Metrópoli y en la Colonia. Conjuntamente se manifestaron
ciertos aspectos interiores, propios del proceso histórico particular de la
sociedad venezolana y, además, otros de carácter externo, característicos
del proceso histórico general de la humanidad, en especial de Europa.
A través de la relación colonia-metrópoli se conectó Venezuela con la
historia universal en la fase de transición del feudalismo al capitalismo.
La conquista del territorio y de los aborígenes por parte de los españo-
les, la importación de trabajadores africanos en calidad de esclavos y las
diferentes relaciones de producción impuestas por los conquistadores
dieron origen a distintas formas de organización social, a estamentos
sociales muy definidos y a instituciones e ideas de diferente proceden-
cia, pero adaptados a las condiciones históricas de aquella sociedad co-
lonial. Los elementos superestructurales de las formaciones aborígenes
sufrieron grandes cambios: algunos desaparecieron, mientras que otros
sobrevivieron (deformados o no) con vigencia en los estratos más bajos
de la sociedad. Instituciones y valores implantados en Europa, princi-
palmente en la sociedad española, fueron incorporados por las vías de
la dominación colonial durante el lapso de tres siglos y mantuvieron
su vigencia en la medida en que las condiciones sociales de cada región
lo permitieron. Casi siempre fueron objeto de reajuste, adaptaciones e
incluso transformaciones, impuestas por el propio medio social.
A través del proceso histórico de la formación colonial se operó una
combinación desigual de los elementos superestructurales procedentes
de tres continentes que generaron formas particulares y fueron expre-
sión de la compleja estructura económica, siempre bajo el control direc-
to o indirecto del Estado español.
De inmediato pasamos a estudiar los distintos elementos superestruc-
turales de la formación social venezolana durante el período colonial.
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 15

I. LAS INSTITUCIONES FAMILIARES


Cuando analizábamos la organización familiar de los primeros pobla-
dores del territorio venezolano tuvimos la oportunidad de observar que
algunas tribus estaban ubicadas en el nivel histórico de desarrollo deno-
minado “salvajismo superior”; que la mayoría se desenvolvía en la etapa
de la “barbarie inferior” y que sólo algunas comunidades aborígenes,
por practicar la agricultura con riego, se hallaban en el estadio medio de
la barbarie. También nos dimos cuenta de que todas las comunidades
indígenas, a pesar del diferente desarrollo de su nivel tecnológico, se
mantenían dentro del modo comunitario de producción. Finalmente,
pudimos advertir lo que en el proceso universal de la sociedad humana
es una realidad constante; que a las comunidades primitivas correspon-
de una organización familiar establecida en base a los vínculos con la
madre (matrilineal) y al matrimonio por grupos. También detectamos
que en las comunidades de agricultores sedentarios empezaba a gestarse
el matrimonio por parejas más o menos estables.
En la brevísima incursión que hicimos sobre la formación económi-
co-social de la España conquistadora omitimos toda referencia a su or-
ganización familiar porque creímos más acertado tratarla en esta opor-
tunidad.
El ordenamiento español de la familia fue el patrón que el Estado
colonial con su poder coactivo y la Iglesia como institución reguladora
de la conducta social en actividades no económicas, intentaron esta-
blecer, por el temor o por la persuasión. A la larga, como hemos de
comprobarlo, esa presión jurídico-religiosa con sus sanciones terrenales
y celestiales, apenas alcanzó efectos parciales e insatisfactorios, porque
así lo determinaron las condiciones sociales imperantes.
En definitiva privó la influencia de la compleja estructura económica
sobre las pautas morales y legales traídas de la península ibérica.
16 A rturo C ardozo

a) La organización familiar de España era patrilineal y monó-


gama; estaba reglamentada en todos sus aspectos tanto por
el Estado en lo concerniente al régimen económico y admi-
nistrativo, como por la Iglesia en el ámbito más amplio de la
moral y de las buenas costumbres. Una exhaustiva reglamen-
tación, cargada excesivamente de normas prohibitivas que
correspondían a tardías relaciones feudales de producción en
donde la tierra y la actividad agropecuaria constituían el área
fundamental y en donde el varón, a la cabeza de la familia y
del patrimonio, actuaba como padre y administrador de bie-
nes propios.
1. El centro de la organización lo constituía el padre, cuyas
decisiones eran definitivas.
2. La función principal de la familia era, naturalmente, la re-
producción del grupo social, pero orientada hacia un fin
especial: procrear hijos con padre no solamente reconocido
individualmente, sino con paternidad indiscutible.
3. Había un patrimonio privado en manos del padre que
debía pasar por herencia a los hijos (o al primogénito en
el mayorazgo) y esta transmisión sucesoral imponía la
necesidad de una filiación cierta o, al menos, no sujeta a
discusión.
4. La mujer debía mantener relaciones sexuales sólo con
su marido para que éste fuera realmente el padre de
todos los hijos nacidos en el matrimonio. Si la esposa,
violando esta prohibición jurídico-religiosa, realizaba
un contacto extramatrimonial, aunque fuese una vez,
se transformaba en autora de un delito y de un pecado
(adulterio) sancionados por la ley y la Iglesia.
5. La relación sexual extramatrimonial del marido no era
delito, pero sí pecado, aunque no tan grave como el de
la mujer casada; la costumbre le concedía al esposo lo
que se ha llamado “el derecho de infidelidad” Siempre
que lo ejerciera sigilosamente. En definitiva, la mono-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 17

gamia era obligatoria sólo para la mujer casada y para el


hombre apenas un precepto moral.
6. Se calificaba a la mujer como “reina del hogar” pero en
realidad era una cautiva, sometida a un régimen especial:
se ocupaba de las tareas caseras, mantenía relaciones so-
ciales sólo con las personas de su mismo sexo, no salía sin
compañía a la calle. Su función era la de ser madre y es-
posa. “La primera división del trabajo, afirma Marx, es la
que se hizo entre el hombre y la mujer para la procreación
de los hijos”. Y agrega su compañero Engels: “... el primer
antagonismo de clases que apareció en la historia coinci-
de con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la
mujer en la monogamia; y la primera opresión de clases,
con la del sexo femenino por el masculino”. (F. Engels, El
origen de la familia,... Cap. 11).
7. Al margen de la ley y en contradicción con la moral
católica, se establecieron relaciones extraconyugales en
función paralela al matrimonio monogámico. Estos
contactos fueron reminiscencias de anteriores formas
reproductivas, como el matrimonio por grupos en for-
maciones económico-sociales desaparecidas, pero en al-
gunos casos estaban incorporadas a instituciones socia-
les del mismo feudalismo como el derecho de pernada o
de primera noche.
8. Como la España de entonces era una sociedad clasista,
estamental, el matrimonio debía realizarse dentro de un
mismo estamento. La aristocracia territorial o nobleza
(la clase dominante) acostumbraba el compromiso ma-
trimonial o trato concertado por los padres sin la parti-
cipación de los futuros contrayentes. El orden estamen-
tal primero y luego los intereses de familia, determina-
ban el enlace nupcial. La atracción individual, el afecto,
la pasión, todo ese mundo sentimental, permanecía casi
18 A rturo C ardozo

siempre ausente del convenio que concertaban los as-


cendientes.
9. Al margen de ese matrimonio de estamentos e intere-
ses familiares y enfrentándose como un nuevo concepto
de la vida urbana, entre las capas medias se daban las
relaciones sexuales propiciadas por el llamado “amor
caballeresco”. El amor que se ensalza en los libros de
caballería era irregular, subversivo contra la ética orto-
doxa. En esos textos se plantea la relación, no siempre
clandestina, de la dama casada y su amante como una
solución al matrimonio impuesto. Ese amor, cantado
en la literatura del romance, se individualiza, fijándose
en una determinada persona del sexo opuesto y toma la
forma de pasión. Seguramente fray Luis de León cuan-
do tradujo al castellano el Cantar de los Cantares y le
dio la forma de un poema de amor, se apartó del tra-
dicional concepto alegórico, abriéndose un poco a esta
nueva orientación.
10. En términos generales, dentro de las clases trabajado-
ras del campo y también entre los artesanos era muy
estrecho el margen de elección para la formación de la
pareja: la atracción personal se diluía ante un cúmulo
de intereses familiares y profesionales. Si antiguamente
“se venía ya casado al mundo” con las personas del sexo
opuesto que integraban un grupo, ahora el matrimonio
se realizaba con una de las personas del sexo opuesto del
grupo (en vez de todas, una sola) y lo concertaban los
ascendientes tomando en cuenta todo tipo de razones,
menos las afectivas.
11. El matrimonio era en España (igual que en todo el
mundo católico) un sacramento, por tanto era materia
reservada a la Iglesia: la unión celebrada válidamente era
indisoluble y sólo posible entre un hombre y una mujer.
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 19

La bigamia era pecado y delito, que acarreaba diversas


penas religiosas (excomunión) y estadales (marca de hie-
rro candente en la frente, pérdida de la mitad de los
bienes, destierro, etc.). El incesto comprendía no sólo
al parentesco carnal sino al espiritual. Así, la relación
incestuosa se daba entre parientes que estaban dentro
del cuarto grado de consanguinidad y segundo de afini-
dad (cuñados) y comprendía también a los compadres
de sacramento y a los religiosos profesos. El estupro lo
cometía el señor que fornicaba con parientas, sirvientas
o doncellas que vivían en su casa; también lo cometía
el criado que tenía acceso carnal con mujer criada o sir-
vienta de la casa de sus amos. (Recopilación de Leyes de
España, Lib. XII, Tit. XXIX, Leyes I, II y III).
12. El concubinato o relación permanente de una pareja de
solteros que vivían como casados no era delito aunque
sí se le consideraba como un pecado grave. El clero le
hacía al concubinato una guerra permanente, no sólo
con presiones religiosas y amenazas de “condenación
eterna en la otra vida” sino que excluía a los concubi-
nos de las prácticas piadosas e incluso de la relación con
parejas casadas. Se extendía sobre ellos una especie de
cordón sanitario. A los hijos del concubinato, igual que
a los nacidos de uniones accidentales, no se les concedía
ningún derecho con relación a la herencia de su padre.
Calificados de hijos bastardos, estaban en un nivel infe-
rior al hijo de matrimonio; pero, en cambio, superaban
la condición de los adulterinos o sacrílegos. A pesar de
toda esta presión religiosa, el concubinato se dio entre
los campesinos españoles que terminaban casándose en
la hora de la muerte.
13. Las numerosas prohibiciones que observamos tanto en
las leyes expedidas por el Rey como en los cánones esta-
20 A rturo C ardozo

blecidos por la Iglesia nos permiten conocer relaciones


y prácticas sexuales que, aunque no autorizadas y en
ciertos casos toleradas, se manifestaban en aquella épo-
ca como reminiscencias del pasado o como anticipos de
nuevas formas en gestación. En la legislación española
nos encontramos con hechos reprobados como éstos:
hombres casados que tenían mancebas públicamente,
clérigos y frailes amancebados; mujeres casadas que visi-
taban sospechosamente las casas de clérigos; mancebías
y casas públicas en donde habitaban mujeres “que son
malas de sus personas y viven de ello... que cada día cre-
ce el número de ellas”; que otras “viven en las posadas
o frecuentan plazuelas y calles públicas” y no faltaban
las de mayor nivel económico que tenían “criadas, me-
nores de cuarenta años y escuderos” y cuando iban a las
iglesias “usan cojines, alfombras”. Por último, no esca-
seaban las que tenían “rufianes y alcahuetes” y en ciertas
oportunidades “el marido desempeña ese papel”.
14. El Tribunal de la Inquisición llegó a intervenir en algu-
nos procesos relacionados con la organización familiar,
porque como hemos dicho, el matrimonio se considera-
ba una institución religiosa y se entendía que cualquier
relación sexual practicada fuera de él contravenía la ley
divina y la naturaleza del sacramento. La investigación
procuraba incursionar en la mente del encausado para
descubrir sus intenciones y, sobre todo, el concepto que
tenía del vínculo nupcial; por eso la bigamia envolvía,
en el fondo, una herejía. Cuando un acto inmoral era
sancionado por este temible Tribunal, no se tomaba
tanto en cuenta el pecado en sí como el probable error
mental que hubiera podido esconderse tras él.
b) La organización familiar de la sociedad venezolana durante la co-
lonia presentó la misma complejidad de la estructura económica
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 21

sobre la cual descansaba. El Estado español y, con mayor insis-


tencia, la Iglesia católica, trataron de implantar en Venezuela y
en las demás colonias el modelo bíblico de la familia monogá-
mica con los aditamentos del dogma y del derecho canónico:
el matrimonio considerado como sacramento, sólo disoluble
por la muerte de uno de los cónyuges y relaciones sexuales
únicamente dentro del matrimonio. Fuera de él se imponía
la castidad. Además, el régimen patrilineal y patrilocal, den-
tro del cual el marido-padre, al propio tiempo que dirigía la
economía doméstica ejercía autoridad, siempre acatada, sobre
toda la familia establecida bajo un mismo techo. Hacia ese tipo
de organización, considerado por teólogos y juristas como el
único que estaba en concordancia con la naturaleza humana
y la voluntad divina, se encaminaron las tareas de civilización
y catequización (eran lo mismo) impuestas a los indios. Éstos,
como ya hemos visto, estaban organizados bajo un régimen
comunitario, en donde la comunidad lo era todo y el indivi-
duo no tenía conciencia de sí mismo sino como miembro del
grupo: era el grupo humano el que producía, se reproducía y
contraía matrimonio. Se daba la figura del esposo colectivo y
la esposa colectiva. Cada generación masculina de un grupo
se casaba con la correspondiente generación femenina del otro
grupo y, a la inversa, cada generación masculina del segundo
grupo se desposaba con la correspondiente generación femeni-
na en el primer grupo. La familia era matrilineal y matrilocal:
los hijos pertenecían al grupo de sus madres (la madre natural
y sus hermanas).

A lo largo del período colonial se produjo a nivel superestructural, una


contraposición entre los dos sistemas de organización: matrimonios de
individuos y matrimonios de grupos. Esta contraposición era el reflejo
de aquella lucha desarrollada en el plano económico entre la apropia-
ción privada de la tierra, practicada e impuesta por los conquistadores,
y la propiedad comunitaria de los medios de producción, acostumbrada
22 A rturo C ardozo

por nuestros indios. De ese enfrentamiento tan desigual entre el con-


quistador y el conquistado surgió esa organización familiar que hemos
calificado de compleja en la cual la primera forma dominó en el seno
de las altas capas de la sociedad, mientras que la segunda con una va-
riedad de matices y transformaciones, se generalizó en los estamentos
populares. El Estado y la Iglesia trataron de eliminar cualquier relación
sexual distinta a la conyugal y no lo lograron a pesar de las sanciones
corporales y morales de que hicieron uso. En definitiva predominaron
las condiciones en que se desenvolvían las clases trabajadoras dentro de
la encomienda de servicios, la misión, la hacienda esclavista, el concer-
taje de servicios, la pequeña propiedad y la producción artesanal. Estas
condiciones de trabajo determinaron las relaciones concretas de los se-
xos, a pesar de las normas abstractas de la ley y la moral: donde cesaba
o era más débil la vigilancia del aparato coactivo, se acrecentaban las
tendencias a no observar el orden ético-sexual impuesto desde arriba.
Para poder abordar esta complejidad hemos creído conveniente estu-
diar por separado las dos formas de organización familiar y, al mismo
tiempo, observar las modificaciones que sufrieron una y otra, dentro de
esta sociedad estamental tan peculiar.
1. Los primeros europeos llegados a Venezuela y los que en el
transcurso de los años penetraron en el interior del país en
plan de conquista, de aventuras por el oro y otras riquezas
naturales fueron varones. Sus iniciales relaciones sexuales en
Tierra Firme e islas vecinas las realizaron con indias, la ma-
yoría de las veces, violentadas. Prevaliéndose de la supremacía
de sus armas, desplazaron al varón indígena de su función
marital y el vientre aborigen empezó a ser fecundado por el
español. Entre los innumerables actos de violencia sexual
hubo uno, que por su carácter colectivo, registraron todos los
cronistas del siglo XVI: el acaecido en 1558 cuando los espa-
ñoles se apoderaron por la fuerza de las mujeres de los cuicas
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 23

en la población de Escuque, recién bautizada con el nombre


de Trujillo. Este acto de violencia en gavilla se recordó porque
dio origen a un levantamiento aborigen que provocó nume-
rosas muertes entre los peninsulares
En la medida en que se iban organizando las ciudades y
dentro de ellas empezaba a funcionar la legalidad colonial,
con el clero ejerciendo el control de la moral y las buenas
costumbres (materia sobre la cual detentó la exclusividad) se
trasplantó el sistema familiar practicado en España. Autori-
zando matrimonios de peninsulares con indias y ordenando
la traída de las esposas españolas de los residentes en América,
comenzó a funcionar el régimen monogámico y patrilineal
dentro de la misma normatividad de la España cristiana:
— Los dos cónyuges, unidos por el sacramento del ma-
trimonio, formaban una unidad patrimonial, política y
religiosa de por vida.
­— El esposo y padre no sólo era el personaje de mayor ran-
go y autoridad dentro de la familia, sino el verdadero
propietario del patrimonio familiar. A él le correspondía
decidir todo lo referente a la actividad económica y sus
facultades se extendían hasta reglamentar el futuro de
sus hijos.
— Era muy marcada la tendencia a la primogenitura dentro
del orden sucesoral. El hijo varón mayor era el heredero
de los mayorazgos y las encomiendas. Al primogénito
sin descendencia lo heredaban sus hermanos menores
varones, de mayor a menor, excluyendo el primero a
los demás. Las hembras sólo intervenían en la sucesión
cuando no había varones. Estas disposiciones propias
del régimen de encomiendas, tendían a aplicarse en
otros tipos de privilegios.
— No podían contraer matrimonio los parientes que tu-
vieran entre sí un parentesco comprendido dentro del
24 A rturo C ardozo

cuarto grado de consanguinidad y segundo de afinidad


o, lo que es lo mismo, los ascendientes y descendien-
tes, los colaterales (tías y sobrinos, y primos hermanos
o hijos de dos hermanos); tampoco los yernos y suegros
y los cuñados entre sí. A esta prohibición se agregó el
parentesco espiritual entre compadres y entre padrinos
y ahijados. Había otros impedimentos de carácter reli-
gioso que se referían a quienes hubieran hecho votos de
castidad o pertenecieran a otras religiones.
­ A través del vínculo matrimonial se estableció la descen-

dencia bilateral, la que a pesar de sus limitaciones, se acer-
caba mucho a la descendencia biológica: se tomaban en
cuenta tanto la línea paterna como la materna. Así:

— El padre elegía la esposa de su hijo dentro del estamento


al que pertenecía, la que era aceptada pasivamente por el
interesado.
— El acatamiento de las normas que regían la familia patrili-
neal dependió en gran parte de la presencia de las autori-
dades religiosas y, más aún, del celo desplegado por obis-
pos y visitadores extraordinarios. Hubo una tendencia
muy acentuada entre los españoles a la relación extrama-
trimonial ocasional y al amancebamiento que solamente
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 25

la Iglesia con sus persuasiones y sanciones apenas logró


frenar (jamás extinguir). En donde ese poder no se hacía
sentir se acrecentaban los concubinatos, los adulterios y
las uniones accidentales. En términos generales, se puede
afirmar que en las ciudades y centros poblados hubo más
vigencia del orden monogámico que en el campo.
2. La reducción del indio, la labor de transculturación, ten-
diente a imponerle cabal la cultura material y espiritual
proveniente de España y hacerlo renunciar a todas las cos-
tumbres y conceptos que de algún modo se oponían a la
moral católica incidió directamente sobre la organización
de la familia aborigen. El cura-doctrinero en los pueblos
de encomienda y los misioneros en los pueblos de misión
tuvieron la responsabilidad de esta gestión. Al matrimonio
por grupos, que era motivo de escándalo para el catequista
católico, se le trató de sustituir por la pareja monogámica;
esta tarea no se logró sino a medias y sólo bajo una constan-
te vigilancia, adoctrinación y amenaza de sanciones de dife-
rente alcance. El debilitamiento de la comunidad aborigen,
su gradual sustitución por formas combinadas de la pro-
piedad comunitaria con la privada, crearon las condiciones
materiales para la implantación del matrimonio por parejas,
pero dentro de un conjunto de rasgos peculiares, que lo di-
ferencian del modelo familiar predicado por doctrineros y
misioneros.
— La violencia inicial desplegada por los conquistadores
contra las comunidades indígenas, apresando y esclavi-
zando indios para trasladarlos a otros sitios (como hi-
cieron los expedicionarios comandados por Alonso de
Ojeda en el lago de Maracaibo) provocaron el desmem-
bramiento de muchas parentelas y tribus. Los cautivos,
desarraigados de sus sitios, se vieron obligados a cambiar
su régimen de relaciones sexuales para adaptarse (los esca-
26 A rturo C ardozo

sos sobrevivientes) a las condiciones socioeconómicas del


nuevo ambiente (hacienda, servicio doméstico, etc.).
— En los pueblos misionales, los aborígenes quedaron so-
metidos a una vida regimentada por la campana, bajo un
estricto horario y desenvolviéndose siempre ante la mi-
rada vigilante del misionero. Allí una vez catequizado, al
aborigen acostumbrado a la disciplina de la reducción, se
le preparaba para el matrimonio por pareja. Tenía que de-
jar de pensar que era una unidad del grupo e individuali-
zarse y también individualizar los componentes del grupo
opuesto u otra mitad y dentro de ellos, escoger una sola
mujer como esposa. Para acatar los mandatos de la nue-
va religión tenía que renunciar a la unión con las demás
mujeres a que antes tenía derecho por ser miembro de su
comunidad. La inobservancia de este precepto acarrearía
males y penas en esta y en la otra vida. La vigilancia mi-
sional hacía efectiva esta abstinencia.
— Durante el siglo XVI, Paulo III permitió el matrimonio
de los aborígenes parientes en el tercero y cuarto grado,
pero mantuvo el impedimento del primero y segundo
grado, o sea, la prohibición de la relación incestuosa. De
esta manera la Iglesia trató de adaptar sus normas sobre
impedimentos matrimoniales al conjunto de tabúes que
regían tradicionalmente entre ellos. Al permitirse el ma-
trimonio entre primos, la prohibición quedaba circuns-
crita al enlace entre ascendientes y descendientes y entre
tíos y sobrinos, lo cual coincidió con el tabú indígena.
— En los pueblos de doctrina se hizo más difícil la implanta-
ción del matrimonio monogámico por la menor influen-
cia del sacerdote en la vida del aborigen. Un cura llamado
semanero atendía diversos pueblos y además se daba la
intromisión del encomendero o del corregidor, quienes
se interponían con sus facultades legales y sus intereses
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 27

personales entre el catequista y el catequizado, para una


mayor explotación del encomendado.
3. Los africanos traídos a Venezuela en función de esclavos, al
ser arrancados de sus pueblos por la fuerza, habían dejado
atrás la organización familiar de sus comunidades campe-
sinas y se encontraban dispersos, por la venta de que eran
objeto, en el continente americano. Tanto en la hacienda
como en la casa del amo se hallaron privados de todo nexo
de parentesco. Sus relaciones sexuales eran entorpecidas por
intereses contradictorios que les eran extraños; el clero in-
tentaba hacerlos monógamos y los esclavistas, sólo repro-
ductores de esclavos. En el transcurso del proceso colonial la
organización familiar de los esclavos fue sumamente variada
y en pocos casos se enrumbó hacia el matrimonio institu-
cionalizado.
— La casi totalidad de los africanos llegados a Venezuela
para servir funciones de esclavos provenían de Guinea,
Angola, el Congo y otras regiones occidentales; pertene-
cían a lo que los antropólogos han denominado “cultura
bantú”. Provenían de comunidades de agricultores con
tierras de cultivo más o menos fijas. En sus comunidades
africanas ya empezaba a manifestarse la división de clases
en transición hacia la propiedad privada. La organización
familiar de estas etnias era patriarcal con acentuadas ten-
dencias hacia la poligamia, aun cuando también estaban
presentes las formas monógamas.
— Los africanos cautivos al ser trasladados de su ambiente
original, se vieron desvinculados de todas las organizacio-
nes sociales (la familiar entre otras) dentro de las cuales se
habían formado. El comercio de que eran objeto, había
provocado la separación de padres e hijos y, en general,
la dispersión de la parentela. Llegaban a las haciendas y a
las casas de familia como mercancía, como “bueyes par-
28 A rturo C ardozo

lantes”, como esclavos productores: casi del mismo modo


como llegaba un semental o una mula de trocha.
— Los intereses del amo, fundamentados en el modo es-
clavista de producción, impusieron la forma matrilineal
dentro de los grupos de negros cautivos. Lo que interesa-
ba en la llamada “ganadería humana” era la reproducción
de la mano de obra esclava y hacer del hijo del esclavo
otro cautivo. Justamente fue la forma matrilineal la que
más se adaptó a estas relaciones laborales. La fórmula le-
gal que institucionalizó la reproducción de la propiedad
sobre la mano de obra, se sintetizó en esta frase: “de vien-
tre esclavo, hijo esclavo”. La relación del padre esclavo
con el hijo esclavo pasó a un segundo plano jurídico. Se
aplicaban las mismas normas legales establecidas para la
propiedad sobre equinos, vacunos, etc.; el ternero perte-
nece al dueño de la vaca y no al dueño del toro.
— La Iglesia y el Estado español, con su acostumbrada ne-
gligencia, procuraron intervenir dentro de la estructura
de la hacienda esclavista para imponer el matrimonio
sacramental, pero muy pocos éxitos lograron por la re-
sistencia cerril de los esclavistas. Por el contrario, entre
los esclavos destinados al servicio doméstico, dado el tipo
de relaciones patriarcales que en su seno se desarrollaban,
se hizo más frecuente la unión monogámica. Por regla
general, “los amos de casa” aceptaban el matrimonio de
sus esclavos cuando la pareja era de su pertenencia; si sólo
les pertenecía la hembra, la oposición se hacía efectiva por
todos los medios a su alcance: generalmente se trasladaba
la esclava enamorada a otro lugar.
— Es muy reveladora de esta situación, la providencia del
obispo de Caracas, Mariano Martí, dictada con motivo
de su visita a los pueblos de la Diócesis entre los años
1772-77 (A.N.H. Colección Fuentes Coloniales, vol. 99,
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 29

p. 141) “... El dolor con que hemos entendido que al-


gunos esclavos son a veces violentados por sus amos a
casarse contra su voluntad; y que otras se lo impiden los
mismos amos cuando aquellos voluntariamente quieren
ejecutarlo, valiéndose del efugio de que soliciten amo
para cortarles por este medio aquella libertad: nos impele
a amonestar, exhortar y mandar a dichos amos que por
ningún pretexto embaracen la libre elección de dichos sus
esclavos, ni les mortifiquen con prisiones u otros castigos,
antes ni después de casados...” Las visitas pastorales dura-
ban muy poco y se repetían de decenio en decenio...
— En el curso de los años y bajo la presión del clero se es-
tablecieron varias pautas legales destinadas a proteger el
matrimonio entre esclavos. He aquí algunas de ellas: lue-
go de la manifestación esponsalicia de los pretendientes,
hecha ante el párroco, debían los dueños ser notificados;
si pertenecían a dueños diferentes se procuraba que uno
de ellos adquiriese el ajeno para unir la pareja bajo un
mismo patrimonio; si esta operación no se realizaba, ha-
bía que reglamentar la vida marital, permitiendo que el
esposo visitase a la esposa en determinados días para efec-
tuar la relación sexual. ‘Los hijos se levantaban con la ma-
dre y pertenecían al dueño de ésta. Demás está observar
que estas normas tuvieron muy poca aplicación.
4. Hasta ahora sólo hemos mencionado las formas que tomó
el matrimonio monogámico en la sociedad colonial; veamos
ahora las otras formas, las irregulares, las tildadas de peca-
minosas por la Iglesia. En todas éstas había una constante:
la descendencia matrilineal. Además, la vía por la cual se
mezclaron las tres razas (relaciones biológicas de reproduc-
ción) o los tres estamentos (categorías sociales basadas en
el nacimiento, bajo los cuales se escondían las clases socia-
les precapitalistas); y luego, las relaciones matrimoniales de
30 A rturo C ardozo

los hijos de las distintas razas o estamentos entre sí: de los


llamados “pardos” (mestizos, mulatos, zambos) o “castas”
(cuarto estamento).

Tratemos pues, de sistematizar esa complejidad de relacio-


nes matrimoniales que la historiografía tradicional ha deno-
minado mestizaje.
— La mujer india, primero, y la negra, después, se constitu-
yeron en el eje de estas uniones no sacramentales. A ellas
acudieron el peninsular y sus descendientes para imponer
relaciones sexuales por accidente o incidente, furtivas o
no, y comúnmente esporádicas. El varón blanco podía
estar o no ligado a un matrimonio sacramental; la mujer
casi nunca. De estas uniones casuales o estables nacieron
hijos que socialmente carecían de padre: el progenitor,
miembro del grupo dominante ocultó su paternidad para
mantener incólume el rango familiar y estamental de que
formaba parte. Cuando el hijo había sido engendrado en
su esclava, por lo general, le concedía el favor de la li-
bertad o lo protegía de alguna manera pero sin llegar a
reconocer legalmente su paternidad. Siempre el hijo se
levantaba al lado de la madre y si alguna vez se le recibió
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 31

en el hogar del progenitor no fue en calidad de hijo sino


de criado.
­— La situación social del esclavo, especialmente en la plan-
tación, lo indujo a procurar uniones furtivas con las es-
clavas cuando no se le permitía una vida de pareja. En la
realidad al esclavo varón de las haciendas se le privó de
la vida familiar; apenas logró satisfacer sus necesidades
sexuales valiéndose de ingeniosas audacias. La esclava, en
cambio, se mantuvo generalmente unida a sus hijos, al
menos hasta que lograban capacidad para el trabajo. Pri-
vó, pues, en este caso el régimen matrilineal.
— El sujeto más perjudicado en las relaciones sexuales de la
colonia fue el varón indígena: el primer desplazado por
las inmigraciones procedentes de España y del África, for-
madas en altísimo porcentaje por personas del sexo mas-
culino. Antes de la colonización las uniones se realizaban
solamente entre los dos sexos indígenas; a partir del do-
minio español, la mujer aborigen inició sus relaciones con
españoles y africanos y, en la medida en que estas relacio-
nes se multiplicaban, el varón indio quedó segregado. En
la misma proporción en que el vientre indígena empezó
a ser fecundado por hombres de otras razas, el varón in-
dio (la mitad de su comunidad) perdió el ejercicio de su
función biológica, reproductora, con el sexo opuesto de
su grupo (la otra mitad). Mientras el sexo masculino de
las otras razas se mezclaba con la suya, el indio varón tuvo
muy pocas oportunidades para abordar la dama española
y la esclava africana.
— Otro tipo de unión irregular (no sacramental) fue el
amancebamiento o concubinato en el cual participaban
miembros de las diferentes razas y los descendientes de
estas combinaciones interraciales. Aunque comúnmente
se trataba de personas libres de todo nexo matrimonial,
32 A rturo C ardozo

también se daba entre personas casadas, separadas de sus


cónyuges por distintas razones. Los amancebados lleva-
ban vida de casados, procreando y levantando sus hijos,
pero éstos, a pesar de vivir con el padre y de que su filia-
ción les era reconocida por el grupo, carecían legalmente
de padre hasta tanto no se realizara el matrimonio de sus
progenitores. Si el enlace sacramental no llegaba a reali-
zarse, la familia era matrilineal. El nombre del padre era
omitido en las partidas de bautizo: sólo se señalaba el de
la madre. Veamos un árbol genealógico de una descen-
dencia matrilineal:

— Contra todas estas uniones sexuales no consagradas


por el matrimonio-sacramento se manifestó la Iglesia
colonial en todo momento, aun cuando su prédica y
sus sanciones no lograron frenarlas; incluso no pocos
miembros del clero secular y de los conventos se vieron
envueltos alguna vez dentro de este complejo nudo de
relaciones sexuales. La mejor información para conocer
las interioridades de la sociedad colonial proviene de los
documentos producidos por los obispos en sus visitas
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 33

pastorales. Los altos dignatarios eclesiásticos investiga-


ban a través de confidencias las costumbres y prácticas
de feligreses y pastores en los pueblos de sus diócesis. De
esas pesquisas emergían siempre torrentes de delaciones
sobre la vida (no podríamos calificarla de privada, por-
que este carácter no existía) de las personas, relacionadas
con la actividad sexual extramatrimonial. Para defender
las buenas costumbres los prelados imponían sanciones
individuales tales como: separación de los concubinos,
extrañamiento de los reincidentes, amonestaciones,
suspensiones para los eclesiásticos y, en fin, medidas
tendientes a restablecer el “orden moral conturbado”.
Dictaban, además, providencias para prevenir el auge
de esas relaciones ilícitas. Con estos propósitos ordena-
ban “... a los padres de familia que pongan el mayor
cuidado y esmero en prohibir y al mismo tiempo a fin
de evitar pecados, no deberían consentir que sus hijos
o hijas, como los demás de su familia, en llegando a la
edad de la discreción, duerman en una misma pieza y
mucho menos en una propia cama, preparándoles sitios
independientes...” O vetando algunas relaciones sociales
como bailes, saraos, velorios, fandangos “en que así de
día, como lo que es más peligroso de noche concurren
hombres y mujeres con tan evidente riesgo de sus con-
ciencias que no puede dudarse más si llorar con amar-
gas lágrimas el que se ofende a su Divina Majestad con
semejantes concurrencias... de los cuales dijo un Santo
Padre de la Iglesia no eran otra cosa que un círculo cuyo
centro es el diablo y las circunferencias sus ministros”.
(A.N.H. Colección Fuentes de la Historia Colonial,
vol. 99, pp. 14.16).
34 A rturo C ardozo

II. LA ORGANIZACIÓN ESTAMENTAL


Los modos de producción precapitalistas, basados en la explotación
de unos grupos mayoritarios por los pequeños núcleos que controlan
los medios de producción, presentan una organización social caracte-
rística, dentro de la cual las clases sociales se estructuran bajo la for-
ma de estamentos. La sociedad occidental europea alcanzó durante el
feudalismo una rígida organización estamental, la que a través de la
dominación española se tomó como modelo en las colonias iberoameri-
canas. Las diferentes condiciones presentes en cada región y en el curso
del proceso mismo de las relaciones socio-económicas, dieron origen
a un conjunto de peculiaridades. En el antiguo régimen de Europa se
configuraron tres grandes estados, órdenes o estamentos que constitu-
yeron unidades separadas, pero integradas aun cuerpo mayor (el reino),
presidido por el soberano. Cada estamento tenía funciones específicas
y también su propio fuero o legislación. Los miembros de cada orden
o estado tenían idéntica condición entre sí. Las diferencias se daban
fundamentalmente entre estamentos y no entre individuos. En el caso
de las colonias españolas de América y especialmente en Venezuela, se
observa claramente cómo las relaciones económicas impuestas por la
conquista determinaron la organización estamental: los españoles se co-
locaron en situación de clase o estrato dominante sobre los aborígenes
dominados y con respecto a los cautivos africanos que trajeron a sus
posesiones en calidad de esclavos sobre quienes asumieron el papel de
dueños. De esta manera surgieron en nuestro país los tres estamentos
fundamentales de la sociedad colonial: el de los españoles (o europeos)
como señores (dominio de la tierra o nobleza), el de los aborígenes
como personas disminuidas en su capacidad (especie de siervos) y, por
último, el de los esclavos (asimilados jurídicamente a “cosas animadas”).
Estos tres órdenes o estratos sufrieron cambios muy importantes dentro
de la sociedad colonial en la medida en que variaban las condiciones
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 35

económicas internas y la orientación del Estado metropolitano con sus


leyes y cédulas reales (decretos). Estos tres estamentos originarios, al
relacionarse entre sí (ruptura de la original separación) dieron origen a
estratos intermedios o subórdenes que le imprimieron a la organización
social una mayor complejidad. Por otra parte, la monarquía española
durante el siglo XVIII aceleró esta complejidad en la medida en que
utilizó las concesiones reales como fuentes de ennoblecimiento en unos
casos y, en otros, al ascender determinados grupos, situados por debajo
de la nobleza, permitiéndoles el disfrute de determinados privilegios.
La sociedad colonial venezolana, nacida de la conquista de los aborí-
genes, de la apropiación de las principales tierras por parte de los espa-
ñoles y descendientes de éstos y de la explotación del trabajo indígena y
africano bajo modos precapitalistas de producción, trató de seguir (y lo
logró hasta donde las condiciones peculiares se lo permitieron) el mo-
delo de la sociedad española durante los siglos XVI, XVII y XVIII. Sin
embargo, este modelo social al enfrentarse a factores socio-económicos
que diferenciaban el proceso histórico de la colonia, sufrió modificacio-
nes y generó aspectos nuevos no contemplados en España.
En la sociedad colonial de nuestro país hallamos rasgos que caracte-
rizaron a la sociedad estamental. Encontramos estratos diferenciados:
cada uno formaba una unidad que transmitía a sus miembros un con-
junto de condiciones y funciones sociales. Entre los estratos estaba con-
sagrada la desigualdad como una ley natural. Los miembros de cada
estamento carecían de derechos individuales; la condición la determi-
naba el estrato o estado al que se pertenecía. Cada estamento tenía sus
propias obligaciones y le correspondía prestar determinados servicios;
poseía su peculiar sentido del honor dentro de principios jerárquicos
muy rígidos. Los estamentos se mantenían como cotos cerrados y las re-
laciones entre uno y otros estaban reglamentadas, lo mismo que la dis-
minución de la capacidad de los miembros de cada estamento en razón
36 A rturo C ardozo

de la conducta personal o familiar. El hermetismo en la estratificación


se oponía al tránsito de un estrato a otro, aunque el Rey venció con su
autoridad en algunas ocasiones esta resistencia y concedió ascensos so-
ciales y privilegios cuando consideraba que iban a fortalecer los intere-
ses de la Corona. Los cargos u oficios públicos dependían del Rey, pero
debían recaer en miembros de estamentos provistos de la condición
necesaria para ejercer esas funciones. Se consideraba que la dignidad de
la función pública reforzaba el orden o estado y elevaba el rango. Las
personas se distinguían socialmente mediante signos, emblemas, vesti-
dos, precedencias protocolares o uso de determinados bienes que eran
característicos de cada estamento.
La sociedad colonial latinoamericana fue del tipo estamental, pero lo
que realmente la diferenció de la sociedad precapitalista de Europa y,
por consiguiente, de España, fue justamente su carácter colonial. Los
grupos españoles que se establecieron en las colonias actuaban como
una casta o estamento dominante con respecto a las comunidades indí-
genas conquistadas y dominadas. La importación de esclavos africanos
dio origen al estrato social más bajo, al formado por personas que no
eran dueñas ni de sus cuerpos y acciones. Españoles, aborígenes y escla-
vos africanos fueron los tres estamentos básicos de la sociedad colonial:
a su alrededor y como efecto de las relaciones que mantuvieron entre sí,
aparecieron las castas intermedias o mestizas. Todos los miembros de la
sociedad colonial estaban incorporados a alguno de estos estamentos,
y tenían señalados tanto el papel a desempeñar dentro del proceso pro-
ductivo como la posición jerárquica en el orden social.
Sin perder de vista el conjunto social, estudiemos las distintas clases
sociales que en aquella sociedad precapitalista tomaron las formas de
castas o estamentos.
a) El estamento de los españoles y sus descendientes o casta de
los blancos, se formó inicialmente con los conquistadores y
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 37

primeros pobladores del siglo XVI y se amplió gradualmente


con los peninsulares que se incorporaron en los siglos siguien-
tes. Constituyó el más alto estrato colonial por el hecho de
detentar la riqueza social y manejarse dentro de una situación
de privilegio. Antes de cruzar el Atlántico los españoles, en su
gran mayoría, constituían un conjunto de gentes sin oficio
definido, aventureros, caballeros o nobles provincianos sin
derecho al mayorazgo, que ambicionaban la riqueza y el as-
censo social en el continente recién descubierto. Al instalarse
en América y ocupar un sitio en el estamento dominante, se
hicieron mentalmente nobles: después el Rey les legitimó esos
deseos, otorgando títulos y blasones. En la medida en que
acumularon riquezas en tierras y en productos del trabajo aje-
no, se transformaron en un estamento cerrado cuyos rasgos
más sobresalientes fueron:
1. En el proceso productivo, como detentador de los me-
dios de producción, se liberó del trabajo físico o muscu-
lar, participando sólo como director u orientador de la
producción realizada en su provecho. Como clase domi-
nante se aprovechó del plustrabajo de los otros estamen-
tos, llegando a privar a los trabajadores esclavos de una
parte del trabajo necesario. Llevó una vida de estamento
ocioso dedicado a las actividades políticas, religiosas y, en
general, intelectuales. En una palabra, disfrutó de la cul-
tura material y no material de un modo excluyente.
2. La posesión de la tierra y el control de la fuerza de traba-
jo indígena a través de la encomienda y del concertaje,
lo hizo sentirse estamento de esencia feudal, revestido
de nobleza y de poder militar. Recordemos que los con-
quistadores y primeros pobladores formaron sus propias
organizaciones militares... No lograron que la Corona
española les perpetuara las encomiendas para institucio-
nalizar su dominio feudal. Tuvieron en cambio mayor
suerte en sus pretensiones de blasones, títulos nobiliarios
38 A rturo C ardozo

y privilegios dentro de la vida municipal. Construyeron


amplias casas y las amueblaron de distinguidas maneras,
imitando las residencias solariegas de España; adoptaron
un determinado tipo de vestido (paños, sedas, capas o
mantos, brocados, guantes, pelucas, joyas, paraguas, etc.)
y a través de normas legales lograron hacerlo exclusivo.
3. Se residenciaron generalmente en las ciudades, en las in-
mediaciones de la plaza mayor y calles importantes, exclu-
yendo de esos sectores a los otros estamentos; en la calle re-
clamaban el derecho de acera y en los templos las primeras
filas y el monopolio del reclinatorio o del cojín. Requerían
de sus inferiores el tratamiento de “su merced”, “su señoría”
y el de “don” (expresión del origen noble).
4. Dentro de este estamento existieron distintos niveles o
grados en razón de la detentación de títulos nobiliarios
con carácter hereditario (condes, marqueses, etc.), por la
antigüedad del linaje, que se remontaba hasta los con-
quistadores y fundadores de pueblos o más allá en el an-
cestro ibérico. La pureza de la sangre se demostraba con
las cinco generaciones anteriores (por lo menos) libres de
sangre africana, judía o mora y de toda inclinación heré-
tica. En la escala más baja de este estamento estaban los
blancos desclasados, los empobrecidos y venidos a me-
nos, especialmente los canarios.
5. Este estrato privilegiado, estaba exento del pago de tribu-
tos personales: gozaba de un régimen legal de privilegio,
diferenciado del derecho común. Los cargos públicos que
generaban honor y prestigio eran de su exclusiva compe-
tencia: ejercía el monopolio de los cargos municipales.
6. La acumulación de riquezas, provenientes casi siempre
de la producción cacaotera basada en la mano de obra
esclava y las tradicionales uniones endogámicas a nivel
de casta, le permitieron la adquisición de títulos nobilia-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 39

rios y honores que la Corona, siempre urgida de fondos,


dispensaba a cambio de buen dinero. Estas mismas ur-
gencias fiscales fueron las que hicieron posible que algu-
nos plebeyos adinerados (pardos con real) conquistaran
algunos niveles del estamento privilegiado en las últimas
décadas del dominio español. Indudablemente que en es-
tos momentos comenzaba la descomposición de la rígida
sociedad estamental y el dinero empezaba a actuar como
factor de ablandamiento.
7 En el nivel más alto del estamento se hallaban los penin-
sulares que desempeñaban los cargos públicos de superior
jerarquía y dominaban los canales del comercio exterior.
Una vieja Real Cédula, dictada en 1584, había señalado
los requisitos necesarios para viajar desde España hacia
América: amplia información sobre la vida y costumbres
del aspirante, no haber comparecido jamás ante el Tribu-
nal de la Inquisición ni ser hijo o nieto de persona que
hubiera sido condenada por el Santo Oficio. Si no venía a
desempeñar algún cargo, debía probar que tenía objetivos
comerciales. La mayoría de los peninsulares residentes en
Venezuela eran catalanes y vascos, dedicados al comercio.
Algunos, muy pocos, se ocupaban de la agricultura.
8. El nivel de los llamados “criollos” o “mantuanos” consti-
tuía la nobleza territorial u oligarquía. Eran los dueños de
las grandes haciendas, hatos y plantaciones y dominaban
por lo tanto la producción agropecuaria. Los hijos llama-
dos “segundones” se desempeñaban como militares, clé-
rigos, frailes o como empleados en las rentas y en los tri-
bunales. Según Rafael María Baralt, “entre ellos no había
en Venezuela sino seis títulos de Castilla, tres Marqueses
y tres Condes”.
9. El nivel más bajo de este estamento lo constituía los lla-
mados “blancos de orilla” o blancos del estado llano, que
40 A rturo C ardozo

fungían, unos como pequeños propietarios, otros como


comerciantes minoristas y la mayoría como artesanos o
menestrales. Estaba formado mayoritariamente por cana-
rios y europeos o descendientes de éstos que, empobre-
cidos, se habían visto obligados a ejercer artes y oficios
manuales considerados viles y denigrantes. Este nivel sólo
jurídicamente por el origen de sus miembros formaba
parte del estamento dominante pero en la vida real, por
razones económicas tenía mayor afinidad y coincidencias
con el estamento intermedio de los llamados “pardos”.
b) El estamento de los aborígenes o casta de los indios. Sin duda
alguna nuestros aborígenes constituyeron un estamento muy
separado del de los españoles aunque conectado a él por ne-
xos de servidumbre. Su función social era trabajar, vivir de su
trabajo necesario y entregar el plustrabajo al estamento de los
españoles bajo la forma de servicio personal o como jornale-
ro, tributario o pechero. Vivían en los llamados pueblos de
indios bajo el régimen de encomienda o misión. La Corona
española lo colocó dentro de un estatuto personal especial.
1. El ideólogo español Juan Ginés de Sepúlveda (autor del
“Diálogo sobre las justas causas de guerra”, 1490-1573)
aplicando a América las ideas esclavistas de Aristóteles,
razonaba: “Los que valen por la prudencia y por el genio
pero no por las fuerzas del cuerpo, estos son señores por
naturaleza; por el contrario, los que son tardos e imbéci-
les, pero fuertes corporalmente para soportar las cargas
necesarias son siervos por naturaleza...” Para Sepúlveda
los aborígenes eran “homúnculos” (infrahombres) reple-
tos de vicios, de supersticiones, que estaban destinados a
la esclavitud natural. La categoría filosófica de “esclavos
por naturaleza” justificaba racionalmente la explotación
que los conquistadores empezaban a realizar con las ma-
sas aborígenes. Su opositor fray Bartolomé de Las Ca-
sas, sin llegar a negar la tesis aristotélica, sostenía que los
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 41

aborígenes americanos no presentaban los rasgos o señales


que tienen “los siervos de natura”: lejos de tener fortaleza
física eran débiles, míseros, inocentes y lánguidos, dignos
por tanto de lástima y compasión. De ahí surgió la tesis
de incapacidad del indígena y la necesidad de proporcio-
narle un protector (encomendero, misionero, corregidor,
etc.). Toda la legislación indiana se basó en el concepto
de que el indígena por su incapacidad se asimilaba a un
menor de edad.
2. A diferencia de los aztecas, incas y chibchas, entre los
cuales se daba una diferencia clasista, en las comunidades
indígenas del territorio que hoy corresponde a Venezue-
la no existían clases sociales como consecuencia del bajo
nivel de sus fuerzas productivas que imponía el trabajo
físico a todos sus miembros. Nuestros aborígenes se des-
envolvían dentro de un modo comunitario de produc-
ción en el cual todos participaban con su trabajo según
sus fuerzas físicas y disfrutaban del producto social de un
modo igualitario, según sus necesidades. Además, la di-
rección de las comunidades se hacía colectivamente y sólo
para determinadas empresas se delegaba esta función en
un miembro de la tribu, el más capaz para cada actividad
(guerra, caza, siembra, etc.); no existía ninguna persona
que permanentemente (mucho menos en forma heredi-
taria) desarrollara esa dirección. Los “caciques” de que ha-
blan nuestros historiadores, cuando narran los hechos de
la conquista y la resistencia indígena, eran miembros de
las tribus a los que se les había encomendado la función
de dirigir las operaciones contra el invasor. El cacicazgo
como institución permanente fue producto de la coloni-
zación: se institucionalizó en nuestro país como fruto de
una experiencia muy positiva adquirida por los españoles
en la conquista de México, Perú y otras regiones en don-
de los aborígenes habían alcanzado una verdadera dife-
42 A rturo C ardozo

renciación clasista. De esta manera, el estamento de los


indígenas presentó en Venezuela dos niveles: el del indio
común y el del indio ennoblecido por la dominación es-
pañola con el objeto de hacerlo servir de eslabón inferior
en el mecanismo político de la dominación.
3. El indio común constituía la fuerza de trabajo, en acción,
unas veces como encomendado, prestando un servicio
personal, otras veces como miembro de una reducción
misional y en los últimos tiempos como jornalero en las
haciendas y hatos. Existían también aborígenes desarrai-
gados de sus comunidades indígenas que permanecían
dentro de las haciendas como verdaderos siervos de la gle-
ba o yanaconas. Para el indio común se creó un régimen
legal que aceptaba y consagraba las tradicionales formas
comunitarias: así, por ejemplo, las tierras y bienes que la
Corona les reconocía no eran personales o individuales
sino de los pueblos o comunidades indígenas. Se le trata-
ba como un colectivo al cual regían leyes especiales y se le
designaban autoridades propias. Su separación del resto
de la sociedad alcanzaba el ámbito eclesiástico en donde
los registros de bautismo, matrimonio y defunción se lle-
vaban en libros especiales para este estamento.
El indio ennoblecido por el dominio español y colocado
en el nivel superior de esta casta, quedó liberado del trabajo
físico: su función social se especializó en tareas de dirección
de la comunidad. En algunos casos ejercía la representa-
ción política de las comunidades y, con ciertas limitacio-
nes, también la jurídica como cuando tomaba posesión de
tierras adjudicadas a la comunidad. Una vez que el sistema
colonial quedó definitivamente institucionalizado, el caci-
que fue elevado a la categoría española del hidalgo: se le
permitió el uso del “don” en el trato social; se le excluyó
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 43

de la jurisdicción penal a que estaban sometidos los demás


indios; el cacicazgo se hizo hereditario, concediéndose al
primogénito el derecho a suceder en el título; se le excluyó
del pago de tributos y del trabajo. El cacique apareció como
un subordinado del corregidor de indios, pero no podía ser
juzgado ni sancionado por este funcionario. Los indios en-
noblecidos constituyeron una especie de nivel intermedio
entre el indio común y los españoles. Hubo momentos en
que se autorizó el matrimonio de “indios distinguidos” con
españolas.
c) El estamento de los esclavos africanos o casta de los negros
fue el tercer estamento primario de la sociedad colonial. En
el proceso histórico de la humanidad la primera división de
la sociedad en clases surgió con la esclavitud. En el caso par-
ticular de Venezuela y en general de las colonias españolas, a
la inicial esclavización de los indios sucedió la de los negros
capturados en África y vendidos en América. Sobre la fuer-
za esclava de trabajo se asentó la producción destinada a la
exportación: primero en las minas tempranamente agotadas
de la provincia de Caracas y después en las plantaciones de
cacao.
Veamos algunos de los principales rasgos de este estamento
típico de la estructura social del mundo antiguo y reactua-
lizado en el Nuevo Continente con motivo de la expansión
mercantilista de Europa.
1. Para justificar la esclavitud del africano se revivieron
las tesis de Aristóteles expuestas en “Política” y en
“Tratados de Ética” (Economía Doméstica). De este
filósofo griego, defensor de la esclavitud, se recorda-
ban conceptos como estos: “... y puesto que, igual que
ocurre en las artes concretas, que los instrumentos
apropiados serán necesarios si su obra debe ser llevada
44 A rturo C ardozo

a término, también así el jefe de familia debe tener


sus herramientas, y de estas herramientas unas carecen
de vida y otras viven, por ejemplo para el timonel el
timón es una herramienta o instrumento sin vida y el
piloto de proa o el vigía es un instrumento vivo (en las
artes todo el que es ayudante pertenece al rango de lo
instrumental), y también así un artículo de propiedad
es un instrumento para la vida, y la propiedad gene-
ralmente hablando es una colección de instrumentos
y un esclavo es un artículo de propiedad dotado de
vida”. (1253b-l 254c) “... todos los hombres que di-
fieren tanto como el alma difiere del cuerpo y como
el ser humano difiere del animal inferior —y esta es
la condición de aquellos cuya función es hacer uso de
su cuerpo y de quienes esto es lo mejor que pueda re-
sultar— estos, digo, son por naturaleza esclavos para
quienes el ser gobernados con esta clase de autoridad
es ventajoso, de la misma manera que ello es ventajoso
para las cosas sometidas...” (1254b) “... La intención
de la naturaleza, por tanto, es hacer también los cuer-
pos de los libres y de los esclavos distintos: los últimos
fuertes para el servicio necesario; los primeros, erectos
e inservibles para tales ocupaciones, pero útiles para
la vida de ciudadanía —la cual a su vez se divide aún
en los quehaceres propios de la guerra y los trabajos
propios de la paz— aunque de hecho se da a menudo
lo contrario; y los esclavos tienen los cuerpos de los li-
bres, mientras que los libres tienen las almas solamen-
te...” (1254b- 1255a).
2. Jurídicamente los esclavos no eran personas, ya que
no se les reconocía ningún derecho. Eran simplemente
seres vivientes de la absoluta propiedad de sus seño-
res. En derecho estricto solamente los hombres libres
eran personas. Las normas que institucionalizaron la
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 45

esclavitud situaron al esclavo en calidad de condición


“inorgánica” de la producción, al mismo nivel que
los demás seres de la naturaleza, al nivel del ganado
o como complemento del suelo”. (Marx, Formaciones
Económicas Precapitalistas, pp. 78-79). Dentro de la
concepción esclavista la propiedad de la tierra incluyó
la propiedad de sus productos orgánicos. El hombre
capturado en la tierra era considerado como accesorio
orgánico de ésta: la apropiación de la tierra envolvía
la apropiación de todas las condiciones orgánicas de
la producción. Las normas que rigieron la esclavitud
tendían a mantener sumiso al esclavo para obtener de
él un máximo de productividad. Como no era perso-
na sino instrumento de trabajo podía ser sometido a
cualquier tipo de violencia, incluso quitarle la vida.
Si el esclavista respetaba la vida del esclavo era porque
significaba para él una inversión de dinero, un valor
económico que debía conservar.
3. La experiencia del mundo esclavista de la antigüedad,
especialmente las prácticas greco-romanas, sirvieron
de guía para los dueños de esclavos en nuestro país y
en el resto de América: el alimento y el vestido cons-
tituían la paga del esclavo. Para conservar su salud y
mantener la sumisión había que darle racionalmente
alimento y trabajo. Evitar que las piezas esclavas ad-
quiridas pertenecieran a una misma familia o tribu
para prevenir insurrecciones o amotinamientos. Los
mejores esclavos eran los de aquellas razas que poseían
vigor o eran audaces y fuertes. Para que el esclavo rin-
diera en su trabajo era necesario halagarlo con alguna
meta definida: el mejor de los premios era la libertad.
4. La reglamentación de la conducta de la casta esclava
en las vías públicas estuvo a cargo, en lo fundamental,
de las Ordenanzas de Policía a nivel municipal. Las
46 A rturo C ardozo

disposiciones de los Ayuntamientos eran todas muy


semejantes: se les prohibía a los esclavos portar armas,
transitar de noche por las vías públicas sin autorización
del dueño, entrar a los poblados indígenas y a los mer-
cados en donde los aborígenes exhibían sus productos
y artesanías, introducirse en las haciendas y propieda-
des de personas que no eran sus dueños, dedicarse al
comercio, adquirir aguardiente. Muy tardíamente, en
1789, trató la Corona española de reglamentar la es-
clavitud: en el decreto real, denominado Código Ca-
rolino Negro, se establecieron algunas obligaciones de
los dueños para con sus esclavos: instruirlos con los
preceptos de la religión católica, pagar un sacerdote
para que les prestara los servicios religiosos y obligarlos
a oír misa y rezar el rosario en presencia del amo o del
mayordomo, alimentar a los esclavos y a sus hijos, dar-
les trabajo de sol a sol, en proporción a la edad y a las
fuerzas de cada uno (la edad laboral estaba compren-
dida entre los 7 y 60 años); en las fiestas que tenían
que ser hechas separadamente entre las esclavitudes de
cada hacienda, jamás podían concentrarse los esclavos
de diferentes propiedades; se les debía asistencia médi-
ca en la enfermedad y, en caso de muerte, el pago de
los gastos de entierro; si un esclavo escogía libremente
a su futura esposa que era esclava de otro propieta-
rio, uno u otro amo debían comprar al esclavo ajeno
para que los futuros cónyuges vivieran bajo un mismo
techo; los castigos no podían exceder de 25 azotes y
jamás debían provocar efusión de sangre; la pena de
muerte quedaba reservada a la competencia de la Real
Audiencia; para evitar la prostitución de las esclavas se
prohibió que se desempeñaran como jornaleras; final-
mente, todas las haciendas debían llevar un padrón de
esclavos. Esta Real Cédula no fue aplicada en nuestro
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 47

país por la oposición cerrada que le hicieron los escla-


vistas representados en los Cabildos: las autoridades
provinciales se abstuvieron de promulgarla...
d) Los estamentos intermedios o castas mestizas surgieron,
por lo general, de las relaciones irregulares (muchas ve-
ces en contradicción con la ley y la moral) entre los tres
estamentos primarios que hemos descrito. Fueron el pro-
ducto de las condiciones bajo las cuales se llevaron a cabo
la conquista y colonización. La separación absoluta entre
las tres castas sociales no se dio de un modo riguroso. En
la sociedad colonial se acentuaron cada vez más las rela-
ciones sexuales (legítimas o no) entre miembros de dife-
rentes estamentos hasta procrearse una población mestiza
que superó ampliamente a los demás estratos. Lo que más
caracterizó a estos grupos sociales fue la variedad de niveles
que se formaron y la diferenciación y jerarquización que
se dio entre ellos. Constituyeron, además, la expresión de
una sociedad en cuyo seno se descomponían o empezaban
a descomponerse las bases de la organización estamental
como efecto de una relativa actividad mercantil. Se daba
la posibilidad de que los grupos de mayor acumulación
de dinero pretendieran equipararse a la nobleza criolla en
privilegios y en influencias.
1. La política española se orientó a lograr la endogamia a
nivel de estamento, o lo que es lo mismo, que los espa-
ñoles se casaran con españolas, los indios con indias y
los negros con negras. Esta política aseguraría la existen-
cia y la permanencia del régimen social fundamentado
en los tres estamentos: una minoría blanca española que
detentaría el poder económico y político en representa-
ción de la metrópoli española; una mayoría aborigen,
conquistada y sometida a la tributación y, en el nivel
más bajo, la masa esclava “despreciable y vil por su des-
conocido origen”, encargada del trabajo en las minas y
48 A rturo C ardozo

en las plantaciones. Pero ese ideal político-social no se


dio en forma absoluta; por el contrario, se relacionaron
sexualmente en todas direcciones, formando un enre-
dado mosaico de descendientes que constituyeron las
castas intermedias o simplemente castas. Si en el siglo
XVI fue más o menos posible mantener la separación
de los estratos, en cambio en las dos centurias siguientes
se abrió paso el mestizaje y, simultáneamente, se incre-
mentaron las medidas segregacionistas, impulsadas por
la minoría blanca, aristócrata.
2. Estas castas intermedias tenían como denominador co-
mún el rasgo de estar formadas por personas libres. Los
mestizos que tenían la condición de esclavos o de enco-
mendados, por seguir el status de sus madres, formaban
parte del estamento originario de los esclavos o de los
indios. En estos casos el mestizaje racial no se tomaba
en cuenta. La diversidad de hombres libres que forma-
ban las castas intermedias iban desde el negro puro libre
(aquí tampoco se tomó en cuenta el fenómeno racial,
sino la capacidad o condición social) hasta el blanco de
orilla (desclasado). Se habla de mestizos (blanco-india),
de mulatos (blanco-negra) y de zambos (negro-india);
pero estas combinaciones raciales se cruzaron entre sí y
también con las tres razas primarias; Entre las innume-
rables combinaciones recordamos el “quinterón” (blan-
co-mestiza) y el negro prieto (negro-zamba). En térmi-
nos generales, la mayor pigmentación negra significaba
la ubicación en los niveles más bajos y, en sentido con-
trario, la piel clara envolvía una situación más elevada.
3. Las Cédulas Reales de los años 1527 y 1551 procuraron
que los negros se casaran con negras para mantener se-
gregada esta casta y, de paso, evitar los problemas surgi-
dos con motivo de la libertad o esclavitud de los hijos de
madre esclava y de padre libre o a la inversa. Pero estas
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 49

disposiciones no se cumplieron con efectividad; se seña-


la como factor muy importante la desproporción entre
los hombres y mujeres importados de África: se afirma
que sólo un tercio de los esclavos era de sexo femenino
y que, además, las negras tendían a unirse sexualmen-
te con españoles o quinterones o simplemente mulatos
por el interés de que sus hijos no fueran esclavos. Se
generalizó la costumbre de que los amos concedieran la
libertad a los hijos que engendraban en sus esclavas. Las
Leyes de Indias otorgaban al padre el privilegio de po-
der comprar al hijo nacido de esclava ajena. Al esclavo
varón le quedaba la oportunidad de relacionarse con la
india o la mestiza (blanco-india); unión que aceptaron
los encomenderos y otros explotadores de la fuerza de
trabajo aborigen para incrementar el número de sus en-
comendados o jornaleros.
4. Tanto en los asientos de registro eclesiástico (bauti-
zos, matrimonios y muertes) como en los empadrona-
mientos realizados esporádicamente por autoridades
civiles, las castas intermedias aparecían siempre sepa-
radas en razón de su nacimiento y de la condición ma-
terna. Estos asientos eran los que indicaban y daban fe
no sólo de la condición de católico y del estado civil,
sino también del carácter de miembro del estamento.
Los ascensos dentro de los niveles de estas castas par-
tían del nivel más bajo del afro-mestizo al más alto del
euro-mestizo, pero además se frenaban o se alentaban
de acuerdo con la cambiante política de la Corona
española. En 1621, por ejemplo, una Real Ordenanza
prohibió a los hombres de color el ejercicio de cual-
quier empleo público, aun cuando se tratase de no-
tario; dos Cédulas Reales expedidas en los años 1643
y 1654 les impedía enrolarse en tropas permanentes.
Muy avanzado el siglo XVIII, exactamente en 1776,
50 A rturo C ardozo

se prohibió el matrimonio entre personas blancas y


de color. Para mantenerlas diferenciadas de los blan-
cos, incluso en el vestido, se les prohibía el uso de
algunas prendas personales de seda, oro y diamantes,
chales, paraguas, reclinatorios y cojines en las iglesias,
etc. También les fue negada la instrucción académica
y, claro está, el ejercicio de profesiones universitarias.
No podían portar pistolas ni espada. Después de los
acontecimientos revolucionarios en Francia y en algu-
nas Antillas, la monarquía española cambió repenti-
namente su política segregacionista y así vemos cómo
la Real Cédula del 10 de febrero de 1795, llamada
comúnmente de “gracias al sacar” permitió que algu-
nos miembros de las castas intermedias, en sus niveles
más altos, pagando a la Real Hacienda sumas de di-
nero que oscilaban entre 700 y 1.400 reales, lograsen
obtener ascensos sociales que tendían a equipararlos
con el estamento de la nobleza criolla. El acta de la
sesión del Cabildo de Caracas, fechada el 14 de abril
de 1796, revela con claridad la intensa reacción de
la nobleza cuando solicitó del Rey la suspensión del
decreto, sobre todo lo relativo a la “dispensión de ca-
lidad de pardos y quinterones y distintivo de ‘Don’”,
porque, según los cabildantes, los pardos, mulatos o
zambos tenían “el infame origen de la esclavitud y el
torpe de la ilegitimidad” y “... quedarían habilitados,
entre otras cosas, para los oficios de república, propios
de personas blancas y para ser admitidos a las sagra-
das órdenes y para contraer matrimonio con personas
blancas”, se afirmaba que “... estas gentes bajas que
componen la mayor parte de las poblaciones, y son
por su natural soberbia, ambiciosas de los honores y
de igualarse con los blancos, a pesar de aquella clase
inferior en que los colocó el Autor de la naturaleza”.
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 51

5. A reserva de estudiar a fondo el conjunto de contra-


dicciones existentes entre las clases o estamentos de la
sociedad colonial (lo cual realizaremos al indagar las
causas de la guerra de independencia) reproduciremos
aquí la crítica que Juan Germán Roscio hizo de las
discriminaciones presentes en el seno de la sociedad
en que le correspondió vivir. Los conceptos que si-
guen forman parte de sus “Alegatos en el juicio contra
Isabel María Páez por uso de alfombra y tapete en la
iglesia, seguido por el Cabildo de Valencia”: “ ¡Des-
graciado pueblo! aquel en que la nobleza hereditaria,
que es la tercera e ínfima clase, se prefiere a la segunda
que es la civil, y lo que es más, a la natural, que es
la primera clase, la más excelente de todas, la real y
verdadera, la celebrada en divinas y humanas letras y
la estimada y amada de Dios y de los buenos. Esta es
la hidalguía y nobleza de la bondad. El que la tiene
es y se debe llamar con propiedad hidalgo y noble,
porque está adornada de la más preciosa cualidad; y a
la verdad sólo ésta debía y debe gozar de todas las dis-
tinciones y caracteres inventados por la política de las
naciones (...) La experiencia nos demuestra los malos
sucesos de aquellas (naciones) en donde cierta casta de
hombres por unos accidentes exteriores se halla priva-
da de los honores concedidos a los demás (...) Así se
explica quien por la fuerza de un derecho humano y
positivo se mira, a pesar de sus nobles inclinaciones,
inhabilitado para obtener los empleos honoríficos de
la patria en que nació (...) Hasta los negros que en
los siglos de la ignorancia eran reputados como indi-
viduos de otra especie, consiguieron en los presentes
y más ilustrados la restitución de la degradación que
habían sufrido tantos años, aún contra el dogma in-
concluso que profesamos de no haber habido más que
52 A rturo C ardozo

un padre y una madre común de nuestra especie, de


donde todos provenimos y en quien todos pecamos.
Y verdaderamente sólo la ignorancia de las leyes de
la naturaleza y la atrevida ciencia de los escolásticos
pudieron pretender excluir de la especie humana a los
negros. La necia división aristotélica de accidentes ab-
solutos y accidentes relativos, fue sin duda la autora
de una sentencia tan bárbara y cruel. Mas gracias a
las luces de la filosofía sensata que se extendieron en
nuestro hemisferio: ya los soberanos europeos, oyen-
do sus consejos, expidieron muchos decretos llenos
de humanidad para que se les tratase como vasallos
útiles y dotados de razón (...) Bajo estos conocimien-
tos, y sin perder de vista las voces de la sabiduría que
ilustra y desengaña, mira o prevé con evidencia que si
llegase a acontecer en el universo aquella física y feliz
revolución en que el ángulo del ecuador sobre el pla-
no de la eclíptica desapareciese enteramente, cesarían
las variedades de este globo sublunar, y sucedería en
lugar de ellas una serenidad, una fertilidad, una igual-
dad o uniformidad dichosísima para los hijos de Adán
(...) Yo no sé si en el país de las monas se suscitarían
disputas y contiendas de esta clase. Lo que sé es que
aquellas que en la antigüedad y en el tiempo de mayor
fanatismo, se promovían sobre pelucas, abanicos, pol-
vos y otras fruslerías ya se disiparon enteramente. Así
también se disiparán las del tapete...”
6. Utilizando los valiosos datos suministrados por Fe-
derico Brito Figueroa en su obra “El problema de la
tierra y esclavos en la historia de Venezuela” (pp. 143-
162) podríamos esquematizar la sociedad venezolana
para el año 1800 del modo siguiente:
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 53

ESTAMENTO DE LOS BLANCOS: %


Peninsulares: funcionarios y comerciantes 12.000 1,35
Criollos: oligarquía territorial 172.724 19,25
184.724 20,60
ESTAMENTOS INTERMEDIOS: %
Blancos de orilla, mestizos y
mulatos, zambos, negros libres 440.362 49,00
(pequeños comerciantes, pequeños
propietarios, artesanos, jornaleros)

ESTAMENTO INDÍGENA: %
Indios en comunidad primitiva 60.000 6,70
Indios tributarios 75.764 8,40
Indios no tributarios 25.590 2,80
161.354 17,90
ESTAMENTO ESCLAVO %
Esclavos en cautiverio 87.800 9,90
Esclavos fugitivos (cimarrones) 24.000 2,60
111.800 12,50
Total de la población: 898.240 100%
54 A rturo C ardozo

III. LA ORGANIZACIÓN POLÍTICO-ADMINISTRATIVA


Las provincias que formaron posteriormente la República de Vene-
zuela, cualquiera que haya sido la organización político-territorial a la
cual se les sometió, fueron desde la conquista hasta 1810, colonias del
Reino de España; o mejor aún, del Reino de Castilla. Este rasgo es de
suma importancia para profundizar el estudio de nuestra estructura po-
lítica durante el período colonial. En cada provincia, claro está, había
una organización política, pero no era sino una ramificación del aparato
estatal, cuyo cuerpo principal se hallaba en la metrópoli española.
Cuando estudiamos la España del descubrimiento y colonización diji-
mos que el aparato estatal, surgido del largo proceso de unificación que
culminó con el matrimonio de los Reyes de Aragón y de Castilla, fue el
fruto de la Guerra de Reconquista contra los árabes por una parte y, por
la otra, el triunfo de la nobleza territorial sobre la burguesía mercantil
y sus aliados, enfrentados en una lucha en que los reyes apoyándose al-
ternativamente en una y otra fortalecieron su autoridad. Dijimos en esa
misma oportunidad que, en algunos momentos, los reyes se aliaron con
los sectores comerciales y manufactureros para dominar la nobleza hasta
hacerla cortesana y en otras circunstancias, principalmente a partir del
descubrimiento de América, se concertó una alianza entre la Corona y
la nobleza, la cual logró desmantelar y reprimir las fuerzas antifeudales
y así apuntalar el régimen de producción y explotación precapitalista.
El Estado español fue, pues, en esencia una dictadura de clase ejercida
por la nobleza de la Península, con el Rey a la cabeza, sobre el resto de la
sociedad española, especialmente sobre el campesinado, los artesanos y
demás trabajadores. Como España constituyó un imperio colonial que
ejerció la dominación sobre un conjunto de pueblos ubicados en los
distintos continentes con diferentes estructuras y tradiciones, el Estado
español tuvo como aditamento el hecho de que la dictadura clasista
se ejerció también contra los pueblos coloniales subyugados aunque
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 55

en cada colonia mantuvo una alianza con las clases terratenientes a las
que colocó en un plano de privilegios para obtener su colaboración y
perpetuar la dominación. En el caso específico de Venezuela, podemos
afirmar que el Estado español fue el aparato coercitivo mediante el cual
la nobleza peninsular, asociada al capital comercial alemán e italiano
ejerció su dictadura de clase sobre toda la sociedad colonial venezolana,
dentro de la cual los conquistadores y sus descendientes desempeñaron
el papel de clase dominante y privilegiada como principal fuerza de
apoyo de la Metrópoli en Tierra Firme a pesar de las contradicciones
entre ambas.
a) El Estado español presentaba la forma de monarquía abso-
luta típica en las últimas fases de la sociedad feudal euro-
pea cuando el modo servil de producción entraba en crisis,
cuando la estructura estamental empezaba a disgregarse y se
iniciaba en las ciudades el proceso de acumulación origina-
ria del capital en las manos de comerciantes y banqueros. La
monarquía absoluta no fue otra cosa que la dictadura abier-
ta de la nobleza feudal en un período de transición en que
surgían las nuevas relaciones burguesas que iban a provocar
más tarde el derrumbe del feudalismo.
1. La Corona española se desenvolvió de un modo auto-
crático y sin limitaciones: las leyes, especiales para cada
estamento, eran dictadas y sancionadas por el Rey, se-
gún su voluntad personal y ejecutadas por funcionarios
reales que sólo eran responsables de sus actos de gobier-
no y administración ante el Soberano.
Aparentemente las funciones del Rey absoluto, además
de ilimitadas, eran independientes con respecto al pue-
blo y estaban por encima de todos los estamentos, pero
en la realidad su política se orientaba a la protección y
defensa de los intereses de la nobleza peninsular como
clase, y de reproducir, día a día, las relaciones de servi-
56 A rturo C ardozo

dumbre y de golpear las fuerzas urbanas de la burguesía


en ascenso. No en vano expulsaron de España a los ju-
díos y moros, aniquilaron el movimiento de los comu-
neros de Castilla en 1521, para no citar sino los actos
represivos más conocidos. Esa monarquía absoluta con-
cedía prerrogativas y privilegios a las clases poderosas
de la península, la que a su vez disponía de incontables
procedimientos e instituciones para influir decidida-
mente en la política y en todos los asuntos del Estado.
Esta influencia se comprueba en el hecho de que los
representantes más connotados de la nobleza y del cle-
ro ocupaban las altas posiciones del gobierno y partici-
paban en la dirección del Estado. Aparte de todo esto,
los estamentos privilegiados disponían de los conductos
necesarios para hacer llegar a las instancias superiores
del poder sus solicitudes, quejas o reclamos y casi siem-
pre lograr que se modificaran las decisiones contrarias a
sus intereses.
2. Con el descubrimiento de América el comercio europeo
se desplazó del Mediterráneo hacia el Atlántico, consti-
tuyéndose Lisboa y Sevilla en los principales puertos. En
Sevilla se concentraron los mercaderes que antes tenían
sus centros de actividad mercantil en Génova, Venecia y
Barcelona. Al mismo tiempo, como consecuencia de la
unión matrimonial de los monarcas españoles, se vincu-
laron al imperio español otros estados gobernados por
las mismas familias. Algunos de éstos en un momento
dado se transformaron en centros de acumulación de
capital por la producción manufacturera y las activida-
des bancarias que realizaban. El enlace nupcial de la hija
de los Reyes Católicos, Juana la Loca, con Felipe el Her-
moso, heredero de los tronos de Austria y Borgoña, per-
mitió que los Países Bajos se sumaran al imperio español
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 57

y más tarde Alemania. Amberes, la próspera ciudad de


los Países Bajos, a orillas del Escalda, se transformó de
hecho en la capital comercial del Imperio de Carlos V
(nieto de los Reyes Católicos y de Maximiliano de Aus-
tria). Ese puerto flamenco fue la encrucijada de las tres
grandes vertientes del comercio europeo: la mediterrá-
nea, la báltica y la atlántica. Fue además el asiento de las
familias banqueras alemanas: Imhofs, Meutings, Haugs,
Welser, Fuggers y Hoshsteters que por las fuerzas de sus
capitales comerciales llegaron a mover los hilos de la po-
lítica europea en su papel de acreedores de los monarcas.
Carlos V recibió de los Fuggers cuantiosos préstamos
de dinero para costear las campañas militares contra los
comuneros de Castilla y los campesinos alemanes co-
mandados por Tomás Münzer; con dinero de los Fug-
gers financió las guerras contra Francisco I de Francia,
contra el Papa Clemente VII y el Sultán de Túnez. Los
Fuggers y Welser, aprovechando su papel de financia-
dores de la Corona española, participaron ampliamente
del comercio con las colonias de América a través de la
Casa de Contratación. Los Welser en el mismo año en
que Carlos V saqueaba a Roma (1527) obtuvieron del
Emperador una concesión para explotar el territorio de
doscientas millas de costa comprendido desde Maraca-
pana hasta el Cabo de la Vela, al oeste de la península de
la Goajira. Por su parte, los Fuggers recibieron en 1531
una concesión más o menos igual sobre el territorio si-
tuado al sur del Perú, hasta el estrecho de Magallanes.
Como es sabido tanto los Welser en Venezuela como los
Fuggers en el Cono Sur fracasaron en sus proyectos por
la imposibilidad de aprovecharse suficientemente del
trabajo indígena. Por carecer de la fuerza productora re-
querida, los banqueros de Europa no pudieron realizar
58 A rturo C ardozo

la explotación directa de las minas americanas. De ahí


en adelante participarían indirectamente a través del
Estado español y de las instituciones comerciales de la
Metrópoli.
3. La oligarquía territorial de Venezuela o nobleza criolla,
siempre insatisfecha por el papel de segundo orden que
le tocaba desempeñar dentro de la política colonial, a
pesar de sus habituales contradicciones con la Metrópo-
li, afianzó su posición de clase dominante dentro de la
sociedad colonial. Se apoyó en la fuerza del derecho y en
el aparato coactivo del Estado español: su posición de
clase propietaria de las tierras y beneficiaria del trabajo
indígena a través de la encomienda y de la fuerza labo-
ral africana en las plantaciones esclavistas, la mantuvo
al amparo de la maquinaria político-militar del Estado
metropolitano. Es cierto que la oligarquía territorial a
lo largo del período colonial reclamó y pidió la revi-
sión de las disposiciones reales que limitaban su poder
económico, sus privilegios sociales y su participación en
las funciones públicas. La Corona le concedió a la no-
bleza criolla el derecho de propiedad sobre los medios
de producción y así legitimó lo que de hecho había con-
quistado antes con la violencia. Esta legitimación de los
hechos arbitrarios consumados contra los indios se hizo
en la medida en que contribuía al afianzamiento del
poder metropolitano sobre la Colonia, a fortalecer y a
reproducir los nexos de dependencia. Se dio una orien-
tación opuesta y se tomaron las medidas requeridas para
impedir que la nobleza criolla acrecentara su dominio
sobre la sociedad venezolana y desconociera o, al me-
nos, debilitase el nexo colonial. Así sucedió cuando el
encomendero trató de eternizar la encomienda y hacerse
de un señorío del tipo feudal: la Corona le limitó a dos
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 59

vidas este privilegio. De igual modo impidió que el in-


dio fuera llevado a vivir en las haciendas y defendió las
comunidades o pueblos de aborígenes.
La monarquía se cuidó de mantener alejados de los altos
cargos coloniales a los miembros de la nobleza criolla:
siempre fueron peninsulares quienes vinieron a ocupar
las posiciones de gobernadores, jefes militares, visitado-
res y no sólo eso, sino que procuró que mientras ejercie-
ran funciones públicas permanecieran separados de las
colectividades que gobernaban, que no se ligaran fami-
liar o económicamente a las élites de las provincias. Para
concluir, diremos que la nobleza peninsular y los comer-
ciantes europeos fueron los dos estamentos que represen-
taron la política del Estado español en Venezuela y que
la oligarquía territorial no fue para la Metrópoli sino un
instrumento de apoyo, aunque algunas veces rebelde,
para perpetuar el sistema colonial. Es muy expresiva la
afirmación de Pierre Chaunu (Historia de América Lati-
na, Buenos Aires, Eudeba, 1968, p. 63) que insertamos
a continuación: “... por una contradicción interna, esta
élite económica e intelectual, en una sociedad en que
la presencia del indio y el negro confería a todo blanco
un ‘complejo de superioridad’; padecía la exclusión, la
desconfianza con que la rodeaba la administración real.
A estos españoles de raza y de cultura (lo que era cierto
en Indias lo era en Brasil) se los mantenía al margen de
los altos cargos, los más honoríficos, los más lucrativos.
Entre los sesenta virreyes de la historia colonial, apenas
hubo cuatro criollos y catorce entre los seiscientos dos
capitanes generales. Las causas que los alejaban de la alta
administración laica, los alejaban igualmente de las altas
jerarquías eclesiásticas, lo que explicaba la actitud del
clero durante la revolución. No fue, en consecuencia,
60 A rturo C ardozo

extraño que la élite, con desprecio y cólera (no hubo


en América términos más despectivos que ‘chapetones’,
‘cachupines’ y ‘godos’...) se viera vejada con frecuencia,
por trescientos mil españoles de la metrópoli...”
b) La organización político-administrativa presentaba diferen-
tes niveles jerárquicos que hemos de esquematizar en orden
descendente:
1. El Rey:
En el monarca residía la soberanía que era absoluta, in-
divisible e irrestricta. La autoridad del rey, sus potesta-
des, no aceptaba limitaciones, ni siquiera las que podían
imponerle las leyes, era el legislador por excelencia y si
las acataba lo hacía por su propia voluntad. Era además
el depositario de todo el poder político. Sólo la voluntad
divina y sus leyes estaban por encima del soberano. La
autoridad real emanaba directamente de Dios y este ori-
gen divino imponía a los súbditos la obligación de aca-
tarla: “la Divina Providencia preside todos los acaeceres
de la vida cotidiana, orienta todas las actuaciones del go-
bierno y dirige el Estado”. (Bossuet). Este ideólogo del
absolutismo monárquico, de gran influencia en España,
discurría de este modo: “El trono real no es el trono de
un hombre, sino el de Dios (...) Todos los caprichos del
monarca son obra e inspiración de la Providencia Divi-
na y, por ende, respetables como obra de Dios mismo”.
Estas tesis fueron las que justificaron el poder absoluto
de los reyes, instrumento de acción contra los vestigios
del feudalismo en su forma política y necesaria para de-
sarrollar y garantizar la expansión comercial generada
en las ciudades. Los reyes de España, concretamente,
reunieron en su cetro todo poder terrenal y, como cató-
licos y concesionarios del patronato regio, actuaron en
sus dominios como “vicepapas”. (De esto hablaremos al
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 61

tratar las instituciones religiosas). Tenían potestad para


legislar, juzgar y administrar según las pautas generales
o particulares que ellos mismos dictaban.
2. El Consejo de Castilla y el Consejo de Indias:
Inmediatamente después del monarca actuaban dos
cuerpos colegiados del mismo nivel, pero de diferente
jurisdicción: uno denominado Consejo del Rey desti-
nado como instrumento real con relación a las provin-
cias y reinos de la Península y posesiones españolas en
Europa; y el otro, el Real y Supremo Consejo de Indias
o simplemente Consejo de Indias, como cuerpo auxiliar
del Rey, especializado en lo concerniente a las posesio-
nes castellanas en la América. Ambos cuerpos podría-
mos concebirlos como dos gabinetes reales.
2.1. El Consejo Real
También llamado Consejo de Castilla, se hallaba
reglamentado por distintos cuerpos de leyes. Así
en la “Nueva Recopilación” del año 1567, Ley I,
Tit. IV del Libro I se establecieron los siguientes
preceptos:
— Se justifica este organismo con estas razones:
los Reyes deben gobernar sus pueblos y su
“universal señorío” en paz y justicia y carecen
de fuerzas por sí solos para ejercer tal misión y,
por tanto, requieren tener cerca de sí la “com-
pañía de un buen Consejo”.
— Se fijan las condiciones ideales para los miem-
bros del Consejo: varones expertos en virtudes,
temerosos de Dios y ajenos de toda avaricia y
codicia, dispuestos a servir al Rey, a guardar su
Real Hacienda y a actuar siempre en provecho
de los dominios reales a objeto de lograr el
62 A rturo C ardozo

amor de los naturales. (Conceptos de Alfonso


el Sabio. 1367). Que sean personas sabias, ex-
pertas y doctas en leyes y derecho.
— Desde el remoto año 1406. durante el reinado
de Enrique II, se estableció que el Consejo Real
estuviera integrado por doce miembros, escogi-
dos de este modo: dos del Reino de León, dos
del Reino de Granada, dos del Reino de Tole-
do, dos de las Extremaduras (4) y dos del Reino
de Andalucía. Los Reyes Católicos, Fernando e
Isabel, reformaron este Cuerpo y lo dotaron de
un Prelado, tres Caballeros y nueve Letrados.
En 1567 el Consejo fue objeto de una nueva
reforma y se le integró de un Presidente y die-
ciséis Letrados, “... para que se ayunten (dice el
Decreto Real) los días que hubieren de hacer
Consejo y libren y despachen todos los nego-
cios” relacionados con “la administración de la
justicia y gobernación de nuestros reinos”.
2.2. El Consejo de Indias:
Fue un cuerpo que surgió y se institucionalizó so-
bre la marcha misma del proceso de conquista y
colonización de América. Es bien sabido que en-
tre las diferentes concesiones que hubo de hacer
Carlos I, nieto de los Reyes Católicos, para ser
reconocido como monarca de los reinos de Espa-
ña, figuraron el juramento y promesa hechos a los
Reinos y Señoríos de Castilla y León de que “Las
Indias, Islas y Tierra Firme del Mar Océano, que
son o fueron de la Corona de Castilla” jamás serían
enajenadas ni apartadas de ella. (Provisión del 9 de
julio de 1520 en Valladolid). El Consejo de Indias
fue una institución del Reino de Castilla en razón
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 63

de que las colonias de América eran dominios ex-


clusivos de ese Reino: al menos jurídicamente.
— Surgió este organismo, al igual que el Consejo
Real, de las necesidades político-administrati-
vas. Desde las primeras décadas que siguieron
al descubrimiento de América el Consejo Real
de Castilla se ocupó de los asuntos indianos: en
1519 ya existía una sección encargada de la ad-
ministración de los territorios que iban siendo
conquistados.
— Fue la Ordenanza Real del 24 de septiembre de
1571 la que dio origen y le señaló pautas or-
ganizativas y procesales. En este documento se
lee “... procuramos de nuestra parte, después del
favor divino, poner medios convenientes para
que tan grandes reinos y señoríos sean regidos y
gobernados como conviene”. Se ordenó que “...
siempre en nuestra Corte residan cerca de nos
en el nuestro Consejo de Indias un Presidente
de él y los consejeros letrados que la ocurren-
cia y necesidad de los negocios demandaren... y
un Fiscal: que todos sean personas aprobadas en
costumbres y limpieza de linaje, temerosos de
Dios y destacados en letras y prudencia”.
Además, un secretario, dos escribanos de cáma-
ra, dos relatores, un abogado, un procurador
de pobres, un solicitador fiscal, dos contadores
de cuentas, un receptor, un canciller, un regis-
trador, un alguacil, un cosmógrafo-cronista y
los porteros que fueren necesarios.
— Como órgano directo de la Corona tuvo en sus
manos el gobierno político y administrativo de
las Indias, la función judicial en materia civil y
64 A rturo C ardozo

criminal como última instancia, la designación


de funcionarios o al menos la confirmación de
los nombramientos provisionales en todos los
niveles, la presentación de prelados, los apres-
tos de flotas, las expediciones y descubrimien-
tos, la organización fiscal, el tratamiento de los
indios, la propiedad territorial, las minas y, en
general, todas las actividades y relaciones de la
sociedad colonial en sus aspectos básicos.
3. El Virreinato:
Constituyó la más alta jerarquía de carácter político-ad-
ministrativo en los dominios españoles de América. Fue
tomando forma en la medida en que desaparecían las
figuras del Adelantado y del Jefe Expedicionario surgi-
das de las Capitulaciones e inspiradas en la experiencia,
aún reciente, de las guerras contra los árabes por la re-
conquista de la Península. El Estado español sufrió un
proceso de modernización gradual y su tren burocrático
perdió el inicial carácter personalista para convertirse en
piezas de una maquinaria centralizada y controlada des-
de el trono real. Durante los siglos XVI y XVII sólo exis-
tieron dos Virreinatos: el de México y el de Lima. En el
transcurso del siglo XVIII se crearon los Virreinatos de
la Nueva Granada y de Buenos Aires.
Al Virreinato de México estaban adscritas las Goberna-
ciones o Audiencias de México, Guadalajara, Guatema-
la y Santo Domingo.
Al Virreinato de Lima correspondían las Gobernaciones
o Audiencias de Lima, Charcas, Chile, Buenos Aires,
Quito, Panamá y Santa Fe de Bogotá.
El Virreinato de la Nueva Granada fue creado por Real
Decreto del 29 de abril de 1717 y suprimido en 1723.
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 65

Una Real Cédula expedida el 20 de agosto de 1739 lo


restableció y así se mantuvo hasta la guerra de indepen-
dencia. Su jurisdicción comprendía inicialmente las
provincias de Santa Fe, Cartagena, Santa Marta, Antio-
quia, Quito, Maracaibo, Guayana y Caracas, la que se
incorporó el 21 de enero de 1719.
El Virreinato de Buenos Aires fue creado en 1777 y se le
asignó jurisdicción sobre las provincias de Buenos Aires,
Paraguay, Tucumán, Santa Cruz de la Sierra y Potosí.
Tanto este Virreinato, como el de la Nueva Granada,
fueron formados con provincias o territorios que perte-
necieron al Virreinato de Lima.
El Virreinato de la Nueva Granada presentó las peculia-
ridades siguientes:
— El decreto de 1717, estableció que el nuevo Vi-
rrey, como representante personal del Rey, tenía
en sus manos el gobierno superior y la obligación
de hacer y administrar justicia por igual a todos
los súbditos y vasallos. Le correspondía lo con-
cerniente “al sosiego, quietud, ennoblecimiento y
pacificación” de sus provincias. Como jefe militar
máximo en su jurisdicción debía realizar y cuidar
todo como “... la misma persona del Rey cuidara e
hiciera si se hallara presente”. Entre sus funciones
estaba lo relativo a “... la conversión y amparo de
los indios y dilatación del Santo Evangelio”. Fi-
nalmente, se le impuso la obligación de atender y
asistir “... las plazas marítimas en su jurisdicción,
acudiendo prontamente a su defensa cuando las
intentasen invadir los enemigos de la Corona”.
— Se creó “... para el alivio de sus vasallos y ocurrir en
remedio y reparo de los inconvenientes tan graves
66 A rturo C ardozo

y perniciosos como los que hasta la fecha se habían


experimentado”. Se refiere, sin duda, a las grandes
distancias que separan a Lima de las provincias ads-
critas al Viejo Virreinato.
— El Gobernador y Presidente de la Real Audiencia de
Santa Fe en el Nuevo Reino de Granada (nombre
anterior de la Gobernación de Bogotá) se transfor-
mó en Virrey-Presidente de la Real Audiencia del
Virreinato de la Nueva Granada.
— Este Virreinato fue disuelto por el Rey a los seis
años de su creación por quejas y objeciones de dis-
tinta procedencia, pero se restableció en 1739. Esta
vez quedaron comprendidas en su jurisdicción las
provincias de Portobelo, Veragua y Darién, Chocó,
reino de Quito, Guayaquil y Popayán, Cartagena,
Santa Marta, Río Hacha y Antioquia; Maracaibo,
Caracas, Cumaná, Río Orinoco, Guayana y las islas
de Margarita y Trinidad.
4. La Presidencia-Gobernación:
Denominada por algunos Provincia Mayor, fue el nivel
inmediatamente inferior dentro de la organización políti-
co-territorial de la colonia. Por la importancia y variedad
de funciones que concentró, puede afirmarse que allí se
radicó la esencia del poder español y consiguientemente
el nexo político básico de la dependencia o relación Me-
trópoli-Colonia.
En la ciudad capital de cada Gobernación funcionó siem-
pre un cuerpo colegiado que se denominó Real Audiencia,
con la característica de ser el tribunal de mayor jerarquía
en las colonias españolas. El más alto funcionario fue el
Presidente-Gobernador que presidía la Real Audiencia y
era la primera autoridad política de toda la gobernación.
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 67

Durante los siglos XVI y XVII se crearon y funciona-


ron las Presidencias-Gobernaciones de Santo Domingo,
Guatemala, Panamá, Nueva Granada, Chile y Buenos
Aires y, en el siglo XVIII, la de Caracas (1786).
La primera Real Audiencia establecida en América fue
la de Santo Domingo, en 1511. Tuvo como modelo las
Audiencias y Cancillerías de Valladolid y Granada. En el
curso de los años estos tribunales fueron tomando ras-
gos muy propios, hasta llegar a cubrir algunas funciones
políticas.
A finales del siglo XVIII las Reales Audiencias estableci-
das en la América hispana se localizaban así:
— Dependientes del Virreinato de Nueva España
(México): las de Santo Domingo, México, Guada-
lajara y Guatemala.
— Dependientes del Virreinato del Perú: las de Lima,
el Cuzco y Chile.
— Dependientes del Virreinato de Buenos Aires: las
de Buenos Aires y Charcas.
— Dependientes del Virreinato de la Nueva Granada:
las de Santa Fe de Bogotá, Quito, Panamá y Caracas.
5. La Provincia Menor:
También llamada Subordinada o Tenencia, estaba en
el nivel inmediatamente inferior y era la que presentaba
mayores variantes en su régimen político. Comúnmente
su primera autoridad política llevó el nombre de Tenien-
te-Gobernador, aunque por razones de simple expresión
se le dio en el trato cotidiano el título de Gobernador. Este
funcionario poseyó las mismas atribuciones administrati-
vas del gobernador en la Presidencia-Gobernación. Ejerció
además funciones judiciales, pero sus decisiones eran ape-
lables y estaban sujetas a revisión por la Real Audiencia de
68 A rturo C ardozo

la Provincia Mayor. Tuvo el mando militar en su jurisdic-


ción con el grado de Comandante o de Teniente y recibía
órdenes del Capitán General que estaba al frente de la zona
militar. Finalmente, en lo que atañe al ramo fiscal, se des-
envolvía como Delegado del Intendente.
El Distrito Capitular, Alcaldía Mayor o Corregimiento:
Fue el más bajo nivel de la organización político-terri-
torial de la colonia: comprendía los organismos munici-
pales de las ciudades, villas y pueblos.
El Alcalde Mayor tuvo siempre el rango de primera au-
toridad civil del Distrito: presidía el Cabildo de la ciu-
dad cabecera de la alcaldía o cantón y, además, ejercía
funciones político-administrativas. En el ramo hacen-
dario actuaba como sub-delegado fiscal. Se desenvolvía
como juez de primera instancia en las causas de menor
cuantía o gravedad. Por último, asumía el mando mili-
tar en el Distrito con el grado de Alférez Real o Sub-Te-
niente.
La administración municipal correspondía al Cabildo,
Ayuntamiento o Concejo. Se trataba de un cuerpo cole-
giado que estuvo al principio en manos de los fundado-
res y primeros colonizadores y, después, se transformó
en un instrumento de la oligarquía territorial. Desde el
interior de los organismos municipales la nobleza criolla
defendió sus privilegios, se enfrentó a las medidas reales
y a las disposiciones de los funcionarios peninsulares.
Existieron cabildos en las ciudades, en las villas y en
los pueblos de las comunidades aborígenes; variaba su
constitución y en determinados casos sufrieron cambios
en sus facultades.
Los cabildos de las ciudades metropolitanas o, lo que
es lo mismo, de las capitales de provincias mayores, es-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 69

taban presididos por el Presidente-Gobernador; los de


las ciudades sufragáneas o sea las capitales de provincias
menores, por los Tenientes-Gobernadores; por último,
los de las restantes ciudades y villas tenían como presi-
dente al Alcalde Mayor.
El número de miembros del Cabildo aumentaba según la
importancia de la ciudad o villa: un Cabildo Metropoli-
tano constaba generalmente de dos Alcaldes Ordinarios
y doce regidores o concejales. El ayuntamiento de una
villa solía tener un solo alcalde ordinario y seis concejales.
En todos había, además, el Procurador General o Síndico
Procurador y el Alférez Real que era la autoridad militar
del Distrito y su nombramiento provenía del Rey. Actua-
ba también un conjunto de alguaciles mayores, los fieles
ejecutores, los escribanos, los depositarios, los mayordo-
mos, los pregoneros, los corredores de lonja, los alcaldes
de la Santa Hermandad, porteros, etc.
A partir del reinado de Felipe II se sacaron a remate la
mayor parte de los cargos municipales y se transforma-
ron en vitalicios. Sólo podían ser beneficiarios de estos
remates las personas que tuvieran “... las partes y calida-
des que se requieran”, prefiriéndose a los descendientes
de los descubridores y pobladores. La excepción la cons-
tituyeron los Alcaldes Ordinarios que duraron siempre
un año en sus funciones sin poder ser reelegidos antes
del transcurso de tres años; esta elección correspondía
hacerla al Cabildo fuera de su seno.
Las atribuciones de estos cuerpos eran ejercidas unas
por el colectivo y otras sólo por algunos de sus miem-
bros. Entre las primeras figuraban la administración de
los ejidos y bienes propios, de las rentas y arbitrios, la
concesión de solares en las poblaciones y la adjudicación
de tierras, sujeta a la confirmación real, el ornato y aseo
70 A rturo C ardozo

de las poblaciones, el control de pesas y medidas, los


abastos y precios, los caminos vecinales, las licencias de
comercios y oficios, la asistencia social, la instrucción
primaria, los centros de reclusión, etc.
En cuanto a las funciones específicas de los distintos
funcionarios hallamos las siguientes:
— Los Alcaldes Ordinarios: actuaban como jueces
de primera instancia en materia civil y criminal;
suplían al gobernador o teniente de gobernador o
alcalde mayor (según el caso) hasta el reemplazo y
con este carácter ejercían funciones de gobierno.
— El Alférez Real: tenía el mando militar en la ciudad
y por ser considerado el regidor de mayor antigüe-
dad suplía a los alcaldes ordinarios por ausencia o
muerte.
— El Procurador, representaba a la comunidad e in-
tervenía en lo relativo a los ejidos y a la adjudica-
ción de tierras y solares. Tenía el deber de proteger
a los esclavos.
— El Fiel Ejecutor: intervenía en todo lo referente a la
policía de abastos de la ciudad.
— El Alguacil Mayor ejecutaba las órdenes de captura
que llegaban al Cabildo emanadas de las autorida-
des superiores. También le correspondía combatir
los juegos ilícitos y las faltas a la decencia pública.
— El Corredor de Lonja o Bolsa: intervenía en las
operaciones que ahí se verificaban y daba fe de su
celebración.
— Los Alcaldes de la Santa Hermandad estaban en-
cargados de los llamados casos de hermandad, es
decir de los delitos en despoblado. Eran una es-
pecie de policía rural; tramitaban procedimientos
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 71

sumarios y de sus decisiones se apelaba ante los


Alcaldes Ordinarios.
7. Los cabildos de las comunidades indígenas o pueblos de
indios se crearon muy tempranamente, a mediados del
siglo XVI y fueron objeto de posteriores reglamentacio-
nes. La Recopilación de 1680 estableció que en las reduc-
ciones aborígenes hubiera alcaldes y regidores indios: un
solo alcalde indio si el pueblo tenía 80 casas y dos cuando
sobrepasaba ese número. En este segundo caso se desig-
naban además dos o cuatro regidores según la importan-
cia del pueblo. Eran elegidos anualmente y en presencia
de los curas doctrineros o de los misioneros.
— Los Alcaldes Indios no tenían facultades judiciales:
sólo las de capturar y trasladar los delincuentes a
las cárceles de los pueblos de españoles más cerca-
nos. Estaban facultados para castigar por la inasis-
tencia a misa o por embriaguez.
— Los Caciques ejercían el gobierno directo de los
indios, siguiendo las instrucciones de la autoridad
civil (corregidor) o religiosa (misionero).
— Los Alcaldes Indios y Caciques estaban exentos del
pago de tributos en trabajo, en especie o en dinero.
— En algunas comunidades se elegía un Alguacil Ma-
yor que también tenía que ser aborigen.
C) Las provincias que en la segunda mitad del siglo XVIII iban
a constituir la Presidencia-Gobernación de Venezuela o,
como comúnmente se dice, la Capitanía General de Vene-
zuela, tuvieron un peculiar cambio dentro de la organiza-
ción político-territorial de la colonia: comenzaron adscritas
a diferentes Audiencias e incluso a distintos Virreinatos y,
paulatinamente, se fueron reuniendo bajo una misma y úni-
ca autoridad regional asentada en la ciudad de Caracas.
72 A rturo C ardozo

Trataremos de conocer la organización político-territorial


de Venezuela, como colonia española, a través de la evolu-
ción de las distintas provincias.
1. La provincia de Caracas o de Venezuela:
El área que en definitiva habría de corresponder a la pro-
vincia de Caracas se vincula con la capitulación o “Carta
de 1528” otorgada por la Regente Juana (la Loca) a la
firma de Anton Welser & Cía., con casa principal en
Augsburgo y filiales en Sevilla y Zaragoza y, además, una
factoría en Santo Domingo.
Los Welser y sus rivales los Fugger constituían los dos
centros comerciales más importantes de acumulación
originaria de capital en la Europa de aquella época: ha-
bitualmente financiaron las empresas político-militares
de Carlos V, el primer monarca de la casa de los Augs-
burgo. La famosa “Carta de 1528” dio origen al único
programa de conquista llevado a cabo por alemanes en
el continente americano. Aun cuando la capitulación
apareció concedida a los señores Enrique Ehinger y
Jerónimo Sayler, a la sazón representantes de la firma
Anton Welser y Cía., en España; ésta fue en realidad
la beneficiaria: realizó lo necesario para que la conce-
sión fuera traspasada a las personas que sucesivamente
fueron sus representantes o agentes. Se estableció en di-
cha Carta que la persona designada por los Welser para
dirigir la conquista y colonización tendría el título de
Gobernador y Capitán General de las tierras sometidas.
La capitulación comprendía la costa “... que comienza
desde el Cabo de la Vela o del fin de los límites y tér-
minos de la dicha Gobernación de Santa Marta, hasta
Macarapana al este; oeste, norte y sur de la una mar a
la otra con todas las islas que están en la dicha costa,
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 73

exceptuadas las que están encomendadas y tiene a su


cargo el factor Juan de Ampíes...” Se refiere a la isla de
los Gigantes o Curazao. Podían trasladar gentes de los
reinos españoles y de otras partes siempre que se tratase
de “personas que no están prohibidas para ir a aquellas
partes”. Debían fundar a su costo al menos tres pue-
blos y dos fortalezas dentro de los dos años siguientes al
desembarco; llevar 50 expertos mineros y distribuirlos
prudencialmente. Tendrían derecho al 4 por ciento de
los beneficios líquidos, se les exoneraba del pago de los
impuestos de exportación; recibirían una merced real de
doce leguas cuadradas de tierra “para granjear y labrar”,
exenta de toda “jurisdicción civil y militar” (rasgo feu-
dal). Los colonizadores traídos por los Welser recibirían
una donación de dos caballerías de tierra y dos solares
urbanos para construir viviendas, siempre que se aveci-
nasen por cuatro años; estarían exentos temporalmente
del pago de algunos impuestos y autorizados para escla-
vizar los indios rebeldes. La “soberanía” de los Welser
sobre la provincia de Venezuela concluyó en 1545 tras
el juicio de residencia abierto por Juan Pérez de Tolosa:
en sus 46 capítulos aparecen acusaciones, todas graves:
— No habían hecho fundaciones. Después de 18
años sólo existía Coro, ciudad fundada antes
por Ampíes (1527). Esta población se había
convertido en “una feria de esclavos”.
— La comarca había sido destruida y despoblada:
se aseguraba que a 150 leguas ya no existían
indios. Que en el Valle de Upar se había for-
mado lo que hoy denominamos un campo de
concentración para indígenas.
— A los súbditos españoles se les excluía de la
actividad comercial, incluso se les impedía la
74 A rturo C ardozo

compra de mercancías para su consumo fami-


liar.
— La Casa Welser realizaba sus objetivos comer-
ciales “en detrimento de Dios y del Rey”. Se
les acusaba de un fraude a la Real Hacienda
montante a 30 mil ducados...
Un decreto emanado del Consejo de Indias el 13 de
abril de 1546 rescindió la concesión otorgada a los Wel-
ser y les privó de sus derechos sobre el territorio de Ve-
nezuela. Fue entonces cuando empezó a ser gobernada
por funcionarios que representaban al Reino de Casti-
lla. Veamos, ahora, los más importantes cambios políti-
co-administrativos acaecidos en esta provincia durante
el régimen colonial:
— La provincia nació formando parte de la juris-
dicción de la Real Audiencia de Santo Domin-
go, la cual, a su vez dependía del Virreinato
de México. En 1717, al crearse el Virreinato
de la Nueva Granada, se le incorporó inme-
diatamente la provincia de Caracas junto con
las de Santa Fe, Cartagena, Santa Marta, Mara-
caibo, Guayana, Antioquia y Quito. El Gober-
nador-Presidente de la Audiencia de Santa Fe
del Nuevo Reino de Granada se transformaba
en Virrey sin dejar de ser Gobernador y Presi-
dente. En sus nuevas funciones representaría al
Rey, tendría el gobierno superior, cuidaría de la
paz y el sosiego, administraría justicia, atende-
ría la defensa terrestre y marítima.
Esta primera etapa del Virreinato duró apenas
seis años; fue suprimido en 1723 y se resta-
bleció la organización político-administrativa
que antes existía. En 1739 fue restablecido con
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 75

las provincias de Portobelo, Veragua, Darién,


Chocó, Quito, Popayán, Guayaquil, Cartage-
na, Santa Marta, Río Hacha, Antioquia, Cara-
cas, Maracaibo, Cumaná; Guayana y Río Ori-
noco y las islas de Margarita y Trinidad. No ha-
bían transcurrido aún tres años, exactamente
en 1742, cuando la Corona española resolvió
“... relevar y eximir al Gobierno y Capitanía
de Venezuela de toda dependencia del Virrei-
nato” de la Nueva Granada, pasando a depen-
der nuevamente de la Real Audiencia de Santo
Domingo y consiguientemente del Virreinato
de México.
— La sede del Gobernador de la provincia fue
inicialmente Coro; pero en 1546 pasó a serlo
la recién fundada ciudad de El Tocuyo y ahí
permaneció hasta que el gobernador Juan de
Pimentel se trasladó a Caracas en 1578. Des-
de esa fecha la ciudad de Caracas ha fungido
de capital provincial, acumulando en su seno
mayor población y riqueza que el resto de las
ciudades subalternas.
Durante todo el siglo XVII la Gobernación de
Caracas fue una provincia menor: los goberna-
dores eran designados directamente por el Rey,
previa consulta con el Consejo de Indias. La
casi totalidad de ellos fue de profesión militar.
Estos altos funcionarios, en su condición de
gobernadores, tenían la facultad de promulgar
reglamentos y autos de buen gobierno, realizar
visitas oficiales en su jurisdicción para compro-
bar e informar al Rey sobre el estado de la pro-
vincia, extender nombramientos provisionales
76 A rturo C ardozo

sujetos a confirmación real, vigilar el estado de


la Real Hacienda y llevar el Registro Secreto
sobre méritos de españoles y descendientes.
Como funcionarios judiciales decidían en pri-
mera instancia los juicios importantes, tales
como los referentes a pesquisas e informacio-
nes sobre servicios, ejecutaban las decisiones de
la justicia real; conocían en segunda instancia
de todas las causas sentenciadas por los Alcal-
des Ordinarios.
Como jefes militares recibían el título de Ca-
pitán General, eran jefes de milicias y resol-
vían los asuntos militares. Finalmente, como
Vice-Patronos reales desempeñaban a nivel
provincial el patronato concedido por la Santa
Sede a la Corona española en todo lo relativo a
la administración eclesiástica.
Entre las limitaciones de su autoridad en-
contramos las prohibiciones de ausentarse de
la provincia sin permiso del superior, realizar
jornadas de conquista sin avisarlo a la Corona,
tomar salario mayor del asignado, extraer dine-
ro de las Cajas Reales sin autorización, tratar y
contratar por sí a personas allegadas en el ám-
bito de su jurisdicción, recibir dádivas y dona-
ciones tanto él como su familia, permanecer en
el Cabildo cuando se va a tratar algo referente a
su persona o gobierno.
Los gobernadores duraban cinco años en sus
funciones y al final se les sometía a un jui-
cio de residencia en el que se investigaban sus
actos. Su ausencia la suplían los alcaldes or-
dinarios del Cabildo caraqueño. Mantenían
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 77

relaciones con el Rey a través del Consejo de


Indias y directamente con el Presidente de
la Real Audiencia de Santo Domingo, con
los gobernadores vecinos, con el obispo y el
personal subalterno. El personal auxiliar lo
formaban los oficiales reales para los asuntos
fiscales, la Junta de Guerra para los militares,
un asesor letrado y un equipo de seis criados
para el servicio doméstico.
— Durante el siglo XVIII y primera década del
XIX la provincia sufrió importantes cambios
político-administrativos. Para el año 1717,
cuando se creó por primera vez el Virreinato de
la Nueva Granada, la Gobernación de Caracas
contaba con nueve distritos capitulares: Valen-
cia, Barquisimeto, Coro, San Sebastián, Carora,
Guanare, Nirgua, San Carlos y Trujillo.
El decreto real del 20 de agosto de 1739, al
restablecer el Virreinato de la Nueva Granada,
elevó la Gobernación a un mayor rango al esta-
blecer que las provincias de Caracas, Guayana,
Cumaná, Maracaibo e islas de Margarita y Tri-
nidad, adscritas al nuevo Virreinato y a la Real
Audiencia de Bogotá, integrarían una zona mi-
litar con el nombre de Capitanía General de
Venezuela; esta comandancia general estaría a
cargo del Gobernador y Capitán General de la
provincia de Caracas, con facultades especiales
para intervenir en lo relativo “a introducciones
y extracciones de ilícito comercio”. Esta inte-
gración militar desapareció por la Real Cédu-
la del 12 de febrero de 1742 que sustrajo a la
provincia de Caracas de toda dependencia del
78 A rturo C ardozo

Virreinato de la Nueva Granada: el gobernador


provincial reasumió las tradicionales facultades
sobre gobierno, asuntos fiscales y militares y
sobre Real Patronato. Lo nuevo estuvo en que
se les facultó para designar los Tenientes Justi-
cia Mayor de las ciudades, villas y lugares de su
jurisdicción sin necesidad de que la Audiencia
de Santo Domingo (a cuyo ámbito regresaba la
provincia) los confirmara.
— En 1776, con la creación de la Intendencia
de Caracas, comenzó la Gobernación su pro-
ceso, ahora irreversible, de transformación en
provincia mayor: la Intendencia del Ejército
y Real Hacienda de Caracas, creada por Real
Cédula del 8 de diciembre se instaló al siguien-
te año, exactamente en agosto de 1777, con
la llegada del primer Intendente José Avalos.
Formaban la jurisdicción de esta Intendencia
las provincias de Caracas, Cumaná, Guayana
y Maracaibo y las islas de Margarita y Trini-
dad. Los objetivos de la Intendencia eran el
incremento fiscal y el estímulo del progreso,
favoreciendo la producción agropecuaria y el
intercambio comercial.
En 1777 se creó nuevamente la Capitanía Ge-
neral de Venezuela con mando militar sobre las
cuatro provincias y las dos islas antes mencio-
nadas; el Capitán General fue por derecho el
Gobernador de la provincia de Caracas.
— Otro paso hacia la integración se da ese mis-
mo año cuando las provincias de Maracaibo y
Guayana se desprendieron en lo judicial de la
Real Audiencia de Bogotá para integrarse a la
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 79

de Santo Domingo, de la cual ya dependían las


de Caracas y Cumaná.
Asumió definitivamente la Gobernación de
Caracas el rango de Provincia Mayor o Presi-
dencia cuando la Real Cédula del 31 de julio
de 1786 creó la Real Audiencia de Caracas que
se instaló al siguiente año. Constaba esta Cor-
te Judicial de un Presidente (lo era en propie-
dad el Gobernador y Capitán General), de un
Regente, tres Oidores y un Fiscal. Conocía en
segunda o tercera instancia, según el caso, de
las causas sustanciadas por los jueces inferiores;
en primera instancia de las causas en que inter-
venían las personas que gozaban del privilegio
llamado de corte; de los delitos que ameritaban
penas de presidio o servicios en el ejército; por
último, conocía del recurso de amparo o tui-
ción por denegación de justicia en los tribuna-
les eclesiásticos.
— La última innovación dentro del aparato estatal
de la provincia se dio con la creación en 1793
del Real Consulado de Caracas: institucionali-
zación de un proyecto elaborado por una co-
misión de hacendados y comerciantes caraque-
ños que presidió el Intendente de Venezuela.
Los objetivos de este organismo fueron dar a
los juicios mercantiles una mayor celeridad o
facilidad y fomentar el comercio en todos sus
ramos. Su jurisdicción se extendió a todo el te-
rritorio de la Capitanía General y de la Real
Audiencia de Caracas. El Consulado inició sus
labores en octubre del mismo año y estuvo in-
tegrado por un prior, cónsules, consiliarios y
80 A rturo C ardozo

síndico, tenientes, secretario, tesorero y conta-


dor. Designó representantes o diputados en los
puertos de Maracaibo. Coro, Puerto Cabello,
Cumaná, Angostura y en las islas de Margarita
y Trinidad.
2. La provincia de Maracaibo:
Inicialmente llamada provincia de Mérida. El núcleo ori-
ginario de esta provincia estuvo en el sector de los Andes
venezolanos que hoy forman los estados Mérida y Tá-
chira. Las ciudades de Mérida, San Cristóbal y La Grita,
fundadas por expediciones organizadas y autorizadas por
el gobierno de Santa Fe de Bogotá dependieron política y
administrativamente del Nuevo Reino de Granada. Du-
rante el siglo XVI fueron gobernadas directamente por las
autoridades de Bogotá y en las últimas décadas pasaron
a formar parte, junto con la ciudad de Barinas, del Co-
rregimiento de Tunja, en calidad de Tenencias. Cuando
se creó el Virreinato de Lima y más tarde el del Nuevo
Reino de Granada pasaron a integrarlo las provincias de
Lima, Charcas, Chile, Buenos Aires, Quito y Panamá;
también las tenencias de Mérida, San Cristóbal, La Gri-
ta y Barinas con sus comarcas jurisdiccionales. Ya hemos
visto que la provincia de Caracas pertenecía durante ese
mismo tiempo al Virreinato de México.
— Durante el siglo XVII estas desconectadas ciudades
empezaron a unirse gradualmente a través de la or-
ganización político-administrativa. El primer paso
se dio en 1607 con la creación del Corregimiento
de Mérida, subalterno de las autoridades del Nuevo
Reino de Granada: la ciudad de Mérida asumió el
rango de cabecera del Corregimiento y residencia,
por tanto, del Corregidor; las poblaciones de San
Cristóbal, La Grita, Barinas y el puerto lacustre de
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 81

Gibraltar permanecieron como Tenencias y en cada


una de ellas siguió actuando un Teniente de Justicia.
— El segundo paso se dio en 1625 con la elevación del
Corregimiento de Mérida a la categoría de Gober-
nación con el rango de provincia menor. El corregi-
dor merideño pasó a ser gobernador provincial. La
nueva Gobernación contaba con el puerto de Gi-
braltar, habilitado para la exportación en dirección
a Cartagena de Indias, La Habana e incluso España.
— En 1676 fue separada de la provincia de Caracas la
ciudad de Maracaibo con su comarca circunlacustre
e incorporada a la de Mérida. A partir de entonces
empezaron a producirse importantes cambios en
la organización político-territorial de la Provincia.
Realmente fueron diversas las causas que provoca-
ron las traslación de Maracaibo de una provincia a
otra: el surgimiento de Gibraltar como un activo
puerto al sur del Lago que excluyó a Maracaibo de
toda participación en la exportación procedente de
la provincia de Mérida; la indefensión de la ciudad y
su Lago ante las reiteradas arremetidas de los piratas;
su lejanía y escasa vinculación con Caracas para los
efectos fiscales, judiciales y, en general, administra-
tivos. El traslado tuvo sus propulsores no solamente
en Maracaibo, sino también en Bogotá, desde don-
de se formularon peticiones a partir de 1648. El Rey
en la Cédula del 31 de diciembre de 1676 se expresó
así: “... he resuelto que se haga la agregación de la
ciudad de Nueva Zamora de Maracaibo al gobierno
de Mérida, y por consiguiente a mi Audiencia de la
ciudad de Santa Fe...” Este acontecimiento produ-
jo notables efectos: la provincia cambió de nombre
desde el momento mismo en que la ciudad del Lago
82 A rturo C ardozo

pasó a ser la capital; la ciudad de Mérida dejó de ser


metropolitana y descendió a cabecera de Alcaldía
y Gibraltar, quemado y saqueado por motilones y
piratas, jamás renació de sus cenizas para competir
con Maracaibo. Los merideños no se resignaron ja-
más a aceptar el descenso vertiginoso de su ciudad.
La Ciudad de los Caballeros recobrará su rango de
capital provincial a partir de los sucesos de 1810.
— Durante el siglo XVIII la que entonces ya se deno-
minaba oficialmente provincia de Maracaibo sufrió
cambios territoriales: en 1786 recibió el Distrito ca-
pitular de Trujillo y perdió jurisdicción sobre la Te-
nencia de Barinas que se extendía hasta los interflu-
vios apureños. Al incorporársele Trujillo la provin-
cia de Maracaibo pasó a controlar la costa del Lago
de Maracaibo y la región andina en su totalidad. El
Distrito Capitular de Trujillo perdió su unidad polí-
tica y fue desintegrado: de él surgieron tres cantones
(Trujillo, Boconó y Escuque) directamente conecta-
dos con el gobierno de Maracaibo.
— Por otra parte, durante este mismo siglo, se aceleró el
proceso de integración de esta provincia a la de Cara-
cas hasta concluir en la Provincia Mayor o Capitanía
General de Venezuela. Visto desde el ángulo maracai-
bero este proceso se detecta así: la dependencia de la
provincia de Maracaibo con respecto al nuevo Reino
de Granada fue una constante. Cuando en 1717 se
creó por primera vez el Virreinato de la Nueva Gra-
nada, Maracaibo se mantuvo como provincia menor
subalterna de Bogotá. Al disolverse este Virreinato la
provincia regresó al Virreinato de Lima sin modificar
su dependencia con respecto a Bogotá. Cuando en
1739 se restableció el Virreinato de la Nueva Gra-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 83

nada se la retrotrajo a la situación de 1723; la única


modificación acaecida fue que se la separó de Bogotá
en lo militar para integrarla con las provincias de Ca-
racas, Cumaná, Guayana e islas de Margarita y Tri-
nidad a la primera Capitanía General de Venezuela;
pero esta vinculación desapareció a los tres años, en
1742. Maracaibo volvió a depender militarmente de
Bogotá hasta que en 1777 se creó definitivamente la
Capitanía General de Venezuela.
— Desde el año anterior se le había vinculado a la In-
tendencia del Ejército y Real Hacienda de Caracas.
La relación con Caracas se acentuó cuando Mara-
caibo abandonó en 1786 la jurisdicción de la Real
Audiencia de Bogotá para depender de la de Cara-
cas; en este momento la provincia menor de Mara-
caibo se hizo subalterna de la provincia mayor de
Venezuela. Los lazos se reforzaron en 1793 con la
creación del Real Consulado con sede en Caracas y
jurisdicción sobre Maracaibo.
— El último cambio territorial aconteció en 1792
cuando la población de Sinamaica dejó de pertene-
cer a Río Hacha y se le incorporó con sus tierras
comarcales.
3. La provincia de Cumaná:
Es la provincia venezolana que tiene el origen más acci-
dentado y brumoso. Generalmente se señala 1568 como
el año de su creación. Esta fecha se ubica en el marco me-
ramente legal porque culminó ahí la negociación llevada
a cabo por la Corona con Diego Fernández de Serpa y se
autorizó en esa fecha la expedición que al siguiente año
emprendiera el concesionario con el título de Gobernador
de la Provincia de la Nueva Andalucía. Tiene importancia
el recuerdo de este hecho porque produjo la fundación
84 A rturo C ardozo

de Cumaná con el nombre de Nueva Córdoba e inició,


al menos en el Oriente, la política de colonización basada
en el traslado desde España de familias enteras, dispues-
tas a cultivar la tierra con sus propias manos. Otro rasgo
propio de esta provincia fue el hecho de que la posesión
real del territorio se retardó y sufrió largos períodos de
interrupción por la fuerte resistencia de los indígenas, por
la contraofensiva de los caribes y el hostigamiento de los
holandeses, dispuestos a dominar las salinas de Araya y de
Unare. Podemos afirmar que durante la mayor parte del
siglo XVII la autoridad del Gobernador sobre su territo-
rio jurisdiccional fue teórica ya que sólo se consolidaron
dos pequeñas ciudades (Cumaná y Barcelona) y el fuerte
militar de Araya.
— Esta provincia de tardío y cruento nacimiento, sólo
empezó a materializarse en la medida en que los ca-
puchinos aragoneses (partiendo de Cumaná) y los
franciscanos observantes (saliendo de Píritu) a fines
del siglo XVII iniciaron la fundación en cadena de
pueblos misionales que, veinte años después de su
reducción, deberían pasar a manos de las autorida-
des civiles para su administración y gobierno. Des-
de las fundaciones iniciales esta provincia, al igual
que la de Caracas, estuvo adscrita a la Audiencia de
Santo Domingo. Por este hecho, formó parte del
Virreinato de México. Cuando se cerró el siglo XVII
las autoridades civiles sólo tenían jurisdicción sobre
las ciudades de Cumaná, Cumanacoa, Cariaco,
Barcelona y la villa de Aragua; existían 32 pueblos
misionales que estaban bajo la autoridad de las dos
congregaciones religiosas.
— Durante el siglo XVIII la provincia demostró un
marcado desarrollo que repercutió en la organiza-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 85

ción misma del aparato político-administrativo.


Para 1720, según la Relación de Villalonga, la pro-
vincia estaba dividida en dos corregimientos o par-
tidos: el de Cumaná y el de Barcelona. Al primero
pertenecía la ciudad de Cumaná (formada por dos
castillos rodeados por una ranchería de 300 veci-
nos) en donde residía el Gobernador Provincial y
actuaban dos Oficiales Reales para los asuntos fis-
cales; no había Cabildo; también estaban bajo su
jurisdicción los pueblos de españoles de Cariaco,
Río Caribe y Cumanacoa, cada uno regido por un
Teniente-Justicia designado por el Gobernador. El
otro corregimiento era el de Barcelona en donde ac-
tuaba un Teniente-Justicia también designado por
el Gobernador y funcionaba un Cabildo; no exis-
tían otros pueblos de españoles ni funcionarios. El
fuerte militar de Araya, destinado a la defensa de
las salinas, mantenía una guarnición que era pagada
por la Gobernación de Caracas.
— Cuando en 1717 se creó el Virreinato de la Nueva
Granada, la provincia de Cumaná no le fue incor-
porada y continuó perteneciendo al de México y a
la Audiencia de Santo Domingo; pero al ser resta-
blecido en 1739 entonces sí se salió de aquella juris-
dicción e ingresó a la del Nuevo Virreinato: empezó
a depender en lo judicial de la Real Audiencia de la
Nueva Granada y en lo militar de la primera Capita-
nía General de Venezuela que desapareció a los tres
años. En 1742 comenzó a depender militarmente
de la Capitanía General de Bogotá.
— Según el conocidísimo Informe de Diguja, la pro-
vincia de Cumaná ya tenía para 1761 tres corregi-
mientos, que él llamó provincias. El de Cumaná o
86 A rturo C ardozo

Nueva Andalucía en donde residían el Goberna-


dor-Capitán General que además fungía de Vice-
patrono Real y el Intendente de la Real Hacienda y
Ramo de Cruzada; constaba de seis poblaciones de
españoles (Cumaná, Cumanacoa, Cariaco, Carú-
pano, Río Caribe y Araya), de 23 pueblos-doctri-
nas de indios y de 13 pueblos de misión. Las ciu-
dades de Cumaná, Cumanacoa y Cariaco tenían
cada una un cabildo y las dos últimas un Tenien-
te-Justicia. Carúpano y Río Caribe poseían un solo
Teniente-Justicia para ambas y carecían de ayunta-
miento; los pueblos-doctrinas tenían corregidores
subordinados al gobernador y cabildos indígenas.
El corregimiento de Barcelona tenía tres poblacio-
nes de españoles (Barcelona, la villa de Aragua y la
villa de El Pao), 16 pueblos-doctrinas y 17 pueblos
de misión; en la ciudad de Barcelona actuaba un
Teniente-Gobernador que atendía la jurisdicción
ordinaria, la Real Hacienda y la jefatura militar;
ahí además funcionaba un cabildo. En Aragua de
Barcelona residía un Teniente-Gobernador y ac-
tuaba un cabildo, mientras que en La Concepción
de El Pao existía un Teniente-Gobernador pero no
había cabildo. El tercer corregimiento que Diguja
llamó provincia de Guayana lo describiremos un
poco más adelante.
— Otros aspectos interesantes del proceso de inte-
gración de esta provincia a la de Caracas se dieron
cuando en 1777 se creó definitivamente la Capita-
nía General de Venezuela y se instaló la Intendencia;
cuando en 1786 surgió la Real Audiencia de Ca-
racas y comenzó a depender judicialmente de ella,
desapareciendo la vinculación con Bogotá de apenas
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 87

47 años. Por último, en 1793 quedó incorporada a


la jurisdicción del Real Consulado de Caracas.
4. La provincia de Guayana:
El siglo XVI sólo significó para la región de Guayana el
tránsito por sus ríos de treinta expediciones en solici-
tud de la fabulosa ciudad de El Dorado y la fundación
de una sola población, la de San Tomé en la unión del
río Caroní con el Orinoco, quemada y saqueada por
un teniente de Walter Raleigh en el año 1613. El siglo
XVII transcurrió en la historia guayanesa con una tarea
principal; contener la invasión de holandeses e ingleses,
empecinados en posesionarse de la región. Con el obje-
to de organizar la defensa y no para propiciar su coloni-
zación fue que se colocó a la Guayana bajo la autoridad
del Gobernador de Trinidad. En efecto los siglos XVI y
XVII registran las tentativas de las potencias marítimas
de Europa para poner pie en Guayana y poder contro-
lar sus recursos (el mitológico Dorado). En ese mismo
lapso España se mostró negligente y despreocupada por
la defensa del importante triángulo formado por los ríos
Amazonas y Orinoco y el océano Atlántico. En el siglo
XVIII, por el contrario, se desarrolló la política española
en dos direcciones: primero, frenar la penetración ho-
landesa, reducirla al mínimo posible y luego iniciar una
corriente colonizadora e incorporar a las comunidades
indígenas al control hispánico. Para alcanzar el primer
objetivo se construyeron fuertes militares y para el se-
gundo se propició una intensa ofensiva misionera.
— Cuando en 1717 se constituyó por primera vez el
Virreinato de la Nueva Granada, Guayana, que de-
pendía de Trinidad, se le incorporó, abandonando
la jurisdicción de la Audiencia de Santo Domingo
y la del Virreinato de México. En 1723 al disolver-
88 A rturo C ardozo

se el nuevo Virreinato se dividió la región en dos


porciones: una, la del Bajo Orinoco (el sector más
oriental) continuó con Trinidad, mientras que la del
Alto Orinoco y Río Negro pasó a ser sufragánea de
la Audiencia de Bogotá.
— En 1731, bajo el reinado de Felipe V, el sector de
Guayana que llamaremos “trinitario” pasó a formar
parte de la provincia de Cumaná: así permaneció
durante treinta años. Esta fue la razón por la cual
el gobernador Diguja en su “Informe” de 1761
señaló a Guayana como el tercer corregimiento o
partido (él la llamó provincia) de la Gobernación a
su cargo. Según este informe, Guayana tenía para
esa fecha una sola población de españoles repre-
sentada por el presidio o fortín de San Tomé y 23
pueblos de misiones (16 capuchinas, 4 jesuitas y 3
franciscanas). En San Tomé existían los siguientes
funcionarios militares: un Capitán-Comandante,
un Teniente, dos subtenientes, un condestable, dos
sargentos de fusileros, dos cabos, doce artilleros,
un tambor y 77 soldados de diferentes razas. El
vecindario aportaba en la emergencia una compa-
ñía de reserva formada por 58 plazas. Carecía de
funcionarios civiles.
— Cuando en 1739 se restableció el Virreinato de la
Nueva Granada toda la Guayana quedó bajo la ju-
risdicción de la Audiencia de Bogotá. En 1762 Car-
los II, por razones estrictamente militares, la elevó al
rango de provincia menor y pasó a ser presidida por
un Gobernador-Comandante. Continuó sometida
a la jurisdicción judicial de la Real Audiencia bogo-
tana. La ciudad de Angostura, la que hubo de ser su
capital, fue fundada dos años más tarde.
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 89

— En 1768 pasaron a la administración cívico-militar


los pueblos misionales del Bajo y Alto Orinoco y del
Río Negro que ya habían cumplido más de veinte
años de fundados y se les designó las autoridades
ordinarias.
— En 1777 la provincia de Guayana se integró militar-
mente a la Intendencia y Capitanía General de Ve-
nezuela que funcionaba en Caracas. En 1786 aban-
donó la jurisdicción judicial de la Real Audiencia de
Bogotá e ingresó a la de Caracas.
— Por último, en 1793 se reforzó aún más la influen-
cia de Caracas con la creación del Real Consulado.
Cuando finalizó el siglo XVIII la provincia exhi-
bía las siguientes poblaciones bajo jurisdicción ci-
vil: Angostura (la capital), Real Corona y Moitaco
como ciudades; las villas de Upata, Borbón, Caroli-
na, La Esmeralda, Barceloneta y San Carlos del Ca-
tira y, además, los pueblos-doctrina de Maraunta,
Panapana, Orocopiche y Buena Vista.
5 La provincia de Margarita:
Inicialmente la suerte de la isla de Margarita estuvo signa-
da por los placeres perlíferos que rodeaban sus costas. Su
fertilidad interior le evitó un final de éxodo como el de
Cubagua, la isla vecina que sirvió de factoría en las prime-
ras décadas del siglo XVI. Cuando la estéril isla fue aban-
donada tras el agotamiento de sus ostrales, un pequeño
número de los habitantes de Nueva Cádiz se trasladó a la
Margarita; la mayoría, como es sabido, se fue a explotar
los ostrales descubiertos al occidente de la Goajira. Du-
rante los primeros sesenta y ocho años de su poblamiento
por españoles, o sea desde 1525 hasta 1593, la isla estuvo
sometida a la capitulación otorgada por Carlos V al Li-
cenciado Marcelo de Villalobos y a sus sucesores, por dos
90 A rturo C ardozo

vidas. Sus cláusulas comprendían obligaciones y privile-


gios como éstos: fundar un pueblo y una fortaleza, man-
tener un bergantín armado para la defensa; pagar al Fisco
Real un décimo del oro en el primer año hasta llegar al
quinto establecido comúnmente; facultad para gobernar
la isla personalmente o a través de Tenientes; tratamiento
de vasallos para los indios, exención de algunos impues-
tos, etc. La isla quedaba dependiendo en lo judicial de la
Audiencia de Santo Domingo. En 1593 la Corona can-
celó la capitulación a la cual se habían acogido cuatro
generaciones de Villalobos y empezó a designar directa-
mente al Gobernador. En lo judicial continuó adscrita a
la Audiencia de Santo Domingo y en lo administrativo al
Virreinato de México.
— Margarita no fue incorporada al Primer Virreinato
de la Nueva Granada (1717-23) pero sí al segundo
(en 1739). Acompañó a Trinidad en este cambio.
De consiguiente dejó de pertenecer a la Audiencia
de Santo Domingo y cayó en la jurisdicción judicial
de la de Bogotá, junto con las demás provincias ve-
nezolanas.
— En 1777 pasó a formar parte de la Capitanía Gene-
ral de Venezuela en el orden militar. Para este año
la isla estaba dividida en corregimientos y partidos
y éstos en pueblos o parroquias. En 1786 comenzó
a depender en lo judicial de la Real Audiencia de
Caracas.
­— Según J.J. Dauxion Lavaysse, a comienzos del siglo
XIX, ‘‘la colonia de Margarita no ha sido durante
largo tiempo, sino un distrito de la provincia de Cu-
maná, gobernada por un jefe que tenía el título de
Teniente-Gobernador, que actuaba bajo las órdenes
del gobernador de Cumaná. Hace unos veinticinco
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 91

años el gobierno español la convirtió en gobierno


separado por la importancia de su posición, bajo
los aspectos militares y comerciales. Sin embargo,
el gobernador de Cumaná, dependiente del Capi-
tán General de Caracas, ha conservado el título de
Inspector Militar del gobierno de Margarita, lo que
hace que se la considere como una dependencia del
de Cumaná”, (J.J. Dauxion Lavaysse, Viaje a las islas
de Trinidad, Tobago, Margarita y a demás partes de
Venezuela en la América Meridional, pp. 262-263).
6. La provincia de Barinas:
Fue creada en los últimos veinticinco años de vida colo-
nial. En efecto, la ciudad de Barinas con las villas de Pe-
draza, San Jaime y San Fernando de Apure formó parte
hasta 1786 de la provincia de Maracaibo. Desde fines
del siglo XVI había comenzado la penetración y coloni-
zación del piedemonte andino y de la llanura barinesa
por expediciones venidas de los Andes merideños: Alta-
mira de Cáceres, la primera fundación proveniente de
estas incursiones, fue bajando de las cumbres tras varias
mudanzas hasta asentarse en el llano con el nombre de-
finitivo de Barinas. Terminó siendo un distrito capitular
o partido de la provincia de Maracaibo; en el mismo ni-
vel de la ciudad de Mérida. Por consiguiente, dependió
siempre de la Audiencia de Bogotá y del Virreinato de
la Nueva Granada. Formando parte de la provincia de
Maracaibo ingresó en 1777 a la Capitanía General de
Venezuela.
— La Real Cédula del 15 de febrero de 1786 vino
en cierto modo a satisfacer numerosas gestiones
de los barinenses y en especial del Cabildo llanero
que se asentaban en el desarrollo alcanzado por el
Distrito, la gran distancia y las peligrosas vías de
92 A rturo C ardozo

comunicación con Maracaibo. En esta lejana ciu-


dad debían ser resueltos todos los asuntos admi-
nistrativos. La Real Cédula en referencia contiene
la desincorporación de Trujillo de la provincia de
Caracas y su integración a la de Maracaibo, y tam-
bién la segregación de Barinas de la jurisdicción
maracaibera para transformarse en una provincia
menor. Son estas las frases textuales del Decreto
Real: “... y segregar de éste la ciudad y jurisdic-
ción de Barinas, erigiendo por ahora y hasta nue-
va providencia en comandancia separada todo su
distrito, señalándola como término las aguas co-
rrientes del Boconó hasta donde se mezclan con
las del Orinoco, incorporadas con las de los ríos
Guanare, Portuguesa y Apure; y desde la boca de
éste hasta donde llegó la línea tirada por los dipu-
tados del gobierno de Caracas y desde allí, tirada
otra línea hasta las barrancas del río Sarare, por en-
cima del paso real que llaman de los Casanares en
el río Arauca, cuatro jornadas distante de la dicha
ciudad de Barinas en su primitiva erección, hasta
encontrar con el mencionado río Boconó”.
— Un Gobernador-Comandante ejercía la jurisdicción
política y militar, supeditado al Capitán General de
Venezuela en lo militar y a la Real Audiencia de Ca-
racas en lo judicial. Actuaba también como Vicepa-
trono Real en materia religiosa y como Sub-Delega-
do de la Real Hacienda en materia fiscal.
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 93

IV. LA ORGANIZACIÓN ECLESIÁSTICA


La Iglesia es una institución religiosa (en algunos momentos ha sido
también política) comandada por un grupo intelectual que en la so-
ciedad estamental o precapitalista se desenvolvió como un estamen-
to u orden, fundido con la aristocracia territorial, lo que le permitió
acrecentar su poder al ejercer el monopolio ideológico. Surgió como
un movimiento de las clases subalternas del Imperio Romano, pasó a
dirigir después del Edicto de Milán, expedido por el emperador Cons-
tantino I (año 313), el aparato ideológico del imperio. Durante la Edad
Media se transformó en el instrumento ideológico de las clases feudales
dominantes, pero para llegar a serlo debió sufrir antes profundos cam-
bios en su estructura interna. Se feudalizó, es decir, adquirió un status
aristocrático y simultáneamente se convirtió en el intelectual orgánico
del feudalismo.
Los movimientos religiosos medievales fueron manifestaciones de la
lucha de clases, trasladada al terreno religioso (el único posible). Pre-
tendían golpear el monopolio ideológico de la Iglesia: unos tuvieron
un carácter burgués-herético y concentraban su crítica en el papel del
clero; otros, de contenido popular herético, se manifestaron en múlti-
ples formas, desde las reaccionarias hasta las insurreccionales. La Iglesia
mantenía en su seno una contradicción insoluble: continuaba siendo
el poder intelectual de las clases subalternas como en sus orígenes y,
simultáneamente se constituía en el poder intelectual de la aristocracia
feudal. En los momentos de crisis privó este último: cuando la situación
fue de ruptura, la Iglesia adoptó una forma política de lucha sirvién-
dose del brazo armado del Estado o de la Inquisición. En los casos de
menor gravedad acudió a su táctica favorita de canalizar en su favor los
movimientos y adaptarlos a sus estructuras luego de atraer o desplazar
a sus dirigentes. Hubo una tendencia entre los clérigos encargados de
difundir la ideología en las clases populares a solidarizarse con éstas en
94 A rturo C ardozo

vez de hacerlo con la jerarquía eclesiástica (contradicciones entre el alto


y bajo clero).
La herejía era para Engels la expresión ideológica de la ruptura de una
clase subalterna con la clase dirigente, cuando la ideología presentaba el
aspecto particular de una religión. Este fue justamente el caso de la Igle-
sia durante la Edad Media, cuando la ideología se confundió con la reli-
gión y la hegemonía señorial con la Iglesia. La manifestación de ruptura
ideológica se dio en la Edad Media con lo que Gramsci llamó “la gran
herejía” que fue el sentimiento nacional aupado por la burguesía bajo
formas religiosas, enfrentándose al cosmopolitismo teocrático: los inte-
reses nacionales de la burguesía recurrieron a las motivaciones del cris-
tianismo originario de base popular para integrar un cuerpo de ideas,
apto para orientar la lucha contra el régimen feudal y su aparato ideoló-
gico. La primera gran insurgencia de la burguesía ascendente se realizó
en el terreno religioso con la Reforma Protestante: Lutero, su principal
dirigente, adoptó la imagen de San Pablo, mientras que el movimiento
enfrentaba, en primer término, teólogos y pensadores nacionales contra
intelectuales cosmopolitas; en segundo término, concertaba una alianza
popular-nacional contra el bloque dominante aristocracia-alto clero y,
por último, las motivaciones de la lucha se orientaban hacia la reforma
intelectual y moral.
La contraofensiva de la Iglesia o Contrarreforma, como generalmente
se le llama, fue un movimiento transitorio, mediante el cual la alta je-
rarquía eclesiástica recurrió al poder político de las monarquías católicas
para mantener la hegemonía mediante la coerción y reparar la ruptura
de las masas con el alto-clero. Gracias a la violencia logró mantener el
orden religioso en algunos países. Entre éstos se encontró el imperio es-
pañol. La Iglesia asumió una actitud represiva que se puso de manifiesto
con la fundación de la Compañía de Jesús y el fortalecimiento del Santo
Tribunal de la Inquisición. La protección que recibió de las monarquías
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 95

católicas trajo como consecuencia la reducción de su independencia


ante el creciente poder absolutista de los monarcas.
La conquista y colonización de América Latina se produjo en los si-
glos XVI y XVII por España, nación dominada por la Contrarreforma.
Esta circunstancia explica el hecho de que las huestes militares y el clero
(dos categorías fosilizadas de la Madre Patria) desempeñaran el papel
protagónico.
A. Desarrollo y Afianzamiento de la Iglesia en Europa.
Condición fundamental y previa para la aparición de la
Iglesia católica con proyección universal fue la existencia del
Imperio Romano. La creación de una monarquía mundial
preparó el terreno para un culto del mismo nivel. Las con-
quistas romanas significaban la desaparición de los estados
aislados e independientes y la formación de un poder im-
perial. Este acontecimiento político preexistente hizo surgir
la necesidad de una religión más elástica, menos vinculada
a las peculiaridades tribales o locales; idóneas para satisfacer
las demandas de heterogéneas y desarraigadas masas, pro-
cedentes de distintas culturas y tradiciones como lo era la
población sometida por las legiones romanas.
El cristianismo primitivo fue la religión de los esclavos y de
los oprimidos. Se expandió con la diáspora judía. Es certera
la observación de Engels: “Toda resistencia que pudieran
ofrecer las pequeñas tribus o ciudades aisladas ante el gi-
gantesco poder mundial romano era una resistencia deses-
perada. ¿Cuál era la salida, la salvación para los esclavizados,
oprimidos y empobrecidos, una salida común para todos
estos grupos de personas cuyos intereses eran distintos y
opuestos entre sí? (...) Esa salida fue encontrada, pero no
en este mundo”. (Engels, Sobre la Religión). “Está escrito,
decía San Agustín, que Caín fundó la ciudad terrenal; pero
Abel, verdadero tipo del peregrino, del viajero, no hizo lo
96 A rturo C ardozo

mismo, porque la ciudad de los Santos no es de este mundo;


aunque hace nacer a sus ciudadanos en él para que cumplan
su fugaz peregrinaje, hasta que llegue la hora del Reino de
Dios” (Agustín de Hipona, La Ciudad de Dios).
Las comunidades cristianas del siglo II estuvieron dirigidas
por la capa carismática que formaban personas de especiales
dotes. Los primeros funcionarios fueron los diáconos (servi-
dores) y los obispos (supervisores); en el siglo III aparecieron
los presbíteros (jefes de templos) y en el IV, los patriarcas. El
funcionario más importante de esta época fue el obispo, que
reunía facultades administrativas e ideológicas. A partir del
siglo IV comenzó la vinculación del Imperio con la Iglesia; el
Edicto de Milán (año 313) elevó el cristianismo a la categoría
de religión estatal. La religión dejaba de ser el instrumento
ideológico de los esclavos y oprimidos para convertirse en ins-
trumento de los poderosos, de quienes estaban interesados en
mantener subordinado y obediente al pueblo.
A partir de este momento se aceleró la divulgación del cris-
tianismo: en el siglo IV fueron cristianizados los visigodos y
los vándalos en la península ibérica; en el V, los francos. Para
el siglo IX ya toda Europa había aceptado el cristianismo.
El desarrollo de la tesis cristiana y de los cambios organiza-
tivos reflejan el proceso político de esa misma época. Así,
la división del Imperio Romano condujo durante los siglos
III y IV al aislamiento gradual de las Iglesias de Oriente y
Occidente; lo que condicionó el cisma. Como el Imperio
Bizantino se mantuvo fuerte, la Iglesia Oriental no adquirió
poder político; en cambio el Imperio de Occidente se debi-
litó hasta desaparecer; este hecho hizo posible que el Obispo
de Roma agregara a sus funciones religiosas las de monarca
(Papa de obispos).
Al establecerse la Iglesia en la mayor parte de Europa se con-
virtió en una institución supranacional, para la cual no exis-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 97

tían fronteras. Sus cánones, resoluciones, sentencias y bulas


tenían supremacía sobre las leyes y sentencias dictadas en los
reinos. Inspirada doctrinariamente en la estructura feudal,
formó un sistema de administración independiente y adoptó
la lengua latina para reafirmar su carácter universal. El clero
formaba un cuerpo ajeno a la sociedad en que actuaba. Den-
tro del más riguroso orden jerárquico cada organismo ocupa-
ba una determinada posición que correspondía teóricamente
a la importancia de las funciones que le estaban asignadas,
pero que en la realidad correspondían al mayor volumen de
los bienes e ingresos económicos de que disponía. Los obis-
pados poseían ciudades y aldeas con sus campos, bosques,
prados y siervos al igual que los señores feudales. Los siervos
les pagaban los diezmos, las primicias y otras contribuciones.
Percibían ingresos extraordinarios por vía de los legados tes-
tamentarios y las donaciones. El obispo de Roma o Papa per-
cibía ingresos exclusivos, provenientes de toda Europa por la
venta de indulgencias y de cargos eclesiásticos.
En cuanto al poder político la influencia de la Iglesia se de-
jaba sentir al penetrar las maquinarias estatales y lograr que
altos cargos fueran desempeñados por clérigos; el Papa le-
gitimaba y coronaba los monarcas y les controlaba su vida
privada y pública mediante confesores y asesores.
Predicaban sus oradores que la diferenciación de los hom-
bres en ricos y pobres, en nobles y plebeyos, en poderosos y
oprimidos, venía de la voluntad de Dios; que quien se opo-
nía al poder del Rey y de su señor, contrariaba los designios
divinos; que el orden social establecido era sagrado; que la
renuncia a los bienes terrenales abría las puertas del cielo.
Aquél que tuviese tesis diferentes a la filosofía y legislación
eclesiásticas incurría en herejía y se enfrentaba al dilema de
abjurar o someterse a un castigo de prisión o de muerte en
la hoguera con el gorro de hereje.
98 A rturo C ardozo

B. Organización y Poder de la Iglesia en España


El multisecular proceso de la Reconquista significó la exten-
sión del poder cristiano sobre todas aquellas tierras peninsu-
lares que los musulmanes habían empezado a poseer desde
el siglo XIII. Dos procesos políticos en sentido contrario
se registraron en la península ibérica: la integración en el
norte de los reinos cristianos y la desintegración en el sur
del Califato de Córdoba para generar pequeños reinos mu-
sulmanes. El siglo XI significó el debilitamiento del poder
musulmán y el fortalecimiento del poder cristiano, materia-
lizado con la toma de la ciudad de Toledo, la antigua sede
de la monarquía hispanovisigótica y de célebres concilios
eclesiásticos. Antes de esta victoria la península española era
vista por la cristiandad europea como tierra de promisión,
como un campo para luchar por la religión católica, con
travesía menos peligrosa que la de Jerusalén. El Papa Ale-
jandro II promovió una cruzada en España (1063) análoga
a la primera que 32 años antes se había realizado teniendo
a Jerusalén como objetivo. Esta expedición concluyó con la
toma de Barbastro en el reino musulmán de Lérida. Santia-
go de Compostela, supuesto asiento de los restos del apóstol
Santiago, se transformó en meta de peregrinaciones; era la
nueva Jerusalén. La abadía benedictina de Cluny, fundada
un siglo antes y considerada como vanguardia de la Iglesia,
desarrollaba en Francia operaciones de vigilancia y discipli-
na sobre los eclesiásticos, especialmente entre los monjes y
había fundado abadías en Castilla, Navarra y Aragón. Estos
nuevos monasterios acrecentaron la influencia del papado
en los asuntos españoles. El concilio de Coyanza (1050)
dispuso que todos los monasterios de Castilla, Navarra y
León quedaran bajo la dirección de la Orden benedictina
de Cluny. Se iniciaba la etapa de la intransigencia religio-
sa. La política del papa Gregorio VII estuvo encaminada a
hacer realidad la universalidad de la Iglesia y a imponer la
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 99

supremacía del poder religioso sobre el político, de lo divino


sobre lo humano; chocaba en España con la convivencia de
las tres religiones (cristiana, mahometana y judía) y arreme-
tió contra la relativa autonomía de la Iglesia española.
El Papa, fortalecido por el apoyo de los benedictinos de
Cluny, dueños ya de los monasterios y administradores de
muchos obispados, logró que el Concilio de Burgos (1080)
impusiera la sumisión a las directrices del Papado y acallara
las protestas del clero nacional con la penetración y el des-
plazamiento de que era objeto por los monjes franceses; se
le reconocieron al Papa contribuciones anuales y se aceptó la
presencia de la caballería europea (francesa) en España para
librar la guerra religiosa contra los musulmanes. El fervor
cristiano alentado por la monarquía y por la Iglesia, sobrevi-
vió a la Reconquista y culminó en el siglo XVIII con Felipe
II. La fusión de la cruz con la espada hizo del guerrero un
místico que subordinó el interés nacional a la idea religiosa.
Fue lo que algunos han llamado “la locura de la cruz”. De
estos arrebatos religiosos provienen los siguientes concep-
tos: “la organización social es una jerarquía subordinada a
los fines de Dios, por tanto, creada por Dios; el equilibrio
conseguido es impuesto por Dios; los triunfos nacionales
son triunfos de Dios. La sociedad tiene un Rey (padre cris-
tiano, juez y jefe) y dos columnas: la nobleza para luchar
contra el exterior (nobleza obliga) y la Iglesia que es, por un
lado, poder temporal como organización, y por el otro, po-
der eterno como casa de Dios y de todos. Las desigualdades
sociales, las amarguras quedan a las puertas de los santua-
rios”.
Las Siete Partidas de Alfonso X (llamado el Sabio) promul-
gadas en el siglo XII contienen una información muy pre-
cisa del poder eclesiástico en la España y de la organización
que adoptó:
100 A rturo C ardozo

a) Los objetivos de estas leyes tienden a lograr que los


hombres sepan vivir bien y en orden según el placer de
Dios. Conviene a la buena vida de este mundo guardar
la fe en Nuestro Señor Jesucristo, para que los hombres
vivan unos con los otros en derecho y en justicia. Unas
leyes son dictadas en pro de las almas y otras en pro
de los cuerpos. Las primeras en cuanto a las creencias,
las otras en cuanto a la buena vida. Mediante estos dos
tipos de leyes se gobierna el mundo; está el premio de
los bienes (a cada uno según lo que deba tener) y el es-
carmiento de los males. Las leyes que regulan los bienes
se distribuyen en tres categorías: 1) las que se refieren a
las relaciones de los mayores con los menores, de los se-
ñores con los siervos y de los padres con los hijos; 2) las
que rigen entre iguales (esponsales, casamientos, etc.)
y 3) las que competen a los menores, a los hijos, a los
criados y a los vasallos.
1. Las leyes tienen siete virtudes: creer, ordenar, man-
dar, unir, premiar, prohibir y escarmentar. Provie-
nen de dos fuentes: la una, de la palabra de los
santos; y la otra, de los dichos de los sabios que
mostraron las cosas de modo natural. Las leyes
enseñan a conocer a Dios, a amarlo y a temerlo;
permiten conocer a los señores y a los mayorales
para serles obedientes y leales; enseñan a los hom-
bres a amarse unos a los otros y a respetar cada
uno el derecho de los otros; a no hacer lo que no
deseamos que se nos hiciere. De este modo se vive
en derecho, con holgura, y en paz: cada uno apro-
vechándose de lo suyo. Las gentes se enriquecen
si le tienen gusto a la riqueza; si el pueblo crece
se acrecienta el señorío, se refrena la maldad y se
fortalece el bien. Solamente el Rey o el emperador
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 101

pueden hacer leyes sobre las gentes de su señorío;


las hechas por otras personas y sin autorización no
tienen fuerza y carecen de valor.
2. Nadie puede excusarse de cumplir las leyes, ale-
gando su ignorancia. Sin embargo, la costumbre,
el uso y el fuero las pueden suplir. Costumbre es
derecho que no está escrito y se ha practicado du-
rante mucho tiempo; uso es lo que se hace, se dice
o se sigue durante mucho tiempo sin obstáculos;
por último, fuero es la fusión del uso con la cos-
tumbre, por su gran fuerza se transforma en ley y
es aceptada por mantener a los hombres en paz y
justicia.
b) El Título II de las Siete Partidas hace del dogma cris-
tiano una verdad oficial reconocida por el Estado. Dios
es único, infinito, inmutable, poderoso y sabio. Dios
es además trino (Padre, Hijo y Espíritu Santo). Tanto
los mandamientos como los artículos de fe deben ser
creídos y guardados. Los artículos de fe son “razones
ciertas que los apóstoles ordenaron y pusieron en la fe”.
Son siete: Dios único, padre poderoso, Jesucristo hijo
de Dios, el Espíritu Santo es Dios, Dios creó el cielo y la
tierra, la Iglesia Católica es santa y la resurrección de los
muertos. Para conocer a Dios se requieren dos condi-
ciones: creer y recibir los sacramentos (bautizo, confir-
mación, confesión, comunión, matrimonio, eucaristía y
extremaunción).
c) El Título IV regula al equipo de funcionarios eclesiásti-
cos, prelados o clero secular. Los clérigos son los hom-
bres escogidos por la suerte de Dios, sujetos a un pro-
ceso de consagración que consta de nueve órdenes, “al
igual que las nueve órdenes de los ángeles del cielo con
sus correspondientes oficios”. A las cinco primeras se les
102 A rturo C ardozo

llama órdenes menores y a las cuatro últimas, mayores.


Las menores son: a) Ostiario, que equivale a portero; se
situaba a las puertas de las iglesias para impedir la entra-
da de los excomulgados y de personas mal presentadas;
b) Lector, encargado de leer algunos textos sagrados du-
rante las ceremonias; c) Exorcista, autorizado para con-
jurar los diablos en nombre de Dios y obligarlos a salir
de los hombres; d) Acólito, encargado de llevar el cirio
en el curso de ciertos actos rituales; y f ) Tonsura o coro-
na. Seguían las órdenes mayores; g) el Subdiácono, auxi-
liar del diácono; h) el Diácono, servidor de los prestes o
sacerdotes durante las ceremonias de la misa; i) el Preste
(presbítero o sacerdote) caudillo sagrado facultado para
administrar todos los sacramentos; j) el Obispo o guar-
dador de almas, que ejerce poder, tanto espiritual como
temporal sobre los clérigos y la feligresía de su obispado.
Los prelados o adelantados de la Iglesia, constituyen lo
que se denomina el Alto Clero. Partiendo del Obispo, se
asciende al Arzobispo o caudillo de obispos; más arriba
está el Patriarca o padre de los príncipes de la Iglesia
(arzobispos y obispos). Sólo hubo seis patriarcados, to-
dos en la Iglesia Ortodoxa (Constantinopla, Alejandría,
Antioquía, Jerusalén, Aquileya y Grandesser). Sigue el
Primado que quiere decir primero, naturalmente des-
pués del Papa. Por último, el Pontífice máximo (padre
de padres) o simplemente Papa: de quien viene y en el
cual se afirma el poder de los prelados. Sólo podían ser
clérigos los varones, hijos legítimos o legitimados; esta-
ban inhabilitados los homicidas voluntarios, los siervos,
los condenados a penitencia pública y las personas des-
conocidas. A los clérigos se les impidió desempeñarse
como fiadores, mayordomos, arrendadores, escribanos
o como señores seglares. Los prelados debían conocer la
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 103

fe y las siete Artes, en especial la Gramática, la Lógica, la


Retórica y la Música. Tenían la obligación de ser castos
y vergonzosos, apuestos y hospitalarios; se les prohibía
actuar como barajadores, jugadores y feriadores: no po-
dían ser codiciosos.
d) Paralela a la organización del clero secular se estatuyó la
del clero reglar o regular. La Ley I, Título VII de la Pri-
mera Partida informa minuciosamente sobre su régimen
interno. Precisa que seglares y religiosos son “aquellos
que dejan todas las cosas del siglo y toman alguna regla
de Religión para servir a Dios prometiendo guardarla...”
Religioso equivale a decir hombre ligado que se somete
a la obediencia de su Mayoral. Pueden serlo los monjes
o los Colanjes de Clausura o de cualquier otra Orden,
incluso los que moran en sus casas y viven de sus bienes
pero observan una regla. Los que profesan en alguna
Orden religiosa, hombre o mujer, deben prometer tres
cosas: no tener bienes propios, guardar castidad y ser
obedientes. Las casas de religiosos eran principalmente
las abadías y los monasterios o conventos. Las primeras
correspondían por lo general a los benedictinos con sus
comunidades autónomas, como las de Monserrat, Silos
y Sernos con grandes edificaciones que comprendían
iglesia, casa capitular, casa abacial, casa común, hospe-
derías y tierras de labor y cría; estaban regidas por un
abad o una abadesa, según el sexo de los religiosos. Los
monasterios o conventos eran generalmente casas muy
grandes con patios interiores, aislados del mundo exte-
rior que servían de sede a las distintas Ordenes; estaban
gobernados por priores. Los mayorales o superiores de
cada convento o abadía debían reunirse periódicamente
en Cabildo General o ayuntamiento de la Orden para
proveer y analizar las necesidades de la Congregación y
104 A rturo C ardozo

designar Visitadores de los conventos. En las órdenes


religiosas existían dos categorías de profesos: los sa-
cerdotes seglares o monjes y los legos; estos últimos se
ocupaban de los oficios, mientras que los primeros sólo
desarrollaban actividades intelectuales (religiosas).
e) Diferenciándose del clero secular y de los religiosos de
vida conventual aparecieron en la Baja Edad Media los
frailes mendicantes que se acercaban a las gentes, no sólo
para pedir limosna, sino para conocer y conversar sobre
sus problemas. Por sus votos de pobreza se contraponían
a los prebendados. Las órdenes religiosas de los domi-
nicos, franciscanos y agustinos señalaron nuevas rutas y
generaron también nuevas congregaciones al adoptar en
sus reglamentos o constituciones algunos cambios; así,
de los franciscanos surgieron los minoristas, conventua-
les y capuchinos y entre los agustinos se distinguieron
los ermitaños, los recoletos y los descalzos. Los domini-
cos renunciaron a todo tipo de propiedad, individual y
colectiva, para vivir del trabajo y la limosna. Si los con-
ventos cerrados y autoabastecidos correspondían a una
economía natural, las órdenes mendicantes se aproxi-
maban a una sociedad abierta con economía dineraria.
f ) Entre las tradiciones más antiguas de la Iglesia en Espa-
ña se encuentra la del patronazgo o patronato, basado
en el argumento según el cual la naturaleza y la razón
impulsan a los hombres a amar las cosas que hacen, a
guardarlas y mejorarlas. Esto aconteció con el que le-
vantaba un templo o fundaba un convento; pero tam-
bién estas instituciones debían amar, honrar y reconocer
como padre al fundador. El patrono o padre de carga
tenía la obligación de velar y proteger la obra ejecutada
por su iniciativa. El patronazgo era el derecho o poder
que la Iglesia le reconocía a los patronos en razón de la
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 105

fundación: por la donación del terreno, por el costo de


la obra y por el mantenimiento. El patronazgo contenía
además del honor de ser patrono, un tratamiento espe-
cial y el derecho de presentar al clérigo que regentaría la
institución. Si se trataba de una catedral o un convento,
la elección era hecha por el Cabildo, pero requería la
aceptación del patrono. En la medida en que la monar-
quía española se fortaleció y concentró nuevas funcio-
nes, los reyes asumieron el carácter de patronos. Surgió
así el patronato real que fue aceptado por la Iglesia. Una
ley firmada por el Rey Alfonso el año 1328 en Alcalá
asegura que era costumbre antigua la facultad de que los
reyes de Castilla, como patronos de las iglesias del rei-
no aceptaran la elección de obispos y prelados. Cuando
moría uno de estos dignatarios se informaba al Rey “por
mensajero cierto” el fallecimiento antes de que se hiciera
la elección y el prelado electo debería ser confirmado
por el Rey y prestarle personalmente reverencia antes de
tomar posesión de la dignidad o empleo. Al Rey corres-
pondía proveer de autoridades los monasterios, iglesias
de montaña, antiiglesias o feligresías. Durante el siglo
XVII hubo discrepancias entre el Vaticano y el Estado
español con respecto al patronato real; el concordato ce-
lebrado entre el Papa Benedicto XIV y el Rey Fernando
VI puso fin a estas divergencias: ratificó los privilegios
de los Reyes Católicos pero dejó en manos de la San-
ta Sede cincuenta y dos beneficios que consistían en la
facultad de designar un igual número de funcionarios
subalternos en los obispados.
g) La Inquisición o Tribunal del Santo Oficio fue una he-
rramienta de la intolerancia religiosa y del monopolio
ideológico ejercido por la Iglesia en virtud de su poder
coactivo. Creada por el papa Inocencio III en el siglo
106 A rturo C ardozo

XIII para combatir algunas sectas heréticas, no se es-


tableció en Castilla sino hasta el siglo XV (1480) por
iniciativa del Cardenal Cisneros y decisión del papa Six-
to IV para exterminar a los judíos y mahometanos resi-
dentes en los Reinos Unidos de España. Los monarcas
utilizaron este tribunal religioso de acuerdo con sus in-
tereses reales. Según el historiador Juan Antonio Lloren-
te (Historia Crítica de la Inquisición en España) en el
período comprendido entre 1481-1808 hubo 291.450
sentenciados, de los cuales 31.922 fueron quemados en
persona y 17.659 en ausencia. En 1720 existían, además
de la Suprema, dieciséis tribunales en España. El hereje
tenía que ser castigado tanto en su persona como en
sus bienes; si se arrepentía se le perdonaba pero siempre
perdía sus bienes que pasaban al patrimonio del Rey Se
asegura que los Reyes Católicos percibieron por concep-
to de confiscación la suma de 10.000.000 de ducados. A
los nobles se les concedía un tercio de los bienes confis-
cados a su vasallo hereje. La Corona tenía poderes abso-
lutos para nombrar y destituir los inquisidores, quienes
fueron casi siempre dominicos. Se asegura que Felipe II
afirmó una vez que los doce clérigos de la Inquisición
eran los que mantenían el Reino en paz. Eliminadas
las minorías raciales y lograda la uniformidad religiosa,
a los dos siglos de instalada en España, la Inquisición
mantuvo su vigencia, pero con una función nueva: el
ejercicio de la censura. En este terreno mantuvo graves
contradicciones durante el siglo XVIII con la política
de los Borbones. Este enfrentamiento llegó a su clímax
cuando Carlos III, patrocinador de la Ilustración en Es-
paña, desterró de Madrid al Inquisidor General (1761)
por haber publicado en su Reino y sin la aprobación
real, la Bula Papal que condenaba la tesis del sacerdote
francés Mésengui, adversario de los jesuitas.
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 107

Años después (1767) ordenó la disolución de esta Or-


den religiosa. Jovellanos, una de las primeras figuras
de la Ilustración española se expresaba así: “... el Santo
Oficio golpea sin cesar y no parece abrumado por el
número creciente de sus enemigos... y proscribe imper-
turbable todo lo que es nuevo, todo lo que se alza contra
el pasado, todo lo que habla de emancipación y de li-
bertad”. Carlos III en una disposición real (1773) privó
a los obispos del privilegio del “imprimatur” (facultad
de ordenar la impresión de los libros) y se la reservó
al gobierno seglar. Cuando Napoleón ocupó España y
le impuso una Constitución con José Bonaparte como
Rey, el Tribunal del Santo Oficio le brindó su apoyo:
fue así como al levantamiento del pueblo madrileño el
2 de mayo de 1808 lo calificó de “escandaloso tumulto
del pueblo bajo” y “la malevolencia e ignorancia había
arrastrado a los incautos y simples al desorden revolu-
cionario, so capa de patriotismo y amor al soberano”.
Las Cortes de Cádiz, inspiradas mayoritariamente en
el liberalismo, abolieron este reaccionario Tribunal en
1813 mediante un memorable decreto que lo declaraba
incompatible con la Constitución. Pero al año siguiente
el renegado monarca Fernando VII restableció el abso-
lutismo real y la Inquisición. Pero ésta ya era un cadáver
que fue definitivamente enterrado en 1820.

C. Las Congregaciones Religiosas en Venezuela


Las órdenes religiosas de predicadores se remontan al siglo
XIII con la congregación franciscana, cuyas reglas fueron
aprobadas por el papa Honorio III. Aparte de la santificación
de sus miembros el objetivo fundamental de estos religiosos
era modificar las costumbres mediante la predicación y el
ejemplo. La tercera regla de los franciscanos (cap. 12) pre-
108 A rturo C ardozo

vé el envío canónico de misioneros a las tierras pobladas por


infieles: el papado delegó en los superiores franciscanos una
parte de su potestad soberana de enviar misiones evangeliza-
doras. En 1517 surgieron los Frailes Menores Conventuales
y en 1619 los Frailes Menores Capuchinos. Estas dos ramas y
el tronco original que se llamó Frailes Menores Observantes
constituyeron la Orden Franciscana. Durante el siglo XIII las
expediciones fueron dirigidas por superiores de la Orden, de-
signados por el papa, pero a partir del siglo XIV seleccionados
no por los provinciales sino por los jefes de las expediciones.
A partir del siglo XV empezaron a intervenir los monarcas
católicos hasta lograr la facultad de organizarlas. Lo que im-
primió un signo propio a las misiones en América y preparó
la aparición de la teoría del Vicariato Real fue el hecho de que
el papado estaba imposibilitado para ejercer su influencia en
las tierras recién descubiertas a menos que utilizara las flotas
y el poderío de los reyes españoles. En 1522 el papa Adriano
VI (antiguo maestro de Carlos V) al promulgar su “Omní-
moda” combinó los, derechos y tradiciones de la Iglesia con
los intereses de la Corona española: desde entonces los misio-
neros se reclutaron en España y atravesaron los mares con la
autorización del Rey y los superiores gobernaron los pueblos
misionales como vicarios del Papa hasta tanto se crearan los
obispados y las parroquias eclesiásticas. Más tarde (1572) Fe-
lipe II obtuvo de Sixto V el asentimiento para la creación del
cargo de Comisario de Indias, residente en la Corte y de la
libre elección del monarca, encargado de decidir todo lo re-
lativo a las misiones evangelizadoras en las colonias de Amé-
rica. Ante las contradicciones suscitadas entre el clero seglar
y las congregaciones religiosas o entre el rey y el papado se
elaboró la doctrina del Vicariato Real que puede sintetizarse
así: los misioneros de las Indias recibían su jurisdicción canó-
nica para las doctrinas y parroquias, no de los obispos de las
diócesis, sino del Papa a través de los superiores de las congre-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 109

gaciones. El ajuste y la aplicación de esa jurisdicción a deter-


minadas regiones y distritos lo hacía el Rey, por la delegación
que le otorgara Alejandro VI. Esta delegación se extendía a la
vigilancia sobre el personal misionero, al control de los visita-
dores religiosos, al pase de actas de los concilios provinciales y
breves pontificios, siempre que se refirieran directamente a la
cristianización y gobierno de los indios.
La tesis de que el Sumo Pontífice extendía su dominio hasta
los infieles por ser el vicario universal de Cristo se remonta al
siglo XII y se le atribuye su paternidad al Cardenal Enrique de
Degusa. Argumentaba este alto prelado eclesiástico que la facul-
tad recibida por Cristo, emanada del Padre eterno, fue plenaria
y agregaba: “... después de la venida de Cristo, todo honor y
principado y dominio y jurisdicción les han sido quitados a los
infieles y trasladados a los fieles en derecho y por justa causa por
aquel que tiene el poder supremo y es infalible”. Una variante se
hizo presente en la Suma Theologicae de Tomás de Aquino: “No
se ha de forzar por las armas (a los gentiles) a que crean porque
la fe es voluntaria, pero cuando sea posible han de forzarlos los
fieles a que no impidan en otros la fe con sus blasfemias, o con
sus persuasiones malvadas o con sus persecuciones manifiestas.
Es la razón por la que los cristianos hacen frecuentemente la
guerra a los infieles, no para obligarlos a creer..., sino para obli-
garlos a que no impidan que otros crean”.
La organización de las misiones en América comenzó antes
de que se instalara la Congregación de Propaganda Fide bajo
el pontificiado de Pío V, auspiciada por los jesuitas: siguió una
línea opuesta, trazada por la famosa y discutida Bula Inter Cae-
tera de Alejandro VI, que condujo a la forma regalista e hizo
descansar en el monarca español un cúmulo de obligaciones
misionales relativas al reclutamiento, envío y distribución de
los misioneros. Estas fueron las facultades que la Congregación
de la Propaganda de la Fe trató de concentrar y hacerlas de su
110 A rturo C ardozo

incumbencia exclusiva, pero que, al estar en manos de los reyes


españoles, le dieron durante medio siglo a la evangelización en
América organización y orientación muy diversas. La doctrina y
el gobierno eclesiásticos expuestos por Felipe II en sus Instruc-
ciones Secretas al Virrey Toledo, fechadas el 28 de diciembre
de 1568, consagraron el centralismo real: el sistema de evan-
gelización, instaurado desde los días del descubrimiento, com-
prendía la reducción de los indios dispersos a poblaciones con
vida política, la colocación al frente de cada pueblo o grupo
de pueblos de un doctrinero que los instruyera en la fe, el no
reconocimiento a los caciques de derechos y aprovechamientos
si no vivían en los poblados, la entrega de pastos y sementeras
y la ayuda en las artes y oficios, a los indios reducidos, el apoyo
a las fiestas y honestas diversiones celebradas en los pueblos y
el rechazo a las que se celebrasen en despoblados, la oposición
a los continuos cambios de habitación y poblado. Se le ordenó
al virrey Toledo que impidiese “el mucho trabajo y la vejación
de los indios”.
Sobre las quejas contra las órdenes religiosas, acumuladas du-
rante cincuenta años, se pronunciaron las Instrucciones Secretas
al virrey Toledo (1568). Podrían calificarse en tres grupos: el pri-
mero se refiere a “intromisiones en asuntos políticos y de gobier-
no”... “So color de querer tomar la protección de los indios y
de los de favorecer y defender–expresaba el documento—se han
querido entrometerlos religiosos… en las cosas tocantes a la jus-
ticia, y al gobierno y al estado, queriendo tocar en el derecho y
señorío de las Indias y en otras cosas que traen consigo mucho
escándalo, especialmente tocando estos puntos en púlpitos y en
otras congregaciones y pláticas...” El segundo grupo de reparos se
refería a los frecuentes choques con el clero secular, es decir con
obispos y curas. Hasta el Concilio de Trento las órdenes religiosas
estuvieron exentas de toda subordinación a la jerarquía eclesiásti-
ca ordinaria, pero en la medida en que se extendían y fortalecían
las diócesis, el conflicto se hizo presente porque los frailes a cuyas
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 111

congregaciones correspondían la administración de parroquias y


regiones pretendían seguir con sus privilegios en la predicación,
en los sacramentos y en la administración de justicia. El último
grupo de quejas se refería principalmente a la actitud contraria de
los frailes al pago de los diezmos impuesto a los indios por el rey
Fernando, que Felipe II quería restablecer a todo trance.
Hasta 1568 sólo se había autorizado el ingreso a América de
cuatro órdenes regulares: franciscanos, dominicos, agustinos y
mercedarios. La Corona seguía la política de no permitir la mul-
tiplicación de congregaciones en el nuevo continente. La Com-
pañía de Jesús fue autorizada porque se adujo que los mercedarios
se estaban extinguiendo: su primer establecimiento fue en Florida
(1566) y en el Perú dos años después. Entre 1590 y 1622 se es-
tablecieron en América los carmelitas descalzos y los capuchinos.
Felipe II dispuso que en la Corte residiera permanentemente
un Procurador general de cada una de las órdenes religiosas,
encargado de gestionar todo lo relativo al envío de misioneros
hacia las Indias, y de la selección y provisión de documentos y
cartas; también se ocuparía de las relaciones con los provinciales
de las congregaciones. Según datos obtenidos del Archivo de
Indias, durante el lapso comprendido entre 1535 y 1595 salie-
ron de España hacia América 3.058 misioneros, de los cuales
2.682 eran religiosos y 376 clérigos.
Una importante reforma impuesta por Felipe II fue la que
derogó la prohibición de que los monasterios o conventos de
las Indias tuviesen rentas. Desde entonces se les permitió poseer
en comunidad “algunas heredades y pastos para sus sementeras
y ganados, limitadamente, cuanto para su sostenimiento fuese
necesario”. Se ratificó la prohibición de adquirir oro y riquezas.
a) La presencia de la Orden franciscana en la provincia
de Venezuela a partir del año 1576 se demuestra por
la carta del 25 de abril, firmada por el Comisario fray
Francisco de Segura, en la isla Española en la cual dejó
112 A rturo C ardozo

constancia de que le habían solicitado religiosos “... de


un pueblo de la provincia de Venezuela que se llama Ca-
racas o Santiago de León a los cuales envié seis que me
pidieron”. (AGI, Sto. Domingo, ramo 1, No. 3). Una
Orden Real dictada el año anterior (19 de diciembre)
había ordenado fundar un monasterio de la orden fran-
ciscana en la provincia de Venezuela y se le concedió, en
atención a su pobreza, y por una sola vez la suma de 300
ducados para cáliz, ornamentos y campanas. En la Rela-
ción del gobernador Pimentel (1578) se lee lo siguiente:
“En esta ciudad de Santiago de León hay un monasterio
de San Francisco con tapias no durables. Comenzóle a
fundar fray Alonso Vidal que vino de Santo Domingo
con otros frailes, tres años ha, al dicho efecto, en cuya
fundación le halló fray Francisco de Arta, comisario por
orden de vuestra majestad vino con siete religiosos y él
ocho, los cuales están de presente en este monasterio y
en las doctrinas de los naturales de los términos de esta
ciudad y de nuestra señora de Caraballeda”. (AGI, Pa-
tronato, 249, No. 12, f. 12 vto.) En la isla de Cubagua,
entre los años 1537 y 1542 existió un convento fran-
ciscano que desapareció luego de que todos los vecinos
abandonaron la isla. En la última década del siglo XVI
hubo un convento franciscano en la isla de Margarita.
En la Relación Geográfica de los cuicas (1579) se sumi-
nistra información sobre el convento franciscano de San
Antonio de Padua en Trujillo: “Hay un monasterio de
frayles del señor San Francisco que hará tres años que
se fundó y aún no está hecha la iglesia por la mucha
pobreza de la tierra. Empezó a fundarlo fray Francisco
de Fuentelabrada, enviado por el Comisario de la isla
Española y luego vino el Padre Comisario, fray Francis-
co de Arta, enviado por su Majestad y tomó posesión
de él y de la tierra”. Otro convento franciscano fue el
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 113

establecido en Barquisimeto, sobre el cual se obtuvo la


primera información en 1587 por carta del padre Fran-
cisco de Rojas al Rey en la cual escribió lo siguiente:
“... habrá tiempo de seis o siete años, poco más o me-
nos, se fundó un convento de religiosos de la Orden y
Observancia del bienaventurado señor San Francisco,
el cual, por la mucha pobreza de los naturales, no se ha
hecho ni se puede hacer de suerte que pueda ir adelante
y por muchas veces los pocos religiosos que ha habido
han querido desamparar el dicho convento, lo uno por
ser como es la casa pajiza y lo otro no poderse susten-
tar de vino ni aceite y faltar los ornamentos y todo lo
más necesario...” En la ciudad de El Tocuyo se fundó
también un convento franciscano: que, establecido en
1578 por fray Francisco de Rojas, desde sus comienzos
fue uno de los principales fundados en la provincia de
Venezuela. Al convento franciscano de Maracaibo se le
señala como año de su fundación el de 1601. El conven-
to franciscano de Carora o Portillo aparece fundado en
1587 por el padre Francisco de Rojas. Del convento de
Coro se desconoce la fecha precisa de fundación, la cual
debió acontecer en la segunda década del siglo XVII. El
convento franciscano de Valencia se estableció en fecha
muy tardía; el primer dato que conocemos es el decreto
del 18 de septiembre de 1634 que autorizó la fundación
solicitada por los vecinos.
En lo que atañe al territorio que formaría después la
provincia de Cumaná, la presencia de los franciscanos
se inició con la fundación del Convento de Cumaná en
1516 y culminó en 1520 con la insurrección de los indí-
genas y el incendio de todas las instalaciones levantadas
en Tierra Firme. Tras numerosas gestiones se restableció
en 1644 en un nuevo sitio ubicado en el sector sur de
114 A rturo C ardozo

la ciudad, a orillas del río Manzanares (hoy barrio San


Francisco).
En jurisdicción de la que más tarde sería la provincia de
Guayana se fundó también un convento franciscano al-
rededor del año 1591. Tuvo esta casa religiosa la origina-
lidad de ser establecida por un Adelantado y conquista-
dor del Nuevo Reino de Granada, como lo fue Antonio
de Berrío, cuñado y heredero del fundador de Bogotá,
Lic. Jiménez de Quesada. El mencionado Berrío “pa-
cificó” la isla de Trinidad y, al introducirse en la región
del Orinoco fundó la ciudad de San Tomé de Guayana.
En Trinidad y en San Tomé fundó sendos conventos y
los entregó a los franciscanos que le acompañaban. El
de San Tomé se reforzó en 1596 con catorce religiosos
que partieron de España y formaban parte de una expe-
dición para la búsqueda de “El Dorado” al mando del
Maestre de Campo Domingo de Vera.
En 1617 el Definitorio de la Orden Franciscana de la
Nueva Granada renunció “... a la acción que tenía sobre
la provincia de Guayana por estar tan distante y no po-
der acudir a la visita de los frailes que allí habitan” por lo
cual la Congregación y Capítulo de la provincia de San-
ta Cruz (Puerto Rico) se encargó de la dicha provincia
“‘y casas que en ella están’ y el Padre Provincial irá por
primera vez con recados para que los religiosos que allí
estuvieren den la obediencia a esta provincia...” (Libro
de Provincia, f.2, AAC, Fondo Franciscano). La ciudad
de San Tomé fue asaltada y quemada por Walter Raleigh
en enero de 1618 y la casa del convento sirvió de refugio
y fortaleza a la población. En 1626 el holandés Adrián
Janson Pater asaltó y destruyó la ciudad y el convento
franciscano quedó desolado. En 1637, tras un nuevo
asalto pirata, comenzó la mudanza de la ciudad hacia
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 115

un lugar más protegido, pero el convento franciscano


quedó extinguido.
b) Una orden regular, derivada de la franciscana, la consti-
tuyeron los capuchinos. Las primeras gestiones para su
ingreso a América las hizo el Comisario de la Congre-
gación fray Francisco de Pamplona. En 1646 solicitó de
la Congregación de Propaganda Fide cuatro nuevas mi-
siones para los capuchinos españoles: dos para el África
(Benin e isla Annobón) y dos para América (Darién e is-
las de Barlovento). En 1647 obtuvo la autorización para
las islas de Barlovento con sede en Granada; tres años
después (1650). desembarcó en Granada una misión de
capuchinos aragoneses (tres miembros) presidida por el
mencionado fray Francisco de Pamplona. Encontraron
a esta isla en posesión de un grupo de franceses, quienes
les impidieron permanecer ahí y se vieron obligados a
trasladarse “al patache de la Margarita”. Como no pu-
dieron dirigirse a otras islas por la presencia de franceses,
optaron por enrumbarse hacia “... los llanos de Cuma-
nagotos, donde hay indios sin número...” Ahí se queda-
ron a instancias del obispo de Puerto Rico y del gober-
nador de Cumaná. Se dice que “... por haber hallado a
doce leguas de la ciudad de Barcelona un valle de indios
algo dóciles que llaman píritus” procedieron a levantar
una iglesia con el nombre de la Purísima Concepción
de Nuestra Señora, protegidos por escoltas armados. El
Rey no autorizó esta fundación y le ordenó a los tres
frailes que regresaran a España; lo cual se cumplió en
1652. Durante cinco años los capuchinos y los francis-
canos observantes, se disputaron ante el Rey y el Conse-
jo de Indias la misión de Píritu. En 1657 se produjo la
decisión final a favor de los capuchinos. A mediados del
siguiente año ya estaban en Cumaná. Debían acatar las
116 A rturo C ardozo

instrucciones reales de que si en Píritu los indígenas ya


habían aceptado a los franciscanos observantes (lo que
así sucedió), “debían esperar a que se les señalase sitio de
misión”. Luego de una Junta, presidida por el Goberna-
dor, a la que asistieron representantes de las dos congre-
gaciones interesadas, se les dio a los capuchinos “el valle
de Cumanacoa, de tierras muy dilatadas y fértiles”. Las
dos órdenes religiosas rivales ya no se interferirían... A
partir de su primera fundación, la población de Santa
María de los Ángeles o del Guácharo, los capuchinos
iniciaron su expansión misional hacia el oriente y sur de
la ciudad de Cumaná; después cruzaron el río Orinoco
y se establecieron en la región de San Félix.
En los mismos años en que los capuchinos se estable-
cían en Cumaná el Cabildo de Caracas, luego de oír las
elocuentes prédicas del padre capuchino José de Cara-
bantes, escribió al Rey (22 nov. 1657) para que envia-
se dos o tres religiosos de esa congregación a predicar
en la provincia de Venezuela; Felipe IV accedió a esta
petición y ordenó a la Casa de Contratación de Sevi-
lla “encaminar a la provincia de Caracas, en la armada
que se está aprestando, hasta seis religiosos, que sean
capuchinos o frailes franciscanos recoletos, de unos o de
otros...” Con la premura requerida se escogieron cuatro
capuchinos del convento de Sevilla y dos del de Cádiz,
quienes viajaron a Caracas en la misma urca en que lo
hacía el nuevo gobernador de Caracas, D. Pedro de Po-
rres y Toledo. A estos misioneros andaluces se les enco-
mendó la tarea de cristianizar y atender espiritualmente
a los indios guamonteyes que habitaban en los llanos
próximos a la ciudad de Guanaguanare (Guanare) y a
los españoles que se encontraban en las vecindades.
En 1676 una Real Cédula separó las misiones de los
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 117

capuchinos aragoneses que actuaban en la provincia de


Cumaná, de los capuchinos andaluces, diseminados en
los llanos de la provincia de Caracas y dispuso “que cada
misión eligiese de por sí un Prefecto trienal, que hubiese
de ser confirmado por el Comisario General...” Los ca-
puchinos andaluces quedarían limitados a la provincia
de Caracas y los aragoneses a la de Cumaná.
La visita del obispo de Puerto Rico, el franciscano Pedro
de la Concepción y Urteaga, trajo como consecuencia
que en 1713 los pueblos de las misiones capuchinas con
más de veinte años de fundados fueran transformados
en doctrinas administradas por curas seglares. Se crea-
ron seis doctrinas así: 1a) Santa María de Los Ángeles;
2a) formada por San Fernando y Nuestra Señora de la
Candelaria de Arenas; 3a) formada por San José, San
Pedro y San Pablo del Rincón y Nuestra Señora del Pi-
lar; 4a) formada por San Antonio, Casanay y Jesús del
Monte de Catuaro; 5a) por San Francisco y Santa Isa-
bel; y 6a) por San Juan Bautista y Nuestra Señora de
Aricagua.
En 1734 el gobernador de la provincia de Cumaná,
Carlos Sucre, sostuvo ante el Consejo de Indias la pe-
tición hecha por seis caciques de la nación paria que
alegaban no saber castellano y pedían ser adoctrinados
por religiosos franceses. El gobernador quiso compla-
cerlos enviando un mercedario. El motivo por el cual
los caciques hicieron esa petición, se dijo, era porque es-
tos aborígenes mantenían relaciones comerciales con los
franceses de la Martinica y eran inducidos por ellos. En
esos mismos años un obispo francés, Nicolás Gervaise
de Labrid, había avanzado por el Orinoco y se dedicaba
a realizar actividades pastorales en algunas zonas con la
aceptación de los aborígenes. Se produjo una controver-
118 A rturo C ardozo

sia entre el gobernador y los capuchinos, decidiéndose


el problema en favor de estos últimos, quienes se apre-
suraron a fundar las misiones de Soro, Irapa y Macuro.
Para 1734 los franciscanos observantes de Píritu habían
concluido la evangelización de los indios ubicados a la
izquierda del Orinoco y deseaban cruzar este río para
catequizar en la Guayana; como en esa región actuaban
los jesuitas y los capuchinos aragoneses de Cumaná, pi-
dieron que se les asignara una zona. Con esta finalidad
se llevó a cabo una asamblea convocada para el 20 de
marzo del mencionado año por el gobernador de Cu-
maná. Se convino en que a los franciscanos se les reser-
vase el área comprendida entre Angostura y el río Cu-
chivero, desde las orillas del Orinoco hasta el río Ama-
zonas o Marañón; a los capuchinos aragoneses, desde
Angostura hasta la Boca Grande del Orinoco; y a los
jesuitas, el Alto Orinoco desde el río Cuchivero. Todas
estas regiones misionales limitaban por el sur con el río
Amazonas o Marañón. Este convenio fue ratificado por
la Real Cédula del 16 de septiembre de 1736.
Por decreto del 20 de mayo de 1790 la Congregación
Consistorial desmembró la diócesis de Puerto Rico y
creó el obispado de Guayana con las provincias de Gua-
yana, Cumaná, Margarita y Trinidad. Las misiones si-
tuadas en esas provincias cambiaron, por consiguiente,
de diócesis.
El comienzo de la guerra de independencia significó
el proceso de extinción de las misiones capuchinas. La
Junta Suprema de la provincia de Cumaná acordó en
1811 la sustitución de los capuchinos por otros reli-
giosos; el Congreso republicano decretó en 1812 la ex-
pulsión de todos los capuchinos sumados a la causa de
España y destinó sus conventos al funcionamiento de
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 119

institutos de educación. Por último, el Congreso de Cú-


cuta decretó (28 de julio 1821) que fuesen clausurados
los conventos que tuviesen menos de ocho religiosos.
Además, los clérigos quedaron sometidos al poder civil.
c) La Orden de los agustinos tuvo representantes en Ve-
nezuela desde los primeros años de la conquista y co-
lonización de Venezuela con instalaciones en la región
occidental. El padre Vicente de Requejada fue el primer
agustino que cruzó el Atlántico en dirección a América;
lo hizo por su propia voluntad y aquí permaneció du-
rante casi medio siglo, alternando las funciones de mi-
sionero y conquistador. Acompañó a Nicolás Federman
en su viaje al Nuevo Continente el año 1529. Actuando
siempre como capellán salió de Coro con la primera ex-
pedición del representante de los Welser (1530-1531)
y recorrió el territorio que hoy comprenden los estados
Lara, Yaracuy, Portuguesa y Barinas. Intervino también
en la segunda expedición de Federman que se enrum-
bó al Cabo de la Vela (al suroeste de La Goajira), se
desplazó hacia los llanos del Sur y más tarde, al cruzar
los Andes, concluyó en Bogotá. Fue el primer sacerdote
católico que recorrió esos parajes y ejerció su ministe-
rio... Requejada se residenció en la Nueva Granada y
tomó parte en la fundación y catequización de algunos
pueblos y ciudades.
A través de los años aumentó el número de agustinos en
América: a México llegaron en 1533, al Perú y Nuevo
Reino de Granada en los años 1547 y 1548. Surgió en-
tonces el convento de Tunja. En la década de los años
setenta fundaron los conventos de Quito, Bogotá, Car-
tagena y Pamplona. El primer instituto agustino esta-
blecido en tierra venezolana fue el convento de Mérida
(1591). De ahí en adelante toda la obra de los agustinos
120 A rturo C ardozo

en Venezuela dependió de las autoridades civiles, segla-


res y reglares de la Nueva Granada.
La ciudad de Mérida cumplía treinta y tres años de fun-
dada cuando llegaron a residenciarse los padres agusti-
nos. El convento se levantó sobre tierras donadas por
particulares y recibió el nombre de San Juan Evange-
lista. Para 1591 ya tenían bajo administración los pue-
blos-doctrina de Mucuchíes, Aricagua, Tabay y Páramo
de Cerrada. A la doctrina de Mucuchíes estaban adscri-
tos los pueblos de Mucurubá y Cacute; a la de Aricagua,
las encomiendas de Mucutuy, Mucuchachí y Mericao.
En 1597 recibieron la doctrina de Lagunillas que com-
prendía los indios de la Quebrada de Villapando, Jají,
Iracuy, La Sabana y El Potrero; más tarde recibieron la
doctrina de Ejido. El templo de los agustinos en Mérida
sobrevivió al terremoto de 1812, pero se transformó en
Iglesia Parroquial porque el sismo había destruido las
otras iglesias, incluso la catedral. Cuando fue recons-
truido por los franciscanos recibió el nombre de Iglesia
La Tercera.
La villa de San Cristóbal fue fundada en 1516 y a los
dos años el valle de la Asunción recibió el nombre de
San Agustín. En 1593 los agustinos fijaron su convento
en San Cristóbal, cuando la villa dependía de Pamplo-
na, y provenían de la Nueva Granada, al igual que los
de Mérida. Al finalizar el siglo XVI los agustinos cristia-
nizaban a los aborígenes de los Capachos, Táriba, Guá-
simos o Palmira, Cúcutas, Teocaras y Zimaracas. Du-
rante el siglo XVII asumieron la administración de los
pueblos de San Antonio del Táchira, Bailadores, Tamá,
Peribeca, Jirajaras, Guásimos, Oracas, Carapos, Aboro-
taes, Toitunas, Orimacos, Tiriparas, Motilones y otros
indios del Sur del lago de Maracaibo. En dirección a
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 121

los llanos de Barinas cubrieron los pueblos de Curba-


tí, Pedraza, Llano Grande y otros que más tarde fueron
atendidos por el convento agustino de Barinitas. En el
siglo XVIII, durante los años 1709 a 1714, este conven-
to fue clausurado en virtud “de la política anticlerical de
la Corte”. De ahí en adelante se reabría y nuevamente se
desocupaba por su estado ruinoso, y la falta de fondos
para repararlo. El Alcalde ordinario de San Cristóbal fue
excomulgado por el Arzobispo de Bogotá por violar un
privilegio de los agustinos. El convento se mantuvo has-
ta 1774 año en que el Visitador Juan Bautista González
lo clausuró por no contar con ocho religiosos, mínimo
exigido por el Sumo Pontífice.
Establecidos los agustinos en Mérida, comenzaron a
pensar en la conveniencia de fundar en el puerto de Gi-
braltar (situado al Sur del lago de Maracaibo) un con-
vento que sirviera de casa de contratación. Gibraltar fue
poblado en 1591 e inmediatamente se transformó en
importante puerto receptor de cacao, caña de azúcar
y ganado vacuno y el convento agustino era utilizado
como centro de procuración y alojamiento de los misio-
neros que hacían escalas en la costa lacustre. En el año
1600 los indios quiriquires asaltaron el puerto y lo in-
cendiaron, transformándolo en cenizas y sus habitantes
en cadáveres. Tanto el pueblo como la iglesia y el con-
vento fueron reconstruidos paulatinamente, siempre
bajo el acoso de los indios. El puerto se desarrolló tanto
que en la primera década del siglo XVI su iglesia conta-
ba con 16 pilas bautismales y el producto de los diezmos
llegaba a 40.000 pesos. La hacienda más importante de
los agustinos estaba en el Chirurí. El puerto de Gibral-
tar fue saqueado por L’Olonais (1666), Morgan (1669)
y Grammónt (1678). El pueblo y el convento entraron
122 A rturo C ardozo

en franca decadencia: el terremoto de 1735 hizo inha-


bitable el edificio y a los pocos años se derrumbaron sus
paredes. Poco más tarde (1747) se desplomó la iglesia.
En 1775 fue clausurado definitivamente por el Visita-
dor Juan Bautista González por las mismas razones que
cerró el de San Cristóbal. Sus fincas fueron vendidas y el
producto obtenido se distribuyó entre los agustinos de
Mérida y Pamplona.
La vinculación de los agustinos con la ciudad de Mara-
caibo comenzó por las periódicas visitas que hacían los
religiosos del convento de Gibraltar en función de pre-
dicadores. A medida que el puerto al Sur del lago decaía
surgía entre los agustinos la idea de fundar en Mara-
caibo un convento. El primer paso fue dado cuando se
encargaron de la capilla de la Consolación (hoy Cristo
Aranza), cuyas rentas permitían el sostenimiento de dos
o tres religiosos. En 1639 el Rey autorizó la fundación
de un convento agustino en Maracaibo tras recibir una
copiosa información de las autoridades civiles, eclesiás-
ticas y municipales de la ciudad y se designó como Su-
perior a fray Julián de Esquivel. Al poco tiempo de su
instalación la ciudad fue sometida al saqueo del corsario
William Jackson en 1642. Los agustinos se dispersaron.
E1 convento se mantuvo en receso hasta fines del siglo
XVIII. Para el año 1791 el convento era una especie de
casa de procuración para los conventos ubicados en los
Andes.
La ciudad de Barinas, ubicada ya en la Mesa de Moro-
moy (hoy Barinitas) solicitó por órgano de su cabildo
la fundación de un convento agustino. Esta orden era
muy conocida por los habitantes de esa población ya
que en sus tareas de catequización se extendían por el
piedemonte andino y habían descendido hasta Pedra-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 123

za y San Miguel. La solicitud fue satisfecha el 22 de


septiembre de 1631 cuando el Provincial de la Orden
en la Nueva Granada comisionó al Padre Antonio Celi,
prior del convento de la Popa y designado Visitador del
Distrito de Mérida, para realizar en Barinas las gestio-
nes previas a la fundación. El comisionado, luego de
asegurar en dinero y en tabaco los recursos requeridos,
recibió la autorización para establecer el convento. E1
cabildo barinés determinó que el terreno destinado a la
construcción sería el que ocupaba la iglesia de los ne-
gros porque “...está en buen sitio por la comodidad del
agua que está cerca y la leña y mayormente la como-
didad de los vecinos...”; los negros podían hacer otra
en la parte que más les conviniere, pidiendo “limosna
entre vecinos y cuadrilleros”. El convento tendría como
patrono a San Eleuterio. El prior fundador no podría ser
sustituido hasta que la construcción estuviese habitable.
El pueblo de Barinas contribuyó con 10.000 libras de
tabaco, 2.000 pesos en moneda y una casa para habita-
ción provisional y escuela. La institución no se desarro-
lló como esperaban los barineses y, cuando sobrevino la
última mudanza de la ciudad hacia San Antonio de los
Cerritos (actual Barinas), entró en franca decadencia.
Los agustinos intervinieron en la expedición de Miguel
de Ochogavia (1651) que navegó sobre el río Apure. El
convento subsistió hasta la visita del prior Juan Bautista
González (1774) quien lo clausuró por no alcanzar el
número requerido de religiosos. Esta decisión, como la
del cierre del convento de Gibraltar, fue apelada. Ambas
fueron confirmadas por la Real Audiencia de Bogotá.
d) Otra congregación religiosa que estuvo presente en Ve-
nezuela durante la etapa colonial fue la de los padres
mercedarios, cuya denominación oficial era “Real y
124 A rturo C ardozo

Militar Orden de Nuestra Señora de la Merced y Re-


dención de Cautivos”. Fue fundada en 1218 por Pedro
Nolasco en Barcelona (España) y su principal caracte-
rística fue la de emplear alternativamente las armas y la
persuasión para el rescate de los cautivos cristianos que
estaban en manos de los infieles. El cuarto voto de estos
religiosos consistía en “... remediar los cautivos pidien-
do para ellos limosnas y, protestando quedar en rehenes
bajo el poder de los sarracenos por libertar, los cristianos
de semejante esclavitud, y aunque sea con peligro de
derramar la sangre y perder la vida”. (AGN. Negocios
Eclesiásticos, t. XIII, No. 1, fol. 3v.) Muchos fueron los
miembros de la Orden sacrificados en estas misiones.
En las primeras décadas del siglo XVII llegaron a la
provincia de Venezuela los padres mercedarios, esta-
bleciéndose en la Caracas que todavía era una aldea. El
convento y la iglesia anexa fueron construidos en el nor-
te de la ciudad, camino de La Guaira (una esquina de
Caracas conserva el recuerdo de esta congregación). Los
mercedarios tuvieron en Venezuela una actuación muy
limitada. Se dedicaron a atender la iglesia y su convento
y a ayudar, como predicadores, a los párrocos de las dió-
cesis. Intentaron fundar otros conventos, uno de ellos
en San Carlos de Cojedes, pero no lograron obtener la
autorización del Rey. Del mismo modo, gestionaron la
administración de la iglesia de La Pastora en Caracas
que se las ofrecía su fundador, pero también fracasaron
en esta aspiración por no haber obtenido el permiso.
Esta Orden religiosa en el siglo XVIII, al menos en lo
que atañe al convento de Caracas, ya se autocalificaba
de obsoleta y pretendió tomar nuevos rumbos, pero
tampoco lo logró. La Reforma de las Órdenes Regu-
lares, decretada por Carlos III a los pocos años de la
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 125

expulsión de los jesuitas trajo grandes conflictos entre


las congregaciones religiosas y los encargados de reali-
zar las reformas. El enfrentamiento tuvo mayor fuerza
en la Orden de los padres mercedarios y, en máximo
grado, en el convento de Caracas. Aquí se produjo un
movimiento de protesta y rebeldía, encabezado por fray
Cristóbal de Quesada, que contradecía no sólo la actua-
ción del Visitador-Ejecutor y del Reformador, sino que
interfería en la regulación misma de la congregación:
se llegó hasta negar la validez de los votos religiosos
hechos por novicios sin la debida preparación y con-
cientización. Los frailes en tales condiciones, decían los
contestatarios, podían ser considerados como sacerdotes
seglares. Los frailes rebeldes apoyados por el gobernador
de la provincia, enviaron al Rey un memorial de quejas
y agravios. Recibieron el apoyo solidario de miembros
de otras congregaciones religiosas y del clero secular es-
tablecido en Caracas. El memorial fue enviado al Go-
bernador con la firma de dieciocho frailes. El convento
constaba de 46 religiosos, de los cuales 17 se hallaban
ausentes por distintas razones. Entre los 29 restantes ha-
bía que descontar 4 que estaban inútiles, a un corista y
a un lego. El convento descansaba en 23 religiosos acti-
vos que realizaban un excesivo número de compromisos
espirituales y económicos. Estos últimos alegaban que
debían contribuir con 50 pesos anuales para el vestua-
rio del Reformador, que unidos a las contribuciones de
otros conventos llegaban a la suma de 200 pesos; mien-
tras que los miembros del convento padecían grandes
necesidades; debían mendigar las limosnas de las misas
concedidas para sus gastos y muchas veces habían trans-
currido cinco meses sin lograr una sola. Objetaban su
condición de religiosos alegando que el convento no era
126 A rturo C ardozo

tal, puesto que se había fundado contra la voluntad del


Ordinario fray Mauro de Tovar y carecía de las licen-
cias eclesiásticas; que los religiosos debían estar bajo la
jurisdicción del obispo de la Diócesis por la expresada
irregularidad; que el convento jamás había observado
la vida común, lo que era una condición necesaria de
la vida religiosa para observar el voto de pobreza; que
el convento carecía de condiciones para actuar como
casa de novicios. Objetaban la validez de los votos por
no haber observado debidamente el año de noviciado
siendo aún niños, sin madurez, sin vocación, sin ins-
trucción y sin cumplir otras condiciones exigidas por las
Sagradas Constituciones de la Orden; que el error con
que profesaron no se refería sólo a lo accidental, sino
también a lo esencial del estado religioso: esos errores
hacían írritas sus profesiones lo mismo que sucede con
el matrimonio y cualquier otro contrato, puesto que el
voto es producto de la voluntad libre; por consiguien-
te no eran verdaderos religiosos. En 1778 se desató la
represión del Reformador Cuadrado. Los religiosos, al
ser interrogados, evadieron su responsabilidad como
firmantes del Memorial, echándole la culpa al padre
Quesada y hubo algunos que alegaron la falsificación de
sus firmas; pero el religioso inculpado desapareció del
Convento de la Merced: se afirma que estuvo un tiempo
en Cumaná bajo la protección del Vicario; por no que-
rer regresar se le calificó de “apóstata que había hecho
fuga”. En 1788 apareció en Bogotá con el nombre de
Carlos Sucre y el Virrey lo designó como su secretario
privado. En 1790 apareció el padre Quesada haciendo
vida regular en el convento mercedario de Caracas; en
esos años actuó como “maestro de latinidad y castella-
no” del joven Andrés Bello. El autoritario Visitador im-
puso penas de destierro, encarcelamiento, controles de
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 127

salida a la calle, etc., a los frailes protestatarios. Estas


arbitrariedades del Visitador Cuadrado incomodaron a
las autoridades eclesiásticas y civiles y escandalizaron a
la ciudad; lo mismo aconteció en Santo Domingo y el
Rey le ordenó regresar a España.
e) En 1598 llegó a América del Sur la Compañía de Jesús;
lo hizo a través de la Nueva Granada, luego de fracasa-
dos intentos. Su primera fundación fue Bogotá. A partir
de 1604 se instalaron en Cartagena, Tunja, Honda y
Pamplona. La visita pastoral del obispo bogotano Her-
nando Arias Ugarte a Mérida en 1623 puso en contacto
a esta ciudad con los jesuitas: el padre Jerónimo de Tolo-
sa (S.J.) acompañaba al prelado. Los vecinos de Mérida
decidieron fundar un colegio jesuita sin haber obtenido
previamente las autorizaciones requeridas; algunos ce-
dieron la casa, otros aportaron dinero y les proporcio-
naron rentas. En 1628 quedó fundado el colegio por los
padres Juan de Arco y Juan de Cabrera.
En 1624 el obispo de Bogotá autorizó la entrega a la
Compañía de Jesús de las doctrinas de Cita, Támara,
Pauto y Morcote que les abriría la puerta de los llanos y
de la región del Orinoco. Avanzaron los misioneros je-
suitas, logrando establecer reducciones indígenas entre
los indios achaguas y sálivas de la región de Airico hasta
llegar a las orillas del Alto Orinoco. De ahí salió una co-
misión que, aguas abajo, logró establecer conexión con
el fuerte de Angostura y su capellán que también era
jesuita.
En 1669, bajo la autorización del Gobernador de la
Nueva Granada, se produjo un reparto de las tierras mi-
sionales, correspondiéndole a los jesuitas los llanos de
Casanare y la región del Alto Orinoco que venían po-
seyendo desde 1664. Este reparto trajo problemas entre
128 A rturo C ardozo

las diferentes congregaciones interesadas en esa región


del Orinoco: la Compañía de Jesús pretendía abarcar
una extensa región que comprendiera los llanos, exten-
dida desde el Orinoco hasta el Guaviare. En 1734 se
celebró un concordato entre las congregaciones en dis-
puta, es decir entre los capuchinos aragoneses de Cuma-
ná, los franciscanos observantes de Píritu y los jesuitas.
A él nos referimos cuando se trató de las misiones y sus
relaciones de trabajo.
Según el “Informe Reservado” de D. Eugenio Alvarado
(1766-1767) el gobierno de la Compañía de Jesús te-
nía “... una cierta electrización, cuya máquina rueda en
Roma en la Secretaría de su General”. Había en Bogotá
un Provincial, elegido en Roma para gobernar toda la
provincia de Santa Fe. Este designaba un Superior y un
Procurador para las misiones de los llanos de Casanare
y otros para las del Meta y Guayana; pero en realidad
esos nombramientos venían de Roma. Los provinciales
duraban tres años en sus funciones. Anualmente los mi-
sioneros de cada zona o distrito misional se reunían bajo
la presidencia del Superior y allí discutían y planificaban
sobre sus asuntos y problemas. Todas estas deliberacio-
nes pasaban en actas a Roma a través del Provincial. Los
Superiores de cualquier colegio, hospicio, curato o doc-
trina debían “... recoger las noticias extraordinarias de
sus tiempos y remitirlas al Padre Provincial de la Provin-
cia...” De ahí partían a Roma. En la Secretaría del Padre
General de la Compañía se incorporaban al Libro de
Oro de la Provincia.
En el mencionado Informe Secreto (Cap. IV. prrf. 3) se
lee los siguiente; en las Misiones del Orinoco “...toda
suerte de herramientas, hierro crudo, abalorios y demás
rescates no pueden tenerlos por Santa Fe, en los llanos
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 129

a buen precio, como sí por Orinoco y lo mismo sucede


con muchos lienzos de lino y cáñamo que necesitan para
paños interiores y otros usos, como también algunas se-
das para decencia de la Iglesia. Estas especies las adquie-
ren en la provincia de Guayana donde se introducen de
las colonias extranjeras de Esequivo, Martinica y otras y
se venden a mejores precios que en España...”
A fin de que los misioneros jesuitas pudieran sentirse
seguros en sus misiones, el Rey les concedió una escolta
de seis hombres con sueldos pagados de las Cajas Reales.
Esto sucedió en 1681, pero a los tres años los caribes
destruyeron las poblaciones y mataron a algunos misio-
neros. En 1692 el Rey les aumentó el número de escoltas
a doce, bajo las órdenes de un capitán. Esta guarnición
se fijó en el fuerte de Carichana a orillas del Orinoco.
La escolta fue aumentada sucesivamente a veinticinco
hombres (1693), a treinta y seis y a más si fuera necesa-
rio (1716), debiendo ser pagados sus sueldos de los fon-
dos de la Santa Cruzada y distribuida estratégicamente
en las misiones. Los jesuitas recomendaban la persona
para capitán y el gobernador de Bogotá lo designaba.
La Compañía de Jesús en la provincia de Venezuela de-
pendió del Arzobispado de Santo Domingo al cual per-
teneció esta gobernación hasta la creación de la arqui-
diócesis de Caracas. Trujillo fue la primera ciudad ve-
nezolana que pretendió tener un convento jesuita; pero
esta aspiración se disipó por múltiples razones. Le siguió
la ciudad de Maracaibo cuando aún pertenecía a la pro-
vincia de Caracas. El sacerdote seglar Alejo Rodríguez
Luzardo hizo testamento en 1661 y constituyó heredera
de sus bienes a la Compañía de Jesús: entre los numero-
sos bienes inmobiliarios figuraba la hacienda “La Ceiba”
en tierras trujillanas al sureste del lago de Maracaibo.
130 A rturo C ardozo

Los jesuitas establecieron una residencia en Maracaibo y


continuaron recibiendo donaciones en dinero e inmue-
bles. Además, obtuvieron recomendaciones del Cabildo
marabino, de la gobernación y de vecinos, pidiendo al
Rey la autorización para establecer convento y colegio.
Este proyecto lo frustró el Fiscal del Consejo de Indias
al desaprobar el informe en su contenido y capacidad
probatoria; invocaba además otras razones de carácter
económico: si en 1775, decía el Fiscal, los jesuitas te-
nían 78.258 pesos y a los dos años habían acumulado
99.607 “podrán en pocos años hacerse los dueños de los
mejores y más fértiles territorios del país, y aumentarlos
más fácilmente después con la sucesiva venta del cacao
y otros preciosos frutos, que produzcan sus heredades,
mediante la ingeniosa industria y prudente economía
con que procuran su más oportuno despacho, contribu-
yendo mucho a ese fin la pobreza y miseria de aquellos
vecinos”. El Rey en 1760 decidió que no era convenien-
te acceder a la solicitud y negó la autorización. A pesar
de esta orden real los jesuitas continuaron al frente de
un colegio en Maracaibo hasta que fueron expulsados
de todos los dominios españoles.
En la ciudad de Caracas, la idea de llamar a los jesuitas
surgió en 1706 cuando el obispo y el cabildo metropolita-
no expusieron la conveniencia de entregar a la Compañía
de Jesús el Seminario de Santa Rosa de Lima. En 1731
la presencia en Caracas del Rector del Colegio jesuita de
Mérida revivió la aspiración. Tanto el gobernador como
el obispo apoyaron la idea y así lo manifestaron al Rey.
Cuando aún estaba pendiente la decisión real llegaron a
Caracas dos jesuitas: Ignacio Ferrer y Carlos Nigri. El ca-
bildo caraqueño solicitó que se les entregara el antiguo
convento de las carmelitas. Para 1735 ya habían recibido
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 131

todos los bienes del convento de las carmelitas, dos ha-


ciendas de cacao y un fondo de 40.000 pesos; además
tierras en Caucagua y en Sabana Larga (Sabana Grande).
Mientras se enviaban nuevas solicitudes ante el Rey, au-
mentaban las tierras de la Compañía de Jesús: tierras en
San Felipe y en Carayaca. La tardía autorización del Rey
se produjo en diciembre de 1752.
La ciudad de Coro también inició el procedimiento
para la instalación de un convento jesuita en su juris-
dicción. Estas gestiones fueron paralelas a las de Mara-
caibo y Caracas. La llegada a Coro de dos jesuitas puso
de nuevo en el orden del día esa aspiración. Hubo do-
nantes para la fundación: tanto el ayuntamiento como
los vecinos en cabildo abierto, el obispado de Caracas
y la Gobernación de Venezuela apoyaron esta iniciativa
y se hizo la acostumbrada petición al Rey. Entre tan-
to los jesuitas se establecieron en calidad de misioneros
y fundaron su colegio. La decisión real se demoraba.
Había un argumento exclusivo que utilizaba la ciudad
de Coro: los negros esclavos que llegaban, procedentes
de las colonias inglesas y holandesas, eran declarados li-
bres y como profesaban la ley evangélica debían abjurar
de ella y ser instruidos en la fe católica y buenas cos-
tumbres... A Coro llegaban numerosos esclavos, huidos
de las islas de Curazao, Aruba y Bonaire y los jesuitas
podían ayudar excelentemente en la catequización de
estos “luengos” (negros libres). Las gestiones resultaron
inútiles porque en 1764 los jesuitas recibieron la orden
del Rey de abandonar la ciudad y entregar a los bene-
factores todos los bienes recibidos. En 1787 el jesuita
Antonio Julián escribía desde su exilio en Roma: “...
No quiso admitirse porque los fondos destinados para
la fundación eran únicamente haciendas abundantes de
132 A rturo C ardozo

mulas, de las cuales sólo se podían salir, vendiéndolas en


ilícito comercio a los extranjeros”.
Por Real Cédula de Carlos III, firmada el 27 de febrero
de 1767, se expulsó de todos los dominios de España,
Indias, islas Filipinas y demás adyacentes a los religiosos
de la Compañía de Jesús, sacerdotes o legos y a los novi-
cios que quisieran seguirles; se ordenó que todos los bie-
nes de la Compañía fuesen ocupados. Este decreto fue
enviado secretamente a las autoridades de los territorios
en donde existían instituciones jesuitas con las instruc-
ciones de hacer los preparativos y ejecutar la detención
de los religiosos y el secuestro de los bienes un determi-
nado día. El sobre que contenía las instrucciones de-
bió ser abierto la víspera de su ejecución; entre otras
aparecieron éstas: sacar sigilosamente tropas a la calle
para apoyar la ejecución; allanar las casas de los religio-
sos y reunir las comunidades e informarles del decreto;
si estuviese algún religioso ausente buscarlo y traerlo;
ocupación de archivos, papeles de toda especie, biblio-
tecas, libros y escritorios, depositarlos en algún lugar de
la residencia y entregar la llave al juez; del mismo modo
se ocuparían los caudales y otros fondos de importancia;
inventariar las joyas de iglesias y sacristías; en los novi-
ciados se dejarían en libertad a los que no hubiesen he-
cho votos; dentro de las veinticuatro horas siguientes los
religiosos deberían ser enviados a los lugares indicados
para luego embarcarlos; sólo se les entregarían sus ropas
y prendas personales; se les embarcaría con destino al
Puerto de Santa María en España.
f ) El convento Regina Angelorum de la ciudad de Trujillo
recibió indulgencias durante cuatro festividades por la
visita del obispo de Caracas, Fray Antonio González de
Acuña al Papa Clemente X en 1683, autorizadas por el
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 133

Rey en el mismo año. El monasterio se había fundado


con las religiosas de Santa Catalina de Siena de la Orden
de Santo Domingo de Guzmán (dominicas) cincuenta
años antes, es decir, en 1633, por las religiosas Juana
Sauz, Juana Mexía, Catalina Sánchez Mexía y Concep-
ción Narváez. La autorización eclesiástica fue concedida
por el obispo Juan de Bohórquez para que ingresaran
como novicias hasta veintidós señoritas. En su visita
pastoral el obispo Martí (1767) encontró que convivían
veintisiete religiosas, asistidas por sesenta sirvientas li-
bres, por seis esclavas y otras cuarenta y siete mujeres de
diferente estado. Su capital se elevaba a 41.472 pesos,
impuestos a censo.
g) El primero de los tres monasterios de monjas en Caracas
fue el de la Concepción, autorizado por una Real Cédula
fechada el 23 de marzo de 1619, pero fue en 1637 cuando
se dispuso que las monjas que deberían fundar el convento
serían seleccionadas entre las residentes del Convento de
Santa Clara en Santo Domingo. En efecto, de la isla do-
minicana llegaron a Caracas dos religiosas de velo negro a
las cuales se unieron con el carácter de fundadoras “Doña
Mariana de Villena, sus hijas y sobrinas, 9 primas y 3 ami-
gas”. El número de religiosas se amplió hasta llegar a seten-
ta y cuatro. Se le autorizó para recibir niñas huérfanas o
parientas de las monjas. Una peculiaridad de este convento
consistió en que no se permitían esclavas ni sirvientas; las
que ingresaban con ese carácter eran libres de marcharse
cuando quisieran. El edificio estuvo ubicado en la manza-
na suroeste de la plaza mayor (hoy Plaza Bolívar), en el sitio
que ocupa el Capitolio Nacional. Según el obispo Martí,
en 1772 tenía una renta de 17.727 pesos.
h) El segundo convento para mujeres establecido en Cara-
cas fue el de las Carmelitas Descalzas de Santa Teresa. Lo
134 A rturo C ardozo

promovió la viuda Josefa Melchora de Ponte y Aguirre.


con un capital de 38.000 pesos como base. La licencia le
fue expedida por el Rey en 1725. Acudieron a fundarlo
religiosas del convento de las carmelitas de la ciudad de
Bogotá. Tanto el gobernador como el obispo escogieron
como sitio para la fundación el lugar ocupado por una er-
mita. Edificado el convento la esquina recibió el nombre
de la congregación. Tenía para 1772 un capital de 73,000
pesos que producía una renta de 3.850 pesos.
i) El convento de las clarisas de Mérida fue fundado en 1651
por don Juan de Bedoya. Se instaló con cinco monjas que
llegaron del Convento de Tunja en la Nueva Granada.
Se les incorporaron jóvenes merideñas y de otros pueblos
andinos.
j) El último de los conventos de monjas instalado en la Ve-
nezuela colonial correspondió a Caracas durante la guerra
de independencia. Se trató del convento de las domini-
cas, instalado en 1817. Las religiosas fundadoras proce-
dían del convento de Trujillo: se instalaron en dos casas
contiguas a iniciativa de las señoras María Teresa Esteves
de Diepa y Josefa Rodríguez del Toro, quienes ingresaron
como las primeras novicias.
k) El Beaterío de Valencia fue una peculiar institución que
surgió también durante la guerra de independencia, jus-
tamente en 1814. El Presbítero Juan Antonio Hernández
de Monajas obtuvo del obispo Coll y Pratt la autorización
para crear un colegio para niñas, cuyas maestras debían te-
ner el carácter de beatas carmelitas con sus correspondien-
tes votos religiosos, inclusive el de la enseñanza, pero sólo
obligatorios mientras permanecieran en el beaterío. De
este modo se combinaban la vida religiosa y la actividad
docente.
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 135

Capítulo segundo

La conciencia social

La conciencia social es un fenómeno amplio y polifacético de la vida


social mediante el cual se reflejan la vida material, las relaciones con-
cretas entre los hombres y las prácticas sociales. Dicho de otro modo,
la conciencia social constituye la reflexión del ser social en cuanto a la
actividad laboral y política de los hombres, al aspecto material de su
existencia. Se manifiesta como un todo único con respecto al ser social,
a pesar de la diversidad y especificidad de sus formas y facetas.
La conciencia social no es la suma de las conciencias individuales que
forman una sociedad. Tampoco la sociedad está formada sólo por los
individuos que la integran. Cada conciencia individual constituye en
mayor o menor grado una manifestación de la conciencia social, pero
además expresa las condiciones propias, existenciales del individuo; ma-
nifiesta los rasgos mentales de una persona, pero también, de algún
modo, la influencia de las ideas y conceptos elaborados por pensadores
o ideólogos en función de una clase o de toda la sociedad.
El modo de vida material de una sociedad se refleja en su conciencia
social y también en la conciencia de los individuos que la forman; se
manifiesta unas veces como actividad ideológica y otras como activi-
dad sicológica. La actividad ideológica se da como un sistema de ideas,
136 A rturo C ardozo

puntos de vista y teorías adoptados por un individuo o por una clase.


Por su parte, la actividad sicológica se manifiesta como un conjunto de
rasgos característicos, de emociones y sentimientos. La identidad ideo-
lógica es esencialmente clasista, mientras que la sicológica va más allá y
puede extenderse a toda una nación. Se puede afirmar que existen ca-
racteres nacionales, pero nunca que haya ideologías nacionales. En una
sociedad concreta puede existir una determinada mentalidad intelec-
tual, pero jamás una ideología que caracterice a todos los intelectuales
de esa sociedad.
Los distintos elementos de la conciencia social tienen diferentes for-
mas de reflexión de la realidad. El derecho y la ciencia lo hacen a través
de las ideas, de las leyes, de las teorías y otras formas de pensamiento.
El arte, la religión, la moral y, en cierto modo, la conciencia política
reflejan la realidad mediante una compleja unidad ideológica-sicoló-
gica. La imagen artística no es un simple pensamiento o conjunto de
pensamientos, sino una original síntesis de sentimientos y pensamien-
tos. La moral no sólo contiene reglas, normas y criterios de conducta,
sino también sentimientos en cuanto al deber, al honor, a la dignidad
y a la propia conciencia. En la religión uno de los elementos básicos es
el fenómeno sicológico de la fe. Finalmente, la conciencia política tiene
áreas emocionales como el odio de clases, la solidaridad clasista y el
entusiasmo político. En cada una de estas unidades ideo-sicológicas se
desarrolla una acción recíproca, íntima e indestructible entre los senti-
mientos y las ideas.
Como tuvimos ocasión de observar cuando analizamos las comuni-
dades indígenas prehispánicas, su producción espiritual estaba ligada
directamente a la producción material. En esas sociedades el trabajo
intelectual no se había separado del trabajo físico y la conciencia social
era un reflejo directo de la actividad productiva. Servía directamente a
la producción. Los tabúes y normas morales, las creencias y ritos, las
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 137

danzas y creaciones artísticas se observaban en función de la producción


y reproducción de la comunidad. Todos los elementos de la cultura
espiritual eran utilitarios y no se diferenciaban entre sí porque simultá-
neamente eran morales, estéticos, religiosos y artísticos.
En las sociedades cuyas fuerzas productivas alcanzan un mayor de-
sarrollo, en las que el trabajo intelectual o abstracto se ha separado del
trabajo físico, en donde primero se contraponen las clases sociales y
surgen después los conglomerados nacionales, la reflexión del ser social
se realiza de manera cada vez más compleja e indirecta. En el seno de
las sociedades clasistas surgen relaciones de explotación y dominación
que se expresan en la conciencia social a través de la política. En las
áreas de la política se plantea el problema de mantener a la mayoría de
la sociedad dedicada exclusivamente a la actividad productiva y el modo
de mantenerla dominada por una minoría que ejerce la dirección de la
sociedad en su propio beneficio. Las soluciones políticas al problema de
la dominación clasista de la sociedad, aun cuando se afincan en las re-
laciones económicas, se presentan mediante tesis ideológicas en donde
se combinan ideas y conceptos con sentimientos religiosos, morales y
estéticos.
La organización clasista de la sociedad depende directamente del de-
sarrollo de las fuerzas productivas. Al acrecentarse el número y la in-
tensidad de las necesidades espirituales, se forma dentro de la sociedad
un grupo que sólo realiza actividades espirituales o intelectuales. En el
transcurso de la lucha de clases se elaboran y divulgan ideologías polí-
ticas y filosofías que tienen como objetivo generar argumentos y justi-
ficaciones a favor o en contra de un determinado régimen social desde
puntos de vista clasistas.
La intensidad de las necesidades intelectuales da origen en el ámbito
de la conciencia social a diferentes elementos, niveles y formas. A partir
de esta diferenciación progresiva, la reflexión del ser social se realiza o
138 A rturo C ardozo

tiende a realizarse indirectamente: cada elemento, nivel o forma refleja


la realidad de una manera peculiar. Además, la conciencia social em-
pieza a reflejar un conjunto de intereses y necesidades que afloran en la
lucha de clases.
En una sociedad esclavista los intereses de los esclavos coinciden con
la tendencia al desarrollo progresivo de la sociedad en cuanto a las lu-
chas por la libertad y la destrucción del régimen esclavista; pero entran
en contradicción en cuanto tienden a regresar a las primitivas estructu-
ras y se oponen a la implantación de nuevas relaciones. Los intereses de
los señores feudales en los comienzos del feudalismo y los intereses de
los burgueses en las primeras fases del desarrollo del capitalismo coin-
cidieron con la tendencia objetiva e histórica del progreso social pero,
más tarde, cuando empezaron a frenar el desarrollo de las fuerzas pro-
ductivas entraron en franca contradicción con la tendencia objetiva del
progreso social.
Los elementos o niveles de la conciencia social son objeto en las so-
ciedades clasistas de distorsión y distensión por parte de las clases do-
minantes y en vez de reflejar la realidad la tergiversan: se elaboran y di-
vulgan tesis destinadas a sostener y justificar situaciones que la realidad
social ha superado. Esto acontece constantemente en el terreno de la
política. Por otra parte, la vida parasitaria de las clases explotadoras crea
una sicología parasitaria: ellas no participan en el proceso de la produc-
ción, pero sus gustos y criterios parasíticos los presentan como ideales
para toda la sociedad y los imponen. En el área ideológica se formulan
y difunden como teorías filosóficas y científicas, grandes falsedades des-
tinadas a engañar y manipular a las masas trabajadoras.
Hay otras causas residentes en el interior mismo de la conciencia social
que también ejercen influencia en el desarrollo espiritual de la sociedad
y actúan como fuerzas internas de la conciencia social; nos limitaremos
aquí a mencionarlas: la interacción o acción recíproca de los distintos
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 139

elementos, niveles y formas de la conciencia social, la herencia cultural


y las tradiciones por una parte y, por la otra, las luchas entre opiniones,
ideas, escuelas e ideologías.
En toda sociedad clasista existen, por lo menos, dos culturas, dos
tradiciones culturales, dos líneas de sucesión que al convivir en per-
manente pugna se influyen en inevitable reciprocidad. Las ideologías
revolucionarias en su combate con las ideologías conservadoras se ven
obligadas en un principio a utilizar las formas que presentan estas últi-
mas, pero en la medida en que se desarrollan y fortalecen generan sus
propias formas y despliegan sus concepciones en campo abierto. La dis-
cusión desarrolla la conciencia social en el sentido de que obliga a crear
argumentaciones complementarias y a mejorar las posiciones teóricas.
Además, ayuda a descubrir las áreas envejecidas de la ideología y esti-
mula la profundización del conocimiento de la herencia cultural para su
mejor aprovechamiento en la vida espiritual de una nueva época.
140 A rturo C ardozo

I. LA EDUCACIÓN:
SU ORIENTACIÓN, SUS FORMAS
E INSTITUCIONES
Todo ser viviente se halla inseparablemente unido a su
medio porque allí se encuentran las condiciones para su
vida: al separársele el organismo muere. Esto acontece
de igual modo en el hombre, cuya existencia depende
de determinadas condiciones naturales y sociales. Tie-
ne ante sí para sobrevivir el reto de poder adaptarse a
los principios que rigen el medio ambiente y mantener
siempre el equilibrio entre su ser y el medio exterior.
Como consecuencia de su actividad productiva el
hombre es el ser viviente que ha alcanzado el más alto
nivel de desarrollo. Su vida es también la más polifa-
cética y compleja: dejó de tomar directamente de la
naturaleza lo necesario para subsistir, como lo hace
el animal; ahora trabaja y con los instrumentos que
ha elaborado y perfeccionado constantemente trans-
forma el medio físico y las materias naturales de que
se apropia para satisfacer sus crecientes necesidades.
El sistema nervioso relaciona el organismo del hombre
con las condiciones dci medio exterior y le da la posibili-
dad de conocerlo. Dicho de otro modo: la actividad del
sistema nervioso enlaza el organismo con la realidad. El
cerebro humano establece la relación cognoscitiva me-
diante un proceso que podríamos esquematizar así: el
medio ambiente o realidad exterior excita los sentidos del
hombre; estos estímulos son transmitidos al cerebro por
los nervios. A partir de entonces se produce por etapas
un proceso dialéctico muy complejo. El acto de conocer
significa para el hombre la reflexión de la realidad en su
cerebro. El acto de cognición permite captar la realidad
objetivamente presente, es decir, las cosas, los fenómenos
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 141

y las transformaciones de la naturaleza y de la sociedad.


El hombre puede adquirir un conocimiento correcto de
la realidad y profundizarlo constantemente porque, a
pesar de que la realidad es cambiante, sus cambios obe-
decen a leyes o principios relativamente estables y, ade-
más, porque esos cambios son objetivos y, por lo tanto,
independientes de la conciencia humana. El cerebro hu-
mano a lo largo de un complejo proceso de desarrollo se
ha formado de acuerdo con las exigencias de la realidad:
ha adquirido la organización necesaria para cumplir sus
funciones como órgano reflexivo, capaz de mantener al
hombre en conocimiento de su medio natural y social.
Los conocimientos del hombre comienzan con su activi-
dad productiva: son frutos de la praxis humana. La cer-
teza del acto cognoscitivo se pone a prueba todos los días
en la vida de la sociedad y del individuo. De la práctica
surge la certeza y de ésta proviene la posibilidad de pro-
fundizar el conocimiento de la verdad y llegar al conoci-
miento teórico, cuya exactitud debe ser puesta a prueba
a través de la práctica. De ahí que se afirme que la prác-
tica es el comienzo del conocimiento y también su fin.
Es la actividad productiva la que permite al hombre
adquirir los conocimientos fundamentales sobre los
objetos y sobre los procesos naturales. Empieza a co-
nocer las propiedades de las cosas, primero, mediante
el contacto meramente sensorial; después por la trans-
formación y apropiación que realiza de ellas. La prác-
tica suscita en el hombre no sólo percepciones y estí-
mulos, también moviliza su pensamiento. El poder
adquirido por el hombre para transformar el mundo
objetivo, dominar y dirigir los fenómenos de la natu-
raleza y lograr su obediencia ha necesitado no sólo de
sentimientos y percepciones del mundo exterior en sus
142 A rturo C ardozo

apariencias, sino del esfuerzo del pensamiento que lo


profundiza en la esencia misma de la realidad y obtiene
una comprensión más profunda. Este proceso de pro-
fundización es continuo y conduce al conocimiento de
lo desconocido, a la comprensión de lo que aún no ha
sido comprendido. El pensamiento realiza esta activi-
dad cognoscitiva mediante sucesivos actos de raciocinio.
En un momento dado del desarrollo del cerebro huma-
no, el pensamiento y la memoria enriquecen los datos
suministrados por los sentidos: se da lo que se deno-
mina representación sensorial o representación objeti-
va compleja. A partir de entonces no sólo se perciben
aspectos y propiedades particulares de la realidad, sino
que surge en el cerebro la representación de objetos del
mundo exterior. Al conservarse en la memoria las per-
cepciones, empiezan a surgir las imágenes. Estas en un
primer momento conservan la forma sensorial-objetiva
de la representación, aun cuando han quedado elimina-
dos muchos de sus rasgos o características secundarios:
las percepciones que en otro momento fueron vividas
se presentan en la memoria como imágenes, simplifica-
das porque sólo se recuerdan los rasgos fundamentales.
Las representaciones vividas permiten conocer la apa-
riencia del mundo exterior. El conocimiento de su esen-
cia lo alcanza el hombre a través del pensamiento en
sucesivos actos de raciocinio. El hombre llega al cono-
cimiento de la esencia de las cosas en la medida en que
comprende y establece principios o leyes. Se vale de los
métodos de análisis y síntesis, de la abstracción, la ge-
neralización y la especialización; también recurre a la
inducción y a la deducción. Con la ayuda de estas ope-
raciones lógicas elabora conceptos y llega a juicios ge-
nerales cuya formulación más elevada se produce con el
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 143

descubrimiento de una ley. Se determina que lo general


existe a través de lo particular; que lo particular es tam-
bién, de algún modo, general; finalmente, que lo general
es una partícula, un lado o la esencia de lo particular. Al
pensamiento se le considera como una relación mediata
y generalizada porque “... refleja las cosas en su esencia,
en su conexión interna, en su relación con otras cosas”.
La educación es una función real y necesaria de toda
sociedad humana a través de la cual el hombre, al rea-
lizar su propia actividad, desarrolla su vida e interfiere
en el mundo social y cultural. Es también un fenómeno
social que presenta como condiciones fundamentales la
unidad, la continuidad y el cambio. Podríamos agregar
que también es original, inconsciente e involuntaria.
Universalmente se le reconocen a la educación dos di-
recciones: se le llama vertical porque la recibe el hombre
durante toda la vida, desde su nacimiento hasta la muer-
te; a la otra se le califica de horizontal porque se extiende
a todas las manifestaciones de la vida del hombre, desde
las biológicas hasta las intelectuales. Estas dos caracterís-
ticas nos conducen a afirmar que la educación ha exis-
tido desde los orígenes de la sociedad humana y habrá
de continuar hasta su fin; y, además, que la educación se
extiende a todos los hombres, a toda la humanidad, des-
de las sociedades primitivas hasta las más desarrolladas.
En las comunidades primitivas la educación la recibía
el individuo de un modo natural, espontáneo, por la
influencia del medio social. En estas sociedades se iden-
tificaban y confundían las normas educativas con las
normas sociales de la vida. En realidad eran las mis-
mas. Cuando se produjo la división social del trabajo,
la especialización y la división de la sociedad en clases,
surgió gradualmente la educación clasista, especializa-
144 A rturo C ardozo

da de acuerdo con las actividades o funciones que cada


grupo humano debía realizar dentro de la sociedad. Al
diversificarse la producción y complicarse la estructu-
ra económica, surgieron los oficios, las profesiones y
sus correspondientes aprendizajes. Por último, se crea-
ron las instituciones docentes destinadas a la enseñan-
za programada de las capas más altas de la sociedad.
Junto con las instituciones aparecieron, los maestros.
La educación institucional se transformó en función
privativa del grupo religioso, tanto que las funcio-
nes de sacerdote y educador se confundieron. En la
Edad Media los monasterios y las escuelas parroquia-
les fueron las principales instituciones educativas y es-
tuvieron bajo el control del clero católico que ejerció
el monopolio de la enseñanza porque se considera-
ba único depositario de los preceptos ético-religiosos,
de la filosofía y de la ciencia; eran además los guar-
dianes de las más importantes creaciones artísticas.
a) La educación espontánea
Contiene el más amplio concepto de la educa-
ción. Se le considera como una experiencia de la
sociedad que a través de un proceso de aprendizaje
equipa a sus miembros para ocupar un lugar den-
tro de su organización. Se trata de un proceso sen-
cillo que se extiende a toda la vida del individuo,
mediante el cual éste se apropia de la cultura (ma-
terial y no material) de su grupo social. Abarca no
sólo la preparación que recibe de otras personas,
sino también la captación de conocimientos, há-
bitos o destrezas por medio de sus propios poderes
de observación e imitación.
El contenido de la educación tiene como límite los ni-
veles culturales alcanzados por el grupo social. En la
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 145

educación espontánea se manifiestan múltiples formas


de aprendizaje; podríamos enunciar algunas: la comu-
nicación lograda a través del parloteo del bebé, con-
vertida en lenguaje; la observación que el niño hace de
su grupo social en los brazos de la madre; el entrena-
miento por los mayores; la emulación entre niños de
más edad; la observación de ceremonias ejecutadas
sólo por adultos y, en particular, las actividades que
realizan sus padres y parientes. Comprende también la
transmisión de hábitos de conducta y de valores mo-
rales y la noción de sanción a toda transgresión desde
el simple ridículo hasta el castigo corporal. La conduc-
ta sexual y los tabúes, la transmisión de tradiciones,
de creencias, ritos y danzas mediante relatos o cuentos
dedicados a los jóvenes en las horas de descanso, etc.
La educación espontánea impartida por un grupo so-
cial a sus miembros contiene elementos que son uni-
versales, presentes en cualquier sociedad y también
patrones o rasgos que le son propios, peculiares. Toda
sociedad pone al niño en condiciones de controlar
sus funciones corporales, de realizar la comunicación
lingüística, de interpretar la conducta de sus compa-
ñeros, de actuar según situaciones específicas y con
respecto a las personas con un parentesco o posición
especial. Le enseña técnicas para asegurar la subsis-
tencia y los valores económicos del grupo; también
las normas éticas, sus rituales, sus creencias, sus prác-
ticas curativas y los hechos del nacimiento y muerte.
Los elementos generales o universales de la educación
espontánea, comunes a toda sociedad humana, al ser
observados en sociedades concretas, presentan rasgos
peculiares de carácter histórico y cultural que las dife-
rencian unas de otras. Cuando una sociedad tiene ca-
146 A rturo C ardozo

rácter clasista, cuando en su seno existen grupos dife-


renciados por el papel que desempeñan en el proceso
productivo, en las relaciones de trabajo y especialmente
por la apropiación de los medios de producción, el con-
tenido de la educación espontánea se diferencia o varía
con respecto a cada una de las clases y capas sociales. Es
la vida material, la estructura económica la que impone
esa diferenciación que la clase dominante trata de eter-
nizar. Se trata de una educación clasista que refleja los
intereses de clase. El nivel o área educativa es uno de los
frentes más activos en donde se libra la lucha de clases.
Anteriormente dijimos que en toda sociedad clasista
existen, por lo menos, dos culturas; lo mismo pode-
mos afirmar con respecto a la educación: existen tan-
tos sistemas de educación como clases; cada uno con
sus propios objetivos. El ideal pedagógico de la cla-
se dominante se orienta hacia la capacitación de sus
miembros para el ejercicio de su papel de grupo di-
rector y explotador de las mayorías trabajadoras por
una parte y, por la otra, persuadir a la masa laborio-
sa de que la desigualdad tiene por objeto asegurarles
su existencia como una imposición de la naturaleza.
En el caso concreto de la sociedad colonial venezolana
pudimos observar, cuando estudiamos su organización,
que la integraban tres estamentos fundamentales: el de
los españoles en el rol de señores de la tierra y beneficia-
rios del trabajo ajeno, el de los aborígenes en situación
de personas tributarias y, por último, el de los esclavos,
privados socialmente de personalidad y asimilados a la
categoría de instrumentos de trabajo animados. Diji-
mos también que estos tres estamentos originarios ge-
neraron estratos intermedios como consecuencia de
sus relaciones irregulares (especie de subórdenes) que le
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 147

dieron a la sociedad colonial una mayor complejidad.


Ahora bien, este tipo de organización estamental en la
cual cada estamento tenía su propio status y funciones
específicas requería, dentro de los elementos generales
de la educación espontánea, formas y objetivos propios
para cada estamento. Vamos a tratar de señalar muy
brevemente las especificidades educativas de cada estra-
to de la sociedad colonial, partiendo de los inferiores.
1. La educación del esclavo estaba dirigida funda-
mentalmente a su adiestramiento como fuerza de
trabajo en el área de la producción destinada al co-
mercio y, para el caso de los cautivos dedicados al
servicio doméstico, sobre las tareas y hábitos hoga-
reños de sus dueños:
El niño que nacía esclavo se incorporaba a un esta-
mento en el cual las relaciones familiares se encon-
traban debilitadas por la dispersión de la parentela.
Comúnmente lo rodeaban su madre y un pequeño
número de esclavos que no eran parientes y prove-
nían de diversas culturas africanas. La madre le en-
señaba su lengua y le transmitía sus conocimientos.
— Al incorporarse al grupo esclavo comenzaba a
aprender todo lo relativo al trabajo que habría
de realizar, a manipular los instrumentos y téc-
nicas agrícolas que se utilizaban. El aprendizaje
se realizaba en la práctica del trabajo bajo la
mirada alerta del mayordomo.
— En las horas de descanso el grupo social lo
iniciaba en sus danzas y ceremonias y en sus
creencias sigilosamente cuando éstas se enfren-
taban al catolicismo y su moral.
— El cautiverio le imponía normas de conducta
y conceptos tendientes a lograr su sumisión y
148 A rturo C ardozo

resignación a través del mayoral o capataz en


el trabajo y el sacerdote en sus rarísimas visitas
a las plantaciones. El látigo y el cepo eran los
principales instrumentos utilizados para obte-
ner la obediencia.
— Los esclavos destinados al servicio domésti-
co, como residían en el hogar del amo, tenían
mayor contacto con éste y su familia y, por tal
razón, sufrían un proceso más acelerado de
transculturación y asimilaban con mayor in-
tensidad la cultura dominante del español.
2. La educación del indígena dependió más de la co-
munidad aborigen en cuanto a su orientación que
la del esclavo con respecto a su grupo social. La co-
munidad aborigen se mantuvo más o menos intac-
ta a lo largo de la colonia, aun cuando fue influida
por el estamento español a través de tres personajes
fundamentales: el encomendero, el cura doctrine-
ro o misionero (según el caso) y el corregidor cuyas
funciones ya hemos analizado.
— La parentela o fratría sobrevivió a la conquista
y el niño aborigen nacía en las mismas con-
diciones sociales existentes antes. Primero la
madre y luego el grupo social le siguió trans-
mitiendo su acervo cultural.
— Lo nuevo en el área de la producción fue la in-
troducción de varios cultivos traídos de España
y las islas Canarias, algunos instrumentos y téc-
nicas de trabajo, las ganaderías, ciertas artesanías
y diferentes oficios. Estos, al ser incorporados a
la producción, agilizaron la división del trabajo
y correspondió al estamento indígena, ligado al
estamento de los españoles por nexos de servi-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 149

dumbre, aprender esas nuevas actividades pro-


ductivas a través de la observación y del trabajo.
— La relación de dependencia con respecto al pe-
ninsular y sus descendientes lo obligó a apren-
der a comunicarse en castellano y adoptar de-
terminados hábitos, valores, conocimientos e
ideas que gradualmente y de modo desigual le
modificaron su mentalidad.
— El caso más notorio fue el del proceso de cate-
quización llevado por los curas doctrineros en
los pueblos de indios y por los misioneros en
las reducciones misionales. Al indígena el esta-
mento español lo consideraba un infiel a quien
era necesario cristianizar para salvarle el alma.
Esta cruzada religiosa de varios siglos logró al
fin su cometido. Junto a su catequización el
aborigen adquirió nuevos conceptos morales
sobre la organización familiar, el matrimonio y
las relaciones sexuales; aprendió a considerarse
individuo diferenciado de su comunidad y a
aceptar a su comunidad como grupo depen-
diente y gobernado por los conquistadores y
sus descendientes.
— Los españoles institucionalizaron el cacicazgo
y crearon diferencias entre los indígenas. Al
cacique y a otros funcionarios aborígenes los
liberaron del trabajo físico y de los tributos y
los especializaron en tareas de dirección y vigi-
lancia. Estos personajes, creados para ablandar
la resistencia de los conquistados, recibían una
educación especial.
3. La educación del español y sus descendientes se
orientaba a la consolidación de la conquista y al
150 A rturo C ardozo

dominio de las otras clases. La casta de los blan-


cos era dueña de las mejores tierras y de la fuerza
de trabajo esclava, beneficiaría del plustrabajo in-
dígena y, al lado de las autoridades peninsulares,
desempeñaba el papel de clase principal y señora
de la sociedad colonial. La educación que recibían
sus miembros era fundamental para desempeñar el
papel de propietario, de director y beneficiario de
la producción, de gobernante y militar, al menos
en el nivel municipal y representante de toda la
sociedad.
— El niño crecía dentro de la gran familia patriar-
cal, al lado de sus padres y rodeado de servi-
dores que velaban por atenderlo en todas sus
necesidades. Desde muy temprana edad ya
empezaba a dar órdenes y se daba cuenta de
que era obedecido.
— El español y sus descendientes tenían concien-
cia de que constituían una minoría y de que
estaban rodeados por una población indígena
parcialmente sometida y por grupos de escla-
vos que transpiraban rencor, por eso le dieron
mucha importancia a la preparación militar y
a las virtudes guerreras, haciendo de ellas un
monopolio. Podría afirmarse que el modelo de
hombre que perseguía la educación de este es-
tamento era formar una persona provista de las
cualidades necesarias para acrecentar los inte-
reses de su clase y defenderlos contra las ame-
nazas del “populacho amotinado”.
— Otro objetivo de este grupo social fue la forma-
ción de lo que se denominaba “el hombre de
salón”, respetuoso de las formas de la etiqueta
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 151

y del buen decir, de las precedencias y primacías


que eran compartidas en las reuniones sociales,
políticas y religiosas.
— El conocimiento del árbol genealógico para de-
mostrar su derecho a ser miembro de la nobleza
por descender de conquistadores o de los prime-
ros colonizadores y comprobar la pureza de su
sangre.
— El aprendizaje de la religión católica y de los de-
beres del cristiano con respecto a la Iglesia era
ante todo materia de la educación hogareña.
b) La educación institucional
Los establecimientos educacionales, como toda ins-
titución social, están sujetos a las leyes generales del
desarrollo de la sociedad. Cuando en la estructura
social se producen cambios y fracturas, en estos
establecimientos se detectan los mismos cambios
y las mismas fracturas que modifican los objetivos
de la educación. Por eso se dice que la historia de
la educación no es, en el fondo, sino la historia de
las transformaciones de las instituciones educativas,
profundas unas, superficiales otras, producidas por
la correspondencia existente entre la actividad peda-
gógica y la realidad social.
Antes de que surgieran los maestros y profesores
como agentes especiales de la educación, la función
educativa estuvo concentrada en el grupo religioso,
tanto que sacerdote y educador llegaron a confun-
dirse. El sacerdote fue el primer preceptor porque,
además de intérprete de las cosas sagradas, de los
ritos y de las tradiciones, tenía como función esen-
cial formar discípulos para el sacerdocio. En la Edad
Media las escuelas estaban ligadas a los templos y a
152 A rturo C ardozo

los monasterios y la enseñanza continuaba en poder


del clero secular y regular, depositario de los conoci-
mientos humanos y de las manifestaciones divinas.
Fue en la Edad Moderna, en Europa, en donde al
acelerarse la división social por el incremento del
trabajo y del intercambio comercial, surgió la ense-
ñanza como una actividad especializada con nuevas
áreas de instrucción. En la medida en que se separa-
ban las funciones de sacerdote y educador comenzó
el largo proceso de secularización de la enseñanza
que aún no ha concluido.
La enseñanza sistematizada, impartida por órganos
propios que surgieron al lado de otras instituciones
o de formación autónoma, se produjo cuando la
educación espontánea —difusa y asistemática— se
reveló insuficiente ante la complejidad alcanzada
por la organización social. Para satisfacer crecientes
necesidades de formación e información, surgidas
en el seno de la sociedad, aparecieron las institu-
ciones docentes, destinadas a suministrar una edu-
cación sistemática, general o especializada.
Las instituciones educacionales siguen siempre un
proceso de cambio, tanto en sus estructuras como
en sus relaciones con las demás organizaciones de
la sociedad, según las tendencias y los caracteres de
cada pueblo en las distintas etapas de su desarrollo.
Son religiosas o laicas, exclusivistas o públicas, tec-
nólatras o políticas, según los intereses de las clases
dominantes, de acuerdo con el medio social a que
sirven y de cuya influencia no pueden sustraerse.
El sistema educacional refleja, no sólo el tipo de
organización social, sino toda la escala de valores
de una sociedad en un momento dado; a tal punto
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 153

que, al conocerse un sistema educacional, podría


determinarse la estructura social de la sociedad a
que sirve.
La sistematización de la enseñanza, realizada a tra-
vés de la jerarquización de las instituciones docen-
tes, lleva el mismo ritmo de la división del trabajo
—aquélla detrás de ésta— como solución a nece-
sidades sociales. Los distintos grados o niveles de
las instituciones se han enlazado entre sí a lo largo
de los años para generar sistemas que comprenden
grupos de unidades organizadas. Manifiestan una
tendencia que va de arriba hacia abajo en la misma
dirección en que marchan las sociedades clasistas,
es decir, de las formas aristocráticas a las formas
igualitarias. Un sistema pedagógico no puede ser
comprendido si se le separa del conjunto de ins-
tituciones que forman la superestructura de una
sociedad.
En la base de los sistemas educacionales se encuen-
tran las instituciones dedicadas a la enseñanza co-
mún, variable en su duración y contenido según
el tipo de sociedad. Superpuesta a esta educación
fundamental se establece una serie de educacio-
nes especiales correspondientes a la división del
trabajo y a la aparición de profesiones y oficios.
En las sociedades estamentales no hubo una esca-
la vertical que elaborase racionalmente los niveles
educativos sino a través de corporaciones separadas
una de otra según los estamentos y las especializa-
ciones. Ya hemos visto que las castas eran clases
sociales cerradas en las que lo determinante fue el
nacimiento, la ascendencia y la descendencia con
una especialización hereditaria, una organización
154 A rturo C ardozo

jerárquica y un enfrentamiento entre estamentos;


en donde la casta dominante hacía respetar sus
privilegios y procuraba mantener a distancia a los
otros estamentos. Como los individuos mante-
nían el status de su casta, la educación no podía
ser nacional ni tampoco estar abierta a todos los
habitantes. En este tipo de sociedades la educación
institucionalizada era eminentemente intelectual y
moral y tenía como objetivo preparar las capas más
altas de la sociedad, porque la cultura no material
era un privilegio de los estamentos dominantes.
En la sociedad feudal europea y en particular en
la España de la Reconquista y de la Conquista de
América las organizaciones docentes dependieron
de la Iglesia que al detentar el poder espiritual lo
extendió hasta la educación convirtiendo las es-
cuelas en centros de adoctrinamiento católico y a
las universidades en reductos de la ortodoxia teo-
lógica. Los conventos de las órdenes regulares y
algunas iglesias parroquiales tenían sus escuelas y
bajo la protección de los obispos se desenvolvían
los seminarios y las universidades.
En el caso concreto de la sociedad colonial ve-
nezolana la educación institucionalizada siguió
la orientación española en sus patrones genera-
les, pero sufrió algunas variantes condicionadas
por peculiaridad del medio social. Podemos, ante
todo, señalar algunas características: así como el
sistema educacional de España se encontraba en
retraso con respecto a los países más desarrollados
de Europa, así también la educación en la Vene-
zuela colonial se hallaba retrasada con respecto a
España y algunas regiones hispanoamericanas. La
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 155

primera universidad venezolana se creó en la ante-


penúltima década del siglo XVIII, mientras que en
otras regiones hispanoamericanas surgieron desde
el siglo anterior.
Felipe II fijó en 1573 las condiciones que debían
llenar los maestros; ser hijosdalgo, cristianos viejos,
carecer de sangre de moro, turco o judío; ser de vida
honesta, tener buenas costumbres y no haber sido
enjuiciado por la Inquisición. Dos siglos antes, En-
rique II de Castilla había establecido para sus reinos
de la Península las prerrogativas del maestro: se le
consideraría hijodalgo, estaría exento de la prisión
por deudas, en causas penales sufriría arresto en su
domicilio, se le autorizaba para portar armas y la-
cayos armados, se le exoneraba del pago del quinto
real y de otros impuestos y, por último, se le liberaba
de la obligación de alojar tropas en su casa. En las
últimas décadas del siglo XVIII no quedaban ves-
tigios de estas disposiciones toda vez que cualquier
persona se consideraba apta para ser maestro y mu-
chas escuelas de primeras letras funcionaban en las
barberías, zapaterías y talleres de los llamados “ofi-
cios mecánicos”. El magisterio llegó a identificarse
con ancianidad, pobreza e incapacidad para realizar
otra actividad.
Los centros coloniales de enseñanza podemos cla-
sificarlos en escuelas de primeras letras, escuelas de
gramática o colegios, seminarios, universidades e
institutos especializados en una determinada mate-
ria o profesión universitaria. De la manera más bre-
ve tratemos de pasar revista a estos distintos niveles:
1. Las escuelas de primeras letras o escuelas del Rey.
Correspondían al nivel más bajo del sistema de
156 A rturo C ardozo

enseñanza. Carecían de una programación pre-


via: lo que les era común se hallaba en la carti-
lla para la enseñanza del alfabeto, el silabeo, la
formación de palabras hasta llegar a la lectura
corrida, haciendo repetir en coro tantas veces
como fuere necesario hasta fijar el conocimiento
en la memoria. El aprendizaje de la escritura se
realizaba mediante la imitación de palotes, cur-
vas, letras, sílabas, palabras y frases; se enseñaba
el arte de cortar las plumas de ave para escribir
con ellas los caracteres caligráficos que se desea-
ran. Además de la lectura y escritura se enseñaba
el catecismo y la llamada “historia sagrada”. En
algunas escuelas en donde había una actividad
mercantil se agregaba el aprendizaje de las cua-
tro operaciones matemáticas. Las sanciones eran
variadas: regaños o gritos, puestas en plantón o
de rodillas, golpes con la palmeta y azotes. La
autoridad del maestro sobre el alumno sobre-
pasaba los límites de la escuela extendiéndose a
cualquier sitio en donde se encontraren.
La más antigua disposición legal que hemos de-
tectado es la Orden Real de 1572 que impuso
a los virreyes y gobernadores la obligación de
designar maestros de primeras letras en las ciu-
dades de su jurisdicción.
— En 1687 el obispo de Venezuela Diego de Ba-
ños y Sotomayor publicó las Constituciones
Sinodales que fueron aprobadas en 1698 y
estuvieron vigentes hasta 1904. En su Título
IV quedó reglamentado el oficio de maestro de
primeras letras. Ahí se estableció que las perso-
nas dedicadas a la enseñanza deberían ser “de
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 157

buena vida y ejemplo”; que antes de iniciar este


oficio deberían ser “examinadas y aprobadas en
la doctrina cristiana”. Los maestros “no debían
permitir a los niños leer libros ni decir canta-
res, ni palabras deshonestas, torpes e indecen-
tes, ni hacer ni decir cosa alguna que desdiga
sus obligaciones de cristiano”.
En 1777 el obispo Mariano Martí promulgó
unos estatutos para la escuela de enseñanza de
leer, escribir y contar que había creado en la
ciudad de Trujillo. En ellos podemos percibir
con gran objetividad el estado de la enseñanza
primaria en Venezuela para aquella época. He
aquí una síntesis:
El principal cuidado de los maestros es impo-
ner a sus discípulos en el santo temor de Dios,
que es el principio de la sabiduría. Los discípu-
los deben confesarse y comulgar una vez al mes
y en algunos días de fiesta; deben oír misa to-
dos los días y los sábados en la tarde asistir a la
Salve en la iglesia parroquial. El maestro junto
con sus alumnos debe asistir a las procesiones
de los domingos de adviento y cuaresma.
Los maestros deben asistir a las aulas todas las
mañanas de 8 a 10:30 y en las tardes de 3 a
5, menos los días de fiesta. Al entrar y salir de
clase debe rezar con sus alumnos el Ave María.
Para enseñar a leer, escribir y contar el maestro
debe usar cartillas, cartones y libros devotos u
otros propios para el buen ejemplo e instruc-
ción que se desea.
Una comisión formada por tres eclesiásticos y
presidida por el Vicario debería visitar las aulas
158 A rturo C ardozo

dos veces al año (el 2 de enero y el 1 de julio)


y hacer que los alumnos practicaran ejercicios,
durante una hora, de leer, escribir y contar.
Luego evaluar al maestro y a los alumnos y dic-
tar las providencias que fueren necesarias.
En 1794 el Cabildo de Caracas puso en manos
de Don Simón Rodríguez, a los efectos de co-
nocer su opinión, los libros de Francisco Javier
Palomares, Domingo Servidori y José Andua-
ga y, junto a éstos, el Método utilizado en las
escuelas de San Ildefonso del Escorial y San
Isidro de Madrid, calificados de modernos.
Se discutía entonces si la escritura debería co-
menzar por el deletreo o por el silabeo. En sus
“Reflexiones” el famoso maestro del Libertador
hizo serios reparos a las escuelas de primeras
letras y trazó un plan de reformas:
La educación no tenía la estimación que me-
recía debido a la ignorancia general. Los maes-
tros enseñaban a su manera sin un método de-
terminado. Se dedicaban a la enseñanza princi-
palmente los viejos ya retirados de sus profesio-
nes y los que sin preparación alguna y sólo por
necesidad se veían obligados a enseñar. En las
barberías funcionaban escuelas hasta con cua-
renta alumnos y simultáneamente se cortaba el
cabello y se enseñaba a leer, escribir y contar.
Había ausencia de manuales apropiados y la
enseñanza se limitaba a conocimientos píos.
Realmente había un desprecio por las escuelas
de primeras letras.
El plan del maestro Rodríguez se presentaba
así: adoptar en Caracas la reforma de la escue-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 159

la primaria realizada en Madrid; establecer en


la ciudad sendas escuelas en sus cuatro parro-
quias; en cada una actuaría un maestro ayu-
dado por doce pasantes; la coordinación del
método y de los asuntos disciplinarios y admi-
nistrativos en toda la ciudad estaría a cargo de
un Director de Educación, supervisado por el
Cabildo. En cuanto a los alumnos establecía
que a los de color había que educarlos “a la una
con los blancos, aunque separadamente”, por
esta razón a las proyectadas escuelas sólo serían
admitidos niños blancos. Los alumnos tenían
que cumplir sus deberes y podían recibir pre-
mios o castigos según la costumbre. Se preveía
la designación de celadores, es decir, alumnos
destacados, provistos de distintivos especiales,
encargados de colaborar con el maestro. El Ca-
bildo aprobó el plan de Rodríguez: a las cuatro
parroquias existentes (Catedral, Altagracia, San
Pablo y Candelaria) agregó al siguiente año la
de Santa Rosalía; aprobó un presupuesto para
el personal de las cinco escuelas parroquiales
montante a 800 pesos anuales, más otros 400
pesos anuales para el alquiler de los locales. El
fiscal municipal objetó el proyecto por oneroso
y porque negaba el acceso de los “niños pardos”
(de las capas medias) a las escuelas en proyecto
quienes perderían toda posibilidad de educarse
porque las escuelas privadas en donde éstos es-
tudiaban quedarían eliminadas, al igual que la
del convento franciscano y la que funcionaba
en la Universidad, atendida por un capuchino.
El Lic. Miguel José Sanz en su “Informe sobre
160 A rturo C ardozo

la Educación Pública”, elaborado en los prime-


ros años del siglo XIX, en vísperas del movi-
miento independentista, destacaba el atraso de
las escuelas primarias y señalaba la necesidad
de reformarlas en cuanto a los métodos y a los
docentes. Sostenía que para lograrlo habría que
desamortizar la propiedad agraria sobrecarga-
da de censos y gravámenes y liberarla para una
fluida circulación económica; por último, ase-
veraba que habría que acabar con el monopo-
lio ejercido por la Iglesia sobre las tierras y las
inversiones onerosas e improductivas que los
fieles hacían en las suntuosas actividades reli-
giosas. Los fondos recaudados por las diferen-
tes fuentes se dedicarían a la educación.
Para finalizar lo relativo a las Escuelas del Rey
o de primeras letras vamos a presentar una cro-
nología de la creación de estas instituciones en
las distintas provincias, de acuerdo con los da-
tos, seguramente incompletos, que hemos po-
dido conocer:
Provincia de Caracas:
1567. Se crea en Caracas una escuela de prime-
ras letras a cargo de Simón de Bazuari.
1591. Se crea en Caracas una escuela regentada
por Cárdenas y Saavedra para enseñar primeras
letras, catecismo y canto.
1605-1673. Diversas iniciativas en Caracas por
parte del Cabildo para crear escuelas que des-
aparecen a los pocos años de fundadas debido
a la carencia de maestros y a dificultades en el
financiamiento.
1663. El obispo Fray González de Acuña orde-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 161

na a los padres de familia el envío de sus hijos


a las escuelas de primeras letras. Se extrañan de
éstas los libros de novelas, comedias y semejan-
tes. Se recomiendan los libros de Alfonso de
Herrera, Jerónimo de Ustáriz, Miguel de Zaba-
la y Bernardo de Ulloa que tratan de la riqueza
y agricultura.
1701. El Cabildo de Caracas crea dos escuelas
para enseñar a leer, escribir y contar, para dar
catecismo “y otra educación”; establece que los
maestros, antes de recibir sus nombramientos,
deben ser examinados por los escribanos pú-
blicos. Se prohíbe la lectura en las escuelas de
fábulas frías, historias mal formadas o devocio-
nes indiscretas sin lenguaje puro y sin máximas
sólidas.
1772. El obispo Martí crea las escuelas de La
Guaira y de Santa Clara del Valle de Choroní.
1773. El mencionado obispo crea las escuelas
de San José de Puerto Cabello, San Sebastián
del Valle de Ocumare, Santa Ana de Coro y
Santa Ana de Paraguaná.
1776. El Pbro. José Félix de los Monteros crea
una escuela en Arenales y el obispo Martí esta-
blece otras dos en Carora.
1778. El obispo Martí crea sendas escuelas en
Guanare, San Femando de Ospino y la Villa de
Araure.
1779. Dicho obispo crea una escuela en Bar-
quisimeto.
1780. Se reglamenta la preparación teórica del
maestro. El obispo Martí crea escuelas en la Vi-
lla de San Luis de Cura y la Villa de Calabozo.
162 A rturo C ardozo

1781. El mismo Martí crea la escuela de San


Juan Bautista del Pao. En la sesión del Cabildo
de Caracas, correspondiente al 5 de febrero, el
Síndico expuso lo siguiente: “... cuán doloro-
so es ver que una ciudad como Caracas, que
en el día puede numerarse entre las que se ti-
tulan magníficas en la vasta extensión de los
dominios que abarca la Monarquía, carezca
enteramente de los primeros rudimentos que
deben hacer felices a sus naturales, cual es la
enseñanza de las primeras letras y la educación
de los niños en las leyes de la mejor civilidad
y buenas costumbres, pues aunque se halla es-
tablecida una escuela bastantemente dotada de
los fondos de las temporalidades de los Padres
expulsos, no puede sufragar el crecido número
de tantos niños de sólo la ciudad aún sin con-
tar con los que vienen a ella con este importan-
te objeto de las provincias y sus comarcas...”
(Documentos para la Historia de la Educación
en Venezuela, p. 9).
1786. El Cabildo de la Villa de San Carlos de
Austria crea una escuela y designa regente a
José María Bañuelos.
1788. Se crea en Valencia una escuela y pasa a
regentarla José María Bañuelos.
1788. El Cabildo crea una escuela en La Guai-
ra con un presupuesto anual asignado de 500
pesos.
1791. El Cabildo de la Villa de San Luis de
Cura crea una escuela con un presupuesto de
100 pesos anuales. En San Felipe el Dr. Diego
Núñez crea una escuela.
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 163

1797. Se reglamentan los locales destinados


a las escuelas, estableciéndose que deben ser
altos y desahogados, divididos en dos piezas
contiguas; se establece que deben estar situados
frente a plazas o calles amplias e inmediatos a
patios o corrales en donde los alumnos puedan
correr. Se promete crear una cátedra para que
los aspirantes a maestros aprendan “la ciencia
de la educación”.
1800. El Cabildo crea en Turmero una escuela
con asignación de 100 pesos anuales y designa
al franciscano fray Francisco García para re-
gentarla.
1805. Los señores José María Gallegos, Juan José
Landaeta, Felipe Peña y Juan Domingo Monas-
terios y otros firmantes solicitan del Cabildo de
Caracas autorización para fundar una escuela de
primeras letras para pardos. El Ayuntamiento la
autoriza, pero con la condición de que el maes-
tro fuese blanco. Los solicitantes rechazaron esta
condición y el Cabildo aceptó que los aspirantes
a maestros podían ser blancos o pardos.
1809. El Cabildo caraqueño ordenó que los
maestros de la ciudad exhibieran sus títulos y
licencias para poder continuar en la enseñan-
za. Estableció que a cada aula no podían asistir
más de 40 alumnos; que los maestros acepta-
ran diez alumnos pobres sin cobrarles emolu-
mentos. Fijó a los maestros la tarifa de 20 reales
mensuales por alumno, suministrando libros,
papel, tinta y pluma. Cuando los alumnos lle-
vaban estos materiales la tarifa se reducía a ca-
torce reales mensuales.
164 A rturo C ardozo

Para este año sólo funcionaba en Caracas una


escuela pública: la que había sido creada en el
siglo XVI y, más tarde desde la expulsión de los
jesuitas, disfrutaba de las rentas de esta congre-
gación.
En el mismo año existían once escuelas priva-
das distribuidas entre las parroquias así:
Catedral: 4 con 143 alumnos
San Pablo: 4 con 160 alumnos
Sta. Rosalía: 1 con 40 alumnos
Altagracia: 1 con 45 alumnos
Candelaria: 1 con 40 alumnos
Además funcionaba una escuela para niños
huérfanos y pobres en el seminario.
Provincia de Cumaná:
1778. El Cabildo de Cumaná, presidido por
el gobernador de la provincia, emitió una Ins-
trucción en la cual estableció las condiciones
para desempeñar el magisterio: examen y apro-
bación de los misterios de la religión cristia-
na, ser hombre blanco conocido que supiera
lo necesario para enseñar a leer y a escribir en
la letra que en ese momento se acostumbraba,
que tuviera ortografía de la lengua castellana
y cómo se tenían que formar los cortes y pi-
cos de las plumas de ave con que se escribía y
el modo de gobernar la pluma con el cuerpo,
brazo y mano para que saliera la letra a perfec-
ción; saber la aritmética inferior desde la for-
mación de los números hasta las “cinco reglas
elementales de sumar, restar, multiplicar, partir
y la de tres y, a lo menos, procurar instruirse
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 165

en la naturaleza de los quebrados y en las re-


glas de proporción y demás que contienen el
arte de la Aritmética”. El maestro debía llevar
un libro en donde se anotaban los nombres de
sus alumnos, su edad y calidad; dedicarse a la
enseñanza desde las 8 a.m. hasta las 12 m., de
este modo: tareas hasta las diez, luego leccio-
nes hasta las 11:30 y la última media hora para
la doctrina cristiana; desde las 3 p.m. hasta las
5 p.m. tareas regulares de escritura, lecturas y
cuentas y luego hasta las 6, lecciones, revisión
y corrección de planas y cuentas. Los jueves se
dedicarían a formar oraciones o proposiciones,
al empleo de palabras y estilo natural y a las
reglas de la buena conducta y policía (trato,
fidelidad en los contratos, culto a la verdad,
reconocimiento de los propios defectos y cul-
pas); en la última realizarían juegos inocentes
en el patio de la escuela. Se imponía separación
de los niños blancos con respecto a los de otras
razas (clases) a fin de que no rozasen para evitar
contiendas y otros inconvenientes e infundir-
les una emulación cristiana. Los domingos los
maestros debían rezar el rosario con sus alum-
nos por las calles, procurando que todas las cla-
ses de gentes libres y esclavas se incorporasen
a la procesión. Cuando la escuela careciera de
casa propia, los alumnos deberían distribuirse
el pago del alquiler, y el pago del precio de las
mesas y demás muebles. La destitución de un
maestro no procedía sino por una decisión de
la justicia ordinaria.
1782. El Oidor de la Audiencia de Santo Do-
mingo, Luis Chávez de Mendoza, ratificó la
166 A rturo C ardozo

obligación de que en los pueblos de las misio-


nes hubiese una escuela, pagada con fondos de
las Cajas de la Comunidad. Esta disposición se
hallaba en las Ordenanzas promulgadas por el
Gobernador Ramírez de Arellano en 1702. El
maestro debería recibir 300 reales anuales, 12
fanegas de maíz y de cada alumno una gallina
anual y todos los sábados un huevo. Además
una india le molería el maíz y un indio le pres-
taría servicios.
1783. María de Alcalá Rendón participó
al gobernador de Cumaná que desde 1778
había fundado una escuela para niños y jóve-
nes de cualquier clase en donde aprendían a
leer, escribir, contar y catecismo; que le había
construido una casa y pagaba un maestro que
le costaba anualmente 150 pesos de ocho reales
que deseaba estabilizar dicha escuela y aspiraba
dejarle a su muerte un capital de 3.500 pesos
cuya renta cubriría los gastos que ascendían a
500 pesos; solicitaba que se le eximiera del im-
puesto de alcabala y otros. Tramitada esta soli-
citud el Rey decretó la exención.
1784. El Vicario Eclesiástico hizo oposición
al funcionamiento de la escuela por haberse
violado el Capítulo XCVII de las Constitucio-
nes Sinodales del Obispado de Puerto Rico al
que pertenecía la provincia de Cumaná. En el
capítulo referido se establecían las siguientes
pautas sobre los maestros de la escuela de ni-
ños: debían ser recogidos y virtuosos, dar buen
ejemplo con su vida y costumbres y ser hábi-
les y suficientes. Los maestros que no fuesen
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 167

sacerdotes o sacristanes no podían enseñar sin


haber sido pesquisados en su vida y costumbres
y examinados y autorizados por el Provisor, so
pena de 1.000 maravedíes destinados a la fábri-
ca de la parroquia eclesiástica. El Vicario sus-
pendió al maestro designado por la fundadora
de la escuela.
1786. El Rey, luego de un largo proceso, lega-
lizó la fundación de la escuela patrocinada por
la señora María de Alcalá Rendón y la autori-
zó para designar maestros y suplentes, siempre
que llenaran las condiciones exigidas por el
Cabildo y las Constituciones Sinodales.
1788. Al sobrevenir la muerte de la señora de
Alcalá Rondón, patrona de la escuela, el plan-
tel pasó al control del Cabildo junto con el
capital destinado a producir la renta para su
sostenimiento.
Provincia de Maracaibo
(incluidos los Andes)
1774. El obispo Martí creó en Maracaibo una
escuela de primeras letras.
1777. El obispo Martí, al conocer la carencia
de institutos docentes en Trujillo, creó una es-
cuela para aprender a leer, escribir y contar. Lo
mismo hizo en Escuque.
1782. El canónigo Francisco Antonio Uzcáte-
gui fundó en Mérida una escuela de primeras
letras para la enseñanza gratuita de los niños
pobres y la colocó bajo la dirección del maestro
José Lorenzo Briceño. A los seis años contaba
ya con más de cien alumnos.
168 A rturo C ardozo

1786. En Trujillo el primer obispo de Mérida,


Ramos de Lora, fundó una escuela de primeras
letras, sufragada por el Cabildo: su primer, re-
gente fue Juan Antonio Portillo y Valera.
1790. En Mérida el Vicario Capitular Hipó-
lito Elías González instaló una escuela, anexa
al seminario. En La Grita, el abogado Antonio
Bernabé Noguera instalo otra escuela y la pro-
veyó de maestros traídos por él de España.
Provincia de Barinas
1786. Se fundó en Barinas una escuela de pri-
meras letras. Los alumnos pagaban 8 pesos y
los maestros percibían la suma de 200 pesos
anuales. Funcionaba en una casa de techo paji-
zo. Llegó a reunir hasta 60 alumnos.

2. Las Escuelas de Gramática y Colegios:


Correspondían al nivel medio de la enseñanza,
pero no necesariamente, porque en muchas ciu-
dades se instalaron estos centros de docencia antes
que las escuelas de primeras letras. La razón de esta
aparente falta de lógica consistió en que en los ho-
gares del estamento blanco se enseñaba a los niños
a aprender a leer y a escribir por familiares o por
maestros contratados. Además, anexas a los cole-
gios e incluso a las universidades, funcionaban es-
cuelas de primeras letras. Lo que sí es cierto es que
las escuelas públicas, patrocinadas por los cabildos,
aparecieron posteriormente a los colegios.
La mayoría de las Escuelas de Gramática estuvie-
ron a cargo de las congregaciones religiosas, pero
no faltaron algunas que fueron fundadas por los
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 169

Cabildos y también por particulares. Hubo más


preocupación por establecer colegios que escuelas
primarias y esto lo explica el concepto estamental
que se tenía de la educación y la política de im-
partir una enseñanza elitesca, inaccesible para las
capas populares.
Los orígenes de estos establecimientos docentes se
remontan a la Edad Media con las viejas “escuelas
externas”, llamadas así porque estaban situadas fue-
ra de los conventos, destinadas a clérigos seculares y
a los nobles que deseaban estudiar sin necesidad de
ponerse los hábitos religiosos; ahí aprendían a leer
y a escribir el latín sin conocer aún esta lengua, en
cambio no leían libros en la lengua materna. Apren-
dían gramática, retórica y dialéctica (lógica); se es-
meraban en la redacción de cartas y documentos
legales. De sus aulas salían juristas prácticos, secre-
tarios y hábiles dialécticos o consejeros de Corte.
A partir del siglo XI se incrementaron en Europa
las actividades comerciales lo que paulatinamente
transformó las ciudades. En ellas se concentró la
producción artesanal y se multiplicaron las opera-
ciones mercantiles y en un momento dado surgió el
dinero. La población urbana comenzó a aumentar y
hubo necesidad de llevarles alimentos en cantidades
también crecientes y la economía de subsistencia
que imperaba en el campo empezó a transformar-
se en producción para el consumo de las ciudades.
Como efecto de estos cambios apareció la burguesía
comercial como clase social en ascenso.
La educación también recibió el impacto de todas
estas innovaciones: del control de los monjes en los
conventos pasó gradualmente a manos del clero se-
170 A rturo C ardozo

cular en las catedrales y templos. Se diferenciaron


en la medida en que fueron incorporando las lla-
madas siete artes liberales a través de las dos fases
educacionales: trivium que comprendía el estudio
de la gramática, la retórica y la lógica; y el cua-
trivium que abarcaba la aritmética, la geometría,
la astronomía y la música. En la primera fase lo
que se procuraba era desarrollar la comunicación,
el buen decir, el raciocinio para convencer; en la
segunda se comenzaba a estudiar el mundo a través
de los números, del sonido y la esfera celeste. Es fá-
cil captar la influencia de la burguesía comercial en
el aprendizaje de las operaciones comerciales y los
viajes de los mercaderes. La utilización del dinero
creó la necesidad ineludible de saber contarlo. La
Iglesia no controlaba ya totalmente la educación
sino que la inspeccionaba; ahora ésta tenía menos
relación con el cielo y más contacto con la tierra; y
la lengua nacional (vulgar) empezaba a sustituir al
inanimado latín.
Los estatutos elaborados por el obispo Martí para
la Escuela de Gramática que creara en Trujillo
(1777), nos dan una idea muy precisa de estas ins-
tituciones. Ordenó el Prelado que el maestro de
latinidad debía utilizar la gramática de Antonio
de Nebrija, cuidando que sus alumnos aprendie-
ran de memoria sus reglas e hicieran sus ejercicios;
como la obra tiene cinco libros, no debía pasarse
de uno a otro hasta no estar plenamente instruidos
del precedente. A partir del cuarto libro el alumno
tenía que hablar sólo en latín durante la clase. El
material para traducciones comprendía el Brevia-
rio Romano, el Concilio de Trento, las Epístolas
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 171

de San Jerónimo; en poesía se utilizarían las obras


de Ovidio, Virgilio. Marcial y Homero y otros que
manifestaran elegancia en el idioma. En cuanto al
maestro de Gramática y Retórica se leerían los tex-
tos de Soario y Pomey y como modelos de cons-
trucción sintáctica las epístolas y obras selectas de
Cicerón. Los maestros debían ceñirse al método, a
la práctica y al estilo que se observaba en la ciudad
de Caracas. En cuanto a los días y horas de clase,
a la disciplina y otros aspectos educativos se apli-
carían las mismas disposiciones, ya expuestas, de
las escuelas primarias. El Vicario debía visitar esta
escuela dos veces al año para hacerle a los alumnos
pruebas de latinidad y elocuencia.
En los últimos decenios del siglo XVIII penetraron
en los sectores más cultos de la oligarquía venezola-
na las tesis de la Ilustración que tardíamente habían
abrazado las clases dirigentes de España. Empezaron
a manifestarse las tendencias hacia el cambio en la
orientación de la educación. Fue justamente en el
nivel de la educación media, en el de las escuelas
de Gramática, en donde tuvieron mayor resonancia.
Así, en el seno de un sector tan conservador como
lo fue el alto clero, apareció el obispo de Mérida,
Santiago Hernández Mitanes, como un importante
representante de estas tendencias. En su Informe al
Ministro Godoy del 28 de noviembre de 1796 pon-
deró la importancia en América de los oficios pro-
pios de agricultores, artistas (artesanos) y fabrican-
tes; señaló la ausencia de proyectos de divulgación
metódica de estos principios en los programas de los
institutos docentes y proclamó la necesidad de una
reforma político-económica en la educación a obje-
172 A rturo C ardozo

to de que se levantaran muchos ramos de industria,


hasta ahora desconocidos y se mejorasen otros.
El mismo prelado de Mérida desarrolló esas ideas en
su Carta Pastoral del 22 de septiembre de 1804 que
hemos considerado conveniente presentar en una
síntesis; la actividad del clero no debía limitarse a
proporcionar la paz espiritual, debía colaborar en el
logro de la felicidad material de la feligresía: tendría
que estimular el trabajo agrícola. Los párrocos de-
bían enmendar sus deficiencias en los conocimien-
tos económicos y suscribirse al “Semanario de Agri-
cultura y Artes”; tenían que adquirir conocimientos
para luego divulgarlos sobre artes industriales, eco-
nomía rural y doméstica, cría de ganado y curación
de enfermedades para luchar contra arraigadas tra-
diciones, entre otras, el argumento de que los estu-
dios tienen poca utilidad. Afirmaba el obispo que
hasta entonces en todo el imperio español se había
formado una masa de ociosos y de engreídos con
estudios inútiles y ocupaciones estériles. La educa-
ción ha suministrado conocimientos de poco valor
y se ha generado una tropa de parásitos que pervive
a costa de las abatidas artes y oficios necesarios. Al
acoger las tesis desarrolladas por Campomanes en la
Península sobre la importancia de la agricultura, ex-
presaba que la reforma podría lograrse aprovechan-
do la labor de sociedades económicas y cátedras
sobre agricultura, botánica, veterinaria y química,
explicadas en forma sencilla y asequible para los rús-
ticos labradores. Señalaba como nuevas disciplinas
la jardinería, la horticultura, fruticultura, bosques,
historia natural, química, farmacia, botánica, caza,
pesca; además algunas industrias recién inventadas
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 173

y aún desconocidas en el medio: láminas de instru-


mentos y máquinas útiles al labrador y al artesano
y edificios rurales. Hacían falta, según el obispo,
providencias del gobierno para el fomento de estas
actividades e información sobre libros que toquen
estos temas.
Dentro de este nivel que hoy acostumbramos lla-
mar educación media, se desenvolvieron diversos
institutos que vamos a tratar de describir somera-
mente.
— Las Escuelas de Gramática: eran las que mantenían
mayores vínculos con el pasado medieval de Euro-
pa. Fundadas por autoridades civiles y eclesiásticas
(gobernadores, cabildos, obispos y Visitadores ex-
traordinarios) estaban sostenidas de distinto modo:
con rentas de los cabildos, de los legados heredi-
tarios destinados a ese Fin en las testamentarias y
por el pago de anualidades o mensualidades de los
alumnos. Como no existía educación gratuita los
alumnos siempre pagaban las clases. Los fundado-
res o patronos de estas escuelas tenían que pasar el
proyecto a las autoridades civiles (gobernadores o
cabildos) quienes los aprobaban provisionalmen-
te hasta que el Rey decidiese en última instancia.
Estas escuelas se orientaban especialmente al co-
nocimiento de la gramática latina, de la retórica y
de la lógica. Tales estudios podían equipararse a lo
que hoy llamamos el ciclo básico. En las escuelas
de mejor estructura se agregaban las matemáticas,
la geometría (los tres primeros libros de Euclides),
la astronomía (especialmente el calendario para
localizar en él las fiestas movibles de la Iglesia) y
el canto gregoriano o música llana. He aquí una
174 A rturo C ardozo

breve e incompleta información sobre las Escuelas


de Gramática en las distintas provincias:
Provincia de Caracas:
1592. Real Cédula de este año autoriza la crea-
ción en Caracas de una Cátedra de Gramática so-
licitada por el Procurador Don Simón de Bolívar.
1673. El obispo de Caracas, fray González de
Acuña ordena a los padres de familia enviar a sus
hijos a la Escuela de Gramática, que empieza a
funcionar en el Seminario Tridentino.
1741. Se dan Cátedras de Gramática en los conven-
tos de Caracas, Coro y Barquisimeto.
1755. Funcionaban ya escuelas de este tipo en los
conventos de Margarita, Valencia, Carora y El To-
cuyo.
1771-1777. El obispo Martí funda Escuelas de
Gramática en Guanare, San Carlos, Puerto Ca-
bello y Valencia.
1789. El Dr. Manuel Felipe Yépez funda y sufra-
ga en El Tocuyo una Escuela de Gramática, do-
tándola en su testamentaria de 5.000 pesos y una
sede en el centro de la población.
1791. El Dr. Diego Núñez crea una escuela de
este tipo en San Felipe.
1798. En La Victoria se crea una Escuela de Gramá-
tica, regentada por el Pbro. José Vicente de Unda.
1808. En La Guaira se crea la Escuela de Gramáti-
ca, que empieza a funcionar junto con la escuela de
primeras letras creada desde 1 788 por el Cabildo.
Provincia de Cumaná
1741. Se hallaba funcionando en el Convento de
los franciscanos una Escuela de Gramática.
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 175

1759. Se crea la primera escuela de Gramática


de carácter público. Tiene asignada la suma de
200 pesos anuales y su primer rector es el Pbro.
Br. Blas de Rivera. En el documento que le da
origen se dice que este instituto tendrá por ob-
jeto educar muchos buenos talentos para ser
útiles a Dios, al Rey y a la Patria en las primeras
artes y ciencias para llegar a las facultades ma-
yores.
1782. A la Escuela de Gramática se le agregaron
las cátedras de filosofía y de moral.
1787. El colegio fue dotado de un inmueble
propio.
Provincia de Maracaibo.
Región lacustre:
1741. Se enseñaba Gramática en el Convento de
San Francisco de Maracaibo.
1755. Una Escuela pública de Gramática regen-
tada por Rafael Llineros. En el convento de los
capuchinos de Navarra se establece una escuela
en donde además de latinidad se enseña retórica,
filosofía y principios de literatura.
1790. El Rey ordena la reapertura de la Escuela
de Gramática que funcionó hasta 1787 en el con-
vento de los franciscanos en Maracaibo.
Provincia de Maracaibo.
Región los Andes:
1621. El obispo Fray Pedro de Agreda fundó en
Trujillo una escuela de Gramática. Los señores
principales de la ciudad pidieron al poco tiempo
su clausura “porque causaba un perjuicio general
a la Doctrina”.
176 A rturo C ardozo

1741. Funcionaba en Trujillo una Escuela de


Gramática en el convento de los franciscanos.
1777. El Cabildo de Trujillo estimulado por el
obispo Mariano Martí, “... tomando en conside-
ración la falta de escuela y la distancia del semi-
nario de Caracas, construyó dos salas: una para
enseñar a leer, escribir y contar; y la otra para es-
tudio de gramática y retórica.
1785. El primer obispo de Mérida, fray Juan Ra-
mos de Lora, crea en dicha ciudad una Casa de
Educación, en donde empieza a dar Gramática
(latín) y materias morales. Este instituto se trans-
formó en Seminario a los cuatro años.
Provincia de Barinas:
1786. Escuela de Gramática (latinidad) regenta-
da por el Pbro. Ignacio Álvarez. (Este sacerdote
tendrá importante participación en Trujillo du-
rante el año 1811).
1792. Una Real Cédula crea en Barinas el Colegio
de San Carlos satisfaciendo una petición del gober-
nador provincial Fernando Mijares González. El
monarca autoriza seis becas de aquellos vecinos que
fuesen “personas limpias de toda mala raza y ho-
nestas”. No se acepta que los 10.000 pesos que José
Ignacio del Pumar debía pagar por derechos de lan-
zas para recibir el título nobiliario de Marqués de
Boconó y Masparro fuesen destinados al Colegio.
Provincia de Margarita:
1755. En Margarita existe para este año una Es-
cuela de Gramática anexa al convento.
1771. Se crea en la isla una Escuela pública de
Gramática a la que se le agrega inmediatamente
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 177

una cátedra de Teología Moral.


Provincia de Guayana:
Carecemos de toda información al respecto.

— LAS ESCUELAS ESPECIALIZADAS:


En las últimas décadas del siglo XVIII y primera
del XIX se incrementó la crítica al viejo sistema
educacional y se produjeron algunos cambios en la
orientación y objetivos de la enseñanza. Surgieron
institutos docentes, inspirados en los que reciente-
mente se habían establecido en España, e iniciaron
actividades de carácter experimental. Tratemos al-
gunos de ellos:
El Colegio Jesuita de Mérida:
La presencia de la Compañía de Jesús en Vene-
zuela se hizo a través de las provincias que en un
momento dado estuvieron bajo la autoridad civil
y eclesiástica del Reino de la Nueva Granada pri-
mero y luego, bajo el Virreinato de Bogotá. Aun
cuando esta Orden poseyó establecimientos misio-
nales en la Guayana, su centro principal estuvo en
Mérida. Intentó varias veces fundarse en la pro-
vincia de Caracas pero fracasó en sus propósitos
por la oposición de algunos obispos y congrega-
ciones regulares. En los años que precedieron a su
expulsión había logrado instalarse en la ciudad de
Caracas y fundar un colegio, pero esta obra quedó
inconclusa por el extrañamiento.
El Colegio de San Francisco Javier con sede en Mé-
rida abrió sus puertas en 1628, pero fue ocho años
después cuando empezó sus actividades docentes
a plenitud. Cerró sus puertas en 1767, cuando se
178 A rturo C ardozo

produjo la expulsión de la Compañía de Jesús de


España y todas sus colonias. Tuvo una existencia
de 139 años.
Impartió enseñanzas en todos los niveles: desde las
primeras letras hasta los cursos superiores de filo-
sofía, teología, derecho y medicina, pasando por la
Escuela de Gramática. Los estudios superiores se
enlazaban con las Universidades de Bogotá y Santo
Domingo y, a partir de 1721, con la de Caracas, a
donde marchaban los alumnos para terminar los
estudios y recibir los títulos. El personal del Co-
legio nunca sobrepasó el número de diez y estu-
vo formado por el Rector, el Padre Espiritual, el
Prefecto y los profesores de las distintas materias.
La escuela de primeras letras estaba a cargo de un
“hermano coadyutor”.
El objetivo de este colegio consistía en realizar la “...
idea cabal de un joven noble admirable y respeta-
ble de toda la república de aquel número, que tar-
de amanecen, y duran poco, verdadero dechado de
nobleza, que en sus obras transcribe más que en el
nombre. (...) hacer exigir al ahijado (alumno), qué
es lo que exije la ilustre sangre en quien la heredó de
sus progenitores, con las señales más evidentes que
la distinguen de el Ignoble vulgus...” (José del Rey
Fajardo, S.J., La Pedagogía Jesuítica en la Venezuela
Hispánica, p. 330). Se procuraba formar la virtud,
los buenos modales y dar sabiduría y, de manera
insistente, desarrollar en el noble la conciencia de
su nobleza y superioridad para utilizarlas mejor. En
las instrucciones del profesor (padrino) al ahijado
(alumno) se lee: “... le quiero advertir que las letras
son el último perfil de la nobleza: porque poco re-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 179

presenta en la república un noble con peluca y espa-


da, hecho un zoquete y el truhán del pueblo. Uno
decía con gracia que más le servía al bien común un
palo de escoba que un noble tonto...” (Id. p. 347).
“Al contrario un noble literato es ejemplo de las re-
públicas, honra de sus padres, venerado de todos,
oráculo de la plebe y luz de cuantos acuden a él a
buscar consejos. Si eclesiástico digno, ministro de
Dios. Si seglar, buen senador, digno de gobernar y
siempre con acierto”.
La pedagogía jesuita exigía del profesor tres cua-
lidades: un perfecto conocimiento de las lenguas
(sobre todo la latina), un conocimiento suficien-
te de aquellas ciencias que ayudan a completar el
ciclo de las bellas artes y, por último, destreza en
el uso de aquellos recursos que alivian el trabajo
y aguzan la fuerza del entendimiento. El profesor
debía enseñar dos cosas: piedad y letras. El modo
más sencillo para despertar en los alumnos el deseo
de estudiar se halla en la emulación y temor de
verse en ridículo por ignorante; no en el temor a
los castigos.
Además del Colegio de Mérida, los jesuitas funda-
ron institutos docentes en Maracaibo, Coro y Ca-
racas. El de Maracaibo requirió casi un siglo para
materializarse: las gestiones comenzaron en 1636
y culminaron en 1735 con la apertura de una Re-
sidencia Jesuita; pero el plantel docente comenzó
a funcionar alrededor del año 1750. Según De-
pons, los egresados de este Colegio hablaban latín,
dominaban la oratoria y escribían de modo muy
notable. Los de Coro y Caracas también se vieron
sometidos a interminables tardanzas burocráticas
180 A rturo C ardozo

y el último a problemas relacionados con la admi-


nistración de los Diezmos. Empezaban a funcionar
normalmente cuando se produjo el decreto de ex-
pulsión de los jesuitas en 1767.
En 1768 algunos regidores del Cabildo caraqueño
propusieron que el extinto colegio de los jesuitas y
su patrimonio se destinara a la creación de un Cole-
gio de Nobles, a imitación del que Carlos IV había
fundado en Granada para nobles americanos; allí
se enseñarían las ciencias naturales, las matemáti-
cas y las artes mecánicas. El Síndico Procurador se
opuso a esta iniciativa y presentó un proyecto que,
en definitiva, fue aprobado: se crearía una escuela
pública para niños blancos con clases de gramáti-
ca latina y matemáticas. La escuela funcionó en la
sede del Colegio Jesuita y se estabilizó económica-
mente con las rentas de las haciendas que fueron
de la Compañía.
En 1760 el señor Nicolás de Castro fundó en
Caracas una Academia de Matemáticas, dedica-
da exclusivamente al estudio de esta disciplina.
Al poco tiempo fue cerrada y más tarde en 1785,
fue reabierta por fray Francisco de Andújar. Este
ilustrado capuchino había insistido ante la Corona
sobre la necesidad de los estudios matemáticos en
Venezuela. Como estudioso de la botánica y la mi-
neralogía había enviado a España muestras de sus
investigaciones en la Silla de Caracas y valles de
Aragua. (Ildefonso Leal, Documentos para la His-
toria de la Educación en Venezuela, pág. XXXV).
En 1661 el Capitán de Artillería Manuel Centu-
rión fundó en el puerto de La Guaira una Aca-
demia de Matemáticas tanto para militares como
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 181

civiles. El curso consistía en la enseñanza de arit-


mética, geometría, álgebra, trigonometría, mecá-
nica, hidráulica, fortificación y artillería. Se inició
con un personal de seis civiles, cuatro artilleros,
tres cadetes de artillería y dos de infantería.
En 1768 el Tesorero de la Catedral de Caracas,
Pbro. Simón Marciano Malpica, creó en Caracas
el primer Internado de Niñas denominado Cole-
gio Jesús, María y José, dedicado a la educación de
niñas blancas y morenas, huérfanas, ociosas y des-
amparadas, comprendidas en la edad entre los 6 y
15 años. El fundador lo dotó de sede y de una ren-
ta de 618 pesos anuales. Se inició con dos maestras
y veinticinco alumnas que pedían limosna unas y
otras vendían cigarros y objetos de poca monta. La
escuela contenía oratorio, campana, salones para
labores, dormitorios, cocina, enfermería, agua lim-
pia y corriente, desagüe de aguas negras, despensa
para provisiones de boca, sala para telares de lienzo
de algodón, portería con su torno y rejas, patio y
corral de servidumbre.
En 1770 el Pbro. Pedro Sojo fundó en Caracas con
la colaboración de Juan Manuel Olivares una escue-
la de música que formó una brillante generación de
músicos, actuantes en los primeros años del siglo
XIX y que configuraron la hoy llamada Escuela de
Chacao, entre los que recordamos a José Ángel La-
mas (Popule Meus), J.M. Caro de Bosei (Christus
Factus Est), Cayetano Carreño (In Monte Oliveti),
José Ángel Montero (Opera Virginia), Juan de Lan-
daeta (Música del Himno Nacional de Venezuela),
Juan Meserón (Método para aprender música), en-
tre muchos otros compositores e intérpretes.
182 A rturo C ardozo

En 1788 una Real Cédula autorizó el funciona-


miento en la población de Ejido (vecina a la ciu-
dad de Mérida) de una escuela de artes mecánicas
(carpintería y herrería) para varones y de tejidos e
hilados para hembras que había fundado el Pbro.
Francisco Antonio Uzcátegui desde 1782 con el
aporte de 4.000 pesos. El patrocinante de esta
obra se inspiró en “la política y utilísima obra del
ilustrísimo señor Campomanes “Tratado de Edu-
cación Popular” de cuyo principio es constante el
general adelantamiento y utilidades que en el pre-
sente tiempo reporta nuestra Europa”. De las téc-
nicas aprendidas en el taller de herrería salieron los
cañones que el canónigo Uzcátegui y su hermana
obsequiaron al Brigadier Simón Bolívar en la cam-
paña de 1813.
3. Los seminarios y universidades:
Constituyeron el nivel superior tanto en la Europa
feudal como en la Venezuela colonial. El origen
de los seminarios se encuentra en las llamadas es-
cuelas catedralicias que surgieron en la alta Edad
Media, simultáneamente con las escuelas de los
monasterios, bajo las formas de internados para la
formación del clero y externados por los seglares.
En estos centros el objetivo fundamental estaba en
la materia religiosa y teológica, en el aprendizaje
del ritual y de todo lo concerniente a la actividad
de la Iglesia. En la medida en que crecían las ciu-
dades, se incentivaba el comercio, y se fortalecía la
burguesía comercial, fueron surgiendo las univer-
sidades. En la Venezuela colonial al igual que en
Europa las universidades surgieron de las escuelas
catedralicias o seminarios. La universidad (univer-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 183

sitas) significaba en el mundo feudal conjunto de


personas que formaban una corporación, gremio
o comunidad; era la asamblea de una institución.
La palabra universidad requería entonces estar
unida a un complemento: universidad de zapate-
ros de París, universidad de maestros y estudiantes
de Milán. Más tarde el significado de esta palabra
quedó reducido al concepto de instituto en donde
se cursan estudios superiores. Al igual que todas las
corporaciones medievales los alumnos o aprendi-
ces estaban sometidos a pruebas periódicas y a los
ascensos por grados. En los oficios había los grados
de aprendiz, oficial y maestro, mientras que en la
universidad o corporación de maestros y alumnos,
los de bachiller, licenciado y doctor. Las universi-
dades dieron origen a lo que se llamó nobleza de
toga, en oposición a la nobleza de espada.
En España y posteriormente en sus colonias la
iniciativa en la fundación de seminarios y univer-
sidades correspondió a las autoridades eclesiásti-
cas y estatales: a los obispos para los seminarios,
mientras que para las universidades la autorización
correspondió al Rey. Aun cuando en un principio
los seminarios y las universidades se confundieron
porque enseñaban casi las mismas materias y esta-
ban ambos bajo el control eclesiástico, lo cierto es
que desde un principio el seminario fue clerical y
la universidad, seglar; aun cuando en uno y en otra
estudiaban clérigos y seglares. En la medida en que
las diferencias se hicieron más notables, empren-
dieron rumbos distintos.
Aníbal Ponce al caracterizar socialmente a los uni-
versitarios, del Medievo se expresó así: “... Pero hay
184 A rturo C ardozo

un rasgo que los señala además con perfil particular:


(...) El solo hecho de que la enseñanza era paga ilus-
tra bastante sobre el carácter de los alumnos que la
recibían. Eran éstos de condición desahogada, lo su-
ficiente no sólo para remunerar a los maestros, sino
para vivir en las pensiones, costear los viajes y pagar
las larguísimas retribuciones que equivalían en cier-
to modo a los aranceles de nuestras universidades.
La ceremonia final de la aprobación o conventarios,
por ejemplo, exigía muchos gastos. El laureado de-
bía hacer varios regalos al promotor (nuestro padri-
no de tesis) a los doctores que lo habían examinado
y al doctor que había tenido a su cargo el sermón
de clausura”. A todo esto, agrega el historiador ar-
gentino, se sumaban las obligaciones de un festín.
(Aníbal Ponce, Educación y lucha de clases, p. 102).
Durante los últimos años de la dependencia colo-
nial se acentuó la crítica a la educación en todos
los niveles. Una de estas, quizá la más autorizada,
fue la que hizo el Lie. Miguel José Sanz en su “In-
forme sobre Educación Pública” del cual se conoce
apenas un fragmento. El destacado jurista expuso
conceptos como éstos: que la enseñanza religiosa
presentaba falsas formas del culto católico, utili-
zando manuales “repletos de cuentos ridículos y
extravagantes, de milagros horroríficos y de una
devoción supersticiosa”; que los padres veían con
complacencia tan defectuosos métodos y creían
que habían cumplido con sus deberes al lograr que
sus hijos aprendieran de memoria ciertas oraciones,
rezaran el rosario, gastaran escapularios y represen-
tasen ciertos actos del ritual cristiano. Afirmaba
Sanz que se les enseñaba primero el latín antes que
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 185

el castellano, incluso antes de que los alumnos su-


pieran leer la cartilla y terminaran de aprender a
escribir los palotes. Las pautas que los mayores les
inculcaban a sus hijos eran las de la nobleza de san-
gre, pergaminos de familia, los buenos doblones
que respaldaban el apellido y “una muchedumbre
de futilidades”. Cuando los alumnos ingresaban a
la universidad o a estudios elevados se profundi-
zaba la imperfección: creían que todas las ciencias
estaban concentradas en la gramática latina de Ne-
brija, en la filosofía de Aristóteles, en las Institutas
de Justiniano, en la Curia Filípica y en los escritos
teológicos de Gonet y Lárraga. Comentaba el ju-
rista que esta educación hacía del ciudadano un
ser engañoso e irracional en una competencia es-
túpida por la posesión de títulos y empleos para
obtener prestigio como oficial del ejército, letrado,
cura o fraile. Todos querían ser señores para vivir
en la ociosidad, dedicados al lujo, al juego, al arti-
ficio y a la calumnia. Existía una lacra de clérigos
sin vocación que aumentaba desorbitadamente el
núcleo de los privilegiados, mientras aumentaban
las contribuciones de los ciudadanos para el soste-
nimiento de tanto vagabundo. La ciudad se veía
recargada de “borlas y roquetes”, de vacíos pape-
lones de doctorado, mientras se despreciaban, por
indecentes, actividades de gran valor como la agri-
cultura y las artes mecánicas.

— El seminario Santa Rosa de Lima y la Universi-


dad Real de Caracas:
Ese seminario, con sede en Caracas, tuvo en los
años de su fundación tina historia accidentada.
186 A rturo C ardozo

Lo decretó el obispo fray Mauro de Tovar, polé-


mico prelado, en el año 1641; pero esta obra se
vio paralizada a causa de los problemas en que
estuvo envuelto el obispo y por el terremoto que
asoló a Caracas por esos años. En 1673 el obispo
Antonio González de Acuña utilizó una parte
del edificio en construcción para iniciar las acti-
vidades docentes y le fijó para su financiamiento
el 3 por ciento de las rentas eclesiásticas. Una
Real Cédula de 1675 autorizó la fundación del
colegio seminario y ajustó su organización a las
pautas previstas por el Concilio de Trento. Se
iniciaron las clases con las cátedras de Gramáti-
ca, Artes y Teología.
Un escandaloso caso de segregación racial pro-
tagonizó el obispo González de Acuña cuando
mediante un Edicto excluyó de las órdenes sa-
cerdotales ya recibidas a los que tuvieran sangre
de indio o mulato, de moro o judío y de cual-
quier otra nación que no fuera español “por los
cuatro costados”. Como algunos sacerdotes se
encontraban incursos en esta situación, anuló
sus consagraciones y los actos religiosos que hu-
bieran realizado como presbíteros. Este problema
siguió un curso lento y controvertido hasta que el
Nuncio Cardenal Mellini actuando en nombre,
del Papa decidió que los sacerdotes cuestionados
volviesen a ejercer los curatos, lo que realmente se
hizo, “quedando con esto sosegado aquel pueblo
y los ordenados contentos y sin escrúpulos y en
posesión de sus beneficios y patrimonios”. (Gui-
llermo Figuera, Documentos para la Historia de
la Iglesia Colonial en Venezuela, t. I, p. 132).
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 187

En 1690 el obispo Diego de Baños y Sotomayor


pidió a la Corona se le concediese al Seminario la
facultad de otorgar grados. Los alumnos que an-
tes se limitaban a estudiar Latín y Filosofía ahora
estudiarían Artes y Teología. Se leían las cátedras
de Prima de Teología, la de Moral, la de Mayores
de Gramática y Retórica.
Por la Real Cédula, fechada en Lerma el 22 de
diciembre de 1721 se le dio al Seminario Santa
Rosa de Lima la categoría de Universidad Real
de Caracas. Esta decisión satisfizo la reiterada pe-
tición que desde 1690 se le venía haciendo a la
Corona en el sentido de que se le permitiese al Se-
minario otorgar grados y títulos, porque resulta-
ba difícil y oneroso a los jóvenes de Caracas tener
que viajar a Bogotá o Santo Domingo a terminar
sus estudios y recibir las borlas. En la Real Cédula
se dejó constancia de que funcionaban nueve cá-
tedras (Filosofía, Teología Prima, Vísperas, Mo-
ral, Música, Prima de Cánones, Leyes de Instituía
y Latinidad y Retórica), todas con sus correspon-
dientes dotaciones y financiamiento; que estaban
atendidas por “los sujetos de más autoridad y le-
tras de aquella iglesia”; que el edificio estaba bien
dotado, incluso de una “muy copiosa librería”.
Se le concedió la facultad para que pudiera “dar
grado y erigirse este colegio en Universidad en la
misma conformidad y con iguales circunstancias
y prerrogativas que la de Santo Domingo y con el
título de Real como le tiene dicha Universidad”.
Hasta 1785 la universidad fue el recinto don-
de se daban las clases y el seminario el edificio
en donde vivían los seminaristas y los colegiales
188 A rturo C ardozo

(alumnos de la Escuela de Gramática). Ambos


estuvieron bajo una misma autoridad; pero a par-
tir de este año una Real Cédula, fechada el 4 de
octubre, ordenó separarlos y que cada dos años se
alternaran eclesiásticos y seglares en su dirección.
En los primeros años del siglo XIX se señala-
ban como motivos para que fuera tan peque-
ño el número de los estudiantes de las ciencias
eclesiásticas, según el Arzobispo: la lectura de
obras extranjeras perjudiciales a la creencia y
buenas costumbres, cuya introducción ha sido
sumamente rápida en la época de la revolución
resultando que se aplican con mayor esmero a
la condición profana por el lucimiento y acep-
tación que les proporciona en el público; el se-
gundo motivo es la corta dotación de los curatos
de la primera y segunda oposición... (Guillermo
Figuera, id., t. II, p. 408).

— El Seminario de San Buenaventura y la Universi-


dad de Mérida:
En 1777 fue creada la diócesis de Mérida de Ma-
racaibo que comprendía los actuales estados Zu-
lia, Táchira, Mérida, Trujillo y Falcón, pero fue
sólo en 1783 cuando tomó posesión su primer
obispo, Juan Ramos de Lora. Entre los primeros
actos de este prelado estuvo la fundación de una
Escuela de Gramática.
En 1785 inició sus gestiones ante el Rey para
obtener la creación de un Seminario tridentino
(adaptado a las reglas del Concilio de Trento) y
propuso que para financiarlo podrían adjudicár-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 189

sele los bienes de la Compañía de Jesús, extra-


ñada desde 1767; insinuaba que la sede de este
instituto podría ser el convento de los capuchi-
nos que se hallaba deshabitado. El Rey autorizó
la fundación del Seminario por Cédula Real del
9 de junio de 1787, adjudicándoseles la casa del
convento de los capuchinos y los bienes de los
jesuitas, entre los cuales destacaban las tierras de
San Jacinto, de Santa Catalina, las de Cacutes,
las de San Jerónimo, las de la Virgen y el hato El
Paguey y ordenó su entrega.
En 1788 el Rey accedió a la petición del obis-
po Ramos de Lora que el Seminario recibiera el
nombre de San Buenaventura y le permitió que
continuara la fábrica que ya había emprendido,
“capaz para todo el número de estudiantes que
puedan ocurrir de la diócesis, oficinas proporcio-
nadas sin que se haya invertido caudal alguno de
las gracias concedidas...” (Guillermo Figuera, ob.
cit., t. 1, p.136).
Desde años anteriores venían funcionando las cá-
tedras de Gramática y Teología Moral; en 1789
se agregaron las de Teología, Derecho Canónico
y Derecho Real y en 1793 fueron erigidas las cá-
tedras de Prima y Vísperas. En 1795 la cátedra de
latinidad (Gramática) fue dividida en Mayores y
Menores; se reinstaló la de Teología Moral y fue-
ron creadas las de Derecho Civil y de Medicina.
En 1804 se decidió la divergencia existente entre
el obispado y la congregación de los dominicos
que habían recibido en 1773 la administración
de los bienes de los jesuitas y se negaban a hacer
la entrega de estos bienes. La Corona decidió a
190 A rturo C ardozo

favor del obispado y ordenó que las tierras fueran


entregadas para sufragar los gastos del seminario.
En cuanto a las haciendas “Las Tapias” (cerca de
Mérida) y “La Ceiba” (en la costa del lago de Ma-
racaibo en jurisdicción de Trujillo) se resolvió que
el gobernador intendente de Caracas decidiera lo
más conveniente.
— El 11 de mayo de 1806 autorizó la Corona la
transformación del Seminario en Real y Pon-
tificia Universidad. Este fue un proceso que se
inició en 1801 por parte del obispo de Mérida,
Santiago Hernández Milanés en el cual tuvieron
oportunidad de emitir opinión el gobernador de
Caracas y, en la Península, el Consejo de Indias.
Entre las variadas razones que se alegaban (cli-
ma, distancia, condiciones alimenticias, personal
apto, etc.), el gobernador-presidente de Caracas
decía que no convenía la supresión de la cátedra
de derecho, pero que sobre la unión inseparable
de los derechos civil y canónico nunca podría te-
merse en Mérida el excesivo número de aboga-
dos, y acreditó con una certificación del Rector
del Seminario que en estos estudios había 122
cursando las clases de sagrada Teología, de Prima
y Vísperas, las de derecho civil y canónico, la Ira.
y 2da. de Filosofía, las de Gramática, de Elocuen-
cia, de Menores y Mínimos, además de los niños
de primeras letras y algunos manteístas que estu-
diaban Moral; que sólo 77 eran individuos del
seminario, a saber: 10 seminaristas de erección y
fámulos y 64 porcionistas...” (Guillermo Figuera,
ob. cit., t. 11, p. 345). Finalmente, en 1810, al
reasumir Mérida su condición de provincia, sepa-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 191

rándose de Maracaibo, empezó a ser gobernada


por una Junta creada a semejanza de la de Cara-
cas. Esta Junta Provincial le ratificó al instituto su
carácter universitario y le dio el nombre de Uni-
versidad de Mérida.
Al finalizar la etapa colonial existían dos universi-
dades en el país, cuyo nivel y orientación podemos
observarlos en los estudios y cátedras que en su
seno se realizaban: Teología y Derecho Canónico
eran los estudios que recibían mayor atención y
estaban regentados por cinco profesores; uno de
éstos se ocupaba sólo de demostrar la virginidad
de María. Para recibir el diploma había que jurar
el dogma. La cátedra de Gramática (latín y retóri-
ca) enseñaba lo indispensable para oír la misa. La
cátedra de Física se aferraba a los conocimientos
divulgados por Aristóteles. En la de Filosofía se
seguía el debate entre tomismo y escotismo. En
cuanto al Derecho se estudiaban el Derecho Ro-
mano, las Leyes de Castilla, las Leyes de Indias y
algunas ordenanzas. En el estudio de la Medicina
se leían las materias de anatomía, fisiología, leyes
biológicas y arte de curar; las prácticas se realizaban
sobre un esqueleto y algunas preparaciones en cera.
Existía una cátedra de canto llano (gregoriano) a la
cual asistían todos los alumnos universitarios en la
que se enseñaba a cantar con número y armonía;
además, arias del ritual romano. Al lado de estos
estudios funcionaba la escuela de primeras letras
con su cartilla. Fue el gobierno republicano el que
introdujo la Filosofía de Locke y Condillac, la Fí-
sica de Bacon y Newton, la Química neumática y
las Matemáticas.
192 A rturo C ardozo

II. EL PENSAMIENTO: MAGIA, ESCOLÁSTICA E ILUS-


TRACIÓN
La concepción más simple de la naturaleza que el hombre
llegó a formarse consistió en ver los fenómenos como suce-
sos producidos por la acción de una o muchas voluntades
semejantes a la suya. El animismo constituyó la primera
fase del desarrollo del pensamiento religioso. El comienzo
de la ciencia tuvo lugar cuando se separaron la concepción
animista y la explicación de los procesos de la naturaleza
como fenómenos sometidos a leyes. Mientras la explicación
científica de la naturaleza tuvo un desarrollo relativamente
rápido, el de las ciencias de la sociedad ha seguido un curso
caracterizado por su lentitud. Se ha llegado a una situación
contradictoria en la cual se rechazan las explicaciones ani-
mistas de los fenómenos de la naturaleza y en cambio sí se
admiten como válidas para el conocimiento de la sociedad
humana y de su pasado histórico.
El pensamiento mágico es más antiguo que el pensamiento
religioso. Los procedimientos conminatorios para obtener a
través de la magia determinados efectos fueron anteriores a
los procedimientos que caracterizan a los sistemas religiosos,
provistos de ritos para solicitar el favor de las divinidades.
Del conjuro con que se expresaron (y se expresan) la volun-
tad y el deseo a través de actos imitativos del hecho deseado
o de operaciones de contacto, lo que es típico del pensa-
miento mágico, se pasó a la oración, al sacrificio y a la ofren-
da que significan acatamiento, dependencia o vasallaje. Sin
embargo, los actos y ritos religiosos están frecuentemente
asociados a los actos mágicos: es común que un grupo de
creencias religiosas se vincule a un determinado tipo de pro-
cedimientos mágicos, pero la magia en sí no constituye un
sistema coherente como se nos presenta cualquier discipli-
na científica. La magia es sólo una respuesta peculiar del
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 193

hombre primitivo (también del moderno) a un conjunto de


hechos concretos.
El pensamiento religioso concibe la existencia de seres fan-
tásticos, sobrenaturales, creados por la imaginación. Su ras-
go característico es la fe en un mundo extraterrenal, en la
existencia de un más allá fuera de la sociedad humana y de
la naturaleza, representado bajo la forma de mito. El reflejo
religioso de la realidad se caracteriza por su forma ilusoria
y fantástica. Se trata, explicaba Engels, de “... que el reflejo
fantástico que proyectan en la cabeza de los hombres aque-
llas fuerzas externas que gobiernan la vida diaria, un reflejo
en que las fuerzas terrenales revisten la forma de poderes no
terrenales. En los comienzos de la historia, son las fuerzas de
la naturaleza las primeras en experimentar ese reflejo, para
sufrir luego, en la posterior evolución de los distintos pue-
blos, los más complejos y abigarrados procesos de personifi-
cación...” (Engels, Anti-During, México, Grijalbo, 1964, p.
313).
El pensamiento religioso no sólo presenta una concepción
falsa del mundo. La mitología, la fe y el culto son partes
integrantes de toda religión: las representaciones falsas se
manifiestan en los mitos; los estados de ánimo se expresan
a través del sentimiento religioso y, por último, la actividad
religiosa se realiza a través del culto.
El pensamiento religioso se diferencia de las otras formas de
la conciencia social no sólo por el carácter y la forma espe-
cífica de la reflexión que realiza de la existencia social, sino
por el papel que desempeña en el desarrollo de la humani-
dad: inculcar en las masas trabajadoras la idea de que es pre-
ciso subordinarse al orden social existente en las sociedades
clasistas porque la divinidad así lo ha establecido, conciliar
o tratar de conciliar a los oprimidos con sus opresores para
evitar irrupciones revolucionarias; inducir al creyente a la
194 A rturo C ardozo

pasividad, coartar su actividad creadora y obstaculizar el de-


sarrollo del conocimiento científico en las áreas que consi-
dera exclusivas.
En la evolución de la humanidad la religión surgió como
un producto de las relaciones sociales en el momento en
que las fuerzas de la naturaleza y de la sociedad gobernaban
sobre los individuos. Antes de que se hicieran presentes las
condiciones para dar origen al pensamiento religioso existió
un largo período que los arqueólogos ha determinado en
un millón de años en el cual la conciencia primitiva care-
cía de religión y de sentimientos religiosos. El hombre de
conciencia gregaria no tenía aún capacidad para explicar los
fenómenos de la naturaleza que incidían en su existencia y
mucho menos para subordinarlos de algún modo a su po-
der. Para el hombre primitivo el mundo no era inanimado,
ni vacío, sino pleno de vida; y esta vida poseía individua-
lidad en el hombre, en la bestia, en la planta y en todo fe-
nómeno. Se enfrentaba a todos estos entes como si fuesen
seres vivientes, actuantes. Esta era su experiencia y a ella se
hallaban subordinados sus pensamientos, sus sentimientos y
sus acciones. El recuerdo de las experiencias pensadas, sen-
tidas y vividas se reprodujo en relatos que condujeron a la
aparición del mito. El mito tradujo experiencias concretas;
carecía de simbolismos y de abstracciones; se le aceptaba por
la confianza en la persona que lo transmitía. En esta etapa
de la conciencia social no se concebían aún poderes sobre-
naturales...
Cuando comenzó la división de las sociedades humanas
en clases sociales, en castas, junto a las fuerzas de la natu-
raleza se le enfrentaron al hombre las fuerzas sociales que
lo dominaron como si fueran extrañas. Los relatos fanta-
siosos que en un principio reflejaban sólo las fuerzas de la
naturaleza ahora reflejaban además fenómenos sociales. Los
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 195

viejos mitos fueron enriquecidos y reinterpretados; empe-


zaron a ser apreciados determinados fenómenos naturales a
través de analogías con fenómenos sociales; la creación era
un nacimiento, una primera pareja formada por el cielo y
la tierra, etc. Los entes de la naturaleza se personificaron,
reconociéndoles virtudes o maldades especiales que pueden
ser activadas o desactivadas en favor del grupo social reali-
zando una muy concreta actividad ritual. A los mitos se les
incorporaron simbolismos, ahora reflejaban imágenes desli-
gadas de los hechos concretos que les dieron origen y poco
a poco aparecieron las leyendas, las sagas, las fábulas, hasta
los cuentos de hadas. Por otra parte, los símbolos surgieron
mediante la analogía no como una simple relación men-
tal sino como una relación real, como una unión entre dos
objetos que eran recíprocamente dependientes. Por último,
tampoco se concebía una separación clara entre lo vivo y
lo muerto, entre el sueño, la alucinación o la visión y las
vivencias reales. Se aceptaba la relación entre los vivos y los
muertos y el interés de éstos por los problemas de los vivos.
En una palabra, todo lo que ocurría en el mundo formaba
parte de una misma realidad porque no se distinguía entre
lo real y lo imaginado. Así surgieron las primeras formas de
religión: la magia y el fetichismo, unidas al animismo. Estas
formas no se presentaron en su aspecto puro, sino combina-
das unas con otras, pero siguiendo un desarrollo paralelo al
del régimen de la comunidad primitiva.
Al surgir la división de clases se dieron en la sociedad las
condiciones para la elaboración de sistemas religiosos. El
pensamiento religioso refleja siempre la existencia de rela-
ciones de dominación y subordinación aunque, al igual que
las demás formas de la conciencia social, posee una relativa
independencia con respecto a la estructura económica. Esta
relativa autonomía es la que el permite una extraordinaria
196 A rturo C ardozo

estabilidad, le da un carácter conservador y hace posible a


los mitos religiosos sobrevivir a cambios estructurales y per-
durar. A pesar de lo dicho y sin que esto signifique una con-
tradicción, el pensamiento religioso sufre cambios radicales
y se adapta a las nuevas condiciones sociales.
El Dios único, el ser omnipotente que controla todos los
fenómenos de la naturaleza y todas las fuerzas que le son
contrarias no pudo aparecer en la mente del hombre antes
de que surgiera el rey único, cuyo modelo histórico recono-
cemos en el déspota oriental. El cristianismo nació durante
la crisis general del sistema esclavista y se fortaleció a medi-
da que el Imperio Romano se debilitaba y caía en pedazos.
El pensamiento religioso estuvo representado en la Edad
Media por la Filosofía Escolástica, la que podemos identifi-
car por los siguientes rasgos conceptuales: subordinación de
la Filosofía a la Teología, lo que significa que la especulación
filosófica no podía contradecir el dogma que era la verdad
(entre dos verdades no cabe contradicción); la Filosofía era
una colaboradora o mejor, un vasallo de la Teología en la
elaboración científica del contenido revelado. La Filosofía
Escolástica manifestaba gran respeto por la tradición; uti-
lizaba la lectura de un texto (lectio) y su comentario para
captar el contenido y establecer luego la comparación con
otros textos.
Entre los siglos IX y XII se planteó el famoso problema de
los universales: los llamados realistas se apoyaban en las ideas
platónicas, mientras que los nominalistas lo hacían en Aris-
tóteles. En la primera fase de la Edad Media prevalecieron
“los realistas”, mientras que a partir del siglo XI tuvo mayor
influencia la formulación del “nominalismo”. Los “realistas”
se expresaban así; todas las cosas que se ofrecen a nuestra in-
mediata experiencia son singulares, cada una con caracteres
concretos; pero nuestro entendimiento elabora conceptos
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 197

generales, abstractos. El entendimiento piensa lo universal


que es un simple nombre común aplicado a un conjunto de
seres parecidos o fuera de nuestra mente con existencia pro-
pia e inmaterial. En ellos hay algo real que es directamen-
te captado por el conocimiento intelectual. Antes de que
las cosas y como fundamentos de realidad e inteligibilidad,
los universales (las ideas) tienen existencia aparte, realidad
propia. Son cosas (res) De ahí el nombre de realistas. Los
nominalistas, por el contrario, negaban la existencia de los
universales; para ellos eran simples palabras (voces, soplos).
Sólo existían los seres concretos y las voces que emitían di-
chos seres. Los universales eran meros nombres (nomines).
Por eso se les llamó nominalistas.
Uno de los representantes más destacados de la Escolástica
durante esta primera fase medieval fue san Anselmo, obispo
de Canterbury (1033-1109), quien divulgó la idea de que el
creer es el principio del entender. Para probar la existencia
de Dios elaboró el llamado argumento ontológico funda-
mentado en la afirmación de que “Lo pensado existe en el
intelecto pensante con existencia análoga a lo real”.
El mejor representante de la segunda fase fue santo Tomás
de Aquino (1225-1274). Su tarea principal consistió en
incorporar el pensamiento aristotélico al pensamiento ca-
tólico. Se dice que cristianiza la filosofía del pensador grie-
go, colocándola en una relación de sumisión con respecto
a la revelación divina. Su sistema se denominó tomismo.
Podríamos sintetizarlo así: existen dos verdades: el saber
filosófico cuya fuente es la razón y el saber teológico que
se origina en la fe, en la revelación. No hay contradicción
entre Filosofía y Teología porque la fe conforta a la Filoso-
fía y la razón interviene en el conocimiento de la Teología.
Ambas constituyen el testimonio de la Verdad única. Para
demostrar la existencia de Dios mediante la razón expuso
198 A rturo C ardozo

cinco argumentos o vías: el primer motor, la primera causa


eficiente, un ser necesario que existe por sí mismo, un bien
en sí que es supremo y causa de los seres inferiores y, por
último, la primera Inteligencia ordenadora. En Dios no se
distingue la esencia de la existencia porque es simplemente
Dios. Este creó el mundo en el tiempo y con el tiempo.
Siguió a Aristóteles cuando definió el alma como principio
vital primero del cuerpo, como el acto realizador del mismo
cuerpo vivo. Alma y cuerpo, según él, se integran, pero el
alma es un ser pensante que aspira a ser feliz más allá de la
caducidad del cuerpo. Santo Tomás se declaró “nominalis-
ta” al negar la existencia de ideas innatas y al afirmar que el
conocimiento se iniciaba con las impresiones de los senti-
dos. La abstracción, según él, elevaba aquellas impresiones
singulares o fantasmas al plano de lo inmaterial y permitía
descubrir el elemento inteligible que potencialmente yacía
incluido en ellas. El pensamiento católico concibió que la
síntesis tomista demostraba la compenetración de las verda-
des naturales con la fe.
A partir de la segunda mitad del siglo XV la Filosofía em-
pezó a transitar en estrecha unión con las ciencias naturales.
Apareció lo que se ha denominado materialismo metafísi-
co, cuya tarea principal consistió en la investigación expe-
rimental de las cosas y de los fenómenos de una manera
aislada: dejó de verse el mundo como un todo único para
contemplarlo como una suma de cosas y fenómenos des-
vinculados entre sí. La Mecánica era la ciencia que hasta
entonces había obtenido mayor desarrollo y los materialis-
tas trataron de explicar todos los fenómenos de una manera
mecanicista. Este período histórico correspondió a la crisis
general del feudalismo, a la expansión mercantil de algunos
países europeos y a la acumulación del capital comercial. En
vísperas de la Revolución Francesa de 1789 —la que hizo
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 199

posible que la burguesía tomara el poder— se desarrolló en


Francia una importante corriente materialista que le sirvió
de arma teórica a la ascendente burguesía revolucionaria en
sus luchas contra el régimen feudal y su ideología religiosa.
Para Engels esta revolución filosófica fue un prólogo para
la revolución política, una bandera teórica en la lucha de la
burguesía revolucionaria contra el absolutismo y la Iglesia.
Este vasto movimiento que recibió el nombre de Ilustración,
tomó como objetivos la crítica de la ideología feudal, de
las supersticiones religiosas y la consagración de la libertad
de pensamiento en materia científica, filosófica y religiosa.
Formulaba una lucha de la razón contra la fe, de la ciencia
contra la mística, de la crítica contra la apología. Este movi-
miento culminó en la Enciclopedia que planificara Diderot
para reunir los resultados positivos que hasta entonces había
obtenido la humanidad tanto en el campo de la literatura,
las artes, las ciencias y la filosofía, como en la técnica y la
producción.
Trataremos ahora de estudiar las diferentes formas del
pensamiento de la sociedad colonial venezolana, tomando
como guías las tres corrientes que hemos esbozado, en razón
de sus influencias en nuestro medio social.
A) El pensamiento mágico:
Cuando estudiamos la formación económico-social de
los aborígenes “venezolanos”, al analizar su pensamien-
to tuvimos oportunidad de revisar algunos conceptos
sobre la magia. Ahora es el momento propicio para am-
pliar un poco lo que entonces dijimos.
La magia supone que tanto los cuerpos vivos como los
inorgánicos poseen fuerzas misteriosas (potencias o ma-
nas) que producen influencias recíprocas. Cada cosa tie-
ne una potencia o mana y cada una de éstas provoca un
determinado efecto. Se piensa que las plantas tienen el
200 A rturo C ardozo

poder de alimentar, curar o matar; que los animales po-


seen fuerzas y destrezas superiores a las de los hombres;
que detrás de los fenómenos naturales existen seres que
los producen. Se asegura que, por lo general, los seres
vivos y las cosas influyen en la vida humana con sus
efluvios.
Se le distinguen dos géneros: magia imitativa y magia
por contacto. La primera procura producir una po-
tencia para causar un efecto deseado, valiéndose de las
analogías. Imaginan “un principio de simpatía” según el
cual “lo similar produce lo similar”. La segunda intenta
posesionar a una persona de cierta potencia reconocida
en otro ser o cosa, mediante un acto de consunción y
comunión. Una tercera modalidad que pocos recono-
cen sería la magia a distancia, realizada a través del pen-
samiento mediante el simbolismo.
La magia utiliza objetos y palabras mágicas. Se supone
que la potencia residente en un objeto mágico, se pone
en movimiento mediante la pronunciación de una fór-
mula o frase que tiene también en sí misma un poder.
Se piensa que la fórmula o conjuro ejerce una fuerza
coercitiva sobre lo que se trata de controlar; que la coac-
ción actúa sobre un ser o una cosa cuando se les llama
por su nombre. Que si se les invoca innecesariamente
reaccionan irritados.
Los objetos mágicos adquieren diversas formas: algunas
veces se utiliza un elemento del individuo sobre el cual
debe producir la influencia. Comúnmente son los feti-
ches (cosas hechas) o figuras elaboradas con fines mági-
cos, pero también pueden ser empleados como instru-
mentos de magia algunos elementos o materias (agua,
hoja, madera, algodón, hierro o bronce, ungüentos, be-
bedizos, polvos, etc.).
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 201

En principio la magia está en condiciones de cubrir


cualquier situación y de cumplir todas las funciones
para las cuales se le requiera. Así previene contra todo
hechizo, protege vivienda y campos, aumenta las fuer-
zas físicas y la confianza en sí mismo, provoca daños y,
en sentido contrario, los rechaza; evita peligros, asegura
la longevidad, genera sentimientos de amor, de buena
voluntad y de afecto, coopera en la realización de los
deseos, cura enfermedades, previene accidentes, adivina
el futuro, etc.
Cuando las fuerzas productivas de una comunidad hu-
mana son capaces de dar un excedente económico es
posible que alguno o algunos de sus miembros se libe-
ren del trabajo físico y asuman funciones de dirección
en el grupo y de intermediarios entre las fuerzas de la
naturaleza y la comunidad. En ese momento aparece el
concepto de lo sobrenatural o supernormal, la creencia
en fuerzas místicas de carácter universal que constituye
el núcleo o la génesis del pensamiento religioso. En esta
fase de transición se le incorporan a las prácticas má-
gicas nuevos elementos elaborados por la fantasía que
provocan en el pensamiento mágico un reordenamien-
to de los conceptos y una mayor complejidad en sus
expresiones, como son la adivinación y sus técnicas, el
animismo, los ritos y ceremonias, etc. Apoyados en el
concepto de potencia se funde la “fe mágica” con la fe
religiosa.
La adivinación se define como la respuesta que se dan a
sí mismos los grupos humanos ante la necesidad de ave-
riguar e interpretar la voluntad de los seres sobrenaturales
cuya existencia aceptan. Se pretende en unos casos cono-
cer el futuro y en otros saber lo que está sucediendo en
lugares diferentes. En ciertos momentos se recurre a los
202 A rturo C ardozo

datos y en otros al simple azar; también se obtiene la in-


formación mediante el contacto con un espíritu posesio-
nado de la personalidad de un sujeto (médium). Durante
la posesión los mediadores experimentan un cambio en
su comportamiento habitual e incluso pueden modificar
el tono y timbre de sus voces.
La práctica mágico-religiosa recurre al ritual, a la ceremo-
nia para reforzar la creencia. En la ceremonia se dramatiza
el mito en presencia de todo el grupo. En las sociedades
en donde se encuentran institucionalizados los dirigentes
religiosos encargados de movilizar el poder de las fuer-
zas naturales, la ceremonia sirve para orientar al grupo en
las prácticas religiosas; se trata de una adoración dirigida.
Une a la gente aun cuando todos no sean participantes
sino espectadores. Mientras la mitología ordena las creen-
cias, el ritual remueve y fortalece la convicción.
El animismo es la creencia en que tanto los hombres
como los animales y objetos inanimados tienen espíritu.
Se le observan dos aspectos básicos que al entrelazarse lo
dotan de explicaciones coherentes: en primer término se
concibe en los espíritus cuya potencia varía hasta llegar a
las divinidades más poderosas. Por una parte se cree en
las almas y en su perdurabilidad y, por la otra, en los dis-
tintos grados de subordinación y control que mantienen
entre sí esos espíritus.
Hecha la precedente exposición sobre la magia, abordare-
mos el pensamiento mágico de la sociedad venezolana en el
período colonial. La sociedad colonial estaba formada ori-
ginariamente por tres estamentos de diferente procedencia
y de distinto grado de desarrollo que aportaron a la con-
ciencia social sus propias concepciones del mundo y sus
peculiares respuestas a los fenómenos naturales y sociales.
El indígena, el español y el africano convivieron, cada uno
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 203

en su estamento, dentro de la sociedad colonial y aporta-


ron sus acervos culturales aunque de manera desigual por
el diferente papel que les correspondiera desempeñar. El
español, en su condición de conquistador y miembro del
estamento dominante, se impuso en las relaciones de pro-
ducción y también en el ámbito de la conciencia social.
El aborigen y el africano, los dos estamentos oprimidos y
explotados en la esfera de producción, sufrieron idéntica
opresión en el contenido de sus pensamientos y creencias al
ser obligados a adoptarlas distintas formas de la conciencia
social de los pueblos españoles. Cualquier concepto, creen-
cia o rito opuesto al pensamiento religioso español era con-
siderado ilícito, pecaminoso, irregular y se le combatía por
todos los medios.
Sin embargo, los estamentos oprimidos lograron man-
tener vigentes muchas de sus creencias y de sus prácticas
mágicas, ocultándolas y ejercitándolas de modo clandes-
tino. La mayoría de las veces los cultos y ritos fueron rein-
terpretados y adaptados a la religión cristiana como un
recurso de supervivencia. Pero también dentro del pensa-
miento religioso del español vinieron adheridas muchas
creencias y prácticas propias del pensamiento mágico
europeo y específicamente de España, que se divulga-
ron a pesar de la vigilancia y la oposición de la Iglesia
y del Estado español; se amalgamaron con las creencias
procedentes del África y también con las ideadas por los
aborígenes. En definitiva, el pensamiento mágico de la
sociedad colonial venezolana, particularmente de los es-
tamentos inferiores, se hizo cada vez más complejo.
a) El aporte español
A partir del emperador Constantino los sistemas de
creencias sufrieron una reinterpretación: a medida
que el cristianismo pasó a identificarse oficialmente
204 A rturo C ardozo

con la verdad, el paganismo, la religión multisecular


del Imperio se asimiló con el error y el mal. Fue-
ron condenadas la idolatría y la magia. El Código
Teodosiano sancionó en su capítulo XV doce casos
de “maleficios”, uno de los cuales se refería a la ce-
lebración de sacrificios nocturnos e invocaciones en
honor de los demonios, cuyos autores quedaban
condenados a la pena de muerte. Los otros casos
comprendían las llamadas artes mágicas que estaban
formadas por la astrología, la adivinación, los male-
ficios y ligaturas, la matemática, la necromancia, la
fabricación de filtros y filacterias, la creencia en el
poder de los sortilegios, etc.
San Agustín en su obra “De la Ciudad de Dios”
(XVIII, 18) dejó constancia de que en su época se
creía en la metamorfosis: dijo haber conocido en
Italia ciertas mujeres que hacían el servicio de me-
soneras en algunas posadas, las que daban de comer
queso a los viajeros para transformarlos en jumentos
y destinarlos al transporte. Lo que criticaba no eran
las falsas creencias sino las malas acciones de esas
féminas. Por su parte, la Iglesia aceptaba más la tesis
del ensueño que la de la metamorfosis. Algunos tex-
tos sagrados la consideraban real.
El Fuero Juzgo (Lib. VI, Tit. II) condenaba a los sier-
vos e ingenuos (libres) que consultan con adivinos
(ariolos), sorteros (arúspices) y encantadores (vatici-
nadores) acerca de la salud o muerte del Rey; a los
que daban a tomar hierbas maléficas, a los produc-
tores de tempestades, a los que malograban viñas y
mieses; a los que turbaban la mente de los hombres
por medio de invocaciones del demonio y hacían
sacrificios en su honor; a los que con ligamentos y
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 205

palabras escritas procuraban el mal ajeno en el cuer-


po, en el espíritu y en sus bienes. Como es fácil ob-
servar, se creía en la existencia de estos poderes aun
cuando se considerasen ilícitos; por eso se castigaba a
los autores de tales hechos.
La Iglesia católica condenaba desde el punto de vis-
ta teológico tanto la magia como el paganismo. El
Concilio de Tours (año 813) impuso a los sacerdotes
la obligación de advertir a los fieles que los “encan-
tos” carecían de poder para aliviar a las personas y a
las bestias enfermas o moribundas; debían advertir
que no eran sino engaños y ardides del demonio. El
Concilio de París (año 829) determinó que existían
otros males perniciosos, restos del paganismo, como
la magia, la astrología judiciaria, el sortilegio, el ma-
leficio o envenenamiento, la adivinación, los hechi-
zos o encantos y las conjeturas sobre sueños. Estos
males, declaraba el Concilio, tenían que ser severa-
mente castigados según la Ley de Dios. Y agregaba:
“... hay gente que por los prestigios e ilusiones del
demonio pervierte de tal modo a los espíritus hu-
manos por medio de filtros, alimentos y filacterias,
que parecen volverlos estúpidos e insensibles a los
males que les hacen padecer. Se dice también que
esta gente puede turbar el aire con sus maleficios,
enviar granizos, predecir el futuro, quitar a los unos
los frutos y la leche para dárselos a otros y realizar
una infinidad de cosas semejantes. Si se descubre
a algunas personas de esta clase, hombres o muje-
res, se les debe castigar tanto más rigurosamente
cuanto que éstos tienen la malicia y temeridad de
no asustarse ni temer públicamente al demonio”.
(J.B. Tiers, Traité des Superstitions qui regardent les
206 A rturo C ardozo

secrements, citado por Julio Caro Baroja, Las Brujas


y su Mundo, p. 82).
Alfonso X (1284) en la Compilación de las Siete
Partidas, al legislar sobre la magia y brujería, toma
en cuenta la intención que mueve al autor y estable-
ce que si es mala merece castigo y si, por el contra-
rio, es buena merece un premio (P. Vil, Tit. XXIII,
Ley 111). Además, sanciona los actos de los agore-
ros, sorteros y otros adivinos, de los que encantan
espíritus, hacen imágenes y otros hechizos y de los
que dan hierbas para el enamoramiento de hombres
y mujeres.
El inquisidor dominico Nicolás Eymerich en su
Directorium Inquisitorum (1399) estableció tres
clases de brujería: 1) la de los que le rendían a los
demonios un culto de latría; 2) la de los que se
limitaban a darles un culto de dulía o hiperdulía,
mezclando los nombres de los santos con los de los
demonios en las letanías o rogando que los diablos
fuesen mediadores ante Dios; y 3) la de los que
invocaban siempre a los demonios con trazos de
figuras mágicas, colocando un niño en medio de
círculos, sirviéndose de una espada, de un espejo
o de otro objeto. Sentenciaba el prenombrado juez
que el pecado (delito) de herejía sólo se hallaba
presente cuando al demonio se le hacían peticio-
nes; nunca cuando se le daban órdenes.
La Bula de Inocencio VIII (1484) expresaba que
cierto número de personas en el centro de Europa
se había apartado de la fe católica para darse “... a
los demonios íncubos y súcubus y, por sus encantos,
hechizos, conjuros, sortilegios, crímenes y actos infa-
mes, destruyen y matan el fruto en el vientre de las
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 207

mujeres, ganados y otros animales de especies dife-


rentes; destruyen las cosechas, las vides, los huertos,
los prados y los pastos, los trigos, los granos y otras
plantas y legumbres de la tierra; afligen y atormentan
con dolores y males atroces, tanto interiores y exterio-
res, a estos mismos hombres, mujeres y bestias, reba-
ños y animales, e impiden que los hombres puedan
engendrar y las mujeres concebir y que los maridos
cumplan con el deber conyugal con sus mujeres y las
mujeres con sus maridos; con boca sacrílega reniegan
de la fe que han recibido en el Santo Bautismo; no
temen cometer y perpetrar, a instigación del enemigo
del género humano, otros muchos excesos y crímenes
abominables con peligro de sus almas, desprecio de la
Divina Majestad y peligroso escándalo de muchos”.
Dos años después (1486) fue publicado el Malleus
Maleficarum, una especie de código dedicado a
sancionar los delitos de brujería. En primer térmi-
no aceptaba la existencia de los maleficios realiza-
dos en colaboración con el demonio y declaraba
además que éste podía causar males sin ayuda de
nadie. En segundo lugar consagraba la existencia
de demonios íncubos (diablos que bajo la figura
de varón realizaban actos sexuales con mujeres) y
demonios súcubos (diablos que bajo la figura de
mujer mantenían relaciones carnales con varones).
En tercer lugar, aseguraba que los cuerpos celestes
intervenían en la multiplicación de los maleficios
realizados generalmente por mujeres. Por último,
explicaba el gran poder que detentaban las brujas
y describía el modo de combatir sus malas obras.
Revelaba que brujos y brujas constituían una secta
presidida por el demonio.
208 A rturo C ardozo

El pensamiento mágico de las clases altas se en-


troncaba casi siempre con las supersticiones clási-
cas (greco-romanas): la astrología gozaba de gran
prestigio. Entre las clases bajas la fuente principal
de sus creencias radicaba en las tradiciones, en la
observación de agüeros y presagios, en la fe puesta
en el conjuro de los demonios y en el miedo a los
fantasmas.
He aquí algunos conceptos mágicos traídos a Amé-
rica por los españoles e incorporados a la conciencia
social de la sociedad venezolana durante la colonia:
1. Todo lo que tiene nombre (lo que se expresa
con palabras) existe; no como un simple con-
cepto, sino como realidad concreta, física. Si se
habla de brujas es porque las hay; lo mismo si
se rumorea sobre transformaciones de hombres
en animales. Algunas de las leyes señaladas ante-
riormente aplicaban este concepto.
2. Quienes ejecutan actos de magia y brujería y
quienes afirman la existencia de brujas y trans-
formaciones de hombres en animales dicen fal-
sedades y sus afirmaciones son producto de una
imaginación alterada por el demonio. Este fue el
criterio de los agustinos y el concepto aplicado
por otras leyes.
3. La creencia en las brujas fue una reinterpre-
tación hecha en la Edad Media del culto de
Diana: “Oh confidente de mis actos, Noche y
Diana, tú que reinas sobre el silencio, cuando
se realizan los ritos secretos, ahora, ahora mis-
mo volcad sobre las casas enemigas vuestra ira
y vuestra divina voluntad!”. (Horacio, Epodos,
5, 49-54).
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 209

— El Concilio de Ancyra (año 314) dejó cons-


tancia de que había “... ciertas mujeres cri-
minales, convertidas en Satán, seducidas
por las ilusiones y fantasmas del demonio,
creen y profesan que durante las noches,
con Diana, diosa de los paganos (o con He-
rodiade) e innumerable multitud de mu-
jeres, cabalgan sobre ciertas bestias y atra-
viesan los espacios en la calma nocturna,
obedeciendo a sus órdenes como a las de
una dueña absoluta”.
— La provincia de Guipúzcoa dirigió en 1466
una representación a Enrique IV de Castilla
informándole sobre los daños que causaban
en ella las brujas, cuya destrucción conside-
raba indispensable; se acusaba a los alcaldes
de indulgentes o indolentes. Se solicitaba
del Rey la facultad para sentenciar y ejecu-
tar sin derecho a apelación a los brujos. El
monarca accedió por Cédula Real del 15 de
agosto del mencionado año.
— En 1529 se establecían comparaciones entre
la brujería y el cristianismo: los cristianos se
persignaban con la mano derecha, mientras
los brujos utilizaban la izquierda para los
conjuros; los católicos tenían sacramentos
y los brujos excrementos. El aquelarre o
asamblea de brujas era una imitación de la
Iglesia con sus dignidades.
— Lope de Vega escribía desde Toledo el 8 de
mayo de 1615 lo siguiente: “Aquí ha llegado
hoy notable gente de la Corte, de la mayor y
menor jerarquía; he pasado el día razonable-
210 A rturo C ardozo

mente viendo entrar por la puerta de Visagra


tantas diferencias que, como para todos no
debe haber coches ni muías, es cosa ridícula
ver tantas damas en pollinos con sombreros
emplumados y robozinos con oro, no poco
preciados de los manteos, que de la misma
suerte las conducen a Toledo los aguadores
que pudieron ir al Sotillo el día de Santiago
el Verde, (...) de suerte que vendrán a verse
unos a otros; comerán extremados espárra-
gos y barbos, y volveranse”. Iban sólo a ver
quemar a los relajados, a los falsos santos y a
los aritméticos.
4. Cuando la Iglesia se hizo poder, autoridad,
dejó de dialogar con los paganos; cambió su
postura. El mundo celestial fue pensado a ima-
gen y semejanza de la organización feudal: en
lo más alto estaba Dios con su coro de ánge-
les y santos, debajo los mortales y en la parte
inferior los espíritus malignos siempre en ace-
cho. Se hizo firme la idea de que el diablo era
un acompañante permanente del hombre que
intentaba su perdición, auxiliado por numero-
sos genios maléficos (arpías, sirenas, centauros,
gigantes, endriagos y sierpes), provenientes al-
gunos de la mitología greco-romana. Los ves-
tigios de los cultos y creencias paganas pasaron
a ser concebidos como expresión de poderes
diabólicos. En esta reinterpretación intervino
santo Tomás de Aquino con su propósito de
elaborar un sistema filosófico armonioso.
Las mujeres se consideraban como las primeras
víctimas del demonio. En las tentaciones que
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 211

se hacían a los santos aparecía el diablo valién-


dose de la mujer. Son numerosos los óleos de
esa época que presentan tales situaciones. En
muchas obras literarias y pictóricas se tomaron
como temas los pactos con el diablo: se admitía
que existían hombres que abandonaban el ser-
vicio de Dios para ponerse al servicio del otro
señor, que era el diablo. Resulta fácil observar
la influencia del régimen de servidumbre en es-
tas creencias.
5. La posesión fue otra creencia de carácter reli-
gioso. El endemoniado o poseso era una per-
sona de cualquier sexo que se sentía poseído
por un espíritu impuro o inmundo que lo im-
pulsaba a comportarse y hablar de modo dife-
rente y contrario a su voluntad. Al poseso no
se le consideraba pecador o delincuente sino
víctima porque su voluntad estaba violentada
por el espíritu invasor. El acto de posesión po-
día ser realizado directamente por el demonio
a través de una persona interesada en hacerlo:
en inteligencia con el diablo se encargaba de
endemoniar.
6. El mal de ojo o simplemente aojo fue otra
creencia muy divulgada en España. Se asegu-
raba que la causa radicaba en ciertas sustancias
nocivas que tenían los ojos de personas con una
determinada contextura. De ahí que el mal de
ojo no era necesariamente un efecto de la mala
voluntad. Se consideraba que el aojo era una
cosa natural provocada por impurezas y sucie-
dades que lanzan los ojos de ciertas personas
como las viejas solteras, los lisiados y ciertos
212 A rturo C ardozo

enfermos. La medicina popular indicaba como


antídotos el agua y la sal.
7. Se establecían dos tipos de magia según la uti-
lidad o nocividad de sus efectos:
— A la magia benéfica la denominaban magia
blanca. Se le consideraba lícita y algunas
veces necesaria como era el caso de la que
se aplicaba a las curaciones. Se le conocían
incontables usos, como por ejemplo, para
producir lluvia, parar el granizo, expulsar las
nubes, calmar los vientos, hacer prosperar
animales y plantas y aumentar los bienes.
— La magia nociva o negra recibía también el
nombre de hechicería. En un principio se
le atribuía a divinidades; durante la Edad
Media se pensó que era especialidad del
diablo. Se practicaba generalmente en ho-
ras nocturnas bajo la influencia de la luna
(el lunático era un afectado por la luna); la
realizaban personas especializadas (hechi-
ceros) que poseían conocimientos secretos
aprendidos por tradición oral; se utilizaban
máscaras, se pronunciaban conjuros y se
aplicaban sustancias nocivas. Las razones
para practicarla eran los sentimientos de
odio, el amor, la envidia, etc. La llamada
magia erótica se relacionaba con el amor y
el sexo.
b) El aporte africano
La presencia del africano en la sociedad venezolana
fue, en primer lugar, muy desigual. La población
negra se concentró (o mejor, fue concentrada) en
las plantaciones de la costa, en algunos valles y en
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 213

las tierras llanas del sur del lago de Maracaibo.


También en las ciudades, pero ya no como brace-
ros agrícolas sino como sirvientes domésticos. Por
otra parte, en su condición de esclavos, pertene-
cían al más bajo de los estamentos sociales, al más
oprimido, al que se le privaba hasta de su condi-
ción de persona, al que se le negaba la posibilidad
de desenvolverse como grupo familiar o étnico y se
le impedía mantener viva su cultura.
Sin embargo, el africano, esclavizado o libre, logró
de alguna manera irregular, subrepticia e imagina-
tiva, mantener vivas sus creencias y ritos; no en su
pureza original, pero al menos adheridas a la con-
cepción cristiana que practicaban los estamentos
más bajos de la sociedad. También la nobleza seño-
rial captó algunos elementos de la cultura africana
a través de los esclavos domésticos que mantenían
contacto directo y cotidiano con todos los miem-
bros de la familia, especialmente con los niños.
Los africanos traídos a América y, en particular, a
Venezuela procedían de África occidental, de las
regiones que hoy se denominan Costa de Oro,
Togo, Alto Volta, Nigeria, Zaire, Angola, Senegal
y de la isla de Cabo Verde. Los grupos étnicos que
presentaban un mayor grado de desarrollo social
eran los Yoruro de Nigeria, los Fan de Dahomey,
los Bantú de Zaire-Angola y las tribus de Costa de
Oro. De todos estos grupos étnicos fueron proba-
blemente los Bantú los que tuvieron mayor pre-
sencia en la sociedad colonial venezolana. A ellos
nos vamos a referir especialmente.
Pensaban que los entes y fenómenos de la natura-
leza se hallaban clasificados en cuatro categorías:
214 A rturo C ardozo

muntú, kintú, hantú y kuntú. Fuera de ellas no


había nada imaginable. Todas representaban fuer-
zas, aunque de distinta naturaleza. El muntú era la
fuerza que tenía el don de la inteligencia y el domi-
nio sobre el nommo (la palabra), ahí se incluía al
hombre, en sus tres estados: vivo, difunto y espíri-
tu. Al kintú pertenecían los animales, los vegetales,
los minerales, los instrumentos y objetos de uso
común que carecían de voluntad propia; eran fuer-
zas que para ponerse en movimiento o realizarse,
esperaban las órdenes de un muntú (hombre). El
nantú era la fuerza que situaba en el espacio o en el
tiempo todo suceso o movimiento; jamás estaba en
reposo. El kuntú envolvió un concepto abstracto
sumamente extraño como la hermosura y la risa,
desligado de todo ente concreto. Se concebía el reír
sin el sujeto o persona que riera.
Vamos a tratar de presentar algunos rasgos del
pensamiento africano desarrollados dentro de la
cosmovisión que hemos esbozado.
1. Dios es el gran muntú, la gran persona, la gran
fuerza vital, el sabio más esclarecido que co-
noce a todos los entes, que ahonda más que
nadie el conocimiento de las fuerzas naturales.
Dios es un progenitor universal, pura fuerza
procreativa, es el Ntu.
2. Los difuntos subsisten en estado encorva-
do, como fuerzas disminuidas; sin embargo
conservan una fuerza vital superior. Entre los
muertos y los vivos no existen límites, de tal
manera que la muerte carece de significado. Se
entiende que la vida es la unión de un cuerpo
con una sombra y dura mientras no se sepa-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 215

ren. Un cuerpo animal se une a una sombra


animal y surge un animal vivo. El surgimiento
de un ser humano se produce por la unión de
un cuerpo y una sombra que generan la vida,
pero además se les suma el nomino. Es un pro-
ceso biológico-espiritual. Cuando un hombre
muere termina la vida biológica y espiritual,
pero continúa la fuerza vital, el nommo. Los
difuntos no viven pero existen como fuerzas
espirituales.
3. Los difuntos son fuerzas espirituales capaces de
influir en los descendientes vivos y se ocupan
de reforzarles las fuerzas vitales. Un difunto
puede renacer en varios individuos diferentes,
siempre que sean sus descendientes.
4. El culto se manifiesta por el sacrificio ofrecido
por el descendiente más viejo del antepasado
común. Representa el eslabón natural entre
muertos y vivos porque es la persona que se
halla más cerca de los difuntos. El sacrificio es
la reafirmación del nexo con los antepasados.
Con éstos se comparten alimentos en una es-
pecie de diálogo. El sacrificio es una expresión
de la reciprocidad existente entre el hombre y
el universo.
5. Todas las cosas y fuerzas sin inteligencia están
a la disposición del hombre: por sí mismas ca-
recen de actividad. Es la acción de un hombre
(vivo o difunto) la que puede activar las cosas,
los seres vivos y a otros hombres.
6. No es Dios el que le da todo al hombre. La
tierra es la que le suministra el agua, el fuego,
los minerales, las plantas cuando el hombre los
216 A rturo C ardozo

busca. Las frutas las dan las plantas sembradas


por el hombre. En general, nada proviene de
Dios; todo lo produce la tierra y el hombre lo
adquiere mediante su trabajo.
7. Según los Bantú la siembra no bastaba para
que las plantas dieran frutos, era necesario el
nomino, es decir la conjunción de agua, semi-
lla y palabra (voz humana). Por esta razón se
requería una frase o un canto. Era la palabra
la que hacía que germinaran las plantas, que
crecieran los frutos y que las vacas se preñaran
y dieran leche. Ninguna medicina, talismán,
cuerno o veneno producía algún efecto si no se
le acompañaba de la palabra.
8. La hechicería no era tal si no estaba acompaña-
da de la palabra: con ella se conjuraba, encan-
taba, bendecía o maldecía. Mediante la palabra
el hombre imponía su dominio sobre las cosas,
sin la palabra las fuerzas estarían estáticas, en
reposo. Quien ordenaba a través de la palabra
hacía magia. La magia de la transformación ja-
más llegaba a su fin porque la palabra lo iba
transformando todo.
9. Las divinidades eran buenas o malas según la
actitud que el hombre asumía hacia ellas. Po-
dían ser manipuladas: cuando estaban irritadas
se les contentaba con sacrificios. Su conducta
era muy semejante a la del hombre: tenían sus
virtudes y sus defectos. Cada comunidad po-
seía su propia deidad y la fiesta en su honor era
el suceso más importante.
10. Concebían la existencia de espíritus errantes a
los que nadie les hacía sacrificios. Estos, en re-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 217

presalia, se apoderaban de los niños para robar-


les la “sustancia vital”. Era la razón por la cual
morían. Los espíritus errantes tomaban frecuen-
temente la figura de enanos para raptar niños.
c) El pensamiento mágico de la sociedad colonial
Ha sido una constante histórica el hecho de que
cuando un grupo humano conquista a otro se re-
conoce a sí mismo como superior y procura de
inmediato que el grupo vencido le reconozca esa
superioridad para afianzar su dominio. En el ám-
bito del pensamiento mágico se pensaba que el
triunfo se debía, no a alguna razón tecnológica,
económica u organizativa, sino al poder superior
que tenían los dioses del grupo conquistador. Este
reconocimiento por parte del conquistado servía
de elemento persuasivo para la aceptación de la de-
rrota, fundamentándola en una causa sobrenatu-
ral. Como se trataba de un combate entre dioses, el
conquistador temía la revancha de los dioses venci-
dos y, para aminorar sus iras y deseos de venganza,
se posesionaba de ellos para incorporarlos a su sis-
tema religioso. Este fue, para citar un ejemplo, el
caso de los incas.
El español hizo en América lo mismo, aunque bajo
formas diferentes. En primer término pensó que la
religión católica que profesaba era la única verda-
dera y siendo así, las demás religiones, los cultos,
las creencias y otras maneras de concebir el mundo
eran falsas; sus practicantes eran infieles o paganos
y había que convertirlos al cristianismo. Primero, a
través de la catequesis o persuasión y luego, si ésta
no daba resultados, mediante la violencia institucio-
nal: reducción, azotes, cepo, previa destrucción de
218 A rturo C ardozo

los elementos materiales del aborigen conquistado


y del africano esclavizado. Esta fue la línea oficial
trazada por la Iglesia y el Estado español en las colo-
nias americanas, Pero la vida misma iba presentan-
do situaciones marginales o irregulares y a pesar del
rechazo clerical, las prácticas mágicas se abrían paso
para incorporarse a las creencias y ritos católicos.
Al catolicismo que podríamos calificar de popular
se le sumaron gradualmente conceptos indígenas y
africanos. Los misioneros en cierto modo contribu-
yeron a la conservación de creencias y ritos extraños
cuando al adoctrinar a los indios les permitieron
continuar sus ritos, adaptándolos al cristianismo.
Esas adaptaciones han sobrevivido hasta el presente,
aunque sujetas a constantes reinterpretaciones.
El sincretismo (unión de dos contrarios) es una for-
ma de reinterpretación: el resultado más frecuente
del contacto de dos culturas, de dos concepciones.
Constituye un proceso continuo de cambio, ge-
nerado por dos formas primarias y antagónicas: la
aceptación pura y simple de la nueva cosmovisión
impuesta o el rechazo categórico. La aceptación de-
termina, en definitiva, la asimilación; mientras que
el rechazo se manifiesta en movimientos opuestos
al contacto que tienden a mantener la vigencia de
las creencias y ritos propios. En Venezuela algu-
nos rasgos culturales se difundieron más allá de los
grupos étnicos que los generaron y se conservaron
por sí mismos en el seno de otros grupos; así ele-
mentos culturales de África Occidental se hallaban
presentes entre descendientes de españoles, mesti-
zos e indígenas. Lo mismo aconteció con los rasgos
de procedencia indígena que se incorporaron al es-
tamento de los conquistadores y al de los esclavos.
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 219

La magia africana impresionó constantemente al


español. Entre los esclavistas se mantuvo el temor
a las fuerzas ocultas de los hechiceros negros, cuyas
prácticas eran parcialmente conocidas en Europa.
En el continente americano la magia europea se
fundió con las magias aborigen y africana, espe-
cialmente con la última, formando una síntesis.
En cuanto al sincretismo religioso, conviene recor-
dar que en los tiempos coloniales hubo cofradías
de esclavos y negros libres que bajo la invocación
de santos católicos continuaron rindiendo culto a
deidades africanas.
Vamos a presentar un cuadro informativo del pen-
samiento mágico-religioso de la sociedad colonial
venezolana con el modesto objetivo de dar una
idea general al lector.
1. Los indígenas no siempre respondieron positiva-
mente a la política catequística de los misioneros y
doctrineros, a pesar de la habilidad de sus técnicas de
persuasión y de la fuerza con que las respaldaban. El
deseo de romper la dependencia a que se les sometía
y regresar a su primitiva autodeterminación estaba
unido a la idea de mantenerse leales a sus creencias
y ritos tradicionales. Inútilmente realizaron todo lo
posible para destruir el yugo. Grupos étnicos, siglo
y medio después de haber sido catequizados, aún
mantenían vivas sus creencias y ritos. Citaremos el
caso de los aborígenes del distrito municipal de Tru-
jillo cuya conquista y cristianización comenzó en la
segunda mitad del siglo XVI:
— El 17 de julio de 1712 se publicó un auto en
la parroquia de Santa Ana “... calificando a los
naturales de idólatras nuevamente instigados
220 A rturo C ardozo

por el demonio para negar al Dios verdadero”.


Se les impuso la excomunión por no denunciar
a los delincuentes. Asentaba el fallo eclesiástico
que “... andaban al punto los piaches Mateos
Frontino, natural de San Miguel, Sal Pérez de
Guandá y un santero más afamado que todos,
Pablo de Boconó, de monte en monte, de Tojo-
nó en Guandá y de Siquisay en Mocoy, vestido
con plumas de guacamayas, señalando el caracol
con labios en que aderezaban la brujería; y a la
cual los indios ofrendaban plata, cacao y maza-
to, a fin de que lloviera sobre sus conucos, éstos;
o no picase aljorra ni gusanos en las cosechas,
aquéllos, cual porque no obligaran al hijo a la
doctrina; quien para que olvidase el encomen-
dero los tres días de gabela o los cuatro reales
del tributo; por temor a la peste de puntada que
destruía lugares enteros, los unos y en objetos
baladíes los otros por mera idolatría”. Se dice
que el juez anduvo por los montes “... rom-
piendo ídolos y chorotes, quemando caracoles
y plumajes, demoliendo santuarios y azotando
caciques, santeros, piaches y dogmatizantes, ata-
dos al poste de pies y manos en las plazas de
Niquitao, Carache, Siquisay, Santa Ana, Tostós,
Boconó, Santiago del Burrero, Quebrada de
San Roque y Jajó de San Pedro; predicando a
hacientes y condescendientes lo abominable del
pecado cometido contra la santa fe católica y los
mandamientos de ambas Majestades, y conde-
nando a los culpables a fin de servir de criados y
chasques en los conventos de Trujillo a ración de
tributo solamente”. (Amílcar Fonseca, Orígenes
Trujillanos, p. 64).
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 221

— El dogmatizador Juan de Mendoza fabricaba


casas ocultas en Carache para realizar en cijas
ofrendas y ceremonias. El 26 de septiembre de
1713 se le siguió un juicio público en la plaza
de la población y fue acusado de levantar vein-
ticuatro casas de adoración y elaborado setenta
y cuatro ídolos. Los aborígenes de Carache fue-
ron acusados de idolatría y se les obligó a llevar
en la mano un haz de paja en señal de bes-
tialidad; doblaron las campanas y los acusados
fueron puestos de rodillas. El cura con cruz alta
y monaguillos hizo exorcismos con caldereta e
incensarios. Se obligó a los indígenas escupir a
los ídolos y lanzarlos, uno a uno, en una ho-
guera preparada previamente por el corregidor.
Mientras esto acontecía, toda la feligresía reza-
ba en alta voz el Credo. Luego hubo una pro-
cesión encabezada por el estamento blanco y, al
entrar al templo, oyeron un sermón y las sen-
tencias que consistieron en azotes y en servicios
a los señores de la tierra. (Amílcar Fonseca, ob.
cit., p. 65).
— En 1750 el indio bocones Juan Benito Vás-
quez, residente en Carache, en acto que nos
recuerda al fugaz reino del negro Miguel en las
minas de Buria, se tituló obispo y procedió a
ordenar como sacerdotes a otros tres aboríge-
nes (Dionisio el Tartamudo, Gonzalo Patero y
don Lorenzo de Urbina, cacique de Siquisay).
Contaba con creyentes en Siquisay, Santa Ana,
Pampán, Mocoy, Cubiscús, Beticó, Esnugüé y
San Jacinto. En los santuarios adoraba “... un
muñeco de monstruosas formas con plumas
222 A rturo C ardozo

de guacamaya vestido y sombrero de paja cu-


bierto”. Este origina] obispo decía misa, ben-
decía conucos, bestias y ganados, recetaba a
los enfermos, castigaba a los malcasados y de
tarde en cuando hacía la mojonería, “según
las necesidades del tiempo, a oscuras, detrás
de una manta negra tupida, a la chita callan-
do. aunque con jerigonzas y mormollos, de
los cuales no se entendía sino ‘Hueve, llueve,
llueve’ y luego llovía aunque fuese en verano,
concediendo cuanto le pidiesen. Y mientras el
oficiante fatigaba con el demonio recogían los
cortejantes las ofrendas...”
Avanzada la noche terminaba la función “con
macabros al son de pitos y tambores, maracas
y fotutos en que lucían a basto la fermento-
sa chicha y el aguardiente catalán”. Al cacique
don Lorenzo de Urbina se le acusaba además
de tener “en una cajeta llena de limalla u oro
en polvo, un muñeco también del mismo me-
tal, su dios milagroso, que no lo mostraba para
adorarlo sino por ofrendas de gran valor”. Se le
condenó a diez años en la Barra de Maracaibo
por idólatra, brujo y supersticioso. (Amílcar
Fonseca, ob. cit., pp. 66-67)
— En 1778 el obispo Mariano Martí encontrán-
dose de visita en la población de Araure, reci-
bió la denuncia de que “... algunos indios de
Acarigua, cerca de esta villa hacían idolatrías
en una cueva del río nombrado Bocoy...” Or-
denó el reconocimiento de la cueva, pero no se
encontró ídolo alguno ni otra señal. El obispo,
por auto de fe dado en enero de 1779 dispuso;
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 223

“... que dichos se abstengan de ir ni de acercar-


se a dicha cueva, a distancia de cuatro leguas,
por pretexto alguno”. (Obispo Mariano Martí,
Libro Personal, t. II, p. 17).
2. Dentro del culto y ceremonias católicas se intro-
dujeron numerosas creencias y prácticas mágicas
de diversas procedencias que el clero no siempre
estuvo en condiciones de reprimir. En algunos ca-
sos los indios aprovechaban la devoción a determi-
nados santos católicos para introducir subrepticia-
mente sus concepciones mágicas; en otros casos se
daban situaciones ambiguas o mejor incoherentes,
al coexistir al lado del credo católico y sus ritos,
concepciones antagónicas destinadas a situaciones
concretas. Podríamos decir que hubo una convi-
vencia del pensamiento mágico con el pensamien-
to cristiano. Aquel se adaptaba a éste y lo comple-
mentaba en la emergencia.
­— El obispo Martí dictó en Carora una provi-
dencia el 10 de julio de 1776 en la cual se lee
lo siguiente: “... Hallándonos informados de
que abusándose por algunos de la sencillez y
simplicidad de las gentes de los campos, les in-
troducen oraciones reprobadas entre las cuales
se ha esparcido la que llaman o se intitula de
la Corona del Redentor; ordenamos y man-
damos que las personas que tuvieran éstas o
cualquier otra las presenten desde luego bajo
la pena de excomunión mayor, ante nuestro
Vicario, o a los curas de la presente iglesia o
al Presbítero don Ignacio de Hoces, para que
vistas y reconocidas algunas cosas opuestas a
la pureza de nuestra santa fe católica, y bue-
224 A rturo C ardozo

nas costumbres sean enteramente abolidas (...)


Siendo así mismo obligados a cortar y destruir
tantas vanas observaciones y noticiosos de que
la gente común resiste casarse en día martes, y
que las que llaman comadres o parteras, entre
varios abusos, tienen el de poner a las partu-
rientas un sombrero negro o sobre el vientre
el pie uno que se nombre Juan, para facilitar
el parto; y como estas prácticas no tengan co-
nexión ni proporción alguna, ni puedan influir
al fin que se intenta: ordenamos y mandamos
que los predichos curas, procuren desde luego
desimpresionar a las tales personas de estas o
semejantes y de otra cualesquiera vanas obser-
vaciones o supersticiones...” (Obispo Mariano
Martí, Providencias, pp. 164-165).
— En la población de Calabozo las mujeres en
menstruación no cumplían con la obligación
de oír misa, persuadidas de que si lo hacían
perjudicarían su salud. Según el mencionado
obispo esta vana creencia u otra semejante era
“... un medio con que el común enemigo (el
diablo) pretende privarlas de este beneficio es-
piritual...” (ob. cit., p. 333).
— El prelado Martí expresó que sintió horror que
algunos vecinos de Parapara ”... arrebatados
por sus torpes pasiones se valen para mayor
incentivo y desenfreno en sus vicios de cier-
tas hojas o raíces que aplicadas en el tabaco de
humo o tocadas por alguna persona se supone
excitan su voluntad y la atraen a un vil, impuro
deleite; cuya práctica de aplicar dichas hojas o
raíces, aunque por sí tal vez no tengan ellas la
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 225

eficacia que se persuaden, no carece el intento


de grave culpa por lo abominable del fin”. Estas
prácticas conducían a la excomunión mayor.
Otra creencia captada por el Visitador en Para-
para fue la de que entre los feligreses circulaban
“... vanas creencias como son de ciertas frutas
cogidas en Viernes Santo tienen virtud para
curar algunas enfermedades; que no pueden
bañarse en los viernes de todo el año porque es
nocivo; y que los que contraen matrimonio en
día martes experimentan muchas desgracias y
tienen mal fin...” (ob. cit. pp. 335-336).
— En el pueblo de Altagracia de Orituco tuvo oca-
sión nuestro informante de observar “...la depra-
vada y diabólica costumbre de usarse de algunas
oraciones supersticiosas en lo que ellos llaman
ensalmos de las criaturas enfermas creídos que
tienen virtud eficaz para restituirles la salud: que
también están persuadidos a que el compadraz-
go que dicen de voluntad es más apreciable y
superior que el bautismo y la confirmación; y
que así mismo por la simplicidad, ignorancia y
falta de reflexión hay entre dichos feligreses la
vana creencia de que el canto del ave nombrada
Guacagua o Titigí o del Gallo a prima noche
es indicio cierto de que ha de morir alguno, o
que se han dado puñaladas en el pueblo, o que
vienen guerras”, (ob. cit., p. 422).
— En San Francisco de Cara descubrió el obispo
que había la “diabólica costumbre de rezar la
oración que ellos llaman del juez, persuadidos
maliciosamente de que cuando la rezan no son
vistos de las justicias aunque en presencia de
226 A rturo C ardozo

ellas y de otras personas estén cometiendo sus


liviandades, hurtos y otros delitos: habiendo
entendido que también por alguno de esta pa-
rroquia se reza otra oración que nombran del
Santo Sepulcro, figurándose que con traerla ,
consigo y rezarla están libres de rayos y cen-
tellas, de morir sin confesión, ni de heridas
aunque las reciban y que tres días antes de su
muerte se les aparecerá Nuestra Señora: lo que
les induce a llevar una vida desarreglada y a
continuar en sus perniciosas costumbres, con-
fiados temerariamente en dicha oración”. En
ese pueblo investigó otra creencia: “...para el
hallazgo de las cosas perdidas se ha de poner
una luz al alma que fanáticamente llaman de
Curarigua o al Hermano Penitente y encendi-
da al revés al Diablo...” (ob. cit., pp. 428-429).
— En 1784, en la Parroquia de Santa Cruz del
valle de Maicara, ya al final de su visita, supo el
obispo Martí que en “... algunos de estos feli-
greses se ha introducido la diabólica persuasión
de que hallándose con culpas cuya gravedad les
haga vergonzosa su confesión pueden confesar-
se solamente de aquéllas que les causen menor
pudor y que acusándose de las más graves ante
una imagen de Jesucristo o María Santísima les
quedaban perdonadas...” Disgustado el prela-
do, les afirmó que la confesión era nula c in-
digna la recepción de Eucaristía.
3. En algunas regiones de América las religiones afri-
canas se mantuvieron en un elevado grado de pu-
reza durante el régimen colonial. En las Antillas
el indígena desapareció tempranamente y toda la
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 227

fuerza de trabajo utilizada procedía de África. En


Brasil la importación de esclavos africanos conti-
nuó hasta fines del siglo XIX en grandes cantida-
des para las explotaciones de caña de azúcar. En el
seno de la sociedad brasileña se mantuvieron casi
en estado original algunos cultos africanos como el
‘candoble’ de Bahía (yoruba), la ‘macumba’ de Río
de Janeiro, el ‘batuque’ de Porto Alegre (bantú),
el ‘changó’ de Recife, entre otras: en las Antillas
aconteció algo semejante con el ‘voudú’ de Haití,
la santería cubana (yoruba, lucumí, babalao) entre
otros. En Venezuela se mantuvo la presencia del
aborigen y los estamentos intermedios (mestizos,
mulatos y zambos) llegaron en un momento dado
a constituirse en mayoría dentro de la población.
Aquí todos los cultos africanos y aborígenes se
‘diluyeron’ dentro de la religión católica. Sin em-
bargo, algunas divinidades africanas sobrevivieron
bajo otros nombres. Los santos que esconden cul-
tos idólatras presentan características como éstas:
— No son ni buenos ni malos de un modo abso-
luto, sino fuerzas que reaccionan según el com-
portamiento de los humanos hacia ellos. Po-
dríamos decir que poseen las mismas virtudes
y cualidades de un creyente: ayudan a quien los
atiende, son vengativos, beben licor y bailan,
viajan o pasean; hasta se bañan.
— Al santo se le trata como si fuera un vecino,
un amigo, un familiar con quien se conversa
frecuentemente.
— Cuando se le hace una promesa hay que cum-
plirla para evitar la represalia. Si el santo no
hace caso a. las invocaciones se le azota, se le
228 A rturo C ardozo

pone de cabeza o coloca a la intemperie, etc.


— El culto de estos santos va siempre unido al
toque de tambores y al baile.
— En el centro y oriente del país el patrono de
los negros fue (y es) San Juan; en occidente se
disputaron este título San Benito y San Anto-
nio. La fiesta de San Juan se celebra el 24 de
junio, que coincide con el solsticio de verano
y, al igual que en África, corresponde a los ritos
agrarios de la cosecha. La fiesta de San Benito
es en diciembre, o sea en el solsticio de invier-
no (navidad). Ambas fiestas están identificadas
con los tambores que en el centro del país son
grandes y sedentarios, mientras que en occi-
dente son más pequeños e itinerantes. En las
poblaciones de El Tocuyo y Quíbor se celebra
la fiesta de San Antonio y entre las danzas in-
corporadas se encuentra la Juruminga que es
de origen africano. Los diablos de Yare en los
valles del Tuy llevan máscaras que representan
animales y danzan en las plazas y calles para
alejar las malas influencias y asegurar una bue-
na cosecha.
— En algunas regiones del país se divulgaron los
ritos mortuorios. En Barlovento se ponían ali-
mentos y bebidas en las tumbas la víspera del
día de los muertos y estuvo extendida la creen-
cia de que los hechiceros podían apoderarse
de almas errantes y obligarlas a trabajar para
ellos. En casi todo el país se llevaban a cabo los
‘velorios de angelitos’ durante muchas noches
y a los cuarenta días de la muerte del niño se
celebraba una fiesta. Estos ritos aún perduran.
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 229

4. No es nuestro propósito profundizar sobre este


tema. Para cerrarlo debemos agregar que el pensa-
miento mágico si no dominó la conciencia social
de la Venezuela colonial sí tuvo vigencia en todos
los órdenes y niveles interpretativos: fue rechazado
por los representantes de las concepciones oficiales
y aceptado abierta o clandestinamente por los esta-
mentos populares. Podríamos afirmar que no hubo
ningún pensamiento religioso en donde no estu-
viese presente la concepción mágica para orientar
la conducta y la esperanza o para ser anatematiza-
da por el clero. Por la vía meramente enunciativa
vamos a presentar algunas manifestaciones de la
omnipresente magia:
— Magia y medicina: se combinaban oraciones
y conjuros con plantas, aguas u objetos para
curar o para producir daños a la salud, inclu-
so la muerte. En los Andes merideños se creía
alcanzar la longevidad por los poderes de una
planta: el díctamo real (el “legítimo”).
— Magia y suerte: medicinas, amuletos, plantas y
conjuros podían decidir el destino del hombre:
el cariaquito morado, la piedra del zamuro, el
sahumerio conducían a la felicidad; mientras
que una frase, un polvo, un bebedizo o cual-
quier otro hecho, provocaban la desdicha e in-
cluso el encantamiento. El arco iris podía tra-
garse seres humanos, las brujas raptaban niños.
— Magia y adivinación: había personas, aves y
espíritus que comunicaban hechos ocultos o
predecían el futuro. Las aves agoreras presagia-
ban la muerte o las desdichas, lo misino que las
mariposas negras; los espantos algunas veces re-
230 A rturo C ardozo

velaban tesoros enterrados; ciertas personas en


trance informaban sobre el pasado y el futuro.
— Magia y mitos: existían seres reales o espiritua-
les que, en ciertos casos, actuaban como ami-
gos y, en otros, enemigos: el Niño Jesús y los
Reyes Magos traían regalos a los niños, el ángel
bueno y el ángel malo guiaban la conducta de
cada hombre; el mal de ojo dañaba a las per-
sonas, especialmente a los niños. La magia a
distancia podía atraer o alejar personas.
— Magia y animismo: había espíritus que se pre-
sentaban con figura humana, otros lo hacían
con formas de animales; algunos anunciaban
su presencia mediante luces y otros a través de
ruidos. Cuando aparecían “la llorona” o “la
mula maniá” lo mejor era “taparse la cara y re-
zar un Ave María’’. En Barquisimeto se dejaba
ver el “alma del Tirano Aguirre” bajo la forma
de luces en movimiento. En otros sitios se oía,
sin ser visto, “el carretón fantasma” rodando
por las calles y caminos en las horas de la ma-
drugada.
— Magia y brujería: Contaba fray Antonio Cau-
lín (Historia de la Nueva Andalucía, t. 1, p.
160) que en 1 752, encontrándose en la misión
de Barcelona vio que una criada decía sentir in-
tensos dolores en todo el cuerpo, especialmen-
te en la cabeza y buscaron un famoso brujo de
las cercanías. “Vino el brujo, y aplicóle una be-
bida de yerbas, o raíces, que hay en los montes,
y a poco rato arrojó una porción de cucarachas
y otras raras inmundicias por la boca, narices
y otras vías...” Concluyó el jesuita que a falta
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 231

de quién les explicara las causas naturales de


estos fenómenos, todos lo atribuyeron a una
obra diabólica.
— Magia y religión: en 1669 falleció en Trujillo el
obispo Alonso Briceño. Cuéntase que el prela-
do falleció “... porque el médico de cabecera,
licenciado Luis de Espinoza aplicara con éxi-
to el zumo de mastuerzo (berro), las palomas
abiertas por el vientre y palpitantes aún sobre
los estómagos y plantillas de piel de gato negro;
remedios más eficaces, cuanto que se había col-
gado a modo de pectoral del cuello del ilustre
enfermo, un pedazo de dedo de san Francisco
Solano en lujoso engaste a filigrana de oro y
piedras preciosas. Pero al mediodía propinaron
al paciente el remedio heroico para la enferme-
dad de que adolecía: agua en taza de plata do-
rada con piedras bezares...” (Amílcar Fonseca,
Orígenes Trujillanos, p. 57).
— Por cierto que en Trujillo se sustrajeron bienes
de la herencia del obispo Briceño y fue necesa-
rio que la Reina gobernadora, Mariana de Aus-
tria, expidiera una Real Cédula, fechada el 10
de agosto de 1670, en la que se lee: “... man-
damos a los dichos curas que en dicha Santa
Iglesia parroquial y fiestas de guardar, teniendo
una cruz cubierta con velo negro y un acetre de
agua, y candelas encendidas os anatematicen y
maldigan (se dirige a los autores de la sustrac-
ción) con las maldiciones siguientes: Malditos
sean los dichos excomulgados de Dios y de su
bendita Madre: Amén. Huérfanos se vean sus
hijos y sus mujeres viudas: Amén. El sol se les
232 A rturo C ardozo

oscurezca de día y la luna de noche: Amén.


Mendigando anden de puerta en puerta y no
hallen quien bien les haga: Amén. Las plagas
que envió Dios sobre el reino de Egipto vengan
sobre ellos: Amén. La maldición de Sodoma,
Gomorra, Dattan y Abirón, que por sus peca-
dos los tragó vivos la tierra caigan sobre ellos:
Amén. Con las demás maldiciones del salmo
Deus Laudem meam neta cueris. Y dichas las
dichas maldiciones lanzando las dichas cande-
las en el agua digan: así como estas candelas
mueren en el agua mueran las ánimas de los
dichos excomulgados y desciendan al infierno
con los judas apóstatas: Amén”. (Amílcar Fon-
seca, Orígenes Trujillanos, pp. 59-60).
B) El pensamiento filosófico: la Escolástica
La historia de la filosofía no es “un montón de ruinas
de sistemas desmoronados” sino la historia de conoci-
mientos que en su desarrollo gradual y progresivo pre-
para las condiciones para elevarse al nivel actual del
conocimiento teórico. Es la historia del conocimiento
humano, de su enriquecimiento con nuevos conceptos
adquiridos a través de la lucha entre el materialismo y el
idealismo. Cada matiz del pensamiento es algo así como
un círculo dentro de una gran espiral de desarrollo del
conocimiento. Las doctrinas filosóficas han desempeña-
do papeles de diferente valor: unas han hecho avanzar
extraordinariamente el pensamiento y otras lo han per-
turbado por la falsedad de sus juicios, por sus afirmacio-
nes unilaterales y sus tesis refutadas por la propia vida.
El desarrollo de las doctrinas filosóficas se ha verificado
de manera irregular en medio de las contradicciones an-
tagónicas de las clases sociales. La contraposición de las
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 233

ideas, determinada en lo fundamentan e indirectamente


por las leyes generales de la sociedad, siempre se mani-
fiesta bajo formas históricas, concretas. El proceso de
comprensión y discusión de los puntos capitales del co-
nocimiento apareció en la historia de la filosofía a través
de corrientes filosóficas en contraposición que explica-
ban el curso zigzagueante, las desviaciones y repeticio-
nes, los errores y desviaciones. Así en las condiciones de
una sociedad clasista, el idealismo ha sido un fenómeno
normal e inevitable. El materialismo por su parte se ha
desarrollado con el apoyo de las ciencias naturales y, en
muchos casos, ha reinterpretado y racionalizado ciertas
tesis de corrientes idealistas para sumarlas a su acervo
teórico. Las corrientes filosóficas poseen una relativa in-
dependencia con respecto a la vida material de la socie-
dad; sin embargo, al intervenir como instrumento ideo-
lógico de la lucha de clases, se relacionan directamente
con los intereses materiales en pugna.
Los antiguos griegos alcanzaron un nivel en el conoci-
miento científico acorde con su situación socio-econó-
mica: la Metafísica de Aristóteles, por ejemplo, fue el
resultado de un profundo análisis de las categorías del
conocimiento y de la lógica elaborados para su época
desde una posición idealista. Pero al ser “cristianizada”
en la Edad Media por santo Tomás de Aquino su rea-
daptación resultó una deformación, una tergiversación
e incluso, para algunos, una trivialización.
Nuestro filósofo J.D. García Bacca al remover este tema
reflexiona así: “no se preguntaron jamás los hebreos, ni
los del tiempo de Jesús ni los anteriores a él acerca de
por qué asirios, egipcios, griegos y romanos hacían con
ellos lo que les daba su real gana; no llegaron a pensar
que dependiera de cosas tan sencillas como técnicas de
234 A rturo C ardozo

combate, de administración, de régimen político, de


emprendedoras naturales, servidas de ciencia y técni-
ca; acudieron a explicaciones que nada explican: a esas
causas monstruosas como son culpa, pena, voluntad de
Dios, elección, pruebas, gloria divina; a remedios mila-
greros cual oraciones, salmos, ritos, sacrificios, piscinas
probáticas... Moral de estilo milagrero: mandamientos
en tablas de piedra promulgados entre truenos... Po-
lítica milagrera: caudillos de elección divina, profetas,
jueces, reyes ungidos... Soluciones milagreras y especta-
culares de problemas técnicos: paso de un charco gran-
de, orientación por columnas de fuego, viaje natural
de unos meses, convertido en peregrinación suicida o
genocidio de cuarenta años; asalto de una ciudad con
procesión...” (J.D. García Bacca, Lecciones de Historia
de la Filosofía, t. 1, p. 379). Expresa el mismo filóso-
fo que el pueblo hebreo tenía antes y en la época de
Jesús una concepción milagrera del mundo: el Génesis
se abrió con el milagro de la creación del mundo y, des-
envolviéndose de profecía en milagro y de milagro en
profecía, los hebreos han estado siempre a la espera “...
de un Mesías, enviado de Dios omnipotente, que daría
al pueblo porque sí, porque le dio la gana elegirlo para
eso, el envidiado, c inexplicable dominio del mundo
acaparado, o robado, por incircuncisos, por paganos y
pecadores, por aduaneros y soldadotes. Y se lo daría por
juro, sin méritos técnicos, científicos, políticos... porque
sí, porque a El le dio la gana. Todo, milagro político,
técnico, social... Así no se iba a ninguna parte fuera de
las bien merecidas por lógica natural: cautividad y dis-
persión”. (J.D. García Bacca, ob. cit., t. I, pp. 379-380).
Frente a la milagrería espectacular del pueblo hebreo,
Jesús, según testimonio de uno de los evangelistas (Ma-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 235

teo, VI, VII), opuso la vida interior, pero mantuvo la


expectativa por el milagro: “Eviten hacer el bien delante
de la gente para que los vean, de lo contrario el Padre
que está en los cielos no les dará ningún premio. Por
eso, cuando den limosna no lo publiquen al son de
trompetas, como hacen los hipócritas en las sinagogas
para que los hombres los alaben. Yo les digo que ya re-
cibieron su premio. Tú en cambio cuando des limosna,
no debe saber tu mano izquierda lo que hace tu derecha,
para que tu limosna quede en secreto y el Padre, que
ve los secretos te premiará (...) No amontonen riquezas
en la tierra donde se echan a perder, porque la polilla
y el moho la destruyen, y donde los ladrones asaltan y
roban. Acumulen tesoros en el cielo... Pues donde están
tus riquezas ahí está tu corazón. Miren como las aves del
cielo no siembran ni cosechan, ni guardan en bodega y
el Padre Celestial las alimenta. ¿No valen ustedes más
que las aves?... Miren como crecen las flores del campo
que no trabajan ni tejen (...) y Si Dios viste a las flores
silvestres que hoy florecen y mañana se echan al fuego,
¿no hará mucho más por ustedes, hombres de poca fe?...
Por eso les digo: No anden preocupados pensando que
van a comer para seguir viviendo o con qué ropa se van
a vestir. Los que no conocen a Dios se preocupan por
esas cosas. Pero el Padre de ustedes sabe que necesitan
todo eso...” Esta concepción providencialista se asenta-
ba, al igual que antes, en el milagro divino como solu-
ción de los problemas humanos.
De la fase de los evangelistas denominada Apología, el
pensamiento cristiano pasó a la Patrística, es decir, a la
doctrina de los llamados Santos Padres, entre los cua-
les destaca San Agustín, obispo de Hipona (354-430),
quien encaró los acontecimientos históricos como so-
236 A rturo C ardozo

metidos a la Providencia. En su obra la Ciudad de Dios


(Lib. V, Cap. XI) se expresó de este modo: “Considerar
este Dios soberano y verdadero, este Dios único y todo-
poderoso, autor y creador de todas las almas y de todos
los cuerpos... que ha hecho del hombre un animal racio-
nal compuesto de cuerpo y alma; este Dios, principio de
toda Ley de toda belleza, de todo orden, que da a todo el
número, el peso y la medida, de quien deriva toda pro-
ducción natural, sean cuales sean el género y el precio;
pregunto si es creíble que este Dios haya admitido que
los imperios de la tierra, su dominación y servidumbre
permanecieran extraños a las leyes de la Providencia”.
San Agustín concebía la voluntad divina como la causa
de todas las cosas y fenómenos pero, al final y sin tratar
de dar explicaciones, hablaba de las “leyes de la Provi-
dencia”, lo cual quiere decir que ya el mundo no era sólo
el producto del milagro divino, arbitrario e insondable,
sino que existían leyes de la Providencia: una regulación
del inundo elaborada por Dios bajo normas violables
sólo por él a través del milagro. El milagro pasó ahora a
ser lo excepcional.
La Escolástica fue la principal corriente filosófica de la
Edad Media. Se identificó tanto con esta etapa histórica
que también se le señalan tres fases: temprana, alta y
decadente. El hecho de que se enseñase primero en las
escuelas y más tarde en las universidades le impuso el
nombre de Escolástica (Schola, scholasticus). El proble-
ma central de esta corriente filosófica se condensó en
la relación entre conocimiento (razón) y fe. En general
se establecía que la fe era anterior y superior a la razón,
por lo cual ésta debería convertirse en fiel servidora de
aquélla: la fe mantenía en servidumbre a la razón y ésta
era una sierva de aquélla.
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 237

La temprana Escolástica dio origen a la monótona e in-


terminable disputa entre realistas y nominalistas, de la
cual hemos hecho antes una breve exposición. Esta po-
lémica aparentemente absurda y grotesca, llevaba den-
tro el creciente conflicto entre la ascendente burguesía
comercial y la nobleza feudal. Bajo expresiones pueri-
les, las herejías de la época encontraron su justificación
en los nominalistas, mientras que la ortodoxia católica
argumentaba desde el pulpito de los realistas. La dis-
cusión sobre algunos dogmas religiosos abrió las posi-
bilidades de introducir cuestiones filosóficas. De este
modo surgió el “debate sobre los universales” o sea la
discusión sobre la existencia de la noción o género de lo
universal general. Los realistas, como ya hemos dicho,
afirmaban que los universales tenían una existencia real,
independiente del pensamiento y del lenguaje humano
(hombre, animal, número, etc.). Los nominalistas lo ne-
gaban y afirmaban en consecuencia que sólo se trataba
de nombres: el hombre como especie no existe; lo real
es el hombre en singular. Hombre, así en abstracto, no
era sino una denominación general aplicada al conjunto
de hombres singulares. El más notable de los realistas
fue Juan Escoto Erigena (830-888) quien, influido por
el neoplatonismo, llegó a la conclusión idealista de que
entre la verdadera filosofía y la verdadera religión no po-
día haber contradicción alguna: la razón era el criterio
de una buena comprensión de las Escrituras; el mundo
sensible parecía material, pero en realidad era la expre-
sión espiritual de la naturaleza; los estados corporales
representaban meras ilusiones; Dios inefable se derra-
maba sobre el mundo.
El fundador del nominalismo fue Roscelino de Com-
piegne (1050-1120), quien por negar la realidad de lo
238 A rturo C ardozo

universal y reservarla únicamente a lo singular, entró en


conflicto con la Iglesia y hubo de modificar su criterio.
Podemos calificar a san Anselmo como un ultrarrealis-
ta por el hecho de que consideraba que las ideas, los
conceptos de verdad, de bondad, de justicia existían de
modo real y fuera de las acciones buenas o justas. San
Anselmo trató de demostrar racionalmente la existen-
cia de Dios alegando que cuando en nuestro entendi-
miento se configura la noción de un ser absolutamente
perfecto como una necesidad lógica, debemos aceptar
que Dios existe. Por último, san Abelardo (1079-1142)
mantuvo una posición “nominalista moderada”: sólo
existen las cosas singulares (las sustancias), pero las cosas
pueden parecerse y de esas semejanzas es de donde surge
la posibilidad de los universales. Pero hay que aceptar la
existencia de las ideas y conceptos generales en la mente
de Dios.
Vamos a detenernos un poco en santo Tomás de Aquino
(1225-1274), el representante más destacado y acatado
del pensamiento cristiano del Medievo en la fase alta de
la escolástica. Ante todo sus tesis contenían la interpre-
tación sobrenatural del universo, fundamentada en la
fe en la Biblia, especialmente en los Evangelios y tam-
bién en la Patrística que constituían la palabra de Dios
transmitida por intermediarios que comenzaron con
Moisés. Esta comunicación de Dios con algunos hom-
bres elegidos por Él se produjo mediante la revelación.
El primer acto de fe consistió en creer en la revelación.
Al depositar esta confianza, todos los problemas, todas
las interrogantes, quedaban resueltos fácilmente. García
Bacca al analizar este tema sintetizó el problema así: “...
Tomás creyó que Moisés creyó que Dios le dijo: Yo creé
los cielos y la tierra. Y qué entendiera Dios por crear,
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 239

lo da Él mismo a entender al decir a Moisés las cosas


concretas que creaba: dijo Dios: hágase luz –y luz fue
hecha—, y dijo Dios hágase un muro entre las aguas y
hágase separación entre agua y agua... y dijo Dios reú-
nanse... Crear es decir y hacer lo dicho”. (García Bacca,
ob. cit. t. I, p. 475).
Sumo interés puso Santo Tomás de Aquino en fijar las
relaciones entre la fe y la razón, en virtud de que existían
“verdades reveladas” que eran ininteligibles e indemos-
trables por la razón, como fue el caso de los dogmas.
Estableció una relación de dependencia de la razón en
beneficio de la fe y de la filosofía en provecho de la teo-
logía. Con esta premisa, tomó de la filosofía aristotélica
todo lo que podía adaptarse al pensamiento cristiano y
elaboró un sistema filosófico coherente que sólo empezó
a ser cuestionado varios siglos después cuando la ciencia
inició sus primeros pasos. Para dar una idea del pensa-
miento tomista nos limitaremos a transcribir algunos de
sus principios más resaltantes: había que distinguir en-
tre la teología natural (aristotélica) que Dios nos permi-
tía descubrir a través de la razón (luz natural, racional)
y lo que el mismo Dios nos descubrió a través de la teo-
logía revelada, es decir, la doctrina sagrada que hemos
conocido por la luz revelada, divina. Sostenía que había
“ciencias que proceden de principios patentes por vir-
tud de la luz natural del entendimiento, cual aritmética,
geometría... Mas se dan otras ciencias que proceden de
principios patentes por virtud de la luz de una ciencia
superior: así la perspectiva procede según los principios
dados a conocer por la geometría y la música por los
de la aritmética. Y de este modo la doctrina sagrada es
ciencia, porque procede de los principios patentes por
virtud de la luz de una ciencia superior, a saber: la cien-
240 A rturo C ardozo

cia de Dios y de los bienaventurados. De lo cual se sigue


que así como la música cree (credit) en los principios
que le entrega el aritmético. así la doctrina sagrada cree
(credit) en los principios revelados a ella por Dios”. (To-
más de Aquino. Suma Teológica, Art. II): Agregaba que:
“Aunque en las ciencias filosóficas una sea la ciencia es-
peculativa y otra la práctica, sin embargo la doctrina sa-
grada comprende bajo sí las dos, a la manera como Dios
por una misma ciencia se conoce a sí mismo y conoce lo
que hace”. (Aquino, ob. cit., art. IV). Para él la doctrina
sagrada era “máximamente sabiduría entre las sabidurías
humanas” (Aquino, ob. cit., art. VI). Y “Las razones que
contra la fe se aducen no son, en verdad, razones, sino
argumentos solubles (...) yo creo que Dios es tan de fiar
que los argumentos racionales que se aducen contra la
fe, contra lo que Dios dice, son para él, para Dios, argu-
mentos solubles...” (art. VIII).
La concepción teológica de Santo Tomás de Aquino,
como se ha dicho, se apoyó en la filosofía aristotélica.
Sostenía que todo ente, el que realmente existía y que
sólo era potencial, se concebía únicamente como un ser
de las cosas singulares, individualizada (nominalismo).
Este ser era la sustancia. Cada cosa era la combinación
de materia prima (potencialidad de adquirir formas) de
forma. La materia no podía existir separada de la forma,
en cambio la forma sí podía existir separada de la ma-
teria. Nada material existía independientemente de la
forma superior, es decir, de Dios. Este era un ser pura-
mente espiritual (sólo forma). Cada fenómeno tenía su
causa, por una escalera de causas se llegaba a la idea de la
necesidad de la existencia de Dios, causa suma de todos
los fenómenos y procesos reales (prueba cosmológica).
Lo general era producto de nuestro intelecto aunque te-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 241

nía relación con la realidad. Esa realidad existía fuera


del intelecto; de aquí dedujo que lo general existía por
sí mismo en la mente de Dios.
Por último, según el tomismo ni la ideología política ni la
Ética eran independientes. Se encontraban fundidas den-
tro de la teología. La sociedad civil, su organización po-
lítica, social y familiar estaban bajo la dirección y orien-
tación de la Iglesia que regía también la vida privada y
las ideas. García Bacca hizo la siguiente observación: “La
Iglesia católica romana es entre nosotros el primer caso
histórico de monopolio religioso, en cuanto a materia
prima espiritual: religión cristiana, ante todo, y en cuan-
to a productos espirituales: jerarquía, teología, filosofía...
Monopolio espiritual montado en grande, cual grandiosa
empresa —en lugar de esa difusión lenta, sutil, pacífica,
no planificada, del arte, de la lengua...; y es casi imposible
hallar en nuestros tiempos algo que no esté montado en
empresa con las naturales tendencias a monopolio uni-
versal...” (García Bacca, ob. cit., t. 1. p. 426).
Lo que hasta ahora expusimos son los antecedentes del
pensamiento religioso que se introdujo en las colonias
españolas de América, particularmente en Venezuela,
durante el proceso de conquista y colonización. Pase-
mos a estudiar el desenvolvimiento de la concepción ca-
tólica y en especial de la Escolástica en la conciencia de
la sociedad colonial.
a) El conocimiento de la Escolástica en la sociedad
colonial fue privilegio de un pequeño sector del
estamento dominante: del clero regular y secular
y de un reducido número de seglares. El resto de
la población tuvo acceso parcial a los dogmas y
creencias, a los ritos y en especial al llamado “ca-
tecismo”. Tanto la política de la Iglesia como las
242 A rturo C ardozo

condiciones mismas de la sociedad condujeron a


esa situación:
1. Los aborígenes y los africanos por su situación
misma de estamentos dominados fueron some-
tidos a un proceso largo e incompleto de cristia-
nización, encaminado a hacer desaparecer de sus
mentes los conceptos, las creencias, los ritos y
las normas de conducta social practicados desde
inmemoriables tiempos. En definitiva la Iglesia
logró imponer su pensamiento pero en los nive-
les más rudimentarios de la concepción cristia-
na: oraciones, devociones, práctica obligatoria
de los sacramentos, parábolas de los evangelios
y algunas prácticas morales. Todo esto asociado,
como ya hemos visto, a las concepciones mági-
cas de las comunidades indígenas y de los pue-
blos españoles y africanos.
2. El analfabetismo era el estado general de la so-
ciedad colonial venezolana, como también de
las tribus africanas y de las masas campesinas de
España. Durante los primeros siglos numerosos
miembros del estamento dominante no supie-
ron leer, escribir ni contar. Fue en el siglo XVIII
cuando surgió el interés por la educación insti-
tucional. Pero tampoco quienes habían logrado
el nivel de lectores podían penetrar en las Sagra-
das Escrituras y en los textos de los Doctores de
la Iglesia, porque estaban escritos en latín. Para
alcanzar el conocimiento de este idioma había
que estudiar a Nebrija y someterse a los entre-
namientos del curso de Gramática, lo cual muy
pocos realizaban. Luego de alcanzar el dominio
de la lengua latina debían seguirse los cursos
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 243

de Teología, Filosofía, Moral, etc., que se estu-


diaban en los seminarios, en las universidades
y en. algunas escuelas autorizadas. Cuando una
persona adquiría la capacidad de leer, escribir,
dictar y pensar en latín, ascendía a un nivel muy
alto, muy cerca de la palabra y mensaje de Dios.
3. Resultaba sumamente peligroso intervenir en
la disertación teológica. Los mismos dignata-
rios eclesiásticos, presumiblemente conocedo-
res de la Metafísica, corrían el riesgo de incu-
rrir en herejías, en apostasías y, en general, en
desviaciones que acarreaban fuertes sanciones.
La Iglesia, a través de sus instituciones judicia-
les, se mantenía en permanente vigilancia para
defender la pureza de la religión y la fe. A tanto
llegaba su celo que impidió hasta donde pudo,
el ingreso a América de personas sospechosas
de creencias en las religiones judía y mahome-
tana o en las desviaciones protestantes.
b) La concepción sobrenatural elaborada dentro de la
Escolástica para conocer el mundo fue divulgada
en la sociedad colonial, en primer término por las
congregaciones religiosas que estuvieron al frente
de los colegios, seminarios y universidades. Presen-
taba una estática y rígida concepción del mundo,
de un mundo teológico-físico, con jerarquías en el
cielo y en la tierra y cargado de pesimismo:
1. Jerarquización del cielo:
— Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo
— La Virgen María: madre de Dios
— Querubines: contemplan la belleza divina
— Serafines: oran y aman las cosas divinas
244 A rturo C ardozo

— Patronos: conocen e interpretan las obras


divinas.
— Dominaciones: cuarto Coro
— Virtudes: fuerza indomable para cumplir
los mandatos divinos.
— Potestades: intermediarios en las operacio-
nes de los espíritus superiores con los infe-
riores.
— Principados: príncipes de las virtudes celes-
tiales que cumplen los mandatos divinos.
— Arcángeles: emisarios de Dios
— Ángeles: servidores de. Dios. Cada persona
tiene un ángel custodio y también un dia-
blo para inducirlo al mal.
2. Jerarquía terrenal:
— Rey
Familia real
— Séquito real
— Consejeros, jueces
— Magnates
— Clero
— Gobernadores
— Príncipes
— Mensajeros
— Guardianes
3. El pensamiento tuvo carácter pesimista: el hom-
bre perdió el paraíso por el pecado original y su
situación mejoró con la venida de Cristo:
— La villa terrenal era un tránsito hacia la vida
eterna con dos rutas: hacia el cielo o hacia
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 245

el infierno. El purgatorio y el limbo eran


dos estaciones transitorias, previas al cielo.
— La historia del mundo era fragilidad: vani-
dad de vanidades.
— La Providencia intervenía en la vida del
hombre y en los fenómenos naturales (pro-
videncialismo).
— El universo era el escenario donde se desa-
rrollaba el drama de Dios y la salvación del
hombre.
4. El mundo se explicaba a través del dogma que
como tal no podía ser sometido a la crítica de la
razón, sino acatado sin discusión alguna:
— La vida intelectual giraba alrededor del
mundo.
— La historia del pensamiento cristiano era la
historia del pensamiento en general.
— El antiguo y el Nuevo Testamento explica-
ban la naturaleza.
5. La teoría social del tomismo consagró la des-
igualdad, conforme a Aristóteles:
— Tanto la desigual capacidad como la des-
igualdad entre los hombres era una ley na-
tural que venía de Dios.
— El orden social era sagrado y quien se opo-
nía al poder se enfrentaba a los designios
de Dios.
— La división del trabajo y por tanto los ofi-
cios y las profesiones formaban parte del
orden providencial.
— La mujer debía estar sometida al marido: se
trataba de una dependencia natural.
246 A rturo C ardozo

— La propiedad individual era legítima, siem-


pre que no lesionara el interés colectivo.
— La esclavitud era legítima porque se trataba
de una institución útil.
— El trabajo de cada hombre y el tipo de fun-
ciones que la sociedad le exigía servía de
fundamento a las distintas categorías socia-
les.
— Los deberes del vasallo eran: amar a Dios,
vivir en la Ley; servir lealmente al Rey; de-
fender el honor, no mentir, ayudar a las
doncellas y reverenciar a los ancianos.
c) El pensamiento científico: la Ilustración
En la medida en que se acelera la división del
trabajo como efecto del desarrollo de las fuerzas
productivas, las relaciones de producción se hacen
cada vez más complejas y se dan las condiciones
para que en la conciencia social las formas se ha-
gan cada vez más abstractas. Se da el frecuente caso
de que en un mismo nivel superestructura! surjan
concepciones contradictorias. Estas formas contra-
dictorias expresan diferentes aspectos de una mis-
ma realidad social: algunas interpretan la esencia
del movimiento real. En el interior de una misma
clase dominante se dan divisiones y subdivisiones
en razón de intereses concretos y esto explica la
aparición de corrientes filosóficas que coexisten,
defendiendo, en líneas generales, la misma estruc-
tura social.
La Escolástica no estaba en condiciones para
captar el concepto abstracto del hombre porque
la sociedad estamental con los tres órdenes de la
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 247

Edad Media no podía concebir hombres-indivi-


duos, sino hombres-estamento: el hombre-noble,
el hombre-siervo, el hombre-esclavo, etc. Nadie
podía imaginarse que existiera un hombre desliga-
do de estamento dentro del cual había nacido. El
estamento Je daba al individuo su status, es decir,
su papel en la sociedad, sus derechos, el nivel de
su condición humana. Fue a través del desarrollo
de la actividad comercial, de la acumulación del
capital comercial, del desarrollo de la burguesía
mercantil, cuando empezó a desintegrarse la socie-
dad estamental y el adinerado comenzó a sustituir
al noble como fuerza dominante de la sociedad.
En este momento fue cuando pudo surgir el con-
cepto de individuo desligado del estamento. Cap-
tado el concepto de individuo fue fácil concebir el
concepto de hombre abstracto. En la medida en
que se iban provocando estos cambios socioeconó-
micos fueron surgiendo corrientes filosóficas que
interpretaban esas novedades. Mientras la burgue-
sía aumentaba su poder, las corrientes filosóficas y
científicas que emergían de esos cambios, se desa-
rrollaban hasta imponerse sobre la Escolástica: pri-
mero bajo la concepción religiosa por la vía de la
Reforma y después, en la segunda mitad del siglo
XVIII, con posiciones abiertamente materialistas.
De manera muy concisa vamos a tratar de señalar
las corrientes filosóficas más importantes que, aún
dentro del marco religioso, comenzaron por hacer
la crítica a la Escolástica, hasta las que en abier-
to enfrentamiento con el pensamiento católico se
orientaron hacia el materialismo dentro de la Ilus-
tración y el enciclopedismo.
248 A rturo C ardozo

La primera crítica al tomismo la hizo Duns Escoto


(1265-1308), franciscano y profesor de Oxford.
Sostuvo que el intelecto sólo entiende al ser con
los datos que le suministran los sentidos; de con-
siguiente no es posible tener conocimiento de sus-
tancias inmateriales (Dios, ángeles, etc.) Dios es la
forma pura, los demás seres tienen forma y mate-
ria, incluso las almas y los ángeles. Su divergencia
con santo Tomás de Aquino consistió en el pro-
blema de la relación de la esencia con la existen-
cia: sostuvo, en contradicción con éste, que no hay
diferencia en las cosas entre esencia y existencia. El
alma es la forma inseparable del cuerpo humano,
creada por Dios en el momento del nacimiento y
es inmortal. El conocimiento proviene de lo que
de nosotros parte y de lo que emerge del objeto.
En la actividad del hombre priva la voluntad sobre
la inteligencia. En cuanto al problema de la salva-
ción la Filosofía es impotente porque no toma en
cuenta lo individual, lo personal: va de lo general
a lo general; todo lo infiere de la necesidad y no de
la voluntad divina. Los misterios de Dios son in-
efables y la Filosofía no puede demostrarlos. Esto
es lo más importante del “escotismo”.
Otro pensador que dentro de la misma Iglesia so-
metió a crítica la Escolástica fue Rogelio Bacon
(1214-1294), de la orden franciscana y también
profesor de Oxford. Pensaba que el objeto de la
Filosofía era defender la religión; sin embargo,
afirmaba que para conocer la verdad era necesario
desechar todo aquello que entorpeciera o desviara
el conocimiento como el principio de autoridad,
las costumbres, los prejuicios, etc. Consideraba
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 249

que era necesario recurrir a las investigaciones ex-


perimentales. Lo fundamental de Bacon es que
incorpora el experimento a la autoridad y al razo-
namiento como fuente del saber. Aquél debe dar
fe de la veracidad porque la autoridad y el razona-
miento le son dependientes. Sólo cuando el expe-
rimento no es posible entran a auxiliarlo o suplirlo
la Filosofía y la Teología.
Un tercer teólogo inglés de la orden franciscana
fue Guillermo de Occam (1300-1350) que se atre-
vió a combatir los intereses políticos de la Iglesia y
tuvo que refugiarse en la Corte de Luis de Baviera.
Según él sólo la intuición (el saber sensible) pue-
de garantizar la existencia de una cosa. La función
del conocimiento es comprender lo individual que
es lo que realmente existe. Lo general sólo se da
en la mente. Fuera del alma y de la mente apenas
existe la cosa individual. Es la mente la que agru-
pa las cosas en géneros y especies. El tránsito de
lo singular a lo general se da en la mente a través
de la intención (dirección del pensamiento). Todas
las ciencias tienen por fuente del saber lo singular,
pero conducen a lo general. Concibe dos tipos de
ciencia: la real que basa sus conceptos en las rela-
ciones con las cosas y la racional que lo hace en
base de las relaciones con los conceptos, pero no
de las cosas. Occam tuvo muchos seguidores en la
Europa occidental.
Francisco Bacon (1561-1626), llamado el ideólo-
go de la nueva nobleza inglesa, fue el primer filó-
sofo que se planteó la elaboración consciente de
un método científico basado en la interpretación
materialista de la naturaleza. Pensaba que la tarca
250 A rturo C ardozo

suprema del conocimiento era conocer la mane-


ra de conquistar la naturaleza y lograr el perfec-
cionamiento de la vida humana y esto se lograba
cuando se conocían sus leyes. Existían dos tipos
de experimentos: los que procuraban un provecho
inmediato al hombre (fructíferos) y los que le pro-
curaban el conocimiento de las leyes que presiden
los fenómenos (lucíferos). Para Bacon el sistema
escolástico no era fidedigno y estaba constituido
por una serie de silogismos.
Rene Descartes (1596-1650) formuló con suma
precisión la división del universo en una parte físi-
ca y otra moral. Reconoció como únicas realidades
físicas la extensión y el movimiento. Los demás as-
pectos relacionados con. el color, sabor y olor eran
cualidades secundarias. Más allá, en una región
inaccesible para la física, se encontraba el ámbito
de las pasiones, del amor, de la voluntad, de la fe.
La ciencia se ocupaba de las cualidades primarias
y secundarias, no de la otra región. Pensaba que
debería haber alguna conexión entre la “máquina”
o cuerpo del hombre, cuyos miembros actuaban
según las leyes de la física y el espíritu racional que
en él reside. Esta conexión yace en una pequeña
glándula situada en la parte superior del cerebro.
La tesis de Descartes permitió a los científicos des-
envolverse sin las interferencias religiosas. Cuando
tenía elaborado su sistema del mundo supo del en-
juiciamiento de Galileo y se abstuvo de publicarlo.
De su conocido principio “pienso, luego existo”
extrajo la conclusión de que el hombre puede con-
cebir algo más perfecto que su ser, es decir, con-
cebir a Dios. En su Discurso del Método expresó
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 251

que publicaba sus conclusiones porque creía que se


podía llegar a conocimientos útiles para la vida “...
en lugar de la filosofía especulativa enseñada en las
escuelas...” y agregaba: “La cual es muy de desear,
no sólo para la invención de una infinidad de arti-
ficios que nos permitirían gozar sin ningún trabajo
de los frutos de la tierra y de todas las comodidades
que hay en ella, sino muy principalmente para la
conservación de la salud...”
Tomás Hobbes (1588-1679) fue un representan-
te de la revolución antifeudal de Inglaterra: de la
burguesía ascendente que activaba sus combates
bajo las banderas del protestantismo. Está entre los
pensadores que veían en las leyes y propiedades de
la naturaleza humana el origen de la sociedad y del
poder público. Para ellos la naturaleza humana era
un producto del mundo exterior. El objetivo prin-
cipal de Hobbes consistió en elaborar una teoría
de la sociedad y del Estado opuesta a la concep-
ción teológica. Para él no existe nada incorpóreo:
el mundo es un conjunto de cuerpos. No se puede
separar el pensamiento de la materia que piensa.
La materia es el sujeto de todos los cambios. El
movimiento de los cuerpos cumple leyes mecá-
nicas: sólo un impulso puede transmitir el movi-
miento de un cuerpo a otro. Las almas no existen;
los cuerpos son las únicas sustancias. La fe en Dios
es un producto de la imaginación humana. No hay
ideas innatas; los sentidos son las únicas fuentes de
las ideas. El Estado no es una institución divina,
sino natural: es una máquina de violencia.
Baruch de Spinoza (1632-1677) fue un represen-
tante del pensamiento burgués durante el movi-
252 A rturo C ardozo

miento independentista de Holanda contra el


yugo español que condujo al establecimiento de la
primera república burguesa en Europa. La geome-
tría fue para Spinoza con sus axiomas y teoremas
un modelo de certidumbre por su rigurosa demos-
trabilidad. Algo semejante debía ser la filosofía: un
sistema fundamentado en proposiciones apodícti-
cas, es decir no contradictorias. De este modo ela-
boró su Ética: definiciones, axiomas, teoremas. Los
axiomas son proposiciones, verdades que se reco-
nocen como tales por la intuición... Para Spinoza
la misión de la Filosofía es conquistar el dominio
sobre la naturaleza para perfeccionar la índole del
hombre. La naturaleza es sustancia y es causa de
sí misma; por una parte es naturaleza creadora y
por la otra naturaleza creada. Dios y la naturaleza
se identifican. En cuanto a la Ética, expresa que el
hombre no se guía ni por el bien ni por el mal sino
por el deseo de persistir en su propio ser y obtener
ventajas. La virtud no es más que potencia huma-
na y se determina en el esfuerzo hecho por el ser
para mantenerse.
El más distinguido representante del materialismo
inglés fue John Locke (1632-1704). Investigó un
amplio conjunto de problemas relacionados con la
teoría del conocimiento. Apoyándose en las inves-
tigaciones de Gassendi, Hobbes y Descartes, inten-
tó generalizar esa experiencia histórica. Compren-
dió que las primeras tesis del materialismo sobre la
experiencia exterior, sensible, constituyen la piedra
fundamental de la teoría del conocimiento y, jun-
to a ello, captó con suma claridad que por la sola
percepción no es posible penetraren la esencia de
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 253

las cosas: habló de la limitación del conocimiento


sensible y planteó la cuestión de la experiencia in-
terior y de las ideas abstractas, intentando analizar-
las. Locke realizó progresos en algunos problemas
de la teoría del conocimiento y forzó la búsqueda
de fundamentos más sólidos para la corriente ma-
terialista. En el área política Locke sustentó la tesis
de que el Estado surgir) cuando el hombre libre
renunció a su derecho natural de autodefensa y lo
transfirió a la sociedad en su conjunto. Sostuvo
que el poder del Estado no puede ser arbitrario:
su misión es legislar y castigar al infractor de la
ley para preservar la libertad y la propiedad. Fue el
primero en señalar la división tripartita del Estado
en legislativo, ejecutivo y judicial.
Hecho este breve recuento del proceso de cambio
seguido por la Filosofía desde la Escolástica, vamos
a tratar de presentar los lineamientos generales de
la Ilustración en Francia (su lugar de origen), en
España y, finalmente en el seno de la sociedad co-
lonial venezolana.
a) La Ilustración en Francia
En la primera mitad del siglo XV1I1 estalló
en Francia “una verdadera conflagración de las
conciencias”: se desarrolló el movimiento inte-
lectual denominado Ilustración, Iluminismo o
Esclarecimiento porque, según se dijo, ilumi-
nó el camino hacia la Revolución Francesa de
1789. Los iluministas se diferenciaban entre sí
por innumerables rasgos, pero coincidían en la
crítica implacable al régimen feudal. Represen-
taban distintas capas sociales, pero todos en-
frentaban a la nobleza, al vasallaje y al dominio
254 A rturo C ardozo

ideológico de la Iglesia. La mayoría fue mate-


rialista mecanicista, racionalista y atea, mien-
tras una minoría siguió siendo deísta; lucharon
todos contra la ignorancia y la superstición; se
empeñaron en la abolición de los privilegios;
proclamaron el reino de la razón, del indivi-
duo, de la libertad, de la ilustración para todos,
de los derechos naturales, de la igualdad y el
sufragio universal. A pesar de sus postulados
igualitarios y de las declaraciones en favor del
hombre-individuo, el iluminismo fue eminen-
temente clasista: aspiraban sus promotores la
sustitución del dominio de la nobleza por el
dominio de la burguesía como históricamente
aconteció. Trataban de llevar la luz, o la ilustra-
ción, a las capas ascendentes que empezaban
a dominar la economía y dejar sin luz, en la
oscuridad, a las masas populares.
Para Kant “La Ilustración es lo que hace que el
hombre salga de su minoridad, de la cual sólo
puede culparse a sí mismo. Esta minoridad con-
siste en la incapacidad de servirse de su inteli-
gencia sin la dirección de otros. El hombre es él
mismo responsable de esta minoridad, cuando
ella no tiene por causa la falta de inteligencia,
sino la ausencia de la decisión y el coraje ne-
cesarios para utilizar el espíritu sin requerir la
orientación ajena...” Por su parte Hegel la con-
sidera como una concepción crítica del mun-
do, fundada en el conocimiento racional. “Ha
destruido –dice— todo lo que existía... se ha
desmembrado y quebrantado a sí misma”. Marx
y Engels emitieron la siguiente opinión: “La
diferencia entre el materialismo francés y el in-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 255

glés corresponde a la diferencia entre esas dos


naciones. Los franceses dotaron al materialismo
inglés de ingenio, carne, sangre y elocuencia. Le
adicionaron el temperamento y la gracia de que
carecía. Lo civilizaron”. (I. Kon y otros, El desa-
rrollo en la naturaleza y en la sociedad, p. 296).
Trataremos ahora de presentar los conceptos más
importantes de la Ilustración en las distintas áreas
del conocimiento en que elaboró su tesis:
1. La razón es un libro abierto de lucha contra
la superstición y el despotismo.
2. En una sociedad maravillada por la técnica
mecánica del reloj (derivada de la técnica del
molino) se concibe a Dios como “el relojero
bueno y justo” creador de ese gran reloj que
es el universo, que ama de igual modo a lodos
los hombres, los deja libres de pecar o no pe-
car y puede a lo sumo castigarlos por las faltas
de las cuales no se han arrepentido. Estos con-
ceptos tan propios del pensamiento burgués
podían ser interpretados así: el burgués que
ha pecado demasiado y se arrepiente no tiene
razón para temer el día de su muerte. El te-
mor a la muerte es cobardía individual.
3. La naturaleza está regida por leyes inmutables,
ajustadas a la razón que no admiten excep-
ción. De aquí que el milagro no sea posible.
Las leyes se confirman mediante la experien-
cia en el dominio de las ciencias positivas.
4. El sistema social se halla establecido a la ma-
nera del cosmos, regido también por leyes
naturales e inmutables. La intervención de
Dios sobre la humanidad se limitó al primer
256 A rturo C ardozo

impulso: la sociedad se desenvuelve también


como un reloj sin la intervención divina.
Niégase el providencialismo.
5. El individuo es todo: no hay instituciones
e instancias supraindividuales como el es-
tamento, la comunidad, etc.; incluso Dios,
para la tendencia materialista. El interés in-
dividual coincide con el interés general: el
interés egoísta es conforme al interés común.
6. Los deístas de la Ilustración justificaban la
división de la sociedad en clases afirmando
que la pobreza y el fracaso son producto de
la pereza y de la falta de inteligencia. La po-
breza no es agradable a Dios.
7. Fueron comunes las ideas sobre libertad,
igualdad, universalidad de las leyes, la tole-
rancia, el respeto al interés general y el re-
chazo de la arbitrariedad. Sobre la igualdad
se limitaron a aceptarla sólo ante la ley. Sin
embargo, hubo algunos pensadores como
Mably y Morellet que propusieron la aboli-
ción de la propiedad.
8. El beneficio, el apetito de riqueza, el lujo
dejan de ser considerados contrarios al
bien general por su carácter egoísta para ser
apreciados como actividades útiles que van
en beneficio de toda la comunidad porque
quien se enriquece y se eleva enriquece y
eleva a toda la sociedad.
9. La felicidad se logra mediante la Ilustración
y ésta mediante la acción de tres motores: el
educador, el legislador y un gobierno ilus-
trado.
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 257

10. El sistema educativo de Rousseau se funda-


mentaba en tres conceptos: naturaleza, liber-
tad y personalidad. El retorno a la naturaleza
es para el hombre su salvación. En contacto
con la naturaleza el hombre se hace igualita-
rio, sano y feliz; en cambio la sociedad civili-
zada lo conduce al refinamiento, al artificio,
a la corrupción. El hombre se desenvuelve
como “el tribuno de la naturaleza”. Hay que
empezar por conocer al alumno, porque la
infancia tiene modos de ver, pensar y sentir
que le son peculiares. El niño debe crecer y
desarrollarse en contacto con la naturaleza,
dialogando con las cosas, los animales, los
bosques, los fenómenos y los acontecimien-
tos. La didáctica de la libertad debe desterrar
de la escuela toda arbitrariedad, coacción,
amenaza, el castigo y el terror. Más acción y
menos discursos. Formar al hombre significa
desarrollar sus potencias físicas, intelectua-
les, cívicas y morales.
11. Los fisiócratas o economistas concebían la
economía como una ciencia con principios
definidamente sistematizados. Imaginaron
un proceso global y elaboraron la “tabla eco-
nómica”. Aseguraban que un país en don-
de los capitales estaban invertidos princi-
palmente en la agricultura antes que en la
industria; en donde se hallaban suprimidas
las limitaciones a la propiedad privada reina-
ría una libertad económica total, el ingreso
nacional estaría en condiciones de sostener,
junto a un “tercer estado” que vive del salario
258 A rturo C ardozo

(proletarios) y del beneficio (empresarios),


una clase de propietarios de la tierra (aris-
tocracia territorial) que viviría de la renta de
la tierra en constante aumento. Aseguraban
que una burguesía próspera y una nobleza
poderosa, coexistiendo, podrían ser la base
de una monarquía ilustrada y moderna.
12. La mayoría de los ilustrados pensaba que las
ideas racionales no podían ser comprendidas
por las masas populares. Se preocupaban
por “iluminar” sólo a las clases dirigentes y
en primer término al monarca. Afirmaban
que si el rey se convertía en “un filósofo del
trono”, los problemas surgidos de la trans-
formación social serían fácilmente resueltos.
Un concepto derivado de estas creencias fue
el Despotismo Ilustrado que veremos ofi-
cialmente acogido en España.
b) La Ilustración en España
España y Portugal eran para el momento del
descubrimiento de América los países más de-
sarrollados de Europa, pero tres siglos después,
al finalizar el siglo XVIII se hallaban a la zaga
de Inglaterra, Francia y Holanda que habían
iniciado la revolución tecnológica o industrial
y se enrumbaban definitivamente hacia un
régimen capitalista de libre competencia. Es-
paña había ahogado y expulsado en los siglos
anteriores todos los estímulos internos que la
hubieran conducido al desarrollo capitalista y
había quedado reducida a ejercer el papel de
simple intermediaria entre su imperio colonial
y los países en trance de industrialización. Ade-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 259

más, estos países veían en el imperio colonial


de España un depósito de riquezas naturales y
un extenso mercado para la creciente produc-
ción manufacturera: golpearon y acosaron a
la metrópoli hispana tan insistentemente y de
tan diversas maneras que le hicieron perder el
control económico de sus colonias. La punti-
lla histórica se la dio Francia cuando las tropas
napoleónicas invadieron la Península, le impu-
sieron un gobierno extranjero y la condujeron
a una guerra de liberación.
La Ilustración llegó a España procedente de
Francia que aportó no sólo su pensamiento
sino también el inglés que había asimilado. El
pacto de familia fue factor importante para las
dos potencias que se interesaban en propiciar
un desarrollo de la producción y del comercio
a fin de enfrentarse al crecimiento de la econo-
mía inglesa, manifestada en el poderío naval.
Muy poco logró España aparte de la renovación
de sus fuerzas armadas en tierra y en el mar. Las
llamadas doctrinas ilustradas se difundieron en
España. Entre 1769 y 1787 las universidades
modernizaron sus planes de estudio. Se asegu-
ra que el superior de la orden de los Carmelitas
Descalzos aconsejó en 1781 que se estudiara la
filosofía moderna representada por Bacon, Loc-
ke, Gassendi, Descartes. Newton y Condillac.
Vamos a presentar algunos rasgos y hechos que
le dan a la Ilustración hispánica su especificidad.
1. Durante el reinado de Carlos III lomaron
las corrientes iluministas su mayor impulso.
Hubo un impaciente afán entre políticos, es-
260 A rturo C ardozo

critores e incluso filósofos en conocer a fon-


do los principios de las escuelas racionalista
y fisócrata francesas, en las cuales había un
deseo general de libertad para la expresión
del pensamiento. Pero mucho antes, desde
las primeras décadas del siglo XVIII, ya ha-
bían empezado estas tendencias, aunque sin
un apoyo directo del Estado.
— El primer periódico español, el Diario
de los Literatos, aparecido en 1737, y los
que le sucedieron hasta la publicación de
El Mercurio, publicado en 1773 por la Se-
cretaría de Estado, expresaron creciente in-
terés por temas sobre artes, manufacturas,
comercio, ciencia y geografía.
— Cuando Carlos III asumió la Coro-
na española por la muerte de su hermano
Fernando VI, ya había reinado en Nápo-
les, donde se familiarizó con las tenden-
cias reformistas de carácter administrativo,
político e incluso de progreso económico
y social, elaboradas por los pensadores de
la burguesía. Bajo el gobierno de este mo-
narca el iluminismo francés fue reinterpre-
tado hasta elaborar la escuela denominada
“despotismo ilustrado”, del que hablaremos
posteriormente.
— La Ilustración patrocinada por el Estado
tendió principalmente a fomentar el desa-
rrollo material mediante la tesis de la efi-
ciencia administrativa. Los ministros Aran-
da y Florida blanca fueron los principales
ejecutores de esta política. Campomanes
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 261

estableció un sistema nacional de educa-


ción y cooperó con Jovellanos en la reorga-
nización del sistema judicial y en la intro-
ducción de nuevas ideas sobre economía.
— España respondió al estímulo de la Ilus-
tración con un notable interés por la ciencia:
se fundaron diversas academias c institutos y
se publicaron muchos libros que desarrolla-
ban temas sobre las ciencias de la naturaleza.
El más importante de estos publicistas fue
fray Benito Feijoo (1676-1764), el teólogo
benedictino que desde la Universidad de
Oviedo desarrolló un pensamiento crítico
sobre España mediante ensayos reunidos en
sus dos obras: “Teatro Crítico Universal” y
“Cartas Eruditas y Curiosas”.
— La oposición a las corrientes racionalis-
tas fue más notoria en las filas de la Iglesia
que en el ‘seno del listado. Así, por ejem-
plo, el mencionado Feijoo elaboró en 1752
una refutación al “Discurso del Método” de
Descartes y dos años antes al pensamiento
de Rousseau. Por su parte, el Estado ofreció
menos resistencia « aunque proscribió
los escritos heréticos o revolucionarios; su
política se tornó violenta cuando estalló en
Francia la Revolución de 1789. El Index de
17.90 proscribía las obras de Bayle, Bos-
suet. Brisson, Diderot, Holbach. La Fon-
taine, Helvecio, Montaigne, Montesquieu,
Rousseau, Voltaire entre muchos otros.
— La fisiocracia, luego de consagrar las leyes
que rigen al universo, trató de adaptarse a
262 A rturo C ardozo

ellas. En lo económico exaltó la agricultura,


el producto neto, el impuesto único; en lo
esencial se orientó hacia la búsqueda de la
riqueza y de la felicidad; ligó la propiedad al
concepto de libertad. En España, ante todo,
exaltó la agricultura y propició la coloniza-
ción. Para los fisiócratas españoles la agricul-
tura debía ser la primera preocupación del
gobernante porque, aparte de propiciar un
beneficio neto, favorecía las buenas costum-
bres y aseguraba la defensa del Estado. Pro-
pugnaba el libre juego de las fuerzas de la na-
turaleza. Entre los más destacados fisiócratas
españoles se recuerda a José de Olmeda,
Nicolás Arriquibar, José Cadalso, Jerónimo
de Ustáriz, Bernardo de Ulloa y el Conde
Campomanes. Todos coincidieron que la ri-
queza no debía confundirse con la posesión
de metales preciosos.
— Las doctrinas mercantilistas de Colbert
llegaron de Francia y encontraron en José del
Campillo y Bernardo Ward sus mejores di-
vulgadores. El primero propugnó una intensa
industrialización para retener en el país los
metales preciosos que llegaban de América;
propagó un nuevo sistema económico en el
campo; expresaba que “en la tierra el que tra-
baja no coge y el que coge no trabaja”. Que
era necesario poner a producir las minas e in-
crementar el comercio para mantener sano el
cuerpo político. El segundo propuso un pro-
yecto económico para desarrollar a España.
— En 1792 Carlos Martínez de Irujo ver-
tió al español la obra de Adam Smith “La
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 263

Riqueza delas Naciones” que auspiciaba un


individualismo casi absoluto: “... liberado de
las cadenas del gremio y de las reglamenta-
ciones del Estado, el individuo podría deci-
dir mejor lo más conveniente para sus pro-
pios intereses”. Bajo el lema de “dejad hacer,
dejad pasar” vetaba toda intervención del
Estado en el proceso económico.
— El castellano pasó a ser el idioma oficial
de la enseñanza y el latín se reservó a los teó-
logos y doctores en cánones. Se hablaba de
educación popular para salvar el abismo pro-
fundo existente entre una élite refinada y un
pueblo ignorante. Se propugnaba la creación
de escuelas de artes y oficios para impulsar las
industrias. Se inició la enseñanza de lenguas
vivas extranjeras (inglés, francés) puesto que
son preciosos instrumentos de trabajo. Se
pedía la sustitución de las escuelas de gramá-
tica por escuelas de enseñanza útil, separadas
de las universidades. Se creó la Facultad de
Artes con materias como Matemáticas, Físi-
ca, Química e Historia Nacional. En síntesis
se golpeó a la Escolástica.
c) La Ilustración en Venezuela
Aunque con algunas variantes podemos obser-
var el mismo proceso de desarrollo del pensa-
miento que se desplazó desde el tomismo hasta
la concepción racionalista de los pensadores
ingleses y franceses. Fue un proceso muy lento
y tardío, no sólo con respecto a Europa, sino
también con respecto a algunas regiones de
Hispanoamérica. Ejercieron importante in-
264 A rturo C ardozo

fluencia las expediciones científicas y los escri-


tores políticos de USA.
Las ideas de la Ilustración, tanto para aceptar-
las como para rechazarlas, se mantuvieron re-
servadas para el clero, el sector gubernamental
y algunos miembros dela oligarquía. Por ex-
cepción escasos miembros de las capas medias
tuvieron acceso a estas corrientes filosóficas. En
las últimas décadas del siglo XVIII y primeros
años del XIX la Iglesia dejó de tener el con-
trol pleno sobre el pensamiento y hubo de en-
frentarse a las desviaciones o negaciones de la
Escolástica. Hubo trascendentes decisiones por
parte del Estado español, como la expulsión de
los jesuitas decretada por Carlos III en 1767.
Acontecimientos de carácter histórico y de
relevancia para la humanidad como la revolu-
ción industrial, la independencia de USA y la
Revolución Francesa ejercieron gran influencia
en la sociedad venezolana, en el desarrollo de
las corrientes patrióticas y anticolonialistas y,
en sentido contrario, en el Estado español y sus
representantes coloniales para reprimir ideas y
sofocar conspiraciones y movimientos arma-
dos en pro de la emancipación.
La Ilustración llegó a Venezuela y demás re-
giones iberoamericanas por las mismas vías
por donde desembarcaron las mercancías eu-
ropeas: por las aduanas de los puertos habilita-
dos, en la mente de las personas que visitaban
o regresaban al país y en los libros y revistas
que acompañaban a los viajeros y, por las vías
clandestinas, junto a las mercancías no auto-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 265

rizadas y sujetas al decomiso, en los impresos


prohibidos por la Iglesia y el Estado español.
Estos son los aspectos que caracterizan la im-
plantación del pensamiento ilustrado en Vene-
zuela que trataremos de precisar:
1. En el seno del pensamiento escolástico se
manifestaron durante los siglos XVII y
XVIII profesores de teología que editaron
en España sus obras, producto de una larga
docencia. Fueron todos franciscanos esco-
tistas que de algún modo se enfrentaron al
tomismo. Se les considera filósofos venezo-
lanos aunque algunos estuvieron muy poco
tiempo en el país. En todo caso su influencia
fue, podemos afirmarlo así, definitivamente
nula: sus publicaciones no circularon o ape-
nas fueron leídas por muy contados miem-
bros del clero y en un caso quemadas antes
de su edición. Cuatro teólogos integran este
grupo:
— Fray Alonso de Briceño (1587-1668)
chileno, franciscano que actuó primero
como obispo de Nicaragua y Costa Rica y
más tarde obispo de Venezuela durante ocho
años. De su diócesis sólo conoció a Maracai-
bo y Trujillo en donde murió. Este prelado
publicó en España, antes que se le designa-
ra obispo de Nicaragua, su obra escrita en
latín denominada Prima Pars celebriorum
controversiarum in Primum Sententiarum
Iohannis Scoti doctoris subtilis Theologoum
facile Principis en tres volúmenes: dos pu-
blicados en Madrid y el ultimo medito (Ra-
266 A rturo C ardozo

món Urdaneta, Alonso Briceño primer filó-


sofo de América, Cap. V, VIII). “En efecto,
ha escrito García Bacca, Briceño saltó desde
América al cielo de la metafísica y de la teo-
logía. A la diestra de Escoto, quien de “soco-
tulum” llegó a Escoto. Y podía llegar a serlo,
y otros tras él, porque la doctrina filosófica y
teológica de Escoto, como lo hace notar Gi-
lsen católico, apostólico y romano—, es una
de tal amplitud y riqueza de sugerencias que
su maestro y fundador, lejos de aplastar la
originalidad y el surgimiento de pensadores,
los estimula y favorece...” (Juan D. García
Bacca, Antología del Pensamiento Filosófico
Venezolano, t. 1, p. 24).
— Fray Agustín de Quevedo y Villegas nació
en Coro pero se ignoran las fechas de su na-
cimiento y muerte. Fue también franciscano,
se le ubica en el tiempo sólo por las fechas
de edición de su obra en cuatro volúmenes
escrita en latín titulada “Opera Theologica”
entre los años 1752 y 1756. García Bacca
expresa que esta obra “... es un comentario,
estilo clásico medieval, a los Cuatro Libros de
las Sentencias, obra del maestro Pedro Lom-
bardo, en cuyo comentario ejercitaron sus
plumas y talentos todos los grandes maestros
medievales —recordemos a Santo Tomás—.
Lo mismo hizo Escoto; y su ejemplo fue reli-
giosamente seguido aquí en nuestra América,
cuatro siglos, más o menos, posteriormente
por nuestro Fray Agustín. A partir de Santo
Tomás, y Escoto, la teología, no digamos la
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 267

filosofía, se expondrá en Sumas, en Cursos,


en Disputaciones; o en comentarios a Sumas;
mas la forma de Comentarios directos a los
libros de las Sentencias había quedado inte-
rrumpida casi por cuatro siglos” (García Bac-
ca, ob. cit., t. I. pp. 174-175). En cuanto a
la acogida que tuvo esta obra en España dice
el mencionado autor que “... durante el siglo
XVIII no sólo había muerto Escoto, y era
cosa de siglos, sino que en la misma España,
la ausencia y carencia de teólogos es tal, y tan
sentida por los censores matritenses, que no
pueden reprimir dar curso a la extrañeza de
que, en las Indias occidentales, salgan a la luz
obras que por el tema, el lenguaje, la longitud
y severidad de ideas y de estilo discrepen de
lo que entonces estaba de moda en la afran-
cesada vida mental y política española. Frente
a un Feijoo, la América española, la criolla
Coro y Santo Domingo oponían un Curso
teológico en cuatro volúmenes”, (ob. cit. t. I.
p. 177).
— Otro teólogo venezolano fue fray Tomás
Valero, nacido en El Tocuyo en fecha que
desconocemos. Durante quince años estu-
dió a Escoto en el Convento de su pueblo
natal y, entre otras dignidades, fue miembro
del Tribunal del Santo Oficio y examinador
de las diócesis de Puerto Rico y Caracas. Su
obra Theologia Expositiva la forman dos vo-
lúmenes editados en Sevilla en 1755. “En
aquellos tiempos medievales, dice García
Bacca (ob. cit., t. I, p. 308) y a mitad del
268 A rturo C ardozo

siglo XVIII en estas tierras venezolanas, la


filosofía que tocuyenses como Valero, coria-
nos como Agustín Quevedo Villegas, habían
largamente estudiado y enseñado, meditado
y escrito, se honraba de ser esclava de una
teología, tenida por gran señora”. Valero es-
tudió los temas del Evangelio de San Mateo
y los sometió a un triple desarrollo: el histó-
rico (escribe lo que viste), escolástico (escri-
be las cosas que son) y oratorio o conciliato-
rio (escribe lo que debe ser). Esta obra tuvo
muy buena acogida entre los censores y en
la aprobación real se puede leer la siguiente
frase: “... salga al orbe de la tierra la luz de
esta obra, para que al modo de las estrellas,
que no lucen solamente para este hemisferio.
sino para el mundo entero, así la luz de esta
obra se difunda por toda la tierra, para que
toda ella se sacie de sus frutos”.
— Fray Juan Antonio Navarrete fue un fraile
franciscano, nacido en Caracas en fecha que se
desconoce. Se desempeñó como profesor de
Filosofía y Teología, tanto en Caracas como
en Santo Domingo. Debió morir en 1814
porque en este año se interrumpió su Diario.
Se sabe que escribió 1 7 volúmenes, pero no
quiso publicarlos. Decía: “Yo no escribo sino
para mi utilidad. Quémese todo después de
mi muerte que así es mi voluntad en este asun-
to: no el hacerme autor o escritor para otros”.
Seguramente su voluntad fue acatada y sus
libros quemados, pero escapó uno del fuego,
“Arca de Letras y Teatro Universal”, escrito en
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 269

Caracas en 1783 que reposa en la Biblioteca


Nacional... Este libro contiene todos los temas
que al caraqueño pudieron ocurrírsele: escribe
sobre ángeles, apariciones, Adán, castrados,
el gallo, el capullo de la circuncisión, el abo-
gado del Diablo, las visiones, los metales, los
niños, las palomas, el Tirano Aguirre, lagunas
de Venezuela, líneas de demarcación, la Junta
Suprema de la Independencia, grados de con-
sanguinidad, el membrillo, obligaciones de los
médicos, asnos. etc., etc. Durante los sucesos
de 1810-1812 se sintió patriota y escribió
una cronología denominada “Libro único en
que se apuntan las cosas notables de este siglo
XVIII y XIX” en donde dejó constancia de los
sucesos del 19 de abril de 1810 y del 5 de julio
de 1 8 I 1. entre otros acontecimientos.
— Otros teólogos caraqueños fueron los doc-
tores y presbíteros Antonio José Suárez de Ur-
bina y Francisco José de Urbina. profesores de
la Universidad de Caracas en la segunda mitad
del siglo XVIII. Ambos fueron fieles seguido-
res de santo Tomás de Aquino y escribieron las
lecciones de sus correspondientes cursos, aun-
que no llegaron a publicarlas. Las lecciones del
Dr. Suárez se titulan “Cursus philosophicus
juxta miram Angelici nostri Praeceptoris doc-
trinam” (1758). Las Lecciones de Filosofía del
Dr. Urbina comenzaron a ser escritas en 1764.
2. La Ilustración se sintió con mayor fuerza en
Hispanoamérica y, naturalmente en Vene-
zuela, durante el reinado de Carlos III. Se
orientó principalmente hacia el fomento
270 A rturo C ardozo

de la producción material y la reforma ad-


ministrativa como deberes importantes del
Estado. Fue notable la participación de los
consejeros Aranda y Floridablanca. Debe-
mos recordar a José de Gálvez y a José de
Areché por sus reformas al sistema econó-
mico destinadas a incrementar los ingresos y
fortalecer las defensas de las colonias en caso
de ataques.
— El proyecto de reformas denominado
“Grande Memoire sur le Commerce des In-
des”, elaborado en 1763 por el agente fran-
cés en España, abate Béliardi. La mayoría de
las soluciones propuestas se transformaron
en leyes en los años siguientes. La reforma y
su motivación tenían objetivos militares: ob-
tener más recursos para mejorar las fuerzas
navales y las fortificaciones.
— Un desacostumbrado espíritu de toleran-
cia y de interés por los descubrimientos cien-
tíficos se puso en acción para explorar los re-
cursos naturales de las colonias en América y
propiciar su utilización.
— En el mismo sentido se incrementó la
instrucción y se inició el desarrollo de las
letras: la reforma económica de Carlos III
preparó las condiciones materiales para el
incremento de cultura en América.
— La expulsión de los jesuitas del imperio
español en 1767 fue una medida llevada a
cabo dentro del espíritu de la Ilustración y
en la cual desempeñó importante papel el
conde de Aranda. La Compañía de Jesús fue
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 271

una de las últimas congregaciones religio-


sas en llegar a América, lo que no impidió
que al poco tiempo tuviese en sus manos la
educación de las clases nobles. La rigurosa
selección de sus miembros en cuanto a lina-
je y capacidad y el juramento de obediencia
irrestricta al Papa tanto en lo espiritual como
en lo temporal, sobre todo esto último, la
hizo aparecer como contraria a la soberanía
del Rey. De Francia y de Portugal había sido
expulsada en 1759 por supuestos atentados
realizados por algunos de sus miembros con-
tra la familia real.
3. Las colonias hispanoamericanas recibieron
en primer término la influencia de los pen-
sadores ilustrados de España. Muchas de sus
obras mantienen hoy universal estimación.
La producción de este tipo de obras co-
menzó a principios del siglo XVIII con fray
Benito Feijoo y se extendió hasta los finales
del mismo siglo con “Cartas Marruecas” de
Cadalso que muchos relacionaron con “Let-
tres Persanes” de Montesquieu. Otra “fuerza
ilustrada” que penetró en la América españo-
la fue la que imprimieron los científicos, vi-
sitadores españoles Antonio de Ulloa y José
Celestino Mutis. En otro plano tuvieron
extraordinaria importancia las expediciones
científicas de. franceses y alemanes como la
de Charles La Condamine y la de Alejandro
de Humboldt, entre muchas.
— En 1785 Fausto de Elhuyar y su herma-
no José fueron enviados a Alemania por la
272 A rturo C ardozo

Corona española para estudiar la tecnología


empleada en las minas de Freiberger (Sajo-
nia). Al terminar estos estudios Fausto de El-
huyar organizó con la autorización del Rey
dos expediciones, una con destino a México
y otra al Perú. En ambas se incorporaron
numerosos alemanes que se arraigaron en
tierras de América.
— En 1789 el Rey envió a sus colonias ame-
ricanas una misión político-científica, presi-
dida por Alejandro Malespina, encargada de
recoger datos para una reforma radical del
régimen español en América. La misión re-
gresó a España en 1795 y las soluciones que
propuso fueron archivadas como efecto de la
contraofensiva tradicionalista que ya estaba
imponiéndose de nuevo.
— La expedición del francés Charles La
Condamine, enviada en 1735 para deter-
minarla longitud de un grado del meridia-
no terrestre en el Ecuador. Escribió sus ex-
periencias en la América meridional. En su
viaje a Río Negro llegó hasta los bordes de
la Gran Sabana y pudo ver el Roraima, que
midió mediante una triangulación. Estudió
el curare venezolano usado por los indios,
comprobando que sólo es mortal en contac-
to con el torrente circulatorio; descubrió la
comunicación del Orinoco con el Amazo-
nas a través del caño Casiquiare. Para Vene-
zuela tuvo gran importancia la expedición
del barón Alejandro de Humboldt y Aimé
Bonpland, autorizada por Carlos IV. Partió
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 273

de las Canarias en 1799. Su excursión por


Venezuela comenzó en Cumaná: recorrió el
oriente del país, cruzó el Orinoco, Río Negro
y llegó al caño Casiquiare hasta el límite con
Brasil; se trasladó de Barcelona hasta Cara-
cas, pasando por Barlovento: visitó los valles
de Aragua, el lago de Valencia hasta Puerto
Cabello; cabalgó en los llanos del Guárico
hasta San Fernando de Apure. Su viaje se ex-
tendió a Colombia. Ecuador y Perú. Explo-
ró después México y Cuba. Visitó también a
Jefferson en USA. A Humboldt se le llama
con toda propiedad “el Descubridor Cien-
tífico de América”. Su obra, editada en diez
volúmenes en lengua francesa, es un monu-
mento gigantesco científico-literario de ca-
rácter universal. La parte correspondiente a
Venezuela se denomina “Viaje a las Regiones
Equinocciales del Nuevo Continente” fue
editada en París entre 1814-1825.
4. En las élites cultas de la América española
tuvieron gran receptividad los descubri-
mientos y teorías científicas aparecidas en
Inglaterra, Francia y USA y, en la medida en
que esto acontecía, la Escolástica pasó a ser
objeto de críticas c incluso burlas dentro de
esos mismos círculos.
— Isaac Newton (1642-1727) con su teoría
de la gravitación universal y su contribución
a la astronomía puso fin a la concepción aris-
totélica del mundo. La visión de las esferas
puestas en acción por un primer motor o por
los ángeles bajo órdenes de Dios quedó sus-
274 A rturo C ardozo

tituida por la concepción de un mecanismo


que funciona de acuerdo con una simple ley
natural. A Dios le correspondería la misión de
mantener la estabilidad del sistema. Newton
estableció la concepción dinámica del univer-
so en oposición a la concepción estática que
había sido aceptada hasta entonces.
— Pierre Gassendi (1592-1655) rechazó la.
concepción cosmológica de Aristóteles, reac-
tualizando la teoría atómica de Demócrito.
Para Gassendi los átomos eran partículas
con masa y con inercia que se movían en el
vacío. Su definición del átomo fue utilizada
por Newton.
— Durante la primera mitad del siglo XVIII
los mayores avances científicos se registraron
en los campos de la electricidad y la botáni-
ca. El estudio de la electricidad comenzó con
una especie de pasatiempo inútil mediante
experimentos espectaculares. Fue Benjamín
Franklin (1706-1790) quien con su inven-
ción del pararrayos hizo descender la elec-
tricidad a la tierra y previo su importancia
futura con sus estudios de los fenómenos
eléctricos.
— Carlos Linneo (1707-1778) naturalista
sueco, contribuyó al resurgimiento de una
de las ciencias más antiguas, la Botánica, que
dejó de estar en manos de los herbolarios
para ser objeto de la investigación científica.
Su obra “Philosophia Botánica” presenta un
sistema de clasificación de las plantas que fue
admitido universalmente. Las expediciones
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 275

científicas en América, especialmente la de


Humboldt y Bonpland aplicaron en Vene-
zuela el sistema linneano de clasificación.
Junto a las colecciones botánicas aparecieron
las de monedas, minerales, fósiles, etc., que
sirvieron para la formación de museos espe-
cializados.
— Los filósofos del siglo XVI1 tuvieron a su
cargo la tarea de demostrar que existía una
imagen del mundo distinta de la religiosa y la
encontraron en los trabajos de Bacon y Des-
cartes. En cambio los del siglo XVIII conta-
ron con el apoyo científico de la concepción
newtoniana para justificar lo que aquéllos sólo
pudieron prever y reconciliar los avances cien-
tíficos con las concepciones políticas y econó-
micas que empezaban a surgir.
Aceptaron un nuevo orden racional. John
Locke (1632-1704) en su obra “Ensayo so-
bre el entendimiento humano” al demostrar
las limitaciones del espíritu, terminó por de-
fender las ideas liberales y la tolerancia y por
aplaudir .el gobierno de la ley. En su opi-
nión, el Estado nació para defender la liber-
tad y la igualdad de todos.
— Antoine Lavoisier (1743-1794) imprimió
gran impulso a la química; se preocupó por
el uso práctico de la ciencia: realizó un mapa
geológico de Francia para detectar sus recur-
sos minerales, se ocupó del sistema de ilumi-
nación de las calles y de la planificación de
granjas experimentales. No fue afecto a la fi-
losofía. Él y Priestley impulsaron las esperan-
276 A rturo C ardozo

zas de vincular alguna vez la industria con la


ciencia. Lavoisier llegó a la química a través de
la física: descubrió la ley de combinación de
los elementos y dividió los compuestos quí-
micos en tres categorías principales: ácidos,
bases y sales: estableció una nueva nomencla-
tura química. Redujo la química a la expli-
cación de las combinaciones y disociaciones
entre elementos. fundamentándose en su ley
de conservación de la masa.
— Jean Baptiste Lamarck (1744-1829) fue
el más original de los naturalistas evolucio-
nistas: propuso en 1809 la teoría de que las
especies actuales se han derivado de las espe-
cies existentes en épocas pasadas, debido a
su tendencia a adaptarse estrechamente a su
medio ambiente. La jirafa, por ejemplo, fue
alargando su cuello para alcanzar las hojas
más altas de los árboles y este alargamiento
fue heredado por sus descendientes.
— Se encuentran huellas de la Ilustración en
todos los libros o en las fuentes de primera
mano relacionados con Hispanoamérica. Si-
güenza explicaba en México las tesis de Gas-
sendi y Copérnico. En Quito los jesuitas en-
señaban a mediados de siglo las tesis de Des-
cartes, Newton y Leibniz. En Buenos Aires y
Caracas comenzaron los ataques contra Aris-
tóteles en 1770. En La Habana, Juan Chacón
propuso (1761) la creación de una cátedra de
física. En Bogotá, Guatemala, Lima, Quito,
Buenos Aires y México circularon obras de
Descartes, Gassendi, Newton y Leibniz.
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 277

La Ilustración influyó decididamente en la


generación que llegó a la madurez en 1808
y condujo la lucha ideológica por la inde-
pendencia. En el caso particular de Venezue-
la se pueden nombrar como las obras más
influyentes el Contrato Social de Rousseau,
las Máximas Generales de Economía Políti-
ca de Quesnay, el Tratado de las Sensaciones
de Condillac y el Ensayo sobre Gobierno de
Locke, entre otras.
1. En la formación intelectual de la llamada ge-
neración de la Independencia es muy fácil
detectar la influencia del pensamiento revo-
lucionario ilustrado: en unos casos priva el
francés, en otros el inglés y no faltan los que
se inspiran en los fundadores de la república
norteamericana.
— Nuestro Libertador Simón Bolívar, en
carta dirigida a Santander el 20 de mayo de
1825 (Lecuna, Cartas del Libertador, t. IV,
p. 337), luego de reconocer a Andrés Bello,
Simón Rodríguez y al Pbro. Andújar como
sus primeros maestros y a sus estudios en
la Academia de San Fernando, se expresó
así: “Ciertamente no aprendí ni la filosofía
de Aristóteles ni los códigos del crimen y
del error, pero puede ser que monsieur de
Mollien no haya estudiado tanto como yo
a Locke, Condillac, Buffon, D’Alembert,
Helvetius, Montesquieu, Mably, Filangieri,
Lalande, Rousseau, Voltaire, Rolin, Berthot
...” Efectivamente, algunas ideas del Bolívar
agitador son roussonianas y en muchos de
278 A rturo C ardozo

sus escritos literarios se dibuja el estilo de


Rousseau; ciertos fundamentos del Discur-
so de Angostura recuerdan el Espíritu de las
Leyes de Montesquieu. Es innegable la in-
fluencia de las ideas de Raynal (Historia Fi-
losófica de los Establecimientos Europeos en
las Indias) en el Bolívar legislador cuando es-
boza el Poder Ejecutivo, incluso lo cita en la
Carta de Jamaica. Si le creemos a L. Perú de
Lacroix (Diario de Bucaramanga, pp. 131-
132) el Libertador le confió sus ideas sobre
el alma, manifestándole que: “... El hombre
tiene un cuerpo material y una inteligencia
representada por el cerebro, igualmente ma-
terial y, según el estado actual de la ciencia,
no se considera a la inteligencia sino como
una secreción del cerebro; llámese, pues, este
producto alma, inteligencia, espíritu, poco
importa ni vale la pena disputar sobre ello...”
— Las ideas políticas del Generalísimo
Francisco de Miranda no están al nivel de
su trayectoria histórica en la praxis del movi-
miento independentista. Su ideología políti-
ca se refleja en el Diario de su viaje a USA en
1783-84. He aquí algunos de sus conceptos:
considera que lo fundamental es la legisla-
ción, por eso piensa que la llamada “Cons-
titución Británica” es la causa de la felicidad
de la república anglosajona; al comentar la
Constitución de Massachusetts hace obser-
vaciones a la manera de Montesquieu; pien-
sa que hubo una omisión inexcusable cuan-
do se deja de considerar la Virtud como la
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 279

base de la democracia y que no se hubiese


establecido el predominio de alguna de las
sectas religiosas. En su proyecto de 1790
para la independencia de Hispanoamérica
bajo un Incanato, toma algunos elementos
institucionales del Estado inglés como son
el Emperador hereditario (Inca), la Cámara
Alta o Senado integrada por caciques vita-
licios designados por el Inca y una Cámara
de Diputados elegidos por períodos de cinco
años. De la Roma antigua tomó la institu-
ción de los Censores. Cuando intervino en
la política francesa asumió la posición de
los girondinos y en todo momento reiteró
su credo antijacobino; en estos planteamien-
tos coincidió con los norteamericanos John
Adams y Alexander Hamilton.
— Don Simón Rodríguez, mejor cono-
cido como el Maestro del Libertador, fue
ante todo un pedagogo que quiso aplicar las
ideas docentes expresadas en el “Emilio” de
Rousseau. Pensaba que la enseñanza debía
partir de las más próximas necesidades y ex-
periencias del hombre y uno de sus lemas
fue: “antes de los asirios y de los egipcios,
debiéramos ocuparnos de nosotros, los ame-
ricanos”. En una de sus cartas al Libertador
nos permite captar algunos rasgos de su per-
sonalidad: “En Usted tengo un amigo físico,
porque ambos somos inquietos, activos e
infatigables; mental, porque nos gobiernan
las mismas ideas; moral, porque nuestros
humores, sentidos e ideas dirigen nuestras
280 A rturo C ardozo

acciones al mismo fin. Que usted haya abra-


zado una profesión y yo otra, hace una di-
ferencia de ejercicio, no de obra”. Cuenta
Picón Salas que sus ideas entusiasmaron al
científico francés Vandel-Heyl cuando vi-
sitó Chile en una expedición científica “...
que comparaba la filosofía social de nuestro
don Simón con la de pensadores políticos
europeos, como Saint-Simon y Fourier, pre-
cursores del socialismo. Don Simón aún no
había leído a aquellos reformistas pero —
como lo apunta Vandel-Heyl— había llega-
do a formular conclusiones y a recomendar
sistemas parecidos...” (Mariano Picón Salas,
Simón Rodríguez, (1771-1854), p. 55).
— Juan Germán Roscio (1763-1821), hijo
de un italiano y nieto de una india fue ante
todo un jurista formado en la universidad de
Caracas a la manera tradicional. Para lograr
su inscripción en el Colegio de Abogados
tuvo serias dificultades por su condición so-
cial. Fuera de la universidad lomó contac-
to con las ideas del enciclopedismo francés.
Uno de sus biógrafos, Benito Raúl Lozada se
expresa así: “El doctor Roscio, como otros
distinguidos varones coloniales, había veni-
do conociendo y asimilando las nuevas ideas
filosóficas y políticas que con el nombre de
liberales se difundían desde los años de la
Revolución Francesa. Son principios que
resumían los franceses con su lema: ‘liber-
tad, igualdad y fraternidad’, que en defensa
de los derechos del individuo, reaccionaban
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 281

contra los sistemas políticos y económicos


absolutistas. Los filósofos Voltaire, Rous-
seau, Diderot, D’Alembert y otros muchos,
habían sido los autores de los libros que los
propagaban. Estas obras entraban clandesti-
namente al país, muchas en los buques de la
Compañía Guipuzcoana y eran leídas y dis-
cutidas en las pequeñas tertulias intelectua-
les de Caracas”. (Benito Raúl Lozada. Juan
Germán Roscio, p. 21). Durante su perma-
nencia en Filadelfia (USA) publicó en el año
1817 su gran obra “El Triunfo de la Libertad
sobre el Despotismo” considerada como una
de las más importantes del pensamiento la-
tinoamericano de la época: trata de conciliar
la religión con las ideas liberales.
— Francisco Iznardi (1750-1814). misterio-
so italiano nacido en Turín, en la costa de
Güiria combinó la siembra de algodón con
el estudio de las ciencias de la naturaleza: de-
tenido en el Cuartel San Carlos de Caracas
fue acusado del “horrible crimen de con-
mover los ánimos de los habitantes de aquel
Continente para poner en Independencia la
América”: fue trasladado a España y senten-
ciado en 1803 a no pisar de nuevo el conti-
nente americano, regresó clandestinamente
a Venezuela por Margarita como marinero y
políglota, se desplazó por el país hasta llegar
a ser el secretario del Congreso que decretó
la independencia en 181 1. A este revolu-
cionario las autoridades lo tildaron de sos-
pechoso por la copiosa biblioteca con libros
282 A rturo C ardozo

prohibidos como la “Historia Filosófica del


Comercio de los Europeos con las Indias”
del abate Raynal y las obras del filósofo calvi-
nista Pierre Bayle. Junto a estos libros había
numerosos volúmenes relacionados con las
ciencias de la naturaleza, la historia, la eco-
nomía política y el comercio, con el derecho
y el estudio de las lenguas. También tenía
obras literarias. Isnardi en su declaración al
juez instructor expresó que no había tenido
otra profesión que la de labrador “... pero
sí había dedicado todo el tiempo posible al
estudio de la Física, de la Astronomía, de la
Historia Natural, de la Medicina, de la Mú-
sica y de la Pintura. Se había aficionado tan-
to a ellas, que había formado una numerosa
colección de libros de aquellas materias. Y
no sólo para contemplarlos, en sus sencillos
armarios, ni para mirar sus dibujos y pintu-
ras —si es que lo tenían— sino que se había
engolfado en su estudio de tal modo ‘que
sin ser profesor en ninguna de las ciencias
insinuadas, había ejercitado su observación
y talento un poco sobre cada una de ellas,
bien para su recreo, ya en beneficio de las
gentes del Golfo de Paria, donde no había ni
médicos ni cirujanos y donde había curado
muchas enfermedades”. (Joaquín Gabaldón
Márquez, Francisco Iznardi, p. 37).
— El último de los representantes de la
Ilustración en Venezuela que hemos selec-
cionado fue Carlos del Pozo, de cuya exis-
tencia sólo sabemos lo que nos ha referido
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 283

Humboldt en su obra “Viaje a las Regiones


Equinocciales”. Este venezolano residía para
1800 en la ciudad de Calabozo (Guárico).
Había diseñado un gabinete de física que
contenía una máquina eléctrica de grandes
discos, electróforos, baterías, electrómetros y
otros instrumentos que sumaban un mate-
rial casi tan completo como el que poseían
en aquella época los físicos europeos. Y no
se trataba de objetos de fabricación extran-
jera, adquiridos en países allende los mares;
eran obra de este hombre que nunca había
visto instrumento alguno, que a nadie po-
día consultar, que no conocía los fenómenos
de la electricidad más que por la lectura de
dos obras: el Tratado de Sigaud de La Fond
y las Memorias de Benjamín Franklin. Ape-
nas había importado de los Estados Unidos
algunos accesorios de vidrio y es de suponer
cuántas dificultades tuvo que vencer desde
que cayeron en sus manos las primeras obras
sobre electricidad, cuando resolvió animo-
samente procurar para su propia industria
todo lo que veía en los libros. Del Pozo no
pudo contener su alegría cuando compro-
bó que los instrumentos de Humboldt y
Bonpland parecían una copia de los que él
había hecho.
284 A rturo C ardozo

III. LA PRODUCCION ARTISTICA:


PLASTICA, MUSICA Y LETRAS
Dijimos antes que la imagen artística no es un simple pen-
samiento o conjunto de pensamientos e ideas, sino una sín-
tesis de pensamientos y de sentimientos. Toda obra de arte
constituye un modelo, no sólo de un conjunto de pensa-
mientos e ideas, sino también de impresiones emotivas de
la realidad que refleja. Es necesario recalcar que en el arte, al
igual que en la religión, en la moral y en la conciencia políti-
ca existe una acción recíproca, íntima e indestructible entre
los sentimientos y las ideas y que cada una de estas formas
de la conciencia social constituye, no una simple suma, sino
una unidad orgánica entre lo ideológico y lo sicológico.
En las sociedades primitivas el arte tenía un valor funda-
mentalmente utilitario. Los primeros sonidos musicalmente
estructurados fueron extraídos de los instrumentos de tra-
bajo y se utilizaban para organizar o estimular la actividad
laboral. Las danzas constituían un medio para excitar la pa-
sión por la caza o el favor de los dioses en las tareas de la pro-
ducción. Los dibujos primitivos sirvieron en un principio
para afirmar los conocimientos prácticos sobre la naturale-
za. Sólo el desarrollo de las necesidades de los hombres y de
los sentimientos estéticos determinó la naturaleza específica
del arte como forma superior de comprensión estética de la
realidad del hombre.
La evolución de la técnica está directamente vinculada al de-
sarrollo y enriquecimiento del arte; las realizaciones del pro-
greso étnico conducen constantemente al surgimiento de
nuevas formas artísticas y a la difusión del arte en general, lo
que acrecienta la influencia c intensidad de los fenómenos
de la vida espiritual.
Cuando, como consecuencia del desarrollo de las fuerzas
productivas, se separó el trabajo físico (muscular) del tra-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 285

bajo intelectual (abstracto) y a esta última actividad se le


consideró como la más importante dentro de la sociedad
clasista, aumentaron las necesidades espirituales y surgieron
las condiciones para que la influencia de la vida material
dejase de ser directa. Empezó a manifestarse indirectamente
y con diferente intensidad en las distintas formas de la con-
ciencia social que iban apareciendo e influenciándose recí-
procamente. El desarrollo regular, parejo de la conciencia
social en las comunidades primitivas, pasó a ser irregular,
zigzagueante y desequilibrado en las sociedades clasistas, ca-
racterizándose por etapas de ascenso y de decadencia. Así, la
formación esclavista de Grecia en los siglos VI-III antes de
nuestra era produjo en el plano artístico obras maestras sin
par que son admiradas en distintos museos o reproducidas
en todos los rincones de la tierra. En cambio, en el último
período de la antigua Grecia, en la época del helenismo, se
observan en el arle, claros rasgos de degradación y decaden-
cia (esto no aconteció en las áreas de la filosofía ni de la las
ciencias naturales). La literatura no exhibió nombres como
los de Esquilo y Aristófanes; degeneraron los temas de la
poesía y la dramaturgia: los motivos ciudadanos fueron re-
emplazados por las incitaciones a los placeres, a la evasión.
En las artes plásticas abundaron los matices afectados y na-
turalistas. Lo mismo aconteció en Roma: etapas de ascenso
y decadencia que correspondieron a las fases del desarrollo
y estancamiento de la estructura económica: la literatura de
Lucilio, Cálido, Horacio, etc., de la primera fase fue reem-
plazada por tragedias verbosas y rebuscadas de Séneca, los
epigramas de Marcial y las aparatosas y sensibleras farsas.
Los períodos de ascenso y de decadencia de la cultura espiri-
tual, en general, se explican, antes que todo por la existencia
de clases progresistas o reaccionarias (según el caso) que pre-
dominan en la política y en la economía y, por consiguiente,
también en la conciencia social. Cuando una clase progre-
286 A rturo C ardozo

sista en ascenso se apoya en las masas populares y se nutre de


sus fuentes culturales, se dan las condiciones para impulsar
a niveles más altos las distintas formas de la conciencia so-
cial, entre ellas la creación artística.
Otro factor del desarrollo irregular, zigzagueante y desequili-
brado de la conciencia social en las sociedades clasistas es la
presencia o carencia, según el caso, del talento y de las condi-
ciones sociales para su formación y florecimiento. Sin el talento
no existe el artista y los genios son generalmente escasos. La
calidad de la producción artística depende de la personalidad
del artista. Se da el instante casual subjetivo, que sin modificar
la línea fundamental del desarrollo y tránsito de una formación
económico-social a otra, influye sustancialmente en el ritmo y
en los aspectos concretos: esto acontece con el surgimiento de
la personalidad genial. Sin embargo, para que esta “personali-
dad genial” pueda florecer y desarrollar a plenitud su actividad
se requiere que existan las condiciones adecuarlas, que esté pre-
sente un conjunto de factores sociales muy variados y, entre
tantos, el económico. La aparición y el florecimiento del arte,
repetimos, reside en las condiciones sociales que se manifiestan
como la causa decisiva del ascenso o decadencia de la produc-
ción artística en sus diversas formas.
El arte, al igual que las otras formas de expresión social, es
también objeto de desarrollo, pero la palabra “desarrollo” no
quiere decir en este caso que cada etapa subsiguiente sea su-
perior en un sentido artístico-estético a la precedente, sino
más bien que el contenido y los medios expresivos artísticos
se enriquecen; que se modifican los métodos creadores y el
estilo, que en cada viraje histórico surge el arte que más y
mejor pueda expresar, no la vida en general, sino justamente
la vida, las aspiraciones y los ideales de la época.
La forma artística comprende no sólo su composición, el
tema y la imagen, sino también lo que se llama el lenguaje
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 287

artístico, es decir, los medios materiales de su encarnación.


Para que la imagen ideada por el poeta se convierta en poe-
sía, debe estar plasmada en palabras y los medios “musica-
les” del lenguaje poético. El contenido es determinante en
la obra artística, pero esto no impide que la forma artística
desempeñe un papel muy importante. En el caso del arte
realista la correspondencia entre la forma y el contenido es
una de sus leyes fundamentales.
El arte contiene la unidad y la multiplicidad de sus aspectos
y tipos del mismo modo como la realidad se nos revela una
y múltiple. El arte se manifiesta a través de obras literarias,
plásticas, musicales, de teatro, de danza, etc. Los distintos ti-
pos de arte tienen en común la manera artística e ilustrativa
de expresar sentimientos e ideas. Pese a las diferencias de los
distintos tipos de arte, (música, artes plásticas, etc.), todos
expresan, por una parte, una imagen artística, un panorama
objetivo de la realidad y, por otra, una forma subjetiva, in-
dividual y única en su género, sentida y experimentada por
el artista. En las obras literarias, en las que se usa la palabra,
así como en los tipos de arte relacionados con la literatura,
como son el teatro, el cine, la música de programa (vincu-
lada a un libreto), las ideas se pueden expresar mediante la
palabra, a través de los cuadros de la vida que reproducen
esas artes. En la música no relacionada a un texto literario,
la expresión de las ideas por medio del sentimiento, adquie-
re un significado predominante en la esfera emocional de la
obra.
Se puede afirmar que de manera relativa, las artes plásticas
transmiten la cambiante realidad en forma directa, mien-
tras que aquellas en que predomina lo “expresivo” reflejan la
vida emocional del hombre en un primer plano.
El arle y las otras formas de la conciencia social se mantie-
nen en íntima interacción. El arte evoluciona en estrecha
288 A rturo C ardozo

relación con la ciencia, especialmente el arte de vanguardia.


La religión le sugiere o le veta algunos temas y la moral le
suministra valores éticos.
El artista no puede ser independiente {le la sociedad en que
vive y, si ésta se encuentra dividida en clases, se halla afecto a
los intereses de la clase a que pertenece. El artista, al reflejar
la realidad, lo hace desde una posición clasista: si parte des-
de la concepción del mundo de la clase dominante, ayuda a
la consolidación del régimen social; si por el contrario toma
posiciones desde las clases explotadas, se enfrenta y lucha
contra el sistema. El que se denomina “arte puro” sirve, por
lo general, a las clases dominantes porque, de algún modo,
tiende a frenar la corriente revolucionaria de las masas. En
las sociedades clasistas predominan y se divulgan más las
ideas y el arte de las clases dominantes, pero paralelamente
a este arte “oficial” las clases oprimidas crean el suyo que
refleja sus condiciones de vida, sus intereses e ideales, sus
aspiraciones e intenciones.
Lo universal no está divorciado de lo histórico concreto, de
lo peculiar para cada época. El artista tipifica los rasgos so-
ciales de los individuos de su época, pero estos rasgos difie-
ren por su carácter de clase, por su concepción del mundo,
por sus métodos de lucha. Aunque se hallan reflejados en el
arte como tipos sociales diferentes, son también particulares
por su carácter, por la forma de pensar y sentir, por su acti-
tud hacia la gente, por su conducta e idiosincrasia.
La obra de arte al llegar al público sale del “control” del
artista y empieza a vivir una “vida” propia como fuente de
determinada información estética. A partir de este momen-
to la “vida” de la obra depende en gran parte de la función
comunicadora que desempeña el arte en una determinada
sociedad. La estructura material de la obra artística, al ac-
tuar sobre los órganos de los sentidos receptores, suscita im-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 289

pulsos nerviosos que se transforman en estados correspon-


dientes, susceptibles de análisis: en el proceso la percepción
forma en la mente del receptor la imagen síquica de la obra
de arte captada.
a) El arte en la Europa medieval y renacentista
El fin del régimen esclavista y el surgimiento de una
nueva realidad social, estructurada bajo la forma de re-
laciones feudales, trajo aparejado un arte expresión de
la espiritualidad cristiana, con estilo y forma expresiva
propios. Un estilo artístico nuevo jamás ha surgido de
manera instantánea, como tampoco una determinada
cultura ha sido obra de un genio innovador. El arte me-
dieval surgió lentamente y las causas que determinaron
su aparición fueron muy complejas. La producción ar-
tística se fue orientando gradualmente por pautas cris-
tianas que llegaron a dirigir el pensamiento de la épo-
ca; de este modo, la idea religiosa dirigía el nuevo arte
naciente e impulsó al genio artístico a la construcción
de templos, conventos y palacios bajo el estilo denomi-
nado románico. Este tipo de arte no surgió en Europa
de súbito; por el contrario, fue una transformación del
arte romano, fusionado con elementos procedentes de
Oriente: a Italia llegaron rasgos artísticos de la cultura
bizantina; España recibió las culturas visigoda y mozára-
be y, en general, el resto de Europa percibió la influencia
cultural de los llamados bárbaros. Puede afirmarse que
el arte románico iniciado en el siglo IX, llegó n su más
alto nivel de perfección en el siglo XI y desde ahí empe-
zó su decadencia hasta desparecer en el siglo XIII.
El elemento estético que caracterizó el tránsito de la ar-
quitectura románica a la gótica fue la adopción de la
ojiva (arco que se tiende diagonalmente en un tramo de
nave para apoyar en él los elementos de la bóveda); la
290 A rturo C ardozo

que desembocó a su vez en el arco apuntado. Este rasgo


arquitectónico llegó a Europa proveniente de Armenia
y sufrió algunos cambios. La ojiva normanda fue la que
realmente influyó en el desarrollo <le la arquitectura
gótica. Su predominio alcanzó alrededor de ciento cin-
cuenta años, es decir hasta los comienzos del siglo XV.
El arte renacentista correspondió al período de la ex-
pansión del capital comercial o comienzo de la crisis
general del feudalismo. Lo desarrolló en las ciudades in-
dependientes la burguesía comercial en ascenso. Se alejó
paulatinamente del tema religioso para interesarse por
la vida terrenal y humana. Lentamente se secularizó: el
rico comerciante reemplazó a la Iglesia en la promoción
de la producción artística. Las características de este arte
fueron el realismo, el valor del paisaje, la reinterpreta-
ción del hombre, la reactualización del arte grecorroma-
no y el culto al individualismo. Tuvo dos grandes focos:
Italia y los Países Bajos.
El siglo XVII alcanzó en Europa su expresión caracterís-
tica con el arte barroco. Mientras el renacentista busca-
ba el deleite artístico en la proporción, el barroco lo hizo
en lo impreciso, en lo dinámico y lo tumultuoso. El ba-
rroco fue una reinterpretación del gótico y desembocó
en el romanticismo. Se le identifica por la acumulación
de elementos que lo hace aparecer recargado.
A partir de la muerte de Luis XIV (1715) se mani-
festaron en Francia tendencias artísticas que rom-
pieron la regularidad e impusieron el capricho y la
fantasía: del barroco surgió el almibarado rococó
como un arte amanerado y ligero.
Al finalizar el siglo XVIII se extendió por Europa
un nuevo renacimiento clásico. Los artistas volca-
ron su interés hacia Grecia, para convertir sus te-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 291

soros artísticos en materia de exaltada devoción: se


llegó a creer que el arte griego era el único posible.
1. Las dos manifestaciones más importantes del arte
románico fueron la arquitectura y la escultura.
— La arquitectura románica estuvo especializa-
da en monasterios y templos y exhibió como
elementos fundamentales las bóvedas que
sustituyeron las techumbres en pendiente,
los muros resistentes y sus contrafuertes, las
portadas decoradas con esculturas, la cúpu-
la, la semicúpula del ábside, la columna y el
pilar, el crucero (transepto), el santuario, el
claustro y la fachada; la puerta del templo
tenía la cruz latina de brazos desiguales. La
fachada en su parte superior seguía la orien-
tación de las líneas de los tejados.
— Las primeras obras de la escultura románica
aparecieron al terminar el siglo XI. Se mo-
delaron grandes piedras con figuras de los
apóstoles y de los santos; los pliegues del ro-
paje caían verticalmente; las caras aparecían
estáticas. La escultura de mayor representati-
vidad fue la Virgen en la puerta del claustro
de la catedral de Reims, adorada por ángeles.
2. La música primitiva de la Iglesia se entroncó di-
rectamente con las formas musicales de la sinago-
ga, por una parte y, por la otra, con los cantos de
los esclavos griegos. Los últimos siglos del paga-
nismo y los primeros del cristianismo muy poco
se diferenciaron; la transformación se hizo paula-
tinamente tanto en la técnica y sentido de la mú-
sica como en las costumbres y el sistema de vida.
Los cristianos en un principio se enfrentaron a la
292 A rturo C ardozo

afición de los romanos por las fiestas musicales,


actuaron especialmente contra las danzas, contra
el empleo de instrumentos y el cromatismo de los
giros melódicos, pero conservaron la música coral
griega y multitud de prácticas musicales del rito
hebreo.
— Tomaron de la sinagoga los cánticos de ala-
banza, la recitación de los salmos o salmodia
acompañados casi siempre por la cítara o el
arpa, la cantilación o lectura de los Libros
Sagrados, especie de larga letanía con un rit-
mo determinado por la prosodia de los ver-
sos. San Pablo, con educación rabínica, dis-
tinguía varios cánticos cristianos: los espiri-
tuales (salmos, himnos y odas) y los cánticos
sin palabras (melismas, cánticos de júbilo o
aleluyas).
— De la cultura helénica pasaron solamente al
arte cristiano los tres modos del sistema dia-
tónico clásico: el dórico (himno a Lelios), el
yastio (himno a Némesis) y el eolio (oda a
Píndaro). La música de la liturgia católica al-
canzó su forma definitiva a fines del siglo Vil
con la reforma del Papa Gregorio Magno.
— El aleluya fue un canto derivado del Hallel
hebreo que se interpretó durante toda la
Edad Media: lo cantaban en coro los fieles
como un responsorio. La cítara o la lira rea-
lizaban un breve ritornello instrumental des-
pués de cada suspensión del canto.
— La reforma gregoriana satisfizo el deseo de
eliminar los adornos melismáticos del canto
religioso, procedentes de Oriente. El canto
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 293

gregoriano tuvo las siguientes características:


cada nota poseía una sílaba pero una sílaba
podía tener dos o más notas. La sílaba acen-
tuada era más alta que la precedente; las sí-
labas finales se adornaban con una sucesión
de notas y el canto podía ser monologa! o
dialogal.
3. La pintura de los primeros tiempos del cristianis-
mo se enrumbó por el simbolismo y se alejó de
los efectos ilusionistas del arte helenístico: preten-
día, a la manera de las antiguas culturas orienta-
les, crear ideogramas y signos de la “realidad tras-
cendente” para glorificar y enseñara los feligreses.
Esto la condujo a aceptar los símbolos bíblicos
(el árbol de la vida, los monstruos, etc.), a utilizar
colores vivos y establecer el tamaño de cada figura
según su importancia dentro del simbolismo. De
este estilo pictórico se desarrollaron las siguientes
variantes:
— Carlomagno estableció el mosaico como la
más noble manera de decorar los interiores
de las construcciones sacras y reales.
— La pintura miniaturista tuvo gran desarro-
llo, caracterizada por la imitación de obras
bizantinas.
— En general prevalecieron lemas religiosos
con figuras simbólicas y rígidas.
4. El arte gótico se caracterizó principalmente por
ser un arte lineal que dejó de expresar el grávi-
do reposo de la materia, a la manera románica,
para sugerir a través de líneas y trayectorias una
inquietud dinámica. “Todo era trayectoria: el ple-
gado nervioso de los ropajes, especie de vibracio-
294 A rturo C ardozo

nes; el contrabalanceo de las siluetas femeninas


como en movimiento cimbreante; el ascenso ver-
tiginoso de los pináculos en una aspiración hacia
lo alto como una esquematización del humo del
incienso o una materialización de la plegaria”.
— En Inglaterra la arquitectura gótica destacó
en las catedrales edificadas sobre praderas
con los torres ele planta cuadrada que flan-
queaban una inmensa fachada trazada como
pantalla rectangular. Se trataba de una con-
cesión del misticismo austero a la vida mun-
dana que ya empezaba a manifestarse en la
escultura y la pintura. En Francia muchas
catedrales se construyeron esbeltas con mu-
ros de menor grosor, grandes vanos y arcos
apuntados; profusión de capiteles y agujas
con remates de las torres.
— En la escultura gótica la rigidez románica
se trocó en flexibilidad y recibió rasgos de
amable gracia. Desapareció el simbolismo, el
hieratismo y la deformación en beneficio de
la naturalidad valiéndose del modelo vivo.
Su material fue la piedra y su sede principal,
Francia.
— La pintura fundamental gótica fue la vidrie-
ría: grandes vitrales en los que aún afloraba
el arte románico, colores muy vivos dados
por el tono de los cristales. Las figuras co-
braban movimiento dentro de la temática
religiosa.
Durante el primer tercio del siglo XIV sur-
gieron sucesivamente en Italia (il trecento),
Holanda y Francia, corrientes realistas desti-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 295

nadas a renovar el arte. Fueron sus mejores


representantes el italiano Giotto, el holandés
Hans Memling y el francés Juan Fouquet.
Los objetos eran pintados más grandes o
más pequeños según la cercanía o lejanía del
plano en que se hallaran, pero todos apare-
cían pintados desde cerca; no se omitía nin-
gún detalle.
— A principios del primer milenio se produjo
un intercambio en las formas vocales e ins-
trumentares que condujo a la danza: prime-
ro cantada (la halada y el rondel); después,
cuando los instrumentos abundaron, se po-
pularizaron los juegos y las danzas de origen
pagano que los juglares celosamente habían
conservado. Al aflorar se produjeron intere-
santes cambios tanto en la música como en
la organización. Uno de estos cambios sur-
gió de la utilización de las lenguas roman-
ces o vulgares y la aceptación dentro de las
costumbres musicales de la Iglesia de una li-
mitada colaboración individual (invención)
necesaria para satisfacer la interrogante del
cambio. Así apareció el llamado espíritu de
invención en contraposición con el espíritu
de tradición, de predominio multisecular.
A partir del siglo IX se sintió en la música
religiosa la presión del genio popular que
generó formas literario-musicales trascen-
dentes para el desarrollo de la música y la
poesía como fueron la monodia y el tea-
tro religioso popular. Agentes del cambio
fueron los goliardos (clérigos y estudiantes
vagabundos) que cantaban poesías burlescas
296 A rturo C ardozo

o irreverentes. Algunas de sus facetas pasaron


al repertorio folclórico. Los bardos y juglares
surgidos un poco después configuraron la
imagen del músico-poeta.
— El latín literario coexistió en Italia con el
llamado latín vulgar o popular. Este último
se extendió lentamente por Francia, España
y el norte de África. El Concilio de Torisi
(812) ordenó a los clérigos que sermonea-
ran en lingua romana rústica. Los dialectos
se propagaban por estas regiones y se dife-
renciaban cada vez más tanto del latín culto
como entre sí. De este modo surgieron las
lenguas romances que significaron una lenta
labor de erosión y de transformación del latín
con el aporte de otras culturas implantadas
en Europa; fueron obra de fuerzas humanas
de carácter colectivo. Los dialectos o lenguas
regionales se estabilizaron a la sombra de es-
tados regidos por invasores en constante lu-
cha por el dominio territorial y económico.
La música y la poesía se desarrollaron como
gemelas en el seno de las lenguas romances
y a su vez contribuyeron a estructurar estos
idiomas en sus primeros siglos. Se acostum-
bra trazar dos trayectorias superpuestas. Para
la expresión poética: secuencia, tropo, verso,
estrofa; y para la musical: himno, cantilena,
cántico, oda y carminalaudes. Entre los tex-
tos más antiguos de esta época se halla “La
Canción de Rolando”. El instrumento no
acompañaba al juglar sino que se alternaban.
— Otro efecto del ingenio popular fue la apa-
rición del teatro religioso-popular que sig-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 297

nificó la elaboración de trozos literarios


completos destinados a ser “representados”
y algunos, además, cantados; sus temas eran
tomados de los textos sagrados, pero muy
pronto se orientaron hacia lo literario-musi-
cal y la canción profana, expresados en len-
guas romances. Estas piezas teatrales se lla-
maron misteres en Francia, autos en España
y mora1ities en Inglaterra.
5. En la medida en que se incrementaba la activi-
dad mercantil y la circulación dineraria; que se
fortalecía la burguesía comercial en las ciudades
de algunas regiones europeas y se definía el pro-
ceso de acumulación del capital, los beneficiarios
de la riqueza ponían en vigencia una nueva con-
cepción del mundo: se consagraban como con-
sumidores de arte, requiriendo los servicios de
expertos artistas. El redescubrimiento del mundo
físico, la aprehensión de la belleza del paisaje y el
desarrollo de las facultades individuales, reforzó
esa corriente artística que se denominó Renaci-
miento desde sus dos centros principales: Italia y
Holanda.
— La arquitectura renacentista de Italia estuvo
tentada del colosalismo clásico que en Roma
se volcó hacia el “sentido de las masas, de
drama grávido, en grandeza aterradora” y en
Venecia optó por el “sentido lineal, de ele-
gancia simple y esbeltez”. Miguel Ángel, el
más famoso artista de la época, dirigió la Ba-
sílica de San Pedro, donde impuso la forma
perfecta por sí misma de la cruz griega con
cúpula central. Proyectó numerosos edificios
como el del Capitolio. En Véncela descolló
298 A rturo C ardozo

Sansovino con el Edificio de la Biblioteca.


Además de los nombrados figuran entre los
arquitectos del siglo XVI Rafael, Antonio de
San Gallo, Vasari y Paladio.
— Miguel Ángel llenó casi por completo la es-
cultura italiana del siglo XVI desde su Pietá
hasta el Moisés, y El Día y la Noche. Otro
famoso escultor fue Benvenuto Cellini con
Perseo. La mayoría de estas figuras están
desnudas y destacan por la perfección de sus
proporciones.
— La pintura italiana del quinientos presentó
grandes artistas. Los tres más descollantes
fueron Leonardo da Vinci, Rafael y Miguel
Ángel. Del primero mencionaremos sólo la
Virgen y Santa Ana; del segundo, la Ma-
donna de San Sixto y del último la Sagrada
Familia. No podemos dejar de mencionar a
Tiziano, Giorgione y Tintoretto. En Alema-
nia el gran maestro del siglo XVI fue Alberto
Durero y en Holanda Van Eyck.
b) El arte en España desde la Reconquista hasta la Ilustración
Durante el tiempo comprendido entre los siglos VIII y
XV, desde el año 711 hasta 1492 coexistieron en la pe-
nínsula ibérica, alternando la guerra con la paz, una Es-
paña románica, visigoda y cristiana con otra árabe, mora
e islamita; cada una con sus propios territorios y fronte-
ras movedizas, diferente organización socio-económica y
elementos superestructurales divergentes. La creatividad
artística tuvo en las dos Españas también orientación dis-
tinta; tanta que podemos hablar de arte o cultura hispa-
no-godo y de arte o cultura hispano-árabe. Al concluir la
guerra de Reconquista y afianzarse la unidad de España
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 299

bajo el cetro de los Reyes Católicos la expresión artística


tendió a unificarse bajo la orientación monopólica del
clero católico en alianza con la monarquía.
1. El arte hispano-árabe
Ante todo, creemos que es conveniente dejar cons-
tancia de que en virtud de la expansión de los
árabes, su área de influencia económica, política
y cultural se extendió desde la China hasta Espa-
ña y por la amplia faja que bordea por el Sur al
Mediterráneo circularon durante muchos siglos no
sólo personas, ejércitos y productos, sino también
ideas, conocimientos y una variada gama de rasgos
culturales. Los árabes supieron recoger en las re-
giones conquistadas lo mejor de su acervo cultural
y ordenar un sistema coherente que hizo posible
que en cada comarca bajo su dominio continuara
desarrollándose la cultura autóctona o, al menos,
la que prevalecía en el momento de la invasión. Así
aconteció en los sitios donde habían logrado im-
ponerse las culturas griega, siria, persa y romana.
El inmenso mundo árabe se veía como una especie
de teocracia en la que el califa o sucesor del profeta
Mahoma reunía una autoridad política y religiosa
jamás discutida.
Las clases dirigentes entre los musulmanes se ha-
llaban entre quienes se ocupaban de las actividades
comerciales. El centro de la sociedad musulmana
fue la urbe y el centro de la urbe fue la mezquita.
El perímetro urbano estaba defendido por muros
y en lo alto del recinto amurallado se alzaba la for-
taleza o alcázar. La ciudad se apoyaba en el mer-
cado y recogía la producción del campo para ser
cambiada por la artesanía urbana; Córdoba, Sevilla
300 A rturo C ardozo

y Granada tenían más de 50.000 habitantes. La


Córdoba del siglo X fue un centro cultural impor-
tante: su mercado de libros fue el mejor surtido
del mundo islámico occidental. Allí se hallaban
las obras de Platón y de Euclides, de Apolonio y
Ptolomeo y, sobre todo, de Aristóteles; los comen-
tarios del Corán ocupaban la mayor parte de las
estanterías. Se divulgaron las obras de pensadores
árabes e hispano-árabes: Avicena, Avenpace, Ave-
rroes, entre los primeros y Maslama (el Euclides
español), Azarquiel, Abencholchol, Abenalboitar y
Arrasi.
Veamos algunas áreas artísticas en las cuales se ma-
nifestó la cultura hispano-árabe:
— Arquitectura: El califato de Córdoba que duró
casi tres siglos dejó preciosos monumentos del
genio creador islámico. Entre todos destaca la
gran mezquita de Córdoba “donde una floresta
de columnas sostiene dobles arcos con herradu-
ras, blancas y rosadas, donde brotan arcos trilo-
bulados y fantasiosas decoraciones con adornos a
manera de festones y espirales, todas desenvueltas
densamente en la superficie como un precioso
bordado. Son los llamados ‘arabescos’ que esque-
matizan y transforman en elementos decorativos
abstractos los motivos naturalistas de la tradición
helenística, adaptados a la interpretación que le
habían dado los artistas bizantinos y coptos”.
Las realizaciones más fastuosas se hicieron en
Granada después del siglo XIII. De esta época es
el palacio de El Generalife. Circundado de jardi-
nes que forman una cornisa de sugestivo efecto
escenográfico, se abre a los ojos de los visitantes,
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 301

como una visión de fábula el Alhambra: en el pa-


lacio “... triunfa verdaderamente el gusto por el
color, la luminosidad, la fantasía ornamental; el
sentido funcional de la estructura desaparece bajo
la profusa decoración que varía de sala a sala, de
claustro a claustro”.
— Cerámica, bronces y tejidos: La abundancia de
la ornamentación geométrica y floral o el uso
muy divulgado de la caligrafía sustituyeron la
representación de la figura humana que la reli-
gión islámica reprobaba. Cuando se evadió esta
prohibición la imagen humana no tuvo carácter
realista y fue incorporada a lo ornamental. Las
regiones persas poseían una larga tradición cera-
mista y la desarrollaron con nuevas técnicas como
la llamada ‘lustro’ con reflejos metálicos. Samar-
canda en el lejano Oriente y Damasco cerca del
Mediterráneo fueron los principales centros. Por
su parte Egipto fue el más importante produc-
tor de tejidos de seda y lino con dibujos animales
y geométricos. Estos tejidos se constituyeron en
gloria del arte islámico. Los trabajos en bronce,
mediante la compleja técnica del metal incrusta-
do, lograron efectos tan preciosos que rivalizaron
con los tejidos.
— Música: Aunque los preceptos del Corán pro-
hibían el vino y la música, los árabes introdu-
jeron en España el aire vocal e instrumental de
Damasco. Dieron a conocer varios instrumen-
tos, entre ellos el laúd, al que Ziryab, el famoso
músico de la corte de Abderramán II, añadió
la quinta cuerda. La más elogiada obra musical
de aquella época fue “kitab al-musiqa al-kabir”
compuesta por Al-Farabí.
302 A rturo C ardozo

Las llamadas “canciones del alba” interpretadas


por trovadores tuvieron en la España islámica una
forma expresiva, aparecida posiblemente en el si-
glo IX. Esta forma poético-musical se denominó
“zéjel” o “zájal”. Según los musicólogos constaba
de estribillo (marqaz), de un tríptico monorrimo
(bait), seguido de un verso (asmat) que conducía
al estribillo. Era una forma cantada en la que in-
tervenía un laúd. Los “zéjeles” presentaban gran
semejanza con los ““rondeux” trovadorescos y
hubo quienes afirmaron que fueron llevados de
España a Provenza (Francia).
— Poesía: Los poetas hispano-arábigos poseían por
lo general, una rica y sonora dicción y expresaban
con brillo y atrevimiento sus ideas. Para Schack
“En vez de prestar atención a los pensamientos
y dejar hablar al corazón, nos agobian a menudo
con diluvio de palabras pomposas y de imágenes
esplendentes. Como si no les bastase conmove-
mos, propenden a cegarnos y sus versos se ase-
mejan, por el abigarrado colorido y movimiento
deslumbrador de las metáforas, a un fuego de
artificio que luce y se desvanece en las tinieblas,
que hechiza momentáneamente los ojos con sus
primores, pero que no deja en pos de sí una im-
presión duradera”.
Los poetas cantaban al amor correspondido o
desgraciado, tanto a una tierna cita como a una
desgarrante separación; los inspiraban las bellezas
naturales de Andalucía y el recuerdo de las lejanas
tierras de sus antepasados. Unas veces sus poemas
exhalaban blanda piedad y otras, rugían por la
guerra santa y aclamaban al vencedor.
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 303

— Tenían epigramas para elogiar objetos lujosos que


adornaban las mansiones de los gobernantes y ri-
cos comerciantes, como estatuas de bronce y ám-
bar, vasos preciosos, fuentes y baños de mármol
y leones que vertían agua. Sus poesías filosóficas
evocaban lo fugitivo de la existencia terrenal y
lo voluble de la fortuna. Sin embargo, preferían
temas sobre los momentos alegres de la vida, las
relaciones del hombre con la naturaleza, con sus
poblados y obras materiales de importancia. Por
lo común estas poesías se enlazaban con la vida
del autor: nacían de la emoción del momento;
eran, en suma, improvisaciones que seguían las
formas más antiguas de la poesía semítica.
2. El Arte hispano-cristiano
Al lado del triunfante arte islámico se desarrolló
en España, en la Edad Media, una modesta pro-
ducción artística bajo la protección de los reyes
asturianos. Quedan como testimonio del modelo
paleo-cristiano algunas iglesias dotadas de cripta
y pocas residencias reales, muy cercanas por su
simplicidad estructural a la arquitectura carolin-
gia. Entre éstas se halla Santa María de Naranco
en Oviedo que contiene una sala única rectangular
construida sobre una cripta.
— El arte románico en la España cristiana fue muy
semejante, sobre todo en arquitectura, al románi-
co francés, especialmente las iglesias que estaban
en la vía de la peregrinación a Santiago de Com-
postela. Precisamente el santuario de la nombra-
da ciudad fue la meta de las continuas peregrina-
ciones y se hizo famoso por la rica decoración de
sus portales, adornados con esculturas de altísima
304 A rturo C ardozo

calidad. Los escultores españoles resurgieron a fi-


nes del siglo XI con una madurez expresiva des-
conocida en aquellos años por los artistas france-
ses. Comprueban esta afirmación los capiteles de
las iglesias de Santo Domingo de Silos, de Santa
María de Ripoll y de Santiago de Compostela.
La pintura románica tuvo su mejor representación
en Cataluña, en los frescos de las iglesias, en las
pinturas sobre madera en los altares... Contiene
una sorprendente vivacidad que es una singular
característica de la pintura española y, además, el
diseño de los contornos, cuya función fue expresar
con claridad a través de las figuras, los estados de
ánimo. Muestras de esta pintura se hallan en los
vestíbulos de las iglesias de San Isidro de León y en
el Museo de Arte Catalán en Barcelona.
— Durante los dos primeros siglos de la Reconquista
se restauró en Asturias la Escuela de San Isidoro y
comenzó la producción de las famosas Crónicas
Latinas. Más tarde se pasó a la redacción de cró-
nicas en lengua romance destinadas al común de
las gentes de toda España. Se trataba de poemas
narrativos que se aproximaban a la epopeya.
En los primeros tiempos sobresalió Alfonso el
Sabio, el autor de las Siete Partidas, con sus Cán-
tigas; Jaime I con sus Trovas; el infante Don Ma-
nuel con el Conde Lucanor; el marqués de Santi-
llana, Pedro López de Ayala, Juan Ruiz (Arcipres-
te de Hita) con el Libro del Buen Amor y, por
encima de todos, el más antiguo, el Poema del
Mío Cid. Después aparecieron, uno tras otro, Vi-
llena, Gómez Manrique, Jorge Manrique y Juan
de Mena.
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 305

— La poesía de los juglares fue simultáneamente mú-


sica, sátira política, propaganda e información.
Los juglares iban y venían por toda Eu ropa: por
Francia, Inglaterra, Italia, España y llegaban hasta
Tierra Santa. La institución de la menestralía les
permitió subsistir mediante sus interpretaciones
y afincarse en ciertos barrios de las ciudades que
se les reservaban. La calle de los Ministriles en el
viejo Madrid. Los cantos de los trovadores dieron
origen a distintos géneros de trovas: la canción
(cansó) de índole amatoria, el serventesio de ca-
rácter satírico-político; las canciones de historia o
épicas; canciones de telar o de rueca, interpreta-
das por mujeres mientras tejían. De las canciones
destinadas al baile conocemos la “estampida” que
tenía estribillos instrumentales interpretarlos por
una primitiva viola. Las canciones del alba, tam-
bién llamadas alboradas o “mañanitas” engendra-
ron los madrigales que avisaban a los amantes la
proximidad del día. Cánticos de muy vieja proce-
dencia pagana como las “calendas” se extendieron
por los países latinos; Alfonso el Sabio las llamaba
“mayas” porque se realizaban durante el mayo
florido.
Las formas trovadorescas acusan un origen mo-
nástico: algunas se generaron en las letanías (can-
ción de gesta); otras provinieron de los rondós o
rondeles (canciones en redondo con estrofas se-
paradas por estribillos, a refrain) cantados en las
peregrinaciones a Santiago; algunas se formaron
de los himnos y de las canciones (cansó). A este
último grupo pertenecen las canciones de lamen-
tación o plantos y los serventesios.
306 A rturo C ardozo

Los trovadores desaparecieron a comienzos del si-


glo XIII: a muchos de ellos se les reprochó perte-
necer a la secta herética de los cataros o albigenses
y surgió la técnica polifónica de las canciones ar-
monizadas o “motetes”, género polifónico menor
que provenía de la iglesia. El motete pasó a ser el
tipo de obra musical de la época, generalizándose
por su carácter popular. En realidad era un pe-
queño poema polifónico en donde cabían todos
los matices del arte trovadoresco.
Hubo una correlación estrecha entre la arquitec-
tura románica con sus líneas severas y la mono-
dia católica del primer milenio de nuestra Era.
La aparición de la polifonía en Europa coincidió
con la elevación y desarrollo del arte gótico...
3. El arte gótico en España
El arte gótico nació en Francia en el siglo XII Par-
tiendo de las premisas románicas llegó a formas to-
talmente nuevas en la arquitectura que coincidían
con el desarrollo del pensamiento medieval. En
contraposición al misticismo asceta que predicaba
el trabajo y el aislamiento meditativo, el abate Su-
ger de Saint Denis, el consejero del Rey de Francia,
afirmaba el valor de la experiencia mundana como
medio para alcanzar el único fin que era Dios; por-
que según él todas las cosas emanaban de Dios y
el hombre debería retornar a Dios a través de las
cosas por elevación. Mientras el asceta condenaba
la riqueza de las obras de arte que distorsionaban la
meditación, el cortesano abate exaltaba la belleza y
la perfección como estímulos para llegar hasta Dios.
Las novedades estructurales del gótico nacieron
del inteligente empleo del arco agudo, del arco
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 307

rampante y de la nervadura o moldura saliente.


Las paredes ya no eran elementos de sostén, por-
que el peso de las cúpulas convergía ahora sobre
los puntos fijos aproximados, constituidos por los
arcos agudos y las pilastras, protegidos por los ar-
cos rampantes parados al exterior de los pináculos.
Complementaban la arquitectura gótica las escul-
turas y los vitrales.
España imitó pasivamente las formas arquitectó-
nicas del gótico francés, pero en cambio exaltó y
enriqueció las posibilidades expresivas de la escul-
tura y de la pintura, dotándolas de una fuerte carga
dramática.
— Las Iglesias Góticas. La introducción de los ele-
mentos góticos al suelo hispánico se facilitó por
los estrechos vínculos de España con la vecina
Francia que permitieron un intenso intercambio
artístico. En un principio se mezclaron los ele-
mentos románicos con los góticos como fue el
caso de la Catedral de Salamanca. Las primeras
iglesias realmente góticas fueron las catedrales de
Toledo, Burgos y, sobre todo, la de León. La pri-
mera siguió el modelo de Notre Dame de París y
la última la de Notre Dame de Reims.
— La escultura y la pintura imprimieron caracterís-
ticas típicas al gótico español. Una fuerte carga de
realismo y una extraordinaria vitalidad en el relie-
ve dominan los portales de las fachadas del nor-
te y del sur en la catedral de Burgos. Lo mismo
aconteció en los portales de la catedral de León
con estilos más maduros y desenvueltos.
De una evidente fuerza dramática fueron las
esculturas, especialmente las de Cataluña, más
308 A rturo C ardozo

metidas dentro de la tradición local. Son muy


famosos los frescos de Juan Oliver (Crucifixión,
1330 de la catedral de Pamplona), Roque de Ar-
tajona (historia de San Saturnino, 1340, iglesia
de Artajona) y Ferrer Bass (las damas piadosas en
el Sepulcro. 1346, monasterio de Pedralves).
— Ya hemos dicho que la música polifónica coinci-
dió con la elevación y desarrollo del arte gótico
“en cuyas naves airosas, tan ricamente decoradas,
iban a resonar el Ars Nova de la Música”. El mú-
sico de esta época ya no concebía un arte rígido
en sus técnicas como una gramática.
Alejandro Agrícola (1446-1505) fue el más im-
portante compositor musical de la segunda mi-
tad del siglo XV. Había sido el músico de Felipe
el Hermoso antes de establecerse en Valladolid.
Dejó un volumen de misas impresas y de colec-
ciones de canciones y motetes. Tuvo el mérito de
haber consolidado el estilo de la polifonía de su
escuela flamenca en la música instrumental que
se desarrolló un poco después.
El cuatrocientos fue en España el siglo de los
“Cancioneros”. Mencionaremos a Juan Alfonso
de Baena (1445), fray Iñigo de Mendoza y Juan
del Encina (1496).
— En los castillos y mansiones de la España del siglo
XV y a pesar de la oposición clerical, sobrevivía
la afición a la danza, probablemente acompañada
de cantos, de ballets y de espectáculos fantásticos;
se trataba casi siempre de momos o momerías
importadas de Italia, de mascaradas dramáticas
en las que un breve diálogo aclaraba el sentido y
avivaba el interés de los espectadores.
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 309

Existían además las representaciones sagradas, las


“Representaciones de Navidad” que se referían
a la Virgen y los magníficos espectáculos que se
celebraban en la fiesta del Corpus Christi, con
los personajes del Evangelio... También los Autos
Sacramentales o comedias dedicadas al Santísimo
Sacramento que conservan la tradición de los es-
pectáculos antiguos. La aparición del teatro ocu-
rrió un siglo después.
4. El arte renacentista en España
La estética renacentista llegó a España en los pri-
meros años del siglo XVI cuando comenzaba la
conquista de América. Junto a las relaciones co-
merciales hubo también un importante inter-
cambio de artistas. Aconteció lo mismo que con
el gótico: se interpretaron los cánones del Renaci-
miento de un modo propio: descuidaron la sim-
plicidad y el armonioso equilibrio de los edificios
italianos, importaron todos los motivos ornamen-
tales del Renacimiento, desde el arabesco hasta lo
grotesco y los aprovecharon, modificándolos con
su inagotable fantasía en las fachadas de iglesias y
palacios. Este estilo recibió el calificativo de pla-
teresco por sus semejanzas con la orfebrería. Las
mejores muestras se encuentran en la fachada de
la Universidad de Salamanca, en el monasterio de
San Marcos de León, en la catedral de Granada y
el Colegio de San Ildefonso de Alcalá de Henares.
— La Arquitectura de los Habsburgo. El mejor ex-
ponente de la arquitectura española, inspirada en
el ideal clásico fue el Palacio de Carlos V, cons-
truido en Granada por Pedro Machuca (1526).
En él se trató de sustituir la fastuosidad irracional
310 A rturo C ardozo

del plateresco por el gusto equilibrado del arte


clásico; aún más, se imitaron los modelos arqui-
tectónicos de la Roma antigua. Durante el reina-
do de Felipe II y orientado por el pensamiento de
la Contrarreforma, ascético y austero, se constru-
yó cerca de Madrid El Escorial.
— La Escultura. En la primera mitad del siglo XVI,
Diego de Siloé adoptó un estilo redundante que
se acentuó mucho más en los altares (retablos) en
madera dorada. El máximo escultor del mencio-
nado siglo fue Alfonso Berruguete, de formación
italiana e inspirado en la potencia plástica de Mi-
guel Ángel, quien recogió en su personalidad in-
quieta elementos típicos de la tradición española
y la temática bíblica como “El sacrificio de Isaac”
y “La adoración de los reyes magos”. Otros escul-
tores importantes fueron: Leone Leoni (busto de
Felipe II) y Juan de Junio (La Piedad).
— La Pintura. Los artistas españoles de este siglo re-
cibieron la influencia italiana: Fernando Llanos
y Hernando Yánez se inspiraron en Leonardo
da Vinci, mientras que Juan de Juanes tomaba
como modelo la pintura de Rafael. El espíritu de
la Contrarreforma tuvo su representante en Luis
de Morales, pintor de gusto estático y contempla-
tivo dentro de inspiración religiosa.
Pero fue un extranjero llegado a Toledo en los años
ochenta del siglo XVI quien encarnó el alma de
España en su pintura mística y alucinada, de al-
tísima inspiración. Lo llamaron El Greco porque
había nacido en Creta en 1541 con el nombre de
Domingo Theotokopoulus. Entre las obras más
famosas de este artista se hallan: El monte Sitia
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 311

í, La coronación de la Virgen, San Andrés y San


Francisco, San Martín y el Pobre, Vista de Toledo
y El entierro del conde de Orgaz.
— Música. Los polifonistas españoles acompañaban
a sus señores en los viajes por el interior de la Pe-
nínsula y en excepcionales casos llegaban hasta
Roma o a la corte de los virreyes en Nápoles. En
estas salidas a Italia tenían oportunidad de cono-
cer la música de otros países.
La antigua polifonía española estuvo represen-
tada por Bartolomé de Escobedo, nativo de Za-
mora, que actuó como cantor en Salamanca y en
la Capilla Sixtina de Roma; Juan Escribano fue
cantor en la capilla papal; Francisco Soto de Lan-
ga intervino en la formación del Oratorio de San
Felipe Neri; Diego Ortiz se hizo famoso por su
música instrumental.
La escuela tuvo una de las lumbreras de la poli-
fonía española: Cristóbal de Morales, cantor de
la capilla pontificia. A Morales le correspondió
componer la cantata conmemorativa de la paz
de Niza (1538) entre Carlos V y Francisco I e
interpretarla ante el Papa Pablo III. Un destacado
discípulo de Morales fue Francisco Guerrero.
Tomás Luis de Victoria en la polifonía sagrada y
Antonio de Cabezón en la ejecución del órgano
y la composición instrumental para instrumentos
de tecla fueron las primeras figuras de Castilla en
el arte musical del siglo XVI. Los trozos para los
oficios de Semana Santa alcanzaron una magni-
tud muy expresiva. Por la intensidad de sus acen-
tos la música de Victoria podría compararse con
la pintura de El Greco.
312 A rturo C ardozo

— Letras. El movimiento renacentista no provocó


en España rupturas sino síntesis entre las nuevas
corrientes y la tradición arraigada en el espíritu
medieval. Un profundo sentimiento de religio-
sidad informaba la producción literaria pero, al
mismo tiempo, lo popular y lo local hispánico
mantuvo su vigencia frente a la temática clasista.
Durante el siglo XVI, en una primera fase (el rei-
nado de Carlos V) España se abrió a las corrien-
tes artísticas e ideológicas del resto de Europa; en
una segunda fase (reinado de Felipe II en adelan-
te) España cerró sus fronteras para rechazar la Re-
forma luterana y transformarse en abanderada de
la Contrarreforma.
En la primera fase los grandes temas de la litera-
tura fueron el amor, la naturaleza y los mitos gre-
co-latinos a la manera italiana. Juan Boscán fue el
introductor de las formas métricas renacentistas
italianas en la literatura española. El ideal cortesa-
no y caballeresco lo representó en España el poeta
Garcilaso de la Vega (1503-1536) con su resigna-
da tristeza. El teatro de esta fase, aún rudimenta-
ria, está representado por las ocho comedias que
con el nombre de “Propalladia” compuso Torres
Naharro y la “Trilogía de Barcas” escrita por Gil
Vicente, donde se enlazan mitos greco-romanos
con motivos medievales.
En el género histórico hubo dos temas predomi-
nantes durante la primera mitad del siglo XVI: la
política imperial de Carlos V en Europa y el descu-
brimiento de Amerita. Los relatos de Indias fueron
crónicas apasionadas que en muchos casos presen-
taban experiencias vividas, con un estilo directo.
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 313

A los autores se les clasifica en cronistas mayores


cuando se refieren a una gran parte del continente
americano y cronistas menores cuando narran he-
chos de una región determinada. La más famosa
fue la “Historia natural de las Indias” de Gonzalo
Fernández de Oviedo (1478-1557) que describe
la naturaleza con su flora y fauna y las costumbres
y creencias de los aborígenes. Otros cronistas fue-
ron el padre de Las Casas (Historia general de las
Indias) y Francisco López de Gómara (Historia de
las Indias y la Crónica de la conquista de Nueva
España), entre otros muchos.
Los libros de caballería saciaban el espíritu aven-
turero que había despertado entre los españoles la
conquista de América: se ligaban los lances perso-
nales con el idealismo amoroso. En contraste con
estos temas apareció la novela picaresca titulada
“Vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y
adversidades”, de autor anónimo.
En la segunda fase, la que correspondió a la po-
lítica de defensa y aislamiento implantada por
Felipe II, se acentuó el matiz religioso y nacional:
se prohibió estudiar en universidades extranjeras.
Imperó un grave y severo clasicismo en la litera-
tura mediante la tragedia clásica, el poema épico
y la novela idealista de figuras arquetípicas. Entre
los representantes de esta época estuvieron fray
Luis de León (Job, el Cantar de los Cantares, La
Perfecta Casada y las seis Odas: la Vida Retira-
da), Fernando de Herrera (Canción por la Batalla
de Lepanto), santa Teresa de Jesús (El Libro de
la Vida), san Juan de la Cruz (La noche oscura,
Cántico espiritual, Llama de amor vivo).
314 A rturo C ardozo

En esta segunda fase se divulgó la novela pastoril


o bucólica: la que más se conoce y aprecia aún es
“Diana” de Jorge de Montemayor, plena de con-
flictos sentimentales. En cuanto al teatro, se man-
tuvo el interés por la representación de autos sacra-
mentales y otras piezas medievales. Como efecto
de la Contrarreforma el teatro religioso cobró gran
impulso, la mejor producción fue la de Lope de
Rueda con una serie de piezas breves, en prosa y de
sabor cómico que el autor denominó “Pasos”.
5. El arte barroco
Durante el siglo XVII España sufrió un período
de descomposición interna en el cual afloraron las
contradicciones sociales y avanzó la miseria de las
clases desamparadas y, en el extremo opuesto, el
derroche y el lujo de las clases altas: se multiplica-
ron los vagos, mendigos y delincuentes. Despare-
cieron los antiguos ideales de austeridad. Ninguna
de las clases sociales mostraba preocupación por la
gravedad del momento. El arte español empezó a
reflejar dos actitudes contrapuestas: de un lado el
desenfreno y el sensualismo y del otro la ascética
renunciación. Por otra parte, había cansancio por
los temas y formas llevados al arte rutinariamen-
te. El barroco excitó intensamente la sensibilidad
o la inteligencia con violentos estímulos de orden
sensorial (colores brillantes, luces, sonidos) o senti-
mental (terror, compasión, etc.) o intelectual (agu-
dezas, conceptos ingeniosos, ideas originales). Fue
un arte esencialmente expresivo que procuraba
una reacción, cualquiera que fuere.
— Arquitectura. El italiano Crescenzi fue el intro-
ductor del barroco en España con el Panteón del
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 315

Escorial. Alfonso Cano con su fachada de la ca-


tedral de Granada fue quizá el primero en jugar
libremente con los elementos constructivos, rea-
lizando una subversión de valores. El campanario
de Santa Catalina de Valencia de Juan Bautista
Vinyes y la fachada de la catedral de Gerona de
Francisco Puig fueron los primeros monumentos
barrocos en el oriente de España.
— Escultura. Se desarrolló una importante escuela
de imaginería en talla policromada, cuyo primer
artífice fue el gallego Gregorio Hernández. Hubo
variantes en Madrid, Sevilla y Granada en cuanto
a gestos, actitudes y estados emotivos expresados
en las imágenes.
— Pintura. Mientras la Iglesia alentaba la produc-
ción de temas religiosos, los palacios principescos
solicitaban composiciones paganas; pero lenta-
mente surgió un nuevo cliente, el burgués enri-
quecido que se deleitaba en la contemplación de
cuadros de caballete, creación de la época, en los
que se veían retratadas escenas pintorescas de vis-
tas de ciudades, batallas, cacerías, tabernas, fiestas
populares. Los primeros centros productores de
estos “cuadritos” fueron las ciudades comerciales
(Venecia, Ámsterdam, etc.). Esta pintura desarro-
lló el claroscuro o contraste entre unos cuerpos
iluminados y un fondo tenebroso.
España fue un centro importante de la pintura
realista tras la huella del Greco y la influencia ita-
liana. Producto de estas experiencias fue la obra
pictórica del andaluz Diego Velázquez, impreg-
nada de un pasmoso realismo. Velázquez supo
reproducir con hábiles pinceladas, la atmósfera,
316 A rturo C ardozo

la luz, las formas y las tonalidades de la visión de


nuestros ojos.
— Música. La música instrumental tomó gran auge
en la medida en que los instrumentos fueron capa-
ces de competir en belleza con las voces: muchas
melodías creadas originalmente para la voz (arias)
dejaron de ser cantadas para ser instrumentadas
en “Glosas”. Hubo una verdadera multiplicación
de instrumentos musicales. Los concertantes y los
concertados, es decir, los que fungían de solistas
en la música polifónica o los que se agrupaban en
una o varias clases. Los solistas podían ser de tecla
o de cuerdas pulsadas, mientras que los concerta-
dos eran de aire o de viento. Estos últimos eran de
madera o de metal. Los instrumentos de teclado
y cuerdas se destinaron a la música instrumental
profana, a la música de salón.
Las improvisaciones “se tañían”; la música instru-
mental “sonaba”, de ahí las sonatas; si se interpre-
taba con un instrumento de teclado, la música se
tocaba, de ahí las “tocatas”. Si intervenían voces
era “cantata”.
El barroco trasladado al terreno musical le comu-
nicó su dramatismo, sus exageradas expresiones.
La incorporación del estilo barroco a la música
dio origen a lo que en un principio se denominó
“opera i música”. Se coordinaban por primera vez
la música vocal acompañada de instrumentos y
un argumento dramático extraído de la tragedia
griega. De ahí surgió la ópera o género operáti-
co que constituye un arte sintético en el cual se
reúnen todos los aspectos, géneros y especies ar-
tísticos, desempeñando la música un rol impor-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 317

tante. La ópera, nacida y desarrollada en Italia, se


afianzó en Francia, bajo la aprobación de los mo-
narcas y llegó a España en virtud de las relaciones
matrimoniales de las familias reinantes en ambos
países. Lope de Vega intentó “reunir lo pastoril
de la poesía con el modo de “recitar cantando” en
su égloga pastoral, titulada “La Selva sin Amor”
(toda en música) que se estrenó en el Palacio Real
de Madrid en 1629. “La Selva sin Amor” fue la
primera ópera española. Después vino Pedro Cal-
derón de la Barca con sus espectáculos que reci-
bieron el nombre de “fiestas de Zarzuela” porque
se montaron en el Real Sitio de la Zarzuela, cerca
de Madrid.
— Literatura. La influencia del barroco en la litera-
tura dejó percibir dos tendencias: la de aquellos
que aspiraban a crear un mundo de belleza ab-
soluta y esquivaban los aspectos desagradables de
la vida; su recurso favorito era la metáfora, enno-
blecedora de lo existente. La otra posición tendía
a mostrar la realidad mediante ingeniosas asocia-
ciones de ideas o conceptos, expresadas “con suti-
leza en el pensar y agudeza en el decir”.
El primer tercio del siglo XVII significó el paso
definitivo de la literatura al campo barroco con
Lope de Vega, Góngora y Quevedo. Cuando
murió Calderón (1681) el barroco entró en de-
cadencia. La primera figura literaria de estos
tiempos la constituyó Miguel de Cervantes Saa-
vedra (1547-1616) con su famosísima obra “El
Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha”.
El primer grupo de sus novelas fue un reflejo de
la escuela barroca, pues los personajes aparecían
318 A rturo C ardozo

como dechados de virtud heroica y centros de


una perfección ideal; mientras que las del segun-
do grupo contenían, en cambio, ejemplos vivos
de lo absurdo, alejados de los modelos ideales.
Estas últimas fueron las que reunieron lo más
típico del arte cervantino. Cervantes fue el pri-
mer novelista moderno pues, aparte de superar
la técnica de Bocaccio, afirmó su visión personal
del mundo cuando permitió que sus personajes
evolucionaran dentro del relato y desarrollaran
su personalidad. Las circunstancias difíciles de
su vida le permitieron asumir actitudes críticas y
escépticas que encajan plenamente en el espíritu
barroco que apenas se iniciaba. Típica de la pos-
tura barroca fue su aguda visión del doble valor
de la realidad, patente, no sólo en el Quijote, sino
en muchas de las obras de este período. En la uni-
versal obra se perciben dos orientaciones: una, la
valoración del mundo de los ideales; otra, la agu-
da conciencia de la realidad. En este doble plano
se presentan en maravillosa síntesis los dos per-
sonajes fundamentales, influyéndose recíproca-
mente en medio de la cotidiana contraposición:
“Señores —dijo don Quijote— vamos poco
a poco, pues ya en los nidos de antaño no hay
pájaros hogaño: yo fui loco, y ya soy cuerdo; fui
Don Quijote de la Mancha, y soy agora, como he
dicho, Alonso Quijano el bueno”.
6. El arte Neoclásico y la Ilustración
El siglo XVIII, mediocre desde el punto de vis-
ta estético, tuvo un gran valor cultural porque en
su decurso se desarrollaron las fuerzas producti-
vas que iban a imponer el régimen capitalista y se
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 319

elaboraron una serie de corrientes históricas que


presagiaron la aparición de un nuevo orden social.
Rococó y neoclasicismo fueron las dos tendencias
artísticas que se desplazaron y se impusieron du-
rante la centuria. El primero, derivado del barroco,
tendía a lo elegante y gracioso, a lo superficial y
sensual; era un arte frívolo y coquetón. El segundo
se inspiraba en el recuerdo de Grecia y se guiaba
por la austeridad y sencillez con sus formas pu-
ras y frías, incoloras e insípidas. Ambas corrientes
tuvieron como denominador común la evasión,
el olvido o el disfraz de la realidad existente para
intentar presentar sueños y elaboraciones fanta-
siosas. Al comparar las dos corrientes artísticas se
halla que el rococó recurrió a los conceptos de la
vida feliz, del primitivismo campesino, la vuelta al
hombre ingenuo, la libertad individual, la ligereza
y el encanto de lo fugaz; en cambio el neoclasicis-
mo se deleitó en la vida perfecta, el primitivismo
histórico, el retorno al imperio de la justicia, a la
libertad política, a la responsabilidad y el encanto
de lo permanente. Las dos escuelas tenían en co-
mún el rechazo a la vida moderna, anhelos por las
formas primitivas, sentimientos de nostalgia, liber-
tad artística, escenificación de la vida y producción
artística exclusiva para élites.
— Arquitectura. España creó un tipo peculiar de ro-
cocó, colindante con el barroco. Su creador fue
José Churriguera, constructor de la plaza mayor
de Salamanca. Lo continuó en Madrid Pedro de
Ribera con la recargada fachada del Hospicio; en
Toledo, Narciso Tomé con el Transparente de la
Catedral, especie de retablo hecho en mármol, si-
320 A rturo C ardozo

tuado en la girola. También Sevilla tuvo su expre-


sión del “churriguerismo” o rococó español con el
Palacio de San Telmo, construido por Miguel de
Figueroa.
El clasicismo colosalista desarrollado en Italia, se
hizo presente en España con Filippo Juvarra en el
Palacio Real de Madrid, levantado a comienzos
del siglo XVIII y continuó con Ventura Rodrí-
guez en el pórtico colosal de columnas exentas en
la catedral de Pamplona.
— Pintura. Las grandes obras pictóricas de esta
época fueron ejecutadas por artistas extranjeros
(Meng y Tiépolo, entre otros). La escuela local
tuvo pintores de limitado renombre con temas
costumbristas o bodegonistas como Meléndez
“hasta que aparece el hecho histórico de un ge-
nio aislado”, como fue el de Francisco de Goya
(1746-1828), cultivador de todos los géneros y
todos los temas.
— Música. En la España del siglo XVI11 predomi-
naba el lenguaje musical generado en Italia. Entre
los compositores que se recuerdan podemos citar
al valenciano Vicente Martín y Soler (1756-1806)
que triunfó en Viena con su ópera “Una cosa rara
ossia belleza ed onesta”. A pesar de lo dicho, las
débiles tendencias nacionalistas buscaron refugio
en un género de menor rango artístico como fue
la “tonadilla escénica” que logró extraordinaria
difusión. Sus más nombrados representantes fue-
ron Luis Misón y Manuel García. La tonadilla
escénica era una breve ópera cómica con acom-
pañamiento instrumental que sabía recoger el
aire de la calle y los elementos populares para in-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 321

corporarlos a la escena. Se difundió no sólo en


Europa sino también en las colonias españolas de
América. Esto acontecía en España mientras en
el resto de Europa surgían músicos de la talla de
Bach y Handel, de Haydn y Mozart y del sin par
Beethoven.
— Literatura. Aunque la primera mitad del siglo
XVIII se mantuvo dentro del estilo barroco,
hubo un prosista que rompió la tradición con un
relato autobiográfico titulado “Vida, ascenden-
cia, crianza y aventuras del Doctor Don Diego
de Torres y Villarroel” (1693-1770) que entre sá-
tiras y buen humor constituyó un testimonio de
la vida y costumbres de aquella época decaden-
te para España. La línea tradicional languideció
ante la invasión de la cultura francesa luego del
ascenso al trono español de Felipe V de Borbón y
de iniciarse el famoso pacto de familia. Los poe-
tas seguían imitando a Góngora y a Quevedo,
mientras en el teatro continuaban repitiendo las
fórmulas calderonianas. La figura más importan-
te de este medio fue fray Benito Jerónimo Feijoo
(1676-1764), quien en su larga y variada produc-
ción publicó obras como “Teatro Crítico Univer-
sal” (8 volúmenes) y “Cartas Eruditas y Curiosas”
(5 volúmenes) donde hizo la crítica de las ideas
reñidas con la razón y el sentido común.
La segunda mitad del siglo XVIII estuvo orien-
tada por el pensamiento ilustrado, generado en
Francia e Inglaterra. Se cultivaron numerosos gé-
neros: en el fabulismo didáctico descollaron Iriar-
te (Fábulas Literarias - 1782), Samaniego (Fábu-
las Morales - 1781) y Moratín (El viejo y la niña).
322 A rturo C ardozo

En cuanto al teatro debemos recordar que Carlos


III prohibió la representación de los tradicionales
“autos sacramentales” y comenzó la influencia de
Corneille y Racine para la tragedia y Moliere para
la comedia. Una tragedia de positivo mérito fue
“Raquel” (1778) escrita por Vicente García de la
Huerta. En el género historiográfico la “Historia
Crítica de España” (1783) escrita por el jesuita
P. Masdeu y la “España Sagrada” (1747) del P.
Flórez. En el ramo de la filología se recuerda el
“Diálogo de la Lengua” de Juan de Valdés y el
“Catálogo de las Lenguas (1800) del P. Hervás y
Panduro. Podemos incluir un estudio sobre la Es-
tética, titulado “Investigaciones filosóficas sobre
la belleza ideal” (1789) de Esteban de Arteaga.
El género novelesco estuvo en franca decadencia;
podríamos mencionar la obra del P. Isla (1703-
1781): “Historia del famoso predicador fray
Gerundio de Campazas, alias Zote” que posee
más de sátira que de novela. La Ilustración tuvo
en España dos notables prosistas: José de Cadalso
y G. Melchor de Jovellanos. El primero (1741-
1782) fue un agudo crítico de la sociedad espa-
ñola en sus “Cartas Marruecas” (imitación de las
Cartas Persas de Montesquieu). En una de esas
misivas dice que en España hay “muchos millares
de hombres que se levantan muy tarde; toman
chocolate muy caliente y agua fría; se visten; salen
a la plaza; ajustan un par de pollos; oyen misa;
vuelven a la plaza; dan cuatro paseos; se infor-
man en qué estado están los chismes y hablillas
del lugar; vuelven a casa; comen muy despacio;
duermen la siesta; se levantan; dan un paseo al
campo; vuelven a casa; refrescan; van a la tertulia;
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 323

juegan la malilla; vuelven a su casa; rezan; cenan


y se meten en la cama”. Tratando de descubrir las
causas de la decadencia de España, afirmaba que
las riquezas de las colonias en América le habían
hecho daño y también el gobierno de la Casa de
Austria, pero el motivo principal del fracaso se
hallaba en los propios defectos nacionales: el or-
gullo, la poca afición al trabajo y el espíritu con-
servador que se oponía a cualquier innovación
beneficiosa.
El segundo prosista, Gaspar Melchor de Jovella-
nos (1744-1810) fue un político que pasó su vida
estudiando la manera de resolver los problemas
del retraso de España. Escribió sobre materias
económicas (Ley Agraria), sobre pedagogía (Plan
General de Instrucción Pública), sobre política
(Memoria en defensa de la Junta Central) y so-
bre cultura (Elogio de las Bellas Artes). Jovellanos
también escribió Sátiras y Epístolas.
La poesía se mantuvo dentro del estilo rococó en
su espíritu galante y sensual, pero a partir de las
críticas de Jovellanos, los poetas evolucionaron
hacia temas más graves y prácticos: desaparecie-
ron los zagales y la alegría del placer sensorial, se
iniciaron los de la mendicidad, la beneficencia, la
calumnia, la agricultura y los agricultores; tam-
bién la visión rousseauniana de la naturaleza y la
poesía pastoril. Los poetas más representativos de
esta época fueron Juan Meléndez Valdés (1754-
1817) y Manuel José Quintana (1772-1857).
c) El Arte en la Venezuela colonial.
Hemos visto que España, por lo general, se mantuvo re-
trasada en cuanto a la calidad de la producción artística
324 A rturo C ardozo

con respecto a otros países europeos. Ahora podemos afir-


mar que en la misma situación se encontró Venezuela con
respecto a España y la mayoría de las colonias hispánicas.
Muchas de las causas de este atraso, fueron las mismas que
incidieron sobre el arte español; pero también hubo otras,
ausentes en España, que intervinieron como frenos en las
colonias de América para reprimir la producción artística
y encaminarla en una sola dirección: la religiosa. Tanto en
España como en sus colonias la sociedad se hallaba estruc-
turada de un modo semifeudal o precapitalista y su organi-
zación clasista se fundamentaba en los estamentos; el poder
estaba en manos de una alianza formada por la nobleza
territorial que presidía el rey, por el sector monopólico del
comercio y por la Iglesia. Esta alianza económica, política
y religiosa había dirigido en Europa el movimiento de la
Contrarreforma y España había asumido el rol de prin-
cipal baluarte a partir del reinado de Felipe II (1559). La
Contrarreforma fue un movimiento de carácter múltiple:
militar, político, religioso, ideológico, que pretendía barrer
en todas las áreas la Reforma en sus distintas corrientes.
Se articuló en España y en sus posesiones ultramarinas un
aparato ideológico, establecido sobre pautas rígidas e in-
tolerantes destinado a impedir el desarrollo de las ideas,
gustos y actitudes propagadas por los llamados “protestan-
tes”. La represión se haría por todos los medios disponibles.
Sin embargo, esta política conservadora no fue efectiva en
muchos países de Europa; incluso en posesiones sometidas
a la Corona española, como los Países Bajos y los principa-
dos alemanes, se consolidó definitivamente el movimiento
reformista. En España, por el contrario, fue donde tuvo
mayor efectividad y permanencia.
La Contrarreforma castró muchas áreas de la producción
artística en España y en las colonias americanas, incluida
Venezuela. Así como estimuló el arte religioso, se enfrentó
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 325

al arte profano o laico mediante prohibiciones, algunas ve-


ces, y otras, reglamentándolo, vigilándolo, desanimándolo.
En España no estuvo presente esa burguesía comercial, rica
y palaciega, que disfrutaba de la vida placentera y tomaba
bajo su protección a los artistas que interpretaban sus gus-
tos y tendencias.
En el caso particular de Venezuela, hay que tomar en con-
sideración siempre, la existencia de una sociedad de castas,
donde cada una de éstas debía cumplir una función muy
precisa en la sociedad. La actividad artística entre los esta-
mentos dominados (indígenas y africanos) no era concebi-
ble; chocaba contra el orden social, no sólo porque mien-
tras el improvisado artista (esclavo, encomendado o peón)
producía su arte dejaba de hacer lo que era su obligación
de casta, sino también porque las obras artísticas de las cla-
ses inferiores eran siempre sospechosas de expresiones de
paganismo o brujería encubierta. El clero y las autoridades
municipales trataban de desalentar todas las actividades ar-
tísticas de estos sectores que no estuviesen totalmente con-
troladas.
Entre las capas medias, en especial entre el artesanado, fue
donde pudo el arte hallar mejores condiciones para expre-
sarse. Podríamos afirmar que durante la colonia los artistas
fueron artesanos que, saliéndose de la rutina de sus oficios
y venciendo sus limitaciones formativas, lograron expresar
en sus obras el estado afectivo y las formas estéticas de su
tiempo. En la Venezuela de entonces no existían las con-
diciones para que un artista profesional pudiese subsistir:
de la obra artística sólo podían obtener ingresos extraordi-
narios; eran los oficios artesanales los que proporcionaban
medios existenciales. En muchos casos, especialmente en
pequeñas poblaciones, no bastaba un oficio único, había
que combinar distintas artesanías: el albañil generalmente
era también carpintero, ebanista y pintor. Podríamos decir
326 A rturo C ardozo

que no existía un mercado interno para las obras artísticas,


ni tampoco mecenas que tomaran bajo su protección al
artista y permitiera liberarlo del trabajo necesario para su
existencia.
En cuanto a las clases dominantes podemos afirmar que,
por lo general, carecieron de interés por la creación artísti-
ca; si exceptuamos la música y la literatura, donde se mani-
festaron algunas élites, casi siempre clericales, no hallamos
artistas en las filas de la oligarquía. Tampoco estaban mo-
tivados para dotar sus hogares de obras de arte de produc-
ción criolla; los de un nivel cultural más alto poseían obras
estéticas de origen español y se las trasmitían por herencia;
éstas consistían generalmente en joyas, retratos, muebles,
cerámicas y trabajos en metal. Los templos fueron los
principales centros de concentración del arte colonial; allí,
más que en ninguna otra parte, se pueden observar aún las
mejores muestras de la modesta producción artística de la
época.
De seguidas vamos a tratar de presentar una panorámica
del arte colonial en las diferentes áreas:
1. La Arquitectura.
Francisco Depons en su conocida obra “Viaje a la
parte oriental de Tierra Firme (Capítulo X) nos
presenta interesantes observaciones sobre las cons-
trucciones existentes en la Caracas de 1800 que vi-
sitara. Señala que los únicos edificios públicos de la
ciudad eran los dedicados a la religión, porque las
sedes de la Capitanía General, de la Real Audien-
cia, de la Intendencia y de todos los Tribunales es-
taban establecidos en inmuebles arrendados. Sólo
era propiedad del rey el edificio de la Tesorería,
cuya fábrica “anda muy lejos de indicar la majestad
de su dueño”. El cuartel, por el contrario era “nue-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 327

vo, hermoso, construido con elegancia y situado


en un paraje desde donde se domina la ciudad”.
La iglesia catedral, según el visitante francés, “no
merece ser descrita sino en atención a su puesto
en la jerarquía de los templos... Si hermosas tapi-
cerías y doraduras realzan el interior de la iglesia;
si las vestimentas sacerdotales y los vasos sagrados
muestran riqueza, cual conviene al templo a que
pertenecen; la construcción de éste, en cambio, su
arquitectura, dimensiones y distribución, nada tie-
nen de majestuosas, de imponentes ni de regulares.
Construida en un área de 250 por setenta y cinco
pies, consta de tres naves sostenidas por 24 pilares,
dispuestos en cuatro filas. El altar mayor no esta-
ba “dispuesto en forma romana, sino adosado a la
pared”. La fachada “no muestra ni gusto ni habili-
dad en su hechura. Tan sólo el campanario, si bien
ningún embellecimiento debe al arte, tiene por lo
menos cierta audacia que falta por completo en la
Catedral”. Según Depons, las iglesias de Caracas,
por lo general están bien construidas. “La iglesia
parroquial de Altagracia es la mejor de (odas y su
fábrica honraría hasta a las principales ciudades de
Francia”.
Además de las iglesias, existían para 1800 tres con-
ventos construidos bajo un mismo modelo, aun-
que el de san Francisco y el de los mercedarios con
capillas en su interior tenían obras ejecutadas con
mayor cuidado “... provistas de un atrio frontero
que avanza justamente hasta la calle, y se halla ro-
deado de un muro, el cual, frente a la puerta de la
iglesia, se levanta e impide ver al interior”.
Según la información de Depons, las residencias
328 A rturo C ardozo

de las familias nobles eran “bellas y bien construi-


das”; existían casas de dos pisos “con muy hermosa
apariencia”. Algunas de ladrillos, aunque la mayo-
ría era de paredes de tapias, “hechas por encajo-
namiento; más o menos como acostumbraban los
romanos y como se practica hoy para construir en
los pantanos, en el mar, etc., según el método pu-
blicado por M. Tardiff en 1757”. Los tejados eran
puntiagudos o de dos aguas. “El maderamen, bien
tramado, es sumamente elegante y de excelentes
maderas que se dan abundantemente en el país. La
techumbre es de tejas curvas”.
A fines del siglo XVIII existía en Caracas un tea-
tro, descrito por Alejandro de Humboldt de este
modo: “... puede contener de mil quinientas a mil
ochocientas personas; en mi tiempo estaba de tal
modo dispuesta la sala de espectáculo que el pa-
tio, en el cual estaban separados los hombres de
las mujeres, estaba a descubierto, y se veían a un
mismo tiempo los actores y las estrellas: como el
tiempo nebuloso me hacía perder muchas obser-
vaciones de los satélites, desde un palco del teatro
podía asegurarme si Júpiter estaría visible durante
la noche...” (Alejandro de Humboldt. Viaje a las
Regiones Equinocciales. Cap. XI). Este teatro fue
construido por el Cabildo en 1797 y estuvo situa-
do entre las esquinas de Conde y Carmelitas. Lo
destruyó el terremoto de 1812…
Lo más típico y primitivo de la arquitectura cara-
queña de entonces fueron las portadas de las man-
siones de la nobleza. Mario J. Buschiazzo en su
obra “Arquitectura Colonial Venezolana” las des-
cribe de este modo: “Las pilastras y entablamen-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 329

tos de líneas tranquilas, a las queso superpone un


motivo de distorsionado barroquismo, sus gruesas
puertas claveteadas de hierro o bronce, y el nota-
ble material —piedra o mármol— empleado en su
construcción, forman hermoso y violento contras-
te con el resto de los muros aledaños, modestos,
interrumpidos tan sólo de tanto en tanto por las
rejas voladas de las ventanas”. Resulta curioso ano-
tar que en Caracas abundaban las rejas de hierro,
en tanto que en las demás ciudades venezolanas se
prefería la utilización de maderas (urape, dividive,
cedro, etc.) en barrotes torneados o lisos.
En el interior del país, en las ciudades y puertos,
se presentaron los mismos estilos arquitectónicos.
Cabe recordar las construcciones militares en La
Guaira, Puerto Cabello, Cumaná, Margarita y la
Barra de Maracaibo, la mayoría de las cuales se con-
servan restauradas. La más hermosa fue la fortaleza
de Araya, construida para defender de los holandeses
y los ingleses las extensas y ricas salinas. En cuanto
a la arquitectura religiosa del interior mencionare-
mos las catedrales de Valencia, Maracaibo y Mérida
(reconstruidas). Tiene rasgos de originalidad la ca-
tedral de Calabozo; también llaman la atención los
templos parroquiales de Petare, Clarines, Turmero,
Naguanagua, San Rafael de Boconó, Petare y el de
la Inmaculada Concepción de Barquisimeto.
Los edificios construidos por la Compañía Gui-
puzcoana en La Guaira y Puerto Cabello, reciente-
mente restaurados constituyen las manifestaciones
artísticas más importantes de nuestra arquitectura
colonial. La de La Guaira es indudablemente la
más imponente. En la ciudad de Coro se conser-
330 A rturo C ardozo

va una de las casas residenciales más hermosas: su


portada principal está Banqueada por dos órdenes
de columnas empotradas, de un tipo que mere-
ce especial mención: se trata de columnas “pan-
zudas” o sea dotadas de notables prominencias o
convexidades. Otras vistosas formas de pilares se
encuentran en las llamadas “pilastra-estípite”, em-
pleadas en la arquitectura mexicana que semejan
pirámides cuadradas, invertidas y truncas. Por úl-
timo, debemos recordar los balcones volados con
sus barandas y balaustres de madera, coronados
por adornos del mismo material. Estos balcones se
construyeron desde Cumaná hasta Veracruz (Mé-
xico). En Puerto Cabello existen aún numerosas
fachadas de casas con obras de este tipo.
2. La escultura, la pintura y artes ornamentales
Buena parte de estas obras fueron traídas de Espa-
ña, especialmente las imágenes religiosas, la orfe-
brería y los trabajos en bronce y hierro. Hubo una
ascendente producción en las llamadas artes indus-
triales como muebles, tejidos y bordados, obras de
alfarería y cerámica, realizadas casi siempre por
artesanos. Tanto en las vasijas de arcilla como en
las de metal se mantienen actualmente las formas
artísticas y las técnicas de la época colonial.
En cuanto a la pintura, no hay duda que alrededor
de los templos y los conventos surgieron algunos
artistas del pincel, la mayoría copistas de temas re-
ligiosos producidos en España. Fue lo que se llamó
arte periférico o marginal.
Durante la colonia no hubo en Venezuela ninguna
escultura que adornara las plazas públicas. Fue en
el recinto de las iglesias y de algunas residencias fa-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 331

miliares en donde la escultura se manifestó bajo las


formas de imágenes sagradas, modeladas en cera o
arcilla y talladas en madera o en piedra.
Notable influencia tuvo en Venezuela el centro
escultórico de Andalucía, presidido por el famoso
artista Juan Martínez Montañez: sus imágenes espe-
cialmente la expresión realista de sus rostros, excita-
ron la devoción popular en España e Hispanoamé-
rica. También fueron admirados los granadinos
Alonso Cano y Pedro de Mena. En el siglo XVIII
se propagó también en Venezuela la moda de las
imágenes vestidas con ropa que fue expresión de la
decadencia del arte escultórico en España: Hubo un
momento en que llegaban al país solamente las par-
tes que deberían estar al descubierto (cabeza, manos
y algunas veces los pies) para que los artesanos las
armaran con madera y almohadillas hasta darles la
forma del cuerpo humano y luego las costureras les
confeccionaban los lujosos vestidos. Después mu-
chas de esas piezas importadas de España se elabo-
raron en el país. En los templos, en las capillas y en
los altares hogareños se encontraban en los últimos
años imágenes de origen español y venezolano; de
vez en cuando alguna escultura italiana o francesa.
En las iglesias parroquiales del interior abundaban
las esculturas criollas. Alfredo Armas Alfonso en su
trabajo “Los Rostros de la Fe” (El Farol, Caracas,
marzo-abril 1962, No. 199, pp. 1 5-26) recuerda
con ilustraciones algunas imágenes de santos entro-
nizados durante los siglos XVII y XVIII en algunos
de los recintos sagrados de Venezuela:
— La talla de san Francisco de Asís, perteneciente al
Convento de san Francisco en Trujillo, instalada
en la catedral de la misma ciudad.
332 A rturo C ardozo

— La talla de la Inmaculada, procedente de Coro,


admirada principalmente por la maestría en el
tratamiento de los pliegues del traje (siglo XVII).
— El Santo Niño de Belén, perteneciente al con-
vento de la Inmaculada Concepción de Caracas,
traído a Europa por fray Luis de Aranguren: se
trata de una talla veneciana, cuyo retablo barro-
co-rococó es de oro de hojilla.
— Bellas tallas españolas como el san Diego de Alca-
lá y el san Isidro Ladrador.
— Imágenes muy conocidas como el Nazareno .de
San Pablo, el Santo Cristo de La Grita, el Nazare-
no y la Divina Pastora de Barquisimeto, Nuestra
Señora del Valle en Margarita, Nuestra Señora
de la Consolación de Táriba, Nuestra Señora del
Socorro de Valencia, Nuestra Señora de la Encar-
nación de Cancagua, la Virgen de La Victoria y
muchas otras más.
El lienzo de Nuestra Señora de Caracas está vin-
culado estrechamente al pasado caraqueño, con-
cretamente a los años de la administración del
obispo Diez Madroñera. Este prelado transformó
a Caracas en una ciudad “mariana” con el res-
paldo del Ayuntamiento, el cual solicitó del rey
autorización para hacer jurar a todos los emplea-
dos públicos de la Capitanía General defender el
dogma de la Inmaculada Concepción y diseñar
el escudo de la ciudad con una orla en la cual se
proclamaba tal misterio. El monarca accedió a la
petición (1763). Entre los cabildantes surgió la
idea de que se colmarían los deseos de los vecinos
de la ciudad si se lograba que una virgen llevara el
nombre indígena de la capital de Venezuela, una
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 333

patraña “de nacionalidad caraqueña”, que sería


reverenciada por todos y cuya figura se estampa-
ría en el sello de la ciudad. En un Cabildo abierto
se resolvió lo que debería contener el cuadro: la
Virgen coronada por dos ángeles ubicada entre
santa Ana y Santiago de un lado y del otro santa
Rosa de Lima y santa Rosalía; alrededor de estas
figuras un grupo de ángeles en actitud de celebra-
ción. Su lema sería “Ave María Santísima de la
Luz, sin pecado original concebida en el primer
instante de su Ser Natural”. Hubo una especie de
concurso entre los pintores de la ciudad, cuyas
obras fueron presentadas y aceptadas al cumplir
con las condiciones requeridas. Se fijaron retablos
con estas pinturas en diferentes templos y sitios
de la ciudad.
La época del obispo Diez Madroñera significó
gran actividad para los artesanos dedicados a la
imaginería, toda vez que este prelado le dio a to-
das las calles de la ciudad nombres de santos y,
además, impuso que cada hogar caraqueño es-
cogiera un santo patrono del santoral católico y
colocara la imagen en el portal de su vivienda...
La mayoría de los retratos que conocemos son
de pintores anónimos y algunos se presume que
fueron pintados en España. El más antiguo es de
1638 y corresponde a la figura del alcalde mayor
de Caracas don Francisco Mijares de Solórzano.
Se conservan retratos de todos los obispos de la
diócesis de Venezuela. En el siglo XVIII la nobleza
caraqueña, al igual que de la de Europa, mostró in-
terés por el retrato como un instrumento para “ilu-
minar” el ancestro y fortalecer el prestigio social.
334 A rturo C ardozo

Entre los retratos conocidos hallamos tres lienzos


pertenecientes a la familia del marqués de Mijares,
otros de los condes de San Javier y uno con la figu-
ra de don Feliciano Palacios y Sojo.
Los estudiosos de nuestra pintura colonial (Alfre-
do Boulton, Juan Calzadilla y otros) conscientes
del bajo nivel artístico que presenta, pero ganosos
de investigarla y darla a conocer, han fijado tres
centros pictóricos, a saber: Río Tocuyo, Mérida
y Caracas; En jurisdicción de El Tocuyo detecta-
ron un artista anónimo y le han dado el nombre
de “el Pintor de El Tocuyo”, le atribuyen varias
obras como la Virgen del Rosario, el cuadro de las
Animas y la Inmaculada Concepción de Burbu-
say (Trujillo). Como artista principal del centro
pictórico de Mérida señalan a don José Lorenzo
de Alvarado con influencia en los Andes venezo-
lanos durante la transición de los siglos XVIII y
XIX. Su pintura muestra los rasgos pictóricos que
prevalecían en la Nueva Granada. En el llamado
centro pictórico de Caracas señalan varios artis-
tas, individualmente identificados y un grupo
familiar en donde se forman numerosos pintores
del mismo apellido, al que le dan el nombre de
“escuela de los Landaeta”. Entre los pintores indi-
vidualizados destacan Francisco José de Lerma, el
anónimo “Pintor de San Francisco”, Juan Pedro
López, el más importante, con pinturas religiosas
en la catedral de Caracas y autor del retrato de
doña Luisa de Bolívar, la abuela del Libertador.
3. La música y la danza
Se ha dicho que el hombre desde que existe, ha
sido siempre capaz de producir diferentes clases
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 335

de sonidos: al principio con su propio cuerpo y


después asociando algunos de sus órganos con de-
terminado objeto exterior, emite sonidos que son
expresión de alguna volición, se concluye que el
hombre es un instrumento musical de percusión
unas veces y otras de aire; puede regular la emi-
sión de los sonidos, su intensidad, el timbre y su
volumen. Cuando el hombre descubre que puede
regular los sonidos que emite o provoca, aparece la
música; cuando comprende que puede manejarlos,
combinarlos se transforma en un extraordinario
vehículo de expresión y aparece el arte musical con
una técnica para el manejo del sonido; surgen uno
tras otro, innumerables instrumentos como resul-
tado de la combinación de la imaginación con la
experiencia y cada uno con determinada técnica.
Se distinguen dos tipos de música: la vocal que el
hombre produce con su propia voz y la instrumen-
tal que se regula con las manos. Por otra parte, los
sonidos que produce el hombre, los asocia con algún
movimiento de su cuerpo, lo que revela su voluntad
de expresión. A la música vocal acompaña un gesto
y a la instrumental, un movimiento. Cuan do logra
realmente expresar a través del sonido lo que desea,
surge la música y, paralelamente, la danza se confi-
gura como un objeto de arte. Los movimientos y
las contorsiones utilitarias que expresan ira, dolor o
alegría, son imitadas y de este modo se adquiere la
técnica de los gestos plásticos, el proceso de tensio-
nes y distensiones que se alternan...
Estas consideraciones previas las hemos conside-
rado oportunas porque en el seno de la sociedad
colonial venezolana convivieron distintos niveles
336 A rturo C ardozo

del proceso del desarrollo musical, procedentes de


las tres culturas básicas que la formaron: la abori-
gen, la africana y la europea; culturas que se dife-
renciaban entre sí e internamente en sus distintas
áreas. En el caso concreto de la música, la sociedad
colonial venezolana presentaba expresiones mu-
sicales en franco contraste: desde las formas más
primitivas de los aborígenes nómadas en nuestros
llanos hasta los compositores e intérpretes de la lla-
mada música culta, pasando por una variedad de
formas y expresiones musicales generadas en tres
continentes y combinadas en el seno de la sociedad
venezolana de entonces “de mil maneras”.
Objetivamente se puede afirmar que cada estamen-
to de la sociedad colonial tuvo su propia música y
sus danzas características: las que habían aprendi-
do dentro de las comunidades, tribus, aldeas, mu-
nicipios o ciudades en las que se formaron y de
donde provenían. Bajo el dominio del estamento
español la música y danzas de España se mantuvie-
ron en el primer plano, en el nivel más alto de la
sociedad. La música y las danzas de los aborígenes
y de los africanos fueron, por lo general, considera-
das por la casta señorial como expresiones incultas,
bárbaras y, lo más frecuente, manifestaciones pa-
ganas. La Iglesia a través de los curas doctrineros,
de los misioneros y de los párrocos y autoridades
de superior jerarquía, hostilizaron y se enfrentaron
hasta donde pudieron a las danzas y toda aque-
lla expresión musical que no fuese la religiosa. Por
lo común el clero rechazó la música “profana”, es
decir, la que se generaba en el seno de la sociedad
para expresar sentimientos no religiosos, como el
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 337

amor, las pasiones, el triunfo, las vivencias en el


trabajo, las competencias, etc.; tenía la idea de que
las danzas y la música profana aunque no fueran
pecaminosas “per se”, representaban una oportu-
nidad para pecar y, por consiguiente, convenía evi-
tarlas. Esto lo logró el obispo Diez Madroñero en
Caracas durante su “apostolado” al permitir sólo
procesiones y rosarios públicos.
A pesar de la actitud del clero ante las expresiones
musicales y los bailes, éstos jamás cesaron: tanto
los africanos como los indígenas reducidos se inge-
niaron para evadir la repulsión de sus conductores
religiosos. Demás está recordar que muchos aborí-
genes se mantuvieron libres del dominio español
a lo largo de todo el período colonial y, también,
miles de esclavos africanos alcanzaban transitoria-
mente la libertad en los cumbes y cimarroneras de
las montañas; en ambas situaciones las comunida-
des aborígenes y las “rochelas” de negros expresa-
ban sus músicas y sus bailes espontáneamente, sin
censura alguna.
El sincretismo fue la forma práctica que las castas
oprimidas encontraron para lograr que sus expre-
siones artísticas perduraran. Adoptaron las devo-
ciones religiosas, aceptaron los santos patronos que
la Iglesia les señalaba; llegaron hasta cambiar sus
frases mágicas por las oraciones y ritos cristianos
para lograr que se les permitiera mantener sus ritos
musicales y sus bailes ancestrales.
En páginas anteriores vimos cómo la conquista
del aborigen y la captura e inmediata esclavización
del africano, a pesar del desnivel en la escala esta-
mental de la sociedad colonial, condujeron a una
338 A rturo C ardozo

transculturación forzosa de los grupos subyugados


pero, también con menor intensidad, llegaron a
un intercambio de elementos culturales a pesar de
que el conquistador, el conquistado y el esclavo,
según las normas de la sociedad estamental, esta-
ban obligados a vivir cada uno su propio modo
de vida, aunque coexistiesen unos al lado de los
otros. Este intercambio de rasgos culturales, tan
irregular como las relaciones sexuales entre las tres
castas primarias, condujo a un “mestizaje” artís-
tico que en la música popular se mantiene hasta
nuestros días. Este fenómeno cultural se ha deno-
minado transculturación y se da, como es el caso
de la sociedad colonial venezolana, cuando gru-
pos de individuos que tienen culturas diferentes,
toman contacto continuo de primera mano, con
los subsiguientes cambios en los patrones desde la
cultura original de uno de los grupos o de todos.
Esto aconteció con las expresiones musicales y los
correspondientes movimientos de la danza. Sur-
gieron formas hispano-aborígenes, hispano-africa-
nas y afro-aborígenes de la música y la danza en
la sociedad colonial y todas ellas se combinaron
paulatinamente. Debemos recordar que dentro del
concepto “hispánico” se agrupa una variedad de
formas musicales con sus correspondientes danzas.
Lo mismo hay que advertir para las categorías de
“aborigen” y “africano”. Como las comunidades
indígenas y los grupos africanos fueron ágrafos
no disponemos de documentos, producidos en
su seno, para ilustrar la secuencia real del proceso
de transculturación que ha llegado hasta nuestros
días. Contamos con escasas pruebas de fuentes his-
pánicas (fuentes históricas) que nos informan de
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 339

los contactos con aborígenes americanos y esclavos


africanos. Estas fuentes describen las costumbres
ajenas y las valoran al compararlas con las propias;
testimonian cambios y renuencias al cambio, pero
de modo tan accidental que es prácticamente im-
posible seguir con esos datos el proceso de trans-
culturación.
Las investigaciones que condujeron al conoci-
miento de lo que hoy se denomina “Estudio del
folklore” no se produjeron sino a fines del siglo
pasado. La palabra “folklore” (sabiduría del pue-
blo) apenas apareció el 22 de agosto de 1846 en
la obra de Ambrosio Merton (pseudónimo de Wi-
lliam J. Thomas) publicada por “The Athenaeum”
de Londres, en la que instaba a recoger por escrito
las narraciones de las “maneras, costumbres, ob-
servancias, supersticiones, baladas, proverbios, etc.
del tiempo viejo” para que así los investigadores
posteriores pudieran acudir para informarse de es-
tos vestigios en trance de desaparición de un pasa-
do no escrito, denominado “antigüedades popu-
lares o literatura popular”. La primera institución
dedicada a estas investigaciones fue la Sociedad
Americana del Folklore, fundada en USA en 1888.
Este tardío interés por el conocimiento explica la
escasa información que poseemos en Venezuela del
desarrollo de la música y la danza durante nues-
tro tiempo histórico hasta las primeras décadas del
presente siglo. Conocemos la música folklórica y
la popular que ha llegado hasta nuestros días y po-
demos determinar las raíces o vertientes indígena,
africana e hispánica; incluso podemos precisar el
“porcentaje” que tiene una determinada expresión
musical de alguna de las vertientes culturales; pero,
340 A rturo C ardozo

debido a la escasa o inexistente información, no


somos capaces de seguir el proceso de transcultura-
ción iniciado en 1498 hasta el siglo XX; no pode-
mos detectar los momentos del cambio o, mejor,
de los cambios en el curso de los cinco siglos...
Dejando constancia de estas limitaciones, nos pro-
ponemos presentar una somera información sobre
las distintas expresiones de la sociedad colonial en
las áreas de la música y de la danza:
— La prehistoria musical de Venezuela correspon-
de a las expresiones musicales de nuestros abo-
rígenes, quienes desde tiempo inmemorial se
manifestaban en su forma primitiva. Poseemos
testimonios de cronistas sobre la música de los
caribes, de los timoto-cuicas, de los arawacos y
otras naciones indígenas. Pero en realidad nues-
tros aborígenes no poseían el sentido armónico
que fue justamente el que al hacerse presente dio
origen a la música. El ritmo vinculado al sentido
armónico, es decir, lo que se entiende por ver-
dadera música nos vino de España. En Europa
fue donde el hombre concibió la armonía; ni las
milenarias y refinadas culturas de China y el Ex-
tremo Oriente, ni las de los mayas, aztecas e incas
en América conocieron la armonía y, de consi-
guiente, tampoco pudieron producir verdaderas
obras musicales.
— El folklore musical y la danza estuvieron en sus
orígenes estrechamente vinculados a las fiestas y
ceremonias religiosas, patronales, aldeanas, triba-
les e, incluso, familiares: unas relacionadas con el
santoral católico, otras con. las actividades eco-
nómicas y sociales y con sucesos importantes de
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 341

la vida humana. En estas fiestas y ceremonias los


grupos sociales desarrollaron a través de sucesi-
vas individualidades creadoras su acervo artísti-
co-musical. En numerosos casos aprovecharon
rasgos culturales de otros grupos con los que te-
nían contacto y los reelaboraron para adaptarlos
a sus propias concepciones musicales. De este
modo adaptaron instrumentos musicales de otras
culturas, modificándolos o no; incorporaron for-
mas, ritmos, melodías e incluso temas generados
fuera de su seno y los moldearon según su tempe-
ramento o sensibilidad; en fin, aprendieron mo-
vimientos rítmicos y figuras o pasos que habían
visto entre gentes extrañas. Así en esa combina-
ción de préstamos artísticos, de creaciones y de
reelaboraciones surgió nuestro folklor musical y
se dibujaron los movimientos de nuestros bailes
tradicionales.
Nuestra música folklórica tiene, ya lo hemos di-
cho, como fuentes las vertientes indígena, afri-
cana e hispánica y, aun cuando comúnmente se
combinan, el predominio de alguna de ellas le
fija, a cada expresión musical el rasgo de proce-
dencia. Por otra parte, la música folklórica pre-
senta diferentes tipos y formas, inclusive la que
tiene el mismo origen ancestral. También hay
variantes vinculadas a las regiones del país y áreas
culturales.
Vamos a seguir a Isabel Aretz (Manual del folklo-
re venezolano, pp. 140-165) en su investigación
personal sobre esta materia. Afirma la profesora
Aretz que “la música folklórica venezolana com-
prende numerosas especies, bien caracterizadas,
342 A rturo C ardozo

que sirve en unos casos para el baile y el canto


como simple esparcimiento, y en otros está uni-
da a determinadas celebraciones, generalmente
de orden religioso, o a diferentes faenas” Entre la
música de origen indígena cita la que acompaña
a los bailes de la “tura”; entre la africana, los gol-
pes de tambor y, entre la hispánica las canciones,
tanto religiosas como románticas y tas rondas in-
fantiles. La música para baile y canto comprende
el corrido, el galerón, el pasaje, el golpe, el ta-
munangue, el San Rafael, la palomera, el pato,
la lianza, la contradanza, el merengue (guasa o
gaita), la polca, el vals criollo, ele. Los cánticos de
orden religioso comprenden los utilizados para
los velorios de cruz y de angelito, para las roga-
tivas, “gozos” y alabanzas, para la navidad (agui-
naldos, tonadas del niño, gaitas, etc.) Del género
lírico: la malagueña, el polo, la jota y el corrido
oriental, las décimas barquisimetanas, los valses
andinos y las serenatas o simplemente canciones.
Las canciones de faena como son las de ordeño,
de vaquería, ambas en el llano, las piladoras de
maíz, las lavanderas, canciones de cuna, rondas
infantiles.
— Los instrumentos con los cuales se interpreta
nuestra música folklórica son muy variados y
tienen su origen tanto en América como en Eu-
ropa y África. Entre los de percusión unos son
de golpe directo (bastones y palos) y otros de
golpe indirecto (maracas, chinesco y sonaja), de
frotación (charrascas), de punteado (birimbao o
trompa), de cuero y madera como la zambomba
o furruco y la familia de los tambores, unos fijos
como la “mina” que es de gran tamaño y otros
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 343

portátiles. Los instrumentos de cuerda son muy


variados: hay los llamados “simples” como el ca-
rángano y los arcos musicales primitivos y los
“compuestos” como el viejo violín, el grupo de
las guitarras entre las cuales destaca el “cuatro”
(el instrumento nacional), el grupo de los laú-
des con la bandola y el arpa criolla de nuestros
llanos. Por último, los instrumentos de viento
que comprenden las flautas sin aeroducto, los
cachos, los caracoles o guaruras y los carrizos
utilizados como flautas de pan.
Las danzas tradicionales son fieles seguidoras de la
música folklórica. La profesora Aretz adopta una
clasificación que se fundamenta en la coreografía;
de este modo las agrupa en colectivas, de pareja e
individuales. Entre las primeras distingue las dan-
zas colectivas de ronda como las que aparecen en
la danza de la tura, en el maremare, en la gaita
zuliana y en la gaita escuqueña y las danzas colec-
tivas de bailadores sueltos como en el baile de los
Diablos de Yare, el de san Juan en Barlovento y
el de los chimbángueles de san Benito al sur del
lago de Maracaibo. Entre as danzas por pareja se
encuentran los bailes de los Locos y las Locainas,
los danceros de La Candelaria, los Pastores de san
Joaquín, los Negritos de san Benito y la contra-
danza criolla. Se destaca el baile de las cintas o
sebucán, extendido por todo el país, pero que en
Chachopo y Timotes se ejecuta con los “giros de
san Benito” y en Boconó con “La Negrera”. En
esta última ciudad las parejas llevan máscaras de
hombres, mujeres, viejos, bobos, osos, pastores,
diablos, etc.; hay una máscara que representa al
capitán. También existen danzas de parejas en
344 A rturo C ardozo

conjuntos como “La Llora de La Victoria” y dan-


zas de parejas sucesivas como en el “Baile de san
Pascual Bailón” y en los bailes de tambor redon-
do de Barlovento y el litoral central y en el “Ta-
munangue” de El Tocuyo. Este último contiene
una serie de golpes y danzas denominados “La
Bella”, el “Yeyevamos”, la “Juruminga”, el “Poco
a Poco”, la “Perrendenga”, “La Batalla”, el “Ga-
lerón” y el “Seis por derecho”. Entre las danzas
individuales se encuentran “La Burriquita”, “el
baile de la botella” y algunas parrandas orientales
como “El Pájaro, el Cazador y el Brujo”, persona-
jes que danzan sucesivamente. Existen bailes que
representan peleas o batallas y se interpretan en
diferentes regiones como Guayana, Apure, Tru-
jillo y Mérida: en Carache los bailarines “pelean”
con dos velas, en Mérida y Guayana lo hacen con
garrotes; en “la Batalla” del Tamunangue lo ha-
cen también con palos. En la margen derecha de
los ríos Apure y Orinoco existe una curiosa danza
llamada “El Paloteo” en la que se presentan dos
grupos armados de garrotes: uno formado por
indígenas presididos por Moctezuma y el otro
por españoles comandados por el Rey Valencey.
Otros personajes secundarios intervienen: una
indígena, tres indiecitos y tres vasallos españoles.
Se inicia la representación con un anuncio hecho
por un indiecito, continúa un diálogo en verso
entre Moctezuma y el Rey, donde se imputan
agravios y concluye con una batalla rítmica a palo
limpio de difícil y peligrosa ejecución.
— La llamada música culta se oyó y apareció den-
tro de un selecto grupo de la sociedad colonial
formado por miembros del clero y de la noble-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 345

za criolla y, en los últimos años, por un reducido


sector de las capas medias, entre los cuales surgie-
ron los primeros compositores.
Las crónicas del siglo XVI señalan al fraile espa-
ñol Diego de los Ríos como el primer compositor
de música (también era pintor) que pisaba la tie-
rra venezolana; se le atribuye un claro talento y se
elogia su obra, pero los historiadores de la música
no han podido tener jamás en sus manos alguna
de sus partituras. La música sacra, particularmen-
te la gregoriana, se dejó oír en los templos, inter-
pretada inicialmente por clérigos peninsulares y
después por criollos en el coro de las parroquias.
El siglo XVIII hizo posible que algunos venezo-
lanos se iniciaran en el conocimiento de este arte
cuando se creó en la Real y Pontificia Universidad
de Caracas (1725) la cátedra de música a cargo
del Pbro. Francisco Pérez Camacho, tocuyano
formando en Caracas que, luego de ordenado,
fue enviado a Puerto Rico para mejorar sus cono-
cimientos musicales. Hasta ese momento la mú-
sica tenía una orientación religiosa y sus interpre-
taciones se ha cían exclusivamente en los templos.
En las siguientes décadas la música penetró en los
colegios superiores como complemento en la for-
mación de la clase ilustrada del país. Los profe-
sores o simplemente ejecutantes, procedentes de
España, hicieron conocer las últimas expresiones
del movimiento musical europeo, especialmen-
te los de Italia y Alemania. La principal fuente
de información para estas décadas es el Archivo
de la catedral de Caracas donde, según Ramón
de La Plaza (Ensayos sobre el Arte en Venezuela,
p. 90) “... se encuentran varias obras que fueron
346 A rturo C ardozo

escritas por N. Gamarra en el siglo pasado (XVI-


II); como también las de José Antonio Caro
de Boesi, natural de Chacao, artista que figura
como cantor, ejecutante de guitarra y composi-
tor de fáciles facultades. Para entonces no existían
en el país instrumentos de viento; así es que la
instrumentación de este artista era para cuerdas,
conservándose de sus composiciones misas para
dos, tres y cuatro voces, un oficio de difuntos e
infinidad de motetes. En todos ellos se trasluce
la fuerza de la concepción, debilitada por la in-
suficiencia de los medios de que disponían en
su instrumentación para darle fuerza vigorosa al
pensamiento”.
En el ámbito de la nobleza criolla de Caracas se
incrementó el interés por la música debido a las
cátedras y las informaciones traídas de Europa
por quienes regresaban con afición al arte del
pentagrama. Entre éstos se recuerda a Francisco
Javier Ustáríz quien, entregado a los estudios mu-
sicales por mero deleite, compuso una misa de
notables méritos por “... la espontaneidad de la
idea y el sentimiento que eleva la plegaria santa de
amor y reconocimiento hasta el trono de Dios”.
El introductor de los instrumentos musicales de
viento en Venezuela y principal propulsor de la
música culta fue el Pbro. Pedro Palacios y Sojo
al fundar en 1770, a sus propias expensas, la
Academia de Música que regentó en unión del
maestro Juan Manuel Olivares. Los naturalistas
alemanes Bredemayer y Schultz, conocieron al
padre Sojo en Caracas y al regresar a Europa le
remitieron algunos instrumentos de viento que
encargara y junto a estos las primeras partitu-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 347

ras de música clásica que llegaron a Venezuela


(1786) con algunas obras de Pleyel, Mozart y
Haydn. Se dice que para el momento en que
se fundó la academia sólo había en Caracas
un músico, Juan Manuel Olivares, formado a
esfuerzo propio, que ejecutaba con habilidad
el piano y el violín y se desenvolvía como exi-
toso compositor. Entre sus obras conocidas se
hallan una salve y un miserere en Re menor. A
los pocos años existía en Caracas un esclareci-
do grupo de músicos formados en la Academia
que constituyeron una vanguardia, no sólo en
Venezuela, sino en Hispanoamérica. Ya hemos
mencionado a Caro de Boesi y a Pedro Nolas-
co Colón; podríamos agregar una larga lista de
compositores como José Ángel Lamas, Caye-
tano Carreño, los Montero, los Landaeta, los
Ustáriz, Lino Gallardo y Carlos Pompa. Entre
las más famosas obras de estos compositores se
hallan el Popule Meus de Lamas, el Pésame a la
Virgen de Colón, la Oración del Huerto de Ca-
yetano Carreño y las jocosas composiciones de
Lino Gallardo. Don Feliciano Palacios y Sojo,
hermano del Padre Sojo, fue el primero en lle-
var a escena, con artistas venezolanos, algunas
óperas italianas: trajo libretos, sufragó los gastos
de tan difícil empresa y dirigió personalmente
los ensayos. Juan J. Landaeta fue el compositor
de la canción patriótica “Gloria al Bravo Pue-
blo” convertida después en el Himno Nacional
de Venezuela. Lino Gallardo compuso también
algunas canciones patrióticas y fue el director de
la primera Compañía Lírica Española que vino
a Caracas, Gallardo dedicó una obra a Bolívar
348 A rturo C ardozo

que comienza así: “Tu nombre, Bolívar, la fama


elevó sobre otros héroes...”
— La canción política, desarrollada durante la gue-
rra de independencia, fue un instrumento uti-
lizado por los dos bandos en contradicción. Se
cuenta que después del triunfo de Monteverde en
1812 los soldados realistas cantaban en Coro y
Barquisimeto coplas como éstas: “Miranda debe
morir — Roscio ser decapitado — Arévalo con-
sumido —y Espejo descuartizado —A Venezuela
intimó —Miranda con imprudencia —a impo-
ner la independencia —que contra España juró
—a muchos también mandó —al cadalso con-
ducir; —hizo la muerte sufrir —a dos sacerdotes
santos —cometiendo excesos tanto. —Miranda
debe morir...” Durante los días de la “Guerra a
Muerte” la población patriota de Caracas can-
taba: “Bárbaros isleños —brutos criminales —
haced testamento —de vuestros caudales”. Las
tropas de Boves cantaban en el llano cuartetas
como ésta: “¿Dónde están las tres personas —del
Poder Ejecutivo —que se volvieron palomas —
huyendo del enemigo? — A la lanza de un llane-
ro —le echó Dios la bendición, —y le dice: mata
godo! —Leal a la Revolución! —Mientras vivan
Arismendi, Juñoz y el bravo Rondón —dormirá
viendo visiones —en el llano el español. En honor
al general español Pablo Morillo, sus partidarios
entonaban esta estrofa: “Mézclese el cacao, —
bata el molinillo, —rico chocolate —para el gran
Morillo”. —Si la ración de galleta —no la dan
como en Europa, —me he de pasar al patriota —
al punto, con mi maleta”. Una canción patriótica
del oriente contenía endechas como ésta: “Por la
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 349

calle van cantando —los indios cumanagotos —


ya se acabó la Regencia — ¡Nos alegramos, nos
alegramos! —Muchacho, dile a Fernando —que
ya la América es libre —que si piensa dominar-
nos —que se estire —que se estire. —Los catala-
nes vendrán —en clase de comerciantes —pero a
gobernar como antes —eso sí no lo verán —no lo
verán”. Algunas canciones patrióticas se bailaban
en los pueblos orientales como la “Juana Bautis-
ta”, la “Conga” y la “Cachupina”; de la segunda,
es la siguiente estrofa: —La conga se viste —toda
de amarillo —¡Que viva la patria! —y muera
Morillo. —Que conga -que conga —que dale
niña a la conga -que conga señó”. “Si el general
Bolívar — fuera adivino ya supiera que Ñáñez
—murió en Ospino. —Calvetón murió saltando
—la empalizá a Juan Segundo. —Ya se acabó en
este mundo —un oficial de Fernando.
— El arte de la palabra
En las antiguas culturas se consideró la escritu-
ra y su utilización por el hombre, como un don
emanado de seres sobrenaturales. La historio-
grafía considera que la historia comienza con la
utilización de la escritura. Es fácil explicarse la
significación que ha tenido para la humanidad
la posesión de este instrumento cultural, no sólo
porque permitió el desarrollo de la literatura y de
la ciencia, sino porque desempeñó una función
de capital importancia en el proceso de la divi-
sión de la sociedad en clases. Existe un conjunto
de hechos que, por lo menos, vale la pena men-
cionar: la vinculación estrecha entre la escritura y
los templos; la escritura ejercida por sacerdotes y
algunas élites, las actividades de intercambio eje-
350 A rturo C ardozo

cutadas en los templos y la existencia de personas


e instituciones encargadas de enseñar el uso de los
signos alfabéticos para mantener su uniformidad.
La escritura, al evolucionar y perfeccionarse, fue
utilizada para registrar textos religiosos, himnos,
descripciones y también los conocimientos de la
época. De este modo la escritura se adaptó des-
de un principio a los objetivos de las Sociedades
gobernadas por sacerdotes. A un lado del acervo
cultural transmitido oralmente de generación en
generación, se fue formando una literatura escri-
ta que en un principio fue religiosa y paulatina-
mente se extendió a otras áreas del conocimiento
como la historia, la administración, el derecho y
la ciencia. Tanto en la religiosa como en la histó-
rica se asentaron las leyendas, los mitos, las tra-
diciones tribales, las guerras, etc., presentado de
acuerdo con la imaginación de quienes las escri-
bían, narraban o interpretaban y según las condi-
ciones sociales de cada época.
Un hecho que es necesario destacar es el de que
el pequeño grupo que en cada pueblo conocía el
alfabeto, que sabía escribirlo y leerlo, aprovechó
este privilegio para afianzar su influencia en la so-
ciedad: detentaba el monopolio de la sabiduría y
procuraba que sólo un círculo muy estrecho tu-
viese acceso a ella. En la Edad Media la escritura
y, en general, los conocimientos permanecieron
depositados en los templos y en los monasterios.
La Iglesia católica utilizó la escritura no sólo para
sus propias necesidades religiosas y seculares sino
también para mantener la tradición del pasado
anterior al cristianismo. A través de ella divulgo
las Sagradas Escrituras” entre los pueblos analfa-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 351

betos de Europa y, después, de América y otros


continentes. La escritura no llegó hasta las ma-
sas de la población: se quedó en los niveles me-
dios; pero sólo para conocer lo que la Iglesia y
el Estado consideraban prudente divulgar. No
bastaba saber leer y escribir para estar en condi-
ciones de adquirir todo tipo de conocimientos,
había que vencer otro obstáculo, el del idioma.
Los pueblos europeos habían creado o estaban
creando sus lenguas romances, como medios de
comunicación habitual, mientras que la filosofía,
la historia, la metafísica y otras áreas del conoci-
miento permanecían escritas en latín o en griego.
Sólo tenían acceso a esos altos niveles del saber
quienes dominaban estos idiomas en desuso y ya
recluidos en las bibliotecas. Un estímulo para el
uso de la escritura fue el incremento de las ac-
tividades comerciales que se inició a partir del
siglo X cuando los mercaderes intervinieron en
las relaciones económicas que antes se realizaban
sólo entre productores y captaron la necesidad
de conservar consigo las pruebas de sus contra-
taciones. El auge se inició en Italia y se extendió
a otros países como Alemania, Dinamarca, Países
Bajos, Portugal y España. En el año 914 empeza-
ron a funcionar en Europa las primeras escuelas
independientes del poder eclesiástico destinadas
a formar escribas, capaces de llevar los libros de
contabilidad de los comerciantes.
Fue a partir de la invención de la imprenta (1440)
realizada en Alemania por Gutenberg cuando los
manuscritos dieron paso a las impresiones con
tipos móviles y se abrieron las posibilidades de
editar libros a bajos precios y ponerlos al alcance
352 A rturo C ardozo

de las masas. Pero fueron meras posibilidades téc-


nicas porque hubo obstáculos de diferente natu-
raleza (religiosos, políticos, económicos, etc.) que
lo impidieron. Tanto el Estado como la Iglesia
censuraron las publicaciones: si la Reforma am-
plió el círculo de lectores, al menos de la Biblia
traducida a las lenguas populares, la Contrarre-
forma en España y otros países frenó hasta donde
pudo la creación de escuelas que no fuesen diri-
gidas por eclesiásticos, censuró las publicaciones
y a sus autores los sometió a la investigación del
Tribunal de la Inquisición. El Estado casi siempre
respaldó esta política con sus órganos de poder.
Las masas populares permanecieron analfabetas o
se les enseñó a leer para conocer el catecismo, las
oraciones y algunos otros textos piadosos...
Creemos que es conveniente hacer una breve ob-
servación. La actividad intelectual no es una fun-
ción intrínseca de un determinado grupo social.
No puede llamarse “intelectual” sólo a quien se
dedica exclusivamente a esta actividad. Los inte-
lectuales no son un grupo aislado e independien-
te de la complejidad de las relaciones sociales por-
que no existe ninguna actividad humana que no
sea intelectual. En cualquier labor profesional, no
importa su naturaleza, el hombre ejerce siempre
una actividad intelectual: es filósofo, es artista, tie-
ne su concepción del mundo y una determinada
línea de conducta moral. Dentro del concepto de
hombre no podemos establecer diferencias entre
intelectuales y no intelectuales. La clasificación
procede sólo cuando se refiere al papel o función
que desempeña un hombre o grupo de hombres
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 353

en la función social que corresponde cumplir a


un hombre o a un estrato social: la función inte-
lectual o directiva se realiza en cualquier área, ya
sea de la producción, de la organización familiar,
del Estado y la política, como de la religión, del
arte y la ciencia. Está inserta siempre en el con-
junto de las relaciones sociales; de ahí que el inte-
lectual se defina partiendo de la estructura de una
sociedad concreta. En síntesis: todos los hombres
somos intelectuales pero no todos ejercemos en
la sociedad funciones intelectuales; esto es expre-
sión de la sociedad en un momento dado de su
evolución. Tanto las distintas clases sociales como
los diferentes grupos generan sus propios intelec-
tuales: tienen como función darle homogeneidad
y conciencia de clase o grupo acerca del papel que
desempeñan en la sociedad en las áreas económi-
ca, política y en general sociales. Así por ejemplo,
los intelectuales (técnicos, gerentes, políticos, sa-
cerdotes, artistas, científicos, etc.) al servicio de
las clases dominantes actúan como “funciona-
rios” de éstas para sostener su hegemonía sobre
las clases oprimidas o simplemente dominadas y
trabajan para lograr el consenso.
Al iniciarse la conquista de América y, en particu-
lar de Venezuela, empezó el dominio de España
sobre los aborígenes establecidos a lo largo de las
rutas de penetración y un poco después sobre los
africanos que llegaron al Nuevo Continente en
calidad de esclavos. Este dominio no se limitó a
la explotación económica que colocó al indíge-
na y al africano en el nivel de clase dominadas,
sino que les impuso la obligación de cambiar de
354 A rturo C ardozo

lengua, de pensamiento y de sentimientos: les


impuso la transculturación. Fueron obligados
a adoptar la cultura hispánica, pero no en toda
su amplitud, sólo en cuanto fuera necesario para
cumplir su función de mano de obra en las ha-
ciendas, hatos y plantaciones del encomendero,
de la misión o del amo esclavista; y cuanto fuese
necesario para que las almas de estos trabajadores
pudiesen llegar al cielo por la vía de la religión
católica, apostólica y romana. De este modo, el
aborigen y el africano, en razón de la función que
les tocaba desempeñar en la sociedad colonial no
podían ser “intelectuales”: a los estamentos que
estaban adscritos se les negaba la condición de
tales. El conocimiento de la escritura, por ejem-
plo, les estaba vedado porque era un privilegio
de la casta conquistadora. Un privilegio que no
todos los españoles aprovecharon porque entre
ellos había muchos analfabetos. Los trescientos
años de la etapa colonial (no mencionaremos los
años posteriores) nos revelan que entre los “inte-
lectuales” y los estamentos sociales que formaban
el pueblo existía un gran distanciamiento que se
manifestaba, entre otros rasgos, porque aquéllos
podían leer y escribir y de este modo percibir co-
nocimientos y éste se hallaba socialmente incapa-
citado para ello. Al pueblo le estaban vedadas las
discusiones sobre la religión y otros temas: veía
los ritos y oía las predicaciones, pues la nueva len-
gua (el castellano) se le enseñaba únicamente para
hablarla.
En el seno de la sociedad colonial venezolana sur-
gieron dos tipos de literatura: la simplemente oral
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 355

o ágrafa y la escrita; la primera para los estamen-


tos “no intelectuales” y la segunda para las cla-
ses que desempeñaban el papel de intelectuales.
La literatura oral es un elemento importante del
folklore el que a su vez es un medio para abor-
dar el conocimiento de la sociedad. La literatura
folklórica nos presenta una concepción del mun-
do y de la vida, surgida de las capas dominadas
de la sociedad, en oposición con las concepciones
de los sectores cultos de la clase dominante. La
literatura oral no es prehistórica: forma parte de
una cultura popular, fragmentaria y contradicto-
ria, revitalizada en muchos casos por elementos
tomados de la clase dominante.
Trataremos de estudiar hasta donde sea posible
los dos tipos de literatura, ágrafa y escrita, que
sirvieron a la sociedad clasista de la colonia para
manifestar el arte de la palabra.
— Las fuentes de la literatura oral y, en gene-
ral, del folklore, se hallan según el histo-
riador positivista Eloy G. González (Curso
sobre folklor dictado en el Instituto Peda-
gógico Nacional de Caracas en 1939), “en
el fondo de las selvas, en las supersticiones
del aborigen, en los ritos idolátricos, en las
rudimentarias concepciones de su cosmo-
gonía y su teogonía; en los misterios de la
llanura y los negros montes de sus ríos; en
los valles hondos, prolongados y brumosos;
en las laderas de las montañas... En todo
eso se hallan las fuentes del material folkló-
rico que la tradición lleva en trashumancia
incesante y de la cual toma sus datos la le-
356 A rturo C ardozo

yenda...” En las expresiones sintéticas de la


literatura ágrafa como son los refranes, las
cantas, las coplas, la porfía, los cuentos, los
chistes, etc., está “comprimida” la vida de
los antiguos grupos étnicos y sociales en sus
victorias y reveses, en sus amores y en sus
odios, en sus ilusiones y desencantos y tam-
bién la experiencia adquirida por el pueblo
de sus propias vivencias.
La literatura escrita, por lo general, estuvo
concebida por europeos y destinada a los
europeos. Cuando acogió algún tenía ve-
nezolano fue presentado desde el punto de
vista español para ser leído en España. En
este último caso, se trataba, pues, de una li-
teratura emanada del conquistador o en su
elogio, orientada a informar a los españoles
de hechos de la conquista de América; en
primer lugar, sobre las aventuras y proezas
de los adelantados y expedicionarios, de los
recursos encontrados en el continente ame-
ricano y, luego, sobre los usos y costumbres
de los aborígenes. Podríamos afirmar que en
esta literatura el aborigen era sólo un objeto.
— Los cronistas de la conquista representan la
primera forma literaria que tuvo América
como tema: forman la base de la historia de
Venezuela y de América. Gonzalo Fernán-
dez de Oviedo, cronista oficial de Carlos V,
y Antonio de Herrera, cronista de Felipe II,
narraron los primeros acontecimientos de
la aventura española en el nuevo continente
en sus famosas obras “Historia General y
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 357

Natural de las Indias, Islas y Tierra Firme


del Mar Océano” (1535) e “Historia Ge-
neral de los hechos de los castellanos en
las Islas y Tierra Firme del Mar Océano”
(1615). Alrededor de estas dos obras se es-
cribió la abundantísima crónica posterior.
Muchos narraban sus propias experiencias:
así, por ejemplo, Girólamo Benzoni en su
“Historia del Nuevo Mundo” (1565) des-
cribió sus viajes; fray Bartolomé de Las
Casas, conquistador antes de ser monje,
describió en su “Historia General de las
Indias”, los años de la conquista; Juan de
Castellanos, otro conquistador antes de or-
denarse como sacerdote en Tunja, publicó
“Elegías de Varones Ilustres” (1589); los
Welser, concesionarios alemanes de la Co-
rona Española, relataron las expediciones
realizadas a partir de 1527; fray Pedro de
Aguado escribió su “Historia de Venezuela”
y la “Historia de Santa Marta y el Nuevo
Reino de Granada”; fray Pedro Simón es-
cribió en 1625 “Noticias Historiales de las
Conquistas de Tierra Firme en las Indias
Occidentales”; fray Jacinto de Carvajal pu-
blicó en 1648 sus “Jornadas Náuticas” con
motivo del descubrimiento del río Apure
por Miguel de Ochogavia. Este cronista
insertó una serie de décimas escrita por mi-
litares, dedicadas al descubridor; he aquí
una de ellas: “Si el grande Philippo viera
—el valor y valentía del famoso Ochoga-
via —grandes mercedes le hiciera, título al
punto le diera —de muy grande capitán
358 A rturo C ardozo

—y a los soldados que van —con él por sus


compañeros —los armara caballeros —con
hábitos de San Juan”. José Oviedo y Baños
con su “Historia de la Conquista y Pobla-
ción de la Provincia de Venezuela” (1723)
es considerado como el primer historiador
venezolano. Son también fuentes de la his-
toriografía venezolana “El Orinoco, Defen-
dido e Ilustrado” (1740), de José Gumilla,
la “Historia Corográfica”(1779) del padre
Caulín, la “Historia de las Misiones de los
Llanos de Casanare y de los Ríos Orino-
co y Meta”, escrita por el P. Juan Rivero,
la “Descripción Exacta de la Provincia de
Venezuela”, de José Luis de Cisneros, la de-
tallada obra del obispo Martí sobre su visita
pastoral a la Diócesis, de 1771 a 1784.
— La tarea que se impusieron los aborígenes
de expulsar al invasor impulsó la fantasía
para aprovechar todos los medios disponi-
bles y utilizarlos en esa lucha desigual. Sur-
gieron, al menos entre los timoto-cuicas de
los Andes, algunos cantos guerreros como
instrumento de lucha para invocar en su
favor el poder de las divinidades y los fe-
nómenos naturales y, al mismo tiempo, en-
cender más los ánimos de las comunidades
indígenas y hacer más efectivos los comba-
tes. Estos cantos guerreros son la expresión
del otro lado de la conquista: del indio que
a pesar de la tenacidad de su lucha termi-
nó siendo conquistado. A las crónicas de la
conquista que forman parte de la literatura
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 359

escrita y sirven al invasor español se opo-


nen estos cantos guerreros que forman par-
te de la literatura oral de nuestros indios.
Lamentablemente sólo conocemos dos de
estos cantos que sobrevivieron dentro de
las tradiciones andinas a tres siglos del do-
minio colonial y que pudieron llegar hasta
nosotros por haber sido oídos en sus len-
guas originales y vertidos al castellano por
acuciosos investigadores venezolanos. El
hecho de que hubiera transcurrido tanto
tiempo antes de ser rescatados y la traduc-
ción misma pudieron hacerles perder su
originalidad. De cualquier modo contienen
la esencia de los sentimientos de aquellas
comunidades aborígenes. De inmediato va-
mos a reproducir los dos cantos guerreros
no sin antes dejar constancia que el prime-
ro fue llevado al castellano por don Rafael
María Urrecheaga en Trujillo y el segundo
por don Tulio Febres Cordero, en Mérida.
360 A rturo C ardozo

CANTO GUERRERO DE LOS CUICAS


Madre Chía que estás en la montaña,
con tu pálida luz alumbra mi cabaña.
Padre Ches, que alumbras con ardor,
no alumbres el camino al invasor.
¡Oh Madre Icaque!: manda tus jaguares;
desata el ventarrón y suelta tus cóndores.
Afila el colmillo de las mapanares y aniquila
a los blancos con dolores.
Madre Icaque que vives en Quibao;
Padre Ches, Madre Chía: alimentad mi espíritu
con llamas de rencor;
echad el fuego que calcina, el agua que destruye,
los rayos de las nubes, los truenos de las montañas.
Padre Ches, a mi troje repleta con granos abundosos;
llena mis ollas con la fuerte chicha y a mi pecho con valor.
A mi mujer que cría, dale pechos que manen ríos
de leche blanca.
Padre Ches, dame una flecha aguda que mate al invasor.
Templa el brazo que dispare esa flecha sin temor.
Yo soy tu hijo. ¡Oh Ches, mi señor!...
Yo soy tu esclavo, ¡Oh Chía, me señora!...
Dame en la chicha tu inmenso valor...
Dame a comer en carne el odio al invasor.
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 361

CANTO GUERRERO DE LOS TIMOTES


Corre veloz el viento; corre veloz el agua;
corre veloz la piedra que cae de la montaña.
Corred guerreros, volad en contra del enemigo;
corred veloces como el viento,
como el agua,
como la piedra que cae de la montaña.
Fuerte es el árbol que resiste al viento;
fuerte es la roca que resiste al río;
fuerte es la nieve de nuestros páramos que resiste al sol.
Pelead, guerreros; pelead, valientes;
mostraos fuertes
como los árboles,
como las rocas,
como las nieves de las montañas.

— Hubo una literatura religiosa, tanto escrita como oral.


La primera fue producida casi toda en España y en gran
proporción escrita en latín: estaba destinada al clero y a
los alumnos de los seminarios y universidades. Ha sido
detectada en los inventarios de las bibliotecas formadas
durante la colonia. La literatura religiosa escrita en caste-
llano se limitaba generalmente a los catecismos, las cartas
pastorales, las oraciones y las vidas ejemplares de algu-
nos santos. Estas últimas las incluimos aquí, a pesar de
ser biografías, porque persiguen objetivos religiosos. La
oratoria sacra fue la más importante forma de la literatu-
ra religiosa oral, aunque muchas veces fueron discursos
aprendidos de textos españoles llamados sermonerías. La
oratoria sacra fue un efectivo medio de catequización y de
admonición utilizado tanto en las misiones como en los
362 A rturo C ardozo

templos de las poblaciones. La literatura sacra tenía como


objetivo enseñar y sostener la religión católica en sus ri-
tos, cánones, dogmas y tradiciones; además, mantener la
vigencia de la moral cristiana.
— La literatura barroca producida en España. Desde los co-
mienzos del siglo XVI la Corona Española se opuso a la
introducción en América de la literatura peninsular. La
Real Cédula del 4 de abril de 1531 prohibió el envío a las
Indias de libros de romance, de historias varias y profa-
nas por considerarlas perniciosas para los indios. Se daba
como ejemplo a “Amadís de Gaula”, una novela caballe-
resca, atribuida al portugués Vasco de Lobeira, donde se
narran las proezas de un hijo bastardo (extramatrimonial)
que merecióle fuera concedida la mano de una princesa
danesa. Una Real Cédula, expedida por Carlos V, impuso
a la Casa de Contratación de Sevilla la obligación de regis-
trar los libros enviados a América y hacerlos revisar antes,
uno a uno, para precisar su contenido. Felipe II por Real
Cédula del 18 de enero de 1585 ordenó que en los puertos,
los funcionarios aduaneros impidieran la entrada de libros
prohibidos, es decir, las obras de ficción, las contrarias a la
monarquía y las sometidas al Index de la Inquisición. Pa-
rece que en la práctica hubo cierta tolerancia con respecto
a las obras de caballería y de imaginación. Algunas obras
sobre América también fueron prohibidas como los Co-
mentarios Reales del Inca Garcilazo de la Vega, editada en
Lisboa en 1608. Según Ildefonso Leal (Libros y Bibliotecas
en Venezuela Colonial, t. 1, p. XXXV) “se ordenó reco-
ger en 1782 los ejemplares que hubiera en Perú y Buenos
Aires, “donde han aprendido esos naturales muchas cosas
perjudiciales” Las obras editadas fuera de España y sus do-
minios escritas por extranjeros tampoco podían circular.
El libro más perseguido fue la del abate Guillermo Tomás
Raynal, publicada en Amsterdam en 1770 con el título de
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 363

“Historia Filosófica y Política de los establecimientos y del


comercio de los europeos en las dos Indias”. A pesar de la
prohibición fue tan solicitado que alcanzó treinta y ocho
ediciones. Imputaba a la monarquía española el mons-
truoso crimen que hoy denominados genocidio: “... han
despoblado un mundo que habían descubierto, han dado
muerte a millones de hombres, han hecho peor, los han
encadenado, aún más, han embrutecido a aquéllos que su
espada ha perdonado...”
Ildefonso Leal (ob. cit., t. 1, pp. LX-LXIII) en su inves-
tigación de las bibliotecas coloniales nos indica las obras
literarias que leían las personas letradas de Venezuela du-
rante la colonia, a pesar de la censura. Señala en primer
término los clásicos latinos (Ovidio, Virgilio, Terencio,
Tito Livio, Tácito, Séneca, etc.) y luego las obras de Elio
Antonio de Nebrija: Introductiones in Latinam Grama-
ticam, sus compendios de Arte y sus Diccionarios. Tuvie-
ron amplia circulación “El Libro Aureo” de Marco Aure-
lio, el Amadís, y la Celestina, la novela “Guerras Civiles
de Granada”, escrita por Ginés Pérez de Hita (1595), la
“Silva de varia lección” de Pedro Mexía (1540). Según
Leal, “Don Quijote de la Mancha” la famosa obra de
Cervantes (1605) fue el libro más leído en Venezuela
durante el año 1682. De Cervantes fueron también co-
nocidas sus “Novelas Ejemplares”. Un libro que rivalizó
con Don Quijote fue el Guzmán de Alfarache de Mateo
Alemán (1599). Otros novelistas conocidos fueron María
de Zayas y Sotomayor (Novelas ejemplares y amorosas,
1637) y Juan Pérez de Montalbán (Para todos. Ejemplos
morales, humanos y divinos, 1633). Las poesías de Lope
de Vega, de Santa Teresa de Jesús y fray Luis de León
fueron muy conocidas en los reducidos círculos literarios
de Venezuela; lo mismo que las de Luis Carrillo y So-
tomayor, Francisco de Quevedo y Villegas, Antonio de
364 A rturo C ardozo

Solís y, para terminar, de Luis Vélez de Guevara, el Diablo


Cojudo, la famosa obra picaresca española.
— El teatro en sus orígenes tuvo mucha relación con el pensa-
miento mágico: se pensaba dentro de las comunidades pri-
mitivas, dedicadas a la caza, que los animales cuya captura
se deseaba podrían ser atraídos, si los hombres se disfra-
zaban con sus pieles, se colocaban máscaras que imitaban
sus figuras y realizaban los movimientos característicos,
rugidos y otros rasgos. De este modo comenzó el teatro.
Cuando empezó el culto a los muertos y el animismo llenó
el mundo de espíritus, comenzaron los sacrificios, los llo-
ros, las narraciones sobre la vida de los difuntos, las danzas
y, más tarde, los coros. Esta fue la segunda fase del teatro.
La tercera surgió al establecerse el diálogo, la acción y el
decorado; esto aconteció en las civilizaciones antiguas hasta
culminar en el teatro griego con la tragedia, la comedia y el
drama... en los más altos niveles con Aristófanes, Esquilo,
Eurípides y Sófocles.
Durante la Edad Media los elementos constitutivos del
drama resurgieron en los oficios eclesiásticos: “la idea se
traduce a un tiempo mediante la palabra, el canto, el gesto,
el decorado, los accesorios y la iluminación. Las respuestas
se alternan con réplicas teatrales y la misa aparece como un
drama...” Un poco más tarde los dramas litúrgicos comen-
zaron a ser ejecutados fuera de los templos con temas sa-
cados de los Evangelios como “La Resurrección de Lázaro”
y otros episodios de la vida de Cristo; luego se agregaron
escenas con la vida de los santos.
Sobre las interpretaciones teatrales en la sociedad colonial
de Venezuela tenemos escasa información: brumosa en
los primeros siglos. Sabemos que los españoles en la ce-
lebración de sus fiestas incluían autos sacramentales, loas,
entremeses, mojigangas y otras representaciones. Tenemos
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 365

conocimiento de que se utilizó el llamado “teatro misional”


para la catequización de los indios. Este último fue un tea-
tro primitivo a la usanza medieval en el que se confundían
ceremonias rituales con danzas, pantomimas y situaciones
cómicas para imitar movimientos de animales y de seres
humanos deformes. La presentación se orientaba hacia un
objetivo teológico. En algunas regiones los diálogos se pro-
nunciaban en lenguas indígenas. Los cronistas coinciden
en señalar que en estos actos intervenían numerosas per-
sonas. La “obra” más frecuentemente interpretada fue “La
caída de Adán y Eva” que terminaba con la conversión y
el bautizo de un grupo de indígenas. En el llamado teatro
misional se confundían los elementos culturales españoles
con los indígenas y contrastaba con el teatro culto, barro-
co y renacentista, que se escribía en España y que algunas
personas letradas leían en Venezuela. Es posible que “los
Diablos de Yare”, “El Paloteo” de Apure y Guayaría y otras
danzas de nuestro folklore tuviesen sus orígenes en el teatro
misional.
El teatro moderno español fue conocido tempranamente
en Venezuela por las capas más cultas. Se montaban piezas
del teatro clásico con actores criollos aficionados, en esce-
narios improvisados, construidos en solares yermos. Los
gastos los afrontaban los miembros del elenco artístico y
algunos colaboradores; por su parte, los espectadores esta-
ban obligados a llevar sillas y retirarlas después del espectá-
culo. Sabemos que a mediados del siglo XVIII en muchas
bibliotecas venezolanas reposaban obras del teatro español
de connotados autores como Lope de Vega, Calderón de
la Barca, Antonio de Solís, Agustín Moreto, Francisco An-
tonio de Banoes Candamo, Juan de Lamadrid, Miguel de
Montreal y Juan de Agramont y Toledo. Fueron muy leí-
das las siguientes obras: “La hermosura Angélica” de Lope
366 A rturo C ardozo

de Vega, “Deleitar Aprovechando” de Tirso de Molina, las


piezas de Francisco Santos “Los Gigantones de Madrid” y
“El Rey Gallo .y discurso de la hormiga”; de Manuel Ga-
llegos, “La Gigantomaquía” y, por último, de Gonzalo Ar-
gote de Molina “La Nobleza de Andalucía”.
En el año 1760 hubo una pomposa celebración en toda
Venezuela con motivo de la coronación y proclamación
de Carlos III como Rey de España. Entre los variados fes-
tejos se hicieron numerosas representaciones teatrales: en
San Felipe fueron puestas en escena dos obras de Calde-
rón de la Barca: “El Conde Lucanor” y “Las Armas de la
Hermosura” y una tercera de Agustín Moreto llamada “El
Anteoco y Seleuco”; en El Sombrero fue montado “Arge-
nis y Poliarco” de Calderón de la Barca; en Parapara “El
hijo de la Piedra” del portugués Juan de Matos Fragoso; en
San Sebastián de Los Reyes se vio “Amor, Honor y Poder”
de Calderón; en Coro se presentaron ocho comedias cu-
yos nombres y autores desconocemos; en La Asunción de
Margarita aconteció algo así como un “Festival de Teatro”:
se montaron dos obras de Lope de Vega: “El Blasón de
los Moneada” y “Mudanza de la Fortuna”; de Francisco
Villegas, “Dios hace justicia a lodos”; y de Calderón de la
Barca, “Gustos y Disgustos no son más que imaginación”.
En Maracaibo se puso en escena “La Vida es un sueño”
de Calderón; y en el otro extremo del país, en Angostura
era aplaudida por los guayaneses “Los Esforcias de Milán”,
comedia de Antonio Martínez. En las poblaciones de Ca-
rera, Ospino y La Victoria, se dice que hubo abundantes
representaciones teatrales junto con mojigangas de toros,
saraos y bailes públicos.
Una última observación: en las plazas públicas, en solares
y en el teatro de Caracas, construido a partir de la última
década del siglo XVIII, las representaciones teatrales en
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 367

que participaban como actores miembros de la nobleza se


daban ante espectadores del mismo rango social. Cuando
se permitía la asistencia de gente de diferentes estamentos,
éstos, al igual que en los templos, se encontraban debida-
mente separados. Además, en el sector fijado para cada cla-
se social los hombres y las mujeres se mantenían distantes.
En los últimos años de la colonia ya las capas medias (los
llamados pardos) montaron su propio teatro.
— La literatura escrita de los últimos decenios coloniales con-
trasta en su calidad con la producción musical. Julio Cal-
caño en su “Parnaso Venezolano” (p. IX) estimó que en
esos años: “Imperaba el neo-clasicismo francés, pedantesco
y confuso, que ni en España ni en ninguna de sus colonias
podía excitar el sentimiento de los poetas, inspirándoles
cantos de entusiasmo que expresasen las ideas y las emocio-
nes que conmueven el alma y el corazón de los pueblos”.
Fue muy pobre la representación poética de esos tiempos.
Un rasgo común de los poetas cultos se deja ver en el hecho
de que todos se sentían todavía españoles y en ese pasado
de violencia enraizaban el culto a la nobleza y a la alcurnia.
Entre nuestros escasos y modestos poetas la historiografía
coincide en señalar los siguientes nombres: el Lic. Alon-
so Escobar, “prosaico y gongoriano” que descendía, según
Calcaño, hasta la ridiculez. Ruy Fernández de Fuenmayor,
autor de décimas de escaso valor artístico...
En el hogar de los hermanos Luis y Francisco Javier Istú-
riz se formó una especie de peña literaria donde actuaba
como principal personaje el poeta español Juan Bautista’
de Arriaza y Superviela, tan erudito en náutica y ciencias
afines como desinformado en arte. Realizó traducciones al
castellano de poetas franceses y recitaba sus propios versos.
A esas tertulias eran asiduos asistentes los jóvenes Vicente
Tejera, José Luis Ramos, Domingo Navas Spínola, Andrés
368 A rturo C ardozo

Bello y Vicente Salías, entre otros. Todos ellos percibieron,


al menos temporalmente, la influencia del mencionado
Arriaza y Superviela y sólo uno escaló renombre como lite-
rato: Andrés Bello. Así, por ejemplo, Vicente Tejera, quien
durante la guerra de independencia luchó por la causa pa-
triota, fue redactor de “El Publicista” y compuso cancio-
nes patrióticas que desconocemos; escribió “Paráfrasis del
Miserere” y tradujo el soneto “El Aborto” del poeta Jean
Hesnault (1682); José Luis Ramos, traductor de clásicos
griegos y latinos, entre ellos, Homero y Horacio y, más
tarde, activista patriota en la redacción de “El Correo del
Orinoco” y en muchos otros cargos, fue además, maestro
de escritores como Fermín Toro y Juan Vicente González.
El poeta Navas Spínola, autor del soneto “A la Imprenta
Libre” y la “Oda a la Libertad”, fue también traductor de
clásicos (poemas de Horacio) y de la “Ifigenia” del francés
Racine. El oriental Gaspar Marcano, imitador de Juan de
Castellanos en un trabajo sobre la conquista de Margarita.
Vicente Salias, médico y activista de la independencia, al
igual que sus cuatro hermanos, escribió en una primera
etapa sobre temas científicos relacionados con la salud, des-
pués compuso obras literarias de diferente índole: epigra-
mas, el poema joco-serio intitulado “La Medicomaquia”,
donde se burlaba de su colega el médico realista José Do-
mingo Díaz, la elegía en honor de las víctimas de la masa-
cre de Quito (1808) y, lo que más renombre le diera, fue
autor del “Gloria al Bravo Pueblo”, convertido en letra del
Himno Nacional de Venezuela en 1873. (Julio Calcaño en
su mencionada obra, p. XV, al tratar de este himno revo-
lucionario lo inicia así: “¡Viva el bravo pueblo que el yugo
lanzó!”). Una poetisa dejó sentir su presencia en los últimos
años de la dependencia colonial; se trata de María Josefa
Paz del Castillo, mejor conocida con su nombre de reli-
giosa carmelita de sor María Josefa de los Andes: su poesía
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 369

se identificó por su misticismo con la de santa Teresa de


Jesús. Sólo conocemos su poema “Anhelo”, cuya primera
estrofa reza así: “Es mi gloria, mi esperanza —Es mi vida,
mi tormento —pues muero de lo que vivo —Y vivo de lo
que espero”.
Hemos dejado de último a Andrés Bello. Este caraque-
ño de proyección universal apenas vivió en Venezuela
los primeros veintinueve años de su octogenaria vida
(1781-1865), puesto que salió en misión diplomática
hacia Londres en 1810 para no regresar jamás. Su obra
de periodista, de filólogo y gramático, de jurista e inter-
nacionalista fue realizada en el exterior: en Inglaterra y en
Chile. Al período colonial que estamos estudiando sólo
corresponde la producción de su etapa caraqueña, cen-
trada en la poesía. Tiene los mismos rasgos que anotamos
para los poetas de estos años: se siente todavía español y
disfruta de las glorias de España como propias. Tal es el
caso del famoso soneto “La Victoria de Bailen”, cuyo tex-
to aquí reproducimos: “Rompe el león soberbio la cadena
—Con qué atarle pensó la felonía —Y sacude con noble
bizarría Sobre el robusto cuello la melena:
— La espuma del furor sus labios llena, —Y a los rugi-
dos que indignado envía —El tigre tiembla en la caver-
na umbría, —todo el bosque atónito resuena. —El león
despertó; temblad traidores! —Lo que vejez creísteis, fue
descanso; —Las juveniles fuerzas guarda enteras. —Per-
seguid, alevosos cazadores, —A la tímida liebre, al cier-
vo manso; —¡No insultéis al monarca de las fieras!” En
el exterior, cuando escribió la “Silva a la Agricultura de la
Zona Tórrida” y otras obras, vibraba ya como un poeta de
este continente, recordando sus regiones, sus productos y,
aunque dentro de un rígido clasicismo, testimoniando la
presencia de sus gentes... Bello tradujo durante esta etapa,
370 A rturo C ardozo

de un modo muy personal, “Égloga” de Virgilio, el Salmo


50 “Miserere” y “La Oración por Todos” de Víctor Hugo.
En imitación a Horacio compuso el poema “A la Nave”.
La literatura durante los once años del proceso indepen-
dentista (1810-1821) fue eminentemente controversia!;
constituyó su principal rasgo el hecho de que las publica-
ciones escritas se utilizaron como instrumentos de comba-
te ideológico entre los dos bandos opuestos.
En el área del periodismo resalta el contenido antagónico.
Si seguimos el curso de la “Gaceta de Caracas”, el primer
periódico venezolano cuya circulación se inició el 24 de oc-
tubre de 1808, podemos observar que tanto realistas como
independentistas la utilizaron como medio, de divulgación
y propaganda: así, desde su fundación hasta el 19 de abril
de 1810, la Gaceta se ocupó de publicar documentos e in-
formación de procedencia española, especialmente lo rela-
tivo al levantamiento popular contra la ocupación de los
franceses. A partir del desconocimiento del Gobernador
Emparan y de la Constitución de la Junta Conservadora de
los Derechos de Femando VII hasta la capitulación del Ge-
neralísimo Francisco de Miranda ante el realista Montever-
de a fines de julio de 1812, la Gaceta se desenvolvió dentro
del movimiento emancipador y divulgó sus documentos e
informaciones. Desde el 4 de octubre de 1812 hasta el 7 de
agosto de 1813, día que culminó la Campaña Admirable
de Bolívar con su entrada a Caracas, la Gaceta reapareció
con un equipo de redacción contrario a la Independencia,
al servicio de la reacción española. Desde el 26 de agosto de
1813 hasta el 7 de julio de 1814, fecha que cayera la ciudad
de Caracas en manos de las tropas de Boves, la Gaceta de
Caracas fue vocero patriota. Por último, a partir del 1ro.
de febrero de 1815 la Gaceta entró en su quinta y postrer
etapa hasta 1821, año de la batalla de Carabobo. De esa
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 371

primera imprenta, abierta por Gallagher y Lamb y que en


1813 pasó a manos de Baillio & Co., salieron, además de la
Gaceta de Caracas, proclamas incendiarias, panfletos y ma-
nifiestos, se reimprimieron obras extranjeras y se editaron
otros órganos periodísticos como “El Mercurio Venezola-
no” (1811) con temas sobre política, historia y literatura;
“El Patriota” y “El Semanario de Caracas” (periódico po-
lítico-literario) cuyos redactores fueron Miguel José Sanz
y José Domingo Díaz. Otro semanario fue “El Publicista”
que publicó los debates del Congreso Constituyente de
1811.
Dentro del grupo de los folletos fueron numerosas las
publicaciones. De tendencias tradicionalistas podemos
recordar tres réplicas a las ideas sobre la tolerancia religio-
sa expuestas por un protestante irlandés en la Gaceta de
Caracas de 1811, a partir del número 20. Afirmaba el ar-
ticulista que la obediencia al Papa y al Rey se sostenían
como dogmas para obtener la sumisión de los pueblos. De
la Universidad de Caracas surgió el folleto “La Refutación”
firmado por el Pbro. Dr. Juan Nepomuceno Quintana a
nombre del claustro; en Valencia apareció “La Apología”,
redactada por los franciscanos en nombre del clero valen-
ciano. El tercer folleto fue redactado por el arzobispo Coll
y Prat contra el art. 180 de la Constitución Federal para los
Estados de Venezuela que abolía los fueros personales y so-
metía a los tribunales ordinarios los asuntos que no fueran
propios de la profesión o carrera. Un cuarto folleto, intitu-
lado “El Ensayo Político”, salió a la calle enfrentado al pen-
samiento liberal, firmado por el médico Antonio Gómez
en su corla pasantía por la causa independentista; sostenía
este profesor universitario que la intolerancia como norma
de conciencia no se oponía a la civilización ni al progreso
como lo demostraba el hecho de que muchos pueblos la
372 A rturo C ardozo

consagraban en sus leyes. Tanto Gómez como los francis-


canos figuraron entre los primeros que insurgieron contra
la república.
En el arte de la palabra hablada se registraron también
contradicciones. Dentro de los templos el pensamiento
tradicional se expresaba en las pláticas rutinarias pero
también salió a la calle a reconquistar el terreno perdido
como sucedió en 1816 con las conferencias religiosas del
Pbro. García Ortigosa, el mismo que en 1812 trató de
convencer a los caraqueños de que el terremoto era casti-
go de Dios por la insurgencia contra el monarca español.
En las iglesias también se oyeron discursos a favor de la
Independencia como la oración fúnebre pronunciada el 3
de noviembre de 1810 en la parroquia de Altagracia para
honrar a las víctimas de la represión realista en Quito y la
del Pbro. Ribas que conmovió a los caraqueños el 18 de
octubre de 1813 en los funerales del patriota neogranadi-
no Atanasio Girardot. Hubo también oraciones fúnebres
para jefes colonialistas como la que se oyó en el templo
de Maiquetía el 14 de febrero de 1815 de boca del Pbro.
Rojas Queipo en homenaje al temible José Tomás Boves.
Muy activa fue la oratoria desplegada en los medios polí-
ticos del movimiento independentista como la Sociedad
Patriótica donde se oyeron discursos y arengas famosas
como las de Miranda, Bolívar y Coto Paúl y en los deba-
tes del Congreso Constituyente sobre la Declaración de
Independencia y la división administrativa de la extensa
provincia de Caracas.
Caracas y Valencia fueron hasta 1817 los únicos centros
que contaban con medios gráficos: una parle de la impren-
ta de Gallagher y Lamb había sido llevada a Valencia desde
1812 y puesta en’ servicio. Surgió un tercer centro de pu-
blicaciones en el sureste del país cuando llegó a Angostu-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 373

ra, procedente de Trinidad “una modesta prensa” y varias


fuentes de tipos. Al frente de tal empresa gráfica se puso
Andrés Roderick: en octubre de 1817 salieron los prime-
ros impresos. Destaca “El Correo del Orinoco”, cuyo nú-
mero inicial apareció el 27 de junio de 181 8. Sus tiradas
se mantuvieron hasta el 23 de marzo de 1822. Entre sus
principales colaboradores figuraron Simón Bolívar, Fran-
cisco Antonio Zea, Juan Germán Roscio, Carlos Soublette,
Cristóbal Mendoza, Manuel Palacio Fajardo, José Rafael
Revenga, Gaspar Marcano, Fernando Peñalver, José Luis
Ramos, Diego Bautista Urbaneja, Francisco Javier Yanes y
otros intelectuales vinculados a la causa patriota.
— Las contradicciones políticas se manifestaron bajo otras
formas. Las más usadas fueron las coplas divulgadas oral-
mente o subrepticiamente escritas en paredes; también en
hojas clandestinas. Cada parcialidad política interpretaba
los acontecimientos a su manera, de acuerdo con sus inte-
reses o simpatías y contaba con personas capaces de expre-
sarlas. Arístides Rojas en su “Crónica de Caracas (pp. 140-
157) nos trae una copiosa información sobre esta materia.
De ahí vamos a seleccionar algunos documentos.
Cuando se conoció en Caracas la insurrección de Quito,
anterior al 19 de abril de 1810 alguien escribió en la pared
de la casa de Vicente Basadre, sita frente a la residencia del
Gobernador Vicente Emparan la siguiente estrofa:
Todo está listo
porque ya Quito dio el grito
y este Vicente
es lo mismo que el del frente.
Cuando el marqués del Toro marchaba al frente de las tro-
pas republicanas contra Monteverde, en la ciudad de Coro
se leyeron y oyeron estas estrofas:
374 A rturo C ardozo

Ese Toro de Caracas


ha dado un fuerte bramido
y en él nos ha prometido
que debe acabar con Coro.

Ya prevenido tenemos
toreador, jinete y silla,
garrochas y banderillas
para que al Toro esperemos.

Y así bien pueda pitar


este Toro cuando quiera
que ya está listo el corral
y prontas las talanqueras.
Y cada cual desespera
de pelear con ése Toro:
la lengua y los cuernos de oro
se los hemos de arrancar
para que no vuelva a hablar
el que ha de acabar con Coro.
En la misma época circularon unos versos en Oriente titu-
lados “Profecía de un cumanés sobre la venida del marqués
del Toro, cuyas dos últimas estrofas eran las siguientes:
Nuestro pueblo incorporado,
y jura por lo sagrado
si tenaz sigue puntillo
que el Toro saldrá novillo,
novillo destoconado.
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 375

Ya este pueblo se ve ahíto


de marqueses y pelucas,
y por momento, don Lucas,
se pondrá un solideito
aunque le salga maluca,
En los pontones de Maracaibo el poeta trujillano Juan Lla-
vaneras, resolvió quitarse la vida en la prisión (1813) por-
que “prefería el suicidio antes que el crimen vencedor”, y
escribió en los muros estos quintetos:
El tigre, cruel, sanguinario,
su propia especie perdona;
ni por furor se abandona
a capricho imaginario;
pero el hombre, de ordinario,
siendo hermano al parecer,
demuestra siempre placer
en ser loco caprichoso,
porque se juzga dichoso
en destruir su propio ser.
Luego de llegar victorioso a Caracas el temible Boves
(1814) se oyeron las siguientes estrofas:
¿Dónde están las tres personas
del Colegio electoral
que firmaban papeletas:
Roscio, Blandín y Tovar?

¿Dónde están las tres personas


del Poder Ejecutivo
376 A rturo C ardozo

que se volvieron palomas


huyendo del enemigo?

— Bolívar ¿do están tus tropas?


— No preguntes zoquetadas,
mis tropas son de mujeres
y andan hoy en retirada.

El concepto que de Boves tenían los patriotas se manifiesta


en estos versos:
Boves huyó del Cantón
del pueblo de Guasdualito,
y se vino a Palmarito
si son flores o no son:
y en tan fuerte retirada
doscientos mató el canario

Dicen que los chapetones


desde que Boves murió,
le dicen a sus canillas,
— ¿Para qué te quiero yo?

En la batalla de Urica
Boves torció y levantó,
y apenas llegó al infierno
el diablo lo condenó

Con las balas que tiran


los chapetones
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 377

los patriotas se peinan


los canelones.

Al clérigo realista Dr. Juan Manuel García Tejada se le atri-


buyeron estas fanatizadas rimas:

Bolívar, el cruel Nerón,


este Herodes sin segundo,
quiere arruinar este mundo
y también la religión

Salga todo chapetón,


salga todo ciudadano,
salga en fin el buen cristiano
a cumplir con su deber
hasta que logremos ver
la muerte de este tirano.

Dos cuartetas compuestas en 1817 que hacen burla del


ejército expedicionario del General Pablo Morillo:

En Cádiz nos embarcaron


en una famosa nave
para venir a las Indias
a comer pan de cazabe.

Si la ración de galleta
no la dan como en Europa,
me he de pasar al patriota
al punto, con mi maleta.
378 A rturo C ardozo

Cuando en Cumaná los catalanes se alzaron contra la re-


pública y tomaron el castillo de san Antonio se divulgaron
estos versos:

El día cinco de marzo


por intento del demonio,
cogieron los catalanes
el Castillo San Antonio;
el día cinco de marzo ,
este caso sucedió
que el Castillo San Antonio
un mal patriota vendió.

En el cerro Colorado
pusimos una trinchera
para moler el Castillo
y fijar nuestra bandera
y el Cerro de Agua Santa
el Castillo dominó
¡Alón, alón, caminó!
¡Alón, alón, alón!

En el cerro Colorado
arreglamos un cañón;
y en la Plaza del puente
pusimos el Cantón.

En 1820 el gobierno español publicó en Caracas la Cons-


titución aprobada por Fernando VII. La respuesta patriota
apareció en una pared con estas palabras:
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 379

Se cambió el real en dos medios.


Ya no seré más virote:
siempre es la misma jeringa
con diferentes palotes.

Cuando aparecieron las rivalidades y rencillas entre los jefes


patriotas en otra pared caraqueña se leyó esta estrofa:

Bolívar tumbó a los godos


y desde ese aciago día,
por un tirano que había
se hicieron tiranos todos.

Ante la extraordinaria personalidad del Libertador se dio


también la contraposición. Entre los círculos hostiles se re-
petía esta sextilla:

Si de Bolívar la letra con que empieza


y aquella con que acaba le quitamos,
Oliva de la paz símbolo, hagamos,
esto quiere decir que del tirano
la cabeza y los pies cortar debemos
si es que una paz durable apetecemos.

De los creyentes bolivarianos salió esta oración, recitada en


muchos templos:

De ti vino todo
lo bueno, Señor:
nos diste a Bolívar,
gloria a ti, gran Dios.
380 A rturo C ardozo

¿Qué hombre es éste, ¡cielos!


que con tal primor
que tan altos dones
tu mano adornó?

Lo futuro anuncia
con tal precisión
que parece el tiempo
ceñido a su voz.
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 381

Capítulo tercero

La lucha de clases en la sociedad colonial

Las causas de la independencia hay que descubrirlas y estudiarlas en


el seno y dinámica de la sociedad colonial, sobrecargada de contradic-
ciones desde su origen. La sociedad colonial fue profundamente anta-
gónica; las clases sociales que la integraban, diferenciadas de un modo
estamental, se hallaban en permanente pugna y algunas de ellas enfren-
tadas con España y su sistema colonial. La raíz de este enfrentamiento,
las distintas formas y objetivos que presentaban, hay que buscarlos en
el carácter o naturaleza misma de las relaciones de producción. En la
sociedad colonial hubo contradicciones que se resolvieron y otras su-
frieron reajustes ante el estallido independen lista, mientras que algunas
se mantuvieron en acción a lo largo de todo el proceso o aparecieron en
el curso del mismo. Algunas clases estimularon el movimiento emanci-
pador y trataron de orientarlo en dirección de sus intereses. La mayoría
de esas contradicciones se trasladó sin solución a la etapa republicana.
La que realmente quedó resuelta fue la de la oligarquía territorial con
España y su dominio colonial. Dentro del desarrollo de la guerra de
independencia algunos antagonismos pasaron transitoriamente a un
segundo plano, lo cual permitió integrar una fuerza capaz de culminar
exitosamente en Carabobo el objetivo de la emancipación.
382 A rturo C ardozo

Las causas internas de la independencia se nos revelan a través de


las distintas relaciones económicas, generadoras de las correspondientes
clases de la sociedad colonial. Cada una de estas mantuvo características
y actitudes adecuadas a intereses de grupo, que eran fundamentalmen-
te económicos. En el desarrollo de la guerra, los estamentos sociales
formaron un bloque nacional para oponerse a España y lograron así el
establecimiento de la República.
Eran variadas las relaciones de trabajo (y por lo tanto de producción)
que presentaba la sociedad colonial: diferían no sólo en el tiempo sino
en las regiones y en el tipo mismo de actividad. En cada una de estas
formas el antagonismo presentaba su peculiar forma de caracterización
y, claro está, vías y objetivos propios como soluciones. Lo que sí cons-
tituyó una constante fue la presencia de una misma clase social, la oli-
garquía territorial, en todos o casi todos los antagonismos, enfrentada a
los demás estamentos.
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 383

I. LAS CONTRADICCIONES ENTRE EL ENCOMEN-


DERO Y EL INDIO ENCOMENDADO Y ENTRE EL
MISIONERO Y EL INDIO REDUCIDO.
Las iniciales relaciones de trabajo implantadas por el con-
quistador español en el territorio que hoy es Venezuela se
hallan en la encomienda y la misión. La primera forma se
inició con la colonización misma; tuvo mayor vigencia en las
regiones centro-occidental y andina del país y se extinguió
dentro de la etapa colonial. La segunda se inició formal-
mente a fines del siglo XVIII y se estableció principalmente
en el Oriente, en los Llanos y al Sur del río Orinoco. Estaba
vigente para el momento de la independencia, pero por el
hecho de que la ley imponía que al transcurrir veinte años
todo establecimiento se transformara en población civil, los
pueblos misionales, al comienzo del siglo XIX, se hallaban
ubicados en la región guayanesa casi exclusivamente.
1. Bajo el régimen de encomiendas se dio la contradicción
encomendero-indio: antagonismo entre quien se había
apropiado de extensiones territoriales o de concesiones
mineras y puesto a su servicio la fuerza de trabajo in-
dígena para beneficiarse riel excedente de su actividad
económica, por una parte y, por la otra, el aborigen
mismo, obligado a trabajar en un modo de producción
extraño y contrario a su organización comunal.
2. La encomienda sufrió modificaciones y reajustes duran-
te el período colonial y, en definitiva, fue desplazada y
reemplazada por las relaciones de trabajo semi-enfeuda-
do, también llamadas tradicionales o precapitalistas.
3. El régimen misional exhibió y contuvo la contradicción
misionero-indio, la que concluyó en cada pueblo mi-
sional cuando éste pasó a la administración civil y el
aborigen se transformó) paulatinamente en campesino.
384 A rturo C ardozo

4. Tanto el indio encomendado como el sometido a cam-


pana tenían un objetivo común: reconquistar la libertad
perdida. Para perseguir estos fines (históricamente inal-
canzables) utilizaron indistintamente estas vías: la insu-
rrección, la candela, la fuga a los montes, o el desigual
combate, entre otras.

II. LAS CONTRADICCIONES ENTRE ESCLAVOS Y


OLIGARQUIA ESCLAVISTA.
Las relaciones de trabajo fundamentadas en la esclavitud
tuvieron suma importancia económica, tanto por el alto
porcentaje de trabajo que representaron dentro de la pro-
ducción de la Colonia como por el número de trabajadores
de origen africano que fueron arrastrados a la condición de
esclavos. El binomio antagónico fue: dueño-esclavo. La so-
lución de esta contradicción estaba en la libertad del esclavo
y en el reconocimiento de su condición de hombre.
Las vías que utilizó frecuentemente el oprimido fueron las
fugas a los montes y la insurrección contra sus amos. Des-
pués de la Revolución Francesa los esclavos tuvieron noti-
cias de las revoluciones de Haití y otras regiones y, en algu-
nos casos, se orientaron a la toma del poder político dentro
de un régimen republicano. El esclavo por su propio interés
clasista no podía propiciar una república, modelada y pues-
ta al servicio de sus contrarios, los dueños de esclavos y de
tierras. En algunos momentos vio en el Rey y en la Metró-
poli el único poder capaz de defenderlo de los desmanes del
amo. Este conflicto se trasladó a la República y se solucionó
definitivamente en 1854 con la libertad de los esclavos.
1. La contradicción dueño-esclavo debió ser la más can-
dente dentro de la sociedad colonial puesto que expresa-
ba la reacción de un grupo de hombres, inmigrantes a la
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 385

fuerza y sometidos a la condición de simples instrumen-


tos de trabajo, interesados en obtener su libertad y el
reconocimiento de su condición de hombres. A lo largo
de toda la colonia siempre estuvo presente la tensión
entre estos dos polos sociales, oscilando entre el recelo y
el odio.
2. La vía que el esclavo utilizó con mayor frecuencia para
evadir la esclavitud fue la fuga a los montes para cons-
tituir (algunas veces con otros grupos oprimidos) los
cumbes, palenques o rochelas donde se mantenían hasta
que las milicias españolas daban con ellos. Puede decirse
que durante los tres siglos del período colonial (unas ve-
ces más. otras menos) hubo siempre grupos de esclavos
errabundos o en cimarroneras.
3. La insurrección, menos frecuente, fue una vía de libera-
ción empleada por el esclavo. La rebelión de Andresote
en el Yaracuy (1730-1731), se llevó a cabo con esclavos
en las primeras filas, aun cuando también participaron
indios y gentes de otros grupos inconformes; obtuvo la
colaboración de los holandeses de Curazao, quienes te-
nían sumo interés en el comercio de Tierra Firme y tra-
taban de violar el monopolio de la Guipuzcoana. Una
conspiración se dio en 1749 cuando los esclavos del Este
de Caracas, desde Chacao y Petare hasta Barlovento, en
número de 40.000 aproximadamente, lograron concer-
tarse para alcanzar la libertad: corrió por las haciendas
y por los montes de aquella zona el rumor de que una
Real Cédula decretaba la abolición de la esclavitud; se
aseguraba que el Cabildo y demás autoridades de Cara-
cas la mantenían en secreto para no ejecutarla. Por esta
razón los conjurados se proponían marchar sobre la ciu-
dad, castigara los culpables y poner en vigencia el decre-
to real. La conspiración fue descubierta y sancionados
sus cabecillas: la Real Cédula jamás había existido.
386 A rturo C ardozo

4. La más importante de las rebeliones de esclavos fue la de


los negros de Coro en 1795. Había allí una población
esclava estimada en más de tres mil negros y además,
numerosos luengos (negros libres), algunos de ellos or-
ganizados en dos batallones con jefes de la misma con-
dición. Humboldt calculó que en las costas del Mar Ca-
ribe y en las Antillas se concentraba una población de
1.200.000 negros, siempre en actitud de recelo. Un año
antes (1794) los negros de Haití habían insurgido con-
tra los franceses (funcionarios y dueños de esclavos) ins-
pirándose en lo que hoy (mutatis mutandi) llamamos
“poder negro”: ideas radicales francesas combinadas con
deseos de libertad e independencia para crear una Repú-
blica de negros libres. La rebelión de Coro tuvo su mo-
delo en la insurgencia haitiana y presentó como objetivo
la liberación de los negros y la supresión de los tributos
indígenas y otros impuestos como el de alcabala (muy
oneroso por ser exigible varias veces en la misma ruta).
Contó con la colaboración de corsarios franceses. Esta
sublevación, como es sabido, fue aplastada en la forma
más drástica.

III. LAS CONTRADICCIONES ENTRE CAMPESINOS Y


OLIGARQUÍA TERRITORIAL.
Otro tipo de relaciones de trabajo en la cual intervino la
oligarquía territorial con el papel de clase dominante fue
el existente en el régimen de la hacienda con mano de obra
libre arrendada, o concertaje. Aun cuando presenta muchas
variantes lo que la caracteriza es el hecho de que el traba-
jador agrícola es un semiproletario: vende una parte de su
fuerza de trabajo y el resto de su tiempo y capacidad laboral
lo destina al conuco o pequeña labranza situada en tierra
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 387

de la comunidad indígena o del hacendado, para obtener la


subsistencia familiar. Aquí la contradicción se dio entre ha-
cendados-campesinos. La solución de tal antagonismo sería
la dotación de tierras, útiles de trabajo, libertad de comer-
cio, etc. Para hoy, después de más de siglo y medio de vida
republicana, en Venezuela se halla aún presente, dentro de
la problemática social, este antagonismo. Las masas campe-
sinas fueron y son una clase en sí, pero históricamente no
han sido una clase para sí: son conducidas y orientadas por
otros grupos, algunas veces progresistas. Este fue el caso de
nuestros campesinos durante la colonia y en la guerra de
independencia: estuvieron comandados en sus luchas por
pequeños propietarios, pequeños comerciantes, funciona-
rios de bajo nivel, artesanos y otras personas de clase media;
las vías empleadas fueron también muy variadas:
1. Apoyarse en el Rey, en los funcionarios reales y en las leyes
para obtener la devolución de tierras apropiadas por la oli-
garquía. Esta fue una práctica constante a lo largo de la eta-
pa colonial y quienes más la emplearon fueron las comu-
nidades aborígenes, despojadas o amenazadas de despojo
por los terratenientes. Los Visitadores Reales, enviados pe-
riódicamente, restablecían algunas veces la propiedad y la
posesión de los campesinos; aunque generalmente privó el
poder y la influencia de la oligarquía. El despojo se perpe-
tuaba hasta legalizarse con el tiempo.
Lo que se destaca aquí es que por esa vía, el campesino creía
que en la Metrópoli, en el poder del Rey, estaba la solución
o la esperanza de solución para su problema.
2. Otro medio de lucha empleado por el campesinado
contra su opositor fue la incorporación a movimientos
propiciados por otras clases oprimidas o en situación de
ascenso. Participó también en las luchas surgidas entre
grupos de las capas privilegiadas por rivalidades e intere-
388 A rturo C ardozo

ses opuestos. En las insurgencias de esclavos tomaron parte


muchos campesinos, como sucedió en los casos de Yaracuy
y Coro; también en movimientos comandados por clases
medias urbanas o rurales; el ejemplo más típico fue la rebe-
lión de los Comuneros andinos.
3. La insurgencia de los Comuneros de los Andes fue muy
importante por la participación masiva del campesinado.
Tuvo la peculiaridad de ser el eslabón final de una cadena
de movimientos iniciados en Perú y Bolivia que, tras breves
interrupciones y relevo de dirigentes, llegó a Cúcuta para
avanzar hacia el Táchira y terminar en Timotes y la Mesa de
Esnujaque. La base del movimiento fue el común o pueblo
y su dirección estuvo en los sectores medios. Los objetivos
divulgados y puestos en práctica fueron: reconocimiento
de la autoridad del Rey, sustitución de las autoridades y
funcionarios por otros que designaría el común (alegaban
que los funcionarios no eran vasallos de su Majestad sino
del estanco); liberación del peso de las alcabalas que todo
lo gravaban, de los estancos o monopolios que llegaban a
comprender hasta algunos frutos de la tierra y tendían a
hacerse cada vez más onerosos. Es muy significativo el he-
cho de que este movimiento se apoyara en el poder ultra-
marino del Rey para atacar las autoridades coloniales de la
Gobernación: “viva el Rey, muera el mal gobierno” era su
lema. La oligarquía territorial de los Andes se abstuvo de
participar en la rebelión y abandonó las ciudades y villas
para retirarse a sus fincas. Los terratenientes de Trujillo to-
maron la iniciativa de enfrentarse al movimiento y, refor-
zados por tropas de Maracaibo, lograron con hombres y
recursos económicos propios, el restablecimiento del orden
conturbado.
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 389

IV. LAS CONTRADICCIONES ENTRE LAS CAPAS ME-


DIAS Y LA OLIGARQUÍA TERRITORIAL.
En lo que respecta a la producción no agrícola, fundamen-
talmente artesanal, y a las redes de circulación de bienes,
de marcado rasgo urbano, también apareció la oligarquía,
asociada algunas veces a los funcionarios peninsulares y
a los agentes del monopolio comercial, en contradicción
con las distintas capas medias (artesanos, pulperos, canas-
tilleros, arrieros, estibadores, etc.) La diversidad de activi-
dades y de relaciones económicas, cada una con su pecu-
liar contradicción, con singulares confrontaciones pueden
sintetizarse en la relación antagónica oligarquía-capas me-
dias. Las luchas dentro de este tipo de relaciones son fácil-
mente observables por la forma de manifestarse: sin perder
su naturaleza económica se trasladaban y eran candentes
en el terreno de las relaciones políticas, sociales, religiosas
y culturales porque la sociedad colonial era rigurosamente
estamental. Cada estamento tenía sus funciones propias,
su régimen de vida, su traje, su lugar en la iglesia, su ley
penal y su nivel cultural; las capas medias poseían a su
vez mayor conciencia reivindicativa, que chocaba con el
privilegio y el exclusivismo de la oligarquía. Este conjunto
de reivindicaciones se fundía en el concepto de igualdad.
Muchas veces, enfrentándose a los mantuanos, las capas
medias se valían del Rey y de los representantes de éste
para alcanzarla; en otros momentos insurgían contra la
Metrópoli en cuanto ésta mantenía vigentes los privilegios
de la oligarquía. Jamás perdió de vista su objetivo funda-
mental: la igualdad.
1. Algunos sectores de las capas medias, con mejor nivel
económico, trataron de acumular riquezas para comprar
privilegios y de este modo equipararse a los criollos y ob-
tener la igualdad. Fue la vía utilizada inicialmente por la
390 A rturo C ardozo

burguesía europea para dominar a la nobleza. La monar-


quía, urgida casi siempre de dinero a causa de las guerras
o por los abultados gastos de la Corte, vendían favores y
en casos individuales provocaban el ascenso de un esta-
mento a otro mediante el dinero.
2. Dentro de esta misma política de alcanzar la igualdad,
apoyándose en el poder del Rey, las capas medias obtuvie-
ron ciertas reivindicaciones por decretos o Cédulas Rea-
les. Súplicas dirigidas al Rey en distintas épocas lograron
que se permitiera el matrimonio de pardos con blancos
o se les habilitase para determinados empleos y cuerpos
militares con jefes de la misma clase, etc. La oligarquía se
opuso siempre a estas innovaciones por considerarlas con-
trarias a la moral social y al orden establecido por Dios.
La Real Cédula de 1795, llamada “Gracias al sacar”, ra-
tificada por la de 1801, estableció un arancel o tarifa que
permitía ascensos y dispensas dentro del orden estamen-
tal con lo que se golpeaban los privilegios de la nobleza
criolla. Por eso el Cabildo de Caracas, órgano autorizado
de la oligarquía, expresaba en su “Representación” al Rey
que el mencionado arancel, al modificar el orden social,
resultaba “espantoso a los vecinos y naturales de América,
porque sólo ellos conocen desde que nacen o por el trán-
sito de muchos años de trato en ellas la inmensa distancia
que separa a los blancos y pardos, la ventaja y superiori-
dad de aquéllos, y la bajeza y subordinación de éstos”.
3. Las posibilidades de la vía insurreccional por parte de las
capas medias se dieron después de la Revolución Francesa
y luego de algunos movimientos liberales en España y
otros sitios coloniales. La llamada “Conspiración de Gual
y España”, descubierta en 1797, fue indudablemente el
movimiento más importante de las capas medias urbanas
en toda la etapa colonial. Su base de sustentación estaba
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 391

formada por artesanos, pequeños propietarios, funciona-


rios de tercer orden y militares subalternos y fue inspira-
da por tres intelectuales españoles recluidos en la prisión
de La Guaira, por Gual y España, militar retirado uno y
funcionario civil el otro. El programa contenía muchos
postulados liberales: consagraba la igualdad natural entre
todos los habitantes y la armonía fraternal entre blancos,
indios, pardos y morenos; prometía la abolición de la es-
clavitud y un indulto general. El movimiento se propo-
nía restituir al pueblo americano su libertad: los vecinos
de cada pueblo debían reunirse, elegir un jefe, armarse y
tomar el poder para garantizar el orden revolucionario;
designar juntas interinas de gobierno, integradas por “ha-
cendados” patriotas. Al clero se le respetarían sus bienes a
menos que “hiciere actos contra la felicidad general para
hacerse defensor de la tiranía”. Se garantizaba la libertad
del cultivo y de la venta del tabaco y la abolición de todo
impuesto sobre alimentos (pan, arroz, menestra, raíces,
verduras, frutas); además se ofrecía la reducción de todos
los impuestos en una cuarta parte; y la abolición de los
derechos de composición y alcabala pagados por mer-
caderes, pulperos y otros comerciantes; se prohibiría la
exportación de metales preciosos; se establecería la liber-
tad de comercio con todos los países para lo cual estarían
habilitados todos los puertos y radas; se convocaría a un
Congreso de Diputados de provincias, comandancias,
corregimientos, etc., para declarar la independencia. En
la develación de esta conspiración se mostró muy diligen-
te la oligarquía criolla; no podía ser de otro modo puesto
que era un movimiento dirigido y programado por las
capas medias, sus más calificados adversarios. Una recau-
dación abierta entre los mantuanos alcanzó la suma de
19.850 pesos para combatir el movimiento.
392 A rturo C ardozo

V. LAS CONTRADICCIONES ENTRE LA OLIGARQUÍA


TERRITORIAL Y EL SISTEMA COLONIAL
Luego que el español se fijó en el territorio americano em-
pezó a apropiarse de la tierra y de sus recursos naturales,
puso a su servicio la fuerza de trabajo aborigen y adquirió
esclavos africanos. Se inició una contraposición de intereses
entre la que después se integraría como oligarquía territorial
por una parte y, por la otra, el Rey y el poder político ad-
ministrativo que representaba. En la medida en que la aris-
tocracia criolla aumentaba su riqueza, crecía su interés por
conquistar el poder político. De este modo el antagonismo
oligarquía-Metrópoli estuvo presente a lo largo de todo el
período colonial, agudizándose en los últimos sesenta años.
Podemos indicar tres aspectos importantes que se refieren a
la lucha por el control de la producción, del comercio y del
poder político:
a) Como la conquista se realizó en nombre del Rey el conti-
nente con todos sus recursos ingresó al patrimonio real, y
los aborígenes, luego de graves dudas, fueron declarados
vasallos de la Corona. Las recompensas, las mercedes, las
composiciones y ventas de tierra de un lado y, del otro, las
encomiendas de indios y los permisos reales para importar
esclavos pusieron en manos de los conquistadores y de sus
descendientes (oligarquía criolla) la riqueza territorial y la
mano de obra nativa e importada. El primer enfrentamiento
Metrópoli-oligarquía se dio en las relaciones de producción
porque la aristocracia territorial pretendió orientarlas de
acuerdo con sus propios intereses y la Metrópoli utilizó todo
el poder de que disponía para imprimirá la estructura eco-
nómica el rumbo conveniente para las clases dominantes de
la Península. Este antagonismo presentó muchas variantes:
1. Desde el inicio de la colonización se perfilaron los
intereses propios de los tres sectores que dirigieron
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 393

y ejecutaron la obra. Los objetivos capitales del Es-


tado español, representante de las clases dominan-
tes de la Península, fueron: impedir el desarrollo
del feudalismo o algo semejante en América, ha-
ciendo sentir siempre y en todas las situaciones el
peso de su autoridad real; convertir a los indios en
vasallos y reducir el dominio de los encomende-
ros sobre aquéllos; mantener la Iglesia bajo con-
trol y ponerla a su servicio. Los objetivos de los
encomenderos fueron muy distintos: establecer y
fortalecer el señorío en América, apropiándose de
la tierra y sometiendo al indio encomendado a la
categoría de siervo, para sacar de su trabajo el ma-
yor provecho; constituir una aristocracia territorial
perpetua basada en la herencia y en la primogeni-
tura. Por su parte, la Iglesia se propuso las siguien-
tes metas: cristianizar el aborigen; impedir que las
autoridades civiles de la Colonia y los encomen-
deros se inmiscuyeran en la administración ecle-
siástica y ejercer el monopolio de la orientación
intelectual. Sus intereses coincidieron más con los
de la Corona que con los de los encomenderos y
terratenientes.
2. En cuanto a la apropiación de la tierra son nota-
bles las diferencias existentes entre la Corona y los
terratenientes. Aquella se declaró dueña de la tie-
rra y de los recursos naturales que estaban en la
superficie y en el subsuelo (sistema regalista). El
Rey fue el que proporcionó la posesión y después
la propiedad de las tierras mediante recompensas,
mercedes y ventas. El terrateniente de la Colonia
era o descendía del conquistador, de aquel que con
su fuero y desafuero, como señor de la tierra, reali-
394 A rturo C ardozo

zó a su costo los hechos materiales de la conquista


y de la colonización. Como tal se creía con dere-
chos de propiedad hasta el límite de los derechos
de propiedad de otros señores de la tierra. La Co-
rona se impuso la protección de las comunidades
indígenas: destinó tierras a estos fines; a través de
los Visitadores Reales y de otros funcionarios, or-
denó en algunos casos la devolución de las tierras
despojadas a los aborígenes; estableció el régimen
ejidal de pueblos y ciudades y las zonas destinadas
a bosques; autorizó la fundación de pueblos misio-
nales otorgándoles las correspondientes haciendas
y hatos de la comunidad. Todas estas intervencio-
nes en la propiedad y posesión de la tierra y sobre
todo aquéllas que tendían a reducir y devolver las
áreas ilegalmente apropiadas, eran vistas por la oli-
garquía como una intromisión del remoto poder
real en sus dominios o señoríos.
3. En lo que atañe a la fuerza de trabajo aconteció
otro tanto. La oligarquía aspiraba utilizar, sin in-
tervención de nadie, la mano de obra indígena, la
africana esclava y la artesanal. Era señora de la tie-
rra y su poder debería comprender a la población
trabajadora. Las sucesivas modificaciones de la en-
comienda (servicio personal, tributación en espe-
cie o en dinero) hasta su extinción por Cédulas o
Decretos Reales dieron motivo a protestas de los
encomenderos. Las mismas reacciones surgieron
con las tarifas de salarios fijadas por los Visitadores
Reales para los distintos trabajos prestados por los
indígenas. Las tardías e inoperantes disposiciones
del llamado “Código Negro”, dictado en favor de
los esclavos, a pesar de que eran sumamente tími-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 395

das, trajeron la inconformidad de los propietarios


esclavistas. El Cabildo, órgano político-adminis-
trativo de la oligarquía, trató siempre de asumir la
facultad de decisión sobre las materias concernien-
tes a las relaciones de trabajo.
Otras formas de intervención de la Corona en la
producción colonia! fueron la prohibición o re-
glamentación de algunos cultivos y de ciertas ac-
tividades manufactureras. La oligarquía recibió
estas limitaciones con franca oposición, contando
algunas veces con el apoyo de los pequeños pro-
ductores y de los artesanos. La Metrópoli tuvo
siempre en mente el propósito de establecer en las
colonias una economía complementaria: evitaba
la producción de los artículos que España podía
suministrar y, a la inversa, propiciaba aquellos que
Europa requería. Por eso la política de España fue
reglamentarista hasta en la producción agrícola.
De acuerdo con tal orientación se impidió o con-
troló hasta donde fue posible la introducción en
América de semillas como las de oliva, de telares
capaces de desarrollar manufacturas con produc-
ción mayor que la local: sólo se permitió la elabo-
ración de telas rústicas; ya que las de lujo debían
ser importadas de España. En un momento dado
apareció el estanco del tabaco, según el cual sólo
era permitido el cultivo de esta planta en regiones
debidamente autorizadas y su comercio controla-
do exclusivamente por el Rey. El Cabildo caraque-
ño pidió la derogación del decreto, con apoyo de
toda la oligarquía y de pequeños productores de
tabaco en diferentes regiones como los de Turmero
y los indios palenques y cumanagotos en Oriente.
396 A rturo C ardozo

El problema de la orientación de la producción co-


lonial, especialmente las limitaciones y la elección
de los cultivos, fue motivo de disputas ya que la
oligarquía pretendía ejercer la dirección de la pro-
ducción.
b) La oligarquía territorial y la Metrópoli mantuvieron a lo
largo del siglo XVIII un tenso antagonismo en todo lo re-
lativo a los canales y relaciones mercantiles, tanto que en
algunos momentos las tensiones generaron rebeliones e in-
surgencias. Los holandeses a partir de 1634 y después los
portugueses, franceses e ingleses propiciaban el comercio
de contrabando: estimulaban el cultivo de aquellos pro-
ductos con demanda en Europa y ofrecían además mer-
cancías europeas a precios bajos. La Corona, para destruir
estas relaciones, concedió el monopolio comercial a la
Compañía Guipuzcoana y la proveyó de todos los recursos
navales y militares necesarios para imponerla como única
intermediaria entre Venezuela y el exterior. La aristocracia
territorial atacó el monopolio en los distintos frentes y por
todos los medios a su alcance: en la mayoría de las veces
obtuvo la colaboración de algunas capas inferiores también
lesionadas. Cuando en 1789 se logró la abolición del mo-
nopolio a causa de la difícil situación de España en sus rela-
ciones internacionales, la oligarquía se sintió más segura de
su dominio sobre la economía colonial e inició la conquista
del poder político.
1. A partir de la dominación de Curazao por los ho-
landeses empezaron a poblarse de haciendas de ca-
cao las costas venezolanas y zonas vecinas; después
aparecieron los negociantes portugueses por los
ríos del Sur, interesados principalmente en los cue-
ros y en la carne salada; más tarde llegaron france-
ses e ingleses en solicitud de los mismos productos
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 397

y agregaron el tabaco. Todos ofrecían buenos pre-


cios por los productos colocados en Borburata, Tu-
cacas, Maracaibo y otras radas. Las importaciones
que ofrecían eran de buena calidad y a bajos pre-
cios; además, liberadas de aranceles. Los dueños de
plantaciones, haciendas y hatos se movían satisfe-
chos dentro de este tipo de relaciones comerciales,
aparte de que algunos tenían sus propias flotillas y
realizaban un comercio intensivo con México (Ve-
racruz) y Saint Thomas.
2. La Metrópoli se había mostrado desinteresada por
estas provincias a causa de su escasa producción
minera, pero al observar el incremento de la pro-
ducción agropecuaria y la activa participación de
comerciantes extranjeros estableció en 1728 el
monopolio comercial entre Sevilla y la Colonia:
concedió a la Compañía Guipuzcoana el ejercicio
del monopolio con facultades para fundar y forti-
ficar puertos, mantener en circulación barcos de
guerra y reprimir el contrabando. El comercio ile-
gal se redujo pero jamás fue extinguido. Lo que sí
se acrecentó fue la lucha de la oligarquía territo-
rial apoyada en otras clases sociales, en contra del
monopolio comercial que detentaba la compañía
vasca: todos los recursos legales, administrativos y
políticos al alcance de los criollos fueron utilizados
contra la empresa. Justamente la vigencia del mo-
nopolio y las luchas contra él sirvieron para aclarar
en la oligarquía su conciencia de clase y para ha-
cerles ver la necesidad de tomar para sí el poder
político mediante la independencia de España.
3. Fueron numerosos los enfrentamientos de la oli-
garquía con el Estado español por causa del mo-
398 A rturo C ardozo

nopolio. Veamos algunos: en 1741 el Cabildo de


San Felipe (Yaracuy), respaldado por la aristocracia
territorial, insurgió al protestar el nombramiento
de Justicia Mayor recaído en un vizcaíno: se exigía
además el libre comercio con los holandeses. En
1744 la oligarquía de El Tocuyo dirigió el amotina-
miento de una tropa de 200 españoles, reclutados
para acudir a la defensa de Puerto Cabello (asien-
to de la Compañía Guipuzcoana) del anunciado
ataque del corsario Knowlls; al motín se sumaron
2.000 civiles. Otro movimiento, el más conoci-
do, fue el de Juan Francisco Fernández de León
y su marcha sobre Caracas desde la población de
Panaquire al frente de 1.800 hombres contra la
Guipuzcoana. Esta rebelión contó con el apoyo
del Cabildo de Caracas, trinchera de la oligarquía
central. Su verdadera causa fue la de evitar que se
estableciera en la desembocadura del río Tuy una
alcabala de resguardo destinada a controlar el con-
trabando de cacao y otros frutos.
4. La subversión de Fernández de León trajo como
efecto algunas limitaciones al monopolio: confir-
mó el derecho de los criollos a comerciar con Mé-
xico y las Antillas españolas, la fijación del precio
de cacao y de otros productos por una Junta o feria
anual que integrarían el Gobernador, el Cabildo
y la Guipuzcoana; condujo al establecimiento de
agentes en Caracas, La Guaira, Puerto Cabello y
San Felipe; se inició el comercio de cabotaje; se
colocaron 300 acciones de la Compañía entre los
criollos de Caracas y 100 entre los de Maracaibo.
El reglamento de libre comercio con España y las
Indias, promulgado durante 1778, no rigió para
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 399

Venezuela sino dos años después. Las frecuentes


situaciones de guerra entre España e Inglaterra
estimularon esta innovación y contribuyeron a
la desaparición de la Guipuzcoana. En 1797 un
nuevo conflicto con Inglaterra llevó a autorizar el
comercio con los países neutrales: esta situación
fue aprovechada por los EE.UU para iniciar sus
relaciones comerciales con las colonias vecinas. La
toma de la isla de Trinidad por los ingleses en 1797
puso a Inglaterra en situación ventajosa para el in-
tercambio comercial, especialmente con el Oriente
venezolano.
c) El enfrentamiento de la oligarquía con la Metrópoli en el
terreno político durante la etapa colonial se mantuvo den-
tro de actitudes cautelosas: casi siempre se recurrió a la ne-
gociación y a la súplica sobre problemas concretos. En el
curso de los años, junto a la riqueza material, habían acu-
mulado los criollos importantes facultades y atribuciones,
tanto a nivel municipal como en áreas más amplias de la
Gobernación. La clase de los terratenientes estimuló todo
aquello que le convenía y trató de entorpecer o de hacer
anular lo que le era perjudicial. Sólo en el bienio anterior
a 1810, cuando Napoleón provocó el derrumbe de la mo-
narquía borbónica, cambió de táctica la oligarquía y se de-
cidió a conspirar contra la Metrópoli: fue entonces cuando
organizó el golpe de Estado para tomar el poder y declarar
la independencia.
1. En los remotos orígenes de la colonización, cuan-
do los pueblos y sus economías estaban en la fase
de formación, los encomenderos (raíz de la oligar-
quía) promovieron reuniones de los representantes
de los cabildos para discutir problemas comunes,
estudiar soluciones y destacar ante el Rey procura-
400 A rturo C ardozo

dores encargados de suplicar y negociar fórmulas


administrativas. Aquellas peticiones tendían a lo-
grar una mayor autonomía para la Gobernación.
De este modo en la segunda mitad del siglo XVI,
los procuradores ante la Corte española, Sancho
Briceño (1560) y Simón de Bolívar (1590) con-
siguieron algunas reivindicaciones de importan-
cia: Briceño logró que los alcaldes ordinarios de
los distintos cabildos de la Gobernación suplieran
al gobernador en la correspondiente jurisdicción
municipal, hasta tanto el Rey llenase las vacantes.
Bolívar en su misión obtuvo que la Audiencia de
Santo Domingo dejase de intervenir en lo relativo
a la Real Hacienda y que fuese el gobernador el que
designara interinamente los oficiales del ramo: que
la Real Audiencia de Santo Domingo no enviase a
la Gobernación jueces de comisión para ninguna
materia, a menos que el gobernador hubiese sido
negligente en la aplicación de la justicia o se tratase
de asuntos de gravedad excepcional y, por último,
que los visitadores fueran designados por el gober-
nador. Como es fácil observar, todas estas faculta-
des tendían a colocar el poder de decisión dentro
de la Gobernación, en manos de los terratenientes.
2. Los cabildos o ayuntamientos fueron organizados
por los fundadores de las ciudades y villas; desde
un principio la aristocracia criolla se insertó dentro
de ellos y los utilizó para institucionalizar su poder
en la jurisdicción municipal. Intervino no sólo en
los servicios de abastos, de policía, en las rentas
y en la administración de los ejidos, etc. (asuntos
típicamente municipales) sino que, en forma pú-
blica o subrepticia según el caso, trató de asumir o
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 401

de entorpecer funciones del gobernador. Este alto


funcionario era siempre el objeto de sus críticas y
el motivo de su tensión: contra él se vertían los
mayores ataques ante la Corte. Era lógico que así
fuese puesto que representaba la Metrópoli en la
Colonia y por funciones del mismo cargo tenía
que chocar de frente con las aspiraciones de la oli-
garquía en materia política.
3. La creación del Real Consulado en 1793 extendió
la influencia de la oligarquía caraqueña a toda la
jurisdicción de la Gobernación y Capitanía Ge-
neral de Venezuela. Dicha institución colonial,
como es bien sabido, tenía dos funciones funda-
mentales: por una parte actuaba como un tribunal
de comercio y, por la otra, se desenvolvía como
junta de fomento destinada a estimularlas activi-
dades económicas. Integraban el Consulado, en
forma paritaria, los hacendados y los comerciantes
o, lo que es lo mismo, la aristocracia territorial.
La oligarquía caraqueña asumió de este modo la
administración de justicia en una rama de gran
trascendencia, en la que se ventilaban las relacio-
nes comerciales y los mecanismos de la circulación
de bienes; no sólo en el ámbito local sino que su
poder de decisión creció y se extendió por todo el
territorio venezolano. En las poblaciones más im-
portantes del interior (Maracaibo, Coro, Cumaná,
Puerto Cabello, Angostura y La Asunción) desig-
nó diputados o comisionados para dar facilidades
a los litigantes. Las funciones del Real Consulado,
como organismo de fomento económico, fueron
aprovechadas por los mantuanos de Caracas para
acumular e imponer mayor influencia sobre las
402 A rturo C ardozo

oligarquías interioranas y el resto de la sociedad:


procuraron orientar y dirigir las juntas de fomento
hacia sus fines particulares.
4. Desde el mes de julio de 1808, cuando algunos pe-
riódicos llegados de Trinidad trajeron a Caracas la
información de los sucesos de Bayona (detención
del Rey y del príncipe heredero por Napoleón) la
oligarquía caraqueña se abocó seriamente a cons-
pirar contra las autoridades coloniales. El complot
se propuso sustituir al gobernador por una junta
de gobierno, autónoma, con jurisdicción sobre
toda la Gobernación y Capitanía General de Vene-
zuela, la que actuaría, primero en nombre del Rey
y, más tarde, en nombre del pueblo americano. Se
hablaba entonces de echar del país a todos los es-
pañoles. quedando sólo los criollos y canarios; de
abolir los estancos y demás pechos. El 24 de no-
viembre del mismo año el gobernador y Capitán
General recibió una petición formal del Cabildo
para constituir una Junta de Gobierno que gober-
nara la Colonia mientras el monarca permaneciese
en prisión. La respuesta del gobierno, como es sa-
bido, fue la detención de los principales cabecillas
y el confinamiento del resto de conspiradores en
sus haciendas del interior.

VI. EL ENSAYO REPUBLICANO DE LA OLIGARQUÍA


Desde la deposición de las autoridades coloniales el 19 de
abril de 1810 hasta la capitulación de San Mateo el 24 de
julio de 1812, es decir, durante un lapso de veintisiete me-
ses, se puso en ejecución el proyecto de emancipación re-
publicana elaborado por la oligarquía caraqueña dos años
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 403

antes y varias veces aplazado. Valorando factores interna-


cionales que aparecían favorables, especialmente el colapso
del gobierno español, 1.a nobleza caraqueña fijó varias fe-
chas para tomar el poder político de la Colonia y, efectiva-
mente, lo logró en una de éstas de manera incruenta, por
la vía del golpe de Estado. Procedió entonces a crear un
estado independiente y soberano de tipo federal con apoyo
de algunas de las oligarquías provinciales y se abocó a cons-
tituir mecanismos de poder para perpetuar en sus manos
el control y los destinos de la naciente República. El plan
independentista de la oligarquía caraqueña, terrateniente y
esclavista, no coincidió (antagonizó) con los intereses de las
capas medias e inferiores de la sociedad colonial; tampoco
se ajustó en ciertos aspectos a las aspiraciones e intereses de
las oligarquías interioranas y, por último, estuvo en franca
oposición con los sectores comerciales, administrativos y
eclesiásticos de la más alta jerarquía, estrechamente ligados
a la Metrópoli. Todas las clases sociales adversas y los grupos
enemigos o simplemente rivales insurgieron, sin coordina-
ción alguna, contra el régimen político recién inaugurado
y utilizando medios y lácticas distintas lo golpearon hasta
conducirlo al fracaso y a la destrucción: ni la experiencia
militar de Miranda, reclamada a última hora, pudo impedir
el derrumbe.
a) Los sucesos del 19 de abril de 1810, debidamente plani-
ficados en su desarrollo y en sus efectos, constituyen un
golpe de Estado típico: fue preparado por los sectores más
representativos y audaces de la oligarquía caraqueña como
etapa inicial de un proyecto que culminaría en la indepen-
dencia de la Colonia. Abonada muchas veces la conspira-
ción y otras aplazada a causa de las delaciones, el 19 de abril
resultó ser la fecha definitiva porque coincidieron condi-
ciones externas e internas que le aseguraron el éxito:
404 A rturo C ardozo

1. La conspiración de los mantuanos caraqueños


había seguido los pasos de la invasión de España.
Quien primero trató de crear en Caracas una junta
fue el gobernador Casas, el 28 de julio de 1808,
cuando se enteró de la prisión de la familia real.
Los mantuanos rechazaron este proyecto por el
tipo de representación que preveía, llegando inclu-
so a objetar la participación del mismo goberna-
dor. Empezaron a preparar su propia conspiración
teniendo como objetivo inmediato la supresión
de las autoridades coloniales. Cuando se supo en
Caracas el traslado de la Junta Central a Sevilla la
nobleza caraqueña tomó nuevos alientos y presen-
tó al gobernador Casas, el 24 de noviembre de ese
año, una representación escrita en la que se pedía
la constitución de una Junta subordinada a la de
España e integrada por igual número de militares,
letrados, eclesiásticos, comerciantes y vecinos par-
ticulares. Como se ha dicho, la reacción de Casas
consistió en abrir un expediente, detener algunos
firmantes y confinar otros en sus haciendas o hatos
del interior.
2. Para 1809 el plan conspirativo había sido ya rees-
tructurado y avanzaba. La sustitución de Casas por
Emparan tildado, poco tiempo después, de francó-
filo, despótico, interceptor de correspondencias y
obstaculizador del comercio exterior, había permi-
tido que los conspiradores se reunieran y llegaran
a concertar la inmediata ejecución del proyecto.
La noche del 24 de diciembre de ese año debió
ser constituida la Junta y depuestas las autoridades
españolas pero, al enterarse de los planes el gober-
nador, gracias a una delación, todo fue aplazado.
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 405

Emparan estableció una mayor vigilancia y exigió


pasaportes para controlar los traslados de un lugar
a otro de la Gobernación.
3. Durante el primer trimestre de 1810 el proyecto
sufrió reajustes y, luego de comprometer a los altos
jefes de los principales cuarteles, se fijó el 2 de abril
para iniciar el golpe. La reactivación de la conspi-
ración debióse a las noticias sobre el traslado de la
Junta Central de Sevilla a Cádiz por el avance de
las fuerzas napoleónicas. El día señalado nada ocu-
rrió tampoco porque se decidió otro aplazamiento
al conocerse una nueva delación. El gobernador
tomó medidas calificadas de débiles por algunos
historiadores: reemplazo y expulsión de altos mili-
tares hacia Puerto Rico y confinamiento de ciertos
civiles. Aparte de que se redobló el aparato recep-
tor de delaciones, la mayoría de los conspiradores
no sufrió molestia alguna.
4. La fecha definitiva para el golpe resultó la del 19
de abril. Fueron decisivos los rumores circulantes
en Caracas sobre la caída de Andalucía y, por ende,
de toda España, en manos de los invasores. Se con-
firmó la noticia por la llegada de un bergantín y
se amplió en el sentido de que la Junta se había
trasladado a la isla de León y allí disuelto para dar
origen al Consejo de la Regencia. Cualquier duda
se disipó el 17 de abril con el arribo a La Guaira de
representantes del Consejo de Regencia, provistos
de documentos oficiales e instrucciones. Durante
el día 18 y el amanecer del 19 los conspiradores se
reunieron para ultimar los detalles y destacar co-
misiones encargadas de convocar el Cabildo, con-
trolar los cuarteles y preparar la opinión pública.
406 A rturo C ardozo

Todos estos actos preparatorios, más los conocidí-


simos sucesos acontecidos en la mañana del 19 de
abril en el recinto del Ayuntamiento, tipificaron el
golpe de Estado.
b) La segunda fase del ensayo republicano patrocinado por
la oligarquía se desarrolló a lo largo de las sesiones del
Congreso de .181 1. La actividad deliberante y legislativa
de esta “asamblea de notables” que actuaba como cuerpo
representativo del país, se orientó, en términos generales,
al trasplante de principios e instituciones sostenidos o es-
tablecidos en Francia y Estados Unidos para ser aplicados
aquí: no en favor de todos los habitantes del país sino,
por el contrario, de los grupos más favorecidos de aque-
lla sociedad estamental. La exhaustiva discusión de dos
temas fundamentales en el seno del Congreso puso de
relieve los antagonismos y rivalidades de las oligarquías
interioranas con la de Caracas; el primero, la dimensión
desproporcionada de la provincia de Caracas con respec-
to a las demás y el otro, el carácter centralista o federal del
Estado en gestación.
1. El Congreso, instalado el 2 de marzo de 1811, es-
taba integrado por representantes de las más altas
clases de la sociedad colonial; propietarios de ha-
ciendas y de esclavos, eclesiásticos, letrados y algu-
nos militares. La provincia de Caracas logró una
representación desproporcionada con respecto a
las demás: mientras Trujillo llevaba un diputado
y Mérida dos, Caracas sobrepasó el 50 por ciento
de la totalidad de los congresistas. En la escogen-
cia de los miembros del Congreso habían tenido
intervención directa los cabildos de las ciudades y
villas que, como es conocido por todos, servían de
órgano a las oligarquías locales.
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 407

2. Los discursos e intervenciones pronunciados en el


Congreso reflejaron mayoritariamente los principios
liberales de la Revolución Francesa, del mismo modo
que las leyes y decretos aprobados por él se inspira-
ron en los modelos jurídicos de la República Nortea-
mericana. Así como la “Declaración de los Derechos
del Ciudadano”, es una traducción casi literal, de la
francesa, la Constitución de 1811, con muy escasas
variantes, es copia, vertida al castellano, de la de los
Estados Unidos. Los cambios establecidos por Roscio
y Uztáriz se referían principalmente a la organización
colegiada del poder ejecutivo. Los congresistas esta-
ban conscientes de que el cambio que propiciaban
debía limitarse a la esfera política, independen lista,
sin tocar el modo esclavista de producción y la es-
tructura social, del cual provenía la preponderancia
de cada uno de ellos. Para el constituyentista de 1811
sólo eran ciudadanos los hombres libres; los esclavos
no lo eran, ni podían serlo: apenas se procuraba eli-
minar el comercio de esclavos. Así, por la misma vía
discriminatoria, se estableció en la “Declaración de
los Derechos del Ciudadano” (artículo 1, numerales
7, 8 y 10) diferencias entre los hombres libres: “to-
dos los ciudadanos no pueden tomar igual parte en
la formación de la ley porque todos no contribuyen
igualmente a la conservación del estado, seguridad y
tranquilidad de la sociedad”. “Los ciudadanos se di-
viden en dos clases: unos con derecho al sufragio y
otros carentes de él”. “Los que no tienen derecho al
sufragio son los transeúntes y los que no tengan la
propiedad que establece la Constitución”. Esta dis-
ponía que para ser elector de primer grado (el que
menos condiciones requería) era indispensable tener
bienes inmuebles, libres de todo gravamen, por valor
408 A rturo C ardozo

de 200 o 600 pesos según se tratara de hombres casa-


dos o solteros.
3. En el seno del Congreso se enfrentaron las oligar-
quías del interior con la de Caracas en razón de
la proposición de partir en varias la provincia de
Caracas. La jurisdicción de esta última compren-
día el área que hoy ocupan el Distrito Federal y
los Estados Miranda, Carabobo, Guárico, Barinas,
Yaracuy, Aragua, Cojedes, Portuguesa, Falcón y
Lara; era exorbitante su extensión con respecto al
territorio de las seis restantes. Dentro de tan dila-
tada provincia existían ciudades y villas de relativa
importancia, como Valencia (la rival), San Carlos,
Barquisimeto, Guanare, Calabozo, etc., que sos-
tenían aspiraciones contrapuestas al predominio
de la ciudad de Caracas. Por diversas razones, las
élites de estas poblaciones trataron de transformar
sus zonas de influencia en nuevas provincias para
ejercer, sin intervención foránea, su señorío. En es-
tos planes contaron con el apoyo de las oligarquías
de otras provincias, como las de Trujillo, Mérida y
Barcelona, separadas de Maracaibo (las dos prime-
ras) y de Cumaná (la otra) por las mismas razones.
En el bando opuesto se hallaron representantes de
la oligarquía caraqueña, esforzados por mantener
el “status” colonial y defender la integridad de la
provincia. Esta contradicción entre oligarquías no
obtuvo solución inmediata por impedirlo el avan-
ce de Monteverde y la caída de la República. Se
reinició la discusión mucho tiempo después, luego
del desmembramiento de la Gran Colombia, en
ese momento la macro-provincia de Caracas fue
dividida y subdividida para dar paso a nuevas ju-
risdicciones provinciales.
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 409

4. Otro motivo de enfrentamiento surgió en la dis-


cusión del sistema político-administrativo. Para
las oligarquías del interior un régimen centralista
con poder ejecutivo fuerte y pleno de funciones
establecido en Caracas como capital era motivo de
recelos. Pensaban que tales instrumentos de poder
en manos de la oligarquía caraqueña serían utili-
zados para establecer y consolidar la influencia de
Caracas en todo el país. En posición contraria, la
nobleza caraqueña se consideraba como “centro de
luces y de ilustración” y estimaba que en el interior
no existían recursos culturales idóneos para que
pudiese funcionar con eficacia una Confederación
de Provincias o simplemente un Estado Federal;
defendía, por tanto, el centralismo y sostenía que
era necesario crear un poder ejecutivo fuerte con
sede en Caracas. Las actas del Congreso están pic-
tóricas de razonamientos en pro y en contra de
las dos posiciones. El diputado Unda (sesión del
12 de julio de 1811) afirmaba con gran énfasis;
“Guanare conoce que puede influir Caracas en su
prosperidad territorial; sus caudales y los produc-
tos de sus cultivos forman una parte considerable
de las rentas públicas que traídas a Caracas im-
posibilitan a los habitantes de Guanare de tener
ningún establecimiento beneficioso, industrial ni
de educación, llegando su miseria hasta carecer de
escuela de primeras letras un distrito que cuenta
25.000 almas de población”. Por su parte el dipu-
tado Antonio Nicolás Briceño (2 de julio de 1811)
decía: “... y yo sospecho que si Cumaná no reco-
noce el Poder Ejecutivo es porque el Congreso está
en Caracas y no quiere convenir que la opinión
pública de Caracas sea la general de Venezuela”.
410 A rturo C ardozo

Y el presbítero Maya, representante de La Grita,


se expresaba en la misma sesión: “... resulta que
el Congreso, es un pupilo de Caracas, puesto que
ella debe dirigirlo, ella sola piensa, ella sola tiene
opinión pública y nadie como ella tiene luces y co-
nocimiento. Salgamos, pues, de este pupilaje que
tardará poco en oprimirnos”.
c) Las clases no participantes en la conspiración del 19 de
abril ni beneficiadas por la nueva situación política surgida
tras el extrañamiento de las autoridades coloniales vieron
al principio con desconfianza el movimiento y después con
franca aversión sus resultados; no podían aceptar que la oli-
garquía asumiera para sí la dirección política. Estimularon
esta animadversión los funcionarios coloniales establecidos
en Puerto Rico y otras Antillas y también las clases dirigen-
tes de las provincias de Maracaibo, Coro y Guayana. Pero
donde se manifestaron los más audaces enemigos fue en la
zona republicana dentro del sector comercial y de las órde-
nes religiosas. Se puede afirmar, de manera general, que las
masas populares, desde las clases medias hasta los esclavos,
se enfrentaron a la República y proclamaron su lealtad al
Rey y a España porque vieron y comprobaron que el apara-
to estatal constituido por la oligarquía caraqueña, logrado
el objetivo de la independencia, se orientaba, a pesar de la
fraseología democrático-burguesa, a mantener el régimen
esclavista de producción y a consolidar los privilegios y las
desigualdades de la sociedad estamental. La actitud de las
masas populares, contrarias al movimiento, se demostró
por abundantes testimonios de los cuales presentamos los
siguientes:
1. El ex-Intendente Basadre en su “Parte” al ministro
español de Hacienda, al comentar los sucesos del
19 de abril de 1810 y su ingreso a la cárcel, decía
lo siguiente: “No encontré de mi casa al cuartel
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 411

que es bien distante, sino gente de ambos sexos,


rezando a las puertas de las iglesias que estaban ce-
rradas y nadie me dijo una palabra descompuesta,
por lo que juzgo que la revolución es obra de la
nobleza”. El más calificado funcionario de la Co-
lonia, el ex-Gobernador Emparan en su “Informe”
a la Corona asentaba la siguiente observación: “...
Como quiera que los mulatos y negros son diez o
doce por un blanco, habrán éstos de sufrir la ley
que aquéllos quieran imponerles; y siempre están
expuestos a los mismos desastres que sufrieron los
franceses dominicanos: tal la felicidad que han
traído los insurgentes de Caracas con su revolu-
ción...”
2. Es correcta la apreciación de Parra Pérez en “Ma-
rino y la Independencia” (t. I, p. 191) cuando es-
cribe: “... Los próceres de 1811 querían la demo-
cracia, pero entre ellos y para ellos, a la manera de
los australianos y neozelandeses de nuestros días,
muy demócratas y sociales, pero no entienden de
igualdad con los canacos”. La libertad y la igualdad
que pregonaban los fundadores de la República
de 1811 excluía a los esclavos africanos. A los 21
días de haberse suscrito el Acta de Independencia
el Ejecutivo Federal publicó en la “Gaceta de Ca-
racas” un decreto en el que anunciaba el estable-
cimiento de patrullas o guardias nacionales para
capturar esclavos fugitivos y hacer guardar el orden
laboral en las haciendas, valles y repartimientos.
3. Significativos personajes de la República como
Francisco Rodríguez del Toro, Juan Nepomuceno
Rivas, el Conde de Tovar, entre otros, (Andrés F.
Ponte, La Revolución de Caracas, p. 51) estaban
convencidos de que “... el pueblo era adverso a la
412 A rturo C ardozo

Junta, que los pardos la resistían creyendo perder


su libertad; el vecindario la repugnaba suponiendo
el despojo de la autoridad constituida, la ciudad se
halló en el caso de una guerra intestina, y se divi-
dió el pueblo en partidos destructores”. En los días
que precedieron a la capitulación de San Mateo,
el año 12, el generalísimo Miranda al captar los
antagonismos sociales se expresaba así: “Mis com-
patriotas no saben lo que es una guerra civil. Yo
no quiero ayudar a los españoles y al bajo pueblo a
destruir este país”.
4. Las masas populares demostraron a lo largo de los
dos años republicanos, de manera diversa, su aver-
sión a la oligarquía y, por lo tanto, el temor a un
gobierno oligarca. Coincidieron con los peninsu-
lares en la necesidad de destruir el orden oligárqui-
co. Un cuadro bastante complejo de las tendencias
populares en las distintas regiones para los prime-
ros días de julio de 1812 nos lo presenta Francisco
Llanos en una de sus cartas a Miranda (Archivo de
Miranda, t. XXIV, p. 485): “... considero que los
hombres que seguirán a los corianos con las armas,
serán una turba de fascinerosos a que se unirán
muchos esclavos y todos los cuales se convertirán
contra ellos mismos en el momento que no se les
presente una fuerza a quien ocurrir. El patriotis-
mo de la provincia de Barcelona es ninguno, su
disposición a adherirse a la causa de los españoles
es grande. De la provincia de Cumaná no sé qué
decir, sino que lo cierto es que los que gobernaron
hasta el mes de marzo de este año (1812) fueron
unos déspotas por lo cual los pueblos apetecían
más bien el gobierno de los mandarines del Asia, y
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 413

esto se comprueba con la gran dificultad con que


se reclutan hombres para el ejército y con la ex-
traordinaria deserción que hacen”.
d) La oligarquía, única clase social comprometida con el en-
sayo republicano, se vio obligada a combatir sola en varios
frentes y, lo más grave, sin el apoyo de aliados exteriores.
Sectores de variadas estructuras, muy pocas veces concer-
tados, golpearon insistentemente el nuevo régimen polí-
tico hasta debilitarlo y lo condujeron a su desintegración
y ruina con la capitulación de San Mateo. En los últimos
días de la República los oligarcas al ver desatadas las fuerzas
antagónicas, temieron por su propia existencia y empeza-
ron a meditar sobre la conveniencia de pactar con el viejo
régimen colonial o desertar: las dos vías comenzaron a ser
utilizadas por los más significativos representantes de esa
clase.
1. Durante los 27 meses de autogobierno el ataque o
la amenaza de invasión estuvieron presentes en la
costa y en las fronteras exteriores de las siete pro-
vincias: Cumaná fue atacada por una flotilla de
expulsados españoles, agrupados en Puerto Rico;
los realistas de Guayana invadieron e incendiaron
el pueblo de Cabruta en la margen izquierda del
Orinoco; desde Maracaibo los monárquicos co-
mandados por Geraldino (llamado el Terremoto
de Trujillo) invadieron, atacaron y diezmaron las
provincias de Trujillo y Mérida, siendo algunas ve-
ces repelidos. Desde Coro hubo varias penetracio-
nes; la última, comandada por Monteverde, fue la
que destruyó el ensayo republicano. En todas las
zonas fronterizas y en los lugares más estratégicos
de las costas hubo siempre necesidad de mantener
cuerpos armados en estado de alerta para repeler
414 A rturo C ardozo

las innumerables invasiones que se anunciaban


desde las Antillas españolas. A todo esto se sumó
el tempranero bloqueo de las provincias de Vene-
zuela decretado por el Consejo de la Regencia de
España el 3 1 de agosto de 1810.
2. En el frente interno fueron muchos los levanta-
mientos, desconocimientos, insurrecciones, cons-
piraciones e, incluso, traiciones, registrados contra
el régimen republicano. Entre los más importantes
podemos citar: el levantamiento de los capuchinos
y otros catalanes en Maturín, quienes al ser derro-
tados lograron refugiarse en Trinidad; la rebelión
de los canarios en la sabana del Teque (zona norte
de Caracas), invocando los nombres del Rey y de
la Virgen del Rosario, que terminó con el ajusti-
ciamiento de algunos de sus cabecillas; la insur-
gencia de las capas medias o pardos en Valencia
cuyo lema era luchar para; “... alcanzar la libertad
perdida el 19 de abril” por obra de Caracas. La
última, la más peligrosa de todas, la insurrección
de los esclavos en las aldeas de Capaya, Curiepe,
El Guapo y Caucagua en Barlovento extendida en
los últimos momentos hasta los negros de Naigua-
tá. Esta sublevación, iniciada el día de San Juan,
provocó entre los mantuanos grandes temores que
más tarde se transformaron en pánico. La causa de
dos decretos de emergencia dictados por la Dic-
tadura del Generalísimo Miranda la encontramos
en esta rebelión: la Ley Marcial y el decreto de la
libertad de aquellos esclavos que tomasen las ar-
mas en favor de la República durante el lapso de
diez años. El segundo decreto trataba de impedir
que las esclavitudes de las zonas vecinas todavía en
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 415

paz, se incorporaran a las bandas de insurrectos.


Son muy expresivas las frases de Miranda insertas
en sus “Instrucciones” para los negociadores de la
capitulación, fechadas el 22 de julio de 1812 (Ar-
chivo de Miranda, t. XXIV, p. 521): “Del buen uso
de este tratado depende la pacificación de los ne-
gros esclavos que se han amotinado en los valles de
Capaya y Caucagua, seducidos con el pretexto de
restablecer el antiguo gobierno, pues que tomando
cuerpo el amotinamiento se formarán rochelas y
cumbes que no pueden abolirse”.
En otras palabras, el Precursor de la Independencia
ante el dilema de elegir entre realistas y esclavos,
recordando quizás el caso haitiano, se inclinaba
por los primeros. Paralela a esta insurrección de es-
clavos se produjeron también deserciones de jefes
militares con sus tropas como la de Reyes Vargas
en tierras larenses y la incorporación voluntaria de
masas campesinas a las tropas realistas. Los llaneros
que se sumaron a las bandas de Antoñanzas inte-
rrumpieron el camino hacia los llanos y el suminis-
tro de carne a Caracas.
3. Tampoco lograron los autores del ensayo repu-
blicano la colaboración abierta de las potencias
extranjeras: fracasaron en las gestiones de recono-
cimiento y, a pesar de las ventajas que ofrecían,
obtuvieron éxitos muy pobres en la contratación
de armas y otras mercancías. Inglaterra, por ejem-
plo, debió ser una entusiasta aliada en razón de
su expansión comercial; en Londres había hecho
Miranda gran promoción a la independencia con-
tinental. Sin embargo, esta potencia no sólo se abs-
tuvo de reconocer el nuevo Estado y de celebrar
416 A rturo C ardozo

tratados de amistad y comercio, sino que lo obsta-


culizó por complacer a España, su aliada momen-
tánea en la guerra contra Napoleón. Además, había
logrado a través de esta alianza, relaciones directas
de comercio con todas las colonias españolas de
América. En cuanto a Holanda, las autoridades de
Curazao desde un principio se mostraron adversas
a los republicanos en razón de sus estrechas cone-
xiones mercantiles con los maracaiberos y con los
corianos, sus proveedores naturales de alimentos.
Los Estados Unidos, a pesar de tener un agente
mercantil en la República, mantuvieron relaciones
comerciales muy superficiales con la zona inde-
pendiente. Según el republicano José de Alustiza
(Archivo de Miranda, t. XXIV, p. 152), los nortea-
mericanos “... no quieren ni oír hablar de cambio
alguno”. Durante los últimos meses reembarcaban
las mercancías que tenían almacenadas en la adua-
na de La Guaira y sólo mediante el apremio, se lo-
graba algunas veces que las negociaran. En cuanto
a las otras potencias, tenemos la información del
Licenciado Miguel José Sanz, canciller de la bre-
ve República (Archivo de Miranda, tomo XXIX,
pp. 35-36) quien nos dice: “...intenté entablar una
comunicación con las potencias de Europa y es-
pecialmente con la Francia y con la Rusia, redu-
cida a que reconociendo nuestra independencia,
nos franquease la primera, dos o tres millones de
pesos fuertes y armas, pagadero todo con los dere-
chos que devengase un comercio que haríamos, o
permitiríamos a los franceses en nuestros puertos,
proporcionándoles ventajas sobre el comercio de
otras naciones, por el tiempo que durara la paga de
la nuestra deuda... En cuanto a Rusia, se le ofrecía
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 417

la isla de Orchila para sus factorías y aunque nada


supe de esta negociación, cierto es que anhelando
esta potencia un comercio en la América, abra-
zaría gustosa la proposición y nosotros, por este
medio empujaríamos y ... llevaríamos a un grado
más ventajoso nuestra agricultura, y aquellas po-
tencias, por su interés propio, protegerían nuestra
independencia...’’ Todas estas gestiones fracasaron
y el aislamiento internacional de la República fue
una realidad insuperable.
4. Por último, los negativos efectos de la gestión ad-
ministrativa y, en mayor grado, las desavenencias
y rivalidades entre grupos e individuos del sector
gobernante, contribuyeron a desacreditar el régi-
men republicano y a precipitar su caída. Un cua-
dro bastante completo de la situación económica,
a mediados del año 12, nos lo legó Coto Paúl en
una de sus cartas a Miranda (Archivo de Miranda,
t. XXIV, p. 210). Escribió el discutido tribuno lo
siguiente: “El estado actual de este pueblo es el más
melancólico que pueda presentarse a los ojos de la
humanidad. La mayor parte de sus habitantes, aún
los más pudientes gimen bajo el yugo del hambre,
y no han faltado pobres, que para esta época hayan
perecido de ella. Sobre las causas generales e inevi-
tables de esta necesidad, dimanadas de la guerra y
de la ocupación de los terrenos que producen toda
la carne y la mayor parte de los víveres, concurren
accidentes particulares, que mal manejados van a
consumar la obra de nuestra desgracia (...) Los po-
cos pueblos que nos quedan libres no tienen ya re-
cursos para suministrar alimentos a sus vecinos (...)
El comercio está paralizado de un modo que pare-
ce difícil restablecerlo, si no varía enteramente el
418 A rturo C ardozo

semblante de las disposiciones presentes. Estas son


las manos por donde el gobierno adquiere, contrae
y facilita los renglones de que carece; y estas ma-
nos protegidas en todas las naciones del mundo
han sido, unas sacadas de sus casas y del medio
de sus especulaciones para dirigirlas al ejército y,
otras, confundidas en prisiones, las más duras por
el simple concepto de su origen y naturaleza”.
El mismo Paúl describía el estado de la agricultura
de este modo: ”... ya no existe, sino para recordar a
esta provincia sus desgracias. Con motivo de la ley
general sobre los esclavos, se han desolado las hacien-
das. Aquellos con la esperanza de su libertad las aban-
donan y vienen a presentarse al gobierno en donde
son admitidos generalmente sin distinción de edades,
robustez ni tamaño. Los propietarios se encuentran
en campaña o sus mayordomos...” Y agregaba: “...
Obran las pasiones particulares, como la justicia mis-
ma. Se presenta un teatro de venganza bajo los aus-
picios de la ley más importante; y finalmente, bajo
ciertas intrigas indecentes y bajas, se pretende entrar
en el mando de este gobierno por alguno que ha au-
xiliado la mayor parte de la opresión...”
La dictadura de Miranda fue impuesta por las necesi-
dades militares, pero a pesar de ello la oligarquía cara-
queña le hizo una oposición subterránea, muy tenaz.
Se dio la contradicción, por una parte, entre la disci-
plina militar y el conjunto de medidas dictadas para la
emergencia y, por la otra, los tradicionales privilegios
a que jamás quisieron renunciar sus beneficiarios: se
sintieron lesionados por la dictadura ejercida por quien
no era de su estamento. En los últimos momentos dé
la República los mantuanos trataron, sin éxito, de inte-
grarse en un movimiento civil y antimilitarista.
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 419

Las disensiones entre los sectores gobernantes,


sumadas a la insurrección de los esclavos de Bar-
lovento que en un momento amenazaron con ir
sobre Caracas, decretaron el final del ensayo repu-
blicano patrocinado por la oligarquía. Represen-
tada ésta por sus más notables personajes empe-
zó a perder interés por la independencia: muchos
desertaron y amnistiados por el Rey se pusieron a
su servicio; otros se marcharon al exterior y sólo
regresaron al país después de la segunda batalla de
Carabobo (1821) dispuestos a unificar la oligar-
quía y a recoger para sí los frutos de la guerra y de
la independencia. Muy pocos, entre ellos Simón
Bolívar, continuaron la lucha por la independen-
cia: este pequeño grupo interpretó cada vez mejor
la realidad del país, viviendo y comprendiendo sus
contradicciones.
La capacidad demostrada por el Libertador y los
dirigentes de la guerra permitió aprovechar las
condiciones internas y externas que se mantuvie-
ron a lo largo de los ocho años de lucha. Lograron
que las masas populares combatieran por la inde-
pendencia, inspirándose en reivindicaciones muy
sentidas y que soldados expertos y armas llegaran
a vitalizar el movimiento. Ese gran esfuerzo colec-
tivo empezó a integrarse en 1813 y condujo a la
independencia. Los sucesos de los años que van de
1810 a l 812 no pueden ser considerados sino pre-
cursores: constituyen sólo un ensayo de indepen-
dencia, un proyecto frustrado de la oligarquía.
420 A rturo C ardozo
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 421

Capítulo cuarto

La guerra de la independencia

La guerra de independencia se inició realmente con las campañas mi-


litares de Simón Bolívar en el Occidente y de Santiago Marino en el
Oriente durante 1813. A partir de este año hasta la culminación de
la lucha con la decisiva batalla de Carabobo en 1821, la sociedad ve-
nezolana sufrió profundos cambios en los más variados aspectos. La
actividad económica se contrajo porque el movimiento bélico incidió
sobre la fuerza de trabajo ocupada mayoritariamente en la producción
agropecuaria, sobre la tenencia de las más importantes fincas rurales y
también sobre el comercio, el transporte y las vías de comunicación. En
correspondencia con los efectos provocados por la guerra en la estruc-
tura económica, la sociedad estamental de las regiones agrícolas sufrió
notables deterioros y, al calor de la lucha misma, se atenuaron algunas
contradicciones sociales mientras otras se agudizaban: paulatinamente
se fue moldeando una nueva correlación de fuerzas a través de la cual las
clases media y baja, atraídas por las promesas de cambio, se agruparon
del lado patriota, mientras que las fuerzas que pretendían restablecer
el orden colonial (aun cuando antes hubiesen sido independentistas)
rodearon las tropas expedicionarias que defendían la causa española.
En los dos bandos contendientes fue notable la tendencia a sustituir los
regímenes de hecho por autoridades constitucionales, ejércitos regula-
422 A rturo C ardozo

res y sistemas fiscales ciertos. En el ámbito ideológico los dos bandos


utilizaron los fundamentos filosóficos o religiosos indistintamente. El
triunfo de las fuerzas independentistas se dio en el momento en que
las mayorías nacionales, conducidas sabiamente por Bolívar y otros
caudillos que captaron con suma sensibilidad el momento histórico y
aprovecharon al máximo las condiciones favorables para formar un gran
movimiento nacional y popular hasta lograr el triunfo en la segunda
batalla de Carabobo (1821).
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 423

I. La Ruina Económica
Durante la guerra (1813-1821) se paralizó la actividad eco-
nómica en algunas ramas de la producción, mientras que en
otras se redujo al mínimo. Sufrieron los mayores perjuicios
las regiones que fueron escenario de los desplazamientos
militares que cayeron alternativamente en poder de uno u
otro bando. La mano de obra utilizada en las labores agro-
pecuarias (fuentes de la fundamental riqueza nacional) se
marginó mayoritariamente de la actividad productiva para
enrolarse en algunos de los movimientos armados en lucha
o para constituir bandas errantes y autónomas. Las fincas
rurales, por otra parte, fueron objeto de las medidas de se-
cuestro y confiscación decretadas tanto por las autoridades
coloniales como por las insurgentes al sancionar la partici-
pación política de los terratenientes. Ambos bandos incau-
taban las cosechas y productos negociables a fin de obtener
recursos para financiar la guerra. También las relaciones de
intercambio y comercio se vieron frecuentemente interrum-
pidas, no sólo por la alteración del orden interno, sino por
las medidas precautelativas de los países extranjeros. Tal si-
tuación impedía la salida al exterior de los diezmados pro-
ductos agropecuarios y agravó la crisis económica; por últi-
mo los caminos y vías fluviales o marítimas, perdieron toda
seguridad por la presencia frecuente de patrullas armadas de
distinto origen. A la inseguridad se sumó el deterioro de los
caminos. La incomunicación se hizo casi absoluta.
a) De una manera general podemos afirmar que el proceso
de ruina económica se inició desde el primer año de
guerra y se mantuvo con efectos cada vez más desastro-
sos a lo largo de los ocho años de incesante lucha:
1. En 1813 ya eran cuantiosos los daños provocados
por la guerra a la economía del país. Así lo observó
el Libertador en su proclama del 13 de abril del
424 A rturo C ardozo

siguiente año: “... Los pueblos enteros han cesa-


do de vivir y las poblaciones no son ya más que
escombros o pavesas. Los seres que han escapado
sólo ha sido de la muerte, pero no del deshonor,
no de la miseria, no de la persecución más atroz:
han salvado la vida a costa de todos los sacrificios...
Una devastación universal, ejercida con el último
rigor, ha hecho desaparecer del suelo de Venezuela
tres siglos de cultura, de ilustración y de industria.
Todo ha sido anonadado...”
2. Del lado español, el gobernador Manuel Cajigal
corroboró la misma ruina al enjuiciar los efectos
del gobierno de Tacto de Monteverde: “... no ocu-
pará otro lugar que el destinado a la execración
militar y al llanto eterno de una hermosa provincia
arruinada, saqueada y robada a favor de la indisci-
plina de su ejército y de la ignorancia y presundia
de su jefe cuyas esclarecidas hazañas las patentizará
el tiempo...” (Manuel de Cajigal, Memorias, Cap.
VIH, p. 85).
3. También del mismo bando realista el gobernador
Francisco Tomás Morales (el temible Morales) dejó
constancia en su “Proclama a los Venezolanos” del
2 de abril de 1816, de una situación que estaba a
la vista de todos: “... Sólo habéis visto ruina del
comercio, el abandono de la agricultura, el olvido
de la industria y la ocupación de vuestras personas
en ejércitos indisciplinados...”
4. En vísperas de la batalla de Carabobo (1821) el
jefe del ejército español General Pablo Morillo en
su “Informe al Secretario de Estado y de la Go-
bernación de Ultramar”, fechado el 24 de abril, se
expresó así: “... no sé si la expedición que se puso
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 425

a mi cargo fue el (medio) más a propósito para


asegurar y consolidar la tranquilidad de aquellos
países. Una tierra devastada, empapada de la san-
gre que había derramado el furor de los partidos,
pueblos desiertos o reducidos a cenizas, el comer-
cio y la agricultura destruidos, las principales for-
tunas disipadas, no podían ofrecer asilo alguno
para mantener la fuerte expedición de mar y tierra
que llegó conmigo a las costas de Venezuela”.
b) El proceso de la producción agrícola y ganadera, bases
(como se ha dicho) de la economía, sufrió en forma
directa el impacto de la guerra por ser precisamente la
fuerza de trabajo la solicitada en primer término para el
esfuerzo bélico. Ambos bandos la reclutaron para incor-
porarla a las filas combatientes; cuando logró evadir los
enrolamientos forzosos formó grupos armados y erra-
bundos que periódicamente atacaban haciendas y hatos
para saquearlos. En cualquiera de los casos planteados
los trabajadores del campo abandonaron los cultivos y
el pastoreo.
1. En los inicios de la Campaña Admirable de 1813,
Bolívar y los jefes subalternos incorporaron al ejér-
cito patriota centenares de indios agricultores de los
páramos andinos. Es muy expresiva la frase de Ca-
racciolo Parra Pérez que de seguidas transcribimos:
“... En Niquitao viose una cosa, extraordinaria por
ser la primera vez; Ribas y Urdaneta reconstruyeron
su división con los prisioneros realistas, todos vene-
zolanos y licenciaron sus propias tropas bisoñas e
indisciplinadas formadas por indios de los páramos
de Mérida los cuales apunta Baralt se fueron a sus
casas cargados de botín...” (C. Parra Pérez. Marino
y la Guerra de Independencia, t. 1, p. 518).
426 A rturo C ardozo

2. Son numerosos los decretos del Libertador llaman-


do a filas a los nativos que estuviesen en condi-
ciones físicas para tomar las armas. Estas personas,
con toda seguridad, formaban la fuerza de traba-
jo por excelencia: en Cúcuta el 1ro. de marzo de
1813 llamó a las filas a todos los nativos y ofreció
amnistía a los que hubiesen colaborado antes con
el enemigo. En Trujillo, el 15 de junio del mismo
año, repitió el llamado en la famosa Proclama de
Guerra a Muerte. En Puerto Cabello, el 28 de ene-
ro de 1814, hizo un nuevo llamado a filas y ofreció
el indulto. En Campano, el 2 de junio de 1816,
decretó el alistamiento obligatorio de todos los
habitantes comprendidos entre los 14 y 60 años
de edad. En Angostura (hoy Ciudad Bolívar), el
12 de febrero de 1818, amnistió a los nativos que
hubieran servido en los ejércitos españoles siempre
que se alistasen en las filas patrióticas. Lo mismo
decretó en Villa de Cura el 1ro. de marzo del men-
cionado año. En 1821, cuando preparaba la cam-
paña que hubo de culminar en Carabobo, cubrió
las plazas del ejército con trabajadores del campo,
libres o esclavos. Recuérdese la proclama de La
Ceiba (pueblo lacustre de Trujillo) fechada el 23
de octubre de 1820.
3. Idénticos llamados se hicieron en el frente rea-
lista: ahí también las tropas se formaban con los
reclutamientos forzosos ejecutados dentro de la
población campesina. Así por ejemplo, la llamada
Junta de Pacificación de Venezuela en su “Infor-
me Confidencial” para el Secretario de Estado del
Despacho de la Gobernación de Ultramar, fecha-
do en Madrid el 26 de junio de 1821, asentaba lo
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 427

siguiente: “Ha sido y es necesario emplear medios


violentos e inconstitucionales para su aumento y,
aún para su conservación y reposición de las ba-
jas que causan las enfermedades y las deserciones.
(...) gentes sin opinión, acostumbradas a la sangre
y dispuestas en mucha parte a seguir el partido que
presenta más ventajas para el robo y a volverse a
sus casas, y “esconderse en los montes, siguiéndose
las consecuencias que están a la vista cuando se les
persigue”.
4. Muy abundantes fueron los llamados “grupos de
bandoleros”, que estaban formados por personas
de muy variado origen: algunos eran esclavos que
habían huido de las haciendas para liberarse de las
relaciones esclavistas de producción, otros eran
individuos desprovistos de tierras o arruinados.
Todos coincidían en el hecho de huir de los re-
clutamientos de ambos bandos; se internaban en
las montañas y afloraban periódicamente en los
caminos, en las haciendas y hatos o en los case-
ríos para obtener provisiones de alimentos y armas
mediante la violencia. Estos grupos nómadas en-
torpecieron la actividad político-militar de los dos
movimientos en pugna; por eso, cuando fallaban
las vías de la persuasión (lo cual siempre aconteció)
se les reprimía bajo todas las formas disponibles.
Dentro del campo patriota hallamos innumerables
ejemplos de estas medidas:
— En Valencia, el 21 de diciembre de 1813, el Li-
bertador dictó un decreto donde se estableció
un conjunto de disposiciones sobre los bando-
leros y en el que se creaba un cuerpo cívico en
cada partido capitular para organizar la defensa
428 A rturo C ardozo

de las poblaciones contra estos grupos irregu-


lares. Treinta y ocho días después ofreció el in-
dulto a los bandoleros que se le incorporasen.
— El mismo Bolívar ordenó el 21 de junio de
1816 la destrucción de “un cortijo o guarida”
de los habitantes de Carúpano Arriba, renuen-
tes a servir a la República.
— En Cúcuta, el 15 de febrero de 1820, luego de
libertar la Nueva Granada, el General Bolívar
decretó la pena de muerte para los autores de
robos y violencias y también para los desertores.
En el campo realista también se dejó sentir el pro-
blema de las bandas errantes y se trató de buscarle
diversas soluciones:
— Los caudillos irregulares de las tropas españo-
las, como lo fueron Boves, Morales, Zuazola,
etc., intentaron con relativo éxito atraerlos a
sus filas, ofreciéndoles el botín de sus saqueos.
— El gobernador Salvador Moxó en sus “Dispo-
siciones gubernativas circulares”, publicadas en
la Gaceta de Caracas el 7 de mayo de 1817
(No. 130), estableció la obligación de las auto-
ridades de perseguir con gratificación a los es-
clavos, ya que éstos eran “... los más propensos
a ejecutar empresas criminales”.
c) Las unidades de la producción rural, especialmente las
haciendas y los hatos, quedaron sometidas a las contin-
gencias de los episodios de la guerra: la actitud políti-
ca de sus propietarios, su actividad en favor de uno u
otro bando, determinó que a la hora de la ocupación de
una zona por alguno de los ejércitos contendientes se
ejercieran represalias de distinto orden, entre las cuales
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 429

figuraba la privación del goce y disfrute de las fincas rús-


ticas. En reiterados casos, además del secuestro, se llevó
a cabo la confiscación.
Dentro del campo patriota podemos recordar:
1. En el “Plan para libertar a Venezuela” redactado por
Antonio Nicolás Briceño (16 de enero de 1813) se
estableció que “Las propiedades de todos los espa-
ñoles europeos que se encontrasen en el territorio
rescatado se dividirían en cuatro partes”: una sería
para los oficiales expedicionarios, la segunda para
los soldados y clases; las dos partes restantes pasa-
rían al Estado en calidad de reserva. Este proyec-
to, nunca puesto en ejecución por la muerte de su
autor a manos de la justicia española, contemplaba
que “Las propiedades de los naturales del país se-
rían respetadas y no entrarían en esta división, pues
si el gobierno los juzgaba traidores, la privación y
confiscación de sus bienes sería enteramente para el
Estado”.
2. Simón Bolívar durante el mes de diciembre de 1813
designó un Juez de Secuestros y le determinó pautas
procedimentales para cumplir su cometido; de las
sentencias dictadas por este magistrado conocería
en apelación “el Gobernador político del Estado”.
3. El General Manuel Piar, luego de liberar la provin-
cia de Guayana, ordenó el 9 de marzo de 1817 el
embargo de todos los bienes pertenecientes al Rey,
a los capuchinos y a los españoles y canarios. Im-
puso la obligación de inventariarlos previamente y
conservarlos del mejor modo.
4. El decreto dictado por el Libertador el 3 de sep-
tiembre de 1819 dispuso que: “Todos los bienes y
propiedades muebles e inmuebles de cualquiera es-
430 A rturo C ardozo

pecie y los créditos, acciones y derechos correspon-


dientes a las personas de uno u otro sexo que han
seguido al enemigo al evacuar este país tomando
parte activa en su servicio, quedan secuestrados y
confiscados a favor del Estado y se pondrán desde
luego en arriendo, administración o depósito según
su naturaleza”. Y agregaba: “Todas las haciendas y
propiedades de cualquier especie pertenecientes a
los padres capuchinos y demás misioneros que han
hecho voto de pobreza, quedan confiscados a favor
del Estado”.
También dentro del campo realista se decretaron estas
medidas punitivas de carácter económico:
1. Domingo Monteverde durante su corto y repre-
sivo gobierno promulgó la llamada “Ley de Con-
fiscación” que afectaba las propiedades de los pa-
trocinantes de la efímera república de 1811. Creó
además una “Comisión de Secuestros”, encargada
de aplicar la confiscación. Según el columnis-
ta J.R.M. de la Gaceta de Caracas en su No. 24,
correspondiente al 16 de septiembre de 1813, en
los juicios sumariales abiertos contra los patriotas
hubo graves irregularidades en los inventarios y en
los remates que condujeron a enriquecimiento ilí-
cito que en muchos casos se aproximaban al pilla-
je.
2. El “Plan de Gobierno para la Junta de Secuestros”,
dictado por el Gobernador Salvador Moxó, el 2 de
junio de 1815 elaboró tres categorías de las per-
sonas cuyos bienes debían ser secuestrados: en la
primera se ubicaba a los autores y coautores y a los
caudillos de la revolución; en la segunda figuraban
aquellos que por mantener una opinión y con-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 431

ducta puramente pasivas o inoficiosas siguieron el


partido de los insurgentes, sin solicitar ni obtener
gracias, premios o empleos; en la tercera y última
clase fueron colocados quienes habían sido cons-
treñidos por la fuerza o circunstancias y emigraron
a la entrada de las tropas realistas. Para cada una de
estas categorías se fijaron disposiciones especiales
sobre secuestros.
3. Una fuente aparentemente neutral, el “Informe”
del Capitán Sterling, señalaba el efecto inmediato
de la guerra sobre el mercado de valores inmobi-
liarios: las haciendas sufrieron una alarmante de-
preciación, tanto que las fincas rurales que habían
sido hipotecadas con anterioridad a la insurgencia,
cargaban con deudas. Agrega el informante que
muchos deudores morosos prefirieron abandonar
sus propiedades a la voracidad de los acreedores.
d) La ruina de la agricultura trajo como consecuencia el
decaimiento de las exportaciones e importaciones. La
guerra bloqueó por sí sola las relaciones comerciales con
el exterior y creó en el interior, un estado de inseguridad
absoluta para el intercambio, por las emboscadas en los
caminos y por el esquilme que realizaban los cuerpos
armados en los fondos de comercio.
1. El ya citado “Informe” Sterling para demostrar la
decadencia del comercio revela que: “... Las gentes
no tienen ya medios de comprar artículos extran-
jeros y los comerciantes no van a vender a crédito
cuando todo está al borde de la ruina. Hay, pues,
pocas importaciones y éstas se limitan a merca-
derías destinadas a las necesidades inmediatas del
pueblo: artículos ingleses y baratos en algodón,
una pequeña porción de vino y moneda de Espa-
432 A rturo C ardozo

ña, harina de Norteamérica. Las exportaciones,


Consistentes en cacao, café, algodón y tabaco, se
hacen en general a beneficio de los jefes que enca-
bezan el partido predominante y exceden conside-
rablemente a las importaciones, pues el objeto de
acumular un fondeen algún lugar distante y segu-
ro por si las circunstancias obligaren a los dueños
a abandonar la provincia...” Más adelante agrega:
“... Todas las comunicaciones entre puntos distan-
tes están cortadas, excepto donde las necesidades
requieren el envío de estafetas militares...”
2. Bajo el dominio realista el Ayuntamiento de Ca-
racas hizo innumerables gestiones ante las Cortes
y Autoridades españolas para que se decretase la
libertad de comercio. Con este fin envió a Madrid
una delegación que llevaba el objetivo de obtener
la libertad de tráfico para los barcos de propiedad
y tripulación nacionales y, además, agenciar em-
préstitos con los comerciantes peninsulares en fa-
vor de los comerciantes y hacendados venezolanos.
Ninguno de estos objetivos se logró. No fue sino
en 1826 cuando el gobierno español concedió la
libertad de comercio y suprimió el tráfico de es-
clavos para las pocas colonias que le quedaban. En
cambio, el Libertador decretó el 3 de septiembre
de 1817 para la recién liberada provincia de Gua-
yana el libre comercio por sus ríos y puertos.
3. El Real Consulado de Caracas dejó constancia en
el acta levantada el 1ro. de junio de 1815: “... que
han perdido sus vidas y capitales un considera-
ble número de comerciantes por mayor y menor
a manos de los facciosos, en términos que no ha
quedado ninguno en las poblaciones interiores y
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 433

puertos de mar; que este vacío tan precioso para la


circulación industrial y rural como la de la sangre
en el cuerpo, no puede reponerse por otros me-
dios que por aquellos que los formaron, esto es,
de una constante aplicación al trabajo; que para
conseguirse esto lo principal es una perfecta tran-
quilidad y seguridad en la circulación de los pocos
intereses que han quedado a los comerciantes y
agricultores; que las fortunas hechas en trescien-
tos años han desaparecido en un año de rebelión:
que la reposición de ellas requiere tiempo y tiempo
pacífico; que el numerario está muy escaso porque
hasta los vasos sagrados se han llevado los faccio-
sos; que convendría que viniese algún dinero de
Veracruz, pero que los corsarios de Cartagena tie-
nen interceptadas las recaladas y pasos de la isla de
Cuba y Puerto Rico, por lo que se retraen los espe-
culadores de hacer para acá como lo han hecho en
tiempos anteriores...”
4. El dominio patriota sobre la provincia de Guaya-
na y la constitución de un gobierno en Angostu-
ra (hoy Ciudad Bolívar) permitieron un gradual
restablecimiento de relaciones comerciales con el
exterior. Estos hechos los confirmó el General Pa-
blo Morillo, a su manera, en su carta fechada en
Valencia el 12 de septiembre de 1819, dirigida al
Ministro español de la Guerra. Las siguientes son
sus frases: “... El comercio, la industria y la agri-
cultura, paralizados enteramente nada producen al
Erario Real; las fortunas más brillantes, arruinadas:
las haciendas y los hatos inmensos de ganado, des-
truidos; nada ha quedado en estas provincias más
que un número crecido de acreedores que claman
434 A rturo C ardozo

continuamente por sus pagas y una multitud de


pensionistas, de empleados y de atenciones que
han multiplicado la revolución y las guerras. (...)
La codicia de los comerciantes extranjeros, parti-
cularmente los ingleses, les ha abierto (a los patrio-
tas) sus almacenes en Europa y en las Antillas y con
la esperanza de adquirir haciendas o de recibir en
cambio los ricos frutos de este Continente, con-
curren a porfía a suministrar a los rebeldes cuanto
puedan desear”. (C. Parra Pérez, Marino y la Inde-
pendencia de Venezuela, t. III, pp. 198-199).
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 435

II. El Deterioro del Orden Social


La ruina de la economía, acentuada año (ras año por la
prolongación de la guerra, provocó gravísimos deterioros al
orden social existente y alentó notables cambios en las opi-
niones y actitudes de las distintas clases sociales con respecto
al fenómeno político de la independencia. La oligarquía dé
las provincias y muy especialmente la caraqueña, entibiaron
(por decir lo menos) su fervor independentista y sus más
connotados representantes emigraron hacia Cuba, Puerto
Rico o Trinidad; en muchos casos, asustada por haber des-
alado con el golpe de listado de 1810 el nudo de todas las
contradicciones sociales, en las cuales ella aparecía como el
principal adversario, renunció a su caro proyecto de eman-
cipación colonial para lomar en sus manos el poder político
y, dando marcha atrás, empezó a apoyar la dependencia de
España como único medio para mantener en el seno de la
sociedad colonial su papel de clase privilegiada. En el ángulo
opuesto las capas medias, el campesinado y, sobre todo, los
esclavos empezaron a ver en la insurgencia emancipadora las
posibilidades de liberarse del orden socioeconómico que los
oprimía: así, en la medida que la oligarquía territorial iba
abandonando la causa independentista para alistarse en el
campo de la dependencia colonial, las capas populares (muy
especialmente las medias) fueron desvinculándose del mo-
vimiento realista para incorporarse con oficiales y soldados
a las tropas republicanas. Cuando las autoridades españolas
que hasta 1814 habían tratado de exacerbar las contradic-
ciones de las clases populares con la oligarquía dieron un
viraje en su política para tratar de reconstruir el viejo orden
colonial, los estamentos oprimidos empezaron a ver en la re-
pública independiente la solución posible de sus aspiracio-
nes de clase. Los dirigentes del movimiento liberador, por su
parte, trataron de robustecer esas corrientes de opinión con
sus reiteradas promesas reivindicativas.
436 A rturo C ardozo

a) Ya hemos contemplado cómo la oligarquía de las sie-


te provincias confederadas fue la promotora entusias-
ta del suceso político que comúnmente llamamos “la
primera República”. Se trataba de un plan elaborado
por ella para asumir el poder político dentro de un ré-
gimen constitucional en el cual sólo sus representantes
habían participado con sus opiniones y votos; se procu-
raba que la estructura económica y el orden estamental
permanecieran incólumes y que las novedades quedasen
circunscritas al campo político. Pero aconteció lo im-
previsto: las clases populares ni aceptaron esa república
de propietarios ni permanecieron pasivas. A través de
movimientos inconexos (ya lo hemos visto) y bajo la
dirección de jefes improvisados, se situaron en el bando
opuesto hasta lograr el derrumbe del ensayo republica-
no. Después de la capitulación de Miranda ante Mon-
teverde en 1X12, aleccionada por la experiencia vivida,
solicitó y obtuvo el indulto del Rey: abiertas las rejas
de los pontones y cárceles, regresó la oligarquía a sus
casonas y al disfrute de sus propiedades y riquezas. Ha-
bía logrado salvar su papel de clase privilegiada dentro
de la sociedad colonial. La mayoría de los próceres de
la primera República, temerosos de los movimientos
igualitarios que habían desatado entre las clases bajas,
renunciaron a sus ideas de independencia y se pasaron
de lleno al campo colonialista. Cuando en 1813 avan-
zaron Bolívar desde Occidente y Marino desde Oriente,
logrando temporalmente liberar una gran porción del
territorio nacional, los oligarcas emigraron hacia el ex-
terior y ésta sería su norma de conducta cada vez qué las
tropas patriotas realizaban campañas exitosas de libera-
ción. Desde 1813 hasta el primer semestre de 1821 la
identificación de la oligarquía con el régimen colonial
se hizo cada vez más evidente. Algunos (muy pocos, por
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 437

cierto) se mantuvieron ausentes del país durante toda la


guerra como asilados en las posesiones británicas.
1. “Al acercarse a Valencia el ejército libertador —es-
cribe Parra Pérez cuando estudia la campaña militar
de Bolívar el año 1813— comenzaron a embria-
garse los pardos de aquella ciudad y a amenazar a
los blancos en sus vidas y bienes. Los de la guardia
de Monteverde decían que antes de abandonar la
ciudad matarían a éstos, inclusive a algunos miem-
bros de la Audiencia. Extendióse el terror. Los
barcos, en Puerto Cabello, se llenaron de fugitivos
para las Antillas. Los pueblos aclamaban al Liber-
tador. Las tropas pasaban a los patriotas. Aún los
canarios desertaban en masa, abandonando a las
autoridades. El primero de agosto sólo quedaban
en Caracas ciento setenta y cuatro soldados. Repe-
tíase el mismo fenómeno de desaliento y cobardía
que tanto contribuyera a la pérdida de Miranda”.
(C. Parra Pérez, Marino y la Independencia de Ve-
nezuela, t. I, p. 252).
2. En el Boletín, fechado en Puerto Cabello el 8 de
septiembre de 1813, el General Rafael Urdane-
ta al denunciar hechos vandálicos cometidos por
“los implacables y feroces españoles” dejó cons-
tancia de que en esos mismos días “... se habían
puesto en combustión todos los pueblos pacíficos
de Paracotos, Tuy, Santa Lucía, Santa Teresa, San
Francisco de Yare, Ocumare, Cúa, Tácata y Chara-
llave donde, reuniéndose las esclavitudes y demás
vecinos ignorantes, han formado grupos de bandi-
dos de más de dos mil hombres que han cometi-
do excesos capaces de conmover al más inmoral y
corrompido. Mujeres, niños, ancianos, todos han
438 A rturo C ardozo

sido víctimas de esos antropófagos: por todos los


campos y pueblos donde han transitado han lle-
vado la muerte, el pillaje y el incendio, dejándolos
sembrados de cadáveres mutilados y de escombros
espantosos”. (General Rafael Urdaneta. Boletín del
Ejército Libertador de Venezuela, Puerto Cabello,
8 de septiembre de 1813).
3. El Marqués y General Francisco Rodríguez del
Toro, uno de los más connotados oligarcas y Jefe
del Ejército de la Primera República manifestó al
Príncipe Regente de Inglaterra la posición de su
clase en la carta fechada en Trinidad el 5 de marzo
de 1813; el ex general de la República solicitaba
para Venezuela el protectorado británico y esgri-
mía los siguientes argumentos: “... La población de
Venezuela contiene cuatro quintas partes de hom-
bres de color cuyos anhelos y ambición se hallan
estimulados por las esperanzas que concibieron
durante los últimos años. Su único freno era el res-
peto que conservaban por las familias principales
por las cuales o por cuyos antepasados habían sido
liberados, y familias de cuya influencia los españo-
les deberían estar agradecidos por haberlos salvado
del cuchillo en varias ocasiones. Así, pues, están en
este momento lodos los notables o encarcelados o
ausentes por terror, tanto que nadie queda para lle-
nar los miserables cargos del Ayuntamiento. ¿Cuál
será el resultado? Que al fin las gentes sacudirán
el yugo de los pocos españoles que las oprimían y
emanciparán a los esclavos y entonces esa multitud
sin principios renovará, por desgracia, en nuestro
país las escenas trágicas del Guárico y Santo Do-
mingo, cuyo ejemplo, como chispa eléctrica, pue-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 439

de comunicarse a estas colonias, tan cercanas y ha-


bitadas por las mismas clases de hombres”.
4. El Capitán Sterling en su Informe al Contralmi-
rante Harvey, fechado en febrero de 1817; hacía las
siguientes observaciones: “... Mandan los mismos
hombres pero ya no es el mismo partido que al prin-
cipio de la revolución y prosiguiendo una política
errónea levantó el estandarte rebelde. Cuando los
insurgentes derribaron la autoridad real, su partido
no mostró ni buen juicio ni espíritu público; así,
cuando en mayo último desembarcaron de nuevo
en la provincia de Cumaná no podían esperar mu-
cho de los blancos y la necesidad les llevó a unir
sus intereses a los de las otras castas que tenían más
poder y mayor inclinación a ayudarlos. La primera
medida que tomaron fue ofrecer la emancipación
y la libertad de los esclavos si abrazaban su causa y
éstos no tardaron en acceder a sus deseos. Tal paso
aumentó la fuerza del partido, pero destruyó su res-
petabilidad y las pocas gentes que habían trabajado
por principió en favor de la independencia del país,
abandonaron el grupo que tanto aceleraba su propia
ruina. Además de tener conexiones con Santo Do-
mingo (se refiere, sin duda, a Haití), los insurgentes
atrajeron así, con la esperanza del botín, todos los
desertores de las Indias Occidentales”.
5. La Junta de Pacificación de Venezuela, integrada
por dos oligarcas caraqueños, presentó un Infor-
me fechado el 26 de junio de 1821 en Madrid
con carácter confidencial en el que le señalaban
al Rey: “... la necesidad de mantener en aquellos
países una fuerza militar de soldados blancos, que
sea capaz de conservar la primacía de opinión y
440 A rturo C ardozo

el respeto de las armas españolas sobre las demás,


compuestas de pardos, zambos y negros, porque
es evidente que al momento de adquirir éstas un
completo convencimiento de la superioridad de su
fuerza física, será el de la destrucción de la nues-
tra, física y moral y el de representarse sobre suelo
venezolano las horrorosas escenas del Guárico con
gran perjuicio de la Monarquía y de toda Europa”.
6. Por último, el General Pablo Morillo en su Rela-
ción al Ministro español de la Guerra, fechado el
12 de septiembre de 1819 —que ya hemos cita-
do— destacaba de un modo claro el deterioro de la
causa realista. Estas son sus palabras: “Muy pronto
quedaremos reducidos a los europeos que no lle-
gan en su total a 2.500 hombres, de los cuales el
resto del batallón de Barbastro se hallan embar-
cados en la escuadrilla real”. En frases anteriores
había dejado constancia de que a partir de la “Ex-
pedición de los Cayos” realizada por un puñado
de hombres comandados por Bolívar, Piar, Marino
y Bermúdez habían logrado formar en brevísimo
tiempo “... ejércitos numerosos y abrir el nuevo y
sangriento teatro de combates que se han seguido
después, llenando de desolación este país”.
b) Vista la situación desde el ángulo de las clases popula-
res es evidente que a lo largo de los años de guerra se
suscitó entre ellas un cambio de opinión con respecto a
la independencia. Si es verdad que inicialmente rodea-
ron a los caudillos irregulares del movimiento realista,
también es cierto que gradualmente fueron alejándose
de este bando para reforzar las filas patriotas en donde
ya se agitaban ideas y programas de cambio social. En
la medida en que las autoridades coloniales se dispusie-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 441

ron a reconstruir el viejo orden social ahora alterado,


contando con el apoyo de la diezmada y empobrecida
oligarquía, las masas de trabajadores, formadas por es-
clavos, campesinos e indios, comandadas casi siempre
por representantes de las clases medias de la ciudad y
del campo, brindaron su creciente apoyo al movimiento
emancipador. Este llegó a significar a la larga, la vía para
alcanzar la solución de las contradicciones planteadas
en su enfrentamiento con la oligarquía: libertad para los
esclavos, tierra para los campesinos y comunidades in-
dígenas que habían sido objeto del despojo e igualdad
para que las clases medias tuvieran el ascenso social a
que aspiraban.
1. Según Parra Pérez “... el Capitán Montalvo, en oc-
tubre de 1814, atribuía a las bandas de Boves el
único fin de matar a los blancos para apoderarse
de sus bienes...” El mismo historiador afirma que
algunos jefes “prometieron a la hez del pueblo, la
fortuna de las clases altas” y cita copio fuente a
Palacio Fajardo y agrega que Pulido, el gobernador
de Barinas escribía a Bolívar para informarle que
“... los pardos se alistaban en el ejército real a fin
de crearse títulos para que se les alzara sobre los
criollos o blancos al terminar la guerra” (C. Parra
Pérez, Marino y la Independencia de Venezuela, t.
I, p. 519).
2. Simón Bolívar expresaba en la “Royal Gazette” de
Kingston en 1815 que “... los jefes españoles de Ve-
nezuela, Boves, Morales, Rosete, Calzada y otros,
siguiendo el ejemplo de Santo Domingo, sin co-
nocer las verdaderas causas de aquella revolución,
se esforzaron en sublevar toda la gente de color,
inclusive los esclavos, contra los blancos criollos,
442 A rturo C ardozo

para establecer un sistema de desolación, bajo las


banderas de Fernando VIL Todos fueron instados
al pillaje, al asesinato de los blancos; les ofrecieron
sus empleos y propiedades; los fascinaron con doc-
trinas supersticiosas en favor de partido español...”
3. El gobernador Cajigal, al pasar revista a la situación
política de 1815 empezó a observar el cambio de
opinión en las clases populares con respecto a la in-
dependencia; argüía que “... en el día es un hecho
el odio general a la dominación de los europeos;
y antes sólo existía, como está probado (y a todos
cuantos se han dedicado a escribir de la revolución
en América han convenido) en los principales de las
primeras familias de las capitales, y menester es con-
fesar que con alguna razón, a menos que se tomen
providencias enérgicas para que un juicio recto haga
conocer a Venezuela que el sabio gobierno de la mo-
narquía española, nuevamente sometido a su cons-
titución, hace justicia a todas instancias, y descubre
las intrigas a favor de providencias activas y sabias:
de otro modo, es muy temible que los hechos es-
candalosos comunicados en la pacificación de Ve-
nezuela trasciendan por su continente y acaben de
disponer los ánimos a sustraerse de una dominación
que ocultamente llamaría el odio y execración de
toda América ”. (Memorias de Juan Manuel Caji-
gal, Cap. X, pp. 96-97).
4. El General Pablo Morillo en carta al Rey, fechada en
Cumaná el 28 de agosto de 1817, transmitía así sus
observaciones de la situación: “... Desde el principio
de la guerra han ido extinguiéndose poco a poco los
blancos y ya en los pueblos, tierra adentro, apenas si
se ve alguno de ellos, siendo negros y mulatos la ma-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 443

yor parte de los habitantes, hasta las mismas costas.


Con esta gente encuentran abrigo todas las noveda-
des que puedan alterar el orden y las conmociones
aquí, con cualquier pretexto, serán eternas”.
5. En el “Informe” de Mathinson a Woodford en
Trinidad, fechado el 27 de julio de 1816 se lee la
siguiente primicia: “Los indios guaiqueríes se han
juntado ahora a los independentistas con sus fle-
cheras o grandes canoas, de las cuales he visto una,
por cierto, de veinticinco remos”.
6. En el “Reglamento para el Buen Gobierno”, dic-
tado por el Gobernador de Caracas Juan Bautis-
ta Pardo el 29 de septiembre de 1817 se traza de
manera muy clara la política colonial, tendiente a
reconstruir el orden social turbado por la guerra.
Este documento oficial nos explica el por qué las
clases populares habían empezado a buscar en el
movimiento independentista la solución de sus
problemas. El numeral 43 del mencionado Re-
glamento reza así: “Las esclavitudes serán quietas,
pacíficas y subordinadas y respetuosas a sus amos,
administradores o mayordomos; corregidas por
ellos con moderación, bien tratadas y mantenidas:
educadas en la buena moral y principios de nuestra
sagrada Religión, y asistidas de lo necesario para
exigirles el trabajo que deben prestar por su dere-
cho de servidumbre”. El número 44: “La honrada
clase de los pardos y morenos libres será bien tra-
tada y protegida por los jueces y jefes de gobierno,
atendidos sus derechos y apreciada y distinguida
su buena conducta y fidelidad, recompensados sus
méritos y buenos servicios”. El 45: “Los celos y la
emulación contra las clases primeras y las erradas
444 A rturo C ardozo

máximas de una igualdad mal entendida se repu-


tarán por planes de sedición y serán corregidos
ejemplarmente. Las cualidades, clases y jerarquías
deben ser respetadas, y sus privilegios y excepcio-
nes guardados y distinguidos como que por esta
orden de graduación existen los estados...”
7. Otro gobernador de Caracas, Salvador Moxó, asen-
taba en sus “Disposiciones gubernativas circulares”,
dictadas el 7 de mayo de 1817 que “... los esclavos
prófugos, cuyo número no es pequeño, constituyen
el núcleo más propenso al delito, por lo que las auto-
ridades deben perseguirlos hasta lograr su captura...
” Ofrecía el gobernador gratificaciones que variaban
según la ubicación de los prófugos en poblados, ca-
minos, montes, cumbes o rochelas. Prohibía que los
esclavos recorriesen los pueblos durante los días fes-
tivos y también que los peones permanecieran en las
pulperías durante los días de trabajo. Ordenaba a los
Tenientes-Justicias inspeccionar los vecindarios de su
jurisdicción para averiguar la conducta de los vecinos
y su ocupación porque era necesario conocer al labo-
rioso y entresacar al vago malentretenido, sedicioso,
libertino, perturbador del orden público o propala-
dor de noticias falsas en favor de los insurgentes. Invi-
taba a los subalternos a introducirse personalmente o
por medio de espías en las casas y tertulias para saber
“... si hay reuniones de gente sospechosa, si tienen
armas, si hay consumados políticos, o si hay cabezas
desgraciadas que fascinan a incautos, alientan a pica-
ros y llenan de luto a los pueblos...” Nadie podía hos-
pedar en su casa o hacienda a persona alguna que no
portase consigo “una papeleta de la autoridad”. Era
obligatorio dar aviso a los correspondientes funciona-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 445

rios sobre personas desconocidas vistas en poblados


y caminos (Gaceta de Caracas, 7 de mayo de 1817.
No. 130. pp. 1.015-1.018).
c) En la medida en que el gobierno colonial trataba de re-
construir el orden político y social que la guerra había
turbado, los jefes e ideólogos del movimiento emancipa-
dor empezaron a utilizar nuevas consignas y programas
destinados a atraerse las clases populares, ahora descon-
tentas por el rumbo que tomaba el gobierno español. Es-
tas promesas encendían las muy caras esperanzas de las
distintas clases oprimidas como eran: para los esclavos su
libertad, para los campesinos e indios las tierras perdidas
por ellos o por sus antepasados, para las clases medias la
abolición de los privilegios estamentales y la igualdad. Es-
tas y muchas otras promesas, recogidas en decretos y alo-
cuciones de los caudillos independentistas, provocaron
el efecto deseado: aumentaba la simpatía popular por el
movimiento y simultáneamente se fortalecían los cuerpos
armados con jefes como Páez, Piar, Bermúdez, los Mona-
gas y muchos otros, salidos de las capas medias.
1. Ofreciendo la libertad a los esclavos, condicionada a
la incorporación a las filas patrióticas, se publicaron
numerosos decretos y proclamas. Destacan entre és-
tos los de Bolívar y Marino en el siguiente orden: el
dictado por Marino en 1813 durante su campaña
de Oriente; el de Bolívar en Carúpano el 2 de junio
de 1816; el también suscrito por el Libertador en
Villa de Cura el 19 de marzo de 1818 y el de la
población de El Consejo tres días después; por últi-
mo, el de La Ceiba en la costa trujillana del lago de
Maracaibo, firmado el 23 de octubre de 1820.
2. Promesas de carácter económico dirigidas a las co-
munidades indígenas fueron hechas por los patrio-
446 A rturo C ardozo

tas en diferentes oportunidades. Entre las más con-


cretas citaremos el Decreto expedido por Bolívar en
Cúcuta el 20 de mayo de 1 820 cuando se preparaba
para iniciar la campaña militar que culminaría al si-
guiente año en Carabobo. En este decreto se acor-
daba la devolución de los resguardos indígenas a sus
comunidades y, una novedad liberal, la partición de
las tierras entre los miembros de estas comunidades;
el arrendamiento de los terrenos sobrantes de las co-
munidades y su producto destinado a la creación
de escuelas; obligatoriedad del pago del salario a los
indios que trabajaren en las haciendas y obligación
de que la contratación de los indios se hiciera en
documentos firmados ante los jueces parroquiales;
prohibición de la acostumbrada privación de los
sacramentos religiosos a los indios que aparecieran
morosos en el pago de sus compromisos económi-
cos para con los párrocos, por último se les ofrecía
la libertad de trabajo, de tránsito y de comercio por
ser también hombres libres.
3. Promesas reivindicativas dirigidas especialmente a
las masas campesinas fueron también formuladas
reiteradas veces. La que recogió con mayor pre-
cisión y acierto las aspiraciones de los trabajado-
res del campo fue el Decreto-Ley dictado por el
Libertador en Guayana el 10 de octubre de 1817
sobre la Repartición de Bienes Nacionales como
recompensa a los oficiales y soldados. Dispuso
este documento que todos los bienes raíces e in-
muebles secuestrados y confiscados o que debían
ser secuestrados o confiscados, pertecientes a es-
pañoles y americanos realistas, serían repartidos y
adjudicados a los oficiales y personal de tropa. Se
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 447

previó que si tales bienes no fueran suficientes, se


recurriría a los terrenos baldíos. Las bases de la re-
partición se guiarían por la jerarquía militar, seña-
lando una suma de dinero para cada nivel y grado:

Soldado raso 500 pesos Mayor 8.000 pesos

Cabo 700 pesos Tnte. Coronel 9.000 pesos

Sargento 1.000 pesos Coronel 10.000 pesos

Subteniente 3.000 pesos Gral. de Brigada 15.000 pesos

Teniente 4.000 pesos Gral. de División 20.000 pesos

Capitán 6.000 pesos Gral. en Jefe 25.000 pesos

4. También hubo promesas destinadas a la clase media,


de típico corte liberal, dirigidas a satisfacer las tenden-
cias al ascenso social, mediante la ruptura del orden
estamental de privilegios. Son de este género las ex-
presivas frases del Libertador, contenidas en el famoso
Discurso de Angostura, leído ante el Congreso de la
República el 20 de noviembre de 1818. Al referirse a
Venezuela, se expresa así: “... constituyéndose en una
República Democrática, proscribió la Monarquía, las
distinciones, la nobleza, los fueros, los privilegios; de-
claró los derechos del hombre, la libertad de obrar, de
pensar, de hablar y de escribir. Estos actos, eminen-
temente liberales, jamás serán demasiado admirados
por la pureza que los ha dictado...”
5. Los dirigentes del movimiento emancipador trataron
de crear conciencia sobre el contenido del concepto
448 A rturo C ardozo

de nacionalidad, del vínculo psicosocial que une al


hombre con la tierra de su nacimiento, anteponién-
dolo a cualquier tipo de diferenciación racial, clasista
o ideológica. Replantearon el problema de la inde-
pendencia, enfrentando a los nacidos en el país (o en
el continente) a los peninsulares y canarios. De esta
confrontación surgía el concepto de ciudadano de
Venezuela (o de América) envuelto en. un cúmulo de
derechos y obligaciones. El primero de los deberes cí-
vicos era crear una patria independiente, liberando al
territorio y pueblo venezolanos del dominio extranje-
ro. Estos fueron los objetivos que con suma insisten-
cia plantearon los jefes revolucionarios en las procla-
mas y discursos ante la tropa, en las asambleas o en las
hojas impresas. De esta naturaleza son: la Proclama
de Guerra a Muerte, dictada en Trujillo en 1813; el
Decreto de Indulto, también dictado por Bolívar en
San Carlos el mismo año; y el de Amnistía, promul-
gado en Angostura el año 1818. Hay muchos más.
No estuvieron ausentes las ofertas e incluso algunos
planes, elaborados por los comerciantes, hacendados
grandes y pequeños, dirigidos a propiciar el desarro-
llo económico a través de la empresa privada. Bolívar,
en su decreto del 21 de mayo de 19820, firmado en
Cúcuta, creó las “Juntas Provinciales de Agricultura y
Comercio”, encargadas de promover “...el desarrollo
industrial de la Nación” (industrial equivale aquí a
oficios y artesanías). En este documento quedó defi-
nido el nivel económico del hacendado o comercian-
te al cual se refería: el primero, si tenía una propiedad
fundal o de 4.000 pesos o más y, el segundo, si poseía
un capital que no bajase de 2.000 pesos invertidos en
mercancías destinadas a la venta.
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 449

III. La Crisis del Poder Político y de la Ideología


A partir de 1816, tanto en el bando realista como en el patriota,
se acrecentó la tendencia a sustituir las situaciones de hecho en
donde prevalecían el prestigio y la voluntad de caudillos im-
provisados, dominando tropas de irregulares, por regímenes
de derecho, presididos por autoridades legítimamente consti-
tuidas, respaldadas por ejércitos disciplinados que ajustaban su
conducta al derecho de gentes. Dentro de esa tendencia iba en-
vuelta la idea de institucionalizar las fuerzas armadas, de dotar
a los gobiernos de ambos bandos de un conjunto de leyes polí-
ticoadministrativas que, al regular la conducta de los funciona-
rios del Estado, generase una idea de legalidad, capaz de atraer
la confianza c inculcar la seguridad anímica. Esa política hacia
la juridicidad llegó a implantarse, al menos, hasta la fase legis-
lativa o meramente abstracta, a pesar de que la marcha misma
de las operaciones militares reclamaba un poder de decisión
militar, expedito, rápido y eficaz.
a) Es notorio que en los primeros años de guerra, tanto
en el campo español como en el independentista, se
constituyeron grupos armados irregulares, al frente de
los cuales nunca o casi nunca estuvieron oficiales pro-
fesionales. También es conocido el hecho de que estos
jefes tan irregulares como sus tropas, jamás detentaron
una autoridad de origen legítimo, institucional. Por el
contrario, las tropas de ambos bandos fueron montone-
ras indisciplinadas con soldados y oficiales improvisados
e intuitivos que reconocieron como jefes a las más au-
daces, voluntariosas y dominantes personalidades que
en la práctica supieron conducirlos. Pero esta situación
empezó a mostrar tendencias al cambio a partir de 1815
hasta culminar en la organización de ejércitos discipli-
nados y jerarquizados sobre los cuales ejercían el mando
jefes revestidos de legitimidad.
450 A rturo C ardozo

1. Según el historiador C. Parra Pérez —varias veces


citado— “... lo que caracterizó la lucha de Vene-
zuela y la distinguió de las de otras regiones his-
panoamericanas fue la aparición en las filas reales
de caudillos “irregulares”, surgidos del bajo fondo,
que arrastraron la multitud al combate por el pi-
llaje y la destrucción y quienes revelaron talento
militar innegable y un conocimiento perfecto de
la mentalidad del pueblo y de las castas multico-
lores que formaban la mayoría de la población del
país. Boves, Morales, Yáñez son los tipos de aque-
llos caudillos atroces. Boves sobre todo, especie de
tartán asirio, degollador e incendiario, será el jefe
supremo de las bandas sublevadas. Torrente infer-
nal le llamará Bolívar, que arrambló el país y lo
dejó exhausto por un siglo...” (C. Parra Pérez, ob.
cit., t. 1, p. 243).
2. Un testigo calificado, el Gobernador y General
español Juan Manuel Cajigal, al estudiar la orga-
nización del ejército colonial para 1815 y años
anteriores, aseguraba que había sido objeto de
desorden e insubordinación y, para comprobar
esta afirmación se explicaba así: “A los tres años de
guerra había desaparecido la disciplina y figuraba
sólo el esqueleto de un cuerpo que otro tiempo
estaba animado...” Explica el militar peninsular
que los ascensos y nombramientos se lograban por
favores y no por méritos; que no se utilizaban los
conductos jerárquicos para las quejas sino las rela-
ciones familiares; que no se cumplían las órdenes
por altanería de los subalternos y el celo enervado
de los superiores. El General Cajigal se lamentaba
de que el ejército español fuese considerado por
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 451

las naciones aliadas como “... una carga o pensión


para operaciones militares...” El crítico General
llegaba hasta considerar como “... una necesidad
poner oficiales ingleses a la cabeza...” (Juan Ma-
nuel Cajigal, Memorias, Cap. VI, pp. 72-73).
3. El Mariscal de Campo Pablo Morillo, jefe del ejér-
cito expedicionario enviado a Venezuela en 1815,
empezó a legitimar el comando de las fuerzas ar-
madas españolas y a institucionalizar el gobierno
y la administración pública. Son de él estás frases:
“El ejército expedicionario de Costa Firme, dise-
minado en el inmenso territorio que debió conser-
var y defender a la Nación, se encontró muy débil
para pelear contra los numerosos enemigos que
por todas partes se levantaban desde la insurrec-
ción de Margarita; y Bolívar con la expedición que
formó en Los Cayos de San Luis, llevó nuevamen-
te la guerra a Venezuela y abrió el sangriento teatro
de combates que con tanta gloria de la; armas es-
pañolas se ha sostenido hasta la época del armisti-
cio; en ci ye tiempo, luchando no sólo contra los
habitantes armados, sino contra más de ocho mil
ingleses que desde la batalla de Waterloo pasaron
a servir la causa de los disidentes, se ha probado
de una manera indeleble lo que puede la lealtad y
constancia de los soldados españoles”. (Pablo Mo-
rillo, Carta al Rey, antes citada).
4. Del lado patriota existen también descripciones de
los grupos irregulares inicialmente formados: una
de ellas, quizás la más objetiva, proviene del Capi-
tán Sterling, en su ya mencionado Informe: “Hay
una parte de la milicia de este país —dice el oficial
británico— que merece atención. Son los hombres
452 A rturo C ardozo

llamados llaneros, que forman una especie de fuer-


za irregular y quienes eligen sus propios jefes. An-
tes de la Revolución habitaban y eran pastores en
las inmensas pampas que se extienden hasta el Ori-
noco. Son de raza mezclada, pero en ellos se han
fundido las marcas de sus distintos orígenes para
formar un tipo a la vez peculiar y nuevo. Robus-
tos, activos y feroces, realizan jornadas asombrosas
y pueden soportar toda suerte de privaciones; su
modo usual de pelear es a caballo y armados de lan-
za. Se parecen mucho a los cosacos, pero les exce-
den en crueldad y desesperado valor. Estos fueron
los hombres empleados por Boves dos años atrás
para subyugar al país, y desde entonces, habien-
do sido llamados a las armas por ambos partidos
contendientes, muestran poca inclinación a volver
a sus antiguas ocupaciones. Distinta de todas las
demás en maneras, intereses y opiniones, esta clase
tiene grandes probabilidades de ganar ascendiente
sobre todo el resto...” Como es sabido, fue a partir
de 1814 con la llegada a los llanos apúrenos de
una: guerrilla procedente de Casanare, en donde
venía el catire José Antonio Páez, cuando empeza-
ron los llaneros su gradual incorporación al campo
patriota. Un año después las guerrillas llaneras se
habían multiplicado: la de Zaraza en Guárico, la
de los Monagas en Barcelona, las de Rojas y Bárre-
lo en Maturín, la de Cedeño en el Orinoco, etc.
5. Factor importante para la transformación de las
incoherentes bandas armadas en ejército regular al
servicio de la independencia fue la participación
de militares extranjeros en la Legión Británica. El
licenciamiento de tropas ocurrido en Europa des-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 453

pués de la derrota de Napoleón en la batalla de


Waterloo (1815) creó un grave problema de des-
ocupación para algunos gobiernos del Viejo Con-
tinente. De estas condiciones se aprovechó el agen-
te comercial en Londres López Méndez, quien de
acuerdo con la “neutralidad benévola” del gobier-
no inglés, logró que los británicos Gustav Hippie-
lley y Henry Wilson reclutaran cuerpos de húsares
y que Donald Mc Donald y Donald Campbell or-
ganizaran sendos cuerpos de rifleros, mientras Mr.
Gilmour formaba una de artillería. Por su parte,
los contratistas Thompson y Mc Hinton se encar-
gaban de suministrar uniformes, armas, municio-
nes y otros elementos. En marzo de 1818 empeza-
ron a llegar los primeros grupos de expedicionarios
por la vía del Orinoco. Así se formó un cuerpo de
caballería y otro de infantería que, con el nombre
de “Legión Británica”, combatieron bajo el supre-
mo mando de Bolívar en la campañas de 1819.
Más tarde se creó otro cuerpo llamado “Albión”.
En 1821 todas las fuerzas extranjeras formaron el
Batallón Británico que intervino en Carabobo.
6. Hay valiosos documentos oficiales y también testi-
monios de participantes que suministran datos muy
precisos sobre las condiciones de los dos ejércitos
contendientes al iniciarse la batalla decisiva de Ca-
rabobo, el 24 de junio de 1821. Sabemos que el
ejército español se componía de 10.755 hombres de
todas las armas: la clase de gente que componen este
ejército (dice la Junta de Pacificación de Venezuela)
son de 3.461 soldados europeos, 813 blancos del
país y los 6.481 restantes son indios y castas, co-
gidos a la fuerza y conservados en virtud de la más
454 A rturo C ardozo

severa disciplina y vigilancia...” (Informe Confiden-


cial de la Junta de Pacificación de Venezuela para el
Secretario de Estado y del Despacho de Goberna-
ción de Ultramar, Madrid, 26 de junio de 1821).
En lo que atañe al ejército patriota, a su proceso de
regularización, basta con recordar dos decretos del
Libertador: el del año 1817 en Angostura creando
el Estado Mayor General y el del año 1 820 estable-
ciendo los cursos para aspirantes a oficiales.
b) De igual manera, en el curso de la guerra, tanto las au-
toridades coloniales como las republicanas, cada una a
su modo, dieron pasos hacia una política que tendía a
restablecer un régimen de derecho. En el lado realista
cuando se reconocieron jefes y funcionarios designados
por la Corona o por subalternos autorizados y, en el lado
patriota, con los intentos de crear las bases constitucio-
nales, generadoras de autoridad para gobernar legítima-
mente o conducir la guerra por mandato de los cuerpos
representativos de la nación. En todo caso, se estable-
cieron normas político-administrativas que tendían a
despersonalizar los órganos de gobierno, a delimitar sus
funciones y a reducir al mínimo la arbitrariedad.
1. La designación por decreto real del General Pablo
Morillo como Pacificador de Tierra Firme, signifi-
có el fin del predominio de los caudillos irregula-
res (Monteverde, Boves, Zuazola, etc.) cuya fuente
de poder se hallaba en los pronunciamientos de
las montoneras. A partir de Morillo se suceden
como Gobernadores y Capitanes Generales de las
provincias de Venezuela hombres designados por
los canales administrativos: provisionales cuando
fueron designados por el Jefe expedicionario y de-
finitivos cuando fue la Corona la que extendió el
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 455

nombramiento. A partir de 1816, durante el go-


bierno de Salvador Moxó, quedó restablecida la
jerarquía administrativa: la Auditoría de Guerra y
la Secretaría, la Real Audiencia, la Intendencia, la
Junta Superior de Secuestros, los Tenientes de Jus-
ticia y los Cabildos, tanto el civil de cada ciudad y
villa como el eclesiástico.
2. También dentro del campo realista, el Gobernador
Juan Bautista Pardo, al promulgar su “Reglamento
para el Gobierno de los Pueblos” el 29 de septiem-
bre de 1817, declaró: “... restablecido el antiguo
orden de gobierno de las provincias de Venezuela
... serán reintegrados —dice el documento— los
jueces y tribunales en sus respectivas funciones,
arreglados y bien dirigidos todos los negocios de la
administración pública e inalterable para lo suce-
sivo e1 sistema esencial de las autoridades, sin va-
riar del modo establecido para su ejercicio, según
la expresa voluntad de Su Majestad”. Y para que
no perdure ninguna huella del régimen de facto,
ordena: “Cesan la Junta de Secuestros, el Conse-
jo de Guerra y el Juzgado de Policía y se derogan
los reglamentos que les habían dado origen”. Toda
esta materia pasaba nuevamente a la jurisdicción
ordinaria, o lo que es lo mismo, a la Real Audien-
cia de Caracas, a los Tenientes de Justicia ya los
alcaldes de las ciudades, villas y pueblos. (Gaceta
de Caracas, 1817, Nos. 156-161).
3. En el territorio patriota se observa la misma tenden-
cia a sustituir al jefe o caudillo surgido en pronun-
ciamiento de tropa o en conciliábulos conspirativos,
por funcionarios designados de acuerdo con normas
constitucionales previamente establecidas. Manifes-
456 A rturo C ardozo

tación concreta de esta tendencia es el decreto del


30 de octubre de 1817 dictado por Bolívar como
Jefe Supremo de la Zona Liberada, por el que se
creó un Consejo Provisional de Estado. En su mo-
tivación se expresa: “... que es imposible establecer
por ahora un buen gobierno representativo y una
Constitución eminentemente liberal, a cuyo objeto
se dirigen todos mis esfuerzos... mientras no se halle
libre y tranquila la mayor parte del territorio de la
República...” En el Consejo de Estado se discutirían
y aprobarían las leyes, reglamentos e instituciones
saludables para la administración y organización de
las provincias libres o por liberarse. (Sociedad Boli-
variana de Venezuela, Decretos del Libertador, t. 1,
pp. 99-101).
4. El proceso de legitimación del gobierno republica-
no se inició seriamente con la convocatoria e insta-
lación del Congreso Nacional en Angostura el año
1818. Este cuerpo, actuando en representación de
la voluntad de los pueblos, asumió la soberanía na-
cional y como primer acto legislativo sancionó el
18 de febrero el “reglamento para la Presidencia
de la República”, señalándole a este alto funcio-
nario sus atribuciones como jefe de Estado, como
comandante militar y como cabeza de la adminis-
tración pública. A partir de este momento desapa-
reció el Jefe Supremo para darle paso al Presidente
de la República, cuyas ejecuciones se afianzaban en
un estado de derecho. Esto, claro está, se dio sólo
en abstracto... En el mismo año 1818 se organizó
el Poder Ejecutivo: se crearon tres Ministerios, el
de Estado y Hacienda, el de Marina y Guerra y,
por último, el del Interior y Justicia; se separó la
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 457

jurisdicción civil de la militar y a los funcionarios


de ambos fueros se les señalaron sus atribuciones.
Pero el acto más trascendente fue la promulgación
de la “Ley Fundamental de Colombia” el 17 de
diciembre del mismo año. Las provincias de Ve-
nezuela y Nueva Granada se unirían para formar
esta república con tres departamentos (Venezuela,
Cundinamarca y Quito) con un Presidente y un
Vicepresidente designados por el Congreso y otros
señalamientos de carácter políticoadministrativo.
5. Simultáneamente al proceso de legitimación del
gobierno patriota se registró un conjunto de medi-
das administrativas, encaminadas a proporcionar
recursos fiscales, a regular los mecanismos de la
administración pública y a orientar algunas acti-
vidades socioeconómicas de interés público. Del
orden fiscal son los decretos sobre derechos de
puertos (almirantazgos), impuesto de exportación
de vacunos, sobre el contrabando, impuesto a la
renta de buques, sobre diezmos o decimales, etc.
De carácter administrativo los que se refieren al li-
bre comercio por los ríos y puertos de Guayana, el
reglamento sobre el Tribunal de Secuestros, sobre
tribunales ordinarios, sobre el Consulado, sobre
monedas, sobre penas y castigos para criminales,
sobre servicio de correos. Todos están comprendi-
dos dentro del lapso 1817-1820.
6. Especial importancia tienen las medidas tomadas
sobre educación en el decreto dictado por Bolí-
var el 21 de junio de 1820 en la Villa del Rosa-
rio: “Considerando —dice el decreto— 1) que la
educación civil y literaria de la juventud es uno
de los primeros y más paternales cuidados del go-
458 A rturo C ardozo

bierno; 2) que no pudiendo reformarse por ahora


la educación literaria que se da en los pocos esta-
blecimientos hechos por el gobierno español debe,
por lo menos, velar sobre ellos y procurar su ade-
lantamiento y perfección; 3) que la diferencia de
método y régimen de enseñanza en los diversos es-
tablecimientos es embarazosa y perjudicial; 4) que
este mal es inevitable mientras los establecimientos
no sean regidos por un mismo jefe y sobre todo,
por el gobierno; 5) que la dirección o patronato
que ejercía la autoridad esclesiástica en los colegios
seminarios era delegada por el Rey de España... —
el Libertador-Presidente decreta— Artículo 1) El
patronato, dirección y gobierno de los colegios de
estudio y educación establecidos en la República
pertenece al Gobierno, cualquiera que haya sido la
forma de establecimiento de aquellos...” (Sociedad
Bolivariana de Venezuela, Decretos del Libertador,
t. I, pp. 204-205).
c) Dentro de las vicisitudes de la guerra los bandos conten-
dientes mantuvieron posiciones ideológicas muy claras
y definidas. En las filas españolas se manifestaron algu-
nas ideas liberales en los años en que el pueblo de la
Península mantenía su propia lucha de independencia
contra Napoleón y las tropas francesas; pero una vez que
Fernando Vil regresó al trono reapareció y se hizo do-
minante en España la corriente absolutista tradicional
que pasó de inmediato a América y particularmente a
Venezuela. En el frente patriota, por el contrario, el ini-
cial conservatismo que orientó a la Primera República se
fue impregnando durante la guerra de las ideas libera-
les, divulgadas en Europa y EE.UU. por las burguesías
ascendentes. Claro está que tales ideas liberales tuvie-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 459

ron entre nosotros muchas limitaciones por el carácter


clasista de sus principales intelectuales. Además, ambos
bandos utilizaron las creencias y sentimientos para ha-
cer proselitismo: se utilizó la fe religiosa para provocar
el rechazo a la causa contraria que se tildaba de endemo-
niada o para estimular su adhesión presentándola como
defendida por la divinidad y sus agentes celestiales.
1. Del citado Informe del Capitán Sterling podemos
captar las tendencias conservadoras que privaban
en el seno del gobierno colonial: “muchas gentes
y de las mejor informadas dicen que éste sería el
momento (1816) en que un cambio de política de
España podría ganar a su interés gran número de
los que, disgustados, se están apartando de las sal-
vajes doctrinas de los insurgentes. Sin embargo al
presente, la política del gobierno tiende invariable-
mente a la restauración del antiguo orden colonial.
No me toca decidir a mí si tal sistema es benéfico
o no, ni si una vez que ha sido destruido pueda
jamás restablecerse con éxito. Pero, es claro para el
pueblo que ninguna conducta liberal puede espe-
rarse de la Madre Patria, vistos el rigor en que se
refuerza, las exacciones de los funcionarios y el res-
tablecimiento de la Inquisición. Por consiguiente,
no hay entusiasmo en favor de la Causa Real y los
acontecimientos de los últimos dos años no inspi-
ran confianza de un triunfo final”.
2. “Nuestro amado Rey Fernando el Séptimo subió al
trono de sus mayores —decía el Pacificador Morillo
en su proclama del 12 de noviembre de 1816— y
la Divina Providencia lo protege y ha sido el signo
de la paz para esta parte del imperio. Conoced esta
verdad como la ha conocido todo el Orbe. Cuan-
460 A rturo C ardozo

to intentéis es en vano. Las tropas de Fernando no


son detenidas ni por murallas ni ejércitos. Hasta los
elementos parece las respetan. ¿Queréis ver degollar
vuestras mujeres e hijas? ¿Intentáis aún provocar la
cólera de un Rey que con dos indultos os presenta
un medio de volver a vivir en paz?” (Gaceta de Ca-
racas, 21 de agosto 1816, No. 90).
3. Monseñor Manuel Vicente Maya, aquel diputado
por La Grita al Congreso de 1811 que para 1817
era Vicario del Arzobispado de Caracas (antes tan
dubitativo y ahora tan categórico), expresaba en
su pastoral del último año mencionado, frases de
apoyo al Rey tan apasionadas como esta: “Amados
hermanos míos, el Rey os ha abierto la senda de
la paz: no declinéis a la diestra ni a la siniestra.
Hombres extraviados, una obediencia sumisa, una
fidelidad constante, borrará para siempre vuestros
desvaríos...” (Gaceta de Caracas, 1ro. de octubre
de 1817, No. 152).
4. El oficial realista Sebastián de la Calzada, en su pro-
clama del 12 de mayo de 1816, utilizó argumen-
tos esencialmente religiosos para lograr el apoyo
al Rey y a la supervivencia de su imperio colonial.
De él son estas frases: “Americanos, ya véis cuán de
clara y decidida por nuestra causa es manifiesta la
Divina Providencia. Ya nada me queda que desear,
pues aseguro que en medio de mis triunfos sentía
vivamente el desacato del enemigo, conservando
en su poder a Nuestra Señora de la Chiquinqui-
rá, milagrosamente aparecida en su santuario y
robada impíamente por el irreligioso Servier. Ya
está con vosotros, pronto veréis entrar esta augus-
ta Reina de los Cielos triunfante en medio de sus
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 461

bayonetas, para que colocada en su legítimo trono,


proteja desde allí a nuestros soldados...” (Gaceta de
Caracas, 7 de agosto de 1816, No. 88).
5. El pensamiento de los dirigentes republicanos se
inspiró fundamentalmente en el racionalismo fi-
losófico y en las corrientes del liberalismo político.
La ideología de quienes dirigieron la guerra de in-
dependencia está certeramente representada en las
ideas de Bolívar. He aquí algunos de los conceptos
bolivarianos que consideramos básicos: “... Es pre-
ciso que el gobierno se identifique, por decirlo así,
al carácter de las circunstancias, de los tiempos y de
los tiempos que lo rodean... ” (Manifiesto de Car-
tagena, diciembre 15 de 1812). “Observemos que
al presentarse los españoles en el Nuevo Mundo,
los indios los consideraban como una especie de
mortales superiores a los hombres: idea que no ha
sido enteramente borrada, habiéndose mantenido
por los prestigios de la superstición, por el temor
de la fuerza, por la preponderancia de la fortuna,
el ejercicio de la autoridad, la cultura del espíritu
y cuantos accidentes puedan producir ventajas. Ja-
más éstos han podido ver a los blancos sino a través
de una grande veneración como seres favorecidos
del cielo”. (Carta de Jamaica, septiembre de 1815)
“... Observaréis muchos sistemas de manejar hom-
bres, mas todos para oprimirlos... El sistema de go-
bierno más perfecto es aquel que produce mayor
felicidad posible, mayor suma de seguridad social
y mayor suma de estabilidad política... No somos
europeos, no somos indios, sino una especie media
entre los aborígenes y los españoles. Americanos
por nacimiento y europeos por derechos, nos ha-
462 A rturo C ardozo

llamos en el conflicto de disputar a los naturales


los títulos de posesión y de mantenernos en el país
que nos vio nacer contra la oposición de los in-
vasores; así nuestro caso es el más extraordinario
y complicado...” (Discurso de Angostura, noviem-
bre 20 de 1818).
6. También en las filas patriotas se acudió a las creen-
cias religiosas para obtener el apoyo de las masas
creyentes. “La Providencia —expresaba el General
Rafael Urdaneta en 1813— va preparando los su-
cesos de modo que caigan en nuestras manos los
tiranos que han destruido a Venezuela y existen
refugiados en las fortalezas de esta Plaza”. (Bole-
tín del Ejército, Puerto Cabello, septiembre 6 de
1813). Y el mismo Bolívar, en el documento deno-
minado “Declaración del Gobierno de Venezuela”,
fechado el 20 de noviembre de 1818, asentaba; “...
el país ha sacrificado todos sus bienes, todos sus
goces y cuanto es caro y sagrado entre los hombres,
por recobrar sus propios derechos soberanos y que
por mantenerlos ilesos, como la Divina Providen-
cia se los ha concedido, está resuelto el pueblo de
Venezuela a sepultarse todo entero en medio de
sus ruinas, si la España, la Europa y el mundo se
empeñan en encorvarla bajo el yugo español”.
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 463

IV. Bolívar y su papel como conductor del pueblo hacia las vic-
torias de Carabobo y Ayacucho.
Las masas populares no son una materia inerte en manos de
los héroes como lo propaga la historiografía idealista; no se
les puede hacer que tomen las formas que se quiere ni tam-
poco ser llevadas a las metas señaladas subjetivamente por sus
conductores. En toda formación social el pueblo tiene sus pe-
culiares intereses, sus aspiraciones y objetivos, limitados, de-
terminados, por las condiciones objetivas de cada sociedad,
por el papel que los distintos estamentos sociales desempeñan
en la producción. La voluntad de los héroes y conductores de
pueblos jamás puede imponerse sobre las condiciones emana-
das de la existencia social. Justamente la influencia de la per-
sonalidad histórica sobre una determinada sociedad depende
de la conexión o, mejor, de la aproximación que logra el con-
ductor comías masas populares y del grado de comprensión
de los intereses clasistas en ebullición.
La libertad del hombre como ente colectivo o individual,
no significa su existencia independiente; pende de las condi-
ciones objetivas en que se desenvuelve, sujetas a su vez a las
leyes de la naturaleza y de la sociedad. La libertad no es otra
cosa que la conciencia de la necesidad y también la actividad
humana realizada en conocimiento de esa necesidad. Las ac-
ciones de los hombres están condicionadas históricamente
por las necesidades objetivas del desarrollo social. Cuando
existen condiciones objetivas para que una actividad se plas-
me en realidad se suscita el momento en que el factor indi-
vidual, subjetivo, aparece como decisivo sobre la actividad
no consciente de un grupo humano. Algunas veces acontece
que, existiendo las condiciones objetivas, el grado de con-
ciencia y de organización de las masas populares, es decir, el
factor subjetivo no ha alcanzado todavía el necesario desa-
rrollo para producir una decisión histórica. Para caracterizar
464 A rturo C ardozo

una determinada situación como de revolucionaria habría


que detectar los tres signos principales señalados por Lenin:
primero, la agudización de la miseria y de las calamidades
de las clases oprimidas más allá de lo habitual; segundo, la
existencia de una grave crisis política y la imposibilidad para
las clases dominantes de conservar su hegemonía sin realizar
cambios; y, tercero, el aumento considerable de la actividad
de las masas como un efecto de los dos primeros signos.
“Sin estos cambios objetivos, no sólo independientes de la
voluntad de los distintos grupos y partidos, sino también
de la voluntad de las diferentes clases, la revolución es, por
regla general, imposible. El conjunto de estos cambios es
precisamente lo que se denomina situación revolucionaria”.
(Lenin, La bancarrota de la II Internacional, Moscú, Edi-
ciones Lenguas Extranjeras, 1951, p. 13).
El proceso histórico de cualquier sociedad se forma a partir
de lo singular o accidental, de las dispersas acciones de miles
o millones de personas dedicadas a las más variadas activi-
dades. La casualidad que no es otra cosa que “la forma de
manifestarse la necesidad” a través de las singularidades. Las
ideas, concepciones, objetivos y acciones de las personali-
dades se hallan históricamente condicionados de la manera
como lo hemos visto. El condicionamiento es mayor en la
medida que aumenta en importancia el papel que le co-
rresponde desempeñar a esa personalidad; en proporción al
número de personas que se ven afectadas por sus acciones
y decisiones. Además, los conductores de pueblos y, en ge-
neral, todos los individuos tienen afectados su pensamiento
y su actividad no sólo por sus facultades biosíquicas, sino
también por sus relaciones con las demás personas de los
diferentes grupos sociales. En ese cúmulo de relaciones ocu-
pan posición decisiva las de carácter económico y político.
Ahí se generan las leyes del desarrollo social y se condicio-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 465

nan la conciencia, la voluntad y las acciones de los hombres


comunes o extraordinarios.
A despecho de los actos de voluntad individual o de gru-
po, la necesidad se desenvuelve ciegamente, fatalmente,
mientras no aparece la conciencia de la necesidad. Por el
contrario, si la necesidad es conocida, pensada y se toman
en consideración las leyes de la sociedad, entonces los gru-
pos humanos, las personalidades, los jefes y los conductores
pueden actuar con libertad y ejercer importante influencia.
De ahí que no es la aparición de grandes figuras la que pre-
sagia grandes acontecimientos sino, por el contrario, son los
trascendentes sucesos ocurridos dentro del seno de una so-
ciedad los que permiten el desenvolvimiento y la actuación
de las personalidades históricas: se hacen presentes cuando
la necesidad las requiere. Su grandeza y su gloria estriban en
la talla que han demostrado con su capacidad para desem-
peñar sus funciones protagónicas.
Al lado de la necesidad actúa en el proceso histórico la ca-
sualidad. Junto a las causas generales que son las fundamen-
tales, intervienen los factores particulares e individuales.
Entre estos últimos destacan las personalidades por su rol
histórico. En los momentos cruciales cobran extraordinaria
influencia las aptitudes personales, la experiencia, los co-
nocimientos, la sagacidad, la clarividencia, el prestigio y la
autoridad del conductor o dirigente. La necesidad histórica
da vida al héroe; pero los atributos o deficiencias del di-
rigente, la superior capacidad de uno frente a sus émulos,
etc., constituyen una casualidad. Cuando una personalidad
asume la representación de determinados intereses clasistas,
progresistas o retrógrados, es porque en ella se fijan condi-
ciones favorables para el ejercicio de esa representación o
dirección; esa persona traduce en un determinado grado de
plenitud con sus acciones y su pensamiento la concepción
466 A rturo C ardozo

de la sociedad y los objetivos de la clase que representa. La


nitidez de la coincidencia o mejor la efectividad de la repre-
sentación depende, claro está, de la capacidad del dirigente
en cuanto a talento, audacia, sensibilidad, lealtad, etc. De
esta manera las cualidades y deficiencias de la personalidad
imprimen un determinado sello al curso y desenlace de los
acontecimientos.
Por último, debemos precisar el significado que tienen para
nosotros los términos “pueblo” y “masas populares” a fin de
exponer con suma claridad la concepción historiográfica que
sostenemos. Estos vocablos nos revelan la masa fundamen-
tal de cualquier sociedad; su núcleo, su base, el conjunto de
trabajadores que siempre constituye la mayoría. En las so-
ciedades clasistas el pueblo lo forman las clases explotadas y
oprimidas por las clases explotadoras y opresoras, cualquiera
que sea el tipo de explotación y de opresión que se utilice.
En la sociedad colonial de Venezuela, tal como lo hemos
visto antes, las masas populares fueron los indígenas (enco-
mendados, reducidos a misión o concertados), los esclavos y
los manumisos, los campesinos enfeudados y los artesanos,
siempre colocados en oposición al conquistador-encomen-
dero, al clero misionero o doctrinero, al gran propietario
esclavista o señorial, al comerciante monopolista y a las
autoridades españolas. El pueblo estuvo siempre en oposi-
ción a la nobleza criolla y peninsular. Variaron las formas
de explotación y opresión (encomienda, misión, concertaje,
esclavitud, producción artesanal, etc.), según las regiones y
la época; pero se mantuvo constante el hecho de que la ma-
yoría de la población, los trabajadores, fueron objeto de la
explotación. Esta es la razón por la cual las masas populares
fueron revolucionarias por esencia. En las sociedades clasis-
tas constituye un hecho objetivo el que la lucha de clases
sea la fuerza motriz del desarrollo social: los antagonismos
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 467

afloran principalmente en las áreas económicas, políticas e


ideológicas. Las luchas económicas se libran ante todo den-
tro del aparato productor para cambiar las relaciones que
ahí están establecidas, mientras que las luchas políticas se
refieren al control del Estado que es el arma decisiva de que
dispone una clase o una alianza de clases para aplastar a la
contraria (o contrarias) y ejercer la hegemonía sobre el resto
de la sociedad.
En los capítulos anteriores hemos examinado el proceso his-
tórico de la sociedad venezolana a partir de las comunidades
indígenas hasta la guerra de independencia. Hemos podido
observar los estamentos que a lo largo de las etapas reco-
rridas han conformado lo que entendemos como pueblo.
Ahora nos corresponde estudiar la relación que existió entre
las masas populares y su principal conductor, el Libertador
Simón Bolívar, durante el desarrollo de la exitosa guerra de
independencia. Vamos a indagar la manera como esa perso-
nalidad extraordinaria desempeñó las funciones de conduc-
tor del pueblo venezolano hacia la victoria de Carabobo y,
más allá de las fronteras provinciales, hacia la unidad de la
patria latinoamericana. Lo haremos revisando la formación
y el desarrollo de la personalidad de Bolívar en el seno de la
oligarquía territorial; su acercamiento y su comprensión de
las aspiraciones de las masas populares para dar origen a una
nueva correlación de fuerzas; su capacidad como militar,
como estadista; su concepción latinoamericana de la polí-
tica y, finalmente, algunas de sus ideas en materia filosófica,
educacional y artística.
a) La personalidad desde el punto de vista psicológico es
como un todo que caracteriza en un momento dado a
un individuo frente a los demás. Es una unidad de rasgos
relacionados con la voluntad, el sentimiento, el impulso,
la inteligencia, el entendimiento, etc., reunidos en una
468 A rturo C ardozo

persona, que imprimen en ella una actitud, una dispo-


sición en la vida y para la vida. Tales características son
relativamente constantes, aunque ininterrumpidamente
van sufriendo cambios. La personalidad tiene un sentido
dinámico que es resultante de la tendencia o serie de po-
sibilidades que se desarrollan en el interior del individuo
y del mundo circundante. La personalidad se configura a
través de una constante actuación y transformación del
individuo. En la personalidad hay un cambio persisten-
te y al mismo tiempo una relativa inmutabilidad; en ella
coexisten la inmutabilidad y la transformación. Si la ten-
dencia es, como dijimos, un conjunto de posibilidades de
desenvolvimiento, la personalidad es lo desenvuelto, lo
desarrollado que sigue desarrollándose. Por otra parte, la
personalidad está inmersa en un mundo circundante que
le es dado y la configura y al cual también puede influir.
En ese mundo circundante actúan circunstancias natura-
les y sociales —mediatas e inmediatas— relacionadas con
una determinada persona en un preciso momento o con
grupos de personas, situadas en cierta posición dentro de
una sociedad. Estas son las condiciones sociales que se
manifiestan en lo económico, en lo político y en lo cultu-
ral. Existen, además, acontecimientos aislados y situacio-
nes que provocan una determinada conducta, reactivan
o debilitan una tendencia en una singularizada persona.
El mundo circundante influye sobre los individuos de un
modo desigual y al actuar sobre estamentos sociales y ma-
sas de hombres produce sobre éstos efectos relativamente
iguales. Existe un mundo circundante individual que co-
necta con la personalidad y un mundo circundante social
que se relaciona con el grupo humano. Estas últimas son
las condiciones genéricas y aquellas las personales. Se ha-
bla, pues, del mundo circundante de un pueblo, de una
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 469

clase social, de un grupo profesional y de un individuo;


cada uno con sus características propias y su interdepen-
dencia e interacción. Cuando se analizan los efectos del
mundo circundante sobre la personalidad, conviene con-
siderar dos aspectos o elementos fundamentales: los que
configuran la personalidad e influyen sobre la conducta
del individuo, de un lado y, del otro, los elementos con-
figuradores de hechos que, a su vez y por sí mismos, pue-
den actuar sobre el individuo. Entre los primeros están el
grupo familiar, la situación económica, la educación re-
cibida, etc.; en los segundos, las situaciones de hecho que
lo han afectado como enfermedades, muertes de personas
allegadas, ruina, amistades, catástrofes, etc. Cuando están
en tensión las contradicciones y antagonismos sociales
podemos hablar de ambiente circundante conflictivo o
revolucionario.
La personalidad de Bolívar, intensamente estudiada en
los últimos decenios, se nos presenta siempre bajo nue-
vas facetas cuando vinculamos la acción y el pensamien-
to de este extraordinario venezolano con la problemáti-
ca de la nación latinoamericana y del mundo. El famo-
so historiador chileno Encina en su notable biografía
sobre el Libertador (Francisco A. Encina, Bolívar y la
Independencia de América española, t, 1: La primera re-
pública de Venezuela. Bosquejo psicológico de Bolívar,
pp. 425-428) señala cuatro maneras de analizar la figura
histórica del Libertador. La primera comenzó por estu-
diarlo desde la Campaña Admirable de 1813 hasta la
batalla de Ayacucho (1824). Durante estos años se fijó
cada vez con mayor certeza la convicción de que Simón
Bolívar era la más importante personalidad al servicio
del movimiento emancipador y la opinión de América
y del mundo lo calificó como “supercaudillo genial”. En
470 A rturo C ardozo

el segundo enfoque, concluidas las actividades militares,


el Libertador se impuso la tarea de realizar “un esfuerzo
desesperado por frenar la anarquía y detener a la Gran
Colombia, al Perú y a Bolivia de la rodada al abismo
en que habían caído la Argentina y México. El intelec-
tual hispanoamericano, incapaz de pensar la realidad
que pisaba y empapado en la ideología de la revolución
francesa o en la imitación ciega de la democracia ameri-
cana, productos de realidades sociales totalmente diver-
sas, sólo vio en él un dictador y tirano, cuya menguada
ambición impedía el florecimiento en la América de los
maravillosos frutos de la libertad y de la democracia...”
El tercer enfoque sobre Bolívar “... empezó 30 años
más tarde, con algunas golondrinas precursoras de la
idealización; tomó cuerpo con las obras de Larrazábal,
O’Leary y Vicuña Mackenna; y culminó con los her-
mosos arranques líricos de Rodó, Martí y cien panegi-
ristas más. Tampoco se quería saber nada del hombre de
carne y hueso; lo único que interesaba era la invención
de nuevos atributos y excelencias que enaltecieran al se-
midiós...” El cuarto enfoque, según el mencionado En-
cina, surgió “del deseo de conocer la personalidad real
del Libertador” y de “una viva curiosidad por ahondar
en las complejidades, a primera vista insondables, de la
psicología de Bolívar”. Esta meta intentan analizarla es-
tudiando separadamente el temperamento, el carácter
y el intelecto del Libertador, además del complejo de
influencias que engendraron sus concepciones políticas
y sus actos.
Ante la abundantísima literatura bolivariana vamos a
limitarnos a presentar la información que recibimos de
algunos de sus contemporáneos, de quienes lo conocie-
ron y convivieron con él. Además utilizaremos docu-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 471

mentos emanados del propio Libertador y datos extraí-


dos de sus conversaciones.
1. Los rasgos fisonómicos que conocemos por quie-
nes lo tuvieron cerca coinciden en líneas generales
y confirman, los retratos pintados en París (1806),
Londres (1810) y Lima (1825).
L. Perú de Lacroix en su “Diario de Bucaramanga”
nos proporciona un retrato físico del Libertador:
“El general en jefe Simón Antonio Bolívar, cum-
plirá 45 años el 24 de julio de este año (1828);
representa, sin embargo cincuenta. Su estatura es
mediana; el cuerpo delgado y flaco; los brazos, los
muslos y las piernas descamadas. La cabeza, lar-
ga, ancha en la parte superior y muy afilada en la
inferior. La frente grande, despejada, cilíndrica y
surcada de arrugas hondas cuando el rostro no está
animado y en momentos de mal humor y de có-
lera. El pelo crespo, erizado, abundante y canoso.
Los ojos, que han perdido el brillo de la juventud,
conservan la viveza de su genio: son profundos, ni
pequeños, ni grandes; las cejas espesas, separadas,
poco arqueadas y más canosas que el pelo. La nariz
proporcionada. Los huesos de los carrillos, agudos,
y las mejillas chupadas en la parte inferior. La boca
algo grande, y saliente el labio inferior; los dien-
tes, blancos y la risa, agradable. La barba larga y
afilada. El rostro, moreno y tostado, y se oscure-
ce más con el mal humor; entonces el semblante
cambia; las arrugas de la frente y de las sienes se
tornan más profundas, los ojos se achican, el labio
inferior se pronuncia más y la boca es fea; en fin,
aparece una fisonomía diferente, un rostro ceñu-
do que manifiesta pesadumbre, pensamientos tris-
472 A rturo C ardozo

tes e ideas sombrías. Cuando está contento, todo


esto desaparece: la cara es risueña y el espíritu del
Libertador brilla sobre su fisonomía. S.E. no usa
ahora bigote ni patillas...”
2. El médico y naturalista francés M. Roulín dejó un
bosquejo de Bolívar (1827) que ha servido a pos-
teriores retratistas: “Era Bolívar de talla poco me-
nos que delgado; pero no exenta de gallardía en sus
mocedades, delgado y sin musculación vigorosa,
de temperamento extremadamente nervioso y bas-
tante bilioso, inquieto en todos sus movimientos,
indicativo de un carácter sobrado impresionable,
impaciente e imperioso. En su juventud había sido
muy blanco (aquel mate blanco del venezolano de
raza pura española); pero al cabo le había queda-
do la tez bastante morena, quemada por el sol y
las intemperies de 15 años de campañas y viajes;
y tenía el andar más bien rápido que mesurado;
pero con frecuencia cruzaba los brazos y tomaba
actitudes esculturales, sobre todo en los momentos
solemnes”. (José Félix Blanco y Ramón Azpúrua,
Documentos, t. XIV, pp. 485-486).
3. El inglés Mr. Proctor conoció al Libertador en
Lima durante un banquete oficial y lo describió
así en 1823: “Es muy delgado, pero toda su perso-
na revela grande actividad. Sus facciones son bien
formadas; pero su rostro está surcado por la fatiga
y la ansiedad. El juego de sus ojos negros es muy
notable. Después de observarle puedo decir que ja-
más un aspecto exterior podrá dar más exacta idea
de un hombre. Ensimismamiento, determinación,
actividad, intriga y un espíritu perseverante, son
rasgos claramente marcados en su apostura y ex-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 473

presados en cada uno de los movimientos de su


cuerpo”. (Encina, ob. cit., t. I, p. 431).
b) Son numerosas las manifestaciones que el Libertador
dio sobre su propia personalidad en cartas a amigos y
subalternos. Revelan no sólo una reiterada sinceridad
sino el grado de conciencia que había adquirido sobre
sus cualidades y reacciones:
1. En carta a Sucre, fechada el 20 de enero de 1825,
revelaba: “Una ida pasiva e inactiva es la imagen de
la muerte, es el abandono de la vida; es anticipar la
nada antes que llegue...”
2. En carta desde Quito, dirigida a los hermanos Ro-
dríguez del Toro el 21 de junio de 1822, escribió:
“Ya en Colombia no hay españoles, y ya he cum-
plido, por consiguiente, más allá de mis esperan-
zas, la obra inestimable de la paz. Yo me debo a mí
mismo la separación de los negocios públicos, por-
que habiendo encanecido en el servicio de la pa-
tria, debo dedicar el último tercio de mi vida, a mi
gloria y a mi reposo. No me creo capaz, ni quiero
creerme con los medios suficientes para llevar ade-
lante administración alguna. Mi arenga al último
Congreso ha descubierto hasta el fondo de mi co-
razón. Me he sometido al servicio militar porque
era necesario vencer o morir; pero para mandar no
hay tal conflicto, porque hasta la deserción mis-
ma es un rasgo de heroísmo. Yo no sé si el reposo
que tanto anhelo me sea tan necesario; pero puedo
asegurar, que mis sentidos me piden descanso, y
que cierto intervalo puede volverme la aptitud que
empieza a faltarme. Puede ser que cuando vuelva a
la clase de Simón Bolívar, quiera desear de nuevo
la Presidencia”.
474 A rturo C ardozo

3. En conversación sostenida con Perú de Lacroix


el 10 de mayo de 1828 se expresó de este modo:
“Usted, pues, se casó a los cuarenta y cinco años;
esta es la verdadera edad en que debe casarse el
hombre. Yo no tenía diez y ocho cuando lo hice
en Madrid, y enviudé en 1801, no teniendo toda-
vía diez y nueve años. Quise mucho a mi mujer y
su muerte me hizo jurar no volver a casarme. He
cumplido mi palabra. Miren ustedes lo que son
las cosas: si no hubiera enviudado, quizá mi vida
hubiera sido otra; no sería el general Bolívar, ni
el Libertador, aunque convengo en que mi genio
no era para ser alcalde de San Mateo”. Su interlo-
cutor le arguyó que en ese caso ni Colombia, ni
Perú, ni la América del Sur estarían libres; pero
Bolívar le replicó así: “No digo eso, porque yo no
he sido el único autor de la revolución y porque
durante la crisis revolucionaria y la larga contienda
entre las tropas españolas y las patriotas hubiera
aparecido algún caudillo al no estar yo presente,
y porque el ambiente de mi fortuna no hubiese
perjudicado la fortuna de otros, manteniéndolos
siempre en una esfera inferior a la mía. Dejemos
a los supersticiosos creer que la Providencia es la
que me ha enviado o destinado para redimir a Co-
lombia. Las circunstancias, mi genio, mi carácter,
mis pasiones fueron las que me pusieron en el ca-
mino; mi ambición, mi conciencia y la fogosidad
de mi imaginación me lo han hecho seguir y me
han mantenido en él. Huérfano a la edad de diez
y seis años, y rico, me fui a Europa, después de
haber visitado México y la ciudad de La Habana
y fue entonces cuando en Madrid, bien enamora-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 475

do, me casé con la sobrina del viejo marqués del


Toro, Teresa Toro y Alaiza; volví de Europa para
Caracas en el año 1801 con mi esposa, y les ase-
guro que entonces mi cabeza sólo estaba llena de
los ensueños del más violento amor, y no de ideas
políticas, porque éstas todavía no habían golpeado
mi imaginación. Muerta mi mujer, y desolado yo
con aquella pérdida precoz e inesperada, volví a
España y de Madrid pasé a Francia, y después a
Italia. Ya entonces iba tomando algún interés por
los asuntos públicos. La política me atraía, y yo
seguía sus variados movimientos. Vi en París, en el
último mes del año 1804, la coronación de Napo-
león. Aquel acto magnífico me entusiasmó, pero
menos su pompa que los sentimientos de amor
que un inmenso pueblo manifestaba por el héroe.
(...) Napoleón, vitoreado en aquel momento por
más de un millón de personas, me pareció ser, para
el que recibía aquellas ovaciones, el último grado
de las aspiraciones humanas, el supremo deseo y la
suprema ambición del hombre. La corona que se
puso Napoleón sobre la cabeza la miré como una
cosa miserable y de moda gótica; lo que me pareció
grande fue la aclamación universal y el interés que
inspiraba su persona. Esto, lo confieso, me hizo
pensar en la esclavitud de mi país y en la gloria que
conquistaría el que lo libertase; pero ¡cuán lejos me
hallaba de imaginar que tal fortuna me aguarda-
ba!...” (Perú de Lacroix, Diario, pp. 98-102).
4. Bolívar, luego de leer la “Historia de la Revolución
de Colombia” escrita por José Manuel Restrepo, re-
conoció la exactitud cronológica de los sucesos prin-
cipales, observó algunos errores que no eran de con-
476 A rturo C ardozo

cepto y comentó lo siguiente: “...Respecto de mí,


se ve a las claras la intención de complacerme y el
temor que abriga de criticar francamente algunos de
mis actos. Se ha dedicado a adularme, y esto porque
estoy vivo, porque estoy en el poder, porque me ne-
cesita y no quiere indisponerme. Convengo en que
puede escribirse la historia aún en vida de sus acto-
res, pero confieso también que no puede escribirla
con imparcialidad, quien como el señor Restrepo,
se encuentra con respecto a mí, en una situación
política subalterna. (...) Sea lo que fuere, no nos ha-
llamos ya en los tiempos en que la historia de las
naciones era escrita por historiógrafos privilegiados,
a los cuales se les daba entera fe sin examen. Son los
pueblos los que deben escribir sus anales y juzgar a
sus grandes hombres. Venga, pues, sobre mí el juicio
del pueblo colombiano; es el que yo quiero, el que
apreciaré, el que hará mi gloria”. (Perú de Lacroix,
ob. cit, pp. 189-190).
c) Es una verdad conocida por todos que el Libertador sur-
gió de una familia perteneciente a la nobleza criolla; que
su patrimonio se hallaba entre los de mayor concentra-
ción de riqueza en el país y, finalmente, que recibió una
educación cónsona con el nivel social a que pertenecía,
aunque no tradicionalista; por el contrario, orientada
hacia las ideas de la Ilustración francesa y de las burgue-
sías en ascenso:
1. Cuando finalizaba el siglo XVIII la familia Bolívar
era una de las de más rancio abolengo de la aristo-
cracia caraqueña. Detrás de su apellido paterno se
ocultaban sus vínculos sanguíneos con los grupos
familiares de los Palacio, Sojo y Ponte. El primer
Bolívar venido a América se llamó Simón y fue
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 477

Procurador de los pueblos venezolanos y Regidor,


hasta su muerte, del ayuntamiento caraqueño. Un
hijo de éste, del mismo nombre, nieto a su vez del
fundador de Valencia Alonso Díaz Moreno, viudo
y con hijos ingresó al clero y terminó siendo Co-
misario del Santo Oficio. Un descendiente de este
último, Antonio de Bolívar y Díaz Moreno fue Al-
calde de Caracas y contrajo matrimonio con una
hija del conquistador Francisco Rebolledo, uno de
los fundadores de Coro. Un hijo de Luis de Bolí-
var y Rebolledo, fue Alcalde de Caracas, Capitán
de las tropas de Aragua y se casó con una descen-
diente de Juan de Villegas, fundador de la ciudad
de Barquisimeto. Un hijo de éste, Juan de Bolívar
y Martínez de Villegas, fue Teniente Gobernador
de la Capitanía General de Venezuela, fundador
de la Villa de Cura y obtuvo los títulos nobiliarios
de Marqués de San Luis y Vizconde de Cocorote
que no llegó a usar por razones procedimentales.
Un hijo de éste, Juan Vicente de Bolívar y Pon-
te se desposó en 1773 con doña Concepción de
Palacios y Blanco, de cuyo matrimonio nacieron
cuatro hijos: el último fue Simón Antonio de Bolí-
var y Palacios, el Libertador. Entre sus ascendientes
maternos se contaba a Cristóbal de Ponte, uno de
los conquistadores de las islas Canarias.
2. Al fallecer los esposos Bolívar y Palacios trasmi-
tieron a sus cuatro hijos un patrimonio que com-
prendía bienes y negocios de variada índole. “...
Además de la casa de residencia en la plaza de San
Jacinto, dejaron otras dos casas en la ciudad de
Caracas y terrenos sin edificar en la misma ciu-
dad. En La Guaira, el puerto de Caracas, poseían
478 A rturo C ardozo

nueve casas de renta. Casi todo el valle cercado de


Aroa, rico en depósitos minerales, en gran parte
no explotados, pertenecía a la familia. En el Valle
de Aragua, a unos ochenta kilómetros de Caracas,
poseían la hermosa hacienda de San Mateo. Esta
finca fue siempre la residencia campestre favorita
de Bolívar; mientras su madre vivió y sus hermanas
permanecieron solteras, toda la familia, acompa-
ñada de la servidumbre, iba a la hacienda de San
Mateo dos o tres veces al año. La hacienda estaba
constituida por grandes plantaciones de caña de
azúcar, un molino de agua, una destilería de ron,
huertos de verduras y frutas y todos los hombres,
animales y edificios necesarios para el trabajo com-
plicado de la hacienda. Sólo en esta hacienda tra-
bajaban más de doscientos esclavos. En el valle de
Taguagua (¿Taiguaiguai?) poseían una plantación
de cacao; en el valle de Suata otra de añil y, mucho
más lejos, en las llanuras, tenían tres ‘hatos’, o ha-
ciendas de ganados, con grandes rebaños pastando
en campo sin límites”. (Tornas Rourke, Bolívar el
Hombre de la Gloria, p. 21). Además de sus de-
rechos en esta extraordinaria herencia, el menor
de los hijos, Simón, era titular de un mayorazgo
instituido en 1785 por el Pbro. Juan Félix Jerez y
Aristiguieta, siguiendo instrucciones de su madre
Luisa Bolívar sobre el vínculo de la Concepción,
consistente de una casa en la esquina de Las Gra-
dillas, una hacienda de 25.000 plantas de cacao en
el valle del Tuy de Yare “con suficiente esclavitud”;
otra de 40.000 árboles,, también con su esclavitud,
en el valle de Taguaza; una tercera de 30.000 en el
valle de Macayra y las demás tierras que le perte-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 479

necían como heredero de su madre Luisa Bolívar.


Para 1795 se estimaba su renta en 8.000 pesos.
“Todo hombre tiene tres escuelas, dijo Bolívar a
Perú Lacroix: la de los padres, las de los maestros
y del mundo”. En su caso personal creemos que la
tercera escuela fue la más efectiva. La de sus padres y
la de sus maestros fueron accidentadas e irregulares.
— Entre el niño Simón y la cultura tradicional
que debieron transmitirle sus padres, prema-
turamente desaparecidos, se operó una ruptu-
ra; perdió a su padre cuando apenas tenía dos
años de edad y a su madre cuando aún no ha-
bía cumplido los nueve. Con toda seguridad si
sus progenitores hubiesen sobrevivido algunos
años más, el menor habría sido educado dentro
de los mismos principios tradicionalistas y ran-
cios que ellos sostenían. Los huérfanos pasaron
a vivir al lado de su abuelo materno Feliciano
Palacios, cuya residencia se comunicaba por el
fondo con la de los Bolívar. En 1793 falleció
el señor Palacios y las dos hermanas de Simón
estaban casadas. El hogar quedó disuelto: el
huérfano pasó a la tutela de su tío Carlos Pala-
cios, quien por estar aún soltero se vio obliga-
do a confiarlo a los esposos Juan Nepomuceno
Ribas y María de Jesús Palacios. Descontento,
resolvió el niño irse a vivir con su hermana
María Antonia de Clemente en 1795 en la vís-
pera de cumplir los doce años. Se tramitó un
juicio ante la Real Audiencia por la guarda del
menor que concluyó con la decisión de que el
menor debía volver a manos de su tutor y tío
Carlos Palacios; éste lo trasladó al hogar de don
480 A rturo C ardozo

Simón Rodríguez para que asistiera a la escue-


la pública que el mismo Rodríguez regentaba.
El maestro tenía alojados en su casa a otros
alumnos. A petición de María Antonia, la Real
Audiencia acordó una inspección ocular en el
hogar de don Simón Rodríguez para compro-
bar las condiciones en que viviría su hermano.
Este firmó el acta el 11 de agosto de 1795, pero
a los pocos días estaba desaparecido. Regresó a
las pocas horas en compañía de un sacerdote.
La Real Audiencia, enterada de esta fuga, deci-
dió notificar y hacerle entender a don Simón
de Bolívar, “...dejándole copia en presencia de
su maestro don Simón Narciso Rodríguez, que
asista puntualmente a estudiar y dar sus lec-
ciones sin distracciones y sin disipar el tiempo
que debe aprovechar, quedando prevenido de
no salir otra vez sin permiso del mismo maes-
tro de su lado y compañía y, advertido éste de
evitar todo aquello que considere perjudicial a
la buena enseñanza y de que por vía de recreo
podrá permitirle en uno u otro día de fiesta ir a
la casa de sus parientes, recogiéndose antes del
toque de oraciones...” (Litigio ventilado ante
la Real Audiencia de Caracas sobre domicilio
tutelar y educación del menor Simón Bolívar.
Año 1795, Boletín de la Academia de la Histo-
ria, Caracas, No. 149). En octubre del mismo
año (1795) el voluntarioso Simón resolvió re-
gresar a la casa de su tío y tutor, comprome-
tiéndose a seguir asistiendo a la escuela, lo cual
logró. Sólo había permanecido en el hogar del
maestro Rodríguez dos meses y medio. En ene-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 481

ro de 1797, cuando aún no tenía catorce años,


Simón Bolívar ingresó como cadete al Batallón
de Milicias de Blancos de los valles del Tuy,
cuerpo del cual su padre había sido Coronel.
No cabe duda que la escuela de la familia de
que hablaba el propio Bolívar constituyó para
él un problema de inadaptabilidad y rebeldía.
— La escuela de los maestros tuvo para el Liberta-
dor el mismo signo que la de su familia, llena
de contradicciones. Además, fue el mismo Bo-
lívar quien con sus apasionadas manifestacio-
nes contribuyó a generar la confusión.
Recordemos en primer término un hecho que
influyó en el torrente sentimental del Liberta-
dor: como su madre no pudo amamantarlo
asumieron la función de nodrizas doña Inés
Mancebo, esposa de Fernando Miyares, futuro
gobernador y Capitán General, y la negra Hi-
pólita, una esclava de la familia. Por ambas ma-
nifestó especial afecto. En julio de 1824 escribió
a su hermana María Antonia desde el Cuzco,
ordenándole pasar una pensión mensual a la
última y agregaba: “Te mando una carta de mi
madre Hipólita, para que le des todo lo que ella
quiere; para que hagas por ella como si fuera tu
madre, su pecho ha alimentado mi vida y no he
conocido otro padre que ella”.
Según Arístides Rojas, al faltar el padre, no
podían con el rebelde niño “...ni la madre, ni
el abuelo, ni los tíos, pues sólo obedecía a sus
instintos y caprichos...”. La Real Audiencia le
designó ‘curador ad litem’ al Lic. Miguel José
Sanz, quien se llevó al niño de seis años a vivir
482 A rturo C ardozo

a su casa y le dio como maestro al Pbro. Andú-


jar “para que le enseñase elementos de religión,
moral e historia”. Sanz se reservó lo relativo “a
consejos y castigos”.
Tenía Simón nueve años cuando falleció su ma-
dre y, como lo dijimos antes, la tutela pasó al
abuelo materno Feliciano Palacios Sojo, pero
los menores quedaron a cargo de las criadas Hi-
pólita y Matea. Al fallecer el tutor, desempeñó
esta función el tío Carlos Palacios. Fue entonces
cuando el niño se mudó para la casa de María
Antonia y se produjeron los cambios de resi-
dencia y el litigio ante la Real Audiencia. En ese
momento apareció don Simón Rodríguez en la
vida del futuro Libertador. Es muy probable que
la influencia de este educador no haya sido tanta
como se cree, pues sólo estuvo bajo su conduc-
ción hasta septiembre de 1795. El maestro Ro-
dríguez se ausentó del país al ver descubierta y
reprimida la conspiración de Gual y España. Se-
gún Andrés Bello el Simón Rodríguez de aque-
llos años “...era un joven modesto, laborioso, de
conducta ejemplar, que había sido amanuense
del abuelo de Bolívar, don Feliciano Palacios, y
regentaba una escuela pública en Caracas”. Sus
singularidades, que debían hacerlo célebre, to-
davía no habían aflorado, o al menos aún no
tomaban relieve. Otro tanto ocurría con sus
revolucionarias ideas pedagógicas. Estos cam-
bios ocurrieron seguramente en sus recorridos
por Europa. Sin embargo, el Libertador en su
famosa carta de Pativilca (17 de enero de 1 824)
le concedió una influencia extraordinaria en su
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 483

formación política: “Ud. formó mi corazón para


la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo
hermoso. Yo he seguido el sendero que Ud. me
señaló, Ud. fue mi piloto, aunque sentado en las
playas europeas (...) no he podido jamás borrar
una coma de las grandes sentencias que Ud. me
ha regalado; siempre presentes a mis ojos inte-
lectuales, las he tenido como guías infalibles...”.
No cabe duda que en esta carta vibra ante todo
el cariño, la emoción, la simpatía, porque él y
su maestro eran dos personalidades divergentes.
En carta a Santander se desmiente parcialmente
cuando afirmó que Simón Rodríguez “...fue mi
maestro de primeras letras y gramática; de bellas
letras y geografía nuestro famoso Bello…”
A este último, de carácter frío, reservado, pru-
dente y ordenado se enfrentaba el genio impe-
tuoso y rebelde de su discípulo. Contaba Bello
a Amunátegui que captó el talento de Bolívar
pero también la imposibilidad de vencer su ca-
rácter indomable y su renuencia a la disciplina
exigida para su formación intelectual. Recono-
ció su fracaso y el de sus colegas en este caso es-
pecial. Por otra parte, Bolívar en carta a José Fer-
nández Madrid (27 de abril 1829) hizo expreso
reconocimiento al maestro: “...Yo conozco la
superioridad de este caraqueño; fue mi maestro
cuando teníamos la misma edad y yo lo amaba
con respeto. Su esquivez nos ha mantenido se-
parados en cierto modo, y por lo mismo deseo
reconciliarme, es decir, ganarlo para Colombia”.
Ante el deseo manifestado insistentemente por
Simón de viajar a Europa y el reiterado fracaso
484 A rturo C ardozo

de su educación en Caracas, se vencía la resis-


tencia de algunos familiares y se le envió a Ma-
drid. En su pasantía como cadete del Batallón
de Milicias de Blancos aprendió la esgrima,
mejoró la equitación y recibió el acostumbrado
entrenamiento físico.
Entre los quince y dieciséis años se produjo en
el joven Bolívar un brusco cambio psicológi-
co que coincidió con su viaje a Europa. Muy
acertadamente lo registró Pedro Palacios a su
hermano Carlos en carta del 29 de agosto de
1799: “Este niño lo tiene Esteban muy aplica-
do y él sigue con gusto y exactitud el estudio de
la lengua castellana, el escribir en que está muy
ventajoso, el baile, la historia en buenos libros
y se le tiene preparado el idioma francés y las
matemáticas”. Los dos tíos habían manifestado
que el sobrino les llegaba muy gastador y gua-
po y “...aunque no tiene instrucción alguna,
tiene disposición para adquirirla”. Por conse-
jos del marqués de Ustáriz se le inscribió en
la Academia de San Fernando y le contrataron
profesores especiales para recuperar el tiempo
perdido: lo despertaba el maestro de esgrima,
seguía la clase de francés y concluía con la de
danza. Unas horas de la tarde las ocupaba en la
clase de matemáticas. Es casi seguro que fue el
marqués de Ustáriz, entusiasta de la Enciclope-
dia quien lo inició en la lectura de Rousseau,
Voltaire, Montesquieu, etc.; pero no debieron
hacerle mucho efecto porque hasta su viudez el
joven Bolívar se desenvolvió como un mantua-
no de pura cepa hispánica aunque con algunas
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 485

dudas que no lograron desarraigar las ideas, las


creencias y los sentimientos de su rancia casta.
En una carta fechada en Bilbao expresó a su
tío Pedro lo siguiente: “Mis oraciones son po-
cas y poco eficaces por el sujeto que las hace;
pero no por esto dejaré de aplicarlas todas al
buen resultado del celoso interés que Ud. tiene
en este negocio (...) Dios es el autor de todos
nuestros sucesos, por lo que deben ser todos
para bien nuestro; (...) Estas reflexiones nos
consuelan cuando estamos en aflicciones; y así
es menester que Ud. no lo olvide”. (Vicente
Lecuna, Cartas del Libertador, t. I, p. 7).
La escuela del mundo, la percepción de todos
los acontecimientos mundiales e hispanoame-
ricanos, su participación activa en muchos de
ellos, la comprensión de esos sucesos y de las
contradicciones presentes a nivel de clases y de
personalidades; todo esto y mucho más fue lo
que, en lo fundamental, definieron sus cam-
bios en las ideas y en sus actuaciones. Movién-
dose dentro de esas condiciones sociales, per-
cibiendo sus impulsos, fue como el Libertador
forjó su personalidad. En la escuela del mundo
ahí estuvo lo mejor de su aprendizaje.
B. Resulta interesante estudiar los cambios operados en su
mentalidad; aquellos que lo condujeron del seno de la
oligarquía, de una vida muelle y privilegiada, al plano
popular como conductor de ejércitos formados por los
estamentos más bajos de la sociedad. La historia de Bo-
lívar, al igual que el proceso de independencia de Ve-
nezuela, registra tres fases: la primera fue la insurgencia
de la nobleza criolla a partir del 19 de abril de 1810;
486 A rturo C ardozo

la segunda fue la guerra que se transformó en ebulli-


ción social; y la última la frustración del cambio social
al alcanzar la independencia. La segunda fase comenzó
con la insurrección popular de 1812 contra la repúbli-
ca aristocrática, débil y bizantina, construida sobre los
cabildos y continuó en 1814 contra la república revivi-
da por el Libertador con su Campaña Admirable y por
Marino en Oriente. Boves al frente de una inagotable
masa de llaneros insurgió no sólo contra la República
sino contra el orden social, “contra el patriciado” me-
diante el asesinato en masa, el robo de haciendas y hoga-
res, de un modo primitivo y cruel. Su muerte en Urica
y la travesía hecha por Páez desde los Andes merideños
hasta Casanare coincidieron. Así pudo éste “recoger una
herencia que a cualquier otro habría horrorizado, pero
que tomó con mano firmé y la utilizó en beneficio de
la independencia”. La extraordinaria personalidad de
Bolívar demostró su capacidad al canalizar las fuerzas
subterráneas y dispersas, actuantes en el seno de la socie-
dad y organizarías para ponerlas en marcha y luchar por
una república de hombres libres e iguales, sin esclavos ni
siervos, de campesinos con tierras e indígenas en pose-
sión de sus comunidades. Muy diferente a la que había
planeado el Congreso oligárquico de 1811.
a) La escuela de la vida formó en una mente tan com-
prensiva y crítica como la de Simón Bolívar una
personalidad capaz de penetrar gradualmente con
su pensamiento la realidad social y las condicio-
nes internacionales que actuaban constantemente
sobre Venezuela y, en general, sobre Hispanoamé-
rica. Inmediatamente después del derrumbe de
la Primera República empezó Bolívar su tarea de
estudiar las causas de aquel fracaso a fin de em-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 487

prender una nueva acción emancipadora sin los


iniciales errores. He aquí sus reflexiones y decisio-
nes ante las recientes experiencias:
1. Luego de la capitulación de Miranda, Simón
Bolívar abandonó La Guaira, trasbordó en Cu-
razao y llegó a Cartagena. Allí redactó el famo-
so Manifiesto en donde aparecen sus primeras
críticas a los constituyentes de 1811:
— “Los códigos que consultaron nuestros ma-
gistrados no eran los que podían enseñarles
la ciencia práctica del gobierno, sino los que
han formado ciertos buenos visionarios que
imaginándose repúblicas aéreas han procu-
rado alcanzar la perfección política, presu-
poniendo la perfectibilidad del linaje huma-
no. Por manera que tuvimos filósofos por je-
fes, filantropía por legislación, dialéctica por
táctica, sofistas por soldados. Con semejante
subversión de principios y de cosas, el orden
social se sintió extremadamente conmovido
y desde luego, corrió el Estado a pasos agi-
gantados a una disolución universal”.
— “Pero lo que debilitó más al gobierno de
Venezuela fue la forma federal que adop-
tó, siguiendo las máximas exageradas de los
Derechos del Hombre que, autorizándolo
para que se rija a sí mismo, rompe los pac-
tos sociales y constituye a las Naciones en
anarquía”.
— “...Es preciso que el Gobierno se identifi-
que, por decirlo así, al carácter de las cir-
cunstancias, de los tiempos y de los hom-
bres que lo rodean...”.
488 A rturo C ardozo

2. En la ciudad de Trujillo, el 15 de junio de 1813


en la mitad de su Campaña Admirable, luego
de guerrear exitosamente desde el Magdalena
hasta Ocaña y de aquí hasta Cúcuta, dictó su
discutido Decreto de Guerra a Muerte que tuvo
como objetivo central dividir la población del
país en dos grupos antagónicos: el de la inmensa
mayoría, formada por los nacidos en Venezue-
la y los extranjeros que actuaban en favor de la
independencia por una parte; y por la otra, una
minoría integrada por los españoles y canarios.
— “Los españoles nos han servido con rapiña
y muerte. Han violado los sagrados dere-
chos de los seres humanos, violado sus ca-
pitulaciones y los más solemnes tratados;
cometido, de hecho, todos los crímenes.
Han reducido la República de Venezuela a
la más horrible desolación. Por lo tanto, la
justicia exige venganza y la necesidad nos
obliga a tomarla...”.
— “Todo español que no conspire con los más
activos y efectivos medios posibles contra la
tiranía en favor de nuestra justa causa, será
considerado como enemigo y traidor a la
patria; y en consecuencia, inexorablemente
ejecutado... Españoles y canarios, contad
con la muerte aunque seáis indiferentes; si
no obráis activamente en favor de la liber-
tad de Venezuela. ¡Americanos! contad con
la vida aunque seáis culpables”.
3. Concluida la veloz campaña, Bolívar recibió en
Caracas dos títulos aparentemente contradic-
torios: el de Libertador por la hazaña realizada
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 489

y el de Dictador por la actividad que habría de


realizar para contener la gigantesca contraofen-
siva de los españoles. Escribió así al Congreso
de la Nueva Granada:
— “La posesión de la autoridad suprema, por
satisfactoria que sea a los déspotas de otros
países, ha sido para mí, amante de la liber-
tad, penosa y deprimente...”.
— “Repito lo que he declarado siempre: que
no retendré parte de mi autoridad a menos
que el pueblo mismo me la confiera. Lu-
char por mi país es mi única ambición; y
será satisfecha con cualquier posición que
se me asigne en el ejército que lleva la gue-
rra contra el enemigo”.
4. Otra reflexión que pensamos vale la pena re-
cordar aquí fue la de que la independencia de
Venezuela tenía necesariamente que apoyarse
en la de la Nueva Granada y a la inversa. Su
unidad era fundamental para garantizar la se-
guridad. En correspondencia al comprensivo
Presidente Camilo Torres se expresó de este
modo:
— “La suerte de Nueva Granada está íntima-
mente ligada a la de Venezuela; si ésta conti-
núa en cadenas, la primera las llevará también
porque la esclavitud es una gangrena que em-
pieza por una parte, y si no se corta, se comu-
nica al todo y perece el cuerpo entero”.
b) Cuando el jefe realista Manuel de Cagigal evacua-
ba la plaza de Barcelona en abril de 1813 ante el
avance patriota, José Tomás Boves, autorizado por
su jefe, abandonó su columna y se dirigió a los
490 A rturo C ardozo

llanos con la intención de guerrear por su propia


cuenta. Se ocupó de formar caballerías de lanceros,
reclutando llaneros con el halago del robo de gana-
dos y frutos, de dinero y prendas y el estímulo para
matar indiscriminadamente, bien a los blancos, a.
los que supieran leer y escribir y, en general, a quie-
nes se le opusieran a sus designios. Sus cuerpos de
caballería podían disponer de las bestias existentes
en la llanura y de los vacunos que estuviesen a la
vista. Los llaneros tenían rasgos nómadas y pasa-
ban la mayor parte del tiempo sobre el lomo de un
caballo. Boves fue el más famoso jefe de los llane-
ros por su gran carisma, valentía y crueldad, pero
hubo muchos otros que desarrollaron las mismas
tácticas de pillaje y crueldad. Boves sirvió de de-
tonante para la insurgencia de las masas llaneras,
no sólo contra la república sino contra el orden
social existente, utilizando una violencia primitiva
e irracional; avivó odios ancestrales de castas, des-
pertó apetitos e irrumpió en oleadas sucesivas e in-
contenibles contra el corajudo Ejército Libertador
hasta ahogarlo en sangre y provocar el pánico entre
la población caraqueña que huyó hacia Oriente.
Estos hechos, más los desconocimientos de los
oficiales subalternos y las difíciles gestiones en el
Caribe para obtener recursos y reiniciar la guerra
merecieron la reflexión del Libertador y generaron
cambios en su pensamiento y en su política social.
1. La primera reflexión del Libertador duran-
te esta fase la hallamos en la famosa Carta de
Jamaica, fechada en Kingston el 27 de mayo
de 1815. Mantiene firme su confianza en el
triunfo definitivo de la independencia en His-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 491

panoamérica a pesar de las derrotas parciales


porque hay una lucha simultánea en todo el
hemisferio. Pasa revista a las distintas regiones
haciendo algunos pronósticos. Critica la polí-
tica de los países europeos y de EE.UU. ante el
movimiento independentista. Razona sobre la
insuficiencia de datos para conocer la situación
de las capas trabajadoras sobre la pasividad tra-
dicional del habitante americano. Se refiere al
pacto de Carlos V con los descubridores, con-
quistadores y pobladores; afirma que América
no estaba preparada para la independencia:
todo ha sido improvisado y las instituciones
inapropiadas; observa las peculiaridades de al-
gunas regiones y concluye con la idea de que
sólo la unión de Hispanoamérica garantizará la
independencia. Vamos a reproducir algunas de
estas ideas:
— “En unas partes triunfan los independen-
tistas mientras los tiranos en lugares dife-
rentes obtienen sus ventajas, ¿y cuál es el re-
sultado final? Echemos una ojeada y obser-
vemos una lucha simultánea en la inmensa
extensión de este hemisferio”.
— Refiriéndose a los llaneros comandados por
Boves y otros caudillos realistas se expresa
así: “En cuanto a la desdichada y heroica
Venezuela, sus acontecimientos han sido
tan rápidos y sus devastaciones tales, que la
han reducido a una absoluta indigencia y a
una soledad espantosa; no obstante era uno
de los más bellos países de cuantos hacían el
orgullo de América. Sus tiranos gobiernan
492 A rturo C ardozo

un desierto y sólo oprimen a tristes restos


que, escapados de la muerte, alimentan una
precaria existencia; algunas mujeres, niños
y ancianos son los que quedan. Los hom-
bres han perecido para no ser esclavos y los
que viven, combaten con furor en los cam-
pos y en los pueblos internos hasta expirar
o arrojar al mar a los que, insaciables de
sangre y de crímenes, rivalizan con los pri-
meros monstruos que hicieron desaparecer
de la América a su raza primitiva”.
— “¡Qué demencia la de nuestra enemiga, pre-
tender reconquistar la América sin marina,
sin tesoro y casi sin soldados! pues los que
tiene apenas son bastantes para retener a su
propio pueblo en una violenta obediencia
y defenderse de sus vecinos. Por otra parte,
¿podrá esta nación hacer el comercio exclu-
sivo de la mitad del mundo sin manufactu-
ras, sin producciones territoriales, sin artes,
sin ciencias, sin política...?”
Señala con tristeza la política de neutralidad que
se han impuesto los Estados Unidos y suelta esta
expresión: “hasta nuestros hermanos del Norte
se han mantenido inmóviles espectadores de
esta contienda que por su esencia es justa...”
— “...Nosotros somos un pequeño género hu-
mano; poseemos un mundo aparte, cerca-
do por dilatados mares, nuevo en casi todas
las artes y ciencias aunque en cierto modo
viejo en los hábitos de la sociedad civil.
Yo considero el estado actual de la Améri-
ca, como cuando desplomado el Imperio
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 493

Romano, cada desmembración formó un


sistema político, conforme a sus intereses
y situación o siguiendo la ambición parti-
cular de algunos jefes, familias o corpora-
ciones...”
— “...Sabe Ud. cuál es nuestro destino? los
campos para cultivar el añil, la grana, el
café, la caña, el cacao y el algodón, las lla-
nuras solitarias para criar ganados, los de-
siertos para cazar las bestias feroces, las en-
trañas de la tierra para excavar el oro que no
puede saciar a esa nación avarienta”.
— Los acontecimientos de Tierra Firme nos
han probado que las instituciones perfec-
tamente representativas no son adecuadas a
nuestro carácter, costumbres y luces actua-
les. En Caracas el espíritu de partido tomó
su origen en las sociedades, asambleas y
elecciones populares; y estos partidos nos
tornaron a la esclavitud. Y así como Vene-
zuela ha sido la república americana que
más ha adelantado en sus instituciones po-
líticas, también ha sido el más claro ejem-
plo de la ineficacia de la forma democrática
y federal para nuestros nacientes estados...”
Cita la afirmación de Montesquieu, según
la cual ‘Es más difícil sacar un pueblo de
la servidumbre que subyugar uno libre’ y
agrega: “Yo deseo más que otro alguno ver
formar en América la más grande nación
del mundo, menos por su extensión y ri-
quezas que por su libertad y gloria. Aunque
aspiro a la perfección del gobierno de mi
494 A rturo C ardozo

patria no puedo persuadirme que el Nuevo


Mundo sea por el momento regido por una
gran república; como es imposible, no me
atrevo a desearlo y menos aún deseo una
monarquía universal de América, porque
este proyecto, sin ser útil, es también im-
posible. (...) Los estados americanos han
menester de los cuidados de gobiernos pa-
ternales que curen las llagas y las heridas del
despotismo y la guerra”.
— “Pienso como Ud. que causas individuales
pueden producir resultados generales; sobre
todo en las revoluciones. Pero no es el héroe,
gran profeta, o Dios del Anahuac, Quetzal-
coatl el que es capaz de operar los prodigio-
sos beneficios que Ud. propone. (...) Feliz-
mente los directores de la independencia de
México se han aprovechado del fanatismo
con el mejor acierto, proclamando a la fa-
mosa virgen de Guadalupe por reina de los
patriotas, invocándola en todos los casos
arduos y llevándola en sus banderas. Con
esto el entusiasmo político ha formado una
mezcla con la religión, que ha producido un
fervor vehemente por la sagrada libertad...”
— “Yo diré a Ud. lo que puede ponernos en
actitud de expulsar a los españoles y de fun-
dar un gobierno libre: es la unión, cierta-
mente; mas esta unión no nos vendrá por
prodigios divinos sino por efectos sensibles
y esfuerzos bien dirigidos...”
2. La idea de concientizar a las masas popula-
res en favor de la independencia mediante el
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 495

enfrentamiento de los americanos contra los


españoles, como lo había pretendido Bolívar
con el Decreto de la Guerra a Muerte no ha-
bía dado los resultados deseados. Fue necesa-
rio presenciar la insurgencia de los estamentos
inferiores, conducidos por Boves, Morales,
Cervériz, Antoñanzas y otros para poder “sa-
lirse” del pensamiento de los mantuanos y
buscar otras explicaciones. Al abandonar Ca-
rúpano había declarado consternado que una
inconcebible demencia hacía que los pueblos
americanos tomaran las armas “para destruir
sus libertades y restituir el cetro a sus tiranos”.
Al tratar de investigar la causa de “esa incon-
cebible demencia” empezó a comprender a
las masas populares en sus actitudes, muchas
veces no pensadas, frente a la oligarquía. Per-
cibió que ésta había perdido su hegemonía: es-
taba arruinada y sus miembros muertos o en
el exterior, horrorizados del huracán social que
desataron; sodio cuenta de que la guerra había
que realizarla con las capas medias y bajas (par-
dos, mulatos, zambos, indios, negros) que eran
la mayoría del país y que, para atraerlos a la
causa emancipadora había que ofrecerles algo
más sentido. Al descubrir los objetivos clasistas
de las masas populares y al insertarlos dentro
del programa republicano logrará “el milagro”
de que los medios y bajos estamentos se pasen
mayoritariamente a la causa republicana y, en
el campo de Carabobo, el 24 de junio de 1821,
obtendrán el definitivo triunfo gentes venidas
de todas las regiones del país bajo su dirección
496 A rturo C ardozo

suprema. Revisemos los distintos pasos dados


por el Libertador en su acercamiento hacia las
masas y sus resultados:
— Supo Bolívar que el general Pablo Morillo,
en su carácter de Jefe Expedicionario tra-
taba de restablecer el viejo orden colonial
con sus jerarquías sociales, administrativas
y políticas y proyectaba imponer autorida-
des regulares. En su carta al Redactor de la
‘Gaceta Real de Jamaica’ del 28 de septiem-
bre de 1815, escribe: “…Los jefes españo-
les de Venezuela, Boves, Morales, Rosete,
Calzada y otros, siguiendo el ejemplo de
Santo Domingo (Haití), sin conocer las
verdaderas causas de aquella revolución, se
esforzaron en sublevar toda la gente de co-
lor, inclusive los esclavos contra los blancos
criollos, para establecer un sistema de deso-
lación, bajo las banderas de Fernando VII.
Todos fueron instados al pillaje, al asesina-
to de los blancos; les ofrecieron sus empleos
y propiedades; los fascinaron con doctrinas
supersticiosas en favor del partido español,
y, a pesar de incentivos tan vehementes,
aquellos incendiarios se vieron obligados a
recurrir a la fuerza, estableciendo el prin-
cipio: que los que no sirven en las armas
del rey son traidores o desertores; y en con-
secuencia cuantos no se hallaban alistados
en sus bandas de asesinos eran sacrificados,
ellos, sus mujeres, hijos y hasta las pobla-
ciones enteras; porque a todos obligaban
a seguir las banderas del Rey. Después de
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 497

tanta crueldad, de una parte, y tanta espe-


ranza de otra, parecerá inconcebible que los
esclavos rehusasen salir de sus haciendas, y
cuando eran compelidos a ello, sin poderlo
evitar, luego que les era posible, deserta-
ban...” Para este momento el Libertador to-
davía aceptaba la esclavitud y sostenía una
visión edénica de la sociedad venezolana.
— En su viaje a la república de Haití en so-
licitud de ayuda, Bolívar aprendió en “la
escuela del mundo” dos lecciones magis-
trales que le fueron inolvidables: recibió
por primera vez una prueba de solidaridad
internacional proveniente de un Estado y
éste era precisamente Haití, la excolonia
francesa, liberada y gobernada por anti-
guos esclavos: el único país libre existente
en el mundo exclusivamente poblado por
negros. El presidente de esa república, Ale-
jandro Petión, le había brindado los recur-
sos requeridos para continuar la guerra de
liberación a cambio de la promesa de abolir
la esclavitud, principal fuente de riqueza de
la oligarquía venezolana y, en particular, de
la familia Bolívar. El Libertador abrió con
esta promesa su programa de cambios so-
ciales para la Venezuela independiente. De
ahí en adelante fueron numerosos los de-
cretos de liberación promulgados a lo largo
de la campaña militar y en los Congresos.
Sterling en su informe de 1816 se refiere a
las relaciones entre Haití y Bolívar que ca-
lifica de alianza y expresa lo siguiente: “Esta
498 A rturo C ardozo

alianza ha abierto los ojos del país acerca de


los verdaderos designios de los líderes insur-
gentes y cambiado esencialmente la natura-
leza de la contienda. Mandan los mismos
hombres, pero no es ya el mismo partido
que, al principio de la Revolución y prosi-
guiendo una política errónea, levantó un
estandarte rebelde. Cuando los insurgentes
derribaron la autoridad real, su partido no
mostró ni buen juicio ni espíritu público; así
cuando en mayo último desembarcaron de
nuevo en la provincia de Cumaná no podían
esperar mucho de los blancos y la necesidad
los llevó a unir sus intereses a los de las otras
castas que tenían más poder y mayor incli-
nación a ayudarlos. La primera medida que
tomaron fue ofrecer la emancipación y la li-
bertad de los esclavos si abrazaban su causa
y éstos no tardaron en acceder a sus deseos.
Tal paso aumentó la fuerza del partido, pero
destruyó su respetabilidad y las pocas gentes
que habían trabajado por principio en favor
de la independencia del país, abandonaron
al grupo que tanto aceleraba su propia rui-
na. Además de tener conexiones con Santo
Domingo (Haití), atrajeron así, con la es-
peranza del botín, todos los desertores de
las Indias occidentales. Sin embargo, estos
hombres, aunque merezcan el mal nombre
de patriotas que han asumido, agregan fuer-
za a la causa por su valor y audacia”.
Recordemos los decretos dictados por el Li-
bertador y sus proposiciones a los Congre-
sos para abolir la esclavitud:
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 499

— En Carúpano el 2 de junio de 1816, di-


rigiéndose a los habitantes de Río Caribe,
Carúpano y Cariaco, decretó la libertad ab-
soluta de los esclavos “que han gemido bajo
el yugo español en los tres siglos pasados”,
porque “la justicia, la política y la patria
reclaman imperiosamente los derechos im-
prescindibles de la naturaleza”.
— En Villa de Cura, el 11 de marzo de
1818jhizo un llamamiento a los antiguos
esclavos de los valles de Aragua (en donde
estaban algunas de sus haciendas) a tomar
las armas y expresó: “Art. 2o. Abolida la es-
clavitud en Venezuela, todos los hombres
que antes eran esclavos se presentarán al
servicio para defender su libertad”. Se repi-
tió un bando igual en La Victoria el 14 de
marzo del mismo año.
— En su discurso ante el Congreso Consti-
tuyente de Angostura (1819) señaló como
uno de los decretos de mayor relevancia la
abolición de la esclavitud y expresó: “Yo no
hablaría de los actos más notables de mi
mando si no incumbiesen a la mayoría de
los venezolanos. Se trata, señor, de las re-
soluciones más importantes de este último
período. La atroz e impía esclavitud que
cubría con su negro manto la tierra de Ve-
nezuela y nuestro cielo se hallaba recargado
de tempestuosas nubes que amenazaban un
diluvio de fuego. Yo imploré la protección
del Dios de la humanidad y luego, la reden-
ción disipó las tempestades. La esclavitud
500 A rturo C ardozo

rompió sus grillos y Venezuela se ha visto


rodeada de nuevos hijos, de hijos agradeci-
dos que han transformado los instrumentos
del cautiverio en armas de libertad. Sí, los
que antes eran esclavos ya son libres; los que
antes eran enemigos de una madrastra ya
son defensores de una patria. Encareceros
la justicia, la necesidad y la beneficencia de
esta medida es superfluo cuando vosotros
sabéis la historia de los Helotas, de Espar-
taco y de Haití; cuando vosotros sabéis que
no se puede ser libre y esclavo a la vez, sino
violando a la vez las leyes naturales, las leyes
políticas y las leyes civiles. Yo abandono a
vuestra soberana decisión la reforma o re-
vocación de mis Estatutos y Decretos; pero
yo imploro la confirmación de la libertad
absoluta de los esclavos como imploraría
mi vida y la de la República”.
— Fue consecuente el Libertador con esa po-
sición. En su mensaje al Congreso de Bo-
livia, el 25 de mayo de 1826, manifestó lo
siguiente: “La infracción de las leyes es la
esclavitud. La ley que la conservara sería la
más sacrílega. ¿Qué derecho se alegaría para
su conservación? Mírese este delito por
todos los aspectos y no me persuado que
haya un solo boliviano tan depravado que
pretenda legitimar la más insigne violación
de la dignidad humana. ¡Un hombre poseí-
do por otro! ¡Un hombre propiedad! ¡Una
imagen de Dios puesta al yugo como un
bruto! Transmitir, prorrogar, eternizar este
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 501

crimen mezclado de suplicios, es el ultraje


más chocante”.
3. Un segundo paso hacia la conquista de las
masas populares para el movimiento de in-
dependencia lo dio cuando fijó su atención
en el problema de la tierra, factor principal
de los antagonismos entre las clases que in-
tervienen en la producción rural. La tierra
ha sido siempre la solución u objetivo de los
trabajadores del campo, obligados a laborar
en terrenos ajenos como peones, como arren-
datarios o siervos. Bolívar comprendió que la
mejor manera de incorporar a la masa rural
era ofreciéndoles independencia y tierras. (A
los esclavos les había ofrecido independencia
y libertad). Empleó la tierra como un premio,
como una recompensa para todas aquellas
personas que ingresaran en el Ejército Liber-
tador: la extensión dependería del grado al-
canzado en la jerarquía militar. Pero, ¿cuáles
serían esas tierras a repartir? ¿las antiguas tie-
rras realengas o del rey (hoy baldías)? No sino
en casos extremos. Se utilizarían las haciendas
y hatos de la propiedad de los enemigos del
movimiento emancipador; en otras palabras,
de la oligarquía territorial mayoritariamente
decepcionada de la independencia. Esta me-
dida era contraria a los intereses fundamenta-
les de su propia clase, como había sido la libe-
ración de los esclavos. Seguramente muchos
de sus parientes y amigos serían víctimas de
tales expropiaciones. Así como la dotación de
tierras constituiría un premio para las plazas
502 A rturo C ardozo

del Ejército, la privación de las mismas sería


un castigo para los terratenientes enemigos de
la independencia. Este decreto era todo un
atentado “contra la sacra propiedad” aunque
dejaba intactos los latifundios de la reducida
oligarquía patriota.
Si estas disposiciones se hubiesen cumplido
con seriedad, la Venezuela independiente hu-
biera sufrido un cambio estructural verdadera-
mente revolucionario: habrían desaparecido las
relaciones esclavistas de producción, el concer-
taje y el peonaje que alimentaban las relaciones
semifeudales del latifundio y multiplicado las
pequeñas y medianas propiedades bajo un ré-
gimen de producción mercantil simple, punto
de partida para el capitalismo agrario.
Las medidas que tomó el gobierno republicano
por iniciativa del Libertador fueron las siguientes:
— En Angostura, el 3 de septiembre de 1817,
dictó Bolívar un decreto en el cual expresa-
ba: “Que la excesiva generosidad con que
se ha tratado a los más celosos partidarios
de los españoles por el solo título de Ame-
ricanos, no ha bastado a inspirarles senti-
mientos dignos de tan glorioso nombre, he
venido en adoptar respecto de ellos, aun-
que no con tanto rigor, los principios es-
tablecidos por el enemigo para el secuestro
y confiscación de los bienes y propiedades
de los patriotas”. Dispuso que “Todos los
bienes y propiedades muebles e inmuebles
de cualquier especie, y los créditos, accio-
nes y derechos correspondientes a las per-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 503

sonas de uno y otro sexo que han seguido


al enemigo al evacuar este país o tomado
parte activa en su servicio, quedan secues-
trados y confiscados a favor del Estado, y
se pondrán desde luego en arriendo, admi-
nistración y depósito según su naturaleza”.
“Quedan excluidos: los bienes dótales de
la mujer en la tercera parte del caudal ‘del
marido, que se dividirá por partes iguales
entre las hijas solteras y los hijos menores
de catorce años”. El art. 5o. del Decreto so-
metió a secuestro y confiscación “Todas las
haciendas y propiedades de cualquier espe-
cie pertenecientes a los Padres Capuchinos
y demás misioneros que han hecho voto de
pobreza” y por el Art. 6o. quedaron someti-
dos a las mismas medidas “todas las propie-
dades del gobierno español y de sus vasa-
llos, sea cualquiera el país de su residencia”.
Se fijaron normas para la administración de
tales bienes.
— Fechado en Santo Tomás de la Nueva Gua-
yana, el 10 de octubre de 1817, el Liberta-
dor dio a conocer un decreto según el cual
se consideraba “...que el primer deber del
gobierno es recompensar los servicios de
los virtuosos defensores de la república,
que sacrificando generosamente sus vidas y
propiedades por la libertad y felicidad de la
patria han sostenido y sostienen la desas-
trosa guerra de la Independencia, sin que
ni ellos ni sus familias tengan los medios de
subsistencia; y, considerando que existen en
504 A rturo C ardozo

el territorio ocupado por las armas de la Re-


pública, y en el que vamos a libertar, mul-
titud de propiedades de españoles y ame-
ricanos realistas, que conforme al decreto
y reglamento publicado el 3 de septiembre
del presente año, deben secuestrarse y con-
fiscarse” se estableció que “Todos los bienes
raíces e inmuebles, que con arreglo al cita-
do decreto y reglamento, se han secuestra-
do y confiscado y no se hayan enajenado y
ni puedan enajenarse a beneficio del erario
nacional, serán repartidos y adjudicados a
los generales, jefes, oficiales y soldados de
la República...” de la manera que ya antes
habíamos señalado y que ahora repetimos:
Al General en Jefe........................ 25.000
Al General de División................ 20.000
Al General de Brigada................. 15.000
Al Coronel.................................. 10.000
Al Teniente Coronel.................... 9.000
Al Mayor..................................... 8.000
Al Capitán................................... 6.000
Al Teniente.................................. 4.000
Al Subteniente............................. 3.000
Al Sargento 1ro. y 2do................. 1.000
Al Cabo 1ro. y 2do...................... 700
Al Soldado................................... 500

Se establecieron algunas normas comple-


mentarias, tales como el derecho a la dife-
rencia cuando se daban ascensos con pos-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 505

terioridad a la repartición. Por méritos ex-


traordinarios se podían entregar bienes con
valor superior al grado del recompensado.
La repartición debía ser hecha por una co-
misión designada al efecto, cuyo funciona-
miento quedó señalado por un subsiguien-
te reglamento.
Un decreto del 17 de febrero de 1818, dic-
tado en la población de El Sombrero, acor-
dó una amnistía condicional a todos los
americanos que hubieran seguido el parti-
do de los españoles, siempre que rindieran
las armas y se presentaren voluntariamente
al Ejército Libertador o a los Justicias de los
pueblos para ser alistados dentro de los tres
días siguientes de publicado el bando. Tan-
to a los oficiales como a los empleados ci-
viles se les garantizaban los mismos grados
o empleos. Hemos citado este decreto por-
que las sucesivas amnistías disminuyeron el
monto de los bienes secuestrados al liberar
el patrimonio de los agraciados.
4. Un tercer paso hacia la comprensión de los
intereses de las masas populares buscando su
incorporación a las filas patriotas, fueron las
disposiciones concernientes a los resguardos
indígenas. El Libertador había mencionado a
los indios en muchos de sus documentos pero
siempre lo había hecho en tono sentimental y
evocador. Empezó a ocuparse de ellos después
de haber recorrido todas las regiones de Vene-
zuela y de la Nueva Granada. Lo fundamental
de sus disposiciones consistió en garantizarles
506 A rturo C ardozo

a las comunidades aborígenes sus tierras o res-


guardos e imponer su devolución a quienes las
hubiesen usurpado. Una vez reintegrados dis-
puso hacer repartos por familias. Los terrenos
sobrantes podrían ser arrendados y el monto
de los cánones destinado al pago de tributos,
de maestros y a otros gastos. Como se ve, los
indios continuaron pagando en dinero el anti-
guo tributo generado en las extintas encomien-
das. Tal decreto fue mal interpretado y peor
ejecutado y, ante los perjuicios causados a los
aborígenes, hubo necesidad de que el gobierno
interviniera para eliminar los abusos. En 1828
se creó la llamada contribución personal de
indígenas, pagadera en dinero anualmente al
Estado. Además se establecieron pautas para el
funcionamiento de los Cabildos indígenas en
toda la Gran Colombia.
— En la Villa del Rosario de Cúcuta, el 20 de
mayo de 1820, el Presidente Bolívar dictó
un decreto dedicado a corregir en Cundina-
marca los abusos contra los pueblos de in-
dios, sus personas y resguardos. Por cuanto
“esta parte de la población de la República
merece las más paternales atenciones del go-
bierno por haber sido la más vejada, opri-
mida y degradada durante el despotismo
español” se dispuso devolver “a los naturales,
como propietarios legítimos, todas las tierras
que formaban los resguardos según sus títu-
los, cualquiera sea el que aleguen para po-
seerlas los actuales tenedores”. Devueltas las
tierras e integrados los resguardos, “los jue-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 507

ces políticos repartirán a cada familia tanta


extensión de terreno cuanto cómodamente
pueda cultivar cada una, teniendo presente
el número de personas de que conste la fa-
milia y la extensión total de los resguardos”.
Los terrenos sobrantes serán arrendados por
remate y mejor fianza “prefiriendo siempre
por tanto a los actuales poseedores”. Las fa-
milias sólo podrían arrendar sus parcelas con
conocimiento de los Jueces Políticos. Los
productos de los arrendamientos se destina-
rán “parte para el pago de tributos y para el
pago de los sueldos de maestros de las es-
cuelas que se establecerán en cada pueblo”.
La selección de los maestros la harían el juez
político y el cura. La asistencia a las escuelas
sería obligatoria para los jóvenes mayores de
cuatro años y menores de catorce; se les en-
señarán “las primeras letras, la aritmética, los
principios de la religión y los derechos y de-
beres del hombre y del ciudadano conforme
a las leyes”.
Más adelante el mismo decreto establecía: “Ni
los curas, ni los jueces políticos, ni ninguna
otra persona empleada podrán servirse de los
naturales de ninguna manera, ni en caso algu-
no sin pagarles el salario que antes estipulen
en contrato formal celebrado a presencia y
con consentimiento del juez político. El que
infringiere este artículo pagará el doble del va-
lor del servicio hecho y los jueces exigirán esta
multa irremediablemente a favor del agravia-
do por la menor queja que tengan; cuando los
508 A rturo C ardozo

jueces mismos sean los delincuentes, serán los


gobernadores políticos los que exigirán la mul-
ta dicha”. Las cofradías cuyos ganados pastaren
en los resguardos y fuesen custodiados por los
indígenas deberán pagar salario y, en caso de
infracción, las correspondientes multas. De-
bían cesar absolutamente desde ese momento,
por escandalosas y contrarias al espíritu de la
religión, a la disciplina de la Iglesia y a todas
las leyes “las costumbres de no administrar los
sacramentos a los feligreses mientras no hayan
pagado los derechos de cofradía y congrua, la
de obligarlos a que hagan fiestas a los santos
y la de exigirles derechos parroquiales de que
están exentos...” Los curas infractores “sufri-
rán un severo juicio”. Concluía asentando que
“los naturales, como todos los demás hombres
libres de la República, podrán ir y venir con
sus pasaportes, comerciar sus frutos y efectos,
llevarlos al mercado o feria que quieran y ejer-
cer su industria y talentos libremente del modo
que ellos elijan sin que se les impida”.
— Al año siguiente, exactamente el 12 de fe-
brero de 1821, hubo necesidad de ratificar
el anterior decreto y corregir las maliciosas
interpretaciones que funcionarios y parti-
culares le habían dado en detrimento de los
aborígenes. En una comunicación dirigida
al Comandante General de Tunja se anotó
la arbitrariedad de que a objeto de destinar
mayores terrenos para renta se habían redu-
cido las parcelas familiares y la vida se ha-
bía hecho más dura para los aborígenes. Se
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 509

estableció que la intención del decreto ha-


bía sido: “Reintegrara los indios en el goce
de todos los resguardos... 2o. Distribuir el
todo de los resguardos a los indios para que
tengan todo el terreno que puedan cultivar
y puedan así salir del estado miserable a que
están reducidos. 3o. Incluir en la distribu-
ción y hacerlo especialmente, el terreno de
los resguardos que sea más rico y fértil y
más fácil de cultivar, para que tengan los
indios estas ventajas y no otros poseedores.
4o. Hacer la distribución del total de los
resguardos sin reservar nada para las escue-
las ni para tributos, sino cuando sean tan
extensos aquellos que haya sobrantes des-
pués de hecha una distribución la más libe-
ral y graciosa para los indios, de modo que
tengan una abundante y cómoda subsisten-
cia”.
— Un Decreto-Ley del 15 de octubre de
1828, firmado en Bogotá, reorganizó el ré-
gimen de los pueblos de indios para toda la
Gran Colombia. Comenzó por establecer
una contribución personal de indígenas,
montante a tres pesos y cuatro reales al año
que deberían pagar los indígenas colombia-
nos desde la edad de 18 años hasta la de
50.. Quedaban exceptuados los lisiados e
incapacitados para el trabajo y para ganar
salarios y aquellos que tuvieran un capital
no menor de 1.000 pesos en fincas raíces o
en muebles. En este último caso pagarían
las contribuciones ordinarias a que estaban
510 A rturo C ardozo

obligados los demás ciudadanos. Se esta-


blecieron recaudadores, se confeccionaron
listas de los contribuyentes y libros de co-
branza. Los indígenas quedaron eximidos
del servicio militar y libres de pagar dere-
chos parroquiales y otros. No pagarían, por
ejemplo, impuesto de alcabala cuando lo
que vendieran, negociaran o contrataran
fuera suyo propio o perteneciera a otro in-
dígena. Tampoco pagarían derechos en los
tribunales y oficinas públicas. Por su traba-
jo debería pagárseles salario. Las parroquias
indígenas conservarían sus pequeños cabil-
dos y empleados para su régimen puramen-
te económico. Les correspondía: “lo. Celar
la conducta en sus subordinados a fin de
evitar los excesos en bebida y otra especie.
2o. Dar aviso a los recaudadores de los in-
dígenas que se hayan ausentado de la parro-
quia o de los que hayan venido a ella de otras
parroquias. 3o. Concurrir con su influjo y
diligencias a la recaudación de la contribu-
ción personal, cuando la persona encargada
al efecto se presente. 4o. Noticiar con opor-
tunidad a los curas cuando algún indígena
se halle enfermo de gravedad para que pue-
da ser socorrido con los auxilios espirituales
y corporales”. A cada familia se le asigna-
ría del resguardo la parte necesaria para su
habitación y cultivo particular, a más de lo
que necesitaren en común para sus ganados
y otros usos. Las tierras sobrantes podrán
ser arrendadas, preferentemente a indíge-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 511

nas. Los curas y protectores “estimularán a


los indígenas por los medios más suaves a
trabajar en común una porción suficiente
de tierra del sobrante de los resguardos para
invertir sus productos precisamente en be-
neficio de los mismos indígenas”. Los indí-
genas quedaban sometidos a un régimen de
protección mediante funcionarios denomi-
nados protectores generales y particulares
que ejercerían su representación en todos
los actos.
5. El objetivo de mayor atracción para las capas
medias o pardos, como se les denominaba en
el lenguaje racista de la Colonia, era conquis-
tar la igualdad: no eran esclavos ni tributarios
indígenas; había entre ellos medianos y peque-
ños propietarios rurales, artesanos, pequeños y
medianos comerciantes; en general, se trataba
de productores independientes. La sociedad
estamental les vetaba u obstaculizaba el ascen-
so social en razón de su origen plebeyo. Los
que habían logrado ciertos niveles económicos
querían equipararse a los nobles criollos, pero
éstos rechazaban esta “subversión del sistema”.
No podían apoyar a una república comandada
por la clase mantuana que les cerraba el ascenso
social. Bolívar, conviviendo con representantes
de estas capas medias en el curso mismo de la
guerra, víctima muchas veces de esos rencores
clasistas por ser él un descollante miembro del
‘mantuanaje’ y, además, conocedor de las ideas y
cambios sociales realizados en Francia durante la
Revolución, estuvo en condiciones de captar las
512 A rturo C ardozo

ansias de igualdad que movilizaban a estas gen-


tes. Logró superar el concepto de igualdad que
imperaba dentro de su clase. Comprobó que
los odios raciales impedían la consolidación del
movimiento independentista y, sobrepasando el
principio de la igualdad política, avanzó hasta
donde las condiciones se lo permitieron hacia
la concepción de la igualdad social. Podríamos
sintetizar diciendo que en la concepción boliva-
riana la igualdad política descansaba en la igual-
dad social: para que la igualdad política no fuese
una mera abstracción humanística tenía que
ser garantizada por el Estado, procurando que
todos los miembros de la sociedad tuvieran las
mismas oportunidades. ¿Cómo? Primero pro-
porcionando instrucción y recursos materiales
para levantar el nivel de vida de las clases necesi-
tadas y alcanzar las condiciones de poder ejercer
sus derechos. Y, segundo, impidiendo que las
clases poderosas (nobleza territorial, clero, fun-
cionarios, etc.) oprimieran a las capas inferiores
mediante despojos de tierras, aprovechamiento
gratuito del trabajo ajeno, credulidad religiosa y
abusos de autoridad, entre otros. En otras pala-
bras: paternalismo para con los débiles y auto-
ritarismo para limitarla explotación. Rasgos pe-
culiares del concepto bolivariano de la igualdad
fueron la idea de eliminar las diferencias de raza
y casta a través del mejoramiento de las condi-
ciones de vida de los estamentos inferiores y la
de que no podía surgir la opresión en donde rei-
naba la igualdad. Leamos algunos textos de sus
documentos como Jefe Político:
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 513

— En el Discurso inaugural del Congreso de


Angostura, el 1 5 de febrero de 1819, el Li-
bertador empezó a formular lo que iba a ser
su concepto de la igualdad: “Los ciudada-
nos de Venezuela gozan todos por la Cons-
titución, intérprete de la naturaleza, de una
perfecta igualdad. Cuando esta igualdad no
hubiese sido un dogma en Atenas, en Fran-
cia y en América (USA), deberíamos noso-
tros consagrarlo para corregir la diferencia
que aparentemente existe. Mi opinión es,
legisladores, que el principio fundamental
de nuestro sistema depende inmediata y
exclusivamente de la igualdad establecida
y practicada en Venezuela. Que los hom-
bres nacen todos con derechos iguales a los
bienes de la sociedad, está sancionado por
la pluralidad de los sabios; como también
lo está que no todos los hombres nacen
igualmente aptos a la obtención de todos
los rangos; pues todos deben practicar la
virtud y no todos la practican; todos deben
ser valerosos y todos no lo son; todos de-
ben poseer talentos y todos no los poseen.
De aquí viene la distinción efectiva que se
observa entre los individuos de la sociedad
más libremente establecida. Si el princi-
pio de la igualdad política es generalmente
reconocido, no lo es menos el de la des-
igualdad física y moral. La naturaleza hace
a los hombres desiguales, en genio, tem-
peramento, fuerzas y caracteres. Las leyes
corrigen esta diferencia porque colocan al
514 A rturo C ardozo

individuo en la sociedad para que la edu-


cación, la industria, las artes, los servicios,
las virtudes, le den una igualdad ficticia
propiamente llamada política y social. Es
una inspiración eminentemente benéfica la
reunión de todas las clases en un estado, en
que la diversidad se multiplica en razón de
la propagación de la especie. Por este solo
paso se ha arrancado de raíz la cruel discor-
dia. ¡Cuántos celos, rivalidades y odios se
han evitado!”.
— En el seno del Ejército Libertador se cum-
plieron los preceptos bolivarianos sobre
igualdad. La mayoría de los jefes militares
fueron caudillos populares, entrenados en
las guerrillas, que se incorporaron con sus
grados y bandas armadas. El decreto sobre
repartición de tierras entre los militares no
tuvo en cuenta ni la cuna, ni la raza, ni la
casta, sino la jerarquía y los ascensos eran
motivados por capacidad, valentía y servi-
cios. El Decreto mismo dejó expresa cons-
tancia de que “...los grados obtenidos en
campaña (eran) una prueba incontestable
de los diferentes servicios hechos por cada
uno de los individuos del ejército...”.
Este cuerpo era el instrumento destinado a
alcanzar la independencia del país y eran las
masas populares las que empezaban a pro-
porcionar la tropa y un creciente número
de oficiales.
— Bolívar creyó haber descubierto la causa
principal de la desigualdad social en el ca-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 515

rácter estamental de la sociedad colonial y


trató con sus decretos de eliminar las con-
secuencias de las diferencias de raza y casta.
Este objetivo lo perseguían las medidas de
protección a los indígenas, antes menciona-
das, sobre los resguardos y la obligatoriedad
de la educación de los niños en los pueblos
de indios. En el Perú acentuó más esta po-
lítica indigenista. Siempre su interés estuvo
en atenuar las diferencias en la descendencia
de cada categoría social para materializar o
mejor, hacer efectiva la igualdad ante la ley.
Llegó incluso ahí a suprimir la nobleza here-
ditaria indígena porque explotaba a los otros
miembros de las comunidades. Se ratificaba
el principio de que el Estado no reconocía
desigualdad entre los ciudadanos.
— En el proyecto de Constitución para Boli-
via consagró: “Nadie puede romper el san-
to dogma de la igualdad y ¿habrá esclavitud
donde reina la igualdad?” Ahí se establecía
la igualdad en derechos de todos los ciuda-
danos, independientemente del color de la
piel, de la posición social o la magnitud de
bienes.
— Con motivo del fusilamiento del general
Manuel Piar, Bolívar dirigió en Angostura,
el 17 de octubre de 1817, una proclama al
Ejército Libertador en los siguientes térmi-
nos: “¡Soldados! Vosotros lo sabéis: la igual-
dad, la libertad y la independencia son nues-
tra divisa. ¿La humanidad no ha recobrado
sus derechos por nuestras leyes? ¿Nuestras
516 A rturo C ardozo

armas no han roto las cadenas de los escla-


vos? ¿La odiosa diferencia de clases y colores
no ha sido abolida para siempre? ¿Los bienes
nacionales no se han mandado a repartir en-
tre vosotros? ¿La fortuna, el saber y la glo-
ria no os esperan? ¿Vuestros méritos no son
remunerados con profusión o por lo menos
con justicia? ¿Qué quería, pues, el general
Piar para vosotros? ¿No sois iguales, libres,
independientes, felices y honrados? ¿Podía
Piar procuraros mayores bienes? ¡Nó, nó,
nó! El sepulcro de la República lo abría Piar
con sus propias manos, para enterrar en él la
vida, los bienes y los honores de la inocen-
cia, del bienestar y de la gloria de los bravos
defensores de la libertad de Venezuela; de sus
hijos, esposas y padres”.
C. La guerra de independencia se llevó a cabo en la etapa
del capitalismo de libre competencia y del surgimiento de
las nacionalidades, iniciada con la emancipación de Esta-
dos Unidos y el desarrollo de la Revolución Francesa que
permitió el ascenso de la burguesía al poder. Tuvo como
marco internacional las guerras napoleónicas (en particu-
lar la invasión a España), el desmantelamiento del Impe-
rio francés y la hegemonía en Europa de la Santa Alianza.
Todos estos sucesos influyeron de diferente modo en la
independencia de Venezuela y de la mayor parte de la
América Española. El Libertador y otros hispanoame-
ricanos fueron testigos oculares de algunos de estos im-
portantes sucesos y, en cierta manera, las experiencias de
Europa incidieron sobre sus ideas y programas.
La guerra de independencia podría ser caracterizada
como una revolución burguesa anticolonial inconclusa.
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 517

Uno de los rasgos de esta revolución parece ser que no


llega hasta el final de sus objetivos: los resuelve en parte
y en el caso de Hispanoamérica quedaron sin solución,
a pesar de los decretos bolivarianos, el problema de la
igualdad social y el de la protección de las economías
nacionales ante la penetración del capital comercial.
La concepción política de Bolívar correspondió al papel
histórico revolucionario que en su época desempeñaba
la burguesía, interesada en dar origen a los estados na-
cionales. Al luchar por la independencia, iba al mismo
tiempo abriendo brechas en la estructura semifeudal de
la sociedad colonial estamental, con miras al estable-
cimiento de un nuevo orden económico social. Jamás
concibió que la independencia era un mero cambio de
gobierno (como lo pensaron los golpistas del 19 de abril
de 1810) sino una vía para lograr nuevas formas polí-
ticas y sociales. Teniendo a la vista las fórmulas cons-
titucionales de USA, Inglaterra y Francia, se inclinó
más hacia las europeas; así se identificó siempre con el
centralismo y rechazó con tenacidad el sistema federal.
Efectuó la mayor parte de su actividad política bajo la
presión de la reaccionaria Santa Alianza, dominante en
la Europa continental después de la caída de Napoleón,
pero fueron muy pocas las concesiones que hizo.
Tras la meta de la independencia, Bolívar tuvo dos grandes
preocupaciones: dar vida a un estado nacional, venezolano
o grancolombiano, cuyo sistema de gobierno procurase a
la población la “mayor suma de felicidad posible, mayor
suma de seguridad social y mayor suma de estabilidad po-
lítica”. Luchó tenazmente por alcanzarlo, pero no existían
las condiciones para lograrlo y sus proyectos fueron arrolla-
dos por la oligarquía esclavista y semifeudal, reorganizada
e instalada dentro del aparato del Estado. La segunda gran
518 A rturo C ardozo

preocupación fue transformar las guerrillas, dispersas y pri-


mitivas, en un ejército regular, disciplinado y técnicamente
capaz de vencer a las tropas españolas y garantizar la in-
dependencia. Este fue el único objetivo que efectivamente
logró cuando concentró caudillos y regiones, pueblo na-
cional y cuerpos internacionales y, entre triunfos y fracasos,
logró llegar como indiscutido jefe al campo de Carabobo y
definir la independencia de una patria más extensa con la
incorporación de la Nueva Granada y Quito.
a) La Constitución de 1811 fue en realidad una tra-
ducción al castellano de la de los Estados Unidos
con el sistema federal aprobado por el Congreso.
Bolívar no formó parte de este organismo y siem-
pre mantuvo una actitud crítica contra el federalis-
mo. Conoció con bastante profundidad el sistema
monárquico inglés con parlamento bicameral y las
cinco constituciones que se dio Francia desde 1789
hasta el derrumbe del imperio napoleónico, todas
orientadas hacia un acentuado centralismo. A las
experiencias de USA, Inglaterra y Francia unió la
inoperancia de la Constitución de 1811, sus obser-
vaciones personales sobre la realidad social en que se
movía y la opinión de otras personalidades. De ahí
extrajo Bolívar sus propias tesis constitucionalistas.
Desde que empezó a ocupar una posición dirigente
dentro del proceso de emancipación se interesó por
institucionalizar la autoridad que ejercía en virtud
de las armas para evitar la arbitrariedad.
Vamos a presentar una síntesis de sus decisiones
tendientes a legalizar el Estado que nacía tras sus
victoriosas campañas:
1. El año 1813, durante la Campaña Admirable,
el Libertador mantuvo una actitud cambiante
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 519

con respecto al Estado independiente que iba


dejando a sus espaldas: primero se consideró
como jefe de un destacamento de la Nueva
Granada a cuyo gobierno debería obediencia
e información. Cuando rebasa los Andes pensó
en restablecer las autoridades de acuerdo con la
Constitución de 1811; y en donde pudo así lo
hizo, designando las personas que gobernaban
para el momento del triunfo de Monteverde.
Fue después de su llegada a Caracas, el 6 de
agosto de 1813, cuando asumió la dirección su-
prema del territorio liberado e inició una serie
de consultas con personalidades patriotas para
establecer un sistema político de emergencia.
Bajo el título de Libertador y Dictador, Bolívar
organizó la República del siguiente modo:
— En la asamblea popular llevada a cabo en el
templo de San Francisco de Caracas el 2 de
enero de 1814 el Libertador se expresó así:
“Ciudadanos: yo no soy el soberano. Vuestros
representantes deben hacer vuestras leyes; la
Hacienda nacional no es de quien os gobier-
na; todos los depositarios de vuestros intere-
ses deben mostraros el uso que han hecho de
ellos. (...) Los intereses del Estado estaban en
manos de bandidos. Decidid si vuestro honor
se ha repuesto; si vuestras cadenas han sido
despedazadas; si he exterminado vuestros
enemigos; si os he administrado justicia; si he
organizado el erario de la República”. (Blanco
y Azpúrua, Documentos, vol. IV, p. 47).
— “Compatriotas yo no he venido a oprimi-
ros con mis armas vencedoras, he venido
520 A rturo C ardozo

a traeros el imperio de las leyes; he venido


con el designio de conservaros en vuestros
sagrados derechos. No es el despotismo
militar el que puede hacer la felicidad de
un pueblo, ni el mando que obtengo pue-
de convenir jamás sino temporalmente a
la República. Un soldado feliz no adquiere
ningún derecho para mandar a su patria.
No es el árbitro de las leyes ni del gobier-
no; es el defensor de su libertad. Sus glorias
deben confundirse con las de la Repúbli-
ca; y su ambición debe quedar satisfecha al
hacer la felicidad de su país...” (Blanco y
Azpúrua, ob. cit., vol. IV, p. 50).
— En ejercicio de sus funciones dictatoriales
Bolívar dio al naciente Estado una organi-
zación, aplicada sólo en el territorio libera-
do, que sintetizamos así:
Presidió un gobierno centralista, auxiliado
por la Secretaría de Estado, de Relaciones
Exteriores y Hacienda, de Guerra y Marina
y, por último, de Gracia, Justicia y Policía.
En cada una de las provincias liberadas se
estableció un gobierno político y otro mili-
tar. Los gobernadores políticos se encarga-
ron de la Hacienda Nacional en su jurisdic-
ción y los gobernadores militares acataban
órdenes del Jefe Supremo.
En las ciudades y villas había Jefes Corre-
gidores. El Corregidor de Cuarcitas tenía
autoridad sobre El Guapo, Caucagua, va-
lles de Guarenas y Guatire y Barlovento. El
de La Guaira, sobre el Litoral central; el de
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 521

Ocumare, para los valles del Tuy; el de Ca-


racas, desde Petare hasta Los Teques. Ade-
más los de La Victoria, Valencia, Puerto
Cabello, Nirgua, San Felipe, Barquisimeto,
El Tocuyo, Guanare, Arame, San Carlos,
Calabozo, San Sebastián, San Rafael de
Orituco y Chaguaramas. Todos estos pue-
blos y ciudades formaban la provincia de
Caracas. En lo que atañe a las provincias de
Mérida, Trujillo y Barinas, se mantuvo la
misma organización de 1811.
En cuanto a la administración de justicia
se establecía un Tribunal Supremo en Cara-
cas, compuesto de tres letrados, encargados
de oír las apelaciones de los Juzgados de
Primera Instancia de las provincias.
Los cabildos continuaron funcionando en
la misma forma y con iguales atribuciones
a las que tenían para 1812,
La Hacienda nacional era administrada por
una Dirección de Rentas con jurisdicción
en todas las provincias.
La mayoría de estas bases organizativas no
llegó a ser puesta en vigencia por la tenaz
contraofensiva de Boves que puso fin al se-
gundo intento republicano.
2. El 22 de octubre de 1818 Bolívar, actuando
como Jefe Supremo de la República de Vene-
zuela y Capitán General de sus Ejércitos y de
los de Nueva Granada, lanzó al país una famo-
sa proclama en la cual dio cuenta de sus ac-
tividades a partir de la derrota infligida a los
patriotas por Boves. Luego de narrar lo relativo
522 A rturo C ardozo

a sus actividades en Cartagena, agregaba: “Yo


busque asilo en una isla extranjera y fui a Ja-
maica, solo, sin recursos y casi sin esperanzas.
Perdida Venezuela y la Nueva Granada, toda-
vía me atrevía a pensar en expulsar a sus tira-
nos. La isla de Haití me recibió con hospitali-
dad: el magnífico Presidente Petión me prestó
protección; y bajo sus auspicios formé una ex-
pedición de trescientos hombres, comparables
en valor, patriotismo y virtud a los compañeros
de Leónidas. Casi todos han muerto ya; pero
el ejército exterminador también ha muerto.
Trescientos patriotas vinieron a destruir diez
mil tiranos europeos y lo han conseguido. Al
llegar a Margarita una asamblea general me
nombró Jefe Supremo de la nación: mi ánimo
fue convocar allí el Congreso; pocos meses des-
pués lo convoqué en efecto: los sucesos de la
guerra no permitieron, sin embargo, este anhe-
lado acto de la voluntad nacional”. (Blanco y
Azpúrua, ob. cit., vol. VI, p. 479).
De ahí en adelante se .dieron los siguientes pasos
hacia la legitimidad del régimen republicano:
— El 24 de octubre de 1818 se promulgó el
reglamento para la elección del Congreso.
Reproduciremos algunos párrafos de este
documento: “INDEPENDENCIA Y LI-
BERTAD son los dos grandes objetivos de
la lucha que sostenemos contra el poder ar-
bitrario de la España. Ya seríamos indepen-
dientes en toda la extensión de la palabra
si todos los oprimidos combatiesen contra
la opresión. Impotentes nuestros opreso-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 523

res para mantener por sí solos las cadenas


coloniales, muy pronto hubieran sucumbi-
do bajo el peso de su temeraria empresa,
si entre los mismos hijos de Colombia no
hubiesen hallado la fuerza que les faltaba.
A estos deben ellos la prolongación de sus
ataques; al sistema de ignorancia y preocu-
pación sostenido por tres siglos con ideas
falsas de religión y política son igualmente
deudores de esta ventaja auxiliar”. (Blanco
y Azpúrua, ob. cit., vol. VI, p. 480).
Estima que muchos de los venezolanos han
vuelto al seno de la patria. “...Pero si al be-
neficio de la emancipación no añadiésemos
el de la libertad civil bien constituida, poco
habríamos adelantado en la carrera de nues-
tra regeneración política. No someterse a
una ley que no sea la obra del consentimien-
to general del pueblo, no depender de una
autoridad que no sea derivada del mismo
origen, es el carácter de la libertad civil a que
aspiramos. Cualquiera que sea la nación pri-
vada de este derecho, no ha menester otra
causa que armarse contra quien pretendie-
re gobernarla con una potestad emanada de
otro principio. Si para cegar la única fuen-
te visible del poder nacional, recurrieren al
Cielo los usurpadores, será entonces más
calificado el derecho de resistencia contra la
usurpación, porque al crimen de la tiranía se
añade el de la impostura y sacrilegio.”
El Reglamento expresa que como no existe
el censo civil levantado para la selección de
524 A rturo C ardozo

electores y diputados provinciales en 1810 se


hará ahora designación por asambleas en las
parroquias libres o entre las divisiones mili-
tares de cada provincia. El número de dipu-
tados será de treinta: todos representarán la
provincia y no a determinada localidad.
Las condiciones:
requiere ser mayor de veinticinco años,
tener un patriotismo a toda prueba y ser
venezolano de más de cinco años de na-
cionalización. Serían cinco diputados por
provincia. El Congreso se reuniría en An-
gostura para resolver sobre todo lo relativo
al sistema constitucional de la República y
designar sus autoridades.
— El 15 de febrero de 1819 se instaló en An-
gostura el Congreso de Venezuela. Estu-
vieron presentes sendos representantes de
USA (R. Irvine) e Inglaterra. Ahí pronun-
ció Bolívar su famoso discurso inaugural,
al que nos hemos referido varias veces. El
objetivo fundamental de esta intervención
fue presentar un proyecto de Constitución
en base a los fundamentos que creía más
apropiados. Los miembros del Congreso
fueron: por la provincia de Caracas: Dr.
Juan Germán Roscio, Dr. Luis Tomás Pera-
za, Lie. José de España, Sr. Onofre Basalo y
Sr. Francisco Antonio Zea; por la provincia
de Barcelona: Cnl. Francisco Parejo, Cnl.
Eduardo Hurtado, Lie. Diego Bautista
Urbaneja, Lie. Ramón García Cádiz y Sr.
Diego Antonio Alcalá; por la provincia de
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 525

Cumaná: Gral. Santiago Mariño, Gral. To-


más Montilla, Dr. Juan Martínez y Sr. Die-
go Vallenilla; por la provincia de Barinas:
Sr. Nicolás Pumar, Pbro. Dr. Ramón Igna-
cio Méndez, Cnl. Miguel Guerrero, Gral.
Rafael Urdaneta y Dr. Antonio M. Brice-
ño; por la provincia de Guayana: Sr. Eu-
sebio Afanador, Sr. Juan Vicente Cardozo,
Int. Fernando Peñalver y Gral. Pedro León
Torres; por la provincia de Margarita: Lie.
Gaspar Marcano, Dr. Manuel Palacios, Lie.
Domingo Alzuru y José de Jesús Guevara.
Para integrar la Corte Suprema de Justicia
se designó a los diputados Dr. Juan Mar-
tínez, Lie. Ramón García Cádiz y al Lie.
Francisco Javier Yanes. Bolívar fue designa-
do Presidente Provisional y Jefe del Ejérci-
to. Se crearon tres ministerios: el de Estado
y Hacienda, el de Marina y Guerra y el de
Interior y Justicia.
He aquí algunas reflexiones del Libertador
en su Discurso inaugural:
“El primer Congreso en su Constitución
Federal, más consultó el espíritu de las Pro-
vincias, que la idea sólida de fundar una
República indivisible y central. Aquí cedie-
ron nuestros Legisladores al empeño incon-
siderado de aquellos provinciales seducidos
por el deslumbrante brillo de la felicidad
del pueblo (norte) americano, pensando
que las bendiciones de que goza son debi-
das exclusivamente a la forma de gobierno
y no al carácter y costumbres de los ciuda-
526 A rturo C ardozo

danos. (...) Mas por halagüeño que parezca


y sea en efecto este magnífico sistema fede-
rativo, no era dado a los venezolanos go-
zarlo repentinamente al salir de las cadenas.
No estábamos preparados para tanto bien;
el bien, como el mal, da la muerte cuando
es súbito y excesivo. Nuestra constitución
moral no tenía todavía la consistencia ne-
cesaria para recibir el beneficio de un go-
bierno completamente representativo, y
tan sublime cuanto que podía ser adaptado
a una república de santos. (...) Un gobierno
republicano ha sido, es y debe ser el de Ve-
nezuela; sus bases deben ser la soberanía del
pueblo: la división de los Poderes, la Liber-
tad civil, la proscripción de la esclavitud,
la abolición de la monarquía y de los pri-
vilegios. Necesitamos de la igualdad para
refundir, digámoslo así, en un todo, la es-
pecie de los hombres, las opiniones políti-
cas y las costumbres públicas. (...) En nada
alteraríamos nuestras leyes fundamentales
si adoptásemos un Poder Legislativo se-
mejante al Parlamento Británico. Hemos
dividido, como los americanos, la Repre-
sentación Nacional en dos Cámaras: la de
Representantes y la del Senado. La primera
está compuesta muy sabiamente, goza de
todas las atribuciones que le corresponden,
y no es susceptible de una reforma esencial,
porque la Constitución le ha dado el ori-
gen, la forma y las facultades que requiere
la voluntad del pueblo para ser legítima y
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 527

competentemente representada. Si el Sena-


do en lugar de ser electivo fuese heredita-
rio, sería en mi concepto, la base, el lazo,
el alma de nuestra República (...) Estos Se-
nadores serán elegidos la primera vez por el
Congreso. Los Sucesores al Senado llaman
la primera atención del Gobierno que de-
bería educarlos en un colegio especialmen-
te destinado para instruir aquellos tutores,
legisladores futuros de la Patria. (...) No
es una nobleza la que pretendo establecer,
porque como ha dicho un célebre republi-
cano, sería destruir a la vez la igualdad y la
libertad. Es un oficio para el cual se deben
preparar los candidatos, y es un oficio que
exige mucho saber, y los medios proporcio-
nados para adquirir su instrucción. Todo
no se debe dejar al acaso y a la ventura de
las elecciones: el pueblo se engaña más fá-
cilmente que la naturaleza perfeccionada
por el arte; y aunque es verdad que estos
senadores no saldrían del seno de las vir-
tudes, también es verdad que saldrían del
seno de una educación ilustrada. Por otra
parte los Libertadores de Venezuela son
acreedores a ocupar siempre un alto rango
en la República que les debe su existencia.
(...) En las Repúblicas el Ejecutivo debe ser
el más fuerte, porque todo conspira contra
él; en tanto que en las Monarquías el más
fuerte debe ser el Legislativo, porque todo
conspira en función del monarca. (...) Si no
se ponen al alcance del Ejecutivo todos los
528 A rturo C ardozo

medios que una justa atribución le señala,


cae inevitablemente en la nulidad o en su
propio abuso; quiero decir, en la muerte del
gobierno, cuyos herederos son la anarquía,
la usurpación y la tiranía”.
— El Congreso dictó el 17 de diciembre de
1819 la Ley Fundamental de la República
de Colombia: ya se había llevado a cabo la
victoria de Boyacá y consolidado la inde-
pendencia de la Nueva Granada. Expresa
que “los pueblos de la Nueva Granada re-
cientemente libertados por las armas de la
República “han querido someterse volun-
tariamente al soberano Congreso de Vene-
zuela. Establece que constituirán una sola
República con el nombre de Colombia con
suficientes medios para alcanzar el más alto
grado de poder y prosperidad. Su territorio
será el de la Capitanía General de Venezue-
la y el Virreinato del Nuevo Reino de Gra-
nada, con una extensión de 115.000 leguas
cuadradas. El Poder Ejecutivo lo ejercería
un Presidente y en su defecto un Vicepre-
sidente, designados interinamente por el
Congreso. El territorio colombiano se divi-
dió en tres Departamentos: el de Venezue-
la, el de Quito y el de Cundinamarca; cada
uno tendrá una administración superior y
un Jefe designado por el Congreso. Sus ca-
pitales serán Caracas, Quito y Bogotá. La
capital de Colombia estará en una nueva
ciudad que se denominará Bolívar. El Con-
greso de Colombia se reunirá el primero
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 529

de enero de 1821 en la Villa del Rosario


de Cúcuta y a ese cuerpo le corresponderá
discutir y aprobar la Constitución de la Re-
pública, lo referente al pabellón nacional,
escudo de armas. La celebración de la pro-
clamación se hará el 25 de diciembre, día
del nacimiento del Salvador”. Bolívar puso
el ejecútese a esta ley el mismo día.
— El Congreso de (la gran) Colombia fue ins-
talado en la Villa del Rosario de Cúcuta el
6 de mayo de 1821 por el Vicepresidente
Antonio Nariño. El Libertador no tuvo
ninguna participación en él por estar diri-
giendo la campaña que condujo a la batalla
de Carabobo. La Constitución fue sancio-
nada el 30 de agosto del mencionado año.
La precedió una alocución del mismo Con-
greso, de cuyo texto tomamos los siguientes
párrafos:
En la Constitución “...encontraréis que so-
bre la base de la unión de pueblos que antes
formaron diferentes Estados se ha levanta-
do el edificio firme y sólido de una Nación
cuyo gobierno es popular representativo y
cuyos Poderes Legislativo, Ejecutivo y Judi-
cial, exactamente divididos, tienen sus atri-
buciones marcadas y definidas, formando,
sin embargo, un todo de tal suerte combi-
nado y armonioso, que por él resultan pro-
tegidas vuestra seguridad, libertad, propie-
dad e igualdad ante la ley”.
“El Poder Legislativo dividido en dos Cá-
maras os da una intervención plena en la
530 A rturo C ardozo

formación de vuestras leyes y el mejor de-


recho a esperar que sean siempre justas y
equitativas; no seréis ligados sino por aqué-
llas a que hayáis consentido por medio de
vuestros Representantes, ni estaréis sujetos
a otras contribuciones que las que hayáis
propuesto y aprobado; ninguna carga se
echará sobre alguno que no sea común a
todos, y éstas no serán para satisfacer a pa-
siones de particulares, sino para suplir las
necesidades de la República.
“El Poder Ejecutivo en una sola persona, a
quien toca velar por la tranquilidad inte-
rior y seguridad exterior de la República,
tiene todas las facultades necesarias para el
desempeño de su elevado encargo. Vosotros
encontraréis que en todo el brillo de su au-
toridad puede llenaros de beneficios, pero
no causaros perjuicio alguno; su espada está
sólo desenvainada contra los enemigos del
Gobierno sin posibilidad de ofender al pa-
cífico colombiano...”.
“El Poder Judicial, donde los asaltos de la
intriga pierden toda su fuerza y el rico todo
su ascendiente; a donde nadie puede llegar
con rostro sereno si no va revestido con los
simples adornos de la justicia, está destina-
do a dirimir imparcialmente vuestras con-
tiendas, reprimir al malvado y favorecer la
inocencia; en tan respetuoso lugar rinden
todos homenaje a la ley; y allí veréis las pa-
siones desarmadas, cortadas las tramas del
artificio y descubierta la verdad”. (Con-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 531

greso de Cúcuta, Libro de Actas 1821, pp.


452-454).
— El 25 de mayo de 1826 el Libertador pre-
sentó al Congreso Constituyente de Bolivia
un proyecto de Constitución con algunas
instituciones muy originales. Lo acompañó
con un Mensaje en el cual justificaba sus
proposiciones. Vamos a reproducir algunas
frases que expresan sus ideas constituciona-
listas en ese momento:
“Legisladores! Vuestro deber os llama a resis-
tir el choque de dos monstruosos enemigos
que recíprocamente se combaten: la tiranía
y la anarquía forman un inmenso océano
de opresión, que rodea a una pequeña isla
de libertad, embatida perpetuamente por la
violencia de las olas y de los huracanes, que
la arrastran sin cesar a sumergirla. Mirad el
mar que vais a surcar con una frágil barca,
cuyo piloto es tan inexperto”.
En el mismo mensaje insistió y desarrolló
las ideas que el Congreso de Cúcuta no
había acogido y que el de Angostura había
enviado a una comisión para su estudio. Lo
fundamental de este proyecto es que consi-
dera la implantación de cuatro poderes, en
estos términos:
— “Ningún objeto es más importante a un
ciudadano que la elección de sus legisla-
dores, magistrados, jueces y pastores. Los
Colegios Electorales de cada provincia re-
presentan las necesidades y los intereses de
ellas y sirven para quejarse de las infrac-
532 A rturo C ardozo

ciones de las leyes, y de los abusos de los


Magistrados. (...) Cada diez ciudadanos
nombran un elector; y así se encuentra la
nación representada por el décimo de sus
ciudadanos. No se exigen sino capacidades,
ni se necesita de poseer bienes, para repre-
sentar la augusta función del Soberano;
mas debe saber escribir sus votaciones, fir-
mar su nombre y leer las leyes. Ha de pro-
fesar una ciencia o un arte que le asegure
un alimento honesto. No se le oponen otras
exclusiones que las del crimen o de la ocio-
sidad y de la ignorancia absoluta. Saber y
honradez, no dinero, es lo que requiere el
ejercicio del Poder Público”.
— El Cuerpo Legislativo lo divide en tres Cáma-
ras: La primera es la de los Tribunos “...y goza
de la atribución de iniciar las leyes relativas a
la Hacienda, Paz y Guerra. Ella tiene la ins-
pección inmediata de los ramos que el Ejecu-
tivo administra con menos intervención...
Los Senadores forman los Códigos y Re-
glamentos eclesiásticos y velan sobre los
Tribunales y el Culto. Toca al Senado es-
coger los Prefectos, los jueces de distrito,
gobernadores, corregidores, y todos los
subalternos del Departamento de Justicia”.
“Los Censores ejercen una potestad política
y moral que tiene alguna semejanza con la
del Areópago de Atenas, y de los Censores
de Roma. Eran ellos los fiscales contra el
gobierno para celar si la Constitución y los
Tratados públicos se observan con religión.
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 533

He puesto bajo su égida el Juicio Nacio-


nal, que debe decidir de la buena o mala
administración del Ejecutivo”. Protegen la
moral, las ciencias, las artes, la instrucción
y la imprenta. La más terrible como la más
augusta función pertenece a los Censores.
Condenan a oprobio eterno a los usurpa-
dores de la autoridad soberana y a los insig-
nes criminales...”
— En cuanto al Poder Ejecutivo, “El Presi-
dente viene a ser en nuestra Constitución,
como el Sol que, firme en su Centro, da
vida al Universo. Esta suprema autoridad
debe ser perpetua; porque en los sistemas
sin jerarquías se necesita más que en otros,
un punto fijo alrededor del cual giren los
magistrados y los ciudadanos: los hombres
y las cosas. Dadme un punto fijo, decía un
antiguo, y moveré el mundo. Para Bolivia,
este punto es el Presidente vitalicio. En él
estriba todo nuestro orden, sin tener por
esto acción. Se le ha cortado la cabeza para
que nadie tema sus intenciones y se le han
ligado las manos para que a nadie dañe”.
Recuerda la isla de Haití que se halló en
insurrección permanente hasta que Petión
fue designado Presidente vitalicio con fa-
cultades para elegir el sucesor. Las facul-
tades del Presidente serían muy limitadas:
“Apenas nombrar los empleados de hacien-
da, paz y guerra y mandar el ejército”.
— La administración pública corresponde al
gabinete ministerial que está bajo el control
534 A rturo C ardozo

de los Censores, de los Legisladores, Ma-


gistrados, jueces y ciudadanos. El Vicepre-
sidente depende de las leyes elaboradas por
el Cuerpo Legislativo y de las órdenes que
recibe del Ejecutivo. Su función es dirigir la
administración y lo designa el Presidente.
— El Poder Judicial “goza de una independen-
cia absoluta”. El pueblo postula los candi-
datos a jueces y el Legislador los designa.
“El Poder Judicial contiene la medida del
bien o del mal de los ciudadanos; y si hay
libertad, si hay justicia en la República, son
distribuidas por este poder. Poco importa a
veces la organización política con tal que la
civil sea perfecta; que las leyes se cumplan
religiosamente y se tengan por inexorables
como el Destino”.
— La administración de la República corre a
cargo de Prefectos, Gobernadores, Corregi-
dores, Jueces de Paz y Alcaldes.
— La fuerza armada consta de cuatro partes:
ejército de línea, milicia nacional, escuadra
y resguardo militar. “El destino del ejército
es guarnecer la frontera. ¡Dios nos preserve
de que vuelva sus armas ‘contra los ciuda-
danos! Basta la milicia nacional para con-
servar el orden interno. Bolivia no posee
grandes costas, y por lo mismo es inútil la
marina: debemos a pesar de esto, obtener
algún día uno y otra. El resguardo militar es
preferible por todos respecto al de guardas:
un servicio semejante es más inmoral que
superfluo: por lo tanto interesa a la Repú-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 535

blica guarnecer sus fronteras con tropas de


línea, y tropas de resguardo contra la guerra
del fraude”.
— “... la libertad civil es la verdadera libertad;
las demás son nominales o de poca influen-
cia con respecto a los ciudadanos. Se ha
garantizado la seguridad personal que es
el fin de la sociedad y de la cual emanan
las demás. En cuanto a la propiedad, ella
depende del Código Civil que vuestra sabi-
duría debiera componer luego, para la di-
cha de los conciudadanos. He conservado
intacta la ley de las leyes: la igualdad, sin
ella perecen todas las garantías, todos los
derechos...”.
— Proscribe la esclavitud que “es la infracción
de todas las leyes”.
— “La Religión es la Ley de la Conciencia.
Toda ley sobre ella la anula porque impo-
niendo la necesidad al deber, quita el mé-
rito a la fe, que es la base de la Religión.
Los preceptos y los dogmas sagrados son
útiles, luminosos y de evidencia metafísica:
todos debemos profesarlos, mas este deber
es moral, no político^ (...) Prescribir pues,
la Religión, no toca al Legislador; porque
éste debe señalar penas a las infracciones de
las leyes, para que no sean meros consejos.
No habiendo castigos temporales, ni jueces
que los apliquen, la ley deja de ser ley”.
b) El último elemento que aún no hemos analizado
es el que se refiere a la forma como Bolívar logró
ser reconocido por los numerosos jefes y caudillos
536 A rturo C ardozo

del movimiento independentista; cómo logró uni-


ficar las guerrillas diseminadas en el territorio na-
cional hasta transformarlas en un ejército regular,
disciplinado, formado por gentes procedentes de
todas las regiones del país, incluso del exterior, ca-
paz de liberar a la Nueva Granada y de conducirlo
victorioso hasta la batalla de Carabobo.
1. La capacidad para dirigir instituciones, empre-
sas, movimientos o masas humanas es una cua-
lidad personal como podría serlo la creatividad
artística o la disposición para realizar con suma
eficiencia determinada actividad. El caudillo o
dirigente popular reúne a su alrededor energías
sociales y con su habilidad las orienta hacia un
rumbo determinado. En el caso del Libertador,
este fenómeno se nos presenta evidente. El es-
pectro de caudillos rurales insurrectos, desco-
nectados entre sí, con visión y planes localistas,
a lo sumo, regionales y las rivalidades de unos
con respecto a otros significó para el Libertador
un obstáculo casi insuperable. Ser reconocido
como jefe, él, un hombre de ciudad, oligarca,
por hombres mayoritariamente rústicos para
dirigir una guerra en condiciones primitivas y
muy duras fue quizá su primer éxito. Ese reco-
nocimiento, tan frágil y susceptible de revocato-
rias en los momentos de derrota o en las situa-
ciones victoriosas de sus émulos logró afianzar-
lo, días tras día, con su tesonera y polifacética
idoneidad, hasta lograr la indiscutible jefatura
suprema del movimiento emancipador.
— Cuando el Libertador desembarcó en Bar-
celona el 28 de diciembre de 1816, pro-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 537

cedente de Haití, entró en la fase más in-


teresante de su existencia: puso el pie en
una Venezuela radicalmente transformada
y devastada por la guerra y, además, des-
membrada de los diversos agrupamientos
patriotas. El orden social estaba resquebra-
jado. Proliferaban los caudillos en los dos
bandos contendientes y campeaba la indis-
ciplina, hermanada con el voluntarismo.
Cada jefe guerrillero se sentía dueño o su-
prema autoridad del pequeño territorio que
controlaba con sus fuerzas. Ninguno tenía
la visión de patria nacional. Zaraza opera-
ba en los llanos del Guárico, Monagas en
los de Barcelona, Rojas y Barreto en los de
Maturín, Cedeño en el Orinoco; Rivero en
Güiria, Peñaloza en Río Caribe, Arismendi
en Margarita, en el Apure Páez, etc.
— En la isla de Haití se manifestaron las riva-
lidades y disgustos entre los jefes patriotas:
Marino desafió a Brión; Montilla a Bolívar,
Jugo a Piar, Ducoudray-Holstein a Soublet-
te. El haitiano general Marión logró impedir
los duelos y reponer la paz entre los anar-
quizados jefes. La Jefatura de Bolívar en la
tierra de Petión se impuso por intervención
de éste y porque el Libertador era la persona
que convencía y tenía la confianza del Presi-
dente y el hecho de que Brión, el proveedor
de los barcos y de las armas, sólo colaboraría
en una expedición dirigida por Bolívar.
— Cuenta R. Irvine, observador oficioso de
los Estados Unidos en uno de sus infor-
538 A rturo C ardozo

mes que: “Cuando Bolívar fue de Bonaire


a Güiria, después de su segunda (pues ha
tenido más huidas que Mahoma), casi se le
silbó. Pidió sin embargo, a Piar, Mariño y
Bermúdez que lo oyeran. Ellos accedieron,
pero para evitar desprecios se vio obliga-
do a reembarcarse. El mismo Brión estaba
tan disgustado de sus respectivos fracasos y
fugas que juró perentoriamente que (Bolí-
var) debía volver al Continente y combatir
hasta una decisión. Le dio la ‘Diana’ para
llevarle pero nadie quería acompañarle, ex-
cepto cierto Pérez, pobre teniente entonces
y hoy edecán...”
— “Diversas razones, aparte de las puramente
militares, inducían acaso a Bolívar a llevar
la guerra a Occidente. Debía sentirse in-
cómodo en las provincias orientales, en las
cuales estaba a merced de jefes que, por la
naturaleza misma de las cosas, no podían
o no querían seguirle con la fe y devoción
con que lo hacían sus compañeros de las
otras regiones. (...) Los soldados de Mari-
no a éste pertenecían, su ejército entendía
obedecer a él y no a otro. Caso idéntico,
aunque con menor fuerza, presentábase
con Monagas, Zaraza o Rojas. Pero Mari-
no no era como éstos, simple y audaz jefe
de partida que alternativamente se aglome-
ra o se dispersa, por su cuenta o con sus
iguales, según las vicisitudes de campañas
efímeras. Arismendi permanecía en lo po-
lítico y en lo militar, encerrado dentro de
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 539

los límites del épico baluarte margariteño.


Piar fue un solitario: ni una voz se levantó
para defenderle cuando sonó la tremenda
hora de su ejecución. Bermúdez fue sólo y
lo es gloriosamente, el Murat o el Lasalle
de nuestra guerra de independencia. Ma-
riño, tan valiente como el que más y que
poseía notables capacidades de general, era
además, un personaje político. (...) Casi
veinte años más tarde, en época de disputas
políticas con Páez, Mariño escribiría a éste:
“Yo era general en jefe cuando aún usted
no era nada”; y hablando del Libertador,
ya muerto, mencionaba con visible orgullo
‘nuestras rivalidades’. Ningún prócer salvo
Mariño fue y se dijo rival de Bolívar”. (C.
Parra Pérez, Mariño y la Independencia de
Venezuela, vol. II, pp. 147-148).
— Los llaneros habían descubierto la superio-
ridad de sus propios métodos y la eficacia
de sus recursos en los combates, derivados
de su conocimiento de la llanura y de sus
propias y peculiares destrezas sobre el ca-
ballo. Muerto Boves, desertaron por gru-
pos de las filas realistas para sumarse a las
huestes de Páez. Este para 1817 contaba
con 10.000 hombres aproximadamente.
Cuando Bolívar envió delegados ante Páez,
pidiéndole su reconocimiento como jefe, el
caudillo llanero consultó a su gente sobre la
respuesta, pero antes trató de convencerla,
exaltando las hazañas del Libertador. Este
y el caudillo llanero se encontraron por
540 A rturo C ardozo

primera vez el 3 1 de enero de 1818. La


incorporación de Páez y sus llaneros a las
fuerzas armadas de Bolívar fue un impor-
tante acontecimiento que permitió planear
e intentar audaces operaciones bélicas: pri-
mero sobre Caracas y luego sobre la Nueva
Granada.
— Cuenta Perú de Lacroix que comentando el
Libertador la acertada campaña sobre Gua-
yana el año 1817, recordaba que en aquella
época su nombre no era lo suficientemente
conocido como para “llegar a dominarlo
todo y lograr independizar enteramente el
país, hacerlo libre y constituirlo bajo el sis-
tema central; que la muerte del general Piar
fue entonces una necesidad política y sal-
vó al país, porque sin ella iba a empezar la
guerra civil de las castas, y, de consiguiente,
el triunfo de los españoles. Que el general
Mariño merecía la muerte como Piar, por
su defección, pero que su vida no presen-
taba los mismos peligros, y que por eso la
política, pudo ceder a los sentimientos de
humanidad, y aún de amistad, por su an-
tiguo compañero. Las cosas han mudado
de aspecto, continuó diciendo el Liberta-
dor—; entonces, la ejecución del general
Piar, que fue el 16 de octubre de 1817, bas-
tó para destruirla sedición; fue un golpe de
Estado que desconcertó y aterró a todos los
rebeldes, desopinó a Mariño y su Congreso
de Cariaco, puso a todos bajo mi obedien-
cia, aseguró mi autoridad, evitó la guerra
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 541

civil y la esclavitud del país, me permitió


pensar y efectuar la expedición de la Nue-
va Granada y crear después la República de
Colombia...” (Perú de Lacroix, Diario de
Bucaramanga, pp. 153-154).
2. El ejército libertador que condujo Bolívar a su
primera entrevista con el jefe llanero José An-
tonio Páez en las cercanías de San Fernando
de Apure, el 31 de enero de l818 era ya un
cuerpo heterogéneo por los rasgos físicos de sus
integrantes y básicamente popular. Muy pocos
quedaban de aquellos jóvenes aristócratas que
constituyeron su primer ejército. Ahora cerra-
ban filas mulatos, mestizos y negros recluta-
dos gracias a las promesas de libertad, tierras e
igualdad, a su carismática personalidad y a su
don de mando. Entre sus oficiales abundaban
los analfabetos, ascendidos “por su valor bru-
tal y eficiente comportamiento en los comba-
tes. El agotamiento y los harapos de las tropas
guiadas por el Libertador contrastaban con los
vigorosos, bien vestidos y mejor alimentados
llaneros de Páez. Pero al puerto fluvial de An-
gostura empezaron a llegar europeos, princi-
palmente ingleses e irlandeses (hubo algunos
italianos, franceses y rusos) concertados por
López Méndez en Londres y Dublín a inicia-
tiva de Bolívar; soldados desmovilizados luego
de la derrota de Napoleón en Waterloo y des-
empleados a consecuencia de la grave crisis que
azotaba a la Europa capitalista. En total serían
unos siete u ocho mil hombres los resultados
que llegaron en sucesivos arribos para servir en
542 A rturo C ardozo

las Filas patriotas. Se incorporó un batallón de


hannoverianos, veteranos del ejército alemán.
También se obtuvo de Inglaterra importantes
recursos bélicos de poca utilidad en Europa
luego de alcanzada la paz. Así las tropas de los
Húsares de Venezuela, los granaderos y fusile-
ros y los lanceros se vieron vestidos con uni-
formes confeccionados para los guardias reales
británicos y provistos del reglamentario arma-
mento. Los primeros contingentes llegados a
Angostura fueron enviados inmediatamente,
Orinoco arriba, a ponerse a las órdenes del Li-
bertador. Antes de iniciar la fantástica empresa
de escalar la cordillera andina y lograr con la
batalla de Boyacá, la libertad de Nueva Gra-
nada, Bolívar obtuvo importantes provisiones
alimenticias e incluso reclutas indígenas de las
misiones capuchinas del Caroní. De Boyacá a
Carabobo, es decir de 1819 a 1821, las tropas
crecieron, se disciplinaron hasta transformarse
en un verdadero ejército popular nacional, ca-
paz de asegurar la independencia del país.
— En su obra, varias veces citada, Perú de La-
croix pone en los labios de Bolívar estas ex-
presiones: “En los primeros años de la inde-
pendencia se buscaban hombres, y el primer
mérito era ser valiente; de todas clases eran
buenos con tal de que peleasen con brío.
A nadie se podía recompensar con dinero,
porque no había; sólo se podían dar gra-
dos militares para estimular el entusiasmo
y premiar sus hazañas. Así es que hombres
de todas clases se hallan hoy entre nuestros
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 543

generales, jefes y oficiales, y la mayor parte


de ellos no tienen otro mérito sino el valor
brutal que ha sido tan útil a la República,
haber matado muchos españoles y haberse
hecho temibles. Negros, zambos, mulatos,
blancos, hombres de todas las clases, que en
el día, en medio de la paz, son un obstáculo
para la paz y la tranquilidad; pero fue un
mal necesario”, (pp. 93-94).
En otro sitio de la mencionada obra apa-
rece una clasificación de los generales de
Colombia, hecha por el Libertador. En la
primera categoría colocó “a los que poseen
el genio militar, los conocimientos del arte,
tanto en la teoría como en la práctica”; a
éstos se les podía entregar el mando de un
ejército y mencionó en este mismo orden
a Sucre, Flores, Mariano Montilla, Rafael
Urdaneta, Bermúdez, Mariño y Tomás He-
res. En el segundo grupo situó a “los dota-
dos de gran valor y que sólo son buenos en
el campo de batalla, pudiendo mandar una
fuerte división, pero a la vista del jefe del
ejército; ahí ubicó a Páez, Valdés, José Ta-
deo Monagas, Córdoba, Lara, Silva y Ca-
rroño. Finalmente, en la tercera clase puso
a quienes “son más propios para el servi-
cio del Estado Mayor y más hábiles en el
gabinete que en el campo de batalla”; aquí
mencionó a Soublette, Santander y Salom.
A última hora agregó una cuarta clase: la de
los que carecían de aptitudes y no podían
ser incluidos en las anteriores categorías.
544 A rturo C ardozo

— El 12 de septiembre de 1819 el jefe espa-


ñol, general Pablo Morillo dirigió una ‘Re-
lación’ al Ministro español de guerra en
la que se expresaba de este modo: “Estos
prodigios, que así pueden llamarse por la
rapidez con que los han conseguido, fueron
obra de Bolívar y de un puñado de hom-
bres reunidos en Los Cayos de San Luis, de
los cuales Piar, Mariño, Bermúdez y otros
muchos, desembarcados solos, bastaron
para sublevar pueblos y provincias enteras,
formar ejércitos numerosos y abrir el nuevo
y sangriento teatro de combates que han se-
guido después, llenando de desolación este
país. (...) Muy pronto quedaremos reduci-
dos los europeos, que no llegan en su total a
2.500 hombres, de los cuales el batallón de
Barbastro se halla embarcado en la escua-
drilla real...”
El mismo general Morillo en una carta al
Ministro de la Guerra, fechada el 12 de
mayo de 1819 había expresado antes lo si-
guiente: “Los ejércitos ingleses parece que
quieren todos trasladarse a este continente,
y el caudal de los comerciantes de aquella
región se prodiga largamente en habilitar
las fuertes expediciones que van llegando a
diversos puntos de América. El Ejército de
Bolívar se compone por la mayor parte de
soldados ingleses; la Guayana se guarnece
por ingleses; a Margarita han llegado 1.500
individuos de esa misma nación, y los bu-
ques de guerra, los numerosos parques de
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 545

todas las armas, los vestuarios, los víveres,


todos los elementos para hacerla y sostener
la independencia han salido de los puertos
del Rey de Gran Bretaña... Nosotros pelea-
mos ya contra estos nuevos aventureros”.
— La Junta de Pacificación de Venezuela en
su Informe Confidencial del 26 de junio de
1816 dirigido al Secretario de Estado y del
Despacho de la Gobernación de Ultramar,
escrito en Madrid, expresaba lo siguiente:
“...Desean así mismo los Comisionados
de S.M. esté impuesto profundamente de
la necesidad de mantener en aquellos paí-
ses una fuerza militar de soldados blancos
que sea capaz de conservar la primacía de
opinión y el respeto de las armas españo-
las, sobre las demás, compuestas de pardos,
zambos y negros porque es evidente que
al momento de adquirir éstas un comple-
to convencimiento de su superioridad de
fuerza física, será el de la destrucción de la
nuestra física y moral, y el de representarse
sobre el suelo de Venezuela las horrorosas
escenas del Guárico con gran perjuicio de
la Monarquía y de toda Europa”.
— El Capitán Stirling en su ‘Informe’, varias
veces citado, dejó constancia de que en
1816 “Todos los jefes de cuerpos profesan
obediencia a Bolívar como el oficial más alto
de la República de Venezuela. Pero su au-
toridad no es muy grande, porque depende
de la disciplina voluntaria de hombres cuyo
móvil es el interés privado y no el bien de la
546 A rturo C ardozo

causa. En general éstos no le deben siquiera


sus nombramientos, porque o se los han he-
cho ellos mismos o los tienen por elección
de sus partidarios. (...) Estos ejércitos que se
componen sobre todo de negros mandados
por oficiales blancos, están notablemente
adaptados al clima y al país. No siempre
van vestidos, pero no lo necesitan. A veces
pueden subsistir de los productos espontá-
neos de la tierra. No han menester paga sino
botín, y en general son valientes y fieles a
sus jefes. Hay muchos extranjeros alistados
en la causa de los insurgentes y por su supe-
rior inteligencia gozan generalmente de gran
consideración entre sus conmilitones. La
fuerza naval de los insurgentes, compuesta
por todos los piratas y gentes fuera de la ley
existentes en estos mares, comprende algo
así como veinte buques armados. A ellos se
debe agregar la fuerza auxiliar de un navío
de veinte cañones y de varias unidades más
pequeñas que Petión les ha prestado, dícese
que bajo la promesa de que al triunfar el par-
tido rebelde declarará la emancipación de los
negros”.
— En pocas líneas podemos exponer la verda-
dera historia de la Legión Extranjera. Desde
que estallara la guerra de independencia las
autoridades republicanas habían tratado de
obtener ayuda en el exterior, principalmen-
te en Inglaterra; pero ésta se había mostra-
do renuente por su alianza con España y
sus luchas contra Napoleón. Después de
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 547

Waterloo, recluido Napoleón en Santa Ele-


na, empezó una política de paz que signifi-
có el licenciamiento de las tropas europeas.
Surgió un grave problema para los dife-
rentes gobiernos con el incremento de la
desocupación: millares de excombatientes
aparecieron carentes de oportunidades para
el trabajo. Esto facilitó la misión del emisa-
rio del Libertador en Londres Luis López
Méndez, para adquirir recursos humanos
y materiales. El gobierno inglés observó
“una neutralidad benévola”, permitiendo
el reclutamiento de oficiales y soldados en
su propio territorio y el comercio de sus
súbditos con las colonias insurgentes: los
comerciantes británicos abrieron el crédito
y dieron facilidades para las actividades co-
merciales. López Méndez autorizó a Gustav
Hippisley y a Henry Wilson para organizar
sendos cuerpos de húsares; a Donald Mc-
Donald y a Donald Campbell para formar
cada uno un cuerpo de rifles; y a Gilmour
otro de artillería. Los contratistas Thompen
y McKintosh se comprometieron a sumi-
nistrar los uniformes, las armas, municio-
nes y otros elementos. Se instalaron las ofi-
cinas de enrolamiento y se hizo propaganda
de avisos en ‘The Time’ y mediante carteles
fijados en lugares públicos (fondas, bares,
etc.). El Embajador de España, Conde San
Carlos presionó al gobierno inglés para que
impidiera lo que estaba aconteciendo y lo-
gró la promesa de tomar medidas; pero és-
548 A rturo C ardozo

tas fueron tardías e ineficaces: la proclama


del 17 de noviembre de 1817, emanada del
Príncipe Regente, prohibiendo a los súb-
ditos británicos participar en la contienda
de España con sus colonias, no logró nin-
gún efecto. En marzo de 1818 llegaron los
primeros expedicionarios a Angostura. En
1819 se sumaron miles de escoceses, irlan-
deses y alemanes.
— Los comerciantes europeos, los ingleses en
primer plano, se interesaban por los pro-
ductos venezolanos de exportación como el
cacao, el café, los cueros y equinos, entre
otros, y Bolívar desde Angostura abrió el
puerto para el intercambio, interesado en
recibir armas y otros recursos bélicos. En
un momento dado el ingreso de las armas
estuvo bajo su control, transformándose
en el proveedor de fusiles y pólvora de los
demás caudillos. Este hecho también con-
tribuyó a afirmar el reconocimiento de Bo-
lívar como Jefe Supremo.
— En el seno del Ejército Libertador se produ-
jo un intercambio de experiencias y cono-
cimientos a partir de la llegada de los legio-
narios extranjeros: Bolívar organizó desta-
camentos mixtos con la finalidad de que los
veteranos europeos entrenaran y enseñaran
el arte de la guerra a los contingentes de
reclutas; a su vez los militares venezolanos
comunicaban a los recién llegados del ex-
terior las tradicionales prácticas en el me-
dio rural y, particularmente, en el llano. El
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 549

soldado venezolano se adiestró en el uso de


las armas utilizadas por los ingleses para
combatir a Napoleón; además, al aprender
la disciplina castrense se hizo más efectivo
en el combate.
— La campaña iniciada por el Libertador el 27
de febrero de 1819 desde Angostura, por
un camino paralelo al río Orinoco, con di-
rección al llano, cruzando ríos en balsas o a
nado, penetrando selvas espesas y llanuras
ilímites, para luego ascender la Cordillera
de Los Andes por el páramo de Pisba, li-
brar victoriosamente la batalla de Boyacá
y entrar triunfalmente en Bogotá el 10 de
agosto, cinco meses y medio después, fue
una proeza realmente increíble que ha cau-
sado asombro a todas las generaciones pos-
teriores. Sólo un ejército acostumbrado al
sufrimiento, a las privaciones y obediente a
la voluntad de un jefe tenaz y voluntarioso
pudo, realizar tal operación, salir con vida,
para luego triunfar y asegurar la indepen-
dencia de la Nueva Granada.
— A partir de Boyacá el Libertador no tuvo
más rivales: su condición de Jefe Supremo
ya no se discutió jamás en las filas del ejérci-
to patriota mientras duró la guerra. Instala-
do nuevamente en Angostura empezó a pla-
near la campaña final que habría de forzar
la independencia de Venezuela concebida
como parte integrante de la República de
Colombia. Antes de regresar a Bogotá dejó
instrucciones para el momento de empren-
550 A rturo C ardozo

derla; Bermúdez saldría de Barcelona por la


costa en dirección a Caracas; los generales
Marino, Cedeño y Zaraza avanzarían des-
de oriente hacia el Guárico para acercarse
al lago de Valencia; Páez cabalgaría de los
llanos apureños hacia el norte, buscando
el lago de Valencia; Urdaneta vendría por
la costa occidental en pos de Coro y Puer-
to Cabello y él (Bolívar) lo haría por la
misma ruta de la Campaña Admirable de
1813. De inmediato envió a Montilla con
una flotilla a sitiar a Cartagena, todavía en
poder de los españoles y a Zea con destino
a Londres para iniciar las gestiones del re-
conocimiento de Colombia por parte del
gobierno británico. A principios de 1820
ya estaba nuevamente en Bogotá.
— Dos sucesos importantes que retardan la
campaña contra el centro de Venezuela
fueron el Armisticio (25 de noviembre de
1820) y el Tratado de Regularización de la
Guerra, suscritos en Trujillo; acontecimien-
tos que resultaron favorables para la causa
independentista y consolidaron el prestigio
de Bolívar como supremo jefe. Durante las
negociaciones el Libertador aprovechó para
liberar el territorio andino comprendido
entre San Antonio del Táchira y Trujillo
y llegar hasta la costa sur-oriental del lago
de Maracaibo en La Ceiba. Se convino en
que el armisticio sería por seis meses y que
podrían ser reanudadas las hostilidades por
cualquiera de las partes, dando previo avisó
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 551

a la otra con cuatro meses de anticipación.


El Tratado de Regularización, aparte de po-
ner fin a la guerra a muerte para empezar a
aplicar los convenios internacionales, signi-
ficó un reconocimiento de la República por
parte de España.
— Reanudadas las hostilidades por haberse
sumado Maracaibo al movimiento inde-
pendentista, el Libertador emprendió la
campaña sobre el centro de Venezuela, tal
como la había ideado a fines de 1819. An-
tes de iniciar las operaciones envió a Sucre
hacia el sur, destinándolo a comandar los
ejércitos que emprenderían operaciones en
el Perú.
El 28 de abril de 1821 se rompieron las
hostilidades y concluyeron antes de los dos
meses, el 24 de junio, con la destrucción
del ejército realista en el Campo de Cara-
bobo. Las operaciones se dieron siguiendo
en términos generales el plan ideado por
el Libertador en Angostura. El ejército pa-
triota estaba formado en altísimo porcen-
taje por las capas más bajas de la sociedad
venezolana y la oficialidad, con escasas ex-
cepciones; por representantes de las capas
medias. A los contingentes venezolanos hay
que agregar los europeos que formaron la
Legión Británica, denominada a partir de
la victoria, Batallón Carabobo. Otro rasgo
interesante fue el que tonto en Carabobo
como en los ejércitos que en otros frentes
hostilizaron al ejército realista para evitar
552 A rturo C ardozo

su concentración en Carabobo, procedía


de todas las regiones del país: realmente se
había formado un ejército nacional.
Acatando órdenes del Libertador, el general
Bermúdez abrió operaciones con el respal-
do de Monagas y otros caudillos orientales
desde Barcelona y marchó sobre Caracas
por las costas de Barlovento y los valles del
Tuy. El 14 de mayo logró tomar a Caracas
e incorporar 1.200 voluntarios (esclavos
y gentes humildes) y continuó triunfante
hasta la población de La Victoria; retroce-
dió y abandonó a Caracas, perseguido por
las tropas de Morales; pero se mantuvo en
las cercanías de la capital y algunas veces
dentro de ella, amenazando al enemigo y
obligándolo a retirar tropas de la sabana de
Carabobo, hasta ser derrotado el 23 de ju-
nio. En las tropas de Bermúdez se codeaban
orientales con barloventeños, tuyeros y ca-
raqueños.
A partir del 28 de abril el general Urdaneta,
designado Jefe de las Operaciones de Occi-
dente y el Coronel Cruz Carrillo, Goberna-
dor y Comandante de la provincia de Truji-
llo, abrieron operaciones por distintas rutas
hacia el centro. Urdaneta salió de Maracai-
bo, ocupó a Coro (28 de mayo) y llegó has-
ta Barquisimeto (9 de junio). Por su parte
el Coronel Carrillo ocupó a Carache (5 de
mayo) y llegó hasta El Tocuyo. Esta pobla-
ción la tomó en unión del indio Reyes Var-
gas que había insurgido contra los realistas
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 553

unos días antes desde Siquisique y Río To-


cuyo. Carrillo y Reyes Vargas tomaron Bar-
quisimeto (27 de mayo). Se incorporaron
las guerrillas del Padre Torrellas alzadas en
Sanare, el Altar y Buria. Tomaron Guama
(31 de mayo) y atacaron a San Felipe pero
fueron derrotados y regresaron a Barquisi-
meto. Mientras Cruz Carrillo se dirigía a
San Carlos, llegó a Barquisimeto el general
Urdaneta (9 de junio). El ejército avanzó
y tomó a San Felipe el 20 de junio bajo el
mando de Carrillo (Urdaneta permaneció
enfermo en Barquisimeto); luego ocupó a
Nirgua (23 de junio). Enfrentándose a la
ofensiva de Carrillo estaban las tropas de
Manuel Lorenzo que venían retrocediendo
desde Barquisimeto más una importante
fuerza al mando del Coronel Juan Tello,
extraído del ejército realista acantonado en
Carabobo dos días antes de la batalla.
Por su parte, las tropas al mando directo
del Libertador, compuestas por neograna-
dinos, andinos, barineses y regiones cerca-
nas iniciaron sus operaciones el 28 de abril,
cruzando el río Santo Domingo, ocuparon
Boconó de Barinas y más tarde a Guanare
y el 3 de junio a San Carlos y El Tinaco, en
donde fijaron su cuartel general en espera
de Páez y de Urdaneta. Por su parte el ge-
neral Páez había salido el 11 de mayo del
Apure con 1.500 jinetes, 2.000 caballos de
reserva y 4.000 novillos y se unió al Liberta-
dor en San Carlos el 12 de junio. Ahí tam-
554 A rturo C ardozo

bién llegaron las tropas al mando de Heres,


enviadas desde Barquisimeto por Urdane-
ta que continuaba enfermo. El 23 avanzó
Bolívar con su ejército hasta la sabana de
Tinaquillo y pasó revista a sus tres divisio-
nes, teniendo como Jefe del Estado Mayor
a Marino: la Primera División, al mando
de Páez, estaba formada por la Legión Bri-
tánica, el Batallón Bravos de Apure y la ca-
ballería llanera; la Segunda la comandaba
el general Cedeño y la integraban la 2da.
Brigada de la Guardia, los batallones Tira-
dores, Boyacá y Vargas más el escuadrón de
caballería comandado por el Coronel Ara-
mendi. La Tercera, con el Coronel Plaza al
frente con la Ira. Brigada de la Guardia y
los batallones Rifles, Granaderos, Vencedo-
res de Boyacá, Anzoátegui y un regimiento
de lanceros al mando del Coronel Rondón.
El ejército español comandado por el ge-
neral Miguel de la Torre constaba de 4.079
unidades: 2.466 de infantería, 1.551 de
caballería y 62 de artillería. El ejército pa-
triota, al mando de Bolívar sumaba 6.500
hombres entre infantes y jinetes, pero en el
campo de Carabobo sólo estuvo presente y
participante la mitad de los efectivos. Du-
rante los meses de mayo y junio se acentuó
en las filas realistas la deserción. Se afirma
que en mayo de 1821 las fuerzas españolas
alcanzaban el número de 10.282 hombres
y el 21 de septiembre del mismo año se ha-
bían reducido a 3.148; sus bajas alcanzaban
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 555

a 7.148 y en la batalla de Carabobo sólo re-


gistraron 294 entre muertos y heridos. To-
dos los demás eran desertores. En cambio
en las filas patriotas la tendencia era hacia la
incorporación: el 27 de mayo se incorporó
espontáneamente a las fuerzas patriotas el
Escuadrón de Apure con 104 plazas. El te-
niente coronel Hilario Torrealba, jefe de la
plaza de Barcelona se pasó al campo repu-
blicano. Lo mismo hicieron los menciona-
dos Reyes Vargas y el Padre Torrelles, viejos
caudillos realistas. Indudablemente, en los
últimos meses antes del triunfo de Carabo-
bo la causa patriota se había hecho popular,
en su seno se estaban congregando, bajo la
conducción del Libertador, las masas po-
pulares con sus problemas y objetivos. La
victoria de Carabobo ha debido llevarles
conjuntamente con la independencia liber-
tad a los esclavos, tierras a los campesinos
y comunidades indígenas e igualdad para
todos. Pero la oligarquía, restablecida bajo
la lanza de Páez, frustró todas esas aspira-
ciones...
D. Así como observamos que la independencia estaba ad-
herida en el pensamiento de Bolívar a la idea de mejo-
ramiento social (libertad, tierras, igualdad) dentro del
ámbito nacional; de ese mismo modo podemos percibir
que el concepto de independencia en su versión hacia el
exterior estaba estrechamente vinculado a la unidad lati-
noamericana como concertación de fuerzas para garan-
tizar la soberanía de cada uno de los recién constituidos
estados. Fue una constante en el pensamiento interna-
556 A rturo C ardozo

cionalista del Libertador la idea de establecer relacio-


nes y nexos perdurables, propiciar la formación de una
firme coalición en el seno de Hispanoamérica. A este
proyecto se oponían las condiciones internas y externas
existentes: en el interior de cada país había estructuras
precapitalistas dominadas por oligarquías regionalis-
tas y localistas que tendían a una feudalización tardía,
mientras en el exterior, el capitalismo en desarrollo en
algunos países europeos y de USA, en plena expansión
y en busca de mercados, alentaba y en algunos casos
intervenía con sus agentes para provocar la disgregación
o, como se ha dicho, la balcanización. La actividad uni-
ficadora de Bolívar se hallaba en franca oposición con
las maniobras desintegradoras de las oligarquías y del
capitalismo exterior. Estas coincidencias harían impo-
sible la alianza de los pueblos hispanoamericanos para
desarrollarse y defenderse del capitalismo exterior y da-
ría origen a la alianza de las oligarquías regionales de
Hispanoamérica con el capital comercial foráneo que
habría de conducir a la opresión de las masas populares
y al subdesarrollo. Tal antagonismo se hizo cada vez más
notorio a medida que se consolidaba la independencia y
la actividad bélica pasaba a un segundo plano.
La política hispanoamericana de Bolívar tuvo como
fundamento la idea de una gran nación. En la Carta de
Jamaica (1815) ya tenía formado el concepto cuando
escribió: “...Nosotros somos un pequeño género huma-
no; poseemos un mundo aparte, cercado por dilatados
mares, nuevo en casi todas las artes y ciencias aunque en
cierto modo viejo en los usos de la sociedad civil. (...)
No somos indios, ni europeos, sino una especie media
entre los legítimos propietarios del país y los usurpado-
res españoles: en suma, siendo nosotros americanos por
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 557

nacimiento y nuestros derechos los de Europa, tenemos


que disputar éstos a los del país y que mantenernos en
él contra la invasión de los invasores; así nos hallamos
en el caso más extraordinario y complicado; no obstante
que es una especie de adivinación indicar cuál será el re-
sultado de la línea de política que la América siga ...” A
pesar de lo dicho, el Libertador hizo un breve recuento
histórico de las colonias españolas y se decidió a pronos-
ticar su futuro.
La preocupación de Bolívar no se limitó a obtener la in-
dependencia; aun antes de alcanzarla ya se desvelaba en
afianzarla, en consolidarla; no sólo a través de la política
de alianzas de los países liberados, sino del desarrollo
de una diplomacia efectiva que siempre estimuló para
lograr creciente ayuda a la causa emancipadora y, luego,
para obtener el reconocimiento y el respeto a la sobe-
ranía dentro de las normas que regulaban la conducta
internacional. De este modo trató de delinear políticas
para las relaciones con Inglaterra, con la Santa Alianza
y con Estados Unidos. Tuvo la agudeza de avizorar el
futuro en cuanto a la conducta de algunos poderosos
estados.
Tratemos, pues, de ver cómo estas ideas y proyectos to-
maron forma en la realidad concreta tanto en el ámbi-
to latinoamericano, como en el de las relaciones con el
mundo exterior.
a) El proyecto bolivariano se orientó a la indepen-
dencia de la América española a partir de la for-
ja de la gran República de Colombia: salir de las
fronteras en donde fuere necesaria la solidaridad
combatiente, a ayudar a los pueblos hispanopar-
lantes en la lucha por la liberación y abolición del
nexo colonial. Dentro de esta idea libró combates,
558 A rturo C ardozo

promovió vínculos de amistad y alianza a través de


agentes diplomáticos al servicio de la República,
de entrevistas, cartas y situaciones favorables. Uti-
lizó todos los medios disponibles y las oportunida-
des para hacer de sus ideas hispanoamericanistas
una realidad. Su voluntad, su previsión del futuro
se estrellaron o tuvieron éxitos efímeros dentro del
medio social y las fuerzas poderosas que le adversa-
ron. En definitiva, como él mismo dolorosamente
lo reconociera: sólo se había logrado la indepen-
dencia a costa de todo lo demás…
1. Luego de la incorporación de Quito y Guaya-
quil a la República de Colombia conforme a
su proyecto, el Libertador comenzó su labor
hispanoamericanista de ayuda militar tras el
objetivo de expulsar a los españoles de este
continente. Etapas de esta estrategia fueron la
liberación del Perú y la creación de Bolivia, sus
proyectos de cabalgar hacia el Río de la Plata a
combatir la anarquía y sus gestiones para nave-
gar hasta las islas de Cuba y Puerto Rico.
— “¡Guayaquileños! —expresaba su procla-
ma del 13 de julio de 1822— Terminada
la guerra de Colombia ha sido mi primer
deseo completar la obra del Congreso, po-
niendo las provincias del Sur bajo el escudo
de la libertad y de las leyes de Colombia. El
Ejército Libertador no ha dejado a su espal-
da un pueblo que no se halle bajo la custo-
dia de la Constitución y de las armas de la
República. Sólo vosotros os veíais reduci-
dos a la situación más falsa, más ambigua,
más absurda para la política como para la
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 559

guerra. Vuestra posición era un fenómeno


que estaba amenazando la anarquía; pero
yo he venido, guayaquileños, a traeros el
arca de salvación. Colombia os ofrece por
mi boca, justicia y orden, paz y gloria”.
Los acontecimientos históricos confirma-
ron la tesis de que Bolívar estaba dispues-
to a acudir en ayuda del Perú si se le lla-
maba; que no deseaba comprometer a los
soldados de Colombia, ni su prestigio en
una empresa bélica cuya dirección no le
fuese confiada; finalmente, que para con-
traer responsabilidades, necesitaba que se
le otorgase la suprema autoridad. No qui-
so compromisos con San Martín y, retira-
do éste, esperó que las masas peruanas lo
llamasen para identificarse con ellas como
había acontecido en las tierras que había li-
berado. Fue entonces cuando Bolívar inició
su nueva campaña, destinada a liberar un
pueblo devorado por la anarquía. Cuan-
do llegó a Lima, empeñó su palabra con
este juramento: “Los soldados libertadores
que han venido desde el Plata, el Maulé, el
Magdalena y el Orinoco no volverán a su
patria, sino cubiertos de laureles, pasando
por arcos triunfales, llevando por trofeos
los pendones de Castilla. Vencerán y de-
jarán libre el Perú, o todos morirán. Yo lo
prometo. Yo ofrezco la victoria, confiando
en el valor del Ejército Unido y en la buena
fe del pueblo peruano”. El proceso inde-
pendentista culminó en Ayacucho (1824)
560 A rturo C ardozo

con la derrota definitiva de los españoles en


el continente americano.
La batalla de Ayacucho permitió al Alto
Perú ser independiente, no sólo de España,
sino de cualquiera de sus vecinos; hizo posi-
ble su constitución como república soberana
con el nombre de Bolivia. El general Sucre
convocó el 9 de febrero de 1825 un Congre-
so Constituyente. Mientras éste deliberaba,
se recibió del Congreso de Buenos Aires un
decreto (9 de mayo de 1825) en el que se
declaraba que aun cuando las provincias del
Alto Perú habían pertenecido al Virreinato
de Buenos Aires, se les reconocía su com-
pleta libertad de constituirse como mejor
les resultase a sus intereses. Por su parte el
gobierno peruano, a cuya cabeza se hallaba
Bolívar, dispuso que las resoluciones de la
Constituyente del Alto Perú se sometieran a
la sanción del Congreso peruano que debía
reunirse en Lima el siguiente año (1825). A
pesar de esta última disposición la Asamblea
declaró la independencia nacional del Alto
Perú, por unanimidad, sin sujeción a nin-
guna de las naciones del viejo o del nuevo
mundo y el 6 de agosto le dio el nombre de
Bolivia. A Bolívar lo declaró Padre y Protec-
tor y lo designó primer Presidente de la Re-
pública. El Libertador respondió llamando a
la nueva república “su hija predilecta”.
Aparte de la redacción de su famosa Cons-
titución para Bolivia, lo más destacable fue
la triunfal cabalgata del Libertador por las
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 561

cumbres andinas; no ya como guerrero sino


como líder popular, vitoreado por las masas
campesinas y respetado por las otras capas
sociales. En la cumbre del Potosí dejó oír
estas palabras que recogen su pensamien-
to en aquel momento de extraordinaria
emoción: “En cuanto a mí, de pie sobre
esta mole de plata, cuyas vetas riquísimas
fueron durante trescientos años el erario de
España, yo estimo en nada esta opulencia
cuando la comparo con la gloria de haber
traído victorioso el estandarte de la liber-
tad desde las playas ardientes del Orinoco
para fijarlo aquí, en el pico de esta monta-
ña, cuyo seno es el asombro y la envidia del
universo”. Fue para él la primera vez que no
tuvo nada más que desear y se sintió satisfe-
cho con la Fortuna.
2. Los objetivos del movimiento independentista
no se limitaban a romper la dependencia con
respecto a España; eran sencillamente antico-
lonialistas y tendían a impedir que cualquier
otra potencia lograra dominar alguna región de
Hispanoamérica. Con estos propósitos Bolívar
trató de unir los pueblos recién emancipados
con lazos de la más variada índole para garan-
tizar a través de esa unidad la fuerza capaz de
mantener incólume la soberanía y la autodeter-
minación de las repúblicas hispanoparlantes y
de liberar las Antillas que aún permanecían en
poder de España como Cuba y Puerto Rico.
Así como en la organización estatal rechazaba
el sistema federativo y abogaba sin desmayo
562 A rturo C ardozo

por el centralismo, del mismo modo, a nivel de


Hispanoamérica, era más flexible, propiciando
primero alianzas que condujesen a la confede-
ración y, cuando las condiciones lo permitie-
sen, la concertación de la unión. La iniciativa
de mayor relevancia en esta área fue la convo-
catoria del Congreso anfictiónico de Panamá.
Recordemos algunos de sus proyectos e ideas
tendientes a la unidad de “nuestra América”.
— Desde Angostura escribió a Juan Martín
Pueyrredón, suprema autoridad de las Pro-
vincias Unidas del Río de la Plata, una carta
fechada el 12 de junio de 1818 en donde le
expresaba: “V.E. debe asegurar a sus nobles
ciudadanos, que no solamente serán tra-
tados y recibidos aquí como miembros de
una república amiga, sino como miembros
de nuestra sociedad venezolana. Una sola
debe ser la patria de los americanos, ya que
en todo hemos tenido una perfecta unidad.
(...) Excelentísimo señor: cuando el triun-
fo de’ las armas de Venezuela complete la
obra de su independencia, o que circuns-
tancias más favorables nos permitan comu-
nicaciones más frecuentes y relaciones más
estrechas nos apresuraremos, con el más
vivo interés, a entablar por nuestra parte,
el pacto americano que, formando de todas
nuestras repúblicas un cuerpo político, pre-
sente la América al mundo con un aspecto
de majestad y grandeza sin ejemplo en las
naciones antiguas. La América así unida,
si el cielo nos concede este deseado voto,
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 563

podrá llamarse la reina de las naciones y la


madre de las repúblicas”.
— A comienzos de 1821 ya el Libertador tenía
concebida la idea de pactos bilaterales de la
Gran Colombia con las demás repúblicas
hispanoamericanas como preparación para
su gran proyecto de la unidad. El 6 de ju-
nio de 1822 Colombia celebró con el Perú
un tratado de alianza y confederación, me-
diante el cual ambos gobiernos se compro-
metieron a interponer sus buenos oficios
ante los demás gobiernos americanos, a fin
de que prestasen su adhesión a ese pacto.
Tratados idénticos celebró Colombia con
Chile el 21 de octubre de 1822 y con Mé-
xico el 3 de octubre de 1823.
— Desde 1822 había invitado Bolívar como
Presidente de Colombia a los gobiernos de
México, Perú, Chile y Buenos Aires a reu-
nirse en el Istmo de Panamá o en cualquier
otro lugar a fin de elegir “una asamblea de
Plenipotenciarios de cada Estado que nos
sirviese de Consejo en los grandes conflic-
tos, de punto de contacto en los peligros
comunes, de fiel intérprete en los tratados
públicos cuando ocurran dificultades, y de
conciliador, en fin, de nuestras diferencias...”
— El 7 de diciembre de 1824, desde Lima,
cursó el Libertador formal invitación, en
nombre del Perú a los gobiernos de Colom-
bia, México, Río de la Plata, Chile y Cen-
troamérica a designar representantes para
reunir un Congreso en Panamá. Razona
564 A rturo C ardozo

esta invitación expresando que “...es tiem-


po ya que los intereses y las relaciones que
unen entre sí a las repúblicas americanas,
antes colonias españolas, tengan una base
fundamental que eternice, si es posible, la
duración de estos gobiernos”. Se pronuncia
por una asamblea de plenipotenciarios que
establezca un sistema unitario y consolide
la independencia, que coordine la política
de los estados y mantenga la uniformidad
de sus principios y “calme nuestras tempes-
tades”. Propone que la reunión se efectúe
en el término de seis meses. A Panamá con-
currieron representantes de Perú, Colom-
bia, Centroamérica y México; los delegados
de la recién fundada República de Bolivia
no llegaron a tiempo. Asistieron como ob-
servadores los representantes de Inglaterra
y de Holanda. No acudieron Buenos Aires,
Chile y Brasil. El primero se abstuvo de de-
signar delegados porque en el Congreso no
se trataría su problema fronterizo con Bra-
sil; sin embargo, un periódico bonaerense
manifestaba que “... la idea de establecer
una autoridad suprema o sublime que re-
gule los negocios más importantes entre los
estados del Nuevo Mundo, es bajo todos
los aspectos, peligrosa, y no sería extraño
que llegara a ser el germen de guerras des-
tructoras entre los pueblos, que tanto nece-
sitan del sosiego de la paz...” (Jorge Pacheco
Quintero, El Congreso Anfictiónico de Pa-
namá..., p. 39). El gobierno de Chile ra-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 565

zonó Su abstención manifestando que sólo


el Poder Legislativo tenía facultades consti-
tucionales para resolver sobre esta materia;
que al reunirse ese Cuerpo se le sometería
a su consideración. El gobierno de Brasil
adujo que estaba en gestiones para lograr el
reconocimiento como imperio y, tan pron-
to lo consiguiera, contribuiría al reposo,
dicha y gloria de América. A la invitación
hecha por Santander a los Estados Unidos,
el Libertador hizo los siguientes reparos en
carta fechada el 7 de abril de 1825 en Lima:
“... La federación con los Estados Unidos
nos va a comprometer con Inglaterra, por-
que los americanos son los únicos rivales de
los ingleses con respecto a la América. Haga
usted examinar bien esta cuestión y yo veré
con placer su resultado, porque a lo menos
podremos desengañarnos, usted y yo, de las
prevenciones que hemos concebido...” El
mismo año escribió desde Arequipa (30 de
mayo) lo siguiente:
Los americanos del Norte y los de Haití,
por sólo ser extranjeros tienen el carácter de
heterogéneos para nosotros. Por lo mismo,
jamás seré de opinión de que los convide-
mos para nuestros arreglos americanos”.
(Simón Bolívar, Obras Completas, vol. 11,
p. 146). Los representantes de USA no asis-
tieron, uno por fallecer en el camino y el
otro por llegar tarde.
El tratado de Unión, Liga y Confederación,
firmado en el Congreso, invocaba el origen
566 A rturo C ardozo

común de las naciones contratantes y esta-


blecía un pacto para defender en común,
ofensiva o defensivamente, la soberanía
e independencia de las repúblicas confe-
deradas contra la dominación extranjera.
El órgano de la Confederación sería una
asamblea, formada por dos representantes
de cada uno de los países firmantes que se
reuniría anualmente en tiempos de guerra
y en épocas de paz cada dos años. Las dife-
rencias entre las partes serían resueltas en la
Asamblea y no firmarían pacto alguno con
potencias extranjeras sin el consentimien-
to de la Confederación. Tampoco podrían
formar la paz con los enemigos de la in-
dependencia en forma separada. La Con-
federación tendría su ejército con aportes
proporcionales a la población, O’Leary lo
calculó en 60.000 hombres.
Las instrucciones que llevaban los represen-
tantes norteamericanos, impartidas por el
Secretario de Estado Henry Clay, eran: no
suscribir pacto alguno capaz de alterar la
política neutral de su país, ni firmar alianza
de ninguna clase; apoyarían el proyecto de
construcción de un canal interoceánico, la
libertad de cultos, el respeto a la propiedad
privada, el principio de la libertad de los
mares y ofrecerían la cooperación para la
pacificación del continente.
De las cuatro repúblicas firmantes del Tra-
tado sólo Colombia lo ratificó. Según Perú
de Lacroix, el Libertador le comentaba en
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 567

1828 lo siguiente: “... Con el Congreso de


Panamá he querido hacer ruido, hacer re-
sonar el nombre de Colombia y el de las
demás repúblicas americanas, desalentar a
España, apresurar el reconocimiento que le
conviene hacer, y también el de las demás
potencias europeas; pero nunca he pensado
que podía resultar el de una alianza ameri-
cana, como la que se formó en el Congreso
de Viena. México, Chile y La Plata no pue-
den auxiliar a Colombia, ni ésta a aquéllos;
todos los intereses son diversos, excepto el
de independencia; sólo pueden existir re-
laciones diplomáticas entre ellas, pero no
estrechas relaciones, sino en apariencia”.
(Perú de Lacroix, ob. cit., pp. 157-158).
b) El Libertador mantuvo una política muy clara,
aunque flexible, con respecto a las grandes poten-
cias de la época, es decir, frente a Inglaterra, a la
Santa Alianza y a los Estados Unidos: pudo captar
objetivamente los intereses que movían la política
de cada uno de estos estados o grupos de estados; en
la práctica misma de las relaciones internacionales,
disipando ilusiones unas veces y afrontando fracasos
en otras, logró trazar atinadamente, en definitiva,
las líneas de conducta a seguir para garantizar la in-
dependencia alcanzada y defender la soberanía del
acecho de las potencias capitalistas que iniciaban
sus movimientos expansivos en pos del dominio de
mercados y de influencias en el planeta.
1. Ante Inglaterra Bolívar tuvo la misma actitud
de todos los revolucionarios hispanoamericanos
a partir del Generalísimo Francisco de Miran-
568 A rturo C ardozo

da: la vio como una potencia aliada de la causa


emancipadora, dada su condición de imperio
en expansión capitalista, interesada en negociar
con todo el mundo y en proclamar el libre co-
mercio: enfrentada a España durante casi todo
el siglo XVIII; sólo la presencia militar y política
de Napoleón había hecho posible una transito-
ria alianza. A partir de la definitiva derrota del
Emperador, Inglaterra empezó a asumir gra-
dualmente una posición en favor de la eman-
cipación: primero, pasivamente dejando que en
su territorio hicieran gestiones de reclutamiento
y financiamiento. El reconocimiento de la inde-
pendencia de las repúblicas hispanoamericanas
por parte de Inglaterra se llevó a cabo cuando ya
la obra estaba casi consumada.
— En mayo de 1815, luego de desembarcaren
Kingston, escribió a Mr. Maxwell Hyslop
una carta en la cual planteaba la convenien-
cia de que Inglaterra ayudase a la indepen-
dencia hispanoamericana y le encomiaba
las riquezas y posibilidades del continente;
redactó frases como éstas: “Ya es tiempo, se-
ñor, y quizás ya es el último período en que
la Inglaterra puede y debe tomar parte en
la suerte de este inmenso hemisferio que va
a sucumbir o a exterminarse, si una nación
poderosa no le presta su apoyo, para soste-
nerlo en el desprendimiento en que se halla
precipitado por su propia masa, por las vi-
cisitudes de Europa, por las leyes eternas de
la Naturaleza. ¡Quizás un ligero socorro en
la presente crisis bastaría para impedir que
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 569

la América meridional sufra devastaciones


crueles y pérdidas enormes! ¡Quizás cuando
la Inglaterra pretenda volver la vista hacia la
América, no la encontrará!”.
— Inglaterra se mantuvo insensible e inacti-
va con respecto a Hispanoamérica hasta la
muerte de Napoleón. En 1821 reabrió su
política exterior cuando ya se había obte-
nido la victoria de Carabobo y estaban li-
beradas la Nueva Granada y Venezuela. El
apoyo inglés provino de empresas privadas
que concedieron créditos a los gobiernos re-
volucionarios con objetivos meramente co-
merciales y al reclutamiento de veteranos de
guerra, concertados mediante promesas de
paga. En carta dirigida al general Páez desde
San Cristóbal el 19 de abril de 1820, Bolívar
se refiere a estas relaciones: “Ud. se queja de
sus acreedores y quiere que se les pague; la
Inglaterra entera me pide que le pague y yo
no le doy un maravedí por atención a los gas-
tos de la guerra. Está nuestro diputado (Luis
López Méndez) en Londres en la cárcel por
sólo treinta mil pesos, y yo no se los mando
por atender a los gastos de la guerra...”
— Al referirse a la negociación que se tramitaba
entre España y Estados Unidos sobre la Flo-
rida, Bolívar, en carta a Revenga fechada el
25 de mayo de 1820 desde San Cristóbal ex-
presaba lo siguiente: “... Que los ingleses no
quieran la ratificación del tratado de cesión
prueba lo contrario a su aserto y el espíritu
de sus verdaderos intereses, que no deben
570 A rturo C ardozo

permitir jamás las llaves del golfo mexicano


en manos de los americanos y deben desear
que la independencia de América se logre
por medio de sacrificios ajenos, y sobre todo
de sus enemigos. Los ingleses han podido,
como Júpiter de una ojeada, hacernos entrar
en el polvo: ellos, con su neutralidad efecti-
va, nos han protegido y nos han dejado to-
mar tal consistencia que ya ninguna fuerza
europea puede destruirnos...”
— En carta dirigida al general Santander desde
Pativilca el 23 de enero de 1824 el Liberta-
dor reflexiona de este modo: “Solamente
Inglaterra puede cambiar el curso de la po-
lítica actual de los aliados: si ella quiere nos
hará todo el bien posible; pero si hace con
nosotros lo que con España, entonces deja-
rá obrar a la suerte y el curso de los sucesos
no nos será nada agradable. Yo creo que no-
sotros debemos hostigar a los ingleses para
que intervengan en la paz con España, o
para que hagan lo que puedan en nuestro
favor: al mismo tiempo debemos redoblar
los esfuerzos militares para no sucumbir
con estos malditos reconquistadores”.
— Gran Bretaña ideó un congreso de pleni-
potenciarios a reunirse en Washington para
formar una “confederación armada con-
tra la Santa Alianza”, integrada por Espa-
ña, Portugal, Grecia, USA, México, Hai-
tí, Colombia, Perú. Chile y Buenos Aires
y lo comunicó a este último país a través
del Ministro de Estado de Lisboa; el go-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 571

bierno argentino lo hizo del conocimien-


to de Bolívar, quien en carta escrita el 5 de
agosto de 1 823, al responder a Bernardo
Monteagudo dio su opinión sobre el pro-
yecto de la manera siguiente: “... A primera
vista, y en los primeros tiempos, presenta
ventajas; pero después, en el abismo de lo
futuro y en la luz de las tinieblas, se dejan
descubrir algunos espectros espantosos. Me
explicaré un poco: tendremos en él día la
paz y la independencia y algunas garantías
sociales y de política interna; estos bienes
costarán una parte de la independencia
nacional, algunos sacrificios pecuniarios y
algunas mortificaciones nacionales. Lue-
go que Inglaterra se ponga a la cabeza de
esta liga, seremos sus humildes servidores,
porque, formado una vez el pacto con el
fuerte, ya es eterna la obligación del débil.
Todo bien considerado, tendremos tutores
en la juventud, amos en la madurez y en
la vejez seremos libertos; pero me parece
demasiado que un hombre pueda ver tan
lejos y, por lo mismo, he de esperar que es-
tas profecías sean como las otras; ya Ud. me
entiende. Yo creo que Portugal no es más
que el instrumento de la Inglaterra, lo cual
no suena en nada, para no hacer temblar
con su nombre a los cofrades: convidan a
los Estados Unidos para aparentar despren-
dimiento y animar a los convidados a que
asistan al banquete; después que estemos
reunidos será la fiesta de los Lapitas y ahí
572 A rturo C ardozo

entrará el León a comerse a los convivos...”


— El lo. de enero de 1825 Gran Bretaña reco-
noció oficialmente la soberanía de la Repú-
blica de Colombia e inició con ella relacio-
nes diplomáticas.
2. El 26 de septiembre de 1815 quedó constituida
la Santa Alianza, formada por Rusia, Austria y
Prusia inicialmente. Sus objetivos eran transitar
“por los caminos de las sublimes verdades conte-
nidas en la religión eterna de Cristo” y tomar la
dirección absoluta del mundo para enfrentarse
a los gobiernos revolucionarios que ponían en
peligro el orden monárquico tradicionalmente
establecido. España, bajo el cetro de Fernando
VII, ingresó prontamente a esta reaccionaria
coalición con la finalidad de recibir apoyo para
reconquistar sus dominios coloniales e impo-
ner el viejo orden. En los Congresos de Aquis-
grán (1818), Troppau-Laibach (1820) y Verona
(1822) la Santa Alianza reafirmó su posición
ofensiva contra las revoluciones antifeudales y
antimonárquicas. En el último de los Congresos
se aprobó una expedición militar hacia América
con el objeto de poner a España en posesión de
sus antiguas colonias. Se afirma que Gran Breta-
ña por conducto de Wellington hizo saber a los
‘santos aliados’ que con su poderío naval impe-
diría la proyectada expedición.
El temor a una intervención como la realizada en
1823 por Luis XVIII en España para reponer en el
trono a Fernando Vil por una parte, y por la otra,
los deseos de lograr una conciliación con los reaccio-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 573

narios monarcas de Europa hizo surgir y propiciar


entre los sectores más conservadores y oportunistas
del movimiento independentista la idea de renun-
ciar al régimen republicano y establecer monarquías
con príncipes de las familias reinantes en el viejo
continente. Bolívar en todo momento mantuvo una
firme oposición a la Santa Alianza y en esta actitud
coincidió con Inglaterra. No pensó jamás en hacer
concesiones a la reaccionaria Alianza y en cuanto
a los proyectos monárquicos en Hispanoamérica,
manifestó siempre un categórico rechazo.
— Inglaterra avivaba las diferencias del Brasil
con Portugal y apoyaba al primero con moti-
vo de sus desavenencias con la Argentina por
la posesión de la Banda Oriental (Uruguay),
aunque aparentaba actuar como intermedia-
rio. En México se había coronado Iturbide.
San Martín divulgaba planes monarquistas
que entusiasmaron a las oligarquías de His-
panoamérica, especialmente a las de Chile
y Perú. Bolívar reaccionó ante esa corrien-
te conservadora que trataba de cortejar a
la Santa Alianza. En una carta a Santander
escribió frases como éstas: “En toda la Amé-
rica Meridional no hay más que Colombia
que sea fuerte; todo lo demás se desbarata
fácilmente. Cada día se pone peor el Sur de
América; el día que yo me vaya del Perú se
vuelve a perder porque no tiene hombres ca-
paces de sostener el Estado”.
— En otra carta dirigida a Santander el 6 de
enero de 1825 expresaba estos comentarios:
574 A rturo C ardozo

“La muerte de Iturbide es el tercer tomo


de la historia de los príncipes americanos,
Dessalines, Cristóbal y él se han igualado
por fin. El emperador del Brasil puede se-
guirlos y los aficionados a tomar ejemplo.
El tal Iturbide ha tenido una carrera algo
meteórica, brillante y pronta como una bri-
llante exhalación. Si la fortuna favorece la
audacia, no sé por qué Iturbide no ha sido
favorecido, puesto que en todo la audacia
lo ha dirigido. Siempre pensé que tendría el
fin de Murat...”
— En el mes de mayo supo el Libertador que
España y Francia con la aprobación de la
Santa Alianza se proponían enviar una po-
derosa expedición a América con el objeto
de reconquistar las emancipadas colonias.
En este momento fue cuando definió las
guerras de independencia como etapas de-
cisivas de la lucha de todos los pueblos del
mundo contra las monarquías y de los con-
tinentes sometidos a la condición de colo-
nias contra las metrópolis europeas. En una
de sus misivas a Santander (1825) expuso
estas ideas: “Esta debe ser la guerra univer-
sal. Estas son mis razones: la Francia supo-
niéndonos ocupados en el Perú y poseyen-
do en el Brasil un gran poder auxiliar, ha
podido pensar distraernos con operaciones
falsas o positivas, contando al mismo tiem-
po con Iturbide en México, con la anar-
quía de Buenos Aires y con el desgobierno
más absoluto de Chile. Por consiguiente,
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 575

si el negocio es parcial y puramente fran-


cés, Ayacucho lo para todo y burla todas
sus combinaciones. Pero si después de una
victoria tan decisiva en el mundo america-
no los aliados persisten en un su plan de
hostilidad, es una prueba evidente que el
plan definitivo es librar, en una contienda
general, el triunfo de los tronos contra la
libertad. Esta lucha no puede ser parcial
de ningún modo, porque se cruzan en ella
intereses inmensos esparcidos en todo el
mundo. Desde luego, todo el Nuevo He-
misferio queda de hecho comprometido;
Inglaterra con sus colonias e influencias en
las tres partes del mundo y por auxiliar en
esta contienda tenemos el espíritu constitu-
cional de los pueblos de Portugal, España,
Italia, Grecia, Holanda, Suecia y el imperio
turco por salvarse de las garras de Rusia.
Los aliados tendrán a todos los gobiernos
del continente europeo, y, por consiguien-
te, a sus ejércitos. Así, el fin de esta litis po-
lítica y militar depende de tales combina-
ciones y sucesos que ninguna probabilidad
ni penetración humana pueden señalar el
término final. Luego podemos concluir por
mi proposición de prepararnos para una lu-
cha muy prolongada, muy ardua, muy im-
portante... El remedio paliativo a todo esto
es el Gran Congreso de Plenipotenciarios
en el Istmo bajo un plan vigoroso y exten-
so, con un ejército a sus órdenes de cien
mil hombres a lo menos, mantenido por la
576 A rturo C ardozo

Confederación e independiente de las par-


tes constitutivas”.
— Cuando Bolívar supo que el presidente
Monroe había formulado su famosa de-
claración contra la Santa Alianza en la que
establecía que los Estados Unidos “... con-
siderarán cualquier intento de su parte para
imponer su sistema a cualquier parte del
hemisferio como peligrosa para nuestra paz
y seguridad”, reformuló su tesis de la libe-
ración del mundo colonial de esta manera:
“La ambición de las naciones de Europa lle-
va el yugo y la esclavitud a las demás partes
del mundo, y todas estas partes del mundo
debieran tratar de establecer el equilibrio
entre ellas y Europa para destruirla prepon-
derancia de la última. Yo llamo esto el equi-
librio del Universo”.
— En correspondencia del 12 de marzo de
1825 dirigida a Manuel José Hurtado, Mi-
nistro de Colombia en Londres, el Liber-
tador se expresó así; “Es el caso que, según
parece, la Francia toma por pretexto para
hacernos la guerra, el sistema democrático
que hemos adoptado en nuestros gobier-
nos. El embajador francés, en una de sus
conferencias con Mr. Canning le dijo que
la Inglaterra unida al resto de Europa debe-
ría interponer su mediación para que adop-
tásemos, cuando menos, sistemas aristo-
cráticos. Ud. sabe, como debe saberlo todo
el mundo, por mi discurso al Congreso de
Venezuela que mi opinión era entonces
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 577

que imitásemos al parlamento británico en


nuestro poder legislativo. (...) Si el minis-
terio británico encontrare por convenien-
te, para evitarnos una guerra, ofrecer a los
aliados mis ideas políticas, como medio
de impedir una ruptura de hostilidades y
un principio de negociación que lleve por
objeto la libertad y la independencia de
América, modificada por gobiernos mixtos
de aristocracia y democracia, Ud. está auto-
rizado por mí para instruir al gobierno bri-
tánico de mi determinación de interponer
toda mi influencia en América para obtener
una reforma que nos produzca el reconoci-
miento de la Europa y la paz del mundo”.
— En un párrafo ‘reservadísimo’ de la carta a
Santander escrita en el Magdalena el 21 de
febrero de 1826, el Libertador se manifes-
tó así: “En estos días he recibido cartas de
diferentes amigos de Venezuela proponién-
dome ideas napoleónicas. El general Páez
está a la cabeza de estas ideas sugeridas por
sus amigos los demagogos. Un secretario
privado y redactor de ‘El Argos’ (Antonio
Leocadio Guzmán) ha venido a traerme el
proyecto. Ud. lo verá disfrazado en la carta
que incluyo original, que Ud. deberá guar-
dar con infinito cuidado para que no la vea
nadie. El general Briceño me ha escrito di-
ciéndome que él ha tenido que contener a
los que querían dar el golpe en Venezue-
la y que los aconsejó que me consultasen.
El general Marino escribe también y otros
578 A rturo C ardozo

menos importantes, pero más furiosos de-


magogos. Por supuesto Ud. debe adivinar
cuál será mi respuesta. Mi hermana me dice
que en Caracas hay tres partidos: monár-
quicos, demócratas y pardócratas; que sea
yo Libertador o muerto es su consejo. Este
será el que yo seguiré, aunque supiera que
por seguirlo, pereciera todo el género hu-
mano. (...); porque debe Ud. tener presente
que esos caballeros han sido federalistas pri-
mero, después constitucionalistas y ahora
napoleónico, luego no les queda más grado
que recibir el de anarquistas, pardócratas o
degolladores”.
3. Desde el momento en que se articularon los
planes independentistas, se pensó en que
EE.UU., por ser la primera república del con-
tinente, sería una aliada consecuente y efectiva.
Pero no sucedió así: bajo la excusa de una falsa
neutralidad, negaron toda ayuda a los ejércitos
de la emancipación y retardaron todo recono-
cimiento a las nacientes repúblicas hispanoa-
mericanas hasta que realizaron sus propósitos
de apoderarse de la Florida a través de una ne-
gociación con España. La neutralidad que asu-
mieron fue insincera puesto que en la práctica
le negaron todo apoyo a los patriotas mientras
continuaban realizando un comercio normal
con las colonias que aún permanecían en po-
der de España.
El general Francisco de Miranda nos legó en su
archivo (t. XVII, p. 279) la información de su
entrevista realizada del 9 al 11 de diciembre de
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 579

1805 con James Madison, el Secretario de .Es-


tado de USA, con el propósito de solicitar ayu-
da para su proyectada expedición libertadora.
Dijo lo siguiente: “… procedí a manifestarle
(...) que sólo se necesitaba del conocimiento
tácito del gobierno, a lo menos que haga la
vista gorda (to wink at it) pues teníamos ami-
gos en Nueva York y Boston que se ofrecían
avanzar caudales y cuanto era necesario para
el asunto... Me dijo (Madison) que el gobier-
no está con la mejor voluntad hacia nosotros
y a nuestra causa pero no sabía cómo podía
ayudarnos en el momento actual sin faltar a la
buena fe y a la amistad que aún subsistía con
las naciones con quienes estaba en paz”. La
ayuda que obtuvo Miranda fue de algunos em-
presarios, a pesar de haberse entrevistado con
el Presidente Jefferson, ministros, senadores y
miembros de la Cámara de Representantes. De
ahí salió con el “Leandro” y. dos pequeños bar-
cos a su malograda incursión sobre Venezuela.
Dos ciudadanos norteamericanos, W.S. Smi-
th y Samuel Ogden fueron sometidos a juicio
.por participar en esta expedición y la Corte de
Nueva York los declaró culpables de traición en
julio de 1806...
Los comisionados ante el gobierno de EE.UU.
Juan Vicente Bolívar y Telésforo de Orea, re-
presentantes de la Junta Suprema nacida del
movimiento del 19 de abril de 1810 y, más
tarde, José Rafael Revenga no obtuvieron de
aquel gobierno sino promesas. Las pocas amias
que lograron adquirir las negociaron en el sec-
580 A rturo C ardozo

tor comercial y pudieron sacarlas burlando la


vigilancia de las autoridades aduanales. Sólo se
interrumpió esta línea de conducta con moti-
vo del terremoto de 1812 cuando el Congreso
de Estados Unidos asignó al Ejecutivo la suma
de $50.000 para la compra de “abastecimien-
tos” destinados a las víctimas. La salida de es-
tos productos hizo necesario el desembargo del
puerto de Baltimore.
Igual resultado obtuvieron las misiones de Ma-
nuel Palacio Fajardo (1812), Manuel García de
Sena (1814) y Pedro Gual (1816) ante el go-
bierno de USA. Este último en carta a Thorn-
ton, fechada el 16 de mayo de 1816, escribió
lo siguiente: “Parto para New Orleans, puesto
que ninguna ayuda de los Estados Unidos pa-
rece llegar. Somos abandonados a nuestro des-
tino, vencer o perecer”. En 1817 el diputado
Henry Clay presentó en la Cámara de Repre-
sentantes un proyecto de ley para reconocer el
estado de beligerancia de los bandos conten-
dientes en Hispanoamérica, pero fue derrotado
por la mayoría de la Cámara en sesión del 28
de marzo de 1818. (Samuel F. Bemis. The La-
tin American Policy of de United States, New
York, 1943, p. 40).
En 1818 los barcos norteamericanos ‘Tiger’ y
‘Liberty’ trataron de burlar el bloqueo decreta-
do por el gobierno republicano y fueron captu-
rados, comprobándose que llevaban municio-
nes adquiridas por España para ser entregadas
al gobierno realista de Venezuela. El gobierno
venezolano establecido en Angostura, siguien-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 581

do sus propias pautas, procedió a confiscar la


mercancía y vender los barcos. El gobierno de
USA envió como agente especial a Mr. John
Irvine con instrucciones de presentar una se-
rie de reclamaciones al gobierno patriota, entre
éstas la de los dos barcos. Durante más de un
año Mr. Irvine se enfrascó en una intermina-
ble polémica con Bolívar, discutiendo sobre
neutralidad, sobre bloqueo y otros aspectos del
derecho internacional.
El 22 de febrero de 1819 firmaron España y
Estados Unidos el esperado pacto según el cual
la primera cedía al segundo la península de la
Florida y amistosamente se hizo una rectifica-
ción de su frontera, ahora corrida hacia el sur.
A partir de esta negociación el gobierno de
USA empezó a variar su política frente a His-
panoamérica, de tal manera que en 1822, des-
pués de las batallas de Boyacá y Carabobo, ex-
tendió su reconocimiento a (la Gran) Colom-
bia y se intercambiaron agentes diplomáticos
y consulares. En 1824, después de Ayacucho,
firmaron los dos estados un tratado de amis-
tad, destinado a regularizar las relaciones. Un
comportamiento irregular por parte de USA
fue mantener contactos directos con el general
Páez, Jefe del Departamento de Venezuela, a
pesar de que éste formaba parte de Colombia.
A la invitación hecha por Santander a los Esta-
dos Unidos para participar en el Congreso de
Panamá, a pesar de la opinión contraria de Bo-
lívar, respondió la Cámara de Representantes,
consultada por el gobierno, lo siguiente: “... en
582 A rturo C ardozo

consecuencia la opinión de esta Cámara es que


el gobierno de Estados Unidos no debería estar
presente en el Congreso de Panamá... ni entrar
en negociaciones con respecto a una alianza de
este carácter con una o todas las repúblicas his-
panoamericanas; ni debería aliarse con ellas para
formular declaraciones tendientes a impedir la
intervención de alguna potencia extranjera... El
pueblo de los Estados Unidos debe quedar en
libertad de acción para actuar en caso de crisis
de modo que su amistad hacia estas repúblicas
pueda determinar su política cuando las cir-
cunstancias lo requieran”. (Raúl de Cárdenas.
La Política de los Estados Unidos en el conti-
nente americano, La Habana, 1921, p. 147).
Frente a estos hechos históricos que constitu-
yeron la línea política de EE.UU. con respecto
a (la Gran) Colombia y los demás países hispa-
noamericanos, el Libertador tuvo su respuesta
oportuna y pudo captar la esencia de esa misma
política hasta llegar a prever y alertar a “nues-
tra América” sobre la nocividad de esa turbia
conducta. Veamos algunas de estas respuestas
y conclusiones formuladas por Bolívar, como
singular dirigente de la emancipación hispano-
americana, ante los golpes que recibiera de la
torva diplomacia norteamericana:
— En la. temprana Carta de Jamaica (1815)
el Libertador manifestó una de sus prime-
ras quejas por la inesperada política de USA
ante el movimiento emancipador: “... hasta
nuestros hermanos del Norte se han mante-
nido inmóviles espectadores de esta contien-
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 583

da que por su esencia es la más justa y por


sus resultados la más bella e importante”.
— El 29 de julio de 1818 escribía al emisario J.
B. Irvine, quien reclamaba por la confiscación
de los barcos norteamericanos, cargados de
municiones, que habían tratado de burlar el
bloqueo patriota. Expresaba Bolívar que los
Estados Unidos “... olvidando lo que debe ser
la fraternidad (...) y los principios liberales...
han intentado y ejecutado burlar el bloqueo...
para dar armas a unos verdugos y para ali-
mentar a unos tigres que por tres siglos han
derramado la mayor parte de la sangre ameri-
cana...” En carta del 7 de octubre del mismo
le agregaba estos conceptos: “... protesto a
Ud. que no permitiré que se ultraje ni despre-
cie el gobierno y los derechos de Venezuela.
Defendiéndolos contra la España ha desapa-
recido una gran parte de nuestra población
y el resto que queda ansia por merecer igual
suerte. Lo mismo es para Venezuela combatir
contra España que contra el mundo entero,
si todo el mundo la ofende”. Y en otra carta
del 12 del mismo mes apostrofó así al agente
norteamericano: “... ¡Infelices los hombres si
estas virtudes morales (valor y habilidad) no
equilibrasen y aun superasen a las físicas! El
amo del reino más poblado sería bien pronto
de toda la tierra. Por fortuna se ha visto con
frecuencia un puñado de hombres libres ven-
cer a imperios poderosos”.
— Desde 1818 el Libertador había solicitado
de USA el reconocimiento de Venezuela
584 A rturo C ardozo

como Estado independiente sin haber obte-


nido respuesta alguna del Departamento de
Estado. Ante esta situación Bolívar escribió
a José Rafael Revenga con fecha 25 de mayo
de 1820 una carta en la cual le expresaba
lo siguiente: “Jamás conducta ha sido más
infame que la de los norteamericanos con
nosotros: ya ven decidida la suerte de las
cosas y con protestas y ofertas, quién sabe si
falsas, nos quieren lisonjear para intimar a
los españoles y hacer les entrar en sus inte-
reses. El secreto del Presidente (de USA) es
admirable. (...) Yo no sé lo que deba pensar
de esta extraordinaria franqueza con que
ahora se muestran los norteamericanos:
por una parte dudo, por otra me afirmo
en la confianza de que habiendo llegado
nuestra causa a su máximo, ya es tiempo de
reparar los antiguos agravios. Si el primer
caso sucede, quiero decir, si se nos pretende
engañar, descúbrameles sus designios por
medio de exorbitantes demandas; si están
de buena fe, nos concederán una gran par-
te de ellas, si de mala, no nos concederán
nada, y habremos conseguido la verdad,
que en política como en guerra es un valor
inestimable. Ya que por su antineutralidad
la América del Norte nos ha vejado tanto,
exijámosle servicios que nos compensen sus
humillaciones y fratricidios...”
— Con motivo de la convocatoria del Con-
greso Anfictiónico de Panamá y de la in-
consulta invitación hecha por Santander
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 585

al gobierno de Estados Unidos se cruzaron


ambos numerosas cartas en las cuales Bo-
lívar mostró a Santander su opinión con-
traria a esa invitación. Entre la numerosa
correspondencia hemos escogido dos: en la
del 8 de marzo de 1825 decía lo siguien-
te: “Los ingleses y los norteamericanos son
unos aliados eventuales, y muy egoístas.
Luego parece política entrar en relaciones
amistosas con los señores aliados, usando
con ellos de un lenguaje dulce e insinuante
para arrancarles su última decisión, y ganar
tiempo, mientras tanto... Si los americanos
me creyeran, yo les presentaría medios para
evitar la guerra, y conservar su libertad ple-
na y absoluta. Mientras tanto insto de nue-
vo por la reunión del Congreso del Istmo”.
En la del 21 de octubre de 1825 le comu-
nicaba esto: “No creo que los americanos
deban entrar en el Congreso del Istmo: este
paso nos costaría pesadumbre con los albi-
nos...”
Entre las instrucciones secretas que el Li-
bertador impartió a los plenipotenciarios
peruanos estaba el sondeo con los repre-
sentantes de México y Centroamérica para
establecer un acuerdo sobre las medidas
a tomar “... respecto a las islas de Cuba y
Puerto Rico, y en caso de que se resolviere
emanciparlas, atender a su destino futuro:
si deberían agregarse a alguna de las nuevas
repúblicas o dejar que se constituyeran in-
dependientes”. Esta proposición fue hecha
586 A rturo C ardozo

en el seno del Congreso pero sólo obtuvo el


respaldo de Colombia. Bolívar estaba per-
fectamente consciente de que USA se opo-
nía a la emancipación de estas dos antillas
porque desde entonces tenían el propósito
de negociarlas con España o anexarlas.
El cónsul inglés en el Perú, Thomas S. Wi-
llimot, escribía en carta del 17 de noviem-
bre de 1827 dirigida al Ministro de Asuntos
Extranjeros de Gran Bretaña y le informa-
ba de “la maligna hostilidad de los yankis
hacia el Libertador” y destacaba que algu-
nos de ellos llevaban su animosidad hasta
“el extremo de lamentar abiertamente que
allí donde había surgido un segundo César
no hubiera surgido un segundo Bruto’...”
(J. Fred Rippi, La Rivalidad entre Estados
Unidos y la Gran Bretaña por América La-
tina, p. 1 04).
— Finalmente, en carta del 5 de agosto de
1829 dirigida por el Libertador desde Gua-
yaquil al general Patrick Campbell, En-
cargado de Negocios de la Gran Bretaña
ante el gobierno colombiano, al rechazar
el proyecto monárquico para los países re-
cién emancipados se lee lo siguiente: “Lo
que Ud. se sirve decirme con respecto al
nuevo proyecto de nombrar un sucesor de
mi autoridad que sea príncipe europeo, no
me coge de nuevo porque algo se me ha-
bía comunicado con no poco misterio y
algo de timidez pues conocen mi modo de
pensar. —No sé qué decir a Ud. sobre esta
C olonia , lucha de clases e I ndependencia 587

idea, que encierra mil inconvenientes. Ud.


debe conocer que, por mi parte, no habría
ninguno, determinado como estoy a dejar
el mando en este próximo congreso, mas,
¿quién podría mitigar la ambición de nues-
tros jefes y el temor de la desigualdad en el
bajo pueblo? ¿No cree Ud. que la Inglaterra
sentiría celos por la elección que se hiciera
en un Borbón? ¿Cuánto no se opondrían
los nuevos estados americanos, y los Es-
tados Unidos que parecen destinados por
la Providencia para plagar la América de
miserias a nombre de la Libertad? Me pa-
rece que ya veo una conjuración general
contra esta pobre Colombia (ya demasia-
do envidiada) de cuantas repúblicas tiene
la América. Todas las prensas se pondrían
en movimiento llamando a una nueva cru-
zada contra los cómplices de traición a la
libertad, de adictos a los Borbones y de
violadores del sistema americano... Por el
sur encenderían los peruanos la llama de la
discordia; por el Istmo los de Guatemala y
México y por las Antillas los americanos y
los liberales de todas partes. No se queda-
ría Santo Domingo (Haití) en inacción y
llamaría a sus hermanos para hacer causa
común contra un príncipe de Francia. To-
dos se convertirán en enemigos sin que la
Europa hiciera nada por sostenernos, por-
que no merece el Nuevo Mundo los gastas
de una Santa Alianza; a lo menos, tenemos
motivos para juzgar así, por la indiferencia
con que se nos ha visto emprender y luchar
588 A rturo C ardozo

por la emancipación por la mitad del mun-


do, que bien pronto será la fuente más pro-
ductiva de las prosperidades europeas”.

En julio de 1830 se suscitó en Francia un nuevo movimiento revolu-


cionario que puso fin, una vez más, a la monarquía borbónica. Durante
el asalto al Hotel de Ville (Palacio Municipal) el pueblo parisino canta-
ba la siguiente estrofa:
Le feu sacré des repúbliques
Jaillit autour de Bolívar
Les rochers des deux Ameriques
Des peuples sont les boulevards. (*)
El Libertador, ignorando que era aclamado por el pueblo revolucio-
nario de París, se preparaba para, abandonar su gran patria, nuestra
América, enfermo y sin recursos, vilipendiado y repudiado por la oli-
garquía. El general Páez, ahora transformado en el brazo armado de
la aristocracia venezolana, se negaba a negociar con las autoridades de
Bogotá “hasta que Bolívar hubiera evacuado el territorio de Colombia”.
Al morir el 17 de diciembre de 1830 se apagó la voz recia del gran diri-
gente anticolonialista del siglo XIX.

(*) En traducción libre:


El sagrado fuego de las repúblicas
brilla alrededor de Bolívar.
Las cumbres de las dos Américas
son los caminos de los pueblos
(Jorge Alvarado Ramos. Historia de la Nación Latinoamericana, t. II.
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Colección Bicentenario Carabobo
Comisión Presidencial Bicentenaria de la Batalla y la Victoria de Carabobo
Preprensa e impresión
Fundación Imprenta de la Cultura
ISBN
978-980-440-036-0
Depósito Legal
DC2021001823
Caracas, Venezuela, diciembre de 2021
La presente edición de
Colonia, l u c h a de c l a s e s e I n de p e n de n c i a
fue realizada durante el mes
de diciembre de 2021,
año bicentenario
de la Batalla de Carabobo
y de la Independencia
de Venezuela
En Carabobo naCimos “Ayer se ha confirmado con una
espléndida victoria el nacimiento político de la República de
Colombia”. Con estas palabras Bolívar abre el parte de la Batalla
de Carabobo y le anuncia a los países de la época que se ha con-
sumado un hecho que replanteará para siempre lo que acertada-
mente él denominó “el equilibro del universo”. Lo que acaba de
nacer en esta tierra es mucho más que un nuevo Estado sobera-
no; es una gran nación orientada por el ideal de la “mayor suma
de felicidad posible”, de la “igualdad establecida y practicada” y
de “moral y luces” para todas y todos; la República sin esclavi-
zadas y esclavizados, sin castas ni reyes. Y es también el triunfo
de la unidad nacional: a Carabobo fuimos todas y todos hechos
pueblo y cohesionados en una sola fuerza insurgente. Fue, en
definitiva, la consumación del proyecto del Libertador, que se
consolida como líder supremo y deja atrás la república mantua-
na para abrirle paso a la construcción de una realidad distinta.
Por eso, cuando a 200 años de Carabobo celebramos a Bolívar
y nos celebramos como sus hijas e hijos, estamos afirmando una
venezolanidad que nos reúne en el espíritu de unidad nacional,
identidad cultural y la unión de Nuestra América.
Colonia, lucha de clases e Independencia Por primera vez un historiador vene-
zolano pone el énfasis en la lucha de clases como eje del proceso de crisis estructural
de la Colonia y el choque de poderes que desembocó en el 19 de Abril de 1810,
los conflictos de poder que este hecho acentuó y la guerra de Independencia hasta
la victoria de Carabobo, donde Bolívar finalmente logra liderar a un pueblo entero
−superior en número y en voluntad a los sectores dominantes− pero en una clara
desventaja política.
La particularidad del enfoque de Arturo Cardozo está en mostrar cómo se con-
catenan las contradicciones internas de la superestructura de la sociedad colonial
−instituciones familiares, estamentos sociales, organización político-administrativa,
organización eclesiástica− la conformación de la conciencia social −expresada en la
educación, el pensamiento y las ideas políticas y el arte− con las contradicciones de
clase propiamente dichas. Así, en lugar de presentar la visión de una colonia que
trata de emanciparse de una metrópoli imperial, reconstruye una serie de complejos
procesos de acceso a los recursos y medios de producción, a los mercados y a deter-
minados privilegios que implican mayor control político. Presenta el surgimiento y
auge de clases como la oligarquía mantuana y de su contraparte burguesa-mercantil
y el modo en que la pugna entre ambas impacta en la dinámica general del paso de
la Provincia de Venezuela a la República que concibió Bolívar.

COLECCIÓN BICENTENARIO CARABOBO

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