Ocio Placer y Automovilidad en La Construccion Sim
Ocio Placer y Automovilidad en La Construccion Sim
Ocio Placer y Automovilidad en La Construccion Sim
resumen | Partiendo del entendido de que la vida urbana puede extenderse a los
territorios extraurbanos antes de que estos sean construidos e incorporados a la trama,
se estudiarán los paseos de ocio a las afueras de Santiago, que se volvieron recurrentes
gracias a los medios de transporte motorizados durante el primer tercio del siglo xx.
Se propone que los nuevos destinos de las prácticas del ocio en los extramuros de la
capital tuvieron un rol fundamental en la valorización y difusión de un paisaje de los
“alrededores” de Santiago. Como antesala para algunos de los valores que impulsarían
el proceso de suburbanización, este paisaje se construyó bajo la lógica de la contra-
posición ciudad/campo, donde el primer polo representaba la rutina, el trabajo, la
agitación, el nerviosismo y, en último término, la corrupción; mientras el segundo, la
posibilidad de escape, respiro o descanso de los males del primero.
abstract | Based on the understanding that urban life can be extended to non-urban
areas before they are constructed and incorporated into the urban fabric, this paper studies
leisure trips to the outskirts of Santiago that became recurrent thanks to motorized trans-
portation during the first three decades of the twentieth century. It is proposed that the new
destinations for leisure practices played a crucial role in the symbolic construction of the
landscape of the outskirts of the city. As a prelude to some of the values that would drive
the process of suburbanization, this landscape was built under the logic of the opposition
between city and country, where the former represented the routine, work, agitation, ner-
vousness and ultimately corruption; while the later, the possibility of escaping, a breath or
a break from the evils of the city.
Introducción
infraestructura vial. Sin embargo, existe escasa atención sobre los procesos previos de
exploración y valorización que adquieren estas potenciales tierras urbanas antes de
que se planee su incorporación definitiva a la ciudad. No ha sido foco de estudios el
lugar que ocupaban en el imaginario de quienes habitaban la capital, aquellas áreas
que solían ser antiguamente los alrededores de Santiago y que hoy forman parte del
continuo urbano. Los procesos a través de los cuales determinados territorios van
siendo incorporados simbólicamente en un imaginario urbano pueden ser interpre-
tados como el primer paso hacia el posterior proceso de ocupación, suburbanización
y urbanización. Reconocer las prácticas y representaciones previas asociadas a los
territorios aledaños puede entregar claves para comprender decisiones posteriores
sobre el modo en que crece la ciudad y la desigual valoración que adquieren esos
terrenos en el mercado de tierras.
En este marco, el presente artículo busca profundizar en una de las formas a
través de las cuales se construyó y difundió un modo de entender y valorizar los
alrededores de Santiago durante el primer tercio del siglo xx. En particular, se refiere
a los paseos de ocio a las afueras de la ciudad que comenzaron a hacerse cada vez
más recurrentes gracias a las posibilidades de movilidad que ofrecían los medios de
transporte motorizados.
Se propone que los nuevos destinos de las prácticas del ocio en los extramuros
de Santiago, posibilitados por la propagación de automóviles, tranvías y autobuses,
tuvieron un rol fundamental en la construcción y difusión de un paisaje de los “alre-
dedores” de la capital. Como antesala para algunos de los valores que impulsaría el
proceso de suburbanización, este paisaje se construyó bajo la lógica de la contra-
posición ciudad/campo, donde el primer polo representaba la rutina, el trabajo, la
agitación, el nerviosismo y, en último término, la corrupción; mientras el segundo,
la posibilidad de escape, respiro o descanso de los males del primero. Lugares como
Apoquindo, La Reina, Puente Alto, Maipú, Peñaflor, fueron incorporados tempra-
namente a la ciudad como destinos de fin de semana; espacios de descanso y recrea-
ción, necesarios en la lógica del trabajo en la vida moderna.
Con el objeto de entender los alcances que tuvieron las prácticas ociosas en la
construcción simbólica de los alrededores, se estudiarán, en primer lugar, las formas
predominantes de sociabilidad de las elites santiaguinas en las décadas de finales
del siglo xix y comienzos del xx, y las nuevas opciones que comienzan a surgir con
la incorporación de los vehículos motorizados. Se abordará el paseo o excursión a
los alrededores como testimonio de un nuevo modo de ocio vinculado a la vida
moderna que comienza a desarrollarse durante las primeras décadas del siglo xx. Se
estudiará este fenómeno en asociación con la dialéctica ciudad-campo y la impor-
tancia que ella adquiere en la vida cotidiana de los citadinos. Luego se revisará cómo
se desarrolló y difundió esta cultura turística del viaje al campo, con especial foco en
el uso del automóvil, abordándose aspectos como el valor que adquiere el disfrute
de la naturaleza y el registro de las experiencias de viaje en distintos formatos (verso,
prosa, fotografía).
Posteriormente, se explorará específicamente cómo, a partir de la segunda década
del siglo xx, los automovilistas santiaguinos comienzan a explorar y conquistar los
alrededores de la capital. Se identificarán algunos de los principales inconvenientes
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llegarse a la conclusión de que aquí la gente solamente aspira a ser señalada como
que “tiene auto”; sin preocuparse, ni mucho menos tener el premeditado designio
de explotarlo en debida forma. (“El camping”, 1917, pp. 154-158)
Ciertamente, quien paseara en un automóvil por los alrededores de la ciudad no
sería visto sino por los pobladores y uno que otro dueño de fundo. El objetivo de
distinción y reconocimiento social, reforzado por el consumo colectivo del bien,
debía ser reemplazado por otro en donde primara el placer y la satisfacción indivi-
dual, ya fuese ante las inéditas posibilidades de desplazamiento o como resultado de
la contemplación del paisaje.
En Casa Grande, de Luis Orrego Luco, obra donde se describe con bastante
detalle los movimientos de la elite tradicional en la capital hacia 1908, el vehículo
de desplazamiento es siempre el coche o carruaje particular. Paradójicamente, el
único momento en que aparecen los automóviles es para referirse al arribismo de los
nuevos sectores sociales económicamente emergentes que comenzaban a mezclarse
con la elite tradicional:
Todos querían ser ricos de golpe, sin trabajo, sin esfuerzo, sin sacrificios de ningún
género. Ahí estaban las tres o cuatro fortunas de salitreros y mineros improvisados,
exhibiéndose insolentemente, haciendo resonar las trompetas de sus automóviles,
derramando el champagne a torrentes, tirando el dinero a manos llenas por la ven-
tana. (Orrego Luco, 1906, p. 16)
La misma revista Zig-Zag, mediante dos portadas publicadas en menos de un año
(figuras 1 y 2), da testimonio de la vigencia que aún mantenían los coches parti-
culares, al tiempo que su comparación sugiere las profundas diferencias sociales y
culturales entre quienes usan la tracción animal y los que utilizan los vehículos a
motor para pasear. Mientras una joven pareja vestida de fiesta y su perro de raza son
conducidos por una distinguida auriga en un coche de dos ruedas, la otra pareja
viste trajes especiales para resistir el polvo y el viento que conlleva una excursión en
automóvil. Mientras la mujer del coche, perteneciente a la tradición del paseo en
sociedad, mantiene una delicada quietud alerta a los movimientos de su entorno,
la mujer motorizada, en un acto inédito de audacia y libertad, usa la altura que le
proporciona el asiento de su automóvil para cosechar frutas de un árbol, que luego
ofrece a su pareja, quien observa tranquilo el paisaje circundante.
En fin, más que constituir representaciones específicas de los modos en que se
utilizaban los distintos medios de transporte en el país, argumento dudoso debido
al probable origen extranjero de estas ilustraciones, lo que interesa es la validación
paralela que una revista de elite hace de dos tradiciones con aproximaciones absolu-
tamente distintas al problema del ocio. A la costumbre del paseo de distinción y reco-
nocimiento social que diariamente tenía lugar en los parques capitalinos de moda, se
contrapone el paseo o excursión a los alrededores rurales, que se lleva a cabo los fines
de semana y los días festivos. Mientras el primero es representativo del “modo de ser”
de aquella oligarquía tradicional que renegaba del trabajo como sustento de la vida
cotidiana, la segunda se relaciona más con los nuevos grupos medios emergentes,
para quienes el paseo constituye una tregua que permite sobrellevar lo que comen-
zaba a denominarse rutina del trabajo y nerviosismo de la vida urbana moderna.
Errázuriz | Ocio, placer y (auto)movilidad en la construcción simbólica... | ©EURE 285
fuente zig - zag . núm. 244, 1909 fuente zig - zag . núm. 621, 1917
Sin embargo, pese a las diferencias evidentes que estas dos tradiciones dan a las acti-
vidades de ocio, no es posible comprender ambas de manera independiente. Aun
cuando la elite más conservadora no estuviese dispuesta a incorporar prácticas que
cuestionaban directamente sus creencias y costumbres, los más jóvenes no siempre
compartían el sentido y los valores que habían guiado a sus padres. Por otra parte,
los nuevos grupos medios profesionales, con un fuerte componente extranjero, si
bien no compartían la procedencia cultural de la oligarquía tradicional, buscaban
asimilar parte de sus hábitos y prácticas de manera de legitimarse socialmente. En
consecuencia, al intentar comprender el modo en que desarrollaron las nuevas prác-
ticas automovilísticas ociosas hacia los alrededores de la capital, no es conveniente
vincularlas directamente a un grupo social específico, sino más bien asociarlas a un
nuevo modo de ser que se desenvuelve junto con el desarrollo de las formas de vida
metropolitana.
que se recorre el territorio, implica una sensibilización frente al paisaje natural. A dife-
rencia de los viajes en tren, en los cuales se obtiene una visión lateral y limitada sobre
el paisaje, a altas velocidades sin detenciones sino en las estaciones y bajo el cumpli-
miento estricto de un horario, el viaje en automóvil ofrece una nueva experiencia del
entorno. El recorrido más bien lento y accidentado al que obligaban los caminos, la
visión panorámica sobre los alrededores, la libertad en las decisiones del trayecto y en
el número y duración de las paradas, permitieron cultivar una interacción mucho más
directa con el medio natural que la que había permitido el viaje en ferrocarril. Por
otra parte, la inexistencia de hoteles o residencias en el camino durante las primeras
décadas del automovilismo implicaba que todas las necesidades básicas que surgieran
en el transcurso debían encontrar acogida en este medio natural.
A través de las primeras revistas de automovilismo y siguiendo las costumbres
que se habían propagado en las ciudades donde este vehículo se había instalado con
mayor fuerza, los automovilistas chilenos promovieron el gusto por el disfrute de la
naturaleza desde el camino.
Son muchos entre nosotros los que saben percibir el “encanto del camino”. Esas
carreteras y senderos que serenos y generosos multiplican y desvían su curso en vías
vecinales bordeadas de matorrales y espesuras, o se pierden en caminillos ribetea-
dos de oloroso césped; conducen ora a la floresta sombría, o al picacho escarpado
y soberbio; o bien se pierden entre la haciendas, y llegan hasta la plazuela irregular
de la aldehuela que dormita a la sombra de la iglesita, allá en el fondo de un valle
pintoresco. (“Caminos para automóviles”, 1917, p. 91)
Íntimamente ligado a la contemplación y goce del paisaje natural en automóvil, el
registro de esta experiencia adquiere un papel fundamental. Aunque la prosa y el
verso habían sido hasta entonces el principal lenguaje mediante el cual se daban a
conocer y recordaban las actividades que llevaban a cabo las elites, la comercializa-
ción de la máquina fotográfica portátil con rollo de película desplegable fue tempra-
namente asociada a la excursión en automóvil. El tamaño reducido, la sensibilidad
de las emulsiones, la prescindencia de las pesadas y frágiles placas de vidrio, eran
las principales ventajas que los nuevos aparatos presentaban para el sportman. Entre
los numerosos avisos publicitarios que aparecieron desde mediados de la segunda
década del siglo, la propaganda de cámaras fotográficas asociadas al uso de automó-
viles se volvió una estrategia habitual.
Por su parte, para los propulsores del turismo automovilístico y el descubrimiento
del territorio nacional, la cámara fotográfica constituía el mejor aliado. La condi-
ción mediática propia de la fotografía permitía no solo dejar constancia y registro
de los logros alcanzados por los aficionados, sino, además, sociabilizar una actividad
que –a diferencia de los paseos de distinción– se efectuaba lejos del reconocimiento
social directo de los pares. En otras palabras, el registro fotográfico de un paseo de
excursión era la posibilidad de hacer público un evento que generalmente residía en
el ámbito de lo privado. Hacia 1927, el principal medio de difusión del automovi-
lismo en Santiago sostenía que la fotografía se había convertido en el complemento
indispensable del automovilista y que “[h]oy día nadie concibe un viaje de turismo
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en automóvil sin las correspondientes vistas de los sitios visitados y de los caminos
recorridos” (“Guía del Automovilista”, 1920, p. 91).
Una popular guía para automovilistas reservaba una de sus secciones a la impor-
tancia de la fotografía para el turismo en automóvil. Además de detallar las carac-
terísticas técnicas que debía cumplir una cámara, se especificaba cuidadosamente la
manera en que se debían tomar las fotografías para obtener un resultado armonioso
y atractivo.
El primer plano debe ocupar siempre un cuarto de la altura de la vista, salvo en
vistas tomadas desde lo alto. Aténgase usted a esta regla y desde luego habrá ganado
en la conformación de su foto. Aun cuando se trate de un simple paisaje, es indis-
pensable que haya a cierta distancia cercana al objetivo un sujeto principal, sea un
rancho, un árbol, una roca, etc. Esto da un sentido práctico de mucho efecto. El
sujeto cercano puede ser cualquier cosa, no es preciso que sea una persona. Hemos
visto hermosas vistas que tenían por todo sujeto principal ante un paisaje bellísimo
la silueta de un poste telefónico...
Es entendido que si el sujeto puede ser una persona ante un paisaje, el efecto es aun
mejor, y si esta persona es una señorita (por ejemplo), ya no hay nada mejor que
pedir. (“Guía del Automovilista”, 1917, p. 91)
Finalmente, al placer estético que conlleva el contacto con la naturaleza y su condi-
ción revitalizadora ante la tormentosa vida moderna, se suma como motivación el
placer de la velocidad y de las condiciones de libertad y autonomía que el viaje en
automóvil reporta a sus ocupantes. Esta condición ha sido reconocida por los estudios
contemporáneos como una de las bases sobre la cual se ha sentado el sólido vínculo
entre automovilistas y automóviles. Ya a fines de la década del sesenta, Baudrillard
(1969) afirmaba que el movimiento en sí mismo trae consigo una cierta dicha, pero la
“euforia mecánica de la velocidad” constituye algo distinto. Para el autor, esta se funda
en el ámbito de lo imaginario y en el milagro de la movilidad sin esfuerzo (p. 71).
A esta dicha generada por la velocidad de los nuevos medios mecánicos se
sumaba, en opinión de Baudrillard, su funcionamiento como “extensión del mundo
cotidiano privado”, lo que en la práctica implica la facultad de trascendencia de
lo doméstico hacia dimensiones más abiertas y difusas, sin por ello perder su
carácter cotidiano. Otros autores sostienen que hay un nexo crucial entre moción
y emoción, o entre movimientos y emociones, y que simples inversiones sinesté-
sicas, desde caminar hasta manejar un automóvil, nos orientan hacia un posiciona-
miento de nuestro entorno material, generando geografías de la emoción (Sheller,
2004; Thrift, 2004). En 1902 un automovilista escribió: “Viajar significa la máxima
libertad de movimiento, el tren, por su parte, te condena a la pasividad... la vía
férrea te restringe a un horario” (Urry, 2004, p. 29).
Junto con el aumento del número de automóviles en Santiago a partir de la
segunda década del siglo xx, diversos promotores del automovilismo llamaban a los
dueños de vehículos a descubrir las nuevas experiencias que ofrecían los automo-
tores en comparación con las antiguas victorias. Utilizar el automóvil para realizar
los mismos paseos que tradicionalmente habían sido efectuados en coches de trac-
ción animal, era desaprovechar un vehículo cuyas características técnicas prometían
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Sin el gasto de un chauffeur existe el temor ridículo de una panne que necesaria-
mente DEBE producirse en el camino...
Yo he instado a mi amigo para salir los domingos y sólo después de una carga
sistemática, consigo que salgamos por ahí... cerquita... por si acaso se descompone
el auto...
Son inútiles las declaraciones que, ahora, con los adelantos modernos, los mo-
tores a explosión han adquirido un grado tal de perfección que la posibilidad de
una parada forzosa desaparece rápidamente. Sin embargo, los viejos sentimientos
timoratos predominan... Que el cuento de una desgracia acaecida a Fulano...; que
el coche de Zutano se descompuso y hubo de recurrir a la mansedumbre de los
bueyes...; que más allá Perengano cayó a una acequia cubierta y ahí fue el apuro...
La serie continúa y sólo después de una explicación que nadie entiende, porque la
reflexión la subordina al miedo, consigo con uno de los tantos miedosos que vamos
a... Recoleta afuera. ¡Nada más!
(…) No ha habido contratiempos. Mi amigo se envalentona. Me invita a otro raid
por un lugarcito más lejano... no mucho... (Dell’Orto, 1920)
Pese a la insistencia de los más fanáticos del automovilismo por difundir el viaje de
turismo en automóvil como alternativa de descanso frente a los paseos de distinción,
la asistencia a salas de espectáculo o la permanencia en los hogares, esta práctica no
pareciera haber tenido mayores repercusiones hasta avanzada la década de 1920.
Si bien el automóvil tipo “turismo”, descapotable para cinco a siete personas, era
el modelo más frecuente entre los santiaguinos, el paisaje de los alrededores como
destino turístico recién comienza a ser un escenario de la propaganda automovi-
lística una vez que se han establecido ciertos destinos seguros y los caminos han
comenzado a ser materia de preocupación del gobierno y las autoridades locales. No
es la excursión con rumbo incierto y espíritu aventurero la que se populariza final-
mente entre quienes buscaban salir a los alrededores durante los días de descanso, ni
tampoco es el camping o la búsqueda del paisaje puro y sin huellas de civilización.
En cambio, el paseo a los alrededores que se vuelve cada vez más frecuente es aquel
al cual se llega de manera relativamente segura y programada y que tiene por destino
un lugar con ciertas instalaciones que permiten a los viajeros mantener un mínimo
de las comodidades a las cuales están acostumbrados en su vida citadina.
Santiago posee la materia prima en abundancia: paisajes de primer orden, una
naturaleza rica en bellezas, pero sólo ahora se comienzan a comprender las ventajas
de contar en las cercanías de la capital con establecimientos dotados de todas las
comodidades modernas donde ir a buscar descanso y salud. (“Balneario de Apo-
quindo”, 1921)
Reinaugurados en diciembre de 1921, los conocidos Baños de Apoquindo dieron
inicio a la temporada de verano organizando un gran encuentro que congregó a
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destacadas figuras del mundo social, político y diplomático, sumando en total más
de mil personas. Unos años más tarde, un aviso publicitario interpelaba a quienes
buscaban el descanso en las afueras de la ciudad.
Para quienes no tuviesen automóvil, existía un servicio de autobuses que en treinta
minutos recorría los 14 kilómetros que separaban estas instalaciones de la Plaza de
Armas (García Díaz, 1929). Una alternativa a estas instalaciones termales eran los
baños de Colina, situados a 19 kilómetros de Santiago por un camino que se extendía
por cerca de una hora. Otro establecimiento que captó a quienes buscaban salir de
la ciudad en los días de descanso fue el Parque Sportivo de Pudahuel. Ubicado a
12 kilómetros de Santiago, a media hora en automóvil y 45 minutos en ferrocarril,
este establecimiento contaba con servicio de restaurante, una laguna con botes de
remos y motor, abastecimiento de bencina, neumáticos y accesorios, y hacia 1917
anunciaba la pronta inauguración de canchas de tenis, fútbol y bochas (“Parque
Sportivo Pudahuel”, 1917; “Vida Automóvil”, 1917). A mayor distancia, pero tam-
bién muy concurrido, se encontraba el Balneario de Jahuel. Ubicado a una hora de
San Felipe y en los faldeos de la Cordillera de los Andes, destacaba por la combina-
ción de un hermoso emplazamiento y cómodas instalaciones (piscina, restaurante,
alojamiento). Mientras los que no tenían automóvil tenían la posibilidad de tomar el
expreso de Santiago o Valparaíso y luego ser recogidos en San Felipe por un automóvil
del balneario, los automovilistas debían recorrer 107 kilómetros y cruzar la cuesta de
Chacabuco, trayecto que tenía una duración de cuatro horas y media (García Díaz,
1926, p. 376). A estas instalaciones turísticas se debe agregar la incipiente oferta hote-
lera y gastronómica que comenzaban a brindar otros destinos muy frecuentados en los
alrededores de Santiago, como era el caso del Cajón del Maipo y Peñaflor (“Las excur-
siones…”, 1927, noviembre-diciembre; “Vida Automóvil…”, 1917, noviembre).
Si bien en su mayor parte estos lugares existían como destinos turísticos antes de
que el automóvil se asociara al paseo por los alrededores, y se llegaba a ellos por trac-
ción animal o ferrocarril, la disminución de las distancias que permitieron las nuevas
tecnologías y la propagación de una cultura turística entre un cierto grupo de santia-
guinos, aumentó significativamente la demanda sobre estos destinos y el valor que
adquirieron para la población. Centros termales que tradicionalmente habían servido
como sedes de sanación para diversas enfermedades se transformaron en centros turís-
ticos donde incluso, en algunos casos, se prohibía el acceso a los enfermos. Algunos
pueblos cercanos a la capital que habían servido de balneario para capear los meses de
verano, ahora eran destinos de visitas diarias o por el fin de semana. La comparación
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entre las guías turísticas Baedeker de Chile, publicadas en 1910 y 1930, es ilustrativa
de este proceso. En solo dos páginas y con un marcado énfasis en los aspectos prác-
ticos, como las tarifas, las distancias y los tiempos, se resume el apartado “Santiago y
sus Alrededores” en la guía de 1910. En cambio, en la de 1930, el ítem dedicado al
turismo comprende casi veinte páginas, incluyendo mapas, detalles de los recorridos
y destinos, y una división entre viajes cortos, largos y aquellos que se realizan hacia el
sur del país (Sociedad Editora Internacional, 1910; Tornero, 1930).
Las asociaciones de automovilistas tomaron el liderazgo en la difusión y promo-
ción del paseo a los alrededores de Santiago con motivos turísticos. La revista Auto y
Aero no solo publicaría los testimonios e imágenes de los viajes de sus afiliados, sino
que hacia 1920 lanzaba en dos volúmenes El libro azul, una guía para automovilistas
en la cual se detallaban una a una las rutas y paseos que podían realizarse hacia los
alrededores de Santiago. Además del plano base con el resumen de los recorridos
turísticos que se ilustra en la figura 3, se entregaban otros ocho mapas correspon-
dientes a la extensión de estas rutas en las distintas direcciones. Al comparar este
mapa turístico con el levantamiento de los caminos alrededor de Santiago para 1914
(figura 4), es posible apreciar el trabajo de estudio y selección de rutas con potencial
turístico que se efectúa en esta guía para el automovilista. Por otro lado, la densa red
caminera que se traza en este levantamiento da cuenta de las múltiples posibilidades
que tenía la excursión en automóvil hacia las afueras de la ciudad.
Otra publicación que fomentó insistentemente el viaje a los alrededores fue la revista
Motor, publicada entre 1925 y 1930. Durante los primeros años y luego en forma
interrumpida, se publicaba una sección titulada “Nuestros domingos por los alrede-
dores de Santiago”, en la cual se relataba e ilustraba en forma extensa y detallada el
viaje de automovilistas a distintos destinos de interés en las afueras de la capital. Una
sección del primero de estos artículos, dedicado al sector de Apoquindo, permite
apreciar las motivaciones e intereses tras estos viajes.
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Vamos hacia la Plaza Italia. Una parada, unos cuantos litros de bencina y doblamos
primero por la avenida Vicuña Mackenna, tomando el camino por Ñuñoa (…)
hasta llegar a la Plaza Los Guindos. Es el bien pavimentado y conocido trayecto que
bordean numerosos chalets. Debemos internarnos en la avenida Ossa, con suelo
pedruzco y arena, bien apisonado, tal vez la parte más pintoresca del trayecto. Sus
árboles enormes, dejando colarse entre el follaje rayitos de luz, le dan un marcado
aspecto de vía campestre, serena, apacible, pero cuya poesía, al tratar de ser enfocada
por la “kodak”, se desvanece entre la polvareda de un “folleque” impertinente. (…)
Al final de ella, tres o cuatro virajes y entramos a confundirnos con el camino por
Providencia. Es la llegada a Apoquindo, cuyo trecho final, en una extensión de
cerca de dos cuadras, tiene una pendiente pronunciada. El Cleveland no solo no
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necesita emplearse, sino llega a tomar carrera, terminando, por último, sobre la
explanada frente a la terraza. En total se han hecho unos 18 kilómetros.
Como lo dijimos al comienzo de estas líneas, hallamos buenos panoramas, músi-
ca, baños termales (de tina y natación), parque, cantina a precios corrientes y, un
poquito más abajo, la quinta Santa Nicolasa, donde la “baya” encuentra siempre
espíritus que saben justipreciarla. (“Nuestros domingos por los alrededores de San-
tiago”, 1925, pp. 5-7)
El paseo campestre
últimos. Mientras durante las primeras dos décadas del siglo xx el transporte colec-
tivo había sido monopolizado por los tranvías eléctricos, que habían reemplazado
a la mayor parte de los tranvías tirados por animales, hacia mediados de la década
de 1920 los autobuses se multiplicaron y cubrieron rápidamente la red de reco-
rridos del tranvía, inaugurando una intensa competencia. Hacia 1926 existían 900
buses que cubrían más de treinta recorridos (“Nómina de recorridos…”, 1926).
Otro índice que confirma el éxito de este nuevo vehículo era el número de pasajes
vendidos por año, que en 1929 alcanzaría los 142 millones frente a los 145 de la
Compañía de Tranvías. Sin embargo, para entonces, la cobertura era significativa-
mente mayor, con 392 kilómetros de recorrido contra 257 de los tranvías (Santiago,
su pasado…, 1929). Sin necesidad de vías o cableado aéreo para la extensión de
sus recorridos, hacia fines de la década del veinte surgirían las primeras flotas de
autobuses con recorridos interurbanos. Para septiembre de 1929 existían autobuses
con destino a Peñaflor, Maipú, Puente Alto, Renca, Colina, Quilicura, Barrancas,
Peralillo, Conchalí, Lonquén, Las Condes, Apoquindo y Parque Riesco. Los hora-
rios variaban según la demanda del recorrido, desde dos salidas diarias en caso de
los autobuses con destino a Lonquén, hasta salidas cada 15 minutos para los buses
a Renca. (“Orden del Día No 186”, 1929).
La popularización del recorrido campestre hacia los alrededores debe ser vincu-
lada al proceso de suburbanización que simultáneamente comenzaron a emprender
algunos santiaguinos. Si bien requeriría otro estudio comprobar si los asiduos al
paseo campestre y las excursiones fueron los mismos que emprendieron la suburba-
nización, existen otros nexos más finos en torno a los cuales vale la pena reflexionar.
Hacia 1929, en pleno boom del mejoramiento caminero y de los alrededores como
destino turístico, una revista señalaba:
El automóvil está haciendo familiares a la mayoría de los santiaguinos los hermosos
paisajes de los alrededores de la ciudad. Providencia, Macul, Apoquindo, San Ra-
món, no parecen ya una lejanía. (“Por los alrededores de la Capital”, 1929)
Efectivamente, por poco más de una década los periódicos, las revistas de sociedad,
pero sobre todo las revistas de automovilistas y de los gremios del transporte, venían
reportando, mediante testimonios escritos y visuales, las posibilidades y atractivos
que ofrecían “los alrededores” para los habitantes de Santiago. En forma paralela, los
viajes que inicialmente se calificaban de verdaderas proezas que requerían grandes
cantidades de tiempo y energía para su concreción, con el mejoramiento de los
caminos y de las tecnologías de transporte habían perdido aquel halo de heroísmo,
siendo asociados cada día más al ámbito de lo cotidiano. El campo como paraje
natural vinculado a la ventilación, la higiene y el descanso del ajetreo metropoli-
tano, estaba definitivamente más cerca que antes. Y, en ocasiones, la cercanía era tal
que los fanáticos de la vida al aire libre consideraban la posibilidad de trasladarse a
vivir a los alrededores y, en cierta medida, hacer de cada día un domingo.
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autonomía de las mujeres, cuestionan los antiguos valores tradicionales que hasta
entonces distinguían aquel “modo de ser” de la oligarquía del cambio de siglo.
Nuevas vestimentas, nuevos juegos y distracciones y nuevos bailes buscan acercarse a
posturas y actitudes de mayor naturalidad y audacia. Es un estilo de vida en donde se
proclama la escisión entre trabajo y descanso, entre la vida familiar y la vida pública,
entre la ciudad y los alrededores, o entre la ciudad del trabajo y la ciudad del descanso.
fuente motor. revista chilena de automovilismo fuente motor. revista chilena de automovilismo,
26 de junio, 1926 vol ii, núm 15. 26 de octubre, 1926 vol. ii, núm. 19,
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Aunque la ciudad siempre ha contado con un alrededor que la limita frente al terri-
torio, como nunca antes la introducción de las nuevas tecnologías de transporte
posibilita una concepción de este alrededor como un lugar indispensable para el
desarrollo de la vida metropolitana. Más que un espacio de graduación entre la
ciudad y el campo, con la reducción temporal de las distancias, los alrededores
sobre los cuales cae la influencia directa de la ciudad adquieren un espesor territorial
inédito, al cual debe su autonomía de la ciudad. Los alrededores se convierten así
en territorios de dilatación hacia donde se distiende la constreñida vida urbana. Ya
sea en forma de espacios de especulación inmobiliaria frente a la creciente demanda
del suelo urbano o como tranquilo vergel que asegura una cuota periódica de paz y
tranquilidad ante la aceleración de la vida moderna, los alrededores se constituyen
como un estado intermedio entre campo y ciudad. Como una frontera de inter-
cambio necesario, donde la ciudad puede arrancar trozos de campo o el campo
puede penetrar en la intimidad del mundo urbano.
Ahora las barriadas de los alrededores se transforman vertiginosamente. Las campe-
sinas quieren ser señoritas, y compran plumas y cintas. A veces descubren notas de
pésimo gusto, pero en esas avenidas, entre el cielo azul y las rosas abiertas, las discu-
siones sobre estilo no llegan hasta la interjección. El chalet es ahora el amo de esas tie-
rras, y el automóvil su lacayo puntualísimo. Providencia utiliza la electricidad, habla
inglés y a ratos padece neurastenia. Por sus calles pavimentadas ya pasó el jazz-band.
En las noches, la radiotelefonía le lleva noticias comerciales y estrofas inflamadas.
Y esto no apena. El campo gusta sin polvo, sin caminata, sin barro, sin espina y
sin mosquito. La naturaleza es conmovedora pero detrás de un cristal. Providencia
y Ñuñoa lo saben, y todas las mañanas se asoman a un espejo para peinarse los
cabellos. Conquistas suyas son la inglesita vestida de blanco, la bombilla eléctrica,
la cancha de tennis, el alcantarillado y el vecino millonario. (De la Vega, 1928)
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